Ser contemporáneo, ese modo actual de no ser moderno

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INTROITO la idea de lo «moderno» nace aproximadamente en el siglo v de nuestra era, al producirse el derrumbamiento del imperio romano y plantearse, quizás por primera vez en la historia de occidente, la oposición entre lo antiguo y lo «moderno». la his- toria de esta compleja y ambigua oposición ha sido desarrollada por algunos autores, entre ellos hans robert jauss, pero aquí nos remitiremos fundamentalmente a los estudios de jacques le goff sobre el particular 1 , que sin ser los únicos por ahora nos parecen suficientes, a modo de marco general. de acuerdo con este proceso histórico de mutación y ajuste de sentido de lo «moderno», queda claro que, en sus inicios, según el autor en cita, lo «moderno» significó sólo el modo de ser de las cosas hoy, es decir, el modo actual del mundo, que por algunos, por añadidura, se empezó a considerar mejor que el modo de ser de lo antiguo. dicho de otra manera, en esta oposición entre lo antiguo y lo «moderno», en sus comienzos, lo «moderno» estuvo signado por dos dimensiones: en primer lugar, por la dimensión del tiempo, para expresar sólo la actualidad de algo; y en segundo lugar, por una dimensión cualitativa, según la cual el modo de 1. le goff, jacques, pensar la historia, barcelona, ediciones paidós, 1991.

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INTROITO

la idea de lo «moderno» nace aproximadamente en el siglo v de nuestra era, al producirse el derrumbamiento del imperio romano y plantearse, quizás por primera vez en la historia de occidente, la oposición entre lo antiguo y lo «moderno». la his-toria de esta compleja y ambigua oposición ha sido desarrollada por algunos autores, entre ellos hans robert jauss, pero aquí nos remitiremos fundamentalmente a los estudios de jacques le goff sobre el particular1, que sin ser los únicos por ahora nos parecen suficientes, a modo de marco general. de acuerdo con este proceso histórico de mutación y ajuste de sentido de lo «moderno», queda claro que, en sus inicios, según el autor en cita, lo «moderno» significó sólo el modo de ser de las cosas hoy, es decir, el modo actual del mundo, que por algunos, por añadidura, se empezó a considerar mejor que el modo de ser de lo antiguo. dicho de otra manera, en esta oposición entre lo antiguo y lo «moderno», en sus comienzos, lo «moderno» estuvo signado por dos dimensiones: en primer lugar, por la dimensión del tiempo, para expresar sólo la actualidad de algo; y en segundo lugar, por una dimensión cualitativa, según la cual el modo de

1. le goff, jacques, pensar la historia, barcelona, ediciones paidós, 1991.

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ser de las cosas en el presente de hoy, es preferible y mejor que el modo de ser de las cosas en el pasado.

de otra parte, la expresión «moderno» constituye un neologismo aparecido ya en el siglo vi, derivado de la síntesis de dos palabras: hodiemus, que viene de hodie (hoy), y modus, que quiere decir modo. es decir: el modo de hoy. de acuerdo con esto, en sus inicios el término «moderno» únicamente indicaba actualidad en el tiempo, y por lo tanto sólo se refería al presente de las cosas y no a todo lo que hoy en día se entiende por moderno o modernidad. dicho de otro modo, en la antigüedad medieval del siglo v se podía ser actual y preferir dicha actualidad respecto del pasado, sin que ello significara ser mentalmente moderno, en el sentido que posteriormente adquirió la expresión modernidad. dicha actualidad en cuanto al tiempo, a su vez, es la dimensión principal y en ocasiones casi única que nutre hoy en día la idea de contemporaneidad. aunque, a decir verdad, la contemporaneidad en nuestros días no sólo significa simple actualidad de algo, sino actualidad respecto de otro algo que existe al mismo tiempo con lo que se predica y cuyo prestigio nos impulsa a su uso, imitación o copia.

aquella significación inicial de lo «moderno» sólo como actualidad, restringida únicamente al modo de ocurrir las cosas en el presente de hodie, resulta por supuesto absolutamente insuficiente para pensar la complejidad de occidente a partir de los procesos económicos, culturales y políticos que se pusieron en marcha con el renacimiento y durante los siglos subsiguientes, incluido el proyecto de la ilustración, la revolución industrial y tlodo lo que de ahí se derivó para hacer mucho más compleja la idea de lo moderno.

de hecho, la modernidad renacentista y

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post-renacentista no sólo instauró con la cultura antigua greco romana una relación absolutamente diferente, si se la compara con la que había instaurado hasta entonces el «hodiemus medieval», sino que con el advenimiento del capitalismo se produjo en occidente

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ser contemporÁneo

una ruptura y un cambio de época tan profundos, que la signifi-cación de lo moderno pasó a ser radicalmente otra. el mundo moderno ya no significó entonces sólo lo contemporáneo, es decir lo actual en el tiempo, el modo de hoy, tal como lo fue durante la edad media, sino que empezó a significar, cada vez más clara-mente, la profundidad de una ruptura de época tanto como la conciencia de dicha ruptura. un nuevo modo de ocurrir la economía en igualdad y libertad, un nuevo modo revolucionario de pensar y diseñar el poder y el estado, un nuevo modo de pensar racionalmente el mundo y la relación de causalidad entre los fenómenos, un nuevo sujeto gobernado por el principio de individuación y armado con un método racional, la secularización del pensamiento y la cultura, el desarrollo del pensar científico y el predominio de la técnica, etc. así, del simple modo de hoy, en el sentido del hodiernus medieval, lo moderno pasó a significar, de la mano de la burguesía naciente, la ruptura dramática del mundo medieval en todos los órdenes y el aparecimiento y consolidación de una nueva época y de la conciencia de la misma: la modernidad.

aquel significado de lo «moderno», restringido sólo al modo de hodie (hoy), se mantuvo al parecer durante toda la edad media, sin mayores variaciones, y fue el terreno en el cual se situó a lo largo de varios siglos la oposición entre lo antiguo y lo nuevo. el sólo transcurso del tiempo parecía suficiente para introducir mínimas y muy lentas variaciones y novedosos modos de hacer, de pensar o de decir, que iban encontrando el favor y la adhesión de algunos, que los preferían frente a las antiguas maneras, aunque dicho cambio se presentara lento y las modificaciones instauradas por el presente respecto del pasado no fueran de ningún modo dramáticas. la «ley» del mundo no era por entonces la «velo-cidad» ni el valor supremo era la novedad «per se». sin embargo, el advenimiento del renacimiento, como antes quedó dicho, significó una ruptura crucial respecto del terreno en el que se había venido pensando la oposición medieval entre lo antiguo y

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lo «moderno». a partir del renacimiento lo moderno ya no pudo significar sólo el modo de hoy, es decir, la actualidad o el valor de lo que sucede en el presente, frente al valor del pasado o antigüedad, sino que adquirió de ahí en adelante una significación que se desplazó de manera preferencial hacia la puesta en evidencia de una crucial y definitiva ruptura de época, acompañada de su correspondiente conciencia. a partir del renacimiento la economía fue libre, se hizo posible la instauración del valor del dinero como criterio de significación y valoración social donde antes dominaba el criterio de la aristocracia de la sangre, surgieron las democracias políticas y se instauró el protagonismo del pueblo como fundamento de la soberanía y fuente suprema de todo poder, prevalecieron los valores plebeyos de la igualdad social y de la libertad en contra de las exclusiones de la sangre, se produjo la retirada cada vez más aguda de los dioses y se secularizó el arte, el pensamiento y la cultura, se instauró el prestigio de la razón y de los métodos racionales del conocimiento, se disparó la racionalidad productivo-instrumental y el mundo de occidente entró por entero en el «reino» de la ciencia y de la técnica.

esta poderosa re-significación histórica de lo moderno, puesta en marcha por el mundo burgués, modificó de manera substancial el terreno en el cual había sido situada la oposición entre lo antiguo y lo nuevo, a la manera medieval. para empezar, replanteó a fondo la relación con el pasado, es decir con la antigüedad griega y romana, con la cual el renacimiento supo entrar en inmediata y fructífera sintonía, al tiempo que rompía dramáticamente con lo medieval. de este modo, el fundamento de la modernidad renacentista y del naciente proyecto moderno debió ser la anti-güedad griega y romana, de la cual se nutrió de manera substancial, para poder

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plantearse, con la autoridad que confería el pasado clásico, la ruptura de época frente al medioevo y sustentar así la esencia de un nuevo humanismo.

ser «moderno», entonces, en el restringido sentido del «hodiernas» o actualización en el presente y preferencia por el modo

