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    as formas de reconstruir y escribir la historia pueden ser tan varia-das como lo son intelectual y personalmente los historiadores. Aundentro de lo que se considera una misma escuela o corriente histo-

    riogrfica suelen presentarse diferencias substantivas en la forma deabordar temticas cercanas o similares. En el presente artculo expondrde manera concisa dos entradas distintas al estudio de los sectores popu-lares chilenos del siglo XIX. Para ello tomar como base el libro de Ga-

    briel Salazar Labradores, peones y proletarios. Formacin y crisis de la socie-dad popular chilena del siglo XIX1, y mi propia obra, De la regeneracin del

    pueblo a la huelga general. Gnesis y evolucin histrica del movimiento po- pular en Chile (1810-1890)2. No resear estos textos ni dar cuenta detodos sus aspectos. Slo me centrar en la relacin entre la historia socialy la poltica que explcita o implcitamente aparece en ambos libros a finde responder a la interrogante: cmo escribir la historia de los sectorespopulares? Ms precisamente: con o sin la poltica incluida? Comple-mentariamente me referir a otros escritos que pueden servir para acla-rar ms las posiciones.

    Escribir la historia de lossectores populares.

    Con o sin la poltica incluida?

    A propsito de dos miradasa la historia social (Chile, siglo XIX)

    Poltica. Volumen 44 - Otoo 2005, pp. 17-31

    1. Salazar (1985).2. Grez (1988 a).

    Sergio GREZ TOSO

    L

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    La historiografa marxista clsica chilena y su relacin con lapoltica

    La revolucin historiogrfica de losAnales franceses tuvo un eco univer-

    sal en la disciplina de la historia, ampliando de manera muy positiva sucampo de observacin. Pero la lucha contra la vieja historia (narrativa,episdica y estrechamente poltica) emprendida por la nueva escuelaengendr una historia esencialmente estructuralista, centrada en factoresde muy larga duracin como la geografa, el clima y las mentalidades(esas prisiones de larga duracin segn la definicin de Fernand Brau-del), que no cambian o que cambian muy lentamente. Bajo estos podero-sos influjos, la historiografa pas casi sin contrapeso de las personas a lasestructuras; de las voluntades y conciencias a los factores determinantes;

    de lo superficial, agitado, mvil, consciente y apasionado, a lo profundo, alos cauces de lentas aguas subterrneas, frente a los cuales casi no cuentanlas voluntades y las acciones de los individuos. La historiografa se enri-queci con la incorporacin de la economa, las mentalidades, la demogra-fa, las estructuras y clases sociales. Pero tambin se empobreci, especial-mente durante la segunda generacin de la Escuela de los Anales, aquellaque encabez Braudel, porque se hizo apoltica, pesada, lenta (a veceslentsima), ajena a las voluntades de los actores sociales, a sus pasiones,anhelos, reflexiones y luchas. Se tendi a prescindir de los sujetos y lapoltica considerada como movimiento de aguas superficiales pas asegundo o a tercer plano. O como dira Jacques Le Goff, al referirse a laprincipal obra de Braudel, la poltica pas de ser la espina dorsal de lahistoria a simple apndice atrofiado3.

    En convergencia con la influencia de la Escuela de los Anales, el marxismoestructuralista (de exagerado nfasis en los modos y relaciones de produc-cin) consider la poltica como una mera superestructura en contrastecon la gran importancia que le dio Marx en sus trabajos histricos4.

    El desprecio por la historia poltica qued sellado por este doble movi-

    miento de tenazas estructuralistas.Sin embargo, desde fines de la dcada de 1970, en las filas de la terce-ra generacin de la propia Escuela de los Anales empez a producirseuna triple reaccin, expresada segn Peter Burke en la constitucinde un giro antropolgico, la revalorizacin de la dimensin polticade la historia y de la narracin como soporte esencial de su construc-cin epistemolgica5.

    El ascendiente de los grandes centros mundiales de la produccin teri-ca historiogrfica en Chile ha llegado algo tardamente y a menudo muy

    3. Un amplio desarrollo de estos temas se encuentra entre otros en Cardoso y PrezBrignoli (1976: 19-57); Casanova (1991); Bourd y Martn (1989: 215-243); Burke (1999);Dloye (1997: 13 y 14); Chesneaux (1976: 129).4. Una clebre crtica a estas posiciones fue la que formul desde el marxismo Thompson (1981).5. Burke (1999). Sobre el retorno a la historia poltica, vase tambin: Lvque (1986: 515-522); Balmade (1990: 363-389); Dloye (1997: 15-20).

