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SECCIÓN G ENERAL RELACIONES 99, VERANO 2004, VOL. XXV

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SECCIÓN G ENERAL

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NTROPOLOGÍA E HISTORIA ¿UN DIÁLOGONECESARIO? EDWARD PALMER THOMPSON: UNA REVISIÓN

Miguel Ángel Díaz Perera*EL COLEGIO DE MICHOACÁN

“Atención, amigo mío, se está usted saliendo de la his-toria [...] Relea mi definición, ¡es tan clara..! Si son uste-des historiadores, no pongan el pie aquí: esto es campodel sociólogo. Ni allá: se meterían ustedes en el terrenodel psicólogo. ¿A la derecha? Ni pensarlo, es el del geó-grafo [...] Y a la izquierda, el del etnólogo [...]” Pesadi-lla. Tontería. Mutilación. ¡Abajo los tabiques y las eti-quetas! Donde el historiador debe trabajar libremente

A

* [email protected] Agradezco a José Antonio Serrano y Andrew Roth porsus valiosos comentarios. A mi asesora, Laura Cházaro García por empezar a guiar mispasos; a Julia Isabel Martínez Fuentes, igual que yo, estudiante de historia, por las largashoras de discusión de día y de noche, de estimulo, de regaños y de consejos que hoy alrevisar el ensayo, con alegría, me hacen difícil distinguir cuáles ideas son mías y cuálesde ella.

Los préstamos de conceptos y categorías dentro de las ciencias socia-les, es una experiencia compartida desde hace varias décadas; ha per-mitido entrecruzamientos y diálogos entre los diferentes intereses his-toriográficos. La fructífera experiencia de E.P. Thompson, contagió alos historiadores a indagar en las entrañas de las diferentes cienciassociales, como la antropología, y alimentar conceptos como experien-cia, y darle continuidad a otros, como lo vivido de Zemon Davis. Lasinterrogantes y problemáticas desprendidas de la ampliación de losmárgenes disciplinarios, los inspiró, a preguntarse de manera distin-ta sobre el comportamiento de los hombres en el tiempo.

(Antropología, historia, E. P. Thompson, clase, experiencia, concien-cia, vivido, imaginación moral, economía moral)

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the English Working Class, escrito que daría la vuelta entera al globo, ins-pirando a jóvenes y viejos intelectuales, generando debates alrededorde la formación de la clase social. Fontana al respecto comenta:

E. P. Thompson fue durante algunos años un historiador “de moda”. Susobras atraían unos aires nuevos que suscitaron entusiasmo entre jóveneshistoriadores que debieron tener experiencias parecidas a la mía cuando, enel annus mirabilis de 1968, entré en una librería de la Rambla de Barcelona,desaparecida hoy, y descubrí un grueso volumen acabado de publicar, elnúmero mil de la colección “Pelican”, The Making of the English WorkingClass. Le eché una ojeada, lo compré y desde entonces no he dejado detenerlo al lado de mi mesa de trabajo –acompañado desde 1991 por Customsin Common– para volver a él, no tanto para consultarlo como para recobrarfuerzas y rehacerme del desánimo y el aburrimiento que suele producir lagris mediocridad de las lecturas cotidianas.2

Sin embargo, un acontecimiento anterior marcará su vida política: lainvasión rusa a Hungría en 1956. Su renuncia al Partido era inevitable,su negativa a amparar al marxismo-leninismo como antorcha era defi-nitiva; fue ese mismo año que empezó a publicar con John Saville TheReasoner. A sus treinta y tres años, Thompson daría un vuelco, hablaríade un marximo morrisoniano (de William Morris), se calificaría a sí mis-mo como un “comunista libertario, democrático”3 y además, humanista.Se volvió asimismo un feroz crítico –junto con otros historiadores– delsocialismo soviético a través de sus escritos pacifistas.

En 1965 ingresó a la Universidad de Warwick en el Centre for theStudy of Social History. En 1968 firmó junto con Raymond Williams,Stuart Hall y Michael Barrat-Brown el May Day Manifiesto 1968 quepretendía ser un reto socialista al Partido Laborista; en 1970 promovióun movimiento al interior de Warwick con tal de descubrir algunas

2 Joseph Fontana, “E. P. Thompson, hoy y mañana” en Historia social, Valencia, Insti-tuto de Historia Social U.N.E.D., núm. 18, invierno de 1994, 3.

3 Harvey J. Kaye, Los historiadores marxistas británicos: un análisis introductorio, MaríaPilar Navarro Errasti (trad.), Ciencias sociales: 11, Zaragoza, Universidad de Zaragoza,1989, 158.

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es en la frontera, sobre la frontera, con un pie en el ladode acá y otro en el de allá. Y con utilidad [...]1

Lucien Febvre

Edward Palmer Thompson es de los historiadores más leídos en el sigloXX y XXI, polemista incansable, feroz crítico, combativo hasta el cansan-cio, nació en Inglaterra, el mismo año que la Liga de las Naciones apro-bara el Protocolo de Ginebra, el mismo año que es asesinado el líder so-cialista italiano Giacomo Matteotti, el año que muere Vladimir Lenin yFranz Kafka. Nació el 3 de febrero de 1924. Su madre Theodosia Jessupde origen estadounidense; su padre Edward John, británico; ambos fue-ron liberales –como dice Kaye– con “l” minúscula, críticos del imperia-lismo británico; Edward John incluso fue maestro misionero en la India,amigo personal de Nehru y de otras personalidades hindúes de altorango. “E.P.”, como le decían para diferenciarlo de su padre, vivió cer-ca de Oxford e inició su educación en una escuela privada metodista,Kingswood. Fue a Cambridge con la intención de estudiar literatura ycomo muchos, acabó en la historia. Ingresó en 1942 al Partido Comunis-ta. La guerra interrumpió su vida académica y se enroló en el ejército,fue oficial y peleó en Francia e Italia. Su hermano Frank, héroe de guerray comunista, muerto en Bulgaria, influyó como nadie en estos primerosaños del joven Edward. Al finalizar la guerra todavía permaneció comovoluntario en la reconstrucción de Yugoslavia y Bulgaria. De regreso enCambridge en 1946 conoció a su esposa, Dorothy (historiadora y profe-sora de la Universidad de Birmingham), también miembro del PartidoComunista.

En 1948, ambos se dirigieron a Halifax, Yorkshire, donde Edwardfue profesor de la Universidad de Leeds y en la Workers EducationalAssociation hasta 1965. Fueron años de estrechez económica y el apoyode Dorothy fue decisivo. En 1955 publica William Morris: romantic torevolutionary, para continuar con su obra cumbre en 1963, The Making of

1 Lucien Febvre, “Hacia otra historia” en Combates por la historia, Fracisco J. Fernán-dez Buey y Enrique Argullol (trad.), Obras maestras del pensamiento contemporáneo:28, Barcelona, Planeta-Agostini, 1993, 228.

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the English Working Class, escrito que daría la vuelta entera al globo, ins-pirando a jóvenes y viejos intelectuales, generando debates alrededorde la formación de la clase social. Fontana al respecto comenta:

E. P. Thompson fue durante algunos años un historiador “de moda”. Susobras atraían unos aires nuevos que suscitaron entusiasmo entre jóveneshistoriadores que debieron tener experiencias parecidas a la mía cuando, enel annus mirabilis de 1968, entré en una librería de la Rambla de Barcelona,desaparecida hoy, y descubrí un grueso volumen acabado de publicar, elnúmero mil de la colección “Pelican”, The Making of the English WorkingClass. Le eché una ojeada, lo compré y desde entonces no he dejado detenerlo al lado de mi mesa de trabajo –acompañado desde 1991 por Customsin Common– para volver a él, no tanto para consultarlo como para recobrarfuerzas y rehacerme del desánimo y el aburrimiento que suele producir lagris mediocridad de las lecturas cotidianas.2

Sin embargo, un acontecimiento anterior marcará su vida política: lainvasión rusa a Hungría en 1956. Su renuncia al Partido era inevitable,su negativa a amparar al marxismo-leninismo como antorcha era defi-nitiva; fue ese mismo año que empezó a publicar con John Saville TheReasoner. A sus treinta y tres años, Thompson daría un vuelco, hablaríade un marximo morrisoniano (de William Morris), se calificaría a sí mis-mo como un “comunista libertario, democrático”3 y además, humanista.Se volvió asimismo un feroz crítico –junto con otros historiadores– delsocialismo soviético a través de sus escritos pacifistas.

En 1965 ingresó a la Universidad de Warwick en el Centre for theStudy of Social History. En 1968 firmó junto con Raymond Williams,Stuart Hall y Michael Barrat-Brown el May Day Manifiesto 1968 quepretendía ser un reto socialista al Partido Laborista; en 1970 promovióun movimiento al interior de Warwick con tal de descubrir algunas

2 Joseph Fontana, “E. P. Thompson, hoy y mañana” en Historia social, Valencia, Insti-tuto de Historia Social U.N.E.D., núm. 18, invierno de 1994, 3.

3 Harvey J. Kaye, Los historiadores marxistas británicos: un análisis introductorio, MaríaPilar Navarro Errasti (trad.), Ciencias sociales: 11, Zaragoza, Universidad de Zaragoza,1989, 158.

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es en la frontera, sobre la frontera, con un pie en el ladode acá y otro en el de allá. Y con utilidad [...]1

Lucien Febvre

Edward Palmer Thompson es de los historiadores más leídos en el sigloXX y XXI, polemista incansable, feroz crítico, combativo hasta el cansan-cio, nació en Inglaterra, el mismo año que la Liga de las Naciones apro-bara el Protocolo de Ginebra, el mismo año que es asesinado el líder so-cialista italiano Giacomo Matteotti, el año que muere Vladimir Lenin yFranz Kafka. Nació el 3 de febrero de 1924. Su madre Theodosia Jessupde origen estadounidense; su padre Edward John, británico; ambos fue-ron liberales –como dice Kaye– con “l” minúscula, críticos del imperia-lismo británico; Edward John incluso fue maestro misionero en la India,amigo personal de Nehru y de otras personalidades hindúes de altorango. “E.P.”, como le decían para diferenciarlo de su padre, vivió cer-ca de Oxford e inició su educación en una escuela privada metodista,Kingswood. Fue a Cambridge con la intención de estudiar literatura ycomo muchos, acabó en la historia. Ingresó en 1942 al Partido Comunis-ta. La guerra interrumpió su vida académica y se enroló en el ejército,fue oficial y peleó en Francia e Italia. Su hermano Frank, héroe de guerray comunista, muerto en Bulgaria, influyó como nadie en estos primerosaños del joven Edward. Al finalizar la guerra todavía permaneció comovoluntario en la reconstrucción de Yugoslavia y Bulgaria. De regreso enCambridge en 1946 conoció a su esposa, Dorothy (historiadora y profe-sora de la Universidad de Birmingham), también miembro del PartidoComunista.

En 1948, ambos se dirigieron a Halifax, Yorkshire, donde Edwardfue profesor de la Universidad de Leeds y en la Workers EducationalAssociation hasta 1965. Fueron años de estrechez económica y el apoyode Dorothy fue decisivo. En 1955 publica William Morris: romantic torevolutionary, para continuar con su obra cumbre en 1963, The Making of

1 Lucien Febvre, “Hacia otra historia” en Combates por la historia, Fracisco J. Fernán-dez Buey y Enrique Argullol (trad.), Obras maestras del pensamiento contemporáneo:28, Barcelona, Planeta-Agostini, 1993, 228.

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prácticas administrativas que amenazaban la vida académica y las liber-tades civiles. A mediados de los setenta se retiró, para dedicarse sola-mente a escribir. También fue profesor en la Universidad de Oxford.

Colaboró con las revistas The New Reasoner y Universities and LeftReview, que después de una fusión darían vida a New Left Review que as-piraba a difundir con entusiasmo al interior y más allá de las fronterasinglesas, el pensamiento marxista británico. Entre 1962 y 1963 a raíz dediferencias teóricas e ideológicas con algunos de los integrantes del con-sejo editorial, decidió abandonarla. Los conflictos con Perry Anderson(parte de este consejo) prosiguieron durante varios años más; los deba-tes sobre el concepto de clase social, sobre “conciencia” y el “ser”, sobreAlthusser, sobre estructura y superestructura, en los cuales se ve en-vuelto también Anderson, se volverán parte de los almanaques de losacadémicos europeos. El mismo Anderson relata:

Cuando la revista recuperó su lugar, más o menos en la forma que todavíatiene ahora, la posición de Edward se alteró. [...] Pero entonces, por fin, unaconfrontación real era posible. [Después de la publicación de “Lo peculiarde lo inglés” y la respectiva respuesta de Anderson] La polémica es un dis-curso del conflicto, cuyo efecto depende de un delicado equilibrio entre losrequerimientos de la verdad y las tentaciones de la cólera, el deber de dis-cutir y el ánimo de inflamar. Su retórica permite, incluso provoca, cierta li-cencia figurativa.4

No habrá una enemistad automática, seguirán frecuentándose y dis-cutiendo. Varias revistas acogerán los escritos de Thompson: The Socia-list Register, New Society, Past & Present, Indian Historial Review, Annales,entre otras. En 1975 dio a la luz a Whigs and Hunters y en 1978 a ThePoverty of the Theory and other Essays. Su trayectoria como profesor visi-tante, se hizo presente en Estados Unidos y Canadá.

Conforme los conservadores avanzaban en la política británica,Thompson decidió afiliarse al Partido Laborista. Fue importante sulabor como pacifista en la Campaign for Nuclear Disarmament (CDN) yen la European Nuclear Disarmament (END), como uno de sus más con-

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notados dirigentes en el movimiento europeo, más aún en respuesta ala administración agresiva de Margaret Tatcher. Se retiró momentánea-mente de la práctica historiográfica, pero no dejó de publicar. Editó comoparte de su lucha Protest and Survive (en colaboración con Dan Smith) en1981, Zero Option en 1982, The Heavy Dancers en 1985, Star Wars: Selft-destruct Incorporated también en 1985 (en colaboración con Ben Thom-pson), Pros-pectus for a Habitable Planet en 1987 (en colaboración una vezmás con Dan Smith), y en el género de ciencia ficción satírico The SykaosPapers. En su conferencia “Más allá de la Guerra Fría” incluida en sulibro Opción cero, dirá:

Todos sabemos que existe un exceso de armas nucleares y que muchas deellas se han hacinado en nuestro continente: minas terrestres, artillería,torpedos, cargas de profundidad, proyectiles de emplazamiento y lanza-miento terrestre, submarino y aéreo. Tal vez discrepemos respecto de lasproporciones exactas del “equilibrio” armamentista que corresponden a laspartes contendientes. Pero sabemos también que cuando la capacidad deexcedente de muerte del actual arsenal está en condiciones de destruir lasposibilidades de vida civilizada en nuestro continente una treintena deveces, los cálculos y estimaciones del “equilibrio” son irrelevantes.5

Varios años después revisó algunos de sus artículos ya publicados ylos reunió en Customs in Common y un poco más tarde, su prometido li-bro sobre la poesía y poetas románticos británicos salió a circulación conel título de Witness Against the Beast: William Blake and the Moral Law. Susúltimos años fueron una noche de enfermedades, persistían, lo aqueja-ban hasta vencerlo. Encontró la muerte en su jardín en 1993, en Worces-ter. El impacto de su obra es amplísimo. Sólo unos ejemplos. En EstadosUnidos el estudio de Eugene D. Genovese, Roll, Jordan, Roll: the Worldthe Slaves Made, sobre las relaciones entre esclavistas y propietarios, fueinfluenciado por estos marxistas, principalmente por Thompson y suconcepto de paternalismo y prácticas consuetudinarias, según éste, la“cultura sometida” tiene una postura, negocia e interrelaciona con la do-

4 Ibidem, 172.

5 Edward Palmer Thompson, Opción cero, Rafael Grasa (trad.), Serie general: estudiosy ensayos: 111, España, editorial Crítica, 1983, 200.

