Secreto Familiar

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Secreto Familiar Secreto Familiar Margaret Mayo Secreto Familiar (2004) Título Original: Surrender to the millionaire (2003) Editorial: Harlequin Ibérica Sello / Colección: Bianca 1476 Género: Contemporáneo Protagonistas: Radford Smythe y Kristie Argumento: Era un irresistible millonario... que nunca podría ser suyo Hacía cinco años que Kristie había adoptado al hijo de su difunta hermana y lo había criado sin problemas. Hasta el día que conoció a Radford Smythe... Kristie se quedó inmediatamente cautivada por los encantos de Radford, pero tardó demasiado en descubrir que era el ex novio de su hermana. Su instinto le decía que debía mantenerse alejada de él antes de que descubriera su secreto; pero su conciencia le gritaba que el pequeño Jake debía tener la oportunidad de conocer a su padre.

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Secreto FamiliarSecreto FamiliarMargaret Mayo

Secreto Familiar (2004)Título Original: Surrender to the millionaire (2003)Editorial: Harlequin IbéricaSello / Colección: Bianca 1476Género: Contemporáneo Protagonistas: Radford Smythe y Kristie

Argumento:Era un irresistible millonario... que nunca podría ser suyo

Hacía cinco años que Kristie había adoptado al hijo de su difunta hermana y lo había criado sin problemas. Hasta el día que conoció a Radford Smythe...Kristie se quedó inmediatamente cautivada por los encantos de Radford, pero tardó demasiado en descubrir que era el ex novio de su hermana. Su instinto le decía que debía mantenerse alejada de él antes de que descubriera su secreto; pero su conciencia le gritaba que el pequeño Jake debía tener la oportunidad de conocer a su padre.

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Prólogo—¿Tarah ha muerto? ¡No puede ser!

Kristie se negó a aceptar la noticia.

—Claro que voy. Ahora mismo.

Mientras iba por la autopista hacia Londres, rezó y esperó que no fuera cierto. No podía ser. No, su hermana del alma, no. Su hermana amaba la vida. No era justo que la hubiera perdido tan joven.

Veinticinco años no era nada. Sus padres habían muerto en una avalancha esquiando en Noruega. Ambos tenían más de cincuenta años y, aun así, le había costado aceptarlo. Pero Tarah... ¡No, no podía ser!

Se obligó a conducir con cuidado y se convenció de que había sido un error, pero cuando llegó al hospital la horrible verdad aplastó sus esperanzas.

—Hemos hecho todo lo que hemos podido —le dijo el médico—, pero no hemos podido salvarla. El único consuelo es que el niño está bien.

A Kristie no le importaba el niño.

—¿Quiere verlo?

Kristie negó con la cabeza. ¿Por qué habría muerto Tarah en lugar del bebé? ¿Por qué era la vida tan injusta? Las lágrimas le resbalaron por las mejillas.

—Creo que debería verlo.

—Como quiera —contestó conmocionada.

Al ver lo mucho que el niño, dormidito y vestido de azul, se parecía a su hermana, las lágrimas aumentaron.

Cuando le preguntaron si se iba a hacer cargo de él, si se lo iba a llevar, dijo que sí. ¡El no tenía la culpa de no tener ni madre ni padre!

Kristie había consolado a Tarah cuando la había llamado para decirle que Radford la había dejado. Dos semanas después, se había enfurecido con ella porque su hermana había decidido no decirle que estaba embarazada alegando que a él nunca le habían gustado los niños.

—No puedes hacer eso —le había dicho—. Es su padre. Tiene que hacerse cargo. No vas a poder criarlo sola. Por lo menos, que te ayude económicamente.

Tarah no había cambiado de opinión y ahora estaba muerta. Y todo por culpa de aquel hombre. Kristie no lo conocía ni quería conocerlo. Si lo hiciera, lo mataría.

Adoptó a Jake y, aunque había sido duro, había conseguido sacarlo adelante sola.

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Capítulo 1Desde la carretera, no se veía la casa. Kristie había pasado varias veces por allí y

nunca se había fijado.

Era un edificio interesante, grande y de una planta. Parecía que se le hubieran añadido anexos con el paso de los siglos y el resultado era ecléctico. Por dentro, era todavía mejor.

Se había esperado una mansión perfectamente amueblada como de decorador, pero se encontró con algunos muebles buenos y un indiscutible ambiente hogareño. Un periódico aquí, un libro allá y una chaqueta sobre el respaldo de una silla, detalles que gritaban a los cuatro vientos que se trataba de una casa muy vivida.

—Felicity quiere casarse en verano, ¿verdad, cariño?

Kristie se giró y se encontró con una chica muy guapa que entraba en una silla de ruedas. Tenía el pelo oscuro y unos preciosos ojos grises. Qué tragedia. Sin embargo, la chica lucía una gran sonrisa en el rostro.

—A principios de junio, para mi cumpleaños. Será perfecto.

—Cariño, te presento a Kristie Swift, la señorita de la que te he hablado.

—¿La que se va a encargar de hacerlo todo? —dijo Felicity acercándose y tendiéndole la mano—. Me han hablado muy bien de usted. No sabe el alivio que es saber que mi madre no va a estar demasiado liada —añadió la joven de treinta años—. ¿Mi hermano todavía no ha llegado?

—Ahora viene —contestó la madre—. No creo que tarde. ¿Tomamos una copa mientras lo esperamos? —añadió—. Mi marido murió hace unos años y mi hijo se ocupa, desde entonces, de todas las cosas importantes. No sé qué haría sin él.

La señora Mandervell—Smythe era una mujer guapa de pelo cano y pocas arrugas.

—Deberías buscarte otro marido —sugirió Felicity—. No será porque no hayas tenido pretendientes.

—Sí, pero ninguno iguala a tu padre.

—Supongo que no porque papá era especial, pero me encantaría que encontraras a alguien. No me gusta nada verte sola. Vaya, ya ha llegado —dijo Felicity feliz saliendo a toda velocidad del salón.

Su madre sonrió con indulgencia.

—Como ve, Felicity adora a su hermano. Como vive en Londres, no lo ve mucho.

Kristie oyó a Felicity saludando con efusividad a alguien y una voz masculina. Nada más entrar en el salón precedido por su hermana, el dueño de aquella voz posó sus ojos en ella.

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Fue como recibir un rayo láser. Kristie sintió una descarga por todo el cuerpo y el corazón le dio un vuelco.

Mientras el hombre se dirigía a saludar a su madre, Kristie aprovechó para estudiarlo. Era el hombre más guapo que había visto jamás. Se parecía a su hermana. De hecho, tenía el mismo pelo oscuro y los mismos ojos grises.

Era de esos hombres que sobresalían entre los demás, no sólo porque fuera alto y guapo sino porque tenía carisma. Era corno un magnetismo del que Kristie no podía escapar. Le faltaba el aliento.

—Esta es Kristie Swift, que se va a encargar de organizar la boda de Felicity —los presentó su madre—. Kristie, le presento a mi hijo Radford.

—Es usted valiente —sonrió él—. Mi hermana tiene fama de cambiar de opinión cada dos por tres.

Kristie no lo escuchaba. Radford. Radford Mandervell—Smythe. En un segundo, sus sentimientos por él cambiaron. Radford Smythe. O Radford Smith, como su hermana se empeñaba en llamarlo.

Tenía que ser él. Radford no era un nombre muy común. De hecho, Kristie no conocía a nadie que se llamara así.

Se le heló la sonrisa en la cara y no le dio la mano.

—¿Le pasa algo? —preguntó él con ojos penetrantes.

—Eh, no —consiguió contestar Kristie.

Aquello era increíble. Cuántas veces había deseado conocer a aquel hombre y decirle lo que pensaba de él. Y ahora que lo tenía delante, se había quedado sin palabras.

—Se ha puesto usted muy pálida —observó su madre preocupada—. ¿No se encuentra bien? Por favor, siéntese. Voy a por un vaso de agua.

—No, no, estoy bien —le aseguró Kristie recobrando la compostura—. No sé qué me ha pasado.

—A todas las mujeres les pasa lo mismo cuando ven a mi hermano —bromeó Felicity.

—¡Flick! —la regañó su madre.

Los pensamientos de Kristie iban por otros derroteros. Alguien llevó una jarra de agua e intentó servirse un vaso, pero las manos le temblaban y terminó tirándola por la bandeja.

—Déjeme a mí —dijo Radford con amabilidad.

Kristie no tuvo más remedio que aguantar su cercanía. Su atractivo era tan fuerte que la tenía atontada. Entendía perfectamente cómo su hermana se había enamorado de él. Era imposible no sentir el magnetismo de su sensualidad.

—Beba —le indicó poniéndole la mano alrededor del vaso y acercándoselo a los labios.

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Kristie quiso apartarle la mano, quería irse de allí...

—Beba —repitió él—. ¿Qué demonios le pasa? —añadió molesto.

—Radford! —exclamó su madre—. No es forma de hablarle a...

—Esta mujer está anonadada —terminó él—. Desde luego, es la persona menos apta para organizar la boda de mi hermana. ¿De dónde la has sacado? —añadió mirándola con frialdad.

—Tiene muy buenas referencias —dijo Felicity—. Le organizó la boda a Michelle.

—Ya —dijo Radford—. Pues Michelle no tiene mucho gusto.

—Deja a la señorita en paz —insistió su madre—. Ven y siéntate, Radford. Eres tú el que la has puesto nerviosa. Eres como tu padre, igual de arrollador.

—Pero si no he hecho nada —se quejó.

—Deja a Kristie en paz.

¡La aludida comenzó a sentirse avergonzada y bebió más agua.

—Lo siento —dijo—. No sé qué me ha pasado —mintió.

¿Cómo le iba a decir a la señora Mandervell—Smythe que tenía un hijo que era un canalla?

—No se preocupe —contestó ella—. ¿Está bien como para que hablemos de los detalles de la boda de mi hija?

—A mí me parece que debería irse a su casa y acostarse —intervino Radford.

Kristie lo miró y no dijo nada.

Felicity se rió. Le debía de hacer gracia la situación.

—Estoy bien —les aseguró Kristie.

Sabía que, mientras Radford estuviera allí, no iba a ser capaz de concentrarse. Odiaba a aquel hombre con todo su corazón.

Su hermana había llegado a Londres para sobreponerse a un divorcio y había jurado que jamás iba a querer a otro hombre. Hasta que había conocido a Radford Smythe.

—Le tomo el pelo llamándolo Smith —le había contado Tarah—. No le gusta nada, ¿sabes? Lo cierto es que tiene apellido compuesto, pero no lo utiliza. Es el director de la editorial familiar porque su padre murió hace unos años y su madre vive en Stratford. Qué pequeño es el mundo, ¿verdad?

Demasiado pequeño. Aquella casa estaba a pocos kilómetros de la de Kristie. Se dio cuenta de que la señora Mandervell—Smythe le estaba hablando y ella no se había enterado de nada.

A partir de entonces, se concentró. Estuvieron hablando y anotó todas sus sugerencias. Tomaron café con pastas. Kristie sintió que perdía de nuevo los nervios cuando Radford le pasó su taza y la miró con curiosidad.

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Y le sonrió. Tenía una sonrisa para derretirse y Kristie consiguió sonreír a medias.

—Tiene mejor aspecto —dijo él.

Kristie asintió.

—Ya me contará ahora, cuando terminemos con los preparativos de la boda, por qué se ha sentido mal.

—No voy a poder —contestó ella—. Tengo prisa, tengo otra cita.

—Tal vez esté trabajando demasiado.

—No creo que sea asunto suyo.

Nada más haberlo dicho, deseó no haberlo hecho. La señora Mandervell—Smythe la miró alucinada y Felicity interesada. Pero lo peor fue la mirada de él, fría y dura como el acero.

Kristie se apresuró a tomarse el café mientras deseaba estar en cualquier parte del mundo menos allí.

Sin embargo, todavía quedaba mucho por hablar y aquel hombre parecía tener algo que decir sobre todo.

—La ceremonia debería celebrarse aquí —dijo Kristie cuando salieron al jardín—. Podríamos poner un pasillo cubierto por si llueve y una carpita llena de margaritas y de lazos a juego con los vestidos de las damas de honor.

Radford no le quitaba ojo de encima, pero tuvo que aguantar un par de horas más hasta que hubieron hablado de todo.

—La llamaré —le dijo a la señora Mandervell—Smythe.

—La acompaño a la puerta —anunció Radford para su horror.

Kristie quería negarse, pero no podía. Obviamente, quería hablar con él, pero no delante de su madre y de su hermana.

Una vez junto a su coche. Kristie abrió la puerta para irse, pero él se lo impidió.

—¿No me va a contar a qué ha venido ese numerito? —le espetó.

—A que no estoy acostumbrada a que el hermano de la novia se meta en todo —contestó ella furiosa.

—¿Ah, no? —dijo él enarcando las cejas—. No me parece motivo suficiente. Hay algo más.

—Crea lo que quiera —le soltó Kristie—. No tengo por qué contestarle. ¿Le importaría dejar que me vaya? Llego tarde a mi próxima cita.

—¿Y la comida?

—¡Ni en sueños comería con usted!

—No la estaba invitando a comer. Simplemente, le estaba preguntando si no come. No puede ir de cita en cita sin comer. Si lo hace a menudo, no me extraña que esté enferma.

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Kristie gimió de desesperación. Acababa de quedar como una tonta. Menos mal que Radford apartó la mano y se pudo subir al coche.

—Adiós, Kristie Swift. Espero que la próxima vez que nos veamos, esté mejor.

¡No pensaba volver a verlo!

—Adiós, señor Mandervell—Smythe —le dijo sin embargo.

Cuando se vio libre, en la carretera, suspiró aliviada. Le temblaban las manos, así que paró el coche y respiró varias veces para tranquilizarse. A continuación, anuló su siguiente cita por teléfono y se fue a casa.

Vivía a las afueras de Warwick, en una casa de tres habitaciones, un gran salón y una cocina. Le encantaba. No tenía jardín delantero, pero sí trasero.

Se preparó un café y se sentó en la cocina, de cara al ventanal desde el que se veía la pradera. Decidió segar el césped para liberar adrenalina.

Recordó a su hermana, dos años mayor que ella, cabezota y alegre. Solía embarcarse en todo tipo de proyectos, se ilusionaba con todo. Kristie siempre la había tenido que rescatar cuando terminaba dolida o desilusionada.

Se casó con Bryan Broderick a los seis meses de conocerlo y se divorció de él porque lo pilló con otra mujer. Entonces, había decidido mudarse a Londres para rehacer su vida y allí había muerto.

Por culpa de Radford Smythe.

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Capítulo 2A Radford Smythe no le había gustado la señorita Swift. Se había descompuesto

en cuanto lo había visto y eso no era bueno en una relación profesional.

Su madre había insistido en contratarla a pesar de que él se había opuesto, así que había decidido vigilarla muy de cerca para asegurarse de que la boda de su hermana salía de maravilla.

Era obvio que, por algún motivo, no le había caído bien a Kristie Swift. Le resultaba raro, la verdad, porque lo cierto era que estaba acostumbrado a que las mujeres lo persiguieran. Pero daba igual, a él tampoco le había gustado ella.

Entonces, ¿por qué recordaba sin cesar su piel blanca y su pelo pelirrojo? Por no hablar de sus impresionantes ojos verdes, claro. Se preguntó de qué color se le pondrían al hacer el amor.

Sacudió la cabeza para dejar de pensar en ello. Eso no iba a ocurrir jamás.

Kristie se tomó el café y apretó la taza con tanta fuerza que la sorprendió que no se rompiera. Llevaba cinco años odiando a un hombre sin rostro.

Se había logrado convencer de que era absurdo odiar a alguien a quien no se conoce ni se va a conocer más.

Sin embargo, ahora el dolor y la zozobra se habían adueñado de ella de nuevo. Si aquel hombre insistía en estar presentes en todas las reuniones que tuviera para organizar la boda de su hermana, la situación no iba a hacer más que empeorar.

¿Y por qué no dejar el trabajo? No, ella no era así. Kristie estaba acostumbrada a afrontar las cosas de frente. Lo cierto era que Radford era un gran problema, pero seguro que podría con él.

Decidió no volver a dejar que la influyera. Tenía que vengarse de él. No sabía cómo, pero ya se le ocurriría algo para que no se fuera sin su merecido castigo.

Sonó el teléfono, pero no contestó. Le dolía la cabeza y el alma. No quería hablar con nadie.

Saltó el contestar y oyó una voz grave y masculina.

—Señorita Swift, soy Radford Smythe.

¡Como si no se hubiera dado cuenta!

—Mi madre me ha dicho que la llamara para decirle que se ha olvidado de comentarle una cosa y que le gustaría verla cuanto antes. Va a estar en casa esta noche.

Eso fue todo. Parecía una orden.

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¿Cómo se atrevía? Kristie se puso en pie para llamarlo y decirle lo que podía hacer con sus órdenes... pero, en ese momento, volvió a sonar el teléfono.

—A ver, señor Smythe, la próxima vez que...

—¿Kristie?

—Uy, Paul, lo siento.

—¿Quién te creías que era?

—Nadie, una persona que he conocido hoy.

—Y que no parece que te haya caído muy bien. ¿Quieres que vaya a consolarte?

Aquello hizo reír a Kristie.

—No, no hace falta. No ha sido para tanto —contestó.

—Hace siglos que no nos vemos.

—He tenido muchísimo trabajo.

—La misma excusa de siempre —gruñó Paul—. Me estoy empezando a plantear que tu empresa significa más que yo.

—Ya sabes que mi empresa me permite tener una casa y me da de comer.

—Lo que yo estaría encantado de hacer, ya lo sabes.

—Paul, no empieces con eso, por favor —le rogó Kristie—. Somos amigos y vamos a seguir así, ¿de acuerdo’?

Lo conocía desde hacía un año y, a pesar de que le caía bien, no quería precipitarse. No estaba preparada para tener una relación seria.

—Muy bien, pero me gustaría verte.

—Ahora estoy ocupada —contestó Kristie sinceramente.

—¿Pronto?

—Pronto —le prometió—. Te llamo.

En cuanto colgó, volvió a pensar en Radford Smythe. No era un hombre al que se pudiera ignorar fácilmente. Menos mal que, al cabo de un rato, tuvo visita.

—Mamá, mamá, mira el dibujo que te he hecho —dijo Jake entrando corriendo en casa. Chloe entró tras él.

—Hemos venido corriendo desde el colegio porque quería enseñártelo —se rió la niñera.

—Adivina quién es —dijo el pequeño.

—¿Tu profesora? —dijo Kristie mirando la figura de pelo rojo.

—No, claro que no. Eres tú.

—Ya lo sé, cariño. Te estaba tomando el pelo —dijo Kristie tornándolo en brazos—. Me encanta. Pasó el resto de la tarde con su hijo. Jake era exactamente lo

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que necesitaba para olvidarse de Radford Smythe. Por cierto que no tenía ninguna intención de ir a ver a su madre aquella noche.

¿Quién se creía que era para darle órdenes’? Era obvio que su hermana lo había visto cegada por el amor. Sólo había visto que era guapo y sensual, pero no que era un maleducado. Kristie, desde luego, se había dado cuenta y eso hacía que lo despreciara todavía más.

A la mañana siguiente, llamó a la señora Mandervell—Smythe, pero no estaba en casa. Cuando le dijeron que el que sí estaba era su hijo, dijo que prefería dejarle un mensaje a la madre, pero Radford se puso al teléfono.

—¿Señorita Swift?

—Sí —contestó tragando saliva.

¿Por qué no se había vuelto a Londres? No quería volver a verlo. Temía que, de ser así, iba a terminar soltándole lo que pensaba de él.

—¿Dónde se metió anoche? —le espetó.

—¿Perdone? —dijo ella indignada.

—Le pedí que viniera a casa.

—No me lo pidió, me lo ordenó y yo no acato órdenes de nadie —le explicó—. Además, tenía una cosa más importante entre manos —añadió pensando en Jake.

Radford no dijo nada y Kristie supo que estaba intentando controlarse. Le estaba bien empleado.

—¿Y cuándo le va a venir bien pasarse por aquí? —le preguntó por fin con cierto sarcasmo.

—Puede que esta tarde, sobre las tres y media —contestó.

—Se lo diré a mi madre.

—Una cosa más —dijo sin poder morderse la lengua—. ¿Quién toma las decisiones, usted o su madre? Me gustaría saberlo para saber así con quién tengo que tratar.

Al instante, se dio cuenta de que no debería haber dicho algo así. Acababa de darle una razón para que no la contratara.

—Perdón —se disculpó—. Eso ha sido una grosería por mi parte. Estaré allí a las tres y media —anunció colgando.

Suspiró exasperada consigo mismo. Era una tontería por su parte demostrar que odiaba a aquel hombre. Necesitaba el trabajo. Mantener a Jake requería mucho dinero. Para criarlo bien, había dejado el piso que tenía antes y se había trasladado a una casa por la que pagaba una hipoteca muy alta.

Estuvo ocupada e incluso logró olvidarse de Radford Smythe, pero pronto llegaron las tres y media. Mientras conducía hacia su casa, el corazón comenzó a latirle aceleradamente. No quería volver a verlo, y menos delante de su madre y de su hermana.

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La ponía muy nerviosa. Debía de ser por el odio que le tenía.

Nada más entrar por las verjas, lo vio. La estaba esperando para abrirle la puerta del coche.

—Gracias por venir —la saludó secamente—. Pase —añadió mirándola con intensidad.

Llevaba una camisa blanca sin corbata y pantalones informales verdes. Parecía relajado e incluso sonreía. Kristie se sintió incómoda. Era por cómo la miraba. Tenía unos ojos preciosos, pero era como si quisieran leerle el pensamiento y apoderarse de su alma. Tuvo la impresión de que era imposible ocultarle un secreto a aquel hombre.

Lo siguió hasta el salón donde habían estado el día anterior y se sentó.

—Mi madre no ha vuelto todavía —anunció con la maldita sonrisa en la cara.

Obviamente, estaba disfrutando del momento.

—¿Y por qué no me lo ha dicho? —le espetó Kristie—. ¿Por qué me hace perder el tiempo? —añadió mirándolo furiosa.

—No creo que esté perdiendo el tiempo —contestó él tan tranquilo—. Quería volver a verla.

—¿Para qué? ¿Para confirmar su opinión de que no soy apta para el trabajo? —le espetó.

—Desde luego, no me dio usted muy buena impresión —admitió—. ¿Por qué sería?

—¿A qué hora va a venir su madre?

Radford se encogió de hombros.

—¿Y, entonces, para qué me ha hecho venir?

¿Y por qué se estaba poniendo tan nerviosa?

—Mi hermana vendré en breve —dijo Radford—. No tema, no va a perder el tiempo.

Se quedó mirándola y Kristie tuvo que apartar la mirada para no encontrarse con la suya.

—¿Soy sólo yo o le caemos mal todos los hombres en general?

—¿Por qué cree que no me cae bien? —preguntó ella.

—¿Una mala experiencia?

—Más o menos.

—Eso no quiere decir que todos los hombres seamos iguales.

—¿Ah, no?

—¿Quiere que hablemos de ello?

—No —contestó.

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Por supuesto que quería hablar de ello, quería decirle muchas cosas, pero no era el momento porque los podían interrumpir en cualquier momento. Lo que tenía que decirle era muy personal y, desde luego, no le iba a gustar.

Sería interesante descubrir qué clase de hombre era. Estaba claro que era guapo y sensual, pero ¿cómo sería por dentro? ¿Por qué habría dejado a Tarah? ¿Podría llegar a comprender cómo funcionaba su mente? ¿Sería de los que creían que las mujeres eran para usar y tirar?

No estaba dispuesta a ponerse en ese tipo de situación, pero tal vez conversando con él podría averiguar con cuántas mujeres habían estado, si había tenido alguna relación seria con alguna de ellas, si estaba casado...

