Semilla de Infelicidad (Final Version)

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Historia acerca de los peligros del embarazos en la adolescencia.

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Un mal augurio

Se sentía la sequedad de un ambiente sombrío. Aun cuando el pasillo de ese hospital estuviera bastante bien iluminado, su corazón ya por romperse no lograba distinguir la claridad de la oscuridad. No veía más rostro que el de sus padres, angustiados, viendo por una ventanilla una sala de emergencias.

Puede que la pequeña criatura sentada al fondo en una fría silla de metal no supiese lo que pasaba dentro de ese cuarto; no había forma en que pudiese entenderlo con apenas dos años de edad. Escuchaba gritos descontrolados desde aquella habitación, como si fueran de alguien a quien se le abre el cuerpo por la mitad.

Esa pequeña niña inocente, pataleando al aire, oía a sus padres gritar acordes a aquel bullicio escalofriante; sus palabras no podrían ser más inentendibles, llegando a sonar más que inquietantes, como una secuencia de voces alteradas. Así, entre voces graves y profundas, creyó escuchar un nombre que nunca había escuchado antes, un nombre que sin saberlo le perseguiría hasta el final de su vida: Verónica.

La niña, ignorando porque sus padres decían un nombre tan raro, volteó disimuladamente al pasillo. Pero la inquietud que sintió se expresaba en la gota de sudor frío que ahora corría por su sien; comenzó a temblar desmesuradamente al

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contemplar aquella monstruosidad acercarse desde tan lejos, con paso lento, pero imposible de parar.

Aquel ser nefasto, como una gran sombra de inmensa oscuridad, medía casi tanto como para poder alcanzar el techo, aunque su postura inclinada hacía adelante le quitase mucho tamaño. Sus brazos anormalmente largos, con dedos que fácilmente podrían compararse a una regla de treinta centímetros y una carencia total de rasgos faciales, con la excepción de una boca que al abrirse por un momento revelaba un vacío infinito.

La niña intentó gritar con todas sus fuerzas para advertir tan escalofriante presencia, pero su garganta se había quedado sin habla; las palabras quedaban atascadas, incapaces de salir. Se levantó de la silla con premura, pero al extender su mano hacía sus padres, esta se quedo tiesa, al igual que cada parte de su cuerpo. Aquella cara le apuntaba directamente; el pavor corrió por su sangre, era incapaz de pedir ayuda a sus padres que se encontraban tan solo a diez pasos, pues ellos parecían absortos de que ese monstruo se les acercaba por un costado.

Por alguna razón inexplicable, una palabra, sólo una, le cruzó por la mente en ese instante, como si alguien se la dijese, más específicamente, como si esa criatura de pesadillas se la dijera: “Destino”.

— ¿Des…tino?— dijo inconscientemente en un pequeño balbuceo, pues aún era joven para poder pronunciarla correctamente.

Aquella sombra pasó frente a sus padres y estos no lo advirtieron. Los gritos se hacían cada vez más débiles, pero ahora, eran acompañados por un incesante lloriqueo, cansado y endeble, pero lo suficientemente ruidoso como para opacar los gritos, que ahora eran similares a un constante jadeo. Aquella criatura se introdujo en la habitación traspasando la puerta como un fantasma.

— Muer…te. No podía controlar sus palabras por más que lo intentase, es más, ni siquiera entendía que decía, aún era joven para razonar su significado.

Súbitamente, una quietud fúnebre inundo la habitación. Al sentir aquella falta de sonido, como si todo el mundo careciese de él, la pequeña niña solo deseo que todo fuese un mal sueño y que despertase pronto. En realidad no se había extinguido, sino que era incapaz de escucharlos, como si llevara puestos unos tapones invisibles, imposibles de quitar. Las puertas se abrieron de golpe aún en silencio eterno, un doctor salía cabizbajo, con un semblante de tristeza y decepción. No pudo leer sus labios, pero parecía ser una noticia devastadora, pues sus padres cayeron al suelo en shock, como quien recibe un disparo directo al corazón. Su madre soltó un grito que no pudo escuchar, pero le pareció entender de sus labios nuevamente aquel nombre misterioso, Verónica.

La sombra salió victoriosa de aquella sala. Cada vez que volvía hacia ella, un escalofrió recorría su espalda. En su mente volvió a formularse otra extraña oración, ya era creíble el hecho de que era esa sombra la que le transmitía esas palabras.

— El destino es inevitable…las malas decisiones y la muerte…van juntas.

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Cuando lo recitó en trance, la sombra le asintió macabramente, afirmando lo que acababa de decir. Después, simplemente desapareció en un haz de luz blanca, una luz que le envolvió impidiéndole ver qué pasaba dentro de esa sala de hospital.

Despertó. Otra vez había tenido ese raro sueño. Sin importar cuantas veces ella intentase descubrir que significaba esa extraña visión, siempre despertaba en el mismo momento y de la misma forma, con una extraordinaria luz blanca.

Miró al techo con desden. Sin duda, aquella pequeña niña era ella trece años en el pasado. Sólo llegaba a preguntarse porque su versión infante era perseguida por una criatura tan espeluznante. Al recordar aquel ser que se le presentaba en sueños repetidamente, el “Destino”, su piel se erizaba; ese rostro libre de cualquier expresión le hacía estremecer.

— ¿Por qué no puedo dejar de tener ese sueño? —su semblante permanecía inamovible; esa expresión aún dibujaba en su rostro cierta dosis de locura derivada del sueño. No pestañaba, respiraba aceleradamente. Tuvo que esperar un rato hasta que su cuerpo se estabilizase por completo, hasta ese momento, miró el techo de su cuarto perdidamente, mientras al horizonte se empezaba a dibujar la línea divisora entre el día y la noche.

Tras estar absorta del mundo un largo rato, se halló devuelta en la realidad. Su mente comenzó a despertar de verdad. Apartó las sábanas y se levantó con un gran animó, tan sólo para tropezar torpemente con la alfombra que cubría el piso frente a la cama. Era ya una mala costumbre el olvidar ponerse los lentes inmediatamente tras despertar, sin ellos llegaba a ser tan torpe como para tropezarse con sus propios pies. Se levantó con lentitud sobando sus rodillas, para luego acercarse a la mesa de noche al lado de su cama, abriendo un estuche en donde sus amigos de media vida, sus lentes, le esperaban para darle una nueva visión del mundo. Tras hacerlo, todo era tan claro y definido como para ver cada mota de polvo cruzando el aire.

Caminando sin tropezarse ni con la alfombra ni con su estante de libros, esbozó una sonrisa al salir de su habitación, pues había grandes motivos para estar alegre esa mañana. Caminó sin prisa por el pasillo solitario y silencioso que llegaba al baño, percatándose que ni sus padres ni su pequeño hermano, David, se habían despertado aún. Era lógico, siendo las cinco y treinta de la madrugada. Abrió silenciosamente la puerta del baño, la cerró de igual manera. Llegó hasta el lavabo y se miró fijamente en el espejo mientras cepillaba sus dientes.

Daniela, era ese el nombre con el que la bautizaron al nacer. Si le preguntaban, ella se definiría como alguien normal, aunque estaba muy lejos de ser alguien del todo corriente. A sus quince años era un poco más pequeña que sus compañeras, con un metro cincuenta centímetros, y parecía que se iba a quedar de ese tamaño, por lo que se sentía algo acomplejada. Su cuerpo en sí no había madurado del todo, no sólo por su constante sonrisa que era similar a la de una niña de once años, sino también por sus senos pequeños, por lo cual también se sentía inhibida. Sus notas siempre fueron las más altas, no había nadie en su liceo que no supiese de su nombre, y no únicamente por sus calificaciones, sino también por su exquisita belleza a pesar de que ella misma pensase todo lo contrario. Sus lentes, su cabello castaño que le llegaba hasta un poco más allá de los hombros, su tez blanquecina virgen a los rayos

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solares, con semblante siempre alegre y decidido; Daniela, quien no sólo era una excelente alumna sino también una gran persona, era, en muchos sentidos, la chica perfecta.

Tras desvestirse y entrar a la regadera, y al sentir como las gotas se deslizaban sobre su piel enjabonada, como le era usual, pensó en aquel sueño. Era tan vívido, como si le hubiera pasado verdaderamente. Ya había preguntado a sus padres antes sobre ese sueño, y ellos solamente respondían con una mirada vacía, sin palabra alguna, intentando por todos los medios cambiar la conversación. Era una reacción muy extraña, sobre todo para un sueño.

— ¿Si no fuese un sueño…Un recuerdo quizás? —dijo dubitativa al poner su pulgar entre sus labios.

A sus ojos, era absurdo. De ser esa visión una especie de recuerdo almacenado profundamente, debía aceptar el haber estado en ese hospital donde todos los fenómenos extraños ocurrieron, y por si fuera poco, debía creer en esa criatura desconocida por todos le persiguió en su niñez.

— ¿”Destino” eh? —se bufó— Bah, no me la creo. ¿Si algo dice que caerás, lo harás inminentemente, como si todo estuviera ya decidido por algo mayor? Tonterías. No es posible que algo esté decidido antes de empezar siquiera. Nada puede decidir una vida humana más que la misma persona.

Su expresión cambiaba fugazmente entre euforia y temor, navegaba en aguas desconocidas. Cerró el grifo de la regadera, se secó y tapó con un paño, tomó su ropa y volvió a salir al pasillo oscuro y solitario, todo con el fin regresar a su habitación a ponerse el uniforme del que estaba tan orgullosa. Jamás pensó que de no vestir esas ropas, su vida hubiese sido igual de feliz hasta su muerte, pero el mismo destino en el que no creía lo había decidido de antemano, estaba predeterminada a sufrir, a padecer de angustia e infelicidad, a sentir en carne propia el dolor de la vida. Quizás, de haber descubierto el significado de su sueño antes, el destino hubiera sido más clemente con ella, pero ahora ya no hay retorno, el desencadenante de la tragedia llegaría esa misma mañana, bañada de inocencia y expectativas a futuro.

Continuando con la rutina, salió de la casa a eso de las seis y media de la mañana. Ya le era costumbre llegar temprano a clases, sin embargo, hoy había un motivo aún más especial por el cual ir con media hora de adelanto. Existía un club de teatro escolar, una pequeña agrupación de estudiantes que exhibía una pequeña obra casi al final de cada curso. Daniela no era fanática del teatro, pero probó suerte en una pequeña audición hecha unos días atrás y hoy darían los resultados. Aspirar al papel protagónico era algo muy grande para su corta experiencia, pero creía en su gran potencial al recordar sus movimientos gráciles sobre el escenario.

Al avanzar por una calle de Mérida, lo primero que se percibe es el inclemente frío mañanero. En su descuido, avanzó tres cuadras sin problema alguno, pero a medida que el camino se hacía más largo, el frío era cada vez más insoportable, al punto en que se arrepintió de haber olvidado su chaqueta azul marino. Al parecer,

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quince años de vida no le habían sido suficientes para aprender el frío de su adorada ciudad en las montañas. Tiritaba de frío intentando inútilmente agilizar su paso para calentarse; llegar a la escuela parecía más una lucha por la supervivencia que un viaje placentero, con sus músculos cada vez mas tiesos. Pero no se detendría en su objetivo, rendirse no encajaba entre sus opciones. Puede que una persona como ella, que nunca ha probado la derrota, llegase a actuar malcriadamente cuando perdiese por primera vez, pero no desea probar la derrota de todas maneras.

Se detuvo un momento para intentar entrar en calor frotando sus brazos, pero el viento sopló aire frió en su contra, levantándole la falda y pasando entre sus piernas desnudas, haciéndola estremecer. Era el día más frío que jamás había vivido.

— Daniela en verdad eres una descuidada…—creyó escuchar la voz de un chico detrás de ella, aunque por el ambiente helado no supo diferenciar si había sido una persona o un murmullo del viento.

Para cuando se había volteado, un gran abrigo azabache le había caído encima. La capucha le cubría la cabeza y el abrigo terminaba un poco más abajo de su cintura. Mantenía la vista fija en el pecho de la persona que le había dado el abrigo, pues era bastante alto; ya podía distinguir el distintivo del liceo, la camisa beige y el porte de caballero.

— ¿J-José? —dijo Daniela aún tiritando— ¿Qué haces aquí y porque me das tu abrigo?

— ¿No es obvio? —el chico le ayudó a pasar los brazos de Daniela por las mangas del suéter— De seguir así, lo que llegaría al liceo sería un cadáver congelado.

José Romero, de diecisiete años de edad. Alto, de cabello castaño, delgado y de profundos ojos verde atigrados, con una sonrisa capaz de derretir cualquier helada y una generosidad que haría cambiar hasta el corazón más negro. Conocido por ser el príncipe del liceo por su caballerosidad con las damas, también era respetado por ser el que comandaba el club de teatro escolar. Ese mismo año sería el ultimo en que ejerciese, por lo que estaba dispuesto a realizar un “grand fínale” como a el le gustaba llamarle. Ya conocía a la pequeña Daniela, un grado menor, desde hace muchos años, incluso fuera del ámbito escolar. Siempre había actuado como su protector, principalmente de acosadoras que envidiaban su belleza y compostura.

Él le sonrió, ella se ruborizó cambiando la mirada a un lado, y él le dio una suave palmadita en la cabeza, como solía hacerlo con muchas personas. Era su forma de decir “Esta bien, sigamos adelante” en diversas situaciones.

— Gracias… —y tras decir eso, con la mano en el pecho intentando sostener su corazón, Daniela se dio la vuelta y siguió caminando.

José permaneció en silencio mientras caminaba a su lado, viéndola ocasionalmente ruborizada, tan roja como una pequeña fresa, e igual de dulce.

— No tienes por qué agradecerlo, ¿es mí deber cuidarte, lo olvidas?

Era cierto. Por la mente de Daniela aún rondaba esa infantil promesa, pero había sido ese pacto el que le había salvado en incontables oportunidades. Perros rabiosos,

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personas extrañas, gente que quería lastimarla; todo eso le había ocurrido, y era José el que siempre estaba allí para defenderla. No había ni una sola cosa que pudiera hacerle daño mientras estuviese con él, porque para ella, él en verdad era un príncipe dispuesto a sacrificarlo todo por su bienestar.

— Es cierto, no debería agradecértelo —Daniela le tomó del brazo y lo entrecruzó con el suyo— No debería…más yo quiero hacerlo.

José le volvió a sonreír. Aquel acto de tomarle del brazo ya era algo a lo que estaba acostumbrado por parte de otras chicas, pero cuando lo hacía Daniela, tenía un significado especial para él. Ella estaba feliz, por lo que él también estaba feliz.

Pero la escena romántica se desvaneció inesperadamente. Algo se le acercó a Daniela desde la espalda y le tomó con fuerza; ella instintivamente se resistió, agitándose con fuerza hasta que escuchó su voz.

— ¡Daniela!—

Daniela reconocería esa voz en cualquier parte, una voz tan alegre no se escuchaba muy seguido por allí.

— ¡¿Angélica?!—

— Jo, lo lamento. ¿Acaso interrumpí tu cita con el príncipe? —dijo en tono burlón— Ya hasta podía sentir el calor que irradiaban sus ojos al verse el uno al otro. Claro, es normal, un príncipe solo puede estar con una princesa.

Los ojos picaros de Angélica, una quinceañera de cabello dorado, piel cristalina y poseedora de un cuerpo que brillaba con luz propia, se fijaron inmediatamente en José, el cual seguía sonriendo alegremente al ver como jugaba con Daniela.

— ¡A-Angélica basta! ¿Cita? ¿Princesa? ¡No sé de qué me hablas!Y sin importar cuánto Daniela forcejeara, la rubia no soltaría su abrazo.

— No es justo José, ¿Por qué tú si puedes caminar abrazando a la princesa del liceo?— En eso dejó de sujetar a Daniela y le tomó del brazo— ¿No ves que yo la conozco desde mucho antes? Casi le cambie los pañales cuando era bebé.

— ¡Tienes mi misma edad Angélica! —gruño Daniela.

— Bueno, veía como te cambiaban los pañales, es lo mismo.

Los comentarios de Angélica no podían ser más bochornosos. Claro, si José había actuado como su protector, Angélica era la que le daba cierta emoción a su vida. No solo era extrovertida y atrevida, sino también abierta y directa. Había sido seleccionada hace pocos días como la encargada de la coreografía de la obra.

— ¿Te piensas quedar paradote allí, príncipe? —dijo Angélica, no dejando de ver al chico con su mirada penetrante, para luego tomarle el brazo a él también, para tenerlo a él por la izquierda y a Daniela por la derecha— ¡Vamos, hay una obra que nos espera!

Seguir el paso apresurado de Angélica no era nada fácil para los que sostenía con tanta fuerza; ese cuerpo de apariencia tan delicada no podía ser más brusco y lleno de energía, lo suficiente como para arrastrarlos por la acera.

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Daniela, aunque algo frustrada, se alegró mucho de que su amiga estuviese con ella en ese momento. Sin importar cuán entrometida pudiera ser a veces, seguía siendo la misma persona cariñosa de siempre, dispuesta a hacerlo todo por ella, al igual que José. Eran un grupo muy selecto de amigos, y aunque despedirse del príncipe fuera a ser muy difícil, al menos le darían una despedida por todo lo alto.

Pasaron por la entrada principal de un edificio recién pintado de ocre, rodeado de vallas de acero y una avenida bastante transitada, un liceo justamente en el centro de la ciudad de Mérida. Cuando entraron, saludaron al portero, Osvaldo, que como era habitual, estaba sentado en una silla replegable de metal con la vista fija en cada rostro que pasaba a su lado. Era una mirada aguda y a la vez sabía, ya que en sus quince años de servicio como portero había visto infinidad de rostros, y había vivido todas las experiencias habidas y por haber para un portero. Ese día, por algún motivo, cuando Daniela pasó a su lado, le miró por más tiempo, más fijamente con sus grandes ojos grisáceos, un color que combinaban con algunas canas que ya se presentaban en su cabello a pesar de no tener mucho más de treinta años. Daniela avanzó más rápido de costumbre, aunque aún sentía la penetrante mirada del portero luego de perderlo de vista tras lo pasillos.

— ¿No notaron a Osvaldo un poco raro hoy? —preguntó Daniela— ¿Quizás más…?

— Yo no note nada fuera de lo común, es normal que nos observe fijamente, estudiamos aquí y saber quien entra y quien sale es su trabajo —respondió José inmediatamente, como si hubiese preparado esa frase de antemano. Daniela no tuvo más opción que dimitir de sus preocupaciones, dándolas por absurdas y sin relevancia.

Como en todos los lugares del país, era común ponerle el nombre de algún prócer de la independencia a las instituciones educativas, y el nombre “Simon Bolívar” no era para nada irregular, muy predecible de hecho. Era bastante grande, el de mayor extensión de toda la ciudad. Cancha deportiva, tres pisos sin contar la planta baja, con las paredes de cierta tonalidad marfil por la pintura nueva, con una gran azotea y con una gran cantidad de alumnos recorriendo sus amplios pasillos durante las horas más agitadas. Era un ambiente escolar bastante agradable, casi perfecto.

— Vamos al club de teatro, ya deberían tener la lista de los actores principales —sugirió José cuando ya Angélica le había soltado, sujetando ahora solamente a Daniela.

— ¿Te preocupas por tu puesto? —masculló Angélica sosteniendo con más fuerza a Daniela para evitar que huyera— No hay nadie más calificado para el papel principal que el mismísimo director del club de teatro.

— También quiero saber quiénes serán los demás personajes —respondió José.

— ¿Deseas saber a quién besaras en la escena final? Con una expresión de sorpresa en su rostro, Daniela saltó fuera de los brazos de Angélica con indignación y se colocó frente a ambos, agitando los brazos intentando llamar la atención, aunque más parecía el aleteo desenfrenado de un ave por caer.

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— ¡¿Beso?!

— ¿No lo sabías Daniela? —y Angélica solo quiso soltar una pequeña risa entre dientes— Ambos se besan en el último acto, cuando sus miradas se juntan y los pétalos de flor empiezan a caer sobre ellos... ¿A que sería un buen detalle? Como jefa de la coreografía debo preparar todo a la perfección...

Angélica siguió hablando sola, porque en la mente de Daniela no circulaba otra cosa que la palabra “beso”. Se había presentado a una audición sin leerse el guion completo, una inocente falla. Sabía que de entre todos los chicos, José sería el que se llevase el papel protagónico, entró a esa obra tan sólo para despedirse de la mejor manera, y si llegaba a obtener el papel principal, se vería obligada a besarlo. Aunque más que obligación, sería una fantasía hecha realidad, una fantasía que ya tenía por las noches y que llegaban a una escena aún más desaforada.

Sonrojada y con la cabeza inclinada al suelo para no ver a José directamente a sus ojos, camino junto con ellos, haciendo caso omiso al parloteo interminable de Angélica, que se sentía muy orgullosa de su papel como coreógrafa.

—…Y llevaras un traje digno de un príncipe, José. Me encargaré personalmente de eso…— le pareció escuchar por parte de Angélica en un momento de descuido, pues lo único que lograba escuchar con claridad era el latir de su corazón acelerado.

El club de teatro se encontraba al final del corredor principal. Se entraba por la puerta principal del edificio, pasando enfrente de media docena de salones, y al lado de la escalera que conducía a los pisos superiores se hallaba una doble puerta. Pasaron sin prisa por el pasillo, las clases aún no habían empezado y apenas de escuchaban algunas pocas voces de estudiantes madrugadores dentro de los salones. El ambiente aún así era callado, pacifico, casi místico.

A varios metros de distancia se podía distinguir un gran afiche colgando a un lado de la puerta, eran los resultados de las audiciones. El corazón le llegaba hasta la garganta… no pudo evitar quedarse congelada mientras los otros dos seguían avanzando.

— ¿Pasa algo, Daniela? —preguntó José extendiéndole la mano— ¿Te preocupa algo?

— No es nada… —juntó su mano con la de José, siempre intentando no verle a los ojos— Tan sólo estoy un poquito nerviosa.

Angélica vio que ese podría ser uno de esos tantos “momentos de pareja” en los que le encantaba entrometerse diariamente, pero esta vez lo ignoró y les dejó un momento a solas.

— ¿Nerviosa? ¿Nerviosa por qué?

— Por lo del papel… —en ese instante, en un movimiento inconsciente, alzó la cabeza y se ahogó en sus ojos atigrados— Si me escogen tú y yo…

— ¿Te preocupas por eso? —José chocó suavemente su frente con la de ella— Tontita, es sólo actuación, no es nada del otro mundo.

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Daniela bajó su rostro un tanto desanimada. —Cierto…es tan sólo una obra de teatro, no significa nada.

Puede que para él no significase más que actuación, puede que él la siguiese viendo a ella como una especie de hermana menor y no como una mujer, no como alguien atractiva. Cuando Daniela pensó en eso, es su falta de encanto para conquistarlo, dejo de importarle el beso, pues en realidad todo sería actuación sin sentimientos.

Le soltó la mano. Con un semblante entristecido, Daniela empezó a andar, incapaz de mirar al frente. José se quedó callado, y confundido, la siguió.

Ambos se acercaron con pasos indispuestos hasta donde Angélica los esperaba. Y al igual que ellos, desde lejos, ella tampoco parecía muy contenta. Por algún motivo, su mirada sólo mostraba preocupación, una muy grande al ver en letra elegante el nombre de su mejor amiga al lado del de José.

— ¿Pasa algo malo, Angélica? —José puso su mano sobre su hombro, aun sin alejar la vista del nombre de su amiga— Te vez igual de preocupada que Daniela, ¿Acaso todos le temen a actuar? A pesar de ser el príncipe del liceo por su caballerosidad, era también un poco lento para entender a las dos chicas con las que siempre estaba.

Ella no respondió con palabras, sino con una fría mirada que enmudeció de inmediato al príncipe. Daniela también notó esa fría mirada impropia de su mejor amiga. No figuraba en su memoria ningún momento en que ella cambiase su cálida sonrisa.

Angélica pasó entre ambos, con la vista fija en el piso, caminando con el mismo ritmo de alguien herido de bala, una directa al corazón. — Felicidades, príncipe y princesa al fin están juntos. Les deseo esta sea la mejor obra de sus vidas— recitó Angélica mientras se alejaba, pero en sus palabras se notaba el vacío de su alma.

Daniela y José se vieron el uno al otro, un tanto preocupados por aquel cambio tan repentino. Volvieron a ver la pancarta en donde figuraban sus nombres juntos, en la parte central, y aunque en su inocencia estaban felices de obtener el papel protagónico, por alguna razón tampoco se sintieron del todo cómodos. Un pequeño escalofrió recorrió la espalda de Daniela, como si su propio cuerpo reaccionase adversamente a su nuevo puesto como protagonista.

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Todo era un mal presagió. Desde el momento en que vistió su uniforme ese día, desde el minuto en que se encontró a su mejor amiga y a su amado príncipe camino al liceo, desde el segundo en que recibió aquella extraña mirada de Osvaldo, incluso el instante en el que vio su nombre escrito allí; y ahora, la extraña actitud de su amiga. Todo implicaba un mal augurio, serían esas acciones las que desencadenarían la tragedia, una tragedia imposible de evitar, pues el destino ya había sido sabio y terminante en su decisión. Las manecillas del reloj habían empezado a andar en cuenta regresiva.

El verdadero espectáculo no era la obra que entusiasmadamente pretendían presentar, pues el telón se acababa de alzar allí mismo, en una representación real, en donde ninguno sabía cual sería el final del guión, y en donde tampoco se sabía quien llegaría hasta el final.

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Corazón sin voluntad

Aquella mañana que parecía tan hermosa hace ya muchas horas ahora reflejaba la confusión de su corazón con un manto gris de nubes con ganas de llorar. Daniela, quien había regresado un poco tarde por estar en el club de teatro conociendo al resto del elenco, estaba frente a la ventana de su cuarto, en la primera planta de su casa, gozando de la vista privilegiada que tenia de la calle y del cielo oscurecido.

Soltó un breve suspiro, incapaz de concentrarse del todo en el problema matemático que tenía sobre su escritorio, viendo como única distracción de que manera aquellas nubes se juntaban sobre la ciudad. Mientras su mirada se perdía en los chubascos grises, recordaba la mañana tan extraña que había tenido. La gélida mirada de Angélica contra José no se había desvanecido en ningún momento, y por alguna razón, otras chicas también empezaron a mirarle desagradablemente cuando estaba con él. Ya ella podía imaginarse porque, la envidia de quienes deseaban el papel que ella tenía era grande, pensó. No pudo evitar suspirar otra vez.

Supo entonces que sus pensamientos no le dejarían continuar con la aritmética, por lo que cerró su cuaderno, movió un poco la silla y se puso frente a la computadora. Quizás algún juego online o alguna buena animada le alegrase un poco la tarde casi noche, pues eran cosas que también le llamaban la atención con regularidad.

— No creo que nada me alegre el día de todas maneras… —murmuró tras dar click repetidas veces mientras navegaba por Internet, con una cara de aburrimiento que ninguno de sus pasatiempos podía quitar. Suspiró de nuevo.

— Creo que tomaré una ducha, puede que así aclare un poco mi mente.

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Mientras el sonido del agua de lluvia se confundía con el de la regadera, veía perdidamente al techo. El agua que caía sobre ella era igual de fría que esta mañana, aunque ahora no podía sentirla de esa forma. Estaba otra vez absorta del mundo, intentando analizar que hacía a este día distinto a los demás.

