Ser Feliz - La Mejor Manera de Sanar

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Ser feliz, caminar por la vida en paz contigo mismo, rodearte de personas agradables, tener buenas relaciones, no repetir los mismos errores, sentir amor en lugar de rencor, son algunas de las metas que puedes alcanzar cuando aceptas la ayuda de los ángeles. En este libro describo mi propio recorrido por este sendero de Luz, para mostrarte que es posible realizarlo; que la felicidad está al alcance de todos y que transitarlo es simple, sencillo y te llena de gozo.

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AGRADECIMIENTOS

Agradezco profundamente a mi familia del otro lado del velo por su paciencia, constancia y dedi-cación en hacer que entendiese los cambios que debía realizar para tener una vida más plena y satisfactoria.Obviamente, también agradezco en forma gene-ral a mi familia de este lado del velo, a mis ami-gos, a mis compañeros de trabajo, a mis jefes, a mis maestros espirituales y a todos los que, de una u otra manera, entraron en mi vida para ayu-darme a entender, aprender y a mostrarme con absoluta claridad, cuáles son las cosas que ya no deseo tener más en mi vida.

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COMENTARIO ANGÉLICO

Mientras reviso por última vez el texto y espero el prólogo que Ana Palma prometió hacer para incluirlo y po-der enviar el texto a la editorial, en la meditación de hoy, 7 de noviembre de 2008, pregunté a mis ángeles, coautores de este libro si tenían algo más para decir, algo para acla-rar y esto es lo que me pidieron que pusiera:

Este libro se ha escrito con amor, respeto y dedica-ción. AMOR por todos los que recorrerán sus páginas, su-mergiendo su conciencia en los mensajes; RESPETO por las experiencias, por el dolor y por to-dos los sentimientos que se generaron mientras to-maba forma;DEDICACIÓN, porque se necesitó de mucha pacien-cia, de mucha fortaleza y valentía para abrir el co-razón y dejar salir todas las duras experiencias que hicieron que este libro se concretara.Por todo ello les pedimos, a los que lo lean, que fi-jen su atención en lo que es realmente importante: LOS MENSAJES, LAS ENSEÑANZAS, LO APRENDIDO. Todo lo demás es como la escenografía de un teatro, co-mo mirar un bosque en busca de un árbol especial.A todos los que decidan leerlo, les reiteramos la importancia de centrar su atención en lo único ver-dadero porque todo lo demás es ilusión, es maia.Agradecemos a Milagro por haber aceptado reco-rrer nuevamente los senderos que eligió para

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aprender; reconocemos su valentía y su capacidad de servicio al hacerlo.Si llegó este libro a tus manos, después de leerlo, reflexiona si no ha llegado el tiempo preciso en el que tú, lector, debas hacer lo mismo: detenerte a reflexionar acerca de ti mismo y ver con sinceridad qué es lo que debes modificar en tu vida, qué es lo que necesitas para ser feliz.Queremos garantizarte que si eliges el camino del cambio, no estarás solo y recibirás nuestra guía, nuestra ayuda, nuestro amor. Si decides no hacer-lo, lo mismo seguiremos contigo, mostrándote siempre más opciones para que tú elijas con sabi-duría. Nunca estás solo, nunca te abandonamos, nunca te juzgamos.Sólo te pedimos que te animes a ser franco, que te animes a sacudir los miedos y aceptar la posibili-dad y la necesidad de tu cambio personal.Nosotros, la Tierra, el Universo, cantaremos de go-zo cuando te decidas y ahí estaremos para apoyar-te.No dudes más. La felicidad existe; no son momen-tos temporales u ocasionales en tu vida, pueden y deben ser un estado permanente. ¿Has conocido a alguien que siendo realmente feliz se enferme?Entonces… decídete; porque el tiempo del cambio, para todos y para todo lo que te rodea, ha llegado. Únete a él, fortifícalo, acéptalo, que nosotros esta-remos sosteniéndote, fortaleciéndote en tus deci-siones, dándote la sabiduría necesaria para que lo hagas de la manera más simple y te apoyaremos con nuestro amor. No dudes más. Aquí te espera-mos ansiosos, felices, porque vemos lo que te espe-

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ra, y lo que tú aún no eres capaz de dimensionar, si te decides.Sé feliz siempre. Te amamos y acompañamos.