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prácticas administrativas que amenazaban la vida académica y las liber-tades civiles. A mediados de los setenta se retiró, para dedicarse sola-mente a escribir. También fue profesor en la Universidad de Oxford.

Colaboró con las revistas The New Reasoner y Universities and LeftReview, que después de una fusión darían vida a New Left Review que as-piraba a difundir con entusiasmo al interior y más allá de las fronterasinglesas, el pensamiento marxista británico. Entre 1962 y 1963 a raíz dediferencias teóricas e ideológicas con algunos de los integrantes del con-sejo editorial, decidió abandonarla. Los conflictos con Perry Anderson(parte de este consejo) prosiguieron durante varios años más; los deba-tes sobre el concepto de clase social, sobre “conciencia” y el “ser”, sobreAlthusser, sobre estructura y superestructura, en los cuales se ve en-vuelto también Anderson, se volverán parte de los almanaques de losacadémicos europeos. El mismo Anderson relata:

Cuando la revista recuperó su lugar, más o menos en la forma que todavíatiene ahora, la posición de Edward se alteró. [...] Pero entonces, por fin, unaconfrontación real era posible. [Después de la publicación de “Lo peculiarde lo inglés” y la respectiva respuesta de Anderson] La polémica es un dis-curso del conflicto, cuyo efecto depende de un delicado equilibrio entre losrequerimientos de la verdad y las tentaciones de la cólera, el deber de dis-cutir y el ánimo de inflamar. Su retórica permite, incluso provoca, cierta li-cencia figurativa.4

No habrá una enemistad automática, seguirán frecuentándose y dis-cutiendo. Varias revistas acogerán los escritos de Thompson: The Socia-list Register, New Society, Past & Present, Indian Historial Review, Annales,entre otras. En 1975 dio a la luz a Whigs and Hunters y en 1978 a ThePoverty of the Theory and other Essays. Su trayectoria como profesor visi-tante, se hizo presente en Estados Unidos y Canadá.

Conforme los conservadores avanzaban en la política británica,Thompson decidió afiliarse al Partido Laborista. Fue importante sulabor como pacifista en la Campaign for Nuclear Disarmament (CDN) yen la European Nuclear Disarmament (END), como uno de sus más con-

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notados dirigentes en el movimiento europeo, más aún en respuesta ala administración agresiva de Margaret Tatcher. Se retiró momentánea-mente de la práctica historiográfica, pero no dejó de publicar. Editó comoparte de su lucha Protest and Survive (en colaboración con Dan Smith) en1981, Zero Option en 1982, The Heavy Dancers en 1985, Star Wars: Selft-destruct Incorporated también en 1985 (en colaboración con Ben Thom-pson), Pros-pectus for a Habitable Planet en 1987 (en colaboración una vezmás con Dan Smith), y en el género de ciencia ficción satírico The SykaosPapers. En su conferencia “Más allá de la Guerra Fría” incluida en sulibro Opción cero, dirá:

Todos sabemos que existe un exceso de armas nucleares y que muchas deellas se han hacinado en nuestro continente: minas terrestres, artillería,torpedos, cargas de profundidad, proyectiles de emplazamiento y lanza-miento terrestre, submarino y aéreo. Tal vez discrepemos respecto de lasproporciones exactas del “equilibrio” armamentista que corresponden a laspartes contendientes. Pero sabemos también que cuando la capacidad deexcedente de muerte del actual arsenal está en condiciones de destruir lasposibilidades de vida civilizada en nuestro continente una treintena deveces, los cálculos y estimaciones del “equilibrio” son irrelevantes.5

Varios años después revisó algunos de sus artículos ya publicados ylos reunió en Customs in Common y un poco más tarde, su prometido li-bro sobre la poesía y poetas románticos británicos salió a circulación conel título de Witness Against the Beast: William Blake and the Moral Law. Susúltimos años fueron una noche de enfermedades, persistían, lo aqueja-ban hasta vencerlo. Encontró la muerte en su jardín en 1993, en Worces-ter. El impacto de su obra es amplísimo. Sólo unos ejemplos. En EstadosUnidos el estudio de Eugene D. Genovese, Roll, Jordan, Roll: the Worldthe Slaves Made, sobre las relaciones entre esclavistas y propietarios, fueinfluenciado por estos marxistas, principalmente por Thompson y suconcepto de paternalismo y prácticas consuetudinarias, según éste, la“cultura sometida” tiene una postura, negocia e interrelaciona con la do-

4 Ibidem, 172.

5 Edward Palmer Thompson, Opción cero, Rafael Grasa (trad.), Serie general: estudiosy ensayos: 111, España, editorial Crítica, 1983, 200.

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minante; esto genera una serie de correspondencias bajo una percepciónpaternal, creando un estado de equilibrio, de continuidad sistémica.6

En Italia, Edoardo Grendi, uno de los primeros exponentes y defen-sores del análisis microanalítico y de la búsqueda de los documentos“normal-excepcional” (de lo cual se inspiraría Carlo Ginzburg para sucélebre libro El queso y los gusanos tomando precisamente el caso de Me-nocchio como un testimonio “excepcional”) hará acopio de algunas ideasde Thompson. En contraposición con la historia total de Braudel (enten-dida como una expresión limitada sólo a la larga duración) exigía, pre-tendía realizar observaciones más modestas, con tal de “reducir el ob-jeto de la investigación”, anhelaba heredar “la visión microanalítica dela antropología” y el examen “de las relaciones sociales a través de susdistintas manifestaciones económicas y extraeconómicas [en el primercaso] lo que envidiaba de la antropología era su atención constante alcontexto”; retomaba el postulado de “el protagonismo de los individuosy de los grupos sociales [y la] rigurosa contextualización”. Sin embargo,Grendi le criticaba a Thompson: “la relativa elementalidad de sus cate-gorías impresionistas, el silencio acerca de las estructuras extraintencio-nales y [...] el discurso frecuentemente autocelebrativo que emplea”.7

William Roseberry en “Hegemonía y lenguaje contencioso”, alcomentar los ensayos compilados por Gilbert M. Joseph y DanielNugent en Aspectos cotidianos de la formación del Estado, reconoce abierta-mente que las dos obras paradigmáticas, las bases intelectuales de estos,fueron los trabajos de James Scott,8 y de Philip Corrigan y Derek Sayer,9

que a su vez abrevaron “sus metáforas fundacionales” de la obra de E.

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P. Thompson. En el caso de Scott sobre la economía moral de los pobres,y Corrigan y Sayer sobre la crítica “a las interpretaciones marxistas orto-doxas de la ‘revolución burguesa’ como reto para su estudio [de Thomp-son] de la formación del estado inglés”.10 El mismo Roseberry, aceptabaque una de sus “fuente[s] de inspiración proviene[n] de la historia socialmarxista británica, del trabajo de Edward Thompson, Eric Hobsbawm,y especialmente Raymond Williams [...]”11 En España, las palabras de Jo-sep Fontana Lázaro, autor de Historia: análisis del pasado y proyecto social,bastante claras ante este impacto:

Por ello me parece que lo que conviene hacer no es conmemorar su vida niconvertir su obra en objeto de estudio, como algo que pertenece a una etapaanterior del desarrollo de la ciencia histórica, sino simplemente, proponersus libros como una lectura necesaria para quienes hoy estudian historia,con el fin de que puedan encontrar en ellos respuestas a sus perplejidadesactuales y algo con que empezar a elaborar un poco de esperanza paramañana.12

Varias son las herencias metodológicas de Thompson y que han lle-gado hasta nuestros días. Los debates con Perry Anderson, Sewell, LéviStrauss, Raymond Williams y otros intelectuales, marxistas y no marxis-tas, han quedado registrados como un capítulo de las discusiones másapasionadas, más serias, más profundas. Es importante explorar los de-bates alrededor de la concepción y reformulación del concepto de “clasesocial”; su noción del “ser” y la “conciencia”, sobre la “estructura y su-perestructura”, la “conciencia” y la “falsa conciencia”, que además ge-neraron una inmensa polémica y que no pueden excluirse porque per-tenecen a un mismo cuerpo conceptual, están ligados unos con otros.

6 Eugene D. Genovese, Roll, Jordan, Roll: The World the Slaves Made, New York, Vinta-ge Books, 1976.

7 Justo Sierra y Anaclet Pons, “El ojo de la aguja, ¿de qué hablamos cuando habla-mos de microhistoria?” en Pedro Ruiz Torres (ed.), La historiografía, núm. 12, Madrid,Ayer, 1993, 104-108.

8 James Scott, The Moral Economy of the Peasant: Rebellion and Subsistence in SoutheastAsia, New Haven, Yale University Press, 1976; Weapons of the Weak: Everyday Forms of Pea-sant Resistance, New Haven, Yale University Press, 1985; y, Domination and the Arts of theResistance: Hidden Transcripts, New Haven, Yale University Press, 1990.

9 Philip Corrigan y Dereck Sayer, The Great Arch: English State Formation as CulturalRevolution, Oxford, Basil Blackwell, 1985.

10 William Roseberry, “Hegemonía y lenguaje contencioso” en Gilbert M. Joseph yDaniel Nugent (comps.), Aspectos cotidianos de la formación del Estado, Rafael Vargas, Palo-ma Villegas y Ramón Vera (trad.), Colección problemas de México, México, Era, 2002, 213y 214.

11 Carmen Martínez, “La vigencia del marxismo en la antropología: una entrevista aWilliam Roseberry” en Debate, Quito, núm. 47, agosto de 1999.

12 Joseph Fontana, “E. P. Thompson, hoy y mañana”, en Historia social, núm. 18, op.cit., 7.

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En Italia, Edoardo Grendi, uno de los primeros exponentes y defen-sores del análisis microanalítico y de la búsqueda de los documentos“normal-excepcional” (de lo cual se inspiraría Carlo Ginzburg para sucélebre libro El queso y los gusanos tomando precisamente el caso de Me-nocchio como un testimonio “excepcional”) hará acopio de algunas ideasde Thompson. En contraposición con la historia total de Braudel (enten-dida como una expresión limitada sólo a la larga duración) exigía, pre-tendía realizar observaciones más modestas, con tal de “reducir el ob-jeto de la investigación”, anhelaba heredar “la visión microanalítica dela antropología” y el examen “de las relaciones sociales a través de susdistintas manifestaciones económicas y extraeconómicas [en el primercaso] lo que envidiaba de la antropología era su atención constante alcontexto”; retomaba el postulado de “el protagonismo de los individuosy de los grupos sociales [y la] rigurosa contextualización”. Sin embargo,Grendi le criticaba a Thompson: “la relativa elementalidad de sus cate-gorías impresionistas, el silencio acerca de las estructuras extraintencio-nales y [...] el discurso frecuentemente autocelebrativo que emplea”.7

William Roseberry en “Hegemonía y lenguaje contencioso”, alcomentar los ensayos compilados por Gilbert M. Joseph y DanielNugent en Aspectos cotidianos de la formación del Estado, reconoce abierta-mente que las dos obras paradigmáticas, las bases intelectuales de estos,fueron los trabajos de James Scott,8 y de Philip Corrigan y Derek Sayer,9

que a su vez abrevaron “sus metáforas fundacionales” de la obra de E.

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P. Thompson. En el caso de Scott sobre la economía moral de los pobres,y Corrigan y Sayer sobre la crítica “a las interpretaciones marxistas orto-doxas de la ‘revolución burguesa’ como reto para su estudio [de Thomp-son] de la formación del estado inglés”.10 El mismo Roseberry, aceptabaque una de sus “fuente[s] de inspiración proviene[n] de la historia socialmarxista británica, del trabajo de Edward Thompson, Eric Hobsbawm,y especialmente Raymond Williams [...]”11 En España, las palabras de Jo-sep Fontana Lázaro, autor de Historia: análisis del pasado y proyecto social,bastante claras ante este impacto:

Por ello me parece que lo que conviene hacer no es conmemorar su vida niconvertir su obra en objeto de estudio, como algo que pertenece a una etapaanterior del desarrollo de la ciencia histórica, sino simplemente, proponersus libros como una lectura necesaria para quienes hoy estudian historia,con el fin de que puedan encontrar en ellos respuestas a sus perplejidadesactuales y algo con que empezar a elaborar un poco de esperanza paramañana.12

Varias son las herencias metodológicas de Thompson y que han lle-gado hasta nuestros días. Los debates con Perry Anderson, Sewell, LéviStrauss, Raymond Williams y otros intelectuales, marxistas y no marxis-tas, han quedado registrados como un capítulo de las discusiones másapasionadas, más serias, más profundas. Es importante explorar los de-bates alrededor de la concepción y reformulación del concepto de “clasesocial”; su noción del “ser” y la “conciencia”, sobre la “estructura y su-perestructura”, la “conciencia” y la “falsa conciencia”, que además ge-neraron una inmensa polémica y que no pueden excluirse porque per-tenecen a un mismo cuerpo conceptual, están ligados unos con otros.

6 Eugene D. Genovese, Roll, Jordan, Roll: The World the Slaves Made, New York, Vinta-ge Books, 1976.

7 Justo Sierra y Anaclet Pons, “El ojo de la aguja, ¿de qué hablamos cuando habla-mos de microhistoria?” en Pedro Ruiz Torres (ed.), La historiografía, núm. 12, Madrid,Ayer, 1993, 104-108.

8 James Scott, The Moral Economy of the Peasant: Rebellion and Subsistence in SoutheastAsia, New Haven, Yale University Press, 1976; Weapons of the Weak: Everyday Forms of Pea-sant Resistance, New Haven, Yale University Press, 1985; y, Domination and the Arts of theResistance: Hidden Transcripts, New Haven, Yale University Press, 1990.

9 Philip Corrigan y Dereck Sayer, The Great Arch: English State Formation as CulturalRevolution, Oxford, Basil Blackwell, 1985.

10 William Roseberry, “Hegemonía y lenguaje contencioso” en Gilbert M. Joseph yDaniel Nugent (comps.), Aspectos cotidianos de la formación del Estado, Rafael Vargas, Palo-ma Villegas y Ramón Vera (trad.), Colección problemas de México, México, Era, 2002, 213y 214.

11 Carmen Martínez, “La vigencia del marxismo en la antropología: una entrevista aWilliam Roseberry” en Debate, Quito, núm. 47, agosto de 1999.

12 Joseph Fontana, “E. P. Thompson, hoy y mañana”, en Historia social, núm. 18, op.cit., 7.

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Su propuesta alrededor de un diálogo entre la historia y la antropo-logía, encuentra eco en varios de sus artículos, atraviesa a su obra. Estatentativa se puede abreviar, resumir, a través de un párrafo de uno desus artículos titulado “Folclor, antropología e historia social” de 1976,donde se lee:

Sirva esto para enfatizar que, aunque se deba fomentar la relación entre an-tropología social y la historia social, ésta no puede ser cualquier relación.Hace falta un tercero, al que generalmente se conoce como filosofía, quehaga de Celestina. Si tratamos de reunir estas dos disciplinas concertando“citas a ciegas” –pretendiendo casar la historia econométrica positivista conel estructuralismo de Lévi-Strauss, o a la historiografía marxista con la so-ciología de Talcott Parsons– podemos estar seguros de que la coyunda nose consumará. […] Pero al llegar a este punto, debemos dejar de pretenderque hablamos en nombre de nuestra disciplina en su conjunto, y hay queempezar a hablar de nuestra posición dentro de ella.13

Esta percepción le permitirá contender directamente con los antro-pólogos. No era solamente leer “eclécticamente, sin detenerme en losconflictos en el interior de la antropología, pues yo no quería remedios,sino preguntas, procesos, posibles aproximaciones, susceptibles de serempleados cuando tuviera sentido con la evidencias europeas” comodice Natalie Zemon Davis en “Una vida de estudio”;14 la pretensión deThompson es mucho más ambiciosa, al nivel de poder internarse endebates al interior de la antropología, por ejemplo, en el caso de Levi-Strauss y algunas de sus obras, le reprocha el rompimiento con el análi-sis de las evidencias empíricas, llevando el examen de los datos antro-pológicos a través de un “formalismo lógico o metafórico” hacia una“concepción más abstracta”, una imagen ideal distante de los actos, de

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las conductas observadas en el inicio, y “reemplaza[rlas] por una lógicapoética o formal”,15 “Vemos entonces que la cencerrada ya no es el signode una definición particular –aceptable y situada en el tiempo– de lospapeles conyugales, sino ‘una anomalía en el desenvolvimiento de unacadena sintagmática’”16

Una de las maneras de interpretar a la antropología, es a través derelacionarla con los análisis sincrónicos; en todo caso, el científico socialestá condicionado a indagar a un nivel horizontal, dilatando ciertoseventos, como un embudo, para obtener “hechos” representativos dedinámicas de mayor aliento: los momentos de peligro, de conflicto, laviolencia, los rituales, la fiesta, exteriorizan ideas e imágenes que per-manecen escondidas en la cotidianidad, en la armonía.