— ¿Se habrá molestado Angélica por mi papel con José? —empezó a indagar—No creo que fuese por estar con José como las otras chicas, pues me viese mal a mí, no a él. ¿Podrá ser entonces el caso contrario? Se quedó pensándolo en silencio por unos minutos. Desde el exterior, solo escuchaba el sonido del agua caer, el alboroto de su hermano menor, mirando la televisión dos habitaciones a la derecha, y el cantar de unos pájaros esperando a que el cielo escampara para retornar vuelo— No puede ser posible… ¿Acaso se sentirá celosa de José?

Angélica, que más que una amiga, se había comportado como una hermana, estando siempre junto a ella. Vivían apenas a una calle de distancia y siempre coincidían en el mismo salón de clases desde primaria. Una amistad aparentemente inquebrantable, que había superado toda clase de chismes, peleas y demás desacuerdos. Tras pensar en todo lo que había vivido con Angélica, Daniela pensó que podría sentirse abandonada, que la estaban reemplazando por José. Cerró el agua de la regadera, ahora solo se escuchaba el sonido de la lluvia cayendo, y aquellos pájaros aún llorando entre los árboles.

— Tengo que hablar con ella, debo hacerle entender que todo es un malentendido —salió de la regadera, tomando una toalla y secándose el cabello frente al espejo— Yo nunca abandonare a mi mejor amiga.

Ya había pasado casi una hora tras pensar todo eso en la ducha y aún su mente se formulaba teorías. Eran las siete y media, y el cielo todavía más gris. Una noche bañada por el llanto de las nubes. Desde su cuarto aún se escuchaba la tristeza de esos pájaros, como si el mundo entero estuviese llorando. Y en medio de todo estaba ella, acostada en su cama, viendo un álbum de fotografías viejas, de su infancia más recordada.

— Angélica siempre salía sonriente en las fotos, una sonrisa exquisita, como la de un verdadero ángel —pasando página tras página, cada una con aquella gran amiga con la que había compartido toda una vida, Daniela llegó a sentirse verdaderamente mal— ¿Cuándo dejaste de sonreír amiga mía?

Llegó a las fotos de secundaria, aquella camisa azul le quedaba muy bien a ambas. Pero había algo diferente en esa foto y en las que le siguieron: José. Por fin habían coincidido en una misma escuela tras años de conocerse, y en esa foto se veía su alegría. Pero era sólo la de ella, pues aquella sonrisa de ángel ya no era la misma en el rostro de Angélica. Su nueva sonrisa estaba lejos de la verdadera, cuando las dos estaban solas. Seguía pasando por más fotografías, y quedaba aun más claro lo que ocurría.

— Soy una tonta… ¿Cómo no pude darme cuenta? La he estado abandonando, he estado dejando nuestra amistad por estar con él… ¿Y me hago llamar amiga tuya?

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—de la melancolía casi se derrama una lagrima sobre la foto, pero contenerla al último momento.

Sintió un pequeño espasmo, uno parecido al que sintió en la mañana cuando su amiga se fue por el pasillo quedándose con José. Un impulso sobrecogedor de ver por la ventana se apodero de ella, algo que nunca antes había experimentado. Le levantó de la cama guiada por aquel peculiar instinto y se paró frente a la ventana. Tras asomarse y mirar hacia la calle de enfrente, entendió la razón de tan extraña necesidad.

Envuelta en un manto de agua helada, dado por una lluvia cada vez más inclemente. Vestía aún su uniforme, y la mirada que portó todo el día se había transformado en melancolía, una profunda amargura. Lloraba tanto como la tormenta que azotaba su rostro.

— ¡¿Angélica?! —gritó desesperada Daniela, apoyándose sobre el vidrio de la ventana. Angélica solo la vio directamente a los ojos, una mirada vacía, la de alguien cansado de llorar. -

Los pocos segundos que pasaron viéndose a los ojos tardaron horas en terminarse. Daniela en verdad estaba preocupada por su amiga, jamás se hubiese imaginado verla en un estado tan deplorable, tan poco característico de ella. Su llama se estaba extinguiendo, y todo era por su culpa.

Por fin, Angélica dio media vuelta, apartó su vista de Daniela y continuó avanzando por la calle. Daniela se ahogaba en un océano de emociones que no podía definir con claridad, pero todas desembocaban en una: ir a buscar a su amiga. Tomó un suéter y un paraguas y ni se tomo la molestia de cambiarse, así que salió con su pijama manga larga contra la tormenta.

— ¿Adonde crees que vas Daniela? —preguntó su padre asomándose desde la cocina.

— ¡No tengo tiempo de explicar, regreso enseguida! —Abrió la puerta con brío y desplegó el paraguas con la misma energía, empezando a correr por la calle mojada mientras su padre le veía entrañado desde la puerta.

A lo lejos se divisaba la joven figura de Angélica, que al notar que Daniela le perseguía, comenzó a correr al igual que ella.

— ¡Angélica! ¡Detente! ¡Permíteme explicarte todo! Pero las palabras no parecían alcanzar a su amiga, sus oídos estaban sordos por el infortunio de su propio ser.

La lluvia había vaciado la calle, no había ni un alma aparte de ellas dos. Quienes en su infancia jugaban en el agua de lluvia ahora corrían sobre ella en una frenética carrera de sentimientos ocultos. Al doblar a la izquierda al final de la calle, y adentrarse en un pequeño parque infantil, con la intención de perder a Daniela ahí, Angélica cayó torpemente sobre el pasto resbaladizo, lamentándose después por su dolor en su rodilla derecha. Ya era inútil, Daniela se aproximaba con paso seguro y ella sólo podía intentar arrastrase como un gusano entre el barro. Volteo la cara al

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cielo desconsolado, cerrando los ojos, esperando a que la lluvia se detuviese por el paraguas de Daniela.

El agua caía fuera de ese gran cubo que ahora les servía de refugio. Esa construcción de cerámica había sido un gran escondite cuando jugaban a las escondidillas al tener pocos años de vida, y ahora volvían a el, tras muchos años de no haberse pasado por ese parque.

Angélica reposaba al lado de Daniela, tiritando de frío por haber estado bajo la lluvia desde que comenzó. Daniela se quitó el suéter y se lo puso sobre los hombros a su mejor amiga, y vio como esta se aferraba a él con todas sus fuerzas.

— En verdad lo siento Angélica, no sabes cuan arrepentida estoy —Angélica permaneció callada mientras ella continuaba— ¿Es mi culpa verdad? Por descuidar nuestra amistad…

— No, no es tu culpa —intervino tímidamente Angélica— Al menos no sólo tuya. Los tres estamos envueltos, así que los tres repartimos la culpa.

— ¿Él no te agrada?

— No, no me agrada. Está intentando alejarte de mí, no puedo permitir que lo haga —E hizo un puño dentro de uno de los bolsillos del suéter, no deseaba que Daniela viese lo determinaba que estaba de alejar a José del camino.

Ambas apartaron las miradas, era evidente que no pensaban igual.

— Nunca dejaras de ser mi amiga Angélica, puedes estar segura de eso —se atrevió a decir Daniela para intentar romper aquel lúgubre silencio.

Los ojos de Angélica volvieron a reflejar su verdadera esencia. Su corazón volvió a sentir el calor que Daniela le daba. Dentro de la oscuridad de su vida vacía, siempre había estado esa pequeña luz de esperanza, Daniela, aquella que en verdad le demostraba afecto. Por alguna razón, aquel puño de ira cambió a una mano débil sobre su pecho, buscando sus frenéticos latidos. De golpe Angélica soltó un tenue llanto y sus lágrimas se desmoronaban sobre el suéter de su amiga, y Daniela solo alcanzó a abrazarla, colocando el rostro de su amiga contra su pecho, para que pudiese llorar en paz.

— Puedes llorar tranquila, no me iré de aquí hasta que estés bien, porque eres mi mejor amiga, Angélica. —aseguró, aunque aun le fueran desconocidas las razones exactas del lloriqueo. No tardo mucho antes que rompiera a llorar junto a ella, aunque fueran unas pocas lagrimas de felicidad.

Mientras las dos se abrazan en un lugar donde la tormenta no se osaba a tocarlas, a pies de un árbol se hallaba el tercer involucrado, José, observando todo desde una distancia y un ángulo en donde no les fuese fácil ubicarlo. No había escuchado nada,

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la lluvia y el trecho no le habían permitido, pero había visto todo, lo suficiente como para entender que pasaba, más no comprender porque pasaba.

— ¿Así que…las princesas tienen un lugar donde llorar al anochecer? —soltó un pequeño bufido— Veamos que nos tiene preparado el destino, mis dos pequeñas princesas, pues sólo se escogerán a dos para bailar, y el tercero no se unirá a la fiesta. Dejemos que se alce este nuevo telón y comencemos a actuar, pues al final, y puedes estar segura de eso, Angélica, saldré triunfante a la escena final. Daniela estará conmigo. —Se dio la vuelta y empezó a andar bajo la lluvia.

— Por favor no lo tomes como algo personal, tan sólo deseo lo mejor para Daniela, y tú no figuras en mis planes.

Luego de algunos minutos, Daniela propuso llevar a Angélica a su casa. Ambas bajo el paraguas, y Angélica sujetando la mano de Daniela con todo el fervor de su alma, como si esperara que nunca se alejara de ella.

— ¿Estarás conmigo siempre, Daniela? —preguntó, ya estando justo frente al edificio de su apartamento.

— Si, es una promesa, y sabes que siempre las cumplo.

Aquella frase que repetía ya desde hace mucho tiempo seguía presente aún después de tantos años. Daniela nunca fallaba una promesa, era su código moral el que le impedía quebrantar una. Angélica confió en ella entonces, juntando su meñique con el de Daniela como cuando eran pequeñas. Se miraron fijamente a los ojos, y Daniela volvió a sentir un pequeño escalofrío, aunque esta vez se lo atribuyo al fuerte torrencial.

— Angélica se perdió tras la puerta del edificio y Daniela volvió a andar para devolverse a su casa, con el corazón indeciso y con la mente confusa. Mientras andaba cabizbaja, escucho los pasos de alguien que venia en dirección contraria. Alzó la vista débilmente para evitar tropezarse con quien venía, pero no esperaba detenerse de inmediato. José pasó por su lado y se detuvo también. Ambos dándose la espalda, incapaces de verse al rostro.

— Hay que hablar, José.

— No hablemos —respondió de inmediato— Actuemos.

— ¿Actuar?

— Somos los actores de nuestra propia vida, con un guión improvisado, imposible de augurar — Y dando un paso hacia adelante, agrego— ¿O acaso piensas que nuestro guión ya ha sido escrito?

Daniela quedó paralizada. José, en ese mismo instante, planteaba la posibilidad de que el “Destino” que tanto aborrecía a Daniela, existiese.

— ¿A… A qué viene todo esto?

—Nada en particular. —respondió con la serenidad que lo caracterizaba.

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José ahogó una sonrisa fingida. Se dio la vuelta y se inclinó para susurrarle algo al oído. Los ojos de la chica se abrieron como grandes platos, como quien recibe la mayor revelación de su vida. Por un instante perdió las fuerzas y cayó al suelo de rodillas, empapando completamente su pijama. Esta vez, José no se molestó en ofrecerle la mano para ayudarle, debía enfrentar la verdad ella sola. José se disponía a marcharse cuando una ahogada voz le detuvo.

— ¿Eso…eso es cierto?

— No podría ser más cierto, Daniela. La misma Angélica me lo confesó esta misma tarde, me dijo la razón por la cual le disgustaba que estuvieses conmigo. ¿Ahora entiendes quien es verdaderamente tu mejor amiga?

Daniela lentamente se incorporaba, levantándose de entre los charcos de agua estancada originados por la lluvia, aunque muy débilmente.

— Si pretendes que las cosas sigan así, debes evitarla a toda costa. Si sigues con ella, podrías caer en el mismo error que ella —José se dio la vuelta otra vez, y con paso firme empezó a caminar.

— Ella... ¡Es mi mejor amiga y no pienso dejarla por nada! — gritó Daniela con una voz tan potente que ni el mas estruendoso trueno podría amedrentarla.

Un gran rayo iluminó todo el cielo nocturno como si el sol hubiese salido un instante. José empezaba a perderse en la tormenta y Daniela ahora sentía la soledad, solo acompañada por el trueno que dejó el rayo. Desesperada, empezó a correr hacia su casa, soltando el paraguas sin darse cuenta. Ya no le importaba nada, su mente, ahora definitivamente confusa. Lloró sin consuelo hasta llegar a casa.

« ¿Sabes que me dijo Angélica ya hace bastante tiempo? Que no dejaría que me acercase a ti porque le gustas, porque desea tenerte y porque yo soy su rival en hacerlo. Es una competencia entre los dos, todo por tenerte, querida princesa. »

Daniela veía el techo de su habitación aún en plena oscuridad. Pronto aparecerían los primeros rayos solares por su ventana. El sonido de la tormenta golpeándole la ventana se había ido ya hace muchas horas, ella misma había escuchado hasta la última gota caer.

Aquellas palabras revoloteaban por su cabeza y parecían no querer detenerse bajo ningún concepto, pues en verdad en lo único que pensaba era eso. Mientras se preguntaba desde cuando su amiga gustaba de ella, giraba en todas las direcciones posibles para intentar conseguir una posición que le ayudase a dormir, pero era más inútil que intentar tapar el sol con un dedo.

Se levantó de entre las sábanas y se apoyo en la orilla de la cama, ya tenía perfectamente claro que le sería imposible dormir esa noche. Además, pronto su reloj marcaría las cinco de la mañana, su llegada a la escuela era cada vez más inevitable. El tiempo mismo estaba en su contra.

Nunca había sentido el impulso de fingir estar enferma para evitar ir a atender sus obligaciones escolares, pero por primera vez lo hiso, era la única forma de evitar

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verlos a los dos pelear por ella. Su corazón ahora era un revoltijo de emociones, más que todo en relación con su mejor amiga, Angélica. Ciertamente, no gustaba de ella, pero lo que menos deseaba era romperle el corazón en pedacitos; no existía forma de estar con José sin que eso pasase. Tomó una almohada y hundió su rostro en ella, gritando para liberar el desasosiego que sentía, aunque tuviera perfectamente claro que eso no remediaría su posición.

Cansada de tanto sentimentalismo, alzó la vista y la fijo al amanecer. Centrándose en lo absurdo, se pregunto si el Sol se preocupaba por el amor. «No, no lo hace, no tiene sentimientos, así que no puede dar amor» pensó de inmediato, llegando a la conclusión de que el Sol entonces era muy dichoso, puesto que no podía sentir el tormento que le perseguía en ese momento. En su desesperación, se sintió bien por el Sol.

— Genial, ahora me estoy volviendo loca, sintiéndome feliz por una estrella sólo porque no puede sentir —vaciló de vuelta a la realidad— Fantástico. Quizás para la noche deba felicitar a la luna por ser una roca gigante que no se preocupa por como luce ante los demás.

Sus comentarios sarcásticos tampoco resolverían su problema, de hecho, nada podía ayudarla lo suficiente como para darle un final feliz a su trágica historia de amor. «La confrontaré. Le preguntaré a Angélica la verdad, y viviré en carne propia su respuesta. No creeré en José, solamente creeré en lo que yo misma compruebe.» Aquel pensamiento había sido el único cuerdo en toda la mañana. Daniela había recuperado parte de su entusiasmo característico, encontraría la forma de remediar la situación por más difícil que esta fuese.

La puerta de su cuarto sonó tres veces y Daniela dio permiso al visitante de entrar con un leve murmullo lejos de ser entusiasta. Lentamente la puerta se abrió y el rostro sereno de su hermano menor, David, se asomó desde una pequeña abertura. Aún se notaba el sueño y la poca disposición que tenía a levantarse tan temprano.

— ¿Pasa algo, hermana? —preguntó David, entre un rápido bostezo— ¿Le estabas gritando a tu almohada?

— Perdón si te desperté —dijo, fingiendo una pequeña sonrisa para intentar persuadirlo. Tiró su almohada a un costado de la cama y se levantó con el espíritu renovado, para luego caer con la misma intensidad tras tropezar con la alfombra. Soltó otra pequeña risa desde el suelo, ahora apenada con su hermanito por ser tan torpe.

— Nunca cambiarás, hermana. —David entró en su habitación con ligereza. Con gran cuidado para no resbalarse con la alfombra. Llegó hasta la mesa de noche donde reposaban los lentes, y tras tomarlos, se los ofreció a Daniela, que aún se sobaba la espalda por el golpe.

— Toma, nunca te separes de ellos o las cosas se pondrán feas para ti. Mientras los tengas, nada malo te pasará.

Daniela no pensó escuchar palabras tan sabías de su hermano dos años menor. Se había perdido el momento en el que aquel niño irresponsable y malcriado se había

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convertido en un joven emprendedor y, por sobre todas las cosas, con una gran voluntad para ayudar al caído. Daniela tomó los lentes y se los puso, seguidamente David le extendió la mano y ella la sujeto también. Era increíble la fuerza que tenía, la suficiente como para levantarla con un único brazo. Ya eran del mismo tamaño, solo que a David le quedaba mucho por crecer todavía. Había sacado la altura de su padre, aunque presentaba también una gran musculatura que no presentaba ninguno de sus progenitores. El cabello castaño oscuro siempre alborotado y unos ojos de la misma tonalidad.

— ¿Por qué me ayudas tan de repente? —preguntó Daniela cada vez más pasmada— Siempre te encierras en tu cuarto, casi no te veo, casi ni siquiera hablamos. ¿Por qué ese cambio?

David camino en silencio hacía la puerta, hasta cruzar la línea que dividía el cuarto con el pasillo, de allí se dio la vuelta y le dijo fuerte y claro:

— Ante todo y por sobre todo, la familia siempre querrá lo mejor para ti.

A medida que la puerta se cerraba, ella lograba vislumbrar una sonrisa oculta en el rostro serio de su hermano; sintió entonces, que aunque las cosas no saliesen como lo esperase cuando estuviese en el liceo, aquí, en su hogar, siempre tendría gente que la amaría, y era ese el momento en el que necesitaba más amor. Una flama se encendió en su corazón.

Daniela se aseguró de darles un gran abrazo a su padre y a su madre al llegar a la cocina, y muy especialmente uno muy grande a su hermano menor, el cual muy raramente desayunaba con el resto de la familia. Su padre era hombre alto y delgado, regio, siempre seguro de sí mismo, y su madre una mujer bajita y rellenita de recto temperamento, pero cariñosa al fin. Ambos le habían criado para no darse por vencida, para controlar sus emociones y para pelear contra la vida, contra las dificultades que está impone. Y aunque no siempre estaba con ellos por cuestiones de trabajo o porque estuviese muy ocupada estudiando, se sentía el amor; y durante ese desayuno se sintió más que nunca.

Daniela salió ese día de su casa con la sonrisa más esperanzadora que jamás había tenido. El sol brillaba, el agua se resbalaba por las hojas de los árboles; lograba respirar la paz en el ambiente. Aquellos pájaros que con su llanto le habían atormentado toda la noche ahora surcaban los cielos con alborozadas baladas de gloria. Por primera y única vez, Daniela vio la belleza del mundo que le rodeaba, solo deseaba que ese sentimiento no se desvaneciese nunca. No duro mucho, sin embargo. Al doblar la última calle y al encontrarse frente a aquella edificación, el gozo volvió a convertirse en incertidumbre.

Fue un cambio tan súbito, que permaneció paralizada indecisa si querer continuar o no; ya los estudiantes entraban, faltaba poco para el inicio de las clases, y aún ella permanecía doblando la vista para advertir la presencia de alguno de los dos. No encontró nada, ni el más mínimo rastro de sus dos mejores amigos. Segura de que estaban ya adentro, esperándola, Daniela empezó a andar; temblorosa e insegura como el corazón que latía en su pecho. Ya no había vuelta atrás, cada paso reafirmaba que en el camino no quedaba retorno alguno.

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Había cruzado la puerta principal, Osvaldo estaba allí, volviéndola sólo a ella, a pesar de la docena de alumnos que caminaban a su lado. Daniela le respondió la mirada unos segundos, sintiendo como esos ojos ansiaban advertirle algo. Retrocedió sobre sus pasos, tomó por fin aquella mirada como una señal tras sentir el escalofrió en su espalda, pero al darse la vuelta vio las puertas cerrarse con brusquedad, y no volverían a abrirse hasta el mediodía. El liceo no era muy distinto a una gran jaula.

Tras volver a girar sobre sí misma, sintió nuevamente la inclemente mirada sobre sus hombros. Hastiada de todo este juego de miradas, se dirigió velozmente ante Osvaldo, que ya había previsto la visita de la chica.

— ¡¿Por qué me miras tanto Osvaldo?! Todos los demás alumnos habían entrado por los pasillos, sólo estaban ellos dos en la fachada externa del edificio, por lo que Daniela no tuvo temor de gritarlo.

Osvaldo se quedó en silencio, precisamente lo que irritaba más a Daniela. Apretaba con vehemencia los puños, y justo antes de levantar uno de ellos, con voz ronca y pausada, muy característica de él, respondió levantándose de su silla replegable de metal.

— Me recuerdas mucho a alguien, a una antigua alumna —dio unos pocos pasos hacía la puerta, dándole la espalda— Por aquel entonces, trece años atrás, no esperaba que las cosas terminasen tan trágicamente… Un estudiante término asesinado, otro en prisión, y la última alumna murió poco después en el hospital.

A Daniela se le ocurrió que el sol mañanero afectaba ya al humilde portero; pero cuando Osvaldo le miró por encima de su hombro con aquella misma mirada penetrante, libre de toda malicia del engaño, empezó a creer verdaderamente en esa historia.

— ¿Cómo…se llamaba aquella ultima estudiante?

Osvaldo cerró los ojos un instante, merodeando por su memoria en busca de un nombre olvidado por todos, intentando además recobrar algún detalle de esa historia.

— Su nombre era…Verónica.

Daniela sintió otro escalofrío recorrer su cuerpo entero. Sujetó su cabeza y se apoyó sobre una pared de concreto para no perder el equilibrio, temblando descontroladamente en pánico. Repetidamente, las imágenes de su sueño pasaban por su mente una y otra vez como una presentación en cámara rápida. Esa monstruosa criatura, los gritos, el llanto, las voces alteradas, lo podía ver y oír todo. Luego, el silencio absoluto. Cerró los ojos un momento, respirando aceleradamente, con el sudor brotándole de la frente como una catarata. Osvaldo se apresuró a sacar una linterna de bolsillo fuera de este, le abrió los ojos tras retirarle los lestes e inmediatamente prendió la linterna de luz blanca. Daniela logró ver de nuevo aquella luz que siempre le hacía despertar; las imágenes que le nublaban la mente desaparecieron y volvió a estar consciente del mundo que le rodeaba.

— ¿Qué…me ha…pasado? —preguntó Daniela jadeando sin control, tras desplomarse a brazos de Osvaldo.

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Guardó silencio otra vez. Conocía de antes está extraña reacción, también sabía cómo liberarla de ese trance, por eso había guardado esa linterna blanca por trece años, pero desentendía los efectos que aún perturbaban la mente de Daniela a pesar de haber pasado más de una década. Osvaldo entendía bien su situación, por lo que lo mejor que podría hacer en ese momento era llevarla a la enfermería para que se repusiera por completo.

Daniela despertó a un cuarto para las doce, luego de llegar a la enfermería a las siete y quince, al acabar profundamente dormida cuando le prestaron una cama. Se sobaba la cabeza, intentando recordar que le había pasado y porque de pronto se encontraba en la enfermería. Pronto su memoria le alumbró el camino al acordarse que había sufrido alguna especie de colapso, aunque no lograba recordar nada más.

Se alzo de la cama. Volteó a la derecha y luego a la izquierda, desconcertada luego de ver como Angélica, sentada en una silla al lado de la cama, dormía. Intentando no despertarla, puso un pie en el suelo con sumo silencio, pero la voz de Angélica le detuvo enseguida.

— No pretendas siquiera levantarte —dijo, entreabriendo su ojo derecho, mirando directamente a Daniela— Aún no estás del todo recuperada, descansa otro rato. No te preocupes, he pedido un permiso especial para cuidarte, no estarás sola en ningún momento.

Daniela acató la orden y volvió a recostarse completamente otra vez, arropada hasta el cuello con una sábana blanca. Veía fijamente a Angélica. Ambas parecían estar a punto de decir algo, pero no lograban ponerlo en palabras. La enfermería no era muy distinta a un cofre de sentimientos ocultos.

Una pizca de valentía recorrió la mente de Angélica en el instante en que Daniela desvió la vista para ver el reloj de pared frente a ella, le decía «Hazlo, es la oportunidad perfecta». De igual manera, Daniela pensó de la misma forma, «Vamos, pregúntale, es ahora o nunca.»

— Daniela… —murmuro Angélica, carente de la fuerza necesaria para decirle lo que le había querido decir por tantos años. Buscando dar el paso definitivo que le impulsara a admitirlo, buscó dentro del bolso que reposaba a pies de la silla y saco un paraguas azul celeste.

— Toma, lo encontré esta mañana.

— ¿Mi paraguas? ¿Cómo es que lo tienes?

— Cuando venía para acá estaba entre las ramas de un árbol. Fue una suerte que se quedase allí y que no rodase calle arriba o que se elevara con la tormenta.

Daniela recordó entonces: tras encontrarse con José y cuando este le había dicho aquella “verdad”, ella salió huyendo de allí, y durante su intento de escape de la realidad, soltó el paraguas.

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Angélica sostenía el paraguas por el extremo puntiagudo con su mano derecha, apuntándolo directamente a Daniela para que pudiese tomarlo; alzó su brazo he intento tomarlo por el extremo opuesto.

— Lo extraño es… ¿Por qué no tenías tu paraguas?

Los ojos de Angélica se tornaron en una mirada más intensa. Daniela sintió su vista temblar al verla directamente a los ojos. La noche pasada, cuando Angélica volvía a su edificio, en el último momento antes de que las puertas del ascensor se cerrasen, vio a su amiga caer ante las palabras de José, y esa mañana, cuando intercepto al chico, descubrió que este había roto la promesa de mantener en silencio su secreto.

Angélica se levantó de la silla y caminó hasta la ventana que daba al patio. Allí, viéndolo rebosante de gente, exclamo con voz quebrantada.

— José…desgraciado. ¿Cómo pudiste romper nuestro juramento? Mantendríamos en secreto nuestro combate hasta que la princesa escogiese por sí misma a un ganador.

Daniela quitó las sábanas de su camino y se sentó a orillas de la cama. Pero cuando intentó levantarse, Angélica se había volteado para paralizarla nuevamente con su mirada abismal.

— Angélica…yo en verdad no esperaba que tu…

— ¿Esperar? —ahogo rápidamente una sonrisa entre dientes, mordiéndose la uña del pulgar— Creo que fui bastante directa. Mi sonrisa de eterna alegría, el deseo cada vez más fuerte de estar a tu lado, el rencor que le tenía a José por ser él el pretendiente predilecto… Creo que más sentimental no pude haber sido.

Daniela entonces comprendió lo lenta que había sido para conocer a su mejor amiga. Tantos años y no había sido capaz de notar aquellos sentimientos escondidos que sin saberlo se habían disfrazado de profunda amistad.

— Te lo diré más claro aun, he decidido que serás mía Daniela; es nuestro destino estarlo—

Angélica se aproximó lentamente desde la ventana y se paró frente a ella, la envolvió entre sus brazos y presionó el rostro de Daniela contra su pecho, esperando que ella pudiese sentir sus latidos.