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    mediatizado por el contexto histrico nacional. Tal vez por esa razn eleco de la Escuela de los Anales fue insignificante antes de la dcada de1950 y la historia social sigui un curso espontneo empujado por eclc-ticas influencias. Curiosamente, este atraso impidi que la historiogra-

    fa chilena sobre los sectores populares siguiera la criticable tendencia aevacuar la poltica de su campo de observaciones.

    El estudio de los movimientos populares en Chile cobr fuerza a partirde los trabajos realizados durante las dcadas de 1950, 1960 e inicios dela de 1970 por los historiadores marxistas clsicos Julio Csar Jobet,Marcelo Segall, Hernn Ramrez Necochea, Jorge Barra Sern, FernandoOrtiz Letelier, Luis Vitale y Enrique Reyes6. A pesar de sus diferencias ydisputas, estos historiadores tuvieron como comn denominador su re-conocimiento explcito del marxismo como marco terico y fuente inspi-

    radora de su quehacer intelectual, adems de un compromiso militantecon el proceso de cambios sociales propiciado por distintas vertientes dela izquierda chilena.

    Todos ellos otorgaron un lugar central al proletariado minero e indus-trial, de acuerdo al postulado de Marx que vea en este sujeto social lanica clase verdaderamente revolucionaria de la sociedad capitalista. Talvez quien expres con mayor fuerza (y rigidez) este planteamiento fueHernn Ramrez Necochea, al sostener que el proletariado es en Chilelo mismo que en todo el mundo la clase a la que pertenece el porve-

    nir7. En consecuencia, el centro de atencin de suHistoria del movimientoobrero en Chile estuvo puesto en las condiciones estructurales (econmi-cas) que posibilitaron el nacimiento y desarrollo del proletariado y en losfactores esencialmente ideolgicos que contribuyeron a la formacinde su conciencia de clase. Poco antes que Ramrez, Julio Csar Jobet enRecabarren. Los orgenes del movimiento obrero y del socialismo chileno , seaboc a demostrar la progresiva maduracin de la conciencia de los tra-

    bajadores hasta llegar a la frmula revolucionaria la conjuncin entreel sindicato y el partido para alcanzar su propia emancipacin8. Marce-

    lo Segall otorg mayor importancia a otros actores sociales populares. Sibien en su libro Desarrollo del capitalismo en Chile.Cinco ensayos dialcticos,referido al perodo 1848-1900, la mirada estuvo puesta principalmenteen el artesanado y en el naciente proletariado9 , en un trabajo posteriorsobre Las luchas de clases en las primeras dcadas de la Repblica deChile, 1810-1846 ampli sus observaciones hacia otros actores popula-res y otras formas de descontento y protesta social como el robo deminerales y el bandolerismo, dando siempre gran importancia a lascuestiones polticas10. La generacin siguiente de historiadores marxis-

    6. Un anlisis de las obras de estos precursores de la historiografa de los sectores popula-res en Rojas (2000: 48-51).7. Ramrez (1956: 13).8. Jobet (1955).9. Segall (1953).10. Segall (1962: 175-218).

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    tas clsicos (Barra, Ortiz, Vitale y Reyes) continu la senda trazada porsus predecesores de la dcada del 50. Con variantes de menor importan-cia, todos se concentraron en el proletariado (maduro o en vas de madu-racin) en una va evolutiva desde las mutuales a los sindicatos y desde

    los grmenes de conciencia social a la conciencia de clase. Aunque Ba-rra, por ejemplo, declar explcitamente que su objeto de estudio era laclase trabajadora organizada (lo que inclua a los campesinos y a losempleados), su obra historiogrfica estuvo condicionada por la mismaidea rectora que sus predecesores, esto es, que la clase obrera es la queexperimenta con mayor intensidad la explotacin de la sociedad capita-lista y que representa por eso, objetivamente, el ncleo central del movi-miento de los trabajadores11.

    Como se ha sostenido ms arriba, estos historiadores siempre considera-

    ron la dimensin poltica de los movimientos sociales, preocupndosemuy especialmente por mostrar lo que en su concepto haba sido el pro-ceso de formacin de una conciencia de clase que pasaba, segn un pro-ceso evolutivo ms o menos lineal, desde las expresiones primarias dedescontento social, a las mutuales, los sindicatos y los partidos polticosde la clase trabajadora. En ese marco, las luchas polticas tuvieron unlugar importante en las obras de Segall, Jobet, Ramrez, Vitale y otrosrepresentantes de esta corriente. Estos autores han sido objeto de mu-chas crticas, entre ellas: el carcter eminentemente ensaystico de varias