Los Ángeles, Guías y Maestros de todos.

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PRÓLOGO

Presentamos un nuevo escrito a través de la Con-vergencia Armónica.Nosotros, Ángeles Custodios en unidad con ustedes nuestros hijos amados en la Tierra, a través de Mi-lagro, nuestra bienamada hija, te contamos una historia de vida aperturada al Bien Supremo.Somos Ángeles Guardianes y nos manifestamos en ustedes con amor y alegría.Transitáis tiempos de grandes cambios, definicio-nes y resoluciones en vuestras vidas planetarias.Es tiempo de ACCIONAR por el Bien Supremo y esta-blecer los nuevos acordes celestiales en la Tierra.Podéis VER y SENTIR más allá de la tridimensión. Sois seres llamados al servicio; sois seres muy anti-guos comprometidos y auto-otorgados para brindar amor y contención a este amado planeta azul, la Tierra.Sois un racimo de conciencia de la Gran Familia de la Luz sembrada en el planeta. Es por eso que hoy, al abrir estas páginas, aprenderéis a movilizaros a través del amor incondicional con nosotros, vues-tros Ángeles, quienes aportaremos en vosotros nue-vas vivencias llevándoos por senderos de luz y amor, activando la Fuerza Suprema de vuestros Do-nes Celestiales. Porque vosotros, amados lectores, sois uno del rebaño, sois UNO DE LOS DE LAS

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VESTIDURAS BLANCAS misionando en base física en la Tierra. He aquí un canal de luz aperturado que nos escu-cha y se moviliza en un nuevo estadio de concien-cia.Aquí, Milagro te cuenta sus vivencias de cómo crear magia en vuestras vidas proyectando vidas fe-lices y resolviendo vuestros procesos con el bien-estar de este nuevo tiempo.Somos la Hueste Angélica y Arcangélica del Maes-tro Ascendido Jesucristo quienes te damos la bien-venida a la Nueva Tierra. Amén.Soy Anita, portavoz de las Tribus Arcangélicas en el Cono sur.Sei Lein.An a nasha.Gracias amadísima alma ancestral por tu gran aporte vivencial al servicio de la Luz y del Bien su-premo ayudando en el despertar de la conciencia divina.Me unifico en ti con amor y agradecimiento por verter esta hermosa historia de gratitud y alabanza a los Reinos Celestiales Unificados en la Tierra.Senta lui neiSomos Uno con el Todo

Los Ángeles, Guías y Maestros de todos.

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COMENTARIO PERSONAL

Toda mi vida fue muy azarosa, tanto que siempre pen-sé que si pudiese escribir sobre ella necesitaría un mínimo de tres libros bien gordos para contar tan sólo algunas par-tes, pero nunca me detuve realmente a hacerlo.

Reconozco ahora que tuve una vida tan plena de expe-riencias, agradables y desagradables que, muchas veces pensé que debería haberlas registrado para no olvidarlas pero, con el correr de los años, especialmente con las que me produjeron dolor y sufrimiento, me di cuenta de que mi tendencia era borrar esos recuerdos, ignorarlos y tratar de seguir adelante como fuera, aunque esto supusiera no re-conocer mis propios errores.

Ahora sé que si no hubiese sido por tantas equivocaciones, por tantas decisiones mal tomadas, por tantas peleas, por tanto desamor; si no me hubiese dejado guiar por mi temperamento, mi personalidad, mi falso orgullo; quizás no hubiese llegado a esta etapa de mi vida en la que me considero una persona feliz.