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ser contemporaneo

de hoy, ante lo antiguo, ha constituido un viejo afán a lo largo de muchos siglos. y es el mismo apremio que nutre y explica, de algún modo, la preferencia y adhesión de nuestro tiempo por lo contemporáneo. pero ocurre que, ser contemporáneo, es algo que muchos confunden hoy en día con ser moderno, cuando se trata en realidad de dos modos de ser que remiten a dos dimensiones totalmente diferentes. veamos esto con algún detenimiento:

el afán de contemporaneidad sustituye casi siempre entre nosotros la idea de la modernidad o de lo moderno, pues muchos creen que por el sólo hecho de ser contemporáneos ya están instalados por derecho propio en lo moderno. sin embargo, «desde que sabemos que la idea de progreso no atiende a la cronología, y que épocas enteras pueden representar un retroceso en la azarosa búsqueda de la felicidad, está claro que lo último puede ser lo más reciente, pero no necesariamente lo más moderno», dice josé maría ridao2. efectivamente, lo último puede ser lo más reciente pero no necesariamente lo más moderno. de hecho, se puede ser contemporáneo y estar actualizado e instalado en lo último, en el restringido sentido del hodiernas o modo de hoy, sin haber tenido que pasar, ni siquiera remotamente, por la ruptura mental que significó para occidente el ingreso en la modernidad post-renacentista. un mundo espiritual y material, como el burgués, capaz de conducir pos-teriormente a la ilustración, con todo lo que dicho tipo de modernidad, entendida como ruptura de época, significó en el terreno de la economía, la política, la urbanización, la cultura, la mentalidad y las simbologias. hoy por hoy, en tiempos de predominio de lo que con no poca ingenuidad se conoce como

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la «nueva era», esta feligresía del fin de siglo que se aglutina en torno de los «nuevos» misticismos, los horóscopos y las cartas astrales incluso computarizadas, no tiene ningún inconveniente

2. ridao, josé maría: «lengua, tolerancia y modernidad en la cultura española», revista quimera no. 152, barcelona, noviembre de 1996.

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mental en ser absolutamente contemporánea en el sentido del hodiernus medieval, mientras su cabeza y la cultura de que su cabeza es tributaria permanecen de bruces en la magia, la religión, la hechicería, el mito y, en general, en formas de representarse el mundo típicas de épocas premodernas que, sin embargo, hoy por hoy se consideran a sí mismas como el último grito de la moda que cunde, cuando de lo que en realidad se trata es de una nueva versión o ropaje de lo arcaico. dicho de otro modo, se puede ser hoy perfectamente contemporáneo y actual, en el res-tringido sentido del hodiernus medieval, sin necesidad de que la cabeza de ese «nuevo» fanático de nuestro tiempo haya tenido que pasar por la ruptura mental, simbólica y cultural que significó en su momento, para occidente, el cambio de época denominado «modernidad» que instauró el mundo burgués a partir del renacimiento, luego el advenimiento del proyecto ilustrado y más tarde el desarrollo en pleno del capitalismo industrial, con todo lo que ello significó. dicho de otro modo, el escamoteo de lo moderno por el afán de lo contemporáneo.

algo va, entonces, de la denominada modernidad mental y cultura], propia de lo moderno post-renacentista y del proyecto ilustrado, caracterizada por el racionalismo filosófico, los mé-todos racionales de conocimiento y el prestigio de la ciencia y la técnica, la desacralización y secularización de la cultura, el declive y fin aparatoso de las monarquías y de los privilegios de la sangre, la instauración del mundo de lo popular y la reva-lorización de lo plebeyo, los ideales y valores de la libertad y la igualdad, la reforma protestante y el calvinismo, entre otros rasgos, con sus correspondientes simbologias y universos representativos modernos, a los productos e instrumentos de la técnica hijos de esa modernidad, es decir, lo que se conoce como civilización instrumental, producto y derivación de la racionali-dad productivo instrumental de ese mismo mundo moderno. en efecto, el afán por la novedad y por situarse en el ahora y en el encanto del presente, puede ser sólo un afán derivado de la

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ser contemporaneo

necesidad de gozar de los beneficios permitidos por la actualidad técnico-instrumental de la civilización moderna, sin que dicho goce y disfrute implique necesariamente tener que pasar por la ruptura mental de lo moderno, en el sentido antes señalado. dicho de otro modo, hay sujetos y pueblos que, sin necesidad de hacer la ruptura cultural y mental propia de la modernidad, como en américa latina, fueron capaces, sin embargo, de aceptar, propiciar el advenimiento e incorporar el componente de civilización técnico-intrumcntal propio del conjunto del proyecto moderno y de plegarse a su racionalidad. esto es lo que permite, en ciertos sujetos individualmente considerados o en ciertos pueblos míticos y mágicos premodernos que se conservan a pesar de todo sin apenas romperse ni mancharse, la mixtura y el hibridaje un poco alocados que resultan de la incorporación a la existencia cotidiana de las técnicas e instrumentos más actuales, en el sentido del hodiernus medieval, en medio de estructuras culturales premo-dernas. es este afán de contemporaneidad y de actualidad el que permite la coexistencia de la civilización técnico instrumental más «avanzada» con núcleos duros de mentalidades pre-modernas que no han necesitado pasar por la ruptura mental que significó el haber ingresado en lo moderno, en el sentido occidental post-renacentista.

EL HIBRIDAJE CULTURAL DE TEMPORALIDADES HISTÓRICAS EN AMÉRICA LATINA

en américa latina se presenta lo que algunos han definido como la simultaneidad de las diferentes dimensiones del tiempo en la cultura. dicho de otro modo, parecería como si

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fuéramos premodernos, modernos y postmodernos al mismo tiempo. esta denominada simultaneidad de diversas temporalidades históricas en extraña coexistencia se ha convertido en una especie de señal de identidad o característica cultural de américa latina, pues parecería que al tiempo que hemos incorporado a nuestro pensar-

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vivir sistemas de representaciones, sensibilidades, instituciones y valores propios del mundo moderno y de la modernidad, al menos desde el punto de vista meramente formal, hemos también conservado vestigios supervivientes pero muy vigentes de la cultura de la magia, el mito, la religión, la hechicería, la preva-lencia de los vínculos comunitarios sobre los vínculos propiamente sociales y civiles, en fin, rasgos de culturas precedentes a la cultura moderna, y simultáneamente hemos venido incor-porando e interiorizando, al menos en ciertos y determinados sectores de nuestra población urbana, elementos culturales propios de la denominada postmodernidad, que se expresan a través de una diferente sensibilidad y de un modo de pensar y de vivir muy propios de la crisis de legitimidad de los principales mitos y relatos modernos.

en medio de toda esta tan completa como inédita mixtura, este hibridaje y esta especie de alocada simultaneidad de diferentes temporalidades y espacialidades culturales, de algún modo natural a toda cultura híbrida y mestiza, nos encontramos ahora frente a la necesidad de encuadrar esa otra dimensión más de la subjetividad y de la cultura en el tiempo que aquí hemos venido denominando el afán de contemporaneidad. podríamos decir entonces que el sujeto latinoamericano en general tiene algo o mucho en combinación, según el caso, de premoderno, de moderno, de post-moderno pero, también, muchísimo de contemporáneo. en el fondo, el sujeto latinoamericano parecería estar capacitado para incorporar e interiorizar, sin contradicción «interior», elementos (representaciones, valores, sensibilidades, objetos, etc.) culturales provenientes de diferentes temporalidades y espacialidades, sin tener que eliminar por

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ello aquellos elementos que desde un punto de vista lógico pudieran estimarse diferentes, contrarios, contradictorios o incluso antagónicos. la trama interior del sujeto latinoamericano resulta así constituida por una especie de negociación y transacción cotidiana entre elementos culturales provenientes no sólo de diversas espacia-

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ser contemporaneo

lidades y temporalidades, sino contrarios, contradictorios y hasta antagónicos, sin que por ello el sujeto deba hacer estallido. simplemente, el sujeto latinoamericano así poblado no sólo de lo diverso sino de lo contrario y hasta de lo contradictorio y lo antagónico, se torna en un sujeto quizás más complejo, un tanto «alocado» y contradictorio frente a la mirada occidental clásica, habitado por comportamientos y sensibilidades imprevisibles y muchas veces inesperados. el sujeto latinoamericano es una especie de suma histórica sin eliminaciones. de este modo, ha podido ser premoderno y perdurar en su poca o mucha premodernidad cultural mítica y mágica, al mismo tiempo que ha podido ser moderno a medias y ahora en ciertos casos relati-vamente postmoderno. a todo lo cual debemos agregar ahora la dimensión que deriva no sólo de su afán de contemporaneidad sino de su real ingreso en la fascinación de la actualidad instrumental y de ciertos estilos de vida y sensibilidades que de ahí se derivan, en una misma masa. como quien dice: mentes predominantemente mágicas, religiosas, míticas y hechiceras, rodeadas del «confort» y de los instrumentos contemporáneos y más recientes, en medio de «formas», «instituciones» y «lenguajes» vacíos heredados de lo moderno y en la cabeza un caótico caldo hecho de sensibilidades y estilos de vida relativamente postmodernos.