—Sigue sin contestarme —dijo Radford—. ¿Por qué estuvo a punto de desmayarse cuando me vio ayer?

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Capítulo 3Kristie Swift era la mujer más misteriosa que Radford había conocido. No había

conseguido quitársela de la cabeza desde el día anterior. Era animada y guapa, pero por alguna razón no le había caído bien. De hecho, le había caído falta porque había estado a punto de desmayarse.

¿Le recordaría a alguien que le había hecho daño? ¿Y por qué no se lo decía? ¿Por qué no contestaba a sus preguntas?

—¿Cree que fue por usted? —le preguntó Kristie levantando la barbilla en actitud desafiante.

—Esa es la impresión que me dio, sí.

—Se equivoca. ¿Por qué me iba a sentir así por un desconocido?

—Usted sabrá —contestó Radford—. Yo sólo le digo lo que vi. Cuando oyó mi nombre, se quedó lívida.

—Imaginaciones suyas —se defendió Kristie.

Radford sabía lo que había visto y quería saber el motivo, pero podía esperar. No había prisa. Se acercó a ella y se sentó. Sintió cómo se apartaba y la acción lo molestó. No estaba acostumbrado a que las mujeres huyeran de él.

—¿Quiere una taza de té o de café?

—No, gracias —contestó Kristie—. ¿Su hermana sabe que he llegado?

—Sí. ¿Cuánto tiempo lleva organizando bodas?

Quería saberlo todo sobre ella. Sobre todo, dónde vivía y si había un hombre en su vida.

—Casi cinco años. ¿Por qué? Le aseguro que estoy capacitada para hacer el trabajo. Si no me cree, le daré los nombres de anteriores clientes.

Vaya, vaya, pues sí que era orgullosa. ¿No debería tal vez informarse sobre ella? Su madre se había creído lo que le habían dicho, pero la boda de su hermana era muy importante para él.

Felicity había tenido una vida muy dura y enamorarse de Daniel Fielding era algo maravilloso para ella. Radford quería que su boda fuera perfecta y, si aquella mujer orgullosa se enfadaba cada vez que le preguntaba algo, no era la persona indicada para organizarla.

—Me parece bien —contestó—. Que una amiga de Felicity la haya recomendado no es suficiente. Me pasaré por su despacho a por esa lista.

—No, ya se la mando yo por correo —contestó Kristie—. ¿Ha hablado con Michelle?

—No la conozco —contestó Radford perdiendo la paciencia—. Es amiga de mi hermana, no mía.

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—No cree que la protagonista de todo esto es Felicity? —preguntó Kristie furiosa—. ¿No debería decidir ella? Si a ella la hace feliz contratarme, usted no debería meter las narices.

¿De verdad le había dicho eso? Kristie sintió que la sangre le hervía en las venas y a Radford no le dio tiempo de contestar.

—Muy bien dicho, Kristie —dijo Felicity desde la puerta—. Ya iba siendo hora de que mi querido pero engreído hermano probara un poco de su propia medicina.

Radford cambió de expresión rápidamente, Del ceño fruncido pasó a la sonrisa.

—No tenías que haber oído eso —dijo acercándose a ella.

—Lo ha oído toda la casa. No os estabais peleando, ¿verdad? ¿Qué te pasa, querido hermano? ¿La señorita Swift no te trata como tú estás acostumbrado a que te traten las mujeres?

—Sólo quería comprobar sus credenciales —contestó Radford—. Es lo normal en los negocios.

—¿También es normal que te digan que no metas las narices en un asunto? Ha estado genial, Kristie.

La aludida se sonrojó y sonrió nerviosa.

—Me alegro de que nuestro altercado te parezca gracioso —dijo su hermano acariciándole el pelo.

—Nos lo vamos a pasar muy bien con Kristie —rió Felicity—. Ya verás. No deje que mi hermano la atormente. Michelle me ha hablado maravillas de usted y eso es suficiente.

—¿Nos ponemos con la boda? —sugirió Kristie queriendo terminar cuanto antes para irse de aquella casa.

Para su desgracia, una hora después llegó la madre de Felicity y se vio obligada a repetir todo. Radford no parecía e] mismo. Se limitó a asentir y a sonreír ante todas sus ideas. Sin duda, así lo había conocido su hermana. Tarah debía de haber visto sólo su lado de perfecto caballero inglés, no el oscuro y desagradable.

Kristie firmó el contrato con alivio y se dispuso a irse. Radford insistió en acompañarla.

—No hace falta —dijo ella en vano.

—¿Se ha convencido de que puedo hacer el trabajo? —le dijo mientras iba hacia su viejo Ford.

—Un fallo y está despedida —le advirtió él—. No quiero que Felicity sufra más de lo que ya ha sufrido.

—No se preocupe, todo irá como la seda —le aseguró Kristie—. No hace falta que se quede a comprobarlo. Puede volver a Londres tranquilo.

—Ojalá —musitó él.

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Kristie se metió en el coche y se fue a toda velocidad. Por el espejo retrovisor, vio la cara de asco de Radford.

Cuando llegó a casa, no había nadie. Chloe se había llevado a Jake al cumpleaños de un amiguito, así que tenía el lujo de estar completamente sola. Se puso unos vaqueros y una camiseta y se entretuvo segando el césped mientras intentaba en vano borrar a Radford de su cabeza.

Cuando, sudada y de mal humor, se disponía ducharse, llamaron a la puerta. Fue a abrir dispuesta a mandar a freír espárragos al vendedor de turno, pero era Radford Smythe.

¿Qué demonios hacía allí?

—¿Qué quiere? —le espetó.

—¿Vengo en un mal momento?

—Me iba a duchar —lo informó fríamente.

—Hágalo. La espero.

Con total insolencia, la miró de arriba abajo. Desde las zapatillas de deporte viejas hasta el pelo revuelto, pasando por sus pechos, en los que se deleitó más tiempo del debido.

Cuando la volvió a mirar a los ojos, Kristie se preguntó qué estaría pensando. Seguramente, que no era la persona indicada para hacerse cargo de la boda de su hermana.

«Ni de broma», pensó, imaginándose desnuda bajo el agua sabiendo que él estaba esperándola.

Con sólo pensarlo, sintió una oleada de calor por todo el cuerpo. No se fiaba de aquel hombre en absoluto.

De hecho, no le extrañaría que la siguiera escaleras arriba y la observara desnuda en la ducha. Sí, estaba claro que era capaz de hacerlo. Estaba acostumbrado a salirse siempre con la suya.

¿Por qué estaba pensando aquello? Radford no estaba interesado en ella. ¡Pero si ni siquiera quería que se hiciera cargo de la boda de su hermana! Seguro que había ido para despedirla.

—Prefiero hablar primero con usted. Ya me ducharé luego.

—¿Puedo pasar?

Kristie se echó a un lado para dejarlo pasar.

—¿A qué ha venido? —le preguntó una vez en el salón.

Radford se limitó a mirar a su alrededor. La estancia era minimalista, estaba pintada en tonos naturales y, como Jake no estaba, estaba recogida.

—Tenía curiosidad.

—¿Sobre qué? —preguntó Kristie con el ceño fruncido.

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—Sobre usted.

—¿Y eso le da derecho a venir a mi casa? Si no ha venido por una cuestión de trabajo, le agradecería que se marchara —le dijo dándose cuenta de que, a pesar de su enfado, lo encontraba francamente sexy.

«Por favor, Dios mío, no dejes que me sienta atraída por él», rogó. «No me dejes caer en sus garras como le pasó a Tarah».

Sin darse cuenta, dio un paso atrás.

—No muerdo —dijo Radford— y no me pienso ir. Dúchese si quiere y hablamos luego o hablamos ahora mismo.

—Prefiero ahora. ¿Qué quiere saber?

—Un poco sobre usted.

—¿Por qué?

—Porque tengo curiosidad.

—Querrá decir que porque es un cotilla —le espetó Kristie.

—¿Le importaría ser un poco más educada? —dijo él con frialdad.

Kristie se avergonzó. Ella no se comportaba así jamás. Era tranquila y profesional, pero su tranquilidad y su profesionalidad se habían evaporado cuando había conocido a aquel hombre.

—¿Qué tiene exactamente en contra de mí?

Kristie cerró los ojos. No era el momento de hablar cómo había tratado a Tarah porque Chloe y Jake iban a volver de un momento a otro. No lo tendría que haber dejado entrar, había sido un error.

—No lo niegue.

—Vamos a dejarlo en que hay hombres que me gustan y otros que no —contestó Kristie mirándolo a los ojos.

—¿Y yo soy de los últimos?

Kristie asintió.

—¿Y le parece bien juzgarme sin conocerme? —preguntó Radford enfadado.

—No debería haberlo hecho y lo siento —contestó Kristie—. ¿Le importaría irse? —añadió para quitárselo de encima cuanto antes.

—No va a ser tan fácil. Quiero saber qué le hizo ese hombre para que nos meta a todos en el mismo saco.

—¿Quién ha dicho que fuera un hombre en concreto? En cualquier caso, no es asunto suyo.

—Puede que no, pero me parece horrible. ¿Tiene novio ahora mismo?

Kristie lo miró estupefacta.

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—Me niego a contestar a sus preguntas. Nuestra relación es estrictamente profesional, nada más. Me gustaría que se fuera.

—¿Trabaja aquí? —le preguntó mirando la mesita que Kristie había instalado en un rincón del salón.

—Sí —contestó ella.

—No parece muy profesional. ¿No tiene despacho?

—No lo necesito.

—Yo...

Se calló al oír la llave en la cerradura. Entró Chloe seguida de Jake, que dada su extrema timidez con los desconocidos, no se acercó a besar a su madre como hacía de costumbre.

Kristie pensó que así era mejor. No quería tener que soportar más preguntas de Radford. Imposible. Aquel hombre era realmente curioso.

—Hola —saludó Chloe—. Veo que tienes visita. Voy a bañar a Jake.

—¿Comparte casa? —le preguntó.

Kristie asintió.

—¿Y de quién es? ¿Suya o de su amiga?

—Mía —contestó Kristie—, pero la comparto para pagar la hipoteca.

—Así que el negocio no va bien, ¿no? —preguntó él mirándola con los ojos entornados.

—Va bien, gracias, pero no me puedo permitir el lujo de quedarme sentada de brazos cruzados. Hace falta mucho dinero para que una empresa vaya bien y uno se pueda hacer una buena fama. ¿Usted también tiene una empresa?

—Sí, estoy al frente de la empresa familiar —confirmó él.

Sí, claro. Por eso era tan prepotente y trataba a los demás como si no tuviera que rendir cuentas ante nadie.

—Me voy a duchar —anunció Kristie yendo hacia la puerta—. Lo acompaño.

Radford no entendía el comportamiento de aquella mujer. Nunca había conocido a nadie igual. Cuanto más se empeñaba ella en despreciarlo, más intrigado estaba él.

—No sé si me voy a ir todavía —contestó.

—¿Qué más quiere saber? —preguntó Kristie disgustada mirándolo con los ojos muy abiertos.

Radford quedó atrapado por ellos. Eran de un verde claro nada común y estaba seguro de que muchos hombres se habrían enamorado de ellos.

¿Se mostraría aquella mujer hostil con todos los hombres? No le había dicho si tenía novio o no. No había visto fotografías. De hecho, lo único con vida y color que había allí era ella.

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Radford odiaba admitírselo a sí mismo, pero había ido a su casa porque la deseaba. Aquellos vaqueros que llevaba le marcaban las piernas y el trasero y la entrepierna lo apretaba al imaginarse lo que había debajo.

¡Y qué camiseta! Se le transparentaba un poco y, como era pequeña, los pezones quedaban marcados, pidiendo a gritos que alguien los acariciara.

Sacudió la cabeza para apartar aquellos pensamientos de su mente. No iba a conseguir nada, porque Kristie Swift lo odiaba. Debería irse, como ella le había indicado, pero había algo que le hacía querer quedarse y averiguar más cosas sobre ella.

—Creo que...

—No tenemos nada más que decirnos, señor Smythe —lo interrumpió Kristie.

—Es usted una mujer muy dura.

—Porque lo necesito.

—¿Quiere cenar conmigo mañana? —le preguntó sin pensarlo.

—¿Para qué?

Aquello lo sorprendió. Radford esperaba un rotundo «no».

—¿Tiene que haber una razón para que un hombre le pida a una mujer bonita una cita?

—Si es usted, sí —contestó Kristie

—¿Qué quiere decir? ¿Insinúa que tengo motivos ocultos?

—Sí, creo que sí —contestó ella—. Quiere interrogarme y, si salgo con usted, sé que no voy a tener escapatoria.

Era astuta, desde luego.

—¿Por qué no quiere contestar a mis preguntas?

—Porque no me parece que mi vida privada sea asunto suyo.

Radford deseó quitarle la cinta que llevaba en el pelo y dejárselo caer por la cara. Quería acariciarla y sentir su cuerpo. Quería besarla y hacerla gozar. Estaba sorprendido de sí mismo porque ella no tenía ningún interés en él.

—No suelo aceptar un «no» por respuesta —insistió.

—Pierde el tiempo —dijo Kristie abriendo la puerta—. Adiós, señor Smythe.

—De momento —sonrió.

Al pasar a su lado, sintió unas horribles ganas de besarla y se pudo controlar a duras penas. Su perfume lo tenía intoxicado. Aquella mujer era increíblemente sexy, pero conseguirla iba a requerir mucha paciencia.

—Va a ser muy interesante conocerla, señorita Swift —dijo mirándola a los ojos.

Kristie sintió que todas las alarmas de su cerebro se encendían y, a pesar de que lo tenía a pocos milímetros, no se movió. No le dio ese placer.

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Kristie cerró la puerta con fuerza. ¿Por qué se había presentado en su casa? Obviamente, para averiguar qué tipo de mujer era, para ver si era de fiar y podía hacerse cargo de la boda de su hermana.

¿Qué conclusión se habría formado? Desde luego, no había sido muy educada con él. Aquello podría traducirse en un contrato menos, y no podía permitírselo. ¿Por qué no había conseguido apartar el odio que sentía por él y lo había tratado con profesionalidad?

—¡Mamá! ¡Mamá! —exclamó Jake corriendo escaleras abajo.

Al ver a su hijo, se olvidó de Radford Smythe. Hasta que se metió en la cama aquella noche.

Entonces, no pudo dejar de pensar en él. Era tan guapo que le hacía sentir cosas que jamás había sentido. Aquello era peligroso. No podía ser. Lo odiaba.

Tenía que distanciarse de él, pero ¿cómo iba a hacerlo si insistía en tomar decisiones sobre los preparativos de la boda de Felicity? ¿Por qué no se iría a Londres?

Kristie sabía que no iba a ser así. Estaba claro que a Radford le gustaba tenerlo todo bajo control. Se había dado cuenta de que no le caía bien y estaba empeñado en saber por qué. Por eso la había invitado a cenar.

Tal vez debía enfrentarse a él cuanto antes y terminar con aquella situación. Claro que eso quería decir perder un contrato.

Lo mejor era controlarse, mostrarse educada con él y concentrarse en la boda.

Sencillo.

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Capítulo 4A la mañana siguiente, Kristie estuvo concentrada en su trabajo para no pensar

Radford Smythe. Hasta que sonó el teléfono y era la madre de éste.

—Kristie, necesito verla cuanto antes. Se me ha ocurrido una idea maravillosa.

Kristie hizo una mueca de fastidio. Era normal que tuviera que ir varias veces a ver a unos clientes para preparar una boda y no le solía importar, pero este caso era diferente porque sabía que su hijo iba a estar presente y ya había tenido suficiente.

—Estoy muy ocupada señora Mandervell—Smythe. Ahora no puedo ir.

—No me refería a que vinieras ahora mismo, querida. ¿Qué te parece si cenas esta noche con nosotros y te lo explico? Ya verá, le va a encantar.

¿Cómo negarse? No podía. La boda de Felicity era una de las más importantes que le habían pedido que organizara. Su familia tenía mucho dinero y no iba a reparar en gastos. Eso quería decir que ella iba a cobrar un buen sueldo.

Además, a esa hora Jake ya estaba en la cama.

—¿A qué hora quiere vaya?

—¿A las siete y media le va bien? Le diré a mi chófer que la vaya a buscar.

No le dio tiempo a negarse, porque la línea estaba muerta. Se preguntó qué sería esa idea tan maravillosa, pero se zambulló de nuevo en el trabajo y pronto se olvidó.

Le encantaba su trabajo. Le encantaba diseñar bodas muy individuales. Cada una era un nuevo reto. Tenía que meterse en la cabeza de la novia y saber exactamente qué esperaba de un día tan señalado.

Felicity tenía muchas ideas. Se notaba que era una joven despierta e inteligente. Kristie se preguntó por enésima vez por qué iría en silla de medas.

Tras acostar a Jake, se duchó y se arregló. Deseó que Radford no estuviera en la cena, pero sabía que era prácticamente imposible. Se estaba mostrando demasiado interesado en la boda de su hermana y Kristie se preguntó si no sería por su culpa.

Si no se hubiera quedado medio muerta al conocerlo, él no se habría fijado en ella y no habría azuzado su curiosidad.

Se puso un vestido y una chaqueta de seda azul a juego con unos zapatos de tacón alto. Se recogió la melena en un moño alto y se puso unos pendientes largos de plata.

—Estás preciosa —dijo Chloe.

Su compañera era bajita y gordita y siempre se estaba quejando de que ninguna ropa le quedaba bien.

—¿No me he pasado un poco?

No quería que Radford pensara que se había arreglado por él.

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—Se va a caer de espaldas —contestó su amiga.

—No he quedado con Radford, sino con su madre —protestó Kristie.

Chloe se encogió de hombros al tiempo que llamaban al timbre. Eran las siete y cuarto.

—Ya abro yo —se ofreció—. Así vuelvo a ver a ese hombre tan guapo.

—No va a ser él —le advirtió Kristie—. Es el chófer.

Pero no era ninguno de los dos.

—¡Paul! —exclamó Kristie al verlo entrar en el salón—. ¿Qué haces aquí?

—Vaya, menudo recibimiento —sonrió su amigo—. Había venido a decirte que saliéramos, pero parece que llego tarde.

Paul era alto y delgado, de pelo castaño y ojos marrones, el hombre más amable y genuino que Kristie conocía. Jake lo adoraba. Aunque sabía que Kristie no lo quería, él seguía intentándolo.

—Lo siento.

—¿Adónde vas? Estás impresionante —apuntó Paul un poco molesto.

—A cenar con unos clientes —contesto Kristie sin darle importancia.

Volvieron a llamar al timbre y Chloe se apresuró a abrir. Cuando Kristie oyó la inconfundible voz masculina, sintió que el corazón se le caía a los pies. ¿Qué le había pasado al chófer?

Al entrar en el salón y ver a Paul, se quedó en el sitio.

—Radford, le presento a Paul Derring, un íntimo amigo mío —los presentó Kristie—. Paul, éste es Radford Smythe, el hermano de Felicity, cuya boda estoy organizando.

Los dos hombres se dieron la mano mientras se miraban con recelo.

—Bueno, me tengo que ir —anunció Paul—. Te llamo esta semana, Kristie.

—Muy bien, te acompaño a la puerta —contestó ella sintiendo los ojos de Radford clavados en ellos.

—¿Habías quedado con él? —le preguntó su amigo.

—Claro que no. Su madre me dijo que me mandaba al chófer. No sé por qué ha venido él —contestó Kristie sinceramente.

—Me parece que le gustas.

—¡No digas tonterías! En cualquier caso, no es mi tipo, así que no te preocupes —le aseguró pasándole los brazos por el cuello y dándole un beso más fuerte de lo normal.

El pobre había ido a invitarla a salir y se encontraba con otro hombre en su casa.

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Sorprendido, Paul le devolvió el beso con la misma pasión. Era la primera que la besaba así, no porque no hubiera querido hacerlo antes sino porque había respetado sus limitaciones.

Cuando Paul se fue, Kristie cerró la puerta y se giró para encontrarse a Radford mirándola con el ceño fruncido.

—Me sorprende, Kristie. Jamás hubiera dicho que era usted de esas mujeres a las que les gustan los hombres fáciles de manejar. Su vida no será nada divertida con Paul Derring.

—¿Y quién ha dicho que busque diversión? —protestó furiosa por que la hubiera visto besar a Paul.

Pensándolo mejor, se alegraba. A ver si así la dejaba en paz. Se acabaron las invitaciones para salir a cenar y esa tontería de querer conocerla mejor.

—Es obvio que usted necesita más de lo que él le puede ofrecer —comentó Radford secamente.

—No lo conoce de nada —contestó Kristie mirándolo enfadada.

—Soy muy buen juez.

—¿Sin ni siquiera hablar con la persona juzgada?

—Sí —contestó muy seguro de sí mismo—. Si yo hubiera llegado a casa de mi chica y me hubiera encontrado con otro hombre que la va a sacar a cenar, desde luego, no me habría ido. Es un pobre hombre.

—¿Cómo se atreve?

—Para empezar, usted no me va a sacar a cenar y Paul lo sabía —le contestó iracunda—. Todo esto no será una treta para salir a cenar, ¿verdad? —añadió nerviosa.

—No, vamos a cenar en casa de mi madre, aunque yo, la verdad, hubiera preferido invitarla a cenar fuera —confesó Radford.

—Siga esperando —le espetó pasando a su lado.

Radford aprovechó para agarrarla con fuerza.

—Te voy a demostrar cómo besa un hombre de verdad —le dijo con voz grave.

Al sentir su cuerpo, Kristie pensó que aquel hombre era peligroso. Se estaba apoderando de su cuerpo, de su mente y de su sensualidad.

Le puso una mano en la nuca y la otra en la espalda y, en un segundo, la estaba besando y Kristie estaba aspirando su colonia, lo que no hizo sino acrecentar el caos que estaba viviendo en su interior. Su cuerpo respondió de manera inequívoca aunque sabía que lo que tendría que hacer era escapar.

Y, de pronto, la soltó. Kristie se sintió libre físicamente, pero no emocionalmente. Aquel hombre tenía un magnetismo irresistible.

—¿Qué diría tu madre si se enterase de que me has agredido sexualmente? —le espetó.

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—¿Crees que un besito es una agresión sexual? Ha sido mucho más corto que el que le has dado a tu novio, pero no niegues que te ha gustado.

Tenía razón. Claro que le había gustado, todavía sentía los efectos de aquel beso. Se sentía más viva que nunca, lo que no le ocurría cuando Paul la besaba. Adrede, se pasó la mano por la boca.

—No vuelvas a hacerlo.

—No lo dices en serio y lo sabes, Kristie. Estás furiosa porque has respondido como no querías responder —sonrió muy tranquilo apoyando en la puerta.

—¿Responder? Estás de broma, ¿no? Eres el último hombre en el mundo ante el que respondería.

Su hermana había muerto por su culpa y ella lo odiaba con todo su corazón. Tendría que haber dicho que no a aquel trabajo desde el principio.

—¿Por qué?

La pregunta la tomó por sorpresa.

—Porque te crees que eres un regalo de los dioses —le espetó—. Estás acostumbrado a que las mujeres se vuelvan locas por ti, pero a mí no me va a pasar, te lo aseguro. Tengo mejor gusto.

Radford apretó las mandíbulas para no perder el control.

—Nos deberíamos ir —anunció.

Kristie sabía que el momento de enfrentarse a él se iba acercando, pero quería conocerlo mejor. ¿Cómo, si lo que le decía la razón era que debía mantener las distancias? Aquella noche iba a ser una odisea. No le apetecía nada ser simpática con él, pero iba a tener que hacerlo por su madre y su hermana.

Antes de irse, entró en la cocina a despedirse de Chloe.

—Te ha besado —sonrió su amiga.

—¿Quién? ¿Paul?

—No, el otro, que es mucho mejor partido.

