Secretos de Tu Piel - Balsa Sanjuan, Monse

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Dedicatoria 

A todas aquellas personas que me han apoyado, y también a las que no, en esta aventuraliteraria que es la demostración de que algunos sueños se cumplen. A todos los que me han

 prestado un poquito de sí mismos, sus nombres o sus sonrisas. A mis padres, porque siempreestarán ahí; a mi hermana, pilar fundamental de mi vida; a Julia, por creer en mí cuando sóloera una adolescente; a Nacho, Diego, Lola... A todos los que se han convertido en parte deeste sueño, pero especialmente a Silvia, culpable de que empezara a tejer esta novela; aVirginia, por su apoyo incondicional cada día a pesar de mis bajones y rabietas; y a Cris, micompañera de camino y con quien comparto mi vida.

Monse Balsa Sanjuán.

Nota de la autora a modo de prólogo

Esta novela empezó siendo un relato corto para un regalo de cumpleaños, pero se me fuede las manos a medida que avanzaban los capítulos y la historia, surgiendo más posibilidades

 para los personajes. Es algo comparable a mi afición, y no sólo la mía, de viajar en transporte público tratando de imaginar la historia de cada persona que sube y baja en una y otraestación.

Me he permitido, y me han permitido, tomar prestados de gente de mi entorno que forma,o han formado parte de mi vida, los nombres de mis personajes, siendo, junto con todos los

 paisajes y lugares descritos, lo único similar a la realidad que existe en toda la novela. Todoaquello que de alguna manera pueda parecerse a alguna historia real será fruto de unacaprichosa coincidencia.

 No podía ser de otra forma; esta historia de amor tenía que visitar lugares mágicos y

naturales como Monfero, lugares románticos como Marsella, y lugares de siempre, comoMadrid y su cielo especial.

Alguien me regaló hace muchos años un libro en el que a modo de dedicatoria estabaescrito un viejo proverbio árabe: “El carácter de una persona es su destino”. Recuerdomuchas veces estas palabras y ahora no es diferente, puesto que en Secretos de tu piel haytambién un poco de mí misma y de mi carácter. Espero que disfrutéis de la facilidad de estalectura, de la historia narrada y de los paisajes descritos, tanto como yo he disfrutado alescribirla.

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1. Carla y David

21  de diciembre. A las siete y media de la tarde el cielo, de color gris plomizo,anticipaba que no tardaría en nevar. El aire frío helaba la cara de Silvia, una hermosa mujer ala que al sonreír unos simpáticos hoyuelos se le marcaban en las mejillas haciéndola todavíamás bonita. Era socia de una agencia de viajes en el centro de la ciudad y acababa de salir dela oficina, un poco malhumorada por el frío. Ella era más de sol y playa y detestaba elinvierno. Al caminar a penas cien metros y doblar la calle descubrió a Carla, su novia desdehacía un año, besándose desenfrenadamente con David, su socio en la agencia. No la vieron,quizás porque no se imaginaban que cerraría media hora antes del horario habitual para

comprar los regalos navideños. Se olvidó de las compras, quedándose muda e inmóvil, ysintió cómo el frío desaparecía y en su lugar el calor de la rabia la invadió. Sus ojos marronesse humedecieron y sin saber qué hacer dio media vuelta y se encerró en la oficina.

Carla y David se conocieron por Silvia. Ella apenas acababa de cumplir los veinte, oncemenos que Silvia, y vivía locamente sin pensar demasiado en las consecuencias. Estudiabaempresariales, pero quería ser azafata. Era bisexual y había tenido varias relaciones cortascon chicos y chicas hasta que conoció a Silvia.

David era el socio de Silvia desde que, siete años antes, montaron la agencia de viajes.Trabajaban los dos solos turnándose las mañanas y las tardes, doblando tumo en fechas

señaladas, cuando se les multiplicaba el trabajo y apenas podían descansar un rato almediodía para llevarse algo rápido al estómago. Conoció a Carla cuando Silvia se la presentóen la agencia. Y se lió con ella por primera vez un mes antes.

Silvia se sentó incrédula. Quería salir corriendo y lanzarse al cuello de Carla y David,decirles cuatro cosas con mala leche y mandarlos a los dos a la mierda. ¿Cómo le podían estarhaciendo algo así a ella? Y sin darse cuenta se echó a reír a carcajadas como si alguien leestuviera contando el chiste más gracioso, e igual de gracioso le pareció que su novia y susocio tuvieran un lío y decidió no decirles nada. Encendió el ordenador, buscó un lugarrecóndito y tranquilo a 600 kilómetros y reservó un bungalow en un parque natural cerca dela costa, en Galicia, para el 2 de enero, fecha en la que, antes, tenía planeado irse devacaciones unos días con Carla a Venezuela. “Cambio de planes”, pensó. Esperó a que Carlala llamara por teléfono y salió de la agencia para encontrarse con ella en el Truco, un local deambiente cercano donde solían quedar ellas solas o con sus amigos. Al llegar, Carla la besó,

 pero ella no respondió limitándose a retirarse delicadamente.

 —   ¿Qué te pasa Silvia? —  Nada. Es sólo que creo que lo nuestro es un simple capricho mutuo. A mí me vuelve

loca tu casi adolescencia y yo para ti soy un poco como tu hermana mayor, la que controla un poco tu locura y te hace poner los pies en el suelo cuando pretendes volar sin rumbo. Esto seacaba aquí, Carla. No nos amamos. Somos sólo dos piezas que se complementan, se atraen yencajan. Pero no nos amamos.

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 —  Pero... Silvia... —  Adiós Carla.Carla no daba crédito a lo que acababa de pasar, pero tampoco salió corriendo a buscar a

Silvia porque sabía que era cierto que no se amaban y David no era la única persona con laque había engañado a Silvia. Se limitó a pedir un Brugal-cola y a buscar caras conocidas para

no quedarse sola.

Silvia decidió caminar hasta su casa en vez utilizar el metro. Dejó de pensar mirandoescaparates, a los niños que jugaban en un pequeño parque, a la pareja de enamorados quecaminan delante abrazados... Comenzó a nevar de forma tenue y apuró el paso. Al llegar acasa subió la calefacción, llenó la bañera de agua, añadió abundantes sales y espuma,encendió velas aromáticas, se desnudó reflejando su bonita silueta en el espejo y se sumergióen el agua caliente. Cerró los ojos, sonrió y se dijo a sí misma: “Silvia, vive la vida”. 

2. Monfero

La Navidad pasó rápida y fugaz, con mucho trabajo en la agencia y un ir y venir decomidas familiares y fiestas, lo que hizo que Silvia no pensara mucho en su ruptura con

Carla, ni en si tenía que hablar con David de lo sucedido. En parte quería preguntarle un parde cosas, como por el tiempo que se la habían estado pegando, y quería llamarle cabrón a lacara. Pero prefería esperar a volver de vacaciones para tener una larga charla con él.

El día 1 de enero Silvia llenó una única maleta con ropa de abrigo, dos libros que sumadre le había regalado, un neceser y bastante tabaco. Quería relajarse y en el plan no incluíatener que salir a comprar tabaco, su único vicio. Anochecía, y un poco resacosa todavía de lafiesta de fin de año, se acostó, más por cansancio que por sueño. Cerró los ojos y se imaginóen Venezuela, en el viaje cancelado con Carla. Se imaginó la playa y a las dos jugando en lasolas, rozándose furtivamente bajo el agua. Y por la noche buscarían un rincón apartado en elque hacer el amor al aire libre, con el sonido del mar como melodía de fondo. Besaría loslabios de Carla, el cuello, mordería suavemente sus pezones para descender por todo sucuerpo hasta que, como casi siempre, Carla llevase la iniciativa de forma apasionada ysalvaje. Sus manos y su boca ardientes como fuego no dejarían un solo rincón de la piel deSilvia sin recorrer, haciéndose de rogar en sus muslos le rozaría con los labios el sexo paravolver al principio de su piel. Silvia se desesperaba entonces ardiente de deseo, húmeda de

 pasión. Y las dos se lanzaban a una carrera hacia el éxtasis, para caer después abrazadas ensilencio.

Abrió los ojos y sonrió. Lo que tenía que ser un viaje con su novia para disfrutar de sol ysexo se había convertido en un viaje solitario al frío norte de España, soltera y sincompromiso, para desconectar de su ajetreada vida social y familiar, de los cuernos y deltrabajo. Le gustaba aquella decisión. Necesitaba descansar, poner un poco de orden en su

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vida; entender por qué se había pasado un año con una mujer de veinte años tan diferente aella que no le aportaba más que placer sexual. Tenía que replantearse el futuro de la sociedadcon David. No sabía si quería seguir trabajando con el tío que se tiró a su novia o preferíacomprarle su parte de la sociedad, buscar algún empleado y deshacerse de David. Tendría quehacer un análisis de consecuencias sopesando los pros y los contras de las dos opciones. Se

levantó, abrió la ventana y encendió un cigarrillo. Luego volvió a la cama para dejarse vencer por el cansancio y se durmió.

A las seis de la mañana se levantó y media hora después, tras anotar bien visible elteléfono de su alojamiento en un pósit de la nevera, por si la tenían que llamar con urgencia,llamó al taxi que la llevó al aeropuerto. Una vez allí apagó el teléfono móvil y se prometió así misma no volver a encenderlo hasta el regreso. No quería saber nada de nadie, ni de lasllamadas de David a la mínima duda con un cliente, ni de los más de diez mensajes diariosque Carla le enviaba.

El vuelo duró poco más de una hora y le quedaban otros cuarenta y cinco minutos de

viaje en autobús hasta su destino, un paradisíaco lugar llamado Monfero. Los distintos tonosverdes se mezclaban entre ellos a los dos lados de la carretera. Hacía frío pero por una vez nole importaba. La belleza del paisaje merecía la pena aun con frío. En lo más alto de lamontaña un manto de nieve le regalaba una imagen de postal. Ansiosa por encender uncigarrillo se maldijo a sí misma, sacó un caramelo de menta del bolsillo e inclinó la cabezacontra el cristal. Estaba llegando.

Olía a las castañas que una familia asaba junto a una barbacoa en el jardín. En el centrodel complejo, una cabaña de madera con el cartel de recepción, y a los lados una docena dediferentes bungalows, también de madera. Dos piscinas, una de verano y otra climatizada yuna tienda de alimentación completaban aquel lugar turístico perdido entre millones deárboles y tan cercano al mar. Aunque agreste, una pequeña cala permitía disfrutar de lasgélidas aguas del Atlántico.

En el bungalow la calefacción estaba encendida. En la entrada estaba el salón, pequeño yacogedor. En el mueble una televisión que Silvia no pensaba encender. Un sofá de tres

 plazas, una mesa y una chimenea eran el resto de complementos. Igual de pequeña era lacocina, pero bien distribuida no carecía ni de lo más básico, ni de microondas y cafetera. El

 baño igualmente pequeño pero cómodo y con bañera. Unas escaleras en una esquina del salónllevaban a una media planta superior, el dormitorio, decorado con sencillez rústica. Tenía unaenorme cama en el centro. Silvia se echó a reír impulsivamente. ¿Para qué quería una cama

tan grande? Deshizo la maleta, colocó la ropa y decidió acercarse a la tienda. Llenaría lanevera para no tener que preocuparse mucho de salir a comprar. A lo lejos varias chimeneasescupían humo. Las miró en silencio. Le gustó el sonido del silencio con el humo de laschimeneas a lo lejos.

En la tienda dos mujeres de unos treinta y pocos años discutían por la marca de la lecheque iban a comprar. Silvia supuso que eran hermanas. La mujer del mostrador, de la mismaedad, sonreía mirándolas. Entre los estantes un padre regañaba a su hijo por jugar con los

 botes de aceitunas. Silvia volvió por un instante al mundo real, donde los humanos discuten por tonterías. Cogió todo cuanto creyó necesitar y se acercó al mostrador.

 —  Veo que no quieres venir mucho por mi tienda — dijo sonriente la mujer del mostrador

al ver la compra. —  ¿Qué? No... No es eso  —  respondió sorprendida Silvia — , tendré que venir a diario a

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 buscar pan. —  Si quieres te lo puedo reservar, para que vengas a la hora que quieras. —  Sí, está bien. Una barra. —  Me llamo Carmen. Si algún día no estoy yo le dices a mi hermano que tienes pan

reservado... ¿a qué nombre?

 —  Silvia. Yo soy Silvia. —  Pues encantada, Silvia. Que disfrutes de tu estancia aquí. —   Lo haré. Gracias Carmen.

 Nada más salir de la tienda Silvia se sintió gilipollas. Había comprado de todo para notener que ir a menudo a comprar y se había comprometido a ir a diario a buscar el pan. Pensóque al día siguiente le diría que no hacía falta que se lo guardaran.

Carmen era una mujer no demasiado guapa, pero sí atractiva y sonriente. Su pelo eranegro y llevaba media melena. No era alta y sí delgada. Vivía en una de aquellas casas cuyachimenea emanaba el humo que se veía a lo lejos, a un escaso kilómetro de allí.

Silvia colocó la compra, se cambió los zapatos por unas botas camperas y salió adescubrir el bosque que la atraía. Caminó entre castaños, robles y avellanos, pisoteó loserizos para encontrar dentro las castañas, esquivó ramas caídas y tras una hilera de pinosdescubrió el mar embravecido. Las olas se erguían con furia para abalanzarse contra lasrocas. Cerró los ojos y disfrutó un momento del sonido y del olor a agua salada. Despuésdescubrió el estrecho camino que llevaba a la playa. Al final no más de cincuenta metros defina arena blanca que le parecieron suficientes para ella sola, o para compartirla con pocagente. En una esquina, cerca de las rocas, dos hombres pescaban. Se sintió feliz. Sonrió y sedijo a sí misma: “Silvia, vive la vida. Vive este momento”. 

3. Carmen

A  la mañana siguiente Silvia se despertó temprano. Tenía la sensación de haberdormido el día entero en el más dulce de los silencios. Bajó al salón y abrió la ventana. Unrayo de sol acarició su cara. Se quedó un rato mirando la paz en la que se escondía aquellugar mágico, lleno de meigas, según había oído en algún lugar. Después se preparó un vasode leche, tostadas con mermelada de fresa y zumo de mandarina. Se vistió y fue a la tiendacon la intención de anular su reserva diaria de pan. Abrió la puerta y oyó al final del pasillo,entre los estantes, a Carmen discutiendo con un hombre. Volvió a cerrar la puerta y esperóhasta que el hombre salió dando un portazo. Silvia se apresuró a entrar preocupada porCarmen. La vio secándose avergonzada las lágrimas al final del pasillo.

 —  Carmen, ¿estás bien?

 —  Sí. Bueno no. ¡Joder! El muy cabrón me ha dejado. —  ¿Es tu novio?

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 —  No. Mi marido, el padre de mis hijos. Y se va, así, sin más. Ni una puta explicación,coño.

 —  Ey, tranquila. Necesitas calmarte un poco. Verás cómo se arrepiente y vuelve pronto. —  No. Estoy segura de que se va con otra.

Y Carmen se echó a llorar. Silvia la abrazó y el olor de Carmen la embriagó. No dejó deabrazarla hasta que se abrió la puerta de la tienda asustándolas a las dos. Eran las hermanasque el día anterior discutían sobre la marca de la leche. Silvia cogió su barra de pan y se fue.La dejó en casa y caminó hasta la playa. Se sentó en una roca. El mar estaba más tranquilo, elolor de la marea se mezclaba en ella con el de Carmen y un deseo estremeció su cuerpo.“Joder. ¿Unos días sin acostarme con Carla y estoy tan desesperada?”.  

Aquella tarde se sintió tentada de volver a la tienda a esperar que Carmen cerrara pero secontuvo. Carmen era una mujer casada. ¿O ya no? Para ella sí. Se quedó en casa, encendió lachimenea y con los ojos fijos en las llamas dejó volar su imaginación. Esta vez el olor deCarmen se mezcló con el de la leña quemada. Al anochecer abrió una botella de vino tinto,

 preparó un plato de jamón y queso y, sentada en el sofá, se dio cuenta que no había pensadoni en Carla ni en David y menos todavía en cómo darle forma a la continuidad de su vida.Cogió un cuaderno y fue anotando entre borrones los pros y los contras de la sociedad en laagencia con David. Su conclusión fue que no tenía ni pajotera idea de lo que debía hacer.Cerró el cuaderno y se tumbó en el sofá. Quiso soñar despierta con Carla, con que esa nocheharían el amor. El olor de Carmen volvió a meterse en su mente y no pudo recordarnítidamente la pasión de Carla, lo que la ofuscó el minuto exacto antes de empezar a sonreír.Se sintió libre. Libre para desear a otras mujeres, para no dar explicaciones a nadie. Libre

 para volar de un sitio a otro. Libre para no atarse, para no dejarse atar y menos por unaveinteañera con el cerebro en el sexo, lo único que Carla, sin duda, hacía muy bien, llevarla aléxtasis una y otra vez, provocarle el deseo de forma casi sobrenatural. Adiós Carla. Ahora sí,adiós.

Silvia se durmió en el salón abrazada a la libertad, al silencio, al calor del fuegoencendido por y para ella, y entre vagos sueños sin importancia, una frase: “Silvia, vive lavida”. 

4. Bárbara y Sandra

Lunes 4 de enero. Cuando la mente consigue evadirse y serenarse en la calma, en algúnlugar donde no suena un móvil y el tiempo parece no importar, se pierde la noción del tiempoy cada día es un nuevo domingo que disfrutar.

Apagón a las once de la mañana. Quizá la rama de un árbol caída sobre un cable, nada

extraño en la Galicia rural, tan boscosa, donde las ramas caídas en los cables dejan sin luz alas gentes de las aldeas. Por suerte hoy en día no es necesario esperar tantas horas como hace

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años para que lo reparen. Silvia no lo sabía y únicamente se le pasó por la cabeza que tal vezesa noche no tendrían luz, y no le hacía ninguna gracia. Aquel lugar era un paraíso, sí, perono quería pasar la noche en una oscuridad tan desconocida. Sólo faltaba que la niebla que seveía en las montañas se abalanzara sobre Monfero. Fue a recepción y se encontró con las doshermanas tan preocupadas como ella. Matilde, la recepcionista y dueña del complejo,

intentaba explicarles que no tardarían mucho en volver a tener electricidad. Silvia escuchó sinhablar hasta que una de las dos mujeres la miró. Su corazón se volvió loco con la mirada. Nose había fijado en la tienda en que esa mujer tenía los ojos azules más bonitos que había visto

 jamás, y esos ojos la estaban mirando, atrayéndola inexplicablemente con el olor de Carmen.

 —  Creo que deberíamos comprar velas y, si por la noche seguimos así, pues nos juntamostodos en un bungalow o nos repartimos en dos. Por cierto, yo soy Sandra y ésta que notardará en llevarme la contraria es mi hermana Bárbara  —  le dijo la mujer de ojos azules aSilvia.

 —  Yo... soy Silvia —  acertó a decir casi tartamudeando. —  Es que mi hermana es una miedosa. No hace falta montar un hospital de campaña

 porque a las once de la mañana se vaya la luz, joder  —   soltó Bárbara en un tono entreenfadado y divertido que hizo reír a Silvia, quien huyó de la mirada de Sandra para decir:

 —   Bueno, estoy de acuerdo en comprar las velas y luego ya veremos cómo va la tarde.Pero si no arreglan esto por la noche, me apunto a pasarla en compañía. Estoy solaaquí y no soy la más valiente.

Sandra le dio las gracias por estar de su parte y le guiñó un ojo, lo que hizo que lasmejillas de Silvia se ruborizasen. Apenas acertó a sonreír mostrando sus hoyuelos, incapaz dearticular una sola palabra.

 —  Lo que me faltaba, dos contra una. Pues nada, vamos a por el arsenal de velas para lasmiedosas —  dijo Bárbara resignada.

Las tres fueron a la tienda y Silvia además con ganas de ver a Carmen, pero sedesilusionó al encontrar a un chico en su lugar.

 —  Hola, tú debes ser el hermano de Carmen. Soy Silvia, tu hermana me guarda el pan. Yqueremos también velas. ¿Y Carmen?

 —  Sí, soy Raúl, su hermano. Carmen tenía que llevar a los niños al médico pero vendráesta tarde. No me había dicho que eras tan guapa.

“Y a mí no me había dicho que te iba a hablar de mí”, pensó Silvia.  —   Oye Silvia. ¿Qué te parece si comemos juntas hoy? —  preguntó Sandra. Silvia asintió

sin pensar la respuesta.

Al llegar al bungalow encendió un cigarro y se desplomó pensativa en el sofá. Noentendía lo que le pasaba. El olor de Carmen y los ojos de Sandra. ¿Se estaba volviendo locao sólo necesitaba un buen orgasmo para reducir a cenizas aquellos deseos? ¿Acaso eran lasmeigas que querían que perdiese la cordura en aquel recóndito paraíso de Galicia? Se levantóy sin cerrar la puerta se fue a la playa. Descalzó sus pies, remangó los vaqueros y caminó porla fría arena mojada, dejando que la resaca del mar jugueteara con sus dedos, haciéndolecosquillas. Cuando se secó los pies y se calzó las camperas se dedicó a lanzar piedras al agua,a dibujar en la arena y a buscar entre las rocas descubiertas por la marea baja algún mensajeen una botella. Recogió conchas y piedras sin saber para qué las quería y un poco más tardevolvió al bungalow. Había quedado a las tres con Bárbara y Sandra, y eran las dos y media.Se cambió de ropa, se perfumó y fue al bungalow de las dos hermanas pensando en los ojos

de Sandra. “Silvia, vive la vida. Vive sus ojos”.

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5. María

A las tres menos cinco Silvia llegó al bungalow de las dos hermanas. Para su desilusiónle abrió la puerta Bárbara, quien la invitó a pasar con una sonrisa. Sentado en el sofá estaba

 Nacho, el hombre que estaba en la tienda regañando a su hijo la mañana que Silvia llegó aMonfero. Nacho tenía treinta y seis años, expresión tierna y el pelo y la barba igualados aldos. A Silvia le cayó bien, simpático. Pronto lo ignoró buscando con su mirada a Sandra, quese asomaba de vez en cuando por la puerta de la cocina, y aunque dudó un instante, fue a suencuentro.

 —  ¿Te ayudo Sandra? —  atinó a preguntar antes de quedarse muda, pues Sandra se habíagirado al oírla y la miraba. El corazón de Silvia se aceleró como el caballo desbocado quecorre sin rumbo por la pradera.

 —  No, gracias Silvia. La paella está casi lista, aunque si quieres puedes abrir una botellade vino y nos tomamos todos una copa en el salón antes de comer.

 —   Sí... claro... yo la abro. —  Y volvió a enmudecer.

Abrió temblorosa la botella de Guitián, uno de los mejores godellos de Orense, eintercambió una mirada fugaz con Sandra antes de volver sobre sus pasos al salón. No sabíacuándo había llegado María, la mujer de Nacho, con Nachete, su hijo de tres años, quien

mostraba en su carita redonda la pillería inocente del niño que era. María se acercó asaludarla. Era una bella mujer de piel morena; su boca sensual y sus labios carnosos, sin ser por ello exagerados. Una vez más Silvia creyó volverse loca. Se sonrojó nerviosa. ¿Qué coñole estaba pasando?, ¿estaba realmente loca? Quería irse... salir corriendo hacia ninguna parte,

 pero un segundo de cordura se lo impidió. Sirvió vino en todas las copas y se animó la charlaen el salón. Así supo que Bárbara era una malhumorada funcionaria del Estado en unaDelegación de Hacienda y que Sandra era administrativa multiusos en una multinacional queamenazaba con cerrar en breve. Nacho era un despistado productor de televisión que enocasiones se olvidaba de llamar a los invitados de los programas, y María auxiliar defarmacia en un hospital. Silvia se lanzó contando animada el motivo por el que se encontrabasola en Monfero. Les contó el rollo de la que era su novia con su socio y de repente se rió a

carcajadas.

 —   ¿Sabéis?, gracias a ellos estoy aquí, con un buen vino y una buena compañía. Quesean felices.

Todos se echaron a reír levantando las copas para brindar, casualidad enrevesada, porCarla y por David.

A las cuatro y media, para decepción de Silvia, volvieron a tener electricidad en todo elcomplejo. Se había hecho a la idea de compartir bungalow con Sandra o con María.

La sobremesa duró hasta bien entrada la tarde. Anochecía cuando volvió a su bungalow.Encendió la chimenea y esperó a que en el salón hubiera calor suficiente para ponerse un

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 pantalón corto y una camiseta. Estaba cansada de ir abrigada día y noche. Cerró los ojos ydejó que su mente mezclara los ojos de Sandra, la boca de María y el inconfundible olor deCarmen y se dio cuenta de que conocía aquel perfume, aunque sin lograr identificarlo podíaasegurar que era de Armani. Sandra... María... Carmen. ¿Por qué? ¿Qué le pasaba? ¿Sería lasoledad del bosque la que la volvía loca de deseo por cada una de aquellas mujeres? Por cada

una tenía una fascinación, pero por todas el mismo deseo: amarlas.

Quiso empezar uno de los libros que tenía sobre la mesa, pero no pudo. Se sintió triste. Sedio cuenta de que sólo necesitaba a alguien a su lado a quien abrazar cada mañana, a quienentregarse en el deseo. Alguien por quien sentirse amada. De su tristeza, sin embargo, surgió:“Silvia, vive la vida”. 

6. Soñar despierta

El martes, cinco de enero a las once de la mañana, la playa estaba vacía. La marea bajaacentuaba el olor de la arena mojada. Silvia cogió un puñado y lo dejó caer pastoso entre susdedos separados, miró a la lejanía, al extenso mar verdoso que parecía no tener fin. A ella legustaría perderse en una isla pequeña, allí en medio del mar, por un tiempo, sintiéndose

enamorada y con la mujer amada recorrer la isla jugando como niñas, escondiéndose entre losárboles; correr la una tras la otra hasta alcanzarse y caer juntas, riéndose, abrazadas. Bañarselas dos desnudas en el mar con la puesta de sol en el horizonte y hacer el amor sin prisas,

 perdiéndose la una en los pliegues de la piel ajena. Dormirse así, desnudas en la arena hastadespertar con el primer rayo de sol de la mañana, para volver a hacer el amor, desperezándoseentre besos. Silvia pensó en aquellas tres mujeres cuya cercanía la llevaban al borde de lalocura sin casi conocerlas. Carmen, Sandra y María. Supo entonces que las deseaba a las tres

 pero que con ninguna de ellas viajaría a una isla desierta sin nadie más, pues a esa isla sóloiría con una mujer especial capaz de robarle cada pensamiento, cada sueño y cada sonrisa. Aesa mujer no la conocía; todavía no la había encontrado.

Un ruido cercano devolvió a Silvia a la realidad. Miró hacia su espalda y vio, para suasombro, a Carmen montando un precioso caballo negro de pierna alta y largas crines lisas.La escena se le antojó salida de un cuento y sonrió, acercándose a ella.

 —  Hola Carmen. Es precioso, ¿es tuyo? —  No, es de mi hermano pero lo monto yo más que él. Tiene dos y a él le gusta más el

otro, así que este es casi mío. Jajajaja. Vivir aquí tiene el encanto de la naturaleza y además podemos tener un montón de animales.

 —  Oye Carmen, ¿y tus hijos? —  Se han ido hasta el sábado con mi ex, Pablo. Por cierto, que no echo de menos para

nada a ese cretino y me basta con que no se desentienda de sus hijos. Venga, sube. —  ¿Queeé? — 

 

Que te subas al caballo, sin miedo, mujer. Prometo que no te tirará.

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 Silvia subió al caballo, rodeó con sus brazos la cintura de Carmen y se agarró. Cuando

quiso darse cuenta estaban cabalgando por la playa, sintiendo en sus caras la brisa del mar yel agua de la orilla que a veces las salpicaba. Envuelta por el olor de Carmen se sintió feliz yla sintió a ella feliz. Reían a carcajadas.

Carmen guió el caballo hacia el bosque y lo hizo galopar por el camino estrecho trazadoentre los árboles, bordeó el complejo turístico y continuó. Cruzaron unos prados hasta llegar aun lugar donde había tres casas.

 —   Aquí vivo yo  —   dijo Carmen — . Esa casa blanca es la mía. ¿Te tomas un caféconmigo?

 —  Claro, pero muy flojito que no me gusta mucho el café. —   Jajajajaja. Pues entonces una cerveza mujer, no te voy a obligar a tomar café.

En la casa más cercana a la de Carmen vivían sus padres y su hermano. La tercera casa

era de unos tíos suyos que vivían en Toledo y sólo la habitaban en verano. La casa de Carmenera pequeña, de paredes blancas, tejado de pizarra y ventanas de madera color caoba.Desensillaron el caballo y lo llevaron a la cuadra. Entraron en casa donde el calor de lachimenea encendida en el salón invitaba a quitarse algo de ropa. Delante de la chimenea unaalfombra azul de lana cubría casi todo el suelo y sobre ella varios cojines desordenados.Carmen explicó que le gustaba tirarse allí con sus hijos para jugar a peleas de cojines. Lesirvió una cerveza a Silvia y fue a su habitación a cambiarse de ropa. Tenía los vaquerosempapados porque antes de encontrar a Silvia en la playa había estado trabajando cortando lahierba del jardín. Salió de la habitación vestida con un pantalón pirata blanco, una camisetade tirantes del mismo color y unas zapatillas. Fue a la cocina y volvió con un plato de jamóny más cerveza.

 —   Caña y aperitivo —  dijo Silvia sonriendo — . ¿Qué más puedo pedir? —  Y se sentó enla alfombra ignorando el sofá marrón de piel. Carmen cerró las contraventanas para que elsalón quedara iluminado nada más por el fuego de la chimenea y se sentó al lado de Silvia.Hablaron de sus rupturas amorosas (a Carmen ya le habían contado en la tienda que Silvia eralesbiana) y se rieron cuando se les ocurrió quemar en aquel fuego una hoja con los nombresde sus ex cortados en pedacitos. Silvia añadió el nombre de David por contribuir a su rupturacon Carla.

Tras la segunda cerveza Silvia cogió de una silla las corbatas que supuso de Pablo, se

acercó a Carmen y con una de las corbatas le vendó los ojos, temerosa de que aquella mujerde aroma suave a perfume de Armani se levantase enfadada. Pero Carmen no se movió;sentía cómo se agitaba su respiración y supo que iba a cumplir su fantasía de acostarse conuna mujer. La agitación de Carmen excitó a Silvia, quien también supo que cumpliría sufantasía, distinta a la de la otra mujer, morbosa e irrepetible. Carmen se dejó guiar por lasmanos de Silvia que la recostaron sobre los cojines. Ató cada una de sus manos separadas delcuerpo, cada una con una corbata, a los pies de la mesa camilla que estaba en una esquina dela alfombra. Cogió la misma tijera que habían utilizado para cortar los nombres de sus ex,

 besó a Carmen sólo rozando sus labios para alejarse al instante, sintió el deseo de Carmen deser amada y sintió su propio deseo. Empezó a cortarle la camiseta y notó el estremecimientoen la piel de aquella mujer ante el contacto con el frío metal. Cortó despacio, acariciando con

sus labios cada trozo de cuerpo que iba quedando ante sus ojos al descubierto. Notó cómo aCarmen se le endurecían los pezones al tocarlos con la tijera y dedicó tiempo a besarlos y a

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acariciarlos con las yemas de sus dedos. Sandra suspiró. Quería desatarse y saltar al vacío dela pasión, pero Silvia se lo impidió. Silvia siguió cortando el pantalón blanco y las bragas.Recorrió cada poro de la piel de Carmen con su boca entreabierta, para que desesperadanotara el calor de su aliento. La volvió tan loca de deseo que, cuando jugueteó con su sexo,rozándolo suavemente con los dientes, no tardó en sentir el mejor orgasmo de su vida. Se

estremeció como nunca lo había hecho y rogó a Silvia que la desatara. Una vez libres sus ojosy sus muñecas desnudó a Silvia y las dos cayeron enredadas entre los cojines, fundiéndose enun solo cuerpo, ardiendo como el fuego que alumbraba desde la chimenea, hasta que,sudorosas y extenuadas permanecieron quietas, mirándose a los ojos en silencio. Carmen sedurmió y Silvia sin hacer ruido se fue, llevando impregnado en su mente para siempre el olorde aquella mujer. Paseó hasta el bungalow sin que el kilómetro que recorrió se le hicieralargo. Quería gravar aquel paisaje para siempre en un rincón de su memoria para soñarlodespierta cuando se sintiera triste y sola en una cama vacía.“Silvia, vive la vida. Vive este momento”. 

7. El silencio

Silvia no volvió a salir en todo el día. Se tumbó en el sofá y por fin consiguió abrir uno de

los libros, Alas de mosca, de Aníbal Malvar, y centrarse en la lectura. La tarde se volvióoscura, el cielo gris y empezó a llover copiosamente. El sonido de la lluvia chocando contrael cristal de la ventana para luego deslizase hasta el marco de madera, mezclado con elcrepitar de la leña que ardía en la chimenea, la relajó por completo desintoxicándola de todosesos sentimientos de loco deseo por María y por Sandra. El sabor de la piel de Carmentodavía palpitaba en sus labios, pero sabía ya que no habría una segunda vez, ningún otroencuentro sexual entre las dos. Ignoraba lo que Carmen estaría sintiendo, si habría estadoantes con otra mujer, qué pensaría de la forma morbosa de Silvia de hacerle el amor,vendándole los ojos, atándole las manos, cortando sus ligeras ropas con las tijeras. Sonrió

 pensando que en aquel sitio de cotillas, tal vez al día siguiente se corriera la voz por Monferode que ella era una pervertida.

Carmen era dulce, demasiado, atractiva, sonriente y cautivadora, pero nunca podríaenamorarse de ella, sólo sentía afecto. Siempre que se había enamorado su corazón volaba ysentía en el estómago el aleteo de mil mariposas. No podía, y tampoco quería, enamorarse deCarmen, y esperaba que Carmen tampoco sintiera por ella más que una atracción sexual

 placentera. Deseo puro, sin más, de sentir sus cuerpos piel con piel.Silvia se acercó a la ventana. En la piscina climatizada había luz. Era la primera vez que

se fijaba en aquel recinto y aguantó la tentación de ponerse un biquini e ir a darse un baño.Supuso que si había luz sería porque había alguien bañándose y prefirió sumergirse en la

 bañera. La llenó, añadió sales de baño y espuma y se relajó. Necesitaba silencio.

(Hay dos tipos de silencio: el que me mata y el que me da la vida. El que me reconforta y

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el que me destroza. El que me da vida lo busco en ocasiones, cuando siento la necesidad deencontrarme a mí misma. Cuando busco paz y calma para mi interior y el silencio meenvuelve, logro recomponer aquellos trozos sueltos del puzle de mi vida. El otro silencio escruel. Es el de la gente a la que quiero cuando necesito su voz y no la oigo, el de laexplicación que me hace falta y no llega, el de los que desaparecen de mi vida y nunca

regresan).

Silvia pensó en Carla y en David y decidió que seguiría manteniendo la sociedad en laagencia. Al fin y al cabo ella y Carla no estaban enamoradas por mucho que secomplementaran, y quizá verla con David le había facilitado las cosas dándole la excusa

 perfecta, aun sin necesitar ninguna para dar por terminada aquella relación que le habíarobado un año de su vida. Pero no por ello merecía la pena echar por tierra siete años de

 beneficios en la agencia de viajes, obtenidos en sociedad con David, que no dejaba de ser uncurrante nato. Lo que sí haría sería tener una larga conversación con él sobre Carla. Queríasaber desde cuándo estaban liados y le haría jurar que jamás se tiraría a sus parejas.

En un solo día Silvia empezaba a ordenar sin demasiados problemas su vida y también sucorazón. La decisión sobre la agencia quedaba zanjada y eso era lo más importante en aquelmomento. Por otra parte, ya no sentía ese mareante vértigo al pensar en el olor de Carmen, enlos ojos de azul casi transparente de Sandra o la boca de María. Sabía, aunque no el porqué,que ninguna de ellas era la mujer de la que se iba a enamorar. Tampoco tenía prisa porhacerlo. Necesitaba divertirse, pasarlo bien, recuperar las viejas fiestas de amigos queempezaban con “vamos a tomar una caña” y acababan con el chocolate con churros en GranVía a las ocho de la mañana; reírse a carcajadas desde el segundo ron-cola y despreocuparsedel mañana. El mañana es otro día, y nadie sabe a ciencia cierta lo que sucederá en él.Mañana es futuro, hoy presente. ¿Para qué pensar en lo que sucederá si lo que sucede en elmomento es bueno? Por eso le gustaba tanto a Silvia enredarse hasta el amanecer con susamigos. Siempre se divertía. Quería recuperar también sus escapadas en solitario a la sierra,en chándal y botas de montaña, con un par de bocadillos de jamón con tomate y agua en unamochila.

