Serres Contrato

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    EL CONTRATO NATURAL

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  • Est edicin ha recibido una ayuda de la

    Conselleria de Cultura, Educacin)' Ciencia de la

    Generalitall1alenciana

    La reproduccin total o parcial de este libro, no autorizada por los editores, viola' derechos reservados. Cualquier utilizacin debe ser

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    Ttulo de la edicin original en lengua francesa: Le conlml nalm'el

    ditions Fran90is Bourin, Paris, 1990 Traduccin:' Jos Vzquez Prez y Umbelina L!UTaceleta

    Diseo cubierta: Manuel Ramrez de la presente edicin:

    PRETEXTOS, 1991 Luis Santngel, 10

    46005 Valencia

    IMPRESO EN ESPAA I PRINTED IN SPAIN ISBN: 84-87101-47-X

    DEPSITO LEGAL: V, 3442-1991

    T.O. RIpOLL, S.A. - POL.lND. FUENTE DEL JARRO - CruTAT DEL FERROL, 19 46988 PATERNA (VALENCIA)

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    UNA PAREJA de enemigos, esgrimiendo unos garrotes, se pelea en medio de arenas movedizas. Atento a las tcticas del otro, cada uno responde ojo por ojo y fren-te a regate rplica. Fuera del marco del cuadro, noso-tros, espectadores, observamos .la simetra de los gestos a lo largo del tiempo: qu magnfico -y banal- espec-tculo!

    Pues bien, el pintor -Goya"-- hundi a los duelis-tas en el barro hasta las rodillas. A cada ~ovimiento, un agujero viscoso los traga, de tal forma que gradual-mente se van enterrando juntos. A qu ritmo? Depende de su agresividad: cuanto ms encarnizada es la lucha, ms vivos y secos son los movimientos, acelerando as el encenagamiento . .Los beligerantes no adivinan el abis-mo en el que, se precipitan: desde el exterior, por el contrario, nosotros lo vemos perfectamente. ,

    Quin va a morir, nos preguntamos? Quin va a ganar? piensan ellos y se dice con mucha frecuencia. Apostemos. Apostad vosotros por la derecha; nosotros

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  • hemos apostado por la izquierda. Si el combate es incier~ to, ello se debe a la naturaleza doble de la pareja: tan slo hay dos combatientes, que la victoria, sin duda, separar. Pero, en tercera posicin, exterior a su dispu-ta, localizamos un tercer lugar, la cinaga, en el que la lucha se enloda.

    Porque aqu, en la misma duda que los duelistas, los apostantes corren el riesgo de perder todos juntos, pero tambin los combatientes, puesto que es ms que probable que la tierra absorba a estos ltimos antes de que ellos y los jugadores hayan saldado su cuenta.

    Cada uno para s, ese es el sujeto polmico; esa es, en segundo lugar; la relacin de combate, tan encar-nizada que apasiona al pblico que, fascinado, paltici-pa con sus gritos y sus dineros.

    En la actualidad: no estamos olvidando el mundo de las cosas mismas, las arenas movedizas, el agua, el barro, las caas de la cinaga? En qu arenas movedi-zas chapoteamos juntos, adversarios activos y mirones malsanos? Y yo mismo que lo escribo, en la paz soli-taria del alba?

    Aquiles, rey de la guerra, lucha contra un ro en crecida. Extraa y loca batalla! Cuando Homero, en el canto XXI de la Ilada, habla de ese ro, no sabemos si se est refiriendo al flujo creciente de los furiosos enemigos que asaltan al hroe.

    En cualquier caso, a medida que Aquiles arroja al curso de las aguas los innumerables cadveres de los adversarios vencidos y asesinados, el nivel de las aguas sube de tal forma que el arroyo, desbordado, acaba

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  • amenazndole hasta las espaldas. Entonces, desconcer-tado por un terror nuevo, abandona el arco y la espa-da y, elevando las manos al cielo, implora. Tan gran-de es su victoria que, por repugnante, se' convierte en un fracaso? En lugar de los rivales irrumpen el mundo y los dioses.

    Con su deslumbrante verdad, la historia desvela la gloria de Aquiles, o de cualquier otro hroe, orgullosos de ganar sus laureles en la guerra sin lmite, indefini-damente recomenzada; la violencia, por su resplandor mrbido, glorifica a los vencedores por hacer funcionar el motor de la historia. Ay de los vencidos!

    De esta anin1al barbarie una primera humanizacin acaba de proclamar que las vctimas son ms afortuna-das que los asesinos,

    En segundo lugar, ahora: qu hacer con ese ro, en otro tiempo callado, que comienza a desbordarse? Cul es la causa de la crecida, la primavera o la dis-puta? Hay que distinguir dos batallas: la guerra histri-ca que Aquiles presenta a sus enemigos y la ciega vio-lencia ejercida sobre el ro? Nuevo diluvio: sube el nivel. Por suerte, aquel da, en la guerra de Troya, el fuego del cielo evapor sus' aguas; por desgracia, sin prome-sa de alianza.

    El ro, el fuego y el barco se parecen a nosotros. Nosotros slo nos interesamos por la sangre derra-

    mada, por la caza del hombre, por las novelas polica-cas, por el lmite en el que la poltica se convierte en asesinato, tan slo nos apasionamos por los cadveres

    fa de las batallas, el poder y la gloria de los hambrientos '{{/';

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  • de victoria sedientos de humillar a los perdedores, de tal forma que los organizadores del espectculo slo nos ofrecen imge\1es de cadveres, muerte innoble que funda y atraviesa la historia, de la Hada a Gaya y del arte acadmico a la televisin nocturna.

    Para m es evidente que la modernidad empieza a estar cansada de eila repugnante cultura; que en los tiempos actuales no se admire tanto a los victoriosos asesinos, y que cada vez haya menos entusiasmo por ellos, tras la abertura de los osarios, exhibidos no obs-tante con delectacin, esa es, presumo, la buena neva.

    Pues bien, en esas representaciones, que de aqu en adelante esperamos que sean arcaicas, los adversa-rios, a menudo, se enfrentan a muerte en un espacio abstracto en el que luchan solos, sin cinaga ni ro. Eliminad el mundo que rodea a los. combates, conser-vad tan slo los cot+flictos o los debates, densos en hombres, puros en cosas, y obtendris el teatro sobre las tablas, la mayora de nuestros relatos y de las filo-sofas, la historia y las ciencias sociales al completo: el interesante espectculo que llaman cultural. Acaso dice alguien dnde se enfrentan el amo y el esclavo?

    A nuestra cultura le horroriza el mundo. Una vez ms, las arenas movedizas, aqu, aspiran a

    los duelistas; el ro, all, amenaza al combativo: la tie-rra, las aguas y el clima, el mundo mudo, las cosas tcitas situadas antao all como deco'rado que rodea las representciones ordinarias, todo eso, que nunca intere-s a nadie, brutalmente, sin previo aviso, se opone en lo sucesivo a nuestras artimaas. La naturaleza, de la que nuestra cultura slo se haba formado una idea local y vaga, cosmtica, irrumpe en nuestra cultura.

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    Juan BermudezResaltado

    Juan BermudezSubrayado

  • Antao local -tal ro, tal zona pantanosa-, ahora global -el Planeta-Tierra.

    CLIlvIA

    Propongamos dos interpretaciones, tan plausibles la una como la otra, del anticicln que ha permanecido casi estable sobre Europa occidental durante estos lti-mos meses del invierno y del verano 1988-1989.