Sí. Aunque todavía no he logrado resolver algunas re-laciones y todavía mi economía no es lo que alguna vez fue, me siento realmente feliz por haber logrado entender y mo-dificar mi vida y sus circunstancias; porque he sido capaz de reconocer mis errores y pedir disculpas a las personas a las que dañé y ofendí; porque aprendí a valorar las peque-ñas cosas cotidianas, a reconocer que el universo me pro-vee en forma abundante y no permite que me falte nada que realmente necesite; soy feliz porque aprendí a ser agradecida y a disfrutar de las bendiciones que permanen-temente llegan a mi vida y a sentirme merecedora de ellas

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y, especialmente, porque aprendí a quererme y respetarme y a confiar que lo que aún no se ha resuelto, se resolverá con la ayuda de mis ángeles y guías.

Todo esto fue posible gracias a la ayuda angélica, a las enseñanzas de mis guías y maestros quienes, con su in-finita compasión, pudieron hacerme entender que era mu-cho más inteligente que aprendiera a tomarme de sus alas para avanzar que seguir viviendo de la forma en que lo ha-cía.

Es este nuevo entendimiento el que quiero compartir con ustedes, no la historia de mis frustraciones y dolores y es en agradecimiento y reconocimiento a la ayuda recibida de mis amigos del otro lado del velo que hoy comparto con ustedes mis experiencias, simplemente para que sepan que cualquiera de ustedes puede lograrlo; sólo necesitan el de-seo y la constancia de trabajar con ustedes mismos porque ayuda de los ángeles, les garantizo que, si se deciden a cambiar, no les faltará. Por último, quiero que sepan que en todos estos años, nunca me han defraudado, jamás se han equivocado en lo que me han dicho y sus enseñanzas me han ayudado definitivamente. Crean o no lo que les cuento aquí, tienen derecho a pensar lo que quieran y si deciden dejar de leer lo entiendo, pero ustedes se lo pier-den.

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INTRODUCCIÓN

Hoy los ángeles me dieron instrucciones precisas de sentarme a reflexionar sobre mi vida, sobre las lecciones aprendidas y las lecciones por aprender. Esto es algo que, yo misma, he querido hacer desde hace mucho tiempo pero siempre, por un motivo u otro, voy postergando el hacerlo.

Concretamente me dijeron sigue estos pasos: Detenerme a reflexionar. Detener toda actividad física. Intentar recopilar y ordenar de alguna forma lo que

he aprendido. Analizar cuáles son las enseñanzas que se repiten por-

que son las que me faltan aprender. Intentar relacionar lo que aprendí, darle un sentido,

un orden, una coordinación. Reflexionar sobre lo que tuve que pasar para apren-

der cada lección y sobre lo que me hice la desentendida o no me animé a enfrentar.

Enfrentarme a mi propia vida, a mis propias experien-cias, al dolor que me causaron y, honestamente, poner-las en la balanza y mirar el resultado de cada una de ellas.

Según ellos, hacer este trabajo, clarificar mi vida y mis experiencias, me evitará pasar por más experiencias desagradables y dolorosas.

Y debo reconocer que las experiencias que tuve ya fueron suficientes y que, a partir de ahora, quiero ir clarifi-

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cando y entendiendo suavemente las enseñanzas que me quedan por aprender, sin dolor, sin llanto, sin sufrimiento.

Amo y creo firmemente en la guía que me proporcio-nan mis ángeles, mi Ser Superior o quien sea que me ense-ña cómo seguir adelante sin desfallecer, cómo creer que to-do es posible, cómo mirar la vida con alegría, cómo disfru-tar cada momento.

Con mucho amor y respeto por estas directivas y, so-bre todo por mí misma, voy a intentar hacer este trabajo. Enfrentar mis miedos más profundos no es tarea fácil y siempre elijo ponerme en actividad física intensa para elu-dir este trabajo interno; entonces, me agoto físicamente y me enfermo o me sube la presión por no ser capaz de en-frentarme a mí misma.

El tema principal es ¿por dónde empiezo? ¿Cómo co-mienzo a mirar dentro de mí?

Si sigo las indicaciones que tengo, puedo decir que lo primero que hice fue detener mi actividad física. Hoy, y hasta terminar, nada de jardinería, ni de invernadero, ni de limpieza. Ahora bien, para poder reflexionar y analizar pri-mero tengo que recopilar, juntar, leer, remontarme hacia atrás. Así que ésta será mi próxima tarea para hacer.