    de sus obras (Jobet, Segall y Ramrez); la poca profundidad de sus inves-tigaciones; carencias metodolgicas como la ausencia de referencias a lasfuentes de las cuales tomaron sus informaciones (especialmente Segall);sus a prioris ideolgicos que actuaban como camisas de fuerza haciendoentrar, de grado o de fuerza, las evidencias histricas en esquemas pre-viamente establecidos (particularmente Ramrez); la substitucin delanlisis concreto de las situaciones concretas por juicios polticos (sobretodo Segall, Ramrez y Vitale), su visin teleolgica y lineal de la historia(especialmente Ramrez Necochea y Barra), etc.12. No obstante la justezade estas crticas, es innegable que para ellos la historia social fue siempreuna historia con la poltica incluida, de acuerdo con sus compromisosmilitantes y ciudadanos en el contexto de una poca marcada por elsigno del cambio social y la revolucin.

    Nueva historia, nuevas perspectivas, enfoques diferentes

    El quiebre poltico e ideolgico representado por el golpe de Estado de1973 acarre consecuencias que han sido bastante analizadas en el cam-

    po de la historiografa nacional13

    . Desde comienzos de la dcada de los

    11. Barra (1971: 7-9 y 134-136).12. Una sntesis de las crticas a la historiografa marxista tradicional se encuentra enRojas (2000: 71-73).13. Vase, entre otros, varios autores (1986: 157-170); Salazar (1990: 81-94).

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    80 comenz a emerger una nueva generacin de historiadores socialesconocida como la nueva historia o la historiografa social popularque rompi con el estructuralismo de los aos 60 y 70 y apost fuerte-mente por la reposicin del sujeto (o de los sujetos colectivos) en la

    historia. Segn lo observado por Jorge Rojas, la derrota poltica repre-sentada por el golpe militar, la efervescencia popular de los 80 y lastransformaciones profundas que se consolidaron durante los 90 dejaronsu huella en la produccin historiogrfica de las ltimas dcadas. Elescepticismo en torno al esencialismo revolucionario que se le atribua ala clase trabajadora, o bien la desconfianza respecto de las posibilidadesmismas o el carcter del cambio revolucionario han hecho variar losnfasis de la investigacin. Tambin han influido en estos cambios lacrtica a los reductivismos ideolgicos que atentaban contra el rigor cien-

    tfico de los estudios y las influencias que han ejercido diferentes escue-las historiogrficas (especialmente europeas) sobre los investigadoresnacionales. En el plano de la historia laboral, sostiene Rojas, es notorio elprestigio de historiadores como Edward P. Thompson, Eric Hobsbawm yGeorge Rud, en contraste con la escasa influencia de la Escuela de los

    Anales con poca tradicin en estos temas14.

    Compartiendo este anlisis, cabe agregar que el ascendiente de la Escuelade los Anales se ha hecho sentir de manera indirecta y sutil en la historio-grafa del pueblo llano bajo la forma de una historia con la poltica exclui-

    da. El rechazo a la interpretacin alucinantemente poltica de los proce-sos histricos15 , ha llevado a algunos historiadores sociales a postular (sino en la teora, al menos en los hechos) una historia de los de abajovaciada de su accin poltica. La puesta en relieve de otros sujetos histri-cos como el peonaje, los vagabundos y marginales de todo tipo, ha redun-dado en la reconstruccin de historias predominantemente culturalistasen las que frecuentemente estos sujetos aparecen como objetos de las polti-cas de la elite, pero raramente como actores de la poltica porque en cier-tos momentos histricos carecan de estas capacidades o porque, desdeque su propia transformacin social y cultural hizo de ellos hombres ple-namente polticos, dejaron de ser atractivos para aquellos investigadoresque valoraban su ser natural. De la apologa al racionalismo, la moder-nidad, las ideologas de redencin social, los proyectos y vanguardias po-lticas, se ha pasado casi sin matices a la valorizacin de la barbarie, loespontneo, pre-moderno, irracional y sensual.

    Una historia rigurosamente econmica y social

    Labradores, peones y proletarios, de Gabriel Salazar, tiene como actor cen-tral al peonaje decimonnico, un sujeto casi invisible en la historia de

    14. Rojas (2000: 63 y 64).15. Concepto planteado por Gabriel Salazar como crtica a las visiones dominantes sobrela guerra civil de 1891. Salazar (1991: 172).