Silvia se sentía libre para volar a su antojo, sin tener que dar explicaciones, sin hora dellegada.

Entre pensamientos sintió que el agua de la bañera estaba ya casi fría, bueno, en realidadtibia, pero para ella, que le gustaba muy caliente, podía decirse que ya estaba fría. Se secó elcuerpo y el pelo y se acostó. Leyó hasta que sus ojos se cerraron vencidos por el sueño. Ni

siquiera logró cerrar el libro. Se durmió con él en las manos. En la página abierta una frasecomo escrita por el destino para ella: “Vivir la vida. Volar en libertad”. 

Silvia vio a Carmen al día siguiente cuando fue a buscar el pan. Carmen le sonrió alegreal darle los buenos días y, aunque no había nadie más en la tienda, ninguna de las dos hablódel encuentro sexual del día anterior. Guardaron silencio como si lo hubiesen pactado.Charlaron animadamente sobre el frío invierno en Galicia, sobre el trabajo de Silvia enMadrid, sobre sus familias... pero ni una sola palabra de lo ocurrido. Tampoco hubo ningúnademán de acercamiento físico, como si en realidad nada hubiese pasado entre ellas en elsalón de Carmen. Eso alivió a Silvia, que tenía muchas explicaciones y argumentos

 preparados por si Carmen le sacaba el tema, o peor aún, por si se había hecho alguna ilusión

de que aquello fuera algo más que un momento de pasión desenfrenada. Se alegró de no tenerque utilizar ninguno de sus argumentos.

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 Sandra y Bárbara llegaban a la tienda cuando Silvia se despedía de Carmen.

 —  Hola guapa —  le dijo Sandra — , ayer no se te vio el pelo en todo el día. —  No. La verdad es que me apetecía un poco de soledad. —   Pues te ha sentado bien, tienes muy buena cara. Esta noche cenamos con Nacho y

María, para despedirles, ¿por qué no te vienes? Hoy toca polbo. —   ¿Quéee? —  se sorprendió Silvia pensando que no había oído bien.

Las dos hermanas rompieron a reír y le explicaron que polbo, escrito con “b”, eraliteralmente la traducción de pulpo al gallego, por lo que decir “polbo a la gallega” dabasiempre lugar a muchas risas. También Silvia se echó a reír. Se animó a decirles que sí iría acenar esa noche. Al fin y al cabo era el día de Reyes y qué mejor que pasarlo acompañada.Casi se le había olvidado, quizá porque a aquel paraíso no llegaron las cabalgatas el díaanterior. Aun así a ella le regalaron el cumplir su fantasía sexual y el encontrase a sí mismaun poquito más. No necesitaba regalos materiales, le quedaban tres días para disfrutar delestupendo paraje en el que se encontraba y se lo quería pasar bien. Volvió a la tienda con

Sandra y Bárbara, compró vino, cava y roscón de Reyes para la cena.

De vuelta al bungalow Silvia se acercó a recepción para llamar por teléfono desde lacabina a sus padres, por separado. Se habían divorciado seis años antes y aunque ella vivíacon su madre pasaba mucho tiempo con su padre, al que adoraba. No quiso llamar desde sumóvil simplemente para no encenderlo. Estaba segura de que tendría un sinfín de llamadas

 perdidas y mensajes de texto, la mayoría de Carla y de aquellos amigos que no sabían queestaba de vacaciones en Galicia. Cuando comprobó que su familia estaba bien se sintió feliz,más de lo que ya estaba. A ratos llovía y decidió que esta vez sí se iría un rato a la piscinaclimatizada. Un poco de deporte le vendría bien y a esa hora estaría casi vacía.

A las siete y media se reunió con Sandra y Bárbara para ir al bungalow de Nacho y María.Para su sorpresa allí estaba también Carmen. El olor del pulpo que se cocía en la cocinallegaba hasta el salón. María sacó una bandeja de canapés y una botella de Martín Codax.Para el matrimonio era la última noche allí, al día siguiente volvían a Bilbao. Aunqueninguno era vasco vivían allí por trabajo. Nacho era de Santander y María de Logroño. Una

 buena oferta de la ETB llevó a Nacho a Bilbao siete años antes, allí conoció a María quedisfrutaba de unos días de vacaciones en un pueblo cercano, Sopelana. Bárbara y Sandraregresaban a Valladolid el viernes, y la última en volver a casa, Silvia, lo haría el sábado.

 —  ¿Volveréis alguna vez aquí? —  preguntó Carmen.

 —  Nosotros seguro que sí. Sacar al peque de la ciudad para que corretee y juegue en unsitio tan tranquilo merece la pena. Nos escaparemos de vez en cuando, aunque la próxima vezvendremos cuando haga menos frío  —   respondió Nacho provocando con su últimocomentario las risas de todos.

 —  Nosotras ya sabes que venimos todos los años desde hace tiempo, o en Reyes o enSemana Santa, así que nos volverás a tener que aguantar —  dijo Bárbara.

 —  ¿Y tú Silvia? —   Yo no lo sé. Aunque hay algo de mí que me dice que algún día volveré, no me gusta

hablar por hablar. Pero lo que sí es cierto es que de aquí me llevo recuerdos estupendos y poreso intentaré volver  —  dijo guiñando disimuladamente un ojo a Carmen y ésta esbozó unaleve sonrisa.

Estaba claro que Carmen quería volver a ver a la primera mujer con la que se había

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acostado, y tal vez la última. Le seguían gustando los hombres a pesar de que estaba seguraque ninguno le haría el amor de una forma tan dulce y salvaje al mismo tiempo como se lohabía hecho Silvia. Los hombres son más básicos.

Seguía lloviendo a intervalos. A las doce y media Bárbara y Sandra se despidieron

intercambiando teléfonos con Nacho y María, deseando volver a verlos. La siguiente en irsefue Silvia, quien creyó notar cómo María las miraba a ella y a Carmen e intuyó que sabía quehabía sucedido algo entre ellas, por eso se alegró de que Carmen no saliese tras ella. Llegó asu bungalow y se acostó. El albariño le había dado sueño. Antes de dormirse pensó en suvuelta a Madrid, al estrés de la capital, las carreras en el metro, las prisas, los bocinazos enlos atascos, las interminables obras que los provocan, la iluminación nocturna de las callesque impide ver las estrellas. La ciudad donde puedes encontrar todo lo que necesitas menoscalma y silencio. “Vivir la vida. Disfrutar el momento”. 

8. Virginia

22 de diciembre. A sus 31 años Virginia se había ganado a pulso su fama de borde,convertida en una abogada de prestigio en el bufete donde trabajaba, uno de los más grandesy afamados de Madrid, al que había llegado nada más terminar su licenciatura. Su dedicaciónno había pasado inadvertida a ojos de sus superiores, que no querían perder a aquellacarismática mujer que en muchas ocasiones era la última en abandonar el despacho pormucho que su jornada laboral hubiese terminado un par de horas antes. Su pereza cuandosonaba el despertador por las mañanas contrastaba con las pocas prisas a la hora de volver acasa o poner fin al día yéndose a dormir. Pero aquella fría mañana de diciembre no lograbaconcentrarse en el expediente que tenía sobre la mesa. Hacía justo un año que había puesto

 punto y final a una relación de cinco años plagados de altibajos con Rubén, un militar untanto infantil marcado por las que él describía como “horribles e inexplicables experienciasen Bosnia y Afganistán” y que lo habían mantenido al límite durante las 24 horas del día, sinsaber si en un minuto estallaría una bomba, les tenderían una emboscada, si alguno de suscompañeros o él mismo regresaría entre honores fúnebres dentro de un ataúd cubierto por su

 bandera. La semana del 22 de diciembre de 2009 había regresado de su última misión enAfganistán. Su carácter se había vuelto mucho más huraño e irascible en aquellos tres mesesde tensión y horror y a la mínima llevaba la contraria a todos; aun sabiendo que no teníarazón, provocaba, como intentando desahogarse, discusiones tensas, sobre todo con Virginia,quien tomó la decisión de no continuar con aquella amarga relación que ya no la hacía feliz.Quería mucho a aquel hombre de claros ojos tristes, ése mismo que distaba tanto del demirada viva y alegre que la había enamorado cinco años antes.

Rubén asimiló con extrema facilidad la ruptura. Sin intentar arreglar la relación, sin

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 preguntar nada, se rendía ante una batalla que ocupaba menos tiempo en su mente que lasvividas enfundado en un traje militar, por eso recogió sus cosas del apartamento de Virginiaaquella misma noche en la que ella le dijo que se acababa y salió dando un portazo comoúnica despedida, como si en realidad le diera igual, como si su corazón estuviera tan minadocomo los duros y pedregosos caminos que se extendían bajo el irritante sol de Afganistán.

Tras el hiriente portazo Virginia se dejó caer en el sofá, satisfecha de haber dado el paso quedesde el verano intentaba dar. Ya no conocía al hombre con el que se suponía que formaríaun hogar, una familia. Se sentía también triste por no haber podido ayudarle a volver a ser el

 bromista y sonriente muchacho, amante del deporte, al que había entregado su corazón.Pensando en ello se quedó dormida. Allí empezaba una vida nueva partiendo de cero.Dormida en el sofá.

Un año después y a pesar de los cambios en su vida, Virginia no lograba olvidar del todoa Rubén, quizá porque todavía guardaba cosas que le recordaban a él, que se lo traían a lamente en forma de mirada sonriente, por eso argumentó no encontrarse bien y abandonó eldespacho a media mañana. El frío había hecho cuajar los copos de nieve caídos la tarde

anterior y durante la noche en la ciudad y, aunque odiaba el frío, decidió caminar por elcercano parque al que la nieve convertía en una inusual postal navideña de Madrid, con lastorres KIO alzándose imponentes a lo lejos. Admirando tan bello paisaje desconectó de su

 propia vida, perdiendo la mirada en los árboles vestidos de blanco.

Los ajustados vaqueros azules, las botas altas negras y el abrigo beige, no evitaban que elfrío abrazara suavemente a Virginia que, apurando un poco el paso, entró en la boca de metroal final del parque. A esa hora el metro no estaba lleno, se sentó apoyando la cabeza en elcristal del vagón y con cierta tristeza y nostalgia en el rostro llegó a su parada. Al salir haciasu casa sacó del bolso el teléfono móvil con la tentación de llamar a Rubén, del que nadahabía vuelto a saber. Pero no lo hizo. No marcó el número y subió con prisa en el ascensorhasta el ático, que se le antojaba más vacío que nunca, no sólo por la ausencia de Rubén sino

 por sus propios sentimientos, apagados e inertes. Se quitó la fría ropa y se puso otra máscómoda. En una caja metió las pocas cosas que le recordaban a su amor pasado, fotos de lasúltimas vacaciones compartidas en la costa valenciana, pequeños muñecos de peluche que élle había regalado y que a ella tanto le gustaban, recuerdos de Bosnia, de Afganistán, delLíbano... y por último se quitó del dedo anular el anillo de oro que él le había regalado en su

 primer aniversario juntos. Mientras lo guardaba sintió pena por aquellos cinco años queempezaba a sentir como tiempo perdido en su vida. “Dicen que para romper con el pasado y

 poder empezar de nuevo debemos deshacemos de todos aquellos recuerdos físicos que nosimpidan olvidar, pues hacen el efecto contrario”, pensó en voz alta mientras cerraba con

firmeza la caja y con ella un capítulo más de su vida. A lo largo de aquel año había tenidoligues y rollos, algunos de los cuales a Virginia se le antojaban surrealistas y le habíanenseñado misterios recónditos de sí misma, pero ninguna relación seria para la que no sesentía preparada. Al recordar alguna de sus aventuras, esbozó la primera sonrisa no forzadadel día. “Hoy es el primer día del resto de mi vida”, pensó mientras encendía el ordenador. 

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9. La primera vez

Virginia necesitaba unas buenas vacaciones, pero no las que había planeado desde el día

24 hasta el 3 de enero en casa con su familia, de cena en cena, con la empresa, con susamigos, comidas familiares, alcohol e interminables resacas que invitaban a no volver a

 beber. La promesa que nadie recuerda en la siguiente copa. Por eso buscó destinos enInternet. Pasaría en familia Nochebuena y Navidad y después se iría a cualquier lugardiferente de su rutina, o de los ya conocidos. Quería un viaje nuevo y diferente, por eso eligióun crucero por el Mediterráneo, con salida desde Barcelona el día 27 y regreso a la mismaciudad el día 3. Tendría que pedir el día 4 de asuntos propios, pero merecía la pena cumpliruno de sus sueños, e incluso se preguntaba por qué no lo había hecho mucho antes. La idea deviajar en una ciudad flotante por varias ciudades la apasionaba desde que era adolescente, y laruta para conocer Marsella, Savona, Palermo, La Valletta y Túnez, le parecía tan sugerente ytentadora que hizo la reserva sin pensarlo más, compró también los billetes de avión ida yvuelta a Barcelona y se sintió contrariamente a como se había levantado. Se sintió renovada yfeliz, con ganas de recuperar el tiempo perdido y comerse el mundo. Abrió una cerveza y sesentó. A su cabeza regresó, sin saber por qué, aquella noche de verano en la que sus amigasLucía y Laura la convencieron para salir por la mediática zona de ambiente en Chueca.

La cálida noche de un jueves de agosto más que invitar obligaba a disfrutar de lastranquilas terrazas, en la que la refrescante cerveza helada desaparecía con rapidez de losvasos. Sin darse cuenta del tiempo se sorprendieron de la hora cuando los camarerosempezaron a amontonar las sillas y mesas. Era el momento de cambiar de sitio y a las dos dela mañana las tres chicas entraron en uno de los locales que en los últimos años representaba

casi de forma emblemática el ambiente madrileño. Allí Virginia conoció a Cecilia, unasimpática amiga de Laura, de unos treinta y ocho años, de pelo corto rubio oscuro, alta,delgada y de preciosos ojos verdes. Vestía vaqueros rotos y camiseta blanca ceñida. Nodejaba de bailar e intentaba que las tres chicas hicieran lo mismo, cosa que consiguió unahora después, con la tercera copa bailaban y reían sin parar. Cecilia sorprendió a Virginiaacercándose para robarle un beso en la boca, corto pero insinuante y salvaje. Virginia seapartó bruscamente al principio, pero sintió el desconocido impulso de volver a acercarse

 provocativamente mientras un mar de incertidumbres ahogaba su mente ante la experienciade coquetear por primera vez con otra mujer. Ella, la de la fama de borde, la que nunca sehabía fijado con atracción en otra mujer ni había imaginado un beso femenino en sus labios,se descubría a sí misma provocando el deseo de Cecilia, tonteando sin disimulo alguno,

sintiendo cómo aquellos ojos verdes la desnudaban, o eso creía, pero para su sorpresa Ceciliase alejó en la pista de baile para unirse a otro grupo de chicas a las que, a juzgar por elrecibimiento que le daban, conocía. Virginia, desconcertada, se sintió ridícula. La seriedadvolvió a su hermoso rostro de piel blanca. Había caído en un juego de seducción desconocido

 para ella, no sólo por el hecho de que la otra persona fuera una mujer, sino porque nunca lehabía gustado ese tonteo tan explícito con besos incluidos. Se maldijo a sí misma y dejó demirar a Cecilia para volver la vista hacia Laura y Lucía, que parecían ajenas a lo que había

 pasado, hablándose al oído sonriendo, y ella se sintió sola y vacía como nunca antes se habíasentido. Sin despedirse cogió su bolso del ropero y salió del local. Cruzó la plaza ya vacía deterrazas donde algunas pandillas de jóvenes sentados en el suelo montaban sus propias fiestasy tertulias mientras bebían. Sentía ganas de ser como ellos, de volver a tener veinte años sin

más preocupaciones que la de estudiar.

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Al final de la plaza Virginia notó cómo una mano se posaba en su hombro de tal maneraque la sobresaltó haciéndola girar bruscamente. Ante ella, esbozando una leve sonrisa, estabaCecilia.

 —  ¡Ey cosita linda! Te vas sin despedirte. —  Lo siento, no estabas cuando salí. Necesitaba un poco de aire.

 —  Claro que estaba y te estaba mirando, pero tú no te has dado ni cuenta  —  dijo Ceciliamirando el serio rostro de Virginia que, nerviosa, movía su mirada intentando esquivar losatrayentes ojos de la otra mujer.

 —  Mira Cecilia, yo no... —  No hace falta que digas nada  —  interrumpió Cecilia — , ya sé lo que me vas a decir:

que eres hetero, que no te gustan las mujeres, que no estabas tonteando conmigo, que bla bla bla. Pero no hace falta que salgas corriendo por eso. Conozco un sitio muy tranquilo cerca deaquí donde podemos tomar una copa y hablar. ¿Me acompañas?

 —   Vale.

Al mismo tiempo que aceptaba acompañar a Cecilia, en su interior Virginia ya se estaba

arrepintiendo, lo que en psicología se llama síndrome de atracción-repulsión: no quiero perosí quiero. La tan firme y segura abogada se mostraba vulnerable e indecisa. Envió un mensajea Laura para que ella y Lucía no se preocuparan por su ausencia y le mintió diciéndole que seiba a casa, que estaba cansada, al tiempo que caminaba en silencio. A tres calles de la plazade Chueca Cecilia se paró ante un portal, sacó las llaves del bolsillo del pantalón y abrió.Virginia la miró con desconfianza sin entrar y le reprochó:

 —  Oye Cecilia, aquí no hay ningún garito para tomar una copa. —   Yo te he dicho que conocía un sitio tranquilo, no un garito. No me pongas esa carita

de mala leche, mujer. Vivo aquí. En casa podemos estar más tranquilas y hablar sin que nadieinterrumpa, podemos elegir música y el alcohol está garantizado que no es garrafón. De todasformas si no quieres subir, te puedes marchar. No pasa nada.

Durante unos segundos se miraron sin decir nada, hasta que Virginia, siguiendo una vezmás un impulso interior que contrariaba lo que en realidad le decía la razón, entró en el

 portal. Subieron hasta el segundo izquierda y entraron. Era un piso pequeño, básico, con pocos muebles pero muy ordenado.

 —  Siéntate mientras preparo una copa Vir. ¿Te puedo llamar así, verdad? —  Pues claro que me puedes llamar así, pero no quiero una copa. —   ¿No te apetece? Te aseguro que no intento emborracharte, ¿eh? ¿Prefieres una

cerveza? —   No. Quiero que me beses. Quiero que me vuelvas a besar  —   dijo Virginiasorprendiendo tanto a Cecilia como a ella misma mientras clavaba su enigmática mirada enlos ojos claros de la otra mujer. Ésta no se hizo de rogar. Tomó el blanco y tembloroso rostrode Virginia entre sus manos y la besó, notando cómo aquel frágil y delicado cuerpo seestremecía.

Virginia seguía teniendo deseos contradictorios: por una parte quería entregarse con pasión a la nueva experiencia que estaba descubriendo y por otra quería salir corriendo. En sumente todo era una locura, pero le gustaban aquellos besos de mujer, suaves y dulces;aquellas caricias delicadas tan distintas a las de los hombres. Y se dejó llevar, nerviosa, sin

saber cómo responder, hacia dónde guiar sus manos mientras lentamente, paso a paso, Ceciliala llevaba hasta la habitación. Allí, muy despacio, sabiendo que Virginia se podía arrepentir y

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salir huyendo de sus brazos en cualquier momento, la desnudó con ternura y se desnudó sindejar de besarla. Al sentir la pasión y el deseo de los dos cuerpos, de la piel de ambosardiendo para fundirse en una sola piel, Virginia supo que no tenía nada que aprender, quesus manos y su boca sólo tenían que seguir la naturaleza de sus mismos deseos, dar lasmismas caricias que deseaba para ella, con las que los hombres no siempre acertaban. Hacer

el amor con otra mujer era más dulce y delicado. Se descubrió a sí misma buscando con loslabios y con las manos cada rincón de la piel de Cecilia.

Las dos mujeres permanecieron unos minutos en silencio, mirándose con ternura, hastaque Cecilia se quedó dormida. Entonces Virginia se levantó sigilosamente, buscó su ropaesparcida por el suelo y sin hacer ruido se fue. En su cuerpo, todavía sudoroso, llevabanuevas sensaciones, nuevos deseos, pero también miedo: un nuevo miedo a que aquello fuerauna locura, un deseo camuflado para olvidar a Rubén sin estar con otro hombre. Con Rubén,y con los hombres que había estado antes de conocerlo a él, no había sentido un placer tan

 puro y natural como el que Cecilia le acababa de regalar.

Aquella noche de agosto fue la primera vez que Virginia se entregó a una mujer. Y volvióa hacerlo poco después, no con Cecilia, de quien no volvió a saber, pero sí con otra chica quellegó a ocupar parte de sus pensamientos. Nunca quiso iniciar una relación con ella porque nose sentía preparada ni sabía si era capaz de enamorarse de una mujer. No quería imaginarsecómo reaccionaría su familia. Le daba pavor pensarlo.

Pasado el verano Virginia se centró exclusivamente en su trabajo. Apenas salió un par denoches con algunos compañeros de trabajo y ahora necesitaba vacaciones, el tan ansiadocrucero por el Mediterráneo.

10. Mar Mediterráneo

A  las once de la mañana del 27 de diciembre Virginia embarcaba en el puerto de

Barcelona por primera vez en un crucero. Tras pasar Nochebuena y Navidad con su familia yel día 26 preparando las maletas, sin tiempo para pensar en nada, por fin llegaba el tandeseado viaje de descanso y diversión. Las dos horas que transcurrieron entre su llegada alaeropuerto catalán y el embarque en el Vulcano se le antojaron largas. El aire frío y lahumedad ambiental se colaban de forma inexplicable por los huecos más insospechados de suropa, y durante un instante puso en duda la idea de permanecer durante una semana en el maren pleno invierno, pero elegir un destino más caluroso en esas fechas implicaría viajar máslejos e incluso cambio de horarios. Una semana era poco tiempo como para perder horas enaviones y diversidades horarias.

El camarote que tenía asignado, el 196 exterior, la devolvió a la calma. Al igual que todo

el barco, la decoración de discreto lujo modernista con colores cálidos ofrecía una buenasensación a primera vista. Parecía imposible poder disfrutar de silencio en las 134 toneladas

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flotantes de 38 metros de manga y 332 de longitud, donde se reunían un total de 4.599 personas entre pasaje y tripulación. Deshizo la maleta, dejando sobre la cama el vestidogranate que se pondría para el cóctel de bienvenida del comandante, corrió las cortinas del

 balcón y sintió libertad al ver cómo el puerto de Barcelona se hacía cada vez más pequeño enla distancia.

A la una de la tarde estaba vestida para el primer evento a bordo. Era una mujer sencilla yle gustaba la ropa cómoda e informal, pero la ocasión requería la elegancia que en tierraguardaba poco más que para las bodas, uno de los motivos por los que éstas no eran

 precisamente reuniones a las que le gustaba asistir. Tenía claro que sólo se vestiría así para elcóctel y para la cena de fin de año. Se puso el abrigo, cogió el pequeño bolso a juego con elvestido y con los zapatos y salió a conocer un poco el barco, por pasillos que parecían callesde paredes azules iluminadas por doradas lámparas. Intuyó por la tranquilidad que la mayoríade pasajeros estarían en sus camarotes poniéndose también elegantes para compartir un ratocon el comandante del barco. Bajó dos plantas y la sorprendió la cantidad de tiendas quehabía, la mayoría de ropa y calzado. Nunca se había imaginado cómo sería un crucero y

empezaba a descubrir por qué le llamaban ciudad flotante.

A las dos, en un inmenso salón, parte de la tripulación como formando para un desfile ylos pasajeros que disfrutaban de canapés y variada bebida, escuchaban el discurso delexperimentado comandante, un hombre de edad cercana a la jubilación, con hablar pausado ycuyo discurso posiblemente era el mismo en cada viaje. Fue breve y agradecido; quizás laexperiencia le había enseñado a serlo, e invitó al disfrute de la semana que quedaba pordelante abandonando luego el salón. Tras él, la tripulación, ordenadamente, volvía a susquehaceres. Virginia observaba cómo, a su alrededor, familias, parejas y grupos de amigos sedivertían y hablaban animadamente.

La guapa abogada estaba a punto de volver a su camarote cuando una voz pronunció sunombre:

 —  ¿Virginia? No me lo puedo creer. ¿Qué haces tú aquí?, ¿y Rubén, no ha venido?Quien se dirigía a ella era Marcos, un antiguo compañero de trabajo que había dejado el

 bufete dos años antes para montar el suyo propio. Le presentó a Julia, su novia, con la quellevaba un año y medio de relación. Virginia admiró la belleza de Julia, la figura esculturalque se intuía bajo el vestido verde ceñido, los ojos color canela miraban con ternura. Nodejaba de sonreír de forma natural y escuchaba atenta mientras Virginia le contaba a Marcossu ruptura con Rubén, los nuevos proyectos del bufete en los que se incluía la expansióncomo empresa a todo el territorio nacional, empezando por Cataluña y Andalucía, y se

interesaba por saber qué tal le iba a él en su trabajo en solitario. Rieron al recordar algunasanécdotas de cuando eran compañeros y quedaron para cenar juntos aquella noche.

Virginia volvió a su camarote, cerró las cortinas, se desnudó y se tumbó en la cama. Notenía hambre, con los canapés había tenido suficiente y prefería dormir un rato y estarespabilada para la cena. El madrugón en Madrid para volar a Barcelona, después de laintensidad y el trasnochar de los anteriores días navideños, la había agotado. No tardó endormirse, con la alegría del inesperado encuentro con Marcos y Julia. Nunca se hubieraimaginado que la casualidad les reuniría en un lugar tan poco frecuente y alejado de Madrid,en un crucero, rodeados por las tranquilas aguas del Mediterráneo. La belleza de Julia se colóen los sueños de Virginia aquella tarde, su subconsciente la llevó a viajar a través de la

imaginación a una noche de verano de luna llena y estrellas compartiendo secretos de mujeren el porche de una casa en el campo, rodeada de bosque, con la serenata de los grillos y las

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cigarras poniendo música al momento. En los sueños todo es posible, volar y sumergirse enlas profundidades del océano, viajar a lugares que jamás hemos visto ni en fotografías, amarsin prejuicios, ser diferentes, pertenecer a otra raza ... en los sueños todo es posible. No erahabitual que Virginia recordase lo soñado, pero cuando se despertó a las cinco menos diez dela tarde, recordó su sueño desde el principio hasta el final. No podía negarse a sí misma que

sentía atracción por la belleza de Julia y que ella era el principal motivo por el que habíaaceptado cenar con la pareja esa noche. De no ser por esa atracción cenaría ella sola,tranquila, tomaría una copa en una de las discotecas y se iría a dormir temprano para disfrutaral máximo del día siguiente, donde harían la primera escala en la segunda ciudad más

 poblada de Francia, Marsella, cuyo puerto, el más importante del país y del Mediterráneo,constituye un importante nudo de comunicaciones y un amplio entramado de actividadindustrial.

Virginia ocupó el resto de la tarde leyendo y escuchando música. A las nueve acudió alrestaurante donde Julia y Marcos la esperaban. Ninguno de los tres vestía con la elegancia delcóctel de bienvenida, pareciendo personas distintas a las que eran apenas unas horas antes,

más naturales, más sencillos.

 —   Me siento el hombre más envidiado de todo el crucero. Ningún otro está tan bienacompañado —  dijo Marcos mientras servía vino en las tres copas.

 —   Veo que sigues siendo tan galante como siempre. Espero que no seas celosa, Julia  —  respondió Virginia.

La cena transcurrió entre risas y cotilleos, con el vino como aliado fiel a la diversión,ayudando a que poco a poco cada uno de ellos recordara en voz alta sus relaciones pasadas,sus ligues y aventuras. Virginia estuvo tentada de callar sus aventuras pasajeras con otrasmujeres, pero ganó la tentación de ver qué cara pondría Julia, o la reacción de Marcos, quienla había conocido siendo la eterna novia de un militar que pasaba más tiempo en lejanos

 países en guerra, y así seguía cuando él dejó el trabajo.

 —   Eso sí que es saber disfrutar de todos los placeres de la vida  —   dijo Juliasorprendiendo más a su novio que a la propia Virginia — . De adolescente yo tuve lo que,supongo, es lo más parecido a un rollo entre mujeres, con una compañera de clase que sequedó una noche a dormir en mi casa. A veces me arrepiento de no haber repetido —  y se rióal ver la cara que se le ponía a Marcos — . Tranquilo mi amor. Es una broma. Lo de quererrepetir, quiero decir. Seguro que con lo guapo que eres alguna vez te habrá tirado los tejosalgún chico y nunca me lo has contado.

 —   ¡Uf!, sí  —   respondió él sonriendo — . Cuando empecé a trabajar en el bufete, ¿teacuerdas Virginia?, los chicos organizaron un viernes por la noche para salir de cañas. Nosabía que iba a picar como un pardillo en la novatada. Consiguieron emborracharme y norecuerdo mucho más. Pero las fotos que me enseñaron el lunes siguiente me dejaban enridículo. Me habían metido en un pub o lo que fuera, de hombres vestidos con pantalones decuero, dándose el lote con sus pechos peludos al descubierto, y yo bailando como un paletoen medio. Pero que os quede muy claro que no he tenido ningún roce ni beso ni nada con untío.

 —  Tendríamos que preguntártelo delante de un juez bajo juramento  —  replicó Virginiasin parar de reírse — , aunque ambos sabemos que las mayores mentiras se cuentan en los

 juicios.Tendremos que creerte o llevarte otro día a ese pub o lo que sea, y comprobarlo.

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 A las once de la noche decidieron tomar una copa en una de las discotecas. La actuación

en directo de Lola Lallave, una de las promesas del pop del momento, era mejor que lamúsica de pinchadiscos para poder seguir hablando tranquilamente.

Pidieron mesa al camarero que amablemente les acompañó a una no muy alejada de la pista de baile. Virginia no podía dejar de aprovechar cualquier instante para mirar a Julia.Podía imaginarse su cuerpo e inventar su silueta, pero lo que realmente deseaba era teneraquel cuerpo entre sus brazos. A pasos agigantados los hombres quedaban en un segundo

 plano en cuanto a sus gustos sexuales. Carecían de la delicadeza de una mujer, del instinto enlas artes amatorias con otra mujer. Empezaba a creer con firmeza que podía enamorarse conla misma o con más facilidad de otra mujer.

¿Era casualidad que entre más de tres mil pasajeros en el cóctel de bienvenida, hubiesencoincidido Marcos y Virginia? Podría ser, pero dicen que nada es casualidad, que todo pasa

 por algo.

11. Las calas de Marsella

Marsella es una ciudad ligada a la Prehistoria, algo que atestiguan las pinturas rupestres paleolíticas en la cueva submarina de Cosquer, habitada desde hace más de 30.000 años, porlo que no es de extrañar, dado el estratégico enclave marítimo donde se sitúa, que sea lasegunda ciudad con más habitantes del país galo. Es casual que, ligada también a la época delos romanos, la región de Marsella tenga forma de anfiteatro. Su desarrollo urbano gira, ysiempre lo ha hecho así, en tomo al puerto viejo en la cala de Lacydon. Virginia quería pisaraquella ciudad y, aunque ignoraba el tiempo que les permitirían a la mañana siguiente

 permanecer en ella, no le importaba demasiado. Lo que sí haría al pisar el puerto sería la promesa de volver en cuanto se enamorase, para compartir en pareja los paisajes de Cassis, alas afueras de Marsella, para visitar sin prisa la isla de Riou, desde donde pueden verse las

 pequeñas calas de difícil acceso, Moudini, Podestad, la Polidette y Queirons, que junto a la

más grande y accesible Callelongue forman las bellas calas marsellesas (les calanques).

Pensando en la belleza de Marsella Virginia se durmió. Marcos y Julia la habíanacompañado hasta su camarote y prefirió cerrar los ojos y soñar despierta con calas abrigadasen el suave invierno del clima Mediterráneo, a dejarse llevar por el deseo de que suimaginación desnudara apasionadamente a Julia, la novia de su amigo y antiguo compañero.En la discoteca, mientras él fue al baño estuvo tentada de provocar el coqueteo con lahermosa mujer de ojos canela y pelo castaño en media melena. No lo hizo. No podíaencapricharse con ella y traicionar a Marcos. Era un buen hombre y no se lo merecía, ademásno creía que Julia fuera una mujer infiel ni de rollo fácil y, si decía la verdad con lo de

 bromear con haber repetido su experiencia lésbica de la adolescencia, intentar tontear con ella

 podía causarle un serio disgusto. Estaba en un crucero bastante lujoso, era el primer día yquería disfrutar del descanso y de la diversión. Buscarse problemas gratuitos no entraba en

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gustó mi música espero verte esta noche por allí.Lola no dio tiempo a respuestas y se fue. Virginia, un poco sorprendida, esbozó una leve

y sugerente sonrisa sin dejar de mirar a la atrevida mujer.

Excepto la cena de gala que se serviría en fin de año, el restaurante disponía de buffet con

una amplia variedad de comida. La calidad de la misma era buena y modernista, acorde conel barco. Virginia no era de mucho comer y eligió, como plato único, ternera con salsa dechampiñones. Quería dejar un hueco para el postre, el dulce siempre era una tentación,aunque muchas veces lo evitaba a fin de mantener su cuidada figura. Cuando volvió a sucamarote encontró en el suelo una nota que alguien había colado por debajo de la puerta. Erade Marcos y Julia: “Hemos venido a buscarte para comer, pero no estabas. Nuestro camarotees el 315, en la tercera planta. Esta noche pasaremos a buscarte por si te apetece cenar connosotros. Besos”. Con la nota en la mano, se dejó caer sobre la cama. No tardó en dormirse. 

A las seis de la tarde las piscinas cubiertas y climatizadas no tenían muchos visitantes.Virginia no se molestó en mirar a su alrededor y se metió en el agua tibia. Nadó un rato y

sólo al salir del agua se percató de que Lola la observaba sentada en una tumbona, sonriendo,lo que puso nerviosa a la joven abogada.

 —  Voy a empezar a pensar que me estás siguiendo, Lola. Te llamas así, ¿no? —  Sí, me llamo Lola, pero yo ya estaba aquí cuando tú llegaste. De todas formas, no te

incomodes y me pongas esa carita borde otra vez, que ya estoy vestida para irme. Por cierto —  añadió mientras recogía la toalla y el bolso — , así en biquini y con el pelo mojado estásmucho más guapa.

A Virginia no le dio tiempo a contestar, aunque tampoco sabía qué decir. La sonrisa deLola la ponía nerviosa en la misma proporción que la dejaba sin palabras. Le gustaba susonrisa y su físico. No era demasiado alta, delgada, de pelo largo, negro y liso. Sus ojostambién eran negros. Se secó y volvió a su camarote. Quería descansar. Al día siguiente noharían ninguna escala por lo que aprovecharía para visitar las tiendas con más calma, ir a la

 peluquería y tal vez darse el gusto de un masaje. A las ocho y media Marcos y Julia llamarona su puerta.

 —  Hola guapísima, ¿te vienes a cenar con nosotros? —   Claro que sí, Marcos, aunque si queréis estar solos, yo tampoco quiero estar de

escopeta. —  Tú no estás de escopeta ni nada. Ha sido un placer trabajar contigo y es más placer

 poder disfrutar de tu compañía. —   Al final me tendré que poner celosa, cariño —  respondió Julia riéndose y provocandola risa de Marcos y Virginia.

Durante la cena hablaron de la visita a Marsella, de lo que más les había gustado de lo poco que habían visto, y los tres coincidieron en que sería un bonito lugar para unasvacaciones de verano. Al terminar, fue Julia quien propuso una copa en la discoteca, que nisu novio ni Virginia rechazaron.

En el escenario, al igual que la noche anterior, Lola cantaba “Quiéreme un poquito más”,uno de los temas de su primer disco, titulado “Sueños”. Virginia miró a l escenario y se

encontró con la mirada de la cantante, le hizo un guiño furtivo y continuó caminando hasta lamesa tras sus amigos.

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 Cuando el camarero les sirvió la segunda copa, entregó un pequeño papel doblado a

Virginia. “A las tres y media estaré en mi camarote. Es el 134. Lola”. Con una sonrisa alegrevolvió a doblar el papel y lo guardó en el bolso.

 —  Tú nos estás ocultando algo, Virginia. Cuéntanos qué tienes por ahí. No me dirás quete has encontrado algún antiguo novio, bueno o novia, también aquí —  dijo Marcos. —  No, no me he encontrado ningún antiguo amor, pero parece que hoy es el día de las

notas. Creo que recordaré mi primera visita a Marsella como el día de los mensajes en altamar.