—No opino lo mismo —contestó Kristie—. Si Jake se despierta y pregunta por mí, llámame. No me gusta irme así, pero...

—Anda, vete y pásatelo bien.

Como si fuera tan fácil. Si Chloe supiera la historia completa no le diría aquello.

El Mercedes negro era espacioso, pero la sensualidad de su dueño lo llenaba todo. Era un hombre peligroso e iba a tener que mantenerse en guardia siempre que estuviera con él. Era muy fácil caer en su tela de araña.

Tras el breve beso, le había quedado claro.

—No muerdo —dijo él al verla pegada a la puerta.

—Nunca he dicho que lo hicieras.

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—Entonces, ¿por qué te apartas de mí? Estás nerviosa después de que te haya besado, ¿eh? Temes que lo vuelva a hacer. No te preocupes. Me gusta que las mujeres con las que estoy estén conmigo por voluntad propia.

¡Las mujeres, en plural! Aquello no hizo más que confirmarle a Kristie que aquel hombre era peligroso. ¿Por qué todos los hombres con dinero y poder tenían a todas las mujeres que les daba la gana? ¿Jugaban a dejarlas cuando ya se habían hartado y a salir a por otra presa? Aquello la enfermó y decidió no contestarle.

—Espero que no te pases toda la noche así —comentó él—. A mi madre no le iba a hacer mucha gracia y, seguramente, anularía el contrato. A mí me parecería bien, la verdad, porque desde el principio he dicho que no valías para el trabajo.

Kristie lo miró con fastidio.

—Si tú no metes las narices donde no te llaman, todo irá bien —le espetó—. Tu madre, Felicity y yo nos entendemos a las mil maravillas. No nos haces falta para nada.

—Mi madre no opina lo mismo. Desde que mi padre murió, recurre a mí para todo. No está acostumbrada a tomar decisiones.

—¿Y te crees que le estás haciendo un favor? ¿Qué pasaría si ocurriera algo grave en tu ausencia? Tendría que tomar decisiones, quisiera o no.

—Veo que eres una experta en estos temas —comentó él enfadado—. ¿Eres de esas mujeres que creen que pueden hacer todo lo que hace un hombre?

—Por supuesto.

—¡Ya! —exclamó Radford.

Durante el resto del trayecto, reinó el silencio.

Radford no entendía por qué Kristie lo odiaba tanto. Había pensado que era algo que tenía contra todos los hombres, pero entonces la había visto besar a Paul Derring. ¿Qué habría visto en aquel hombre’? No era un hombre, sino un ratón asustadizo que se había ido.

Desde luego, él jamás habría hecho eso. Habría preguntado qué interés tenía el otro hombre en su novia.

Tal vez, Paul prefiriera las mujeres dominantes. Tal vez, prefiriera que ella llevara las riendas. Parecía que Kristie era de las que les gustaba mandar.

Quizá por eso lo odiaba, porque era la primera vez en su vida que se había encontrado con un hombre con carácter.

Sonrió encantado. Kristie Swift iba a ser todo un reto. Estaba decidido a encandilarla. No le gustaba que le dieran la espalda, pero no sabía si había hecho bien en besarla.

Menudo beso. Había sido un momento, pero sus niveles de testosterona habían saltado por los aires. Sus labios eran una maravilla y su cuerpo, pegado al suyo, había resultado de lo más deseable.

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La había deseado con todo su cuerpo. Hubiera querido seguir besándola, acariciarla y hacerla suya allí mismo.

Teniendo en cuenta que, al principio, le había parecido una mujer desequilibrada, su cambio de opinión lo sorprendió. No se lo podía creer ni él. La miró de reojo y sintió ganas de tocarle la mano para que comprendiera que no le iba a hacer nada, que podía relajarse y conocerlo mejor sin temor.

¡Eso o zarandearla! Nunca había conocido a alguien que lo sacara tanto de quicio, y no sabía cómo reaccionar.

Estaba impresionante con aquel conjunto azul. Si se relajara, podría ser una velada encantadora. Radford se preguntó cuál iba a ser su reacción cuando oyera lo que le iba a proponer su madre.

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Capítulo 5—¿Qué le parece?

Kristie miró anonadada a la señora Mandervell—Smythe.

—No sé —contestó por fin—. Me ha sorprendido. Es muy generoso por su parte, pero...

—Radford me ha dicho que trabaja en un rincón del salón y me ha parecido que no estaba bien, sobre todo porque vive con una amiga y un niño, ¿no? Es la solución perfecta, así que diga que sí.

La señora Mandervell—Smythe no se daba cuenta de lo que le estaba pidiendo. ¿Cómo iba a trabajar allí con Radford cerca? Tener un despacho fuera de casa sería una maravilla porque era difícil concentrarse con Jake, pero...

—Venga, se lo voy a enseñar —dijo la madre de Felicity con decisión.

Kristie miró a Radford mientras seguía a su madre. Estaba sentado en un sofá, muy relajado mientras escuchaba su conversación. Sonrió y Kristie comprendió que había tenido algo que ver con la propuesta de su madre.

—Ve con ella —le indicó—. No querrás que piense que eres una desagradecida, ¿verdad?

—Esto ha sido idea tuya, ¿no? —lo acusó—. A mí no me parece divertido. ¿Cómo te atreves a interferir en mi vida?

—¿Cómo puedes trabajar con un maldito crío a tu alrededor todo el rato? Lo he hecho por tu bien —volvió a sonreír.

—Gracias, pero te lo podías haber ahorrado —le espetó Kristie yendo detrás de su madre.

La siguió hasta una habitación apartada, al otro lado de la casa.

—Era el despacho de mi marido —anunció la mujer al abrir la puerta—. Ya nadie lo usa. Radford tiene otro arriba, pero suele trabajar en Londres. Me sorprende que esta vez no tenga prisa por volver a la capital. Supongo que será por la boda de su hermana. Sabe que no podría hacer nada sin él y sin usted, claro, querida. Es un gran alivio que me quite esta carga.

Kristie sonrió por cortesía. Ella no se sentía en absoluto aliviada. La señora Mandervell—Smythe estaba encantada con la presencia de su hijo, pero ella no.

—¿Qué le parece? ¿Podría trabajar aquí?

Era una estancia grande con una mesa enorme y muchas estanterías. Junto a uno de los ventanales que daban al jardín, había un par de butacas de cuero. Sería un placer trabajar allí, pero sólo había un impedimento.

—Muchas gracias, señora Mandervell—Smythe, pero...

—Por favor, llámame Peggy, como todo el mundo.

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Kristie sonrió.

—Peggy, no puedo aceptar su oferta...

—No digas tonterías. En realidad, el favor me lo harías tú a mí. Si no, vamos a estar todo el día llamándonos por teléfono. Felicity es muy indecisa, creo que ya te lo dijo su hermano. Lo más lógico es que trabajes aquí.

Peggy tenía razón y era la oferta más tentadora que Kristie había recibido en mucho tiempo. ¡Un despacho gratis! Era una suerte, pero el precio a pagar era tener a Radford pegado a ella todo el día.

—Por favor —insistió Peggy—. Es una pena que nadie use el despacho de Edward. Además, no te costará un penique. Puedes entrar y salir por estar puerta que da al jardín y aparcar allí sin problemas.

—¿Y las verjas de la entrada?

—Te daré un mando. No sé por qué no aceptas mi oferta. ¿Por qué dudas?

—Quizá porque cree que la vamos a molestar.

Kristie se giró y se encontró con Radford. ¿Por qué se metía? Lo miró con hostilidad, pero no dijo nada.

—Claro que no —le aseguró su madre—. Tendrás intimidad total, Kristie. Habla con ella, Radford. Hazla entrar en razón.

Kristie sabía que su madre la presionaba para tenerla cerca, porque sería más fácil para todos organizar la boda. Por otra parte, era imposible que Radford se quedara allí todo el tiempo que quedaba para la ceremonia, pues estaban hablando de un año.

Era de locos no aceptar una oferta así.

—Yo creo que lo sabe, pero soy yo la pieza que no le encaja.

—¿Por qué dices eso? —preguntó su madre con el ceño fruncido.

—Por alguna razón, no le caigo bien.

Kristie sintió ganas de matarlo.

—¿Cómo dices eso? ¿Por qué no le ibas a caer bien?

—Pregúntaselo a ella.

—Tu hijo no es la razón por la que dudo —contestó Kristie—. Lo cierto es que sí, acepto —decidió de pronto—. Me parece una oferta buenísima.

Peggy sonrió encantada.

—Cuánto me alegro. No te arrepentirás. Te aseguro que nadie te molestará. Este despacho será única y exclusivamente para ti. Te voy a dar las llaves de las dos puertas.

Kristie sintió la mirada de Radford sobre ella, pero no lo miró.

—Pagaré la luz y el teléfono —dijo.

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—No, de eso nada —contestó Peggy—. Me estás haciendo un favor dándole uso a este despacho, así que no digas tonterías. Radford, vete a por las llaves.

Así lo hizo y Kristie se sintió muy aliviada al verlo marchar. Sin embargo, se le quedó cierto regusto amargo en la boca al ver su sonrisa de triunfo. La había forzado a aceptar a la oferta de su madre y ella, como una tonta, había picado el anzuelo.

A pesar de lo que le había dicho Peggy, tuvo la sensación de que su hijo no la iba a dejar en paz, así que decidió tener ambas puertas siempre cerradas con llave.

Cuando volvieron al salón, el prometido de Felicity estaba allí. Daniel Fielding era perfecto para la hija de Peggy. No era especialmente guapo, pero sí cariñoso y amable, y era obvio que se adoraban.

Mientras hablaba con él, Kristie sintió la mirada de Radford clavada en ella. Era horrible saber que la estaba mirando en todo momento. Le hacía sentir un escalofrío por la espalda. Se preguntó si Peggy se habría dado cuenta del interés que tenía en ella.

Cuando anunciaron que la cena estaba servida, Radford se acercó y la tomó del brazo para conducirla al comedor. Al sentir su mano, sintió una descarga por todo el cuerpo. Menos mal que no lo tenía sentado al lado en la mesa. Tenerlo sentado enfrente fue casi peor.

—Dime, Kristie —dijo Radford en el primer plato—, ¿cómo es que te decidiste a poner una empresa de organización de bodas? ¿Has estado casada y por eso sabes el quebradero de cabeza que es preparar un evento así?

Sus preguntas interesaban a todos, pero Kristie lo miraba sólo a él. ¿Cómo se atrevía a preguntarle algo tan personal?

—No, nunca he estado casada —contestó.

Así que no había sido su marido el que la había hecho sufrir. Debía de haber sido otro hombre.

Por lo visto, alguien muy parecido a él. Radford estaba encantado de que hubiera aceptado la oferta de su madre, porque ahora la iba a tener muy cerca.

Quería saberlo todo sobre ella.

—Decidí dedicarme a la organización de bodas porque, bueno, porque me gusta organizar. He hecho varios cursos de gestión y diseño y me gusta.

—No sé si vas a pensar lo mismo cuando mi querida hermana haya acabado contigo.

—¡Radford! —se quejó Felicity.

—Sabes perfectamente que tengo razón —sonrió su hermano—. Eres la persona más indecisa que conozco.

—No le hagas caso —dijo Felicity—. Sólo intenta que nos llevemos mal. No le pareces bien para el trabajo desde el principio y no sé por qué. Eres perfecta para

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hacerlo. Por cierto, me alegro mucho de que vayas a trabajar en el despacho de mi padre. Así, podré hablar contigo siempre que quiera y...

—Cariño —intervino Peggy—, Kristie no quiere que la molestemos. Tendrías que ponerte en contacto con ella siguiendo los cauces normales. De hecho, he decidido que voy a instalar otra línea telefónica sólo para ella. Radford, ocúpate de ello.

—Muy bien, mamá —contestó él secamente.

La miró y se dio cuenta de que Kristie no estaba cómoda allí. Lo había sorprendido mucho que hubiera dudado tanto a la hora de aceptar la oferta de su madre. ¿Cómo podía trabajar en una casa tan pequeña como la suya?

No era tonto y sabía que había sido por él, pero Kristie no tenía de qué preocuparse. Aunque le hubiera gustado quedarse más tiempo para conocerla mejor, no podía. Su secretaria personal lo había llamado aquella mañana para recordarle que tenían un montón de cuestiones sobre la mesa.

La volvió a mirar y vio que estaba intentando concentrarse en el pastel de marisco para no ponerse nerviosa. Estaba ligeramente sonrojada y era obvio que estaba furiosa con él. Cómo se alegraba de su madre la hubiera sentado enfrente de él.

Peggy quería que se casara y, si supiera lo que sentía por aquella joven, seguro que haría lo indecible por ayudar. Sería un ataque sin precedentes. No se daría ni cuenta hasta que fuera demasiado tarde.

Vio que se sentía aliviada al terminar de cenar. Había hablado y contestado a las preguntas de los demás con inteligencia y corrección, pero cuando había tenido que hablar con él lo había hecho nerviosa.

Por lo visto, los demás no se habían dado cuenta, pero él tenía muy claro que lo odiaba y quería saber por qué. Tal vez, pudiera averiguarlo cuando la llevara a casa. Mientras tanto, iba a tener que conformarse con admirar su rostro y su cuerpo.

Nunca había salido con una pelirroja, pero cuanto más la veía más la deseaba. Era absurdo negarlo. Le había revolucionado las hormonas y tenía el deseo exacerbado desde que la había visto.

Le tocó el pie por debajo de la mesa y Kristie lo miró con furia y se sonrojó. Eso quería decir que no era inmune a él.

Radford sonrió y ella lo miró todavía más enfadada. Le encantaba verla así. Le temblaba el cuerpo de cómo la deseaba. Necesitaba acostarse con ella.

Como si le hubiera leído el pensamiento, se levantó.

—Me tengo que ir —anunció—. Muchas gracias por todo, Peggy. Si te parece bien, me instalaré después del fin de semana.

—Me parece perfecto —contestó su madre—. Radford, ¿has encontrado las llaves?

—Sí —contestó sacándoselas del bolsillo.

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Sabía que se iba a encerrar en el despacho de su padre única y exclusivamente por él. ¿Por qué le interesaba aquella mujer? Decidió volver a Londres al día siguiente y olvidarse de ella.

—Voy a pedir un taxi —dijo Kristie.

—De eso nada —contestó Peggy—. Radford te llevará a casa.

—El chófer libra hoy —le explicó él al ver su cara de horror.

¿Qué había hecho para que lo odiara tanto?

Radford decidió llevarla a casa sin decir nada, pero no fue tan fácil porque, al verse con ella en el coche, le pareció que su aroma le emborrachaba el cerebro como un afrodisíaco. La idea de dejarla en casa e irse se le antojó horrible.

Kristie no se apoyó contra la puerta aquella vez. ¿Era aquello una señal esperanzadora?

—¿Por qué querías pronto? —le preguntó—. No es por nada, pero creo que has cortado la velada.

—¿De verdad? —contestó ella preocupada—. Espero que tu madre no haya pensado lo mismo, pero es que son las diez y media.

—¿Y tienes toque de queda?

—No, pero me he levantado esta mañana a las cinco y estoy cansada.

Radford la miró con una ceja enarcada.

—Creía que estabas huyendo de mí —comentó.

—No seas engreído.

—¿Porqué? Está claro que no te gusto. Claro que, es obvio que ha habido veces en las que tu pasión te ha traicionado.

—Antes de que yo sintiera la más mínima pasión por ti, el mundo se congelaría —apuntó Kristie.

—¿Me estás diciendo que, cuando te he tocado con el pie por debajo de la mesa, no te has estremecido? No olvides que te estaba vigilando muy de cerca.

Tan de cerca que había visto en sus ojos deseo antes que furia.

—¿Y? —dijo ella encogiéndose de hombros.

—Y que es un paso en la dirección correcta.

—Te repito que no seas engreído. No pienso ir en tu dirección.

Radford se permitió sonreír.

—No tienes escapatoria, preciosa —le dijo convencido de ello.

Tenía que conseguir acostarse con ella como fuera. El deseo le podía, pero no era sólo eso. Le interesaba de verdad aquella mujer. Era culta, inteligente, amable, divertida. Sí, había visto que Daniel y Felicity se reían con ella y había sentido envidia.

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—Me subestimas, Radford —le espetó Kristie—. Puedes intentarlo por activa y por pasiva, pero no vas a conseguir nada conmigo.

—¿Me estás desafiando?

—No —contestó ella mirándolo con frialdad—. Espero que te comportes como un caballero.

—¿Crees que es fácil hacerlo con una mujer tan increíblemente sexy como tú?

Pedía demasiado.

—¿Me ves así? ¿Te crees que soy un objeto sexual? No me sorprende, la verdad. Estás acostumbrado a tener todo lo que quieres desde pequeño, ¿verdad? Me da la impresión de que con las mujeres te pasa lo mismo, pero siento decirte que esta vez no has tenido suerte. No me interesas.

Radford decidió convencerla de que no era así, de que no era un niño mimado, de que había trabajado muy duro para llegar donde había llegado, pero no era el momento. Era mejor dejar que lo conociera mejor y se diera cuenta ella sola.

—Veo que no lo niegas —apuntó Kristie.

—¿Me creerías si lo hiciera?

—Por supuesto que no.

—¿Entonces? Creo que lo mejor será que nos conozcamos. Así, te darás cuenta de que no soy el ogro que crees que soy.

—La verdad es que no tengo ningún interés en conocerte —contestó Kristie—. Estoy deseando que vuelvas a Londres.

—¿Cómo puedes hablarme así cuando ni siquiera me conoces? —preguntó enfadado.

—No tengo ningún interés en conocerte —le repitió.

—Pues lo siento mucho porque nos vamos a ver a menudo mientras trabajes en casa de mi madre —le espetó Radford.

Aunque tenía que volver a Londres, decidió escaparse siempre que pudiera.

—En ese caso, no aceptaré la oferta de tu madre y punto. El despacho de tu padre es un lugar apacible. Si vas a estar tú para atormentarme, no me interesa. Ya le explicarás tú a tu madre por qué, ¿verdad?

Radford estaba perdiendo la paciencia y aquello no era propio de él. De hecho, solía ser tranquilo y diplomático, pero aquella mujer lo sacaba de quicio.

—No hay razón para que le des ese disgusto a mi madre.

—¿Eso quiere decir que me vas a dejar en paz?

—Me voy a Londres mañana —contestó.

Al instante, vio su alivio. ¿Para qué decirle que iba a volver en breve? Era mejor que se creyera que se iba para un largo período.

Al llegar, a su casa apagó el motor y salió del coche.

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—Claro que sí. Es lo que haría un caballero —contestó él.

Kristie sacó las llaves y abrió la puerta.

—Gracias por traerme —dijo antes de cerrársela en las narices.

—No hace falta que esperes a que entre —dijo.

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Capítulo 6El lunes por la mañana, Kristie fue a su nuevo despacho. Estaba nerviosa.

Llevaba así todo el fin de semana porque no sabía si había cometido un gran error.

De hecho, había estado a punto de llamar un par de veces para echarse atrás, pero no todos los días le hacían a una oferta así.

Radford no iba a estar, así que ¿por qué se preocupaba? ¿Tal vez porque no lo creía?

Al llegar frente a las verjas, apretó el mando. Cuando se abrieron, avanzó con el coche todo lo que pudo hasta el estudio. Así, si seguía allí, no tendría que verlo, porque no iba a atravesar la casa.

La sorprendió sobremanera ver que le habían puesto un ordenador nuevo, una impresora, un escáner y una fotocopiadora. Había incluso un ordenador portátil, lápices, bolígrafos y una pizarra.

Era increíble y la hizo sentirse incómoda. ¿Cómo se habían gastado tanto dinero en ella además de no cobrarle nada por el despacho? No podía aceptarlo.

Estaba a punto de irse cuando llamaron a la puerta.

—Kristie, soy Peggy.

Hizo una mueca y abrió la puerta.

—¿Qué te parece? —dijo la mujer sonriente—. Le dije a Radford que te pusiera todo lo que se le ocurriera que pudieras necesitar, pero si se le ha olvidado algo...

—Peggy, no puedo aceptarlo —la interrumpió Kristie.

—¡No digas tonterías! No me estropees la sorpresa.

—Pero te debe de haber costado una fortuna.

—¿Y qué? Me lo puedo permitir. Mira, ya no me voy de vacaciones porque sin Edward no me lo paso bien y tengo los armarios tan llenos de ropa que estallan. Me gusta ayudarte. Tengo afinidad contigo y creo que podríamos ser buenas amigas.

A Kristie también le caía bien Peggy, pero con el hijo que tenía, eso de ser amigas no iba a ser fácil. ¿Qué pensaría Peggy si supiera cómo había tratado Radford a su hermana, cómo se había deshecho de ella cuando se había aburrido? ¿De qué lado se pondría? Sería una situación delicada. Debería haberlo pensado antes de aceptar la oferta.

—Muchas gracias, Peggy —dijo Kristie sinceramente—. Estás siendo muy amable conmigo.

—Me has caído bien desde el principio. Eres el tipo de chica con la que me encantaría que se casara mi hijo. No tengo ya muchas esperanzas, ¿sabes? Tiene treinta y ocho años y nada. Está muy feliz con su empresa. Le encanta Londres, con todo su ruido y su vida de gran ciudad. Tiene una casa que da al Támesis, así que no creo que jamás se venga a vivir aquí.

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Kristie sintió un enorme alivio.

—¿De pequeño vivió aquí?

—Sí, claro. Esta casa lleva en la familia varias generaciones. Entonces, le encantaba el campo. Era un niño que siempre estaba al aire libre. Antes del accidente de Felicity, eran inseparables.

—¿Qué le pasó?

Peggy se puso un triste.

—Se cayó montando a caballo. Intentó saltar un seto demasiado alto y cayó de espaldas. Se rompió la columna. Sólo tenía once años, pero ha sido valiente y nunca se ha dejado vencer por su condición.

—Ya se ve —contestó Kristie—. Es una mujer muy alegre. La admiro mucho.

—Sí, y ha encontrado a un hombre maravilloso que la va a cuidar toda la vida.

—Sí, Daniel es un encanto. La verdad es que estoy encantada de hacerme cargo de su boda.

—Por eso, debes aceptar mi ayuda.

—Sí, Peggy, pero eres demasiado generosa. ¿Por qué no me dejas que pague un pequeño alquiler?

—No quieres sentirte como un caso de caridad, ¿verdad? —sonrió Peggy—. No te preocupes por eso, ya lo arreglaremos. ¿Necesitas algo más? Molly se encargará de traerte café por la mañana y té por la tarde y me encantaría que comieras conmigo.

—Gracias, pero no suelo comer más que un sándwich. ¿Radford se ha vuelto a Londres?

—Sí, anoche. En cuanto volvió de dejarte, hizo el equipaje y se fue. Dijo que tenía una reunión muy importante hoy por la mañana. No creo que lo vuelva a ver en siglos.

Kristie sintió un gran alivio. Iba a poder concentrarse en el trabajo sin tener que preocuparse por el único hombre del mundo que la excitaba contra su voluntad.

¿Por qué no le había dicho todo lo que había pensado que le diría si algún día lo conocía? ¿Por qué había dejado que la atrajera hacia sí? ¿Le habría pasado lo mismo a Tarah?

Cuando Paul se enteró de su cambio de despacho, no le gustó.

—No me gusta ese hombre —dijo—. Ha sido idea suya, ¿verdad? Le gustas, Kristie. ¿No te das cuenta?

Había pasado por su casa a verla aquella noche y la había encontrado encantada con su nuevo despacho.

—Te equivocas. Ha sido idea de su madre. Además, él se ha ido. Ha vuelto a Londres.

—Aun así, no me parece bien. Creía que te gustaba trabajar en tu casa.

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—Sí, pero Peggy ha insistido mucho y, además, Jake me interrumpe mucho. Así, podré tener el trabajo listo mucho más rápido.