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    Chile hasta la aparicin de este libro (1985). Esta obra de referencia obli-gada de nuestra historiografa social aborda una gran cantidad de aspec-tos de la vida de la sociedad popular chilena: su formacin (desde lapoca colonial) y crisis durante el siglo XIX, los mecanismos mediante

    los cuales la clase dirigente aseguraba su dominacin, la cotidianeidad,las diversiones y la mentalidad del bajo pueblo, algunos aspectos desus condiciones de vida, las relaciones entre hombres y mujeres, etc.Salazar realiza una incursin por variados elementos econmicos, cultu-rales y sicolgicos de la vida del pueblo llano. Su supuesto terico ymetodolgico reposa en la conviccin de que a la sociedad popular espreciso estudiarla tal como es naturalmente, en los espacios dondevive y se reproduce. Por eso el autor ha prescindido de la dimensinpoltica del accionar histrico del mundo popular:

    [] no se hace tcnicamente necesario desgarrar al pueblo, definin-dolo por facetas, dividindolo entre un hombre domstico y otro poltico,entre uno consciente y otro inconsciente, entre un pueblo organizado yotro desorganizado, entre un proletariado industrial y una masa margi-nal, o entre la vanguardia y la clase. La autoliberacin no requiere de unadesintegracin social, sino de lo contrario. La historicidad del pueblo nose acelera dividiendo las masas populares, sino sumndolas y, sobre todo,potencindolas. Porque cuando el hombre de pueblo acta histricamen-te, es decir, en lnea directa hacia su humanizacin solidaria, no movilizauna sino todas las facetas de su ser social. La potenciacin del sujetohistrico popular tiene lugar en el mbito de su propia cotidianeidad, yaque la humanizacin de la sociedad est regida por la validacin perma-nente de sus formas convivenciales de paz, aun dentro del campo margi-nal de las negaciones.

    Son esas las ideas generales que definen la orientacin terica de esteestudio sobre la sociedad popular chilena del siglo XIX. Ellas explicanpor qu no est centrado ni en el proceso de explotacin del trabajo, ni enla opresin institucional de los desposedos ni en la lucha revolucionariadel proletariado. Aunque esos problemas son examinados cuando corres-ponde, ello se hace en la perspectiva de la sociedad popular en desarro-llo. El esfuerzo se ha concentrado en la observacin de los hechos y pro-

    cesos desde la perspectiva del pueblo en tanto que tal. No se intentarefutar las perspectivas que focalizan el desarrollo del capitalismo enChile o los progresos revolucionarios del movimiento obrero. Ms bien,lo que se pretende es trabajar una perspectiva complementaria que, al dade hoy, parece ser indispensable16.

    En este libro no estn las luchas polticas, econmicas o ideolgicas delos de abajo. Conscientemente, Salazar dej de lado la intervencinpopular en las asambleas, guerras civiles, elecciones y partidos polticos,participacin muy real en ese siglo (aunque a menudo subordinada a las

    elites). Tampoco mencion las organizaciones ni las ideologas y postula-dos polticos en que se apoyaron los trabajadores para construir sus pro-yectos y conquistar sus reivindicaciones; slo tangencialmente aparecenalgunas de sus peticiones colectivas frente a las autoridades y los patro-

    16. Salazar (1985: 18).

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    nes. La dimensin movimientista y poltica del pueblo llano no esconsiderada en Labradores, peones y proletarios.

    Este enfoque rompi novedosamente con la historiografa marxista clsica

    que haba puesto nfasis en la explotacin econmica capitalista y en losaspectos reivindicativos, organizacionales y polticos recin mencionados.Pero al emprender dicho camino, la poltica qued circunscrita a las leyes,decretos, disposiciones administrativas, cavilaciones y medidas de todotipo adoptadas por las clases dirigentes para contener, controlar y domi-nar al bajo pueblo. La resistencia popular a la proletarizacin y a lasubordinacin se expresan en esta obra bajo las formas de rebeldas pri-mitivas (como la huida, el nomadismo, el bandidaje, la cangalla mine-ra, los desacatos individuales, etc.) o mediante el desarrollo de la empre-sarialidad popular (en la agricultura, la minera, el comercio y las

    artesanas). Los sujetos populares de esta historia son sujetos sin proyec-cin poltica, y no por culpa del historiador que los rescat del olvido,sino porque, objetivamente, los peones decimonnicos no posean esa ca-pacidad. En todo caso, lo que para otros podra ser carencia, para Salazartiene contornos de virtud. En un texto posterior, este historiador ha reite-rado su defensa de las potencialidades de la peonizacin:

    Qu importa [que los peones] no hayan desarrollado un discurso polti-co general, unificado y coherente? Qu importa que no hayan formadouna organizacin para fines electorales y parlamentarios? Qu importa

    que no hayan puesto por escrito sus memorias, sus cabildeos marginales,sus desenfrenos regados de alcohol, la camaradera y el sexo? Su histori-cidad estuvo siempre all, a todo lo largo del siglo XIX, estorbando entodo el territorio, sin dejar dormir tranquilo a ningn oligarca demasiadomillonario. La historicidad de los rotos fue, durante ese siglo, un podersocial y cultural agazapado , presto a saltar no slo sobre los tesoros mer-cantiles sino tambin sobre la yugular de la Cultura y el Estado17.