— ¿Ves? Este mismo corazón ha esperado por muchos años para estar tan cerca de ti. Ha llorado noches enteras, renunciando a todo lo demás tan sólo para estar a tu lado. José siempre me dice que estoy incapacitada para amarte, que simplemente es algo enfermizo, y por mucho tiempo me ahogue en esas palabras, sufrí mucho por ellas, aún así lo soportaba y actuaba normal…

Angélica le abrazaba cada vez con más fuerza y pasión, pero Daniela se le resistía inútilmente.

— Angélica…detente.

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— No, ¡No lo haré Daniela! —en su voz se notaba cada vez más su tristeza, su desesperación. Angélica hacía el papel del príncipe locamente enamorado para con una princesa que no lo deseaba, pero que aún con el corazón roto no se detendría hasta poseerla.

Daniela la empujó contra la pared para intentar zafarse de sus brazos, se estrelló con fuerza, quedando adolorida de la espalda.

— Daniela…

— ¡Te he dicho que te detengas!

Angélica recibió en la mejilla el golpe inclemente de su amiga, que también derramaba lágrimas al hacerlo. Permaneció en silencio, cabizbaja, recuperándose de la frialdad de la bofetada, mientras Daniela tan sólo jadeaba, intentando controlar su propio corazón. Incapaces de verse la una a la otra, permanecieron indiferentes hasta que un espectáculo de aplausos se escuchara desde la entrada de la enfermería.

— Magnifico, verdaderamente magnifico —decía José, al acercárseles— No has caído en su trampa, no te convertirás en algo como ella, eres admirable Daniela.

José miró a Angélica con indignación, como algo de mucho menos valor que la basura. No tardo en mofarse de ella con la mirada y con una sonrisa engreída. Angélica estaba cada vez más exasperada, más colérica, oprimía lo puños, fácilmente sería capaz de romperle la cara a golpes, pero su templanza estaba siendo puesta a prueba.

— Creo que con esto estarás fuera, Daniela nunca te aceptará como pareja, tienes que aceptarlo, por más doloroso que te parezca. Sabías desde un principio que todo terminaría así, pero tu terca insistencia no escucho cuando te lo advertí— José tomó el brazo de Angélica con brutalidad y lo presionó con de igual manera— ¡Admítelo, admite que estás enferma y que lo mejor para Daniela es que te alejes de ella!

Angélica había soportado sus vejaciones con valentía por muchos años, pero ahora, luego de que sus sentimientos hubieran sido expuestos frente a Daniela, decidió no contenerse más. No dejaría que José le pisotease todavía más, esto debía acabar.

Con una voluntad que nunca esperaría tener, empujo a José con la suficiente potencia como para hacerlo caer con una sola mano. A una velocidad que José no advirtió, Angélica sacó del bolsillo derecho de su chaqueta una pistola 9mm y tras caerle encima se la puso justo en la frente, para que pudiese sentir el frío del metal, de la misma temperatura que su corazón vacío. Daniela se quedó estupefacta, y de sólo pensar en que pronto eso sería la escena de un asesinato, tropezó y cayó de espaldas, totalmente aterrada.

— ¡Atrévete a decirme algo más y te enviaré derechito al infierno, donde mereces estar, demonio!

— ¡Vamos pues, inténtalo! —le respondió José con gana, sin perder un instante su coraje, incluso con una bala a punto de atravesarle el cráneo, no dejaría de actuar

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con esa perspicacia suya— ¡Hazlo y tan sólo le demostrarás a Daniela lo podrida que estás!

Angélica solo seguía siendo presa de sus impulsos, no lograba medir las consecuencias de sus acciones. Para ella estaba bien, ya no le importaba el amor de Daniela, nunca lo recibiría de todas formas; tampoco le importaba pasar el resto de sus días en prisión si llegasen a capturarla. Ya ni siquiera la importaba la vida lo suficiente cómo para ver el amanecer del día siguiente. Pero había algo, una pequeña parte de su conciencia que le impedía apretar el gatillo. De seguro, su sentido común aún estaba lo suficientemente presente cómo para diferenciar el bien del mal, además de que no valía del todo la pena gastar una bala para acabar con su vida, por muy miserable que fuese.

— Te estás tardando mucho, Angélica —reprobó José, manteniendo una sonrisa de par en par— Tú ahora puedes escribir el acto final con mi sangre, ¿O vas a dejarme vivir otro acto? Puede ser muy problemático para ti el dejarme vivir, podría denunciarte por intento de agresión, aunque eso sería mejor que una búsqueda por asesinato. De todas maneras, tú decides.

— ¡¿José quieres que te maté?! —exclamo Daniela, histérica.

José no dio respuesta alguna, esperando la decisión definitiva de Angélica. Ella no entendía bien lo que José deseaba, pero parecía ser que de entre todos los caminos a escoger, el dejarlo vivo, por más desagradable que fuese, era la opción con menos perdidas. Tomó su elección. Se levantó del piso lentamente sin dejar de apuntarlo a la cabeza, y a medida que este se levantaba también, Angélica descendía el arma, para luego volver a colocarla dentro de su bolsillo.

— Te odio —mencionó Angélica al voltearse.

— Como sabrás ya, el sentimiento es mutuo —completó José— ¿Y qué harás ahora? ¿Aún te atreverás a acercarte a nuestra obra? Dudo que cuando se sepa esto las cosas te vayan bien, ni aquí, ni en ninguna parte—

— ¿Qué quieres para que mantengas la boca cerrada? —Angélica no pretendía negociar con él, pero era la única forma de arreglar lo que ella misma había causado por sus impulsos, aunque para eso tuviese que rebajar su dignidad.

— Oh, ¿Qué podrá ser…?

En ese momento la tenía como siempre la había deseado: sumisa, con un corazón sin voluntad. Jugaba con su lengua, moviéndola de un lado a otro como un felino frente a una presa, saboreándola aún sin tenerla en la boca.

— Desiste de tu participación en la obra y de todo contacto con esta escuela hasta que el año termine. Así, con tu ausencia, perderás las notas necesarias para aprobar el año y quedarás separada de Daniela de por vida. También te prohíbo verla tras las clases. Si violas el juramento, le diré a todos de tu pequeño secretito… —pasó su mano por las piernas de Angélica para acabar en el bolsillo donde guardaba el arma—…y también hablaré del pequeño amiguito con el que me intentaste matar.

— Eres repugnante. Angélica tomó su bolso tirado en el suelo, metió su mano en el bolsillo y puso el arma dentro del bolso.

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— Nunca dije que no lo fuese, “amiga”.

Angélica le dirigió una última mirada a Daniela, que aún no comprendía porque estas terribles cosas estaban pasando. En Angélica se podía el cansancio por la vida de un anciano que no realizo sus sueños. Se le había prohibido ver a su gran amor, a su única fuente de júbilo, su existencia solo consistía en soportar el chantaje de José, que con el rostro lleno de malicia, deseaba no verla más.

Sin pudiera hacer nada, Daniela vio como su amiga, desamparada, partia despaciosamente de la habitación, para luego escuchar como José volvía a aplaudir con descaro. Angélica abrió la puerta, y sin ver hacía atrás, cerró la puerta tras de sí. Casi de inmediato se escuchó como corría desesperada, con pasos estruendosos.

— Así es mejor, la basura debe de estar en el basurero —y tras vejarla por última vez, José miró a Daniela por encima del hombro, con una mirada muy distinta a la que siempre le había acompañado estos años— Ahora podemos continuar con nuestra obra, princesa. Solo quedamos nosotros dos sobre el escenario, ¿No es acaso digno que el príncipe bese a la princesa tras derrotar a la fiera?

José se le acercó con la aparente caballerosidad de siempre, apoyándose sobre la cama para estar directamente frente a su rostro.

— Tú…Tú no eres José… Daniela sintió un dolor penetrante en el pecho, ocasionado por el sufrimiento de Angélica, y por haberse enamorado del príncipe equivocado, que era ahora cuando mostraba su verdadero rostro, lleno de odio y satisfacción por el maltrato al derrotado.

— ¿De qué hablas, princesa? —José puso su mano sobre la cabeza de Daniela y acarició su cabello, para luego bajar hasta su barbilla y sostenerla con delicadeza— Yo sigo siendo el mismo, nada ha cambiado. Un actor sólo puede interpretar un personaje a la vez, no hay forma en que pueda ser otro.

José acercaba sus seductores labios con lentitud. Daniela no los deseaba, no después de lo que le había hecho a su amiga. Pero no podía resistirse, no hallaba fuerzas con las que hacerle frente; no era más que la presa de un opulento cazador. Daniela entonces los sintió; tan suaves y deseables, tan llenos de pasión y encanto, pero no sabía si lo que él transmitía en verdad era amor. Cerró los ojos, una escurridiza lágrima cayó sobre la sábana de la cama.

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Cuando llegó a la escuela, Daniela no esperaba nada de lo que le había pasado ese día. Cruzar aquella puerta en verdad había representado su perdición. No sólo por aquel extraño shock, también por la separación de Angélica. Y ahora, aquel beso de la muerte. Sin saberlo, su vida había dado un paso más cerca del caos.

Aquella obra de teatro que era su vida, un nuevo espectáculo para probar la certeza del destino, había acabado su segundo acto.

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Preludio del caos

Daniela veía el techo del auditorio con terrible pesadumbre. Ya había pasado una semana desde lo sucedido en la enfermería, por lo que ya había pasado esa misma cantidad de tiempo sin ver a su mejor amiga, Angélica. Al parecer, ella cumplía con su palabra al pie de la letra, ni siquiera cuando Daniela iba a visitarla le abría la puerta, no se dignaba a hablarle. Se había atrincherado con una vasta cantidad de alimentos para no salir, tapando las ventanas con cortinas para no ver la luz del día, y acurrucándose cada noche en un rincón para poder llorar en paz, pues ahora no tenía el pecho de su mejor amiga para hacerlo.

Mientras se perdía en las luces del escenario, actuando etéreamente, le paso por la mente la idea de que su amiga se había suicidado. Aún tenía esa pistola consigo, y su depresión podría incitarla en cualquier momento a hacerlo, mediante una certera bala, atravesando su craneo. Al plantearse la posibilidad, la vista se le nubló y se sintió débil, cayendo segundos después sobre sus rodillas.

— Eh tú, Daniela. ¿Qué no vez que entorpeces la practica? —dijo el reemplazo de Angélica, la nueva coreógrafa: Eva— Si no estás en condiciones será mejor que desaparezcas de mi vista y consigamos a alguien más que no sea tan inútil.

La arrogancia era algo que Eva transpiraba por la piel. A sus dieciséis años ya era presa de la vanidad, de ser la mujer más hermosa de todo el liceo, aunque por dentro fuera igual de mugrienta que el barro.

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Sentía rencor hacia Daniela desde hacía ya bastante tiempo, todo por su extrema cercanía a José, el único chico al que no lograba encantar con su cuerpo. Tez morena y cabello azabache que le llegaba hasta la espalda, y con atributos que fácilmente podrían competir con una Miss Venezuela.

Ignorando por completo el llamado de Eva, Daniela se tapó el rostro con las manos y comenzó a llorar desconsoladamente. El llanto de quien interpretaba a la princesa de la obra hizo llamar la atención de todos los demás actores, que sobre el escenario o entre bastidores, se preguntaban porque la protagonista haría tal cosa. Ese llanto irritó aún más a la intolerante Eva, que subió como un tigre al escenario y levantó a Daniela de un solo tirón de su mano izquierda, para luego abofetearla con la derecha, tan duramente como para hacerla caer otra vez.

— ¡Eres casi una adulta y aún te comportas como una bebita mimada, madura de una buena vez! —le gritó Eva mientras perforaba el inocente cuerpo de Daniela con una mirada inclemente.

— ¡Angélica…! ¡Angélica…! —su grito de dolor se hizo cada vez más ruidoso, hasta ser capaz de llenar toda la habitación como el rugir de una bestia en agonía— ¡…Angélica!

Su sollozar inconsolable de lágrimas y mucosidad despertó el instinto protector de José, que entró al escenario desde el trasfondo para observar como su dulce princesa era acosada por severidad de Eva; ya gozaba fama de bruja.

— ¿A quién le importa mi predecesora? ¡Apuesto que no vino más por vaga! ¡Te he dicho que dejes de llorar!

La mano de Eva surcó el aire directo hasta la mejilla adolorida de Daniela, pero fue esta vez la mano de José que la detuvo, y la devolvió la misma mirada con la que torturaba a Daniela. Ella retrocedió en su intentó de golpear a Daniela y movilizó al resto del elenco para practicar otra escena. José levantó a Daniela entre sus brazos y bajo del escenario cargándola. Mientras todos los presentes pensaban que en verdad era un príncipe cargando a su princesa, abrió la puerta principal del auditorio.

— ¡¿Adonde crees que vas José?! —grito histérica Eva.

— No es de tu incumbencia —le respondió agriamente— Vuelvo enseguida, sigan practicando hasta mi retorno.

El viento soplaba desde el norte, un aire fresco de montaña. En condiciones normales, a ningún alumno se le permitiría subir a la azotea, por lo que al verlos a los dos allí era símbolo de su distinción. Cruzaron la puerta del último piso cuando ya había sido abierta con anterioridad, y José la cerró con un rápido movimiento de tobillo. Daniela aún permanecía en sus brazos, que de a poco conseguían calmarla. Tras avanzar varios metros por la azotea, José se detuvo, agachándose y dejando a Daniela volver a poner los pies sobre la tierra, ella se incorporó de inmediato cuando ambos se veían frente a frente, alzando Daniela la vista para lograr ver los ojos atigrados, que aun no perdían del todo su encanto.

— Sigues siendo un infante, Daniela.

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Sonaba igual de serio que Eva, llegando a incomodar a Daniela, pensando que en verdad ya no poseía ningún aliado.

— Angélica ya no está, se ha ido, y no volverá, pues no dejaré que vuelva, no puedo permitir que estés con ella.

— Tu… ¡Devuélvemela! —le gritó Daniela, cuando empezó a golpearlo en el pecho con un puño cada vez más débil— ¡Devuélveme a mi amiga!

Esos pequeños golpecitos no lograban nada. Detuvo su malcriado berrinche sosteniéndole con la mano derecha el brazo y alzándolo con tanta fuerza como para dejarla aferrándose al suelo por las puntas de los pies. Daniela gimoteaba de a poco, entre el dolor de su brazo y el de su corazón.

— ¿Por qué la extrañas? Está de más. ¿Acaso no era yo lo único que deseabas? —cuando le alzaba cada vez con más fuerza— Había esperado tanto el día en que estuviéramos juntos. Siempre había disfrutado contigo, desde pequeño me fascinaste. ¿Pero sabes porque me encantabas en aquel entonces? Porque dependías de mí para vivir, yo era tú soporte, y aún después de tantos años lo sigo siendo.

—José…me lastimas…

El chico, al darse cuenta de que casi la levantaba del suelo, la soltó sin cuidado. Daniela tropezó hasta volver a caer, ya había estado en el suelo muchas veces, y cada vez dolía más, pero era incapaz de levantarse por su cuenta, siempre alguien más la ponía de pie, cuando era esa misma persona la que le hacía volver a caer.

— ¡Ya no dependeré más de ti! —le gritó cuando las ultimas lágrimas bordeaban sus parpados— ¡Te odio!

— Me llevas odiando una semana y aún así estás a mi lado, me sigues necesitando a pesar de odiarme, y yo, como buen príncipe, cuido a mi princesa— José se inclinó hasta tener su rostro lo suficientemente cerca del de ella como para atemorizarla— ¿Quieres entonces intentar irte con Angélica? Viste bien como reacciono, tiene un arma y apuesto que ahora debe estar maldiciendo tu nombre por ser la causa de sus penurias. ¿Aún así quieres acercártele? Has de estar igual de loca que ella.

— ¡Ella nunca me haría daño…!

— También jurabas que ella y yo éramos grandes amigos, y la verdad resultó ser todo lo contrario. ¿Si te equivocaste en eso, como asegurar que no te hará daño? —José se incorporó de nuevo, viéndola muy pequeña, como una pequeña hormiga— Entiéndelo, te conviene estar conmigo y no con ella. ¿Quién me asegura que no serás alguien tan depravado como Angélica? Además… —tomándola del brazo y volviendo a levantarla con brusquedad, para luego aterrizar en su pecho.

— Eres mía, Daniela, siempre lo haz sido y siempre lo serás, y no permitiré que nadie te aleje de mí, cueste lo que cueste. Si Angélica nunca me hubiese confesado el motivo de su rencor hacía mí, de no decírmelo, jamás habría hecho lo que le hice; pero ya sabes lo que dicen, cuando amas algo deseas protegerlo hasta de tus propias amistades.

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Daniela ya no sabía que hacer, ni siquiera entendía cómo es que había sobrevivido una semana sin la necesidad innata de arrancarse el corazón con un cuchillo de mesa. ¿Era acaso José el bueno y Angélica la mala? ¿O era lo contrario? De saber cual de los dos era el más confiable, hubiese huido directamente a los brazos de esa amistad incondicional. Pero le era casi imposible descubrir en quien confiar. Pero por el momento, no tenía más opción que quedarse en el polo más cercano. Terminó correspondiéndole el abrazo al cual había sido obligada, aún teniendo ganas de llorar por la desgracia de amar, por el remordimiento de haber roto una promesa con su mejor amiga y por actuar como cómplice de una gran difamación.

Daniela no lo vio por tener su rostro contra el pecho de José, pero de haberlo notado hubiese advertido la malicia que este tramaba. Sin emitir ningún tipo de carcajada, José sonreía con locura; le excitaba locamente el tenerla entre sus brazos, el sentir que podía hacer con ella todo lo que quisiese. Un deseo más enfermizo que el de Angélica.

— ¿Estarás conmigo para siempre? —preguntó inocentemente Daniela, ingenua ante la perspicacia despiadada de José.

— Si, estaré contigo, nunca te dejaré sola.

Cuando las lágrimas dejaron de brotar y la tristeza se opacó por la dulce brisa merideña, los dos regresaron al escenario; príncipe y princesa seguirían juntos, para bien o para mal, hasta el final de la actuación.

Después de muchas horas de práctica, y tras la caída de la alta tarde, el escenario quedó al fin vacío. Los actores se despedían entre ellos, felicitándose por su gran desempeño. Eva destinaba todos sus gritos a sus subordinados, encargados de poner todo el material de utilería devuelta a su lugar. Daniela, por el contrario, estaba sentada en una silla en el camerino de las chicas, acomodando su cabello que bastante se había alborotado durante la práctica. Eva había advertido la presencia de Daniela en solitario, y se dispuso rápidamente a desalojar todo el teatro.

— Ustedes, vengan acá —convocó a dos de las chicas del elenco a que se acercaran— Necesito que lleven lejos de aquí a José. Inventen cualquier excusa, no importa lo estúpida que sea, para mantenerlo al margen por unos diez minutos.

Lo engatusaron muy fácilmente, llevándoselo con el engaño de no conocer donde estaba la enfermería tras fingir un dolor de estomago. A medida que José se perdía por el pasillo, y con los actores saliendo por la puerta principal, Eva podía al fin tener un contacto más directo con Daniela.

— ¿Te divierte mucho no? —la voz de Eva desde la puerta del camerino hizo que Daniela voltéese ante su acosadora predilecta— Felicidades, lo tienes para ti sola, al grandioso príncipe del liceo, al único que no he podido conquistar.

—No se dé que me hablas —respondió Daniela, levantándose de la silla abruptamente— Si te mides por conquistar hombres, no quiero estar a tu altura.

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Aquellas palabras le habían golpeado más fuerte que la mirada irascible de José, más denigrante era el hecho de recibirlas de alguien menor, es más, de alguien que con un cuerpo de infante logrado lo que más anhelaba, tener a José.

— No te creas mucho, niñata —se avecinó con paso poco refinado y le haló del cabello, obligándola a verla directo a los ojos— No eres más que un parasito, dependiendo de él para poder vivir. Y no sólo con José, también te he visto escudarte tras esa Angélica; no eres nada sin ellos, eres mucho menos que basura cuando están lejos— le soltó el cabello y de un solo golpe le mandó contra la pared— ¡¿Qué vas a hacer ahora niña de mamá?! ¡¿Llorarás hasta que tú príncipe venga a rescatarte?! —luego corrió hacia ella y le tomó del cuello de la camisa para mantenerla quieta, zarandeándola a gusto y golpeándola contra la pared repetidas veces. En el ajetreo, Daniela perdió sus lentes, cayendo sobre su bolso.

— ¡Ilusa, ingenua, infeliz, llorona, estúpida…!

Daniela no pudo contener su frustración por más tiempo. Poseía en ese instante una actitud capaz de prender fuego. Uso el puño que durante todo el día su mano derecha había ocultado para golpearle directo en el estomago. Eva gimió de dolor, ocupando aquellas manos que habían golpeado a Daniela para sobarse tras el golpe, arrodillándose frente a su enemiga. El odio de Daniela no hacía más que incrementar. Le tiró al suelo hasta dejarla en posición fetal, y le propino contundentes patadas en el estómago, una y otra vez, sin detenerse por más suplicante fuera Eva. Daniela, había estado deseosa de hacerlo desde que comenzaron sus acosos al entrar al liceo; tras resistir cuatro años en donde sus amigos siempre le rescataban, era hora de dar riendas sueltas a sus impulsos más primitivos para hacerla pagar.

— ¿¡Se siente bien eh!? —gritó cada vez más extasiada— ¡Tener a alguien más pequeño que tú con el cual desahogarte en verdad es genial!

Era ahora esa risa demencial la que llenaba el camerino y se escuchaba por todo el teatro, con un gran eco. Pronto la gente llegaría atraída por el bullicio, pero aún consciente de que si la atrapaban golpeándola sería su fin, no podía detenerse, no conseguía contenerse. El gimoteo de dolor de Eva fue acompañado poco a poco por lágrimas, ya había soportado más de veinte patadas al estómago.

— ¿Qué pasa? —Daniela se detuvo, esbozando una sonrisa de satisfacción— ¿Te duele? ¿Duele verdad? —se agachó y tomó a Eva del cabello para alzarla del piso y obligarla a verla directamente a sus ojos llenos de rencor, de la misma manera en que Eva lo había hecho con ella hace unos minutos— ¡¿Duele verdad?!

— S-Si…

— ¿Enserio? —cambiando su tono de voz a uno más grave y sombrío— Para la próxima que me hagas enojar me aseguraré de matarte; a ver si aprendes a no meterte conmigo. De no ser porque estamos en el liceo en donde descubrían tú cadáver enseguida, terminaría mi trabajo aquí mismo— se aseguró de vejarla una última vez estrellando su cabeza contra el suelo, soltando una carcajada— Estoy ansiosa por nuestra obra, espero que hagas un buen trabajo, coreógrafa.

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Se levantó y tomó su bolso, volviéndose a poner los lentes, dirigiéndose luego a la puerta.

— Espero que puedas mantener nuestra pequeña “reunión” en secreto, por tu bien claro está, no quisiera tener que manchar mis ropas de sangre, por más deseosa esté de hacerlo.

Daniela termino de salir por la puerta, cerrándola bruscamente. La habitación quedó en silencio sólo interrumpido por el llorar de Eva, que apenas tenía fuerzas para no sucumbir ante el desmayo.

— Se ha convertido… en un demonio…

Luego de cerrar la puerta, al finalizarse aquella escena, Daniela no podría creer lo que acababa de ocurrir, no comprendía cómo es que pudo hacer algo tan horrible; moralmente había cometido una grave falta, aunque el placer que experimento… no recordaba sentirse tan bien en años, tan liberada, tan extasiada. Salió al pasillo y desembocó poco después en la entrada principal. Osvaldo estaba allí, viendo como los mismos rostros que en la mañana habían entrado, salían. Pero cuando vio a Daniela acercándotese, intentó no verla directamente a los ojos, desviando el rostro en todas direcciones.

— ¿Sabes para que he venido, no? —preguntó Daniela igual de irascible.

— Ciertamente, puedo intuirlo —le respondió— Sin embargo, no responderé nada, no importa cuantas veces a la semana vengas a preguntarme. No es más que una vieja historia de diez años, no tiene nada que ver contigo.

Osvaldo cortó la conversación con un único argumento. No podía evitar desconfiar de él, estaba segura de su relación con Verónica. «Es ella, no hay duda que es la misma persona que aparece en mi sueño. Debo saber quien es, que fue lo que le paso, aunque signifique revolver diez años de historias olvidadas.»

— Entiendo —dijo Daniela con una sonrisa fingida— Si no me dirás más, me voy, que pases una buena noche.

Se apresuró a la puerta para marcharse. Se detuvo antes de dar un paso afuera, jugando con sus labios con el pulgar.

— Oh, por cierto, será mejor que antes de irte des una vuelta por el camerino de chicas del teatro, creo que escuche a alguien llorar hace poco. No sé quien podrá ser, pero me preocupa mucho.

Daniela permanecía de cara al techo de su cuarto, recordando con gracia la brutal golpiza. Ya no sentía ningún tipo de remordimiento, e incluso deseaba hacerlo otra vez, las veces que fuese necesario para poder vaciar la frustración que sentía. Se volteó, viendo ahora la pared. Extendió la mano hasta poder rozar la capa de cemento con pintura verde. Había sido esa la misma mano la que le dio en el estómago, sólo que ahora deseaba golpearle el rostro para que dejase de presumir su belleza. «¿Desde cuándo pienso yo esas cosas?» Se preguntó al cerrar los ojos.

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La puerta tocó tres veces. Con pocas ganas, Daniela se levantó y abrió la puerta, presumiblemente sería David, ya que tenía una forma característica de tocar, y precisamente era él.

— ¿Qué pasa?

— Alguien te busca allá abajo —respondió David de inmediato. Se dio la vuelta y puso rumbo fijo a su cuarto, al final del pasillo.

— ¿Alguien? —preguntó extrañada.

— José Romero… —David se detuvo a un paso de entrar a su habitación con la puerta abierta, girándose un poco para verla— Ten cuidado con ese sujeto, no traerá cosas buenas. No dejes que su sonrisa te engañe, hermana.

Daniela no se tomó muy enserio la advertencia, a pesar de todo lo que había ocurrido. Cuando David desapareció tras la puerta, Daniela tomó un suéter de su habitación y bajó las escaleras para recibir tan extraña visita.

José siempre se había llevado bien con los padres de Daniela, ya era casi de la familia. Les era imposible no recordar al héroe que la había traído sana y salva del ataque de unos perros callejeros, o que denunció que había un sujeto extraño merodeando los alrededores, quizás buscando hacerle daño a su hija. La imagen de José dentro de esa casa era casi tan respetada cómo la propia imagen del padre. Mientras los dos hombres conversaban amistosamente en la sala y mientras su madre buscaba preparar más bocadillos para tan encantador joven, Daniela se asomó lentamente para lograr verlo.

— Oh, Daniela, hija. Ven, José ha venido para decirte algo —dijo el padre de Daniela, mientras saboreaba los pocos bocadillos que aún quedaban en la bandeja que su esposa había traído específicamente para José.

— No creo que sea algo que pueda decirte frente a todos —mencionó José sin perder su sonrisa carismática— ¿Quisieras dar un paseo Daniela? —y luego voltio a su padre— No se preocupe, se la traeré sana y salva.

—Como siempre —acotó el padre de Daniela— Son las siete de la noche, regresa antes de las nueve, hija. ¿Está bien?

— Bien, papá.