SER CONTEMPORÁNEO NO ES LO MISMO QUE SER MODERNO

ser contemporáneo quizás sea a primera vista algo muy próximo de ser moderno, pero definitivamente no es lo mismo, tal como ya lo vimos en las páginas anteriores. incluso, podría decirse que plegarse al afán de

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contemporaneidad equivaldría a convertirse en una de las mejores maneras actuales de no ser moderno o de evadir los rigores y las exigencias mentales de la modernidad en el sentido kantiano de la mayoría de edad. tal vez para ser moderno se tenga que ser en algo contemporáneo.

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pero para ser contemporaneo no se requiere necesariamente de ser moderno. la modernidad, tal corno ya se ha dicho, implica mentalidad científica, desarrollo de relaciones capitalistas, institucionalidad política y jurídica democrática, ideologías igualitarias y libertarias, formas estéticas y desarrollos artísticos específicos de la modernidad, desarrollo de tecnología y de ciencia aplicada y, sobre todo, una mentalidad secular derivada del desencantamiento del mundo. pues bien, la modernidad exige entonces una serie de requisitos, características y condiciones históricas y culturales muy especiales. en cambio, tal como lo desarrollaremos más adelante en este texto, la contemporaneidad no es una característica o una calidad a la que se llega necesariamente por el camino de la modernidad. se puede ser contemporáneo, en consecuencia, sin haberse asomado siquiera a la modernidad, en el sentido de la ruptura de época ocurrida con posterioridad al renacimiento y, sobre todo, al proyecto de la ilustración y la idea de la mayoría de edad. la contemporaneidad es, pues, absolutamente otra cosa diferente de la modernidad. pueden, por supuesto, presentarse juntas, pero pueden también darse por separado.

¿QUÉ SIGNIFICA, ENTONCES, SER CONTEMPORÁNEO?

en principio, la contemporaneidad significa sólo actualidad simultánea de dos o más cosas en el tiempo. gramaticalmente, ser contemporáneo consiste en que algo existe o ha existido simultáneamente con otra persona o cosa. pero para los fines de nuestra reflexión, la contemporaneidad no debe limitarse sólo a la simple coincidencia y simultaneidad de dos o más cosas en el tiempo. los indígenas amazónicos actuales, por decir algo, son contemporáneos de los jóvenes neoyorquinos o berlineses de nuestros

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días, en cuanto existen ahora mismo de manera simultánea en el tiempo, pero tal contemporaneidad no nos dice mucho por el momento. ocurre que a esa simple y llana simultaneidad en cuanto al tiempo debemos ser capaces de agregar otras cir-

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ser contemporÁneo

cunstancias y condiciones para que la contemporaneidad de la que hablamos se lome realmente significativa, al menos para los fines de nuestra reflexión.

hemos dicho que ser contemporáneo implica una radical actualidad en cuanto al tiempo presente. y que, ser actual, significa que algo existe, sucede o se usa en el mismo tiempo de que se habla. para nuestro caso específico, en el tiempo de hoy y de ahora. he subrayado especialmente la expresión «usarse», porque resulta fundamental a nuestro propósito. en efecto, no es lo mismo que algo exista o suceda simultáneamente y en el mismo tiempo con otro algo (persona, proceso o cosa), circunstancia que puede llegar a darse sin que dichas realidades cuya existencia resulta simultánea se conozcan entre sí o hayan hecho contacto siquiera algún día, a que algo se use simultáneamente en diferentes partes, pues la mera existencia simultánea es algo absolutamente diferente del uso simultáneo. la existencia de procesos, objetos o costumbres, etc., en diversos lugares y espacios de la geografía planetaria, conduce en general a la idea de la simple contemporaneidad por coincidencia en el tiempo, pero la cuestión de los usos simultáneos de lo mismo en diferentes áreas de esa misma geografía planetaria resulta a nuestros fines particularmente reveladora.

los usos tienen que ver con muchas dimensiones posibles de la utilización de algo. por lo pronto, los usos y las utilizaciones de objetos, procesos, informaciones y todo aquello susceptible de ser tomado en préstamo y apropiado de otras culturas y civilizaciones, pueden conducir a la que podríamos denominar incorporación de una cultura, de una civilización o de un sujeto en la contemporaneidad de otro por la vía del uso. desde este punto de vista, un sujeto,

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una civilización o una cultura pueden participar de la contemporaneidad «avanzada» de otro o hacer «inclusión» en ella, tomando para su uso y utilización aquellos elementos que actualmente y de manera simultánea en el tiempo estén teniendo existencia u ocurrencia en esas otras culturas o

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civilizaciones, en diferentes lugares de la geografía. los fenómenos de globalización de nuestro tiempo tienen por lo tanto muchísima relación con el efecto de contemporaneidad, sin que ambos conceptos signifiquen lo mismo. pero es innegable que la globalización puede determinar e incluso precipitar en ciertas culturas y civilizaciones la urgencia o la fascinación de la contemporaneidad.

dicha contemporaneidad, además de darse mediante los usos y utilizaciones de «lo otro» actual y simultáneo, puede ocurrir también por imitación. en este caso lo que existe o sucede en otra parte del mundo «hoy en día» o lo que simplemente se ha puesto de moda, si lo imitamos y lo incorporamos a nuestras vidas, no sólo mediante su uso sino mediante su imitación (sensibilidades, gestualidades, maneras, actitudes y formas de pensar y de vivir), termina por ser nuestro modo de insertarnos en la contemporaneidad, ya sea por el camino del uso de lo que simultáneamente se usa o estila en «la actualidad» en otra parte, ya sea por el camino de su imitación. sin embargo, uso e imitación son conceptos que implican dimensiones diferentes de la apropiación de «lo otro» actual. la imitación implica una cierta dosis de admiración de aquello que se imita. se imita generalmente aquello que se considera digno de ser imitado, aquello que al imitarse otorga prestigio, admiración o reconocimiento. ser contemporáneo por vía de imitación de lo otro actual significa estar en sintonía con el ahora del mundo, con el prestigio que la ideología de lo «novedoso» ofrece a quien se comporta según sus baudelairéanos designios. dicho de otro modo, el afán de ser contemporáneo es algo que se puede convertir para el sujeto y para la cultura en una verdadera

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ideología, en virtud del conjunto de representaciones imaginarias que instaura. imaginarios respecto del poder y del prestigio de «lo nuevo», de lo actual y de lo que se usa y está de moda, por el sólo hecho de ser actual.

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lo contemporÁneo y el mito del progreso

uno de los mitos modernos más fuertes y acendrados es el mito del progreso, sobre todo porque se encuentra respaldado por las «evidencias» proporcionadas por el «avance» tecnológico, tècnico y científico. el mito del progreso se fundamenta en el imaginario según el cual el alma humana es un algo perfectible, es decir susceptible de un proceso de perfeccionamiento continuo v acumulativo a lo largo de la historia no sólo del sujeto sino de la humanidad. se parte del supuesto, a mi modo de ver absolu-lamentc imaginario, de creer que el hombre primitivo, gradual-mente, se fue convirtiendo en un hombre cada día más bueno, cada vez más perfecto desde el punto de vista intelectual y ético, basta llegar a lo que es el hombre de hoy, y que dicho proceso de perfeccionamiento no ha terminado y continuará dándose hacia el futuro. este mito del progreso confunde el «perfeccionamiento» tecnico y tecnológico, así como el «avance» científico del conocimiento, con un supuesto e imaginario proceso de perfeccionamiento acumulativo del alma humana a lo largo de la historia. pero ocurre que el alma humana no se perfecciona realmente a lo largo del tiempo, y no son más buenos ni mejores los hombres be nuestro tiempo respecto de los hombres de otras épocas pasadas, ni a la inversa. cada que nace un ser humano es necesario volver a comenzar de «cero» desde el punto de vista ético, pues en ese animal biológico de la especie humana que ha nacido es imprescindible instalar, desde el principio, la ley de cultura normativa capaz de transformarlo en hombre y de arrancarlo de la animalidad a la que por derecho natural pertenece.

no existe pues una acumulación histórica de la «bondad» y de la

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«perfección» humanas. y, por lo tanto, no existe progreso entendido como proceso de perfeccionamiento acumulativo de la denominada condición humana. los instrumentos técnicos y los saberes ligados a su producción, por supuesto, sí se han «perfeccionado» a lo largo de la historia, en el sentido de que existe una memoria acumulativa técnica y de conocimiento que

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la tiera que atardece

se apoya en los «avances» precedentes para mejorar la eficiencia o la productividad de los medios instrumentales desde el punto de vista de su capacidad para resolver dificultades concretas. la historia de los «progresos» del avión, del tren, de la telefonía. de los equipos de sonido y de las máquinas y sistemas inteligentes, por citar sólo algunos ejemplos, sería suficientemente ilustrativa para demostrar que en el campo de la ciencia, la técnica y la tecnología sí existe perfeccionamiento progresivo. sin embargo, esto no significa que simultáneamente con el avance técnico e instrumental el ser humano se esté perfeccionando en el sentido ético, ni que el mundo sea éticamente mejor ahora que antes, ni a la inversa. es decir que el ser humano tampoco está empeoran-do, ni entrando en decadencia ni llevando a cabo ninguna suerte de regresión ética, como algunos cultores del apocalipsis his-tórico creen. simplemente continúa siendo, a pesar del «pro-greso» técnico e instrumental y del «avance» de la información y del conocimiento, el mismo animal peligroso de siempre. cada que nace un nuevo animal de la especie humana, vuelve y juega la cuestión de su instintividad animal y del dominio de sus coordenadas éticas. y hay que domesticarlo y meterlo en cintura, tal como se hizo en el pasado, se hace ahora y se continuará haciendo, mediante los métodos de interiorización normativa que todas las culturas y civilizaciones han tenido a su disposición para garantizar que las pulsiones instintivas ligadas a la sexualidad, al consumo de los alimentos y a la agresividad sean mantenidas bajo relativo control, sometiéndolas a la represión y reglamentación correspondientes.

sin embargo, el mito del progreso propio de un cierto tipo de modernidad ya muy «antiguo», que según teresa oñate3, apo-yándose en martín heidegger, arrancó con los griegos, nos hizo suponer que tanto el alma como la denominada condición humana

3. oñate, teresa: «al final de la modernidad», revista fin de siglo, no. 2, universidad del valle, cali, colombia, 1992.

