SEFARAD o La Morada de Los Hijos de Los Dioses

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    RIBERO MENESES PRINCIPAL Jorge M Ribero-MenesesMsicaon/off

    - LA DESTRUCCIN DEL MUNDO PRIMIGENIO -

    Hace alrededor de cincuenta mil aos, una civilizacin con centenares de miles de aos a sus espaldas, se vino repentinamente

    abajo. Responsable de ello, una catstrofe natural de colosales proporciones. Un terremoto y un diluvio aunados, presumiblemente

    auxiliados en su labor destructora por un maremoto.

    Lo que haca diferente este ltimo cataclismo padecido por el mundo primigenio, de todos aquellos que le haban precedido, era su

    dimensin, su extraordinaria virulencia. Antes de l, los valles que circundaban a los montes "Asia", "Libia" y "Europa" -los tres macizos

    montaosos o "continentes" que configuraban el mundo primigenio-, se vean peridicamente anegados por ingentes avenidas de agua

    que devastaban cuanto hallaban a su paso, sembrando de muerte y de desolacin aquellas tierras. Sin embargo, una vez remita la furia

    de las aguas y las corrientes de los ros volvan a la ortodoxia que les sealaban sus pedregosos cauces, la vida en todos aquellos valles

    renaca en todo su esplendor, espoleada, si cabe, por la extraordinaria humedad que la inundacin pasada haba dejado en las

    esponjosas y mullidas praderas de ese feracsimo rincn de la geografa de nuestro planeta.

    As se explica el que el hombre, aplicando sabiamente la exactitud de ese aserto castellano que pretende que "despus de la

    tempestad viene la calma", olvidara en seguida las calamitosas consecuencias del revs que acababa de sufrir, y volviese de nuevo al

    que ha sido y ser siempre el principal motor de su comportamiento: la lucha por la subsistencia. La conservadora lucha por la

    subsistencia.

    De ah el que la Humanidad, conservadora por naturaleza, olvidase pronto los estragos que regularmente le deparaba el solar ancestralde sus antepasados, y se aprestara a reemprender la marcha, obteniendo el mximo provecho posible de aquellas tierras que los dioses

    haban "seleccionado" cuidadosamente para ella.

    Algunos individuos se marchaban, "desertaban" y no volvan jams. Ciertamente. Pero eran los menos. Los ms permanecan fieles a sus

    races. Fieles a sus tradiciones. Fieles a sus dioses.

    Y es que el Paraso era mucho mas que una montaa. Era la divinidad misma. Una divinidad protectora que tutelaba a los hombres que

    moraban en torno a ella y que velaba por su felicidad y supervivencia. Y tambin, claro est, una divinidad justiciera, una divinidad

    enjuiciadora de los comportamientos humanos, dispuesta a castigarlos con todo rigor en el momento en que el hombre transgreda, de

    manera grave, sus dictados y prescripciones. Los dictados de rectitud y de moralidad que la conciencia humana entenda haban sido

    establecidos por Dios.

    Las catstrofes que peridicamente asolaban las tierras del mundo primigenio, no podan ser motivo de una desercin generalizada por

    parte de sus habitantes, en razn a que no tenan otro carcter que el de meros "ajustes de cuentas" de los dioses contra las

    desviaciones de los hombres. Ajustes de cuentas que el hombre encajaba "religiosamente", plenamente convencido de que se haba

    hecho merecedor de ellos. Ahora bien, de ah a que se rebelase contra la divinidad y a que llegase a renegar de ella y a buscar nuevas

    tierras de asentamiento, haba un enorme trecho. Trecho que slo algunos osados o descredos -que siempre los ha habido "en la via

    del Seor"- se atrevan a recorrer, con mejor o peor fortuna y convencidos, en cualquier caso, de que con ello se estaban haciendo

    merecedores de la maldicin divina o, lo que es lo mismo, de que al desertar del Paraso, estaban renunciando a la proteccin y el

    amparo que el cielo les procuraba en tanto permaneciesen en l.

    Puede parecer infantil y hasta absurdo para la mentalidad del hombre contemporneo, pero es un hecho que todo este "statu quo"

    religioso, urdido a base de remotsimas creencias y supersticiones, ha sido -junto con el originario carcter insular del Paraso- el que

    ha determinado el que la Tierra haya permanecido virtualmente despoblada hasta pocas muy prximas a nosotros, habindose

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    poblado tan slo, de una manera definitiva, en el momento en que con la total destruccin del Edn, el hombre interpreta que su

    montaa sagrada, su propio Dios, haba muerto.El Paraso haba perecido, como haban perecido buena parte de sus pobladores, en el momento en que toda la meseta, la acrpolis

    que coronaba su cumbre -y que como documenta Platn custodiaban celosamente las milicias atenienses-, se vino literalmente abajo,

    enterrando a cuantos moraban en ella.

    El cambio cualitativo es, pues, importante. No se trataba ya de un castigo divino. Eran los propios dioses quienes demostraban su

    fragilidad, al dejarse matar al mismo tiempo que los hombres. A partir de ese momento, qu proteccin poda esperar el hombre de

    unas divinidades que haban dado tan elocuentes pruebas de debilidad? Qu dioses eran sos que resultaban tan vulnerables como los

    hombres?

    Aquel era, incuestionablemente, ese "fin del mundo" que la Humanidad ha presentido siempre como algo prximo e inevitable.

    Con ventaja sobre todos los diluvios y catstrofes conocidos y sufridos por el mundo primitivo, la destruccin de La Tierra originaria ha

    sido, sin la menor duda, el episodio ms trascendental de toda la historia de la Humanidad. De no haber sido por ella, quin sabe si

    nuestro planeta no permanecera todava despoblado, como de hecho lo ha estado prcticamente hasta ayer mismo y por espacio de

    muchos millones de aos?

    Antes de la destruccin del mundo primigenio, la Humanidad fue una. Despus de ella -tras el hundimiento de la "torre de Babel"-, la

    Humanidad se hizo varia, dispersa... e inevitablemente antagnica. Conservar la unidad y hasta una relativa armona, resultaba posible

    en tanto que todos los hombres permanecan prximos unos a otros. Perpetuar esa unidad resultaba utpico, en el momento en que

    cada pueblo se desperdigaba en una direccin determinada, sentando las bases, en un espacio geogrfico concreto, de lo que haba de

    llegar a constituir la esencia de su identidad nacional, . de su singularidad ante y frente a todos los dems pueblos. Aqu y as nacan

    los nacionalismos. Aqu y as nacan la violencia y la insolidaridad que, desde entonces, han presidido los destinos de la Humanidad.

    Recurdese que antes del hundimiento de la "torre" de Babel, todos los pobladores de la "Tierra" (el mundo primigenio) hablaban una

    misma lengua. A raz de esa catstrofe, sin embargo, los pueblos se escindieron, se dispersaron, y en ese mismo momento, al tiempoque se modela ron las distintas lenguas, se consum el fraccionamiento de la especie humana.

    La lengua es el principal vehculo de unin y, al mismo tiempo, el ms enconado motivo de discordia. Hasta que un pueblo no posee

    una lengua propia, carece de verdadera identidad diferencial. Sin embargo, en el momento en que la posee, nace automticamente en

    l la conciencia de su singularidad y su reticente o nula disposicin a fundirse a otros pueblos. Se comprenden bien los mviles netamente moralizantes que indujeron a la invencin del esperanto y al intento ingenuo y utpico de

    llegar a implantado en todo el mundo. Sin embargo, una vez que la diferenciacin se ha consagrado, una vez que la historia se ha

    hecho, cualquier empeo que pretenda reconstruir el sentimiento de unidad que un da alent entre todos los seres humanos, resultar

    virtualmente imposible.

    Nada de cuanto sucede, sucede en vano. y si la lengua se ha roto y la Humanidad se ha roto con ella, esa herida, supuesto que pueda

    llegar a cicatrizar, no lo har sino al cabo de muchsimo tiempo. Y ello, claro est, partiendo del principio de que la herida no siga

    sangrando, abierta una y otra vez por nuevas disensiones, por renovados motivos de discordia y de distanciamiento.As se viene escribiendo la Historia, desde que un diluvio y un terremoto aunados, dieron al traste con una civilizacin portentosa, con

    un mundo coherente y relativamente unido, que paradjicamente, estaba llamado a servir de germen, de imprevisto caldo de cultivo

    para esa civilizacin beligerante y "crispada" que hemos heredado.

    El Paraso se rompi y la Humanidad se rompi con l. Slo en ese sentido puede hablarse, en puridad, del hundimiento de la Atlntida.

    Aquella Atlntida, aquel mundo, aquella Humanidad, se hundi para siempre. La otra, las tierras que la configuraban, renaceran

    tiempo despus, una vez que las aguas consiguieron abrirse paso a travs de las rocas que impedan su normal discurrir y que

    mantenan anegados, por ende, los valles del mundo primigenio.

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    Pero cuando eso suceda, ya era demasiado tarde. Cuando eso ocurra, el hombre, desde haca varias generaciones, se haba

    establecido en otras montaas, en otras comarcas no demasiado distantes de su patria originaria. Haba alumbrado nuevos mundos.

    Facilitaba el "trasvase", la conciencia de que el mundo primigenio haba desaparecido, de que la "Atlntida", "Sepharad"... el Paraso,

    se haba hundido para siempre. De que era imposible retornar a un mundo que haba dejado de existir.

    Se perdi el mundo primigenio, pero no se perdi la conciencia de su existencia. De ah las milenarias peregrinaciones al norte deEspaa por parte de todas las naciones europeas, tratando, en definitiva, de reencontrar la Historia perdida, el mundo y el tiempo

    perdidos.De ah, tambin, el que la mayor parte de los pueblos de la antigedad, en un momento u otro, decidieran establecerse en la Pennsula

    Ibrica, bien sea por va de invasin, bien a travs de una penetracin pacfica. Y as, de esta guisa, la Pennsula Ibrica volvera a

    convertirse en el mosaico racial que originariamente fue, acogiendo en su geografa a pueblos europeos, asiticos, africanos y, a. la

    postre, incluso americanos, y recuperando de alguna manera la universalidad que perdiera un da.

    El pueblo judo, dentro de ese universo racial que iba a llegar a modelar la Pennsula Ibrica, se revelara como el ms apegado y fiel a

    sus races ancestral es. Y es que, en definitiva, "hebreos" lo fueron todos aquellos pueblos de la dispora que sigui a la destruccin del

    mundo primigenio, que conservaron la conciencia de su ascendencia ibrica. Todas aquellas comunidades que, diseminadas por todo el

    planeta, siguieron mostrndose fieles a la memoria y a las tradiciones de aquel mundo primigenio que floreciera en el mbito del

    Paraso o Paradiso, de cierto macizo montaoso llamado Zfara o Zepharad.