—¿Y te lo puedes permitir? Siempre has dicho que trabajando desde casa te ahorrabas mucho dinero.

Kristie se encogió de hombros. No quería admitir que no pagaba nada porque, aunque Peggy le había asegurado que acordarían una cifra, sospechaba que iba a ser algo simbólico.

—La empresa va bien —contestó—. Ya era hora de evolucionar.

—¿Eso quiere decir que vas a trabajar de nueve a cinco como todo el mundo y vas a tener más tiempo para mí? —preguntó Paul esperanzado.

—Supongo que sí —contestó Kristie sabiendo que a Jake le iba a encantar ver a Paul más a menudo.

Paul fue a su casa todas las noches de aquella semana, jugaron juntos con el niño y se quedó a cenar con ellos y la invitó a cenar fuera. Si no hubiera sido porque no se podía quitar a Radford de la cabeza, Kristie se lo habría pasado estupendamente.

Siempre se había sentido bien con Paul. Nunca discutían.

La paz duró una semana más. El lunes estaba trabajando con la puerta abierta, pues hacía a Radford en Londres, pero no era así.

—¿Qué haces aquí? —le espetó al verlo entrar vestido con pantalón y polo negro.

—Tan educada como siempre —sonrió él.

—¿No estabas en Londres?

—Mi madre necesitaba que viniera.

—¿Por qué? ¿Qué pasa?

—No está enferma, no te preocupes. Es por la boda. Ya te dije que Flick cambiaba de opinión con facilidad.

—¿Y tiene que consultártelo a ti en vez de a mí?

—Quería comentar conmigo ciertas cosas antes de decírtelas. ¿Qué tal el fin de semana?

—No creo que mi vida privada te interese —contestó—. ¿Para qué has venido? ¿Para contarme los cambios o para atormentarme?

—Me pregunto por qué tienes la sensación de que te atormento —sonrió Radford.

Kristie suspiró impaciente.

—¿Te importa decirme por qué quieres e irte, por favor? —le espetó Kristie arrepintiéndose de haber aceptado aquel despacho.

La semana había sido una delicia, pero aquella no podría haber empezado peor.

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—Sólo he venido a invitarte a cenar esta noche.

—¿No te vuelves a Londres?

—A su debido tiempo —contestó diabólico—. ¿Qué contestas?

—Me parece que ya lo sabes.

Radford cruzó la estancia y se sentó en una de las butacas.

—Me he pasado toda la semana pensando en ti —le dijo—, preguntándome por qué me odias tanto. Ya sé lo que me dijiste, pero no me lo creo. Por eso he venido y por eso me voy a quedar.

Kristie sintió que el corazón se le aceleraba. Hubiera preferido esperar a después de la boda para hablar con él de aquello porque no quería darle un disgusto a su madre, pero no podía esperar.

No sabía cuánto tiempo iba a ser capaz de aguantar la curiosidad de aquel hombre. ¿Y si cambiara de actitud con él? ¿Y si se mostrara más amable? ¿Podría hacerlo? No iba a tener más remedio si no quería disgustar a Peggy.

—Parece que no tengo alternativa —dijo.

Radford sonrió triunfal.

—Te voy a demostrar que no soy el malo de la película.

—Ya lo veremos. Ahora, si no te importa, tengo un montón de trabajo.

—¿A qué hora vas a terminar? —preguntó levantándose.

Kristie percibió su aftershaves y sintió un cosquilleo por todo el cuerpo. Aquello iba a ser lo más peligroso que había hecho jamás.

—Sobre las cinco, pero tengo que ir a casa a cambiarme.

—Entonces, te recojo en tu casa a las siete y media. ¿Te parece bien?

Kristie asintió.

—Muy bien. Hasta luego —se despidió Radford.

Kristie estaba cayendo en su trampa y lo sabía. Iba a ser difícil, por no decir imposible, no responder a su poderío sexual y eso era lo último que Kristie quería. La única esperanza que tenía era que se fuera a Londres pronto.

Le era imposible concentrarse y agradeció que un cliente la llamara para ir a ver unas cosas. Llegó a casa a las seis y media y, tras bañar y acostar a Jake a toda velocidad, se cambió.

Cuando Radford llegó a recogerla, lo recibió tranquila y se subió en el coche ocultando sus nervios. Sólo tenía que pasárselo bien ignorando las proposiciones de su acompañante.

Pero aquello era muy fácil en la teoría y muy difícil en la práctica. Sólo sentirlo cerca en el coche ya la puso al borde del cataclismo. La tenía embrujada sin ni siquiera haberla mirado.

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Era una sensación extraña. Nunca ningún hombre la había excitado con su simple presencia.

En el restaurante, un precioso lugar acogedor y pequeño no muy lejos de su casa, las sensaciones continuaron. Radford no dijo nada fuera de tono. Se comportó en todo momento como un perfecto caballero, pero el mero hecho de tenerlo enfrente la excitaba.

¿Cómo podía reaccionar así por un hombre al que llevaba cinco años odiando? No tenía sentido.

Durante la cena, hablaron sobre todo de la boda de Felicity. Era un tema de conversación seguro y Kristie 10 agradeció.

—Tu madre me ha contado cómo se quedó tu hermana en silla de ruedas —le contó.

Radford asintió.

—Me siento culpable por ello —dijo él dejando los cubiertos en el plato—. Estaba con ella y debí intentar impedir que saltara. Cada vez que la recuerdo tendida en el suelo, pálida y medio muerta...

Aquel lado de Radford sorprendió a Kristie. Lo hacía más humano y vulnerable, un hombre muy diferente al que ella se imaginaba. Ahora entendía por qué era siempre tan atento con su hermana. Era su manera de pedir perdón.

—¿Cómo se lo tomó cuando le dijeron que no iba a volver a andar?

—Muy mal —contestó Radford—. Estuvo mucho tiempo enfadada con el mundo. Mi madre casi se muere.

—Es comprensible —apuntó Kristie.

—Poco a poco, asumió la situación y volvió a ser la niña alegre de siempre. Estoy encantado de que se vaya a casar con Daniel. Es perfecto para ella —confesó volviendo a su trucha.

—Es la primera vez que organizo una boda para una novia en silla de ruedas. Me ha abierto los ojos sobre muchas cosas.

—Por lo que sé, lo estás haciendo estupendamente —dijo Radford con amabilidad—. Retiro lo que dije al principio de que no eras capaz de hacer el trabajo.

—Disculpas aceptadas —sonrió Kristie dándose cuenta, para su sorpresa, de que se lo estaba pasando bien.

Lo cierto era que se estaba empezando a relajar, algo que jamás habría soñado con conseguir en presencia de Radford Smythe.

—Cuéntame cosas de ti. No sé casi nada.

—Soy una mujer misteriosa —bromeó Kristie

Radford se echó hacia atrás en la silla y sonrió.

—¿Quieres que adivine?

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—No. Mi relación con tu familia es sólo profesional. Mi vida privada es mía —contestó por temor a contar lo que no debía.

—Esperaba que esta noche te relajaras y te lo pasaras bien —apuntó Radford.

—Me lo estoy pasando bien —confesó Kristie.

—¿Y te sorprende?

—Lo cierto es que sí.

—¿Verdad que no soy un ogro? —sonrió.

Su sonrisa la hacía sentirse bien.

Kristie tomó la copa de vino y, mientras bebía, no pudo apartar los ojos de los de Radford. Sin darse cuenta, se bebió la copa entera.

Radford se apresuró a llenársela de nuevo, lo que hizo que sus manos estuvieran peligrosamente cerca.

Kristie creyó que se la iba a acariciar, pero no lo hizo. Sin embargo, no dejó de sonreír. Hasta que no les retiraron los platos y les llevaron los postres, no dejaron de mirarse.

—Tenemos mucho más en común de lo que crees —apuntó Radford—. ¿A que te gusta el café solo con un poco de azúcar?

Kristie asintió.

—Como yo. ¿Y el té? ¿Te gusta el té?

—No mucho.

—Ni a mí. Somos muy parecidos.

—Yo no diría tanto —objetó Kristie sonriendo.

Fue una velada agradable en la que no hubo, momentos de tensión. Ni siquiera cuando Kristie sorprendió a Radford mirándola con una sonrisa picaruela, signo evidente de que la deseaba, no pasó nada. Mientras no lo dijera, todo iba bien.

Sin embargo, en el trayecto de vuelta en el coche, no pudo ignorarlo por más tiempo. Por mucho que quisiera resistirse, ella también lo deseaba.

—¿Quieres pasar a tomar un café? —le preguntó una vez en la puerta de su casa.

—¿Y tu hora de queda?

—Creo que podré arreglarlo.

—Entonces, encantado.

Kristie abrió la puerta y se encontró con Jake corriendo hacia ella con lágrimas resbalándole por las mejillas.

—Mamá, mamá, te estaba esperando —dijo el pequeño mientras su madre oía la exclamación de sorpresa de su acompañante.

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Capitulo 7—Jake, cariño, ¿qué te pasa? —dijo Kristie abrazando a su hijo y limpiándole las

lágrimas.

—Me duele la tripa.

—¿Dónde está Chloe? ¿Te ha dado algo?

En ese momento, apareció la aludida.

—Se acaba de despertar. Quería ver a su madre.

—Será mejor que me vaya —dilo Radford—. Mañana nos vemos, Kristie.

Ella ni se giró para despedirse de él. Sólo tenía ojos para su hijo.

¡Jake era hijo de Kristie! Radford no se lo podía creer. ¡Su hijo! ¿Cómo había ocurrido aquello? Qué estupidez, sabía perfectamente el proceso. Más bien, ¿por qué no se lo había dicho? ¿Por qué le había dejado creer que era hijo de su amiga? ¿O había sido él quien lo había dado por hecho?

¿Y quién demonios era el padre? ¿Paul? No, viviría con ellas si lo fuera. Otro hombre al que había encandilado como lo estaba encandilando a él.

¡Maldición! Y él que creía que había encontrado a la mujer perfecta... ¿Perfecta? ¿Kristie? Pero si había dejado claro desde el principio que lo despreciaba. ¿En qué estaba pensando? Sí, se lo habían pasado bien aquella noche, pero de ahí a decir que era la mujer perfecto...

Una cosa estaba clara. Desde luego, el padre de su hijo era el hombre que la había hecho desconfiar de todo el sexo masculino. El único que parecía gozar de su simpatía era Paul y ni siquiera él había conseguido vivir con ella.

Estaba claro que aquella mujer tenía un problema. Haría mejor olvidándola.

Ojalá su madre no le hubiera ofrecido instalarse en su casa. Cuanto menos la viera, mejor. Por eso, decidió irse a Londres.

«No volveré a Warwickshire si no es por una emergencia», pensó.

Pero no fue así. A la mañana siguiente, su madre tenía cita en el médico para el chequeo anual y su hermana quería que la ayudara con algo de la boda.

—¿No has contratado a esa maldita mujer precisamente para eso? —ladró.

—Vaya, vaya, ¿qué mosca te ha picado? —sonrió Felicity—. ¿Anoche pasó algo que no tenías previsto?

—No —gruñó—. ¿Qué era eso que querías comentarme?

Terminó con Felicity a media mañana y para entonces, no pudo reprimir las ganas de ir a ver a Kristie. La había visto llegar con un conjunto color marfil y zapatos de tacón a juego. Desde luego, aunque era una mentirosa, tenía un movimiento de caderas que había hecho estragos en su ingle.

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Llamó y giró el pomo, pero la puerta no se abrió. Maldición. Estaba claro que no quería hablar del niño.

—Abre la puerta, Kristie —le ordenó.

Silencio.

—Abre la puerta, maldita sea.

—Estoy ocupada —contestó Kristie en un hilo de voz.

Qué voz tan maravillosa tenía. Incluso cuando estaba enfadada, era como una melodía. Radford sacudió la cabeza y apartó aquellos pensamientos de su mente. No quería nada con aquella criatura.

Lo había engañado, era una mentirosa y, además, lo odiaba. ¿Cómo podía ser tan guapa?

«Date la vuelta y vete», se dijo.

Pero volvió a llamar a la puerta.

Oyó movimiento al otro lado y Kristie abrió. Se había quitado la chaqueta del traje y llevaba una blusa de tirantes. Radford no pudo evitar mirarle los pechos, altos, duros y preciosos. No pudo evitarlo.

El deseo se apoderó de él haciendo que se enfadara consigo mismo.

—¿Por qué no me dejabas entrar? —ladró—. ¿Te has encerrado para no verme?

—¿Crees que haría algo así?

—Tú sabrás.

—Tienes un problema.

—¿Por qué no me dijiste que el niño es hijo tuyo? —le espetó.

No había sido su intención decirlo así de abruptamente. Al fin y al cabo, no era asunto suyo. ¿Qué le estaba sucediendo?

Kristie cerró la puerta y se sentó en su mesa de trabajo.

—No sabía que tuviera que contarte mi vida privada —contestó.

—Anoche, cenamos juntos y estuvimos hablando. Bueno, más bien, hablé yo. Tú no quisiste hablarme de tu vida, es cierto. ¿Qué gran secreto ocultas?

—Ninguno —contestó Kristie muy tranquila—. Soy una persona muy reservada. No voy por ahí hablando de mi vida con cualquiera.

—¿Y yo soy cualquiera? —gruñó Radford al verla tan calmada cuando él necesitaba una buena pelea—. Creía que estaba empezando a ser algo más para ti.

—Pues te equivocas —contestó—. Tengo una relación profesional con tu madre, pero nada más.

—¿Cuántos años tiene el niño?

—Te refieres a Jake? —dijo Kristie comenzando a molestarse.

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—Sí, me refiero a Jake.

—Cinco años.

—¿Y quién es Chloe?

—Su niñera, mi asistenta, mi compañera, como quieras llamarla.

—¿Y el padre de Jake dónde está?

Kristie lo miró con frialdad, como pensándose si se lo decía o no.

—No es asunto tuyo —le dijo por fin.

No, no lo era, pero quería saberlo.

—Por su culpa odias a los hombres, ¿verdad?

—Exacto —contestó Kristie encendida—. Es el mayor canalla del mundo.

—Espero que ya esté fuera de tu vida.

—Ojalá fuera así.

Radford frunció el ceño.

—¿Lo sigues viendo?

—Lo he visto hace poco, sí.

—Espero que le dijeras adónde se podía ir.

—No suele aceptar un no por respuesta.

—¿Y por qué no llamas a la policía? ¿Te puedo ayudar? —preguntó sintiéndose realmente preocupado por ella.

Kristie sonrió lánguidamente.

—No creo que haga falta, gracias. Además, me las sé apañar yo solita.

—¿Qué tal está el niño? ¿Se le ha pasado el dolor de tripa? —preguntó Radford dejando el tema.

—Sí —contestó Kristie—. Se había pasado con la mermelada y el helado. Gracias por preguntar, pero dudo que te interese de verdad.

Tarah le había dicho que a Radford no le gustaban los niños. Su hermana no le había contado por qué había decidido terminar con su relación y había llegado a la conclusión de que había sido por que se le había ocurrido hablar de casarse y formar una familia.

Entonces, ¿por qué preguntaba por Jake?

—Maldita sea, Kristie. ¿Por qué dices eso?

—Porque no tienes pinta de que te gusten los niños —le contestó intentando disimular su zozobra.

—¿Por qué dices eso? —dijo acercándose a su mesa.

«Tranquila», se dijo Kristie. «No pienso descubrirme».

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La noche anterior, ya en la cama, había decidido no decirle nada a Radford de su hijo para vengarse de la muerte de su hermana.

No era propio de ella actuar así, pero le producía una gran satisfacción. Aquel hombre era responsable de la muerte de Tarah y debía pagar por ello.

—Eso da igual —contestó.

—No hay quien te entienda —dijo Radford apoyando las manos en la mesa.

—Y eso te molesta, ¿verdad? —se burló Kristie.

Aquello le encantaba. Quería que se sintiera molesto y herido, que lo pasara mal, como ella lo había pasado al encontrarse sin su querida hermana y con un bebé recién nacido. Había estado a punto de volverse loca.

Se le había ocurrido buscar al padre de la criatura y dejarle al niño, pero no lo hizo porque sabía que a Tarah no le habría gustado. De alguna manera, el hecho de estar disfrutando de un despacho gratis en casa de su madre la aliviaba por todas las estrecheces económicas que habían pasado.

—Me gustaría conocerte mejor —dijo Radford.

—No creo que sea una buena idea —contestó Kristie—. No tenemos nada en común.

Excepto un niño adorable llamado Jake. Entonces, Kristie sintió miedo. Si Radford llegara a enterarse algún día que Jake era hijo suyo, seguro que haría lo posible para arrebatárselo a pesar de que lo había adoptado legalmente. Otra buena razón para no decírselo.

No podría soportar que la alejaran de su hijo.

—Me intrigas —insistió Radford.

—¿Y te crees que por eso tengo que aguantarte? —le espetó con frialdad—. De eso nada. De hecho, me gustaría que te fueras y no volvieras.

—¿No te lo pasaste bien anoche?

—Lo cierto es que, aunque me sorprendiera, sí, me lo pasé bien —confesó Kristie.

—¿Y no quieres que lo repitamos?

—No veo para qué.

Radford apretó las mandíbulas.

—Me iba a ir hoy a Londres, pero creo que me voy a quedar unos días más. Me encantan los retos.

—¿A qué te refieres? —preguntó Kristie horrorizada.

—Quiero demostrarte que no todos los hombres somos iguales.

—¿Y crees que lo vas a conseguir? —le espetó orgullosa.

Radford sonrió muy seguro de sí mismo.

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—Me gustaría intentarlo —contestó.

—Vas a perder el tiempo —le aseguró.

—Pero no me lo prohíbes, ¿verdad?

—¿Para qué? —dijo Kristie sabiendo que no le serviría de nada—. No me ibas a hacer caso...

Estaba claro que, cuando Radford Smythe decidía algo, iba a por ello.

—Veo que empiezas a conocerme —apuntó él encantado.

Kristie nunca había querido conocerlo y tenía la sensación de que se estaba metiendo en camisa de once varas. Debía negarse, pero no podía. Había una minúscula parte de ella que se sentía atraída por él, que quería verlo y sentir las mariposas en el estómago que sentía cuando sabía que lo iba a ver, quería besarlo, acariciarlo y sentir su cuerpo.

Se le quedó la boca seca y se mojó los labios. Al hacerlo, vio un brillo especial en los ojos de Radford. Rezó para que no le hubiera leído el pensamiento.

—Comemos juntos —anunció.

Su audacia no debería haberla sorprendido, pero lo hizo. Aquel hombre estaba realmente convencido de que le bastaba con chasquear los dedos para tenerla a su lado. De eso nada.

—Imposible —contestó Kristie mirando la hora—. He quedado a las dos —mintió.

—Entonces, comeremos antes.

Kristie negó con la cabeza.

—No tengo tiempo. Me he traído un par de sándwiches.

—Pues me voy a preparar un par yo también y ahora vuelvo.

Kristie se encogió de hombros.

—Si quieres, pero te advierto que va a ser una comida rápida. No tengo tiempo.

No pudo volver a respirar con normalidad hasta que Radford se hubo ido. No tardó mucho en volver con una botella de vino, dos copas, una fuente de sándwiches y un cuenco con ensalada.

—Lo compartiremos —dijo en tono confidencial.

—¿Te das cuenta de que tengo que conducir? No puedo beber.

—No tiene alcohol —sonrió él—. Es mosto, pero parece vino, ¿verdad? ¿Comemos en el césped?

Kristie se dio cuenta de que estaba perdida. La pradera se extendía hasta la piscina que había mirado muchas veces con ojos golosos, pero que no se había atrevido a preguntar si podía usar.

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Radford puso una manta en el suelo y ella se sentó. Abrió la caja de la comida, pero no tenía hambre. Radford le sirvió mosto y se lo bebió. Estaba fresco y rico. Notó que se tranquilizaba un poco y miró a su alrededor.

—¿Tu hermana utiliza la piscina con fines terapéuticos?

—Sí, pero a mí me hubiera gustado hacer otra en casa para que pudiera utilizarla también durante el invierno. Mi madre no me dejó.

—¿Felicity va a seguir viviendo con ella una vez casada?

Se sentía cómoda hablando de esas cosas, pero no tanto con la reacción de su cuerpo ante la cercanía de Radford. Claro que de eso él no tenía por qué darse cuenta.

—Sí, la casa está adecuada a sus necesidades. Se les han preparado una serie de habitaciones que conforman un apartamento privado para ellos. Mi hermana está muy ilusionada.

—Va a ser una boda preciosa.

—Eso espero.

—Ya verás, de verdad, no os defraudaré. Será un día para el recuerdo.

—¿Tú te vas a casar algún día o vas a odiar al género masculino toda la vida?

Kristie lo miró a los ojos.

—No odio a todos los hombres —contestó cortante.

—¿A qué demonios estás jugando? —le dijo apartándole la mano.

Radford sonrió como un depredador.

—Te pones muy guapa cuando te enfadas. Sueltas fuego verde por los ojos y siento ganas de besarte —dijo haciéndolo.

—Ah, claro, me había olvidado de Paul, ¿verdad? Permíteme una pregunta. ¿Paul te excita tanto como yo?

¿Cómo se atrevía? ¿Cómo lo sabía?

—¡No sueñes! —se rió intentando quitarle hierro a la situación.

—No lo niegues. He visto cómo se te acelera el pulso y cómo te arde la piel. Me apuesto el cuello a que ahora mismo estás ardiendo.

Se inclinó, le puso la mano en el brazo y subió hasta el hombro para, a continuación, llegar a la vena yugular, donde le tomó el pulso.

Kristie no pudo hacer mucho.

No dijo nada. No podía hablar. Estaba completamente hipnotizada. Se quedó muy quieta porque no podía dejarse llevar, no podía hacer lo que realmente quería, que era tocarlo, sentir su calor.

¡Horror! Aquello era de locos, no entraba en sus planes.

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Capítulo 8KRISTIE sabía que se tenía que apartar, pero no lo hizo. Aceptó que la besara, a

pesar de que haciéndolo daba la impresión equivocada. Se apartó no sin antes haber sentido aquel beso glorioso y peligroso cuyo recuerdo la habría de acompañar mucho tiempo.

Sintió una descarga eléctrica de pies a cabeza y la sangre corriéndole por las venas a una velocidad de vértigo. Le llegó a la cabeza con un estallido de tambores y trompetas. La intoxicante masculinidad de Radford se apoderó de sus sentidos.

—No ha estado tan mal, ¿verdad? —le preguntó él—. De hecho, me ha parecido que te gustaba. No me has besado porque tu conciencia te ha dicho que no lo hicieras, pero te apetecía hacerlo, ¿verdad?

Verdad, tenía razón, pero Kristie no lo iba a admitir.

—No tienes ni idea —le dijo.

—Entonces, ¿por qué no me has impedido que te besara? Venga, admítelo. Tenías tanta curiosidad como yo. Ha sido mejor la realidad de lo que habías soñado, ¿no?

Kristie lo miró enfadada.

—Como nunca he soñado con besarte, no puedo Contestar a eso.

—Qué mentirosa —sonrió Radford—. Te perdono..., de momento. Cómete los sándwiches.

¿Cómo iba a comer si tenía el cuerpo en llamas?

—No tengo hambre —contestó mirando el reloj—. Me tengo que ir.

—Huir no arregla nada.

—No huyo.

—¿Ah, no? ¿Y por qué te vas tan de repente? Llevamos aquí menos de diez minutos.

—Me parece que lo sabes perfectamente —le espetó—. No he salido a comer a la piscina para que un bestia como tú se me abalance encima.

Kristie lo vio dejar de sonreír y tuvo la impresión de que, si hubiera sido un hombre, Radford ya lo habría golpeado.