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cían moldeables hacia el bien y perfectibles en un sentido acumulativo y progresivo, proceso de perfeccionamiento que según este mito coincidía con la historia de occidente y que de hecho ya había ocurrido y estaba allí para ejemplo del mundo y de otras culturas. de este mito participó también, y de qué manera, la modernidad post-renacentista en occidente, las ideologías del capitalismo y del marxismo, las religiones occidentales modernas, el movimiento de la ilustración y todo el siglo xix y parte del xx en los países industrializados, donde los teóricos de la postmodernidad encuentran hoy que dicho mito ha entrado en declive o que incluso ha colapsado, sobre todo en aquellos sectores de la población que cultivan el nihilismo y la desesperanza. no obstante, en los denominados países del tercer mundo parecería que este mito del progreso aún conserva parte de su vigor, de su legitimidad y de su vigencia histórica. pero, independientemente de lo que se pueda decir al respecto, resulta evidente la relación que existe entre el mito del progreso como ideología que convierte «lo nuevo» y «lo actual» en lo mejor y en lo más deseable y bueno, es decir en la manifestación más depurada del progreso humano frente al pasado y el «atraso», y el denominado afán de contemporaneidad. la contemporaneidad entendida como afán casi pulsional de nuestro tiempo en favor de lo actual, en cuanto necesidad de uso, apropiación o imitación de «lo otro» prestigioso que simultáneamente existe o se ha producido o se estila en otra parte «ahora mismo», deriva muy seguramente del imaginario cultural ligado al poderoso mito del progreso, que introduce en un mismo saco, confundiéndolos, el «progreso» técnico-científico con la idea del

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perfeccionamiento continuo de la condición y del alma humanas por el «sendero del bien«. pues, como dice wittgenstein: «no es posible dirigir al hombre hacia el bien; sólo es posible dirigirlo a alguna parte»4.

4. wittgenstein, ludwig, tractatus logico-philosophicus, madrid, alianza editorial, 1994.

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en efecto, tal corno ha sido dicho antes, el hombre en occidente y las culturas occidentales han creído que el sujeto humano «avanza» hacia «adelante», por el sendero del bien y con la ayuda de la razón, y que dicho «avance» es acumulativo y progresivo a lo largo de la historia.

la idea de la vida individual pero, sobre todo, de la vida colectiva como «un viaje» histórico hacia el perfeccionamiento y hacia el bien como un punto en el horizonte, es una idea muy fuerte de la que ha derivado una muy abundante mitología cultural, como sucede con la utopía incluso laica, para citar sólo un caso, y de la que a su vez forman parte las religiones occidentales, en cuanto instrumentos de perfeccionamiento del sujeto y de guía de la conducta por el «sendero» del bien, camino del progreso.

pues bien, ya ha quedado dicho, el anhelo de contempo-raneidad como afán ideológico de nuestro tiempo, resulta ser un derivado del mito del progreso en cuanto mito que viene de muy lejos y se ha transformado en lo que hoy queda de él, bajo la forma de anhelo de contemporaneidad. ese mito nos empieza a decir, ya en la modernidad del siglo xix, con baudelaire, que lo nuevo es bueno por el sólo hecho de ser nuevo. y nos susurra además al oído la consigna diaria de estar al día en todo, a la moda. se configura y consolida así para todos el afán de ser contemporáneos mediante el uso, incorporación, utilización o imitación de algo que existe o se ha producido o se ha puesto de moda en otra parte y que, al ingresar a nuestras vidas, se supone que nos otorga prestigio y reconocimiento y nos mejora, no se sabe muy bien cómo ni en qué sentido. pero ocurre que estos elementos así incorporados para estar al día y permitirnos mediante su uso e incorporación ser contemporáneos, terminan coexistiendo con los componentes arcaicos de las culturas que los incorporan, sin que se produzca por ello ninguna contradicción interna insalvable en el sujeto, ni en la cultura a la que pertenece, pues en el fondo la incorporación, imitación, utilización o uso

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de lo contemporáneo instrumental puede perfectamente producirse como simple superposición de lo «nuevo» en la matriz ile lo arcaico, sin que por ello dicha superposición implique casi nunca ningún tipo de cambio previo del sujeto en la dirección mental y cultural de la modernidad, con todo lo que esto significa, sino más bien en la dirección de la simple actualidad. carlos monsivais lo da a entender en los siguientes términos: «la coexistencia extrema tiene lugar e incluso en los sectores lumpen se escucha el rock o la discomusic sin entender la letra pero asumiendo devotamente que la música no sólo es moderna: también moderniza»5.

sin embargo, sería interesante preguntarse si todo aquel que hace suyo hoy en día el afán de contemporaneidad y vive según su ley y en función de la novedad de las cosas, lo hace por haber asumido al mismo tiempo los ideales de la modernidad. a este interrogante debemos responder que no es así. dicho de otro modo, resulta perfectamente posible afirmar que si alguien o si una cultura deciden apropiarse, imitar o usar algo que existe o se esti la «ahora mismo» en otra parte que se considera más «avanzada», esto no necesariamente ocurre porque ese alguien o esa cultura hayan asumido como proyecto o como ideal de sí la modernidad. el afán de contemporaneidad no necesariamente coincide con un afán de modernidad. estamos en presencia de dos tipos diferentes de afán. el anhelo de contemporaneidad corresponde más bien con un afán de «modernización» instru-mental y técnica, o con la necesidad de disponer de conocimientos al día o simplemente de información actualizada para ponerlo todo al servicio de la simple curiosidad o de la racionalidad productivo instrumental. o, simplemente,

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por el prurito de estar

5. monsivais, carlos, «cultura urbana y creación intelectual. el caso mexicano», publicado en el libro: cultura y creación intelectual, en américa ixitina, coordinado por pablo gonzález casanova, méxico, siglo xxi edito-res, 1984.

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«actualizado» en dichos conocimientos o informaciones y poder así hacer uso y consumo del mundo, tal como él se ofrece al usuario y al consumidor de nuestro tiempo. que es exactamente lo que sucede cuando personas o culturas premodernas, a pesar de su premodernidad cultural y mental, incorporan, usan o imitan elementos contemporáneos de otras culturas o civilizaciones que se consideran más «avanzadas», sin tener por ello que asumir para nada la modernidad como un proyecto integral de carácter no sólo instrumental y técnico sino también intelectual, político, espiritual y cultural. en fin, como un proyecto encaminado a la generación de una espiritualidad racionalista y secular tanto como de una vida «civilizada» fundada en la democracia, el respeto por el principio de individuación del sujeto y el reconocimiento de su intimidad. se trata pues, en el afán de contemporaneidad, simplemente, del escueto prohijamiento de la técnica, los instrumentos, las modas, la información y todo aquello que pueda incorporarse por imitación y dejar al sujeto con la sensación de estar al día y actualizado, sin que por ello el sujeto deba cambiar dramáticamente su mentalidad, sus creencias, sus tradiciones ni sus mitos.