    Exactamente el mismo comportamiento mostrado por los sefardes o "sepharads", a raz de la dispora de 1492..

    RIBERO MENESES PRINCIPAL Jorge M Ribero-Meneses

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    Captulo I. EL APOCALIPSIS

    El estudio en profundidad de la mitologa y de los ms remotos testimonios conservados, relacionados con los primeros tiempos del

    mundo, nos han permitido reconstruir -en las lneas que sirven de introduccin a este libro-, las que cabra considerar como lneas

    maestras de la secuencia vivida por la Humanidad desde su permanencia en el Paraso, hasta su traumtico alejamiento de ste a raz

    de la total devastacin que siguiera al Diluvio "Universal" y a la ms trascendental de sus consecuencias: la desaparicin o

    "hundimiento" de la Atlntida. En rigor, el anegamiento o inundacin del mundo primigenio.

    Una cosa es que una tierra se hunda y otra muy distinta que quede temporalmente anegada por las aguas, fenmeno este que parece

    haber sido el responsable del despoblamiento del Paraso y de la dispersin de sus gentes, por mucho que algunas de ellas, parecen

    haber retornado, al cabo de no mucho tiempo, a sus lares originarios..., y llamo la atencin del lector en cuanto a la enorme

    importancia de este trmino, en orden a la identificacin de nuestra primera morada.

    Si el Paraso hubiera quedado deshabitado por espacio de varias generaciones, su toponimia primitiva se habra perdido irremisible y

    definitivamente, haciendo completamente imposible su ulterior identificacin. No se pierda de vista, que el nico camino fiable que

    conduce a la localizacin de la primera morada de los seres humanos, pasa precisamente por el reconocimiento de un macizo

    montaoso de una cierta envergadura, en el que confluyan todas las denominaciones con que el Jardn del Edn ha sido conocido por

    los diferentes pueblos de la antigedad, as como los propios nombres de las divinidades adoradas por estos pueblos, y de los ros,

    montes y poblaciones que consta existieron en ellos.La bsqueda del Paraso no es, pues, una tarea quimrica para la que se requiera ningn tipo de "iluminacin" o inspiracin especial. La

    bsqueda del Paraso es, simplemente, una cuestin de intuicin y de estudio.

    Nos consta, pues, que el Paraso, el mundo primigenio, no lleg jams a verse totalmente despoblado. Lo que quiere decir que la

    inundacin del Diluvio, aunque importante, no lo fue tanto como para que perecieran en ella la mayor parte de los seres humanos y,

    mucho menos an, para que las elevadsimas cumbres de aquella "isla" quedasen enteramente sumergidas bajo las aguas. Nada de todo

    esto sucedi y, buena prueba de ello, el testimonio del Corn cuando afirma que el destierro de Adn del Paraso fue slo temporal y

    que, transcurrido cierto tiempo, Dios le otorg su perdn.

    Adn volvi al Edn, como regres No al monte "Negro", "Baris" o "Cardn" (nombres indistintos del Paraso), tras retirarse las aguas

    del Diluvio.

    Para ser un hecho tan extraordinariamente importante y que tan decisivo papel haba de jugar en el decurso de la historia de la

    Humanidad, resulta sorprendente que los pormenores de aquella catstrofe no hayan quedado recogidos en ningn texto literario

    importante, texto que, en buena ley, habra debido encontrar amplio eco entre las generaciones que siguieron a aquellos

    acontecimientos. Es cierto que en dos de los Dilogos de Platn se recogen noticias inapreciables en relacin con la destruccin de la Atlntida, pero no

    es menos cierto que los textos platnicos se limitan a hacerse eco de unos testimonios remotsimos, tutelados por los egipcios en sus

    templos.

    Cmo justificar que unos hechos que haban tenido al Occidente por escenario, no dejen recuerdo alguno en este mbito geogrfico,

    perviviendo tan slo su memoria en las lejanas tierras del oriente africano?

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    Es admisible que los hijos de los supervivientes de la destruccin del mundo primigenio, que conocan por sus mayores todos los

    pormenores de la misma y que en muchos casos la habran padecido tambin, no reflejaran en ningn escrito todo cuanto saban

    respecto a aquel hito crucial de la historia del gnero humano?

    No podemos conformamos con el pretexto de que la transmisin del conocimiento se efectuara en el pasado de forma

    fundamentalmente oral, por cuanto nos consta -y vamos a referimos a ello precisamente en estas pginas que nuestros ancestros ms

    remotos tuvieron sumo cuidado en dejar plasmadas en piedras, todas aquellas noticias que consideraron verdaderamente importantes,en relacin con los primeros estadios del mundo.

    Ha tenido que existir, pues, un relato de la destruccin del Paraso que, consecuentemente con la universalidad de su temtica, ha

    debido gozar de enorme popularidad -desde tiempos remotsimos- entre los pueblos de la Pennsula Ibrica y, en un plano ms amplio,

    del occidente de Europa. Qu ha sido de ese relato? En qu monumento literario conocido, puede rastrearse el contenido de aquella

    valiossima descripcin -perdida?- del fin del mundo primigenio?La respuesta a todas estas preguntas, se encuentra en el libro del Apocalipsis, identificado hasta la fecha con unos acontecimientos

    vinculados al mundo futuro y cuyo enunciado no es, en realidad, sino uno de los ms impresionantes registros histricos conservados

    por la Humanidad.De la comparacin del texto del libro del Apocalipsis, con la descripcin de la destruccin de la Atlntida que hace Platn en sus

    Dilogos, se desprende de manera inequvoca e incontestable la evidencia de que se trata de dos Textos anlogos, que hacen

    referencia a unos mismos sucesos histricos.

    El Apocalipsis describe en efecto, y como se viene pretendiendo, el fin del mundo. Pero no el fin de nuestro planeta, del mundo en el

    sentido que hoy le otorgamos a este trmino, sino en un sentido mucho ms arcaico y concreto: lo que el Apocalipsis refiere es la

    crnica minuciosa y fehaciente de la destruccin del Paraso, del fin del mundo primigenio.

    El hecho de que los seres humanos hayamos vivido siempre bajo la amenaza de esa suerte de "espada de Damocles" que constituye el

    temor a la destruccin de nuestro mundo, tiene muchsimo que ver con la circunstancia de que nuestros ancestros conocieran, en un

    tiempo remoto, el aniquilamiento de su mundo respectivo, vindose exterminados muchos de ellos y forzados los supervivientes aestablecerse en otros "mundos'" vecinos que les eran totalmente extraos. En otros "mundos"... o en otros "montes", desde el momento

    en que uno y otro trmino fueron, en su origen, absolutamente afines.

    El mundo primigenio, el Paraso, feneci, y la memoria de aquella catstrofe, debi quedar plasmada en un "libro" cuya confeccin

    parece haberse realizado en el mbito de ese mismo mundo supuestamente perdido. Los primeros "ejemplares" de aquel texto,

    debieron imprimirse sobre piedras, supuesto que para entonces, no se hubiera generalizado ya entre nuestros antepasados, la

    costumbre de utilizar las Cortezas de los rboles -precedentes de los papiros para estos menesteres "literarios".

    Sin embargo, y como ha sucedido con la Biblia y con casi todos los textos histricos de verdadera importancia, aquel libro eximio sobre

    la destruccin del Paraso o de la Atlntida, ha debido ser objeto de multitud de copias escritas por "cronistas" posteriores, que fueron

    adaptando su contenido a la idiosincrasia y a la mentalidad de las pocas en las que tales transcripciones fueron gestndose.

    En este sentido, no resulta difcil suponer que las sucesivas recreaciones que iban hacindose del libro del Apocalipsis, eran cada vez

    ms elaboradas y "barrocas", ganando en hermetismo en la medida en que se distanciaban, cronolgica y geogrficamente, del texto

    original.La prueba de que las cosas no han debido suceder de forma muy distinta a como venimos suponiendo, la tenemos en el hecho de que el

    libro del Apocalipsis haya tenido escassimo arraigo entre los pueblos de Oriente, varios de los cuales han cuestionado, reiteradamente,

    su autenticidad misma. No ha sucedido as, por el contrario, en Occidente, en donde este venerable y remotsimo texto ha gozado de

    un predicamento que supera con creces al que hayan podido merecer la propia Biblia y los Evangelios.A raz de la penetracin islmica y de la reinterpretacin cultural y religiosa que los espaoles del siglo VIII y sucesivos debieron, sin

    duda, padecer, el libro del Apocalipsis cobra tal importancia que se convierte en el libro sagrado, por antonomasia, de los pueblos

    cristianos, efectundose tal cantidad de copias del mismo, que a pesar de lo severamente castigados que se han visto los fondos

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    bibliogrficos en nuestro pas, nada menos que treinta y dos manuscritos distintos del Libro, han llegado ms o menos completos hasta

    nosotros. La mayor parte de esas obras fueron profusamente ilustradas, atribuyndose a un monje de Libana llamado "Beato", la

    autora sobre la ms antigua de todas ellas.

    Nos estamos refiriendo, por consiguiente, a los popularmente conocidos como "Beatos de Libana", cuya vinculacin con esta antigua

    provincia cntabra no va ms all del hecho de que sus diferentes versiones, tengan como precedente prximo a los perdidos

    "Comentarios al libro del Apocalipsis" escritos por ese enigmtico monje del monasterio de Santo Toribio de Libana."A qu se debe -se pregunta Henri Stierlin- que la reproduccin e ilustracin del Apocalipsis, cautivase de ese modo a las gentes del

    tiempo de Beato y durante los siglos que siguieron? Cmo es posible que entre finales del siglo VIII y el siglo XII, por no hablar de otras

    versiones tardas, esta obra haya constituido el ncleo principal de las bibliotecas conventuales y el tesoro de las iglesias espaolas?"

    En otro punto de su estudio consagrado a los Beatos, Stierlin afirma:"El libro del Apocalipsis estuvo considerado en la poca de la Reconquista, como el ms sagrado y venerable de los textos cristianos. Si

    en el resto de Europa la obra ms preciosa que poda tener un monasterio era el Evangelio, en Espaa, en cambio, la preeminencia

    correspondi siempre al Apocalipsis, hasta el punto de que los estatutos de la comunidad, se guardaban entre las pginas de los

    manuscritos del Apocalipsis. y Beato escriba expresamente que el Apocalipsis es la clave de todos los libros".Parece, pues, fuera de toda duda, que el Apocalipsis ha sido un libro espaol por antonomasia. O quiz deberamos decir mejor, que ha

    sido el libro espaol por antonomasia. Habra tenido tal arraigo entre nosotros, de no ser porque, efectivamente, recoga noticias y

    testimonios estrechamente vinculados a nuestro pasado?