—Maldita mujer, nadie me habla así. Jamás me abalanzaría sobre una mujer, como tú dices. Tu problema es que te da miedo lo que sientes. Está claro que lo de que odias a los hombres no es verdad —dijo levantándose y mirándola desde arriba—. ¿Sabes qué? Me das pena. Te vas a quedar muy sola en la vida.

Kristie se puso en pie también.

—No sabes nada —gritó.

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—Sé que eres una mujer muy confusa.

— Tal vez fuera cierto, pero era por su culpa. Kristie recogió sus cosas y volvió al despacho. Se pasó una hora furiosa. Lo peor fue cuando se montó en el coche y descubrió que no arrancaba.

Levantó el capó y miró el motor en vano, pues no tenía ni idea de mecánica.

—¿Problemas? —dijo Radford a sus espaldas. Intentó arrancarlo, pero no hubo nada que hacer. El coche de Kristie tenía quince años y no había dado nunca problemas. ¿Por qué justo en aquellos momentos?

—Mmm..., parece que te falla el motor de arranque —dijo Radford—. Voy a llamar a un mecánico para que venga a echarle un vistazo. Mientras tanto, si quieres te llevo donde tengas que ir.

—Voy a casa —contestó Kristie—. La cita que tenía se ha cancelado. No quiero molestarte, así que voy a llamar a un taxi —añadió sacando el móvil del bolso.

—No digas tonterías. No tengo nada que hacer esta tarde, así que será un placer.

Tras llamar al taller, le anunció que una grúa a por su coche aquella misma tarde y lo devolvería al día siguiente.

—¿Nos vamos?

El beso de la piscina sobrevolaba sobre ellos como un nubarrón negro. Una vez sentada a su lado en el coche, Kristie se dio cuenta de que su relación se había deteriorado.

Y había sido culpa de ella. No debería haberle dicho que era una bestia. ¿No debería pedirle perdón? Para cuando se decidió, habían llegado a su casa y había perdido la oportunidad de hacerlo.

Chloe y Jake llegaban en ese momento.

—No te reconocía en ese coche —dijo el niño corriendo hacia ella—. ¿De quién es? —añadió con los ojos muy abiertos.

—Es del señor Smythe. Ahora trabajo en casa de su madre.

Radford se bajó de la limusina y sonrió a Jake.

—¿Te gusta? —le preguntó poniéndose en cuclillas frente a él—. ¿Quieres dar una vuelta?

—Sí, por favor —contestó el niño emocionado olvidando su timidez.

—Pregúntale a tu madre a ver qué le parece.

—Mamá, mamá, ¿puedo? —le preguntó a Kristie esperanzado.

¿Cómo se iba a negar?

Kristie los miró a ambos, pero no para decidirse sino buscando parecidos. ¿Cómo no se había dado cuenta de que tenían los mismos ojos? Radford jamás se

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daría cuenta pues no tenía ni idea de aquel niño era hijo suyo. Qué dulce era la venganza.

—Por favor, mamá.

—Puedes venir con nosotros —sugirió Radford al verla dudar—. Y Chloe también, si quiere, pero este chico se va a sentar delante y me va a ayudar a conducir, ¿verdad, hijo?

Kristie sabía que sólo era una manera de hablar, pero sintió un escalofrío por la espalda.

Miró a su hijo, que estaba anonado con la limusina, y decidió que no le podía hacer una faena así.

—Por supuesto —contestó.

Radford sonrió a Jake, lo montó en el asiento del copiloto y le puso el cinturón.

Kristie estaba alucinada. Un hombre al que no le gustaban los niños no se comportaba así, pero no tuvo tiempo de recapacitar sobre ello pues Chloe la estaba interrogando.

—¿Qué hay entre vosotros?

—Nada —susurró Kristie—. Cállate, que te va a oír.

—Luego me lo cuentas.

—No hay nada que contar.

—Venga, chicas, este niño se quiere ir —dijo Radford.

Chloe se sentó detrás de Jake y Kristie detrás de Radford y lo primero con lo que se encontró fueron sus ojos en el retrovisor. Apartó la mirada nerviosa.

Le había parecido que la había mirado de forma especial. ¿Le estaba intentando decir algo? ¿Tal vez que sí le gustaban los niños? Kristie no sabía qué pensar, pero quería bajarse de aquel coche cuanto antes.

Jake no podía parar quieto.

—¿Para qué es eso? ¿Y eso? ¿Para qué sirve ese botón?

Radford contestó a todas sus preguntas con paciencia. Cuando les preguntó si querían ir al McDonald’s, Kristie se negó.

—No me gusta que Jake coma comida basura —le explicó.

—De vez en cuando, no hace daño —insistió Radford.

—Ya, pero la respuesta sigue siendo «no» —contestó Kristie.

Sintió un gran alivio al volver a casa, sobre todo porque Radford no se bajó del coche. Por un momento, había temido que entrara.

—¿A qué hora te vengo a buscar mañana? —le preguntó.

—No hace falta —contestó Kristie—. Ya me lleva Chloe.

—¿Qué le ha pasado a tu coche? —preguntó su amiga.

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—Se le ha estropeado el motor de arranque.

—Te vas a tener que comprar otro —apuntó Chloe.

Kristie sabía que era cierto, pero no era una de sus prioridades en aquellos momentos. Mientras el viejo Ford siguiera funcionando, no pensaba cambiarlo.

—No te puedo llevar mañana porque tengo dentista.

—Vaya, se me había olvidado.

—¿A las nueve menos cuarto, entonces? —dijo Radford sonriendo complacido.

Kristie asintió disgustada. Estaba pasando demasiado tiempo con aquel hombre. Había chispa entre ellos y, si no tenía cuidado, iba a prender. No debía olvidar lo que le había sucedido a su hermana.

Estaba claro que Radford no quería una relación seria con nadie. De lo contrario, ya estaría casado. Le gustaba jugar con las mujeres y ella era su próximo objetivo.

—¿Qué hay entre vosotros? —insistió Chloe una vez dentro de casa.

—Absolutamente nada.

—Pues no lo parece.

—Imaginaciones tuyas, Chloe. No es mi tipo.

—Le gustas. Se nota en cómo te mira.

—Radford sabe que él a mí, no.

—¿Habéis hablado de ello? —sonrió su amiga—. ¿Sólo habéis hablado o habéis hecho algo más?

Kristie sintió que se sonrojaba.

—Así que os habéis besado, ¿eh? —se rió Chloe—. Cuéntamelo todo. ¿Cómo ha sido? Seguro que genial. Tiene pinta de besar de muerte y...

—Ya basta, Chloe. Hazle un té a Jake mientras yo me ducho.

Kristie se apresuró a encerrarse en el baño. Lo peor era que Chloe tenía razón.

Se duchó y se cambió de ropa. Al bajar a la cocina para merendar con Jake, comprobó que el tema de conversación seguía siendo el mismo. Su hijo no paraba de preguntar sobre el señor Smythe, su coche y cuándo lo iba a volver a ver.

Cuando Jake se fue a la cama, Kristie comenzó a relajarse.

Lo peor era que al día siguiente la esperaba más de lo mismo. Instalar su despacho en casa de su madre había sido un error garrafal.

Paul la llamó para invitarla a cenar al día siguiente y Kristie aceptó encantada porque la relación con él era el antídoto que necesitaba. Con Paul todo era muy fácil, jamás discutían.

Además, así, si Radford quería salir con ella tendría la excusa perfecta.

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La molestaba no poder dejar de pensar en él. Puso la televisión y encontró una película que tenía buena pinta, pero uno de los protagonistas se parecía a él, así que la apagó y se fue a la cama.

Sorprendentemente, durmió de maravilla. A la mañana siguiente, la despertó Jake a las siete y media.

Menos mal que, cuando Radford llegó a buscarla su hijo ya se había ido con Chloe al colegio, porque no había parado de hablar de él en todo el desayuno.

Nada más verla, sintió que le bullía la sangre y quería besarla de nuevo.

Aunque lo había llamado «bestia», seguía deseándola. ¿No se daba cuenta de que no tenía malas intenciones, de que no era como el hombre que tanto daño le había hecho?

—¿Qué tal está Jake? —le preguntó cuando se subió al coche.

—Bien —contestó Kristie.

—¿Y tú?

—Bien también, gracias.

—Le gustó lo de ayer, ¿verdad? Deberíamos repetirlo. ¿Qué te parecería si lo lleváramos a la playa? Seguro que se lo pasa fenomenal.

Kristie lo miró con odio y Radford se preguntó qué había hecho para merecer semejante trato.

Se encogió de hombros.

—Era sólo una sugerencia. No hace falta que te pongas así.

—No pienso tener ningún tipo de relación contigo —dijo Kristie.

—¿Y llevar a tu hijo a la playa es tener una relación? —preguntó Radford comenzando a enfadarse.

—Cuando me apetezca que Jake vaya a la playa, lo llevaré yo.

Radford apretó el volante y decidió dar el tema por zanjado.

—Me han llamado del taller —dijo cambiando de asunto—. Les está costando un poco encontrar una pieza de tu coche y todavía no está.

Kristie no contestó, pero Radford se dio cuenta del fastidio que le suponía que la fuera a buscar y a llevar.

—Si quieres, puedes utilizar un coche que hay en casa —le ofreció.

—¿De quién es?

—De mi madre, pero tiene otro, no te preocupes. Ahora, cuando lleguemos, te doy las llaves.

—Le estoy causando un montón de molestias a tu familia. No debería haber aceptado la oferta de tu madre para trabajar en su casa.

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—No por ella, ¿verdad? Por mí. Te recuerdo al padre de Jake, ¿no? Por eso quieres castigarme —le preguntó mirándola y viendo su expresión de culpabilidad.

—Si lo sabes, ¿por qué te empeñas en seguir molestándome?

—Porque no soy el padre de Jake —contestó Radford—. Soy un hombre diferente y no me gusta que me compares con él.

Kristie lo miró con frialdad.

—No quiero seguir con esta conversación.

—Porque estás perdiendo, ¿verdad? —le dijo mientras se abrían las verjas—. ¿Por qué no te dejas llevar, te tranquilizas y me conoces? Ya verás, no me parezco en nada a...

—¡Eres exactamente igual que él! —le espetó Kristie furiosa—. Le voy a decir a tu madre que prefiero volver a trabajar en mi casa.

—¿Con qué excusa?

—No lo sé.

—¿Le vas a decir que es porque te recuerdo a alguien que no puedes soportar? Sabes lo que haría entonces, ¿verdad? Me pediría que volviera a Londres, pero no pienso hacerlo. Estoy decidido a gustarte. Sea como sea, Kristie, me pienso acostar contigo.

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Capítulo 9Kristie sintió que se quedaba de piedra. La amenaza de Radford la horrorizaba

y la excitaba a la vez.

—Por cómo te has quedado, veo que no te atrae la idea —comentó él.

—Por supuesto que no —contestó— y lo sabes. ¿Por qué no me dejas en paz?

—Porque estoy convencido de que tú también me deseas —sonrió— y porque quiero convencerte de que no me parezco en nada a tu enemigo.

Kristie sintió ganas de contarle allí mismo la verdad, pero no lo hizo por temor a que le quitara a Jake.

—Te va a llevar la vida entera conseguirlo —sonrió.

—No creo —se jactó Radford.

Al llegar arriba, Kristie saltó del coche y se fue atravesando el césped hacia su despacho. Se tropezó con un tacón y estuvo a punto de caerse. Al oír la risa de Radford detrás, se dio cuenta de que la seguía.

—¿Qué haces? —le espetó.

—Entrar en mi casa.

—Por aquí, no.

En ese momento, apareció Felicity.

—¿Os estáis peleando? —sonrió—. Vaya, vaya, hermanito, parece que has encontrado a tu media naranja.

—Te agradecería que le dijeras que me dejara en paz —dijo Kristie.

—No creo que sirva de nada —dijo su hermana—. Cuando Radford se empeña en algo, va a por ello. Está claro que te ve como un reto, Kristie.

La aludida se dio la vuelta y fue hacia su despacho.

—Quería hablar contigo —dijo Felicity.

Kristie fue hacia ella de nuevo al darse cuenta de que no podía entrar con la silla de ruedas por la puerta del jardín.

—Perdona.

—Voy a ver a mamá —anunció Radford—. Luego te veo, Kristie. Podríamos comer juntos y bañarnos en la piscina.

—Es muy cabezota ¿verdad? —sonrió Felicity una vez a solas.

—Bueno... —contestó Kristie.

No quería decir nada pues, al fin y al cabo, era su hermano.

—Lo cierto es que no estoy segura de...

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—Querer una relación y él, sí, ¿verdad? —concluyó Felicity—. Siempre le pasa lo mismo, pero normalmente se toma su tiempo para decidir que quiere algo con una mujer. Contigo, sin embargo, ha sido diferente. Le has gustado desde el primer momento. Yo creo que no ha vuelto a Londres por ti. Tienes algo que las demás no tienen.

—¿Ha salido con muchas mujeres?

—¿Quién sabe lo que hace en Londres?

—¿Nunca ha traído a ninguna a casa?

—¿A conocer a mi madre? —se rió Felicity—. No, pero lo llaman por teléfono. El tipo de mujer que le gusta a mi hermano no es el tipo de mujer que le gusta a mi madre, ¿sabes? Excepto tú.

Kristie la miró preocupada.

—No tienes nada que temer. Mi madre no ha dicho nada, pero la conozco. Creo que por eso se le ocurrió la idea de ofrecerte que trabajaras aquí. Si quieres, hablo con mi hermano para que te deje en paz...

—No, ya puedo con él yo sola. ¿Qué querías comentarme?

—Verás, he cambiado de opinión sobre los pendientes.

Estuvieron toda la mañana hablando de la boda y Kristie se olvidó de Radford, lo que resultó una bendición. Para colmo, recibió una llamada a la hora de comer y se tuvo que ausentar.

Gracias al coche de Peggy pudo reunirse con otro cliente por la tarde para los preparativos de otra boda. Cuando llegó a casa, Jake todavía no había vuelto del colegio, así aprovechó para darse un baño de espuma. Una maravilla.

Luego, pasó un par de horas con su querido hijo y se llevó una gran sorpresa cuando, con lágrimas en los ojos, Jake le dijo que habían estado dibujando tarjetas para el Día del Padre en el colegio y que él no tenía a quién dársela.

—¿Por qué yo no tengo papá? —preguntó el niño.

Kristie lo abrazó con fuerza y se dio cuenta de que el momento de contarle la verdad se acercaba, pero no estaba preparada.

—¿Es Paul?

—No, no es Paul, cariño.

—Pero yo quiero tener papá.

—Sí, mi amor, ya lo solucionaremos.

Para cuando llegó Paul, había conseguido acostarlo y recobrar la compostura, pues aquella breve charla con su hijo la había preocupado mucho.

Paul la llevó a un restaurante fantástico llamado The Manor y eligió una mesa junto al ventanal desde la que se veía el lago con cisnes.

—Me apetecía mucho salir a cenar contigo hoy —dijo Kristie sinceramente.

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Paul era un hombre tranquilo y pausado, que tenía en cuenta sus opiniones, no como Radford. ¿Por qué estaba pensando en él? No era aquella la idea.

—A mí, también. ¿Cuánto hacía que no salíamos a cenar?

—Ni me acuerdo —confesó Kristie.

Hablaron durante toda la cena cómodamente. Siempre había sido así. Su relación con Paul no era complicada.

—¿Ves mucho a ese hombre? —preguntó Paul en el postre.

—Aparece de vez en cuando —contestó Kristie sabiendo que se refería a Radford—, pero suele estar en Londres —mintió.

—¿Y cuando está aquí te invita a salir?

—Paul, por favor, preferiría no hablar de Radford. Me lo estoy pasando muy bien.

—¿Y hablar de él te lo estropea?

—Sí.

—No hay nada entre vosotros, ¿verdad?

—Por supuesto que no.

Paul sonrió encantado.

—Me alegro porque... eh... quería... —se interrumpió dubitativo y se sacó una cajita del bolsillo—. Porque quería pedirte que te casaras conmigo.

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Capítulo 10Tras comer solo y no poder darse un baño en la piscina con Kristie, Radford

llamó a su casa para hablar con ella, pero Chloe lo informó de que había salido a cenar con Paul.

«¡Maldición!», pensó.

En ese mismo momento, poseído por los celos, decidió atacar al día siguiente. No podía arriesgarse a perderla.

Nada más ver su coche, fue a su despacho y llamó a la puerta.

Cuando le abrió, estudió su rostro en busca de señales de una noche de pasión.

—¿Te pasa algo? —preguntó Kristie—. ¿Se me ha arruinado el maquillaje o algo así?

—No —contestó Radford.

No parecía una mujer a la que le hubieran hecho el amor, así que todavía había esperanzas. Desde luego, si se hubiera acostado con él, luciría una sonrisa de oreja a oreja.

—Chloe me ha dicho que me llamaste anoche —comentó irritada—. ¿Para qué?

—Para invitarte a salir.

Kristie enarcó una ceja, sacudió la cabeza y se rió.

—No te rindes, ¿eh? ¿Te crees que iba a haber salido contigo?

Radford sabía que no, pero no lo iba a admitir. Jamás había deseado tanto a una mujer. Con sólo tenerla cerca, como en aquellos momentos, se le aceleraba el corazón y las hormonas se le revolucionaban.

—¿Cómo vamos a resolver nuestras diferencias si no pasamos tiempo juntos? —le preguntó.

—¿No se te ha ocurrido que no quiero pasar tiempo contigo, que no quiero ser tu amiga? —le espetó Kristie.

—¡Ya! Prefieres meter la cabeza bajo tierra que enfrentarte a los problemas, ¿eh? Quiero demostrarte que no te voy a hacer nada. ¿Por qué no me cuentas lo que te pasó?

Kristie lo miró tan horrorizada que Radford deseó no haber dicho nada.

—Perdón —se disculpó—. Se ve que te sigue doliendo. Pero ponte en mi lugar. ¿Cómo crees que me siento cada vez que veo odio y miedo en tus ojos cuando me miras?

Kristie se encogió de hombros.

—Vete a Londres. No sé qué haces aquí.

Tenía razón. ¿Por qué no se iba? ¿Por qué no se olvidaba de ella?

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¡Porque la quería!

Aquello fue como un puñetazo en el estómago. ¿Cómo había ocurrido? ¿Cómo podía estar enamorado de una mujer así? La respuesta estaba clara. El amor surgía tanto si se quería como si no.

Se había enamorado perdidamente de Kristie Swift.

—Me voy a quedar todo el tiempo que quiera —contestó.

—Te repito que pierdes el tiempo. Paul me ha pedido que me case con él.

Radford sintió otro puñetazo en el estómago. Tomó aire e intentó controlar su furia. No se podía casar con un hombre así. No iba a permitirlo.

—Hasta que no lleves anillo de compromiso, puedo seguir luchando por ti —arguyó con pasión.

—No puedes hacerlo —contestó Kristie furiosa.

—Claro que sí y pienso hacerlo.

Dejar que Radford creyera que se iba a casar con Paul había sido un error. Había pensado que lo apartaría, pero había sido todo lo contrario.

Lo cierto era que todavía no le había dado a Paul una contestación. Era un gran dilema. Jake necesitaba un padre y quería mucho a Paul, pero ella no. ¿Cometería el peor error de su vida casándose con él?

Lo peor era que, si no fuera por Radford, probablemente ya habría dicho que sí y eso no sería justo para Paul.

Radford era el último hombre del planeta con el que quería estar, pero un simple beso había bastado para desestabilizarla.

Mientras lo miraba, sintió la descarga eléctrica que sentía siempre que lo tenía cerca.

Lo vio dar un paso hacia ella y no se movió.

Las piernas no le respondían. Tampoco podía hablar. Tuvo miedo porque sabía que la iba a besar y no se iba a poder negar.

Radford sonrió lenta y sensualmente. Kristie sintió que el corazón se le salía del pecho. Cerró los ojos para no seguir viéndolo. Cuando sintió sus labios, pensó que aquello era una pesadilla haciéndose realidad.

Sintió el latido de su corazón mientras la abrazaba con delicadeza. Aquello la derritió y, cuando pidió paso para entrar en su boca, no pudo negárselo.

Paul y la promesa de darle una contestación cuanto antes era lo último que había en aquellos momentos en su mente, que estaba invadida por Radford.

Se estaban besando cada vez con más urgencia. Kristie se encontró descontrolada. No podía parar.

Le estaba pasando algo que nunca antes había conocido, algo tan poderoso y fuerte que la hacía temblar y sentir la entrepierna húmeda.

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Para su desgracia, Radford debía de saber exactamente lo que le estaba pasando, pues se lanzó a acariciarle los pechos. Al ver que ella no se oponía se concentró en los pezones, a los que regaló su boca a través de la tela de la blusa.

Las sensaciones eran increíbles. Kristie se sentía como una locomotora desbocada. Paul jamás la había puesto así. De casarse con él, iba a tener que despedirse de todo aquello. La vida sería de lo más mundana, harían el amor una vez a la semana y poco más, aparte de ser amigos, por supuesto.

Gracias a Radford, había abierto los ojos.

Cuando Kristie acarició la erección de Radford, no sabía si por necesidad o por curiosidad, se dio cuenta de que corría el riesgo de perder el control. Aquel hombre le hacía hacer cosas que ella no quería hacer. ¿A Tarah le habría pasado lo mismo?

Al pensar en su hermana, se dio cuenta de que estaba a punto de acostarse con el enemigo. No, gracias.

—¿Qué haces? —le espetó apartándolo—. No vuelvas a tocarme en la vida.

—Kristie, no... —dijo él haciéndose a un lado confuso.

—¿Qué? Te estabas aprovechando de mí. Es lo que has querido hacer desde que nos conocimos, y no lo niegues.

Había estado a punto de dejarse llevar por un hombre que se creía un regalo de los dioses y ni siquiera sabía cómo había sucedido. ¡Incluso lo había tocado! Al instante, se sonrojó de pies a cabeza.

—No lo dices en serio —dijo él muy tranquilo.

Su calma la enfureció.

—¿Ah, no? Lo cierto es que no quiero volver a verte.

—Estás enfadada porque, por una vez, te has dejado llevar por el corazón y no por la cabeza. Llevas tanto tiempo controlándote que te da miedo, ¿verdad?

—Mentira —contestó Kristie a pesar de que sabía que tenía razón.

Le daba miedo lo que le había hecho sentir. Aquel hombre le gustaba mucho más de lo estrictamente razonable. Tenía tanto miedo que le hubiera gustado salir corriendo. Nada estaba saliendo como había planeado.

—Me voy —dijo Radford—, pero no creas que no voy a volver —añadió yendo hacia la puerta—. Hasta pronto, amante.

¿Amante? Qué palabra tan excitante. Se moría por acostarse con él, pero no debía hacerlo, debía recordar lo que le había hecho a su hermana para asegurarse de no cometer el mismo error.

Lo malo era que Radford Smythe era un hombre muy decidido y se había fijado en ella, así que no iba a ser fácil quitárselo de encima.

Se quedó el resto del día en el despacho para nada pues no se podía concentrar. Lo intentó una y otra vez, pero sólo podía pensar en él.

¡Radford, el enemigo odiado!

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¡Radford, el amante perfecto!

Paul la había besado la noche anterior. Había sido un beso lento y apacible que había estado bien. No había sido excitante, pero había estado bien. Aun así, había estado a punto de convencerse de que estaba enamorada de él y de que casarse con él era una idea fantástica.

Sobre todo, por Jake.

Sin embargo, el beso de Radford le había hecho comprender que Paul jamás podría hacerla sentirse así. No sería feliz con él porque no la haría sentirse como una mujer deseada.

No, no podía ser cierto. Radford era el enemigo, el hombre responsable de la muerte de Tarah. Lo odiaba, claro que lo odiaba, pero cada vez le costaba más convencerse de ello.