    Primera interpretacin: remontando los decenios archi-vados o los milenios sin memoria humana, podramos volver a encontrar fcilmente o inducir una secuencia semejante de das calientes y secos. El sistema climti-co vara de manera considerable, pero no obstante vara bastante poco, es relativamente invariante por variacio-nes breves o lentas, catastrficas y suaves, regulares, caticas. As pues, los fenmenos raros se producen, pero no deben asombrarnos.

    Bloques rocosos que no se haban movido desde los flujos gigantescos de la des glaciacin, a finales del cuaternario, descendieron, en 1957, arrastrados por la excepcional crecida del Guil, mediocre torrente alpino. Cundo se desplazarn una tercera vez? El ao prxi-mo o dentro de veinte mil aos. Se trata de un fen-meno natural, y contra l nada podemos hacer.

    Acontecimientos rarsimos se integran o se aclima-tan, como habitualmente se dice, en una meteorologa, en la que 10' irregular se convierte en algo casi normal. El invierno estival es algo normal: sin historia.

    ,.l Sin embargo, desde la revolucin industrial, se incre-!~,I ~ e \foj,," IJi';: .. '

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  • menta en la atmsfera la concentracin de gas carb-nico, procedente del uso de combustibles fsiles, alImen-ta la propagacin de sustancias txicas y de productos acidificantes, crece la presencia de otros gases con efec-to invernadero: el sol recalienta la Tierra y sta, como reaccin, irradia al espacio parte del calor recibido; dema-siado intensa, una bveda de xido carbnico dejara pasar la primera irradiacin, pero detendra la segunda; como consecuencia, el enfriamiento normal disminuira, al igual que cambiara la evaporacin, como sucede bajo el techo de un invernadero. Corre el riesgo de evolu-cionar la atmsfera de la Tierra hacia aqulla, invivible, de Venus?

    El pasado, incluso lejano, nunca conoci experien-cias semejantes. A causa de nuestras intervenciones, el aire vara de composicin y, por lo tanto, varan sus propiedades fsicas y qumicas. Como consecuencia, en tanto que sistema 'Va a alterar su comportamiento? Se puede describir, estimar, calcular, incluso pensar, controlar finalmente ese cambio global? Se recalentar el clima? Se pueden prever algunas consecuencias de tales transformaciones, y esperar, por ejemplo, la elevacin, sbita o lenta, del nivel de los mares? Qu suceder entonces con todos los pases bajos, Holanda, Bangladesh o Luisiana, sern engullidos por un nuevo diluvio?

    Para la segunda interpretacin, he aqu algo nuevo bajo el sol, raro y anormal, evaluable en sus causas, pero no en sus consecuencias: puede la climatologa usual aclimatarlo? .

    La Tierra, en su totalidad, est en juego, pero tam-bin los hombres, en su conjunto.

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    La historia global entra en la naturaleza; la natura-leza global entra en la historia: estamos ante algo in-clito en filosofa.

    La secuencia estable de das clidos y secos que Europ'a acaba de disfrutar, o que le ha causado inquie-tud, tiene ms relacin con nuestros actos que con las variables consideradas naturales? La crecida ser conse-cuencia de la primavera o de una agresin? Con segu-ridad, no lo sabemos; es ms, todos nuestros saberes, de modelos difcilmente interpretables, favorecen esa inde-cisin.

    Nos abstendremos a causa de esa duda? No sera prudente, pues estamos embarcados en una aventura de economa, de ciencia y de tcnica, irreversible; podemos lamentarlo, incluso con talento y profundidad, pero es as y no depende tanto de nosotros como de nuestra herencia histrica.

    APUESTA

    Tenemos que prever y decidir. As pues, apostar, puesto que nuestros modelos pueden servir para soste-ner las dos tesis opuestas. Si consideramos que nues-tras acciones son inocentes y ganamos, en realidad no ganamos nada, la historia sigue como antes; pero si perden:os, lo perdemos todo, no estamos preparados para una posible catstrofe. Y, a la inversa, si elegimos ser responsables, si perdemos, no perdemos nada; pero si ganamos, 10 ganamos todo, sin dejar de ser los acto-

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  • res de la historia. Nada o prdida en un caso, ganan-cia o nada en otro: toda duda queda despejada.

    Pues bien, este argumento clsico es vlido cuando un sujeto individual elige, para s mismo, sus actos, su vida, su destino, sus fines ltimos; es decisivo, pero sin aplicacin inmediata, cuando el sujeto que debe decidir convoca, ms que al conjunto de naciones, a la huma-nidad. Bruscamente, un objeto local, la naturaleza, sobre el cual un sujeto, tan slo parcial, poda actuar, se con-vierte en un objeto global, el Planeta-Tierra, sobre el cual un nuevo sujeto total, la humanidad, se afana. El argumento decisivo de la apuesta, victorioso lgicamen-te de una situacin indecisa, da, pues, menos trabajo que la construccin de esa doble integracin.

    La conferencia de Toronto, el ao pasado, las de Pars, Londres, La Haya este mismo ao, dan testimo-nio de una angustia que comienza a extenderse. De pronto, dirase que se trata de una movilizacin gene-ral! Ms de veinticinco pases acaban de firmar una con-vencin para el gobierno comn del problema. La muche-dumbre se amontona como las nubes antes de la tormenta, que nadie sabe si estallar. Los grupos a la antigua par-ticipan en una nueva globalidad, que comienza a inte-grarse como la naturaleza parece totalizarse, en las mejo: res obras cientficas.

    Alerta area! No un peligro que procede del espa-cio, sino el riesgo al que se expone la Tierra por los aires: por el tiempo o el clima entendidos como siste-ma global y condicin general de supervivencia. Por vez primera, Occidente, que detesta los nios, puesto que

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  • hace pocos y no quiere pagar la instruccin de los que quedan, empezara a pensar en la respiracin de sus descendientes? Confinado desde hace mucho tiempo en el corto plazo, proyectara hoy a largo plazo? Sobre todo analtica, considerara la ciencia, por primera vez, un objeto en su totalidad? Frente a la amenaza, se reu-niran incluso las nociones, o las disciplinas cientficas, como lo hacen las naciones? Enraizados desde hace poco exclusivamente en su historia, vuelven a encontrar nues-tros pensamientos la esencial y exquisita geografa? La nica, en otro tiempo, en pensar 10 global, dejara la filosofa de soi'iar de ahora en adelante?

    Del problema climtico as planteado, en su inde-terminacin' y su generalidad, nosotros podemos descu-brir las causas prximas, pero tambin apreciar las con-diciones profundas y lejanas, buscar, por ltimo, posibles soluciones. En la economa, la industria, el conjunto de las tcnicas, la demografa, subyacen razones inmediatas que' todo el mundo conoce sin que poi' ello pueda actuar fcilmente sobre ellas. Pero tambin noS teme-mos que las soluciones a corto plazo, para esas disci-plinas propuestas, 'no reproduzcan, reforzndolas, las cau-sas del problema.

    Menos evidentes aparecen las causas a largo plazo, que ahora hay que explicitar.

    LA GUERRA

    Movilizacin general! Utilizo a propsito el vocablo empleado al inicio de las guerras. Alerta area! Utilizo

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  • deliberadamente el llamamiento lanzado en el combate terrestre o naval.

    Supongamos una situacin de batalla. Esquemticamente, esa situacin pone frente a frente a dos adversarios, solos o numerosos, unos y otros provistos o no de armas ms o menos poderosas, duelistas provistos de garrotes, hroes armados con espadas y arcos. Finalizada la accin, el balance de la jornada o de la campaa hace que se deploren, adems de la victoria y de la derrota decisivas, las prdidas: muertes y destrucciones.