    Es evidente que despus de Labradores y de otras obras posteriores, lahistoricidad del peonaje decimonnico no puede ser puesta en duda.Tampoco debera causar polmica la afirmacin de Salazar referida al

    proyecto vital, rebelda y camaradera de esos peones. Sin embargo,cabe preguntarse si los proyectos individuales de vida, la camaradera yla rebelda peonal (aun suponiendo que esta fue masiva, permanente yno matizada por actitudes y estrategias de acomodo y subordinacin)constituyen por s solas expresiones polticas18. Ms an cuando el mis-mo historiador reconoce a regln seguido, que el bajo pueblo (que en

    17. Salazar (2002: 160).18. La lectura propuesta por Jos Bengoa sobre el comportamiento de los sectores populares

    rurales nos parece muy sugerente y convincente. Segn este autor, los campesinos chilenosoptaron por dos estrategias diferentes. La subordinacin asctica, protagonizada por losinquilinos, quienes a cambio de ciertas granjeras, seguridad y proteccin de sus patrones ycon la esperanza de lograr algn ascenso dentro de las haciendas, aceptaban la servidum-

    bre. Los peones gaanes habran preferido, una estrategia de subordinacin sensual, rea-lizada a travs de la vida nmade y libre, llena de placeres sensuales (como el juego, las

    borracheras y la prostitucin), pero subordinacin en fin de cuentas, puesto que sus desaca-tos y trasgresiones no ponan en cuestin el orden social. Bengoa (1988).

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    ste caso es sinnimo de peonaje) no pudo,no supo,ni logr transfor-mar ese capital social en un discurso pblico de legitimacin y en unsistema poltico de dominacin o de integracin nacional de nivel supe-rior19. Salazar agrega que el bajo pueblo debi haberse jugado por esa

    transformacin si quera cambiar estructuralmente su situacin de mar-ginalidad, explotacin y dominacin en que se hallaba, pero que no ne-cesitaba apostar por esa alternativa si su proyecto de vida y de rebeldale bastaban o poda aceptarlos como fines en si mismos. La vida rebeldeen si contendra recompensas sensuales lo suficientemente grandes comopara no aspirar a la politizacin plena y continuar, en cambio, una rebel-da que de acuerdo con esa opcin debiera ser eterna20, segn se deducedel planteamiento de Salazar y de su concepcin microfsica y descentra-lizada del poder (difuso y disperso en la sociedad y no centralizado en el

    Estado como cristalizacin de la hegemona de la clase dominante)21

    .No cabe duda que cada historiador tiene el derecho a privilegiar lossujetos que desee, pero es evidente que los peones decimonnicos, noofrecen la posibilidad de incorporar la poltica a su historia salvo comoreceptores (ms o menos sumisos o rebeldes segn las circunstancias) delas decisiones y de las acciones de las clases dirigentes. La historia quetenga al peonaje como protagonista central podr considerar como efec-tivamente lo hace Salazar lo poltico , esto es, un campo globalizador ymultifactico abierto a todos los aspectos de gestin de lo real y de las

    relaciones de poder, pero no la poltica (de los de abajo), actividadespecfica y aparentemente bien delimitada22. La historia de los sectorespopulares conla poltica incluida exige privilegiar otros actores, sujetos concapacidad para proyectarse ms o menos conscientemente en el plano dela defensa de sus intereses y entrar organizadamente en el juego de lasrelaciones de poder. O, en su defecto, seguir investigando el devenir devastos ramales del peonaje hasta su transformacin en proletariado ycon ello la reconfiguracin de sus identidades y su proceso de politiza-cin e incorporacin a las luchas polticas23.