    No es casualidad que sea precisamente en Espaa en donde se conservan los ms importantes y valiosos manuscritos del Apocalipsis que

    existen en el mundo, como no es casualidad que sea igualmente el norte de Espaa, la nica zona del planeta en la que el recuerdo del

    fin del mundo primigenio, de la destruccin de la At lntida, ha dejado una huella iconogrfica imborrable.Siendo como fue el denominado "Diluvio Universal", el responsable de la destruccin del Paraso y de la Atlntida, no resulta

    significativo que un arca de No aparezca, bellsimamente reproducida, entre las ilustraciones de los Beatos espaoles? Si nosatenemos a la interpretacin tradicional del libro del Apocalipsis, qu tiene que ver el fin de nuestro planeta, de nuestro mundo, con

    unos sucesos como los del Diluvio que pertenecen a los ms remotos estadios de la Humanidad?Si No aparece en las ilustraciones de los Apocalipsis espaoles, no es por licencia arbitraria y gratuita de los autores de esas joyas

    bibliogrficas que llamamos "Beatos", sino porque la leyenda del patriarca forma parte indisociable del conjunto de acontecimientos

    que precedieron y siguieron a la destruccin del Edn.En algunas de las ilustraciones de los Beatos, vemos cmo los ngeles, actuando como meros instrumentos de la voluntad divina, lanzan

    la tempestad sobre la Tierra, ocasionando una terrible mortandad que aquellos excepcionales artistas medievales representan,

    mediante el dibujo de un buen nmero de hombres y de animales flotando o sumergidos bajo las aguas.Ms an. En los propios Beatos, vemos reiteradamente reproducidos, esos tres montes principales o "continentes" que configuraban el

    mundo originario y cuyos tres nombres, que conocemos merced al testimonio de Teopompo de Chios, eran precisamente "Europa",

    "Libia" y "Asia". La coincidencia es impresionante y no tiene nada de casual, como vamos a conocer en seguida. Antes, sin embargo,

    merece la pena que destaquemos el hecho de que los tres montes o continentes en cuestin, sean representados - en los Beatos, antes

    y despus del Diluvio. Antes de l, se nos muestran atestados de gente, extremo este que mal podra sorprendemos, cuando conocemos

    el problema de superpoblacin que padeci el mundo primigenio. Fenmeno inevitable cuando se mantiene confinada a una especie

    determinada, en un espacio geogrfico limitado.Pues bien, despus del Diluvio, las tres montaas antedichas aparecen desiertas y anegadas, adems, por las aguas,

    hasta una altura considerable.

    Pero en la devastacin de la Atlntida, confluyen, por lo menos, dos calamidades: un diluvio -que los Beatos registran reiteradamente,

    como decamos - y un terrible sesmo que "desgaj" la cumbre del Paraso, aquella Acrpolis en la que, como veremos, moraban los

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    descendientes de Set, antepasados de los atenienses. Antepasados que pereceran en su casi totalidad, como reconoce Platn en sus

    Dilogos, fiel al testimonio de los egipcios.No les pas inadvertido a los autores de los Beatos, el detalle preciso respecto al desmoronamiento o "argayo" de la cumbre del Paraso

    o del Atica, y ah est, en una de sus ilustraciones y como cortada de cuajo, la cumbre de una montaa desplomndose ntegra sobre

    las tierras de su entorno y sobre sus pobladores. Entre estos ltimos debieron encontrarse, sin duda, los mticos diez reyes de la

    Atlntida que, como viramos en "La Espaa olvidada", tan relevante papel desempean en la iconografa romnica del norte de Espaay, sobre todo, en la de esa genealoga de la Corona de Castilla que aparece genialmente labrada en la portada del antiguo Colegio de

    San Gregorio de Valladolid.

    Tampoco los diez reyes atlantes han sido omitidos en las ilustraciones de los Beatos, apareciendo pintados en los mismos, con atributos

    que no ofrecen lugar a dudas respecto a su condicin regia.

    Ningn detalle parece habrseles pasado por alto a aquellos prodigiosos miniaturistas medievales espaoles, ni siquiera la

    representacin cartogrfica de aquel mundo, de cuya ruina estaban ofreciendo testimonio con sus pinturas.

    La prueba rotunda de que existi un mundo previo al nuestro, cuya situacin e idiosincrasia geogrfica nada tena que ver con las del

    mundo actual, nos la ofrecen las diversas versiones cartogrficas de la Tierra originaria que encontramos entre los Beatos. La ms

    importante y valiosa de todas ellas -fechada en el ao 1086- es la que se conserva en la catedral del Burgo de Osma, y no tardar en

    llegar el da en que se concepte a esta obra, como a todos los Beatos en general, como uno de los ms preciosos patrimonios de la

    Humanidad.

    En todos esos sorprendentes mapas, que reproducen un modelo comn, se observa cmo los tres "continentes" originarios -Asia, Europa

    y Libia- se encuentran situados, respectivamente, al norte, al suroeste y al sudeste, sin guardar relacin alguna, por consiguiente, con

    la ubicacin actual de todos ellos. La Tierra primigenia aparece reproducida en los Beatos como una isla circular, regada por varios ros principales que sirven de

    "fronteras" entre las tres regiones o "continentes" que la configuran. No existe, aparte de ellos, ningn tipo de divisoria entre lasdistintas naciones, por lo mismo que no guarda relacin alguna la fisonoma de stas con sus rasgos geogrficos actuales. Grecia, Italia,

    Galia, Germania y "Spania" acaparan entre ellas el espacio geogrfico europeo, confundidas unas con otras en el seno de ese mbito

    comn.

    Aparte de las efigies de seis de los doce apstoles, completan el espacio europeo en este supuesto "mapa mundi" del Apocalipsis del

    Burgo de Osma, las siluetas de cuatro catedrales y la de un faro. Por lo que se refiere a los templos, destaca con ventaja por sus

    dimensiones, el de Santiago, correspondiendo los otros tres a Constantinopla, Roma y Toledo. En cuanto al faro, no es preciso decido,

    es el gallego Faro de Hrcules, al que vamos a referimos tambin en estas pginas.

    Amn de las cuatro iglesias europeas, el autor del Beato del Burgo de Osma pinta otros dos grandes templos en Troya y en Antioquia,

    olvidndose por completo de Jerusaln y de otras importantes poblaciones asiticas. Lo que quiere decir que dos de las seis iglesias que

    aparecen destacadas como las ms importantes del orbe, son espaolas, siendo la mayor de todas, como decamos, la de Compostela.

    Una evidencia ms, de que fue Compostela -y no Roma ni Jerusaln- el verdadero ncleo espiritual del mundo antiguo, antes e incluso

    despus del Imperio Romano.Podra aducirse que semejante forma de reproducir el mundo no tena nada que ver con el recuerdo del mundo primigenio y s, por el

    contrario, con el hecho de que aquellos miniaturistas medievales espaoles, no tuvieran la ms leve nocin respecto a cul era y es el

    diseo geogrfico de nuestro planeta. Tal hiptesis carece, sin embargo, de toda virtualidad, cuando nada menos que en el siglo II de

    nuestra era, Ptolomeo haba elaborado un Atlas del mundo antiguo, en el que todas y cada una de las naciones asiticas, europeas y

    africanas, aparecen minuciosa y rigurosamente descritas y dibujadas. Intil decir, a la vista de la magna obra acometida y de la

    imposibilidad material de realizada en un mundo como el del principio de nuestra era, que Ptolomeo debi limitarse a compendiar o

    calcar otras cartas geogrficas previas, que sin duda deban circular por el mundo antiguo desde que determinados pueblos

    protohistricos se enseoreasen del Mediterrneo y de todos los pases de su entorno.

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    Habiendo sido el Atlas de Ptolomeo (o el modelo en el que ste se inspirase) el punto de referencia de toda la cartografa que se ha

    gestado en el mundo, prcticamente hasta el descubrimiento de Amrica, parece claro que si los miniaturistas espaoles se decantaron

    en sus" mapa mundi" por la versin insular y "reducida" del planeta, no es porque no supieran representarlo de otra forma, sino

    simplemente porque deseaban mantenerse fieles a una corriente cartogrfica ajena totalmente a la visin moderna y realista del

    mundo adoptada por Ptolomeo. Dicho con otras palabras, a lo largo del primer milenio de nuestra era, coexistieron dos tradiciones

    cartogrficas contrapuestas: la una, moderna, representaba el mundo tal cual es; la otra, arcaica, segua representando el mundo

    como haba sido antes de que el Apocalipsis del mundo primigenio, consumara la escisin y dispersin de todos los seres humanos.

    De ah el que los autores de los Beatos, que beban en fuentes espaolsimas, a la hora de describir con sus pinceles la idiosincrasia del

    Paraso y los pormenores de su destruccin, no incurran en el despropsito de identificar ese mundo perdido con el mundo moderno y

    se decanten por la representacin del mundo "a la antigua usanza". Una representacin que conocan bien, por ser "moneda corriente"

    entre los espaoles. No en vano era la plasmacin de su primer mundo.

    As se comprende que sea precisamente en Espaa en donde se han conservado las representaciones ms valiosas, elaboradas y precisas

    de la Tierra primitiva que existen en el mundo.Si el sentido del libro del Apocalipsis no fuera el que venimos describiendo, qu lgica tendra que las ilustraciones hispanas del libro

    sagrado incluyeran una reproduccin cartogrfica del mundo, mxime cuando se trata de un mundo que no tiene nada que ver con el

    actual y muchsimo menos an con el futuro?

    Qu tienen que ver estos sorprendentes mapas, con la proftica destruccin del mundo contemporneo que, tal y como se viene dando

    por sentado, constituye la esencia del libro con el que, significativamente, se cierra la Biblia?

    El significado del trmino griego "apocalipsis" es revelacin. Sin embargo, ni ste es el valor originario de esta palabra, como vamos a

    ver en seguida, ni mucho menos alude a esa supuesta revelacin recibida por San Juan, en relacin con el fin de nuestro mundo. La

    mayor parte de los exgetas bblicos parecen estar de acuerdo en que San Juan no tuvo nada que ver con la redaccin de este texto.