    Hagamos que estas ltimas crezcan rpido, propor-cionales, evidentemente, a la energa de los medios movi-lizados. A un mximo conocido, nos encontramos ante la figura precontempornea, en la que no sabamos deci-dir si el arsenal nuclear, por previsin de las prdidas infligidas pero compartidas, por los beligerantes, garan-tizaba o no la paz relativamente estable en la que vivie-ron durante cuarenta. aos las naciones que la haban constituido. Aunque 10 ignorbamos, nos lo temamos.

    Que yo sepa nunca se ha sealado que como con-trapartida este crecimiento trastoca el esquema inicial, desde el momento en que accede a una cierta globali-dad. Al principio, nosotros plantebamos dos rivales fren-te a frente, como en las arenas movedizas de Gaya, para. finalmente decidir que haba un vencido y un ven-cedor. Pues bien, quiz por un efecto de umbral, el aumento de los medios y el compartir las destrucciones producen una asombrosa inversin: sbitamente, los dos enemigos se encuentran en el mismo campo y, lejos de batallar el uno con el otro, luchan juntos contra un mismo tercer competidor. Cul?

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  • El ardor de la contienda y la importancia, a menu-do trgica, de los desafos humanos que implica lo ocul-tan. Ni los duelistas ven que se hunden ni los guerre-ros que se ahogan en el ro, juntos.

    Ardiente, la historia permanece ciega ante la natu-raleza.

    DILOGO

    Examinemos una situacin anloga. Supongamos dos interlocutores, empeados en contradecirse. Por muy vio-lentamente que se enfrenten, y mientras acepten limi-tarse a una discusin, necesitan hablar una lengua comn para que el dilogo pueda producirse. No puede haber contradiccin entre dos personas si una de ellas habla un lenguaje que la otra no entiende.

    Para tapar la boca a otro, de repente, uno cambia de idioma: as, antao, los mdicos hablaban latn, y durante la ltima guerra, los colaboradores, alemn, de la misma manera que los peridicos parisinos de hoy en da escriben en ingls, para que el pueblo llano no entienda nada y, embrutecido, obedezca. Nocivas en las ciencias y en la filosofa, casi todas las palabras tcni-cas no tienen otra finalidad que separar a los iniciados de los excluidos, de los que uno no se preocupa, para conservar algn poder, que participen en la conver-sacin.

    Ms an que una lengua comn, el debate exige que los interlocutores utilicen las mismas palabras en un sentido al menos parecido, en el mejor de I los casos

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  • idntico. Explcito o implcito, interviene, pues, un con-trato previo sobre un cdigo comn. Este acuerdo, casi siempre tcito, precede el debate o el combate que, a su vez, supone un acuerdo; eso es lo que me parece que significa el trmino declaracin de guerra, cuyo te:A1:o no permite ninguna ambigedad: contrato de derecho que precede las explosiones violentas de los conflictos.

    ~or definicin, la guerra es un estado de derecho.

    Por otro lado, ninguna disputa verbal es posible si, procedente de na nueva fuente, un ruido gigante para-sita y borra cualquier voz.. Procedimiento tisual en las batallas de ondas y de imgenes: la interferencia. Por la noche, en los hogares, el clamor de la televisin aca-lla cualquier discusin. Una vieja publicidad de La voz de su amo muestra a un perro sentado muy obediente y con las orejas atentas ante la bocina de un gramfo-no; nos hemos convertido en obedientes cachorros que escuchan, pasivos, el vocero de nuestros amos. Ya no discutimos, ahora es el mon1ento de decirlo. Para. prohi-brnoslo, nuestra civilizacin hace que atronen motores y altavoces.

    Y ya no nos acordamos de que la palabra bastan-te rara de camorra Cnoise), usada tan slo en el senti-do de querella, en la expresin "buscar camorra (cber-cber no/se), y procedente del francs antiguo, significaba: tumulto y furor. El ingls nos ha tomado el sentido del ruido, mientras que .nosotros conservamos el de la batalla.

    Ms lejos todava, en el latn originario, esa palabra expresab~ el jadeo del agua, aullido o chapoteo. Nauticus:

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  • navo, nusea (tiene su origen en el odo, el mareo?), noise ..

    Resumiendo, en el dilogo, los dos oponentes luchan juntos, en el mismo campo, contra el ruido que podra interferir su vo;z y sus argumentos. Odles levantar el tono, de comn acuerdo, cuando surge el guirigay. El debate supone todava ese acuerdo. La camorra o inter-ferencia, en el sentido de batalla, supone una batalla comn contra la interferencia o camorra, en el sentido de ruido.

    Como consecuencia, el esquema inicial se comple-ta: dos interlocutores que nosotros vemos perfectamen-te que se empecinan en la contradiccin, pero all pre-sentes, velan dos espectros invisibles o cuando menos tcitos, el amigo comn que los concilia, por el con-trato, al menos virtual, del lenguaje comn y de las palabras definidas, y el comn enemigo contra el que luchan, de hecho, con todas sus fuerzas conjugadas,ese ruido de camorra, esa interferencia, que borrara hasta anularlo su propio . alboroto. Para existir, la guerra de-be hacer la guerra a esa guerra. Y nadie se da cuenta de ello.

    Este es finalmente un juego de cuatro, segn un nuevo. esquerna, cuadrado o cruzado, imprescindibly para cualquier dilogo. Los dos contrincantes intercap1bian argumentos leales o graves injurias, a lo largo ~e una diagonal, . mientras que, en la segunda, oblicual~ente o transversalmente a ellos, a menudo sin que sea? cons-cientes de ello, su lengua contractual lucha p~~t a paso contra el ruido ambiente para conservar su preza.

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    Batalla subjetiva all, quiero decir entre sujetos, los adversarios; pero combate aDjetivo aqu, entre dos ins-tancias que no tienen nombre, ni estatuto jurdico, toda-va, puesto que el espectculo fenomnico del dilogo ensordecedor y apasionado los borra siempre y distrae nuestra atencin.

    El debate oculta el verdadero enemigo.

    Ya no se intercambian palabras, sino, sin decir nada, golpes. Tal persona se pelea con tal otra, sujeto frente a sujeto. Pronto, porque dos puos ya no bast~npara su rabia,. los dos adversarios cogen piedras, las afilan, inventan el hierro, espadas, corazas y escudos, descu-bren la plvora, entonces hacen que hable, encuentran miles de aliados, se agrupan en ejrcitos gigantescos, multiplican su frente de batalla, en el mar, en la tierra y en el aire, manipulan la fuerza de los tomos, la lle-van hasta las estrellas, acaso hay algo ms simple y ms montono. que esta historia? Al final del crecimiento, este es el balance al que hay que enfrentarse.

    Dejemos de lado los millones de mllertos: a partir de la declaracin, cada: beligerante saba claramente que en esta guerra se derramaran sangre y lgrimas y con ello haba aceptado el riesgo y el resultado. Producido casi involuntariamente, todo estaba previsto. Existe en esa carnicera un umbral de intolerancia? Nuestras his-torias no lo indican.

    Pasemos por alto las llamadas prdidas materiales: buques, carros y caones, aeronaves, equipamientos, transportes y ciudades, destruidos. Destrucciones de nuevo aceptadas desde el momento en que los beligerantes ini-

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  • cian la~ hostilidades, medios construidos por la mano del hombre que los enemigos, si se me permite, tienen a mano.