    Una historia de los sectores populares con la poltica incluida

    En el contexto del siglo XIX esta historia requiere de actores que por suinsercin en ciertas actividades econmicas (predominantemente urba-nas y sedentarias), su acceso a algunos elementos de la cultura ilustraday su praxis histrica vinculada a los conflictos polticos, estuvieron encondiciones de formarse como sujetos con clara vocacin poltica. Du-

    19. Salazar (2002: 160). Cursivas en el original.20. Salazar (2002: 160 y 161). Cursivas en el original.21. Una crtica de las concepciones microfsicas del poder y sus implicaciones polticasrespecto de los movimientos sociales en Saldomando (1989: 85-106).22. La distincin entre lo poltico y la poltica ha sido tomada de Balmade (1990: 372).23. Trabajo realizado parcialmente por algunos autores. Vase: Pinto (1998) y Grez (2000:141-225).

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    rante ese siglo slo el artesanado y algunos gremios de obreros califica-dos urbanos tuvieron estas caractersticas. Para descubrir e identificar aestos sujetos no basta con analizarlos desde un punto de vista estructu-ral (cuantificarlos y caracterizarlos, mostrar su insercin en la estructura

    social del pas y en el aparato productivo, analizar sus condiciones devida y de trabajo, etc.). Tambin es imprescindible esbozar sus relacionescon otras clases o sectores sociales. Sin descuidar esos factores, en De laregeneracin del pueblo a la huelga general y en otros trabajos posterioreshe centrado la mirada en su praxis asociativa, reivindicativa y poltica.

    Mi apuesta permanente ha sido la historia social con la poltica incluida.Por ello, al estudiar los movimientos populares he procurado dar cuentade la relacin compleja y dinmica entre lo poltico (y la poltica) y losocial, considerando no slo los desencuentros entre la poltica y lo

    social que son frecuentes en el mundo popular, sino tambin, y muyespecialmente, las relaciones entre lo social y la poltica. Como supuestoterico y metodolgico rechazo la dicotoma maniquea de lo social versus lo

    poltico (o la poltica), as como la tentacin de buscar refugio en el terre-no supuestamente inmaculado de lo social popular:

    En un pas como Chile, en el que el Estado nacional se consolid demanera relativamente rpida y donde la hegemona de la oligarqua setradujo con similar celeridad en la adopcin de un sistema poltico, almenos formalmente europeo (partidos ideolgicos, Parlamento, debili-

    dad o ausencia de caudillismo militar, etc.), la historia del movimientopopular es necesariamente poltica o, mejor dicho, esta historia est fuer-temente marcada por los vaivenes de las luchas polticas24.

    Doy por sentado que la historia social tiene una dimensin poltica, quela poltica no es un simple reflejo de otras esferas (como la economa o lacultura) sino que goza de cierta autonoma y que tiene lgicas y tiemposque le son propios. Una parte de mi opcin como historiador consiste enhacer una historia social de la poltica, descubrir las condicionantes de lapoltica por lo social y, a la vez, desentraar las influencias de la polticasobre lo social. Cules son los caminos y las formas de incorporacin delos trabajadores a las luchas polticas?, cules han sido las relacionesentre las opciones polticas populares y sus reivindicaciones?, son algu-nas de las preguntas que han guiado mis investigaciones.

    Por eso mi historia sobre los movimientos populares comprende tantosus movimientos reivindicativos econmicos, las formas de asociativi-dad popular, el ethos colectivo , la lenta configuracin de las identidadespopulares movimientistas, pero tambin la participacin de los trabaja-dores en poltica (clubes, partidos, asambleas, elecciones, guerras civi-les, etc.) y la imbricacin entre lo social reivindicativo y la poltica(como, por ejemplo, aquellas reivindicaciones que incidieron directa-mente en la formacin de representaciones o vanguardias polticas:Partido Democrtico, Partido Obrero Socialista y otros). Tambin heintentado considerar la forma como las ideologas polticas pesaron en

    24. Grez (1998 a: 34).

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    la constitucin de identidades sociales y polticas populares (artesana-les y obreras) que modelaron o reformaron las identidades naturales(concepto a mi juicio muy cuestionable) que existan en la sociedadpopular. Un ejemplo de este entrelazamiento de lo social y lo poltico y

    de sus repercusiones en las identidades de ciertos segmentos de lostrabajadores de la segunda mitad del siglo XIX es el que he detectado atravs de la corriente liberal popular:

    El fenmeno poltico ms importante en el mundo de los trabajadoresdurante las dcadas de 1860 y 1870 fue el perfilamiento de una corrientede liberalismo popular. Sus races arrancaban de experiencias anteriores: dela Sociedad de la Igualdad, de la participacin popular en las guerras civilesde 1851 y 1859, de movilizaciones ms lejanas como las de 1845-1846 entorno a la accin del Quebradino Ramos y sus partidarios y, segura-mente, de vivencias an ms pretritas. El gradual surgimiento de estatendencia poltica se entroncaba tambin con la reiterada formulacin deviejas reivindicaciones de las masas laboriosas, demandas presentes des-de los primeros aos de la vida republicana: proteccionismo para la in-dustria nacional y reforma o abolicin del servicio en la Guardia Nacio-nal, por citar las ms frecuentes. Durante las dcadas de 1860 y 1870 estasensibilidad poltica tom cuerpo. Una serie de experiencias colectivas,tanto sociales como polticas, afirmaron su perfil; el desarrollo del movi-miento asociativo de artesanos y obreros se vincul con movilizacionespolticas y sociopolticas, especialmente durante los aos setenta: las cam-paas presidenciales de Urmeneta y Vicua Mackenna, la campaa pro-

    teccionista y la constitucin de instancias de participacin poltica popu-lar como la Sociedad Escuela Republicana y el Partido Republicano. Laextensin del derecho a sufragio a partir de la reforma electoral de 1874amplific el fenmeno. La imbricacin entre lo social y lo poltico se hizoms estrecha como queda en evidencia en [] [un cuadro] que muestra latrayectoria de casi medio centenar de dirigentes del movimiento popularentre los aos 1875 y 187925.

    Rescatar la clave poltica en la formacin de las identidades popularesno significa desdear otras dimensiones (como las estrictamente socia-les) sino buscar los nexos entre la estructura y la cultura para tratar de

    comprender la naturaleza de los actores sociales en trminos de procesosde larga duracin de acumulacin de experiencias y construccin detradiciones. Incorporar a la historia la dimensin poltica de la vida de lagente del pueblo significa intentar explicar como lo hizo E.P. Thompsonrespecto de la clase obrera en Inglaterra la manera como una clase oconglomerado social se construye a s mismo a travs de sus anhelos,peticiones, luchas, instituciones, propuestas y proyectos ya que la for-macin de la clase obrera [como cualquier otra clase social] es un hecho dehistoria poltica y cultural tanto como econmica26.

    Incorporar la poltica a la historia social implica tratar tanto lo coyunturalcomo la larga duracin (cincuenta, cien o ms aos), para esclarecer cmoa travs de la reiteracin de ciertas reivindicaciones sociales, prcticas ymodos de hacer poltica se constituyen identidades, hbitos y cultura

    25. Grez (1998 a: 521). Cursivas en el original.26. Thompson (1989: tomo I, 203). Las cursivas son nuestras.

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    poltica populares. As es posible determinar, por ejemplo, que la culturapoltica electoralista y reformista prevaleciente hasta el da de hoy en elpueblo chileno hunde sus races en el primer siglo de vida republicana,en el eco que alcanzaron en los de abajo las contiendas polticas entre

    los bandos de la elite y en la incorporacin de los trabajadores a esasluchas para defender sus propios intereses. Esta aproximacin a la histo-ria tambin nos permite descubrir que el peticionismo obrero y populardel siglo XX (esencialmente salarial y laboral) encuentra su origen en elpeticionismo artesanal del siglo XIX (centrado en la exigencia de protec-cionismo para la industria nacional y reforma o abolicin del servicio enla Guardia Nacional). El ncleo del trnsito del movimiento por la rege-neracin del pueblo al movimiento por la emancipacin de los trabaja-dores a comienzos del siglo XX se halla, precisamente, en el paso de

    uno a otro tipo de peticionismo y cultura poltica. De un peticionismo yuna cultura poltica de raigambre eminentemente artesanal, reformista yliberal a otro de sesgo obrero, redentorista y radical (anarquista, socialis-ta y comunista)27.

    De este modo la poltica se relaciona estrechamente con lo social (y loeconmico) ya que los cambios en la adscripcin poltica de los sectorespopulares aparecen vinculados a las mutaciones econmicas (desarrollodel capitalismo y de la industria), a la llegada de las ideologas de reden-cin social (socialismo y anarquismo) y a la acumulacin de experiencias

    sociales y polticas del mundo popular. La poltica no queda entoncesrelegada al tiempo corto ni a la lucha de partidos, sino a la largagestacin de la cultura poltica de los trabajadores, producto no tanto delas ideologas aportadas desde fuera por las vanguardias, sino de lasexperiencias de los actores sociales.