    La revelacin a la que alude el significado griego de este trmino, tiene un sentido mucho ms arcaico y entronca, precisamente, conla revelacin con que supuestamente fuera distinguido No (por otros nombres "Jan o" o "Jauna")

    con anterioridad al desencadenamiento del Diluvio Universal o "Apocalipsis". No se pierda de vista que fue precisamente "Calin" (Deu

    Calin) el nombre griego de No, as como que en el trmino "apocalipsis" se han fundido dos palabras distintas: "apo" y "calipto". El

    elocuente significado de esta ltima voz es, precisamente, ocultarse, desaparecer. Dos valores que entroncan con el vasco "kalitu",

    matar y que nos ayudan a reconstruir la verdadera identidad de este trmino fundamental. (1)"Apo Calipto" o "Apo Calipsis" significa sencillamente: el fin, la destruccin o la expulsin de Calipso. Lase del

    Paraso. O de la Atlntida. De aquella isla Ogigia o Calipso en la que recalase Ulises y cuyo trgico fin ha quedado tan fielmente

    reflejado en el griego "kalipto" y en el vasco "kalitu".

    Cuando sabemos -vamos a verlo en estas pginas- que las "Columnas" de Hrcules fueron identificadas con el Paraso o, si se prefiere,

    con la isla de Calipso, no puede sorprendemos en absoluto el que los antiguos espaoles conocieran a aquellas "columnas" o "piedrones

    enhiestos" (Florin de Ocampo) con el nombre de calepas, tan afn a Calipso. De hecho, el nombre de una de aquellas mticas

    "columnas", era precisamente Calpe, derivado de Calepe o Calipe.Pero no termina todo aqu, porque de ese "Calipe" o "Calpe" se derivara "Carpe" y el nombre de "Carpetanos" que algunos autores

    documentan otorg Tbal a los primeros pobladores de Espaa, moradores de las riberas del Ebro.

    Antepasados de aquellos espaoles "Calipes" o "Carpes", fueron los mticos "clibes" a los que se atribuye la muerte de Polifemo y a los

    que Justino localiza en tierras de la Pennsula Ibrica...

    La isla Calipso, la isla Atlntida, contiene en su p ropio nombre una de las claves principales que pueden llevarnos a desvelar el enigma

    del continente "desaparecido". Ntese, en efecto, que "calipto" no significa hundirse, sumergirse, ni nada parecido. "Calipto" se

    traduce, simplemente, por velar, ocultarse, cubrirse...

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    As nacera el trmino "eclipse" (originariamente "ecalipse"), referido no a la desaparicin de un astro, sino a su ocultamiento.

    Y es que la isla Calipso, por otros nombres "Asteria" o "Estrella", se haba "esfumado", se haba eclipsado como por ensalmo, ya que no

    fsicamente, s por lo menos en la imaginacin y en la memoria de los seres humanos que moraron en ella y que lograron sobrevivir a su

    hecatombe, a su apocalptica destruccin.

    "Apocalipsis": el fin de Calipso. Simplemente."Calipso": la oculta, la velada. Todava lo est, cuando han transcurrido varias decenas de miles de aos de su apocalipsis.

    RIBERO MENESES PRINCIPAL Jorge M Ribero-Meneses

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    RIBERO MENESES PRINCIPAL Jorge M Ribero-MenesesMsicaon/off

    Captulo II. SOBRE EL EMPLAZAMIENTO DE LA ATLNTIDA

    "Atlntida" y "civilizacin" son conceptos virtualmente idnticos. Una largusima tradicin, que arranca ya desde el trascendental e

    inapreciable "Critias" de Platn, tiende a identificar ambos conceptos, sentando las bases de una amplsima bibliografa en la que la

    presuncin de que la Atlntida fuera en realidad la cuna de la civilizacin occidental, emerge de continuo con sorprendente y, por

    cierto, clarividente insistencia. Otra cosa es que esa insistencia se haya visto fecundada por un mnimo acuerdo o coincidencia en

    cuanto a la identificacin de la cuna de nuestra especie.

    De esta suerte, el enigmtico y escurridizo pas de los Atlantes ha viajado, prcticamente sin tregua a lo largo de los ltimos siglos, por

    todas aquellas regiones del planeta en las que la imaginacin de los autores respectivos ha querido situado, siendo identificado casi

    siempre con los fondos del Ocano Atlntico, muchas veces con las islas de Tera o de Creta, otras con las Canarias y las Azores, algunos

    con Palestina, Marruecos y la Pennsula Ibrica, no pocas con los pases centro y sudamericanos y hasta en ocasiones, tambin, con

    algunos de los pases escandinavos.

    No ha faltado, tambin, quien apuntase la posibilidad de que, fuese cual fuese su emplazamiento, la Atlntida hubiese sido un da la

    matriz de todos los pueblos del planeta, siendo las mitologas de todas las culturas de la antigedad, meros trasuntos de la que un da

    lejano alumbrase la llamada "civilizacin perdida".

    Bien. Lo menos que puede decirse es que, sobre haber errado en cuanto a su localizacin, las pesquisas de todos los historiadores e

    investigadores que nos han precedido en el estudio de este tema, han resultado extraordinariamente certeras, tanto en cuanto a laconcepcin de la Atlntida como un verdadero microcosmos del que ms tarde iban a desprenderse todas y cada una de las familias y

    razas humanas, como en la identificacin del pueblo atlante con el pueblo hebreo, el azteca, el cretense, el guanche o el celta.

    Ninguna de estas parcelaciones o fragmentaciones de la idiosincrasia de los atlantes iba a revelarse mnimamente atinada y, sin

    embargo, lo que no puede negarse es que todas ellas resultaban parcialmente certeras, desde el momento en que los atlantes, entre

    otras muchas identidades, tuvieron la de palestinos, egipcios, persas, griegos, asirios, romanos, galos, celtas, sajones...

    En efecto, el de "atlantes" no es sino un gentilicio ms, extraordinariamente ambiguo por otra parte, que acoge en su significado a

    todos los remotos moradores de ese prodigioso y tantas veces barruntado microcosmos, en el que tuviera su cuna la especie humana y

    en el que, a lo largo de millones de aos, fuesen configurndose, primero la especie humana y, ms tarde, todos los pueblos de la

    antigedad. Todo ello antes de que el "hundimiento" de la Atlntida, diera con buena parte de sus moradores en las ms contrapuestas

    y distantes partes del planeta, desde Mjico a Australia, desde Islandia a Egipto, desde Siberia a Irlanda.

    Si una mnima parte de los esfuerzos y de los medios que se han empleado hasta aqu en rastrear los fondos de casi todos los Ocanos,

    en busca del mal llamado "continente perdido", se hubieran encaminado a la realizacin de una profusa investigacin que, sobre

    identificar la etimologa del nombre de la Atlntida, hubiese tratado de identificar el emplazamiento de poblaciones atlantes tales

    como Cades, Cerne o Po, oceangrafos, submarinistas, arquelogos y antroplogos se habran ahorrado muchsimo trabajo y hace

    bastante tiempo que el mundo conocera, sin posibilidad alguna de equvoco, el lugar exacto en que naci, creci y muri aquella

    legendaria civilizacin.

    No se ha hecho as, sin embargo, y a ello le debemos en muy buena medida, el enorme escepticismo con el que hoy es acogida en los

    medios intelectuales, cualquier nueva noticia o aportacin sobre la localizacin de la Atlntida. Y ello, a partir de la conviccin

    aristotlica -que para algunos se ha convertido en dogma- de que el "octavo continente" slo existi en la imaginacin del gran filsofo

    griego al que debemos las principales noticias respecto a su existencia.

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    A la envidia de Aristteles respecto a su maestro, se debe el que muchos intelectuales se pronuncien vehementemente en contra de la

    existencia de la Atlntida, poniendo en tela de juicio, al manifestarse de esta suerte, la extraordinaria altura intelectual y humana de

    la obra y de la personalidad de Platn.

    "El conocimiento de Platn (sobre la Atlntida), por tratarse de un hombre honorable y de un espritu ilustre, pesa ms que la opinin

    negativa de cien cerebros de mentalidad media que estn ms inclinados a pronunciar un no que un s, expuestos a eventuales

    riesgos".

    Son palabras de Otto H. Muck en su obra "El mundo antes del Diluvio -La Atlntida-".

    La Atlntida existi, y existi exactamente en ese punto en el que la mitologa griega la sita con pertinaz e inequvoca insistencia, en

    una regin frontera a Libia, a Asia y al Atica, que en modo alguno puede guardar relacin con el contexto geogrfico en el que estos

    nombres se producen hoy en el entorno de las riberas orientales del Mediterrneo.

    Hace ya mucho tiempo que la Historiografa debera haberse percatado de la evidencia de que todas las noticias que poseemos

    respecto a los mticos orgenes de nuestra especie, se haban sobre dimensionado al situarlas en un marco geogrfico espurio,

    totalmente falso, que no "casaba" en absoluto con las minuciosas referencias que poseemos con respecto a la configuracin del mundo

    primigenio. Y as, en el afn no poco simplista por identificar, a cualquier precio, los escenarios en que se desarrollaron los hechos de

    los que nos da cumplida cuenta tanto la Biblia como la mitologa de todos los pases mediterrneos, se pasaron por alto, con una

    pasmosa tolerancia, "detalles" aparentemente tan insignificantes como puedan ser, por ejemplo, el hecho de que la actual Acrpolis de

    Atenas, no tenga absolutamente nada en comn con la Atenas de la que nos habla la mitologa y los propios Dilogos de Platn, o el de

    que la superficie que la Biblia le atribuye a la Tierra Prometida, no coincida con la delimitacin de la supuesta "Tierra Prometida" en la

    actual Palestina, o, en fin, y para no resultar exhaustivos, el de que Grecia, frica, Asia y Europa se encontrasen antao como

    encerradas en un puo, de tal suerte que los habitantes de tales regiones, pudieran desplazarse de un extremo a otro del "mundo

    antiguo", con la misma facilidad con que podamos hacerlo los hombres del siglo XX por el mbito del mundo moderno.

    Una de dos, o se considera que todas las noticias que la antigedad nos ha transmitido con respecto a su ms remoto pasado, eran

    producto exclusivo de la fantasa de nuestros antepasados, o bien, si se otorgaba alguna credibilidad a todo aquel cmulo deinformaciones, debera haberse considerado la posibilidad de que los enclaves en los que stas estaban siendo localizadas, no tuvieran

    nada que ver con los lugares a los que en verdad hacan referencia.

    Por mucha imaginacin y buena voluntad que queramos derrochar, resulta un tanto difcil relacionar la idea innata que todos poseemos

    respecto a cmo hubo de ser el Paraso Terrenal, con la decepcionante realidad de esas tierras del llamado "Creciente frtil"

    mesopotmico en las que el "Jardn del Edn" viene siendo tradicionalmente localizado.