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CAPÍTULO 1

Comenzando a Recordar

¿Cuándo comencé a buscar en mí otra verdad? ¿Cuán-do comencé a sentir la necesidad de encontrarle a la vida un sentido? Porque lo cierto es que para mí, la vida que aparentemente tenía que vivir (nacer, vivir o sufrir, morir) no tenía ningún sentido, durante demasiados años de mi vi-da.

¿Qué sentido tenía nacer para vivir sin desear? ¿Sin sentir alegría? ¿Para qué vivir sintiendo que la mayor parte de tu vida te la pasabas sufriendo, con problemas o compli-caciones y que los momentos de felicidad eran contados con los dedos de la mano? Parecía que las obligaciones, los “debés”, “tenés que”, eran escalofriantemente mayores que los “quiero” o “las ganas de”.

Yo sentía, y eso lo tengo muy claro, que vivía como en tercera persona, que las cosas que me pasaban no me su-cedían a mí y por ende no me llegaban, no hacían impacto en mí. Algunas cosas las tenía claras, pero eran muy pocas. Por ejemplo, no me gustaba seguir los parámetros que me marcaba la sociedad en la que me movía, en relación a con-ductas sociales; no me gustaba la mentira, el engaño, la hi-pocresía o la falsedad; detestaba las reuniones de amigas en las que únicamente se criticaba a las que no estaban y, a veces, se humillaba a las que sí estaban presentes; prefe-ría enfrentarme y salir magullada a ser indiferente. Claro que no siempre podía actuar así porque vivía muy condicio-nada por mis padres. También, por eso mismo, mentía un

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montón porque hacer cosas que para mí eran normales, co-mo verte con el chico que te gustaba, salir a caballo con tu grupo de amigos sin otra intención que divertirte, ir a un picnic o a una guitarreada, recibir una serenata, etc., pasa-ban a ser pecado mortal porque intervenían no sólo tus pa-dres, sino también las amigas y hasta el cura te daba una filípica en el confesionario.

Es de esta manera que me fui alejando de la Iglesia. No podía entender que un sacerdote no tuviera cosas más importantes que hacer que meterse en tu vida privada que, además, era bastante tonta. Así, desde los dieciséis años, prácticamente huí de los curas, del confesionario y obvia-mente, de la iglesia.

Creo que además esa fue una huída total porque no me preocupé nunca más por mi parte espiritual. El último contacto espiritual por decirlo de alguna manera que realmente se me grabó a fuego, fue cuando a los 13 años estando gravemente enferma, vino el sacerdote, director del colegio donde asistía, a darme la Extrema-unción.

Yo estaba consciente de lo que pasaba a mi alrededor pero no me daba real cuenta de qué era. Sé que estaba en cama, que no hablaba, que mis hermanos me pasaban hielo en la boca, pero no mucho más.

Recuerdo claramente la habitación de la clínica donde me encontraba. Esas habitaciones de casas antiguas, puer-tas altísimas de madera pintadas de blanco, techos altos, cielo rasos de tela; desde la cama veía claramente la puer-ta y tengo fijada en mi memoria el ingreso del sacerdote a la habitación. Inmediatamente y en medio de mi asombro pensé: ¿Este cura pensará que me estoy muriendo? ¿A qué vino? Porque lo que me llamó la atención fue que entrase solo. Y parece que mis preguntas pintaban la realidad, por-que realmente me estaba muriendo y venía a darme la Ex-tremaunción. Intentó confesarme y me negué porque no

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sentía que tuviese ningún pecado para confesar. Imagínen-se… tenía 13 años, de aquella época no los de ahora. El cumplió su tarea y se retiró.

Yo quería mucho a ese sacerdote, era buena persona. Lo recuerdo caminando desde la Catedral hasta la Estación de Trenes; siempre decía que la estación estaba a la misma altura que el balcón de la Catedral, comentando el esfuerzo que tenía que hacer en su caminata para llegar de un sitio a otro. Se esforzaba tanto en educar a sus alumnos que quince minutos antes de salir del colegio nos reunía para darnos clases de urbanidad: cómo se comían los tallarines delante de gente, cómo debías sonarte la nariz, etc. Igual que ahora, ¿no?