Por el rabillo del ojo, lo vio ir hacia la piscina y lo espió desde la ventana. Sólo llevaba un bañador negro y una toalla al hombro. ¡Qué cuerpo! No podía dejar de mirarlo.

De repente, se giró y la saludó con la mano.

¡La había pillado! Kristie se sonrojó de píes a cabeza. No quería que Radford creyera que le gustaba porque no era así. Claro que no.

Intentó convencerse a sí misma, pero no lo consiguió. Aquel hombre se le había colado en el corazón, así que decidió irse. ¿Le daría tiempo de recoger sus cosas y huir mientras él estaba en la piscina y no se lo podía impedir? Sí, pero eso era de cobardes.

Así que se quedó una hora más trabajando. Cuando fue hacia el coche, no lo vio por ningún sitio. De hecho, su coche no estaba. Aliviada como si se hubiera quitado un peso de encima, cantó hasta llegar a casa.

Una vez allí, se quedó sin voz. El coche de Radford la estaba esperando. Entró buscándolo furiosa.

Al principio, no vio a nadie, pero luego oyó la risa de Jake en el jardín. Miró por la ventana del jardín y vio a su hijo corriendo detrás de Radford, que llevaba un balón de fútbol americano. Chloe los observaba sonriente.

—¿Qué pasa aquí? —dijo Kristie mirando enfadada a Radford.

—Estamos jugando al fútbol.

—Eso ya lo veo. ¿Qué haces aquí?

—Esperándote.

—¿Para qué?

—Ven a jugar con nosotros, mamá —le rogó Jake encantado—. Nos lo estamos pasando fenomenal.

Kristie no quería jugar al fútbol y menos con Radford. ¿Qué hacía allí? ¿Cómo se atrevía a meterse así en su vida?

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—No me apetece, cariño —le dijo a su hijo—. He tenido un mal día y me voy a duchar —añadió. Cuando Jake se fue a por el balón, aprovechó para dirigirse a Radford—. Espero que, cuando termine, no estés aquí.

—¿Por qué? He venido a verte.

—Hasta mañana. Si tenías que decirme algo, me lo podías haber dicho en tu casa. No sé por qué has tenido que venir aquí.

—No son palabras lo que busco —dijo Radford con voz ronca.

Muy a su pesar, Kristie sintió una descarga eléctrica por todo el cuerpo. Aquello era lo último que quería. Lo que ansiaba era tenerlo lejos o, en su defecto, verlo sufrir como había sufrido Tarah.

No decirle que era el padre de Jake se le antojó insuficiente. Al fin y al cabo, al no saberlo, no sufría.

—¿Cómo te atreves a decir algo así con mi hijo tan cerca? —le espetó—. Eres un auténtico maníaco sexual.

Radford la miró enfurecido.

—De eso nada. Sólo soy un hombre con deseos humanos.

—Y eso te da derecho a ligar conmigo delante de Jake? —le dijo en voz baja pero furiosa.

—¿Estoy ligando? —dijo Radford enarcando una ceja—. Vaya, no me había dado cuenta.

—Sabes que no tenías derecho a venir y, aun así, has venido —protestó Kristie.

—Jake se ha alegrado de verme.

Kristie cerró los ojos unos segundos y rezó para que todo aquella fuera una pesadilla y cuando los abriera Radford Smythe no estuviera allí. No hubo suerte. Ahí seguía aquel hombre alto y guapo del que, en otras circunstancias, se habría enamorado por completo.

—Jake se alegra de ver a cualquiera que juegue con él —contestó.

—También le encanta mi coche, no lo olvides. Por cierto, le he dicho que íbamos a ir todos a merendar a McDonald’s.

—¿Cómo? —gritó Kristie.

Tanto Chloe como Jake la miraron sorprendidos.

—No tienes derecho —le dijo en voz baja.

—Lo siento, pero ya está hecho. ¿Cómo voy a decirle ahora que no? Además, Chloe me ha dicho que no tenías planes para esta noche.

—Chloe no tiene ni idea. Va a venir Paul —mintió.

—Veo que todavía no llevas anillo —señaló Radford—. Sigo teniendo posibilidades.

—¿Serías capaz de quitarle la novia a otro?

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—Sólo si me pareciera que no están bien juntos.

—Menuda excusa.

—¿Vas a fastidiarle a tu hijo la tarde?

Kristie sabía que aquello era chantaje emocional, pero no pudo seguir adelante.

—Sabes que no —contestó.

Radford sonrió triunfal.

—Dúchate, entonces. Te espero —le prometió con segundas intenciones.

Radford nunca había entrado en un McDonald’s en su vida y no esperaba que le gustara demasiado la experiencia, pero quería ganarse a Jake, tenerlo de su lado.

Con Jake entusiasmado y la mujer a la que quería sentada enfrente para poder vigilar la expresión de su rostro, se sentía tan a gusto como en un hotel de cinco estrellas. Incluso más, porque el entusiasmo de Jake era contagioso.

Nunca había tenido demasiado contacto con niños pequeños y, de hecho, no quería tener hijos. Seguramente aquello se debía a que los hijos de su primo eran dos terrores. Sin embargo, si le prometieran que su hijo iba a ser tan bueno y educado como Jake, sería otra cosa.

Se fijó en él y vio que se parecía un poco a su madre, pero muy poco. Debía de ser clavado a su padre. Sólo pensar en el hombre que había hecho sufrir tanto a Kristie, se le tensó todo el cuerpo.

Ella no se merecía algo así. Radford quería cuidarla y hacerle comprender que no todos los hombres eran así. Era una triquiñuela intentar hacerlo mediante Jake, pero si funcionaba habría merecido la pena.

Kristie se reía, pero Radford sabía que no estaba a gusto con él. Los que mejor se lo estaban pasando eran Jake y Chloe, quien le había dicho mientras su amiga se duchaba que quería que Kristie encontrara a un buen hombre para casarse.

¿Le habría dicho Kristie que Paul se lo había pedido? Le había hecho creer que le había contestado que sí, pero Radford no acababa de creérselo porque no llevaba anillo de compromiso.

Cuando volvieron a casa de Kristie, Radford sacó a Jake del coche y se lo puso a hombros.

—¿Jugamos otra vez al fútbol? —preguntó el pequeño.

—No, hay que irse a dormir —contestó su madre.

—Sólo cinco minutos —apuntó Radford—. Luego, obedeces a tu madre, ¿de acuerdo?

Kristie lo miró estupefacta, pero él sonrió y entró directamente al jardín, donde depositó a Jake en el suelo y el niño salió disparado a por el balón.

Pasaron los cinco minutos prometidos y Jake tuvo que subir a bañarse, pero Radford no tenía intención alguna de irse. Sus planes eran quedarse a pasar la velada con Kristie.

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La siguió al interior de la casa. Por cómo había reaccionado aquella mañana a sus besos y caricias, sospechaba lo que sentía por él.

Lo había sorprendido gratamente su respuesta. Estaba extasiado al ver que no era inmune a él. Por mucho que lo atacara verbalmente, su cuerpo decía otras cosas y Radford había decidido atacar de nuevo.

Chloe le había dicho que tenía la noche libre, así que sabía que nadie los molestaría. Desde luego, no se había creído eso de que Paul iba a ir a verla. Había sido una excusa.

—Ya me ocupo yo de bañar al niño —dijo Chloe guiñándole el ojo a Radford sin que Kristie se diera cuenta.

Radford se sorprendió al ver que ella no se negaba, pero pronto comprendió que no era porque estuviera a gusto en su presencia sino porque no quería que Jake los oyera discutir.

—¿Qué pretendes entrando así en mi casa? —le espetó una vez a solas.

—¿No te alegras de verme?

—No —contestó Kristie furiosa.

—Me parece a mí que protestas demasiado.

—Tengo mis razones.

Radford enarcó una ceja.

—Si no te gusto, ¿por qué me estabas mirando esta tarde por la ventana? ¿Me vas a decir que no te ha encantado verme en bañador? Yo sé que, si te viera a ti, me excitaría. Nos tendríamos que dar un baño juntos uno de estos días.

—Sobre mi cadáver —contestó Kristie—. Y no te estaba mirando. Simplemente, estaba mirando por la ventana.

—Ya entiendo.

—No, no entiendes nada —exclamó Kristie enfadada al verlo sonreír.

Radford estaba encantado de su reacción porque eso quería decir que había dado en el blanco. Además, se había sonrojado.

—Entiendo más de lo que tú te crees —le dijo—. Te felicito por cómo has educado a tu hijo. Eso te honra.

—Intento hacer lo que puedo —contestó Kristie sonrojándose todavía más.

—Teniendo en cuenta que también te ocupas de la empresa, tienes mucho mérito.

—A veces, me preocupo porque tengo que irme y dejarlo con la niñera —admitió.

—Pero Chloe es un tesoro y, por lo que he visto, Jake no se queja de que no estés.

—Ya, pero se quejaba menos cuando trabajaba en casa.

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—¿Me estás echando la culpa de eso? No haber aceptado la oferta de mi madre.

—No, no os culpo a vosotros, pero...

—A mí me parece que te va bien, ¿no?

—Estoy encantada con los ordenadores y todo lo demás —confesó—. Me es de muchísima ayuda. Supongo que lo elegirías tú.

Radford inclinó la cabeza.

—Si falta algo...

—¡No! Tu familia ya ha sido más que generosa conmigo.

—Es porque le caes bien a mi madre. Sabes que, si te vas, se va a llevar un buen disgusto.

—Ya lo sé. La que no se iba a llevar ningún disgusto si te fueras, sería yo. Ya va siendo hora de que me dejes en paz.

—Lo siento, pero no pienso irme. He venido para estar contigo.

—Ya te he dicho que va a venir Paul.

—Pues me quedo hasta que venga —insistió Radford.

Kristie había perdido la batalla y lo sabía, así que aceptó.

—Estás perdiendo el tiempo —le dijo sin embargo.

—No creo, pero, si fuera así, sería mi problema. Vaya, aquí llega Jake todo limpio y listo para irse a dormir, ¿verdad? ¿Has venido a dar besos de buenas noches, jovencito?

Jake sonrió y corrió hacia él como si lo conociera de toda la vida.

Radford lo abrazó y se dio cuenta de que sentía por aquel niño un cariño especial. Aquella experiencia era completamente nueva para él.

—Que duermas bien, Jake —le deseó.

—¿Me lees un cuento? —dijo el niño.

Radford miró a Kristie, que se había quedado de piedra.

—Otro día —contestó dejándolo en el suelo.

Jake corrió hacia su madre.

—¿Me lo lees tú, mamá?

—Claro, cariño —contestó Kristie tomándolo de la mano—. Dile buenas noches al señor Smythe.

—Buenas noches y gracias por haberme llevado en coche y a McDonald’s —dijo Jake.

—De nada, hijo.

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Una vez a solas, Radford se dio cuenta de que aquella noche iba a ser muy importante. Si metía la pata con Kristie, ya se podía ir despidiendo de tener una relación con ella.

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Capítulo 11Radford oía a Kristie leyéndole a su hijo. Como de costumbre, su voz lo

enloqueció. Sin pensar, subió las escaleras siguiendo su musicalidad. Se paró en la puerta del dormitorio de Jake y aguantó la respiración al verla sentada en una silla junto a su cama.

Un último rayo de sol entraba entre las cortinas y arrancaba un reflejo de fuego de su pelo. Parecía una Virgen cuidando de su niño. Jake, a su vez, la miraba con cara de adoración.

De repente, Radford deseó tener también un hijo que lo mirara así.

Con un nudo en la garganta, se dio la vuelta y volvió al salón. Cuando Kristie bajó, se lo encontró sentado en el mismo lugar donde lo había dejado, pero con los ojos cerrados.

Los abrió cuando ella lo llamó.

—Creía que te habías quedado dormido —dijo.

Radford deseó que le leyera un cuento a él también. Era una tontería, pero quería que le contara cualquier cosa con tal de oír su voz. Claro que también sabía que el efecto que tendría en él no iba a ser el mismo que en Jake.

Al niño lo había dormido, a él lo excitaría.

—¿Quieres tomar algo? —preguntó Kristie—. ¿Un café? ¿Una cerveza?

—Un café, por favor —contestó Radford, que era hombre de whisky, pero tenía que conducir—. ¿Lo hago yo? —añadió poniéndose en pie—. A ver, dime dónde están las cosas.

La cocina era blanca y estrecha. Todo estaba en orden. Kristie tenía una vida de lo más ordenada y Radford sintió envidia. No era que él fuera desordenado, pero no era tan ordenado como ella.

—Me temo que sólo tengo soluble —dijo Kristie.

—No pasa nada, a mí me encanta el café soluble, ¿sabes? Es lo que tiene vivir solo, que te acostumbras a las cosas fáciles. Mi madre, por ejemplo, te diría que no. A ella le gusta el café recién molido. Y no hablemos del té. Nada de bolsitas, no, tiene que ser té de verdad. A ella le gustan las cosas bien hechas.

Kristie se rió, tal y como Radford quería, y sacó un par de tazas de un armario, cucharillas y azúcar.

Radford pensó que era una situación de lo más familiar y se preguntó si a ella le parecería lo mismo o seguiría queriendo que se fuera.

Se giró hacia ella mientras se calentaba el agua.

—¿De verdad es tan horrible que esté en tu casa? —le preguntó con voz deliberadamente seductora.

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—Supongo que no —murmuró sin mirarlo.

—Mientras no me pase de la raya, ¿verdad?

Kristie asintió.

—No te lo puedo prometer —confesó—. Sabes lo que siento por ti y, si fueras sincera contigo misma, te darías cuenta de que tú tampoco eres inmune a mí por completo.

Kristie cerró los ojos y se estremeció.

—Ese es el problema —dijo más para sí misma que para él.

Radford disimuló una sonrisa. Kristie estaba bajando la guardia.

—¿Te molesta porque lo que sientes por Paul o porque me sigues considerando igual que el monstruo ese que te hizo sufrir tanto? ¿Te da miedo dejarte llevar y recibir el mismo tratamiento de mí que de él?

Maldición. No tendría que haber dicho eso. Acababa de romper la armonía del momento. Radford no quería que pensara en cosas desagradables.

—El agua está hirviendo —dijo Kristie sin contestar a su pregunta.

Tras servir el café, salieron al jardín a tomárselo. Había hecho calor, pero en aquellos momentos soplaba una brisa muy agradable. El jardín era grande y tenía un columpio para Jake, cerca del cual creía una madreselva.

Durante un rato permanecieron en silencio. Estar tan cerca de ella sin tocarla era una de las cosas más duras que Radford había hecho en su vida.

—¿Cuánto tiempo llevas viviendo aquí? —le preguntó.

Qué pregunta más estúpida cuando lo que le habría gustado decirle en realidad hubiera sido:

«Te quiero besar, te quiero hacer el amor y quiero que tú también me quieras».

«¿Cómo se lo habría tomado?», se preguntó. Posiblemente mal. Se habría asustado y se habría ido.

—Unos cinco años —contestó—. Me vine aquí cuando nació Jake. Antes, vivía en un piso y no me pareció que fuera un buen sitio para un niño.

Radford se dio cuenta de que ambos habían terminado el café y dejó las tazas en el suelo. A continuación, se giró hacia ella y le apartó un mechón de pelo de la cara. Era tan suave como el terciopelo.

Kristie no se movió, pero Radford se dio cuenta de que se le había acelerado la respiración. Radford aprovechó para mirarla a los ojos. Estaba asustada, pero entregada a su suerte.

Le acarició los labios con el pulgar y sintió su aliento cálido.

—Eres la mujer más guapa que he conocido en mi vida.

—¿Y has conocido a muchas? —preguntó ella apartándose.

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¿La molestaba eso, que hubiera salido con otras chicas? Se sintió internamente orgulloso porque eso sólo podía querer decir una cosa.

—He conocido a muchas, sí, pero con pocas he ido en serio.

—¿Y nunca te has casado?

—No, no he conocido a la mujer apropiada.

—¿Te gusta jugar con ellas o qué?

—Yo no juego con las mujeres —contestó Radford indignado.

¿Por qué pensaba eso de él?

—Quieres decir que no sales con una chica, le haces creer que vas en serio con ella y la dejas cuando las cosas se ponen serias de verdad?

—Claro que no. Nunca haría algo así.

—No te creo —murmuró Kristie.

Radford sintió una gran furia.

—No sé por qué te empeñas en hacerme parecer un monstruo. Te aseguro que no lo soy —dijo besándola con fuerza.

Aunque Kristie intentó apartarse, él no se lo permitió.

Radford sintió la excitación por todo el cuerpo, pero ella seguía controlándose. Aquello no podía durar toda la vida, así que siguió insistiendo.

Por fin, consiguió que Kristie se rindiera a su boca con un suspiro. Sus lenguas se encontraron y Kristie lo besó con tanto ardor que Radford no daba crédito.

Cuando sintió sus uñas en los hombros, se dio cuenta de que había conseguido derribar sus defensas.

—Dios mío, Kristie...

Ella no dijo nada. Se limitó a seguir besándolo y a jadear de deseo. Radford sintió sus pechos clavados contra su torso y los acarició.

En un abrir y cerrar de ojos, y sin que ninguno de los dos supiera muy bien cómo habían llegado hasta allí, estaban dentro haciendo el amor.

Radford le acarició los pezones haciéndole arquear la espalda de placer. Le quitó la blusa y el sujetador y, al verla en todo su esplendor, sintió que el pantalón le apretaba la entrepierna de forma espantosa.

La sentó en el sofá y le lamió los pezones hasta hacerla gritar de gozo. Mientras, deslizó una mano por debajo de su falda para acariciarle la parte interna de los muslos. Avanzó milímetro a milímetro esperando a que Kristie lo hiciera parar, pero no lo hizo.

Estaba fuera de sí. Tanto que se levantó un poco para que Radford encontrara y apreciara la humedad de su cuerpo.

Radford tampoco podía más. Se moría por acostarse con ella, pero no allí donde Jake podía sorprenderlos, sino en su habitación.

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—Vamos a la cama —sugirió en voz baja tomándola en brazos.

En lugar de protestar, Kristie se aferró a él y no paró de besarlo mientras subían las escaleras. Al llegar a su dormitorio, se desnudaron el uno al otro con una prisa indecente.

Kristie estaba tan excitada que a Radford le costaba creer que fuera la misma mujer que llevaba tantos días despidiéndolo con cajas destempladas.

Kristie le desabrochó la camisa y besó su torso mordisqueándole los pezones. Radford sintió una descarga, pero nada comparado con lo que sintió cuando le desabrochó los pantalones y metió la mano para acariciarlo.

Entonces, tuvo que controlarse para no tirarla sobre la cama y hacerla suya.

Estaban en ropa interior y se miraron a tos ojos. Radford la tomó en brazos de nuevo y la depositó sobre la cama.

En verdad era la mujer más guapa y perfecta que había conocido jamás. Mientras la admiraba, Kristie le quitó los calzoncillos.

—Eso me gusta —dijo él quitándole las braguitas y tirándose al suelo.

Al hacerlo, se dieron contra unas fotos que Kristie tenía en la mesilla y una de ellas se habría caído al suelo si Radford no la hubiera sujetado.

La miró desinteresadamente y sintió que se le paraba el corazón.

¡ Tarah!

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Capítulo 12Con la pasión del momento, Kristie se había olvidado de la fotografía de su

hermana. Al oír a Radford gritar su nombre, el deseo se evaporó. La realidad volvió de repente.

¿Qué había estado a punto de hacer? Se incorporó y se abrazó las rodillas mientras observaba la reacción de Radford.

No se podía creer lo que estaba viendo. Se sentó y se quedó mirando la fotografía en silencio.

—La conoces, ¿verdad? —dijo Kristie con amargura cuando la miró confuso.

—¿Por qué... tienes una foto... de Tarah?

—¿Por qué? ¿La conoces? —fingió Kristie.

No quería decirle que lo sabía todo. Decidió guardarse ese placer para más tarde.

—Sí... salíamos juntos —contestó Radford volviendo a mirar la fotografía.

Tarah estaba apoyada en una palmera enviando un beso a la cámara. Estaba guapísima, llena de vida. Kristie sintió un nudo en la garganta.

«Debo tener cuidado y no descubrirme aún. Tiene que sufrir un poco más», se dijo.

—¿De verdad? ¿Y qué pasó?

—Lo dejamos —contestó con tristeza—. Supongo que no estábamos hechos el uno para el otro.

Qué manera tan diplomática de decirlo teniendo en cuanto que la había dejado tirada.

—¿Por qué tienes una fotografía de Tarah en la mesilla? —insistió Radford mirándola—. No puede ser... —dijo mirando la fotografía de nuevo—. ¿No serás... su hermana?

—Lo era, sí.

—¿Qué quieres decir?

—Murió —contestó Kristie con un gran dolor en el pecho.

—Eso es imposible. Hace años que no la veo, pero es imposible que esté muerta —protestó Radford.

—Lo está, te lo aseguro —le espetó Kristie—. ¿Te importaría irte? No quiero hablar de ello.

—¿Cuándo? ¿Cómo?

—No quiero hablar de ello ahora. Vete.

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Radford se vistió.

—No lo entiendo. Kristie, me lo tienes que explicar. No me puedo ir así...

—Ahora, no —contestó ella.

—Mañana, entonces. En tu despacho.

Kristie asintió. Al fin y al cabo, le debía una explicación. Haberse dejado seducir por sus encantos y haberlo invitado a su cama no habían ayudado mucho, la verdad. ¿Cómo había cometido semejante estupidez?

No había podido evitarlo. La atraía demasiado aquel hombre.

Radford salió de su habitación en silencio y Kristie no se movió hasta que oyó su coche alejándose. Entonces, se levantó y recogió su ropa.

Por una parte, era un alivio que Radford se hubiera enterado. Por otra, no quería decirle la verdad sobre Jake todavía. No había sufrido suficiente. La verdad era que no había sufrido en absoluto.

Kristie no pudo dormir. No podía dejar de pensar que, si no hubiera sido porque Radford había visto la fotografía de Tarah, estaría allí con ella haciendo el amor de forma desaforada.

Y ella lo habría disfrutado como una loca, lo sabía, y lo habría dejado hacer hasta que se hubiera cansado de ella, como se había cansado de su hermana.

Al pensarlo, se quedó fría.

Al día siguiente, no le apetecía nada hablar con él, pero sabía que no iba a tener más remedio. Llevaba una hora trabajando cuando llegó a verla.

—Buenos días —saludó—. Traigo café y galletas.

Kristie suspiró. Aquello tenía visos de ser una visita muy larga y no quería. Llevaba toda la noche pensando en aquella conversación y seguía sin estar preparada para ella.

—No tenías que haberte molestado —contestó.

—Quería hacerlo —dijo Radford sentándose en una butaca—. Pareces cansada. ¿Has dormido bien?

—No, la verdad es que no —admitió Kristie.

—Supongo que ha sido culpa mía por sacar a relucir el pasado, pero es que no me podía creer que fueras hermana de Tarah y que estuviera muerta. No es fácil de asimilar.

—No, no lo es —contestó Kristie levantándose y mirando por la ventana.

Su presencia la volvía loca y no quería mirarlo a los ojos para no perderse en ellos.

—Kristie, no tienes por qué guardártelo todo para ti. A veces, hablar viene bien.

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—No lo entiendes —le espetó con rencor—. No quiero hablar. Mi hermana murió hace tiempo. Ya he llorado todo lo que tenía que llorar y he hablado todo lo que tenía que hablar.

—No me lo puedo creer —insistió Radford sacudiendo la cabeza—. Tarah era una chica llena de vida con muchos planes para el futuro. ¿Cómo fue? ¿Cuándo murió? No quería preguntártelo así de directamente, pero no puedo evitarlo. Llevo pensando en ello toda la noche.