CULTURA, CIVILIZACIÓN Y CONTEMPORANEIDAD

desde este punto de vista, el picor de nuestros días por la contemporaneidad alcanza sus mayores grados de realidad y satisfacción mucho más por la vía de la civilización instrumental que por la vía de la cultura moderna en el sentido de ruptura mental de época. con lo cual se torna de nuevo no sólo interesante sino ciertamente útil la diferenciación entre civilización y cultura, a propósito del tema de la contemporaneidad. para los propósitos de este texto entenderíamos por civilización, predominantemente, el universo técnico-instrumental del hombre, y por cultura el universo de las representaciones mentales, sistemas de valores, creencias y expresiones del arte y la creatividad. por supuesto que entre cultura y civilización existe una absoluta relación, al

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punto de que no es posible imaginar una cultura sin su corres-pondiente civilización técnica e instrumental, al tiempo que tampoco es posible pensaren una civilización que no se encuentre soportada por un determinado sistema de representaciones, creencias, valoraciones, etc. pero no obstante la existencia de dulia relación ambos términos pueden y deben diferenciarse.de este modo, podríamos decir que las culturas premodernas,ii adicionales y arcaicas, haciendo caso omiso de la modernidadmental y cultural entendida como ruptura radical de época,pueden sin embargo estar en capacidad de apropiarse de suselementos de civilización técnico instrumental sin necesidadde tener que asumir la modernidad como un proyecto global,en tales circunstancias, un sujeto o una cultura premodernospueden perfectamente escuchar el canto de la contemporaneidad,y proceder así a apropiarse de sus beneficios mediante el uso ola imitación de aquella parte de la civilización técnico instrumental que les permita ser contemporáneos sin necesidad dedoblegarse ante la cultura que ha producido el desarrollo de dichacivilización instrumental. vemos así entonces de qué conmovedormodo, por ejemplo, los indígenas guambíanos trepan en susmotocicletas y consiguen de esta manera ser contemporáneossin necesidad de ser mentalmente modernos, incluso desde elpunto de vista de la información al día de que disponen a travésde la televisión satelital, y sin que por ello deban plegarse demanera significativa a la cultura de la cual derivaron esosproductos técnico instrumentales. que fue lo que un día pudeobservar en el aeropuerto de tanger, en marruecos, cuando videscender por las escalerillas de una poderosa aeronave un jefeespiritual islámico, en medio de adormilados camellos e invocaciones al gran alá. estos elementos de la civilización moderna,como los aviones, los trenes subterráneos, los teléfonos celulares,la música, etc., terminan siendo incorporados, usados o imitadospor las culturas arcaicas, tradicionales o premodernas, sin quepor ello deban desnaturalizarse respecto de su identidad cultural.

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es cierto que dicho contacto con la civilización instrumental tarde o temprano produce su impacto en la cultura que la recepta, pero también es cierto que de esta manera la cultura con su mentalidad y sus tradiciones resiste más eficazmente al impacto de las innovaciones, que sólo se reinscriben como instrumentos en la matriz que las recepta y que se mantiene más o menos inmo-dificada aunque sin aislarse del todo frente a los «avances» civilizadores y modernizadores.

EN QUÉ CONSISTE EL AFÁN DE CONTEMPORANEIDAD

para ser contemporáneo hay que estar pues al día. pero, ese día con el que hay que estar en sintonía, ¿dónde queda y en qué consiste? ¿qué cosas definen la opción de un sujeto o de una cultura por la contemporaneidad? ¿se trata de un sistema de valores que se considera mejor, de unas formas artísticas o científicas cuya actualidad hay que buscar; en fin, se trata de procedimientos mentales racionales que por su racionalidad causan admiración y que despiertan por eso mismo el afán de su imitación?. pues no, en principio no se trata de nada de esto. se trata más bien de otro asunto, cuya complejidad supera los límites de este ensayo pero que por la vía de una aproximación en bruto y muy preliminar podría reducirse a lo siguiente: el afán de contemporaneidad se concentra mucho más en los productos de la civilización técnico instrumental, en ciertos estilos de vida, en la información y en la moda. pero, ¿qué clase de civilización técnico instrumental, qué estilos de vida y qué clase de infor-mación y cuál moda?

las respuestas a los interrogantes anteriores tienen que ver con el desarrollo capitalista de las últimas décadas, que ha homogeneizado la civilización técnico instrumental pero no por ello ha conseguido homogeneizar la cultura. las culturas del mundo son todavía diversas e innumerables, pero la civilización instrumental es una sola y obedece a un sólo vector, y es el que

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produjo y ha continuado produciendo el desarrollo capitalista desde la época de la revolución industrial hasta nuestros días, dicho de otro modo, existe todavía una importante diversidad cultural en el planeta, que resiste eficazmente a la «estanda-rizaación» y a las tendencias a la homogeneidad, pero dicha diver-lidad cultural debe sin embargo enfrentar una sola, hegemónica, prestigiosa y muy fuerte civilización productivo instrumental, que es la que derivó, ya lo hemos dicho, del vector único de los paises industrializados. ya sabemos que toda civilización ocurre dentro de una determinada cultura, y que a su vez es capaz de generar formas culturales nuevas, es decir su propia cultura. aquí la relación es siempre de doble vía y se caracteriza por su propia forma dialéctica, en lo que podríamos denominar un proceso de doble constitución y de mutua determinación.

sin embargo, la civilización técnico instrumental que se generó en los países industrializados terminó imponiéndose a los países coloniales, no sólo por la fuerza de la dominación propia del régimen colonial sino sobre todo por la fuerza de su encanto. el poder de la civilización instrumental derivado de su capacidad de fascinación y de deslumbramiento ejercida sobre los incautos pueblos dominados y presas de un agudo sentimiento de inferioridad, es muchísimo mayor que el supuesto poder de los valores, el arte o la ciencia de los dominadores. esto explica por qué motivos ciertos pueblos denominados atrasados se muestran mucho más flexibles y receptivos frente al poder de los pueblos «desarrollados» en el terreno de la técnica instrumental que en el terreno de sus valores, preceptos éticos o mentalidad. y del encanto y la fascinación de la técnica y de los

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instrumentos surgen en la historia de los pueblos dos sentimientos que resultan complementarios: en primer lugar, el sentimiento de admiración de quienes carecen de esos instrumentos y técnicas respecto de los pueblos que las generan; y en segundo lugar el complejo de inferioridad de los primeros frente a los segundos. difícilmente, aunque no es imposible, los pueblos dominados sienten admi-

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ración por los dominadores desde el punto de vista de su ética, de su imaginario, de sus valores, de su filosofía. pero en el terreno de la civilización técnico instrumental la debilidad de los pueblos dominados resulta anonadante por el camino de la admiración y del sentimiento de inferioridad. por supuesto que la anterior no es una regla absoluta, y habría que ajustaría en cada situación y en cada momento. pero podría servir de modelo básico para pensar preliminarmente la parte más gruesa del asunto.

el afán por lo contemporáneo es entonces un afán fundamentalmente ligado al encanto ejercido por la civilización técnico instrumental y todo lo que se reúne a su alrededor. ese afán, en cuanto pulsión de estar al día, deriva de la admiración por lo que se supone superior, el sentimiento de inferioridad correspondiente y el mito común relativo al valor supremo que se le atribuye al presente por el sólo hecho de su novedad. estar al día en cuanto a la información, la técnica, los instrumentos y la moda es una forma de no quedar excluido, mucho más cuando la velocidad se apodera de todo6; es una forma de no sentirse marginal, de no ser un paria de la civilización. todo esto está ligado también al mito moderno de la igualdad y sus correspondientes fantasías, que se realizan y concretan mucho más fácilmente por parte de los desposeídos mediante el acceso a lo contemporáneo bajo la forma de actualidad en la moda, en la información, en los estilos de vida imitados y en la disponibilidad del «confort» mediante el uso de objetos caseros, que por la vía de un acceso real a la mentalidad moderna. para todo lo cual, como ya ha quedado dicho, no es necesario pasar por la modernidad mental o cultural.

en efecto, el mundo europeo, que hizo la revolución mental y cultural que se conoce

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como la modernidad en los siglos que siguieron al renacimiento, y que produjo más tarde la revolución industrial e impuso las condiciones para que pudiera darse el

6. ver a este respecto los estudios de paul virilio sobre la velocidad en la cultura contemporánea.

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el siglo xix y el capitalismo norteamericano del siglo xx, generó a suI vez la admiración mundial por un modelo de desarrollo que parecía ser la encarnación misma del mito del progreso y que se constituyó en una especie de axioma sustentado en las evidencias de la civilización técnico instrumental, cuya eficacia y bondades nadie se atrevía siquiera discutir.

frente a dicha civilización del capitalismo industrial cada vez más compleja, fue que se planteó en el mundo moderno post-renacentista, para los pueblos tradicionales, «atrasados», arcaicos o simplemente coloniales el afán de contemporaneidad. volvamos a recordar que ser «con-temporáneo» significa entonces en terminos generales existir simultáneamente con otra persona o cosa. se trata, pues, en principio, sólo de una simultaneidad temporal, que no exige sino esa sola correspondencia en el tiempovnada más. no se requiere que quien reciba una determinada información para ponerse al día en las noticias y ser contemporáneo de este modo, por ejemplo, haya sufrido previamente trnsformación mental alguna en la dirección moderna. un aborigen puede en consecuencia estar al día y ser contemporáneo respecto de las noticias y reinscribirlas en su mentalidad, sin necesidad de transformarse para nada en la dirección de la modernidad. igual sucede con la moda. hay que estar a la moda, dicen quienes así se comportan, pero para el uso de determinadas prendas no se requiere haber hecho el cambio mental de época que significó el ingreso en lo moderno. octavio paz sugiere esto cuando afirma que américa latina se incorporó a la historia de occidente sin haber vivido la experiencia del siglo xviii. es decir, sin haber vivido la experiencia colectiva, plebeya, popular