José se levantó y sin más preámbulo llegó a la puerta para llevársela. Daniela sintió aquel escalofrío, ahora más fuerte que nunca, cuando llevaba una semana sin percibir. José le esperaba ya con la puerta abierta, su padre ya había aprobado su salida con tan caballeroso chico; aunque en su mente se repetía la advertencia de su hermano menor. Ya se había decidido su salida esa noche, el destino lo había establecido así, y ya no podía cambiarlo. Desde la ventana del cuarto, David observaba con incertidumbre como su hermana salía de la casa, nadie más que él podía entender la gravedad de la situación, sólo él sabía lo que pasaría esa noche con suma certeza, y de nada sirvió advertirle a Daniela, el destino también lo había querido de esa manera.

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Tras cerrar la puerta y sin que Daniela lo notase, José sonrió macabramente de nuevo, su plan se había puesto en marcha, y la presa ahora estaba tan cerca de él como siempre lo deseo. Era solo cuestión de tiempo para que lo que no debía repetirse, ocurriese.

— Vayamos al parque —dijo con firmeza.

Se escuchaba el débil cantar de las cigarras en una noche de verano. A pesar de ser una gran ciudad, se podía distinguir perfectamente el cielo estrellado de un azul sumamente oscuro. No había luna que alumbrase, tan sólo estrellas y el melancólico sonido de las cigarras, espectáculo auditivo que se hacía cada vez más ruidoso cuanto más se acercasen al pequeño parque. Al entrar en el pasto y al asentarse a pies de un árbol frondoso, José inició la conversación.

— ¿Entiendes porque estamos en este mundo, Daniela?

— Para vivir, supongo —le respondió sin pensarlo mucho— Si no fuese así, no existiríamos siquiera.

— Y… ¿Sabes lo que significa vivir? —tras eso, hubo un gran silencio entre ambos. Sin decirse nada, escuchando como única respuesta a los sonidos de la noche, José volvió a intervenir.

— Vivir significa sufrir. Tú más que nadie debería saberlo. Nacer cómo un humano, con sentimientos, con pensamientos propios, todo eso que nos hace una especie “superior”, nos hace también una raza infeliz —José bajó su mano hasta la tierra y tomó un puñado, luego saco de su bolsillo una linterna y alumbro su mano. Allí se notaba una gran cantidad de hormigas, todas alborotadas— Dime, ¿Quién crees que tiene una vida más feliz? ¿Tú o ellas?

Daniela intentaba comprender la metáfora, pensando en todas las posibles respuestas, pero no sugirió ninguna, el comparar dos vidas tan distintas era algo inútil.

— No lo sé.

— Y la respuesta correcta es… ninguna de las dos —José sacudió su mano a un costado para librarse de la tierra— Las hormigas no conocen la felicidad por no tener emociones, por lo tanto, si no la conocen, no pueden ser felices. Tú, por el contrario, tienes la capacidad de ser feliz, más no lo eres. ¿Quién crees que es más desdichado? ¿Tú o las hormigas?

—Yo… —respondió cabizbaja.

José miró a su alrededor una vez más, y esta vez advirtió un pequeño nido de pájaros en un árbol del frente, con una madre y sus huevos. Más aún, logró divisar cómo una serpiente se deslizaba por esa misma rama rumbo a la pajarita. Le hizo énfasis al pájaro cuando se lo mencionó a Daniela, más no le advirtió de la presencia de la serpiente.

— Ahora dime, Daniela. ¿Quién tiene una vida más tranquila? ¿Tú o aquella pajarita de allá?

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A Daniela no le tomó mucho pensarlo esta vez. Un pájaro, capaz de volar por los cielos, de huirle a todos sus problemas con tan sólo desplegar sus alas; si ella pudiese hacerlo, tendría la vida más tranquila del mundo.

— De seguro aquella pajarita —respondió confiada.

— ¿En serio? Fíjate mejor, allá —y señaló entonces a la escurridiza serpiente.

La escena del ataque fue brutal, aunque increíblemente rápida. El pájaro no huyó cómo generalmente se esperaría que lo hiciese, se quedo estático, pues tenía la responsabilidad de cuidar a sus preciados huevos aunque le constare la vida. Daniela se tapó el rostro mientras la voraz serpiente se hartaba con su cena triunfal, y si hubiera quedado aun con hambre, devoraría también a los huevos.

— La respuesta sigue siendo la misma, ninguna de las dos tiene una vida pacífica. Así como ellos son presas de las serpientes, los seres humanos también somos cazados, con la diferencia de que nosotros tenemos el descaro de cazarnos entre nosotros mismos —José puso su mano sobre las de Daniela, que aún no tenía el valor de abrir los ojos ante la crudeza de la vida— Vamos, abre los ojos, la serpiente se ha ido.

Abrir los ojos y ver aquel nido vacío la sorprendió. Hace tan sólo un par minutos había un hermoso pájaro allí, protegiendo todo lo que había engendrado, y ahora no había nada, la soledad que trae la muerte consigo.

— Morirán —aclaró José— Sin una madre que les caliente, esos huevos no eclosionaran y los polluelos ni siquiera tendrán oportunidad de vivir.

— ¡Hay que hacer algo! —Daniela se levantó exaltada, pero la mano fornida de José detuvo su aproximación al árbol.

— No puedes.

— ¡¿Por qué no puedo ayudarlos?! —intentand zafarse de sus manos sin exito— ¡Suéltame!

— José tiró de ella hasta hacerla caer sobre él. Estando sus rostros tan cerca, José puso su mano en el pecho de Daniela, intentando apaciguar su gran deseo. Le miró a los ojos sosteniendo su barbilla con la otra mano. Así, con una mano en su rostro y otra en su corazón, José le terminó de dar esa importante lección de vida.

— Lo que acabas de ver estubo determinado desde que aquel pájaro salió de su propio cascarón. Es el destino, una fuerza que conduce la vida; es algo que lo sabe todo, el principio y muy especialmente el final. Si lo acabas de ver morir, su muerte estaba destinada a ocurrir en ese momento, en este lugar, sin que hubiese sido posible evitarlo. Pelear contra el destino no es más que una causa perdida, así cómo regalarle un día más de vida, una hora, e incluso un mísero segundo, todo eso es imposible —José la soltó de la mano y ella se incorporó rápidamente— ¿Crees que puedes cambiar su destino de morir?

— ¡Claro que puedo!

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Daniela ignoro la insistencia de José de evitar entrometerse, ella seguía pensando que el destino no era más que un cuento para tenerle miedo al futuro. Llegó frente al árbol donde en una rama descansaba el dulce nido de ramitas con dos huevos que poco a poco perdían calor. Daniela como pudo empezó a treparlo, agarrándose de cuanta corteza y rama pudiese encontrar; pero sus esfuerzos terminaron en desastre cuando en un movimiento brusco por alcanzar la rama con el nido, este se precipito al suelo, al igual que ella segundos después. José no intentó amortiguar su caída poniéndose debajo para atraparla. Debía aprender el dolor que significaba entrometerse en el destino de otros.

Mientras se levantaba lentamente del pasto bajo el árbol, alzó la vista para ver aquel nido volteado boca abajo, y cómo debajo de este se vislumbraba un líquido amarillento; los huevos se habían roto, y todo había sido su culpa. Soltó un grito de dolor, y llorando desconsoladamente al lado de aquel nido desprovisto de vida. José se levantó, se le acercó y se agachó para abrazarla, brindándole su pecho para que llorase tranquila.

— No lo hiciste, no cambiaste su destino, murieron de todas formas —le explicó José— De igual manera, el que tú les hayas hecho caer del nido también había sido predestinado. Si el destino no lo hubiese querido así, fácilmente pudimos haber estado al otro lado del parque y no ser testigos de la muerte del pájaro. Pero aún así, los huevos se enfriarían y morirían. Si el destino predispuso la muerte de la madre y seguidamente la de los hijos, de una u otra manera, morirían de la forma en que el destino lo hubiese decidido.

— ¿Por qué…? ¡¿Por qué tuvo que pasar algo tan injusto?!

— Quizás suene a cliché, pero la vida no es justa, el destino no es justo —José acarició su cabello lentamente— Calma, no siempre el destino es cruel, puede haber destinos muy buenos, puedes tener una vida feliz si así se te ha dispuesto, la misma vida te dará las herramientas para hacerlo. Así que tranquila, no llores, no hay razón por la que llorar.

— ¡Pero…Pero están muertos!

— Si llorases por cada pájaro que muere cada día, te quedarías sin lágrimas en tres segundos —y con esas últimas palabras, José le invitó a levantarse— ¿Quieres ir a mi casa un rato? Creo que tengo varias cosas que podrían interesarte…

Daniela se levantó también, secándose las lágrimas con las mangas del suéter, asintiendo débilmente a la cortés invitación de José. El chico le extendió el brazo y ella lo tomó cariñosamente, yéndose los dos por el norte del parque infantil para desembocar en la calle en donde estaba la casa su casa.

Unos arbustos al fondo de donde los dos estaban previamente se movieron un poco. Con su revólver en la mano, Angélica aún no comprendía porque no había disparado en contra de ese ser tan horrible. Llegaba a preguntarse durante sus horas de encierro si el odio que le tenía no era suficiente como para matarlo; llegó a la conclusión de que sí, le sobraba el odio que necesitaría cualquier persona para matar

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a alguien, más aún cuando ha tenido dos oportunidades de hacerlo. Guardo la pistola en su funda, recostándose después sobre la hierba poco podada y llena de bichos, escuchando como su lagrimeo se confundía con la orquesta de cigarras y saltamontes. La obra trágica hubiese tenido un final feliz para Daniela, pero no había apretado el gatillo, porque no había sido concebido de esa manera. Simplemente, el destino de José no era morir en sus manos.

Sus respectivos destinos habían sido decididos desde hacía ya mucho tiempo. Las cosas que ya marchaban mal tomarían una senda aún más peligrosa, todo por un momento de descuido, simplemente por un breve instante de placer mundano, sólo por eso, sus vidas, las tres, terminarían arruinadas.

— ¡J-José! D-Detente. No podemos… ¡No aquí! —Daniela era sometida contra la pared, sujetada de ambas manos por alguien mucho más grande y poderoso, un cazador formidable que sabía cómo atraer a su presa favorita, su deleite máximo.

— Tranquila, querida princesa… —José besó su cuello con pasión, y lentamente subía hasta sus tiernos labios, que ya había probado una vez— Esto es tan sólo…una práctica para nuestra obra. ¿Entiendes?

Daniela no pudo poner una negativa, recibió otro beso en sus labios que le hizo callar de la misma forma que le impidió defender a su amiga en la enfermería. Pronto las manos que se resistían a la fuerza bruta de José cedieron de a poco, hasta quedar totalmente a su merced. Luego, José volvió a poner su mano en el pecho de Daniela, pero esta vez no para calmar su corazón agitado, sino para conmocionarlo aún más tras pellizcar sus pezones bajo la ropa.

— Eres mía, mía, mía y sólo mía. Daniela, no dejemos que nada rompa el juramento que hicimos de estar juntos —la tiró contra la cama de su cuarto y seguidamente se puso sobre ella, sin apartar nunca su vista del rostro de Daniela, pero pasando sus manos por cada centímetro de ella— Te deseo, deseo tenerte así por toda la eternidad, mi bella princesa.

José la besó aún más apasionadamente, como para quitarle el aliento. Sus manos vagaban entre las piernas de Daniela, tan suaves como el terciopelo, mientras esta no oponia ningún tipo de resistencia. Deseaba verla toda, observar cada centímetro de su cuerpo desnudo, escuchar cada gemido que esta diese al rozarla; deseaba probar cada lágrima que desbordase cuando el momento les llegase a ambos; quería enseñarle más que todo, el placer que una mujer sólo puede disfrutar con un hombre y no con otra mujer, para demostrar que era alguien muy superior a Angélica. Quería darle razones a Daniela, razones por las que Angélica era una mala elección y como él era el mejor premio tan sólo por ser hombre.

— Apagaré la luz —dijo José.

Daniela entendía bien lo que eso significaba. Deseaba probar del fruto prohibido, aunque su conciencia le susurrase que estaba en lo incorrecto. Al final era algo inevitable, de resistirse o no resistirse, no había vuelta atrás, José no la dejaría ir hasta que saciase su hambre, con la única doncella que veían sus ojos.

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Constantemente soñaba con estar con su príncipe de esta manera, y aunque el inicio no hubiera sido del todo previsible, la escena al fin había llegado, y allí estaba él, dispuesto a abrirle las puertas del cielo aunque significase después descender a las profundidades del infierno. Lo aceptó.

Por un instante, Angélica creyó escuchar algo que nunca espero oír. Sin duda alguna era ella, Daniela. Aunque estaba a una distancia considerable, podía escuchar breves rastros de sus gemidos, agudos, con más vestigios de dolor que de gozo. Incluso el mundo parecía querer que escuchase ese gemir imposible, hasta las cigarras habían detenido su orquesta. Se maldijo a sí misma, una y otra vez, y los maldijo a ellos dos de igual manera, una y otra y otra vez, gritando sus nombres en voz alta para no escucharlos más.

— ¿¡Se divierten mucho verdad!? ¡Apuesto a que deben sentirse como nunca en la vida, desgraciados! Se robaron mi felicidad… ¡Se han robado mi felicidad y aún tienen el descaro de echármelo en cara!

De la ira que sentía saco su revólver del bolso y lo apuntó al cielo nocturno. Disparó una vez, un estruendo reconocible sobresaturo la ya tensa noche— ¡Cállense! —disparó una segunda vez, y luego una tercera, y tras esta una cuarta, y después una última— ¡Cállense, cállense, cállense! —al acabársele el cartucho de cinco balas que tenía, tras apretar el gatillo sin resultado, se puso de pie y huyó de nuevo a casa, pero aunque ya era imposible escuchar su escena desenfrenada, ella aún lo tenía guardado en su memoria y en su corazón como el momento más doloroso que había experimentado.

Desde su habitación a dos calles de distancia, David veía por la ventana a la espera de su hermana. No escuchaba nada, pero ya sabía perfectamente que era lo que pasaba, era perfectamente predecible.

— Tonta, le dije que no cayeras en su trampa —retiró su vista de la ventana y se acostó en su cama, viendo el techo en la oscuridad— Pero aunque se lo hubiese advertido nada habría cambiado— y extendió sus manos al techo—. ¿Qué pasará ahora, madre? ¿Puedes decirme en sueños lo que le ocurrirá luego? No interferiré de ninguna manera, ha sido nuestro acuerdo por permitirme conocer con antelación el final de esta triste historia. Vamos, cuéntale a tu pequeño hijo cual de los actores será el primero en retirarse.

Un leve pestañeo siguió a un profundo sueño. En él, una dulce joven de quince años le servía de guía, y le explicaba con desesperanza el final aciago que tendría cada uno.

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La carrera por la vida había iniciado ya dentro del vientre de Daniela; el éxtasis del momento le impedía pensar con claridad sobre el atroz error que había cometido, a lo que había sucumbido y en el caos que desataría después. No pensó que la semilla de su infelicidad, y de la infelicidad de todos, había atravesado su vientre para instalarse en él por nueve meses.

La historia había vuelto a repetirse con el mismo número de involucrados, con las mismas edades comprendidas entre los quince y los diecisiete, y asombrosamente, hasta la misma arma presente hace trece años volvía a aparecer en las manos de Angélica. ¿Quizás garantía de que se repetiría lo mismo?

Las manecillas del reloj seguían su cuenta regresiva, marcando el final del tercer acto y alzando el telón para el cuarto.

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Teatro de confesiones

— J-José, aquí no…nos descubrirán.

— No te preocupes —José bajaba su mano por el pecho de Daniela aunque esta se negase a hacerlo en la azotea de la escuela— Este es nuestro lugar secreto, nadie se atreverá a interrumpirnos.

Ya habían pasado cerca de diez días desde aquel acto de pasión desenfrenada, y aún José seguía obsesionado con tocarla. Ya fuese durante las constantes visitas que hacía Daniela a su casa de manera obligada o a escondidas tras las prácticas del club de teatro, e incluso sobre la azotea a plena luz del día, José no se detenía, ni pretendía hacerlo. Daniela simplemente no podía detenerlo aunque quisiese; el que le besasen el cuello ya era sinónimo de su rendición y su total merced.

El reloj marcó las cinco y cuarenta de la tarde, un manto naranja caía lentamente sobre la ciudad y las cigarras de verano volvían a llorar, como ya era costumbre. Contra la pared, Daniela estaba cabizbaja, con la mirada perdida en el suelo, con una mirada de impotencia que reflejaba su martirio, su cansancio.

— ¿Volveremos mañana a “practicar” antes la obra, no es así? —José preguntó con malicia al acercarse a la puerta de la azotea. —Ella, sin voluntad, asintió.

José sonrió, y con esa misma sonrisa llena de satisfacción por poder hacer con ella lo que quisiera, salió por la puerta que conducía a las plantas inferiores, dejándola sola.

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En ese momento, cuando sintió los pasos de José cada vez más lejos, terminó de caer resbalándose lentamente por la pared hasta sentarse en el suelo, donde hundió su rostro entre las piernas, desconsolada.

— ¿Cómo llegue tan bajo…? —unas pocas lágrimas que habían esperado toda la tarde saltaron hasta su falda— ¿Por qué…? ¿Por qué no puedo detenerlo?

Alzó su rostro de a poco, contemplando cómo la ciudad lentamente se sumergía en la oscuridad. De quedarse más tiempo lamentándose, se haría de noche antes de lo esperado, y lo que menos deseaba era caminar sola por la ciudad de noche, así que con todo el valor que tenía para contener su llanto, tomó su bolso, cerró la puerta y bajó por las escaleras, tambaleándose de vez en cuando entre los escalones; aún estaba un poco conmocionada.

Ya era demasiado tarde para poder ganarle al tiempo; apenas había cruzado una esquina y ya podía sentir la oscuridad invadiendo cada rincón, volviendo las calles peligrosas e inquietantes para una adolescente como ella. Regularmente era José el que la dejaba en su casa tras la escuela, pero este cada vez se alejaba más, sólo acercándosele cuando quería tener alguna “practica”. Mientras caminaba sin alzar la vista, Daniela recordaba los viejos tiempos, aquellos agradables que pasaba con sus dos mejores amigos. Pero al conocer ahora que ellos dos en el fondo se odiaban, pensó que esos momentos felices nunca ocurrieron realmente, que todo había sido una mentira y que ella perfectamente había caído como la ingenua que era. Cada vez estaba más colérica, rechinando los dientes deseando tenerlos entre ellos y masticarlos hasta hacerlos pedacitos de carne molida, para luego escupirlos y pisotearlos, una y otra vez, hasta que no quedase ni el más mínimo rastro de su existencia.

— Vaya, no te ves muy bien que digamos, vieja amiga.

Daniela se quedó estática. No volteó para verla directamente, de hacerlo seguro acabaría siendo víctima del revólver con que presionaba su espalda. Angélica estaba tan junta a ella, que cualquier persona de entre la multitud que las rodeaba no advertiría el arma.

— Angélica… —dijo Daniela con una voz temblorosa, impregnada de pánico.

—Vayamos…a un lugar más apartado, ¿Te parece? —le murmuró al oído.

Cómo ya llevaba haciendo desde hace un, asintió débilmente; había aprendido a ser tan sumisa como un perro, y sus domadores estaban felices con eso, pues mientras ella siguiese bajo su control, le garantizarían no hacerle daño. Entre la multitud se las veía caminar una detrás de la otra. Aparentaban total normalidad, como dos amigas que iban de paseo, pero cualquiera que vislumbrara el rostro atemorizado de Daniela entendería que las cosas no iban bien en lo absoluto. Lastimosamente para ella, nadie se había percatado de su mirada agonizante. Sus sombras desaparecieron en un callejón oscuro al doblar a la izquierda. Al seguir con paso lento desembocaron en la calle en donde se hallaba el parque de juegos, igual de solitario y sereno como siempre.

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Daniela pensó que sería un lugar perfecto para una ejecución, ya que ella no podía estar tramando nada más allá de eso. Al llevarla a un claro tras atravesar la maleza, se detuvieron al escuchar el canto de las cigarras inundar cada lugar, un canto lo suficientemente fuerte como para opacar el ruido de cualquier bala.

— Date la vuelta —ordenó Angélica.

— ¿Para qué? ¿Para verte antes de dispararme? —y a pesar de ser dominada por el pánico, bien podría actuar valientemente en sus últimos momentos— Prefiero irme al infierno con la imagen de mi vieja amiga que verte ahora e irme al cielo. ¿Captas?

A pesar de haberla maldecido cientos de veces durante la semana, Daniela era y seguía siendo su luz, y poco le importaba que esa luz hubiese estado apagada por cerca de medio mes, pues aún mantenía la esperanza de volver a prender esa emisión de cariño, de recomponer las cosas que se habían roto; no creía que devolver las cosas a su estado original fuese imposible.

Angélica poco a poco descendía la punta del revólver hasta que Daniela no lo sintió más. Lo siguiente que ella escuchó fue al arma caer contra el pasto. Inmediatamente, entendiendo las intenciones verdaderas de Angélica, Daniela se volteó y la miró fijamente. Permanecía siempre cabizbaja; su cabello estaba sucio y polvoriento, como si se hubiese arrastrado por el piso y su ropa informal, llena de arrugas y sudor, indicaba que llevaba mucho tiempo desasistida.

— ¿Angélica que te ha…pasado?

— No me ha pasado nada… —intentó responder firmemente, pero lo que salió de sus labios fue un rastro fehaciente de su mal estado. Harta de fingir, aterrizó sobre el pecho de Daniela y lloró desconsoladamente— ¡No puedo! ¡No puedo seguir mintiéndote y mintiéndome a mí misma! Te necesito… ¡Te necesito en mí vida Daniela!

De tan sólo verla en el estado en que estaba, Daniela comprendió que todo el tiempo que estuvieron separadas fue el máximo tormento para ella. No se cuidaba, no se alimentaba con regularidad, no hacía más que quedarse en un rincón llorando hasta que del cansancio cayese dormida; Angélica se lo contó todo mientras sus lágrimas bañaban el uniforme de su amiga, que era incapaz de responder con palabras a todo lo que esta le decían en llanto.

— Angélica lo siento…lo siento por todo lo que te he hecho- Daniela poco a poco también empezó a soltar lágrimas sobre ella-. Si tan sólo te hubiese defendido cuando él te chantajeó no habrías tenido que separarte de mí…todo es mi culpa.

— No es tu culpa… —Angélica poco a poco recuperaba la compostura, separándose lentamente del cuerpo de su amiga— Yo fui quien no me controlé y terminé sacando el arma, de no haberlo hecho, de no darle ese motivo para chantajearme, aún podríamos estar juntas como siempre lo habíamos estado— cuando ya estaban una frente a la otra, Angélica volteó en todas direcciones— ¿Por qué no está él contigo ahora?

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— No lo sé —respondió rápidamente— Últimamente solo me busca para… —guardó silencio de inmediato, como si su garganta tuviese un seguro que le impedía decir cosas tan comprometedoras.

Pero Angélica no era ninguna tonta. Ya lo sabía todo, incluso ella misma se sorprendía de tener tanta información.

— Sexo —completo Angélica sagazmente.

Daniela bajó la vista y apretó los puños; hubiese preferido que nadie aparte de ellos dos supiese lo que hacían cuando estaban totalmente solos. Pero Angélica no tenía intención de seguir mintiéndole así como ella no le había mentido con respecto a su dependencia absoluta.

— Si…eso mismo —hubo un incomodo silencio entre ambas en donde era ahora el canto de las cigarras el que se escuchaba. Ninguna se atrevió a romper el silencio hasta bien pasado unos cinco minutos, en donde permanecieron tan quietas como una piedra. Daniela camino hacia ella pasándola de largo por dos pasos y luego retrocedió pegándosele a la espalda; era la única forma de volver a hablar con ella, esquivándole la mirada— ¿Cómo lo supiste?

— Los escuche —respondió con seguridad— Intuyo que entonces fue la primera vez, hace diez días, en su casa tras haberte traído a este parque. Yo estaba aquí cuando se fueron, y a pesar de la distancia, escuché perfectamente tu voz cuando estaban…

— Entiendo —Daniela le cortó el habla con precisión, no era necesario recalcar lo que había hecho— Supongo que lo hecho, hecho está.

— Pero aún lo haces, te sigues sumergiendo en tu error a pesar de saber que está mal hacerlo. ¿Por qué no lo detienes?

— Como si pudiera… —su voz ahora más baja de lo normal, desconsolada— No hay forma que pueda detenerlo…deberé aguantar hasta que la obra termine al igual que todo el año escolar, jurar que él se vaya lejos a estudiar en la universidad y me deje en paz el resto de mi vida. De seguir ese plan, todo tendrá un final feliz.

Angélica se volteó rápidamente, de la sorpresa Daniela también se giró para verla. El semblante de Angélica ahora estaba inamovible en un estado de seriedad máxima, su mirada era suficiente como para hacerla recapacitar sobre la gravedad de lo que había cometido.

— ¿Es posible un final feliz para ti? —preguntó— Mírate a ti misma y dime, ¿Has cambiado algo?

— ¿Cambiado?

— Si, cambiado —Angélica extendió su mano y la puso sobre el pecho de Daniela. Inmediatamente lo notó: sus senos, aquellos que en tres años no habían crecido ni un palmo, habían aumentado un poco su tamaño; no creyó que fuese simple casualidad— Daniela… ¿Qué tan responsable puedes llegar a ser de tus actos?

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— Todas estas preguntas…me estás asustando Angélica —Daniela intentó bromear un poco para diluir aquella aridez, pero no había sido suficiente con eso— ¿Para qué preguntas todo esto?

— Angélica volteó, se agachó y tomó su revólver para luego meterlo en su bolso. Avanzó unos pocos pasos en camino a la calle, no sin antes voltear para decirle algo por última vez antes de irse.

— Espero estar equivocada…pero lo más probable es que no lo esté. Hazte una prueba de embarazo lo más pronto posible para salir de dudas.

Aquello le cayó tan frío como el agua de la regadera al despertarse por la mañana. Era algo absurdo que Angélica presumiese que presentaba un embarazo, no tenía ningún tipo de prueba, ningún fundamento, pero había sido lo suficientemente contundente como para alterarla de inmediato.

— ¿Por qué…piensas eso? —su voz atemorizada denotaba espanto— ¡No tienes pruebas, no es más que una suposición, errónea!

— Las pruebas están por salir —le respondió con seguridad— Ya incluso tienes sobre tu pecho una de ellas, ¿O acaso pensaste que habían crecido por arte de magia? Te estás preparando para concebir y aún así no lo sabes.

— ¡Mentira!

Angélica entendía que continuar con la discusión sólo la alteraría más; de igual manera había hecho su advertencia, ahora quedaba por parte de Daniela acatarla o no, pero ella en verdad deseaba que todas sus sospechas fuesen mal infundadas, y que el crecimiento de los senos de su amiga se debiese a la llegada tardía de su pubertad y no a su preparación para ser madre. Angélica siguió caminando para después desaparecer a la distancia. Daniela no se había movido ni un milímetro hasta recuperar su propia conciencia, esas palabras le hacían estremecer. Para cuando el ruido de las cigarras le había devuelto a la realidad, corrió desesperadamente hacía su casa esperando que su amiga solo le estuviese jugando una broma de mal gusto. Aunque recordando bien lo ocurrido hace diez días, cuando ese torbellino de pasión tuvo lugar, llegó a pensar que la fuerte ráfaga de calor que inundo su vientre en la última embestida pudo ser capaz…

— ¡No! —gritó mientras aceleraba su paso por la calle rumbo a su casa— ¡Esto no puede estar pasándome!