    Pero, en las mismas circunstancias, nunca hablamos de las prdidas infligidas al propio mundo, desde el momento en que el nmero de soldados y los medios utilizados en el enfrentamiento son ms potentes. En el momento de declarar la guerra, los beligerantes no los aceptan conscientemente, pero en realidad los producen juntos, por el hecho objetivo de la beligerancia. Inconscientemente los toleran. No existe una conciencia clara de los riesgos a los que se exponen, salvo, a veces, por los miserables, terceros excluidos de las luchas nobles: ya no nos acordamos si la imagen del campo de avena devastado por la batalla caballeresca la hemos visto ilustrando los antiguos manuales de historia o esos libros que la antigua escuela llamaba maravillosamente lecciones de cosas.

    He aqu, pues, una flota de petrolet'os hundidos, varios submarinos atmicos destripados, algunas bombas termonucleares explosionadas: la victoria subjetiva en la guerra subjetiva de ste contra aqul, de repente, cuen-ta muy poco frente a los resultados objetivos de la vio-lencia objetiva desencadenada por los medios de que disponen los beligerantes contra el mundo. y tanto ms cuanto que el resultado alcanza un objetivo global.

    El repliegue contemporneo ante un conflicto mun-dial se debe a que en lo sucesivo se trata ms b~en de cosas que de hombres? De 10 global ms quei de lo local? Se detiene la historia ante la naturaleza? .LV menos, as es como la Tierra se convirti en la enemiga comn.

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    Hasta ahora nuestra gestin del mundo pasaba por la beligerancia, de la misma manera que el tiempo de la historia tena la lucha por motor. Un cambio global se vislumbra: el nuestro.

    GUERRA. y VIOLENCIA

    En lo sucesivo llamar guerras subjetivas a aqullas, nucleares o clsicas, a las que se entregan las naciones o los Estados, con vistas a un dominio temporal -para nosotros dudoso desde el momento en que constatamos que los vencidos de la ltima, y por esta razn desar-mados, dominan en la actualidad el universo-, y vio-lencia objetiva a aquella que opone todos los enemi-gos, inconscientemente asociados, a ese mundo objetivo que una asombrosa metfora denomina el teatro de las hostilidades: escena que reduce lo real a una represen-tacin en la que el debate destaca sobre un fondo de cartn piedra que, a voluntad, se puede presentar o des-montar. Para las guerras subjetivas, las cosas en s 1').1is-mas no existen.

    y como usualmente se dice de esos enfrentamien-tos que son el motor de la historia, conviene recordar de nuevo que a la cultura le horroriza el mundo.

    Pues bien, si la guerra, o conflicto armado, cons-ciente, voluntaria y formalmente declarada, sigue siendo una relacin de derecho, la violencia objetiva entra en vas de hecho sin ningn contrato previo.

    De ah el nuevo cuadrado" cuyo esquema contina aquel que traz la precedente situacin de dilogo: en

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  • dos vrtices opuestos se sitan los rivales del momen-to, librando su batalla a lo largo de una diagonal. Nosotros slo los vemos a ellos: desde el alba de la historia, crean todos los espectculos, ruido, furor, argu-mentos apasionantes y trgicas desapariciones, garanti-zan todas las representaciones y sostienen los dilogos. He aqu el teatro de la dialctica, lgica de las apa-riencias, que tiene el rigor de la. primera y la visibili-dad de las segundas.

    Pero, invisible, tcito, reducido al decorado, en un tercer vrtice del mismo cuadrado, est el mundo mun-dial, enemigo objetivo comn de la alianza de derecho de los rivales de hecho. Juntos y a 10 largo de la otra diagonal, transversa con relacin a la primera, pesan con todo su peso sobre los objetos, que soportan los efec-tos de sus acciones. Toda batalla o guerra acaba por luchar contra. las cosas o ms bien por violentarlas.

    Y, como era de esperar, el nuevo adversario puede ganar o perder.

    En los tiempos de la lada y de Gaya, el mundo no se consideraba frgil: al contrario, amenazante, triun-faba fcilmente sobre los hombres, sobre los que ganan las batallas y sobre las guerras mismas. La arena move-diza absorbe al mismo tiempo a los dos combatientes; el ro amenaza con engullir a Aquiles -vencedor?-despus de haber arrastrado los cadveres de los ven-cidos.

    El cambio global que se vislumbra en la actualidad no slo introduce la historia en el mundo, sino que transforma tambin el poder de este ltimo en preca-riedad, en una infinita fragilidad. Victoriosa antao, ahora

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  • la Tierra es vctima. Qu pintor representar los desier-tos vitrificados por nuestros juegos de estrategia? Qu lcido poeta se lamentar de la innoble aurora de ensan-grentados dedos?

    Pero se muere de hambre en. los desiertos como de asfixia en las viscosas arenas movedizas o ahogado por los ros desbordados. Vencido, el mundo acaba ven-cindonos. Su deb~lidad fuerza a la fuerza a extenuarse, por lo tanto, fuerza a la nuestra a suavizarse.

    El acuerdo de los enemigos para iniciar la guerra, sin previo acuerdo, violenta a las cosas mismas que, como contrapartida, .pueden violentar su acuerdo. El nuevo cuadrado que permite ver los dos rivales en dos vrtices opuestos restituye la presencia, en las otras dos esquinas, de actores invisibles y terribles: el mundo mun-dial de las cosas, la Tierra, el mundo mundial de nues-tros contratos, el derecho. El arelar y la disputa de nues-tras espectaculares contiendas los ocultan.

    Mejor an: consideremos ms bien la diagonal de las guerras subjetivas como la huella, en el plano del cuadrado, de un crculo que gira. Tan innumerables como las olas del mar, diversas pero montonas, inevi-tables como ellas, estas guerras constituan, se deca, el motor de la historia, de hecho su eterno retorno: nada nuevo bajo el sol que Josu detuvo para que la bata-lla se ensae. Idnticas en su estructura y su dinmica siempre cambiantes, crecen en extensin, amplitud, medios, resultados. El movimiento se acelera, pero en 1.11]. ciclo infinito.

    El cuadrado gira, de pie sobre uno de sus vrtices: movimiento de rotacin tan rpido que la diagonal de

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    Juan BermudezSubrayado

    Juan BermudezResaltado

    Juan BermudezResaltado

  • los rivales, espectacularmente visible, parece inmovili-zarse, horizontal, invariante a las variaciones de la his-toria. La otra diagonal, en cruz con relacin a la pri-mera, deviene el eje de rotacin del giroscopio as concebido, tanto ms inmvil cuanto ms rpido gira el conjunto: nica violencia objetiva, orientada de forma cada vez ms estable, en la direccin del mundo; el eje se apoya y pesa sobre l. Cuanto ms ganan en medios los combates de la primera esp'ecie, ms se unifica y se estabiliza el furor de la segunda.

    Se trata claramente de un lmite: cierta historia acaba cuando la eficacia, trgica en un nuevo sentido e invo-luntaria, de la violencia objetiva sustituye a la intil vani-dad de las guerras subjetivas, incrementando sus armas y multiplicando sus estragos por una decisin, querida y buscada, de victoria, que hay que reanudar a 'inter-valos cada vez ms cortos; hasta tal punto la duracin de los imperios disminuye.

    La dialctica se reduce al retorno eterno y el eter-no retorno de las guerras nos conduce al mundo. Lo que desde hace varios siglos llamamos historia alcanza ese punto de acumulacin, esa frontera, ese cambio global.