[...] la historia social (en su examen sistemático de normas, expectativas yvalores) debe basarse en la antropología social. No podemos examinar ri-tuales, costumbres, relaciones de parentesco, sin detener el proceso de lahistoria de vez en cuando y someter los elementos a un análisis estructuralsincrónico, estático.17

También le reprocha –es cierto– a la antropología un excesivo amora lo sincrónico, de ignorar las herramientas del análisis contextual-dia-crónico, que permitan visualizar cambios en la estructura, en la sincro-nía. La crítica es directa, lleva nombre: Claude Lévi-Strauss y compañía,ante la tentativa de éstos de la búsqueda de patrones, de repeticiones,de reiteraciones que permitieran comprender a las sociedades a par-tir de elementos comunes, el tema favorito así será por tanto, el paren-tesco y sus relaciones implícitas, por ejemplo, el incesto como compo-nente generador de una reprobación automática en las comunidadeshumanas. A Edward Palmer Thompson la necesidad de someter estas“estructuras” a una validación más rigurosa, con mayor proyeccióndiacrónica, histórica, le parece obvio, de sentido común:13 Edward Palmer Thompson, “Folclor, antropología e historia social” en Historia so-

cial y antropología, Cuadernos secuencia, México, Instituto Dr. José María Luis Mora, 1994,72. Publicado originalmente en Indian Historical Review, vol. III (2), 1977.

14 Natalie Zemon Davis, “Una vida de estudio”, Antonio Saborit (trad.), en Historias:Revista de la Dirección de Estudios Históricos del Instituto Nacional de Antropología e Historia,México, núm. 48, enero-abril de 2001. Conferencia “Charles Homer Kaskins” impartidaen 1998, 21.

15 Edward Palmer Thompson, “Rough Music, la cencerrada inglesa” en Historia socialy antropología, op. cit., 35.

16 Ibid.17 Edward Palmer Thompson, “Folclor, antropología e historia social”, op. cit., 71

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Su propuesta alrededor de un diálogo entre la historia y la antropo-logía, encuentra eco en varios de sus artículos, atraviesa a su obra. Estatentativa se puede abreviar, resumir, a través de un párrafo de uno desus artículos titulado “Folclor, antropología e historia social” de 1976,donde se lee:

Sirva esto para enfatizar que, aunque se deba fomentar la relación entre an-tropología social y la historia social, ésta no puede ser cualquier relación.Hace falta un tercero, al que generalmente se conoce como filosofía, quehaga de Celestina. Si tratamos de reunir estas dos disciplinas concertando“citas a ciegas” –pretendiendo casar la historia econométrica positivista conel estructuralismo de Lévi-Strauss, o a la historiografía marxista con la so-ciología de Talcott Parsons– podemos estar seguros de que la coyunda nose consumará. […] Pero al llegar a este punto, debemos dejar de pretenderque hablamos en nombre de nuestra disciplina en su conjunto, y hay queempezar a hablar de nuestra posición dentro de ella.13

Esta percepción le permitirá contender directamente con los antro-pólogos. No era solamente leer “eclécticamente, sin detenerme en losconflictos en el interior de la antropología, pues yo no quería remedios,sino preguntas, procesos, posibles aproximaciones, susceptibles de serempleados cuando tuviera sentido con la evidencias europeas” comodice Natalie Zemon Davis en “Una vida de estudio”;14 la pretensión deThompson es mucho más ambiciosa, al nivel de poder internarse endebates al interior de la antropología, por ejemplo, en el caso de Levi-Strauss y algunas de sus obras, le reprocha el rompimiento con el análi-sis de las evidencias empíricas, llevando el examen de los datos antro-pológicos a través de un “formalismo lógico o metafórico” hacia una“concepción más abstracta”, una imagen ideal distante de los actos, de

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las conductas observadas en el inicio, y “reemplaza[rlas] por una lógicapoética o formal”,15 “Vemos entonces que la cencerrada ya no es el signode una definición particular –aceptable y situada en el tiempo– de lospapeles conyugales, sino ‘una anomalía en el desenvolvimiento de unacadena sintagmática’”16

Una de las maneras de interpretar a la antropología, es a través derelacionarla con los análisis sincrónicos; en todo caso, el científico socialestá condicionado a indagar a un nivel horizontal, dilatando ciertoseventos, como un embudo, para obtener “hechos” representativos dedinámicas de mayor aliento: los momentos de peligro, de conflicto, laviolencia, los rituales, la fiesta, exteriorizan ideas e imágenes que per-manecen escondidas en la cotidianidad, en la armonía.

[...] la historia social (en su examen sistemático de normas, expectativas yvalores) debe basarse en la antropología social. No podemos examinar ri-tuales, costumbres, relaciones de parentesco, sin detener el proceso de lahistoria de vez en cuando y someter los elementos a un análisis estructuralsincrónico, estático.17

También le reprocha –es cierto– a la antropología un excesivo amora lo sincrónico, de ignorar las herramientas del análisis contextual-dia-crónico, que permitan visualizar cambios en la estructura, en la sincro-nía. La crítica es directa, lleva nombre: Claude Lévi-Strauss y compañía,ante la tentativa de éstos de la búsqueda de patrones, de repeticiones,de reiteraciones que permitieran comprender a las sociedades a par-tir de elementos comunes, el tema favorito así será por tanto, el paren-tesco y sus relaciones implícitas, por ejemplo, el incesto como compo-nente generador de una reprobación automática en las comunidadeshumanas. A Edward Palmer Thompson la necesidad de someter estas“estructuras” a una validación más rigurosa, con mayor proyeccióndiacrónica, histórica, le parece obvio, de sentido común:13 Edward Palmer Thompson, “Folclor, antropología e historia social” en Historia so-

cial y antropología, Cuadernos secuencia, México, Instituto Dr. José María Luis Mora, 1994,72. Publicado originalmente en Indian Historical Review, vol. III (2), 1977.

14 Natalie Zemon Davis, “Una vida de estudio”, Antonio Saborit (trad.), en Historias:Revista de la Dirección de Estudios Históricos del Instituto Nacional de Antropología e Historia,México, núm. 48, enero-abril de 2001. Conferencia “Charles Homer Kaskins” impartidaen 1998, 21.

15 Edward Palmer Thompson, “Rough Music, la cencerrada inglesa” en Historia socialy antropología, op. cit., 35.

16 Ibid.17 Edward Palmer Thompson, “Folclor, antropología e historia social”, op. cit., 71

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[...] ¿es posible que una concepción del todo distinta, estructuralista, quevea en las similitudes de las costumbres de diferentes sociedades elemen-tos para una tipología ideal, del funcionamiento social o de la organizaciónmental, sea en sí misma una metodología que implique un “estasis” (unacongestión) de distinto género? El historiador está en condiciones demostrar –mientras que ello no parece quizá tan evidente para los antropó-logos–, según su material, que ciertas formas y ritos (entre los que figura lacencerrada) no presentan una sola tipología funcional o estructural: cuan-do la forma aparece constante o en evolución (como muchas de las costum-bres folclóricas en la decadencia) la función puede no deber gran cosa a laforma.18

El debate con la antropología no sólo se centra en Lévi-Strauss, sinocon ciertas posiciones tomadas dentro de ella (como dice en “Folclor,antropología e historia social”). No está de acuerdo en la dualidad de“base” y “superestructura” tan comúnmente utilizada en el discursode los antropólogos marxistas, y al desplazamiento automático, de com-prender la “base” como la serie de “comportamientos y [...] necesidadeseconómicas” casi olvidando las “normas y los sistemas de valores”. Estaespecie de determinismo económico, a pesar de la cada vez mayor bús-queda de los diálogos entre ambos niveles, entra en contradicción conlos postulados de Thompson. Él no concibe la utilización de esta analo-gía, de esta dualidad que por definición restringe y limita el análisis.Una división tan abusiva puede dar como resultado interpretacio-nes que “puede que quede[n] bien sobre el papel durante un tiempo”,pero que están sólo en la cabeza de los científicos; al momento de llevarestos modelos a las sociedades “reales” a través de análisis sincrónicosy diacrónicos, se descubre rápidamente “la inutilidad de imponer tal di-visión”. Critica cómo los antropólogos marxistas interpretan a las socie-dades primitivas sin incluir los sistemas de parentesco tan importantespara éstas, o cómo se ignoran las relaciones de dominación y poder con-dicionantes de las relaciones económicas, o cómo se ignoran las “nor-mas culturalmente impuestas y las necesidades culturalmente forma-das, características del modo de producción”

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¿Dónde hemos de colocar las costumbres sobre la herencia –patrilineal omatrilineal, divisible o indivisible– que se transmiten tenazmente de formano “económica” y que, sin embargo, tienen una profunda influencia en lahistoria agraria? ¿Dónde situaremos los ritmos consuetudinarios de traba-jo y ocio (o de las fiestas) de las sociedades tradicionales, que son intrínse-cos al acto mismo de la producción y que, sin embargo, tanto en las socie-dades hindúes como en las católicas, han sido ritualizados por institucionesreligiosas de acuerdo con creencias religiosas?19

Al igual que Raymond Williams y R. S. Sharma, es insistente en estanecesidad de romper con la dualidad de “base” y “superestructura”. Esun problema central, que encuentra eco en la concepción de clase socialque defiende Thompson. Es cierto, The Making of the English WorkingClass de 1963 es la obra que abre toda esta suerte de polémicas. En ellase defiende a la experiencia como detonador condicionante de la forma-ción histórica de una clase social y ésta como producto de la conciencia declase evolucionada. Esta conciencia está dada por un conjunto de expe-riencias comunes, es resultado de un desarrollo histórico, esta experien-cia genera una conciencia que no puede disociarse, que se encuentrainsolublemente unida a la identidad de clase. Esto no implica un aban-dono del materialismo en sí, pues esa experiencia y esa conciencia estánestimuladas por las relaciones sociales de producción.

“Clase”, y no precisamente clases, por motivos que este libro intentará exa-minar. [...] Por clase entiendo un fenómeno histórico unificador de un cier-to número de acontecimientos dispares y aparentemente desconectados,tanto por las respectivas condiciones materiales de existencia y experienciacomo por su conciencia. Me interesa hacer hincapié en que se trata de un fe-nómeno histórico. Personalmente, no veo la clase como una estructura ymenos aún como una categoría, sino como algo que acontece de hecho (ypuede demostrarse que, en efecto, ha acontecido) en las relaciones huma-nas [...] La clase aparece cuando algunos hombres, como resultado de expe-riencias comunes (heredadas o compartidas), sienten y articulan la identi-

18 Edward Palmer Thompson, “Rough Music, la cencerrada inglesa”, op. cit., 26. 19 Edward Palmer Thompson, “Folclor, antropología e historia social”, op. cit., 72-75.

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[...] ¿es posible que una concepción del todo distinta, estructuralista, quevea en las similitudes de las costumbres de diferentes sociedades elemen-tos para una tipología ideal, del funcionamiento social o de la organizaciónmental, sea en sí misma una metodología que implique un “estasis” (unacongestión) de distinto género? El historiador está en condiciones demostrar –mientras que ello no parece quizá tan evidente para los antropó-logos–, según su material, que ciertas formas y ritos (entre los que figura lacencerrada) no presentan una sola tipología funcional o estructural: cuan-do la forma aparece constante o en evolución (como muchas de las costum-bres folclóricas en la decadencia) la función puede no deber gran cosa a laforma.18

El debate con la antropología no sólo se centra en Lévi-Strauss, sinocon ciertas posiciones tomadas dentro de ella (como dice en “Folclor,antropología e historia social”). No está de acuerdo en la dualidad de“base” y “superestructura” tan comúnmente utilizada en el discursode los antropólogos marxistas, y al desplazamiento automático, de com-prender la “base” como la serie de “comportamientos y [...] necesidadeseconómicas” casi olvidando las “normas y los sistemas de valores”. Estaespecie de determinismo económico, a pesar de la cada vez mayor bús-queda de los diálogos entre ambos niveles, entra en contradicción conlos postulados de Thompson. Él no concibe la utilización de esta analo-gía, de esta dualidad que por definición restringe y limita el análisis.Una división tan abusiva puede dar como resultado interpretacio-nes que “puede que quede[n] bien sobre el papel durante un tiempo”,pero que están sólo en la cabeza de los científicos; al momento de llevarestos modelos a las sociedades “reales” a través de análisis sincrónicosy diacrónicos, se descubre rápidamente “la inutilidad de imponer tal di-visión”. Critica cómo los antropólogos marxistas interpretan a las socie-dades primitivas sin incluir los sistemas de parentesco tan importantespara éstas, o cómo se ignoran las relaciones de dominación y poder con-dicionantes de las relaciones económicas, o cómo se ignoran las “nor-mas culturalmente impuestas y las necesidades culturalmente forma-das, características del modo de producción”

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¿Dónde hemos de colocar las costumbres sobre la herencia –patrilineal omatrilineal, divisible o indivisible– que se transmiten tenazmente de formano “económica” y que, sin embargo, tienen una profunda influencia en lahistoria agraria? ¿Dónde situaremos los ritmos consuetudinarios de traba-jo y ocio (o de las fiestas) de las sociedades tradicionales, que son intrínse-cos al acto mismo de la producción y que, sin embargo, tanto en las socie-dades hindúes como en las católicas, han sido ritualizados por institucionesreligiosas de acuerdo con creencias religiosas?19

Al igual que Raymond Williams y R. S. Sharma, es insistente en estanecesidad de romper con la dualidad de “base” y “superestructura”. Esun problema central, que encuentra eco en la concepción de clase socialque defiende Thompson. Es cierto, The Making of the English WorkingClass de 1963 es la obra que abre toda esta suerte de polémicas. En ellase defiende a la experiencia como detonador condicionante de la forma-ción histórica de una clase social y ésta como producto de la conciencia declase evolucionada. Esta conciencia está dada por un conjunto de expe-riencias comunes, es resultado de un desarrollo histórico, esta experien-cia genera una conciencia que no puede disociarse, que se encuentrainsolublemente unida a la identidad de clase. Esto no implica un aban-dono del materialismo en sí, pues esa experiencia y esa conciencia estánestimuladas por las relaciones sociales de producción.

“Clase”, y no precisamente clases, por motivos que este libro intentará exa-minar. [...] Por clase entiendo un fenómeno histórico unificador de un cier-to número de acontecimientos dispares y aparentemente desconectados,tanto por las respectivas condiciones materiales de existencia y experienciacomo por su conciencia. Me interesa hacer hincapié en que se trata de un fe-nómeno histórico. Personalmente, no veo la clase como una estructura ymenos aún como una categoría, sino como algo que acontece de hecho (ypuede demostrarse que, en efecto, ha acontecido) en las relaciones huma-nas [...] La clase aparece cuando algunos hombres, como resultado de expe-riencias comunes (heredadas o compartidas), sienten y articulan la identi-

18 Edward Palmer Thompson, “Rough Music, la cencerrada inglesa”, op. cit., 26. 19 Edward Palmer Thompson, “Folclor, antropología e historia social”, op. cit., 72-75.