Su temor crecía cada vez más, la asimilación de la verdad era cada vez más próxima. Esa misma noche, tras darse un baño en donde lo único que hizo fue sobarse el vientre esperando a que estuviese vacío, sintió un fuerte impulso por devolver todo lo que había cenado, no porque no le hubiese gustado la comida, simplemente empezó a vomitar sin razón alguna en el lavamanos. Con los ojos exorbitados se miró en el espejo; su mirada agonizante ya hablaba por sí misma de su estado.

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— No…no puede ser verdad… —estaba a punto de soltar un desenfrenado llanto, pero se contuvo con tal de no llamar la atención— Yo no puedo estar… —otra ola de vomito resbaló desde su boca, callándola de inmediato.

Cuando ya no había más que vomitar, cayó de rodillas, intentando no hacer muy sonoro su llanto ahogado, totalmente abatida por lo que ahora se desarrollaba en su vientre inmaduro. Pero aún no había aceptado la derrota, estos síntomas podrían ser cualquier cosa, no era seguro que en verdad estuviese embarazada aunque ya hubiese recibido una lluvia de pruebas. Debía saber la verdad y no se detendría hasta obtenerla. Al recordar las palabras que Angélica le dijo por última vez, se levantó poco a poco, y robándose el vientre salió del baño rumbo a su habitación; decidió que haría una pequeña salida nocturna a una farmacia para esclarecer todo lo que le pasaba a su cuerpo. «Tranquila, esto debe ser por algún resfriado o algo, no hay razón para alarmarse y formar un escándalo». Tras pensar eso, cerró la puerta; esperaría a que todos se fueran a dormir para salir a escondidas.

Pasadas las once de la noche, cuando en su casa no se escuchaba más que el ronquido incesante de su padre, Daniela se levantó y ejecutó su plan de escape. Abrió la puerta de su cuarto con sigilo, no sin antes ponerse un suéter con capucha para ocultar su rostro en caso de que alguien conocido le viese salir a altas horas de la noche. Al bajar las escaleras y asomarse a la puerta, sintió un escalofrío que le hizo recapacitar sobre el peligro de su incursión a un mundo lleno de maldad. Dio un pequeño vistazo a la cocina, y sin hacer ruido al abrir una gaveta, sacó un pequeño pero filoso cuchillo. «Con esto será suficiente para defenderme» pensó para luego voltearse de regreso a la entrada de la cocina, doblar a la derecha, tomar la llave y destrabar la puerta, todo sin hacer el mínimo ruido.

Se le veía correr por la calle oscura desde la habitación de David, y su dueño no hacía más que verla sin siquiera llamarle la atención. No era necesario preocuparse de que algo malo le pasara, ya sabía de antemano lo que pasaría, pues el sueño que acababa de tener le había mostrado una visión del futuro de su hermana.

— No se ha equivocado… —murmuró al separarse de la ventana y recostarse sobre la cama otra vez— Once veinte de la noche, mi hermana sale de la casa rumbo a la ciudad. Presumiblemente esta armada y se dirige a una farmacia, no para asaltarla a mano armada, sino para tomar discretamente una prueba de embarazo. Madre, nunca te has equivocado, así que he de suponer que todo lo que me has dicho en sueños en verdad pasará.

David se mantenía viendo el techo, y a pesar de saber que su hermana volvería exactamente a las doce quince, no se dormiría hasta verla pasar por esa puerta desde la ventana de su cuarto.

Caminar por las calles de la ciudad a altas hora de la noche era igual a colocarse un collar de carne entre unos perros rabiosos, más para ella, una adolescente incapaz de defenderse por sí misma, y aunque el cuchillo que ocultaba en el bolsillo de su suéter le daba un poco más de confianza, era mejor no buscarse problemas, pues no sabía cómo reaccionar en caso de encontrarlos.

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A lo lejos ya se veían las luces de la farmacia que apartaban un poco la oscuridad de la calle. Daniela soltó un suspiro de alivio, le alegraba el llegar a la mitad de su peligrosa travesía. Pero una pregunta le persiguió el poco camino que le quedaba hasta llegar a la puerta del establecimiento. « ¿La robaré? ¿En verdad me convertiré en criminal para hacerme con esa prueba de embarazo? Es la única opción que tengo, nadie aparte de mí debe saber que me la practique, el comprarla sólo significaría poner en evidencia mi situación» Pero a pesar de que la decisión estaba tomada, su cuerpo reaccionaba contrariamente a ese pensamiento desesperado, quedándose parada frente a la puerta impidiéndole entrar.

Daniela dio un vistazo alrededor. Unos tres hombres que no parecían de buena fe se aproximaban desde el fondo de la calle en algo que parecía ser una conversación turbulenta. Fue el intento de evadirlos lo que le permitió entrar a la farmacia contra cualquier resistencia moral impuesta por su subconsciente. Respiró profundo. Mantenía su capucha en lo alto, y para evitar parecer menos sospechosa ante el guardia que estaba tras la puerta, saco sus manos de los bolsillos y se dirigió con normalidad al área de artículos para mujer, donde presumiblemente, en una esquina, se hallaba lo que tanto buscaba y por lo que se arriesgo tanto. No había nadie aparte de ella como comprador, sólo estaban aparte de ella los farmacéuticos de turno nocturno que por la falta de clientes estaban frente a la computadora jugando buscaminas. «Han de estar muy solos por la noche…» pensó intentando sacarse una sonrisa a sí misma con algo sarcástico, pero la tensión del momento poco le dejaba tiempo para reír.

Allí estaba frente a ella, una caja rectangular delgada apenas un poco más grande que su mano podía demostrar su posible embarazo o refutarlo de manera decisiva. Era el momento de salir de todas sus dudas. La tomó y disimuladamente la metió dentro de su bolsillo, volteando en todas direcciones esperando que nadie le hubiese visto. En efecto, ni los farmacéuticos y el guardia se habían percatado de aquel sutil movimiento. Suspiró aliviada. Se giró y caminó a la puerta ocultando sagazmente su impulso de correr despavorida de allí; estaba cometiendo un robo, correr a la salida no haría más que levantar sospechas, era mejor aparentar inconformidad en su búsqueda y salir tranquilamente como quien no encuentra lo que busca. Le funcionó, incluso el mismo guardia amablemente le abrió la puerta y le recomendó irse a casa por la hora, ella le respondió con una sonrisa falseada hasta que abandonó el lugar. Tras cruzar esa puerta y avanzar por la calle en dirección a su casa, sacó brevemente la caja donde la prueba de embarazo estaba contenida, quería comprobar que en verdad la tenía.

— Lo…hice… —murmuró aún reconsiderando la veracidad de aquella caja sobre su mano— En verdad lo hice…

De pronto, Daniela sintió un fuerte empujón desde su espalda, uno que le hizo caer y soltar la caja, cayendo esta frente a ella. Se arrastro por el piso para sujetar lo que tanto le había costado obtener, alzando después la vista para captar quien le atacaba. Eran los mismos tres hombres que habían estado pasando por la calle antes de entrar a la tienda; se habían percatado de una víctima a la que poder ultimar

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fácilmente, tan sólo era necesario esperar a que saliera de su escondrijo seguro para internarse nuevamente a la brutalidad de la calle.

— Hombre, mira lo que nos hemos encontrado esta vez —dijo el sujeto más alto con pinta se líder de grupo— Tan tierna y ya camina solita de noche.

Daniela se levantó como pudo y dio tres pasos al frente, sacando el cuchillo específicamente reservado para esta situación.

— ¡Aléjense!

Pero no se iban, más bien se acercaban, incitados por el atacar a alguien débil que se hacía pasar por fuerte.

— Niña, los hombres de verdad no se asustan con navajitas de plástico —cuando el maleante alto chasqueó los dedos, uno más corpulento de entre los dos que le seguían se acerco lo suficiente como para tomarle del brazo que tenía el cuchillo y alzarla con tanta brutalidad cómo para separarle del piso por cerca de diez centímetros.

Daniela soltó un grito de dolor que rápidamente fue silenciado por otra mano gigantesca: el otro sujeto le tapaba la boca desde su espalda. Estaba indefensa ante los tres hombres, que sin sudar siquiera le habían sometido sin posibilidad de escapar.

— ¿Qué es esto? —el líder se acercó a la mano donde Daniela sujetaba la prueba de embarazo, para luego reírse a carcajadas— ¡Lo sabía! Tenía entendido que las prostitutas se iniciaban desde muy jóvenes, ¿Pero qué pasa niña? ¿No tuviste cuidado con tu primer cliente? —sus grandes carcajadas sólo hacían brotar lágrimas desde los ojos de Daniela, era incapaz de gritarle que se equivocaba— ¿No quieres pasar una noche con nosotros? Podemos pagarte bien si así lo deseas…

— Daniela era incapaz de decir algo; su voto de silencio obligado era igual a aceptar las condiciones del trato aunque estuviese en contra.

— Vámonos a un lugar más solitario… —el sujeto chasqueó sus dedos otra vez, y pronto los otros dos empezaron a cargarla contra su voluntad por la calle desértica; sin nadie allí, Daniela ya podía asegurar el ser violada por tres hombres a la vez. Sus gritos ahogados no despertarían a nadie, todo estaba perdido para ella.

En su cuarto, David, que había cerrado los ojos un instante, los abrió de golpe. Miró el reloj de su mesa de noche para comprobar la hora.

— Once cincuenta y dos, mi hermana es abordada por tres sujetos tras salir de la farmacia donde robó disimuladamente una prueba de embarazo. Ha perdido su cuchillo y esta a total merced de ellos —bostezó para luego levantarse y mirar por la ventana— Aún así…regresa sano y salva a las doce quince de la madrugada, sin un rasguño, ni mucho menos ser violado por ellos. Todo gracias a…

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El líder sintió el cañón de un revólver en su espalda, quedándose tan tieso y helado como un bloque de hielo cuando escuchó cómo su atacante le quitaba el seguro a su arma.

— Suelta a mí amiga, de inmediato. Si no lo haces, no me molestará el llenarte el pecho de plomo. ¿Captas? —Angélica había aparecido de la nada, esta vez, muy dispuesta a matar si fuera necesario.

El sujeto, atemorizado ante tal amenaza, dio la orden de bajarla, de no hacerlo sería la última página del periódico de mañana. Sin bajar el arma, Angélica espero a que Daniela estuviese en el piso, apuntándole también a los otros dos secuaces.

— Piérdanse de mi vista de inmediato y absténganse de volver por este lugar; de volver a verlos, así sea en plena luz del día, me aseguraré de desaparecerlos de la faz de la tierra —Angélica se acercó a Daniela y la tomó de la mano para alejarla de esos tres hombres, resguardándola tras su espalda— ¡Váyanse y agradézcanle a Dios que les haya dejado vivir!

Aquellos tres huyeron despavoridos, perdiéndose en la oscuridad de la calle en sentido contrario a la casa de Daniela. Angélica, cuando advirtió que ya nadie más les perturbaría esa noche, descendió el arma y la guardo en su bolso.

— A-Angélica…gracias —Daniela aún se recuperaba del susto.

— Así que al final si me hiciste caso —y señaló la prueba de embarazo que Daniela alojaba en su mano— Buena decisión si quieres conocer la verdad. ¿Es siempre lo que buscas no?

— Tienes razón…siempre intento buscarla- respondió ella.

Angélica retrocedió sobre sus pasos para acercarse al cuchillo que Daniela había soltado. Lo tomó y se lo entregó de vuelta.

— Te llevaré a casa, así me aseguraré de que nada malo te pase —y esbozó una sonrisa que Daniela llevaba semanas sin ver, llena de bondad y deseosa de protegerla. A pesar de todo lo que había pasado entre ambas aún Angélica estaba con ella protegiéndola.

Descendieron por la calle para poder llegar a la casa de Daniela. Mientras Angélica estuviese con ella, no tenía nada que temer, aunque para asegurarse de eso, le tomo el brazo para separarse de ella durante el viaje de regreso, igual de peligroso. Angélica se sintió muy feliz cuando lo hizo; a pesar de haber sido rechazada aún seguía en capacidad para poder estar a su lado como amiga, como protectora. Cuando llegaron al destino predilecto, Daniela se atrevió a preguntarle a su salvadora.

— ¿Cómo supiste…que iba a salir esta noche?

— Simplemente lo intuí —respondió está dándose la vuelta, para seguidamente señalar al gran edificio de apartamentos en donde vivía, que quedaba una calle más arriba— Mi apartamento esta de cara a tu calle así que he montado un pequeño puesto de vigilancia con unos prismáticos para poder ver tu casa. Cuando te vi salir, supuse que irías a la farmacia de turno nocturno más cercana, y así fue— sonrió,

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muy orgullosa de su plan de vigilancia— Aunque te arriesgaste mucho. Si querías una prueba de embarazo yo te la pude haber comprado.

— Olvidaba que tú no tienes vergüenza… —acotó Daniela mientras abría la puerta.

— Así soy yo —Angélica hizo una seña de paz con los dedos, sonriendo alegremente-. Y no pienso dejar de ser así nunca.

— Me alegra escuchar eso —y compartió una sonrisa con ella como en los viejos tiempos— Bueno, ya es tarde, doce y cuarto. Buenas noches, cuídate mucho de vuelta a casa.

— Más deberías preocuparte tú de evitar que te descubran subiendo las escaleras que de mí, yo sé cuidarme sola—se dio la vuelta y comenzó a caminar— Suerte con la prueba, espero dé negativo.

— Yo lo espero igual…

Desde su ventana, David veía como Angélica cruzaba la calle de enfrente para luego perderse por otra que le seguía.

— A las once cincuenta y dos minutos mi hermana es rescatada por Angélica, quien armada detiene a los delincuentes. La trae devuelta a la casa reafirmando su deber como amiga. Todo es igual, sin cambios.

Daniela cerró la puerta con sutileza. Devolvió el cuchillo que había usurpado a su lugar y subió por las escaleras lentamente para encerrarse en el baño. La prueba de embarazo reaccionaba con un químico en la orina, por lo que tuvo que depositar la muestra en un pequeño recipiente antes de colocar aquella pequeña paleta que decidiría su destino de dar positivo. Se mantuvo con los ojos cerrados, contando cada segundo necesario antes de retirar la prueba de embarazo para verificar el resultado. Cuando los segundos se le terminaron, respiró profundo. Abrió los ojos, pero por primera vez en su corta vida, deseó no haberlos abierto nunca.

La puerta del cuarto de David se entreabrió, dio un vistazo afuera para ver la luz del baño prendida, y así confirmaba la parte final de su sueño.

— Doce diecinueve de la madrugada, tras someterse a la prueba de embarazo…esta da positivo.

Se le cayó el mundo encima tan de repente que no alcanzó a cargarlo por completo, y por el peso que sostenía cayó sobre el inodoro intentando sostenerse de algo para no caer enteramente al suelo. Sofocando su gritos, se levantó rápidamente y corrió hasta su cuarto, en donde pudo llorar tranquilamente, presionando su rostro contra la almohada; quizás si presionase fuerte terminaría faltándole el oxígeno y moriría, pero eso sería igual a cometer un homicidio contra el pequeño ser que ahora crecía en su vientre. Se maldijo una y otra vez hasta quedar ronca, hasta que eventualmente se desmayo.

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Despertó sobresaltada. Había tenido otra vez aquel horrible sueño en donde el “Destino” le robaba la vida a una persona cuando estaba en una sala de hospital. Ya entendía que esa persona no podía ser nadie más sino Verónica, muerta hace trece años. Sin embargo, aún no entendía cual era su relación exacta con ella, el la razón por el cual sus padres le lloraban, y más importante aún, el motivo por el cual murió. No se había encargado de resolver su misteriosa visión, siempre tenía cosas de las que preocuparse más.

Se sobó levemente el vientre, dando círculos con la palma de la mano. Aún parecía algo fantasioso el que fuese a dar a luz en nueve meses; no lo aceptaba del todo, pero era la realidad, y debía afrontarla costase lo que costase. Se preguntaba cómo se lo diría a sus padres, como la vería la sociedad si llegase a hacerse público, cómo reaccionaría José ante su papel de padre, y la cuestión más trascendental, se preguntaba como continuaría con su vida de ahora en adelante. Ahora entendía lo que Angélica le había dicho cuando le preguntó sobre su grado de responsabilidad. Fácilmente podría negarle la vida con un aborto, sus problemas se hubiesen resuelto en menos de una hora; pero eso no sería algo responsable. Lo correcto sería aceptar su nuevo papel como futura madre, prepararse durante los nueve meses siguientes, dejar que le abrieran las entrañas para que su hijo viese la luz del mundo, y de allí seguir una vida de madre adulta a pesar de sus quince años. Aunque todo era demasiado complejo para ella.

Se levantó sin dejar de tocarse el vientre con la mano. Esta vez, no se acordó de los lentes sino hasta estar frente a la puerta, sorprendiéndose de no haberse tropezado con la alfombra como lo hacía siempre. Puede que eso probará que la antigua Daniela estaba muriendo y que una nueva estaba surgiendo. Debía enfrentar el mundo por su vida y por la de alguien más; alguien que ni siquiera tenía nombre.

Cuando bajó por las escaleras para desayunar, vio con poco ánimo su plato, escondiendo furtivamente la mirada para que nadie notase lo mal que se encontraba. Pero con su padre leyendo el periódico y su madre preparando la comida, el único que podía estar atento a su tristeza era David, que comía su pan tostado con desdén, cómo si en verdad no quisiese tocarlo. David se notaba cansado al igual que ella, pero Daniela no sospechaba que sus dotes de clarividente podían dejarlo muy agotado cuando las visiones se prolongaban por mucho tiempo. El chico ya sabía lo que ocurriría en el transcurso del día, pues para el anochecer todo lo que su familia había construido se destruiría en cuanto Daniela tuviese la potestad de hacerlo de esa manera; era también algo inevitable.

— Oh, es cierto —dijo su padre tras apartar el periódico un segundo— Hoy es la obra en donde serás protagonista, Daniela. Estaremos allí antes de que comience, como a las seis de la tarde —le sonrió tras escudarse en el periódico otra vez— Lo has hecho bien Daniela, prácticas cada día más, tan sólo falta esperar a que el telón se alce.

Aquellas palabras no podían hacerle más daño. Su padre no sospechaba que esas prácticas adicionales que había tenido en casa de José era una mera excusa para que

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él la poseyese. Le había mentido a su familia, se engañó a sí misma al pensar que todo se resolvería con el tiempo, cuando en verdad tiempo era lo que menos tenía.

Se sorprendió de sí misma cuando tuvo el descaro de sonreír como si nada malo pasase, atragantándose rápidamente su desayuno aún estando segura de que lo vomitaría minutos después. Lo único que le quedaba por hacer era hablar con quien había sembrado la semilla en su vientre, esperando que él supiese que hacer. Pero no podía estar más equivocada.

Llegó a la escuela un poco más tarde de lo usual; cómo lo había sospechado, su desayuno no estaría en su estómago antes de tomar su uniforme. Se sentía sumamente indispuesta a caminar por la ciudad por lo débil y atolondrada que estaba, pero era su responsabilidad el decirle a José lo que pasaba.

Sin dejar de tocarse el vientre durante todo el trayecto, cómo si esa mano fuese suficiente para salvaguardar su contenido, avanzó con lentitud entre los transeúntes que no admiraban su rostro lleno de desesperanza por esa responsabilidad obligada. « ¿Por qué…? ¡¿Por qué tengo que cargar con este peso?!»

Tras pasar por la entrada principal del liceo y al ver como todo estaba de júbilo por la presentación de tan importante obra de teatro al caer el sol, Daniela pasó por el lado de Osvaldo, haciendo caso omiso a la penetrante mirada que este aún ejercía sobre ella a pesar de haber pasado medio mes desde que lo hizo por primera vez. Pero esta vez la vista del hombre no solo se fijo en sus ojos, sino también en la mano que esta ponía sobre su vientre.

— Es igual… —dijo, levantándose de golpe de la silla; tan extraña actuación hizo que Daniela se detuviese y voltease la mirada— Verte de esa forma siendo tan parecida a ella…es igual a retroceder trece años en el pasado. No hay duda, los mismos ojos, las mismas manos acariciando su vientre; ha vuelto a pasar…

Daniela, en un arranque de ira propiciado por aquellas palabras que no hacían más que confundirla, corrió a él para estar frente a frente con alguien que parecía saber más de la cuenta. Con una mirada tan filosa como un cuchillo, le habló.

— Soy igual a ella ¡¿No?! —exclamo, realmente enojada, Osvaldo siempre le decía que era la viva imagen de una desconocida, incapaz de decirle quien era— ¡¿No crees que al menos debería saber a quién me parezco tanto?!

Ante la respiración cada vez más acelerada de Daniela, Osvaldo únicamente podía responder con silencio. Pero de seguir así, tan sólo aseguraría quedarse allí parado toda la mañana, en la mirada de Daniela estaba una fiera deseosa de conocer la verdad de una vez por todas.

— Verónica… —comenzó a decir con voz temblorosa— ese día había llegado aquí de la misma manera que tú, preocupada inmensamente por algo. Lo noté en su mirada, y más aun en la mano sobre su vientre… —Daniela se quedo pasmada, de tan sólo pensar que una chica muy parecida a ella había actuado igual hace trece años le hizo temblar. Osvaldo continuó con su característica voz ronca.

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— Tras terminar las clases había un gran escándalo, se escuchaban amenazas de muerte entre dos estudiantes que cursaban con ella. Esas amenazas terminaron en asesinato. El culpable fue encarcelado poco después y Verónica murió a los ocho meses de eso. Todos nos enteramos de la verdad a los pocos días de su muerte: Verónica había muerto tras dar a luz, y el muchacho al que habían asesinado era el padre biológico; el culpable, por el contrario, era el novio de ella, quien en un arranque de ira le disparó al otro que la había embarazado.

De la sorpresa, Daniela retrocedió tres pasos. Era imposible; en su mente no encontraba la forma de aceptar todo lo que le habían dicho. De pronto, el mundo se le vino abajo otra vez con una extraña visión.

Esta vez, todo le era más claro y definido en ese largo pasillo de hospital. Los gritos desesperados de sus padres acompañando a los de Verónica ya no se escuchaban como voces alteradas, sino como en realidad eran, cosa que hizo que se asustara más. Ya no había rastro de aquella masa negra sin rostro, al voltear al pasillo no había nada; pero le daba la impresión de que aún seguía allí, tan sólo que ella era incapaz de verla. Las puertas se abrieron con un sonido chirriante, podía escuchar perfectamente. Había llegado al final decisivo de su sueño, en donde, tras escuchar las palabras precisas del doctor, el llanto desenfrenado con la ausencia de aquel grito y los lamentos de sus padres al gritar ese nombre que le perseguía, Daniela entendió todo.

— ¿Her…mana? —tartamudeó sujetándose con fuerza la cabeza, como si esta le fuese a estallar por tal revelación— ¡¿Ella es mi hermana?!

Osvaldo bajó la mirada. Ella, después de trece años de engaño por parte de sus padres quienes le habían negado el derecho de saber de su hermana mayor, había encontrado la razón de sus extraños sueños: eran recuerdos que su propia mente había guardado en el rincón más oscuro, la corta vida que había tenido al lado de Verónica. Ahora todo cobraba sentido, absolutamente todo.

— Entiendo, ahora lo entiendo todo perfectamente —Daniela emitió una tenue risa, ahora víctima de algo de locura— No debería sentirme mal entonces, ¿Por qué hacerlo si ellos me llevan mintiendo por trece años? Comparado con eso, mi mentirita no es nada, nada de nada —se dio la vuelta, y empezó a caminar hacía los pasillos.

— ¡Daniela, espera! —intentó detenerla Osvaldo.

— ¡No te atrevas a llamarme por mi nombre otra vez! —le grito ya descontrolada— ¡Me has mentido igual que ellos, todos lo han hecho!

Se exasperaba con suma facilidad. Continuó con su tenso andar hasta desaparecer por el pasillo. Osvaldo entendió la gravedad de hacerle conocer la verdad.

Daniela estaba al borde del colapso. No había forma de hablar con él, no mientras estuviese rodeado de tantas personas durante la última práctica general antes de la obra. De haber tenido medio minuto a solas con ella, el admitir su embarazo hubiese sido ante todo discreto. Pero la oportunidad no se daba en ningún momento, hasta el

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punto en que Daniela decidió dimitir de decírselo antes de la obra y optaría por hacérselo haber después de esta, cuando al fin pudiese tener un poco de su tiempo para ella. En esos momentos, más que nunca, Daniela ansiaba hacerlo picadillo con sus dientes, a ver si así lograba tenerlo fijo sin moverse.

Pero si él no tenía tiempo era porque estaba predestinado a no tenerlo. Si Daniela se sentía frustrada, eso también estaba escrito. Y si de esa frustración salía el caos, todo se cumpliría sin equivocación ni duda; ya estaba decidido el momento en que ella plasmaría la verdad en su rostro cansado. La obra estaba por empezar, pero la historia de su sufrir ya llevaba semanas en curso, un guión que alcanzaría el clímax a las siete en punto de la noche.

David aguardaba a la expectativa. Observando cada movimiento en el escenario desde su taburete, al lado de su “padre y madre”, viendo como su “hermana” actuaba con sutileza y carisma a pesar de que la preocupación le carcomía por dentro. Nada podía engañarlo, sabía que las personas que lo habían criado no eran verdaderamente sus padres, y que la hermana a la que tanto quería no había venido del mismo vientre que lo arrulló por nueve meses.

Desde que empezó a tener esas extrañas visiones del futuro a los seis años, brindadas por una chica llamada Verónica que sólo aparecía en sueños, su vida cambió por completo; más aún tras enterarse que esa misma adolescente había sido su madre verdadera, muerta tras darle a luz. Pero David ya no se sentía triste por eso, su madre aún velaba por él. Había ganado sus dotes de clarividente gracias a su espíritu, quien conociendo más allá de lo que los humanos podían comprender, le mencionaba el inevitable destino de los seres regidos por la vida. Así, cuando soñó que su perro moriría atropellado, hizo todo lo posible por evitar que saliera de casa; pero fue inútil, pues exactamente a la hora predicha por su madre el perro se escapó a la calle quedando segundos después destripado sin compasión sobre el asfalto. Entendió tras llorar todo el día que el destino es inevitable, que las cosas que pasasen en sus sueños ocurrirían irremediablemente de la misma forma, sin que nada ni nadie pudiese hacerlo cambiar.

—Es inevitable… Si… Lo es…

Ya casi se marcaban las siete en punto de la noche en su reloj. El desarrollo de la escena final, el tan esperado beso entre príncipe y princesa, era algo esperado por todos menos por él, pues sabía lo desastroso que sería. Cuando José se acercó a Daniela desde la dirección en que el sueño lo había vaticinado, David hizo una pequeña mueca y se levantó con prisa de su asiento. Ante la mirada extraña de sus padres, se deslizó por la fila de asientos para acabar en el corredor que conducía a la salida. Ya lo había visto en una visión absoluta, no era necesario volver a verlo.

— Ya te veré en la casa, Daniela —se acercó a la puerta antes de dar un último vistazo a la plataforma en donde sólo faltaban segundos para que el verdadero drama comenzase— Quizás con este castigo aprendas a tener más cuidado. Aunque sé perfectamente que harás todo lo contrario…

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Cuando José se disponía a besarla para el acto final, Daniela retrocedió lentamente un par de pasos tapándose la boca, intentando resistir el fuerte impulso que tenía de vomitar. Pero no lo logró, vacio todo el contenido de su estómago, para luego caer de rodillas, incapaz de mantenerse en pie. Ante la mirada atónita de todos los presentes, ante sus padres y compañeros de clase y ante todo el colegio, Daniela lo admitió. El momento que había predispuesto el destino para su confesión no podía ser uno más inapropiado.