    DERECHO E HISTORIA

    Se debe definir la guerra como una de las relacio-nes de derecho entre los grupos o las naciones: estado de hecho, evidentemente, pero sobre todo de derecho. Desde los tiempos arcaicos de las primeras leyes roma-

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  • f

    nas, y sin duda todava antes, la guerra slo dura desde los procedimientos bien precisos de la declaracin hasta los de un armisticio, debidamente firmado por los res-ponsables, una de cuyas atribuciones principales les con-fiere precisamente el poder de decidir el inicio y el final de las hostilidades. La guerra no se caracteriza por la explosin bruta de violencia, sino por su organizacin y su estatuto de derecho. Y, como consecuencia, por un contrato: dos grupos deciden, de comn acuerdo sobre el que resuelven, entablar batallas, organizadas u otras. Volvemos a encontrar, consciente cuando no esclito, el contrato tcito de los rivales de hace un momento.

    La historia comienza con la guerra, entendida como clausura y estabilizacin de los compromisos violentos en decisiones jurdicas. El contrato social por el que nacimos quiz se origin con la guerra; sta supone un acuerdo previo que se confunde con el contrato social.

    Antes de este contrato o paralelo a l, en el desen-cadenamiento desenfrenado de la violenCia pura y de hecho, original, inextinguible, los grupos corran cons-tantemente el riesgo de extincin porque, al engendrar-se a s misma, la venganza no se detiene. Las culturas que no inventaron estos procedimientos de limitacin en el tiempo, borradas de la superficie de la tierra, ya no pueden dar testimonio de ese peligro. Llegaron tan siquiera a existir? Sucede como si ese contrato de gue-rra hubiese filtrado nuestra supervivencia y originado nuestra historia, salvndonos de la violencia pura, y de hecho mortal.

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  • Violencia antes; guerra despus; contrato de dere-cho en el- trnsito.

    As, Hobbes se equivoca en toda una era cuando llama guerra de todos contra todos al estado que pre-cede al contrato, pues l.a beligerancia supone ese pacto cuya aparicin tratan de explicar diez filsofos. Cuando todos luchan contra todos no hay estado de guerra, sino violencia, crisis pura y desencadenada, sin posible final, y amenaza de extincin de la poblacin que se entre-ga a ella. De hecho y por el derecho, la propia gue-rra nos protege contra la reproduccin indefinida de vio-lencia.

    Jpiter, dios de las leyes y de lo sagrado, nos pre-serva, pues, de ella; Quirino, dios de la economa, natu-ralmente, tambin nos aleja de ella, pero, sin paradoja alguna, Marte, dios de la guerra, de alguna forma nos protege de ella; e incluso ms directamente: porque la guerra hace intervenir lo judicial en el seno de las rela-ciones agresivas ms primitivas. Qu es n conflicto? La violencia ms algn contrato. Pues bien, cmo podra aparecer este ltimo si no es como regulacin primera de esas primitivas relaciones?

    Motor de la historia, la guerra la inicia y la pro-mueve. Pero como, en el marco del derecho, sigue la dinmica repetitiva de la violencia, el movimiento indu-cido por ella, siguiendo siempre las mismas leyes, imita un Eterno Retorno. En el fondo, siempre nos entrega-mos a los mismos conflictos, y la decisin presidencial de liberar una carga nuclear imita el gesto del cnsul romano o del faran de Egipto. Slo han cambiado los medios.

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  • Las guerras que yo llamo subjetivas se definen, pues, por el derecho: comienzan con la historia y la historia comienza con ellas. La razn jurdica ha salvado sin duda los subconjuntos culturales locales de los que pro-cedemos de la extincin automtica a la que la violen-cia automantenida conden sin escapatoria a aquellos que no la inventaron.

    Ahora bien, si existe un derecho, as pues, una his-toda, para las guerras subjetivas, no existe ninguno para la violencia objetiva, sin lmite ni regla, as pues, sin historia. El crecimiento de nuestros medios racionales nos arrastra, a una velocidad difcil de estimar, en la direccin de la destruccin del mundo que, por un efec-to retroactivo bastante reciente, puede condenarnos a todos juntos, y ya no por localidades, a la extincin automtica. A menudo retrocedemos a los viejos tiem-pos de los que slo los filsofos tedcos del derecho han conservado, en y por sus concepciones, la memo-ria, cuando nuestras culturas, salvadas por un contrato, inventaron nuestra historia, definida por el olvido del estado que la precedi.

    En unas condiciones muy diferentes a las de ese estado inicial, pero no obstante paralelas a ellas, nece-sitamos, pues, nuevamente, bajo la amenaza de la muer-te colectiva, inventar un derecho para la violencia obje-tiva, exactamente como unos antepasados inimaginables inventaron el derecho ms antiguo que condujo, por contrato, su violencia subjetiva a devenir lo que noso-tros llamamos guerras. Nuevo pacto, nuevo acuerdo pre-vio, que debemos establecer con el enemigo objetivo

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    guerra como invencin salvadora que regula la violencia.

    guerra contra todo, violencia generalizada consta el mundo, clama por un contrato que en la diferencia con la guerra, re-establezca la paz

  • .'

    del mundo humano: el mundo tal cual. Guerra de todos contra todo.

    Que debamos restablecer los lazos con el funda-mento de una historia, muestra de forma evidente que vemos el final. Estamos ante la muerte de Marte? Qu vamos a hacer con nuestros ejrcitos? Esta asombrosa pregunta nuestros gobernantes la repiten una y otra vez.

    En realidad, se trata de algo ms que eso: de la necesidad de volver a examinar e incluso firmar el con-trato social primitivo. Este ltimo nos reuni para lo mejor y para lo peor, segn la primera diagonal, sin mundo; ahora que sabemos asociarnos frente al peligro,

    -hay que entrever, a lo largo de la otra diagonaL un nuevo pacto que hay que firmar con el mundo: el con-trato natural.

    As se entrecruzan los dos contratos-fundamentales.

    COMPETENCIA

    Si se pasa de- la guerra a las relaciones econmi-cas, nada notable cambia en el razonamiento. Quirino, dios de la produccin, o Hermes, que .preside los inter-cambios, pueden contener la violencia ms eficazmente a veces que Jpiter o Marte y, para conseguirlo, utili-zan los mismos procedimientos que este ltimo. Dios nico en varias personas, Marte llama guerra a lo que los primeros llaman competencia: continuacin de las operaciones militares por otros medios, explotacin, mer-cancas, dinero o informacin. Todava ms oculto, el verdadero conflicto reaparece. Se repite el mismo esque-

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  • ma: por su fealdad y los residuos que accidentalmente arrojan, las fbricas qumicas, los grandes criaderos de animales, las centrales atmicas o los gigantescos petro-leros restablecen la violencia objetiva global sin otras armas que la fuerza de su talla, ni otra finalidad que la bsqueda, comn y contractual, del dominio sobre los hombres.

    Llamamos objeto-mundo a un artefacto en el que al menos una de las dimensiones, tiempo, espacio, velo-cidad, energa... alcanza la escala del globo: entre los que sabemos construir, bomba o satlite, distinguimos los militares de otros puramente econn'licos o tcnicos, aunque produzcan resultados semejantes, en vicisitudes no por raras menos frecuentes, como las guerras y los accidentes .

    . Aliados de hecho por las mismas razones y con-tratos que antes, los competidores presionan con todo su peso sobre el mundo.