 —   Anda tía, cuéntanos de quién es. Julia, mi amor, pregúntaselo tú, que a lo mejor comoeres mujer te lo cuenta. Si queréis puedo ir al baño para dejaros solas unos minutos.

Los tres se rieron y Virginia siguió negándose a contarles algo sobre la misteriosa nota, pero les prometió que antes de que se terminara el crucero les daría alguna pista. A las dos ymedia de la madrugada se despidieron delante del camarote de Virginia. Ésta entró en el

suyo, fue directamente al balcón y corrió las cortinas. El cielo nublado no permitía verestrella alguna. La inmensidad del mar rodeaba de oscuridad el barco. Tenía una hora paradecidir si acudiría a la misteriosa cita, si caería en la tentación o se quedaría en su camaroteentregándose al único placer de los sueños. Volvió a leer la nota y sonrió.

A las tres y media, puntual como siempre lo era, Virginia llamó a la puerta del camarote134. Lola no tardó en abrir, vestida con una camiseta blanca de tirantes y un pantalón negro.En la mano tenía una guitarra. Sin decir nada, con un simple gesto y su sonrisa perenne,invitó a pasar a la mujer de mirada desconfiada y hermética.

 —  Yo creía que estas cosas sólo pasaban en las películas. ¿Siempre haces esto?, ¿ligascon las chicas que te gustan con notitas por los camareros?, ¿así sois los músicos?

 —  No, no siempre hago esto. No, no siempre mando notitas por los camareros y no, losmúsicos ni somos así ni somos de otra manera, ni somos diferentes al resto de las personas. Ytú, ¿has venido para echarme la bronca?, ¿o has venido porque en el fondo te ha gustado estaforma de ligar contigo?

 —   No lo sé, tal vez he venido a descubrirlo.

Lola cerró la puerta, apoyó la guitarra en la pared, se acercó a Virginia y amagó laintención de besarla. Colocándose detrás de ella la desprendió del jersey negro de cuello alto,le desabrochó el sujetador y con la yema de los dedos acarició lentamente la blanca piel de su

espalda hasta los hombros, notando la agitada respiración de Virginia, quien cerrando los ojosse abandonaba a las manos de Lola. Intentó darse la vuelta sintiendo la necesidad de besarla, pero no pudo. Como una canción susurrada al oído oyó la dulce voz de Lola:

 —   No tengas prisa preciosa. La noche es larga.

El deseo crecía en los dos cuerpos, el de Virginia se estremecía con cada caricia, con loslabios que recorrían su piel desde la nuca hasta la cintura, con las manos que la rodeaban parano negarle las mismas sensaciones, las mismas caricias a sus pechos, a su abdomen, a susmanos... Cuando Lola le vendó los ojos, lejos de sentir miedo, tuvo la sensación de que la

 pasión se desbordaba en su cuerpo y la seguridad de que nunca olvidaría la noche que iba a

vivir.

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 Lola guió a Virginia hasta la cama, donde con delicadeza acabó de desnudarla para

desnudarse ella después. Sin besarla, consciente del deseo de los otros labios, sujetó lasmanos de Virginia con las suyas a la altura de la cabeza, sin apretar, sin hacer presión,mordisqueó juguetona su cuello, acarició con los labios y con la punta de la lengua aquellos

rincones de piel a los que podía llegar sin soltar las manos que querían huir de las suyas paradevolverle las caricias. Cuando sus bocas por fin se encontraron apasionadamente, el deseode Virginia por sentir entre sus manos el cuerpo de Lola aumentó, pero la experimentadaamante continuó dirigiendo, sin mostrar prisa alguna, aquel encuentro. Sin soltar las manosde Virginia, las arrastró muy despacio hasta la cintura, para poder recorrer más cuerpo con su

 boca: la cintura, las caderas, el ombligo, las piernas, evitando durante tiempo lanzar su bocaal encuentro ardiente y sediento con la fuente del placer de Virginia. Cuando lo hizo no tardóen sentir la tensión de un cuerpo a punto de estremecerse sudoroso entre sus manos. Al límitede la pasión un estallido de jadeante placer inundó a Virginia de sensaciones, ya con susmanos libres, a punto de estar liberados sus ojos de la venda para poder ver el cuerpo desnudode Lola, para poder devolverle las caricias y el placer de su propio cuerpo, pero Lola, la

sonriente mujer de inagotable calma, no le dejó seguir:

 —  Quedémonos un rato así, mirándonos a los ojos. La noche es larga. No tengas prisa.

12. Savona

La noche con Lola fue larga e intensa, con la adrenalina desbordándose en medio del marMediterráneo, con la pasión de Lola sorprendiendo en cada caricia a Virginia y ésta, a su vez,dando rienda suelta al descubrimiento de más sensaciones nuevas de las que ya habíadescubierto en el último año, tras su ruptura con Rubén. Por primera vez durmió abrazada aotra mujer, en el camarote 134 de un crucero, su primer crucero. Si el día que reservó el viajele hubiesen contado que viviría una noche de pasión y deseo locos se habría reído.

 —  Ya es hora de desayunar. No hemos dormido mucho, pero un café nos vendrá bien,¿no crees? —  preguntó Lola.

 —   Sí, seguro que un café nos despejará un poco. Menos mal que hoy no hay ningunavisita turística. Lola, ni siquiera me has preguntado mi nombre. Es un poco arriesgado invitara alguien a pasar la noche contigo así sin más, ¿no crees?

 —  ¿Por qué debo saber tu nombre? Prefiero recordarte a ti, tu cuerpo y esta noche quehemos pasado, no un nombre. Y por otra parte, me has parecido más tierna que peligrosa.Merecía la pena correr el riesgo simplemente para despertarme con el brillo de tu mirada.

 —  Entonces no te diré mi nombre, pero creo que el café puede esperar un poco.Virginia silenció la respuesta de Lola con un beso, buscando entre las sábanas cobijo para

su deseo.

A las tres de la tarde de aquel frío y nublado 29 de diciembre, Virginia volvía a compartir

mesa con Marcos y Julia. Se sentía como si hubiese tenido un hermoso sueño. No habíaquedado con Lola pero le gustaría volver a verla. Al fin y al cabo era una mujer libre, con

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ganas de vivir y recuperar no el tiempo perdido, que ése ya nunca vuelve, pero sí susilusiones.

 —  ¡Menuda cara que traes huesitos!  —  dijo Marcos — . Por lo que veo no has dormidomucho. ¿Estás bien?

 —  Sí, estoy muy bien, mejor que nunca. Pensé que te habías olvidado del apodo que me

teníais en el curre, pero ya veo que no. —  ¿Cómo me voy a olvidar si te lo puse yo? Eso te pasa por guardar tanto la línea. Y noescaquees el tema. Si tienes cara de mucho sueño, pero estás muy bien... ¿qué hiciste anoche?Anda, cuéntanos. ¿Tiene algo que ver con la nota? ¿Tienes un admirador rondándote?

 —   No tengo ningún admirador rondándome, y he dormido lo necesario. No tengo nadaque contarte. Venga, vamos a comer que no he desayunado y tengo hambre.

Virginia prefirió guardar en secreto su encuentro sexual con Lola. Tenía confianzasuficiente con su amigo, y por lo tanto también con Julia, para contárselo, pero queríamantenerlo como lo sentía, como un sueño de aquéllos que dicen que a veces se cumplen.

Por la tarde Virginia fue a la peluquería a recortarse un poco las puntas de su largo pelonegro y pensó que, para completar la magia de aquel día en el que se había despertadoabrazada a otra mujer, perdida en el deseo, lo mejor sería relajarse con un masaje. El resto dela tarde lo pasó en su camarote, intentó dormir pero al cerrar los ojos no podía evitar recordarel aliento agitado de Lola en su nuca, las manos escudriñantes en su piel, y ella desbordada deemociones.

Por la noche, después de la cena, Marcos, Julia y Virginia fueron a la misma discoteca decada noche a tomar una copa y como cada noche Lola actuaba sobre el escenario. Virginiaesperaba que el camarero le entregase en cualquier momento una nueva nota que nunca llegó.Pero tampoco por ello se sintió decepcionada. Una aventura de una noche no significa nadamás que eso, por muy bonita que sea, no tiene por qué llevar a repetir. Disfrutó de la noche,de las copas y de la compañía, entre risas y recuerdos. Al regresar a su camarote se durmiónada más acostarse. Estaba agotada.

La visita a Savona duraba lo mismo que la de Marsella, pero a diferencia de esta ciudad,la región italiana cuyo puerto da salida a la mayoría de industria de Piamonte y Lombardía,no tiene ni la belleza paisajística ni tantos lugares para visitar. Lo más significativo era lafortaleza de Priamar, la torre de Leon Pacaldo y la catedral dell´Asunta. Había quedado conMarcos y Julia y podrían ver las tres cosas en la mañana, y disfrutar de un Lambrusco antesde volver al barco.

Durante la visita a la catedral, Virginia contó a sus amigos su deseo de pasar unos días enMarsella, la ciudad gala que había cautivado su mirada y la había envuelto en romanticismo yternura.

 —  Como me pase lo mismo con el resto de ciudades que nos quedan por ver, tendré queechar a suertes por cuál empiezo, pero al menos Savona ya la descarto como destinovacacional.

 —  A mí me gustaría ir a isla Margarita, en Venezuela  —  respondió Julia — . Tengo allífamilia a la que no conozco, descendientes de un tío-abuelo que emigró en la posguerra.Aunque igual voy a verles y reniegan de mí.

 —   ¿Por qué iban a hacer eso, mujer? Si te apetece ir, vete, seguro que te llevas unaagradable sorpresa. Y seguro que Marcos estará encantado de invitarte a ese viaje. ¿A que sí?

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 —  Por supuesto, siempre y cuando yo sea el acompañante.El frío húmedo invitó a los tres a volver al barco sin disfrutar, como habían planeado, de

una copa de Lambrusco. La casualidad, esa misma que dicen que no existe, quiso que, almismo tiempo que ellos volvían, Lola desembarcara con sus maletas. Cuando Virginia la vio,mintió piadosamente a Marcos y Julia al decirles que quería saludar a la cantante y

 preguntarle dónde podía comprar su disco. Les pidió que se adelantaran y la esperasen en lacafetería.

 —  Lola, espera. ¿Te vas? —   Sí, yo ya he terminado. Me voy en autobús a Turín y desde allí regreso a Madrid.

Mañana es fin de año y quiero estar con la familia, será la primera vez en cinco años que podamos pasar la noche juntos.

 —  ¿No pensabas despedirte? —   No me gustan las despedidas. Mejor piensa que es un “hasta siempre” y que no  te

olvidaré nunca. Ha sido muy bonito pasar la noche contigo, y aunque no lo creas, no voy porla vida ligando con todas las chicas guapas ni me acuesto con cada mujer que me gusta.

 —  ¿Acaso debo considerarme una excepción?, ¿por qué? —   Tampoco es eso. Tu mirada. Necesitaba descubrir qué se ocultaba detrás de tu

enigmática mirada. Ya te he dicho que descubrirla ante mí al despertar ha sido muy bonito. —   Yo tampoco te olvidaré Lola. ¿No quieres que intercambiemos teléfonos o mail?

¿Volveremos a vemos? —   No, preciosa. Si el destino quiere que volvamos a encontramos, no dudes que

volveremos a vernos. Confía en el destino. Debo irme.Virginia se acercó para darle un beso de despedida, sujetó dulcemente la cara de Lola y,

en forma de susurro, le dijo al oído: —  Vendrás muchas veces a mis noches cuando cierre los ojos y sueñe despierta.

13. Las doce campanadas

El día de fin de año, Virginia prefirió quedarse en el barco y no visitar Palermo. El hechode que Lola hubiese desembarcado el día anterior en Savona para regresar a Madrid

 provocaba en ella sentimientos contradictorios. Después de la apasionada noche en elcamarote 134 pensó que en los días que quedaban de viaje volvería a repetirse el encuentro,sin poder imaginarse que el viaje de la cantante terminaría días antes que el suyo. Se sentía un

 poco triste, vacía, aferrada erróneamente a una inolvidable noche que revivió en su mente,tumbada en la cama con los ojos cerrados. “Si no existen las casualidades, ¿cuál es elsignificado de mi encuentro con Lola?”, pensó suspirando. Por mucho que su imaginaciónregresaba a las caricias delicadas de las expertas manos de la misteriosa artista, laimaginación en cuanto al sexo nunca puede suplantar a la realidad. Todos podemos crear ennuestra mente las escenas, las caricias y los besos que deseamos en nuestra piel, en nuestra

 boca, en todo nuestro cuerpo, pero un encuentro sexual es dejarse llevar por el deseo propio yel de la persona con quien lo compartimos, por eso la imaginación no concuerda con la

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realidad casi nunca, por mucho que lo hayamos planeado antes. Es, en definitiva, como preparar a conciencia un discurso, quedarse luego bloqueado en la primera frase e improvisar para crear una suma de palabras con el contenido deseado.

Virginia utilizó como pretexto ante Marcos y Julia que estaba cansada y que, ya que la

noche sería larga, prefería quedarse en el barco. Se tomaría un café en la cafetería con vistasal puerto y lo imaginaría como una pequeña visita a la ciudad italiana. Pero en realidad nosalió del camarote. Llenó la bañera y se sumergió en un baño relajante de agua muy caliente,tal y como le gustaba, aunque el cuarto de baño no tardaba en asemejarse más a una saunaque a lo que realmente era. Se quedó allí, sumergida en un baño mitad agua aromatizada consales mitad pensamientos, hasta que su cuerpo empezó a sentir frío. Se puso el pijama y una

 bata y se sentó ante una postal de las varias que había comprado en Marsella. Le dio la vueltay escribió: “Al subirme a este barco buscaba calma y descanso. Necesitaba terminar deconsumir el pasado en mi alma para ver nacer el futuro. Aunque un mar de dudas me inundanahora, son sentimientos y sensaciones muy distintos a los que traía dentro de mí. Por eso mifuturo, el tan ansiado futuro, ha empezado ya, aquí, a bordo de un enorme barco, anclada en

el Mediterráneo, a pocas horas de que suenen las doce campanadas. Ellas ponen fin a un cicloy principio a uno nuevo”. Después subió a una de las cubiertas, volvió a leer la postal y ladejó caer al mar, viéndola desaparecer para siempre. Se disolvería en el agua salada, comosus recuerdos tristes del pasado.

A las diez de la noche empezó la cena de gala. Los largos vestidos de noche de lasmujeres conjugaban, como no podía ser de otra manera, con los trajes oscuros de loshombres, la mayoría con pajarita como complemento. Virginia echaba de menos susvaqueros, pero sería una especie de absurda falta de respeto acudir informal a la cena másimportante del viaje y del año. Marcos y Julia la esperaban ya sentados en la mesa delrestaurante.

 —  Te ha sentado bien el descanso de hoy, estás radiante — dijo Julia. —   Pues vosotros no os quedáis atrás. La verdad es que me ha sentado divinamente

quedarme tranquila en mi camarote. He venido a descansar y hoy por fin lo he hecho comoDios manda. He visto que en el menú hay lentejas. ¿A quién se le ocurre incluir lentejas en elmenú de fin de año?

 —   Bueno  —   dijo Marcos — , en Italia dicen que comer lentejas esta noche trae buenasuerte, sobre todo a nivel económico. Algo así como que no faltará el trabajo y por lo tanto eldinero. Supongo que, ya que todavía estamos en aguas italianas, querrán cumplir con algunade sus tradiciones.

 —  Vaya, qué puesto al día estás. —  No te creas, huesitos. Nos lo han contado esta mañana. Antes de regresar al barcohemos tomado café en el puerto y el camarero que era español nos ha hecho un pequeñoresumen de las costumbres de Palermo y de las viejas tradiciones italianas.

 —  No, si al final tendré que arrepentirme de no haber pisado tierra. Por cierto, ¿lleváisropa interior roja o no os interesan las costumbres españolas?

Los tres rieron la gracia y fue Julia quien respondió: —   Me ha costado lo mío convencer a mi donjuán para que se pusiera los calzoncillos

rojos, pero lo conseguí. —   Sí, pero los pienso tirar al mar en cuanto me los quite. ¿Y tú también llevas ropa

interior roja?

 —  

Pues claro, pero no pienso dejar que mañana algún pescador encuentre en sus redesuna merluza con mi ropa puesta.

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 La cena, variada y con platos de cocina moderna, los sorprendió gratamente. Con las uvas

Virginia incluyó en sus deseos volver a ver a Lola y hacer de su corazón un nido para unnuevo amor. Ya no tenía dudas de que podía perfectamente enamorarse de una mujer. Ningúnhombre tendría nunca la misma delicadeza, la misma ternura ni la misma complicidad que

una mujer. Y los sentimientos son algo que surge sin juzgar a la persona por su sexo. Sabíacon casi total seguridad que se enamoraría de una mujer.

En la copa de cava sumergió su cadena de oro y brindó con una franca sonrisa por el añoque comenzaba, por un 2010 lleno de momentos felices. La felicidad absoluta, como tal, noexiste, sino que es la suma de aquellos momentos felices que vivimos en el transcurso de lavida. No dejó de sonreír. Tenía a su alrededor cosas demasiado valiosas, un buen trabajo, unaadorable familia unida y la libertad de poder elegir qué hacer al día siguiente o la semanasiguiente. Era libre y ante ella, esperándola, había una nueva vida.

Virginia, Marcos y Julia bailaron hasta el amanecer. Las dos mujeres, en varias ocasiones

y sin dejar de reírse, maldijeron los tacones que con el paso de las horas les agotaban los piestorturándolos en cada movimiento. Bebieron cava y compartieron sus deseos de felicidad

 para el año entrante con otros pasajeros a los que seguramente al día siguiente noreconocerían si se cruzaban con ellos en cualquier pasillo. Por algo a la última noche del añole llaman la noche de la amistad: miles de besos que vuelan como mariposas para posarse enla primera cara que los quiera recibir; miles de buenos deseos que fluyen en forma de

 palabras, sin conocer, en ocasiones, a quien los recibe. Quizás la culpa es de las docecampanadas que con su sonido mezclan la magia y el embrujo, para deshacer el hechizo conla llegada del nuevo día. El primer día de un año que nace, que comienza, en tierra o en elmedio del mar, a bordo de un avión o de un tren, mientras el viejo año se entierra diluidocomo una postal en el Mediterráneo.

14. La Valeta y Túnez

Que una ciudad tan pequeña como La Valeta, o La Valletta, que no llega a los 6.400habitantes, cuente con una especie de testamento religioso compuesto por más de 25 iglesias,quita un poco las ganas de visitar la ciudad a aquéllos que no estén interesados en la culturaarquitectónica. Sin embargo, la amplia gama de construcciones barrocas con elementosneoclásicos, renacentistas y también del modernismo, la han convertido en Patrimonio de laHumanidad. Aunque a Virginia, Marcos y Julia no les entusiasmaba ver tantos templos deculto religioso el día de año nuevo, con resaca y sueño acumulado, no podían volver a Madridy decir que se habían quedado a bordo mientras más allá del puerto de Grand Harbour el resto

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de pasajeros del Vulcano descubrían que en apenas 55 hectáreas pueden agruparse 320monumentos. Los tres hicieron el esfuerzo de levantarse relativamente temprano, dado que sehabían retirado de la fiesta de la noche anterior a las seis de la mañana, para disfrutar de lacapital maltesa.

Virginia odiaba madrugar. Una de sus amigas tenía la graciosa teoría de que todos losnacidos en invierno eran dormilones y a ella esa teoría la definía. El sonido del despertador por las mañanas era la eterna pesadilla que rompía el placer de los sueños. Levantarsetemprano estando de vacaciones se convertía por lo tanto en un castigo. Se despejó con unaducha rápida y fue ella la que acudió a buscar a sus amigos al camarote.

 —  ¿A quién se le ocurre la canallada de programar una visita la mañana del 1 de enero?Creo que deberíamos averiguarlo y darle un chapuzón en medio del mar, ¿no creéis?  —  dijoVirginia tras saludar con dos besos a Marcos y Julia, que rieron la gracia con caras de sueño yojeras.

 —  Yo creo que lo hacen para que no demos la lata a la tripulación. Se libran de nosotros y

descansan —  respondió Julia. —  Pues me da que de mí se van a librar esta noche. Creo que en cuanto comamos voy a

 juntar la siesta con los sueños nocturnos. Mañana sí tengo ganas de visitar Túnez y quieroestar descansada. Hoy estoy más muerta que viva.

 —  Animo chicas que el fresquito y la humedad nos va a despejar más que el café. Y a lotonto ya nos queda muy poco para volver a la rutina. Por cierto, huesitos, has prometidocontamos algo de la misteriosa nota que te entregó el camarero de la discoteca antes devolver. Ya puedes empezar que no vas a escaquear el tema.

 —   Bueno, era una proposición no sé si decente o indecente, según como cada uno loquiera ver.

 —  ¡Guau!, ¿y quién es el afortunado donjuán? —  La verdad es que la nota era de una chica. Me invitaba a pasar la noche con ella. —   Pero dinos quién, que ya nos estás intrigando demasiado. ¿Qué pasó?  —  preguntó

ansiosa Julia. —   Era de Lola, la chica que esa noche cantaba en la discoteca. Y no, no pasó nada

 porque no fui a la cita. Fin del tema. Me he perdido mi noche loca en un crucero, así que prefiero no hablar más de ello.

Virginia mintió sobre el encuentro sexual con la cantante en el camarote 134. Le dabaigual si para Lola no había sido tan especial, pero para ella sí y quería ese recuerdo sin quenadie lo cuestionase, sin preguntas que sin duda le sacarían los colores. Con sólo recordar

cómo se agitaba su respiración intentando liberar sus manos de las manos que mansamente lasujetaban, se ruborizaba. Tenía que cambiar de tema y dejar los pensamientos eróticos para lasoledad de su cama o para volver a darles vida en sueños.

En La Valeta visitaron, además de algunas iglesias, el Museo Nacional de Bellas Artes yel antiguo Palacio del Gran Maestro, donde actualmente está el Parlamento de Malta.Cansados y todavía somnolientos, volvieron al barco poco antes de la hora de comer. Por latarde Virginia no salió de su camarote. No tardó en dormirse y, aunque a media tarde selevantó, permaneció sentada al lado del balcón, observando cómo se cruzaban con grandescargueros y pequeños barcos de pesca, hasta que ya lejos del país isleño en el horizonte sólose divisaba el mar. Ella no podría vivir navegando. Le gustaba más recorrer kilómetros de

tierra, donde los paisajes ofrecen vistas distintas a cada momento, que moverse por el mar,donde las vistas llegan a aburrir como inertes cuadros colgados en una pared.

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 Aunque por su ubicación entre Argelia y Libia podríamos pensar lo contrario, Túnez es el

 país de los contrastes. Bastante liberal y con una amplia mezcla de culturas, siendo casi lamitad de su territorio parte del árido desierto del Sahara, la otra mitad es tierra fértilcultivable. En sus bosques y parques naturales habitan gran variedad de animales salvajes.

La artesanía tunecina es básicamente la alfarería y la fabricación de alfombras, la mayoríade estas destinadas a la exportación sobre todo a países europeos, sin embargo la pintura estátan presente en el país que se pueden contabilizar más de veinte galerías, de las cuales nueveestán en la capital. Todo ello unido a la también variada arquitectura, invitan al forastero adisfrutar del país africano cuya costa dista de la isla italiana de Sicilia nada más que 130kilómetros. Virginia había leído mucho sobre Túnez y, al igual que Marsella, sería algún díadestino de sus vacaciones. Pensó en ello con los ojos cerrados, arropada por la oscuridad de lanoche. Y por su mente, como escenas sueltas de una película, recordó sus buenos momentoscon Rubén, su primera noche con otra mujer, Cecilia, a la que no había vuelto a ver, y elencuentro apasionado con Lola a bordo del crucero. Si Rubén la acompañara a Túnez

seguramente le dedicaría más tiempo al desierto y a los bereberes que a ella. Quizás unasvacaciones allí fueran ideales para compartirlas con los amigos, y Marsella con susrománticas calas e islas para disfrutar del amor, o de la pasión. Lola sería muy buenacompañía en la costa francesa, y por un instante se imaginó con ella, a solas en alguna deaquellas calas, disfrutando de la puesta de sol, escondiendo su pasión en la noche,entregándose a los deseos de dos cuerpos ansiosos sin prometerse amor eterno, sincomplicarse atándose a una relación más allá del deseo carnal compartido. Deseó que Lolaestuviera otra vez en el camarote 134 y volver a llamar a su puerta. Su piel conservaríadurante mucho tiempo la sensación de ser acariciada por las suaves manos de la hermosacantante. Pensando en ello se durmió, abrazada a la almohada, acurrucada entre recuerdos...

Túnez no defraudó a Virginia, sino que la hizo reafirmarse en su deseo de volver con eltiempo suficiente para visitar alguno de sus parques naturales, embelesarse con la variedadarquitectónica, acudir a alguno de sus muchos festivales de música y, como no podía ser deotra manera, perderse entre cuadros en sus galerías de pintura. La mañana se les hizo corta aella y a Julia, mientras Marcos no mostraba mucho entusiasmo. Tomaron té en una teteríatípica a dos calles del puerto antes de subirse por última vez en aquella travesía al Vulcano.Al día siguiente regresaban a España. Desembarcarían al mediodía en Barcelona y el crucero,

 junto con el mar Mediterráneo, pasarían a formar parte del pasado, un bonito recuerdo del pasado para Virginia, que no podría olvidar aquel viaje, ni podría olvidar a Lola y cómo éstale había ayudado a descubrir y a dar rienda suelta a una pasión desbordada y desconocida que

le abría las puertas para poder enamorarse de una mujer sin miedo. Si eso sucedía actuaríacon naturalidad ante su familia y les haría entender que el amor, al igual que no entiende derazas o de edades, tampoco entiende de sexos.

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  15. Volver a empezar

El día 3 de enero, entre la niebla, el Vulcano atracaba en el puerto de Barcelona al

mediodía. Al desembarcar Virginia se volvió hacia la enorme embarcación que durante unasemana había sido su hogar y sonrió mientras su corazón emanaba un suspiro. Marcos la mirócon ternura.

 —  ¿Qué te pasa huesitos? ¿Te has quedado con ganas de más? —  A lo bueno pronto se acostumbra uno. No es que me haya quedado con ganas de más,

es que, para ser la primera vez que me subo a un crucero, ha sido un viaje más bonito ydivertido de lo que me esperaba. Quería descansar y no he descansado mucho, pero sí hedesconectado del mundo real, del día a día, del estrés del bufete, de la rutina.... Y ahora tocavolver. Estoy deseando ver a mi familia y a mis amigos, pero me quedaría otra semana enmedio del mar.

 —  

Pues yo no. Me lo he pasado bien, pero donde esté la tierra que se quite el agua.

Comieron los tres juntos en el aeropuerto, donde se despidieron prometiendo quedar mása menudo para cenar o salir a tomar una copa. Tenían diferentes vuelos, el primero era el deVirginia y a las cinco y media ya estaba sentada en el asiento asignado, en la ventanilla de lasexta fila del Airbus 340 de Air Europa. Poco después volaba rumbo a la realidad, en uno deesos pocos días en los que podía decir que había viajado por mar, por tierra y por aire,absorbiendo la energía de los tres elementos y haciendo crecer la suya, alimentando el cuartoelemento, el fuego, que se avivaba en su interior al pensar que Rubén era, por fin, un capítulocerrado para siempre en su vida, sin nostalgias amargas, que ante ella había todo un mundo

 por descubrir. Desde el mismo momento en que aterrizase en Barajas, se preocuparía un pocomenos por su trabajo y un poco más por ella misma, por caminar disfrutando de los buenosmomentos que sin duda encontraría a su paso, por sonreírle a la vida sin reprocharle el tiempo

 perdido de su pasado.

Día tras día el complejo turístico de Monfero se fue quedando vacío. Se fueron Nacho yMaría, Bárbara y Sandra, otras personas con las que Silvia no había cruzado más que unsaludo cortés y educado.

El viernes había más silencio del habitual cuando Silvia fue a buscar su última barra de pan. Carmen estaba sola en la tienda.

 —  Hola Carmen. —  Hola Silvia. Poco a poco os vais yendo todos. Este es mi pan de cada día. Conozco a

gente que en pocos días desaparece para, posiblemente, no recordar ni mi nombre al pocotiempo.

 —  Yo no lo creo. Seguro que todo el mundo se acuerda de ti, porque eres un encanto. Yyo si te voy a recordar siempre Carmen  —  dijo Silvia cogiendo las manos de Carmen entrelas suyas. Lina mirada triste se posó en la suya.

 —  ¿Te volveré a ver Silvia? —  No lo sé. No puedo decirte que sí o que no porque no lo sé, cielo. —  ¿Por qué lo hiciste?

 —  ¿Qué? —  se sorprendió Silvia, que deseó que el suelo se abriera ante sus pies. —  Acostarte conmigo.

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 —   Lo hicimos las dos, Carmen. El momento, la situación... no hay una explicaciónconcreta. Me gustas. Me gusta tu aroma. Fue impulso y deseo. No quiero que pienses que meaproveché de ti. Fue un día inolvidable que guardaré siempre en mi recuerdo.

 —   No pienso que te aprovechaste de mí. Sólo quiero saber qué significó para ti. Yotampoco lo olvidaré.

 —  

Tampoco olvidaré nunca tu nombre ni tu olor. Nunca te olvidaré Carmen. —  Silvia se acercó más y besó a Carmen suavemente en la boca, que se quedó inmóvil, casi

 paralizada, hasta que ella desapareció por la puerta de la tienda.

Esa tarde Silvia dio su último paseo por el bosque y por la playa. Cerró los ojos paraimpregnarse de la esencia de aquel maravilloso lugar, del olor salado a mar, a tierra húmeda,

 para sentir el aire frío y puro que helaba con caricias su cara. Por una vez le gustaba el frío.

Sábado, 9 de enero, siete de la mañana. En ese momento Silvia subió al autobús, recostóla cabeza el cristal y se deleitó con el paisaje que iba quedando atrás, tal vez para siempre, y

entendió aquellos versos de Rosalía de Castro que, traducidos al castellano, había leído enuno de los folletos publicitarios del camping:

Adiós ríos, adiós fuentes,adiós riachuelos pequeños,adiós vistas de mis ojos,no sé cuándo nos veremos.

Aunque detestaba el clima gallego, contradictoriamente éste era el causante del paisajeque la había enamorado.

Tres horas y media después salía del aeropuerto de Barajas. Volvía al mundo real. Llegóen taxi a su casa. Olía a carne guisada. Su madre le preguntó, más bien la interrogó, sobre lasvacaciones, el lugar al que había ido, la gente a la que había conocido y también quiso saberqué había pasado con Carla para que, a última hora, el cambio de plan de irse al Caribe conella fuera tan radical como para irse al frío de Galicia.

 —  ¿Lo habéis dejado Silvia? —  Sí mamá. Carla es muy niña y es lo mejor para las dos. —  ¿Y tú como estás hija? —   Estoy muy bien mamá. Mucho mejor de lo que pensaba que estaría en tan poco

tiempo.Por la tarde Silvia decidió encender por fin el teléfono móvil. Como esperaba tenía

demasiadas llamadas perdidas y mensajes. Primero escuchó los del buzón de voz y despuésleyó uno por uno los de texto, la mayoría de Carla. No contestó a ninguno y tampoco llamó anadie. Prefería dedicar lo que quedaba de sábado y el domingo a estar en casa, leer suseguramente lleno correo electrónico y descansar. El lunes tendría que ponerse al corriente enel trabajo y quería estar al cien por cien. Se puso un pijama verde y prometió no quitárselohasta el lunes.

El domingo por la tarde empezó a nevar en Madrid. Hacía mucho frío, un frío seco muy

diferente al que había sentido en Galicia, donde la humedad se calaba hasta los huesos. Sequedó largo rato viendo nevar a través de la ventana del salón. Le gustaba la nieve y le

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recordaba a cuando era niña y jugaba en ella. En ocasiones subía llorando a casa muerta defrío y con la ropa empapada tras jugar mil batallas de bolas de nieve, tras tirarse sobre ella,con los brazos abiertos para plasmar su silueta en el blanco suelo. Reía y disfrutaba de aquelmanto blanco que dibujaba los parques.

El lunes caminar por las calles de la ciudad era una aventura arriesgada. La nieve se habíaconvertido en hielo durante la noche. Las calles, como transparentes pistas de patinaje,convertían cada metro de acera en una peligrosa aventura por lo que Silvia decidió ir a laoficina en metro. En el andén de la línea 6, entre la multitud que al igual que ella huía de lasheladas calles, se encontró a Vanessa, una amiga suya desde la niñez, con la que seguíamanteniendo una buena amistad. No sólo era su amiga, también era su confidente, la tumbaviva de sus secretos, de sus miedos, de sus sueños y realidades.

 —  Hola guapa. ¿No trabajas hoy? —  No. Hoy tengo un acto de conciliación con la empresa. No te lo vas a creer, pero me

han despedido. No he firmado y he denunciado. Cómo se aprovechan los empresarios con

esto de la crisis. —  Ya. Menos mal que a mí no me ves como empresaria. —   No creo que tú seas capaz de ser tan cabrona, además tienes un socio, no empleados.

Mira, ahí llega mi abogada.

Silvia dirigió la mirada en la misma dirección que Vanessa y se quedó muda mientras laabogada se les acercaba. Virginia, la mujer delgada de pelo largo, oscuro y rizado, de ojososcuros con mirada penetrante y aparentemente fría. Su rostro serio no invitaba a lacordialidad. Su cuerpo mostraba una contorneada silueta envuelta en unos vaquerosajustados, botas altas, jersey de rayas azules, rojas y blancas, y abrigo negro. En la manollevaba un maletín negro de piel. Sin mostrar ningún tipo de emoción saludó a Vanessa ymiró a Silvia sólo por un instante quien, incapaz de sostenerle la mirada, se ruborizó presa delos nervios. Silvia sintió la mirada de Virginia en la suya y un escalofrío le recorrió todo elcuerpo. A ella, que tanto le gustaba mirar a los ojos, la dejaba helada una miradaimpenetrable, seria y enigmática. Para salir de aquel apuro y huir de los nervios que le

 provocaba la mirada de Virginia, decidió poner fin a la conversación con su amiga.

 —  Bueno Vane, os dejo que tendréis prisa y yo tengo trabajo atrasado y no quiero llegartarde el primer día después de las vacaciones. Te llamo el fin de semana y quedamos. He rotocon Carla y tengo muchas ganas de salir de fiesta.

 —   ¿Ah sí? Joder, no lo sabía. Si tía llámame y quedamos.

Vanessa despidió a su amiga con dos besos mientras Virginia le dedicó un simple “hastaluego”, volviendo a coincidir con su mirada. Silvia sintió como si la mirada de aquella mujer

 penetrara en la suya desnudando sus pensamientos, así que la esquivó y al ver llegar el trensintió alivio. Subió al vagón abarrotado y, como siempre hacía, observó a toda la gente que larodeaba. El mal tiempo llenaba el metro y lo convertía en una agobiante lata de sardinas. A

 penas un par de paradas después, la mirada de Virginia volvió a su mente como si permaneciera clavada en la suya. “Joder, qué mujer. Casi ni me ha saludado. Y qué miradatiene”. 

A las nueve menos diez entró en la oficina, encendió los ordenadores y la calefacción y

empezó a revisar los archivos de las dos últimas semanas. Como era previsible, David nohabía tenido demasiado trabajo en su ausencia. Ordenó el montón de papeles y facturas que

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estaban en una de las bandejas de su mesa y todos los catálogos nuevos de hoteles y paquetesvacacionales. En ello estaba cuando llegó David.

 —  ¡Joder qué frío! Bienvenida Silvia. ¿Qué tal las vacaciones? Desde luego parecía quete habías esfumado de la faz de la tierra: móvil apagado, ni una llamada, ni una posta l...

 —  Necesitaba desconectar del mundo, pero me lo he pasado muy bien. Digamos que me

 perdí en un mundo ancestral, muy distinto a éste real de la ciudad, de las prisas y la rutina decada día. ¿Qué tal tú? —  Como ves no tuve mucho trabajo, aunque el matrimonio que se quería ir a Egipto,

después preferían Grecia y al final se han ido a Estados Unidos convencidos por el preciodecadente del dólar y me han vuelto loco durante tres días.

 —   Ya. La verdad David, ya sé que el trabajo lo sacas adelante a la perfección. Pero a míme interesa más saber qué tal tú con Carla. ¿Sigues con ella?