    El mismo conformismo con el que se ha estudiado y analizado el problema de la localizacin oriental del Paraso bblico, en un rea en

    la que no se localizan ms all de dos de los seis nombres geogrficos aportados por el libro sagrado, es el que ha hecho posible que los

    estudiosos de los textos platnicos no se hayan llevado las manos a la cabeza, al descubrir las precisas indicaciones que el filsofo

    aporta en relacin con la descripcin orogrfica del Atica... y trasladarlas a la minscula realidad actual de la Acrpolis ateniense.

    El rigor en la interpretacin de las fuentes antiguas, no suele ser norma excesivamente respetada por la investigacin histrica,

    fenmeno que se pone particularmente de manifiesto en un caso como el de las indagaciones en torno al paradero real del "extraviado"

    pas de los atlantes.

    De esta suerte, y al igual que viene sucediendo con la bsqueda del Paraso Terrenal, en lo ltimo que se ha pensado a la hora de tratar

    de identificar el solar atlante, ha sido en las tres poblaciones que nos consta existieron en el mismo y que, por mucho que hubieran

    podido desaparecer, difcilmente lo habran hecho sin dejar rastro alguno de sus antiguos nombres, en el mbito de la regin en la que

    un da florecieron.

    De todos modos, y si negativo ha sido, en efecto, el desacierto que ha acompaado a la labor de persecucin del emplazamiento de la

    huidiza Atlntida, no ha sido menor el dao causado por aquellos que se han empeado en convencerse y en convencernos de que la de

    los atlantes fue una civilizacin tanto o ms desarrollada que la presente, extinguida como consecuencia de una catstrofe nuclear de

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    caractersticas similares a la que muchos vaticinan como fin irremediable del mundo contemporneo...Resulta evidente que el trasiego al que se halla sometida la fenecida isla Atlntida, tiene muchsimo que ver con esa querencia por lo

    fantstico que es consustancial a nuestra propia especie y que nos induce casi siempre a conceder mayor crdito a lo inverosmil que a

    lo plausible. No es verdad que resulta mucho ms apasionante pensar en una Atlntida sumergida, ocultndonos bajo las aguas del

    Ocano todos sus infinitos misterios y riquezas, que no tener que rendimos a la evidencia de que la otrora inundada Atlntida es hoy un

    macizo montaoso semejante a tantos otros como jalonan la geografa de nuestro planeta?

    En las representaciones cartogrficas de la Tierra originaria que los miniaturistas medievales espaoles incluyen, como hemos visto,

    entre las ilustraciones del libro del Apocalipsis, el Paraso Terrenal aparece invariablemente situado en el nordeste de aquel mundo,

    hecho este que habra de determinar el que, por lo menos hasta el siglo Xv, toda la cartografa relacionase al Paraso precisamente con

    el norte.

    Pero los mapamundis del siglo XV, hacen algo ms que situar el Edn en el norte. Lo reproducen rodeado de murallas. Exactamente

    igual que hiciera Fra Mauro al circundarlo de una muralla almenada y presumir la existencia de cuatro puertas en la misma.Hemos llegado a un punto decisivo en el decurso de nuestro relato: el de la identificacin del Paraso Terrenal con un espacio

    fortificado. O dicho de forma ms simple y escueta, el de la identificacin del Edn con un castillo.El Paraso, en cuanto que isla de carcter montaoso, fue, en rigor, un castillo inexpugnable. La presuncin de que haba estado

    rodeado de murallas no era, por consiguiente, gratuita ni carente de un slido fundamento. Qu mejor manera de expresar el carcter

    de aquel lugar que representarlo como una fortaleza insular?Partiendo del principio de que los trminos "Paraso" y "Parnaso" son absolutamente anlogos, no debe considerarse como casualidad, el

    hecho de que la voz griega "parnaso" se haya formado a partir del griego "nasos", isla. Por otra parte, el carcter insular del mundo

    primigenio, inevitablemente superpoblado, explica la afinidad que existe entre los trminos "nasos" (isla) y "nassos", denso, apretado. O

    entre "Paradiso" y el griego "parabisto": hacinado...

    Si reparamos en la simbologa que configura los ms antiguos escudos del norte de Espaa, veremos cmo en ellos se repiten, hasta la

    saciedad, los siguientes motivos: una o dos columnas, un rbol, la flor de lis -identificada, como el rbol y la columna, con el mito de la

    creacin y, por fin, un castillo rodeado de ondas.

    Todos estos smbolos, amn de otros en cuyo enunciado no entramos para no resultar reiterativos, hacen referencia muy expresa al

    mundo primigenio, al "Paraso Terrenal" del que se pretendan descendientes quienes los ostentaban.

    Fray Gregorio de Argiz nos ofrece un testimonio precioso respecto al significado de ese "castillo con ondas" que tanto se prodiga en los

    escudos cntabros y en los de Castilla la Vieja.

    Se refiere Argiz a la reina Sapharad, madre de Iber y esposa de Tbal, el supuesto nieto de No del que desde Josefo se ha pretendido

    hacemos descender a los espaoles y cuya verdadera y sorprendente identidad iremos conociendo a lo largo de los sucesivos ttulos de

    esta coleccin.

    Dice Argiz en su "Poblacin eclesistica de Espaa":

    "Tambin he visto monedas con el nombre de Sepharad en hebreo, y en el reverso un castillo rodeado de ondas. Descubrise esta

    moneda, que era de cobre, abriendo unos cimientos en el Monasterio de Santa Mara de Valvanera, el ao 1658. Hallndome

    presente".El testimonio de Argiz, amn de impresionante, tiene un valor y una importancia que el ilustre y docto fraile jams hubiera podido

    imaginar. Sin embargo, vamos a ignorar, por ahora, lo que de verdaderamente crucial se esconde tras las palabras de Argiz y vamos a

    quedamos con aquello que entronca con el hilo de nuestro argumento, a saber, el hecho de que el nombre hebreo de Espaa,

    "Sepharad", cuyo significado es, como sabemos, El Paraso, se identificase con un castillo o fortaleza de carcter insular. Castillo que,

    consecuentemente, aparece por doquier en la herldica del norte de Espaa, siendo el precedente -y no el hecho de que los castillos

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    abunden en Castilla- del castillo que hoy blasona en el escudo de Castilla... y en el de Espaa.Aquel mtico y trascendental castillo, no es otro que las mticas fortalezas de Troya, Tebas o Tirinto, construidas por los dioses y tras

    las que se oculta el recuerdo del tambin insular Paraso Terrenal o, si se prefiere, de la isla Atlntida, "fortificada" por Hrcules

    mediante la ereccin de sendos macizos montaosos cuya funcin no era otra que la de preservarla de las intempestivas avenidas del

    Ocano. Cuando menos, tal era el sentir de quienes acuaron la leyenda de las dos "columnas" (o "colinas") erigidas por Hrcules ...La Atlntida fue una isla, como islas fueron, en su origen, Creta, Troya, Castilla o el Paraso. Denominaciones distintas para aludir a un

    mismo enclave insular, aqul en el que la Humanidad tuviera su cuna y en el que se desarrollara esa largusima secuencia de la historia

    de nuestra especie a la que venimos definiendo con el nombre de "mundo primigenio". Mundo primigenio al que habran de suceder

    todava diferentes "mundos", previos todos ellos a la configuracin del llamado "mundo antiguo", primero de carcter netamente

    histrico, formado en torno a las riberas del Mediterrneo.

    Pero volvamos a preguntamos, dnde estuvo situado el primero de aquellos mundos?, dnde estuvo emplazado el Paraso Terrenal o

    Isla Atlntida?

    La anhelada respuesta a esta pregunta, parece tener muchsimo que ver, no ya con la Pennsula Ibrica, sino con cierto macizo

    montaoso de la Pennsula Ibrica conocido originariamente con el nombre de "Sepharad" y cuya denominacin se hizo extensiva,

    posteriormente, a todo el conjunto de la Pennsula. De hecho, Espaa no es una isla... pero se le parece mucho, y por lo que se refiere

    al amurallamiento que le otorgaban sus montaas al Paraso, ah est el ddalo de cordilleras que jalonan toda la periferia ibrica,

    configurando un bastin orogrfico que nada tiene que envidiar al que "protegiera" las privilegiadas tierras de la isla Atlntica.

    Si habr sido grande la confusin creada en torno a la identificacin de Espaa, en su conjunto, con aquella comarca espaola en la

    que estuviera emplazada la Atlntida, que uno de los nombres con los que en el pasado se conoci a toda nuestra Pennsula, fue

    precisamente el de "Isla Atlntida" o "Atlntica"...

    Pero "Atlntico" es, como sabemos, una denominacin relativamente moderna de un mar cuyo nombre originario fue el de Ocano, lo

    que quiere significar que la mtica isla Atlntida hubo de llamarse a su vez, necesariamente, Isla de Ocano. Y aqu s que nosaproximamos extraordinariamente al definitivo esclarecimiento de todo este asunto y a la identificacin de la isla en cuestin. Isla que

    hubo de estar situada, necesariamente tambin, en la Pennsula Ibrica, en razn a haber sido precisamente Ocano, otro de los

    antiguos nombres de Espaa.Antes de seguir adelante, vamos a traer a la escena de nuestro relato, a un ilustre y lcido autor francs de finales del siglo pasado. Me

    refiero a Moreau de Jonns, quien en su obra "Los tiempos mitolgicos" dice cosas como stas:"En un notable paraje recogido por Eusebio ("Preparacin evanglica ''), Teopompo afirmaba que los antepasados de los atenienses

    formaban parte de una colonia de egipcios, cuando fueron sorprendidos por un diluvio, del que slo escap un pequeo nmero".

    "Por los anales de Egipto se sabe que esta comarca no sufri jams ninguna catstrofe semejante. (...) Todo induce a creer que este

    cataclismo es el mismo que abism a la Atlntida, cuya dramtica leyenda. nos ha narrado Platn. Segn este filsofo, los padres de

    los atenienses habitaron las islas Atlntidas, pereciendo gran parte en el desastre. Los de la Hlade, eran descendientes de algunas

    familias que sobrevivieron".

    Vamos a quedamos con dos conclusiones, a las que por otra parte ya habamos llegado varios aos antes de conocer este texto de

    Moreau de Jonns. Primera conclusin, que la Atlntida, al igual que Atenas o que la cuna de todos los pueblos de la antigedad,

    estuvo en Egipto. Y segunda conclusin, que el genuino Egipto no tuvo absolutamente nada que ver con el Egipto africano que hoy

    conocemos.

    Dnde estuvo situado ese Egipto?