Poco después, al retirarse él de la habitación habien-do cumplido su misión, entré en una crisis que realmente me llevó a estar más del otro lado que de éste. Recuerdo a mi médico clínico de ese momento, un hombre joven, de mucha prestancia, excelente médico que vivía en San Lo-renzo. Aún hoy, si cierro mis ojos, puedo verlo abrazándo-me y pidiéndome por favor que no me muriese; haciéndo-me promesas de amor y fidelidad como ser mi novio eterno, andar a caballo juntos para siempre, si no me moría y mientras, gritaba a las enfermeras pidiendo frazadas para envolverme y abrigarme intentando traerme de regreso. Lo escucho, cómo si fuera hoy diciéndome: Por favor no te me mueras. Yo, flotando en el espacio, podía sentir su angus-tia; podía ver los pies de las enfermeras, con sus zapatos blancos deslizándose por el pasillo a toda prisa, trayendo las frazadas solicitadas. Recuerdo que podía percibir toda la angustia que se desarrollaba alrededor de mi cuerpo, de la urgencia de todos, pero no me afectaba porque yo ya no estaba ahí. Tenía una sensación de paz, de armonía, tan maravillosas que les garantizo que no deseaba regresar. Luego vi la famosa luz al final del túnel y hacia ella me diri-gí. Hasta ahí llegan mis recuerdos, mis visiones, mi con-

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ciencia. No recuerdo qué sucedió después. Sólo sé que en un momento dado, no sé bien cuánto tiempo después, des-perté para quedarme.

Lo cierto es que sobreviví a esa experiencia de muerte y, según el sacerdote, gracias a sus promesas que, obvia-mente, pretendía que yo cumpliese por él. Nunca supe si llegó caminando a San Cayetano cumpliendo la promesa que hizo para que yo me sanase. Lo que si sé es que me ne-gué rotundamente a hacerlo yo, a pesar de ser una camina-ta liviana.

Este sacerdote y otro, que me retó y maltrató en un confesionario por haber recibido y aceptado una invitación a bailar de un amigo, que tenía una novia que no vivía en Salta, fueron los últimos recuerdos que tengo de un contac-to espiritual dentro de la Iglesia Católica.

Tampoco el médico cumplió con sus promesas porque ya estaba casado, pero sí cumplió con su objetivo que era traerme de regreso a esta vida.

A partir de ahí, me parece que viví mi vida buscando algo que aunque no supiera qué era, parecía imperioso que lo encontrara y, por tal motivo, viví intensamente y estre-llándome permanentemente contra miles de paredes y, lo peor de todo, parece que sin capacidad de reaccionar ni re-flexionar.

Como si fuera poco, vivía apoyada y protegida por mis padres y su fortuna y parecía que eso iba a durar toda la vi-da, según la promesa de mi padre en su intento de darme tranquilidad económica para el futuro; pero a la vez, des-truyendo mi poca fortaleza y autoestima al hacer esto no por mí, su hija amada, sino por ser mujer. Sí, como lo leen, por ser mujer. Ser mujer en esa época no te habilitaba para nada más que casarte bien (si tenías dinero) y tener hijos.

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Por lo demás, no debías aspirar a nada más; con eso era su-ficiente.

Así, cuando decidí estudiar en la Universidad porque consideré que si mis hermanos varones habían podido ha-cerlo yo tenía los mismos derechos, tuve serias discusiones con mi padre porque, como no me reconocía esos dere-chos, se negaba a dejarme partir.

En realidad, creo que lo que yo quería era huir de mi madre que era enferma de insegura y, quizás, yo no había colaborado con mi conducta para que fuese diferente, me perseguía hasta en el baño, temiendo por mi integridad, mi comportamiento y sus consecuencias. Y, para ser totalmen-te sincera conmigo misma y poniendo en la balanza sus du-das y mis acciones, tenía razón. Quizás trató de controlar-me de una manera equivocada y lo único que logró fue ma-yor rebeldía de mi parte, pero mirando hacia atrás mis ac-ciones y sus consecuencias, tenía algún sentido su actitud. Aunque… ¿qué es primero? ¿El huevo o la gallina? ¿Yo era así porque ella me vigilaba, me controlaba y desconfiaba de mí o, porque ella hacía todo esto, yo actuaba de esa ma-nera? No lo sé. Sólo sé que tarde o temprano me tuve que hacer cargo de mis actitudes, de mis acciones.