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dad de sus intereses entre ellos y contra otros hombres cuyos intereses sondiferentes (y corrientemente opuestos) a los suyos.20

Thompson está tomando una clara postura política e ideológica he-redada de otros marxistas británicos; tanto Rodney Hilton, CristopherHill o Hobsbawm, inspirados en ciertos escritos de Marx, entendían quela clase emerge como una noción dinámica, a través de un proceso his-tórico. Como bien dice William Roseberry, El dieciocho brumario de LuisBonaparte es parte de tres obras (junto con Lucha de clases en Francia, LaGuerra Civil en Francia) que “Ellas, más que los ensayos metodológicosgenerales o incluso El Capital, constituyen los más importantes textospara valorar al filósofo que esperaba tanto comprender como cambiar elmundo que encontraba [...]”.21 Para Roseberry son claras las dos postu-ras de Marx con respecto al análisis de clase, una que desconectaba losintereses materiales, de los falsos, imaginados, y la otra, que como basecentral del análisis se centraba en la formación cultural. Entre las mu-chas líneas desprendidas del pensamiento de Karl Marx, se desprendendos grandes hilos conductores, el primero, comprendido como un cien-cia de la sociedad, con historicidad, legitimando una teleología evolu-cionista; y la segunda, como herramienta para indagar en las estruc-turas, en los sistemas sociales en relación a las formas de poder queresisten los trabajadores en momentos determinados, bajo la lupa deanálisis empíricos, la observación sistemática de los hombres “reales”.Esta última creó un eco considerable en una tradición intelectual de lacual abreva Thompson. Roseberry es claro al decir:

Los campesinos franceses, desde su punto de vista [de Marx], constituíanuna “inmensa masa” de hogares similarmente estructurados, pero separa-dos socialmente. Sólo podían ser consideradas como un grupo “por la sim-ple suma de magnitudes isomorfas, igual que papas en un saco forman unsaco de papas”. Además, al analizarlos políticamente, consideró dos cues-

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tiones: en qué medida ellos compartían intereses materiales comunes, y enqué medida sus intereses comunes incitaban la formación de una organiza-ción política o de “sentimientos de comunidad” compartidos. Al encontrarintereses comunes, pero no posibilidades de comunidad, concluyó que loscampesinos eran “incapaces de afirmar sus intereses de clase en nombrepropio”, y de que “no pueden representarse a sí mismos; tienen que serrepresentados”.22

La versión opuesta, defendida a través de Althusser por ejemplo,defendía las relaciones colectivas, de comunidad, colocando énfasis enla constitución de los individuos como sujetos, en sus formas de identi-dad y los intereses materiales desprendidos de ello, que implicaban des-de luego, diversas maneras de distinguirlas. Thompson, les reprochaba:

En una forma alternativa (mucho más sofisticada) –por ejemplo enAlthusser– todavía encontramos una categoría profundamente estática; unacategoría que sólo halla su definición dentro de una totalidad estructuralaltamente teorizada, que desestima el verdadero proceso experimentalhistórico de la formación de las clases. A pesar de la sofisticación de estateoría, los resultados son muy similares a la versión vulgar económica.23

Su insistente llamado, invitación, de rescatar a Karl Marx comofuente de inspiración y no de ortodoxia, de romper así categóricamentecon el determinismo económico y con su respectiva derivación de“base” y superestructura” encuentra resonancia a través de sus libros yartículos, que claramente son provocadores, están dirigidos a contestaro incitar debates. Con perseverancia argumenta la historicidad de la“conciencia”, no puede otorgarse la libertad de pensar a la teoría, losmodelos, como determinantes de la “realidad” a través de la invenciónde conceptos universales sin encontrar un diálogo con los restos dejadospor los hombres del pasado, con las evidencias. En cierta medida, la dis-

20 Edward Palmer Thompson, La formación histórica de la clase obrera en Inglaterra(1780-1832), Angel Abad (trad.), España, 3 tomos, editorial Laia, 1977, 7 y 8.

21 William Roseberry, “Marx and Anthropology” en Annual Review of Anthropology,vol. 26, California, 1997, 39.

22 Ibidem, 41.23 Edward Palmer Thompson, “La sociedad inglesa del siglo XVIII: ¿Lucha de clases

sin clases?” en Tradición, revuelta y conciencia de clase. Estudios sobre la crisis de la sociedadpreindustrial, Barcelona, Crítica, 1984, 36, cursiva en el original.

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dad de sus intereses entre ellos y contra otros hombres cuyos intereses sondiferentes (y corrientemente opuestos) a los suyos.20

Thompson está tomando una clara postura política e ideológica he-redada de otros marxistas británicos; tanto Rodney Hilton, CristopherHill o Hobsbawm, inspirados en ciertos escritos de Marx, entendían quela clase emerge como una noción dinámica, a través de un proceso his-tórico. Como bien dice William Roseberry, El dieciocho brumario de LuisBonaparte es parte de tres obras (junto con Lucha de clases en Francia, LaGuerra Civil en Francia) que “Ellas, más que los ensayos metodológicosgenerales o incluso El Capital, constituyen los más importantes textospara valorar al filósofo que esperaba tanto comprender como cambiar elmundo que encontraba [...]”.21 Para Roseberry son claras las dos postu-ras de Marx con respecto al análisis de clase, una que desconectaba losintereses materiales, de los falsos, imaginados, y la otra, que como basecentral del análisis se centraba en la formación cultural. Entre las mu-chas líneas desprendidas del pensamiento de Karl Marx, se desprendendos grandes hilos conductores, el primero, comprendido como un cien-cia de la sociedad, con historicidad, legitimando una teleología evolu-cionista; y la segunda, como herramienta para indagar en las estruc-turas, en los sistemas sociales en relación a las formas de poder queresisten los trabajadores en momentos determinados, bajo la lupa deanálisis empíricos, la observación sistemática de los hombres “reales”.Esta última creó un eco considerable en una tradición intelectual de lacual abreva Thompson. Roseberry es claro al decir:

Los campesinos franceses, desde su punto de vista [de Marx], constituíanuna “inmensa masa” de hogares similarmente estructurados, pero separa-dos socialmente. Sólo podían ser consideradas como un grupo “por la sim-ple suma de magnitudes isomorfas, igual que papas en un saco forman unsaco de papas”. Además, al analizarlos políticamente, consideró dos cues-

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tiones: en qué medida ellos compartían intereses materiales comunes, y enqué medida sus intereses comunes incitaban la formación de una organiza-ción política o de “sentimientos de comunidad” compartidos. Al encontrarintereses comunes, pero no posibilidades de comunidad, concluyó que loscampesinos eran “incapaces de afirmar sus intereses de clase en nombrepropio”, y de que “no pueden representarse a sí mismos; tienen que serrepresentados”.22

La versión opuesta, defendida a través de Althusser por ejemplo,defendía las relaciones colectivas, de comunidad, colocando énfasis enla constitución de los individuos como sujetos, en sus formas de identi-dad y los intereses materiales desprendidos de ello, que implicaban des-de luego, diversas maneras de distinguirlas. Thompson, les reprochaba:

En una forma alternativa (mucho más sofisticada) –por ejemplo enAlthusser– todavía encontramos una categoría profundamente estática; unacategoría que sólo halla su definición dentro de una totalidad estructuralaltamente teorizada, que desestima el verdadero proceso experimentalhistórico de la formación de las clases. A pesar de la sofisticación de estateoría, los resultados son muy similares a la versión vulgar económica.23

Su insistente llamado, invitación, de rescatar a Karl Marx comofuente de inspiración y no de ortodoxia, de romper así categóricamentecon el determinismo económico y con su respectiva derivación de“base” y superestructura” encuentra resonancia a través de sus libros yartículos, que claramente son provocadores, están dirigidos a contestaro incitar debates. Con perseverancia argumenta la historicidad de la“conciencia”, no puede otorgarse la libertad de pensar a la teoría, losmodelos, como determinantes de la “realidad” a través de la invenciónde conceptos universales sin encontrar un diálogo con los restos dejadospor los hombres del pasado, con las evidencias. En cierta medida, la dis-

20 Edward Palmer Thompson, La formación histórica de la clase obrera en Inglaterra(1780-1832), Angel Abad (trad.), España, 3 tomos, editorial Laia, 1977, 7 y 8.

21 William Roseberry, “Marx and Anthropology” en Annual Review of Anthropology,vol. 26, California, 1997, 39.

22 Ibidem, 41.23 Edward Palmer Thompson, “La sociedad inglesa del siglo XVIII: ¿Lucha de clases

sin clases?” en Tradición, revuelta y conciencia de clase. Estudios sobre la crisis de la sociedadpreindustrial, Barcelona, Crítica, 1984, 36, cursiva en el original.

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cusión de Thompson tiene una connotación antidogmática, empirista,en conexión directa con los hombres.

La clase, en la tradición marxista, es (o debería ser) una categoría histórica,que describe a las personas relacionándose unas con otras en el transcursodel tiempo, el modo en que adquieren consciencia de sus relaciones, se se-paran, se unen, entran en conflicto, forman instituciones y transmiten va-lores en términos de clase. Por lo tanto, la clase es una formación “econó-mica” y es también una formación “cultural”: es imposible dar prioridadteórica a un aspecto sobre el otro.24

Las críticas aparecieron como relámpagos. Perry Anderson en sulectura de The Making of the English Working Class se detuvo en las pri-meras páginas, en la definición de clase, la califica como eje, como ele-mento inherente a un “criterio de conciencia”, donde se depende de una“expresión colectiva (sentimiento/articulación) [¿se refiere a la identi-dad? Se le podría preguntar] de intereses comunes en oposición a los deuna (o varias) clases antagónicas”; esta apreciación –dice Anderson– nopuede conciliarse (al contrario de como sostiene Thompson, sobre unacoherencia con los propios actores) con datos empíricos, las evidenciasno dan para tanto, no muestran tal proporción; incluso muchos de losagentes no identificaron, ni siquiera actuaron contra los grupos antagó-nicos en los cuáles Thompson pone tanto énfasis, el argumento es portanto “subjetivista” y pierde las coordenadas de realidad; esta defini-ción de clase –insiste– es demasiado abusiva, con un espíritu inherentede universalidad que acapara y determina sin razón a las otras clasesbajo una experiencia particular, sólo justa para Inglaterra. Y aclara quela presencia de una conciencia, no implica necesariamente la existenciade la clase,

Ya se ponga el acento en el comportamiento o en la conciencia –luchar o va-lorar–, dichas definiciones de clase son fatalmente circulares. Mejor decir,con Marx, que las clases sociales pueden llegar a ser concientes de sí mis-

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mas, pueden no actuar o comportarse en común, y aún así, continúan sien-do clases, material o históricamente.25

Pierde de vista las estructuras, también dice Anderson. Sewell insis-tirá que es una definición demasiado “experiencialista”26 y pone el cen-tro de su crítica –muy inteligentemente, hay que reconocerlo– en la ca-tegoría de mayor peso (como ya se habrá notado) en la obra deThompson: la experiencia. Para Rosaldo (a pesar de sus desacuerdos conéste concepto y el de cultura)27 las estructuras están implícitas en la expe-riencia, en la serie de conductas y comportamientos, a través de la ac-ción humana, en la agencia.

La crítica de Sewell se introduce en el lugar más íntimo, en la coor-denada central que rompe como un cristal con la idea de una estructuraapriorística, de una “base” y una “superestructura”: la experiencia. Sinembargo, los alcances del pensamiento Thompsoniano van más allá deun juego de conceptos, más allá de lo que por momentos muestra Se-well: la experiencia es entendida además –insisto– como el eje articula-

24 Edward Palmer Thompson, “Folclor, antropología e historia social”, op. cit., 78.

25 Perry Anderson, Teoría, política e historia. Un debate con E. P. Thompson, EduardoTerrén (trad.), España, Siglo XXI editores, Teoría 1985, 47. Su crítica al concepto de claseabarca de la página 43 a la 47.

26 William H. Sewell, Jr., “Cómo se forman las clases: reflexiones críticas en torno a lateoría de E. P. Thompson sobre la formación de la clase obrera” en Historia social, op. cit.,85 y 86. “Si bien la riqueza narrativa con que retrata la experiencia de la clase obreraconstituye el gran triunfo de la obra que nos ocupa, la pesada carga explicativa que con-fiere a dicho concepto es, en mi opinión, su defecto cardinal. El significado del término‘experiencia’es en sí mismo tan amorfo que resulta difícil asignarle un papel delimitadoen la teoría de la formación de la clase. Y Thompson todavía lo complica más al utilizar-lo de una manera inconsistente y confusa”.

27 Renato Rosaldo, “Celebrating Thompson’s Heroes: Social Analysis in History andAntropology”, en Harvey J. Kaye y Keith McClelland (ed.), E. P. Thompson: Critical Pers-pective, History, Sociology, Political Science, Philadelphia, Temple University Press, 1990,114. Y prosigue: “Indeed, Thompson persuades me when he asserts that social classshould be regarded as an on-going process that cannot even be discussed in the slice intime to wich most structuralist restrict their analyses” [De hecho, Thompson me persua-de cuando afirma que esa clase social debe considerarse como un proceso continuo queincluso no se puede vaciar en rodajas de tiempo en las cuales la mayoría de los estructu-ralistas restringen sus análisis].

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cusión de Thompson tiene una connotación antidogmática, empirista,en conexión directa con los hombres.

La clase, en la tradición marxista, es (o debería ser) una categoría histórica,que describe a las personas relacionándose unas con otras en el transcursodel tiempo, el modo en que adquieren consciencia de sus relaciones, se se-paran, se unen, entran en conflicto, forman instituciones y transmiten va-lores en términos de clase. Por lo tanto, la clase es una formación “econó-mica” y es también una formación “cultural”: es imposible dar prioridadteórica a un aspecto sobre el otro.24

Las críticas aparecieron como relámpagos. Perry Anderson en sulectura de The Making of the English Working Class se detuvo en las pri-meras páginas, en la definición de clase, la califica como eje, como ele-mento inherente a un “criterio de conciencia”, donde se depende de una“expresión colectiva (sentimiento/articulación) [¿se refiere a la identi-dad? Se le podría preguntar] de intereses comunes en oposición a los deuna (o varias) clases antagónicas”; esta apreciación –dice Anderson– nopuede conciliarse (al contrario de como sostiene Thompson, sobre unacoherencia con los propios actores) con datos empíricos, las evidenciasno dan para tanto, no muestran tal proporción; incluso muchos de losagentes no identificaron, ni siquiera actuaron contra los grupos antagó-nicos en los cuáles Thompson pone tanto énfasis, el argumento es portanto “subjetivista” y pierde las coordenadas de realidad; esta defini-ción de clase –insiste– es demasiado abusiva, con un espíritu inherentede universalidad que acapara y determina sin razón a las otras clasesbajo una experiencia particular, sólo justa para Inglaterra. Y aclara quela presencia de una conciencia, no implica necesariamente la existenciade la clase,

Ya se ponga el acento en el comportamiento o en la conciencia –luchar o va-lorar–, dichas definiciones de clase son fatalmente circulares. Mejor decir,con Marx, que las clases sociales pueden llegar a ser concientes de sí mis-

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mas, pueden no actuar o comportarse en común, y aún así, continúan sien-do clases, material o históricamente.25

Pierde de vista las estructuras, también dice Anderson. Sewell insis-tirá que es una definición demasiado “experiencialista”26 y pone el cen-tro de su crítica –muy inteligentemente, hay que reconocerlo– en la ca-tegoría de mayor peso (como ya se habrá notado) en la obra deThompson: la experiencia. Para Rosaldo (a pesar de sus desacuerdos conéste concepto y el de cultura)27 las estructuras están implícitas en la expe-riencia, en la serie de conductas y comportamientos, a través de la ac-ción humana, en la agencia.

