Sendas Musicales

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Sendas Musicales Serafin Martínez Marz

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Relato corto

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Sendas Musicales

Serafin Martínez Marz

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SENDAS MUSICALES

Por aquel tiempo habíamos terminado la escuela, en el pueblo no había mucha salida

que digamos, así que para ir ayudando a la economía familiar, teníamos que ir cogiendo

todo aquello que buenamente saliera.

Nos dijeron que si queríamos ir a coger las “almendras” a la Masía de Cucalón,

no nos lo pensamos dos veces y allí que nos encaminamos la cuadrilla de amigos un

lunes por la mañana, cargados con nuestros sacos de provisiones y manta para dormir.

Creo recordar que vino Mario el casero a por nosotros con el tractor de la Masía.

Yo no había estado nunca allí, así que al ver la majestuosidad del portón de entrada,

con un perro guardián a cada lado atado con su cadena, ya me impresionó un poco todo

aquello.

La puerta estaba situada en lo que era el recinto amurallado, con sus mirillas en el

muro, para defenderse de forajidos y bandoleros en otros tiempos, dando acceso al gran

patio central, donde se encontraba uno de los aljibes, así como el paso a otras zonas de

la casa.

Situada frente a la anterior, se encontraban los soportales con la puerta principal de

entrada a la casa, (los sillares de piedra utilizados, supongo serían de alguna cantera

existente en las cercanías), entrando a la izquierda se encontraba la capilla, a la derecha

la entrada a las dependencias de la casa principal. En la parte trasera estaban las cuadras

y corral de ganado, así como en un lateral se ubicaba el horno moruno para la

elaboración de su propio pan.

A nosotros nos aposentaron en una cuadra muy grande, donde teníamos que

dormir en una especie de “ pajera “. Para las comidas teníamos una cocina en la parte

superior de la casa, adonde se accedía a través de una escalera y allí nos reuníamos

después de haber estado todo el día recogiendo almendras.

El almuerzo y la comida lo solíamos hacer en el “ tajo “, así no perdíamos tiempo

en los desplazamientos, ( las tierras pertenecientes a la Masía estaban alrededor de ella,

pero algunos campos ya quedaban un poco lejos).

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Recuerdo que como éramos unos crios un poco revoltosos, ( además todos juntos

y fuera de casa ), el dueño nos puso a modo de controlador, al suegro de los caseros, era

un Sr. de Gátova, el cual aparecía a lomos de un “ machico “ pequeño y se pasaba casi

todo el día con nosotros. Una anécdota simpática de aquellos días fue la siguiente:

después de comer descansábamos un rato, y él se dejaba caer en la manta, pero a mí se

me ocurrió que empezásemos a pegar una piedra contra otra, para que pareciese que

estábamos rompiendo almendras, al oirlo se levantaba y venía hacia nosotros para

echarnos la bronca, pero no veía ninguna cáscara y se lo llevaban los demonios al ver

que no podía decirnos nada.

Otro día apareció Salvador con una liebre en la mano, la había cogido mientras

dormía, (este era muy cazador, y lo sigue siendo), así que esa noche tuvimos buen arroz,

pues el tío Pepe el Cacalo, se encargaba de hacernos la cena. También como estábamos

en zona rebollonera, solíamos coger alguno, todo servía para enriquecer nuestra sencilla

y humilde gastronomía, (la verdad sea dicha que hambre no pasábamos).

Como detalle especial, recuerdo que alguna noche nos proporcionaban un poco de

vino para la cena. Había al entrar en la casa, en el pasillo a la derecha, un gran banco de

piedra, con una garrafa siempre llena del buen vino que se cosechaba en sus tierras, con

la transmisión oral que había dejado algún maestro vinatero, (se supone debía de ser

algún cartujo de la Cartuja de Vall de Crist), que dejó su sello particular por aquellas

buenas viñas. La bodega era un encanto, con sus grandes botas, fabricadas allí mismo en

el interior, sus prensas y demás utensilios utilizados para la elaboración de aquel caldo

tan exquisito. La almazara que usaban para el aceite era una maravilla, allí no faltaba de

nada, tenían todo lo básico para poder obtener productos de calidad.

Una noche, el juego consistió en ver quien aguantaba mas rato bebiendo en la bota y

diciendo la palabra “Cu- ca- lón, (habíamos tenido una pequeña recompensa por

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descargar un camión de abono). Así íbamos pasando las noches de aquel lejano mes de

septiembre.

Pero llegó un día que teníamos que ir a ensayar al pueblo, la banda de música

tenía que ir a participar en un festival en Riba-Roja del Turia y entre los amigos que allí

nos encontrábamos había algunos que éramos músicos. Al medio día empecé a

moverlos para así poder marcharnos antes, pero ellos no parecía que estuviesen por la

labor de ir al ensayo, cuando llega la hora de ponernos en marcha, empiezan que si por

aquí no es, que es por allá, ( teníamos que ir andando y volver al día siguiente para estar

a la hora de empezar la jornada laboral), todo eran excusas, algunos se conocían muy

bien el terreno, pero tampoco querían decir, no queremos ir al ensayo. Así que viendo la

situación y que el tiempo apremiaba les dije, no preocuparos, si no queréis venir no pasa

nada, vosotros volveros a la Masía, yo me voy al ensayo y mañana ya volveré.

Y así lo hice, me recorrí la “senda “ hasta llegar al pueblo, acudí al ensayo y

podéis imaginaros las voces del director, (si es que no puede ser, ni tocan su papel, ni

vienen a ensayar, así no se puede salir a ningún sitio). A todo esto yo callado y con mi

instrumento preparado para empezar el ensayo, ensayé y me fui a dormir, pues de

madrugada en compañía del tío Julio con su macho, nos pusimos en camino para llegar

a la hora de comenzar la marcha con todos.

Al día siguiente, cuando acudía a la Masía para cambiarme y asearme un poco para

acudir otra vez al ensayo, allí me estaba esperando el dueño de la Masía al lado de su

coche, (por lo visto se había enterado de lo del día anterior). Solamente me dijo: hoy no

te vas andando, sube que te llevo, esto que tú haces tiene mucho mérito, se nota que la

música te gusta mucho.

Terminamos la semana y el Domingo nos desplazamos a Riba-Roja, donde tuvimos

una actuación bastante digna, dado los escasos recursos con los que en aquellos tiempos

contaba la banda.

En este relato, todos los nombres son ficticios, cualquier parecido con la realidad es

pura coincidencia.