Todas estas muestras de poca fe en mi persona y des-confianza por mis acciones, destruyeron la poca confianza en mí misma que pudiese haber tenido y cada uno de mis actos fue una afirmación más de mi libertad y de mi rebel-día, en busca quizás de mi propia identidad, de un sentido a la vida.

Cuento esto y no me queda claro si estoy reflexionan-do, afirmando, comprendiendo; no sé si estoy escribiendo un libro o haciendo mi tarea, pero sí siento que debo sacar muchas cosas de adentro, muchas y, por último, estoy ha-ciendo lo que me dijeron mis ángeles: Disfruta tu tarea, será como leer un libro, el libro de tu vida.

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Así, me voy dando cuenta que a pesar de haber sido educada en colegios de monjas, dentro de la Iglesia Católi-ca, nada de eso quedó grabado en mí. No había espirituali-dad en mí, ni fe en nada superior, ni temor a ningún casti-go ni del cielo ni de la tierra. Creo que por sí misma, cada regla impuesta provocaba en mí tal reacción que hacía to-do lo posible, inconscientemente, por quebrarla. Supongo que esto da la idea de una persona que no hacía caso a na-die ni a nada, pero no era así. Era dócil, tímida, insegura, bastante obediente o manejable, pero las normas, las es-tructuras, las pautas, sin argumentos lógicos o razonables, no eran aceptadas por mí.

Tuve un novio, al que amé con toda mi alma pero las persecuciones de mi madre me llevaron a dar por termina-da la relación y por abandonar un posible título de arqui-tecta; realmente, no me dejaba vivir. Él también se cansó de esa situación y, sin entrar en detalles porque a ellos los llevo grabados en mi corazón, diré con dolor que la vida y el temor nos separaron. Éramos demasiado jóvenes e irre-flexivos y no supimos defender nuestros sentimientos.

Así cada uno eligió la senda que iba a recorrer. Oca-sionalmente nos fuimos encontrando en algún cruce pero nada más que eso. El se convenció de que yo no era nece-saria en su vida y así me lo dijo, en dos diferentes ocasio-nes y en dos diferentes etapas de nuestras vidas. No sé si alguna vez se puso a pensar el dolor que eso me causó; fue una lesión que sólo cicatrizó mucho tiempo después. Así abandoné también la carrera de Arquitectura.

Pasé demasiados años de mi vida sin nada firme de dónde sostenerme y sin darme cuenta de ello. Ni siquiera valoraba el hecho de tener dinero. Lo único sólido en mi vi-da era el apoyo de mis padres porque, a pesar de no estar de acuerdo conmigo, estaban conmigo. De eso también to-mé conciencia muchísimo tiempo después.

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Así pasaron años de mi vida durante los cuales seguí actuando irreflexivamente, sin ningún criterio lógico en mi accionar. Fiel a mi forma de ser me casé, tuve dos hijos, es-tudié para Secretaria Ejecutiva pero no terminé porque me divorcié en el último tramo de estos estudios. Fue un matri-monio muy traumático donde aprendí lo que significaba la mitomanía y donde, después de tantos cuernos, me terminé de convencer de que no era merecedora del afecto de na-die. De este matrimonio nacieron dos hijos, primero una mujer y luego un varón, ambos marcados por todos los su-cesos que le dieron a esta etapa de mi vida esos significa-dos. Fin del matrimonio y divorcio también muy traumáti-cos y, por supuesto, nuevamente a la casa de mis padres.

De allí salí huyendo nuevamente, casada, con el padre de mi tercer hijo y me fui a vivir a Mendoza. Desastre total. Cuatro años después, nuevamente en Salta, en la casa de mis padres.