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vprofunda, del quiebre de época que significó la modernidad en el sentido cultural y mental ligado al proyecto de la ilustración.

exagerando un poco, para mediante el expediente de esta exageración trazar una línea de reflexión, podría decirse en consecuencia que lo que nosotros en nuestro país tenemos de contemporáneos, que es casi todo, lo hemos conseguido sin

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necesidad de hacernos realmente modernos en el sentido más hondo del quiebre de época que significó la modernidad europea entendida como secularización de la cultura y de la mente, conformación de una subjetividad tributaria en alto grado del principio de individuación, clara definición de los derechos y responsabilidades de la sociedad civil, en fin, desarrollo del espíritu científico y laico y retirada del encantamiento del mundo. incluso, parecería como si las instituciones jurídicas y políticas de nuestra democracia fueran sólo cascarones formales y por lo tanto vacíos de contenido, correspondientes a una modernidad simplemente apariencial y formal en medio de supervivencias mentales premodernas. hemos podido ser contemporáneos, en consecuencia, desde los barrios de elite hasta las barriadas marginales, sin abandonar por ello el mito, la idolatría, la magia, la hechicería y la religiosidad más hirsuta, porque para serlo sólo se nos exigía y se nos exige la información al día, la admiración e incorporación de la civilización técnico instrumental, la copia por imitación de la moda, en fin, la asimilación de ciertos estilos de vida «agringados» o europeos que, por el sólo hecho de asumirlos y vivirlos como copias caricaturescas nos han hecho sentir en sintonía con ese presente admirado y venerado.

pero, ¿cuál presente entre todos los presentes de las diversas culturas actualmente existentes?. pues el presente en punta de la civilización instrumental, que avasalla con su encanto y anonada gracias a su eficacia.

LA MODERNIDAD, UN PROYECTO INNECESARIO A LA ACTUAL CIVILIZACIÓN TÉCNICO INSTRUMENTAL

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la vieja oposición entre lo antiguo y lo «moderno» en el sentido medieval, que según parece viene dándose desde el siglo v de nuestra era, fue resuelta finalmente en favor de lo moderno aunque sólo con el alcance de simple contemporaneidad y no con el significado de quiebre mental de época. este es un aspecto

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que resulta substancial. al final del siglo xx queda la impresión de que occidente necesita cada vez menos de la mentalidad moderna ilustrada para imponer el triunfo planetario de su civilización técnico instrumental, que por lo demás ya ocurrió. dicho de otro modo, si bien la civilización técnico instrumental de occidente moderno no pudo producirse sin el quiebre mental que significó la modernidad cultural y su proyecto de ilustración en el sentido kantiano de la mayoría de edad, respecto del medioevo, poco a poco esa civilización y esa lógica productivo instrumental se fueron distanciando de su fuente cultural, se convirtieron en ruedas autónomas, generaron su propia cultura —¿eso que hoy denominamos post-modernidad?— y se están pudiendo olvidar, al parecer para siempre, del proyecto mental moderno del que derivaron, es cierto, pero que ya no necesitan. el fin de la modernidad o su crisis, de la que tanto se habla, y esto resulta crucial, dejaron al mundo de occidente al parecer expuesto de nuevo a la continuidad de la línea de lo «moderno» en el sentido medieval —¿estamos viviendo una nueva edad media?—, es decir en el sentido del privilegio de lo «moderno» como simple contemporaneidad u hodiernas, despojando a lo moderno de la substancial y muy profunda re-significación que alcanzó con posterioridad al renacimiento, en el sentido de un quiebre substancial de época, gracias al advenimiento de una nueva mentalidad ilustrada, laica y secular, que como se sabe vino a consolidarse con el proyecto ilustrado. de ahí las masivas regresiones casi medievales a los denominados neo-misticismos de nuestro tiempo, que por el efecto de lo contemporáneo se saben

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rodear y decorar con elementos provenientes de un simple lenguaje actual, para blindarse con su prestigio en ausencia y en detrimento de lo realmente moderno, en su olvido o en su hastío. dicho de otro modo, si bien la civilización y la racionalidad productivo instrumental del capitalismo moderno requirieron ineludiblemente de la modernidad mental y cultural ilustrada post-renacentista, sobre todo la del siglo xviii europeo, una vez

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estabilizadas comenzaron a separarse y a tomar distancia y autonomía respecto de esa mentalidad moderna hasta el punto de ya casi no necesitarla. sólo una elite académica de científicos y hombres del saber la conserva, en un sentido incluso demasiado restringido y funcional y en los términos en que dicha racionalidad productivo instrumental lo determina, exactamente para los fines que esa racionalidad productivo instrumental impone a fin de garantizar su hegemonía y consolidar definitivamente su independencia respecto de su origen o punto de partida. la retirada en crisis de la mentalidad moderna —¿es eso acaso lo que entendemos por post-modernidad?— no parece pues accidenta!. ni coyuntural ni pasajera. se debe precisamente al triunfo de la civilización y de la racionalidad productivo instrumental, que necesita cada vez menos de la mentalidad moderna, en la misma medida en que desde fines del siglo xix empezó a andar sola y con autonomía, apoyada en una cultura y en una mentalidad que ya no es exactamente moderna ni necesita serlo, que ella misma fue capaz de generar c imponer y que hoy denominamos postmodernidad, a falta de mejor nombre. es decir, una especie de retorno al afán de simple contemporaneidad en el sentido restringido del hodiernus medieval, que significa el triunfo de lo actual sobre la tradición clásica y el pasado ilustrado.

de acuerdo con esto, la post-modernidad de lo contemporáneo equivaldría al vacío dejado por la retirada de la modernidad mental ilustrada, la veneración de lo actual por el sólo hecho de su actualidad y el culto por la novedad baudelaireana que no requiere ya de modernidad alguna en cuanto se expresa sólo como culto mítico respecto de lo nuevo y respecto del presente, por la novedad «per se» y por el valor del presente mismo. vacío de lo moderno ilustrado que poco a poco ha

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venido llenándose con la cultura, la sensibilidad y la mentalidad que en este siglo xx fue capaz de generar esa misma civilización y esa misma racionalidad productivo instrumental, al autonomizarse casi por completo y cada vez más profundamente del proyecto ilustrado moderno.

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y quienes se oponen y se duelen ante la retirada de la modernidad como mentalidad y como quiebre de época frente al medioevo, corren el riesgo de ser acusados de racionalistas irredentos o de conservadores nostálgicos respecto del pasado ilustrado, en momentos en que cunde de nuevo una especie de nueva edad media mística e irracional, que se denomina «nueva era» ella misma, de un modo que parecería sólo una ironía, pues de nueva no tiene sino el desconocimiento del pasado arcaico de donde proviene.

considerar la posibilidad de un retorno moderno, o pensar que la modernidad es aún un proyecto inacabado y que tiene todavía mucho que ofrecer, tal como lo propone habermas, puesto que «en vez de abandonar la modernidad y su proyecto como una causa perdida, deberíamos aprender de los errores de esos programas extravagantes que han tratado de negar la modernidad»7, podría parecer a estas alturas un poco ingenuo. en efecto, vamos a suponer que, en ningún caso, la totalidad del proyecto moderno ha entrado en crisis. por el contrario, podríamos sostener como hipótesis que de lo moderno queda vigente sólo lo que la racionalidad productivo instrumental necesita todavía para su predominio y desarrollo, y que la «porción» de modernidad que está en retirada o en desvanecimiento o crisis ha sido sustituida por la cultura modernista que rinde culto y veneración a la contemporaneidad como mito del presente, es decir a la idea del valor de lo nuevo y del presente por el sólo hecho de ser nuevo y de pertenecer al presente, tal como baudelaire lo pretendía adivinando de esta manera desde muy temprano la crisis de lo moderno. pero vamos a suponer también, a modo de hipótesis, que tal como ocurre con toda civilización que logra desprenderse de su pasado y tomar distancia, en este caso la racionalidad productivo instrumental y la civilización técnico instrumental

7. habermas, gurgen, «la modernidad, un proyecto incompleto», en aulorcs varios, la posmodernidad, barcelona, editorial kairós, 1986.

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respecto de su matriz moderna, separadas y autonomizadas ya de su punto de partida, fueron capaces de generar ellas mismas una nueva cultura, diferente de la cultura moderna ilustrada, cuyo proyecto entró por este motivo en desvanecimiento irreversible.