David palideció. Silvia lo pillaba por sorpresa y sin argumentos. Por su mente, como unflash, pasó la idea del porqué su socia había roto con Carla y desaparecido dos semanas en lomás profundo de la Galicia rural.

 —  Yo... Silvia, perdóname. Yo no quería... Soy un gilipollas. —  Vamos a ver David, que a mí ya me da igual. Ya me he cabreado. Ya lo he meditado.

Y por suerte para ti, ya se me ha pasado el cabreo. Sólo quiero saber si sigues con ella. —  Sí, seguimos juntos. ¿Desde cuándo lo sabes? —  Desde que os vi delante del Zara como dos tortolitos y tuve que contar hasta diez para

no montaros un numerito allí mismo. Vamos, que sólo os faltó ponerme los cuernos aquí enla oficina delante de mis narices.

 —  ¿Por eso has dejado a Carla? —   Sí, por eso y porque ahí me di cuenta de que no estaba enamorada, sino cómoda. Me

acostumbré a ella y estaba a gusto, pero no enamorada. No le he dicho a ella que sé lo vuestroy no se lo voy a decir. Respecto a ti, que eres mi socio, debo reconocer que me he planteadomandar la sociedad a la mierda, pero en estos días de tranquilidad, rodeada de bosque y mar,he decidido no hacerlo. No obstante, en el futuro piénsatelo bien antes de liarte con quien estéyo, porque te enterarás de quién puede ser Silvia cabreada con un capullo gilipollas. Y aquí seacaba este tema, ¿ok? Por lo que a mí respecta no quiero volver a hablar de esto y te prohíboque me lo menciones. Tema muerto. Punto y final. ¿Comemos juntos hoy?

David, sofocado, asintió con la cabeza. Estaba tan avergonzado que, incapaz de articulardemasiadas palabras, agradecía que Silvia decidiera zanjar el tema sin pedirle másexplicaciones.

Por la tarde Silvia se quedó sola en la oficina. Ella estaría toda la semana por las tardes yDavid por las mañanas. Se centró en el trabajo y suspiró recordando sus días de paz ydescanso en Galicia. Volvía la rutina y volvía, de alguna manera, a empezar su vida. Secerraba un capítulo de su vida para empezar uno nuevo. Le apetecía recuperar sus sábados decenas y fiesta con sus amigos. A las seis llamó a Vanessa para interesarse por el acto deconciliación.

 —  Hola Vane. ¿Qué tal te ha ido en el SMAC? —  Genial. Hemos negociado y me han soltado la pasta que me tenían que dar, no lo que

ellos querían darme. Además tengo el paro. Lo tenemos que celebrar tía.

 —  Claro. El sábado, si quieres, podemos ir a cenar y luego nos vamos de fiesta. —  Vale. A las ocho paso por tu casa a buscarte. Hasta el sábado.

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 —  Hasta el sábado. Y disfruta de tus ya vacaciones.Durante las mañanas de esa semana Silvia aprovechó las para hacer diversas gestiones y

 para ir de compras, algo que además de entretenerla le encantaba. Entre su multitud de ropanueva, dos pares de botas. No soportaba tener los pies fríos y el recién estrenado invierno se

 pronosticaba crudo como los de antaño.

La semana no se le hizo tan larga como esperaba, y el sábado por la mañana visitó a su padre y almorzó con él. La tarde la pasó en casa charlando con su madre, quien a menudo lecontaba cosas de su juventud. A las siete se duchó. Se puso un pantalón vaquero negro, unacamiseta blanca de cuello vuelto, un chaleco negro y sus botas también blancas, de estreno. Alas ocho en punto Vanessa llamó al telefonillo. Cuando bajó y abrió el portal se quedó

 paralizada y muda. Con Vanessa estaba Virginia, la abogada.

 —   Hola Silvia. Espero que no te importe que haya invitado a Virginia. Con tantasreuniones ya casi nos hemos hecho amigas.

 —   No, claro que no. Encantada.  —  Silvia saludó a Virginia con dos besos y volvió a

sentir inquietud ante su mirada.

Cenaron en un restaurante italiano. Ensalada, pasta y una botella de rioja. Silvia contóentre plato y plato lo que había pasado con Carla y David, el motivo que la había llevado aviajar a las entrañas de Galicia. Argumentó sus vacaciones de forma bastante detallada peroomitió el encuentro sexual con Carmen por la presencia de Virginia. Ya se lo contaría aVanessa en otro momento, aunque se reservaría los detalles que quedaban guardados parasiempre en sus recuerdos y en los de Carmen. Por su parte Vanessa la puso al corriente de lasúltimas noticias y cotilleos de la pandilla, sin demasiadas novedades, y de la fiesta que habíanliado la noche de Reyes, cuando su novia le había montado una de sus innumerables escenasde celos por saludar a un grupo de chicas a las que conocía de su trabajo. Todavía estabanenfadadas, por eso estaba ella sola. Virginia se limitaba a escuchar con atención en silencio alas dos mujeres. En ocasiones su mirada hermética, impenetrable y exenta de emociones

 buscaba la de Silvia, que decidió romper el hielo para intentar dominar los nervios producidos por la cercanía y la mirada de la abogada.

 —  Bueno Virginia, enhorabuena por el juicio de Vane, a las empresas cabronas hay que ponerlas en su sitio.

 —  Ni siquiera hemos llegado a juicio. Normalmente estos casos son bastante fáciles deganar para el empleado. Pocas veces un juez daría la razón a la empresa y es muy fácilnegociar en conciliación. No me merezco yo mucho mérito.

 —  ¡Anda venga! No seas tan modesta, seguro que también ganas casos complicados. —   Ahora que soy laboralista gano muchos. Antes defendía casos penales y ahí hay casosimposibles de ganar, y a veces incluso me alegro. Cuando tengo que defender a un criminal ysé que es culpable se me revuelven las tripas. Es bastante crudo. En ocasiones he queridorenunciar. Creo que me equivoqué de profesión. Tendría que ser policía y encerrar a losmalos. Por eso me especialicé en derecho laboral.

Hablando del trabajo terminaron la cena. Vanessa propuso una copa en Chueca y, alsegundo ron-cola en uno de los locales más de moda, Silvia descubrió que Virginia era capazde sonreír y que además tenía una sonrisa preciosa. Al mismo tiempo aquella enigmáticamirada perdía frialdad y, aunque permanecía impenetrable, brillaba de manera dulce.

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16. Deseos contenidos

Mientras Vanessa fue a la barra a por otra copa comenzó a sonar una canción lenta yromántica. Virginia sorprendió a Silvia al preguntarle si quería bailar y ésta no se resistió

 porque lo estaba deseando, tanto que su cuerpo se estremeció al sentir la cercanía de aquellahermosa mujer, al sentir cómo sus manos le rodeaban la cintura y acercaba la cara a la suya.Los movimientos lentos la ponían nerviosa, pero mucho más la mirada de Virginia clavadainmóvil en la suya. Por primera vez Silvia se atrevió a sostenérsela un poco más intentandoaveriguar qué sentía Virginia en ese instante. ¿Serían sólo ganas de bailar? Pero entonces,¿por qué una canción lenta? ¿Sería el mismo deseo que la envolvía e ella? El deseo de acercarmás su cuerpo, su cara, y sentir la cálida respiración de Virginia en su cuello. Pero Virginiamantuvo una corta distancia y ella, para su propia sorpresa, no tuvo el valor de hacerlo. Lasdos sentían el mismo deseo y las dos lo contenían. Silvia se sentía incrédula; tanto tiempo conCarla y de repente tanta pasión desbordada a su alrededor, primero en el camping y ahora ensu primera noche de fiesta tras regresar de Galicia. Por su parte Virginia sentía que estaba

 permitiendo que el instinto de su deseo la hiciera actuar de la misma manera que Ceciliahabía hecho con ella: la descarada provocación, pero al contrario de lo que había sucedidoaquella noche de verano, muy cerca de allí, Virginia no pretendía acostarse con Silvia,aunque lo deseaba. Quería conocerla más. Se sentía atraída por ella. Cuando terminó lacanción, salieron de la nube que las envolvía y regresaron con Vanessa, que las estaba

mirando sin disimular, incrédula como aquel que ve un fantasma, pero omitió cualquiercomentario. Continuaron un rato más en aquel local hablando de trivialidades y despuésfueron a uno nuevo que habían inaugurado días antes. Allí se encontraron a Marta y a Andreacon quienes siguieron la fiesta. Bailaron hasta agotarse y las copas empezaban a pasarfactura. Silvia buscaba a menudo con la mirada a Virginia, quien no tardó en darse cuenta.Respondió mirándola con deseo y guiñándole el ojo con una leve sonrisa provocadora que lahizo sonrojar. Lo que Silvia no sabía era que Virginia se estaba sorprendiendo a sí misma unavez más. Era la primera vez que actuaba con tanta naturalidad, pero no quiso ir más allá, porSilvia, porque quería volver a verla y porque Vanessa no dejaba de ser su dienta por muchoque estuvieran de copas en Chueca. ¿Qué concepto tendría de ella si de buenas a primeras letiraba descaradamente los tejos a su mejor amiga? A las seis de la mañana tocó despedirse

entre risas, chistes y la promesa de repetir pronto. Virginia, en contra de lo que Silviadeseaba, se despidió de ella de la misma forma seria y formal que de las otras chicas. Dos

 besos y un simple “encantada de haberte conocido”. 

Silvia no consiguió dormir hasta las ocho. No podía sacar de su pensamiento a Virginia,la misteriosa Virginia. Le gustaría conocerla más, saber más cosas de ella, descubrir quésecretos ocultaban sus herméticos ojos oscuros. ¿Qué tenía aquella abogada que tanto laatraía y fascinaba? ¿Sería su apariencia de mujer dura? ¿Por qué no había contado nada de suvida durante la cena, al contrario de lo que habían hecho Vanessa y ella? “Joder —  pensó — ,creo que me estoy haciendo pajas mentales. Ni siquiera sé si le gustan las mujeres. Igual leestoy dando demasiadas vueltas al coco y es hetero. Además, no sé si la volveré a ver”.

Instantes después cerró los ojos y se durmió profundamente. Su subconsciente entró en estadohipnagógico y volvió a Galicia. Soñó con Carmen. Revivió su apasionado encuentro entre

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cojines.

A las tres de la tarde del domingo su madre la despertó. Había hecho carne guisada porque a Silvia le gustaba mucho, por lo que ésta, aunque perezosa y entre bostezos, no tardóen levantarse. Después de comer charló un rato animadamente con su madre y se conectó a

Internet. Abrió su correo, leyó algunos e-mails y miró su página de Facebook con el deseo deque Vanessa también estuviera conectada, pero no era así. No la quiso llamar para no pareceruna quinceañera desquiciada preguntándole por Virginia. Se limitó a colgar en su páginaalgunos vídeos de YouTube, la mayoría de sus artistas favoritos, pero buscó uno del parquenatural, la playa y el río al pie del cual se encontraba Monfero. Se preguntaba si Carmensoñaría alguna noche con aquel encuentro o con un nuevo encuentro con ella. No se habíaenamorado pero siempre la llevaría en un hermoso rincón de su corazón como un dulcerecuerdo. Deseaba que Carmen también lo sintiera así. Con aquel vídeo cerró su página enFacebook y se sumergió en la lectura del libro que había empezado en Monfero.

Virginia se quedó en casa todo el domingo, sin quitarse el pijama. Se levantó tarde, como

le gustaba hacer cuando trasnochaba y después de una comida ligera se tumbó en el sofá.Encendió la televisión y cambió de canal varias veces sin fijarse en las películas o programasque ofrecía la caja tonta. No podía olvidar a Silvia, ni su cara que no dejaba de reír. Le

 parecía una mujer feliz y fascinante llena de positividad y alegría. Tenía que buscar la manerade volver a verla, de conocerla mejor, pero sin mezclar en ello a Vanessa. Pensó una vez másen su primera vez con Cecilia, pensó en la noche con Lola. Ya no tenía miedo. Y sonrió,dejando que su mirada hermética esbozara el brillo de la ilusión.

La semana siguiente pasó fugaz para Silvia hasta el jueves. Trabajó por las mañanas ydedicó las tardes a leer y a cambiar la decoración de su habitación, algo que hacía no menosde una vez cada seis meses. El jueves al llegar David a la oficina, éste le contó que la tardeanterior una mujer había preguntado por ella.

 —  ¿Quién era? ¿No te dijo lo que quería? —   No, no me dijo nada, sólo que volverá mañana por la mañana. La verdad es que yo nunca la

he visto por aquí y no creo que sea dienta. Por cierto, es muy guapa. ¿No será que te hasechado una novia y no me lo quieres contar?

David supo que su comentario había sido de lo más estúpido sólo con ver cómo loatravesaba la seria mirada de Silvia. Ésta por su parte no le dio más importancia al hecho deque una desconocida la buscara en la agencia. Pensó que sería alguna mujer que, por

cualquier motivo absurdo, prefería ser atendida por otra mujer, que de todo tiene que haber eneste mundo. Se olvidó pronto del asunto, se despidió de David y se marchó a casa.

La nieve había desaparecido de las calles, el cielo permanecía oculto tras densosnubarrones grises y amenazaba con llover la mañana del viernes. El día frío y gris malhumoróa Silvia, hasta que a las once de la mañana su corazón dio un vuelco alterado.

 —  Virginia. Vaya, qué sorpresa  —   acertó a decir Silvia temblando cuando la abogadaentró en la agencia.

 —  Vine antes de ayer y tu compañero me dijo que esta semana estabas por las mañanas yme apetecía verte, por eso he preferido volver hoy. Me lo pasé muy bien con vosotras el

sábado. Quería que lo supieras.

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 —  Pues cuando quieras repetir avísanos y te vienes otra vez. Serás bienvenida.Virginia asintió con una leve y casi imperceptible sonrisa y le explicó que necesitaba

 billete de ida y vuelta para Barcelona. Se iba el día 7 de febrero y regresaba el día 13. Lecontó que sus jefes habían abierto un despacho en la Ciudad Condal y que la mandaban a ellaa darles una especie de charla y explicaciones para que aplicasen las mismas formas y normas

que en el bufete de Madrid. Silvia le ofreció varias posibilidades de vuelo con diferentescompañías aéreas, le pidió los datos, imprimió los billetes y se los dio.

 —   Bueno, pues ya los tienes. En el caso de que haya alguna variación en los vuelos te avisamoslo antes posible y te buscamos una alternativa sin coste alguno. Y gracias por venir aquí.Espero no necesitar nunca un abogado, pero si se da el caso te llamaré a ti.

Las dos rieron el divertido comentario. Virginia se levantó despidiéndose de Silvia. Sedispuso a abandonar la agencia, pero al llegar a la puerta se giró encontrando la avergonzadamirada de Silvia en la suya. Sonrió, conteniendo los nervios y provocando el sonrojo de la

agente de viajes.

 —  Silvia, ¿te apetece que cenemos juntas hoy? Si no tienes ningún plan, todas mis amigasse quedan en casa esta noche y a mí me apetece salir, oxigenarme un poco, cenar fuera ytomar una copa, pero tampoco tengo ganas de salir sola.

 —  Vale. No tengo planes. Pensaba irme a casa de mi padre, pero puedo ir mañana por lamañana. Me apunto a cenar, ¿a qué hora quedamos?

 —  ¿A las nueve te viene bien? Ya sé dónde vives así que paso a buscarte. —   A las nueve me viene bien. Nos vemos entonces.

Cuando Virginia se fue Silvia creyó estar viviendo un extraño sueño que la hacía sentir, por un momento, la mujer más dichosa de la tierra. Iba a cenar con la mujer que tanto laintrigaba y cuya belleza la fascinaba, tanto que volvió a parecer una quinceañera ante su

 primera cita, pensado en qué ropa se pondría, qué peinado, qué perfume... se convirtió en unmanojo de nervios y pensamientos incoherentes hasta que la llegada de un nuevo cliente ladevolvió a la realidad y al trabajo.

A las siete de la tarde Silvia ya se había cambiado de ropa tres veces. Si algo tenía eraropa y tampoco era extraño que hiciera varias pruebas combinatorias antes de salir de casa.Pero esa noche quería estar más guapa que nunca, pero dentro de su sencillez. Quería gustarle

a Virginia, impresionarla. Al final optó por el vaquero más ajustado, botas y una camisetaceñida.

A las nueve en punto Virginia llamó al telefonillo. Silvia no la hizo esperar, bajó trasdespedirse con un beso de su madre. Saludó a Virginia y ésta la invitó a subir al coche.

 —  ¿Vamos en coche?, ¿tan lejos me llevas a cenar?

 —   No, vamos a un restaurante que me gusta mucho. Está cerca de mi casa y ya dejo elcoche en el garaje.

El restaurante era hindú y olía a bambú y a incienso. No tenía muchas mesas y casi todaseran para pocos comensales. Tras sentarse pidieron una botella de vino tinto y dos menús

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degustación.

 —  ¿Vienes mucho a cenar aquí? —  preguntó Silvia. —  Alguna que otra vez, pero no mucho. Aunque, la verdad, te confieso que no se me da

muy bien la cocina. Vengo mucho a buscar comida cuando ceno con amigos en casa. Me

gusta la comida de aquí. Espero no haberme equivocado de sitio, ¿te gusta? —  ¿Este sitio? Sí, me parece muy acogedor. Oye, tú no hablas mucho de ti. El sábadoVanessa y yo no paramos de hablar de nosotras y tú nos has dicho nada. Cuéntame algo de ti.

 No sé, de dónde eres, dónde estudiaste, si tienes pareja... Anda, cuéntame. —  Soy de aquí, madrileña castiza de toda la vida. Estudié en la Complutense y no, no

tengo pareja. Mi novio y yo rompimos hace un año y desde entonces no he tenido ningunarelación seria.

 —   Ah, tu novio...

Silvia sintió un mar de contradicciones en su interior. Quizás el sábado la había sacado a bailar sólo por los efectos del vino y no era lesbiana. Virginia la miró y siguió hablando.

 —   Después de romper con Rubén me enrollé con una chica una noche loca en la que una pareja de amigas mías me llevaron de copas a Chueca. Ese día juré que no volvería a visitarla cama de otro hombre. Descubrir cómo se ama a otra mujer es maravilloso, pero no sé si pormis propios miedos, por mis fracasos amorosos o porque simplemente no estoy preparada, nohe querido tener ninguna relación seria. Sí algún rollo y aventura, pero no relaciones serias.

 —   No sabía por qué su interior le impedía mencionar a Lola. Era su secreto y loguardaría en un rinconcito de su corazón sólo para ella.

 —   Ah, ahora lo entiendo.

Terminaron de cenar y tomaron una copa en un bar irlandés que estaba al lado delrestaurante. Cuando Silvia fue al baño tuvo la sensación de que Virginia la seguía con lamirada, sintió cómo esa mirada penetrante recorría todo su cuerpo. Y al volver la encontró enla suya. Durante unos segundos se miraron en silencio y a Silvia se le se le hizo un nudo elestómago. Apartó sus ojos y buscó con ellos su copa.

 —   ¿Te apetece que tomemos la última en mi casa? Está aquí al lado. Vivo en un ático ylas vistas son fantásticas.

Silvia no se resistió a ir. Al entrar Virginia se quitó la cazadora, puso un cedé de Mónica Naranjo, sirvió dos copas y subió la persiana dejando al descubierto el amplio ventanal del

salón. Miles de luces se veían a lo lejos. —   ¿Quieres bailar, Silvia?

Silvia no contestó. Simplemente se acercó y rodeó con sus brazos la cintura de Virginia.Al mismo tiempo notó cómo una mano se deslizaba lentamente por su espalda y seestremeció. Apoyó su cara en el cuello de Virginia y se dejó llevar por la música. Sentíacontradictoriamente el deseo de amarla y al mismo tiempo ganas de salir corriendo. Cuandola boca de Virginia buscó sus labios entreabiertos se apartó de ella.

 —   Lo siento Virginia. Yo... Joder, no estoy preparada. Me gustas. Me gustas mucho.

Pero no sé qué hago aquí. Esto no es lo que necesito ahora. Creo que no quiero ser un rollomás en tu lista de ligues.

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Virginia no trató de detenerla. La miró un poco sorprendida mientras se iba. No queríamolestarla, ni insistir. La dejó marchar maldiciéndose a sí misma por la estúpida idea deinvitarla a subir a su casa de esa forma. Quiso salir corriendo a buscarla pero no lo hizo.

Sentía que se había equivocado y que su error quizás le costara no volver a ver a aquellahermosa mujer.

Al llegar a la calle Silvia se sintió ridícula. No sabía por qué había reaccionado así. Estabadeseando aquel beso del que había huido. Se daba cuenta de que Virginia le gustabademasiado y tenía miedo de hacer el amor con ella y engancharse a un sentimiento tan

 pronto. Tenía miedo de ser sólo un rollo para Virginia. Miedo a enamorarse. Ella que vivía lavida a tope, tenía miedo a enamorarse. Paró un taxi y se fue a casa. No pudo dormirfácilmente. Cerraba los ojos y volvía a sentir el roce de los labios de Virginia en los suyos.Quería sentirlos en toda su pie l... ¿o sería otro deseo caprichoso como lo fue Carmen?, ¿otraimparable atracción que una vez satisfecha pasaría a ser un bonito recuerdo? No quería

 pensar así, pero recordaba el olor de Carmen, los ojos de Sandra, la boca de María... Sehubiese enrollado con cualquiera de las tres. Y eso le hacía pensar que Virginia era otro desus deseos. O lo peor, que fuera ella el capricho de la otra mujer.

Virginia apenas logró conciliar el sueño. Tenía la sensación de la piel de Silvia en lasyemas de sus dedos, su olor, su sonrisa y su mirada volvían a aparecer cuando cerraba losojos.

La vida es un camino que se cruza con otros caminos. Algunos continúan en paralelo yotros pasan haciéndose a un lado para alejarse en otras direcciones. Dos vidas, dos caminos,se habían encontrado con la incertidumbre de no saber hacia dónde continuarían.

17. Rosas rojas

El sábado Silvia se conectó a Facebook y quedó con toda su pandilla para salir. Necesitaba desconectar. Pensó en contarle a Vanessa lo de la noche anterior pero no lo hizo. No quería pensar en Virginia, aquella abogada que aparecía por casualidad en su vida paraechar por tierra todo cuanto ella había pensado en sus vacaciones, para romper de un plumazosus esquemas: disfrutar a tope, vivir la vida.

Esa noche bebió una copa de más, bailó sin parar e intentó ligar con más de una mujer enla discoteca. Vanessa no dejaba de mirarla preguntándose qué demonios le estaba pasando asu amiga. No era habitual que Silvia perdiera las formas de aquella manera y optó por sacarla

de la discoteca, parar un taxi y llevarla a casa. Por el camino Silvia le dijo con lágrimas en losojos que no se quería enamorar, pero Vanessa sin entender nada le pidió que se tranquilizase,

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que en cuanto durmiera la borrachera se olvidaría de las tonterías que decía.

Silvia se durmió mareada por el alcohol y la resaca con la que se levantó el domingo no ledejó pensar con claridad. Vanessa la llamó para asegurarse de que estaba bien y ella prefirióseguir callando que había cenado con Virginia y ocultando sus miedos.

El lunes y el martes intentó centrase en el trabajo y, para extrañeza de David, se pasó eldía entero en la oficina, catalogando nuevas ofertas de viajes y buscando hoteles nuevos queofrecer a sus clientes.

El miércoles a las cinco de la tarde llegó un ramo de rosas rojas con una tarjeta a sunombre. Cuando la abrió, pensando que era de Carla, leyó una escueta nota que la hizoestremecer: “Perdóname Silvia, ni te quería ofender ni quiero que seas una más en mi lista deligues. Un beso. Virginia”. Buscó la copia de la factura de los billetes a Barcelona de Virginiay anotó el número de teléfono que ésta le había dado. No se atrevió a llamarla y tras mucho

 pensárselo le escribió un mensaje también escueto: “Gracias por las rosas. No era necesario.

 No tengo nada que perdonarte. Perdóname tú a mí”. Lo envió deseando que Virginia lallamara para decirle que quería volver a verla o que apareciera en la agencia a la hora decerrar. Pero nada de eso sucedió.

Cuando Silvia entró en casa con el ramo, su madre la interrogó. Quiso saber quién leenviaba tantas rosas y si tenía ya una nueva relación. Silvia esquivó hábilmente laconversación, puso las flores en un jarrón con agua y las llevó a su habitación. Volvió a leerla tarjeta y la guardó en una cajita de madera en un cajón de su mesilla. Cuando su hermanoirrumpió alterado en la habitación, recién llegado de la casa de su padre, Silvia se sobresaltóde lo sumergida que estaba en sus pensamientos; pensamientos llenos de Virginia.

 —  ¡Ey hermanita! Me ha dicho un pajarito que te han mandado un enoooorme ramo deflores. ¿No me vas a contar nada?

 —   Sí, claro. A ti te lo voy a contar. Venga guapo, vamos a cenar que tenemos a mamádemasiado abandonada.

Esa noche Silvia sintió el deseo y la ansiedad de que en cualquier momento el teléfonosonara. Anhelaba una llamada, un mensaje, una palabra de Virginia. Aunque también pensabaque era ella la que tenía que dar el paso y llamar a la mujer de cuyos brazos huyó. Queríavolver a ellos y soñó despierta con dormir abrazada a Virginia, piel con piel. Estaba casisegura de que su deseo no era sólo atracción física y que por eso salió corriendo. Se dio

cuenta de que en su corazón latía el de Virginia, pero no podía ser, demasiado precipitado para que su corazón sintiera tanto por una mujer a la que sólo había visto dos veces. ¿Acasoera un flechazo? Tenía miedo a enamorarse, y se estaba enamorando. “Silvia, vive la vida.Pero ahora, ¿cómo vivo yo lo que siento?”, pensó. 

Cuando Virginia recibió el corto mensaje de Silvia dándole las gracias por las rosas, ni sesintió demasiado halagada ni supo qué pensar. Esperaba que Silvia la llamara y que quisieravolver a verla. Le gustaba tanto la sonrisa de aquella mujer dulce y sencilla que la habíacautivado el primer día que la vio en el andén de la línea 6 del metro, por eso había hecho unaexcepción con Vanessa, aceptando la invitación a cenar. Ella nunca salía con sus clientes,

 pero sabía que iba a estar Silvia y quería conocerla; saber por qué siempre sonreía. Esa noche,

al bailar con ella sintió un cosquilleo recorriendo su piel. Sentirla tan cerca le provocaba pasión, deseo, ternura, ganas de un abrazo que no le dio. Cuando aceptó su invitación para

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cenar a solas se sintió feliz pero la imprevista huida la descolocó por completo. No se leocurrió otra cosa para arreglar la situación que enviar un nada atípico ramo de rosas. Era la

 primera vez que enviaba flores y con ellas intentaba averiguar qué pensaba Silvia, qué sentíaen su interior, pero el mensaje que acababa de recibir no le ayudaba a saberlo. Cogió variasveces el móvil para llamarla, pero se contuvo. No quería agobiarla ni ser pesada. Además

recordó las palabras de Lola al despedirse de ella: “Si el destino quiere que volvamos aencontramos, volveremos a vemos”. Tanto estudiar en la difícil carrera de derecho paradescubrir cada día que para la vida y para el corazón no hay leyes escritas más allá de larazón.

Esa noche cenó sola en el restaurante hindú, subió a su ático, levantó la persiana, hizosonar el cedé de Mónica Naranjo y se dejó caer en el sofá. Cerró los ojos y soñó despierta queamanecería entre los brazos de Silvia. Le parecía imposible que en tan poco tiempo, sinapenas conocerla, sintiera tanta atracción, tantas ganas de volver a verla, de tenerla cerca consu sonrisa. Sus compañeros de trabajo no habían pasado por alto que desde hacía unos díasella no era la misma, manteniéndose más pensativa y seria con ellos. Tenía que mantener al

margen de su trabajo su vida privada, sin dejar que ésta asomara por la puerta del despacho asu antojo. Debía recuperar su frialdad y centrarse en el trabajo. “El trabajo es real, Silvia esun sueño”, pensó mientras se dormía. 

La Navidad había terminado. Un manto de nubes grises, como ancladas en el cielo paratodo el invierno, permanecían inmóviles sobre la ciudad. La noche era fría y silenciosa. Enlas calles casi vacías la gente apuraba sus pasos para entrar en las bocas de metro, en losautobuses o simplemente para llegar a sus casas. Mientras, en un tercer piso Silvia soñabadespierta. Mientras, en un ático, Virginia cerraba los ojos y dejaba volar sus sueños.

18. Un nuevo día

La tormenta no cesó en toda la noche. La lluvia golpeaba con fuerza en las ventanas pararesbalar después por los cristales como llanto de los dioses. La cercanía de los rayos laconfirmaba el estruendo de cada trueno. Silvia se despertó sobresaltada e intentó cerrar denuevo los ojos para dormir, pero en su mente apareció, sonriente, la imagen de Virginia. Erael 10 de febrero y tres días antes había celebrado su cumpleaños en el que no estaba Virginia.Desde el ramo de rosas no había vuelto a saber nada de ella, esperando cada día una llamada,un mensaje o verla aparecer por la agencia, sintiéndose cobarde por no ser capaz de ir en su

 búsqueda, incapaz de enfrentarse al miedo que su subconsciente tenía de enamorarse, deatarse a otra relación cuando prácticamente acababa de recuperar su libertad para disfrutar de

la vida sin complicarse con sentimientos. Tampoco sabía si Virginia estaría en la ciudad ohabría prolongado su estancia en Barcelona. Un suspiro emergió de sus entrañas mezclándose

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con el pensamiento de que si Virginia no la había llamado era porque tampoco había queridohacerlo y que, tal vez el ramo de rosas pidiéndole disculpas, no era más que una forma dequedar bien como la abogada que era de su amiga Vanessa y, aunque algunas noches había

 pensado en ella, no lograba entender por qué en medio de la tormenta su imagen regresabatan nítida y sonriente.

Virginia había regresado a Madrid en la fecha prevista, centrándose en su trabajonuevamente, olvidando las promesas hechas de disfrutar más de su vida. Lo que le habíasucedido con Silvia la había devuelto a la realidad de que no todo sale como se quiere o comose planea, y hubo momentos en los que quiso arrepentirse de sus aventuras con Cecilia o conLola, acostándose con ellas sin conocerlas, pero eran recuerdos bonitos que no podía cambiar

 por el hecho de que hubiese sido un desastre la primera vez que era ella la que coqueteabaintentando el acercamiento físico a otra mujer. Pero no podía borrar a Silvia de su mentedesde aquella noche. Le envió las flores no sólo para disculparse sino también paracomprobar cuál sería su reacción. La escueta respuesta a través de un mensaje de texto apartóde su corazón la idea de volver a verla. Ahora, casi un mes después, seguía pensando en ella.

 No tenía ganas de salir y por las noches, cuando se relajaba en casa escuchando música, elolor de Silvia volvía a la estancia, envolviéndola. Quería volver a verla, por eso al díasiguiente llamó por teléfono a Vanessa para invitarla a comer. Vanessa se sorprendió por lainvitación, pero aceptó un poco preocupada porque no dejaba de ser su abogada quien lainvitaba.

A las dos y media estaban ya sentadas en un asador argentino donde el olor a carne a la parrilla abría más el apetito. Pidieron brocheta de solomillo de ternera con dátiles y bacon yuna ensalada y para acompañar un vino tinto de La Mancha.

 —  Te extrañará que te haya llamado, así sin más. Creo que puedo confiar en ti y quierocontarte algo, pero me tienes que jurar que será un secreto entre tú y yo.

 —   Seré una tumba Virginia, te lo prometo. Y sí, la verdad es que me sorprendió tullamada y ahora mismo estoy más en ascuas que antes  —  respondió Vanessa que cada vezestaba más intrigada.

De esa manera supo que Virginia y Silvia habían cenado juntas y supo también lo quehabía pasado después en el ático de Virginia. Abrió los ojos como platos cuando supo de laestampida de Silvia.

 —   Joder, no me lo puedo creer. ¿Me estás diciendo de verdad que Silvia, a la que yo

conozco tan bien, salió corriendo? Y la muy cabrona no me ha contado nada. Pues déjameque te diga que eso es bueno. —  ¿Cómo que eso es bueno? —   Dale tiempo. Si aceptó cenar contigo y subir a tu casa es porque está a gusto contigo.

Si salió corriendo es porque tuvo miedo. Y si tuvo miedo es porque le gustas de verdad yno quiere un rollo contigo. Hazme caso, la conozco bien. No me pongas esa cara de susto ydale tiempo. Acaba de salir de una relación un poco complicada con una chica más joven yno entraba en sus planes conocer a alguien que le hiciera tilín y que además tenga los pies tanen el suelo como ella. Si sólo te viera como un rollo se hubiese acostado contigo y punto.

 —  Vanessa, por favor, no... —   Que no, tranquila, seré una tumba. Esta conversación no ha existido nunca. De todas

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formas, si aceptas un consejo, acércate un poco a ella de alguna manera. Mándale un mensajesi te cuesta llamarla. Que sepa que sigues ahí, que tú no pasas de ella.

Vanessa no había probado la comida. Estaba tan concentrada en la historia que no habíatocado el plato. Pidió al camarero sal y pimienta y empezó a comer. Virginia le pidió que le

hablara de Silvia, de su día a día, de sus gustos, de su pasado, de sus metas... —   Silvia es tal y como la ves. Hasta en los peores momentos tiene una sonrisa paratodos.

Siempre se está riendo. Ella es la reina de todos los saraos. Jamás te falla. Su amistad escon mayúsculas. Cuando la necesitas siempre está ahí, aunque tenga que dejar otras cosasnunca deja de lado a la gente a la que quiere, o a quien la necesita. De su pasado, si te refieresa sus parejas, prefiero que algún día te lo cuente ella, creo que yo no debo hacerlo. Y de suúltima novia pues ya sabes lo que pasó. Lo que sí te puedo decir y asegurar es que Silvia esuna mujer especial, muy romántica y familiar, pero también una loca aventurera. Le da igualestar de fiesta toda la noche que perderse el fin de semana en la tranquilidad de la sierra.

 —  

A mí me gusta la naturaleza. Es otro mundo. Oye, dime, no sé, qué música le gusta, loque le gusta leer. Cuéntame más cosas, anda.

Hicieron sobremesa hasta las cuatro y media de la tarde. Virginia escuchaba, sin perderdetalle, cada palabra de Vanessa, que una vez más al despedirse tuvo que prometer guardarsilencio sobre lo que sabía.

Al llegar a casa, Virginia escribió un mensaje en el móvil: “Hola guapa. ¿Qué tal estás?Me gustaría saber que todo va bien en tu vida. Besitos”. Al volver a leerlo no la convenció,

 pero si Silvia le contestaba ese corto mensaje sería la llave que podría abrir la puerta de unnuevo encuentro. La respuesta no se hizo esperar. Silvia contestó diciéndole que estaba bien,que le había gustado recibir noticias suyas y preguntándole qué tal estaba ella. Virginia sonriónerviosa y contestó hablándole de los días que había pasado en Barcelona y que también sealegraba de saber de ella. Durante un rato intercambiaron mensajes sin que ninguna de las dosmencionara la noche en que cenaron juntas, relatando únicamente trivialidades de su día adía. Cuando Silvia se despidió alegando que había quedado con unas amigas para salir,Virginia contuvo las ganas de decirle que quería volver a verla. “Pásatelo muy bien guapa ydisfruta mucho. Besitos”. Ésa fue su corta despedida. 

El sábado, 13 de febrero, Virginia se despertó con el sonido del móvil. Al leer el mensajecreyó estar dormida y que era un sueño. Silvia quería que volvieran a verse, que quedaran

 para tomar algo. Abrió los ojos al mismo tiempo que sentía como su cara se ruborizaba. Elmomento que tanto ansiaba iba a llegar por fin y esta vez no lo estropearía lanzándose a porlos besos deseados, controlaría la pasión y el deseo que como fuego avivado sentía en suinterior.

A las cinco de la tarde, como dos quinceañeras nerviosas ante su primera cita, sesaludaban con dos besos en la acogedora cafetería donde habían quedado, a dos calles dedonde vivía Silvia. Incapaces de mirarse a los ojos, mientras Silvia removía una y otra vez elcafé, Virginia doblaba una servilleta hasta hacerla minúscula entre sus dedos.

 —  No sé si es el mejor momento, Silvia, pero quiero volver a pedirte disculpas por mi

comportamiento. No tendría que ir con tantas prisas, quisiera seguir conociéndote si me dejas.Te prometo que no lo volveré a estropear.