    NOSOTROS

    Pero, qulen ocupa el cuarto vltice del cuadrado o la extremidad de la barra giroscpica? Quin hace, pues, violencia al mundo mundial? Qu encubren nues-tros acuerdos tcitos? Se puede esbozar una figura glo-bal del mundo mundano, de nuestros contratos estric-tamente sociales?

    En lo sucesivo, sobre el Planeta-Tierra interviene no tanto el hombre como individuo y sujeto, antiguo hroe guerrero de la filosofa y conciencia histrica a la anti-

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    revisin de lo global en variables y objetos tecnolgicos. Vinculo con Duque en el bucle tcnica planeta.

    Salomnico, desva el capitalismo para referirse a una competencia econmica. Competencia que violenta con la tecnologa al planeta.

  • i ~

    gua, no tanto el combate canonizado del amo y del esclavo, como inslita pareja en las arenas, no tanto los glUpOS analizados por las viejas ciencias sociales, asam-bleas, partidos, naciones, ejrcitos, todos ellos pequeos pueblos, como, masivamente, unas placas humanas inmen-sas y densas.

    Visible durante la noche desde un satlite como la mayor galaxia luminosa del globo, ms poblada que los Estados Unidos, la supergigante megalpolis Europa parte de Miln, franquea los Alpes por Suiza, bordea el Rhin por Alemania y el Benelux, toca oblicuamente Inglaterra despus de haber atravesado el Mar del Norte y acaba en Dubln, una vez pasado el canal de San Jorge. Conjunto social comparable a los Grandes Lagos o al casquete glaciar de Groenlandia por su tama.i'io, la homo-geneidad de su tejido y su influencia sobre el mundo, esta placa altera desde hace mucho tiempo el albedo, la circulacin de las aguas, la temperatura media y la formacin de las nubes y de los vientos, en una pala-bra, los elementos, pero tambin el nmero y la evo-lucin de las especies vivientes, en, sobre y bajo su ten-itOlio.

    Esa es, hoy en da, la relacin del hombre con el mundo.

    Un actor contractual muy importante de la comuni-dad humana, a las puertas del segundo milenio, pesa por lo menos un cuarto de billn de almas. No en peso de carne, sino por sus redes clUzadas de relaciones y el nmero de objetos-mundo de que dispone. Se com-porta como un mar.

    Basta con observar la Tierra desde un satlite, duran-

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  • te la noche, para reconocer en ella esas grandes man-chas densas: el Japn, la mega1polis de Amrica del Nordeste, de Bltimor a Montreal, esa ciudad Europa, enorme rebao de monstruos que Pars parece guardar como un pastor, desde lejos, y el cordn discontinuo de los dragones, Corea, Formosa, Hong Kong, Singapur ... Desigualmente distribuido, el crecimiento demogrfico, ya vertical, se aglutina y se concentra en gigantescos conjuntos, colosales bancos de hombres equipotentes a los ocanos, a los desiertos o a los casquetes glaciares, reservas de hielo a su vez, de calor, de sequedad o de agua; relativamente estables, esos inmensos conjuntos se nutren de s mismos, avanzan y pesan sobre el plane-ta, para 10 peor y lo mejor.

    Ahogado en esas gigantescas masas, puede el actor individual seguir diciendo "yo, cuando los grupos anti-guos, tan exiguos, ya enuncian un "nosotros irrisorio y anticuado?

    Fundido o distribuido antao sobre esta Tierra entre los bosques o las montaas, los desiertos y los bancos de hielo, ligero tanto de cuerpo como de esqueleto, el sujeto desapareca. No haca falta que el universo se armase para destruirlo: un vapor, una gota de agua bas-taban para matarlo; englutido como un punto, ese era el hombre hasta no hace mucho, sobre el que el clima ganaba la guerra.

    Suponiendo que, en esas pocas, un satlite hubie-se sobrevolado la planicie, qu observador, a bordo, habra podido adivinar la presencia, all, abajo, de do\~ campesinos de pie, a la hora en que sonaba el Angelus de Millet? Inmersos en el ser-en-el-mundo, ligados indi-

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  • ',< ~', . ')

    solublemente el uno al otro, con los instrumentos de arar en la mano, los pies hundidos, hasta la muerte, en la gleba tradicional, aplastados por el horizonte, ah estn, escuchando piadosamente el lenguaje del ser y del tiem-po, cuando pasa el ngel, portador horario del verbo. En nuestras filosofas campesinas o forestales no hay ni ms ni menos que en los cuadros nostlgicos y con-vencionales.

    Frgil caa doblada, el hombre piensa, a sabiendas de que va a morir a causa de ese universo que no sabe que 10 mata; es, pues, ms noble, ms digno que su vencedor, porque 10 comprende.

    Inexistente en el universo, disuelto en lo local del ser-ah, el hombre

  • tros acabamos de superar un tamao crtico, de suerte que, aglutinados, los puntos de Pascal han acabado por formar variedades: superficies, volmenes y masas. Pues bien, empezamos a comprender el papel de las gran-des reservas en el rgimen y la evolucin del globo, las funciones propias y conjugadas de los mares, atms-fera, desiertos y glaciares gigantes. A partir de ahora, existen lagos de hombres, actores fsicos en el sistema fsico de la Tierra. El hombre es una reserva, la ms fuerte y conectada de la nahlraleza. El hombre es un ser-en-todas partes. Y unido.

    JV asociarse, por medio de un contrato social, rela-taban los antiguos filsofos, los hombres formaban un enorme animal. De los individuos a los grupos, creca-mos en tamao pero descendamos del pensamiento a la vida bruta, descerebrada o maquinal, hasta tal punto es cierto que al decir nosotros la publicidad o la esen-cia de lo pblico nunca ha sabido verdaderamente lo que deca o pensaba; ms all, pues, por el tamao cr-tico, pero ms ac en la escala de los Seres.

    Paciendo la verde hierba o la avena cosechada, bus-cando de vez en cuando algo que devorar, esta horda compuesta por Leviatanes, casi tan ligera como el ser-ah, dispersa entre los campos de labranza y de pasto-reo, poda ser despreciada en el balance del sistema fsi-co del planeta, aunque contase un poco en el equilibrio y la evolucin de las especies vivientes de las que for-maba parte: ogros entre los otros monstruos.

    Creciendo ms all del Leviatn, pasada una masa crtica, el conjunto asciende del monstruo al mar, pero desciende ele lo viviente a lo inerte, natural o construi-

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  • do. S, las megalpolis devienen variables fsicas: no piensan ni pacen, pesan.

    As, el prncipe, antiguo pastor de animales, deber devenir piloto o ciberntico, en cualquier caso, fsico.

    Incluso las relaciones del hombre con el mundo se completan, se transfotman y se invierten.

    Inexistente fsicamente, animal pensante allogado entre las especies mejor adaptadas. que la suya, el indi-viduo o el ser-ah obtiene tanto efecto sobre el mundo global como la mariposa de la que. Swift escribe que un movimiento de sus alas en un desierto de Australia repercutir sobre las praderas de la verde Ern, quiz maana o dentro de dos siglos, bajo forma de tormen-ta o de suave brisa, depende de la suerte. El ego del cogito tiene la misma potencia y la misma causalidad o alcance lejanos que ese ala temblorosa de lepidpte-ro. El pensamiento equivale a la estridulacin de los li-tros de un grillo que chirra. Digamos que es equipo-tente a esa escala de acontecimientos: ni ms, ni menos. Cuando se produce, improbablemente, desencadena a 10 lejos las fuerzas de un cicln, pero la mayora de las veces, incluso siempre, salvo raras excepciones, su efec-to es nulo. Pensamiento cero o formidablemente poten-te, eso depende.