¿irreversible, por qué?. el proyecto moderno ilustrado fue imprescindible al establecimiento y consolidación del mundo burgués. ese proyecto moderno ilustrado es hijo, instrumento y producto de la gran revolución burguesa. el «doliente» histórico de la modernidad ilustrada es pues entonces una clase social concreta. por lo tanto, si hemos de preguntarnos por la posibilidad de retornar total o parcialmente a las bondades de aquel proyecto moderno por algunos considerado inconcluso, hemos de preguntarnos también por quién sería entonces el doliente histórico de dicho proceso de recuperación y restauración de lo moderno. pero ocurre que, y este sería apenas el bosquejo de otra hipótesis, la burguesía contemporánea está interesada en todo, menos en esta ilusa idea de restaurar el proyecto ilustrado, del que ya no requiere para nada y antes por el contrario necesita sepultar en el olvido, debido quizás al potencial mentalmente «revolucionario» y crítico que entraña. la sociedad de consumo y la sociedad «massmediàtica» y la fugacidad de todo y el hedonismo y el nihilismo contemporáneos, y toda la cultura del modernismo o, más bien, de la mítica de lo nuevo y lo con-temporáneo y actual, es precisamente lo que el capitalismo de nuestro tiempo necesita como cultura, en reemplazo del proyecto ilustrado, y no se avergüenza por ello ni se arrepiente de nada. el ideal ilustrado ha prácticamente desaparecido como ideal, incluso en las universidades, donde todavía resiste como puede. entonces, ¿quién en la sociedad capitalista e industrial de nuestro tiempo podría estar interesado en su recuperación, quién en la burguesía iletrada de nuestro tiempo podría estar interesado en escuchar la voz de habermas?.

en estas condiciones, creemos que el ideal de contem-poraneidad y de actualidad ha desplazado y sustituido al ideal

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moderno ilustrado. y puesto que el ideal y el afán por lo nuevo y por lo actual, que se expresan en el afán de contemporaneidad, no requieren del uso ni del culto de la razón, entramos en una | poca de penumbra del ideal de la razón. consumo masivo, pulsional e irreflexivo; información masiva y anonadante que sustituye al pensamiento y causa su derrota mientras hace pensar al «informado» que, en cuanto está informándose, está por ello dizque pensando, por la sola circunstancia de estar reproduciendo como simple caja de resonancia la información recibida; banalidad y fugacidad de todo, en fin, vértigo de la novedad y de la actualidad, que hace que el mañana sea ya cosa de hoy y que uno pueda leer hoy el diario de mañana y compraren noviembre r\ auto del año que viene.

pero este tipo de cultura modernista y esteticista construida alrededor de la novedad «per se» baudeleriana y de la mítica de lo contemporáneo, no ha devenido gratuitamente ni ha caído sobre el mundo occidental por accidente o casualidad ni a modo de castigo de nada. ni es mucho menos algo que incluso pudiera compaginarse o coexistir con la cultura moderna construida alrededor del ideal de la razón ilustrada. ni hay en la actualidad clase social alguna ni estado ni gobierno en el mundo con-temporáneo que tengan como proyecto la recuperación de lo mejor del proyecto moderno ilustrado. ese ideal de la modernidad ilustrada está en crisis, no por casualidad ni por envejecimiento prematuro o desgaste, de modo que pudiera recuperarse con pildoras o tratamientos intensivos, sino porque ha sido sustituido de manera cada vez más generalizada y dramática por el ideal de la contemporaneidad como novedad y actualidad, es decir por el

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modernismo hedonista esteticista prohijado precisamente por el capitalismo industrial de nuestro tiempo, caracterizado por el triunfo de la racionalidad productivo instrumental.

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EPÍLOGO PRIMERO

muchos entre nosotros aún confunden modernidad con contemporaneidad, y

creen que el mejor modo de ser moderno es ser contemporáneo. ingenua ilusión,

pues lo nuevo puede ser lo más actual, es cierto, pero no lo más moderno. para ser

moderno mentalmente hay que haber sufrido el quiebre hacia la modernidad

ilustrada, con todo lo que ello significa y ha quedado antes expuesto. en américa latina, que no hizo el siglo xviii. el proyecto de la

modernidad ilustrada parece ya un imposible histórico, en momentos en que,

incluso, ese ideal de la modernidad ilustrada dejó de ser un proyecto

necesario al capitalismo industrial y consumista de nuestro tiempo. de hecho, el

ideal ilustrado condujo muy rápidamente al desencantamiento del mundo y a la

desesperanza, como una de sus naturales secuelas. y hoy nadie quiere enfrentar el

vacío ni vivir en la desesperanza, y por el contrario los «nuevos» pero muy viejos

misticismos re-editados con el lujo de nuevos lenguajes «computarizados» permiten eludir el horror vacui y la

ausencia y la precariedad del sentido y del fundamento, tanto como enfrentar la

sombra de la desesperanza. a cambio de la modernidad ilustrada, la racionalidad

productivo instrumental, autonomizada de su matriz moderna, generó la cultura

del modernismo entendida como un culto y una veneración mítica por lo actual y lo nuevo, per se, con lo cual el proyecto de

la modernidad ilustrada empezó a desvanecerse para siempre, simplemente

porque la racionalidad productivo instrumental ya 10 lo necesita. y la

burguesía, mentora del proyecto moderno lustrado en su momento, tampoco lo

necesita ya ni se encuentra interesada en restaurarlo, no sólo porque no lo requiere

para la realización de sus intereses sino porque le teme y le molesta, pues si bien

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se sirvió históricamente de él para promoverse, reparse sobre sus lomos y

vencer a la nobleza medieval, no obstante dicho ideal fue también capaz de conducir

al desarrollo

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de1 pensamiento crítico y a la formación de movimientos in-surreccionales contra el orden establecido.

hemos, pues, quedado en manos sólo del afán de contemporaneidad, actualidad y novedad, es decir en manos del modernismo baudelaircano, con todos los riesgos ciertos de los retornos neoconservadores y neomísticos y ncoraciales que ya se observan. el desvanecimiento y crisis del ideal ilustrado y del proyecto moderno constituyen una pérdida, para quienes un día creímos en sus bondades. pero los sujetos humanos con sus mitos de un día pasan y la dinámica social y cultural continúa. ni para mejor, ni para peor, sino sólo para alguna parte.

cuando finalizaba la edad media muchos creían en el fin del mundo y no alcanzaban a vislumbrar cómo sería la modernidad en manos de la plebe y se imaginaron el colapso de todo y la ruina moral de la humanidad. no fue así. si, como sugiere daniel bell8, se requiere de un retorno a lo religioso y a la tradición para regresar al hombre contemporáneo a la norma, a la identidad y a la seguridad existencial, quizás esto sea así o no sea así, tal vez sea cierto o no lo sea. pero hay señales que indican el auge de los nuevos pero al mismo tiempo tan viejos misticismos, y esa quizás sea una señal que anuncia desde ya el modo de los tiempos por venir. el alma humana da para todo y nunca como hoy la experiencia vivida durante siglos pudo estar tan condensada en el presente, en una especie de totalidad que es todo y es nada. y si el proyecto de la modernidad ilustrada ha entrado en la penumbra a manos de la contemporaneidad y el culto por lo actual y lo nuevo, el mundo no se ha acabado por ello ni ha entrado en su apocalipsis. sigo pensando en los motivos que pudo haber tenido wittgenstein cuando dijo, palabras más,

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palabras menos: no se puede guiar al hombre hacia el bien, sólo se lo puede guiar hacia alguna parte. y pienso, con un cierto espanto, que tiene

8. bell, daniel, las contradicciones culturales del capitalismo, méxico, editorial grijalbo, 1992.

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razón. me preocupa sí la destrucción del planeta —¿por qué me preocupa en realidad?—, la criminalidad y la anomia generalizadas, el terrorismo que es el nuevo nombre de la guerra, en fin. pero todo eso se ha vuelto ya parte del consumo masivo televisivo y cinematográfico y está incorporado a los juegos infantiles. ya se verá qué se hace por el camino. pero quienes venimos del ideal moderno ilustrado y al mismo tiempo entendemos la perecidad histórica de todo, sabemos que estamos viviendo un momento en el que no sabemos de qué lado ponernos: sí del lado de la crítica o del lado de la nostalgia y del escepticismo o del lado del cinismo. o, simplemente y de manera definitiva, absolutamente del otro lado: en el goce hedonista y nihilista de la actualidad, de la novedad y de la contemporaneidad per se, sin la menor nostalgia por la pérdida moderna y asumidos de todas sus consecuencias.