La crítica de Sewell se introduce en el lugar más íntimo, en la coor-denada central que rompe como un cristal con la idea de una estructuraapriorística, de una “base” y una “superestructura”: la experiencia. Sinembargo, los alcances del pensamiento Thompsoniano van más allá deun juego de conceptos, más allá de lo que por momentos muestra Se-well: la experiencia es entendida además –insisto– como el eje articula-

24 Edward Palmer Thompson, “Folclor, antropología e historia social”, op. cit., 78.

25 Perry Anderson, Teoría, política e historia. Un debate con E. P. Thompson, EduardoTerrén (trad.), España, Siglo XXI editores, Teoría 1985, 47. Su crítica al concepto de claseabarca de la página 43 a la 47.

26 William H. Sewell, Jr., “Cómo se forman las clases: reflexiones críticas en torno a lateoría de E. P. Thompson sobre la formación de la clase obrera” en Historia social, op. cit.,85 y 86. “Si bien la riqueza narrativa con que retrata la experiencia de la clase obreraconstituye el gran triunfo de la obra que nos ocupa, la pesada carga explicativa que con-fiere a dicho concepto es, en mi opinión, su defecto cardinal. El significado del término‘experiencia’es en sí mismo tan amorfo que resulta difícil asignarle un papel delimitadoen la teoría de la formación de la clase. Y Thompson todavía lo complica más al utilizar-lo de una manera inconsistente y confusa”.

27 Renato Rosaldo, “Celebrating Thompson’s Heroes: Social Analysis in History andAntropology”, en Harvey J. Kaye y Keith McClelland (ed.), E. P. Thompson: Critical Pers-pective, History, Sociology, Political Science, Philadelphia, Temple University Press, 1990,114. Y prosigue: “Indeed, Thompson persuades me when he asserts that social classshould be regarded as an on-going process that cannot even be discussed in the slice intime to wich most structuralist restrict their analyses” [De hecho, Thompson me persua-de cuando afirma que esa clase social debe considerarse como un proceso continuo queincluso no se puede vaciar en rodajas de tiempo en las cuales la mayoría de los estructu-ralistas restringen sus análisis].

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dor de la conciencia de clase, es lo que mueve y forma a éstas. Bajo estedesliz, esta interpretación ponía en crisis la versión universal y atempo-ral de la lucha de clases tal y como sostenían los marxistas clásicos.28 Secritica así, se censura la ecuación:

Este esquema ideal del marxismo estructuralista –argumenta Thom-pson– entra en contradicción directa con sí mismo, con una tendenciadialéctica tan defendida por el propio Marx; es decir, éstos creen “quelas clases existen, independientemente de relaciones y luchas históricas,y que luchan porque existen, en lugar de surgir su existencia de la lu-cha”.29 Esto es una brecha fundamental, central, con el marxismo clási-co, que abundaba en los círculos académicos de entonces. No contentocon esto, volverá una vez más a insistir en 1977:

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Por decirlo claramente: las clases no existen como entidades separadas, quemiran a su alrededor, encuentran un enemigo de clase y se disponen a la ba-talla. Al contrario: en mi opinión, la gente se encuentra a sí misma en unasociedad estructurada de una manera determinada (fundamentalmente, enforma de relaciones de producción), soporta la explotación (o trata de man-tener el poder sobre aquellos a los que explota), identifica los lazos de losintereses antagónicos, se pone a lucha entorno a esos lazos: en el curso deese proceso de lucha se descubre a sí misma como clase, llega descubrir suconciencia de clase. Clase y conciencia de clase son siempre el último y noel primer escalón de un proceso histórico real. [...] Una clase no puede exis-tir sin alguna forma de conciencia de sí [criticando el concepto de “falsaconciencia”], si no, no es o aún no es una clase: es decir, aún no es “algo”,no tiene ninguna especie de identidad histórica.30

No puede existir una clase, una conciencia, sin una identidad depertenencia:

[...] los intelectuales sueñan, a menudo, con una clase, que es como una mo-tocicleta con el asiento vacío; ellos se sientan en éste y asumen la direcciónporque están en posesión de la verdadera teoría. Esta es una ilusión caracte-rística, es la “falsa conciencia” de la burguesía intelectual. Ahora bien, cuan-do semejantes conceptos dominan la intelligentsia entera, ¿podemos hablarde “falsa conciencia”? Más bien, al contrario: esos conceptos le resultanmuy cómodos.31

Al ser comprendida la clase como parte de un proceso de formaciónhistórica, puede ser analizada en dos sentidos. Primera: refiriendo a uncuerpo empíricamente observable en las evidencias, a partir de la apari-ción de la sociedad industrial en el siglo XIX; estas categorías así no estánsólo presentes en la cabeza del científico, sino también en la documen-tación, en las expresiones, en los comportamientos, en las conductas. Se-

Existen ciertas relaciones de producción

De éstas, se derivan automáticamente las clases

Surge la lucha de clases

28 Edward Palmer Thompson dirá en “La sociedad inglesa del siglo XVIII: ¿Lucha declases sin clases?” en Tradición, revuelta y conciencia de clase. Estudios sobre la crisis de lasociedad preindustrial, op. cit., 37: “En mi opinión, se ha prestado una atención teórica exce-siva (gran parte de la misma claramente ahistórica) a ‘clase’ y demasiado poca a ‘luchade clases’. En realidad, lucha de clases es un concepto previo así como mucho más uni-versal. Esto ya había sido esbozado en “Algunas observaciones sobre clase y ‘falsa con-ciencia’”, a lo cual vamos más adelante.

29 Ibidem, 38. La cursiva es del propio Thompson.

30 Edward Palmer Thompson, “Algunas observaciones sobre clase y ‘falsa concien-cia’”, en Historia social, Valencia, Instituto de Historia Social U.N.E.D., núm. 10, primavera-verano de 1991, 29 y 31. Publicado originalmente en Quaderni Storici, núm. 36, 1977.

31 Ibidem, 32

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dor de la conciencia de clase, es lo que mueve y forma a éstas. Bajo estedesliz, esta interpretación ponía en crisis la versión universal y atempo-ral de la lucha de clases tal y como sostenían los marxistas clásicos.28 Secritica así, se censura la ecuación:

Este esquema ideal del marxismo estructuralista –argumenta Thom-pson– entra en contradicción directa con sí mismo, con una tendenciadialéctica tan defendida por el propio Marx; es decir, éstos creen “quelas clases existen, independientemente de relaciones y luchas históricas,y que luchan porque existen, en lugar de surgir su existencia de la lu-cha”.29 Esto es una brecha fundamental, central, con el marxismo clási-co, que abundaba en los círculos académicos de entonces. No contentocon esto, volverá una vez más a insistir en 1977:

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Por decirlo claramente: las clases no existen como entidades separadas, quemiran a su alrededor, encuentran un enemigo de clase y se disponen a la ba-talla. Al contrario: en mi opinión, la gente se encuentra a sí misma en unasociedad estructurada de una manera determinada (fundamentalmente, enforma de relaciones de producción), soporta la explotación (o trata de man-tener el poder sobre aquellos a los que explota), identifica los lazos de losintereses antagónicos, se pone a lucha entorno a esos lazos: en el curso deese proceso de lucha se descubre a sí misma como clase, llega descubrir suconciencia de clase. Clase y conciencia de clase son siempre el último y noel primer escalón de un proceso histórico real. [...] Una clase no puede exis-tir sin alguna forma de conciencia de sí [criticando el concepto de “falsaconciencia”], si no, no es o aún no es una clase: es decir, aún no es “algo”,no tiene ninguna especie de identidad histórica.30

No puede existir una clase, una conciencia, sin una identidad depertenencia:

[...] los intelectuales sueñan, a menudo, con una clase, que es como una mo-tocicleta con el asiento vacío; ellos se sientan en éste y asumen la direcciónporque están en posesión de la verdadera teoría. Esta es una ilusión caracte-rística, es la “falsa conciencia” de la burguesía intelectual. Ahora bien, cuan-do semejantes conceptos dominan la intelligentsia entera, ¿podemos hablarde “falsa conciencia”? Más bien, al contrario: esos conceptos le resultanmuy cómodos.31

Al ser comprendida la clase como parte de un proceso de formaciónhistórica, puede ser analizada en dos sentidos. Primera: refiriendo a uncuerpo empíricamente observable en las evidencias, a partir de la apari-ción de la sociedad industrial en el siglo XIX; estas categorías así no estánsólo presentes en la cabeza del científico, sino también en la documen-tación, en las expresiones, en los comportamientos, en las conductas. Se-

Existen ciertas relaciones de producción

De éstas, se derivan automáticamente las clases

Surge la lucha de clases

28 Edward Palmer Thompson dirá en “La sociedad inglesa del siglo XVIII: ¿Lucha declases sin clases?” en Tradición, revuelta y conciencia de clase. Estudios sobre la crisis de lasociedad preindustrial, op. cit., 37: “En mi opinión, se ha prestado una atención teórica exce-siva (gran parte de la misma claramente ahistórica) a ‘clase’ y demasiado poca a ‘luchade clases’. En realidad, lucha de clases es un concepto previo así como mucho más uni-versal. Esto ya había sido esbozado en “Algunas observaciones sobre clase y ‘falsa con-ciencia’”, a lo cual vamos más adelante.

29 Ibidem, 38. La cursiva es del propio Thompson.

30 Edward Palmer Thompson, “Algunas observaciones sobre clase y ‘falsa concien-cia’”, en Historia social, Valencia, Instituto de Historia Social U.N.E.D., núm. 10, primavera-verano de 1991, 29 y 31. Publicado originalmente en Quaderni Storici, núm. 36, 1977.

31 Ibidem, 32

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gundo: como herramienta, por ejemplo, para análisis “regresivos” deexploración de las sociedades anteriores a la industria, preindustriales,que se pierden en la negrura del tiempo y conforme se alejan, menos co-nexión directa tienen con las clases ya formadas del siglo XIX; antes –des-de luego– estas comunidades se organizan de formas muy distintas, en“órdenes”, “estadios”, “estamentos” con fueros, privilegios, costumbres,tradiciones, formas de negociación distintas a las actuales; son indivi-duos con comportamientos políticos y económicos cualitativamente di-ferentes a las sociedades hijas del capitalismo industrial.32 Estos dosniveles, estos dos sentidos, pueden generar confusión, hay que extremarel paso –parece reclamar Thompson– conforme se profundiza en estostipos de pesquisa. Este último ejercicio precisamente se muestra en unode sus últimos libros, Costumbres en común, principalmente en su artícu-lo “Patricios y plebeyos”, o en aquél de la “La economía ‘moral’ de lamultitud en la Inglaterra del siglo XVIII”. En el primero dice: “Una plebeno es, quizá, una clase trabajadora. La plebe puede carecer de la consis-tencia de una autodefinición, de conciencia; de claridad de objetivos; dela estructuración de la organización de clase. Pero la presencia políticade la plebe o “chusma” o “multitud” es manifiesta [...]”33

Una de las tradiciones y costumbres de la sociedad inglesa prein-dustrial que se traen a la luz, es que lo que él define como economía moralde los pobres. Thompson analizó cómo durante el siglo XVIII, existió unjuego entre un precio “moral” y un precio “económico”34 del pan y el tri-go durante las épocas de escasez, delineado por la costumbre, la memo-ria y la tradición; asimismo, las protestas, las revueltas, los motines, con-llevaban una lógica, una racionalidad inherente determinada porciertos códigos de comportamiento, con objetivos concretos, respetados

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por una asombrosa disciplina. Esa economía moral, alimentada por el pa-ternalismo de las elites, condicionó además las formas de dominación ylos modos en los cuales creó, negoció y aprovechó la gentry, también es-tos medios reguladores de la mayoría de la población. Su artículo fue pu-blicado por primera vez en la revista Past & Present en 1971. Ahí se lee:

Es posible detectar en casi toda acción de masas del siglo XVIII algunanoción legitimadora. Con el concepto de legitimación quiero decir que loshombres y las mujeres que constituían la multitud creían estar defendiendoderechos y costumbres tradicionales; y, en general, que estaban apoyadospor el amplio consenso de la comunidad. […] Es cierto, por supuesto, quelos motines de subsistencia eran provocados por precios que subían verti-ginosamente, por prácticas incorrectas de los comerciantes, o por hambre.Pero estos agravios operaban dentro de un consenso popular en cuanto aqué prácticas eran legítimas y cuáles ilegítimas en la comercialización, en laelaboración del pan, etc. Esto estaba a su vez basado en una visión tradi-cional consecuente de las normas y obligaciones sociales, de las funcioneseconómicas propias de los distintos sectores dentro de la comunidad que,tomadas en conjunto, puede decirse que constituyen la economía moral delos pobres.35

Aunque la aparición del artículo es tardía, se reconoce que fue pen-sado desde 1963, cuando se consultaban las pruebas de The Making of theEnglish Working Class. Tuvo cómplices, Richard Cobb y Gwyn A. Wi-lliams; aunque su terminación fue postergada, la deuda con ellos es re-conocida.36 El argumento central es simple –insisto–, pero importante.Thompson pudo así, explicar y comprender la racionalidad de los “le-vantamientos populares” a través del pacto paternalista que en momen-tos de escasez y crisis obligaba simbólicamente a la gentry a sacrificar,reprimir las posibilidades de ganancia sobre los precios de los alimen-tos consumidos por los menesterosos (en especial el pan, grano, el trigo,la harina, la cebada). El hambre, la pobreza y la escasez aisladas, no ex-

32 Edward Palmer Thompson, “La sociedad inglesa del siglo XVIII: ¿Lucha de clasessin clases?” en Tradición, revuelta y conciencia de clase. Estudios sobre la crisis de la sociedadpreindustrial, op. cit., 36.

33 Edward Palmer Thompson, “Patricios y plebeyos” en Costumbres en común, JordiBeltrán y Eva Rodríguez (trad.), Historia del mundo moderno, España, editorial Crítica,1995, 73.