    Por supuesto, la cadena local gana en eficacia cuan-do el pensamiento se limita al proyecto de erigir un muro de piedras o de domesticar un buey de tiro. Pero nada de esto conCierne a la naturaleza global, la nica verdaderamente decisiva hoy en da.

    Toda la historia de las ciencias consiste . en hacer

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  • constante, en controlar, en dominar esta cadena, alta-mente improbable, del pensamiento-mariposa con efec-to-huracn. Y, precisamel1te, pasar de esta causa suave a esas consecuencias. duras, en eso consiste la globali-zacin contempornea.

    Inexistente an fsicamente, el grupo a la antigua, Leviatn viviente, no tena otra eficacia que la biolgi-ca ni otro pensamiento que el salvaje. Por intermedio de un enorme animal, hemos ganado hasta tal punto la lucha por la vida contra las otras especies de flora y de fauna que, llegados a un umbral, nos tememos que la victoria, de repente, se convierta en derrota.

    Hemos alcanzado tales dimensiones que por fin exis-timos fsicamente. Devenido animal en comn, el indi-viduo pensante, m(Utiplemente asociado, se transforma en piedra. Sobre la que se [unda el nuevo mundo. Las arquitecturas duras y clidas de las megalpolis equiva-len a muchos desiertos; a grupos de fuentes, de pozos, de lagos -flujos superiores a los del pequeo ro de Aquiles, landas movedizas muchsimo ms grandes que las arenas de Goya- o a un ocano, o a una placa tectnica, rgida y mvil. Por fin existimos naturalmen-te. El espritu ha crecido como animal y el animal crece como placa.

    De ahora en adelante ocupamos toda la escala de los seres, espirituales, vivientes e inertes: pienso como individuo; vivimos como animales colectivos, nuestros conjuntos acceden al devenir de los mares. No slo hemos invadido el espacio del mundo, sino que, me atrevera a decir, hemos invadido la ontologa. Primeros en el pensamiento o la comunicacin, los mejor infor-

    38

  • f:'

    "" '

    mados de entre todos los seres organizados, los ms activos de los conjuntos materiales. El ser-en-todas par-tes no slo se difunde en la extensin, sino en los rei-nos del ser.

    Mi causalidad cogitante en ala de mariposa se refuer-za con nuestros efectos vitales sobre las especies, acce-de ahora a la accin puramente fsica. En cualquier caso, yo era, yo sigo siendo evidentemente un actor local de la ciencias duras y suaves; en lo sucesivo, yo soy un agente global improbable de las ciencias fsicas, pero en conjunto somos eficaces y violentos en todas las cien-cias naturales, universalmente. La fragilidad acaba de cambiar de campo.

    Eso es 10 que hay en el cuarto vrtice del cuadra-do o en la extremidad del eje giroscpico: el ser-en-el mundo transformado en ser equipotente al mundo.

    y esta equipotencia hace que el combate sea in-cierto.

    La naturaleza global, el Planeta-Tierra en su totali-dad, espacio de interrelaciones recprocas y cnlzadas entre sus elementos locales y sus subconjuntos gigantes, ocanos, desiertos, atmsfera y reservas de hielo, es el nuevo correlato de esas nuevas placas de hombres, espa-cios de interrelaciones recprocas y cruzadas entre los individuos y los subgrupos, sus instrumentos, sus obje-tos-mundo y sus saberes, agrupaciones que poco a poco pierden sus relaciones con el lugar, la localidad, la vecin-dad o la proximidad. El ser-ah se hace raro.

    Ese es el estado, el balance equilibrado, de nues-tras relaciones con el mundo, en el comienzo de un

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  • tiempo en el que el antiguo contrato social debera ir acompaado de un contrato natural: en situacin de vio-lencia objetiva, no hay otra salida que firmarlo.

    Como mnimo, la guerra; como ptimo, la paz.

    CONOCER

    De igual modo, la situacin de conocimiento nunca pone en relacin un individuo con su objeto, hasta tal punto la soledad deriva enseguida hacia el delirio y el error inventivos, sino un conjunto creciente de investi-gadores que se controlan unos a otros con la divisin definida y aceptada por ellos de una especialidad.

    El antiguo sujeto imaginario del conocimiento, pro-tegido bajo su palio para evocar a Dios y al Diablo, o replegado bajo sus condiciones transcendentales, da paso, desde el origen de la ciencia, a un grupo, reunido o disperso en el espacio y el tiempo, que domina y que regula un acuerdo. Se ha podido llamar a este ltimo consensual o, al contrario, atravesado sin cesar por pol-micas y debates: uno y otro siguen siendo verdaderos

    , . "

    segn los lugares del saber o los momentos de la his-toria; y los que luchan contraen un acuerdo, en este caso an mejor que hace un momento.

    En suma, esta guerra o esta paz se fundan en un contrato tcito que rene a los cientficos, como antes reuna a los interlocutores refinados, los soldados o los competidores de la economa, y que semeja al viejo contrato social. Con anterioridad a ese contrato no hay ciencia, como tampoco haba sociedad antes de aqul.

    40

  • En los ms lejanos orgenes griegos del ms elevado rigor, los primeros cientficos, reunidos o dispersos, ms que demostrar, discuten, son juristas tanto como ge-metras.

    As definido como el lazo . que une a los partici-pantes en la empresa cientfica, el sujeto del conoci-miento no se reduce tanto, como se ha credo a veces, a un lenguaje comn, oral o escrito, tan fluctuante y diverso, como, det~'s o bajo ste, a un contrato, tcito \ y estable, en el que el sujeto de derecho es el sujeto de la ciencia: virtual, actual, formal, operativo.

    Relatemos banalmente sus avatares: desde la infan-cia, el individuo entra en relacin con la comunidad ya unida por ese contrato; mucho antes de ponerse a exa-

    I

    .1 minar los objetos de la especialidad, se presenta ante los jurados compet'entes que deciden o no recibirlo entre los doctos; tras haber actuado doctamente, se presenta de nuevo ante otras instancias que deciden. o no reci-bir su obra en su lengua canonizada. Sin la primera sentencia no hay experto, sin la segunda no hay cono-

    '. cimiento. Vivido por el antiguo sujeto individual, yoo vosotros, receptor o transmisor obediente, eventual pro-ductor inventivo, de saber, el proceso de conocimiento

    va de proceso a causas, de sentencias a elecciones, por lo tanto, nunca abandona el rea jurdica. Las ciencias proceden por contratos. De hecl~o, la certitud, la ver-

    , dad cientficas, dependen tanto de esos juicios como '. stos de quellas.

    La historia' de las ciencias se confunde a menudo can la de los pronunciamientos de los tribunales o ins-tancias cientficas y otras, como tendremos ocasin de

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    la ciencia como acuerdo

  • ver sobradamente. El saber reconocido como cientfico "deriva de esta epistemodicea; entiendo por esta nueva palabra el conjunto de relaciones entre la ciencia y el derecho, entre la razn y el juicio.

    Los tribunales del conocimiento conocen causas, fre-cuentemente conflictivas, antes de conocer las cosas, a menudo pacficas, incluso si los cientficos conocen las cosas antes de pelearse por las causas. En ciencia, el del'echo anticipa el hecho como los sujetos preceden al objeto; pero el hecho anticipa el derecho como el obje-to precede al sujeto.