Sonaba como si le importara de verdad, pero Kristie sabía que no era así. Su única preocupación era que el hecho de que Tarah fuera su hermana hacía más difícil el poder seducirla.

—¿Y crees que yo no?

—Estoy seguro de que sí.

—Entonces, ¿por qué no lo dejamos estar?

—Porque necesito saber cómo fue.

—Fue hace casi seis años —susurró Kristie.

—¿Tanto tiempo?

Kristie asintió.

—Los médicos no pudieron hacer nada.

—¿Cáncer?

—No.

—¿Un accidente de tráfico?

—No, una operación rutinaria —contestó Kristie pensando en la cesárea que le habían practicado a su hermana—. Una cosa de mujeres que, por desgracia, se complicó.

—Es increíble —comentó Radford.

—Sí.

—¿Tienes más hermanos? Tarah me hablaba de su familia. Sólo me dijo que se había divorciado.

—No.

—¿Y tus padres?

—Murieron.

—Así que... ¿estás sola en el mundo?

—Tengo a Jake, que es mi mundo.

—Yo también querría ser parte de tu mundo —dijo Radford.

Kristie sintió que el corazón le daba un vuelco, pero fingió que no lo había oído y él no lo repitió. Kristie rezó para que se fuera, pero no lo hizo.

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Se quedó comiéndose, pensativo, las galletas en silencio hasta que se acabaron.

—Tengo que trabajar —anunció Kristie.

—¿Quieres cenar conmigo esta noche?

—He quedado con Paul.

—¿Y mañana?

—¿No piensas volver nunca a Londres? —le espetó Kristie.

—Estoy en contacto diario con la oficina y, además, tengo algo más importante aquí.

—Todavía quedan muchos meses para la boda de Felicity.

—No me refería ni a Flick ni a mi madre.

—Si te referías a mí, pierdes el tiempo —le advirtió Kristie decidida a odiarlo.

—¿Por Paul? No lo considero una amenaza. En realidad, creo que no te vas a casar con él.

—Eso es porque no me conoces en absoluto.

Decidió aceptar la propuesta de matrimonio de Paul aquella misma noche y lucir su anillo de compromiso al día siguiente para ver la reacción de Radford.

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Capítulo 13Radford había querido mucho a Tarah le costaba asumir que estaba muerta.

Incluso había estado a punto varias veces de pedirle que se casara con él. Le apenó mucho no haberse enterado de su muerte porque, aunque se habían despedido de malas maneras, habría acudido a su entierro con gran respeto.

Qué gran ironía que estuviera perdidamente enamorado de su hermana. ¿Qué habría pasado si se hubiera casado con Tarah y, luego, hubiera conocido a Kristie, su amor de verdad? No quería ni pensarlo.

Kristie era la mujer que llevaba esperando toda la vida. Se había enamorado varias veces, pero siempre había habido una sombra de duda que lo había llevado a no dar el paso definitivo.

Sin embargo, con ella era diferente. Quería pasar el resto de su vida con ella. Aquella mujer le había robado el corazón y él no podía hacer nada.

El único problema era convencerla para que sintiera lo mismo por él. Dudaba de todo. ¿Y sí verdaderamente quería casarse con Paul? Tenía que hacer algo y rápido.

—Creo que te conozco mejor de lo que crees —dijo—. Si te vas a casar con Paul para fastidiarme, no lo hagas. Sería el peor error de tu vida. No te lo aconsejo.

—Así tendrías tiempo para volver a intentarlo conmigo, ¿verdad? —contestó ella mirándolo con aquellos enormes ojos verdes.

—En absoluto. No sé si algún día habrá una relación entre tú y yo, pero lo que sí sé es que no quiero que hagas algo de lo que te vas a arrepentir.

Se preguntó de repente si Kristie no habría sabido desde el principio quién era, que había salido con su hermana. Aun así, ¿por qué lo odiaba? Definitivamente, el culpable de todo era el padre de Jake. Eso estaba claro.

—¿Por qué?

—Porque te quiero, pero no sé si me crees.

—No te creo —le aclaró.

Radford hizo una mueca. Parecía que nada de lo que dijera o hiciera la iba a hacer cambiar de opinión sobre él. Aunque no estaba dispuesto a darse por vencido, decidió dejarla a solas.

—¿Nos vemos luego? —le preguntó desde la puerta.

—Puede —contestó ella sin mucho entusiasmo.

—Siento mucho lo de Tarah, de verdad.

Kristie no lo miró. Estaba revisando unos papeles, así que Radford cerró la puerta.

—Pasa, Paul —dijo Kristie.

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Lo había invitado a cenar y estaba un poco nerviosa.

Había estado pensando mucho en su propuesta, pero en realidad no había nada que pensar. No podía casarse con él.

—Prefiero decírtelo cuanto antes —le dijo en cuanto se sentaron en el comedor—. Te lo iba a decir después de cenar, pero no me parece bien.

—Creo que sé lo que me vas a decir —apuntó Paul.

—Lo siento, Paul —dijo Kristie con tristeza—. No saldría bien. Te quiero mucho como amigo y he intentado sentir algo más, pero no puedo. Jake te adora, pero casarme contigo por su bien no me parece justo. Tenerte revoloteando a mí alrededor tampoco me lo parece. No tendría que haberlo permitido.

—Es por Radford, ¿verdad? —dijo Paul apenado—. ¿Te has enamorado de él?

Kristie asintió y se quedó mirando la alfombra.

—No quería. Ni siquiera sé cómo ha ocurrido, pero...

—Da igual cómo haya ocurrido —la interrumpió—. Debí suponerlo desde el primer instante, por mucho que tú lo negaras. Tiene muchos más puntos a su favor que yo.

—No es por el dinero —dijo Kristie—. La verdad es que estoy enfadada conmigo misma por sentir lo que siento. He intentando controlarme, pero no puedo.

—¿Por qué? ¿Por mí?

Kristie sonrió y asintió aun a sabiendas de que no era así. Era una mentirijillas sin importancia que a Paul lo haría sentirse bien.

—La verdad es que creo que sabía qué me ibas a contestar —admitió—. Tenía la esperanza de que te casaras conmigo, no lo oculto, pero en lo más hondo de mi corazón sabía que no iba a ser así porque tú siempre has sido sincera conmigo.

—Lo siento —susurró Kristie de nuevo agarrándole la mano.

Así se quedaron en silencio un rato.

—No es el final, ¿verdad? —preguntó Paul.

Kristie negó con la cabeza.

Paul dio un trago a la cerveza.

—Tendré que seguir con mi vida, buscar otra chica y olvidarme de ti. No va a ser fácil, ¿sabes? Eres una mujer formidable. El hombre con el que te cases, sea Radford o cualquier otro, va a tener mucha suerte... ¿Te importa que no me quede a cenar?

Kristie sintió un gran nudo en la garganta.

—Lo siento mucho, Paul, de verdad.

—Yo, también —contestó él—. No hace falta que me acompañes.

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Una vez a solas, Kristie tiró la cena a la basura porque no podía comer. Aquello era lo peor que había tenido que hacer en la vida, pero sabía que había hecho lo correcto.

Aquella noche tampoco durmió bien.

A la mañana siguiente, fue un alivio enterarse de que Radford había tenido que volver a Londres. Ojalá se quedara allí un tiempo.

—No se quería ir —le dijo Felicity—. ¿Tiene algo que ver contigo? Parecía muy triste.

—¿Quién sabe? —dijo Kristie encogiéndose de hombros.

—¿Le has dicho que no tiene nada que hacer?

—Una y otra vez.

—¿Así que no hay nada nuevo?

—Puede que, por fin, lo haya entendido —contestó Kristie sabiendo que nada más lejos de la verdad.

—Mi madre quiere que cenes con nosotras esta noche si te parece bien.

Kristie frunció el ceño.

—¿Es una ocasión especial? ¿Celebráis algo?

—No, es porque, como siempre estamos hablando de cosas de trabajo, quiere conocerte en un ambiente más distendido.

Kristie se preguntó si sería casualidad que Peggy la invitara a cenar estando su hijo ausente. ¿Querría interrogarla sobre él? ¿Y qué excusa podía poner para no ir? Ninguna, así que tuvo que aceptar.

—Dile que cenaré con vosotras encantada —contestó—. ¿Está bien a las ocho? Es porque tengo que ir a casa a bañar a Jake.

—Sí, estupendo —contestó Felicity alejándose en su silla de ruedas.

Kristie se pasó el resto del día preguntándose si habría hecho bien aceptando la invitación de Peggy. Saber que Radford no iba a estar la tranquilizó.

Gracias a ello, pudo concentrarse y trabajar.

Así era su vida antes de conocerlo y así debía seguir siendo, pero no era fácil no pensar en él. Aquel hombre llenaba su mente. Era tan fácil quererlo. ¿Cómo? ¿Quererlo? No, de eso nada. No lo quería.

Cuando estaba a punto de irse a casa, sonó el teléfono.

—Hola, Kristie —dijo su inconfundible voz.

Para su sorpresa, oírla hizo que se le acelerara el pulso. Ella, que llevaba todo el día convenciéndose de que no era amor lo que sentía por él sino algo simplemente químico, vio su teoría por los suelos.

—Hola —lo saludó en un hilo de voz.

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Maldición. ¿Por qué se ponía así con sólo oírlo?

—Pareces contenta. ¿Estás así porque le has dicho que sí al hombre al que no quieres o porque le has dicho que no y te has quitado un peso de encima?

Kristie cerró los ojos.

—No es asunto tuyo —le espetó.

—Claro que sí. Es imposible que me desees como me deseas si estuvieras enamorada de otro hombre. Por lo tanto, no lo quieres. Por lo tanto, le has dicho que no. ¿Tengo razón?

—No tengo por qué contestarte. Si me has llamado para esto, pierdes el tiempo.

—De eso nada. El hecho de que no me contestes ya me da la respuesta. Si hubieras accedido a casarte con Paul, me lo habrías dicho nada más saludarme. Enhorabuena, has hecho lo que debías.

—¡Vete al cuerno!

—¿Por qué? ¿Te da miedo que ahora que estás completamente soltera vaya a por ti y te guste?

—¡Nunca!

—Eso es mucho tiempo. Te recuerdo que ya he conseguido meterme en tu cama.

—De lo que me arrepiento profundamente. Te aseguro que no va a volver a suceder.

—Mmm, lo dudo.

Ella, también. Kristie sabía que, si Radford intentaba acostarse con ella, iba a sucumbir porque aquel hombre era irresistible.

Rezó para que el Cielo la protegiera.

—Me he enterado de que mi madre te ha invitado a cenar esta noche. Una pena que yo no esté, pero volveré para el fin de semana. Pásatelo bien hasta entonces.

—Lo intentaré.

—Pensaré en ti —añadió con voz grave.

Kristie colgó el teléfono y salió hacia el coche con la convicción de que, aunque no estaba allí, iban a hablar de él en la cena.

Maldición. No tendría que haber aceptado la invitación de Peggy.

Normalmente, siempre llevaba el móvil encendido en el coche por si Chloe necesitaba algo, pero tras la conversación que había mantenido con Radford lo olvidó.

Al llegar a casa, se la encontró vacía. Sólo había una nota de la niñera diciendo que había tenido que llevar a Jake al hospital.

Muerta de miedo, se volvió a montar en el coche y rezó para que no le hubiera pasado nada grave a su hijo.

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Margaret Mayo – Secreto Familiar

Capítulo 14Radford estaba henchido de felicidad. ¡Kristie no se iba a casar con Paul!

Todavía había esperanzas. Aunque quisiera mantener las distancias, había más posibilidades que nunca.

Le bastaba con pensar en ella para excitarse. Sobre todo, cuando recordaba su precioso cuerpo desnudo.

Si no hubiera sido por la fotografía de Tarah, habrían hecho el amor y eso habría sido el punto de no retorno en su relación, lo presentía.

Se volvió a preguntar si Kristie sabía quién era.

Mientras se duchaba para salir a cenar con un cliente, siguió pensando en ella. Iba a ser una maravilla derretir sus defensas.

Al salir del baño, vio que el teléfono estaba parpadeando. Habían llamado y tenía un mensaje en el contestador.

—Radford, contesta.

Era su madre, tan impaciente como siempre por hablar con él y no con una máquina.

—Me acaba de llamar Chloe, la amiga de Kristie. Jake está en el hospital. He supuesto que te gustaría saberlo.

Radford sintió que se le paraba el corazón. Llamó a su madre a toda velocidad.

—Me ha dicho sólo que ha tenido un accidente. No sé nada más, pero si me entero de algo...

—Voy para allá inmediatamente —la interrumpió su hijo—. Kristie va a necesitar tener a alguien cerca. ¿En qué hospital está?

Kristie estaba muerta de preocupación. Jake estaba en el quirófano y sólo podía esperar. Chloe no paraba de llorar.

—Es culpa mía —repetía—. No me lo voy a perdonar nunca.

A Kristie le había costado un buen rato que Chloe le contara lo que había pasado. La chica no paraba de llorar desconsolada, así que tuvo que gritarle para que se concentrara.

—Lo he recogido del colegio como todos los días —le contó con voz trémula—. Veníamos andando a casa cuando vio al perro de los Brown en el jardín, se solté de mi mano y cruzó la calle sin mirar. El conductor del coche no tuvo tiempo de reaccionar y el niño salió por los niños. Cuando cayó al suelo y me acerqué a él, no se movía —sollozó—. Creí que estaba muerto —lloró amargamente—. Kristie, lo siento. Lo siento mucho.

Kristie lloró también, pero intentó controlarse.

—No te culpes —la tranquilizó—. Me podría haber pasado a mí.

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Cuando, al cabo de un rato, llegó el médico para preguntar quién era la madre de Jake se las encontró abrazadas y temblando.

—Yo —contestó Kristie poniéndose en pie asustada—. ¿Cómo está?

—Bien —sonrió el doctor—. Tiene moratones por todo el cuerpo y un brazo roto, pero eso no es nada. Lo que nos preocupaba era que se le ha reventado el bazo. Ha perdido mucha sangre y vamos a tener que hacerle una transfusión, pero está bien. Ha tenido mucha suerte.

—¿Lo puedo ver?

—En cuanto lo pasemos a cuidados intensivos, vendré a avisarla.

Kristie sonrió, le dio las gracias y se fue con Chloe a la cafetería a tomar algo caliente. El café estaba fuerte y amargo y, aunque estaba muy preocupada, hizo que dejara de temblar.

Se puso a llorar de nuevo cuando vio a su hijo, dormido y vulnerable. ¡Menos mal que estaba vivo! Se había temido lo peor, pero lo peor había pasado. Chloe le puso una silla para que se sentara porque le temblaban tanto las piernas que temió que se fuera a caer.

Kristie perdió la noción del tiempo mientras le acariciaba la mano y la frente e intentaba ignorar todos los tubos que tenía alrededor.

Al cabo de un rato, le dijo a Chloe que se fuera a casa. Al fin y al cabo, no podía hacer nada y ya le había pedido perdón suficientes veces.

Ella se quedó junto a Jake. De pronto, sintió una mano en el hombro y cuando se dio la vuelta se encontró con Radford.

Por primera vez en su vida, se alegró de verlo. Se levantó y se refugió en sus brazos, apoyó la cabeza en su hombro y lloró, pero de alivio al darse cuenta de que no iba a tener que soportar aquel mal trago sola.

Radford se sentó en una silla a su lado y le tomó la mano. Estaba tremendamente preocupado por ella. La había estado observando unos segundos antes de entrar y había sentido una inmensa pena. Estaba sola, frágil y asustada.

Cuando Jake se despertó, estaba amaneciendo.

—Mamá —dijo con voz apagada.

—Cariño —contestó ella abrazándolo con cuidado para no hacerle daño.

—Te quiero, mamá.

—Yo también te quiero, mi amor.

—Estoy cansado —dijo volviéndose a dormir.

—Se va a poner bien —sonrió Kristie.

—¿Por qué no te vas a casa a descansar? —le sugirió Radford.

—No hasta que esté completamente despierto.

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—Entonces, vamos a tomar un café, ¿te parece? —dijo agarrándola de la mano y no soltándola hasta la cafetería.

—¿Cómo te enteraste? —le preguntó Kristie

—Me llamó mi madre.

—¿Y has venido desde Londres para estar conmigo?

Radford asintió.

—Era lo mínimo. No quería que estuvieras sola —contestó sin contarle que él también había estado a punto de tener un accidente.

Iba conduciendo tan rápido, desesperado por estar con ella, que no se dio cuenta de que se había incorporado un coche en su carril.

—¿Y Chloe cómo está? —le preguntó.

—No para de pedirme perdón, pero ya le dije ayer que nos podía haber pasado a cualquiera. Lo que sí es cierto es que voy a tener que dejar de trabajar para cuidar a Jake y no sé cómo lo voy a hacer porque necesito el dinero.

—Si te casaras conmigo, no tendrías que volver a trabajar jamás.

Maldición. No había querido decirlo así. No en aquel lugar ni en aquel momento. ¿Cómo se le había ocurrido?

—Perdón, olvida lo que acabo de decir —se apresuró a pedirle.

Pero él no lo iba a olvidar, tenía intención de repetírselo, pero cuando Jake estuviera bien.

—Vamos a ver si se ha despertado —sugirió Kristie.

Cuando llegaron, había una enfermera con él.

—El niño está despierto y deseando ver a sus padres —sonrió.

—No es mi hijo —contestó Radford.

—Bueno, da igual, seguro que se alegra de verlo también.

Radford sonrió al ver a Kristie darle un gran beso a su hijo. Cuánto amor y cariño entre madre e hijo. ¿Sentiría él algún lo mismo por un hijo? Sintió un repentino nudo en la garganta y se dio la vuelta fingiendo que le interesaba mucho un monitor.

Se fijó en la bolsa de sangre de Jake. AB negativo. Un grupo sanguíneo que no abundaba mucho. El era AB positivo y sabía que de padres positivos nacían hijos negativos.

—Debes de tener un grupo sanguíneo muy escaso tú también —comentó mirando a Kristie—. Mira, otra cosa que tenemos en común.

Kristie negó con la cabeza.

—¿Cómo que no? —dijo Radford frunciendo el ceño.

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Kristie lo volvió a mirar, pero aquella vez lo hizo con una grave expresión de culpabilidad en el rostro.

Radford miró a Jake y, entonces, lo comprendió todo. Vio a Tarah, no a Kristie.

¿Quería eso decir que Kristie se había hecho cargo del hijo de su hermana a su muerte? ¿Y quién era el padre? ¿Podría ser él? ¿Jake podía ser su hijo? Sintió que el corazón le daba un vuelco.

No, no podía ser. Cuando dejaron la relación, Tarah no estaba embarazada. Aun así, el grupo sanguíneo... ¿Sería una coincidencia? ¿Y si Tarah hubiera estado embarazada y no se lo hubiera dicho?

Al mirar a Kristie de nuevo vio la respuesta.

Al comprender que lo sabía todo, se dio la vuelta y lloró desesperada.

Radford no dijo nada delante del niño. Esperó a que se durmiera para pedirle a Kristie que salieran a hablar al pasillo.

—Es mi hijo, ¿verdad? —le preguntó.

Kristie no quería mirarlo a los ojos, pero él la obligó agarrándola por los hombros.

—¿Verdad? —insistió.

Kristie asintió incómoda.

Radford sintió como si le hubieran dado un puñetazo en el estómago. La soltó y se giró, pero la volvió a mirar.

—¡Es mi hijo! —exclamó—. ¿Por qué no me lo habías dicho?

Kristie lo había decepcionado. Había aplastado su confianza y su amor. Tarah lo había defraudado y su hermana también. ¿Por qué? No entendía nada.

Porque no quería compartir el niño, estaba claro. Porque era de esas mujeres posesivas, como Tarah. Tanto era así que se enfadaba cuando miraba a otra chica. Había sido un calvario.

—¿Por qué? —le preguntó.

—Porque es mío —rugió como una leona—. Lo he adoptado. No tiene nada que ver contigo —le espetó furiosa.

—¿Cómo puedes decir eso? Es mi hijo y la ley está de mi parte.

Quería a Jake, sí, lo quería con una pasión que lo estaba sorprendiendo. Era carne de su carne y sangre de su sangre y debía estar con él. Kristie se podía ir al infierno.

—Fue la ley la que me dejó adoptarlo precisamente —apuntó ella—. Es mi hijo desde pocas horas después de nacer y si crees que...

—¿Cómo que unas horas? —la interrumpió.

—Tarah murió después de dar a luz. No pudo ni abrazarlo. Ahora es mío y no pienso dejar que me lo quites.

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Aquello se les estaba yendo de las manos y el pasillo de un hospital no era lugar para discutir.

—Me voy a casa a ducharme y a vestirme y te sugiero que hagas lo mismo —dijo Radford.

Una vez fuera, tomó aire varias veces. Su mundo había cambiado de repente. Jake era su hijo. ¿Por qué Kristie no le había dicho nada? ¿Cómo podía haber sido tan cruel?

¿Por qué lo odiaba tanto’? Tal vez, no fuera odio sino miedo de que le quitara a su hijo. Aunque la quería, lo había decepcionado.

Desde luego, era igual que su hermana. Tarah le había hecho lo mismo años atrás y ahora era el turno de Kristie.

Pues no estaba dispuesto a dejarse ganar así como así. Tenía un hijo y estaba dispuesto a luchar por él con uñas y dientes. Quería la custodia. Daba igual que lo hubiera adoptado. Tenía que haber alguna manera de desenredar aquel entuerto.

Al llegar a casa, le conté a su madre que Jake estaba bien, pero no le dijo que era su hijo. Eso tendría que esperar. Tenía que pensar.

Kristie no se fue a casa. Se quedó con Jake porque estaba horrorizada ante la idea de perderlo. Su peor pesadilla se estaba haciendo realidad. ¿De verdad, como había dicho Radford, la ley estaba de su parte?

Cuando Chloe llegó y la vio pálida como la pared, le insistió para que se fuera a descansar. Finalmente, Kristie accedió. Llevaba veinticuatro horas sin dormir y no podía más.

¿Y si Radford volvía mientras ella no estaba? ¿Y si ya había hablado con sus abogados? Sintió que le flojeaban las piernas, oyó a Chloe gritar y se vio sentada en una silla con una enfermera al lado.

—¿Qué ha pasado? —preguntó bebiendo agua.

—Se ha desmayado —contestó la enfermera—. Tiene que irse a casa a descansar.

—Pero Jake... —protestó Kristie.

—El niño está bien atendido, no se preocupe.

—No lo van a dejar solo, ¿verdad?

La enfermera sonrió.

—Claro que no. Además, su amiga se va a quedar con él —la tranquilizó—. Y su novio, ¿no? Supongo que también vendrá.

Kristie cerró los ojos. ¡Su novio! Mejor dicho, su enemigo. No quería que se acercara a Jake, pero no podía impedirlo. Al fin y al cabo, era su hijo.

Se levantó. Se sentía débil, pero no lo suficiente como para no conducir hasta casa.

—Volveré en unas horas —le dijo a Chloe—. Llámame si hay algún problema.

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—No va a haber ninguno —contestó su amiga. Se equivocaba. Tenían un gran problema llamado Radford Smythe.

Radford se despertó con la cabeza mucho más lúcida. Había estado varias horas despierto pensando en su hijo y ya lo tenía todo decidido.

Él, que nunca había querido tener hijos, tenía uno y lo adoraba. Tal vez, ser padre no estuviera tan mal. ¿Con Kristie como madre? ¿De dónde había salido aquella idea? No pudo evitar imaginarse casado con ella dándole un hermanito o hermanita a Jake.

A pesar de que se había portado mal, ya no estaba enfadado con Kristie. Había hecho lo que había creído mejor. Si hubiera sido una mala persona, lo primero que habría hecho años atrás habría sido ponerse en contacto con él para pedirle dinero, y no lo había hecho.