34 Edward Palmer Thompson, “La economía ‘moral’ de la multitud en el Inglaterradel siglo XVIII” en Ibidem, 279.

35 Ibidem, 216.36 Edward Palmer Thompson, “La economía moral revisada” en Ibidem, 294.

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gundo: como herramienta, por ejemplo, para análisis “regresivos” deexploración de las sociedades anteriores a la industria, preindustriales,que se pierden en la negrura del tiempo y conforme se alejan, menos co-nexión directa tienen con las clases ya formadas del siglo XIX; antes –des-de luego– estas comunidades se organizan de formas muy distintas, en“órdenes”, “estadios”, “estamentos” con fueros, privilegios, costumbres,tradiciones, formas de negociación distintas a las actuales; son indivi-duos con comportamientos políticos y económicos cualitativamente di-ferentes a las sociedades hijas del capitalismo industrial.32 Estos dosniveles, estos dos sentidos, pueden generar confusión, hay que extremarel paso –parece reclamar Thompson– conforme se profundiza en estostipos de pesquisa. Este último ejercicio precisamente se muestra en unode sus últimos libros, Costumbres en común, principalmente en su artícu-lo “Patricios y plebeyos”, o en aquél de la “La economía ‘moral’ de lamultitud en la Inglaterra del siglo XVIII”. En el primero dice: “Una plebeno es, quizá, una clase trabajadora. La plebe puede carecer de la consis-tencia de una autodefinición, de conciencia; de claridad de objetivos; dela estructuración de la organización de clase. Pero la presencia políticade la plebe o “chusma” o “multitud” es manifiesta [...]”33

Una de las tradiciones y costumbres de la sociedad inglesa prein-dustrial que se traen a la luz, es que lo que él define como economía moralde los pobres. Thompson analizó cómo durante el siglo XVIII, existió unjuego entre un precio “moral” y un precio “económico”34 del pan y el tri-go durante las épocas de escasez, delineado por la costumbre, la memo-ria y la tradición; asimismo, las protestas, las revueltas, los motines, con-llevaban una lógica, una racionalidad inherente determinada porciertos códigos de comportamiento, con objetivos concretos, respetados

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por una asombrosa disciplina. Esa economía moral, alimentada por el pa-ternalismo de las elites, condicionó además las formas de dominación ylos modos en los cuales creó, negoció y aprovechó la gentry, también es-tos medios reguladores de la mayoría de la población. Su artículo fue pu-blicado por primera vez en la revista Past & Present en 1971. Ahí se lee:

Es posible detectar en casi toda acción de masas del siglo XVIII algunanoción legitimadora. Con el concepto de legitimación quiero decir que loshombres y las mujeres que constituían la multitud creían estar defendiendoderechos y costumbres tradicionales; y, en general, que estaban apoyadospor el amplio consenso de la comunidad. […] Es cierto, por supuesto, quelos motines de subsistencia eran provocados por precios que subían verti-ginosamente, por prácticas incorrectas de los comerciantes, o por hambre.Pero estos agravios operaban dentro de un consenso popular en cuanto aqué prácticas eran legítimas y cuáles ilegítimas en la comercialización, en laelaboración del pan, etc. Esto estaba a su vez basado en una visión tradi-cional consecuente de las normas y obligaciones sociales, de las funcioneseconómicas propias de los distintos sectores dentro de la comunidad que,tomadas en conjunto, puede decirse que constituyen la economía moral delos pobres.35

Aunque la aparición del artículo es tardía, se reconoce que fue pen-sado desde 1963, cuando se consultaban las pruebas de The Making of theEnglish Working Class. Tuvo cómplices, Richard Cobb y Gwyn A. Wi-lliams; aunque su terminación fue postergada, la deuda con ellos es re-conocida.36 El argumento central es simple –insisto–, pero importante.Thompson pudo así, explicar y comprender la racionalidad de los “le-vantamientos populares” a través del pacto paternalista que en momen-tos de escasez y crisis obligaba simbólicamente a la gentry a sacrificar,reprimir las posibilidades de ganancia sobre los precios de los alimen-tos consumidos por los menesterosos (en especial el pan, grano, el trigo,la harina, la cebada). El hambre, la pobreza y la escasez aisladas, no ex-

32 Edward Palmer Thompson, “La sociedad inglesa del siglo XVIII: ¿Lucha de clasessin clases?” en Tradición, revuelta y conciencia de clase. Estudios sobre la crisis de la sociedadpreindustrial, op. cit., 36.

33 Edward Palmer Thompson, “Patricios y plebeyos” en Costumbres en común, JordiBeltrán y Eva Rodríguez (trad.), Historia del mundo moderno, España, editorial Crítica,1995, 73.

34 Edward Palmer Thompson, “La economía ‘moral’ de la multitud en el Inglaterradel siglo XVIII” en Ibidem, 279.

35 Ibidem, 216.36 Edward Palmer Thompson, “La economía moral revisada” en Ibidem, 294.

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plican la cólera colectiva, popular, liberada según los rituales de la vio-lencia, es así “notable […] la moderación, más que el desorden”37; senecesitaba un sentimiento profundo y consensuado dentro de la comu-nidad, sobre las ruptura del pacto paternal, del “convenio” entre losgrupos de “elite” con los “populares”. No obstante, la aceptación queempieza a verse entre 1795, 1800 y 1801 de una nueva economía políti-ca, asociada principalmente a la obra de Adam Smith, de permitir quelas fuerzas del mercado, sin intervención del Estado, regularan los pre-cios, las condiciones, las cantidades, los sistemas de intercambio, tantoen la abundancia y la escasez, hizo que se renunciara a este viejo pater-nalismo que permitía negociar bajo ciertas normas específicas, entre losde “arriba” y los de “abajo”; sobrellevó además, nuevas formas de orga-nización obreras y populares, que abrigaron el nacimiento de una con-ciencia de clase en respuesta a la acelerada industrialización inglesa delsiglo XIX; sin embargo, el modelo paternalista supervivió en las capassubterráneas hasta llegar “en los primeros molinos harineros cooperati-vos, por algunos socialistas seguidores de Owen, y subsistió duranteaños en algún fondo de las entrañas de la Sociedad Cooperativa Mayo-rista”.38 En cierta medida, el ensayo “La economía ‘moral’ de la multi-tud en la Inglaterra del siglo XVIII”, sirve de antesala para comprenderel momento, el ligamento, donde los músculos de la clase obrera encon-traron identidad al nivel de los propios actores de la historia británica;con un claro afán provocador escribe: “Los paternalistas y los pobrescontinuaron lamentándose del desarrollo de estas prácticas de mercadoque nosotros, en visión retrospectiva, tendemos a aceptar como inevita-bles y ‘naturales’. Pero lo que puede parecer ahora como inevitable noera necesariamente, en el siglo XVIII, materia aprobable”.39

Pero bien, para terminar. La relación entre “ser” y “conciencia”, en-tre “clase” y “experiencia”, entre estos cuatro conceptos centrales, bienpuede abreviarse en su siguiente frase de su ya multicitado artículo“Folclor, antropología e historia social”:

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Pero en resumen, las relaciones entre ‘ser social’ y ‘conciencia social’ quepropongo son éstas: en una sociedad dada, en la que las relaciones socialesse establecen en términos de clase, hay una organización cognitiva de lavida que se corresponde con el modo de producción y las formaciones declase evolucionadas históricamente. Éste es el ‘sentido común’ del poder, elque satura la vida cotidiana, que se expresa, más o menos conscientemente,en la aplastante hegemonía de la clase dominante y en sus formas de domi-nación ideológica.40

El diálogo entre el “ser” y la “conciencia social” se median –a pro-puesta de Thompson– través de tres niveles:41

1) Congruencia: las “reglas ‘necesarias’”, los valores, los principios con los cuales los individuos median sus relaciones productivas inmediatas, concretas.

2) Contradicción: se puede entender de dos maneras, la primera, como el conflicto, entre el modo de vida, entre el sistema de normas ocupacio-nales al “interior” de la comunidad y las del “exterior”; la segunda, también como una puesta de “sentido común” ante el poder, a través de las relaciones de producción que se regulan por el ejercicio de la dominación.

3) Cambio involuntario: se refiere a los cambios tecnológicos, demográficos, a las revoluciones en la “vida material” (rescatando el concepto de Brau-del) cuyos efectos, torturan y modifican las relaciones de producción.

Como puede verse, esta sencilla recopilación de los debates centra-les alrededor de la obra de Edward Palmer Thompson, muestran cómoa través de su itinerario vivido, la lectura cuidadosa de los antropólogosy el debate conceptual, enriquecieron una postura que quizá es hoy enuna de las más vigentes, más interesantes, que ha contagiado a los círcu-los de científicos sociales en el mundo entero. Cabe cerrar con un párra-fo del mismo Thompson, que es representativo de lo anterior.

37 Edward Palmer Thompson, “La economía ‘moral’ de la multitud en el Inglaterradel siglo XVIII”, op. cit., 260.

38 Ibidem, p. 292 y 293.39 Ibidem, p. 226.

40 Edward Palmer Thompson, “Folclor, antropología e historia social”, op. cit., 78.41 Este esquema está contenido en Ibidem, 79.

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plican la cólera colectiva, popular, liberada según los rituales de la vio-lencia, es así “notable […] la moderación, más que el desorden”37; senecesitaba un sentimiento profundo y consensuado dentro de la comu-nidad, sobre las ruptura del pacto paternal, del “convenio” entre losgrupos de “elite” con los “populares”. No obstante, la aceptación queempieza a verse entre 1795, 1800 y 1801 de una nueva economía políti-ca, asociada principalmente a la obra de Adam Smith, de permitir quelas fuerzas del mercado, sin intervención del Estado, regularan los pre-cios, las condiciones, las cantidades, los sistemas de intercambio, tantoen la abundancia y la escasez, hizo que se renunciara a este viejo pater-nalismo que permitía negociar bajo ciertas normas específicas, entre losde “arriba” y los de “abajo”; sobrellevó además, nuevas formas de orga-nización obreras y populares, que abrigaron el nacimiento de una con-ciencia de clase en respuesta a la acelerada industrialización inglesa delsiglo XIX; sin embargo, el modelo paternalista supervivió en las capassubterráneas hasta llegar “en los primeros molinos harineros cooperati-vos, por algunos socialistas seguidores de Owen, y subsistió duranteaños en algún fondo de las entrañas de la Sociedad Cooperativa Mayo-rista”.38 En cierta medida, el ensayo “La economía ‘moral’ de la multi-tud en la Inglaterra del siglo XVIII”, sirve de antesala para comprenderel momento, el ligamento, donde los músculos de la clase obrera encon-traron identidad al nivel de los propios actores de la historia británica;con un claro afán provocador escribe: “Los paternalistas y los pobrescontinuaron lamentándose del desarrollo de estas prácticas de mercadoque nosotros, en visión retrospectiva, tendemos a aceptar como inevita-bles y ‘naturales’. Pero lo que puede parecer ahora como inevitable noera necesariamente, en el siglo XVIII, materia aprobable”.39

Pero bien, para terminar. La relación entre “ser” y “conciencia”, en-tre “clase” y “experiencia”, entre estos cuatro conceptos centrales, bienpuede abreviarse en su siguiente frase de su ya multicitado artículo“Folclor, antropología e historia social”:

ANTROPOLOG ÍA E H I S TOR I A ¿UN D IÁ LOGO NECESAR IO?

3 0 7

Pero en resumen, las relaciones entre ‘ser social’ y ‘conciencia social’ quepropongo son éstas: en una sociedad dada, en la que las relaciones socialesse establecen en términos de clase, hay una organización cognitiva de lavida que se corresponde con el modo de producción y las formaciones declase evolucionadas históricamente. Éste es el ‘sentido común’ del poder, elque satura la vida cotidiana, que se expresa, más o menos conscientemente,en la aplastante hegemonía de la clase dominante y en sus formas de domi-nación ideológica.40

El diálogo entre el “ser” y la “conciencia social” se median –a pro-puesta de Thompson– través de tres niveles:41

1) Congruencia: las “reglas ‘necesarias’”, los valores, los principios con los cuales los individuos median sus relaciones productivas inmediatas, concretas.

2) Contradicción: se puede entender de dos maneras, la primera, como el conflicto, entre el modo de vida, entre el sistema de normas ocupacio-nales al “interior” de la comunidad y las del “exterior”; la segunda, también como una puesta de “sentido común” ante el poder, a través de las relaciones de producción que se regulan por el ejercicio de la dominación.

3) Cambio involuntario: se refiere a los cambios tecnológicos, demográficos, a las revoluciones en la “vida material” (rescatando el concepto de Brau-del) cuyos efectos, torturan y modifican las relaciones de producción.

Como puede verse, esta sencilla recopilación de los debates centra-les alrededor de la obra de Edward Palmer Thompson, muestran cómoa través de su itinerario vivido, la lectura cuidadosa de los antropólogosy el debate conceptual, enriquecieron una postura que quizá es hoy enuna de las más vigentes, más interesantes, que ha contagiado a los círcu-los de científicos sociales en el mundo entero. Cabe cerrar con un párra-fo del mismo Thompson, que es representativo de lo anterior.

37 Edward Palmer Thompson, “La economía ‘moral’ de la multitud en el Inglaterradel siglo XVIII”, op. cit., 260.

38 Ibidem, p. 292 y 293.39 Ibidem, p. 226.

40 Edward Palmer Thompson, “Folclor, antropología e historia social”, op. cit., 78.41 Este esquema está contenido en Ibidem, 79.

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plican la cólera colectiva, popular, liberada según los rituales de la vio-lencia, es así “notable […] la moderación, más que el desorden”37; senecesitaba un sentimiento profundo y consensuado dentro de la comu-nidad, sobre las ruptura del pacto paternal, del “convenio” entre losgrupos de “elite” con los “populares”. No obstante, la aceptación queempieza a verse entre 1795, 1800 y 1801 de una nueva economía políti-ca, asociada principalmente a la obra de Adam Smith, de permitir quelas fuerzas del mercado, sin intervención del Estado, regularan los pre-cios, las condiciones, las cantidades, los sistemas de intercambio, tantoen la abundancia y la escasez, hizo que se renunciara a este viejo pater-nalismo que permitía negociar bajo ciertas normas específicas, entre losde “arriba” y los de “abajo”; sobrellevó además, nuevas formas de orga-nización obreras y populares, que abrigaron el nacimiento de una con-ciencia de clase en respuesta a la acelerada industrialización inglesa delsiglo XIX; sin embargo, el modelo paternalista supervivió en las capassubterráneas hasta llegar “en los primeros molinos harineros cooperati-vos, por algunos socialistas seguidores de Owen, y subsistió duranteaños en algún fondo de las entrañas de la Sociedad Cooperativa Mayo-rista”.38 En cierta medida, el ensayo “La economía ‘moral’ de la multi-tud en la Inglaterra del siglo XVIII”, sirve de antesala para comprenderel momento, el ligamento, donde los músculos de la clase obrera encon-traron identidad al nivel de los propios actores de la historia británica;con un claro afán provocador escribe: “Los paternalistas y los pobrescontinuaron lamentándose del desarrollo de estas prácticas de mercadoque nosotros, en visión retrospectiva, tendemos a aceptar como inevita-bles y ‘naturales’. Pero lo que puede parecer ahora como inevitable noera necesariamente, en el siglo XVIII, materia aprobable”.39

Pero bien, para terminar. La relación entre “ser” y “conciencia”, en-tre “clase” y “experiencia”, entre estos cuatro conceptos centrales, bienpuede abreviarse en su siguiente frase de su ya multicitado artículo“Folclor, antropología e historia social”:

ANTROPOLOG ÍA E H I S TOR I A ¿UN D IÁ LOGO NECESAR IO?

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Pero en resumen, las relaciones entre ‘ser social’ y ‘conciencia social’ quepropongo son éstas: en una sociedad dada, en la que las relaciones socialesse establecen en términos de clase, hay una organización cognitiva de lavida que se corresponde con el modo de producción y las formaciones declase evolucionadas históricamente. Éste es el ‘sentido común’ del poder, elque satura la vida cotidiana, que se expresa, más o menos conscientemente,en la aplastante hegemonía de la clase dominante y en sus formas de domi-nación ideológica.40

El diálogo entre el “ser” y la “conciencia social” se median –a pro-puesta de Thompson– través de tres niveles:41

1) Congruencia: las “reglas ‘necesarias’”, los valores, los principios con los cuales los individuos median sus relaciones productivas inmediatas, concretas.

2) Contradicción: se puede entender de dos maneras, la primera, como el conflicto, entre el modo de vida, entre el sistema de normas ocupacio-nales al “interior” de la comunidad y las del “exterior”; la segunda, también como una puesta de “sentido común” ante el poder, a través de las relaciones de producción que se regulan por el ejercicio de la dominación.

3) Cambio involuntario: se refiere a los cambios tecnológicos, demográficos, a las revoluciones en la “vida material” (rescatando el concepto de Brau-del) cuyos efectos, torturan y modifican las relaciones de producción.

Como puede verse, esta sencilla recopilación de los debates centra-les alrededor de la obra de Edward Palmer Thompson, muestran cómoa través de su itinerario vivido, la lectura cuidadosa de los antropólogosy el debate conceptual, enriquecieron una postura que quizá es hoy enuna de las más vigentes, más interesantes, que ha contagiado a los círcu-los de científicos sociales en el mundo entero. Cabe cerrar con un párra-fo del mismo Thompson, que es representativo de lo anterior.