    La pregunta se contesta por s sola cuando recordamos que Espaa se denomin Ocano y descubrimos que fue precisamente Ocano el

    primitivo nombre de Egipto. Lo que refrenda y "remacha" la filiacin occidental de este pueblo cuya cuna se encontraba en Amenti

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    (=occidente) y cuya divinidad mxima, Amn, reciba el ttulo de "Seor de Occidente". Ntese, por cierto, que "Amn" sigue siendo,

    todava hoy, un apellido castellano. Valrese, tambin, el hecho de que en el norte de Espaa existan nada menos que cuatro ros Nilo:

    Los Nela y Neila burgaleses, el Naln o Nilon asturiano y el Nelos o Nil cntabro (el Nansa actual).

    Si descendemos nuestra mirada hacia las tierras meridionales de la Pennsula Ibrica, nos encontramos con una nueva e importante

    rplica del Nilo africano ("Neila" para los griegos y "Nil" para los egipcios): el ro Genil andaluz, cuyas fuentes por tierras de Jauja,

    vienen a confirmar cuanto refieren autores antiguos sobre la primitiva denominacin del ro Nilo, Jijia o Gijn.

    Es ello cierto?

    Debe de serIo cuando sabemos que fue Ogigia otro de los antiguos nombres de Egipto, al tiempo que el de su primer rey, Ogiges, padre,

    a su vez, de los pelasgos, atenienses o griegos.

    Hemos venido a desembocar, siguiendo el curso histrico del nombre del ro Nilo, en aquella isla Ogigia o Calipso a la que nos

    referamos en el captulo precedente, y a la que identificbamos con la isla Atlntida y con el Paraso. Isla Ogigia a la que tambin se

    conoci con el nombre de Jauja, justificando el que todava perviva en Espaa el vivsimo recuerdo de un mundo remoto y feliz, al que

    se designa con el nombre de "pas de Jauja". "Esto es Jauja!", seguimos repitiendo coloquialmente los espaoles, atinando plenamente

    en la ubicacin geogrfica de Jauja, del Paraso, aunque marrando un tanto en la pretensin de que esta castigada y vilipendiada tierra

    nuestra siga siendo un Paraso...

    Los hebreos -y esto es algo obvio que reconocen todos los autores-, fueron, en su origen, un pueblo egipcio. O etope, lo que, como

    veremos en su da, resulta ser exactamente lo mismo. U no y otro pueblo, hebreos y egipcios ( o etopes) eran, por consiguiente,

    pueblos occidentales, perfectamente conscientes de su origen. Los egipcios se saban emigrados de un pas de Occidente cuyo nombre

    era Ement o Amenti. Y los hebreos, a su vez, de "Sepharad", del Paraso. De un Paraso cuyo carcter occidental, obvio, era recordado

    por los judos "esenios".

    Fue Benito Arias Montano quien, hace ya varios siglos, intuy genialmente que los nombres de Sepharad y de Hesperia (Espaa) eran

    afines, y que ambos tenan su precedente en Hesprida o Vesprida, trminos ambos que no slo significan Occidente, sino que dannombre tambin a las mito lgicas Hesprides, denominadas por algunos autores "ninfas atlntidas".

    "Ninfas atlntidas" a las que se otorga como morada lugares tales como Eritrea, Libia, el Ocano o el "pas de los hiperbreos", nombres

    indistintos para designar, en definitiva, al "Jardn de las Hesprides" de la mitologa griega, al Paraso de los helenos.

    "Sefarad" significa occidente y paraso al propio tiempo, lo que explica el que en el pasado se relacionase al Paraso con Occidente, con

    el Ocano y con Cfiro..."Cfiro", como los "Sefirots" hebreos (los diez nombres del Eterno), no es sino una variante de "Zefara" o "Zefarad". De ah que el Cfiro

    sea un viento suave y agradable que sopla desde occidente. Un occidente -"Sefarad" o "Cfiro" - que dio nombre a los mticos Cfiros,

    unos moradores de las aguas del Ocano que honraron a Afrodita durante la permanencia de sta en las aguas del Ocano y que, a la

    postre, la condujeron hasta las orillas de la isla Cizera.Lo curioso del caso es que Cicera es un pueblo delicioso de esa sierra de Pea Sagra que tan firme candidata resulta entre los distintos

    macizos montaosos espaoles, susceptibles de haber tenido el privilegio de albergar a los primeros seres humanos y al Paraso creado

    por stos.

    Parece obvio que es a Safarad, a la mtica isla Cizera, a la que los Cfiros condujeron a la supuesta antepasada de todos los humanos. A

    nuestra pretendida madre comn, Afrodita "Vesprida", "Hesprida" o "Sephrida".Qu tuvo que ver Hesperia (Espaa) con la isla Atlntida? Mucho a juzgar por las palabras siguientes de Mximo de Tiro:

    "El monte Atlas estaba situado en Hesperia, vasta tierra rodeada por el mar, cuyos habitantes profesan culto a Atlas. Es una montaa

    altsima y horadada".

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    Qu otro pueblo sino el ibrico poda rendir culto a Atlas, cuando es precisamente Atlante una de las principales divinidades o

    "monarcas" de la Espaa mtica?Tnganse presentes todas las menciones a la gran altitud del Paraso, a las que hacamos referencia en "La Espaa olvidada", y no se

    pierda de vista, igualmente, que el hecho de que se localice el monte Atlas -el genuino y originario monte "Atlas" - en Hesperia,

    equivale a reconocer formalmente que la isla Atlntida estuvo situada en la Pennsula Ibrica, en Hesperia o Sepharad, desde el

    momento en que ambos nombres no son sino registros distintos, etapas distintas en la evolucin de un mismo nombre geogrfico.Si a todo ello se suma el hecho de que "Paraso" y "Sepharad" o "Sepharadis" sean nombres anlogos, la conclusin inevitable a la que

    vamos a desembocar, es la de que, efectivamente, Hesperia, Sefarad, el Paraso y la isla Atlantida son exactamente el mismo enclave

    geogrfico, identificado con un espacio insular sobre el que se ergua una elevadsima montaa. Montaa que, adems -y el testimonio

    es realmente impresionante- estaba horadada... Pero las cosas no concluyen aqu.

    Decamos hace un instante que Ocano hubo de ser, necesariamente, el primer nombre de la isla Atlntida, por ser precisamente

    "Ocano" el nombre genuino del mar Atlntico. Nuestra deduccin no era infundada, y buena prueba de ello, el testimonio de Diodoro

    Sculo cuando afirma que Urano, primer rey de los atlantes, fue enterrado en la isla Ocana. Lo que viene a confirmar que Egipto (=

    "Ocano"), Espaa (= "Ocano") y la Atlntida (="Ocano"), fueron en su origen el mismo enclave geogrfico.Y aquella isla Calipso u Ogigia cuya destruccin diera nombre al Apocalipsis?

    Por testimonio igualmente de Diodoro sabemos que el "cordn umbilical" de Zeus cay en un lugar llamado Omfalos. Lase "ombligo",

    una de las ms elocuentes denominaciones de la primera morada de los humanos. De ahlos mticos Jardines del "Mes Omfale". O lo que

    es lo mismo, los Jardines del Edn o del Paraso.

    Pero es el caso que Hornero documenta ser "Omfalos" uno de los nombres de la isla Ogigia, donde reside Calipso, hijo de Atlas o

    Atlante.

    Todo lo cual viene a traducirse en que siendo "Ogigia" uno de los primeros nombres de Egipto, Calipso, la Atlntida, Egipto y el mundo

    primigenio u Omfalos, no son sino trminos distintos para designar a un mismo lugar. Cabe mayor evidencia respecto a la identidad de origen de todos los seres humanos?Hemos omitido un pequeo detalle. Fueron las ninfas Hesprides las que criaron a Zeus en la isla Ogigia... o Hesperia.

    RIBERO MENESES PRINCIPAL Jorge M Ribero-Meneses

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    TARTESSOS.INFOSEFARAD O LA MORADA DE LOS HIJOS DE LOS DIOSES

    RIBERO MENESES PRINCIPAL Jorge M Ribero-MenesesMsicaon/off

    Captulo III. "SEFARAD, SEFARAD ..."

    Uno de los autores que con ms nfasis e insistencia han postulado la identidad de origen de todos los seres humanos, ha sido el francs

    Moreau de Jonns. Ms clarividente, incluso, que ese otro genial intrprete de la mitologa clsica que ha sido el ingls Robert Graves,

    Moreau de Jonns lleg a la clara conviccin de que todos los pases de la antigedad -Egipto, Grecia, Judea, Persia, Caldea, haban

    tenido un emplazamiento originario que nada tena que ver con la ubicacin que todos ellos ocupan hoy en el mbito del mundo

    moderno. Inevitablemente deduce Moreau-, los nombres de todas estas naciones tan estrechamente vinculadas al nacimiento de la

    Historia, debieron corresponder en su origen a simples pueblos del mundo primigenio, de esa minscula regin del globo en la que el

    ser humano ha vivido la mayor parte de su singladura sobre el suelo de nuestro planeta. Una parte que posiblemente se mida por

    millones de aos, en contraposicin a esos ciento y pico mil aos de antigedad que cabe atribuir a la expansin del hombre de

    Neanderthal por el mbito de Europa y de su entorno ms inmediato, o a los cuarenta mil aos de que data la definitiva emigracin del

    hombre racional u hombre de Cro-Magnon, en direccin, esta vez, a todos y cada uno de los rincones del globo, incluido el continente

    americano.

    El hombre moderno, al igual que los "Zophasemin" de los fenicios -la raza inteligente cuya cuna se encontraba en Occidente-, posee la

    profunda conviccin de que l es el primer ser verdaderamente inteligente que puebla nuestro planeta, olvidndose de que a lo largo

    de esos millones de aos de ancianidad de nuestra especie, han existido generaciones infinitamente ms lcidas que la nuestra, por

    mucho que su grado de desarrollo tecnolgico haya sido menor.

    Tecnologa y sabidura no son, en modo alguno, trminos afines. De este modo, y a pesar de tener cavernas por morada, nuestrosantepasados de hace veinte o treinta mil aos, poseyeron ya un altsimo nivel intelectual y cultural que nada indica que no haya sido

    alcanzado por pueblos remotsimos cuya edad podra medirse por centenares o incluso millones de aos.

    No por el hecho de haber erigido unas pirmides colosales, los egipcios de hace cuatro o cinco mil aos fueron ms inteligentes que los

    hombres que hace veinte, treinta o cuarenta mil aos, cubrieron de pinturas las bvedas de todas las cuevas del norte de Espaa y del

    sur de Francia.

    La historia de la Humanidad vendra a ser, en este sentido, como el proceso de construccin de una escalera o de un zigurat babilnico

    (del vasco "zurgu", escalera). Cada generacin consigue subir ms alto, merced, las "piedras" que han colocado a sus pies las

    generaciones precedentes.