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 —  No tengo nada que perdonarte. Al revés, soy yo la que no sé por qué salí huyendo deesa forma en vez de sentarme a hablar contigo. También quiero conocerte. Creo que eres una

 persona especial y estoy segura de que me alegraré de tenerte en mi vida. Me gustas Virginia, pero tengo miedo.

 —   Tranquila, te prometo que no volverá a pasar nada. Dejemos que el tiempo decida.

Dame la oportunidad de mostrarte cómo soy, conozcámonos. Con lo mayorcitas quesomos y qué tontas parecemos, ¿verdad?

Silvia sonrió el comentario de Virginia, tan cierto. Intentó buscar su mirada pero la jovenabogada miraba a la servilleta doblada entre sus dedos. Por un instante permanecieron ensilencio. A cada una le bastaba la cercanía de la otra para sentirse bien. El teléfono de Silviasonó cuando ella iba a decir algo. Se mordió ligeramente el labio inferior y contestó a lallamada.

 —  Era mi madre. Me tengo que ir, se me había olvidado por completo que tengo que ir a

 buscar a mi hermano a casa de mi padre. ¿Quieres que cenemos juntas hoy? Te debo una cenay no tengo planes esta noche.

 —   Me encantaría, pero he quedado con una amiga para cenar  —  se lamentó Virginia — .Pero te prometo que la próxima semana te llamo y quedamos.

Se despidieron en la puerta de la cafetería de la misma manera que se habían saludado,con dos besos, mientras las dos querían que en ese momento el tiempo se detuviera, para queSilvia no tuviera que ver alejarse a Virginia hacia la boca de metro. Desde allí se giró paramirar una vez más a Silvia pues sabía que estaría allí, de pie al lado de la puerta esperando aque ella desapareciera en las escaleras. Volvieron a decirse adiós agitando sus manos.Entonces Silvia volvió a su casa para coger las llaves del coche, entristecida por no podercenar esa noche con la mujer que hacía latir su corazón con más fuerza, ajena a que Virginiadeseaba no haber quedado para cenar con su amiga, pero no quería hacerle el feo de llamarlaa esas horas de la tarde para cambiar los planes y decirle que no iría. “Todo este tiempo sinsalir y tengo que quedar hoy con Monse para cenar. Qué puntería la mía joder”. 

19. Caprichos del destino

La cara de Silvia emanaba felicidad cuando recogió a su hermano Valentín en casa de su padre a las afueras de la ciudad. A Silvia le gustaba visitar la enorme casa alejada delmundanal ruido urbanita de la capital y relajarse en el silencio mientras en el jardín el olor acarne a la parrilla anunciaba que la barbacoa estaba casi lista. La mayoría de domingos era surefugio tras largas noches de fiesta y exceso de tabaco, por eso le pidió a su padre que laesperase para comer al día siguiente. Allí podría pensar con claridad en Virginia, en el café

que habían compartido dos horas antes, en lo que quería y esperaba de ella y también en loque quería ofrecerle: una aventura con final rápido, un romance intenso con fecha de

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caducidad, o la posibilidad de conquistar su corazón y quedarse en él. Aunque Virginia habíadeclinado la invitación a cenar tenía la ilusión de que pensaría en ella. ¿Quién sería esa amigacon la iba a cenar y por la que había rechazado su invitación? Un burbujeante estallido, mitadcelos, mitad envidia sana, invadió su corazón y le hizo ver una posibilidad más: la de quetanta ilusión se redujera a una amistad.

A las nueve de la noche, puntual como siempre, Virginia esperaba en el interior delrestaurante a su amiga Monse. Pidió una caña preguntándose por qué siempre llegabatemprano si la mayoría de las personas llegan tarde a todas partes, y por qué no habíacancelado aquella cena para compartir la noche con Silvia, su mayor deseo, pero por otra

 parte era una forma de darle a entender que no la agobiaría y que iría despacio, tanto como le pidiera. No pudo evitar pensar también en lo que pasaría si empezaba una relación seria, si seenamoraba y era correspondida. Le volvían a asaltar las dudas de cómo iba a enfrentarse a lanueva realidad de su vida ante su familia, explicarles a sus padres que la naturaleza del serhumano, en cuanto al amor, es tan sencilla o compleja como se quiera ver, y que enamorarsede un hombre, como ella se había enamorado años antes de Rubén, no hacía imposible

enamorarse después de una mujer. Aunque tal vez lo mejor era dejar que lo descubriesen porsí mismos o que poco a poco fueran sacando sus propias conclusiones. Disfrazar de amistaduna relación lésbica no debería ser excesivamente complicado al principio, y el tiempo, quees sabio y maestro, podía encargarse de ir poniendo los puntos y las comas. A quien símantendría a parte de su vida privada era a sus compañeros de trabajo. No sentía ni necesidadde dar explicaciones ni de compartir sus vivencias con ellos.

 —  ¡Ey!, qué pensativa estás. —  La voz de Monse la devolvió a la realidad. —  Hola guapa. ¿Qué tal? Estaba pensando en cosas sin importancia. Trabajo y esas cosas. —  Pues no sé cuáles serán esas cosas, pero tienes muy buena cara. Veo que te trata bien

la vida. — 

 

Bueno, no creo que me pueda quejar. ¿Quieres una caña o nos sentamos ya?

Durante la cena hablaron de trabajo, de lo que había pasado en sus vidas desde la últimavez que se habían visto y, por supuesto, no faltó en la conversación el tema del amor.Virginia mantuvo su silencio en cuanto a sus aventuras lésbicas, a pesar de que Monsellevaba cuatro años de relación con su novia, a la que también conocía, y por supuesto no lemencionó a Silvia. Su vida, vista desde fuera, parecía inerte en cuanto a sentimientos,mientras la realidad incendiaba su mente con la llama ardiente de un pensamiento único:Silvia. Intentó centrarse en relatar las vacaciones en el crucero y describir las ciudades quehabía visitado, haciendo hincapié en el Marsella, en las calas que, cuando las recordaba, le

transmitían sensación de calma y en la promesa de volver en verano para disfrutarlas sin prisas ni horarios establecidos.

Después de cenar decidieron tomar una copa en un pub cercano, donde la música de losaños ochenta sonaba melancólica y sin estridencias, permitiendo hablar sin tener que forzarlas cuerdas vocales. La decoración iba acorde con la música, con una pequeña pista de baile,rodeada de mesas redondas con cómodas butacas.

 —   Tienes que aprovechar y disfrutar a tope Virginia. Cuando quieras darte cuenta teverás metida de lleno en otra relación y ya no podrás hacer ciertas cosas. Mírame a mí quecuando mejor me lo estaba pasando, de fiesta en fiesta, sin tener que dar explicaciones a

nadie de a qué hora entraba o salía de mi casa, sin tener que justificarme ni leches, meenamoré, lo dejé todo y aquí estoy, pidiendo permiso para salir un día a cenar. Tienes que

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salir más y divertirte, antes de que aparezca un hombre que te robe el corazón y te ate a suvida limitando la tuya.

Virginia sonrió ante el comentario de su amiga, no por las palabras sino porque por primera vez le sonaba raro lo de que un hombre le fuera a robar el corazón. No se arrepentía

de haber amado a Rubén, ni de las relaciones que anteriormente a él había mantenido conotros chicos, pero ahora, a punto de cumplir los treinta y dos años, veía lejana la posibilidadde amar a un ser del sexo opuesto. Iba a responder, sin decirle la verdad a su amiga, cuandouna voz conocida la interrumpió:

 —  No me lo puedo creer. Es una alegría para mis ojos verte aquí. Con la de bares que hayen Madrid.

 —  Lola. Yo tampoco me lo puedo creer —  dijo titubeante Virginia, mientras sus blancasmejillas adquirían un color rosado fruto del rubor que no pasó inadvertido para Monse — . Mealegro de volver a verte. Os presento, ésta es mi amiga Monse y esta chica es Lola. Cantabaen el crucero.

 —  

Encantada Lola. He oído alguna de tus canciones. ¿Quieres tomar algo con nosotras? —  dijo Monse sin dejar de mirar de soslayo a su amiga, sorprendida por cómo la cantante,conocida en las zonas de ambiente gay por reconocer abiertamente su condición sexual ycomo icono gay de Chueca, le había sacado los colores.

La mirada de Virginia se inquietó, moviéndose de un rostro a otro mientras Lola nodisimulaba la suya, dirigida directamente a los ojos de la abogada, queriendo desnudarla,reviviendo las dos en sus mentes la apasionada noche en alta mar.

 —  Creo que voy al baño  —  dijo Monse levantándose, consciente de que había algo quesu amiga no le había contado. Fue a la barra, pidió la cuenta y se marchó para que Lola yVirginia pudieran decirse lo que con ella de testigo callarían. Fue Lola quien habló:

 —  El destino ha sido rápido. Pensé que no volvería a ver a mi chica del Mediterráneo. —   ¿Tu chica del Mediterráneo? Parece que coleccionas ligues. Yo tampoco esperaba

volver a verte. —  ¿Te alegra verme? ¿Te has acordado de mí en este tiempo? —  Claro que me he acordado de ti, fue una noche muy bonita y especial que no voy a

olvidar nunca. —  Yo tampoco, aunque tú pienses que colecciono ligues o chicas, ya te dije que no voy

 por la vida intentando ligar con todas las chicas guapas que se me cruzan por delante. Eres un poquillo desconfiada —  dijo Lola con sonrisa tierna — . ¿Te apetece repetir?

 —  ¿Qué? —   Que si te apetece pasar la noche conmigo. Creo que tu amiga, o se ha perdido en el baño, o se ha ido sin ti. El destino ha querido que nos encontremos. ¿Te vienes conmigo?

Virginia no se había dado cuenta de que Monse se había marchado, pero era consciente deque tendría que contarle la verdad. Le mandó un mensaje al móvil sintiéndose culpable: “Note enfades. Esto es surrealista. Ya te lo contaré, pero no te enfades”. En unos segundos recibióla respuesta: “Pero cómo me voy a enfadar contigo tonta, disfruta de la noche... Te dejo en

 buena compañía”. 

 —  ¿No me vas a contestar?

 —  Veras, Lola. Como te he dicho, la noche que pasé contigo fue muy bonita y no laolvidaré jamás, guardaré siempre en mi piel el tacto de tus manos y esa noche será mi secreto.

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Yo nunca la contaré, porque quiero que sea algo sólo mío y tuyo. —  Eso es un no. —  Es que no puedo Lola, no puedo pasar esta noche contigo. Podemos tomar algo, bailar,

hablar, reímos... pero no me pidas más, no puedo, porque cerraría los ojos entre tus brazos yestaría pensando en otra persona. No puedo Lola.

 —  

Te has enamorado. Me alegro. No te preocupes, no insistiré. Y aunque no me creas,déjame decirte que tampoco le he contado a nadie lo que pasó entre tú y yo en el crucero.Quizás yo sea más lanzada y me guste vivir y disfrutar de manera distinta a ti, pero haynoches especiales y personas especiales. Por muchas mujeres con las que me haya acostado ome acueste, tú eres especial y esa noche también lo fue. Ahora sí te pregunto tu nombre, y sime quieres dar tu teléfono, podríamos ser amigas.

 —   Me llamo Virginia, y claro que podemos ser amigas. No sé si estoy enamorada, sólosé que no puedo dejar de pensar en una mujer encantadora que ocupa mis pensamientos acada instante.

Virginia le abrió su corazón a Lola como no se lo había abierto a nadie, le habló de Silvia, porque en el fondo necesitaba hablar de ella, en voz alta, con alguien, para espantar de unavez por todas sus dudas, sus miedos, sus temores ocultos. Quería que alguien le dijese:“Adelante, no tengas miedo”. 

El amor nos asusta, porque es incierto y abre la puerta del compromiso, porque nosenamoramos sin conocer del todo a la otra persona, y a veces no llegamos a conocerla nuncadel todo, pero llega a nuestra vida, se apodera de nuestro corazón, de nuestros pensamientos,nos hace soñar despiertos, suspirar, y al mismo tiempo nos provoca miedo, a estar confusos,equivocados, al rechazo de la otra persona y de nuestro entorno. El amor, que tan fuerte hace

 palpitar el corazón, capaz de elevamos a la felicidad y de arrojamos a las profundidades delsufrimiento, es una montaña rusa de emociones. Nos da miedo porque nos puede hacer feliceso dañamos y Virginia, tan vulnerable tras la coraza de borde y fría que mostraba, no era unaexcepción.

Lola desnudó los sentimientos de Virginia de la misma manera que un mes y medio antesdesnudó su cuerpo en el camarote 134 de un crucero, sintiendo ternura por la fragilidademocional que se ocultaba en la impenetrable y fría mirada. Ésa era la coraza que la protegía,

 parecer fría, distante, reservada. Lola era una desconocida que le había descubiertosensaciones de su cuerpo que ni se imaginaba que existían, sentía en ella la complicidad

suficiente para poder abrirle su corazón. En ocasiones es más fácil hablar ante alguien lejanoque con la gente que nos rodea, quizás porque nos importa menos si no nos entiende, o si nos juzga, pero de la misma forma nos da la valentía necesaria para enfrentamos a las opinionesque sí nos importan. A las tres de la mañana las dos mujeres se despidieron tras intercambiarteléfonos y hacerse la mutua promesa de volver a verse, sin dejarlo al azar del destino. Ésteya había hecho su trabajo situándolas en el mismo lugar aquella noche.

El domingo Silvia llegó antes de lo habitual a la vivienda de su padre con cara de nohaber quemado la noche madrileña del sábado entre copas y risas. El día nublado parecíaquerer mantener infinito el invierno más crudo de los últimos años, pero ese mismo frío dabamás valor al calor del fuego ya encendido en la barbacoa del jardín. El fuego la mantuvo

inmóvil con las pupilas ancladas en las llamas unos minutos. De los cuatro elementos, aire,fuego, agua y tierra, y siendo un signo de aire, ella se sentía llena de fuego, protegida por él.

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Aunque nunca había consultado su ascendente, estaba segura de que sería un signo ligado aese elemento. Pensó en Virginia, en cuál podría ser su signo zodiacal, sin atreverse a intentaradivinarlo. No era muy dada a leer las características de los signos, a lo sumo echaba unvistazo al horóscopo de las revistas cuando se sentaba en la peluquería esperando su tumo.

 No creía demasiado en que los astros pudieran dirigir su vida o su destino, aunque sí que

influyen directa o indirectamente en el carácter de cada persona, no en vano las noches deluna llena aumentan considerablemente los delitos, crímenes y broncas. La luna influye en los partos de los animales, en el florecimiento de las plantas y en todos los seres vivos del planeta, quizás por ello es, junto a la tormenta, una escena fácil utilizada en el cine de terror por dos motivos: la transformación supuesta que puede sufrir un ser humano en las noches deluna llena o tormenta, y el miedo a ello que muchos más seres humanos suelen tener,volviéndolos más vulnerables todavía a estas noches. A Silvia le gustaban estas noches,quedarse absorta en sus pensamientos mirando al cielo sin reloj, como le gustaba mirar alfuego, intentando atravesar con la mirada las llamas que ese domingo le devolvían la imagenmisteriosa de Virginia. Al mismo tiempo que lanzaba al frío aire un suspiro casiimperceptible, sonaba su móvil. Convencida de que sería cualquiera de sus amigas para

contarle cómo había ido la noche del sábado, lo dejó sonar sin sacarlo del bolso, dispuesta adisfrutar de la compañía de su padre quien después de comer, mientras tomaban café en elsalón, solía contarle historias de su juventud, sometidas a innumerables preguntas con las queSilvia interrumpía y él disfrutaba, consciente de que el interés por aquellas viejas historias eraverídico.

A media tarde el cielo gris plomizo comenzó a llorar sobre la tierra. Las gruesas gotas delluvia guiadas por el viento del norte, golpeaban en la ventana para resbalar por el cristalhasta llegar al suelo. Las lágrimas del cielo que dan de beber a los paisajes más bellos,culpables del verde perenne de lugares únicos como el que regresaba a menudo a la mente deSilvia: Galicia y sus valles de frondosos árboles autóctonos en el interior, y otros, como loseucaliptos que, sin ser originarios de la tierra gallega, abundan en la costa, por su rápidocrecimiento, para la venta de madera. Cuentan las leyendas que de lo más profundo de los

 bosques gallegos surge cada Navidad “el apalpador”, un hombre que bien podría describirsecomo Papá Noel, pero sin su risa socarrona y mucho menos su traje rojo algodonado. Estecarbonero de gran estatura, de la cultura del noroeste español, visitaba en la noche de

 Navidad a los niños, tocando sus barrigas para comprobar que estuviesen bien alimentados.Se marchaba dejándoles castañas calientes y el deseo de que nunca pasaran hambre.

Desde su regreso de Galicia, las tardes frías y lluviosas de Madrid le recordaban alcomplejo turístico de Monfero, y ese domingo no era diferente. La lluvia trasladó sus

 pensamientos a las pasadas vacaciones y a Carmen. Decidió que la llamaría pronto, o que leescribiría, para que no la olvidara y que fuera consciente de que la agente de viajes la seguíarecordando. Al pensar en ello, sacó del bolso el teléfono móvil y, revisando las llamadas

 perdidas, palideció soltando en voz baja alguna maldición. La llamada que había sonadohoras antes la había hecho Virginia. Le escribió un mensaje pidiéndole disculpas por no habercontestado a su llamada y el teléfono no tardó en volver a sonar.

 —  Hola guapa. ¿Qué tal el día? —   Hola Virginia. Pues el día muy bien, aunque ya ves cómo llueve. Perdona por no

llamarte antes, me olvidé por completo del teléfono. —  No te preocupes, no pasa nada. Supongo que es un poco tarde para invitarte a un café,

 pero si quieres quedamos el viernes por la tarde y, si no te arrepientes antes, dejo que meinvites a cenar. Aunque si tienes otros planes puedes elegir otro día.

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 —  No, no. El viernes es perfecto. No tengo planes. Bueno, ahora ya sí. Además me tocatrabajar por la mañana. Podemos quedar a la hora que a ti te venga bien.

 —  ¿Te parece bien a las cinco? ¿En la misma cafetería de ayer? —   Me parece perfecto.

Se despidieron con un tímido “hasta el viernes”. A un lado del teléfono Silvia sonreía, alotro lado Virginia cerraba los ojos pensando en lo larga que se le haría la semana. Odiaba loslunes, el primer madrugón de la semana, el metro lleno de gente adormilada que lejos dedespejarla a ella la atontaba más, las caras serias y en ocasiones resacosas con las que seencontraba al llegar al bufete. Se dormiría pensando en Silvia, soñando despierta con ella,con su compañía, con su olor... Y el lunes el despertar sería más grato. Faltaría menos para lallegada del viernes, para ver a su sueño hecho mujer.

20. Tus labios en mi piel

La semana pasó tan lenta en la agencia de viajes y en el bufete de abogados que los días parecían tener más de veinticuatro horas. El jueves por la noche, Silvia, arropada en su cama,no podía dormir. Quedaba poco tiempo para volver a ver a la mujer que le robaba

 pensamientos y suspiros como nadie lo había hecho antes. En su todavía cercana relación conCarla no se había sentido así ni al principio de la misma ni después, hasta el punto de quesólo la recordaba con la pena de sentir que habían desperdiciado años de su vida estando

 juntas. Virginia sin embargo la hacía soñar. A veces se imaginaba viajes en su compañía, paisajes que nunca había visto por los que caminar cogidas de la mano, puestas de sol de lasque disfrutar abrazadas. Se estremecía al recordar la cercanía del cuerpo de Virginia mientras

 bailaban en el ático la música de Mónica Naranjo y mostraba en el esbozo de una sonrisatímida su arrepentimiento por haber huido cobardemente, arriesgándose a no volver a verla.

Ahora tenía ante sí una nueva oportunidad y no la quería desaprovechar. Consiguió dormirsede madrugada, vencida por el cansancio, el sueño y la oscuridad.

El viernes el despertador sonó reavivando la pereza de Virginia para salir de la cama,hasta que un pensamiento ilusionado le hizo abrir los ojos y recordar que no sólo era viernes,el día más ansiado de cada semana, sino que era un viernes especial, en el que tenía la

 posibilidad de demostrarle a Silvia que quería enamorarla, que si sentía atracción física haciaella era por algo más que su belleza exterior, que por su bonita cara siempre sonriente o porsu cuerpo esbelto cultivado por el deporte. Era mucho más que todo eso: su ternura, susensibilidad, su optimismo y la timidez escondida tras una careta de niña grande extrovertidaera lo que la atraía y convertía en casi una necesidad sus deseos de conocerla, de tenerla

cerca, de compartir momentos y sensaciones con ella. Durante toda la semana estuvo tentadade llamarla o enviar algún mensaje, pero no lo hizo por evitar que Silvia se sintiera agobiada

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y pudiera salir corriendo otra vez de su vida, porque si eso sucedía, corría el riesgo de perder para siempre la oportunidad de volver a verla. Nada las unía, excepto Vanessa, pero ésta eraamiga de Silvia y sencillamente una dienta del bufete. Estaba claro que la joven muchacha se

 pondría de parte de su amiga y no de su abogada si el intento de acercarse a Silvia volvía afracasar.

Después de cenar Virginia se dejó llevar por Silvia. Caminaron despacio por la mismacalle hasta llegar al pub irlandés, se detuvieron ante la puerta pero, cuando Virginia dio el

 primer paso para entrar, la mano de Silvia en la suya la hizo parar y girarse hacia ella un pocodesconcertada.

 — Había pensado venir aquí, pero me gustaría ir a otro sitio  — dijo Silvia mirando a losojos de Virginia, sintiendo cómo crecía el deseo en su interior. Siguió caminando sin soltar la

 bonita mano de piel blanca que sujetaba la suya como a un tesoro, siguió caminando paradetenerse pocos metros más adelante en un portal.

 — Aquí es donde quiero tomar una copa.

 — En mi casa, ¿de verdad quieres ir a mi casa? No quiero que hagas nada que no quierashacer porque me sentiría....

 — Sí, quiero subir  — interrumpió Silvia — . Mírame a los ojos, ¿acaso no ves en ellos loque quiero, lo que estoy sintiendo ahora mismo? ¿No es lo mismo que sientes tú? Si deverdad piensas que no quiero subir a tu casa pídeme que me vaya. Si no quieres que suba

 pídeme que me vaya, pero si no es así, no tengas miedo. Esta vez no voy a salir corriendo.

Al entrar en el ascensor Silvia acercó los labios a los de Virginia, sintiendo por primeravez el sabor de la boca de labios finos a la que deseaba. Sus manos subieron por la espalda,casi imperceptibles sobre el abrigo, hasta llegar al cuello. Los dedos se enredaron con el pelonegro jugueteando con los rizos hasta que el ascensor se detuvo en el séptimo piso. Doscorazones palpitantes de deseo entraron en el ático dispuestos a amarse sin censuras, sinmiedo ni arrepentimiento.

Las nerviosas e inexpertas manos de Virginia buscaban la piel del cuerpo de Silvia debajode la ropa como el náufrago que se aferra a un salvavidas, la desnudó y se dejó desnudarentre besos apasionados que le hacían sentir mucho más allá del deseo. Recorrió con susmanos el cuerpo suave de Silvia, buscó con sus labios los rincones que quería convertir ensuyos, dibujó con las yemas de sus dedos la pasión en la piel, hasta sentir cómo entre susmanos se estremecía entre gemidos el cuerpo entregado de Silvia, quien, sin prisa, devolvió aVirginia cada caricia, se entretuvo en los pequeños pechos, jugueteando su lengua con los

endurecidos pezones estimulados por el deseo. Volvió al cuello, sensible al aliento agitado,haciéndose de rogar. Virginia recostó la cabeza sobre la almohada con la mente al borde de lalocura, mientras la boca de Silvia volvió a descender lentamente por su cuerpo hasta provocarla explosión interior del mejor orgasmo que jamás había tenido. No era sólo sexo, una nochecomo con Cecilia o con Lola, era mucho más que eso. Lo sentía con su corazón, la diferenciaentre follar y hacer el amor, la diferencia entre buscar placer para el cuerpo y transmitir esemismo placer al corazón donde Silvia tenía ya un lugar. Quería que aquel abrazo en que losdos cuerpos exhaustos se fundían en silencio no terminara nunca, mientras sus miradas decíanlo que sus bocas todavía callaban, que el tiempo se quedara quieto, sin importar que fuerainvierno, porque el fuego de su pasión lo convertía en anticipada primavera.

 —  ¿Te quedas conmigo esta noche?  —  dijo Virginia buscando una vez más los besos deSilvia. No necesitó una respuesta para saber que dormirían abrazadas y que al despertar y

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abrir los ojos la encontraría a su lado, cobijada en sus brazos. Ya no volvería a dejar quesaliera corriendo de su lado.

21. El poder de las piedras

El amanecer del sábado fue el despertar perfecto. La mañana encontró a las dos mujeresfundidas en un solo cuerpo. La primera en abrir los ojos fue Virginia, que creyó estar en elcielo ante la hermosa visión que tenía a su lado. Buscó una vez más la boca de Silvia con lasuya mientras con las manos le rozaba suavemente la cálida espalda, y así la despertó, con la

ternura de besos y caricias mezclados. Hicieron el amor una vez más, sin importarles lamañana, ni el reloj y menos el gris plomizo del cielo que amenazaba, una vez más, con lalluvia incesante de aquel invierno. Silvia se volvió a dormir, mientras Virginia se levantó,

 preparó café y tostadas, lo colocó todo en una bandeja y entre las dos tazas puso una piedraque, sin ser ni preciosa, para ella tenía un significado especial. Le gustaban las piedras y, sinllegar a coleccionarlas, tenía muchas de todos aquellos lugares a los que había ido, guardadasen distintos rincones y cajones de su apartamento. La piedra que puso en la bandeja eraespecial, porque la había cogido en el puerto de Marsella, la única de su viaje por elMediterráneo, a donde había prometido volver, y Silvia era en ese momento la mujer con laque le gustaría disfrutar de un atardecer en las calas marsellesas, de un paseo por la arenamojada mientras el sol se esconde tímidamente tras las montañas. La llevaría de la mano

dibujando como una adolescente corazones que una ola traviesa borraría con su caricia. Y la besaría, con la serenata del mar arropando su más dulce deseo de amarla al borde delMediterráneo.

Silvia se despertó con la cercanía del olor a café recién hecho y sonrió al ver a Virginiacon la bandeja del desayuno, vestida únicamente con una bata y la mirada tierna de mujersencilla.

 —  ¿Qué más puedo pedir? Desayuno en la cama después de una noche tan bonita. —  Puedes pedir un deseo, pero cuidado con lo que pides, que sólo puedes pedir uno  —  

respondió Virginia sonriendo, al tiempo que dejaba sobre la mesilla la bandeja y acariciaba el pelo de Silvia.

 —  Entonces pediré que te enamores de mí, que me dejes quedarme a tu lado para siemprey enamorarme de ti, aunque creo que ya me estoy enamorando.

 —   Tú me estás enamorando ya, aunque me cueste creer en los flechazos, creo queempecé a enamorarme de ti al verte en el andén del metro. Desde ese momento has estado enmi mente.

Virginia puso entre las manos de Silvia la piedra y le pidió que la guardara, que algún díale diría por qué aquella piedra tenía un significado especial para ella y quería que lo tuviera

 para las dos, pero se lo diría en el momento oportuno, en el lugar adecuado. Le pidió que sequedara con ella todo el fin de semana, que no la dejara sola porque tendría que ocupar lashoras pensando en ella. Silvia debía volver a casa, tenía que comer con su madre, pero le

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 prometió volver por la tarde y quedarse esa noche y el domingo, porque era lo que deseaba,dormir entre sus brazos, sentirla suya, fundirse con su cuerpo.

Silvia le había advertido a su madre que no iría a dormir, aunque mintió al decirle que sequedaría en casa de una amiga donde iban a celebrar un cumpleaños. Al llegar a casa, su

madre, que prefirió no preguntar nada, vio en la mirada de Silvia un brillo especial, nadasimilar al de una mañana de resaca después de una fiesta hasta la madrugada. No tenía losojos adormilados ni narcotizados por el excesivo humo del tabaco que los enrojece encualquier espacio cerrado, ni se abalanzó hacia la puerta de la nevera para aplacar con Coca-Cola helada los efectos del alcohol. Y tras las arrugas que empezaban a extender por su frentelos signos de la vejez, sonrió feliz de que su hija estuviera tan radiante como hacía tiempoque no lo estaba.

Virginia llamó por teléfono a su hermana. Quiso contarle los cambios que estabaexperimentando en su vida, pero le pareció precipitado hablarle de Silvia y de la que todavíaera una relación incierta, y mencionar sus experiencias con otras mujeres, que por más

eróticos o apasionados que hubieran sido, no pasaban de noches de puro deseo entregada a laseducción y al placer, no le pareció lo más apropiado para hacerle entender el porqué de quele gustaran las mujeres si antes de enrollarse con Cecilia ni se lo había planteado nunca.Además contárselo por teléfono era la más valiente cobardía, lo fácil, porque no tendría quever la cara de sorpresa de su hermana ni sentir su propio rubor. Era consciente de que pormuy bien que su hermana aceptase su nueva vida personal, tendría que darle muchasexplicaciones, las mismas que necesitaba darse a sí misma. Se limitó a quedar con ella para irde compras el jueves por la tarde a un centro comercial a las afueras de Madrid y respiró

 profundamente al colgar. Algún día tendría que enfrentarse a todos los miedos que poco a poco se hacían más pequeños en su interior, pero todavía era pronto para desnudar su corazónante lo más importante que existía para ella: su familia.

Como unidas por un hilo invisible que unificaba sus sentimientos en un único deseo,Virginia y Silvia miraban constantemente el reloj, la primera ansiosa de que el telefonillo lasobresaltase absorta como estaba pensando con los ojos cerrados; la segunda deseandodespedirse de su madre para salir corriendo a perderse en la pasión. Prácticamente acababande conocerse y empezaban a enamorarse, todavía tenían mezclados en sus pieles los olores desus cuerpos y ya se echaban de menos.

Después de comer y hablar animadamente con su madre, inventándose el relato exacto delcumpleaños inexistente de la noche anterior pero que su madre escuchaba como sin rechistar,

Silvia se duchó, recordando al frotar su piel con la esponja las suaves caricias de Virginia.Cerró los ojos mientras el agua caliente se deslizaba por su cuerpo y dejó que la imaginaciónla transportara, imaginando que no estaba sola en la ducha. Así permaneció durante largorato, como le gustaba. Después buscó en su bolso la piedra de la cala marsellesa que Virginiale había dado, la guardó en una pequeña caja de joyería y la dejó sobre la mesilla, para verlacada noche antes de dormir, para cerrar los ojos e intentar averiguar, a través de los sueños,cuál sería el significado de aquella piedra para Virginia, cuándo y en qué lugar se la volveríaa pedir.

“Dicen que las piedras hablan, que nos protegen y nos dan energía, que nos atraen con susformas y sus mezclas, pero cada piedra es diferente y podemos darle el significado que cada

uno queramos, por el lugar de origen, por la mano que nos la regala, por el recuerdo que nostrae... y dicen erróneamente que el corazón frío e insensible es como una piedra. ¡Qué gran

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mentira! Las piedras también están llenas de sentimiento”. 

22. Camina a mi lado

Al amparo del inicio de una relación nueva y diferente para cada una de ellas, tantoVirginia como Silvia ignoraron por completo las calles de Madrid cubiertas de un cielo gris

 plomizo que amenazaba, como lo había hecho durante todo el invierno, con un fin de semanalluvioso y frío. Ignoraron que fuera día de fiesta, copas y música hasta la madrugada, quehubiese vida más allá de las ventanas del ático, más allá de las paredes que protegían suintimidad, sus miradas cómplices, sus deseos camales, sus ganas de volar entre lossentimientos que recién nacidos acariciaban temblorosos sus corazones, queriendo que eltiempo se detuviese en todos los relojes, que los segundos dejasen de correr, para no tenerque separarse con la llegada de una nueva mañana que las devolviera a la realidad, porque eltiempo sólo vuela cuando estás disfrutando del momento, cuando las horas te parecensegundos que se escapan en un par de suspiros y la tarde aceleró su marcha para dejar paso auna nueva noche. Pidieron comida a domicilio para cenar, algo sencillo.

 —  Virginia, me gustaría pedirte que seas mi novia. Quizás te parezca algo precipitado y

es posible que lo sea. También es posible que esta pregunta sobre, pero me estoy enamorandode ti, mejor dicho creo que me enamoré de ti en el mismo momento que te vi con Vane en elandén del metro. No te imaginas cómo se agitó mi corazón, cómo tu mirada me intimidó.

 —   Nunca he creído en los flechazos, pero también sentí algo extraño al verte y el día quecenamos con Vane no fui más allá del tonteo porque no quería que me juzgarais mal, ni quetú pensaras que quería un buen rato contigo. Creo que ya sabes la respuesta a tu pregunta,

 pero por si no la sabes...

Virginia besó a Silvia con ternura, sujetándola por la cintura y le susurró al oído un “síquiero ser tu novia” apoyando luego la cabeza en el hombro de Silvia. 

 —   Le he dicho a mi madre que mañana no iré a casa hasta la noche. A menos que tútengas planes y quieras que me vaya antes.

 —  Ni lo sueñes. No he hecho planes porque esperaba compartir todo el fin de semanacontigo, era mi sueño y he descubierto que los sueños también se cumplen. Cuando te vayasmañana y vuelva a dormir sola tendré que volver a soñar con nuestro próximo encuentro.

 —  No dejaré que sueñes mucho. Y hasta mañana por la noche me tendrás que aguantaraquí, así que no pienses en soñar y dame un beso o abrázame.

 —   Quiero estar siempre a tu lado, que caminemos juntas en la misma dirección, que meconozcas mejor que nadie y conocerte de la misma forma.

Silvia no dejó que Virginia siguiera hablando y la besó, con los labios sedientos de

 pasión, apretando su cuerpo, buscando debajo de la camiseta de Virginia el contacto cálido dela suave piel. Empezó a desnudarla cuando sonó el timbre. Las dos se rieron. Habían olvidado

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que habían pedido la cena. Virginia pagó el pedido y dejó la bolsa sobre la mesa. No teníanmás hambre que la de sus cuerpos, la de sus bocas hambrientas de deseo. Se entregaron a élsin resistencia, fundiendo sus cuerpos ardientes, amándose alejadas del resto del mundo,hasta dormirse abrazadas, agotadas y sudorosas. No necesitaban soñar, cada una de ellas teníaun sueño entre sus brazos, un sueño hecho realidad.

El domingo comieron en el restaurante hindú que pasaría a ser un lugar para el recuerdoen sus vidas, el lugar donde compartieron por primera vez un momento a solas, desde dondedieron los primeros pasos hacia el amor. “Hay lugares, sencillos e insignificantes, que tomanimportancia en nuestras vidas a partir de un instante inolvidable, son lugares que parasiempre acompañan a los latidos de nuestros corazones, independientemente del final quetenga la historia.

Esos sitios acaban teniendo para nosotros más belleza que un paisaje, más sentimiento que unromance de amor, más emotividad que un reencuentro”. 

Por la tarde, ya anocheciendo, tocaba despedirse, regresar a la realidad de cada día,acostarse a una hora prudente, activar el despertador y dormirse a la espera de un nuevo lunesde rutina. Pero sus caminos ya no irían en direcciones dispares, sus manos entrelazadas lasllevaban por un mismo camino.

 —  ¿Cuándo nos vamos a ver? —  preguntó Virginia mirando a los ojos de Silvia — . Ya teestoy echando de menos y todavía no te has ido.

 —   Podremos vemos casi a diario si tú quieres, no te me pongas triste mi niña, quevivimos muy cerca.

 —  Yo salgo todos los días a las cinco, aunque tú esta semana trabajas por la tarde y salesmás tarde. ¿Te recojo el martes cuando salgas y tomamos algo?

 —  Vale, el martes te veo. Es hora de que me vaya. Creo que me va a tocar dar algunasexplicaciones en casa. Te quiero Virginia.

 —   Yo también te quiero Silvia.

Se despidieron con un beso que quería ser eterno, un beso dulce y cómplice del amor.Silvia volvió en metro a su casa, pensativa y sonriente y al mismo tiempo sorprendida de

sí misma. No entraba en sus planes enamorarse tan pronto después de su ruptura con Carla,ella que sólo quería divertirse durante un tiempo indefinido, salir de fiesta, volar en lasnoches madrileñas del fin de semana conociendo gente, viviendo momentos de pasión sinmás importancia que la pasión de una noche. Enamorarse era lo más lejano a sus planes y sin

embargo su corazón había dado un giro inesperado hacia los sentimientos, lo que le hacía pensar que nunca había amado con temor a perder. A Carla la había querido mucho y larelación que tenían no era conflictiva, el sexo era bueno, pero los sentimientos eran distintosa lo que Virginia le hacía sentir sólo con mirarla. A pesar de su miedo se sintió feliz porqueun corazón latía con fuerza dentro del suyo. Por su parte Virginia sintió que había descubiertouna forma diferente de amar, capaz de llenarla más, de transportarla al universo de lossueños, donde la felicidad es eterna, cambiando el concentrado deseo del hombre en símismo, por las tiernas caricias de mujer, compartidas en la misma pasión.