— Estoy…embarazada…de ti, José —soltó otro escupitajo para quitarse el mal sabor de boca que tenía, intentando a su vez recuperar el aliento.

José, estupefacto, retrocedió. Dio un vistazo al público de pie, tan exaltados como él. Pero al ver a Daniela arrastrarse por el piso para tomarle de la mano, se sorprendió de sentir más repulsión que la que experimentaba cuando estaba con Angélica.

— A-Aléjate de mí… ¡No te acerques! —le gritó.

Ya había sufrido muchos golpes en ese día, pero eran sin duda aquellas palabras la que le perforaron el corazón y produjeron más daño que cualquier bala o puñalada. Su desgracia era motivo de burla por parte de Eva, quien a un costado del escenario sonreía maliciosamente, disfrutando al verla en el suelo totalmente derrotada y sin esperanza, con su reputación por el piso.

— Hasta aquí llegó tu cuento de hadas, princesa.

Todo continuó igual de caótico hasta pasadas las ocho de la noche. Cuando Daniela ya estaba en su casa, sentada sobre el sofá con la vista clavada en el piso, su padre y madre se preguntaban cómo reaccionar ante tal desgracia. Angustiados, con la tensión por las nubes, enojados e inflexibles, así se presentaban frente a ella, una adolescente que lo que más necesitaba en ese momento era el apoyo de su familia; ni eso tenía el derecho de recibir.

— ¡Te llevaremos a un doctor de para que lo extirpe de inmediato!- gruñó su padre al tomarle del brazo con brusquedad rumbo a la puerta.

— ¡No te dejaré hacerlo, papá!- le respondió Daniela con tenacidad, escabulléndose de sus brazos— ¡Es una vida, debo hacerme responsable por él!

— ¡Eso que tienes en tu vientre no es vida! —su madre intervino— ¡Es tu propia muerte!

De pronto David, quien había sido mandado a su alcoba mientras se mantenía esta fogosa discusión, bajó por las escaleras con paso estruendoso, intentando llamarles la atención.

— Apuesto que le dijeron lo mismo a Verónica, ¿Me equivoco? —su profunda voz, próxima a la madurez ya le daba el titulo de varón hecho y derecho— Si ella les hubiese hecho caso, la tendrían aún con ustedes, pero yo hubiese terminado en una bolsa de plástico antes de siquiera aprender a respirar. No es eso cierto, “padres”?

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Indignado ante tan repentina actuación de su hijo, su padre se acercó a la escalera e intentó abofetearlo para que aprendiera a respetar a sus mayores, pero David, a pesar de ser mucho más pequeño, poseía una gran fuerza, la suficiente como para detener su mano en el aire.

— No es bueno ser cómplices de un asesinato, papá —dijo, sin ejercer ningún tipo de esfuerzo para detener el golpe de su padre.

— ¡¿Piensas que la dejaré ir tranquila para que muera igual que Verónica?!

— Daniela no morirá a raíz de su embarazo, eso te lo puedo asegurar —respondió David, aún más serio— Aunque claro, no me creerás, lo sé —y pasó a mirar a Daniela, aturdida de la impresión por las cualidades de su hermano— Bien, ya lo has visto. Mientras permanezcas en esta casa te obligaran a tener un aborto. Si quieres mantenerla con vida, lo único que puedes hacer es huir de aquí. Busca a quien pueda ayudarte, mantente con vida, lucha a pesar de lo duro del camino, y por sobre todo, no cedas ante tus impulsos.

David hacía su último esfuerzo por advertirle su porvenir, esa serie de consejos garantizarían su supervivencia, ya quedaba de parte de ella seguirlos o no

— ¡Si vas a huir, hazlo de una vez, sin arrepentimientos!

Daniela sufrió otro de esos potentes escalofríos, que no le permitió pensar con claridad la situación en la que se encontraría si huía de casa. Fue solo un impulso el que le permitió abrir la puerta, y con agilidad esquivar la mano de su madre, para luego correr desesperadamente por la calle, perdiéndose de a poco en la penumbra. Sus padres se quedaron perplejos, con los ojos tan grandes como platos cuando sintieron el viento nocturno entrar por la puerta. Para cuando intentaron asomarse para ver si aún había rastro de su hija, se encontraron un manto de oscuridad que les impedía ver más allá de media cuadra. Se voltearon indignados a ver a un hijo que no era suyo, que le había quitado la oportunidad de rescatar a la única hija biológica que les quedaba.

— ¡Tú! —gritó su “padre”— ¿¡Te has dado cuenta de lo que has hecho!?

— Sólo cumplí con el papel que me tenía asignado el destino —respondió David tras darse la vuelta— Aunque en cierto, la he lanzado a la boca del lobo. Daniela morirá antes de dar a luz, y todo porque la deje huir. Sin embargo, no soy cómplice de su muerte, ya estaba predeterminado que todo esto pasaría, y yo tan sólo lo sé antes de que ocurra. Incluso si mi participación hubiese sido nula en caso de que se hubiese decidido así, su muerte seguiría siendo inevitable, ya que moriría el mismo día, en el mismo lugar, por la misma causa.

Su “progenitor”, harto de tan incoherente parloteo, aprovecho que estaba de espaldas para intentar zarandearlo. Pero esta vez fue totalmente inútil, pues su cuerpo quedó paralizado al poner un pie sobre la escalera. Al voltear a la derecha, contuvo un grito de horror al vislumbrar como una sombra que aparentaba ser humana le acechaba desde un par de metros.

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— Tranquila, madre —alcanzó a decir David mientras continuaba subiendo por las escaleras— Ya no deberé preocuparme por él nunca más, yo también me iré de esta casa.

La sombra desapareció cuando David bajaba desde su habitación con una maleta con sus pertenencias. Caminó con un paraguas en la mano hasta llegar a la entrada principal, abriéndolo al llegar a la calle. Se volteo para decir unas últimas palabras.

— Fue divertido jugar a la familia feliz mientras duró, pero ustedes no son mi familia real —puso vista fija en la calle— Gracias por todos sus años de dedicación, mi madre les está profundamente agradecida también, estima su preocupación y el cariño que me tuvieron, aprecia también el amor que sienten por Daniela, pero ni siquiera el amor y la dedicación son suficiente para cambiar el destino. La vida humana se rige por algo mayor, el camino que escoge para ti la vida ya está escrito desde el nacimiento; Daniela sólo tuvo mala suerte al corresponderle ese destino. Que disfrute sus últimos momentos de vida, pronto se reunirá con su hermana para poder compartir por toda la eternidad. Luego de eso, solo inició su andar hasta que también desapareció al ser devorado por la noche.

La luna reposaba plácidamente sobre ella. No debía caminar mucho hasta el lugar donde estaba él; puede que ahora, después de toda la conmoción, se dignase a ayudarle. Daniela había corrido sin parar por cerca de dos cuadras, el chillido incesante de las cigarras sólo hacía más inquietante a la noche. Buscaba desesperadamente la casa de José; seguía siendo una ingenua después de todo.

José advirtió su llegada frente a la casa cuando la vio cruzar la calle de enfrente. De inmediato se dispuso a salir antes de que formara otro escándalo como el ocasionado en el teatro. Estando uno frente a otro, viéndole José con desprecio, este le repuso su alegato.

— No te me acerques más. Ese hijo que portas no puede ser mío, es de otro hombre.

— ¡¿Cómo puede ser de otro si sólo me acosté contigo?! —arremetió violentamente— ¡Es tuyo, únicamente tuyo!

Para callarla, José le abofeteó tan fuerte como para hacerla caer. Sus lentes cayeron al suelo con ella, quedando indefensos ante cualquier cosa, incluyendo los zapatos de José.

— ¡Todo es tu culpa! —y piso fuerte sobre sus anteojos hasta hacerlos trizas— ¡Todo, todo, todo, todo! ¡Muere, desaparece, no te quiero volver a ver arruinando mí vida! ¡Si vuelves, si le cuentas a alguien más lo ocurrido, me aseguraré de llenarte de tantos moretones hasta que tu cuerpo quede irreconocible!

Ella permaneció en silencio viendo como él pisoteaba una de sus posesiones más preciadas. Cuando ya no le quedaba más que romper, José se dio la vuelta y regresó a su casa. Como sus padres trabajaban hasta altas horas de la noche, no había forma de que se enterasen todavía de lo ocurrido en la escuela, y se aseguraría de que no lo supiesen.

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Con el corazón tan helado como la lluvia que exponencialmente caía sobre ella. Se sobó el vientre, incierta del destino que tendría su pequeña criatura. Sin padre y con una madre al borde del colapso emocional, sin familia, sin hogar y sin forma de sobrevivir; todo jugaba en su contra. La lluvia se hizo más fuerte, pero ella era incapaz de ponerse bajo resguardo, tan sólo se quedaba allí, tocando la tierra fértil en la que se había sembrado la semilla de su infelicidad. No estaba llorando, las lágrimas se habían ido ya en la madrugada y en la actuación, la lluvia se encargaba de dar esa impresión.

Cuando esta se detuvo de repente. Alzó la vista para ver como un paraguas azul celeste reemplazaba la oscuridad del cielo nocturno. Tras voltearse enteramente para ver quien se había compadecido de ella, no se sorprendió de ver a su mejor amiga, Angélica, igual de mojada por el aguacero, pues ahora le extendía el paraguas y no se resguardaba ella.

— Vamos a casa.

La obra de teatro había concluido de forma sorpresiva, pero el guión seguía su curso, esperando encontrar un final pronto.

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Pasado y presente

El agua de la bañera era muy relajante, casi lo suficiente satisfactoria como para olvidar la terrible situación en la que estaba; casi.

Daniela miraba al techo cubierto de burbujas fugitivas que salían del agua caliente, y al bajar la mirada, el rostro de Angélica mostraba cierta complacencia de poder bañarse con ella.

— Oh vamos, no pongas esa cara larga, ¿No es acaso esto relajante? —el tono alegre de Angélica intentaba separarla de su dolor, pero eso era del todo inútil

— No es que no sea relajante… —hombros y se sumergió lentamente en el agua hasta quedar sólo su cabeza— Pero no estoy en condiciones para relajarme; después de todo lo que ha pasado hoy… debería escribir un libro: “Como arruinar tu vida en una noche”

— No te preocupes, mientras estés aquí yo te cuidare, para eso soy tu anfitriona —dijo Angélica muy enorgullecida, son un puño en su pecho desnudo— Hay que aprovechar que mi padre está en una conferencia en Caracas, y no se devolverá hasta que resuelva el caso en el que está metido, creo que será suficiente tiempo como para que des a luz.

— ¿Te deja estar aquí sola? -preguntó Daniela sorprendida.

— Fíjate que si, ya casi cumplo dieciséis, ya soy lo suficientemente mayorcita como para cuidarme sola. Me dejó grandes reservas de dinero y de comida, así que su estadía allá será larga; y después vendrá otra, y luego otra, en menos de lo que piensas este apartamento estará registrado a mi nombre.

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El ver como Angélica lidiaba con la soledad de tener a un padre laborioso y a una madre fallecida le hizo recapacitar sobre lo perfecta que era su vida familiar antes del incidente. De pensar en todos los problemas que debía sobrellevar Angélica en su corazón se sintió muy mal por ella, pero a pesar de todo, la mayoría del tiempo se le veía sonriente y vivaracha, le hiso pensar en la verdadera fortaleza de su amiga.

Angélica estuvo un poco melancólica el resto de la noche antes de irse a dormir, el recuerdo de la ausencia de sus padres fue algo doloroso e incomodo de hablar. Daniela notó en su mirada un rastro disimulado de aflicción, que intentaba enmascarar con sus típicas bromas y jugarretas. Cuando se fueron a dormir en camas separadas, en un impulso, Daniela se levantó de la suya y caminó con su almohada entre los brazos para acostarse al lado de ella.

— ¿Daniela? —preguntó soñolienta— ¿Pasa algo?

— Perdón…

— ¿Eh? ¿Por qué te disculpas?

— Por haber sido una pésima amiga, por no sentir tus emociones a tiempo, por no defenderte ante José; por no hacer cosas que como amiga debí haber hecho —y en exiguo lloriqueo, Daniela hundió su rostro en el pecho de Angélica— Aún así…aunque fui mala amiga… siempre me cuidaste, siempre estuviste conmigo apoyándome; hasta me abriste las puertas de tu casa. No sé cómo podré agradecértelo.

— Hay una forma —Angélica le rodeó con los brazos para presionarla más fuerte— Prométeme que siempre estaremos juntas, que como amigas no nos separaremos nunca, ni por nada ni por nadie. Esa sería mi mayor recompensa.

Daniela alzó su mano derecha extendiendo el meñique, Angélica hizo lo mismo, aspirando que así el juramento no se rompiera de ninguna forma.

— ¿Aún…te gusto? -preguntó tímida Daniela.

— El primer amor es algo que no se olvida, por más que uno lo intente —respondió tras tomarse un momento— No te preocupes, entendí que lo único que necesito es tenerte a mi lado, ser tu amiga me hace perfectamente feliz, no es necesario irnos más allá de eso —supuso sería lo mejor a decir, mantener su amor sumergido y que una simple amistad fuese lo que prevaleciese entre ellas.

— Lo siento…

— Tontita, ¿Por qué de disculpas tanto? —dijo antes de besar la frente de Daniela— ¿Ves? Estoy bien.

Aún en un lejano rincón de su memoria, Daniela se sintió culpable por todas las desgracias que su existencia le había dado a su mejor amiga. Puede que si ella misma hubiese nacido chico, nada malo habría pasado desde un principio, y podría tener una relación normal con Angélica, pues ella en verdad era alguien que la amaba por sobre todas las cosas. Se sintió mal de tener a alguien que le amaba tanto como para dar su vida y ella no poder corresponderle el mismo amor. Simplemente era algo que no podía hacer, el sentimiento no nacía en su corazón.

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Pero, si con su compañía lograba hacer la vida de su amiga menos solitaria, encantada podría convivir con ella toda una vida.

— ¿Puedo dormir a tu lado hoy? —preguntó Daniela.

— Si así lo quieres, no me opondré a que lo hagas —y se acomodó mejor para abrir más espacio a su nueva invitada— Buenas noches, que tengas dulces sueños.

— Buenas noches. Se durmieron tomadas de la mano, incapaces de soltarse la una de la otra.

A la mañana siguiente, tras comer un pequeño desayuno preparado por Angélica, Daniela se recostó en el sofá de cara a la ventana desde la cual se podía ver su casa. Apenas habían pasado unas cuantas horas desde su escape y ya extrañaba todo lo que había abandonado. Como siempre hacía, se sobó el vientre lentamente, intentando acariciarlo, conmoviéndolo tras decirle cosas lindas, cosas que sólo una madre diría; puede que la semilla de su infelicidad, de seguir el camino que iba, se transformase en algo verdaderamente bueno, y sus ganas de salir hacia adelante le impulsasen para darle a ese bebé huérfano de padre una gran vida.

Pero mientras lo acurrucaba, algo llamó su atención desde su casa: un gran camión se había estacionado enfrente, algo sumamente extraño. Paralelamente a la aparición de tal extraño automóvil, el timbre de la casa sonó.

— Yo abro —mencionó Angélica al quitarse su delantal y salir desde la cocina a la puerta. Se escuchó el “click” que hacía el seguro al destrabarse, y seguidamente Daniela entendió aquella inesperada visita por las palabras de bienvenida de Angélica— Vaya, no esperaba que vinieses, no sabía que supieses mi dirección. Siempre actuabas tan distante, pensé que ni te acordabas de mi nombre.

— Siempre estabas con mi hermana, nunca olvido un rostro —le respondió David, que con paso sosegado entraba tras quitarse el abrigo gris que llevaba puesto.

Daniela se puso de pie de inmediato. Asomándose desde el sofá, logro ver la figura de su hermano entrar a la sala y como este le correspondió la mirada con unos ojos cansados, la misma visión de alguien cansado de leer, como si lo hubiese hecho durante horas sin descanso.

— Hermano… —musitó Daniela.

— Hermana —le respondió tajantemente.

Hubo un pequeño silencio entre ambos que Daniela no hallaba como resquebrajar. Simplemente, después de su separación de la familia, no sabía cómo le había ido a David, quien se había quedado en la casa hasta donde recordaba. Sólo se limitaban a mirarse el uno al otro, fijamente, sin pestañear, como si fuese suficiente como para transmitirse toda la información necesaria. Angélica entró a la sala entre el revoltijo de miradas, e intentando hacerla menos incomoda, le habló a David.

— Y… ¿A qué se debe tu visita?

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— Entendí que si voy a buscar información debo ir directamente a la fuente —respondió David tras voltearse para ver a Angélica— Necesito unos archivos, expedientes criminales si decides llamarlos de esa manera. Deben estar en la habitación de tu padre. Por favor, déjame verlos.

— ¿A qué viene ese interés por el crimen? —preguntó un tanto confusa Daniela.

— Ya deberías saberlo. El incidente de hace trece años, en donde mi madre, tu hermana, murió al darme a luz —se volteó para apuñalar a Daniela por su observación, mencionar cosas de tal calibre ya no le afectaba en lo más mínimo, había aprendido a manejar muy bien la realidad.

Angélica no sabía cómo reaccionar ante tal propuesta, todo había sido muy repentino. El chico tenía sus motivos, se le veía en su rostro la voluntad en su decisión, su convicción era muy alta. Tras meditarlo un poco, Angélica aseguro su respuesta.

— Bien, te dejaré verlos.

Era una habitación oscura que de seguro llevaba meses sin abrirse, y mucho menos limpiarse; el polvo y el olor a periódicos viejos no era nada agradable. Pero David no se detuvo por una pequeñez como esa, entrando con la misma seguridad con la que había pedido permiso, rebuscando en una pila especifica de periódicos lo que buscaba.

— ¿Para qué quieres esos periódicos? —preguntó Angélica.

— Necesito buscarlo. Sé bien que no es mi padre biológico, pero era la persona que amaba más a mi madre, y estoy seguro de que actuará como un verdadero padre para mí si lo encuentro.

David no dejaba de revisar titulares para luego arrojarlos a un lado. Pero al fin encontró razón al conseguir uno bastante viejo gastado; de seguro el padre de Angélica lo había visto muchas veces. Se aseguró de leer cada palabra en silencio, para luego dejarlo sobre la mesa. Fue corriendo a un gran archivador al lado de la cama, y tras ojear fugazmente los códigos asignados para cada caso encontró el mismo que mencionaba el periódico que leyó. Estaban allí una serie de datos adjuntos a una fotografía. Tomó toda la carpeta y con una agilidad sorprendente salió por la puerta esquivando a las dos chicas.

— ¡Hey, espera! —Daniela intentó detenerlo— ¡David!

— ¡No tengo tiempo que perder! —reseñó él mientras se colocaba el abrigo— ¡Esta libre! ¡Terminó su condena hace tres años! —abrió la puerta con rudeza y salió al pasillo.

— ¡Espera David! ¡Ese tipo es un asesino! —Daniela le persiguió deprisa.

— Este es el plan hermana, nos vemos esta noche en nuestra casa, aún tengo una copia de la llave así que dejare la puerta abierta —afirmo mientras su voz de se escuchaba más lejos mientras bajaba por las escaleras.

— ¡¿Qué hay de nuestros padres?! —dijo Daniela, sosteniéndose de la reja de la escalera para que su grito recorriese los pisos de abajo hasta llegar a David.

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— Se murarán esta misma tarde, fue la única forma que encontraron de olvidarnos. Yo también me escapé de ellos —le respondió ya lejos— ¿¡Vaya padres eh!?

David termino de perderse entre las escaleras. Daniela se quedó estupefacta ante la decisión de sus padres de abandonarla verdaderamente a su suerte, pero se llenaba de energía cuando veía a su pequeño hermano seguir luchando a pesar de su corta vida. Así que ella, que debía velar por su seguridad y la de su futuro hijo, no se rendiría bajo ningún concepto.

— ¿Qué ha pasado? —preguntó Angélica exhausta tras correr con todas sus fuerzas hasta la escalera.

— No lo sé —le respondió ella— Pero esta noche no será tranquila. Lo más probable es que conozca al único involucrado del incidente de hace trece años que sigue con vida.

— Te refieres a… ¿el asesino?

— El que cometió el crimen de hace trece años, exactamente.

Las dos estaban sumamente preocupadas por lo que pasaría esa noche. Más angustiadas estaban por el pequeño David, que iría a buscar a una persona que había pasado diez años de su vida en prisión. Por el momento, sólo podía confiar en su palabra, Daniela tenía el presentimiento de que David encontraría la forma de averiguar las cosas.

El reloj marcaría pronto las siete de la noche. Angélica había montado su puesto de vigilancia continúo sobre la casa de Daniela; ya había visto a cerca de dos camiones más acercarse a la vivienda para llevarse objetos, muebles, y a sus padres apresurados por marcharse del lugar antes de ser vistos con malos ojos por parte de los vecinos, cuando ya dos hijas habían salido embarazadas, era sinónimo de que algo malo pasaba en el núcleo familiar. De recordar cuando los padres de Daniela se montaron en su carro seguido por todo aquel tumulto de camiones, Angélica sintió hervir su sangre a pesar de que ya habían pasado cinco horas de verlo. Volteó hacia Daniela, recostada sobre el sofá, esperando a que Angélica le diese la señal para ir a la casa.

— ¿Y así tu les pedías la bendición? —gruño Angélica cada vez más indignada— No eran padres, alguien que abandona a sus hijos no puede ser llamado de tal forma.

—Lo sé —y volvió a sobarse el vientre— Pero yo sí seré madre y padre a la vez, no lo abandonaré como ellos lo hicieron conmigo.

Angélica vio movimiento a través de los prismáticos. Dos personas se bajaron de un automóvil aparcado al frente y entraron a la casa: uno era David, el otro un hombre adulto.

— Ya entraron —retiró los prismáticos y miró a Daniela— ¿Estás lista?

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Daniela tomó la pistola y la guardó dentro del bolsillo, era suficiente respuesta. Angélica le abrió la puerta, y ella salió lentamente pasando por el pasillo y perdiéndose por las escaleras a vista de Angélica, cada vez más tensa. Dejarla ir al encuentro con un ex convicto era sin duda algo arriesgado, por lo que al menos se llevo el revólver cargado en caso de que las cosas cambiasen a peor.

Abrió la puerta de lo que anteriormente era su casa con mucho cuidado, intentando hacer el menor ruido posible. Expuso a relucir su arma de 9mm al aire, apuntándola a cada espacio que veía con tal de prevenir una emboscada; confiaba en David, más no en ese sujeto, y estaba segura que mientras le apuntase al pecho se limitaría solamente a hablar. Al avanzar y pasar por la sala, divisó un papel doblado al pie de la escalera. En él estaba dibujada una flecha que apuntaba hacia arriba. Sin apartar la vista de la mira de la pistola, Daniela subió escalón por escalón, tensándose cada vez más por el ambiente oscuro y desolado.

— ¿Dónde estás David? —preguntó tras pasar frente al cuarto de este, y al abrirlo sigilosamente se dio cuenta que estaba vacío.

Se encontró después frente a su vieja habitación. Había un papel pegado a la puerta, totalmente en blanco, pero servía perfectamente para resaltar que era la que buscaba. Tragó saliva, y ninguna advertencia previa, giró la manilla y entró.

— Hermana, que bueno que estés aquí —dijo David al recibirla con los brazos abiertos en el centro de la habitación.

Sin duda otra persona estaba allí, en la oscuridad. Su silueta se observaba al fondo de la habitación, sentado sobre la cama, viendo nostálgicamente cada centímetro de la habitación, complacido de respirar el aire que le envolvía.

— ¡Muéstrese! —gritó Daniela mientras le apuntaba con el arma.

La sombra se levantó, con eso Daniela pudo medir lo alto que era. Caminando pausadamente, se acercó a David por la espalda y coloco su mano sobre el hombro. Desde ese lugar, Daniela pudo observarlo con claridad.

Era delgado, de mirada aguda tras unos cristales que se ajustaban a su rostro perfilado. Su cabello negro alborotado y sus ropas formales de color azul oscuro le daban una apariencia educada. Posó sus ojos directamente en los de Daniela, escudriñando cualquier reflejo de Verónica en su mirada. Una sonrisa discreta apareció en su rostro.

— ¿Piensas acaso dispararme con mi propia arma? Que noble, morir con el mismo metal con el que asesine a mi mejor amigo —ajustó un poco sus lentes, que se habían deslizado hasta rozar la punta de su nariz.

— ¿De qué hablas? —preguntó sin retirar el arma— Esta pistola me la presto Angélica.

— ¿Y no te has pensado de donde la obtuvo? —se apartó de David y con el mismo paso despreocupado se coloco al frente a ella— David me ha contado todo sobre tu amiga. Es una gran coincidencia que su padre haya investigado el caso en

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donde me vi envuelto, y que él mismo me haya confiscado mi revólver y lo conservase como un trofeo. Todo es una gran coincidencia, ¿No lo crees, David?

— Las coincidencias no existen —respondió severamente— Si ocurrió de esa manera, es porque ya estaba estipulado que pasase.

— Cierto, muy cierto —le afirmo moviendo la cabeza de un lado a otro— Somos marionetas de algo mucho mayor, no hay nada que podamos hacer para remediar lo que se nos tiene preparado, sólo aceptarlo.

Daniela veía confundida aquel raro teatro entre su hermano y ese extraño sujeto, del cual ni siquiera conocía el nombre.

— ¿Para qué me has invitado, David? —preguntó Daniela cada vez más incómoda.

— Quería que supieses algunos detalles de lo ocurrido hace trece años; te lo contará todo —le respondió.

— Alexander, si desea conocer mi nombre —mencionó el hombre muy gentilmente luego de una cordial reverencia— Te lo diré sin rodeos, Daniela, eres exactamente igual a tu hermana. Verónica también podía ser una fiera, con una mirada fulminante era capaz de atemorizar a cualquiera.

— Gracias por el halago —sonrió Daniela arrogante— Supongo que debo ser idéntica a ella, ambas caímos en la trampa de un hombre.

— Ambas tenían el mismo grado de responsabilidad Daniela aclaró Alexander— Estaba dispuesta a dar a luz a David a pesar de saber que su embarazo sería arriesgado. De igual manera, es probable que tu vida se llene de complicaciones a partir de ahora, y si no corres el mismo destino que tu hermana, tu futuro se volverá igual de turbio.

— Lo acepto —Daniela entraba en confianza de a poco. Bajaba el arma conforme la conversación avanzaba— He tomado esta responsabilidad por mi cuenta, y sin importar que el mundo esté en mi contra, le daré un futuro a este bebé.

Sin duda vio Alexander en los ojos de Daniela la misma mirada de Verónica. Ella misma le había dicho algo parecido hace ya más de una década, y aún esas palabras recorrían su mente, pues fueron las últimas que esta le dedico. Le dio la espalda a Daniela y caminó hasta la ventana, en donde presionó el vidrio con su mano, observando el cielo estrellado y a una gigantesca luna esconderse tras el edificio de apartamentos de Angélica, en donde seguro estaba ella observando la casa.