    Sin ellas, sin el legado intelectual que hemos recibido del pasado, el hombre contemporneo no habra llegado a la Luna, ni podra

    disfrutar hoy de innovaciones tales como la electricidad o la informtica.

    El hombre es, pues, consecuencia del hombre ... Simplemente. Somos distintas personas, pero en el fondo somos las mismas, desde el

    momento en que cada generacin no es sino una fiel rplica gentica de las precedentes. Y de ah que pueda afirmarse que a pesar de

    los millones de aos transcurridos, los hombres actuales, aunque ms numerosos, no somos sino los mismos seres que hace millones de

    aos optaron por establecer su morada en las costas de cierta isla montaosa en la que, con el andar del tiempo, llegaron a modelar su

    Paraso. Isla a la que, a lo largo de su dilatadsima historia, se ha venido conociendo con una considerable variedad de nombres, entre

    los que destacan los de "Egipto", "Eskitia", "Creta", "Bizcaya", "Troya", "Atlntida", "Colcos", "Roma", "Alba", "Castilla", "Cantabria",

    "Asteria", "Etiopa", "Eritia" o... "Bericia".

    "Segn nuestro juicio, la nocin ms importante que se deriva de la comparacin de las varias mitologas, es la identidad del principio

    en que se sustentan. En efecto, ofrecen semejanzas tan palmarias en cuanto al fondo, a la composicin y aun a los trminos

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    empleados en idntico sentido, que necesariamente se llega a la conclusin de que ha debido existir originariamente un tema nico

    que sirviese de base a esos documentos en que el genio de cada pueblo imprimi despus un carcter distinto".

    Un estudio comparado -durante ms de veinte aos de las leyendas que se refieren a la infancia de las sociedades, nos ha comunicado

    esta doble conviccin: 1 que las cosmogonas, las teogonas, las fbulas mitolgicas de las diferentes naciones proceden de un fondo

    comn; 2 que el Gnesis, el Avesta, las teogonas de Sanchoniazn y de Hesodo, indican los perodos sucesivos de una misma historia;

    la de la infancia de estos pueblos, y que esos poemas han tenido una misma regin por teatro".

    Cul es esa regin?Moreau de Jonns, autor de las palabras precedentes, se lleva a Asia la cuna de nuestros antepasados, localizando en el mbito de los

    mares Negro y Caspio, en torno a ti Iberia del Cucaso, su primer asentamiento. Sin embargo, lo que este ilustre autor francs no lleg

    a entrever, es que si bien haba sido Asia, en efecto, nuestra primera morada, esa Asia no haba tenido nada en comn con aqulla a la

    que hoy designamos con este nombre, y que no es sino una copia a enorme escala del Asia primitiva. Esa misma Asia que diera nombre

    a la regin germana de Hassia o Hessen, a las comarcas pirenicas de Assua y de Aisa o al valle cntabro de Asn, Asia o Lasia, e

    interrumpo aqu, en este trmino clave, la historia inorfolgica de este topnimo fundamental, relacionado, sin ningn gnero de

    dudas, con la morada originaria de los seres humanos."Los descubrimientos de la epigrafa suelen revelar el descubrimiento de un Egipto, de una Etiopa y de una Libia que no pueden

    situarse como los pases as nombrados que hoy conocemos. Por ejemplo, es admisible que los hebreos, que procedan

    manifiestamente del norte de Asia, hubiesen sido una familia etope, originaria de Libia, como dice Tcito? Que Danao y sus

    cincuenta hijas, antepasadas de los helenos, salieron de Egipto para establecerse en Argos? Que los etopes, tan citados por Homero,

    habitasen como en tiempos de los romanos al sur de Egipto?"

    "Estas proposiciones son tan contrarias a toda verosimilitud, que se ha renunciado a explicarlas..."

    Hay muchas noticias histricas que no han casado jams con la explicacin convencional que de ellas se ofrece. Sin embargo, y para no

    tener que replantearse algunos principios conceptuados como fundamentales, se ha preferido obviar toda esta autntica legin de

    "pequeos detalles", tirando por la borda las piezas del rompecabezas que no se ajustan a la idea preconcebida que la ciencia modernatiene de cmo quiere que sea ese rompecabezas.

    De ah el que, por ejemplo, y en relacin con la supuesta y ya dogmatizada africanidad del ser humano, determinadas antroplogos

    modernos se atrevan a descartar al hombre de Neanderthal como antepasado nuestro, a pesar de su obvia y rotunda racionalidad y de

    su crneo, incluso mayor que el nuestro. Y todo porque el susodicho hombre de Neanderthal brilla por su ausencia en frica, excepcin

    hecha de las riberas mediterrneas de este continente... que limitan precisamente con Espaa.Nada puede sorprendemos el que con procedimientos cientficos tan rigurosos como ste, el hombre contemporneo siga sin tener la

    ms remota nocin respecto a cul ha sido, en realidad, nuestra primera morada.

    Pero leamos de nuevo la introduccin de "Los tiempos mitolgicos" de Moreau de Jonns:

    "La idea de eternidad e inmortalidad lo mismo se aplica a los dioses egipcios que al Jehovah de los judos, y un infierno, lugar de

    castigo, as como una mansin de los bienaventurados, forman el fondo de todas las religiones. Resulta, pues, de estas analogas que

    los antepasados de esas naciones, separadas hoy por considerables distancias y por profundas diferencias de lenguaje y de costumbres,

    necesariamente han tenido que vivir en su origen en localidades vecinas, hacer un gnero de existencia anloga, recibir la misma

    educacin social, participar de las mismas vicisitudes y calamidades; en efecto, esto es lo que la interpretacin de las mitologas

    demuestra de una manera irrecusable".

    Resulta incontestable que todos los pueblos de este planeta compartimos en otro tiempo una tierra comn, de dimensiones adems

    muy reducidas, como resulta claro, asimismo, que la identificacin de esa tierra matriz (no se pierda de vista cierto topnimo ibrico,

    harto extendido por Espaa, y que se presenta bajo las formas "Madrid" y "Madriz") slo puede ser posible a travs de un rastreo

    "cultural" que contemple el estudio de la mitologa, del lenguaje, de la toponimia, de las tradiciones y las costumbres y, por supuesto,

    del clima y de la geografa. En una palabra, de ese "r o cultural" al que en bella y precisa metfora aluda Jos Mara de Areilza en uno

    de nuestros frecuentes intercambios de opinin en relacin con toda esta materia.

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    No es a travs de la bsqueda de huesos fosilizados como llegar a localizarse la cuna de nuestra especie, y menos an si los

    antroplogos contemporneos se empecinan en seguir buscando el solar originario de los humanos en las histricas y cultural mente

    yermas tierras del frica central y meridional.

    No. La clave para descifrar el enigma de nuestro origen, pasa por la identificacin de ese primer ro -tanto el metafrico como el

    fsico- en torno a cuyas orillas se "hacinaron" originariamente los seres humanos, dejando en ellas el "sedimento" de centenares demiles de aos de historia y de cultura. Una cultura que si en algunas regiones del planeta es slo arroyo o torrente, debido a la

    modernidad de la presencia humana en ellas, en otras, y particularmente en la tierra primigenia, configura un ro enormemente

    caudaloso, perfectamente reconocible y cuya no identificacin se justifica, sobre todo, por la referencia de la Biblia a la localizacin

    oriental del Paraso. Referencia absolutamente fidedigna, por mucho que ese "Oriente" del que la Biblia nos habla, no tenga mucho que

    ver con el oriente que hoy conocemos y concebimos.

    Siempre han existido el oriente y el occidente. Pero su localizacin ha estado condicionada al punto de mira desde el que estos valores

    geogrficos han sido contemplados. Para los moradores de Asiana, de la actual Turqua, el occidente no pasaba de Grecia. Para los

    griegos, por el contrario, su occidente acababa en Italia, por mucho que tuvieran clara conciencia de la existencia de un occidente

    mucho ms remoto, que no era otro que la Pennsula Ibrica. Pues bien, con el oriente ha sucedido algo semejante. Un pueblo del

    occidente de Cantabria, se llam "Oriente" (hoy "Ruente"), estando situado, de hecho, en el oriente de ese autntico mundo que se

    configur un da en torno a los Picos de Europa y las Sierras de Pea Sagra y de Pea Labra.

    Pero hay ms.

    No se pierda de vista que as como la palabra "occi dente" hace referencia inequvoca al mar, al Ocano en el que siempre se ha situado

    la primera morada de nuestros antepasados, detrs del trmino "Oriente" se oculta, por una parte, la alusin al Sol, por otro nombre

    "Orn" y, por otra, a la montaa originaria configurada tras la supuesta cada a la Tierra de los genitales del astro rey. Y de ah que el

    trmino "montaa" se exprese en griego con la voz "oros". Exactamente la misma palabra que define a ese metal precioso que tanto se

    prodigara en la Tierra primigenia y en donde tiene su origen el mito respecto a las formidables riquezas minerales de la Pennsula

    Ibrica.

    La clave se encuentra, pues, en esa palabra - "oro"- y en estos conceptos: sol, montaa, oro y ... origen. Por qu "origen"?

    Precisamente porque el ser humano era descendiente del Sol -"Oro" - y de la montaa modelada por ste: el Paraso Terrenal o "Monte

    de Oro".

    Si se quiere identificar el Paraso Terrenal, localcese un macizo montaoso en cuya toponimia se conserve esta ltima denominacin:

    "Monte de Oro", y del que fluya algn ro vinculado a este trmino. Un ro de nombre semejante, por ejemplo, al "Orontes" fenicio.

    "Oriente" es, pues, un trmino que no tuvo en su origen, absolutamente nada que ver con el valor geogrfico que hoy le otorgamos.

    "Oriente" era, simplemente, una montaa, el Paraso Terrenal, la misma montaa en la que tuvieran su origen nuestros ms remotos

    ancestros.

    La mencin de la Biblia a que Dios situ en Oriente el Jardn del Edn, debe leerse e interpretarse en el sentido estricto y literal de tal

    aserto. El Paraso estaba en Oriente. El Paraso era Oriente. Cierto monte, cierta isla llamada "Oriente". La misma Oriente que diera

    nombre a la ciudad espaola de "Orense", situada precisamente en el extremo ms occidental de la Pennsula Ibrica. Mejor prueba de

    la occidentalidad del primitivo Oriente, del Paraso, no puede aducirse. Recurdese que el Paraso se encontraba a orillas del Ocano.