Lo había criado ella sola, haciendo sacrificios, y ahora había llegado el momento de que la ayudara.

La mejor solución era casarse con ella. Así, los dos estarían felices. Mejor dicho, los tres. Jake tendría un padre además de una madre, una familia completa.

Sabía que le iba a costar convencer a Kristie de ello, pero tenía que darse cuenta de que era la mejor solución para todos.

Al llegar al hospital y ver que Kristie no estaba, le preguntó a Chloe, que le contó lo ocurrido. Su primer instinto fue correr a su lado, pero se quedó con su hijo.

Jake estaba encantado de verlo y tenía color en las mejillas. Quería decirle que era su padre, pero no era el momento.

—Voy a ir a ver qué tal está Kristie —anunció al cabo de un rato.

—Llévate mis llaves. Así no la despertarás. Estaba agotada —contestó Chloe.

Radford sonrió encantado. Tal vez, después de haberla amenazado con que la ley se pondría de su parte, ni siquiera le abriera la puerta. Se arrepentía de haberle dicho algo así, había sido el momento, la incomprensión de no saber por qué no le había dicho que Jake era su hijo.

Cuando llegó a su casa, llamó a la puerta, pero no obtuvo respuesta, así que entró con la llave de Chloe.

Miró en el jardín, pero Kristie no estaba allí, la llamó, pero no contestó. Por fin, comenzó a subir las escaleras que llevaban a su dormitorio, pero antes de llegar ella le salió al paso.

—¿Qué haces aquí? —le espetó furiosa—. ¿Cómo has entrado?

—Con las llaves de Chloe.

—¿Qué quieres?

—Estaba preocupado por ti. Chloe me ha contado que te has desmayado esta mañana y quería verte.

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Kristie llevaba la misma ropa del día anterior y estaba pálida. La vio tan vulnerable que sintió deseos de abrazarla.

—¿Has venido a decirme que me vas a quitar a Jake? —gritó—. Sobre mi cadáver, para que lo sepas.

—Kristie, no te voy a quitar al niño —contestó Radford.

—¿No? —dijo sorprendida—. ¿Entonces?

—Tengo la solución perfecta, pero antes te quiero pedir perdón por lo que te dije ayer. No te puedes imaginar la conmoción que fue para mí enterarme de que tenía un hijo, entiéndelo. Lo primero que se me pasó por la mente fue decir que era mío y sólo mío y que lo iba a quitar, pero luego me di cuenta de que eso no sería justo. Sé que tú has pensado lo mismo, pero Jake es mi hijo.

Hizo una pausa y vio que Kristie estaba muy asustada.

—La solución perfecta para todos es que te cases conmigo.

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Capítulo 15Radford esperó con la respiración entrecortada. Ahora que sabía que no le iba a

quitar al niño, ¿por qué se iba a negar a casarse con él?

Pues lo hizo y de malas maneras.

—Si te crees que me voy a casar con un hombre como tú, estás muy equivocado —le espetó—. Mira cómo trataste a mi hermana. ¿Crees de verdad que estoy dispuesta a pasar por lo mismo? Sé lo que pasaría si me casara contigo. A los pocos meses, me echarías de tu vida, como hiciste con ella, y reclamarías a Jake.

Radford se quedó perplejo. ¿Pero qué estaba diciendo? ¿Qué le había contado Tarah?

—¿De qué me estás hablando? —preguntó con el ceño fruncido.

—No, claro, no hiciste nada, ¿verdad? No la dejaste porque creíste que se estaba poniendo demasiado seria, ¿eh? —le espetó furiosa—. ¿No la dejaste porque temiste que quisiera tener hijos? Claro, ahora no lo vas a admitir porque te has enterado de que Jake es tuyo y lo vas a reclamar, sí. Eres un cínico, Radford, vete al infierno.

—¿Me estás diciendo que Tarah te dijo que fui yo el que puso punto final a nuestra relación?

—Sí —contestó Kristie cruzándose de brazos—. Se quedó destrozada.

—Te mintió —dijo Radford intentando mantener la calma.

—¿Cómo te atreves a decir eso cuando ella no está delante para defenderse? ¿Por qué no admites la verdad?

—Es la verdad —insistió Radford—. Fue Tarah la que me dejó a mí. Me parece que tienes un concepto muy equivocado de tu hermana. Podría contarte cientos de cosas malas que hizo, pero no me creerías.

—Y tú eres el señor Perfecto, ¿verdad? —preguntó Kristie rabiosa—. ¿Te das cuenta de que mataste a mi hermana? Si no la hubieras dejado embarazada, no se habría muerto. Te odio con todo mi corazón. Vete ahora mismo porque me siento tentada de tirarte por las escaleras y acabar también con tu vida.

Así que por eso se había mostrado tan hostil con él. Pobrecilla. No era el momento de sacarla de su error. Dijera lo que dijera, no lo iba a creer.

—Me voy —concedió—, pero no hemos terminado de hablar. Sigo creyendo que casarnos es lo mejor para todos. Piénsatelo. Jake y yo o nada.

Kristie lo vio bajar las escaleras y lo miró con odio y temor. Además de tener que cuidar de un niño accidentado, temía que Radford se lo quitara.

¿Y qué era aquello de que Tarah lo había dejado a él? Debía de estar mintiendo. Su hermana no le había mentido. La había llamado destrozada para decirle que Radford la había dejado. Estaba llorando como una histérica. Si hubiera sido al revés, no habría derramado una lágrima.

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No tenía tiempo para pensar en ello. Tenía que volver al hospital a pesar de que no había conseguido dormir más que unos minutos.

Al bajar las escaleras para irse, vio las llaves de Chloe en la mesa del recibidor y se las guardó. Eso quería decir que Radford no podría volver a entrar sin su permiso.

¿Y cómo se le había ocurrido aquello de casarse? Debía de estar loco. Ambos sabían que sólo lo había propuesto para estar cerca de Jake. Daba igual que se lo hubiera propuesto antes de saber que tenía un hijo. Lo único que importaba en aquellos momentos era su convicción de que Radford haría lo que fuera con tal de ganarse el cariño de Jake.

Se pasó el resto del día en el hospital, temiendo que apareciera, pero no fue así. Cuando volvió a casa por la noche con Chloe lo hizo asustada por que él pudiera presentarse en el hospital y llevárselo, pero sabía que era imposible.

Jake quería que le llevara a Flopsy, su conejito de peluche. Lo había desterrado hacía tiempo al trastero, pero ahora se había acordado de él y lo quería. Mientras lo buscaba, se encontró con una caja llena de cosas de Tarah.

No la había abierto tras su muerte y se había olvidado de su existencia. Decidió que, tal vez, fuera una buena idea mirarlos ahora.

Le había echado la culpa a Radford durante todos aquellos años de la muerte de su hermana, pero había comprendido que no era justo porque él ni siquiera sabía que estaba embarazada cuando se separaron.

¿Por qué había cambiado de parecer? ¿Porque se había enamorado de él? No había querido que sucediera, pero no había podido evitarlo. Todo sería mucho más fácil si no sintiera nada por él...

Al abrir la caja, lo primero con lo que se encontró fue con una fotografía de Tarah con Radford. Se estaban riendo y su hermana tenía la cabeza apoyada en su hombro mientras él la rodeaba con el brazo.

Hacían una pareja muy bonita. ¿Por qué se habría terminado su relación? ¿Le habría mentido su hermana? ¿Descubriría algún día la verdad?

Había más fotografías, algunas con Radford y otras con su marido, el hombre que la había engañado. Tampoco era feo, pero no era tan alto como Radford. A Kristie nunca le había acabado de caer bien.

Nunca había compartido el gusto de su hermana por los hombres. ¿Ah, no? ¿Entonces por qué se había enamorado de Radford?

No, no podía ser amor. No habían hecho sino discutir desde que se habían conocido. Sí, se sentía atraída por él físicamente, pero eso era todo.

Apartó la caja y bajó a la cocina a preparase un café. Recordó la vez que había preparado café con Radford. Horror, había recuerdos de él por todas partes.

Se fue a dormir sin mirar más cosas de la caja.

¿Por qué no podía dejar de pensar en Radford?

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«Porque forma parte de mi vida me guste o no. Jake nos ha unido para siempre», se dijo.

Al día siguiente. Jake estaba mucho mejor y lo pasaron a planta. Kristie se sintió encantada al verlo reír y hablar. Para su alivio, Radford no apareció aunque le dijeron que había llamado varias veces.

Como la noche anterior, esperó a que Chloe se hubiera acostado para sacar la caja de Tarah. Había joyas muy bonitas que Kristie no había visto jamás. ¿Serían regalos de Radford? ¡Ya estaba de nuevo pensando en él!

En el fondo de la caja, estaban el diario de su hermana. Kristie se sorprendió mucho porque no sabía que Tarah escribiera diarios. Se sentía culpable, como invadiendo su intimidad.

Leyó sobre su divorcio. Tarah había descrito con tanto detalle su dolor y su sufrimiento que Kristie sintió que se le llenaban los ojos de lágrimas.

De repente, apareció el nombre de Radford. Describía cómo se habían conocido, cómo se había enamorado de él al instante, su euforia al creer que había encontrado al hombre con el que podría pasar toda la vida.

El éxtasis duraba meses, pero, cuando Kristie comenzó a ver huellas de lágrimas en las páginas, comprendió que llegaba la ruptura.

No le gustan los niños. Los odia. Tampoco me quiere a mí Lo he visto con otra chica. Me ha dicho que es una escritora, pero yo sé que le gusta. Estoy harta de ser el segundo plato.

La letra se hacía ilegible, pero Kristie consiguió descifrarla.

Se acabó. Me ha dejado.

Allí estaba la prueba definitiva de que había sido Radford y no su hermana quien había puesto fin a su relación. Quería hablar con él, a ver qué tenía que decir.

Iba a tener que esperar, porque eran las doce de la noche, pero decidió llamarlo a la mañana siguiente antes de ir al hospital.

Resultó que no tuvo que llamarlo, porque Radford se presentó en su casa a las ocho y media de la mañana. Chloe se mostró encantada de volver a verlo y lo acompañó al salón, donde Kristie estaba trabajando en el ordenador.

—¿Qué haces aquí? —le preguntó nada más verlo. Estaba guapísimo con una camisa azul que realzaba su atractivo y. a pesar de que lo odiaba, Kristie no pudo evitar sentir un vuelco en el corazón.

—¿Qué maneras son ésas de saludar al padre de tu hijo?

—¡Shh! —dijo Kristie mirando nerviosa en dirección a la puerta—. Chloe no lo sabe.

Radford se encogió de hombros.

—No creo que tarde mucho en enterarse.

—No será por mí —le aseguró Kristie.

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—¿Por qué? Cuando nos casemos, lo sabrá todo el mundo —sonrió Radford.

—¿Has venido para eso, para que te dé una respuesta? Bien, pues aquí la tienes. La respuesta es «no».

—¿Estás segura?

—¿Me estás amenazando? Te advierto que...

—No, yo te advierto a ti que estoy dispuesto a hacer lo que sea para estar cerca de mi hijo. Casarnos es la solución más sencilla, pero si no la quieres prepárate para luchar.

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Capítulo 16—Claro que no me quiero casar contigo —exclamó Kristie—. ¿Cómo me iba a

querer casar con un mentiroso?

—¿Cómo dices? —contestó Radford frunciendo el ceño.

—Has mentido. Me dijiste que fue mi hermana la que te dejó.

—Así fue.

—Tengo pruebas de lo contrario.

—¿Ah, sí?

—¡Sí! He leído su diario y allí dice que fuiste tú quien dio la relación por terminada.

—Miente.

—¿A su propio diario? No me hagas reír.

—Me parece que no conocías a tu hermana tan bien como crees.

—No digas tonterías. Hasta que se fue a Londres éramos inseparables. La conocía perfectamente.

Radford le tomó la mano.

—Siéntate y escúchame —le pidió.

Kristie sintió una descarga por todo el cuerpo. ¡Aquello era de locos! ¿Cómo podía sentir algo así por un hombre que le iba a intentar quitar a su hijo? ¿Cómo podía estar enamorada de Radford?

—No me pienso sentar —contestó apartando la mano.

—Entonces, hablaremos de pie. Kristie sintió sus ojos grises clavados en ella. Acabó sentándose para no tener que mirarlo.

«Es mi enemigo. No debo olvidarlo», se dijo.

—Quería mucho a Tarah —dijo Radford—. Cuando la conocí, creía haber encontrado a la mujer con la que quería casarme. Se vino a vivir conmigo. Nos lo pasábamos muy bien juntos, pero pronto apareció la verdadera Tarah.

—¿A qué te refieres?

—Tu hermana era una mujer muy posesiva.

—¿Te refieres a que no le gustaba que salieras con otras mujeres? —le espetó, indignada por su audacia—. No olvides que he leído su diario. Lo sé todo.

—Tarah no quería entender la verdad. Interpretaba la realidad como quería. Nunca le fui infiel, pero ella no me creía. Quería que estuviera con ella todo el día y que le justificara todas mis acciones cuando no me acompañaba. Todas las noches.

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Cuando llegaba a casa, comenzaba el tercer grado. Se volvió loca. Un día, incluso la sorprendí espiándome mientras comía con una escritora de la editorial.

Kristie no se iba a creer aquello, claro. Estaba mintiendo.

—Tu hermana tenía doble personalidad —sentenció Radford—. Parecía la mujer con la que todo hombre soñaba, pero era una neurótica. Siento mucho decírtelo y no espero que me creas, pero...

—Claro que no te creo —contestó Kristie—. Te voy a enseñar su diario para que veas que...

—No, no quiero verlo.

—¿Porque te da miedo?

—Porque no creo que sea el momento. Harías bien en pensar en lo que te he dicho, incluso en volver a leer las palabras de tu hermana porque me parece que las has entendido mal. ¿Nos vemos en el hospital? —le preguntó desde la puerta.

—Jake no te necesita —le espetó—. Ya ha salido de cuidados intensivos y está bien.

—Ya lo sé —contestó él—. Estuve viéndolo ayer cuando tú te fuiste.

Kristie se sintió aterrorizada. Ahora que el niño no estaba vigilado las veinticuatro horas del día, a Radford le sería muy fácil secuestrarlo. ¿Qué podía hacer?

—¿No creerías que iba a ignorar a mí hijo? Sé que no quieres encontrarte conmigo allí, así que he preferido esperar a que te vayas para verlo. Se alegró mucho de verme. Nos llevamos muy bien —dijo yéndose.

Kristie se dejó caer en el sofá. ¿Se llevaban bien? ¡Maldición! ¿Qué debía hacer?

«Cásate con él», le dijo su conciencia.

—No puedo.

«¿Por qué?».

—Porque es un mentiroso y mató a mi hermana.

«¿No estás exagerando? Creía que lo querías».

—Y lo quiero.

«¿Entonces dónde está el problema? Habla con él. No cometas un error del que te podrías arrepentirte toda la vida».

Kristie sacudió la cabeza. ¿Por qué se había vuelto su vida tan complicada?

Tras pasar todo el día con Jake en el hospital, volvió a casa, se puso una copa de vino y se sentó en el sofá.

Se puso a recordar a su hermana. Estuvo recordando sus tiempos de adolescentes... incluso el primer amor de Tarah. ¿Qué había ocurrido? Ah, sí, su hermana la había acusado de habérselo intentado quitar, pero no había sido así. Kristie sólo había hablado con el chico, pero nada más.

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Había habido otros momentos, que Kristie había olvidado, en los que su hermana se había mostrado celosa de una manera irracional. Era muy celosa con su ropa y sus joyas, hasta el punto de que nunca le prestaba nada. Sin embargo, Tarah tomaba prestado todo lo suyo sin ni siquiera preguntar.

¿Y si Radford tuviera razón? Pero ¿y el diario? ¿Cómo le iba a mentir su hermana a su propio diario?

Se apresuró a sacarlo de la caja y pronto encontró la página que estaba buscando. Enseguida comprendió que había leído lo que había querido leer. Allí no se entendía nada porque la tinta estaba corrida por las lágrimas.

Lágrimas parecidas a las que se apoderaron de sus ojos. Lloró amargamente y aquello fue como una válvula de escape. Todo el odio que había sentido por Radford, creyéndolo culpable de la muerte de Tarah, se evaporó.

Sintió pena por su hermana, por no haber estado a su lado. Si lo hubiera estado, tal vez Tarah no habría necesitado mentir.

¡Radford no había mentido! Kristie sonrió. Era un hombre bueno y sincero que había tratado bien a su hermana y al que le debía una enorme disculpa.

Había dos semanas en blanco en el diario hasta la siguiente entrada.

Estoy embarazada. He conseguido llevarme lo mejor de Radford. Por fin, tengo algo que no va a poder quitarme jamás.

Kristie cerró el diario con tristeza y apenas pudo dormir.

Cuando llegó a la mañana siguiente al hospital, se encontró con que Radford estaba hablando con Jake.

—Mamá, mamá, mira —exclamó el niño—. Radford me ha traído un coche. Es rojo y es un Porsche.

—Qué suerte, ¿eh? Espero que le hayas dado las gracias —contestó Kristie encantada de ver a los dos hombres de su vida juntos.

—Sí, se las he dado, ¿verdad?

—Claro que sí, hijo —contestó Radford. Kristie se dio cuenta de que, aquella vez, lo había dicho en serio. Jake, por su parte, se estaba encariñando con él. Desde que Paul había desaparecido de sus vidas, no paraba de preguntar si Radford podría ser su papá.

Cuando la enfermera le llevó la comida a Jake, Radford le sugirió a Kristie que salieran a tomar algo ellos también.

—No tienes buena cara —comentó—. ¿Has dormido mal?

Kristie no contestó. Estaba tan agotada y tan confusa que no sabía ni cómo había llegado a su coche, pero lo cierto era que allí estaban.

En cuanto lo tuvo tan cerca, sintió la reacción de su cuerpo. Era inútil seguir luchando ahora que sabía la verdad.

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Margaret Mayo – Secreto Familiar

Radford había reservado una suite privada en un hotel y Kristie se maravilló de lo bonita que era. Había una mesa para dos junto al ventanal, que daba a un lago.

—¿Lo tenías todo planeado?

—Necesitábamos un sitio tranquilo donde hablar —contestó él—. Sin que nos molesten.

Kristie sintió que el corazón le daba un vuelco, pero no dijo nada hasta que no les llevaron las bebidas.

—He vuelto a leer el diario de mi hermana —confesó.

—¿Ah, sí?

—Sí —admitió sentándose en el borde del sofá.

—¿Y? —preguntó Radford sentándose a su lado.

—Tenías razón... fue Tarah la que terminó vuestra relación. La tinta estaba corrida por las lágrimas y leí mal.

—¿Me merezco una disculpa, entonces? —le preguntó con un brillo especial en los ojos.

Kristie asintió aliviada al ver que no estaba enfadado con ella.

—Lo siento mucho. No debería haber desconfiado de ti.

—Entiendo que defendieras a tu hermana, pero te aseguro que yo jamás te mentiría, Kristie.

—Ahora, lo sé. ¿Podrás perdonarme algún día?

—Algún día —bromeó Radford con una sonrisa.

—Me alegro de que hayamos hablado —dijo Kristie sintiendo unas inmensas ganas de besarlo.

—Vamos a brindar por ello —sugirió Radford levantando su copa—. Por un nuevo entendimiento entre nosotros.

—Por un nuevo entendimiento —brindó Kristie preguntándose cuál iba a ser.

—¿En qué piensas? —preguntó Radford—. ¿En Jake? No tienes de qué preocuparte, está recuperándose muy bien.

—No me lo vas a quitar —le espetó Kristie. Así que seguía creyendo que se lo quería quitar. Estaba equivocada. Por supuesto que quería a Jake, estar con él, vivir con él, pero también la quería a ella.

—No te lo voy a quitar —le aseguró—. ¿Cómo te iba a hacer una cosa así?

—Pero dijiste...

—Olvídate de lo que dije. Fue un error. Quiero que sea de los dos. Quiero casarme contigo, Kristie.

Kristie fue a protestar, pero Radford se lo impidió.

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Margaret Mayo – Secreto Familiar

—Por favor, escúchame —le pidió—. Te quiero. Me enamoré de ti mucho antes de saber que Jake era hijo mío. Creo que sentí algo por ti desde el primer momento y, a medida que te he ido conociendo, me he ido convenciendo más y más de que eres la persona menos egoísta y buena que conozco. Estoy orgulloso de quererte.

Kristie se quedó mirándolo con sus enormes ojos verdes. Radford se moría de amor por ella y no pudo evitar abrazarla.

Al cabo de un rato acariciándole el pelo para que se relajara, Kristie lo besó en los labios.

—¿Eso es un «sí»? —preguntó Radford.

—Sí —contestó ella.

Cuando el camarero entró a servir la comida, se los encontró besándose como dos quinceañeros a los que el mundo importaba poco.

—No me vas a dejar, ¿verdad? —le preguntó Kristie.

—Jamás. Eres la mujer de mi vida y te quiero con todo el alma.

—Yo también te quiero.

—Me quiero casar contigo cuanto antes —sonrió Radford—. ¡Vamos a decírselo a Jake!

—¿Y la comida?

—¡Olvídate de la comida! Yo me alimento de tus besos —dijo volviéndola a besar y sintiéndose el hombre más feliz del mundo.

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Margaret Mayo – Secreto Familiar

EpilogoKristie Elizabeth Smith, ¿tomas por esposo a..

Kristie estaba en las nubes, donde llevaba desde que había accedido a casarse con Radford.

Lo miró a los ojos y contestó al reverendo. Pronto iba a ser su esposa. No podía quererlo más. Habían pasado tres semanas desde que habían decidido casarse y, aunque su madre y su hermana se habían sorprendido mucho, estaban muy felices.

Y Jake... Jake estaba extasiado.

—Yo os declaro marido y mujer...

Kristie volvió a la realidad.

—Puedes besar a la novia.

Y Radford la besó. Kristie no quería que terminara aquel beso por si todo resultaba ser un sueño.

Pero no lo era. Se agarraron de la mano y recorrieron el pasillo juntos. Detrás iba Jake, con el brazo en cabestrillo, pero más orgulloso que nadie.

—Mi mamá y mi papá —repitió hasta la saciedad en el banquete—. Mi papá de verdad.

—Bien hecho, hermanito —le dijo Felicity—. Ya iba siendo hora de que sentaras la cabeza.

—He tardado mucho porque estaba buscando a la mujer perfecta —contestó Radford.

—Ahora que la has encontrado, no la dejes marchar jamás —sonrió su hermana.

—Por supuesto que no —contestó Radford mirando a su esposa con devoción—. ¿Eres tan feliz como yo?

—Sí —contestó Kristie.

Cuando, por fin, se quedaron a solas aquella noche, Kristie le dijo una y mil veces lo mucho que lo quería.

—Yo también te quiero, mi amor —contestó Radford desnudándola.

Kristie hizo lo mismo con él y pronto se encontraron en la cama.

—Ahora te voy a hacer mía de verdad —sonrió Radford.

Kristie lo recibió encantada en lo más profundo de su cuerpo y lo abrazó con las piernas para cabalgar con él hasta el éxtasis conjunto.

—A lo mejor acabamos de concebir otro hijo —sugirió Kristie al terminar.

—¿Te importaría? —dijo Radford abriendo los ojos.

—¿Cómo me iba a importar? Me encantaría. Jake necesita un hermanito.

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Margaret Mayo – Secreto Familiar

—¿Y una hermanita? ¿Qué tal uno de cada? —rió Radford—. Para no gustarme los niños, de repente me encantan. La verdad es que creo que quiero pasarme la vida entera concibiendo niños contigo —añadió acariciándole un pezón y haciéndole sentir una descarga eléctrica por todo el cuerpo.

—¿Empezamos ahora mismo? —sonrió Kristie. Por supuesto, Radford dijo que sí.

Fin

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