37 Edward Palmer Thompson, “La economía ‘moral’ de la multitud en el Inglaterradel siglo XVIII”, op. cit., 260.

38 Ibidem, p. 292 y 293.39 Ibidem, p. 226.

40 Edward Palmer Thompson, “Folclor, antropología e historia social”, op. cit., 78.41 Este esquema está contenido en Ibidem, 79.

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En mi propio trabajo he descubierto que no puedo manejar ni las con-gruencias ni las contradicciones del proceso histórico profundo sin prestaratención a los problemas que los antropólogos ponen en evidencia. Soymuy conciente de que otros historiadores han llegado hace tiempo a la mis-ma conclusión, y que no han encontrado necesario justificar la ampliaciónde las fuentes y métodos de la historia con una disquisición teórica de estetipo.42

A MANERA DE CIERRE

Se pueden hacer algunas anotaciones finales sobre la obra de E. P. Thom-pson, con la pretensión de ligarlo también con algunos conceptos y cate-gorías que se han convertido en el centro de los intereses de algunoscientíficos sociales hoy en boga. Hay que aclarar, desde luego, que sibien hay objetivos y usos conceptuales con científicos de otras latitudes,éstos parten de realidades empíricas distintas, son construidos a travésde un itinerario similar, pero no igualmente compartido. Son fruto dedebates y contextos diferentes.

Uno de estos conceptos compartidos es, precisamente, la experiencia,lo vivido, y la conexión entre las acciones inmediatas desprendidas delos propios actores y la identidad que provoca en éstos; esta naturalezade cercanía, está condicionada en el caso de Thompson, pero también deNatalie Zemon Davis o Carlo Ginzburg –me parece– por las lecturas an-tropológicas, su preocupación de lo cultural y la recreación imaginaria.Hay que recordar la afición de Thompson por la poesía y sus primerosestudios universitarios sobre literatura; tampoco hay que olvidar la afi-ción de Natalie Zemon Davis y Chandler Davis por la “ciencia ficción”;tampoco, por ejemplo valdría la pena desconocer, en el caso de CarloGinzburg (otro exponente ilustre de la nueva historiografía), la aficiónde su madre, Natalie, novelista de primera nota, y el apego de Ginzburgdesde sus primeros años por la literatura.

Esta generación, desde luego, respondió con fuerza al excesivocuantitavismo visto en los historiadores de los años precedentes; Davis

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y Thompson harán fuertes críticas a esta tendencia homogeneizadorade los actos humanos y a su insistente renuncia a lo “vivido”, tambiénlo hará Ginzburg;43 Davis por ejemplo pondrá énfasis en “los medios detransmisión y recepción, las formas de percepción, la estructura de losrelatos, los rituales u otras actividades simbólicas y la producción delos mismos”.44 En cambio Thompson, en su aspiración de explicar la for-mación de la clase obrera, dará el papel protagónico a la experiencia comoel detonador de la conciencia. Lo curioso es que estos enlaces –y sólo eso,enlaces, me atrevo a decir– atraviesan a otros historiadores también in-teresados en explorar las entrañas del mundo popular, en el caso delmismo Carlo Ginzburg y Carlo Poni, es quizá donde queda más que ex-plícito el impacto de la antropología y otras esferas disciplinarias quedieron ánimo en ellos por este reciente interés sobre lo “subterráneo”y lo vivido. En el artículo “El nombre y el cómo: intercambio desigual ymercado historiográfico” dicen: “Por eso proponemos que se defina lamicrohistoria, y la historia en general, como ciencia de lo vivido: una de-finición que intenta comprender las razones de los partidarios de losenemigos de la integración de la historia en las ciencias sociales (por esomolestará a ambos)”.45

Los experimentos de esta generación, llevarán consigo una serie depreguntas, de problemas. Las respuestas, los cauces, dependieron de lamayor incorporación, sin duda, de la experiencia antropológica; de ahíel interés por una mayor contextualización sincrónica que llevó porotras veredas, cauces inexplorados, a estos historiadores: desde el ejerci-cio microanalítico de los italianos, pasando por la etnografía virtual deZemon Davis en Martin Guerre, hasta el análisis de la “economía moral”.No es inocente, que uno de los méritos de Thompson, rescatado porEdoardo Grendi, sea esta particularidad de atención en lo sincrónico. El

42 Ibidem, 80.

43 Veáse las primeras páginas de Carlo Ginzburg, “Microhistoria: dos o tres cosas quesé de ella”, Manuscrits, Barcelona, Universidad Autónoma de Barcelona, núm. 12, enero1994, 13-42.

44 Natalie Zemon Davis, “Las formas de la historia social” en Historia social, Institutode Historia Social U.N.E.D., núm. 10, op. cit., p. 177.

45 Carlo Ginzburg y Carlo Poni, “El nombre y el cómo: intercambio desigual y merca-do historiográfico” en Ibidem, 69. Las cursivas son de Ginzburg y Poni.

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En mi propio trabajo he descubierto que no puedo manejar ni las con-gruencias ni las contradicciones del proceso histórico profundo sin prestaratención a los problemas que los antropólogos ponen en evidencia. Soymuy conciente de que otros historiadores han llegado hace tiempo a la mis-ma conclusión, y que no han encontrado necesario justificar la ampliaciónde las fuentes y métodos de la historia con una disquisición teórica de estetipo.42

A MANERA DE CIERRE

Se pueden hacer algunas anotaciones finales sobre la obra de E. P. Thom-pson, con la pretensión de ligarlo también con algunos conceptos y cate-gorías que se han convertido en el centro de los intereses de algunoscientíficos sociales hoy en boga. Hay que aclarar, desde luego, que sibien hay objetivos y usos conceptuales con científicos de otras latitudes,éstos parten de realidades empíricas distintas, son construidos a travésde un itinerario similar, pero no igualmente compartido. Son fruto dedebates y contextos diferentes.

Uno de estos conceptos compartidos es, precisamente, la experiencia,lo vivido, y la conexión entre las acciones inmediatas desprendidas delos propios actores y la identidad que provoca en éstos; esta naturalezade cercanía, está condicionada en el caso de Thompson, pero también deNatalie Zemon Davis o Carlo Ginzburg –me parece– por las lecturas an-tropológicas, su preocupación de lo cultural y la recreación imaginaria.Hay que recordar la afición de Thompson por la poesía y sus primerosestudios universitarios sobre literatura; tampoco hay que olvidar la afi-ción de Natalie Zemon Davis y Chandler Davis por la “ciencia ficción”;tampoco, por ejemplo valdría la pena desconocer, en el caso de CarloGinzburg (otro exponente ilustre de la nueva historiografía), la aficiónde su madre, Natalie, novelista de primera nota, y el apego de Ginzburgdesde sus primeros años por la literatura.

Esta generación, desde luego, respondió con fuerza al excesivocuantitavismo visto en los historiadores de los años precedentes; Davis

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y Thompson harán fuertes críticas a esta tendencia homogeneizadorade los actos humanos y a su insistente renuncia a lo “vivido”, tambiénlo hará Ginzburg;43 Davis por ejemplo pondrá énfasis en “los medios detransmisión y recepción, las formas de percepción, la estructura de losrelatos, los rituales u otras actividades simbólicas y la producción delos mismos”.44 En cambio Thompson, en su aspiración de explicar la for-mación de la clase obrera, dará el papel protagónico a la experiencia comoel detonador de la conciencia. Lo curioso es que estos enlaces –y sólo eso,enlaces, me atrevo a decir– atraviesan a otros historiadores también in-teresados en explorar las entrañas del mundo popular, en el caso delmismo Carlo Ginzburg y Carlo Poni, es quizá donde queda más que ex-plícito el impacto de la antropología y otras esferas disciplinarias quedieron ánimo en ellos por este reciente interés sobre lo “subterráneo”y lo vivido. En el artículo “El nombre y el cómo: intercambio desigual ymercado historiográfico” dicen: “Por eso proponemos que se defina lamicrohistoria, y la historia en general, como ciencia de lo vivido: una de-finición que intenta comprender las razones de los partidarios de losenemigos de la integración de la historia en las ciencias sociales (por esomolestará a ambos)”.45

Los experimentos de esta generación, llevarán consigo una serie depreguntas, de problemas. Las respuestas, los cauces, dependieron de lamayor incorporación, sin duda, de la experiencia antropológica; de ahíel interés por una mayor contextualización sincrónica que llevó porotras veredas, cauces inexplorados, a estos historiadores: desde el ejerci-cio microanalítico de los italianos, pasando por la etnografía virtual deZemon Davis en Martin Guerre, hasta el análisis de la “economía moral”.No es inocente, que uno de los méritos de Thompson, rescatado porEdoardo Grendi, sea esta particularidad de atención en lo sincrónico. El

42 Ibidem, 80.

43 Veáse las primeras páginas de Carlo Ginzburg, “Microhistoria: dos o tres cosas quesé de ella”, Manuscrits, Barcelona, Universidad Autónoma de Barcelona, núm. 12, enero1994, 13-42.

44 Natalie Zemon Davis, “Las formas de la historia social” en Historia social, Institutode Historia Social U.N.E.D., núm. 10, op. cit., p. 177.

45 Carlo Ginzburg y Carlo Poni, “El nombre y el cómo: intercambio desigual y merca-do historiográfico” en Ibidem, 69. Las cursivas son de Ginzburg y Poni.

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cido ocultos en el discurso histórico tradicional, a través del sondeo deesas experiencias vividas, les llevó a estos historiadores exitosamente apresentar a estos “objetos” como seres racionales, con objetivos e inten-ciones; esto fue explícito principalmente en el estudio de las formas ri-tualizadas de la violencia. En el artículo “Los ritos de la violencia” Da-vis dice:

A ojos del historiador social, lo que es desconcertante es la aparente “irra-cionalidad” de la mayoría de los motines religiosos del siglo XVI50 […] Ni si-quiera en el caso extremo de la violencia religiosa, actúan las multitudes deun modo irreflexivo. Tienen, hasta cierto punto, la sensación de que lo quehacen es legítimo, hay alguna relación entre las ocasiones y la defensa de lacausa, a la vez que en su comportamiento violento hay cierta estructura, eneste caso dramática y ritual.51

Este argumento, parece tener una conexión directa con Thompson ysu influyente artículo sobre la economía moral; aunque Davis hace un lis-tado algo desconcertante, que va desde Rudé hasta Le Roy Ladurie, pa-sando por Hobsbawn, Tilly y pone en un lugar intermedio a E. P. Thomp-son, la siguiente frase hace pensar en la posibilidad de una lectura másatenta de unos sobre otros:

Al hablar de motín religioso me refiero, a modo de definición preliminar, acualquier acción violenta, con palabras o con armas, emprendida contra ob-jetivos religiosos por personas que no actuaban oficial y formalmente en cali-dad de agentes de la autoridad política y eclesiástica. Del mismo modo que losamotinados por cuestiones alimentarias hacen que su indignación moral caiga sobreel estado del mercado del grano, los que se amotinan por asuntos de religiónhacen que su celo caiga sobre el estado de las relaciones de los hombres conlo sagrado.52

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tratar de dar mayores dosis de vida a los actores menesterosos, “plebe-yos”, “populares”, ayudó asimismo a una formular tentativas más am-biciosas, poco discutidas y centrales en la mente de estos científicos so-ciales; uno será la recreación “moral”, imaginaria de las prácticas deestos hombres del pasado. Ginzburg define esto como imaginación moral,préstamo reconocido de los novelistas, que da “la posibilidad de multi-plicar vidas, de ser el Príncipe Andrei, de La Guerra y la paz, o el asesinode la vieja usurera de Crimen y castigo […] Muchos historiadores, por suparte, tienden a imaginar a los otros como si fueran iguales a ellos, esdecir, personas aburridísimas”.46

¿Es casualidad que Davis hable también en “Una vida de estudio”de sensibilidad moral?,47 ¿no acaso existe una relación, entre esta recrea-ción imaginaria de Ginzburg, con lo que Davis llamará etnografía conrespecto a la película de Martin Guerre?, ¿podemos visualizar una prác-tica similar en Thompson? Clifford Geertz48 intenta analizar la imagina-ción moral de los actores al momento de construir una opinión del Otrobajo cierto códigos mentales particulares. Ginzburg parece llevar estenivel de análisis al propio historiador. El poder de construcción virtualbajo ciertos ejercicios imaginativos, tomado esto prestado de la literatu-ra y la antropología (por ejemplo, “la posición del nativo”),49 son uncomponente fundamental de esta nueva historia social, que ansía leer alos hombres del pasado en sus experiencias inmediatas.

Los resultados de estos experimentos, reforzaron aún más su críticaal cuantitavismo historiográfico y al estructuralismo antropológico.Dada la naciente atención a los hombres menudos que habían permane-

46 “Una entrevista especial a Carlo Ginzburg: (Carlo Ginzburg conversa con AdrianoSofri en febrero de 1982)”, en Prohistoria: debates y combates por la historia que viene, Argen-tina, núm. 3, año 3, primavera de 1999, 279.

47 Natalie Zemon Davis, “Una vida de estudio”, op. cit., 29. “Más aún, el estudio delpasado recompensa la sensibilidad moral y da herramientas para la comprensión crítica”.

48 Clifford Geertz, “Hallado en traducción: sobre la historia social de la imaginaciónmoral” en El conocimiento local: ensayos sobre la interpretación de las culturas, Alberto LópezBargados (trad.), Paidós básica: 66, España, Paidós, 1994, 51-71.

49 Véase sobre ello, el artículo de Clifford Geertz, “‘Desde el punto de vista del nati-vo’: sobre la naturaleza del conocimiento antropológico” en Ibidem, 73-90.

50 Natalie Zemon Davis, “Los ritos de la violencia” en Sociedad y cultura en la Franciamoderna, Jordi Beltrán (trad.), Serie General/230: Dr. Gonzalo Pontón, Barcelona, Crítica,1993, 151.

51 Ibidem, 18552 Ibidem, 150. Las cursivas segundas, son mías.

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cido ocultos en el discurso histórico tradicional, a través del sondeo deesas experiencias vividas, les llevó a estos historiadores exitosamente apresentar a estos “objetos” como seres racionales, con objetivos e inten-ciones; esto fue explícito principalmente en el estudio de las formas ri-tualizadas de la violencia. En el artículo “Los ritos de la violencia” Da-vis dice:

A ojos del historiador social, lo que es desconcertante es la aparente “irra-cionalidad” de la mayoría de los motines religiosos del siglo XVI50 […] Ni si-quiera en el caso extremo de la violencia religiosa, actúan las multitudes deun modo irreflexivo. Tienen, hasta cierto punto, la sensación de que lo quehacen es legítimo, hay alguna relación entre las ocasiones y la defensa de lacausa, a la vez que en su comportamiento violento hay cierta estructura, eneste caso dramática y ritual.51

Este argumento, parece tener una conexión directa con Thompson ysu influyente artículo sobre la economía moral; aunque Davis hace un lis-tado algo desconcertante, que va desde Rudé hasta Le Roy Ladurie, pa-sando por Hobsbawn, Tilly y pone en un lugar intermedio a E. P. Thomp-son, la siguiente frase hace pensar en la posibilidad de una lectura másatenta de unos sobre otros:

Al hablar de motín religioso me refiero, a modo de definición preliminar, acualquier acción violenta, con palabras o con armas, emprendida contra ob-jetivos religiosos por personas que no actuaban oficial y formalmente en cali-dad de agentes de la autoridad política y eclesiástica. Del mismo modo que losamotinados por cuestiones alimentarias hacen que su indignación moral caiga sobreel estado del mercado del grano, los que se amotinan por asuntos de religiónhacen que su celo caiga sobre el estado de las relaciones de los hombres conlo sagrado.52

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tratar de dar mayores dosis de vida a los actores menesterosos, “plebe-yos”, “populares”, ayudó asimismo a una formular tentativas más am-biciosas, poco discutidas y centrales en la mente de estos científicos so-ciales; uno será la recreación “moral”, imaginaria de las prácticas deestos hombres del pasado. Ginzburg define esto como imaginación moral,préstamo reconocido de los novelistas, que da “la posibilidad de multi-plicar vidas, de ser el Príncipe Andrei, de La Guerra y la paz, o el asesinode la vieja usurera de Crimen y castigo […] Muchos historiadores, por suparte, tienden a imaginar a los otros como si fueran iguales a ellos, esdecir, personas aburridísimas”.46

¿Es casualidad que Davis hable también en “Una vida de estudio”de sensibilidad moral?,47 ¿no acaso existe una relación, entre esta recrea-ción imaginaria de Ginzburg, con lo que Davis llamará etnografía conrespecto a la película de Martin Guerre?, ¿podemos visualizar una prác-tica similar en Thompson? Clifford Geertz48 intenta analizar la imagina-ción moral de los actores al momento de construir una opinión del Otrobajo cierto códigos mentales particulares. Ginzburg parece llevar estenivel de análisis al propio historiador. El poder de construcción virtualbajo ciertos ejercicios imaginativos, tomado esto prestado de la literatu-ra y la antropología (por ejemplo, “la posición del nativo”),49 son uncomponente fundamental de esta nueva historia social, que ansía leer alos hombres del pasado en sus experiencias inmediatas.