    Del Atlntico. (2)

    A partir de cuanto acabamos de ver, se comprende la referencia al carcter oriental, no slo del Paraso, sino de ese enigmtico

    "Monte Sephar", morada de los descendientes de Heber, lase de los "hebreos", al que invariablemente se califica, al igual que al

    Paraso, como monte "oriental". De hecho, tal calificativo no es sino una mera redundancia, una simple repeticin de otro de los

    nombres con que se conoci al Paraso Terrenal, a ese Monte "Oriente", "Sephar"... o "Sepharad" en el que tuvieron su cuna los primeros

    seres humanos. Seres a los que se denomin despus "Sepharads", como un ttulo honorfico que acreditaba su condicin de

    descendientes directsimos del Paraso -"Se Pharadis"- o Jardn del Edn, ese mismo jardn mtico al que los persas conocan con el

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    nombre de Pharad o Farad y los hebreos con el de Fardes... o Farades. Y de ah el nombre de los "Sefarads" o "Sefardes".

    "Sefarad... Sefarad...". Aquella altsima montaa horadada... Farades (Paraso) = Forado (agujero)

    En su "Historia de Montserrat" dice Anselmo M. Albareda:

    "Una hiptesis supone el Montserrat hueco por dentro y profetiza su destruccin por hundimiento"

    Una premonicin algo desfasada: el "apocalipsis" del Paraso se produjo hace varias decenas de miles de aos, ...y no fue precisamente

    a Montserrat o "Monte Zerrate" a quien afect...Tambin del macizo de Pea Sagra se pretende hallarse hueco por dentro... La misma idea que sin duda existe en relacin con otras

    muchas montaas de la Pennsula Ibrica.

    No son solamente los nombres geogrficos del Paraso los que han viajado a todos los confines del globo. Tambin las noticias respecto

    a su singular idiosincrasia...

    RIBERO MENESES PRINCIPAL Jorge M Ribero-Meneses

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    Seguimos especulando sobre la existencia de prodigiosas civilizaciones desaparecidas... Seguimos cifrando el origen de la vida humana

    en la llegada de seres extraterrestres a nuestro planeta... Seguimos postulando la idea, en fin, de que el ser humano no ha tenido una,

    sino mltiples cunas.

    Nuestra desorientacin es tal, que nada puede extraarnos el hecho de que en el umbral mismo del siglo XXI, la mayor parte de los

    individuos que pueblan este planeta, sigan estando convencidos de que negros, amarillos, rubios o morenos, son brotes humanos de

    rboles distintos, en lugar de ser -como por otra parte es lgico y obvio-, simples razas desgajadas de un mismo tronco.

    As se entiende el encono con el que en el pasado -y no tan en el pasado- se han vivido y sentido los nacionalismos, en cuanto que

    meras erupciones o brotes de soberbia provocados por la conciencia fanatizada de una singularidad que slo exista en la mente de

    quienes la postulaban.

    Por incomprensible que resulte, la mayor parte de los pueblos prefieren seguir ignorando su origen, a tener que reconocer que son

    originarios de otra nacin. Reaccin esta que entronca con cuanto veamos en los primeros captulos de " La Espaa olvidada", en

    relacin con el empeo de todas las naciones por ser ms antiguas que las dems, sentimiento este que -sin ningn gnero de dudas

    justifica la ignorancia en la que la Humanidad ha vivido y vive a propsito de su ascendencia.

    En el fondo, el hecho de que no se haya identificado la cuna de nuestra especie, ha venido a resultar providencial para alimentar la

    soberbia de determinados pueblos. Por decirlo de alguna forma, en tanto no se resolva el enigma de la primogenitura, todos podan

    reivindicarla con el mismo derecho. No interesaba en absoluto, por consiguiente, y sigue sin interesar, el que se esclareciera este

    "espinoso" asunto.

    Respetemos, pues, que algunos prefieran seguir cifrando su orgullo en la ignorancia y prescindiendo de que esa primogenitura histrica

    le haya correspondido a la Pennsula Ibrica -pondramos el mismo empeo y el mismo nfasis en todo este asunto, si se tratase de

    cualquier otra regin del planeta-, tratemos de seguir avanzando, hasta donde sea posible, en el conocimiento del mundo primigenio.

    Conocimiento que habr de deparar muchas sorpresas al hombre contemporneo, despejando, al propio tiempo, infinitos enigmas que

    muchos, tambin, no tienen el menor inters en que se despejen.

    Lo que define a la racionalidad, y al ser humano por consiguiente, no son este tipo de actitudes. Por el contrario, si algo caracteriza a

    nuestra especie es precisamente su irrenunciable afn por perseguir -y alcanzar- la verdad. Incluso cuando esa verdad a la que aspira,

    puede llegar a volverse contra ella. Triste dicha la del que cierra los ojos para no ver y fundamenta su felicidad en la ignorancia.

    Buena parte de las desventuras de la Humanidad, comenzaron el da en que unos hombres se otorgaron a s mismos el ttulo de "Hijos

    de los dioses" conceptuando a los dems mortales como simples y elementales "hijos de los hombres".

    Qu razn objetiva poda haber determinado esa artificial distincin entre seres humanos de origen divino e individuos apegados a la

    tierra y hurfanos de ese hlito sobrenatural?

    Todos los lectores de la Biblia se han enfrentado perplejos con ese episodio del libro sagrado en el que se afirma que "los hijos de los

    dioses tomaron por esposas a las hijas de los hombres". Quines eran unos y otros?

    Tratemos de reconstruir el origen de este mito, recurriendo para ello a los testimonios de Josefa, del Sincello, del "Libro de Henoch" y

    de otras fuentes hebreas recuperadas por Graves y Pathai en "Los mitos hebreos":Los hombres vivan antes del Diluvio, en una comarca situada entre el Paraso y el Ocano. All moraban los descendientes de

    Set y de Can, desde que tras la muerte de Abel sin descendencia, la humanidad quedase escindida en estas dos nicas ramas.Los descendientes de Can habitaban en la tierra de Nod, por otro nombre "Trmula", denominaciones ambas de determinado valle

    situado al oeste del Paraso.Por lo que se refiere a la progenie de Set, fiel al precepto de Adn, quien en su lecho de muerte le orden a su hijo predilecto que

    mantuviese alejada a su estirpe del linaje maldito de Can, ocupaba las tierras altas del Edn, sin ningn tipo de contacto con los

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    cainitas y controlando, por consiguiente, las cumbres de la Montaa Sagrada. Montaa enclavada "en el lejano norte, cerca de la Cueva

    del Tesoro".Era la estatura, el rasgo que de una forma ms ostensible distingua a los "setitas" de los "cainitas". Estos eran pequeos de cuerpo y de

    aspecto deprimido, en tanto que aqullos, y al igual que su antepasado Set, eran extraordinariamente altos, notables tanto por la

    elegancia de sus proporciones como por la belleza de su rostro.

    Debido precisamente a la nobleza de su configuracin fsica y al hecho de que vivieran en el entorno de la "Puerta del Paraso", estos

    setitas fueron conocidos con el nombre de "Hijos de los Dioses" -otros autores los llaman "Gigantes" (de "Ogigia...), "Barones",

    "Faraones", "Angeles", "Egregoros" (de donde "griegos" o "egregios") o, simplemente, "Poderosos de la Tierra" -, habindose otorgado a

    los cainitas, en contraposicin a la dignidad de los "inquilinos" del Paraso, el epteto de "hijos de los hombres".

    Entre los setitas, era comn el hacer voto de celibato, siguiendo el ejemplo de Enoc. Vivan como anacoretas por las cumbres y laderas

    ms elevadas del Paraso, practicando la virtud que haba caracterizado a su patriarca, Set. Como l, tambin, cultivaron la paz y la

    armona, consagrndose al estudio de la astronoma y registrando sus descubrimientos en dos columnas, de piedra una y de ladrillo la

    otra. Una de ellas, suponemos que esta ltima, sera derribada por el Diluvio, en tanto que la otra sera trasladada a Syria (Suria o

    Soria).

    Si a los setitas se les presenta como "completamente justos", a los cainitas, por el contrario, se les define como "esencialmente malos",

    entregados al libertinaje y consagrados, fundamentalmente, a las actividades agrcolas, artesanales y mercantiles.

    Cada cainita tena, por lo menos, dos esposas. Una, la legtima, para que le diera hijos y otra, la concubina, para que colmase su

    lujuria. La primera, la que engendraba a sus hijos, viva pobre y solitaria, como una viuda. La segunda, su barragana, no tena ms

    ocupacin que complacer a su marido, empleando todo su tiempo en cultivar la belleza de su cuerpo y en procurarse adornos y vestidos

    seductivos. Para evitar que pudiese llegar a concebir algn hijo, se le obligaba a beber una pcima que la haca estril.Posiblemente por el escaso comercio carnal que mantenan con sus esposas, en contraposicin a la intensidad de sus acercamientos a

    sus concubinas y no, como se pretende, porque pesase una maldicin en este sentido sobre los cainitas, sucedi que las esposas destos dejaron prcticamente de parir hijos varones, lo que al cabo de algunos aos habra de plantearles un ingrato y acuciante

    problema a las numerossimas mujeres de aquella tribu. En efecto, el grado de crispacin y deseo de stas, parece haber llegado a tal

    extremo, que muchas de ellas iban a acabar irrumpiendo en las casas de los hombres, dispuestas a llevrselos consigo de fuerza o de

    grado.Mientras en los valles que se extendan por el occidente del Paraso, se viva esta angustiosa situacin demogrfica, con un

    considerable nmero de mujeres desesperadas por la falta de un marido, la situacin en las cumbres del Edn parece haber sido

    sustancialmente distinta, con unos hombres pletricos de energa y de virilidad, a los que no siempre debieron cuadrar lo bastante, ni

    su supuesta condicin de "ngeles", ni el desairado celibato al que les abocaba el ejercicio de sus vivencias eremticas. En este sentido,

    el escaso nmero de mujeres disponibles y su desangelada femineidad, inevitable en unas hembras que deban afrontar unas dursimas

    condiciones de vida, viviendo en cavernas y a alturas que deban oscilar entre los mil y los dos mil metros, debieron terminar causando

    estragos en el nimo y en la entereza de aquellos piadosos y estudiosos Barones, haciendo anidar, en la trastienda de su virtud, el

    deseo de conocer a aquellas esplndidas fminas que, en los valles prximos, ardan y se consuman en deseos de poseer y ser posedas

    por un hombre.Las condiciones no podan ser ms propicias, para que acabas e sucediendo lo que inevitablemente tena que suceder y en este punto,

    no existe acuerdo entre las diferentes fuentes en las que bebemos. Porque si unas les atribuyen la iniciativa, y por consiguiente la

    culpa, a los setitas, otras, por el contrario, cargan toda la responsabilidad del desaguisado a las ardientes cainitas. Qu ocurr