El lunes tocó volver a la realidad, a las calles donde la gente apuraba sus pasostempraneros en busca de las bocas de metro. Multitud de ojos perezosos despertando al ritmo

apurado de los pasos, entre ellos los de Virginia, a quien madrugar la hacía pensar a menudoel por qué el mundo jurídico no podía funcionar por las tardes, sobre todo en invierno, cuando

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salir del calor de las sábanas para salir a la calle era una especie de castigo. Al llegar al bufetesus ojos se abrieron de par en par al ver a Marcos, elegantemente vestido y con su maletín detrabajo en la sala de espera, charlando animado con sus antiguos compañeros. Virginia,sonriendo, fue directa a saludarlo.

 —  Marcos. Qué alegría verte. ¿Qué haces por aquí tan temprano? ¿Qué tal tu mujer? —  Hola huesitos. Parece que me estás interrogando —  respondió Marcos riéndose — . Por

 partes, Julia te manda un enorme abrazo y que a ver si quedamos para cenar pronto. Por otrolado, vengo por trabajo. Uno de tus compañeros representa a la parte contraria en uno de miscasos y tengo que intentar llegar a un acuerdo. Me alegro de que no seas tú con quien tengaque negociar o perdería el tiempo.

 —   ¡Vaya concepto tienes de mí! La semana que viene os llamo y cenamos, que ésta latengo un poco liada. Dale también un abrazo a Julia.

Se despidieron con dos besos y Virginia entró en su despacho, se quitó el abrigo azul

marino, encendió el ordenador y agradeció no tener que salir a ningún acto de conciliación ni juicio en toda la mañana. Abrió su correo, eliminó todos los correos no deseados, y un correointerno, de sus jefes, le llamó la atención. Cuando los jefes enviaban correos internos era poralgo importante, y en esta ocasión se la citaba a ella y a cuatro compañeros más a una reuniónextraordinaria el viernes cinco de marzo a las diez de la mañana en la sala de reuniones,

 proponiéndoles que los que tuvieran algún caso importante para ese día lo delegaran a otroscompañeros, lo que añadido a que no se les informaba del motivo de la reunión la preocupóun poco. La reducción de plantilla era más que improbable, dado que la crisis económica yfinanciera que vivía no sólo España, sino toda Europa, hacía crecer las demandas laborales almismo tiempo que la delincuencia, por lo que el trabajo de la abogacía aumentaba casi en lamisma proporción que el índice de parados en las listas del INEM. Envió un correo a todoslos compañeros a los que se citaba para la reunión, intentando averiguar si alguno de ellossabía cuál sería el motivo de la misma, pero las respuestas coincidían en que nadie sabíanada. Permaneció pensativa hasta que sonó el tono de un mensaje en su teléfono móvil que lahizo sonreír. Era de Silvia diciéndole que la echaba de menos, que dormir entre sus brazos eralo más bonito del mundo. Le respondió suspirando: “Te quiero mi niña. Yo también te echode menos, pero tengo el olor de tu piel conmigo. Tengo muchas ganas de verte”. Se olvidó dela reunión del viernes, de abrir su agenda, del ajetreado movimiento al otro lado de la puertay cerrando los ojos por un instante sintió la cercanía de Silvia en los latidos de su corazón.Todas las ideas forjadas en el crucero de vivir sin prisas por enamorarse habían muerto en elinstante en que la agente de viajes se cruzó en su camino, pero se sentía feliz de no tener que

caminar sola, de poder hacerlo al lado de la mujer que en apenas unos días había anidado ensu corazón y necesitaba compartir su felicidad, contarle a alguien que había conocido alverdadero amor de su vida, el que la llenaba de ilusión y ganas, pero no sabía por quiénempezar. Sus miedos interiores de enfrentarse con naturalidad al cambio de vida sexual laalejaban de confiarle su felicidad a su familia y a quien menos, a sus padres. Hacer un cálculode su reacción era una aventura demasiado arriesgada y ella lo entendía, porque si paramuchos padres no era fácil aceptar la condición homosexual de un hijo desde la niñez, elhecho de aceptar el cambio desde la más absoluta heterosexualidad era más complicado y,

 por mucho que ella conocía bien a sus padres, no tenía ni idea de si lo aceptarían sin pedirleexplicación alguna o si, todo lo contrario, pensarían que se estaba volviendo loca, ella lasiempre responsable y seria. Su hermana era mejor opción como confidente, pero no quería

 precipitarse. Sabía que primero le pondría cara de sorpresa y de estar oyendo algo surrealista, pero que después le mostraría su alegría por verla feliz; le haría un montón de preguntas

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atropelladas sin darle casi tiempo a responder y correría a contárselo a su marido emocionada por la nueva vida de su hermana. No se precipitaría con la familia, ya encontraría el momentode compartir su secreto con alguna amiga. Ahora era el momento de disfrutar de Silvia, conSilvia, de anclar los cimientos de la recién estrenada relación, de transmitirle todo el amorque tenía guardado en sus entrañas para darle, para enamorarla cada día más con la ilusión de

que un día no muy lejano podrían compartir cada día de sus vidas, dormir abrazadas todas lasnoches, viajar juntas a otros países y jurarse amor eterno ante la puesta de sol de una cala, conla ciudad de Marsella a sus espaldas como único testigo. Soñaba despierta con ese momento,

 porque soñar es gratis y en ocasiones los sueños también se cumplen. Marcos la devolvió a larealidad llamando a la puerta. Había terminado su reunión con el compañero de Virginia y seiba a su despacho. Le pidió que no se olvidara de llamarlos para cenar y se fue. Virginia, porfin, abrió su agenda y se dispuso a llamar por teléfono a uno de los clientes.

23. Confesiones entre Madrid y Valencia

El martes, tal y como habían quedado, Virginia fue a la agencia a buscar a Silvia.Resistieron la tentación de besarse hasta que la agente cerró con llave la puerta y bajó las

 persianas interiores. Entonces se abrazaron fuertemente entre besos apasionados, desquitando

las ganas contenidas Silvia buscó por debajo del jersey negro de cuello alto de Virginia elcontacto de las manos con la piel cálida y suave, lo que hizo estremecer a la abogada.

 —   Tengo ganas de ti mi amor. Te deseo  —   musitó a su oído Silvia sin dejar deacariciarla — . No dejo de pensar en ti cada segundo.

 —  Siempre estaré contigo mi amor. No sé qué has hecho para que te quiera tanto, creoque me has embrujado con tu sonrisa especial. Soy feliz de tenerla para mí.

 —  Siempre será tuya. Te adoro mi niña. Eres tú la que me has embrujado a mí. ¿El fin desemana vamos a estar juntas?

 —   El fin de semana voy a Valencia, a ver a mi familia. Me gustaría llevarte, peroentiende que no quiero precipitar las cosas. Nadie de mi familia sabe que he estado conmujeres, sólo han conocido a Rubén como pareja mía y me costará mucho enfrentarlos a larealidad. Ni siquiera sé cómo enfrentarme yo a la realidad ante ellos, pero te prometo que tellevaré pronto, cuando vuelva a ir vendrás conmigo.

 —  Uf, todo el fin de semana sin verte. Entonces tendré que aprovechar bien la semana.Llévame a tu casa esta noche. Quiero dormir contigo.

 —  Claro que te llevo, pero con una condición —  sonrió Virginia con picardía. —  ¿Una condición? ¿Cuál? —   Que me des un beso ahora mismo.

Antes de abandonar la agencia de viajes se fundieron en un largo beso, cálido yapasionado, que las llenó de deseo.

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Durante el trayecto en metro hasta el ático de Virginia, Silvia le hizo un montón de preguntas sobre por qué no se sinceraba con la familia en cuanto a su sexualidad, algo queella había hecho desde el mismo instante en que se descubrió a sí misma mirando con deseo aotra chica. La diferencia entre las dos era que ella nunca había estado con un hombre, ni sehabía sentido atraída por alguien del género masculino, mientras que Virginia, con treinta y

dos años hasta su primer encuentro sexual con Cecilia, hacía menos de un año, había sido lamás heterosexual de las mujeres, aunque sólo había presentado como novio a su familia aRubén, no sabía cómo encajarían la nueva situación. No era lo mismo salir del armario en laadolescencia que hacerlo en la ya madurez de la treintena, después de una convivencia decinco años con un hombre. Silvia, aunque lo entendía, lo consideraba un poco surrealista. Ellase sentía feliz de poder contarle a los suyos cada enamoramiento tanto profundo, aunqueéstos habían sido pocos, como superficial, cada ilusión cuando conocía a una mujer que laembobaba durante un tiempo muy corto y que luego pasaba al olvido. Sin embargo reconocióque tampoco ella había hablado de Virginia a su familia, porque todo era diferente. Virginiano era un capricho de unos días, ni una relación que si se rompía pudiera olvidarse en unasvacaciones, como la relación con Carla. Lo sentía de forma diferente y así quería

transmitírselo a sus padres y a su hermano cuando llegara el momento. El domingo al volvera casa su madre había intentado, sin éxito, tirarle de la lengua, y así sería hasta que ella lodecidiera, hasta que les presentara a Virginia como la mujer que ocuparía su corazón parasiempre.

La noche se hizo corta entre las sábanas. Por primera vez Virginia se levantó para ir atrabajar dejando a Silvia dormida en su cama. La miró con ternura y no quiso despertarla. Laarropó y dejó en la mesilla una nota de buenos días. Aunque había dormido poco el camino altrabajo se le hizo más ameno: en su piel llevaba con ella el olor de la piel de la mujer a la queamaba, la que se apoderaba a cada instante de sus pensamientos.

Cuando Silvia despertó sola en la habitación de Virginia sonrió feliz. Antes de levantarse buscó su teléfono móvil en la mesilla para llamar a su madre y descubrió la nota de Virginia,que entre dibujos de corazones se disculpaba por no haberle llevado el desayuno a la cama:“No quería despertarte preciosa. Te echaré de menos todo el día. Llámame cuando televantes. Me hará feliz oír tu voz”. Primero llamó a su madre y después a Virginia. Deseó quela voz que le hablaba al otro lado del teléfono estuviera allí, musitada a su oído sobre laalmohada.

El jueves volvieron a verse. Cenaron y compartieron la intimidad de sus deseos paradespertar la una en brazos de la otra el viernes por la mañana. Desayunaron juntas y se

despidieron hasta el lunes. Virginia le prometió a Silvia llamarla en cuanto llegara a Valenciay le pidió que saliera el fin de semana con sus amigas, que no se quedara en casa o se le pasaría más despacio el tiempo. Le pidió también que si quedaba con Vanessa le dierasaludos, aunque creyó oportuno llamarla y contarle ella misma que había empezado una

 bonita relación con Silvia. La llamaría al mediodía si la reunión que tanto la intrigaba se lo permitía. Volvió a besar a la que ya era su novia y mirándola desde la puerta le sonrió con unguiño cómplice antes de irse.

A las diez de la mañana Virginia y los compañeros citados a la reunión formulaban sus propias conjeturas sobre el motivo de la misma cuando Diego Otero, el “gran jefe” del bufetese sentara presidiendo la mesa.

 —   Buenos días chicos. Estoy seguro de que estáis ansiosos por saber el motivo por el que

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he convocado esta reunión a la que ninguno de vosotros podíais faltar y no os haré esperarmás para saberlo. Todos habéis estado unos días en fechas diferentes en la ampliación quehemos hecho en Barcelona. Os hemos enviado allí porque sois los más comprometidos con eltrabajo y los mejores en cuanto a resultados, por lo que uno de los cinco será el elegido paratrasladarse de forma temporal o tal vez definitiva a Barcelona, con el fin de dirigir y

coordinar a vuestros compañeros de allí, así como apoyarlos y asesorarlos en su labor. Porsupuesto esto conlleva un incremento salarial acorde al puesto, así como la posibilidad demayores beneficios sociales que se comunicarán en el momento del traslado, que no seráantes del mes de septiembre. Entiendo que tenéis que analizar los pros y los contras de lasituación, por lo que os ruego que en el plazo de una semana solicitéis reuniones individualesconmigo para hacerme saber las posibilidades de traslado de cada uno a fin de tomar ladecisión más correcta.

Los cinco abogados permanecieron perplejos durante unos minutos, hasta que empezarona hacer preguntas y comentarios manteniendo la reunión hasta pasadas las once y media. AVirginia se le amontonaron los pensamientos. Un mes antes no le hubiese importado

ofrecerse voluntaria para iniciar una nueva aventura, pero ahora tenía a Silvia y ya no podía pensar sólo en sí misma. Siempre le había gustado sentirse valorada en el trabajo al igual queen la vida, pero ahora prefería haber estado en un segundo plano, lejos de las posibilidades deascenso. Renunció a tomar café refugiándose en su despacho hasta la hora de comer. No teníaapetito por lo que paseó por el parque de Berlín pensando en cómo la vida puede dar tantosgiros en todos los aspectos de la vida en tan poco tiempo. Envió un corto mensaje a Silviaevitando mencionar la reunión y llamó a Vanessa para explicarle todo lo que había pasadocon Silvia. Aunque no tenía que trabajar por la tarde, a las dos regresó a su despacho paraterminar un informe. Una hora más tarde emprendió el camino hacia Valencia con sussentimientos contrariados por la felicidad que le daba Silvia y el dilema de la posibilidad detrasladar su vida a cientos de kilómetros de ella.

Silvia ocupó la mañana en ir de compras y dar un paseo por la plaza Mayor, uno de suslugares favoritos de Madrid, con los soportales llenos de stands de lo más diverso y lasemblemáticas figuras de los mimos en cada esquina de las calles. La fascinaba cómo una

 persona podía permanecer así de quieta tantas horas moviéndose a penas cuando las monedasde los viandantes sonaban en el recipiente colocado a sus pies. Un colgante llamó su atenciónen el escaparate de una joyería. Era una runa celta de porcelana hecha a mano con el cordónde cuero y los cierres de plata. Lo compró y pidió que se lo envolvieran para regalo, el primerregalo que le haría a Virginia. Estaba segura de que le gustaría más que cualquier joya de oroo que un anillo o pulsera, cosas que no le gustaban demasiado. Esa noche se quedaría en casa,

cenaría con su madre y se pelearía con ella por el mando de la televisión de la misma formaque, en la pantalla, lo hacían también en los programas rosa de cotilleos sobre famosos, y lehablaría por primera vez de Virginia y le contaría que se estaba enamorando de una formadiferente a como antes se había enamorado, con ilusiones nuevas y sensaciones que lallenaban. El frío envolvió su rostro y apuró el paso hacia el metro.

Anochecía cuando Virginia aparcó delante del edificio donde vivían sus tíos matemos ysus dos primas, Yasmina y Joana, esta última, un año mayor que ella y con la que tenía grancomplicidad, por lo que su llegada le provocaba siempre una alegría. Joana, la chica de lasmil frases compartidas, las de cosecha propia y las que leía y adoptaba como suyas, para

 publicarlas después en el perfil de su página en una de tantas redes sociales que, si bien han

conseguido retomar a los internautas viejas relaciones de amistad del pasado y mantener atodos los amigos informados de la vida diaria, gustos y aficiones, también ha roto la belleza

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de las cartas que no hace tantos años eran la forma más común de comunicación con la genteque estaba lejos. Ahora basta con un correo electrónico que se puede leer al instante de queotro lo escriba. Adiós a la magia de la sorpresa, de mirar el buzón un día tras otro hastaencontrar en él un sobre, abrirlo con nervios y leer una y otra vez folios llenos de vivenciasde varios meses. En Navidad un montón de postales llegaban cada día; todo el mundo

escribía postales, pero ahora esas postales viajan a través de Internet, y con un simple “clic”en “eliminar” desaparecen con la misma facilidad que aparecen. Ya no hay c ajas de cartónllenas de cartas y postales y fotografías, sino carpetas de archivos en los ordenadores. Joana,como la mayoría de su generación, adaptada a las nuevas tecnologías recordando pocoaquellas viejas cartas y postales que se enviaba con Virginia de niña, esperaba la llegada desu prima más que para contarle todo aquello que podía leer en Internet, para matizarle cadauna de sus nuevas aventuras, inconsciente de que esta vez le tocaría a ella escuchar conasombro. Virginia era mucho más reservada, sus sentimientos y sus estados de ánimodifícilmente asomaban para poder ser captados por los demás. Había que conocerla para sabercuándo su moral estaba por los suelos y aun así no era fácil conseguir que desahogara sus

 problemas o sus preocupaciones. Joana sí la conocía lo suficiente para saber sólo con mirarla

que tenía en la cabeza cosas importantes que la preocupaban, pero se mostraba feliz ycontenta y eso la desconcertaba. Después de saludar al resto de la familia, Virginia le pidió asu prima que salieran a cenar. Joana aceptó, y nada más salir a la calle las dos solas seinteresó por saber lo que le pasaba. Virginia sintió cómo su cara se ruborizaba. Ahora nosabía cómo empezar y sólo acertó a decir que se había enamorado.

 —   ¡Qué alegría me das! ¿Quién es el afortunado?, ¿otro cachas de gimnasio comoRubén?

 —  No, no es ningún cachas ni nada parecido a Rubén. —  ¿Quién es? No me intrigues, que ya me tienes bastante nerviosa con tanto misterio. —  ¿Que quién es? Ése es el problema, Joana. — 

 

¿Problema? Joder, no me asustes. ¿No será algún delincuente al que hayas tenido querepresentar?

El comentario hizo reír a Virginia cuando entraban por la puerta del restaurante. Joana nodejó de mirarla mientras se sentaban en la mesa que el camarero les asignó, intentandoadivinar cuál era el motivo por el que la nueva relación de su prima fuese motivo de

 preocupación, por lo que no pudo dejar de hacerle preguntas.

 —  ¿Está casado?, ¿te has enamorado de un hombre casado y por eso estás preocupada?,¿es otro militar un poco loco?, ¿no será un famoso?

 —  No seas tonta. ¿Cómo va a ser un famoso? A ver cómo te explico esto. Mejor te losuelto y ya está. Se llama Silvia. —  ¿Silvia? Es nombre de mujer. —  Joder Joana, es una mujer. Me he enamorado de una mujer. Tengo una relación con

una mujer. —  ¿Y? ¿Cuál es el problema? —  ¿No te sorprende? ¿Qué cuál es el problema? —   Para, para, para Virginia. Claro que me sorprende un poco, o bastante, pero lo

importante es la felicidad que tú sientas, y si estás enamorada da igual de quién, siempre ycuando te trate bien, te quiera y te dé el amor que tú te mereces. No creo que sea ningún

 problema, más allá de lo que tú quieras considerarlo así.

 —  ¿Y mis padres? Piensa en cómo se lo van a tomar. —  Dales tiempo, a ellos y a ti misma. No te agobies. Preséntales a Silvia como a una

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amiga más, que la vayan conociendo, y cuando consideres que estás preparada te sientas conellos y se lo cuentas. ¿Y tu hermana? Seguro que ella te da todo su apoyo.

 —  Tampoco sabe nada, quería decírselo pero no he sido capaz. —  Pues adelante primita, díselo y ya verás como todo sale bien. De todas formas creo que

hay algo más que te preocupa. ¿Me equivoco?

 —  No Joana, no te equivocas.Virginia le contó a Joana la reunión que habían tenido en el trabajo y la posibilidad deque la quisieran trasladar a ella a Barcelona, lo que no quería. Joana no supo más quetranquilizarla y cuando notó que una lágrima asomaba en las pupilas marrones de Virginia se

 preguntó si podía una lágrima gritar lo que el cuerpo y la mente trataban de callar. Laslágrimas, palabras sin sonido, palabras convertidas en sentimientos que hablan a través de losojos.

 —  Todo saldrá bien Vir, ya lo verás.

Durante todo el fin de semana Joana no se separó de Virginia, la interrogó literalmentesobre Silvia, le preguntó si antes había estado con otras mujeres, cuándo se había dado cuenta

de que la atraían y cuál era la diferencia entre acostarse con una mujer y con un hombre.Virginia contestaba, en ocasiones riendo las preguntas ingeniosas, ajena a que a muchoskilómetros de Valencia, Silvia abría el corazón a su madre y a su hermano.

24. Aire fresco de primavera

Cada estación del año tiene vida y belleza propia, si el verano es la abundancia de sol ycalor, de vacaciones, playa, piscina, fiestas y verbenas en todos los pueblos y ciudades ... Sien invierno las luces navideñas homenajean la vida en familia, al abrigo del hogar, y en el

otoño los árboles se desnudan llenando el suelo de hojas secas y tiñendo el paisaje de marrón,con la llegada de la primavera los puestos callejeros de castañas asadas van dejando paso alos de frutas, y el paisaje viste con los nuevos rayos de sol a los árboles de verde húmedo ylos campos y jardines de flores perfumando los sentidos. Los días en primavera se hacen máslargos, y empezamos a prescindir de los pesados abrigos, contagiándonos de alegría nossentimos más vivos y más abiertos a los sentimientos, a disfrutar de la naturaleza, de nuestroentorno y de las calles que dejan de estar vacías. Los días nos regalan más horas de luz y lasnostalgias se apresuran a esconderse en un rincón interior hasta que en el otoño, con la caídalenta de las hojas vuelvan a asomar para instalarse en nuestros corazones hasta pasar unnuevo invierno.

Faltaban quince días para que se iniciara la primavera de forma oficial y ya las nubesgrises iban dejando paso a las primeras mañanas despejadas, y aquel domingo la costa

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valenciana amaneció bañada tímidamente por el sol. Virginia decidió regresar a Madrid nadamás levantarse para poder ver a Silvia aquella noche y, de paso, evitar las caravanas que losdomingos hacían eterna la entrada a la capital por la A-3. Se despidió de sus tíos y de Joana, aquien tuvo que prometer mantenerla informada en todo momento de lo que fuera sucediendocon su relación y si por fin se decidía a contárselo a sus padres, así como lo que sucediera con

el posible traslado laboral. Reconfortada y aliviada por haber compartido el secreto de sucorazón y animada por la reacción positiva de su prima, arrancó el coche y encendió la radio.A su paso durante las siguientes cinco horas quedarían montañas coronadas por lasimponentes hélices de los parques eólicos que al mismísimo Alonso Quijano, Don Quijote,dejarían perplejo y harían rendir su lanza desanimando sus ansias de pleitesía con los gigantesde viento. Atrás quedarían también campos antaño cultivados para la subsistencia y ahora

 plantados de paneles solares. El patente aprovechamiento de las energías naturales yrenovables conlleva, negativamente, el afeamiento del paisaje, algo que Virginia pensabacada vez que viajaba y esta vez no era diferente, aunque su mayor pensamiento era Silvia.Hizo una parada en un área de servicio para llenar el depósito, estirar un poco las piernas ytomar un café, como siempre con la leche fría. No se entretuvo demasiado y volvió a la

carretera y a sus pensamientos. Por su mente iban pasando imágenes de muchos rinconesdonde la mano humana había destruido la belleza de lo natural y la costa del levante era unode los ejemplos más claros con poblaciones como Benidorm donde decenas de hoteles conforma de pequeños rascacielos restan belleza a sus playas, o Calpe, donde al empezar a caerla tarde la playa se llena de las sombras de los edificios levantados a pocos metros de laarena, separados de la misma por un estrecho paseo marítimo. La costa bañada por el mismomar Mediterráneo que le había regalado una noche especial de magia y erotismo a bordo deun crucero. Ella quería regalarle muchas noches especiales a Silvia, muchas noches deapasionados encuentros, de romanticismo y ardiente deseo sin necesidad de cruceros ni devacaciones, quería que cada noche a su lado fuera especial y por ello decidió que, si el fin desemana continuaba el buen tiempo, la llevaría a la sierra, donde la mano del hombre mantiene

 por el momento cierto respeto por el paisaje. Las cumbres nevadas hasta sobrepasar el mes deabril convierten la sierra del Guadarrama en una bella imagen de postal. Buscaría por Internetel alojamiento, una casa rural, y le haría creer a Silvia que pasarían el fin de semana en casa.

 No planearía nada más. Sabía que todo lo bonito y maravilloso que podría pasar surgiríacomo emana agua de una fuente, sin planear el transcurso del río, que por sí mismo se abrecamino entre la tierra. La pasión es igual a ese río, que se funde en un abrazo con el afluente

 para seguir el mismo curso, siendo un solo cuerpo. De la misma manera, en ocasiones, el ríoy la pasión se desbordan, inundando los campos uno y el cuerpo y la mente otra.

Ansiosa, Silvia esperaba la llamada de Virginia para ir a su encuentro. Sentía la

necesidad, como el que está enganchado a una droga, de tenerla entre sus brazos, de sentir elcalor de su piel, de oír la tranquila voz en su oído apenas susurrando un te quiero, mirarla alos ojos y seguir apartando la cortina impenetrable de su mirada para perderse en ella y saberque su mirada y sus labios decían lo mismo cuando hablaban. Para ella descubrir que tras esamirada fría y, aparentemente infranqueable, existía un mundo de ternura y que su corazón,oculto tras una imagen de mujer con carácter, estaba lleno de buenos sentimientos y de unasensibilidad tremenda, había sido precioso. Aunque el primer día que la vio en el andén delmetro sintió algo especial, no llegó a pensar que tras una imagen tan segura y seria seescondía un ser tan frágil y dulce. Miraba nerviosa el reloj, lo que no pasaba inadvertido parasu madre, quien con una sonrisa la miraba feliz, pero al mismo tiempo deseando que nosufriera, que esa chica de la que le había hablado durante el fin de semana no dejase su

corazón roto tirado en cualquier rincón de una mañana cualquiera, de la misma manera que eldesamor la había llevado a ella al divorcio.

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  —  Silvia, cariño, estás demasiado ilusionada con esa chica, Virginia, y casi no la conoces.

 —   Pero mamá, es que es especial, como si la conociera desde siempre, como si hubieseestado en mi vida desde que tengo uso de razón.

 —  Es que no quiero que sufras, eso es todo. Nunca te he visto así, y me alegro de que

estés tan feliz, pero ve siempre con mucha calma, porque las cosas del corazón son preciosasy por eso hacen tanto daño cuando se rompen. —  ¡Pero mamá!, no me digas esas cosas. —  Tienes razón hija, no todas las parejas se rompen y hay muchas que con el paso de los

años siguen tan enamoradas como al principio. Estaré encantada de conocer a Virginiacuando me la quieras presentar. Es más, estoy deseando conocer a esa mujer que te harevolucionado las neuronas de tal manera. Creía que eras tú la que siempre ibas por ahírevolucionando a las mujeres.

 —  ¡Mamá, qué concepto tienes de mí!  —  respondió Silvia alterada por el comentario desu madre que se echó a reír.

 —  No te lo tomes así, pero no me negarás que tienes a muchas chicas adorándote como si

fueras una diosa. Por eso me preocupa que puedas sufrir, porque nunca te he visto tanenamorada.

 —  Pronto conocerás a Virginia, mamá. Te lo prometo. Y cuando la conozcas te daráscuenta de por qué estoy así de enamorada. No es otra Carla, es todo lo contrario, una personacon los pies en la tierra y con un corazón muy grande.

 —   Ven aquí, anda, y dame un abrazo, que estoy viendo que un día de estos te voy a perder de vista y esa chica se va a llevar a uno de mis dos ojitos, como es ley de vida.

 —  ¡No vayas tan rápido! No te vas a librar de mi tan fácilmente. En ningún sitio se estámejor que aquí.

 —   Ya lo verás. Todo pasa muy rápido, casi sin darte cuenta.

El teléfono, oportuno, puso fin a la discusión. Virginia estaba ya en Madrid, recogería aSilvia en su casa y comerían juntas. Las dos necesitaban el mutuo abrazo del reencuentro, launa con las palabras de su madre nadando en su mente, la otra con la preocupación de laincertidumbre de su trabajo que todavía no quería compartir con Silvia por si, llegado elmomento, la decisión de su jefe no la implicaba.

En los primeros alientos de una relación, cuando los sentimientos acaban de nacer ycrecen con las horas del día, en cada pensamiento, en cada sonrisa compartida y en cadaausencia, los días sin verse pasan para los enamorados lentos y las noches se hacen eternas,

 por eso el instante de volver a fundirse en una mirada, en un abrazo, se convierte en un

momento único de magia en el que se aferran dos cuerpos no queriendo separarse. CuandoSilvia abrió el portal y tuvo delante a Virginia no pudo reprimir las ganas de abrazarla.

 —  Mi niña, te he echado de menos. Parecía que no ibas a volver nunca. —  Ya estoy aquí y te prometo que el próximo fin de semana no me voy a separar de ti ni

un minuto. —  Más te vale. No te puedes ir y dejarme sola —  sonrió Silvia ante la oscura profundidad

de los ojos de Virginia, dejándose atrapar por el infinito misterio de aquella mirada queguardaba tras la cortina del hermetismo todo un mundo de bellos sentimientos. La mirada deSilvia, sin embargo, lo decía todo sin necesidad de ayudarse con la palabra. Sus ojosexpresaban cada sensación, cada emoción, cada deseo, bastaba mirarla para conocerla.

 —  ¿Has visto a Vanessa? Espero que hayas salido con tus amigos a tomar algo. —  La verdad es que no. No he salido. Me quedé en casa, disfrutando de mi madre y de mi

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hermano el poco tiempo que ha dado señales de vida, así que he tenido tiempo para hablarlesde ti, y están deseando conocerte.

 —  ¿Conocerme? Pero si casi no nos conocemos ni nosotras mismas. No quiero que nos precipitemos.

 —  ¿No estás segura de lo que sientes? ¿O de mí?

 —  

Claro que estoy segura de que me estoy enamorando cada día más, y estoy segura deque tú sientes lo mismo, pero entiende que me parece muy pronto para que tu familia meconozca.

Al llegar al ático de Virginia el deseo y la pasión les hizo olvidar la conversación y lanoche, como anticipo de la primavera, las encontró con la sangre ardiendo alterada en un

 bosque espeso de sueños hechos realidad.

25. Rincones de Ávila

La Gran Vía que ese mismo año celebraba su centenario, admirando la convivencia delos vetustos edificios de adornados balcones con la modernidad de rótulos de neón, donde lassastrerías que abrieron sus puertas a señoras y caballeros a mediados del siglo pasado intentansobrevivir entre imperios como Inditex, Adolfo Domínguez o Desigual, entre otros. O el cineCapitol, emblemático en sus mejores años, que reta cada noche a los multicines que en losgrandes centros comerciales pueden ofertar más películas y a mejor precio. La Gran Vía de

Madrid, donde también los restaurantes en los que generaciones pasadas compartían mesa ycocina española, ahora se mezclan con locales de comida rápida y menús importados dediversos países. Y en plena calle, ajenas unas a otras, caminan a ambos lados, en paralelo ocruzándose, diversas lenguas y culturas, diversas razas y religiones, tribus urbanas, mendigosy artistas callejeros, vendedores de bocadillos y latas de cervezas, “obreros” del top mantaque salen corriendo al mínimo acercamiento de la policía... Silvia caminó entre toda esa gentesin mirar a nadie. Iba despacio, pensando en que nunca se paraba a admirar la belleza de losedificios, de las esculturas que imponentes presidían en lo más alto a alguno de ellos, lasestructuras que se mantienen intactas como si por ellas no pasara el tiempo, desde Cibeleshasta plaza de España. Se sintió por un instante como turista en la misma ciudad que la habíavisto nacer y en la que vivía desde siempre. Esa tarde de jueves caminaba sin prisa, deseandotan sólo la llegada del viernes para poder disfrutar de todo el fin de semana con su amor, conVirginia, la mujer capaz de darle un nuevo y diferente sentido a toda su vida con una simplemirada, de la misma manera que parase a mirar cada rincón de la Gran Vía le daba otrosentido alejado del ruido y las prisas cotidianas a la ciudad.

El viernes, doce de marzo, amaneció en la capital un día de nubes, que poco a poco sefueron disipando para dejar paso a los tibios rayos de sol. Luz y sombras que envolvíanCibeles, la Puerta de Alcalá, El Retiro, lleno ya de visitantes hambrientos de paseos largos ytranquilos, el Palacio Real, la Catedral de la Almudena ... Virginia, lejos de salir de casasomnolienta y desganada, se vistió con su mejor sonrisa para enfrentarse a la mañana,dispuesta pocas horas después a huir de la ruidosa ciudad, del bullicio masificado de lasgentes con la única voz que deseaba oír, con la única sonrisa que añoraban sus ojos, para

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regalarle la magia de un primer fin de semana a solas con su amor, no muy lejos de Madrid.Y ese mediodía, con la ilusión de cuando era niña y su madre le compraba un regalo, recogióa Silvia delante de la agencia de viajes, subió por la misma Gran Vía que Silvia había

 paseado dos días antes, bajó desde la plaza de España hasta Príncipe Pío y entró en el túnelque las llevaría hasta Alcorcón por la A-5. Silvia mostró sorpresa y preguntó:

 —  ¿A dónde se supone que vamos? —  Lo sabrás cuando lleguemos. ¿No te apetece un poquito de tranquilidad y naturaleza? —   Sí, sabes que me encanta, pero con tenerte a ti al lado tengo la tranquilidad que

necesito. —  Esto te gustará, verás.Algunos kilómetros después de abandonar la autovía de Extremadura continuaron por la

estrecha carretera de los pantanos, llena de curvas, en cuyos márgenes las primeras floresansiaban poner fin al invierno del 2010. Una hora después cruzaban San Martín deValdeiglesias, con su antiguo y mal cuidado castillo famoso por sus supuestas apariciones y

 psicofonías, para dejar atrás la comunidad de Madrid y entrar en la provincia de Ávila. En El

Tiemblo pararon a comprar comida preparada, refrescos, agua y pan. —  Me da que hoy no volvemos a Madrid —  dijo sonriendo Silvia. —   No es mi intención, pero si quieres te dejo en alguna parada de autobús y...  —  

respondió bromeando Virginia. —  No te vas a librar de mí tan fácilmente. ¿Ya sabes dónde te llevo? —   Me hago una idea, aunque nunca antes he estado por aquí.

Al llegar a la presa del Burguillo giraron a la izquierda. Cinco minutos después aparcabanen Las Cruceras. Allí, al pie del embalse, las casas habitadas en otro tiempo por los resinerosde los montes abulenses, hoy rehabilitadas como casas de turismo rural, estaba su refugiodurante el fin de semana, compartiendo el entorno de la sierra de Gredos con buitresleonados, gatos monteses, y si la suerte lo quería podrían disfrutar de la esporádica visita dealgún lince ibérico, águila ibérica y un sinfín más hasta pasar de las trescientas especies entrevertebrados e invertebrados, que convierten valle de Iruelas en una reserva natural protegiday bien cuidada, entre los municipios de El Barraco, El Tiemblo, Navaluenga y San Juan de la

 Nava, en la vertiente derecha del Alberche. La belleza del paisaje, la tranquilidad y la riquezaen flora y fauna, lo convierten en lugar de escapada en verano y los fines de semana de todoel año, sobre todo para muchos madrileños que buscan huir de las bocinas de conductoresapurados, de las inagotables sirenas de policía y ambulancias, del incesante griterío de lascalles de la masificada ciudad. Pero Virginia buscaba no sólo esa tranquilidad, sino estar asolas con Silvia, sin que nadie pudiera interrumpir tocando el timbre, sin que ningún ruido

callejero entretuviese su atención; compartir una primera escapada, regalarle todo su tiempo,contarle cosas de su pasado, de su vida, de su gente y escuchar otras tantas historias de bocade Silvia y dormirse abrazada a sus sueños, al perfume de su cuerpo.

 —  Ahora ya sé dónde me traes. Esto es precioso. El pantano está a rebosar de agua. —  Vamos a buscar las llaves a ver cuál es nuestro hogar estos dos días. Desde la ventana

 podrás ver cada mañana cómo el cielo se refleja en el agua. —  Tú ya has estado aquí, ¿verdad? —  Sí, pero con mis amigos, hace años. —   Me da igual con quién hayas estado aquí, lo que me importa es que ahora estás

conmigo.