— Es una pena que haya muerto…de haber vivido hubiese sido una estupenda madre, una gran hermana que de contarte su historia, harías todo lo posible por evitar repetirla. Pero todo se truncó de manera tan cruel…

Daniela bajó el arma completamente, guardándola en su bolsillo. Tomó la decisión de acercársele lo suficiente como para darle una palmada en la espalda, quizás así lograse calmarlo un poco.

— Es…injusto, todo fue muy injusto —aquella pequeña mano en su espalda tenía el mismo calor que recordaba de Verónica; como si aún siguiese allí.

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— No puedo creer que lo último que le dije fue que la odiaba por haberse acostado con él… mi mejor amigo, Francisco —terminó de decir, antes que se empezaran a dibujar las primeras lágrimas en sus ojos— Fui un idiota…no le creí cuando me dijo que la había violado, pensé que sencillamente me podría estar engañando con él. Compré un arma ilegal y le disparé en frente de ella, luego ella misma la que me denunció a la policía. La entiendo bien, había enloquecido, cometido un crimen, no había forma de poder salvarme.

— Nunca olvidaré aquella noche del cuatro de octubre de mil novecientos noventa en donde cobré el alma de ese infeliz, el mismo día que perdí mi libertad. Diez años es mucho tiempo para estar encerrado ¿No lo crees? Tras salir me enteré que había muerto, pero nunca pude hallar su tumba. Ni siquiera sabía si su hijo había sobrevivido; las autoridades me prohibieron acercarme a esta casa o al liceo donde estudié, todas las posibles respuestas se me habían negado —se volteó directamente a David, para acercársele y abrazarlo con fuerza— A veces pienso…que tu madre aún me odia desde algún lugar, que nunca podrá perdonarme por no creerle.

David le correspondió el abrazo como nunca había hecho con el padre que le había criado por todos estos años. Aunque él tampoco fuese su padre biológico, era la persona a la que su madre consideraba como tal.

— Mi madre nunca te odió, nunca lo hará —adjuntó a su abrazo— Puedes estar seguro de eso; aún eres la persona más especial para ella, y por lo tanto lo eres para mí, papá.

Aquella última palabra le había abierto los ojos. Alexander dejo de llorar y despreocupadamente tomó la mano de David, su “hijo”, a quien trataría como tal. Si Verónica había adquirido la responsabilidad de darle oportunidad de vivir, él también cumpliría con el compromiso que ella le había otorgado.

— Yo me encargaré de él a partir de ahora —dilucidó Alexander— Vivirá conmigo y lo criaré como su madre lo hubiese deseado. No te preocupes por él, creo que tienes cosas más importantes que atender, ¿Verdad?Ante tal pregunta, Daniela sujetó su vientre con seguridad, asintiendo firmemente.

Tras darse la vuelta, Alexander fue hasta la puerta para dejarles un minuto a solas a David y a Daniela.

— Así que…al menos tú alcanzaste un final feliz —Daniela intentó jugar una última vez con su hermano, pero al parecer este no deseaba seguirle el juego, pues a pesar de haber pasado por un momento tan emotivo un rostro de tristeza se dibujó en él.

— ¿Tú crees? — respondió David, y dando cuatro pasos al frente, sacó de su bolsillo un pequeño papel arrugado y se lo entregó en las manos— Quédate aquí hasta que me suba al carro estacionado delante de la casa, cuando lo haga, lee el contenido del papel. ¿Entiendes? Tiene que ser en el momento justo.

Daniela arqueó una ceja, extrañada, pero supuso que no tendría problema en cumplir un pequeño deseo de despedida. Asintió nuevamente, a lo que David

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respondió con una sonrisa forzosa. Se separó de ella caminando de espaldas hasta terminar en la puerta donde Alexander le esperaba.

— Al menos…disfruta el tiempo que te queda, yo ya agote el mío.

Aquellas palabras agitaron el corazón de Daniela, que volvió a sentir ese escalofrío en la espalda.

— Pronto nos volveremos a reencontrar todos sin excepción.

David subió a la parte trasera de un carro rojo brillante mientras Alexander actuaba de conductor. Era el momento de leer tan misterioso mensaje. Daniela lo desdobló, y leyó impactada su contenido, todo escrito con la impecable caligrafía de su hermano.

Naturalmente, Daniela se alarmó enormemente. Volteó a la ventana para ver el carro avanzar lentamente, y por más que golpease la ventana para llamarles la atención, esto no detendría su andar. Aún estupefacta por el mensaje, corrió a la puerta, casi tropezándose al bajar por la escalera para llegar a la entrada de la casa. Pero ya era demasiado tarde para evitar lo que ocurriría después.

— ¿Estarás siempre conmigo, papá? —preguntó David, que observaba por la ventana como todo lo que vio en su sueño de manera exacta se reproducía frente a sus ojos.

—Sí, siempre lo estaré, puedes darlo por hecho —le respondió sonriendo.

— Que bien… —su rostro temeroso de probar la muerte expreso una última sonrisa— Dentro de poco nos reuniremos con mamá, y estemos los tres juntos por toda la eternidad —señalo por su ventana con el dedo índice como un gran camión arribaba a gran velocidad contra ellos.

Mi muerte está destinada para las siete treinta y cinco del trece de junio del dos mil tres. Estaba escrito que encontraría a Alexander, y nada, ni yo mismo, podría evitar que me subiese al carro que será mi ataúd. En el fondo no deseo evitar mi muerte, ya que aún sabiendo mi destino o no, cumpliré con lo que se me tiene preparado.

De por sí te aseguro algo, todos los involucrados morirán, uno a uno, y tú vivirás para conocer sus muertes, porque habrás sido tú la responsable; hasta que por fin el guión se acabe y nos acompañes una vez más.

Vive todo lo posible. Tú querido hermano te desea suerte.

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Daniela no creyó lo que vieron sus ojos en ese instante, cuando al fin había conseguido asomarse a la calle. Fue algo brutal. Desde su apartamento, Angélica lo había visto todo desde sus prismáticos, pero se quedo tan anonadada, incapaz de comprender siquiera lo que había visto, sin poder diferenciarlo de un horrible sueño.

Quedaba sólo chatarra, restos de vidrio y de motor, acompañado de un penetrante olor a gasolina. Del carro donde se trasladaban no quedaba más que trizas delgadas. Llegó un momento en que no se podía distinguir el color rojo de la pintura con el de la sangre que la recubría, daba la casualidad de que eran de la misma tonalidad. Daniela estaba en un punto ciego desde donde no se podía ver toda la monstruosidad de la escena, su visión a larga distancia era muy limitada desde que José pisoteo sus lentes, pero Angélica observaba desde un lugar privilegiado, todo el macabro espectáculo con lujo de detalles.

Con la lente sobre la carretera logró divisar algo que parecía ser un brazo humano sobresaliendo de entre los escombros, no había esperanzas de que se moviese, estaba tan ensangrentado y deformado que era imposible pensar que pudiese pertenecerle a un ser humano. Pero lo que vio después fue lo que le hizo vomitar sin control, la cabeza de David había quedado completamente destruida por estar bajo las ruedas del camión que además, con su fuerza bruta, aplastó la parte delantera del coche.

— Esto…Esto no está pasando… —soltó otra vomitada sobre la alfombra de su sala— ¡No puede ser verdad!

Dejó ver tal brutal escenario para dar un vistazo a Daniela, que lentamente se aproximaba a la escena del siniestro. Con una voluntad decidida a evitar que su amiga viese aquella escena desgarradora, Angélica salió a toda prisa mientras los vecinos de su edificio se asomaban por las puertas a preguntarse entre ellos que había sido ese ruido ensordecedor. Para suerte de Angélica, que corría tan rápido como una gacela, Daniela se desplazaba con paso tembloroso. En su rostro no se notaba ninguna emoción, ni una pizca de tristeza, pensaba que tras salir de casa se había internado en un mundo paralelo al real donde todas sus pesadillas cobraban vida.

Estaba ya a veinte pasos del lugar del accidente cuando Angélica le tomó en brazos impidiéndole avanzar.

— ¡No vayas Daniela! —le gritaba— ¡No veas nada de lo que está allí! ¡Cierra los ojos, ya!

Daniela no reaccionaba ante la voz de Angélica, es más, no podía notar su presencia, pues todo lo que figuraba en su mente era la imagen del carro destrozado, y sus ganas de querer ir a buscar a su hermano. Por más que Angélica intentara impedírselo, Daniela parecía ahora tener una fuerza descomunal, capaz de caminar incluso con el peso de Angélica en contra.

— ¡Daniela vuelve en ti! ¡Está muerto, no tienes que ver su cadáver para comprobarlo, yo ya lo vi, está muerto!

Pero Daniela aún se resistía a creer esas palabras, le era imposible asimilarlas. Después de todo, había hablado con él hace apenas ocho minutos.

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Aún recordaba su rostro perfectamente, no había forma de que lo que le describiese Angélica pudiese ser cierto.

— ¡Piensa en el bebé, si ves esa escena quedarás deshecha y no tendrás fuerzas para continuar, no podrás darle la vida que se merece!

Angélica le había acertado directo a la razón. Daniela de a poco recordó la realidad al pensar el hecho de cargar con una vida. Abrió verdaderamente los ojos. A la distancia sólo lograba divisar un aparatoso accidente, pero su campo de visión no le permitía ver los cuerpos. Asimiló la verdad a pesar de ser tan punzante como un clavo en el corazón; su hermano David había muerto, Alexander también, cumpliendo la profecía que cargaba escrita en un papel en su mano izquierda. Cayó de rodillas mientras era sujetada por Angélica, derramando lágrimas sobre el asfalto y soltando un grito al aire. Bramó el nombre de su hermano una y otra vez.

Angélica se la llevó a casa lo más rápido que pudo, y eso sólo fue posible tras el retiro del cuerpo cerca de las ocho de la noche. Hasta ese momento, Daniela no había dejado de llorar, de gritar y de maldecir su suerte por haber perdido lo único que consideraba familia.

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El acto que marcaría su final había ocurrido repentina e inhumanamente. Esta obra descarada para mostrarle la crueldad y la injusticia de la vida estaba cada vez más próxima a su desenlace, y con la muerte del lector del destino, el futuro estaba sumido en las tinieblas nuevamente. Si David había acertado con respecto a su propia muerte en el minuto exacto, no cabía duda que la otra profecía también llegaría a cumplirse. Así, cuando el guión terminase y las tranquilas noches volviesen a sumir la ciudad en el canto de las cigarras de verano, ninguno de los involucrados en el incidente ocurrido hace trece años ni los que se hubiesen visto implicados en el transcurso del embarazo de Daniela, la semilla de la infelicidad para todos, saldría vivo.

El telón del último acto se empezaba a levantar.

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Venganza

Habían transcurrido tres semanas y aún le perseguía el recuerdo de aquella tétrica noche. Era algo imborrable. El sueño del hospital al que estaba tan acostumbrada cambió repentinamente por aquellas imágenes perturbadoras. Aunque lo intentase, le era imposible sanar la herida que había quedado abierta.

No sólo eso le incomodaba, pues el último mensaje de su hermano era algo mucho más inquietante. Se pasaba sus horas libres mirando al cielo, pensando en la veracidad de aquella afirmación.

— ¿Cómo puedo ser yo la causa de las muertes de todos? —se preguntó una mañana mientras suspiraba frente al mostrador— Yo que soy incapaz de matar una gallina, no veo forma en que pueda hacerle daño a una persona, mucho menos matarla. Aunque… —se paso el pulgar por sus labios, lamiéndolo un poco al recordar el placer que sintió al golpear a Eva y las ganas que tenía de triturar a José con los dientes— Motivos para cometer un delito tengo de sobra…

Un pedido de dos kilos de pechuga de pavo detuvo ese pensamiento impuro y lo guardo en lo más profundo de su subconsciente; por el momento en lo único que debía preocuparse era de no cortar equivocadamente la carne del pavo con el gran cuchillo de carnicero que se le había otorgado. Pero mientras rebanaba en trozos la pechuga, pensó que podría hacer lo mismo alguna de las dos personas a las que más odiaba. Tajarlos en pedacitos hasta que no quedase nada; merecían todo el sufrimiento por haberla hecho pasar por tantas penurias.

La puerta del establecimiento se abrió haciendo sonar una pequeña campana. Una voz alegre comenzó a saludar a todos por su nombre, como si conocer a cada

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persona fuese un trabajo del cual estar orgulloso. Las personas le devolvían el saludo con una sonrisa, comentando a su vez como se sentían, todo porque la dulce voz de Angélica se los había preguntado. Ella se acercó al mostrador de la carnicería “Mr. Vitochelli”, a cargo del señor Vitochelli, que poseía como principal atracción a la nueva ayudante: Daniela.

— La verdad aún no puedo creer que estés trabajando —comentó Angélica asomándose para poder ver a Daniela aplicar los fuertes golpes contra la carne de pavo— Y mucho menos en una carnicería…simplemente no pensé que podrías ser ese tipo de persona.

— ¿Tenías dudas de mí? —le preguntó Daniela sin desviar la vista del pavo— Te lo dije, te dije que conseguiría un empleo para no serte una carga en la casa.

— Como si lo fueses en primer lugar. Sabes bien que no eres una carga para mí, nunca lo serás tampoco.

— De todas maneras tenía que hacerlo —Daniela parecía divertirse con su nuevo trabajo, esbozándole una sonrisa— Tengo que ser una mujer fuerte, ahora que tengo esta responsabilidad debo ser más fuerte que nunca —dejo el cuchillo a un lado y como hacía siempre, se tocó el vientre con suavidad.

— Y que lo digas… —Angélica se recostó sobre el mostrador— Por cierto, ¿Ya has pensado en algún nombre?

— ¿Nombre? Ah, aún no había pensado en eso…

— Tiene que ser un nombre que realce su feminidad si es chica o uno que sea muy varonil si es chico —comentó Angélica muy feliz de participar en la asignación del nombre del bebé— ¿Qué te parece…? ¡Ángelo!

— Supongo que estaría bien si es chico —Daniela insistió en tocar más su vientre— Pero estoy segura de que será niña, y si es así su nombre será… ¡Ekatherina!

— ¿Ekatherina? —preguntó dudosa Angélica— ¿Qué clase de nombre es ese?

— Un nombre hermoso —respondió Daniela— ¿Verdad que suena atractivo? Ekatherina, Ekatherina, dulce Ekatherina —dio un pequeño giro sobre si misma al pronunciar ese nombre que consideraba ideal.

— Si así lo deseas, que sea Ekatherina entonces. —entonces Angélica rebuscó en su bolsillo y sacó unos cuantos billetes— Para cuando termines de bailar dame un kilo de pechuga de pollo y dos kilos de pernil, ¿Va? Ven temprano a casa esta noche, me aseguraré de prepararte una comida digna de una reina.

— ¡A la orden!

Las cosas parecían irle muy bien a ambas. Daniela, a pesar de sentirse sumamente afligida por la pérdida de su hermano, seguía adelante con su vida, dispuesta a seguir peleando por su bebé, aquel que amaba tanto como para arrullarlo todas las noches a pesar de tan sólo haber pasado un mes desde que se implantó en

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su vientre. Angélica de igual manera, se sentía feliz por su trabajadora amiga y estaba dispuesta a seguir ayudándole en todo lo posible.

Angélica se marchó tras adquirir la comida para la cena, dejando a Daniela con su labor en un turno que duraba gran parte de la tarde y que terminaba cerca de las ocho de la noche.

El día había sido muy agitado; decenas de clientes habían pasado por la puerta del establecimiento y se habían acercado al mostrador para hacer sus pedidos, y ella los entregaba siempre con una sonrisa. El reloj de pared, que relucía un cómico diseño de vacas caricaturescas pastando, marcó el fin de su turno exactamente a las ocho en punto; fue en ese momento cuando al fin pudo relajarse un rato al ver por la ventana de enfrente con cara a la calle. Suspiró profundamente mientras una pareja de enamorados pasaba en frente desde el otro lado del vidrio, regalándose el uno al otro la felicidad de la compañía y de la comprensión. Se sintió más sola que nunca. Abandonada por sus padres y por su hermano, sin conocimientos de algún familiar cercano, la única persona en la que podía confiar era Angélica, ella ahora era la cura de su soledad. Al recordar que también poseía al bebé que en su vientre le acompañaba, le hizo pensar que no todo el mundo la había dejado atrás. Pero no le era suficiente, pues ella deseaba amar y ser amada, y se le habían negado esas dos cosas. Nadie querría cuidar al hijo de otro hombre, era imposible entonces que su hijo pudiese siquiera tener un padre adoptivo que no le viese como un intruso en la relación. Era esa la triste realidad que debía afrontar, lo más probable es que se quedase sola por el resto de su vida.

— Que vida tan solitaria… -suspiro, sosteniendo con su mano derecha la barbilla y con la izquierda la pancita que aún no había crecido mucho— Al menos tú me acompañaras, ¿Verdad, pequeña Ekatherina?

Volteó disimuladamente al mostrador: se le había olvidado guardar el gran cuchillo de carnicero con el que picaba la carne. Dio un último vistazo con el que pretendía despedirse de todas sus vicisitudes, pero tras ver lo que vio, todas sus emociones se dispararon como el corcho de una botella de champaña.

Era José, el mismo sujeto que la embarazó ahora caminaba de brazos tomados con Eva. Se detuvieron frente a la ventana al ver a Daniela, con descaro, pretendiendo hacer aun más daño que el ya hacho, se besaron. El corazón de la chica se enfrió a tal punto que pensó que el algún momento dejaría de latir, pues la persona que le había condenado a esta soledad estaba bastante bien acompañado, precisamente, con la persona que más odiaba, la cual se había ganado una razón aún más grande para merecer aborrecerla.

Daniela chirrió los dientes de la rabia, le era imposible controlar sus manos, que ahora formaban puños deseosos de romperles la boca para que no volviesen a besarse nunca más. En la cara de ambos se notaba la gracia que les hacía burlarse de ella.

— Desgraciado… — exclamo, temblando de la rabia.

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José no se molestó ante la mirada asesina que Daniela le había impuesto, y siguió burlándose de ella tomando más fuerte a Eva, que actuaba también muy complacida de vejarla hasta más no poder. Cuando Daniela bajó la mirada, cansada de ver como pisoteaban su dignidad, ambos se retiraron de la ventana y siguieron andando por la calle, como si aquel encuentro desgarrador no hubiese sido distinto a patear a un perro herido y sarnoso.

El deseo de hacerlos pedacitos se hacía cada vez más grande, sus ansias de venganza la controlaban ahora. Tomó en manos aquel gran cuchillo capaz de cortar carne y hueso de un solo tajo y lo guardó en su bolso sin que el dueño de la tienda se enterase de su extravío, saliendo después con paso apresurado, rodeando con la vista el lugar sin dejar esa expresión sanguinaria en su rostro.

Siguió caminando por la misma calle que los vio marchar desde el interior de la tienda, esperando encontrárselos para poder consumar su venganza, sin medir ni por un instante las consecuencias

Daniela terminó estando frente al parque, que de alguna u otra forma, había estado relacionado con toda su vida en el último mes, cuando las cosas empezaron a retorcerse, de manera que todo desembocará en la tragedia. A lo lejos se podía escuchar la voz aguda de Eva, aún estaba con José tomándole fuertemente de brazo, piropeándose como hacían todas las parejas. Eso hacía enloquecer a Daniela, se preguntaba por qué ella podía ser feliz a costa de su infelicidad. De no haberse embarazado, ella nunca habría tenido la oportunidad de estar con José.

Les vio adentrarse en las profundidades de los árboles al fondo de la zona de juego, un lugar en donde el estruendoso cantar de las cigarras impediría que algún sonido saliese de entre el matorral. Daniela les siguió en silencio, intentando no resquebrajar accidentalmente alguna rama seca que le mostrara en evidencia. Se escabulló hábilmente entre los matorrales, donde no pudiesen advertir su estancia, y les escuchó hablar con suma afinidad.

— Se merecía eso y más —dijo Eva— ¿Cómo puede permanecer aún en las cercanías después de todo lo que le paso? Yo me hubiese cortado las venas hace mucho para terminar de morir y dejar de ser un obstáculo para la sociedad.

— Hay que hacerla quebrar —contestó José, sonriendo maquiavélicamente— Si desaparece del mapa pronto todos se olvidarán de lo ocurrido, pronto las miradas en el liceo desaparecerán y volveré a mi vieja gloria. Pero mientras el recuerdo de lo que hice camine y se siga mostrando, nada podrá ser olvidado, nada sanará.

— ¿Cuál es tu plan?

— Atacarla —respondió con firmeza— Como lo hicimos hace poco por ejemplo. De seguir así, de someterla a ese estrés, fácilmente podría perder la razón y suicidarse, todo estaría resuelto antes de lo esperado. Aunque si por ejemplo… tuviese un pequeño… “accidente” cuando su embarazo estuviese avanzado, podría perder al bebé antes de que se convierta en un problema.

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Daniela escuchaba pasmada. No se quedaría de brazos cruzados a esperar a que eso pasase, no mientras pudiese evitarlo. En este juego en particular, era matar o morir.

Eva le abrazó más fuerte, tanto que incluso José tuvo que recostarse sobre un árbol cercano para evitar caer.

— Y cuando al fin nuestro obstáculo desaparezca, no tendremos que ocultarnos más de la gente, ¿Verdad?

— Si, exacto.

Pasaron los minutos. Eva y José siguieron coqueteando hasta cerca de las nueve de la noche, cuando el grito de las cigarras estaba en su auge.

— Bueno, debo irme —se separó José de ella y puso vista fija al sendero por el que había llegado a la frondosa arboleda— Nos vemos mañana.

Eva se aseguró de halarlo por la camisa y someterlo ante ella para besarlo por última vez. José se fue atolondrado, y cuando el ruido de sus pasos se hizo más lejano, Daniela se atrevió a salir de entre los arbustos.

— Te parece gracioso, ¿no? —dijo Daniela cada vez más irritada.

— Y que lo digas, ninfómana —respondió, cuando parecía no alarmarse por la intervención de Daniela, estaba tan lúcida como de costumbre— Me parece divertido verte retorcerte por la desesperación, para que aceptes que eres una infeliz. Y más que todo… —se paró frente a ella y la tiró al suelo de un solo empujón— ¡Me gustaría destruirte en este mismo instante!

Eva le dio una patada tan fuerte en el pecho que le hizo rodar varias veces por el piso. Daniela debía asegurarse de que no le golpearan el vientre, pero le era muy difícil imponer el combate parejo, Eva era mucho más fuerte que ella. Daniela se levantó de a poco, secando un rastro de saliva de su boca; en sus ojos se percibían vacios de todo sentimiento, como los de un robot.

— ¿Qué pasa? ¿No te atreves a recibir otro golpe? —y soltó una carcajada que alarmó a las cigarras, aumentando su cantar atronador. Se puso en guardia, con los puños en alto— Me aseguraré de terminar tu sufrimiento en cuanto te destruya el vientre.

Daniela se quedo placida, sin moverse del sitio en el que estaba parado. El único movimiento que ejecutó fue el de meter su mano derecha entre su bolso. Eva estaba confiada; había soñado muchas veces el tenerla tan cerca para golpearle tantas veces como ella lo había hecho alguna vez, y el momento para cumplir ese sueño era ahora.

— ¡Termina de salir de nuestra vida! —soltó en un grito, seguido de una caminata presurosa para lograr asestarle el puño que había estado guardando por mucho tiempo.

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La víctima no se movió ni en lo mas mínimo, viendo fijamente cada paso que Eva daba como una secuencia en cámara lenta. Sus ojos fijos en la mano que estaba por golpearle, y su mano firme en el cuchillo que escondía en su bolso. Eva estaba a tan solo dos pasos de ella y el puño le venía inclementemente encima, incapaz de esquivarlo, Daniela sólo pensó en atacar.

Como un rayo, expuso el filo del cuchillo que había estado ocultando y de un solo tajo, la mano cercenada de Eva calló al pasto húmedo, disimulando la sangre que le brotaba con un pequeño charco de agua estancada. Eva soltó un grito ahogado al ver como su mano reposaba a dos metros de ella, y como su brazo ahora soltaba una cantidad exorbitante de sangre. Le era inútil gritar de horror, toda una comunidad de cigarras actuaba de cómplice para aplacar su alarido. Eva cayó al suelo cada vez más pálida, sus gemidos de angustia tan sólo avivaban al monstruo que tenía delante. Daniela alzó el cuchillo de más de treinta centímetros sobre el rostro de Eva, que solo podía observar con la mirada fija como descendía cada vez más a una velocidad descomunal.

— ¡Es matar o morir, y yo he escogido vivir!

Para cuando se dio cuenta de lo que había hecho para garantizar la vida de su hijo, no podía creer que en verdad hubiese sido tan brutal. Ese cuerpo frente a ella muy difícilmente podría clasificar como humano, era exactamente igual al pavo que había picado esa mañana en la carnicería. Muchos trozos de carne, pequeños, resbaladizos por la sangre que les escurría. Ni siquiera la cara se salvaba de tal horror, era inidentificable, de la misma forma en que había quedado el rostro de David. Daniela estaba estupefacta de ver sus manos y su ropa bañadas en sangre. Tras recuperar la razón y volver a la realidad, se alejó del cuerpo al que había mutilado y lo miró con asco, resistiendo el impulso de vomitar.

— ¿Qué…Qué se supone que haga ahora? —y con sus manos ensangrentadas se cubrieron el vientre— No puedo ir a la cárcel, simplemente no puedo darle una vida tras las rejas —dijo para luego alterarse al pensar el pasar una estadía en la prisión como lo había hecho Alexander— Pero esto fue en defensa propia, ¡¿No?! ¡Esto debe contar como defensa propia, me quería matar! —pero al ver el estado del cuerpo, era imposible que algo tan bárbaro fuese defensa personal y no un impulso enloquecido— No… ¡No!

Daniela no lograba pensar bien. Definitivamente, de ligarla con el asesinato, su vida estaría arruinada; no sólo la suya, sino también la de su bebé. Su motivo en principio fue muy noble, pues cualquier madre es capaz de volverse una fiera a la hora de proteger a sus hijos; pero había cruzado una línea delicada entre protección y venganza, pues toda aquella brutal carnicería y el por qué no se había detenido cuando Eva le suplicaba piedad acababan en un mismo lugar: su deseo de verla desaparecer del mapa. Así, hasta los momentos en que Eva aún seguía con vida, no eran muy distintas.

— Necesito…necesito alguien que cargue con esto... —dijo temblando exageradamente— Si…alguien a quien culpar con facilidad…

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Dio un vistazo en todas direcciones, de un lado a otro, buscando algo que pudiese darle una respuesta. Se fijó casi de inmediato en la mano que había cortado y en el celular de Eva que yacía a pocos centímetros del cuerpo y que por suerte no había sido golpeado durante la ráfaga de cuchillazos.

— ¿Y qué tal…si mató dos pájaros de un tiro? —tras pensar algo tan enfermizo pero que a la vez le garantizaría la seguridad de su bebé y de ella misma, sufrió un incontenible ataque de risa, una muy similar a la de Eva, llena de arrogancia— Interesante… ¡Verdaderamente interesante!

Abrió su bolso con varias bolsas plásticas llenas de carne de cerdo, las vació todas y puso allí la mano cortada, que ahora estaba tan fría como la de un maniquí. Rebusco más en el fondo para tomar una muda de ropa extra que siempre llevaba al trabajo en caso de que terminase envuelta en sangre animal; para ella ya no era muy distinto, Eva no era distinta a una perra. Tomó el celular, escribió un mensaje rápido buscando un número específico al terminar. Tras encontrarlo, le envió una invitación para que también se uniese a la fiesta que Eva disfrutaba ahora.