    En un sentido amplio los sectores populares son, simultneamente, obje-tos y sujetos de la poltica. Lo son porque a pesar de que muchos de suscomponentes no hacan poltica consciente (o crean no hacerla), estabaninsertos en un sistema de dominacin y respondieron a su incomodidad

    existencial trazando estrategias socio-polticas para mejorar su posicinsocial. Esto significa que si mis sujetos histricos privilegiados son lostrabajadores o ms precisamente aquellos segmentos del mundo popu-lar con capacidades de liderazgo y construccin de alternativas socio-polticas, mi historia no es exclusivamente una historia de los de aba-

    jo, ya que no se puede estudiar separadamente a una parte de lasociedad sin considerar el conjunto. Es necesario entrar a la historiadesde abajo, pero tambin desde arriba para hacer historia de lasociedad en su conjunto, ya que como sostiene Hobsbawm, una historiaque est concebida slo para los judos (o los afroamericanos, o los grie-gos, o las mujeres, o los proletarios, o los homosexuales) no puede serhistoria buena, aunque puede ser reconfortante para quienes la culti-ven28. Cmo hacen poltica los sectores populares?, cmo responden a

    27. Un extenso desarrollo de estos temas en Grez (2000) y Grez (1998 a).28. Hobsbawm (2002: 276).

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    las polticas del Estado y de las clases dominantes?, son algunas de laspreguntas que es necesario plantearse para iniciar la investigacin y lareflexin sobre estos temas. Tambin habra que interrogarse como lohizo Hilda Sbato respecto de Buenos Aires de la segunda mitad del

    siglo XIX sobre la relacin entre los pocos que gobiernan y los muchosque son gobernados y los vnculos polticos que se establecen en unlugar y en un momento especfico29.

    Desde esta perspectiva, la poltica lejos de ser algo despreciable (his-toria superficial), se convierte en un ncleo duro insustituible de lahistoria. Lo cual no significa que los ritmos de la historia poltica (es-trictamente poltica) sean los mismos que los de la historia social (es-trictamente social). A veces coinciden, pero la mayor parte del tiempodifieren. Y esta autonoma del tiempo poltico obliga en ocasiones a abor-

    darlos por separado (en secciones o captulos de libro o artculos espe-cficos). Pero en otras oportunidades es preciso darles un tratamientoconjunto, cuando convergen lo social y lo poltico. De este modo hetratado, por ejemplo, el nacimiento del Partido Democrtico (1887), entanto fruto de una convergencia poltica entre un numeroso grupo dedirigentes sociales populares (especialmente mutualistas) y entre stosy algunos jvenes intelectuales escindidos del Partido Radical. Algoparecido hice al estudiar las campaas de masas dirigidas por estepartido entre 1888 y 1890 (por la rebaja de los pasajes de los tranvas,

    por la abolicin del impuesto al ganado argentino, contra el servicio enla Guardia Nacional y otras) o al abordar el desencuentro entre el Parti-do Democrtico y los huelguistas de 1890, como una manifestacin deldesencuentro entre la vieja vanguardia social de artesanos y obreroscalificados que anim el movimiento decimonnico por la regenera-cin del pueblo, y la emergente nueva vanguardia social (en torno a lanaciente clase obrera industrial y minera) que constituira el movi-miento por la emancipacin de los trabajadores que ocup el lugarcentral en la historia popular del siglo XX.

    Conclusin

    Luego de este breve recorrido por dos aproximaciones al estudio de lossectores populares, me parece importante recalcar que es dable y necesa-rio superar la dicotoma de losocial versus lo poltico para poder aprehen-der de manera ms ntida la formacin de los sujetos histricos popula-res. Sin reducir lo social o los movimientos sociales a susmanifestaciones y representaciones polticas, la poltica y lo poltico pue-

    den ser el campo por excelencia en el que sujetos colectivos que slo hantenido existencia sociolgica (como el artesanado del siglo XIX o la claseobrera de comienzos del siglo XX), devienen sujetos histricos en bsque-da de identidad y autonoma. Esto es posible porque la poltica no es

    29. Sbato (1998: 9).

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    slo ni principalmente el terreno contaminado por las influencias de laelite y del Estado; la poltica es por antonomasia un campo privilegiadode decantacin y defensa de los intereses de las clases y grupos sociales.Desde esta perspectiva, sin constituirse en la columna vertebral de la

    historia, la poltica se transforma en un ncleo enriquecedor de la histo-ria social, apuntando a que sta sea el rea historiogrfica que ms seacerque a la utopa normativa de la historia total.

    En el contexto actual de la llamada crisis de los grandes relatos y de laarremetida de las posiciones que tienden a borrar las fronteras de ladisciplina de la historia, haciendo de ella una mera tcnica literaria o ungnero puramente ensaystico, es importante afirmar que si la historiatiene como creo un sentido (o sentidos) que es posible desentraar, lopoltico y la poltica son elementos vitales para que la historiografa no

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