Semblanza de Juan José Arreola

4
48 Semblanza de Juan José Arreola Beatriz Espejo

Transcript of Semblanza de Juan José Arreola

Page 1: Semblanza de Juan José Arreola

48

Semblanza de

Juan José Arreola• Beatriz Espejo •

Page 2: Semblanza de Juan José Arreola

49

Publicó Varia invención en 1949, el mismo año en que Jorge Luis Borges sacó de prensas El Aleph, doña Eulalia Guzmán proclamaba que había encontrado los restos de Cuauhtémoc y la literatura mexicana se enriquecía con algunos de sus títulos más importan-tes. Nacido en Zapotlán el Grande en 1918, Juan José Arreola conoció infancia pueblerina bajo un cielo inmaculado, con horas que transcurrían atentas al tañido de las campanas devotas. Desde niño demos-traba infinitas cualidades histriónicas que andando el tiempo le ganaron fama y fortuna. Recitaba de co-rrido y casi sin respirar los poemas del Declamador sin maestro o las fábulas de Rosas de la infancia. Gar-boso, las repetía frente a públicos pertinentes. En las fiestas escolares lo aplaudían infantes malcriados y mamás complacidas. Los devaneos de su fantasía guardaron el olor a pan de natas recién horneado y el sabor de las golo-sinas que sus hermanas vendían en los portales de la plaza, el runrún de las palomas, un globo ascendien-do hasta perderse en la inmensidad azul, el deseo de ser torero y vestir traje de luces, un catolicismo sin fervor, un respeto temeroso hacia lo demoniaco, la mirada recriminatoria de algún cura y algunas his-torias que sus parientes contaban en las sobremesas. Esas cosas dejaron una impronta y de alguna manera explican su admiración adolescente por López Velar-de y por la reverencia del unicornio ante las vírgenes. Cuando escribió sus primeros cuentos, “Hizo el bien mientras vivió”, “El converso”, “Carta a un zapatero”, “Un pacto con el diablo”, “El silencio de Dios”, se le abrieron ventanas a mundos anchos y ajenos. Había descubierto que podía narrar con esti-lo propio, buscando lo esencial, a base de frases que parecían enhebrarse como cuentas redondas y exac-tas. Desde entonces demostraba que sería maestro de la prosa, tenaz buscador de excelsitudes, orfebre inaudito. Había descubierto también que su temática giraría en torno a los acontecimientos sorprendentes de la historia y de la imaginación y que se convertiría en escritor de élites. Buen pintor de chispazos, anéc-dotas, biografías, impresiones y estados de ánimo; charlista infatigable capaz de hacer reír a los amigos, divertir a un auditorio, conmover a los inclementes, se convenció pronto de que su talento radicaba en dominar la palabra oral y escrita y se dedicó a perse-guirla con la vehemencia del minero que descubre un riquísimo filón.

Page 3: Semblanza de Juan José Arreola

50

Confabulario le ganó sinceros y falsos discípulos que aceptó generosamente dedicándoles buena parte de su tiempo. Los estimulaba por medio de talleres y editoriales donde, en papeles importados y esmerada tipografía, publicaba los primeros textos de novatos que lo seguían como moscas tras la miel. La hora de todos marcó el instante de recoger frutos en el género teatral que anteriormente había intentado literariamente sin mayor éxito; pero su vocación en este sentido se enraizaba en cursos tomados en Bellas Artes y luego con Louis Jouvet. Durante las representaciones de “Poesía en voz alta” subió a escena convertido en juglar. Las calzas y el bonete lleno de cascabeles lo hicie-ron sentirse como pez en el agua. Otro rasgo de su personalidad se exponía a la admiración o a la crítica mundanas. Autodidacta, formó una pequeña y bien leída biblioteca y conservó a sus autores predilectos. Nunca perdió su apego por la lengua de Cervantes, ni por los personajes llenos de complejidades que retrataron Flaubert y Proust. Aprendió francés para traducir a Paul Claudel e italiano para es-cuchar su propia voz cayendo en la monotonía de los tercetos divinos que escribió el Dante. Afinó su sensibilidad, y el ritmo poético de las palabras lo embelesaba como si fuera un niño saboreando caramelos. Al dirigir la Casa del Lago impuso su reino en Chapultepec. Se divirtió dando conferencias que atraían a las multitudes, se embarcó hasta el delirio en interminables partidos de ajedrez y de ping pong, presumió dotes de mago, inventó prosas memorables, descubrió la proximidad del zoo-lógico y concertó un Bestiario, junto con Héctor Xavier, dibujando en punta de plata. El segundo, con un lápiz. Juan José, con unas frases que parecían cinceladas con metales preciosos. Entre pericias de toda índole, largos escrutinios y reflexiones sentado en las bancas de fierro verde, riesgosas entradas a las jaulas de osos, rinocerontes, leones y de otros especímenes aún me-nos afables, Dios le reveló que había alargado el cuello de la jirafa al darse cuenta de que estaban

Page 4: Semblanza de Juan José Arreola

51

demasiado altos los frutos de un árbol predilecto, que la hiena es animal de pocas palabras, que el elefante viene desde el fondo de las edades, que los topos se gradúan de agricultores y que el búho digiere mentalmente a sus presas. Obtuvo así uno de sus mayores alardes de virtuoso y siguió pro-piciando diversas actividades relacionadas con su única pasión perdurable: la literatura. Durante largas etapas de su vida se sintió en desamparo y entendió el amor como un refugio. Romántico infatigable, buscaba el tierno consuelo de señoritas, preferentemente jóvenes y hermo-sas, para convertirlas en damas de pensamientos. La lista de textos amorosos se extiende a lo largo de toda su obra y abarca la escala del sentimiento: “Homenaje a Otto Weininger”, “Infierno V”, “La trampa”, “Luna de miel”, “Gravitación”, “La migala”, “La canción de Peronele”, son algunos ejem-plos contundentes. Pequeño de cuerpo, vehemente en el ademán, con los ojos prendidos por la luz de la inteli-gencia y los cabellos ensortijados, Juan José podría calificarse de hombre excepcional. Su recuerdo ha permanecido vivo en el corazón de las mujeres que amó y lo amaron, aunque en Palindroma haya querido consolarse con la misoginia.

La lista de sus domicilios en la Ciudad de México hubiera inspirado una novela policiaca, su atuendo característico al través de muchos años resultaba estrafalario para cualquier persona de gusto ortodoxo. Su contradictorio mal, una agorafobia mezclada con claustrofobia, desconcertaba al psicoanalista más sagaz. Su voluntad de publicar sólo aquello que se acercaba a lo perfecto ser-virá de ejemplo a quienes pretenden emularlo. Quiso confesarse y en La feria hizo la confesión general de un pueblo entero. Chayo, don Sal-va, Concha de Fierro, doña María la Matraca, el cohetero, el Señor San José le contaron secretos al oído. Arreola conformó un universo con retazos. Supo entonces que irremediablemente pertene-cía al grupo de los confesionales, de los que dicen cuanto les sucede, y pensó que frente a Fernando del Paso y a su hijo Orso debía reconstruir sus memorias y sus olvidos.