— No es nada personal, pequeña —objeto Daniela, mostrando la espalda al cadáver incapaz de ver, sus ojos fuera de las orbitan apuntaban a una dirección totalmente opuesta— El que salieses con él fue tu perdición. Y la gota que derramó el vaso fue el meterte con mi bebé, de no haber sido de esa manera, no hubiese habido necesidad de haber terminado así. Pero ya sabes lo que dicen, si pasa, es porque el destino te lo había puesto desde un principio —dio varios pasos con dirigiéndose a la salida de la gran arboleda— No te preocupes, me aseguraré de que no estés sola en el infierno mucho tiempo, te llevaré un amiguito para que ambos puedan divertirse juntos por el resto de su existencia.

El mensaje le decía que estuviese precisamente a las once de la noche en la azotea del edificio en donde ahora vivía Daniela. Aunque José no entendía porque Eva le había mandado un mensaje tan extraño, no pudo ignorarlo, por lo que ya a las diez y cincuenta y dos se encontraba subiendo escaleras rumbo al supuesto encuentro con su novia. Pensó que lo más probable es que quisiese dar el golpe esa misma noche, por como se había emocionado cuando sugirió librarse de Daniela, para estar juntos definitivamente.

José subió piso tras piso. No era la primera vez que venía; cuando eran un grupo unido de tres personas, Daniela siempre le invitaba a pasar un rato con Angélica en su apartamento, que estaba justamente en el último piso, y la planta superior a esa era la azotea, a la cual se acedia tras abrir una puerta casi siempre cerrada. Sintió un pequeño escalofrío cuando pasó frente a la puerta del apartamento de Angélica rumbo a la escalera, era un sentimiento que solo podía relacionarse con una mirada inquietante desde algún lugar. Pero el lugar estaba desértico, lo comprobó el mismo cuando al voltear de un lado a otro no vio a nadie.

No se sorprendió cuando al girar la manilla de la puerta de la azotea esta se abrió con normalidad, no era motivo de extrañeza puesto que Eva le debía de estar esperando allí. Lo único que no encajaba era la forma en la que Eva había obtenido

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una llave que solo se reserva al personal, aunque bien era cierto que los guardias de turno nocturno tenían fama de dormir en el trabajo, de esa forma sería fácil para cualquiera obtener la llave.

Al pasar y observar alrededor, lo primero que pudo entender es que no había nadie en el lugar. Dio varios pasos al frente, buscando algún lugar que no hubiese visto al entrar, pero era inútil.

— ¿Abre llegado a la hora correcta? —sacó su teléfono y verifico el mensaje, y sin duda, debía ser esa la hora en la que debía encontrarse con ella. Para cuando guardó su celular en el bolsillo otra vez, se fijo que frente a él, en el suelo, había una especie de bolsa plástica negra. Impulsado por la curiosidad, se agachó para echar un vistazo, pero se retiró inmediatamente al percibir el horrible hedor que provenía de ella, un putrefacto olor a sangre— ¿Pero qué diablos es eso? ¿Una rata muerta?

La puerta detrás de él se cerró de golpe, y tras voltearse se dio cuenta que era Daniela, con las manos atrás pegadas contra la puerta.

— ¿Qué pasa, José? —preguntó Daniela con tono juguetón— ¿Ya no reconoces a tu novia? Y eso que tenía una cita con ella hoy…

— ¿Novia? Eva no está, no hay nadie aquí aparte de nosotros dos.

— ¿Tú crees? Yo no estaría tan segura. Eva está allí, frente a ti, ¿Por qué no la saludas como se debe, caballero?

Ante tal palabrerío incomprensible, José llegó a pensar que Daniela ya había perdido el juicio por la soledad. Pero la terca insistencia de Daniela le incomodaba tanto que decidió abrir la bolsa para silenciarla de una vez. Mientras desataba los nudos, Daniela expreso en su rostro la sonrisa del triunfo.

— Pero qu-

José retrocedió cayéndose de espalda, alejándose aún estando en el piso— ¡¿Qué demonios es eso?!

— Vaya, esperaba que la reconocieras con tan solo verla, tanto que la tocaste… —y Daniela soltó otra fría carcajada, extendió sus manos ocultas tras la espalda y le mostro a José el filo del cuchillo, y como su rostro de pavor se reflejaba en el metal, aún impregnado con la sangre de Eva— ¿Qué pasa? ¿Le tienes miedo a una mano cercenada? No te preocupes, me aseguraré de cortártela a ti también para que sientas el mismo dolor que ella, ¡Ambos son igual de desagradables!

Daniela corrió hacía él con premura, José se puso de pie y empezó a huir de ella, pero todo era un gran lugar cerrado, con cuatro esquinas que terminaban en un precipicio.

— ¿Qué pasa, José? ¿No puedes con una niña? —se burló Daniela al blandir ferozmente su cuchillo, intentando acorralarlo contra algún borde— ¡¿No eras un macho acaso?! ¡¿Dónde está el hombre que me penetró sin descanso?!

Cada vez estaba más enloquecida, perseguir a su presa sólo le hacía enfurecer más— ¡¿Dónde está?! ¡Para castrarlo y que así no vuelva a tocar a ninguna otra mujer!

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Angélica se despertó por el constante ajetreo que se escuchaba en la azotea. Soñolienta, no lograba entender por qué alguien correría a tan altas horas de la noche, más aún sobre el techo de su apartamento, el único de la última planta que estaba ocupado.

Daniela le acorraló en un borde. En ese momento sólo tenía dos opciones: o morir a manos del cuchillo o morir tras una caída de quince pisos. Ninguna de las dos le pareció factible, acabaría muerto igual.

— Da-Daniela…no cometas una locura.

Daniela dio un paso al frente y le apuntó al cuello con el cuchillo.

— ¿Ahora te pondrás a pedirme misericordia? ¡Al menos acepta la muerte como hombre! —Daniela soltó un bufido— Idiota. No perdone a Eva, ¿Y te voy a perdonar a ti?

— ¡Eva no tiene nada que ver conmigo! —José sudaba frío, cada vez más inquieto, esperando que sus gritos llamasen la atención de alguien— Tan sólo la quería para…

—Sexo —Daniela no le dejó terminar— Pobre, la hubiese dejado vivir para que escuchara eso, apuesto a que el corazón se le partiría a la mitad…

Lo empujó contra la orilla. José libero un gran grito que acalló cuando se sostuvo del borde con las dos manos, incapaz de subir por su propia cuenta. Ahora era juguete de Daniela y pronto victima de la gravedad.

— ¡Que alguien me ayude!

— Nadie te ayudará —Daniela retrocedió varios pasos— Digo, ¿Quién se conmovería de ti? Eres un desgraciado.

— No fue mi intención que las cosas terminasen así… ¡Yo no quería…!

— ¡Si querías José!

Daniela había recogió la descompuesta mano de Eva y camino al lugar donde José agonizaba—. Pero eso ya no importa…todo lo que me queda es vivir, tener a mi hijo, cuidarlo. En cuanto a ti… —se agachó y apoyo la mano de Eva encima de la cabeza de José, como de antaño solía acostumbrar hacer el con Daniela— Tú no figuras en el plan de vida que tengo. Simplemente, puedes soltarte y dejar de molestarme a mí y al bebé.

— ¡Ese bebé es mío! ¡¿Lo dejarás sin un padre?!

Fue la gota que derramó el vaso.

— ¡Este hijo es mío y de nadie más, no quiero volver a pensar que eres su padre!

Un único pisotón en la mano derecha fue suficiente para que la izquierda también se soltase. Daniela veía como su cuerpo descendía a alta velocidad, soltando un alarido que de seguro se escuchaba en toda la calle, pero se sintió gratificada al pensar que por más que gritase, eso no evitaría que muriese.

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Lo seguido fue escuchar su grito cesar, acompañado del crujir de sus huesos. Un charco de sangre se dibujo bajo él, salía directamente de su boca, como una especie de vomito rojo.

— Espero que no descanses. Te merecías más que esto, pero esta era la única forma en que me podía librar de mí pecado aquí en la tierra —y lanzó la mano de Eva, al cual convenientemente quedo encima de la mano izquierda de José— Ahora te culparan del asesinato de Eva al tener su mano cerca, pensaran que enloqueciste y que por eso viniste aquí a suicidarte. Tan sencillo como eso, ¿No crees?

La puerta de la azotea se abrió de golpe. Por la intensidad, supuso que no podía ser obra del viento, y un mal presentimiento le llegó cuando escuchó su voz.

— ¡¿Pero que se supone que acaba de pasar?! —gritó Angélica, apuntando a Daniela con la pistola— ¡¿Esa voz era la de José, donde está?!

Ella bajó la mirada, intentando evitar que Angélica le viese directo a los ojos. Se aparto, como si le otorgase permiso de ver el asesinato que había cometido. Angélica podía hacerse una vaga idea de lo que había pasado, pero no lo consumó hasta ver con su propia vista lo que se hallaba a entrada del edificio.

— Y si te fijas bien, esa mano cortada encima de la suya es de Eva —agregó Daniela— Así que son dos, dos asesinatos en una sola noche, sí señor.

— ¿Por qué…?

— Todo se hubiese resuelto con denunciarlos a la policía, decirles que pretendían hacerle daño a mí bebé…. —pero aquella cara de arrepentimiento que había guardado para su amiga ahora se deleitaba macabramente al pensar lo que había pasado— Pero no lo quise así, mejor era hacerlos desaparecer para siempre, que sintiesen dolor, para que derramasen cada gota de su sangre y soltasen uno a uno sus últimos alaridos.

— ¡Eso no puede ser Daniela! —gritó Angélica cada vez más desesperada— ¡Siguen siendo seres humanos!

Daniela empuño con fuerza su cuchillo y lo apuntó hacia Angélica, aunque no desease hacerlo en realidad. Pero el amor que ahora sentía por su bebé era aun más grande que el de Angélica, rozando con la demencia.

— Así que… ¿Estás de su lado? Es una pena, yo te consideraba mi amiga. Si deseas denunciar lo que hice a las autoridades y poner en riesgo mi embarazo, me temo que no te dejaré irte de aquí.

— Un embarazo no te salvará de la prisión y mucho menos es justificativo para cometer un asesinato —dijo Angélica, y temerosa de correr el mismo destino que José, se apartó del borde y se escudó tras la pistola, aunque lo que menos deseaba era disparar— ¡¿No ves que acabas de destruir el futuro del bebé al convertirte en una asesina?!

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-El bebé está a salvo conmigo —Daniela sonrió— Las muertes de Eva y José se solucionan por sí solas, y la única que sabe la verdad eres tú, querida amiga. ¿Me traicionaras?

Angélica calló por un momento. No sabía que responder con exactitud; era incapaz de abandonar a su amiga, pero le era imposible guardarse un secreto tan grande; siendo hija de un policía, tenía el sentido del deber muy estricto. Se burló de sí misma con una sonrisa porfiada, pues había tomado la peor decisión al subir a la azotea a ver qué ocurría.

— Me matarás, ¿No es así?

— Si eres incapaz de guardar el secreto, me temo que deberé hacerlo, Angélica. No puedo dejar que nada interfiera con lo que protejo, mi bebé y yo viviremos felices a fin de cuentas.

Angélica cerró los ojos. Inhalo aire muy profundamente, intentando calmarse. Lentamente, se agachó y colocó la pistola en el suelo, alzándose después y empujándola con el pie para que llegase frente a Daniela. Colocó sus manos tras la nuca y lentamente abrió los ojos.

— Asegúrate de darme directo en la frente, no creo merecer una muerte tan agonizante como ellos —y sonrió como hacía siempre— ¿O crees que lo merezco? ¿Fui mala amiga?

Daniela no lograba entender porque Angélica se ofrecía a sí misma como sacrificio. No se resistió, no luchó para mantenerse con vida, simplemente se resignó y se entregó sumisa. Aquella sonrisa aparentaba felicidad absoluta, algo hermoso, y de tan sólo pensar en destruir esa sonrisa de ángel le hizo sentirse sucia, como si hubiese perdido una parte de su propia humanidad.

— ¿Por qué…? ¿Por qué no puedes guardar el secreto? —aparentando como si desease llorar, por su voz temblorosa voz.

— Simplemente no lo haré Daniela —le respondió ella entristeciendo un poco su semblante al igual que Daniela-. De dejarme vivir, indudablemente iré a confesarlo todo, irás a prisión después de eso, una que deberías tener bien merecida. Pero no quiero…no quiero que sufras allá adentro, no quiero que el bebé sepa que su madre es una asesina. Es lo único que puedo hacer para evitar que eso pase. Te doy mi vida, algo que siempre he querido hacer desde hace mucho tiempo.

— Angélica…

— Es amor, ¿Sabes? —alzó su rostro al cielo, mirándolo tan bello y lejano. Si veía al cielo directamente, podía olvidarse de la inmundicia de la tierra y concentrarse únicamente lo que iba más allá de esta vida— Amor es proteger a pesar de que te cueste la vida. Creo que Verónica sentía lo mismo cuando dio a luz a David, ya que aún sabiendo que podía morir, peleo hasta el final para darle vida. Deberías seguir su ejemplo y luchar por el bebé; sin importar quien se ponga en tú camino, siempre haz lo mejor por él.

Daniela, quien no había llorado desde que su hermano había muerto, irrumpió en un entrecortado llanto. Soltó el cuchillo que hizo un eco metálico al estrellarse

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contra el piso y flexionándose tomó la pistola. Comenzó a temblar tras apuntarle directo al rostro.

— Lo siento…

— ¿Y ahora porque te disculpas tontita? —pregunto Angélica, para luego caminar hasta estar frente a ella— No te disculpes, ya no es necesario hacerlo.

Puso su mano sobre la de Daniela, tocando el frío metal del revólver.

— No tengas miedo, solamente hazlo y acaba con todo esto.

Daniela se sentía extraña. Era un sentimiento en su corazón el que le impedía disparar. Al perderse en sus ojos, se preguntó por qué no se había enamorado de esa misma mirada antes quizás de esa forma las cosas no hubiesen terminado como terminaron, y aunque le sería imposible tener al bebé que ahora le daba razón a su vida, al menos hubiese podido conservar su vida anterior. Pero había sido el vicio, la desconfianza y su propia inseguridad lo que había garantizado este futuro trágico; ella y sólo ella era responsable.

Al contemplarla allí, entregándole su existencia, ese fuerte sentimiento desembocó en una acción repentina: se paró de puntillas para poder alcanzar sus labios, a los que besó con una ternura que José nunca había probado, este era un beso de sentimientos mutuos. Era la única y última forma en que Daniela podía pedirle perdón por todas las tonterías que hizo en el pasado, y aunque en el fondo le costase aceptarlo, también deseaba hacer eso desde que se fue a vivir con ella.

Angélica estaba petrificada. De sus ojos cerrados empezaron a salir lágrimas de felicidad: el beso que había esperado por tantos años, la razón por la cual había soportado todos los insultos denigrantes de José, al fin ocurría. Cuando se separaron, la pequeña Daniela tenía las mejillas tan rojas como las había presentado aquel día en que se enteraron de los papeles de la obra. De tan sólo pensar en los días aún felices, Angélica también se preguntó cuando las cosas habían empezado a ir mal.

— Al menos…fui feliz al fin, muchas gracias.

Angélica le sonrió otra vez, para luego voltearse y retroceder— Ahora… —se giró, extendió los brazos y gritó: — ¡Dispara!

La hizo feliz, se le notaba la alegría en su rostro a pesar de saber que irremediablemente iba a morir. De una manera muy parecida a David. En ambos casos, el sentimiento les había cobrado la vida, pero estaban felices por haber tomado esa decisión, pues habían logrado lo que por años pareció solo un sueño. La muerte no les podía quitar la felicidad que tenían. Y así, aunque la bala que cruzase el aire directo a su frente le golpease, nunca dejaría de ser feliz.

Angélica cayó al suelo como un bloque de cemento. Un gran hoyo le atravesaba la cabeza, del cual salía sangre a borbotones, que lentamente tiñó de rojo el piso donde se había asentado el cuerpo. Daniela lo lloró en silencio, tocando los labios de Angélica con la yema de los dedos, esperando a que poco a poco perdiesen su color y su temperatura. Ya no había nada que hacer allí.

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Se tocó el vientre con sutileza, ahora el bebé era lo único en su vida, ya no le quedaba nada más. Había visto desaparecer todo lo que odiaba, aunque le hubiese costado también ver destruidas las cosas las que amaba. Pero al final había ganado, ya nada le haría daño al bebé, era imposible que ahora algo malo pudiera pasar.

Bajó por las escaleras tras cerrar la puerta dejando la pistola al lado del cadáver de Angélica, escondió el cuchillo de carnicero en un lugar donde nadie advirtiese su presencia y ya sin conciencia alguna, llamó a la policía para que viese el misterioso caso de asesinato que se había encontrado en la azotea: su mejor amiga asesinada de un tiro en la frente. La policía al llegar no tardó en darse cuenta de otro macabro hecho: un adolescente se había suicidado al arrojarse desde la misma azotea donde se hallaba el cuerpo de la joven. La mano cortada fue el indicio de otro crimen, pero este no fue descubierto sino unos cinco días después, cuando un hedor putrefacto en el parque llamó la atención de las personas, encontrando el cadáver descuartizado de una adolescente a la cual le habían cortado la mano derecha. El arma punzo cortante nunca fue encontrada. La pistola, que ya había estado en casos anteriores, fue decomisada, pero en su traslado a la jefatura se extravió, y fue imposible encontrarla después; nunca se tomaron las huellas digitales.

El crimen quedó oficialmente resuelto por el padre de Angélica, quien regresó a la ciudad tras enterarse de lo ocurrido con su hija. Entre lágrimas, concluyo que José había sido el culpable del asesinato de ambas jóvenes. Asesinó a Eva y tras darse cuenta del horrible crimen que había cometido, subió al edificio más cercano buscando tirarse desde la azotea. Fue simple casualidad que Angélica estuviese allí y que hubiese dejado la puerta abierta; José, en un estado de alteración psicológica grave, le arrebató el arma y le disparó, para luego terminar de suicidarse. Los motivos por el cual José llevó la mano con él o la falta de evidencia sobre las huellas dactilares de la pistola por la desaparición de esta no fueron alegatos tomados en cuenta al redactar el informe. Como las tres personas involucradas estaban muertas, el misterio de ese caso nunca podría ser resuelto por completo.

Daniela aún no podía creer que lo que veía en la televisión desde su camilla de hospital fuese cierto. En la Capital, tras un robo multimillonario a un banco, los cadáveres de los diez rehenes salían en fila tapados con sabanas blancas. La reportera decía los nombres en voz alta, y entre ellos figuraban los de sus padres. No había duda de que fuesen ellos, pues cuando los estaban metiendo en la furgoneta de la morgue, un mal paso del ayudante hizo que el cuerpo cayese fuera de la camilla a la vista de las cámaras, y pudo verlo perfectamente totalmente agujereado por las balas. Para ese momento ya llevaba seis meses de embarazo y se había internado en el hospital cuando vivir en el apartamento se le había hecho complicado con tantas escaleras. Ya se sabía que era el pequeño Ángelo, y no Ekatherina, el que nacería. Daniela lo prefirió de esa forma en ese momento, pues era el nombre que Angélica le había puesto al bebé en caso de que fuese varón.

La segunda noticia llegó al séptimo mes, cuando se enteró que Osvaldo había fallecido de un ataque al corazón.

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Aquellas canas a su corta edad no sólo eran sinónimo de su experiencia adquirida con el trabajo, sino una señal de que era susceptible a morir joven. Pero murió ejerciendo, trabajando hasta el final. Daniela se arrepintió de haberle gritado la última vez que lo vio.

Había ocurrido sin falla alguna. David, Alexander, Eva, José, Angélica, sus padres y ahora Osvaldo. Todos los conectados directamente con el caso de hace trece años o con su embarazo habían perecido por alguna razón, quedando únicamente ella para contar todo lo que David había predicho.

— Viví…para verlos a todos morir…

Daniela a pesar de todo, no se detenía al sobar su pancita cada vez mayor.

— Ahora sólo quedamos los dos, Ángelo.

Pero el desastre llegó con el octavo mes. El bebé se había adelantado, no había forma de evitar el parto prematuro. Fue dispuesta para ser intervenida de cesárea con la mayor urgencia posible; los dolores que sentía antes de llegar al quirófano le eran tortuosos, llegaban a un grado de sufrimiento que nunca antes había experimentado. Ahora entendía perfectamente los últimos minutos de vida de Verónica. Pero no debía morir, bajo ningún concepto se rendiría ante la muerte. Nadie se encargaría de cuidar a Ángelo si ella muriese, ya no había familia ni amigos, solo quedaba ella. Sus gritos desgarradores se escuchaban desde el pasillo de hospital. Esta vez no había una pequeña Daniela intentando saber que pasaba, pues ahora vivía en carne propia lo que su sueño significaba.

Su grito se complementó con un leve llanto, que disminuía en sonido a medida que pasaba el tiempo. Algo no marchaba bien. Definitivamente, cuando vio a los doctores angustiados buscando la forma de poder hacer respirar al pobre Ángelo se dio cuenta de que algo malo pasaba. Lo metieron dentro de una incubadora, le brindaron suficiente oxigeno para que sus pulmones se adecuasen poco a poco a respirar. Poco a poco aquella pequeña cosita rosada, un humano en miniatura, con los ojos cerrados y con una respiración lenta, se adecuaba al aparato.

Daniela se había llevado un gran susto. Ahora lo visitaba todos los días a la sala de incubadoras donde otras madres tenían a sus hijos prematuros. A primera hora de la mañana, iba a cantarle canciones de cuna, y al caer la tarde, le deseaba que tuviese dulces sueños; prometiéndole que algún día crecería para ser muy fuerte, como David.

— Bien, Ángelo, dulces sueños, descansa —le dijo antes de irse a su habitación en el hospital una noche, donde se quedaría hasta poder llevarse al bebé. Pero para Ángelo ya era imposible salir de allí.

Al día siguiente Daniela despertó algo aturdida. Había mucho escándalo en el pasillo, como si algo malo hubiera pasado. Sus sentidos se alarmaron al escuchar que todo ese aquelarre tenía que ver con la sala de incubadoras. Se levantó de golpe, sintió un dolor punzante en el vientre al hacerlo, pues los puntos de la cesárea aún

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no habían sanado del todo. Como pudo se levantó, tomando apoyo de cada pared que tuviese cerca para poder llegar hasta la puerta. Tras abrirla se dirigió directo a la sala de incubadoras, pues al parecer, toda la gente también se dirigía para allá. Su angustia llegó hasta el tope cuando de parte del cuchicheo de unas enfermeras se enteró de que una bacteria se había colado en el sistema proveedor de oxigeno de las cajas y que todos los bebés presentaban infecciones graves, y que los más débiles habían sucumbido ya ante el virus.

Daniela se engañaba a sí misma mientras caminaba cojeando lentamente por el pasillo. Repetía una y otra vez que su hijo era el más fuerte, que no pudo morir por ser precisamente alguien con una gran fortaleza. Peros su sentido común le hizo ver la cruda verdad: Ángelo era débil, su llanto apenas se escuchaba, sus movimientos eran lentos y carentes de espíritu. Sus miedos se confirmaron cuando al acercarse a la sala de incubadoras notó enfermeros cargando bolsas plásticas. Estaba un poco lejos, así que no podía divisarlo bien, pero no había duda de que la incubadora en donde hasta ayer en la noche se alojaba su hijo…estaba vacía.

Ahora estaba sobre la azotea del hospital, mirando con recelo como un bello atardecer se dibujaba sobre su añorada ciudad. Se sintió triste por no darle a Ángelo una oportunidad de ver un atardecer.

— ¡Ángelo! —soltó un grito al cielo— ¡¿Estás allí Ángelo?!

No había forma en que alguien le respondiera, pero aún así seguía llamándole, alentada por su paranoia. Tanto que había sacrificado para este momento, para poder darle a luz. Sufrió, lloró, odió, mató…todo para poder darle la vida, y ahora, tantas cosas no tenían sentido ya. Se preguntó porque huyó de casa; igual su bebé acababa de morir. Recordó la profecía, en donde todos morirían y ella los vería morir; nunca pensó que eso incluiría también al pequeño Ángelo, que nada tenía que ver con lo ocurrido.

— ¡¿Estas con Angélica, Ángelo?! ¡Le debes tú nombre a ella!

El beso que había compartido con Angélica aún circulaba por su memoria. Ahora más que nunca, cuando la necesitaba dándole un fuerte abrazo, se dio cuenta de que se había ido para siempre.

— ¡¿Y qué hay de David eh?! ¡¿También está contigo?!

La mano de su hermano jamás volvería a ser extendida para levantarla durante las mañanas al tropezarse con la alfombra. Recordando las palabras que le había dicho esa misma mañana, mencionó que la familia siempre deseaba lo mejor para ella. No entendía del todo, y se preguntaba si haberlo abortado hubiese sido una decisión correcta en aquel tiempo. De todas maneras, matando al bebé o a Eva y José, terminaría siendo asesina igual.

Estando al borde de la muerte, con un pie en el aire y otro aún aferrándose a la tierra, se preguntó si podría acompañarlos.

— ¿Puedo…puedo dar el último paso? —y soltó la última lágrima que había reservado tras haber llorado durante horas la muerte de Ángelo.

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— Puedo, ¿Verdad? Para reunirme con ustedes, para volver a ser lo que éramos, para comenzar todo de nuevo. Amigos, familia, lo siento. Lo siento si les hice daño, lo siento por no haberme sabido controlar, por no haberme trazado límites que no debía cruzar. —denuncio, para luego secar la lágrima que corría por su mejilla con la manga de su suéter blanco.

Casi escuchaba la voz de Angélica diciéndole que no se disculpara tanto, pero eso era algo más que imposible, estaba sola en esa desolada realidad. Cerró los ojos para sentir la suave brisa que empezaba a tornarse fría con la caída del sol. Bajó aquel pie del aire y lo volvió a colocar en la tierra, únicamente para darse la vuelta y extender lo brazos al aire.

— ¡Volveré con ustedes, amigos! —gritó fuerte y claro— ¡Espérenme, ya voy!

Por su mente volaban recuerdos de los momentos felices. Las fiestas de cumpleaños, las salidas los viernes en la tarde, las reuniones en los distintos clubes; la compañía de sus padres y de sus mejores amigos. Ya no le importaban las cosas buenas o las cosas malas que hubiesen pasado, lo único que deseaba en ese momento era no estar sola.

Rápidamente, empezó a descender desde una altura de treinta pisos. Caía de cabeza, con vista directa al edificio donde había estado prisionera por una causa inútil. El viento se sentía increíblemente fuerte. Pensó que de tener alas sería capaz de extenderlas y planear con facilidad, pero sus brazos no le eran suficientes para poder alzar vuelo. Había tenido los ojos cerrados durante todo el trayecto; pero los abrió para observar por última vez su miseria. Su sombra no era la que se reflejaba en el edificio, por el contrario, aquella gran masa negra que le había aparecido en sueños se presentaba ante ella.

— Destino ¿eh?

La sombra le asintió aún estando de cabeza, para luego desfigurarse en un revoltijo amorfo, desagradable y sin sentido.

Daniela sonrió arrogantemente, ya no había lamentaciones, ni tristezas, ni alegrías, tan sólo un fuerte deseo de terminar esta pesadilla.

— Creo que eso es algo que hasta yo misma puedo predecir, destino.