EPÍLOGO FINAL

está bien que se haya vuelto polvo la mitología moderna ligada a la idea de progreso. y está mejor que como consecuencia de ello se hayan podido expandir los movimientos encaminados a la conservación del ecosistema. pero el mundo industrializado, guiado por la racionalidad de sus intereses y gobernado por la lógica productivo instrumental, continúa destruyendo el planeta corno si ese mito moderno no se hubiera derrumbado y su derrumbe no hubiera servido para nada. es decir que se desva-neció la mitología del progreso, como dicen algunos, pero la racionalidad productivo instrumental siguió adelante como rueda loca y la depredación real continuó dándose como si el mito del progreso no hubiera sufrido ningún tipo de trastorno o su trastorno no hubiera interesado a nadie o tan sólo a los

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filósofos que al parecer ya nadie oye. en el caso extremo, dicha racionalidad productivo instrumental tratará de encontrar siempre soluciones «industriales» a la escasez del aire, el agua o la vegetación de la

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tierra: en efecto, en las calles del japón se puede respirar por unas monedas un poco de aire puro ofrecido en «caretas» al consumidor asfixiado; ya existe el agua producida industrialmentev la vegetación se puede manipular genéticamente, en fin, o sereemplaza por vegetación sintética «idéntica» a la original.y todo ocurre como si no estuviera sucediendo nada, excepciónde los «nostálgicos» y neo-románticos ecologistas interesadosen algo que en otro tiempo denominaban naturaleza.

por otra parte, está bien el hedonismo de nuestro tiempo, que legitima los placeres del cuerpo, contra lo establecido en otras ¿pocas en que el cuerpo resultaba postergado, sacrificado y reprimido. está bien que el sujeto ya no esté más centrado sólo en la razón, y que se vea ahora como es, fragmentado y complejo, esta bien que el mito de la historia occidental, entendida como la única historia válida e importante, haya sufrido grave deterioro. hoy entendemos que la historia es múltiple y diversa, y dentro de ella tienen cabida otras historias de pueblos que antes simplemente no existían. ya no estamos ante verdades fundamentales, se han diluido los relatos aglutinantes que otorgaban sentido y esperanza, y el mundo cotidiano rescatado de su «secundariedad» recupera su auténtico sentido e importancia. todo esto está muy bien.

pero ante las pérdidas derivadas de la crisis de los mitos modernos, que significan como lo hemos visto importantes ganancias, tenemos a cambio el riesgo de la desesperanza y el nihilismo. riesgo, en el sentido del vacío y de la incertidumbre, que tratan de ser ocupados ahora mediante severos

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retornos conservadores, ante la retirada de la razón. desvanecidas las grandes ideologías, los meta-relatos y los mitos modernos, sustitutos de las viejas creencias sagradas que dominaron en las etapas previas al proceso de secularización de la cultura, hemos quedado expuestos al vacío de todo y, por encima de todo, a la crisis de cualquier clase de fundamento racional y de la idea misma de sentido de la existencia. nunca como ahora, incluyendo

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el proceso de la secularización y la pérdida de lo sagrado tan propios de la modernidad ilustrada, habíamos requerido tanto de la mayoría de edad de que nos habla kant en su ensayo sobre la ilustración. pensar por nosotros mismos, separados de la guía de los dioses, he ahí la consigna: el hombre solitario enfrentado a su propio destino, el hombre siendo por fin obra de sí. pero son bien pocos quienes asumen enfrentar el vacío de esta manera, sin sufrir el impacto de su horror. el horror al vacío, el horror ante la ausencia y crisis de los fundamentos, el horror al desvanecimiento de las ideologías y de los grandes relatos otorgadores de sentido. entonces, una de dos: o se asume el vacío, la desesperanza y la ausencia de sentido postmodernos, con la misma entereza con que se asumió en su momento la pérdida de lo sagrado por causa de la secularización de la cultura, que es lo que podría proponerse como una autentica ética postmoderna, a la que adhiero, o se corre el riesgo, como lo estamos viendo, de caer colectivamente de bruces en una especie de nueva edad media que se autodenomina «nueva era», caracterizada por los denominados neo-misticismos, que de nuevos no tienen nada sino apenas su forma y su revestimiento tecnológico, garantizados por el olvido del pasado.

no se trata de pensar que con la crisis de lo moderno el mundo hizo su apocalipsis. nunca todo tiempo pasado fue mejor. como tampoco todo tiempo futuro fue peor, ni lo será, mucho menos mejor, como se supone por los modernistas. la condición humana ni mejora ni empeora con la historia, pues la condición humana está por fuera absolutamente del imaginario y supuesto proceso de perfeccionamiento de lodo. si somos coherentes, la crisis de la idea de progreso conduce a esta convicción: la condición humana no es susceptible de perfectibilidad acumulativa

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con el paso del tiempo. el conflicto entre el bien y el mal será en lo substancial siempre el mismo, y cada que nace un ser humano vuelve y empieza todo desde cero, como si nada en este campo hubiera progresado ni fuera susceptible de perfeccionamiento

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acumulativo alguno. pero la civilización instrumental, en cambio, a diferencia de lo que sucede con la denominada condición humana, sí acumula y mejora y se perfecciona, no en el sentido Ético, sino en el sentido de su eficacia. sin embargo, la lógica de perfeccccionamiento acumulativo de la técnica y de los instru-mentos no puede ni debe trasladarse como si fuera la misma logica que regula el moldeamiento de la condición humana, la secularización nos dejó sin la compañía de los dioses y el fistino fue entonces algo que quedó depositado en nuestras banos y sentimos que se hizo nuestro. y vimos el advenimiento del capitalismo y nos rodeamos de los mitos del progreso, el sujeto centrado en la razón y en sus poderes seculares y creímos que la historia no era sino una sola y sometimos al mundo a sus rigores y tuvimos esperanzas laicas y creímos en los relatos que nos luimos inventando por el camino. pero al final los mitos se fueron diluyendo mediante un severo proceso de de-construcción racional y de demolición adelantado por la razón, y los relatos modernos se fueron gastando y su legitimidad y poder de aglutinamiento terminaron esfumándose ante su de-codificación, entonces nos encontramos ante la pérdida de todo fundamento, asaltados por la desesperanza, el nihilismo y la ausencia del sentido, y en consecuencia quedamos delante del vacío y de su horror. ante esta crisis aguda de lo moderno, que es cierta, muchos han salido corriendo hacia el neo-misticismo a fin de refugiarse en sus viejas promesas de fundamento y de sentido, cuando más bien deberíamos volver con entereza los ojos a kant para esgrimir la idea de la mayoría de edad y saber vivir no sólo sin los dioses sino incluso sin la esperanza, sin el sentido, sin el fundamento y sin la razón dictatorial, como simples hombres humildes que no marchamos hacia el bien ni hacia el mal, sino sólo apenas hacia alguna parte en el confuso y cerrado horizonte, en medio del azar y el agitado proceso de autoconstrucción e invención diaria del «camino», que es el que decidimos que sea y no el que nadie nos dice o nos ordena que sea. pero esto, en definitiva, es para

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valientes. y los valientes se cuentan en los cinco dedos de la mano y sobran dedos.

pero ante la doble crisis no hemos sido valientes, no hemos sabido tener entereza ni conservar la mayoría de edad, y el quiebre de los mitos y los relatos modernos, substitutivos de las viejas religiones y relatos sagrados, nos dejó ante el vacío y llenos de horror corrimos a refugiarnos en la droga o en las propuestas místicas neo conservadoras, como si fueran el último grito de la moda, recubiertas de lenguajes técnicos para disfrazarlas de novedosas y no tener así la evidencia del retorno francamente medieval que esto implica.

volver entonces a pensar en lo que significa la ilustración, entendida en términos kantianos como la mayoría de edad, esa parecería ser la consigna para una época en que nos hemos visto enfrentados a una doble pérdida: la de los dioses, que fue moderna, y la de los relatos, mitos y fundamentos modernos, que nos ha dejado el ingreso en la postmodernidad o época de la crisis de lo moderno. que no es exactamente la crisis de la racionalidad productivo instrumental, que continúa su marcha saludable de la mano postmoderna y la mítica de la contemporaneidad, sino la crisis de lo moderno a través del desdibuja miento y pérdida de la capacidad aglutinadora de sus mitos, relatos y puntos de partida del sentido y la razón de existir que un día lo moderno nos otorgó. que es lo que ha quedado hecho polvo y que es lo que debemos asumir, sin buscar refugio en una nueva edad media cargada de misticismos y búsquedas hacia atrás de un nuevo fundamento y de un nuevo sentido de vivir. fundamento y sentido que no existen, hay que admitirlo con entereza, y cuyo vacío y ausencia no somos capaces de asumir.

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parecería entonces que la cuestión no consiste sólo en entender racionalmente la crisis de los mitos y relatos modernos, sino en tener la capacidad de asumir con valor y con entereza ética todas las consecuencias de esta crisis. pues así como no fue fácil asumir con entereza la pérdida ilustrada de lo sagrado y la tibia pero

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también pestilente compañía de los dioses, para que la cultura se seculirizara, tampoco será fácil quedarse sin los mitos, relatos y fundamentos modernos que le dieron sentido a la existencia (luíante estos dos o tres últimos siglos, luego de la pérdida de los dioses, de su sentido y de su compañía. sin embargo, no hay motivos convincentes para ser optimistas, y lo que nos espera, según todo lo indica, es el retorno neo-conservador cada vez mas masivo hacia re-ediciones místicas que, en últimas, no son sino refritos medievales ofrecidos en «novedosas» envolturas contemporáneas. pues, a falta de modernidad, la contempo-lancidad puede con todo.

valles del abcndland, marzo de 1997.