En recepción les entregaron folletos de rutas de senderismo, rutas a caballo, e incluso en

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 barca, o la posibilidad de alquilar una canoa y cruzar el embalse, cosas que no encajaban ensus planes aunque escucharon pacientemente al muchacho parlanchín que probablemente nollegaba a los veinte años. Su casa era de las más cercanas al bar- restaurante y, aunquetambién de las más pequeñas, estaba habilitada para cuatro personas, con dos dormitorios,uno de ellos en la buhardilla y otro en la planta baja, el salón nada más entrar estaba presidido

 por una chimenea donde el fuego les daba la inesperada bienvenida. Por un instante Silviamantuvo la mirada quieta en las llamas y a su mente regresó aquella otra chimenea en Galiciaa cuyos pies desató la pasión de Carmen. Se mordió nerviosa el labio inferior. Quería contarlea Virginia, sin secretos, aquella reciente aventura y demostrarle que ella era diferente a todaslas mujeres que de una u otra manera habían estado en su vida o entre sus brazos. Y se locontó mientras comían el pollo asado que habían comprado por el camino, sin tapujos, sinocultarle que había sido una bonita tarde pero sólo de pasión. No se sentía capaz de levantarla mirada un poco avergonzada del plato hasta que Virginia se levantó, rodeó la mesa, seagachó ante ella, y le acarició con ternura la cara y los labios besándola suavemente.Mordisqueó su oreja jugueteando y le musitó al oído:  —   ¿Y quién no guarda entre susrecuerdos una noche de pasión loca y desenfrenada? Aunque tendrás que compensarme por

ello. —  ¿Tú también has vivido alguna noche loca de pasión así? —  No tan fantasiosa, pero claro que sí. No escondas los recuerdos, ni te arrepientas de

aquello bonito, divertido o apasionado que hayas hecho. Todos tenemos un pasado, un antes.Lo que importa, como tú has dicho antes, es que ahora estamos juntas, que te quiero conlocura, que ya no hay vuelta atrás en este amor que crece en mí cada día. No me importa aquién hayas besado, querido, deseado o amado antes. Al revés, eso quiere decir que hassabido vivir la vida. Lo que me importa es que ahora no soportaría verte con alguien que nosea yo y que para eso voy a hacer que te enamores de mí cada día.

 —  ¿Te has oído a ti misma? ¿Cómo no te voy a querer si eres la mujer más maravillosa ala que he conocido en mi vida? Ven, quiero darte algo.

Silvia llevó a Virginia de la mano hasta la habitación, le pidió que cerrara los ojos, sacódel bolso el colgante que le había comprado días antes y se lo puso con delicadeza en elcuello.

 —  Ya puedes abrir los ojos. —   Me encanta  —   dijo Virginia al verse en el espejo — . Gracias, de verdad, es muy

 bonito. —  Así cuando no estés conmigo y lo mires, me recordarás. —  Te amo Silvia.

 —  

Y yo a ti mi amor. No habían terminado de comer, pero ya sólo tenían hambre la una de la otra. Se

desnudaron apresuradamente, nerviosas por el deseo, sin importar que la tarde, fresca perosoleada, las invitara a salir a pasear al otro lado de la pared, al otro lado de la ventana.Cayeron sobre la cama sin dejar de besarse. Las manos inquietas de las dos, buscandoseducirse con caricias, encontrar la cumbre final del deseo acumulado durante toda lasemana.

 —  Cuando estoy contigo se me olvida que hay un mundo entero ahí fuera  —  dijo Silviaabrazando fuerte a Virginia, acariciando con el roce suave de la yema de los dedos sus finos

labios — . Prométeme que nunca te irás de mi lado, que no me dejarás. —   Claro que no te voy a dejar mi amor.

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 Aquella promesa devolvió a Virginia a la realidad. Se había reunido el martes con Diego,

su jefe, para comunicarle que no quería ir a Barcelona, con la disculpa de que preferíaquedarse cerca de su familia, lo que era un vago argumento contra el de alguno de sus cuatrocompañeros que por estar casados o tener hijos tenían más fácil escapar del traslado. Pensó en

que debía sincerarse con Silvia, contárselo, y también, por qué no, la noche con Lola, pero le pudo más el silencio, el no querer estropear aquel primer fin de semana con preocupaciones.Prefería callar antes que hacer el más mínimo daño, al igual que cuando su respuesta era no,su negativa era inamovible, inapelable, intentar convencerla de que cambiara de opinión eraun reto perdido de antemano. Esperaba que ello pusiera sobre aviso a su jefe, que sabía de suseriedad e inflexibilidad en cuanto a decisiones, pero el miedo la envolvió, junto a lassábanas, cobijada en los brazos de su amor.

 —  ¿Damos un paseo? —  Vale. Silvia, ¿cuándo le contaste a tu familia que tú... que te gustaban...? —  ¿Que soy lesbiana? —  rió Silvia — . Creo que cuando se lo conté ya lo sabían. Es más,

 posiblemente lo sabían antes que yo. Las madres tienen un sexto sentido o una intuición

especial para eso. Estoy orgullosa de mi familia de cómo lo han aceptado siempre. ¿Y túcuando se lo vas a contar?

 —  No lo sé. Es muy complicado. He compartido cinco años de mi vida con un hombre. No sé cómo se lo van a tomar. Creo que por el momento esperaré. Ya llegará el momento.

 —  Por suerte a día de hoy ya no es tan complicado. ¿Te imaginas salir del armario concambio de acera incluido en la época en la que nosotras nacimos?

 —  Vamos a pasear y cambiemos de tema. Prefiero no imaginarmeeso.

El sol se escondía despacio detrás de la montaña creando un hermoso atardeceranaranjado. A lo lejos asomaban por el horizonte pequeñas nubes. El canto primaveral delroquero rojo, el escribano montesino o la lavandera, dejarían paso en la noche al búho real, lalechuza o el autillo, cómplices inocentes de cientos de leyendas y agüeros del más allá quetodavía perduran en las historias de los ancianos de muchas zonas de la España rural. Encambio, para Silvia y Virginia, aquel mundo de naturaleza no era más que un remanso de pazy felicidad compartida. De la mano, abrigadas de los últimos retazos de frío del invierno yaagotado, entre risas y miradas, entre besos furtivos y besos provocados, pasearon sin prisa aorillas del pantano, entre los árboles de hojas de color verde intenso, por pequeñas praderasdonde las primeras flores tentaban a la primavera coloreando el ya de por sí bonito paisaje.

Despertarse por la mañana, subir la persiana y escuchar el silencio, es uno de los mayores

 placeres para aquéllos que día a día se despiertan con el ruido sonoro de la ciudad, y siademás al otro lado del cristal las vistas son a las tranquilas aguas del pantano al pie de lamontaña, el placer aumenta. El aire puro de la mañana, aunque fresco, desperezó los ojosadormilados de Virginia, la primera en levantarse. Miró a Silvia con ternura sin quererdespertarla y fue a la pequeña cocina cerrando la puerta de la habitación sin hacer ruido. Elaroma a café recién hecho no tardó en invadir casi toda la casa. Preparó tostadas conmermelada, sacó de la nevera una botella de zumo y lo colocó todo en la única bandeja delescueto menaje, con el mayor entusiasmo que nunca había sentido al preparar un desayuno

 para dos. Dejó la bandeja sobre la mesilla y se sentó en el borde de la cama sin cansarse demirar a Silvia. Acarició su pelo, su cara y besó tímidamente su cuello hasta despertarla.

 —  Mmm. Qué bien huele. —  Abre los ojitos dormilona —  musitó Virginia

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El agradable olor del desayuno hizo que Silvia se incorporara para recostarse en laalmohada.

 —   ¿Has visto qué mañana tan estupenda? Si te apetece podemos preparamos unos bocatas y pasamos parte del día por el río. He visto en Internet que hay zonas preciosas con pequeñas cascadas y con lo crecido que está el pantano el río tiene que estar muy bonito.

¿Qué dices? —  Claro que sí mi amor. Yo a tu lado voy al fin del mundo. —  ¿Ah sí? ¿Vendrías conmigo a cualquier lugar del mundo?  —  preguntó Virginia con el

fantasma de su tambaleante anclaje laboral en la mente. —  Sí, porque vamos a ir siempre juntas de viaje. ¿O piensas hacer alguna escapadita por

ahí para ver a algún amor del que no me hayas hablado? —  bromeó Silvia. —   Hasta ahora sólo me había enamorado una vez, de Rubén, así que no pensarás

 preocuparte. Los hombres ya no tienen sitio en mi corazón, y menos él. —  Pero algún ligue... No me cuentas nada de tu pasado y voy a tener que utilizar mis

encantos para sonsacarte cosillas. —  ¿Ah sí? Esa idea me gusta, que me seduzcas para interrogarme. Se nos va a enfriar el

café. —  Sí, venga, desayunemos. Por cierto, al menos me podías haber dicho que pasaríamos el

día en la casa de campo y habría metido en la mochila ropa más adecuada. Prometo que algúndía me vengaré muy dulcemente de esto.

 —   No seas exagerada cariño. Vas a ser la senderista más guapa de todo el valle. —  Lasdos rieron mientras removían el café.

El tiempo transcurre calmado entre la naturaleza. Silvia y Virginia caminaron treskilómetros bordeando el río. En el trayecto se encontraron con otros grupos y parejas que, aligual que ellas, probablemente habían huido de la agotadora ciudad. Si en Madrid la Gran Víacon su victoria alada, aparentemente dispuesta a alzarse en vuelo coronando el EdificioMetrópolis, llama poderosamente la atención, no sólo por su majestuosidad sino también porser la seña de separación entre la más antigua calle de la capital y otra de las más importantesarterias, la calle Alcalá, protagonista de la vida castiza de principios del siglo XX, en losmontes de Ávila, alzan el vuelo a cada paso aves rapaces y pequeños pájaros que con sustrinos dan el papel secundario al recuerdo de los chotis bailados por chulapos, mezclándosecon el zumbido de abejas que buscan en las primeras flores del año alimento para sus panales.Esos pequeños e incómodos insectos a los que la Unesco no tardará en declarar Patrimonio dela Humanidad porque existe la posibilidad de que si se extinguiesen las abejas del mundo, encinco años desaparecería toda vida incluida la humana. En muchas ocasiones, las cosas más

 pequeñas que parecen insignificantes son de incalculable valor, como una abeja. Sentadas en

un viejo tronco caído, las dos mujeres observaron a dos pacientes pescadores. La pesca les parecía un deporte aburrido y que de alguna manera, al igual que la caza, maltratabaanimales, por lo que no les deseaban a los dos hombres suerte en sus intentos. Virginia cogiólas manos de Silvia entre las suyas.

 —  ¿Tienes frío? Tienes las manos heladas. —   No mi niña, no tengo frío. Además ya sabes lo que dicen: “Manos frías corazón

ardiente”.  —  Uy uy... en algunos sitios de este país lo que dicen es: “Manos frías amores todos los

días”. Voy a tener que vigilar yo esos amores tuyos.  —  Pues yo dejaré que me vigiles cada día, así no te separarás de mí. ¿Te puedo hacer una

 pregunta? —  Claro que sí, pero si te pones tan seria, miedo me das —  respondió Virginia.

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 —  La primera mujer con la que estuviste... ¿qué significó para ti? Lo digo porque yonunca estuve con un hombre y me imagino que para ti descubrir la forma de amar de otramujer habrá significado mucho.

 —  Se llama Cecilia y tenemos amigas comunes. Reconozco que, por supuesto, fue unencuentro muy bonito, pero también muy tenso al principio por mi parte, como si jamás

hubiese hecho el amor y fuera mi primera vez, aunque de alguna manera lo fue, porquedescubrí la complicidad y la ternura que con los hombres nunca se tiene, por mucho que elloslo intenten. No he vuelto a ver a esa mujer y no es más que un bonito recuerdo. No significanada en mi vida más que eso, un bonito recuerdo carente de sentimientos. Sólo hubo deseo enesa noche. Puede decirse, aunque me resulte una palabra muy vulgar, que simplementefollamos. Y follar no es hacer el amor. Con ninguna mujer he hecho el amor excepto contigo,

 porque a ti te amo, te quiero y te deseo. —  Mi amor. Yo también te amo. ¿Quién me iba a decir a mí, cuando te vi por primera vez

en el andén del metro, que te amaría, que descubriría todos los sentimientos puros que seocultan tras tu mirada?

 —  Tendremos que darle las gracias a Vanessa, o a sus líos judiciales.

 —  ¿Esa noche, con Cecilia, ha sido tu noche más apasionada? —   ¿Qué preguntas tienes tú, no?  —   Virginia se ruborizó ante la pregunta, celosa de

contar intimidades. —  ¡Anda!, si yo te he contado con detalles lo de... —   Lo de Carmen. No hace falta que me lo vuelvas a contar que me pongo nerviosa. No

te preocupes que cuando tenga alguna fantasía ya te la iré explicando.

Una vez más, aunque la noche con Lola no podía catalogarse de fantasía sexual, sino deencuentro apasionado y premeditado, siguió sin contárselo a Silvia. Quiso seguirmanteniéndolo como un secreto, sin compartirlo con nadie que pudiera robarle la magia,aunque no por ello se sintiera bien. ¿Quién no tiene secretos? ¿Quién no guarda en un rincóninterior algo para sí mismo, sin compartirlo? Todo ser humano guarda secretos. “No te pidoque me lo cuentes todo, tienes derecho a guardar tus secretos con una única e irrenunciableexcepción: aquéllos de los que dependa tu vida, tu futuro, tu felicidad, ésos quiero saberlos.Tengo derecho y tú no me lo puedes negar”. (José Saramago). 

Con el inicio de la tarde se intensificó el frío y regresaron al calor del que hasta el díasiguiente era su hogar, su nido de amor a la lumbre de la chimenea.

 —  Te toca ir a buscar pan para esta noche. ¿O prefieres que salgamos a cenar? Podemosir a El Tiemblo, conozco un par de restaurantes y preparan unas patatas revolconas

 buenísimas. —   Mejor voy a por pan, nos ponemos el pijama y nos quedamos aquí al calorcito viendola tele. Me has preparado el desayuno y yo te preparo la cena  —  replicó Silvia, ignorando queésa era la respuesta que Virginia quería, y sobre todo que fuera a comprar pan. Queríaquedarse unos minutos sola, lo necesitaba para hacer lo que había planeado días antes.

Silvia regresó a los quince minutos, con una barra y una botella de vino. Al abrir la puertase encontró el salón a oscuras, sólo iluminado por el fuego, lo que al principio la asustó.Llamó a Virginia pero nadie respondió. Dejó sobre la mesa lo que había comprado ydescubrió un sobre enorme con su nombre. Lo abrió y sacó del interior una tarjeta con unsonriente osito azul sujetando un globo con forma de corazón y en él, escrito con rotulador,

una frase: “Creo que deberías ir a la habitación”. Todas las puertas estaban cerradas. Abrió lade la habitación, encendió la luz y lo único que encontró, sobre la cama, fue un nuevo sobre y

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al lado un cedé de música relajante. La tarjeta era igual que la anterior, sólo cambiaba el colordel osito y el mensaje: “Te voy ganando. Creo que tendrás que pasar a la cocina. Lleva elcedé”. Silvia sonrió. Le gustaba el juego y lo siguió. En la cocina encontró el último mensaje:“También tienes que traer las copas. No tardes que se está derritiendo el hielo y sólo te quedaun lugar al que ir”. El baño era el último lugar. Abrió la puerta despacio, intentando no hacer

ruido y ser ella quien sorprendiera a Virginia, pero ésta la miraba al final de un pasillo creadoen el suelo con velas encendidas, como la silueta de una diosa envuelta solamente con unatoalla. Olía a incienso.

 —  Ven  —  dijo Virginia extendiendo su mano, cogió las copas que Silvia llevaba y lasdejó en el borde de la bañera, puso el cedé en el aparato de radio que ella misma habíallevado — . ¿Quieres tomar una copa conmigo?

 —   Claro que sí. Será un placer.

Las delgadas y blancas manos de Virginia desprendieron de la ropa a Silvia hasta dejarladesnuda ante ella y le regaló el beso deseado, el que ella misma deseaba, para sumergir sus

cuerpos después en el agua de la bañera, con sales de baño, olor a rosas y espuma juguetonaque se pegaba a sus pieles. Las copas siguieron esperando, con el hielo derritiéndose mientrasellas se embriagaban de amor, se entregaban con pasión al placer.

26. Luna llena

Pocos son los abogados que explican a sus clientes y testigos cómo deben responder alas preguntas formuladas por jueces, fiscales o abogados de la parte contraria. Según comosea el proceso, una persona que nunca en su vida haya presenciado un juicio puede verseacorralado en una pregunta formulada por diferentes letrados de manera enrevesada. Enmuchas de estas ocasiones, saber mantener la calma y responder con seguridad puede resultarfundamental. Precipitarse con un “sí” o un “no”, por ejemplo cuando la pregunta es doble,

 puede reflejar como respuesta exactamente lo contrario de lo que se quiere decir. La pretensión de cada abogado o del fiscal es llevar a su terreno tanto a los acusados como a lostestigos, a fin de acreditar o desacreditar su testimonio en beneficio de los intereses propiosde su cliente. En resumen, el abogado de uno mismo utilizará preguntas sencillas, el de la

 parte contraria será menos directo, utilizará tecnicismos y dobles preguntas más largas yenrevesadas.

Lejos de su especialidad en pleitos laborales, a Virginia se le presentaba la oportunidad deejercer en uno de los juicios más mediáticos del año y de su carrera profesional, por lo que

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repasaba una a una sus propias pautas para interrogatorios de procesos penales. El casoMalvar era el mayor de corrupción inmobiliaria destapado en España, con la implicacióndirecta e indirecta de altos cargos políticos del partido opositor al gobierno, personajes de laalta sociedad, artistas de fama mundial y deportistas de élite entre otros. La cantidad deimputados y los miles de folios y pruebas de los que constaba el sumario no dejaban lugar a

duda de lo largo y costoso que sería el desarrollo del proceso. Si aceptaba participar en ladefensa del ex jugador del Real Madrid, Fran Llanos, tenía la certeza de que el traslado aBarcelona sería imposible. Un caso tan complicado le daría a su empresa prestigio nacional siel fallo era favorable o si al menos conseguían librar al jugador de algunos de los cargos quese le imputaban, además de los beneficios económicos que les aportaría. Virginia no se lo

 pensó dos veces antes de aceptar la propuesta y comunicarle su decisión a don Diego, quienla citó en su despacho el jueves, 8 de abril, a primera hora de la mañana.

 —  Ante todo quiero agradecerle esta oportunidad, don Diego. —  Soy yo quien quiere darte las gracias. Eres una de las más profesionales en tu trabajo y

contar contigo en este caso, que yo mismo supervisaré a diario, es muy importante para mí y

 para toda la compañía. —  Disculpe mi atrevimiento, pero esto significa que lo de Barcelona... —  Eras la candidata ideal para dirigir allí los nuevos despachos, y lo sigues siendo, pero

te he notado muy recelosa y no puedo obligarte a ir y arriesgarme a que decidas poner fin anuestra relación laboral. Te conozco Virginia, y sé que cuando tú das un no por respuesta esmás inapelable que una sentencia firme del Tribunal Supremo. Todavía no he decidido quiénirá, pero sí sé que tú te quedarás aquí, en Madrid.

 —  Se lo agradezco. —   Debes saber, respecto a Francisco Llanos y al caso Malvar, que requerirá muchas

horas de dedicación y que tendrás que ceder lo antes posible a tus compañeros todos los casosque tengas pendientes. Te quiero centrada sólo, única y exclusivamente en éste. Nos jugamosmucho y si logramos resultados positivos el nombre de este bufette, y el tuyo, tendrán granrelevancia en el ámbito jurídico de este país donde ya casi nadie cree en la justicia.

 —  No se preocupe, buscaremos hasta el más mínimo detalle que nos pueda ser útil, porinsignificante que parezca.

 —  No lo dudo. Confío en ti y en tus posibilidades. Tienes la intuición, la desconfianza yla juventud necesaria. Por supuesto esto te aportará beneficios económicos en forma de plus

 por objetivos.

Virginia ya había logrado su primer objetivo sin preocupar a Silvia: no ir a Barcelona. Nada más salir sonriente del despacho de don Diego notificó por mail a todos sus

compañeros la necesidad de pasarles sus casos, preguntándoles de cuántos se podría hacercargo cada uno. Sacó todos los expedientes del archivo e hizo las anotaciones que considerónecesarias para facilitar el trabajo de sus compañeros. La llamada de Marcos le hizo levantarla cabeza del escritorio por primera vez en toda la mañana. Eran casi las dos de la tarde y nisiquiera había hecho un descanso para tomar café.

 —  Hola huesitos. ¿Qué tal vas? —   Pues me pillas más liada que nunca. Ya te contaré que así por teléfono es un poco

largo de explicar. —  Eso suena a que tienes entre manos algo muy gordo. ¿Qué te parece si mañana vienes

a cenar a casa y nos lo cuentas?

 —  Complicado. Mañana he quedado con una amiga para cenar. —  Tráela. Ya sabes que tus amigos aquí son bienvenidos.

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 —  Bueno, deja que hable con ella y esta tarde te llamo y te digo algo, ¿vale? —  Me parece muy bien. Espero tu llamada. Y vete ya a comer que no son horas de estar

currando. Así estás, que sólo tienes huesos. —   Si es que no me he dado cuenta ni de la hora. Después te llamo. Saluda a Julia.

Silvia no puso ningún inconveniente en cenar con Marcos y con Julia, todo lo contrario.Equivocadamente pensó que por fin Virginia empezaría a presentarla como su novia que eray no como a una amiga más. No entendía que lo hiciera así. Ella vivía abiertamente surelación, con total naturalidad, compartiendo con sus amigos y con su familia el motivo de sufelicidad y de su perenne sonrisa, mientras que Virginia ocultaba al mundo sus sentimientos,con miedo a descubrirlos. A pesar de que su prima Joana la había animado y la apoyaba, nohabía sido capaz de contárselo ni a su hermana, con la que mantenía una estupendacomplicidad. Silvia a menudo intentaba comprenderla, pero también hacerle comprender losencillo que era vivir sin ocultarse tras una apariencia falsa, algo por lo que tanta gente en un

 pasado no tan lejano, había sufrido y luchado, dando la cara para terminar señalados con eldedo como apestados. Una noche le contó la historia real de dos mujeres, sucedida a

 principios del siglo XX. No recordaba con exactitud el año, pero creía que era 1919. Una delas mujeres era hija de un alto mando del ejército español. Se disfrazó de hombre y con undocumento de identidad falso logró casarse con la mujer a la que amaba. Su felicidad fueefímera: no tardaron en descubrirlas y las encarcelaron. Nunca pudieron volver a verse. Lasociedad no podrá pagar jamás el daño que se les hizo, pero al menos sí dar la cara ahora quenadie señala con el dedo a las parejas del mismo sexo y que incluso pueden ya contraermatrimonio. Otros muchos hombres y mujeres contrajeron matrimonio con personas del sexoopuesto huyendo de su propia sexualidad a lo largo de sus vidas para evitar represalias,desprecios y humillaciones, no sólo de la sociedad sino también de sus familias. Una cararenuncia en beneficio de la hipocresía social que se logró vencer gracias a todos aquéllos que“salieron del armario” a las calles. En su lucha se armaron de banderas con el color delarcoíris que ondearon ante los insultos y despropósitos eclesiásticos que los trataban como aenfermos mentales a los que se podía curar. Silvia nunca había ocultado su sexualidad y noacababa de entender que Virginia, una mujer de carácter fuerte, luchadora, liberal y de mentetan abierta, no derribase ese muro tan frágil a día de hoy, que la separaba de una forma delibertad. Tal vez detrás del caparazón de mujer fuerte estuviera escondida una enormefragilidad emocional. ¿Qué pasaría si decidían vivir juntas? ¿O acaso Virginia pensabamantener durante toda su vida la relación disfrazada de amistad? Silvia no podía dejar de

 pensar en ello a medida que pasaban los días y crecía el amor. Cuando estaban a solasVirginia era tierna, dulce, romántica... capaz de sorprenderla con el beso más apasionado ysalvaje para darle luego la noche más tierna y dulce, mimándola con la mirada, con caricias.

Pero cuando estaban con amigos, exceptuando a Vanessa, cómplice de excepción de su amor,todo cambiaba. Ahí Virginia se mostraba fría, distante evitando el más mínimo roce o unamirada que pudiera delatar sus sentimientos, inconsciente de que Silvia sufría en silencio anteesa indiferencia, sintiéndose rechazada.

El viernes, a las nueve de la noche, tras dejar la autovía de Extremadura saturada detráfico como cualquier viernes de primavera, Silvia y Virginia aparcaban, guiadas por el GPS,delante del chalé de Marcos, en el cercano y moderno pueblo de Bruñete, tristemente famoso

 por la cruda batalla librada en sus montes y campos durante la Guerra Civil española, antesde que Madrid fuera tomada por las tropas franquistas, dando paso a la dictadura que regiríael país hasta 1975. A día de hoy, edificar en Bruñete implica una amplia exploración y

estudio del terreno, buscando restos de granadas o bombas, testigos mudos de la herida,todavía abierta, durante la contienda. Su cercanía con la capital y la buena comunicación

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tanto en transporte público como por carretera han hecho que mucha gente establezca sudomicilio en edificios y chalés de nueva construcción allí, a lo que se añade la tranquilidad yla facilidad para aparcar que en las calles de la capital brillan por su ausencia. A Silvia lerecordaba mucho a la casa de su padre, al que tenía un poco abandonado y al que pensó quedebería visitar el fin de semana sin falta. Le gustaría vivir en un sitio así, aunque fuera una

casa mucho más pequeña que la de Marcos. Un perro juguetón salió a recibirlas en cuantoJulia abrió la puerta.

 —  ¡Qué alegría verte Virginia! —  Lo mismo digo. Ya sabes que soy muy vaga para llamar a nadie, pero tenía muchas

ganas de verte. Ella es mi amiga Silvia. —  Encantada Silvia. —  Virginia me ha hablado de vosotros. Ya tenía ganas de conoceros. —  Pasad, Marcos está de cocinero.Silvia miró a Virginia con seriedad mientras entraba detrás de Julia, desaprobando con su

mirada la manera de presentarla. Marcos saludó con dos besos a las dos mujeres y se dirigió a

su antigua compañera de trabajo: —  En cuanto termine con esto y suelte los cucharones te voy a dar un abrazo que te vas a

quedar sin aire huesitos. —  Me estás asustando y tu mujer se va a poner celosa —  respondió sonriendo Virginia — .

¿A qué viene tanta efusividad? —  Creo que tenemos que celebrar algo. ¿Tu estreno en un juicio penal de trascendencia

nacional, por ejemplo? —  Vaya, veo que las noticias vuelan. ¿Cómo lo sabes? —   Porque ayer me llamó Iván, ya sabes que es un poco cotilla y que me mantiene

informado de todo. Mi enhorabuena, te mereces esta oportunidad, y también te felicito por noirte trasladada a Barcelona. Has salido ganando aceptando el caso.

 —  ¿A Barcelona? ¿Caso nuevo? —  interrumpió Silvia — . Creo que me he perdido algo. —  No me ha dado tiempo a contártelo. Después te lo explico  —  dijo Virginia intentando

salir del callejón en el que se había metido ocultándole a Silvia todo aquello.Silvia cenó poco y apenas habló aunque evitó mostrarse seria. Marcos y Julia recordaron

con Virginia el crucero por el Mediterráneo que estaban deseando repetir en verano. —  Yo iré algún día a Marsella. Me encantaron sus calas, su isla con castillo incluido  —  

dijo Virginia. —  ¡Mírala que romántica ella! —  rió Julia — . ¿A ti te gustan los cruceros, Silvia? —  Sí. La verdad es que me encanta viajar. Creo que por eso soy agente de viajes. —   Pues ya nos estás buscando una buena oferta para la segunda quincena de julio, que

repetimos crucero.Poco después de las dos de la mañana daban por terminada la sobremesa y se despedían

 prometiendo verse más a menudo. Al subir al coche Silvia se derrumbó moralmente dejandoque las lágrimas asomaran a sus ojos y resbalaran incontenibles por su cara. Apoyó la cabezaen la ventanilla y cerró los ojos. Virginia detuvo el coche un kilómetro después de haberarrancado.

 —  Silvia, cariño. Sé que debí contarte lo del caso nuevo. Lo siento mucho. —   ¿Lo sientes? ¿Lo del caso nuevo? ¿Crees que lo del caso nuevo, tu caso lleno de

famosos, es lo que me duele? No es eso. ¿Qué es eso de que te ibas a ir a Barcelona? ¿Cuánto

tiempo me lo has ocultado? ¿Cuánto tiempo me vas a ocultar a mí detrás de una amistad? —  Yo... Perdóname mi amor. Te lo tenía que haber dicho, pero no quería preocuparte. Sé

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que me equivoqué intentando arreglar lo de mi traslado sin decirte nada. Me equivoqué, loreconozco y no volverá a suceder. Te lo prometo.

 —  ¿Te das cuenta de que siento que no significo nada para ti? Me siento como una simpleamante a la que escondes en tu habitación para darle noches de pasión y que al salir a la calle

 paso a ser como cualquier otra amiga tuya, o menos que eso porque además a mí me ocultas

cosas. —  No estoy preparada para presentarte como mi novia. No me pidas eso Silvia porque noestoy preparada para enfrentarme a todo el mundo con mi sexualidad. Dame tiempo, porfavor. Sabes que te amo, que tú eres mi vida.

 —  ¿Hasta cuándo Virginia? ¿Hasta cuándo crees que podemos seguir así? ¿Que yo puedoseguir así?

 —   Dame tiempo, sé que te he hecho daño, que te oculté lo que no debía y no me perdonaré que sufras por mi culpa. Te quiero.

 —   Quiero irme a casa. Vámonos por favor —  pidió Silvia evitando el intento de Virginiade besarla.

La luna llena de abril iluminaba, al fondo, el cielo de Madrid. La luna llena de cuentos yleyendas que a Silvia fascinaba. De niña su madre le decía que no mirase a la luna llena, quese le robaría su energía, que lo que tenía que hacer era enseñarle el culo. “Enséñale el culo ala luna para que sea ella quien pierda su energía”, sin embargo, Silvia se pasaba  nochesmirándola sin temor a perder energía. Y la miró durante todo el camino, implorándole ensilencio fuerzas para confiar en Virginia. Qué bonita podía ser aquella noche y qué amargaestaba siendo.

Al pasar entrar en el túnel de la A-5 a la altura del paseo de Extremadura, Silvia le pidió aVirginia que la llevara a casa, que prefería, que necesitaba, estar sola. Virginia no intentóconvencerla y una lágrima de miedo y de culpa resbaló también por su mejilla. Miedo a

 perder a la mujer a la que amaba, a la que deseaba, con quien quería compartir toda su vida.Culpa por su silencio equivocado, por no haber sido sincera con ella, por callar lo que nodebía. Y más miedo, miedo al futuro incierto, a abrir sus sentimientos a los demás, a seguircallando lo que no se atrevía a decir.

La soledad las invadió a las dos por igual, a cada una por separado, en sus camas elinsomnio fue esa noche compañía extraña, la tristeza un sentimiento noble y la luna llena

 pañuelo de lágrimas.

27. Noches de tequila

Silvia no respondió al teléfono, por mucho que Virginia no dejó de llamarla, se limitó aenviarle un mensaje: “Necesito estar sola y pensar, ya hablaremos”, y encerrada en su

habitación abrió un álbum de fotografías, porque en realidad pensar le daba miedo. Queríaevadirse y recuperar la calma, saber si empezar una relación con Virginia había sido algo

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 precipitado o si sería capaz de seguir luchando contra los secretos y los miedos de Virginia, y para ello necesitaba alejarse, serenarse y analizar desde un punto de vista frío, tan frío comoser la eterna amiga. Empezó a mirar las fotografías de las fiestas en pandilla, de antes deconocer a Carla, de noches locas sin tener que dar explicaciones a nadie, aquellas noches detequila en las que la diversión no dejaba lugar al amor, sólo a aventuras que nacían en la barra

de cualquier local y morían al amanecer, al salir de una cama ajena y vestirse de nuevo. Silviaya no tenía veinte años como entonces, pero le gustaría estar viviendo una noche así, sin preocuparse por un amor tan grande que le hacía daño, tan intenso que su piel tenía cubiertoslos poros con el dulce olor de Virginia, que nada tenía que ver con la sal y el limón que,desde el escote de alguna mujer, acompañaban al tequila. Una de esas noches conoció aVerónica, quien se había subido a bailar a la barra de un pub de manera desvergonzada,sensual y a la vez tierna, porque su mirada era tierna, su sonrisa delataba los sentimientoscontenidos, ansiosos de volar libres buscando anidar en algún corazón dulce, sensible ydelicado. Silvia pidió un tequila, se subió a un taburete y desde allí a la misma barra donde

 bailaba, con un vaso de tubo en la mano, Verónica. Se acercó a ella, porque le parecía unamujer sensual, guapa y atrevida; si estaba allí subida, o era atrevida o estaba demasiado

 borracha, y no era el caso. Puso un poco de sal en el escote de la joven que la miró y con unguiño se dejó hacer, dejó que Silvia recogiera la sal con su boca antes de beber el tequila ymorder al amargo trozo de limón para, después, sin pensarlo, la besara compartiendo con ellael contraste de sabores que se mezclaba en su boca, mientras una jauría de jovenzuelasaplaudían un metro por debajo de sus cabezas como en las escenas recién estrenadas de «BarCoyote». Al volver a poner los pies en el suelo, Verónica agarró de la mano a Silvia y ledevolvió el beso robado instantes antes, sin haberse cruzado ni una sola palabra, sin conocerla voz la una de la otra, descubriendo el secreto de sus besos, los sabores de sus labios, elcalor de una mano sujetando tímidamente la mano de la otra, acariciándola, soltando la puntade sus dedos para volver a buscar el contacto. Una mirada y una sonrisa compartida bastó

 para explicar sin palabras el deseo, lo que vendría después, sin compromisos inútiles, sinnecesidad de saber nada la una de la otra, sólo la voz callada del deseo mutuo, la nochecondimentada con sal, tequila limón y deseos a flor de piel, tantos deseos que Silvia yVerónica acabaron en un hostal de la escondida calle Augusto Figueroa, hoy conocida en elambiente por el Café Teatro Mito, al lado de la Gran Vía, dando rienda suelta para resolver latensión sexual nacida en la barra de un bar, a la imaginación de sus manos expertas, de suscuerpos ardientes ... Sólo deseo, sólo era deseo, sin otro sentimiento que les hiciera repetircon el tiempo aquel encuentro o a llamarse al día siguiente. No había más compromiso que elde entregarse la una a la otra sin condiciones, hasta que sus cuerpos exhaustos volvieran avestirse para decirse adiós. Tal vez el siguiente fin de semana Verónica volviera a bailarsobre una barra animada y alentada por mujeres incapaces de imitarla, o tal vez otra Silvia de

nombre incierto le hiciera compañía en el baile primero y en la cama de cualquier hostalcercano después. Chueca y sus alrededores están llenos de hostales que encontraron, en losaños que comenzaba el ambiente con todavía demasiados prejuicios sociales, su filón de oroen parejas gays que durante las noches buscaban el calor de una cama para fundir suscuerpos, su intimidad compartida con las paredes un tanto sosas y poco decoradas, pero nonecesitaban más.

Desde aquella noche de tequilas desbordados, sin embargo, Silvia y Verónica habíantrazado una bonita amistad, sin volver a caer en la tentación de acostarse juntas, aunque lorecordaban a menudo entre risas, hasta que Verónica se marchó a vivir a Santander, con unacántabra a la que conoció una tarde de otoño en la línea cinco de metro, cuando por una

avería tardaron casi una hora en recorrer las cuatro estaciones que separan Callao de Puertade Toledo. Sentadas en el metro entablaron conversación y miradas y a la salida del metro

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Verónica le preguntó a María, así se llamaba aquella muchacha alegre del norte, si queríatomar un café. Y allí mismo, en el primer bar que encontraron bajando la Ronda de Segovia,tomaron su primer café y empezaron a enamorarse. Viajaban a Madrid muy a menudo paravisitar a la familia de Verónica, y siempre repetían el recorrido en metro que las hizoencontrarse por casualidad o porque así estaba escrito en su destino, en un capítulo de sus

historias se mezclaban sus vidas para formar una sola historia común. Regresaban también al bar donde tomaron café juntas por primera vez, donde intercambiaron números de teléfono yel primer contacto físico al despedirse con dos besos.

Una lágrima improvisada asomó en los ojos de Silvia al cerrar el álbum de fotografías. Lainvadía la sana envidia de un amor que se entrega sin cobardías, que no entiende de distanciasni de miedos, que viaja en el tren de la felicidad sin prejuicios. Cerró los ojos y abrazó a laalmohada intentando quedarse dormida para no pensar, porque no podía hacerlo con claridad.