Los resultados de estos experimentos, reforzaron aún más su críticaal cuantitavismo historiográfico y al estructuralismo antropológico.Dada la naciente atención a los hombres menudos que habían permane-

46 “Una entrevista especial a Carlo Ginzburg: (Carlo Ginzburg conversa con AdrianoSofri en febrero de 1982)”, en Prohistoria: debates y combates por la historia que viene, Argen-tina, núm. 3, año 3, primavera de 1999, 279.

47 Natalie Zemon Davis, “Una vida de estudio”, op. cit., 29. “Más aún, el estudio delpasado recompensa la sensibilidad moral y da herramientas para la comprensión crítica”.

48 Clifford Geertz, “Hallado en traducción: sobre la historia social de la imaginaciónmoral” en El conocimiento local: ensayos sobre la interpretación de las culturas, Alberto LópezBargados (trad.), Paidós básica: 66, España, Paidós, 1994, 51-71.

49 Véase sobre ello, el artículo de Clifford Geertz, “‘Desde el punto de vista del nati-vo’: sobre la naturaleza del conocimiento antropológico” en Ibidem, 73-90.

50 Natalie Zemon Davis, “Los ritos de la violencia” en Sociedad y cultura en la Franciamoderna, Jordi Beltrán (trad.), Serie General/230: Dr. Gonzalo Pontón, Barcelona, Crítica,1993, 151.

51 Ibidem, 18552 Ibidem, 150. Las cursivas segundas, son mías.

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tos populares se hallan engarzados en un conjunto de ideas sumamente cla-ro y consecuente que van desde el radicalismo religioso y un naturalismode tendencia científica, hasta una serie de aspiraciones utópicas de renova-ción social. La abrumadora convergencia entre la postura de un humildemolinero friulano y las de los grupos intelectuales más refinados y cons-cientes de la época, vuelve a plantear, de pleno derecho, el problema de lacirculación cultural formulado por Bachtin.54

No sólo la búsqueda de las entrañas de los grupos ignorados, repri-midos, olvidados por la historiografía, ha sido el centro de las preocu-paciones de estos científicos. También, la relación existente entre éstos yla gentry, la elite, o los grupos de poder. Tanto Thompson, Davis, Ginz-burg, incluso el mismo Roger Chartier discuten y se preguntan sobreesta relación. Chartier hace la distinción de dos grande modelos de bús-queda de lo popular:

El primero que desea abolir cualquier forma de etnocentrismo cultural,concibe a la cultura popular como un sistema simbólico coherente y autó-nomo, que funciona gracias a una lógica absolutamente extraña e irreduc-tible a la de la cultura letrada. El segundo, preocupado por recordar la exis-tencia de las relaciones de dominación que organizan el mundo social,percibe a la cultura popular en sus dependencias y sus faltas con relación ala cultura de los que la dominan.55

Chartier se pronuncia en contra de la noción de “cultura popular”,hay que complejizarla más, parece decirnos,56 igual como lo hace Thomp-son con el concepto de “motín” y de “populacho”. Sin embargo, en estecontexto parece fundamental el rescate del concepto Gramsciano de he-

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Se podría decir, utilizando una frase de Davis, que Thompson insis-te en que los rituales de la violencia “se conectaban con tiempos y luga-res rituales, siendo ellos mismos continuación del ritual y de la acciónfestiva […]”, ello tanto en “La economía ‘moral’ de la multitud en la In-glaterra del siglo XVIII” de 1963-1971, para volver a insistir, con mayorfuerza en “La economía moral revisada”, mostrando además las conti-nuidades entre el carnaval, las formas de reprobación popular y los le-vantamientos populares, desde la cencerrada hasta los levantamientospopulares a raíz de las exigencias de la economía moral del siglo XVIII.Esta racionalidad está presente en todo momento:

El motín suele ser una respuesta racional y no tiene lugar entre las personasdesamparadas o sin esperanzas, sino entre los grupos que se percatan deque tienen un poco de poder para ayudarse a sí mismos cuando los preciossuben vertiginosamente, falla el empleo, y pueden ver cómo las existenciasdel producto que constituye su principal alimentación se exportan del dis-trito.53

Pero al igual que otras de las categorías mencionadas, esto no es ex-clusivo de Davis y Thompson. Carlo Ginzburg también insiste en la bús-queda de los sistemas de pensamiento de los individuos excluidos deldiscurso historiográfico tradicional, al descubrir el caso de un molinerodel siglo XVI en el Friul italiano, que defendía ante los jueces inquisito-riales una “teoría” de la Creación, con un queso de donde salían gusa-nos, que serían después según tamaños, Dios, sus ángeles y los hom-bres; esta aparente irracionalidad, Ginzburg la explica en términos de laexistencia de creencias distintas a la elite, ideas propias diferentes de lasimpuestas por la cultura dominante.

[…] la irreductabilidad a esquemas conocidos por parte de los razonamien-tos de Menocchio nos hace entrever un caudal no explorado de creenciaspopulares, de oscuras mitologías campesinas. Pero lo que hace más compli-cado el caso de Menocchio es la circunstancia de que estos oscuros elemen-

53 Edward Palmer Thompson, “La economía moral revisada”, op. cit., 300.

54 Carlo Ginzburg, El queso y los gusanos: el cosmos según un molinero del siglo XVI, Fran-cisco Martín y Francisco Cartero (trad.), El ojo infalible, México, Muchnik edito-res/Océano, 1997, 24.

55 Roger Chartier, Sociedad y escritura en la edad moderna: la cultura como apropiación, Pa-loma Villegas y Ana García Bergua (trad.), Itinerarios, México, Instituto Dr. José MaríaLuis Mora, 1995, 121-128.

56 Véase Íbidem, 7-15.

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tos populares se hallan engarzados en un conjunto de ideas sumamente cla-ro y consecuente que van desde el radicalismo religioso y un naturalismode tendencia científica, hasta una serie de aspiraciones utópicas de renova-ción social. La abrumadora convergencia entre la postura de un humildemolinero friulano y las de los grupos intelectuales más refinados y cons-cientes de la época, vuelve a plantear, de pleno derecho, el problema de lacirculación cultural formulado por Bachtin.54

No sólo la búsqueda de las entrañas de los grupos ignorados, repri-midos, olvidados por la historiografía, ha sido el centro de las preocu-paciones de estos científicos. También, la relación existente entre éstos yla gentry, la elite, o los grupos de poder. Tanto Thompson, Davis, Ginz-burg, incluso el mismo Roger Chartier discuten y se preguntan sobreesta relación. Chartier hace la distinción de dos grande modelos de bús-queda de lo popular:

El primero que desea abolir cualquier forma de etnocentrismo cultural,concibe a la cultura popular como un sistema simbólico coherente y autó-nomo, que funciona gracias a una lógica absolutamente extraña e irreduc-tible a la de la cultura letrada. El segundo, preocupado por recordar la exis-tencia de las relaciones de dominación que organizan el mundo social,percibe a la cultura popular en sus dependencias y sus faltas con relación ala cultura de los que la dominan.55

Chartier se pronuncia en contra de la noción de “cultura popular”,hay que complejizarla más, parece decirnos,56 igual como lo hace Thomp-son con el concepto de “motín” y de “populacho”. Sin embargo, en estecontexto parece fundamental el rescate del concepto Gramsciano de he-

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Se podría decir, utilizando una frase de Davis, que Thompson insis-te en que los rituales de la violencia “se conectaban con tiempos y luga-res rituales, siendo ellos mismos continuación del ritual y de la acciónfestiva […]”, ello tanto en “La economía ‘moral’ de la multitud en la In-glaterra del siglo XVIII” de 1963-1971, para volver a insistir, con mayorfuerza en “La economía moral revisada”, mostrando además las conti-nuidades entre el carnaval, las formas de reprobación popular y los le-vantamientos populares, desde la cencerrada hasta los levantamientospopulares a raíz de las exigencias de la economía moral del siglo XVIII.Esta racionalidad está presente en todo momento:

El motín suele ser una respuesta racional y no tiene lugar entre las personasdesamparadas o sin esperanzas, sino entre los grupos que se percatan deque tienen un poco de poder para ayudarse a sí mismos cuando los preciossuben vertiginosamente, falla el empleo, y pueden ver cómo las existenciasdel producto que constituye su principal alimentación se exportan del dis-trito.53

Pero al igual que otras de las categorías mencionadas, esto no es ex-clusivo de Davis y Thompson. Carlo Ginzburg también insiste en la bús-queda de los sistemas de pensamiento de los individuos excluidos deldiscurso historiográfico tradicional, al descubrir el caso de un molinerodel siglo XVI en el Friul italiano, que defendía ante los jueces inquisito-riales una “teoría” de la Creación, con un queso de donde salían gusa-nos, que serían después según tamaños, Dios, sus ángeles y los hom-bres; esta aparente irracionalidad, Ginzburg la explica en términos de laexistencia de creencias distintas a la elite, ideas propias diferentes de lasimpuestas por la cultura dominante.

[…] la irreductabilidad a esquemas conocidos por parte de los razonamien-tos de Menocchio nos hace entrever un caudal no explorado de creenciaspopulares, de oscuras mitologías campesinas. Pero lo que hace más compli-cado el caso de Menocchio es la circunstancia de que estos oscuros elemen-

53 Edward Palmer Thompson, “La economía moral revisada”, op. cit., 300.

54 Carlo Ginzburg, El queso y los gusanos: el cosmos según un molinero del siglo XVI, Fran-cisco Martín y Francisco Cartero (trad.), El ojo infalible, México, Muchnik edito-res/Océano, 1997, 24.

55 Roger Chartier, Sociedad y escritura en la edad moderna: la cultura como apropiación, Pa-loma Villegas y Ana García Bergua (trad.), Itinerarios, México, Instituto Dr. José MaríaLuis Mora, 1995, 121-128.

56 Véase Íbidem, 7-15.

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gemonía. Tanto Ginzburg, como Davis, atravesando a Thompson, se pre-guntan sobre el grado de poder, de independencia y dominación de laelite, sobre lo popular. Si bien, las barreras entre ambas esferas no es cla-ra, se desvanece, e incluso parece desaparecer, uno de los puntos deunión, de entrecruzamiento entre estos científicos, es precisamente elrescate de la obra de Gramsci y lo que Roseberry recupera como el “pro-ceso hegemónico”, tanto para comprender el consenso, así como (aúnmás interesante) la lucha, la rebelión, la violencia.57

Los entrecruzamientos, como puede verse, son claros. Esto no signi-fica que ellos sean cómplices conscientes dentro de un contexto unifor-me, sin diferencias, sin desacuerdos, ni contradicciones; hay que respe-tar –me parece– su capacidad de innovación y su facultad de pensardistinto bajo contextos diferentes. Para finalizar, se puede hacer la pre-gunta, ¿cuál puede ser la lección heredada de estos científicos sociales,a los jóvenes interesados en estas disciplinas que empiezan a desdibu-jarse? Estos vaivenes, idas y regresos de los hijos generacionales deaquella revolución cultural de 1968, sobre la que insistió tanto FernandBraudel e Immanuel Wallerstein,58 y que abrevaron a través de la lecturadisciplinada de marxistas comprometidos como E. P. Thompson, –insis-to– deben ser fuentes de entusiasmo para alimentar los debates que es-tán ya presentes, que nos ahogan, de los que están por venir y que enlas próximas décadas absorberán, para bien y para mal, a los jóvenescientíficos sociales. Ojalá ayuden a volver un poco la mirada al pasado,auxilie también a divisar al futuro con un poco de más desconfianza,aunque también con mayor atrevimiento.

57 Los breves apuntes de William Roseberry sobre “el proceso hegemónico” resultanpor demás interesantes en “Hegemonía y lenguaje contencioso”, op. cit., 213-226.

58 Immanuel Wallerstein, “1968: revolución en el sistema-mundo. Tesis e interrogan-tes”, Estudios sociológicos, México, no. 20, 1989, y Fernand Braudel: “Renacimiento, Refor-ma, 1968: revoluciones culturales de larga duración”, México, Jornada semanal, núm. 226,octubre 1983.

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gemonía. Tanto Ginzburg, como Davis, atravesando a Thompson, se pre-guntan sobre el grado de poder, de independencia y dominación de laelite, sobre lo popular. Si bien, las barreras entre ambas esferas no es cla-ra, se desvanece, e incluso parece desaparecer, uno de los puntos deunión, de entrecruzamiento entre estos científicos, es precisamente elrescate de la obra de Gramsci y lo que Roseberry recupera como el “pro-ceso hegemónico”, tanto para comprender el consenso, así como (aúnmás interesante) la lucha, la rebelión, la violencia.57

Los entrecruzamientos, como puede verse, son claros. Esto no signi-fica que ellos sean cómplices conscientes dentro de un contexto unifor-me, sin diferencias, sin desacuerdos, ni contradicciones; hay que respe-tar –me parece– su capacidad de innovación y su facultad de pensardistinto bajo contextos diferentes. Para finalizar, se puede hacer la pre-gunta, ¿cuál puede ser la lección heredada de estos científicos sociales,a los jóvenes interesados en estas disciplinas que empiezan a desdibu-jarse? Estos vaivenes, idas y regresos de los hijos generacionales deaquella revolución cultural de 1968, sobre la que insistió tanto FernandBraudel e Immanuel Wallerstein,58 y que abrevaron a través de la lecturadisciplinada de marxistas comprometidos como E. P. Thompson, –insis-to– deben ser fuentes de entusiasmo para alimentar los debates que es-tán ya presentes, que nos ahogan, de los que están por venir y que enlas próximas décadas absorberán, para bien y para mal, a los jóvenescientíficos sociales. Ojalá ayuden a volver un poco la mirada al pasado,auxilie también a divisar al futuro con un poco de más desconfianza,aunque también con mayor atrevimiento.

57 Los breves apuntes de William Roseberry sobre “el proceso hegemónico” resultanpor demás interesantes en “Hegemonía y lenguaje contencioso”, op. cit., 213-226.

58 Immanuel Wallerstein, “1968: revolución en el sistema-mundo. Tesis e interrogan-tes”, Estudios sociológicos, México, no. 20, 1989, y Fernand Braudel: “Renacimiento, Refor-ma, 1968: revoluciones culturales de larga duración”, México, Jornada semanal, núm. 226,octubre 1983.

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FECHA DE ACEPTACIÓN DEL ARTÍCULO: 7 de julio de 2004FECHA DE RECEPCIÓN DE LA VERSIÓN FINAL: 19 de julio de 2004