Y ahí comenzó el verdadero desastre a nivel económi-co y familiar. Esto me fue vaticinado por una vidente men-docina, justo antes de mi regreso y segunda separación. Estuvo dos horas leyendo mis manos; pudo hasta describir-me físicamente a mis hermanos, a mis cuñadas, a mis so-brinos, decirme todo lo que iba a suceder de ahí en adelan-te. Lo decía con tal seguridad, que al cabo del tiempo que demoró su lectura, yo en total estado de desesperación le pregunté: Pero…. ¿Y ahora qué voy a hacer? Ella me miró, con mucha pena y me dijo: Sos fuerte, vas a sobrevivir.

Y así fue. Todo lo que me dijo esta mujer se me cum-plió, a mi pesar, durante nueve años. Cada vez que ocurría algo de lo que ella me había anunciado, la recordaba y no muy contenta, precisamente.

Falleció mi padre y, con mis hermanos, nos sacamos la cresta en una apoteósica pelea familiar por el dinero, por el poder y por cualquier otra cosa. No hubo interven-

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ción alguna que nos relajara y nos hiciera pensar. Todos queríamos ser los herederos de nuestro padre tanto en el dinero como en la forma de ser, pero ninguno le llegaba a la suela de los zapatos. Así liquidamos una bonita fortuna que nunca más recuperamos y también una familia que no sé si alguna vez lo fue realmente pero, por lo menos, nos reuníamos. De este desastre, sumado a mis desastres parti-culares, mis hermanos llegaron a la conclusión de que yo era un ser peligroso cuando menos, y se alejaron lo más que pudieron de mí.

Pero sobreviví y cansada de tanta guerra y después de una tercer pareja también desastrosa, que esta vez me es-tafó económica y afectivamente, en el año 91 me fui a Chile buscando… buscando amor. Ésa es la verdad, buscando afecto, honestidad, amor, sinceridad. Y en cierta forma lo encontré porque tuve todo el apoyo de mi ex familia políti-ca. También pude estudiar y tener el título de Corredora de Propiedades.

También en esa ocasión, cuando tomé la decisión de irme a Chile, en uno de los viajes en los que estudiaba la si-tuación y la conveniencia de ir, visité nuevamente a la vi-dente mendocina. Hacía nueve años que no sabía de mí, nueve años en los que no había vuelto a ver mi cara; sin embargo, cuando me vio esperándola para esta nueva con-sulta me dijo: ¿Tuviste un tiempo muy duro no? Te acordas-te mucho de mí y no precisamente bien, ¿verdad?

Ya en la consulta, volvió a vaticinarme mi vida duran-te los próximos dos años: me vio cruzando la cordillera en forma muy precaria, con mi hijo menor; también me vio ayudada por mi familia política, especialmente por mi cu-ñada y mi cuñado, pero me dijo que algo iba a suceder que no llegaría a los dos años de permanencia en Chile. Y así fue nuevamente.

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Estaba poniendo todo mi esfuerzo en armar mi vida en Chile, trabajando en sociedad con mi cuñado, intentando salir adelante con mucho apoyo; estaba intentando tener una vida buena y abundante, pero falleció mi madre.

Y ahí realmente, en el año 1993, comenzó mi verdade-ra búsqueda espiritual. Fue producto de esa crisis y nació de una acusación que hace uno de mis hermanos a mi ma-dre que, obviamente, ya no podía defenderse. Sin intentar juzgar a ninguno, empecé una búsqueda que me aclarara diversos acontecimientos que se fueron produciendo y para ello regresé a la Iglesia, hablé con curas, intenté entender y comencé a leer todo lo que caía a mis manos.

Fui una persona que buscó siempre respuestas en ti-radas de cartas o en lecturas de la borra del café, por ejem-plo. Pensaba entonces ilusamente que las personas que “veían” mi futuro podrían ayudarme a recorrer mi camino de una manera menos conflictiva. Fui a adivinos y a cuanto ser me dijera algo que yo pudiera creer. Poco me ayuda-ron, pues ellos no tenían las respuestas; podían quizás ver los acontecimientos, lo que iba a suceder; pero las solucio-nes, ahora lo entiendo, sólo estaban dentro mío. Ellos sólo despertaban en mí más ansias de saber, de entender.