En el ático de Virginia el fin de semana se le hacía eterno, llenándose de cigarrillosapurados y también de lágrimas que amparadas por la impotencia brotaban de sus ojos

 borrándoles toda huella de frialdad y de seguridad. El infranqueable telón de hermetismo quecubría sus pupilas se descolgaba para dejar ver el miedo y la tristeza en un reflejo de su frágilcorazón ahora sin coraza. Así, con los ojos llorosos y en pijama, la encontró su hermana elsábado por la tarde.

 —  ¿A ti que te pasa, Vir? Ni siquiera has venido a comer con papá y con mamá. —  No me pasa nada. —   Ya, claro. No te pasa nada de nada y yo me lo creo. ¿Te has mirado al espejo? ¿Desde

cuándo tienes un cenicero lleno de colillas encima de la mesa? Cualquiera diría que pretendesconvertir en carbón tus pulmones en un par de días y no creo que sea porque te gustan las

 piedras. A mí no me cuela el “no me pasa nada”, ¿me lo vas a contar? 

Virginia guardó silencio, encendió otro cigarro y miró a la lejanía a través del amplioventanal sin fijarse en nada de lo que veía. Se estremeció por la frialdad de un miedo interiordesconocido e inevitable que agarrado a su corazón la debilitaba. Su hermana la cogió de lamano.

 —  Ven, siéntate conmigo. Tú no estás bien y no me voy a ir de aquí hasta que sepa lo quete pasa. ¿Por qué te cuesta tanto expresar lo que sientes? Te tragas todas tus cosas, todos tus

 problemas y eso no es bueno, porque al final sale todo lo que acumulas dentro y te daña. Soytu hermana, joder. Confía en mí, sabes que puedes hacerlo.

 —  Eso ya lo sé.

 —  Pues no se nota. Yo te cuento todo y siempre eres la primera a la que voy corriendocon mis penas, mis alegrías y mis problemas, por eso me fastidia verte así de jodida y que noseas capaz de abrirte a mí.

 —  Es que todo esto es una locura. No creo que lo entiendas. —   Inténtalo. Sea lo que sea sabré escucharte aunque no sepa darte un consejo. A veces

hablar en voz alta ayuda. —  No quiero que me juzgues mal. —  ¡Joder!, no creo que hayas cometido un delito y yo no soy quién para juzgarte. —   Estoy enamorada, como nunca antes lo había estado.  —  Virginia miraba al suelo al

hablar. —  ¿Estás así por un tío?

 —  No, no es por un tío. Es por una mujer. —   Espera. O me lo explicas mejor o no me entero, ¿estás enamorada de un hombre

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casado? —  ¡Joder! no, no estoy enamorada de un hombre casado, ni de ningún hombre. Te estoy

diciendo que estoy enamorada de una mujer. ¿Te das cuenta de lo que estoy diciendo? —  Vale. Te has enamorado de una mujer. Es una sorpresa, sí, pero, ¿y ella?, ¿también

está enamorada de ti?

 —  Sí. —   Entonces, ¿cuál es el problema? Lo que importa es la felicidad, tu felicidad. Si fueransentimientos no correspondidos tendrías que intentar canalizarlos para que se vayan poco a

 poco, porque no se puede luchar contra ellos, pero si son correspondidos déjalos vivir. Túeres libre, y si eres feliz con una mujer, pues adelante con la relación. ¿Por qué estás asíentonces?

Virginia, nada acostumbrada a hablar de sentimientos, a abrir su corazón y expresarlos,incapaz de mirar a su hermana alcanzó a confesarle todo lo que sentía, cómo había conocidoa Silvia, lo que había pasado en casa de Marcos y Julia, y el miedo que tenía a perderla parasiempre por su cobardía.

 —   La verdad es que la has anulado un poco como persona. Es normal que se hayaenfadado, pero si te quiere volverá a tu lado aunque te va a tocar pedirle perdón.

 —   Lo he intentado, pero no me contesta al teléfono ni a los mensajes. Bueno, me haenviado uno diciendo que necesita estar sola y pensar.

 —  Es normal. Dale tiempo. —  La he cagado. La he cagado pero bien. —  ¿Y si vas a buscarla? —   ¿A buscarla? ¿Y con qué argumentos? Le pedí disculpas por no contarle lo de

Barcelona, sé que me equivoqué y ahora no confía en mí, lógicamente. Y por otra parte sabesque yo no voy a salir del armario, o como lo quieras decir, así de golpe, delante de todo elmundo. No puedo, ni me siento capaz de tener que dar explicaciones de mi vida o de miintimidad a nadie.

 —  Tranquila. Eso poco a poco. Conmigo ya has salido del armario ese que debe de serenorme, porque mira que sale gente de él, y ya ves que no es tan difícil. Estamos en el sigloveintiuno, en el año dos mil diez. A estas alturas si alguien pone el grito en el cielo o no loacepta será que no te quiere, pero la gente que te quiere lo aceptará aunque se sorprendan y aunos les cueste más entenderlo.

 —   Ya, y mañana llego, me siento con papá y con mamá, y les suelto que tengo noviacomo si fuera lo más normal del mundo. Les digo que después de treinta y dos años me hevuelto lesbiana.

 —  ¿Te quieres calmar? No tienes que ir tan rápido, sino estar segura. No vas a convocaruna rueda de prensa ni a emitir un comunicado para anunciar a bombo y platillo que tienesnovia. Mira, si esa chica, ¿cómo has dicho que se llama?

 —  Silvia. Se llama Silvia. —  Pues Silvia. Si Silvia ve que tú estás dando algún pasito hacia adelante, volverá a tu

lado y sabrá entender que es así como vas a hacer las cosas. —  ¿Y si ya la he perdido? Tengo miedo. —  Si no vuelve siento decirte que es que no te quiere mucho. Una relación no es sólo

divertirse y estar en los momentos buenos y bonitos, es comprender a tu pareja y apoyarla ensus decisiones. Si no hay ese respeto ni ese apoyo es una relación condenada al fracaso.Piénsalo así.

 —  No sé si voy a poder hacerla feliz y darle lo que ella quiere. No me siento capaz de ircon ella por la calle de la mano por si me encuentro con alguien conocido. No sé si algún día

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consuelo a su propio deseo con sus caricias. Nunca había engañado a Rubén y cuando él noestaba y ella sentía en su cuerpo la necesidad de una mano suave acariciándola, recorriéndolacon las yemas de sus dedos, recurría a ella misma y a su imaginación y así, escondida entrelas sábanas de su cama, inventaba nuevas fantasías. Quiso cubrir con las caricias de susmaños también la ausencia de Silvia, buscando algún secreto inexplorado en su piel, sin

conseguirlo. No pudo imaginar, ni soñar despierta, ni sentir placer. Necesitaba a Silvia, suolor, sus suspiros, las palabras de amor entrecortadas musitadas a su oído al llegar al clímax,la mirada de después, perdida en sus ojos al quedarse abrazadas ...

28. Miedo a perderte

Cuando se despertó el domingo, Silvia en su interior deseó mirar el teléfono móvil ydescubrir un mensaje de Virginia; en su interior no quería estar sola ni pensar, como le habíadicho desde el dolor. Era cierto que Virginia le había ocultado el delicado asunto de

Barcelona y que la había hecho sentirse anulada, un cero a la izquierda al presentarla una vezmás como una amiga, pero tampoco podía exigirle que reconociera abiertamente susexualidad y su relación sin haberlo asumido ella misma del todo. Pensó que habíareaccionado con demasiada dureza, que quizás debía llamarla, ir a verla y sentarse a hablarcon calma de aquella tensa situación. Sacó del cajón de su mesilla la caja donde habíaguardado la piedra que Virginia le pidió que le guardara y la abrió. Miró al pequeño mineralintentando buscarle un significado, pero su hermano Valentín, abriendo la puerta de lahabitación, interrumpió sus pensamientos. El joven risueño se lanzó encima de la cama allado de Silvia.

 —   ¿No piensas levantarte y salir de esta cueva? Me ha contado un pajarito que llevasdemasiadas horas aquí encerrada y eso en ti no es muy normal.

 —  Sí pesado, ya me levanto. ¿Qué pasa, te ha mandado mamá de recadero? —  No, más bien me ha mandado a investigar lo que le pasa a la niña de esta casa. ¿Has

visto qué pareado me ha salido? —   ¡Qué gracioso!  —   respondió ella en tono irónico — . No me pasa nada. No os

 preocupéis, sólo es un pequeño enfado con mi novia. —   ¿Un pequeño enfado? Creo recordar que cuando te enfadabas con tus novias salías a

divertirte o, como tú dices, a vivir la vida. O este enfado no es tan pequeño o tu corazoncitoestá muy, pero que muy pillado. ¿Cuándo voy a conocer a mi cuñada?

 —  ¡Estás como una cabra Valen! Sí, es cierto, estoy muy pillada o como lo quieras deciry no sé cuándo vas a conocer a Virginia. Ni siquiera sé si la vas a conocer.

 —  Venga pesimista, arréglate un poquito que te invito a una caña antes de comer y me

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cuentas ese mosqueo. —  Está bien, pero sal de mi cama. Y hazme un favor, no le cuentes nada a mamá. Dile

que sólo estaba muy cansada. —  Ya. ¿Y tú crees que se lo va a creer? Ya la conoces, su siguiente pregunta será por qué

no has pasado el fin de semana con tu novia como es costumbre últimamente.

 —  Pues le dices que se ha ido a Valencia a ver a su familia. ¡Con lo bien que le mentíashace unos años cuando le decías que te quedabas en casa de algún amigo para estudiar y teibas de fiesta hasta el día siguiente!

 —   ¡Eso era diferente! Vale, vale, no me mires así que ya le cuento una batallita creíble.Venga, levántate.

Silvia no tardó en arreglarse. Al fin y al cabo sólo iba a tomar una cerveza al lado de casacon su hermano. Unos vaqueros rotos por la rodilla y gastados, una camiseta blanca ajustada,

 playeras y cazadora vaquera. Diez minutos después estaban en la calle. Mientras caminabanValentín le propuso a Silvia pasar la tarde en la plaza Mayor, casi seguro que no rechazaría laidea puesto que era un lugar mágico para ella, y no se equivocó.

La plaza Mayor de Madrid es, posiblemente, uno de los rincones que cualquier turista nodebe dejar de visitar, un lugar perfecto para desconectar de la rutina, de las preocupacionesdel trabajo e incluso de uno mismo. Allí se dan cita los mimos más imposibles con trajes ymaquillaje admirables. Permanecen durante horas completamente quietos, excepto cuando losviandantes se acercan a echar monedas ante ellos, entonces hacen pequeños movimientosdivertidos y vuelven a quedarse quietos. Allí está también el más gordinflón y divertido delos Spiderman, caricaturistas que atraen a posibles clientes a veces con obras del granmaestro Vizcarra expuestas en caballetes, pintores que venden sus obras, payasos y un sinfínde personajes que buscan ganarse unas monedas. En diciembre además se puede ver a Papá

 Noel, Reyes Magos y a los bomberos de la capital que cambian sus uniformes por una mesaen la que venden calendarios con las fotografías de sus trabajados cuerpos de gimnasio. Entodas estas gentes disfrazadas de personajes hay algo común: todos son vendedores desueños, fantasías y sonrisas. Desde el verano se puede comprar lotería de Navidad en todoslos alrededores de la plaza hasta Sol, y nadie se puede ir sin comer el bocadillo de calamaresen la calle de Postas. Sí, visitar la plaza Mayor nunca deja indiferente a nadie, ni a quien lohace por primera vez ni a los propios madrileños que descubren en cada visita sonrisasnuevas, personajes diferentes y el inevitable avance “invasor” de los establecimientos decomida rápida que, a pasos agigantados, con llamativos rótulos y amparados por estructurasfinancieras de mucho capital, convierten en más especiales a los bares y restaurantes castizosque se resisten con sus gallinejas y entresijos a dejarse avasallar por la comida rápida.

A Silvia le gustaba ir a la plaza Mayor y fotografiarse a lado de los mimos, reírse acarcajadas con ellos como si cada vez que iba fuera la primera vez, como si la niña quellevaba dentro saliera a divertirse. Cuando bajaba hacia Ópera casi siempre compraba librosen puestos cobijados en estrechos callejones, se paraba a ver cómo los manteros salíancorriendo ante las sirenas de algún coche patrulla que les advertía de su presencia, dándolesasí tiempo para esconderse. A veces ejercía de fotógrafa aficionada de parejas o gruposilusionados como ella por la magia circense del entorno, a escasos metros de la realidad de laruidosa ciudad de las prisas. Pasar la tarde allí con su hermano le parecía la mejor de las ideas

 para no salir corriendo a buscar a Virginia, sin saber exactamente qué decirle, cómoexplicarle que no quería ser el eterno secreto de su vida, aunque la entendía quería caminar a

su lado, orgullosa de su amor, de sus sentimientos puros y sinceros. Durante la noche deinsomnio había vuelto a pensar que tal vez se había precipitado con la relación, que tal vez

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tenía que haber esperado un tiempo más prudencial, como había decidido en Galicia, antes delanzase a los brazos de Virginia. Pensó también que aquella primera noche en la que saliócorriendo era quizás el presagio de lo complicada que iba a ser la relación, de lo que podíallegar a sufrir.

 —  ¡Ey Silvi! ¿Estás aquí? Llevas un rato en Babia  —  dijo Valentín preocupado, mientasle tendía la mano con un vaso de cerveza. —  Perdona, estaba pensando. Sí, me apetece mucho pasar la tarde contigo en la plaza

Mayor. —  Ya veo que estabas pensando, pero creo que en algo más. Piensa un poquito en voz

alta, comparte conmigo ese corazoncito, que yo de mujeres entiendo un poco. Cuéntame quéte ha pasado con tu chica.

 —  Es un poco complicado de explicar. —  Bueno, las mujeres sois complicadas por naturaleza. Empieza a soltar y ya te digo yo

si tienes razón o si estás haciendo un mundo de algo que no lo es. —  Está bien, pero no quiero que por esto pongas en tela de juicio a Virginia.

 —  No te preocupes hermanita. Si ella es la mujer de tu vida y te hace feliz, sabes que laquerré muchísimo.

A la tercera caña Silvia le había contado a su hermano la trayectoria de su relación conVirginia, cómo en ocasiones la abogada escondía sus sentimientos, ocultándolos tras unacoraza infranqueable, cerrándose al mundo y lo peor, a ella.

 —  Tal vez le hayan hecho mucho daño en el pasado y por eso actúa así contigo, aunqueno es justificable.

 —  Si así fuera no es justo que yo tenga que pagar las consecuencias de su pasado, aunquelo que yo creo es que es su propio miedo a descubrirse a sí misma enamorada de una mujer

 por primera vez, lo que a mí me pasaba con trece o catorce años y a ella le está pasandoahora. Supongo que es complicado. Lo que sí sé es que yo nunca antes me había enamoradode esta manera.

 —  Se arreglará. Ya verás como todo sale bien. A lo mejor unos días separadas os vienen bien,sobre todo a ella, para ordenar no sólo los sentimientos, que esos están claros, sino el

 proyecto real de futuro, lo que cada una queréis. —  ¿Y si la pierdo? ¿Y si no quiere saber nada más de mí? No quiero ni pensarlo... —  Si ella está igual de enamorada que tú, no la perderás. Si no vuelve es que poco te

quiere. Las mujeres por amor sois capaces de darle la vuelta al universo y hacer girar

 planetas. Hazme caso y no te desesperes. Ten un poco de paciencia. Se arreglará. Como tú medices siempre, los sueños se pueden cumplir, sólo hay que desearlo con mucha fuerza. En vezde comerte el coco, sueña con lo que quieres. Por cierto, deberíamos irnos antes de que mamáempiece a hacer sonar los móviles como una loca.

 —  Sí, vamos. Gracias por escucharme y a mamá ni una palabra de esto, ¿vale? —   No te preocupes. Soy una tumba y además ya sabe que tu princesa está comiendo

 paella en familia allá por la costa de Levante —  respondió Valentín dando a su hermana uncariñoso beso en la cara.

Durante el almuerzo Silvia intentó sonreír y disimular la tristeza delante de su madre. Aratos notaba cómo las ganas de llorar la invadían y su pensamiento volaba en busca de los

 besos apasionados y tiernos de Virginia. En cuanto terminaron el café buscó la disculpa de lanecesidad de una ducha para levantarse de la mesa.

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  —   ¿Vas a salir?  —   preguntó su madre — . Menos mal, pensé que te ibas a quedar

enclaustrada otra tarde más en tu habitación y eso me preocuparía bastante. —  ¡Mamá! Necesitaba descansar. Eso es todo. Pero esta tarde me voy con mi hermanito a

la plaza Mayor. ¿Por qué no te vienes tú también? Hace mucho que no salimos una tarde los

tres juntos y hoy hace un día precioso. —  Tengo mucho que hacer toda la tarde. Lo dejaremos para otro día que además ya noestoy yo para meterme en los jaleos del centro un domingo. Aprovechad vosotros que todavíasois jóvenes.

A las seis y media de la tarde sonó el timbre en casa de Silvia. Su madre observó por lamirilla a la mujer morena que estaba al otro lado de la puerta. Sin duda tenía que ser Virginia.Abrió sonriente.

 —  Hola. ¿Está Silvia?  —  preguntó Virginia, mientras su cara se sonrojaba y su miradanerviosa se movía inconscientemente de lado a lado evitando los ojos de la mujer.

 —  Ha salido con su hermano, han ido a la plaza Mayor. ¿Tú eres Virginia? —  Sí, soy Virginia. —  Pensaba que estabas en Valencia todo el fin de semana. —  Sí, acabo de llegar y quería darle una sorpresa a Silvia  —  logró decir Virginia ante la

sorpresa del comentario. —   Pasa y la esperas si te apetece, aunque cuando estos dos se van juntos la hora de

regreso es muy incierta. —  No, no se preocupe, gracias. Mejor me voy y ya la llamo. —  No me trates de usted mujer, que me haces sentir mayor. ¿De verdad que no quieres

tomar un café y esperarla un ratito? Yo estaría encantada. —  No, de verdad que te lo agradezco mucho, pero estoy cansada del viaje y prefiero irme

a casa. Ya luego la llamo  —  mintió Virginia ante la situación embarazosa en la que se habíametido sin pensarlo.

Cuando llegó a la calle a Virginia le temblaba todo el cuerpo. Para sus adentros maldijo laequívoca idea que había tenido de salir corriendo y presentarse en casa de Silvia sin haber

 pensado en la posibilidad de que no estuviera y que a quien se encontraría sería a la madre.Durante unos segundos permaneció al lado del portal, incapaz de dar un paso hasta que losnervios desaparecieron. Instintivamente caminó hacia el metro y, aunque dudó un instante, enlugar de marcharse a casa y llamar a Silvia fue hasta Sol y se plantó en la plaza Mayor con laesperanza de encontrarla entre la multitud. Necesitaba verla y abrazarla, esconder sus miedos

 bajo su piel. Recorrió toda la plaza ignorando por completo el ambiente de risas y diversión,

ajena al mundo, buscando tan sólo la imagen de Silvia entre la gente, sin encontrarla. En lossoportales se sentó en una terraza y pidió un café esperando verla pasar ante sus ojos ajena aque en otra de las terrazas, lejos de su vista, Silvia y Valentín tomaban chocolate con churrosmientras hablaban una vez más de ella.

El sol descendía para ocultarse tras los edificios y tanto Silvia como Virginia, sin saberuna de la otra, miraban al cielo en el mismo momento, compartiendo el mismo deseo y elmismo pensamiento de encontrarse, de mirar juntas a ese cielo de Madrid cuyo colorcontrasta de tal manera con el de la ciudad y los edificios que lo hace poseer una bellezaadmirable, creadora del dicho “de Madrid al cielo” para orgullo de los castizos, no entendidocasi nunca por los miles de habitantes foráneos que en los últimos años se han instalado en la

capital, convirtiéndola en una de las ciudades más multiétnica de España. Pero el cielo deMadrid aquella tarde de domingo para las dos mujeres carecía, no de belleza, sino de ilusión.

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Virginia marcó por fin el número de Silvia, pero no fue su voz la que respondió, sino el buzón que le indicaba que el número al que llamaba estaba apagado o fuera de cobertura enaquel momento. Las lágrimas contenidas durante la tarde emergieron escenificando la tristezade su corazón. Al cielo, sin necesidad de palabras, le confesó su miedo a perder a la mujerque amaba, mientras a cincuenta metros, sin saberlo, Silvia compartía sus confesiones con el

mismo cielo y con su hermano Valentín.Era hora de volver a casa, de encontrarse una noche más con camas demasiados grandes,demasiado vacías, pero llenas de sueños por los que levantarse con ganas de luchar contra losmiedos, contra las adversidades y las diferencias, con ganas de seguir tejiendo un amor cadavez más grande.

29. Secretos de tu piel

Los sueños y los capítulos de una vida son metáforas los unos de los otros que caminanen paralelo. Ambos pueden permanecer en nuestros recuerdos para siempre o ser efímeros ydiluirse en el despertar de un nuevo amanecer. Una vida... Un sueño... ¿Soñamos la vida ovivimos los sueños? Sea como sea, soñando y viviendo siempre hay un corazón que, en algúncapítulo o en la imaginación de alguna noche, navega náufrago a la deriva sobre el vaivén de

las olas, alzando la mirada a inoportunos espejismos de sirenas que confunden. Ese corazóntiene entonces dos opciones: dejarse arrastrar por la marea perdiéndose mar adentro con laúnica esperanza de arribar en una isla donde la soledad lo ahogue entre montañasinexploradas, o puede mirar más allá del miedo que le producen los espejismos errantes ynadar mansamente hacia la costa donde su ola lo depositará en un rincón tranquilo en el que

 podrá algún día, abrazado a otro corazón, escuchar cómo las olas recitan versos nuncaescritos a la puesta de sol. “Las grandes decisiones dependen tan sólo de uno mismo”. 

Hay noches en las que la oscuridad se convierte en refugio de las historias que nosimaginamos, aquéllas que, por algún motivo, no nos atrevemos a contar más que a nosotrosmismos. Algunas ejercen un extraño poder en nuestra mente tal, que al despertamos siguenahí, entre la farsa de un sueño y la ansiada fantasía, para acompañamos en los primerosmomentos del día. Soñamos despiertos hasta que la propia mañana nos devuelve a la realidad,tan distinta casi siempre a como la queremos ver al cerrar los ojos, acomodar la cabeza sobrela almohada y perdernos entre las sábanas.

Lunes, nueve de la mañana. Virginia dio los buenos días a la recepcionista del bufete conla misma seriedad de cada mañana, amablemente le preguntó si había alguna nota o aviso

 para ella y, cuando su interlocutora le dijo que don Diego quería verla en la sala de reuniones para entregarle personalmente toda la documentación del caso Malvar, maldijo en su interiorel día que le esperaba. Dejó en su despacho el bolso y la chaqueta, cogiendo sólo su teléfonomóvil y la agenda. Por un instante miró a la mesa siempre ordenada y limpia arrepintiéndosede la profesión que había elegido. “¿Por qué no habré estudiado periodismo o magisterio?”,

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 pensó, pero aquel pensamiento era más fruto de la decepción y la desgana consigo misma quede su ideal. El periodismo le parecía una profesión de mentiras consentidas y engaños quemanipulaban la información mediante rebuscadas palabras, y en cuanto al magisterio, sudevoción y aguante con los niños era bastante nulo; pasar seis o siete horas en un aulaencerrada con una veintena de revolucionados chiquillos nunca se le había pasado por la

cabeza. No le gustaban los niños ni en sueños. Suspiró y salió con paso firme a reunirse condon Diego, dispuesta a centrarse en el trabajo aun sabiendo que sería una tarea muy difícilque su corazón herido se pusiera de acuerdo con la razón. Mal se le antojaba que empezaba lamañana y peor continuó. Nada más sentarse en el la sala de reuniones, don Diego movióvarias de las carpetas que tenía sobre la mesa buscando alguna en concreto, y la mala suerte oel caprichoso mal despertar de lunes, hizo que las carpetas tiraran al suelo el teléfono móvilque Virginia acababa de dejar sobre la mesa junto con la agenda. El viejo aparato se rompiómuriendo para siempre.

 —  Lo siento, Virginia. Lo siento mucho. Soy un torpe. Yo mismo te compro uno nuevoesta tarde. Mañana lo tendrás aquí en cuanto llegues.

 —  

 No es necesario, no se preocupe. Ya le quedaba poco para dejar de funcionar —  dijoVirginia mientras recogía del suelo los trozos, como si fueran esquirlas de su corazón. ¿Y sila llamaba Silvia? ¿Y si le mandaba un mensaje? En un grito silenciado hacia las entrañas desu ser maldijo a la mañana, al lunes e incluso a su jefe. Se volvió a sentar y, deseandoterminar pronto con aquella reunión aburrida escuchó, sin prestar demasiada atención,explicaciones sobre los cientos de folios que se amontonaban en las carpetas. Anotó en laagenda fechas clave, citas con su cliente y con un indeterminado pero amplio número detestigos, sin pararse a pensar en la fama mediática hacia la que podía ser que estuviera dandosus primeros pasos. Después, sin hacer preguntas, lo que a don Diego le resultó extraño,volvió a su despacho con paso firme, pero con la mirada más fría e impenetrable que nunca.Cerró la puerta ras de sí, dejó su mesa la agenda y el móvil roto, buscó en Internet el númerode la agencia de Silvia y descolgó el teléfono fijo. Estaba convencida de que la madre deSilvia le habría dicho a ésta que había ido a buscarla y se había acostado tarde con ladesesperante espera de un mensaje o de una llamada que no llegó. Marcó el número, perolejos de disfrutar de un momento agradable en la mañana escuchando al otro lado la voz de lamujer a la que amaba, se llevó la decepción de oír a David.

 —  Hola. ¿Está Silvia? —  No, lo siento pero hoy no vendrá. Se ha cogido el día libre. Si le puedo ayudar yo en

algo... —  No, gracias, preferiría hablar con ella porque es un tema personal. Soy amiga suya.

¿Me podrías dar el número de su móvil? —  Perdone pero tendrá que comprender que no puedo facilitarle esa información  —  dijoamablemente David sin reconocer la voz de la mujer que un día no mucho tiempo atrás lehabía hecho casi la misma pregunta en persona.

 —   Tienes razón, claro que lo entiendo. No te preocupes y gracias de todos modos.

Virginia se dio cuenta entonces de que los humanos caemos fácilmente en el error de lacomodidad. Antaño teníamos cuadernos o agendas en los que acumulábamos cientos denúmero de teléfono, pero la llegada de las nuevas tecnologías las anuló. Ahora almacenamostodos esos datos en la memoria del teléfono o en la tarjeta del mismo, y basta con buscar elnombre de la persona con la que queremos establecer comunicación oral o escrita, no

necesitamos marcar el número, lo que hace que no memoricemos casi ninguno, ni siquiera losque utilizamos a diario. Las nuevas tecnologías son tan cómodas como frágiles, por eso

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cuando se estropean o se rompen perdemos demasiada información. Una vez más, Virginiadeseó haberse quedado en casa aquella mañana extraña. No podría ir a buscar Silvia al trabajo

 porque no estaba allí, y volver a su casa a buscarla no entraba en las posibilidades de sucorazón. Bastante sopor había soportado el día anterior, muy a pesar de la simpatía yamabilidad de la mujer que podría llegar a ser algún día, o no, su suegra. La incertidumbre la

volvió a invadir sin dejarla pensar en nada que no fuera Silvia. Se sentó escondiendo elhermoso rostro entre sus manos, sintiendo que en un corto espacio de tiempo había entrado enun mundo nuevo que se le estaba haciendo muy grande, tan desconocido que la aterraba mirara cualquier lado, caminar en cualquier dirección. Descubrir ante todos lo que era su secreto lallenaba de miedo, pero perder a Silvia era la sensación más angustiosa que su corazón habíaexperimentado a lo largo de sus treinta y dos años. Perder a la mujer que sin querer le habíaenseñado un nuevo significado de la palabra amor, que le había descubierto secretos que su

 propia piel tenía ocultos, se le antojaba una puñalada en el alma. Todo cuanto había amado,sentido o deseado en el pasado no se parecía en nada a lo que sentía ahora, una pasióndiferente atada a sus pensamientos las veinticuatro horas del día, alterando los latidos de sucorazón enamorado. A su vida había llegado anticipada una dulce primavera de color y

 belleza que, en un abrir y cerrar de ojos, estaba cerca de convertirse en el invierno más frío yoscuro. Tenía miedo. Tenía miedo a que Silvia ya no quisiera seguir descubriendo lossecretos de su piel.

Cuando el domingo por la noche Silvia y Valentín llegaron a casa, su madre ya estabadormida, por lo que Silvia no supo hasta el lunes de la visita inesperada que había ido a

 buscarla a casa. Había visto la llamada al encender el móvil, pero pensó que no era la horaapropiada para llamar; sin embargo, al recibir la sorpresa de boca de su madre, se levantóapresuradamente e intentó llamarla. No hubo más que la respuesta de una voz fría: “Elnúmero al que llama está apagado o fuera de cobertura en estos momentos. Si lo desea puededejar su mensaje...". Lo volvió a marcar durante toda la mañana, sin éxito.

 —  Silvia, cariño, ¿qué es lo que os pasa? ¿Van bien las cosas entre vosotras? —   Sí mamá, bueno, hemos tenido una pequeña discusión, pero no es nada. No te

 preocupes. —  Ya, pero ayer no te llamó. Tal vez pensó que estabas de fiesta y se molestó. —  No mamá, ayer me quedé sin batería en el móvil, pero sí me llamó. Supongo que ahora

tendrá mucho trabajo o estará en el juzgado y por eso lo tiene apagado. —  Está bien, no hago más preguntas. Parece muy maja, aunque muy seria, a ver si un día

la traes a comer a casa. —  ¡Mamá! —  exclamó Silvia mientras se servía una taza de café recién hecho.Silvia le había pedido a David que le hiciera su tumo en la agencia sin explicarle los

motivos, sólo le dijo que necesitaba el día libre, por eso el joven se sorprendió al verla entraren la agencia a media mañana, la misma sorpresa que ella se llevó al ver a Carla. Hacíatiempo que no la veía, aunque ocasionalmente le preguntaba a David por ella. Parecía que porfin había sentado la cabeza.

 —  Hola Silvia, no esperaba verte hoy por aquí. —  Hola David. Carla, cuánto tiempo. Estás muy guapa. Veo que este chico te cuida bien.

 —  Sí, me cuida bien. Silvia yo... todavía te debo una disculpa. —  No te preocupes. Ya ves que era lo mejor para las dos.

 —  Perdón, pero, ¿os dais cuenta de que estoy aquí y esto es un poco embarazoso?  —  dijoDavid.

 —  Sí, éste no es el momento ni el lugar —  dijo Silvia — . Voy a sacar unos billetes y ya os

dejo. —  Por cierto, ha llamado una chica, dijo que era amiga tuya.

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 —  ¿Amiga mía? Si es mi amiga me podía haber llamado al móvil. ¿Te ha dejado algúnrecado?

 —  No, pero me pidió tu teléfono. Supongo que por eso no te llamó porque no tiene tunúmero.

 —  Entonces no será muy amiga mía. ¿Se lo has dado?

 —  No, por supuesto que no.Silvia no se entretuvo demasiado, gestionó una reserva, imprimió los billetes y se puso lachaqueta dispuesta a irse.

 —  ¿Silvia, podemos tomar un café o tienes mucha prisa?  —  preguntó Carla levantándoseal mismo tiempo que ella.

 —   Lo siento pero hoy no me apetece. Si quieres la semana que viene quedamos un día ytomamos ese café. Hasta luego chicos.

Los parques, a diferencia de los fines de semana por la mañana, estaban vacíos de niños.Abuelos paseando y gente haciendo deporte los convertían en remansos de paz en medio delas calles ruidosas que los rodeaban. Silvia se sentó en uno de los bancos de madera, donde

un sinfín de letras y corazones mezclaban amores de adolescentes dejando allí su testimonioescrito. Probablemente muy pocos de esos romances quinceañeros llegaran lejos paramadurar juntos, de la misma manera que ignoraba si su amor, su gran amor, el que le habíadevuelto la ilusión de una adolescente, continuaría o no. Había sido ella quien había salidocorriendo la primera vez, por miedo a enamorarse, del ático de Virginia. Había sido ella quienhabía salido corriendo en la primera bronca sin querer verla y las consecuencias podían serdesastrosas. Era el momento de salir corriendo de nuevo, pero en la dirección opuesta, alencuentro de la mujer a la que amaba.

Cuando Virginia salió del trabajo a las cinco de la tarde su hermana la esperaba.

 —  Joder hermanita, te he estado llamando todo el día al móvil y lo tienes apagado. —  Primero hola, ¿no? No lo tengo apagado, el capullo de mi jefe accidentalmente se lo ha

cargado. Acompáñame a comprar uno, ¿o es que tienes que ir a algún sitio? —  No, he venido porque me tenías un pelín preocupada y para tomar un café. Venga, te

acompaño a la tienda y después me invitas al café y charlamos un rato. ¿Has hablado conSilvia?

 —  No, no he conseguido hablar con ella. Si te parece bien, el café lo tomamos en casa yte cuento con calma.

 —   Vale, como quieras.

Virginia no se tomó mucho tiempo en elegir el modelo. Le importaba más tenerloactivado cuanto antes que si tenía o no un montón de aplicaciones que no iba a utilizar.

A las seis y media, Virginia esperaba impaciente a que el móvil tuviese carga de bateríasuficiente para poder utilizarlo mientras colocaba en el armario la chaqueta y se quitaba las

 botas y su hermana preparaba café. Sonó el timbre.

 —  ¿Esperas visita Vir? Ya abro yo. —  Qué graciosilla. Abre, que tú estás más cerca de la puerta.Silvia adivinó quién era la mujer que abría la puerta sólo con verla.

 —  Hola, quería hablar con Virginia si está en casa  —   acertó a decir atropelladamente

nerviosa. —  Sí, pasa. ¿Tú eres Silvia, verdad?

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 —  Sí. —  ¿Quién es? —  preguntó Virginia saliendo de la habitación y encontrando ante sí, como

si fuera un espejismo, a Silvia. Se miraron a los ojos y sin palabras expresaron un únicosentimiento. No importa quién dio el siguiente paso al encuentro del más deseado beso, alcobijo del necesitado abrazo en el que se fundieron, y tampoco importaba que alguien las

estuviese mirando. A Virginia, por primera vez no le importó, como si su hermana noestuviera presente acarició con ternura la cara de Silvia para volver a besarla buscando laeternidad del momento.

 —  Chicas, si va a seguir subiendo la temperatura del ambiente, mejor me voy  —  dijo lahermana de Virginia tras la primera sorpresa que le causaba ver a su hermana besando a unamujer. No era lo mismo saber que su hermana amaba a otra mujer que verlas besándose, perouna sonrisa sincera apareció en su cara siendo testigo del emotivo momento.

 —  No, quédate y tomamos ese café. Después yo misma te invito a irte. Te presento aSilvia.

 —   Menos mal que ya nos hemos presentado antes, que casi os olvidáis de que estoy yodelante.

Virginia le contó a Silvia durante el rato del café lo que había pasado con su teléfono ysupo también que Silvia no había sabido hasta esa misma mañana que había ido a buscarla latarde anterior. Rieron el cúmulo de despropósitos que se había aliado en su contra hasta que

 poco después la hermana de Virginia las dejó solas, despidiéndose de Silvia con dos besos yun guiño:

 —  Cuídamela, que es la única hermana que tengo. —  La cuidaré. Te lo prometo. —  Y tú pórtate bien Vir, que me cae bien mi cuñada. —  Estás tú muy simpática hoy, ¿no?

A solas, en la misma cama que la primera vez, pero con la pasión provocada por el miedoa perderse la una a la otra, Virginia desnudó lentamente a Silvia, entre besos y caricias,sintiendo cómo las manos de Silvia la liberaban de su ropa; las manos expertas querecuperaban la iniciativa deslizándose por la espalda, por sus piernas. Buscó con sus labios elcuello de Virginia, los hombros, descendió hasta sus pequeños pechos. Se entretuvo allí,notando cómo crecía el deseo en la piel que besaba y siguió descendiendo lentamente hasta elmás íntimo rincón del deseo. Se amaron la una a la otra como si no fuera a existir un mañana,entregándose a la pasión desbordada, descubriendo secretos que ocultos en la piel dejaban de

ser secretos. Ya no importaba quién supiera de su amor, quién lo entendiera o quién no. Erasu historia, sin la necesidad de pedirse perdón con palabras. Sus ojos decían todo cuanto sus