A todo esto mi hija quiso quedarse en Chile cuando yo decidí regresar. Ya nos separaba un abismo en ese momen-to, ya escuchaba sus quejas sobre mí en las que me decía que era invasora, poco respetuosa y me parecía increíble que mi hija me pudiera decir estas cosas pero la verdad es que algo de razón tenía, aunque en ese momento yo no lo sabía.

Así regresé nuevamente a Salta intentando hacer un entierro simbólico, ya que no había podido asistir al de mi madre, pensando que así podría sacarme la culpa de mi co-razón por no haber estado con ella. También fue una época de reencuentros familiares (con primos y sobrinos porque

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mis hermanos huían de mí como de la peste). Aunque la in-tención de juntarse y entenderse entre estos parientes du-ró bastante poco, ese momento fue placentero.

Hice uso de mi título de Corredora de Propiedades y tuve una buena racha. Vivía en San Lorenzo, en casa alqui-lada porque en eso es en lo único que había sido realmente coherente en mi vida. Me esmeré muchísimo en quedarme sin recursos económicos. Consciente o inconscientemente parece que en algún momento de mi vida decreté que eso tenía que ser así, para poder lograr que alguien me quisie-ra por mí misma y no por mi dinero. Pero, ¡¡¡oh sorpresa!!! No fue así, tampoco me querían a mí o eso es lo que yo sentía.

Hice nuevos amigos que me trataban de ayudar a en-tender este proceso y me alentaban en esta búsqueda in-tentando enseñarme muchas cosas y acompañándome por-que, en el ínterin, regresé a vivir a la ciudad, a una casa que todavía me pertenecía porque había estado a nombre de otros y porque estaba alquilada y vivía de esa renta. Pe-ro se desalquiló y no me quedó otra que regresar a vivir allí.

Allí comenzaron a suceder cosas diferentes como rui-dos extraños o lámparas que se movían solas. También a mi perro le sucedían cosas: repentinamente se ponía, por ejemplo, a ladrar a una planta, o si estaba durmiendo pro-fundamente, parecía que alguien le clavase el dedo y lo ha-cía levantarse de golpe.

Una amiga, de ésas que intentaban mejorar mi vida, a la que llamé para que me ayudase a entender qué sucedía en esa casa y qué era lo que tenía que hacer, me dijo: En esta casa hay tres entidades, una es una señora mayor que pienso que es tu mamá, otra es un adolescente muy inquie-to y otra es una cosa fea. Yo ingenuamente pregunté qué debía hacer con ellas, cómo debía manejarme. Ella me dijo,

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MILAGRO MESPLES

nada, no tenés que hacer nada, tratá de entenderte con ellas.

Yo me quedé pensando y llegué a la conclusión de que con el único que podría llevarme bien era con el adolescen-te inquieto y como no sabía qué hacer ni cómo, comencé a hablar con él, a llamarlo Pedro porque no conocía su nom-bre, a contarle lo que iba a hacer, lo que iba a preparar de almuerzo, a integrarlo a mi vida. Así pasé todo un día, ha-blándolo. A la noche, cuando me dormí, una voz en mi oído izquierdo, clarísima, me despertó y me dijo: Quiero aclarar-te que no me llamo Pedro, me llamo Cristian. ¿Se imaginan mi reacción? En un segundo me desperté, me senté, encen-dí la luz y no salí huyendo sólo porque no vi a nadie delante de mí. Fue mi primer contacto con quien, tiempo después sabría, era mi ángel guardián.

Así comenzaron a suceder cosas en esa bendita casa, cosas necesarias para que yo me preocupase por entender, recordar, descubrir, aprender.

También empezaron a llegar, de diferentes maneras maestros y personas con dones especiales que me transmi-tían mensajes para que pudiera avanzar en este proceso evolutivo que una vez empezado ya no se detiene ni uno desea que se detenga, al contrario, se convierte en un vi-cio, en una necesidad.

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Page 29: Ser Feliz - La Mejor Manera de Sanar

CAPÍTULO 2

Primeras Lecciones

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