    As pues, el contrato de derecho que pone de aCuer-do a los cientficos tiene relacin con las cosas, las des-cubre, las analiza, las constituye como objetos de cien-cia. Una vez ms, un mundo mundano, acordado por contrato, entra en relacin con el mundo mundial, acor-dado por leyes, cuya relacin con las leyes jurdicas de los tribunales que conocen nuestras causas no sabemos describir.

    Dicho de otro modo, el conocimiento cientfico es el resultado del paso que convierte la causa en una cosa y sta en quella, por el que un hecho deviene un derecho y a la inversa. Es la transformacin rec-proca de la causa en cosa y del derecho en hecho: eso explica su doble situacin de convencin arbitraria, por un lado, que vemos en toda teora especulativa, y de objetividad fiel y exacta, por otro, que funda cualquier aplicacin.

    Como consecuencia, la relacin entre el derecho y el hecho, entre el contrato y el mundo, que hemos constatado en el dilogo, la competencia y: los conflic-

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    ciencia como discernimiento que tamiza para una coherencia de verificabilidad acordada. Aunque dicho acuerdo a de ser operativo, es decir racional, medible, ratio.

  • \ \

    tos reaparecen tal cual en el conocimiento cientfico: por definicin y en su funcionamiento real, la ciencia es una relacin continuada entre el contrato que une los cien-tficos y el mundo de las cosas. y esta re1acin,entre la convencin y el hecho, nica en la historia humana, tan milagrosa que, desde Kant y Einstein, no deja de asombrarnos, no ha recibido nombre jurdico. En este caso, dirase que la decisin humana ha encontrado la de los objetos. Eso slo ocurre en los milagros y las ciencias!

    Se trata de un derecho, por lo tanto, de una con-vencin arbitraria. Pero concierne a los hechos, esta-blecidos y controlados, los de la naturaleza. As pues, la ciencia desempea, desde su aparicin, el papel de derecho natural. Esta expresin consagrada encierra una contradiccin profunda, la de una arbitrariedad y

    i. una necesidad. La misma que encierra la ciencia, exac-tamente en los mismos lugares. La fsica es el. derecho natural: desempea ese papel desde su aurora. Los car-denales que defendan el segundo fueron derrotados

    , en su propio juego, frente a Galileo, vinculado a la primera.

    Quin puede asombrarse. entonces de que, en la actualidad, la cuestin del derecho natural dependa estrechamente de la ciencia, que describe adems la situacin de los grupos en el mundo? Pues, adems, ese colectivo cientfico, minsculo subconjunto de la gran placa, tambin tiene ante s otros colectivos con los que mantiene relaciones clsicas, consensuales o agre-sivas, que hay que regular mediante contratos ordi-narios.

    43

  • Como consecuencia, la situacin primitiva de com-bate vuelve a aparecer en el conocimiento. Ah, como suceda con anterioridad, un colectivo unido por un acuerdo se encuentra frente al mundo en una relacin, no dominada, no administrada, de violencia no cons-ciente: dominio y posesin.

    El origen de la ciencia .se parece como una her-mana gemela al de las sociedades humanas: especie de contrato social, el pacto de conocimiento controla mutua-mente las expresiones del saber. Pero no h~ce la paz con el mundo, . aunque est ms prximo de l.

    Quin puede, pues, sorprenderse de que hoy en da oigamos defender contradictoriamente los beneficios o los perjuicios de un conocimiento o de una razn que ella misma juzga desde hace ms de dos milenios? Desde hace ms de trescientos aos, una Teodicea famo-sa decidi sobre la causa de los sufrimientos y del mal y zanj sobre las responsabilidades trgicas del Creador: en la actualidad, no sabemos ante qu tribunal ni en qu formas debatir semejante asunto, en el que nueva-mente estn en juego bienes y males, pero en el que el productor racional y responsable provisional ha reintegrado desde hace mucho tiempo la colectividad humana. Epistemodicea, he ah un ttulo exacto y po-sible de este libro, demasiado feo sin embargo para adoptarlo.

    La ciencia suma hecho y derecho: de ah su posi-cin decisiva en la actualidad. En situacin de contro-lar o de violentar el mundo mundial, los grupos cien-tficos se disponen a dirigir el mundo mundano.

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    las reglas del conocimiento como forma de dominio violento sobre la naturaleza

  • \ \

    BELLEZA

    Expresin misma de la belleza, nada es . tan her-moso como el mundo; nada bello se produce sin ese donante gracioso de todas las magnificencias. Entre las atrocidades de la guerra de Troya, el ciego Homero canta la aurora de los dedos de rosa; de la fiereza de los toros procede la fuerza de Gaya, cuya obra pict-rica se lamenta de semejantes y ms recientes horrores. A quien se aleja de las batallas porque una sabidura,

    . incluso media, las hace aparecer como vanas, cuando no inhumanas, o no quiere pagar con la ignominia sus peores deseos, el mundo mundial ofrece hoy el rostro doloroso de la belleza mutilada. El extrao y tmido resplandor del alba va a herirse con nuestras brutali-dades?

    De la equivalencia, de la identidad, de la fusin del mundo mundial y del mundo mundano surge la belle-za. Por lo tanto, supera lo real por lo humano y lo humano por lo real y, en los dos casos, los sublima a ambos. La epistemologa y la esttica, sta en sus dos sentidos,' disertaron, sin lograr explicarla, sobre la armo-na de lo racional y de lo real, milagro que asombr, lo repito, a Kant o a Einstein, y a muchos otros, y los dej sin voz.

    Con una vieja palabra de la lengua sagrada, que significaba mancha y profanacin, insulto, violacin y deshonor, denominamos la ruptura de esta equipolen-cia: polucin. Cmo paisajes divinos, la montaa santa y el mar de la sonrisa innombrable de los dioses, han

    4'5

  • I podido transformarse en campos de aguas residuales o receptculos abominables de cadveres? Por dispersin de la basura material y sensorial, recubtimos o borra-mos la belleza del mundo y reducimos la proliferacin lujosa de sus multiplicidades a la. unicidad desrtica y solar de nuestras solas leyes.

    Ms terrorfica que la probabilidad, an totalmente especulativa, de un diluvio, semejante desencadenamiento mortfero plantea el mismo problema de historia, de derecho y de filosofa, incluso de metafsica, pero invir-tindolo, que el que en otro tiempo plante el enigma de la belleza. La equivalencia, el encuentro de los dos mundos, canto de armona y de jbilo, marc antao el optimismo y la felicidad de nuestros abuelos -entre los horrores de los combates o debates, nadie poda pri-varlos del mundo- del mismo modo que nuestra inquie-tud se remueve con su ruptura.

    Si nuestro racional abrazara lo real, y lo real nues-tro racional, nuestras acciones razonadas no dejaran resi-duo; pues bien, si la basura se desarrolla en el espa-cio que los separa, es que ste produce la polucin: sta colma la distancia entre lo racional y 10 real. Pues bien, como la inmundicia aumenta, el divorcio entre los dos mundos se agrava. La fealdad es la consecuencia de la disarmona y recprocamente. Es preciso an demostrar que nuestra razn hace violencia al mundo? Ya no sentir la necesidad vital de la belleza?

    La belleza requiere la paz; la paz supone un nuevo contrato.

    46

  • \ \ \

    Los pueblos y los Estados no han encontrado hasta la fecha ninguna razn poderosa ni concreta para aso-darse, para instaurar entre ellos una tregua larga, salvo la idea formal de una paz perpetua, abstracta e i1'1'iso-ria, porque, tomadas en su conjunto, las naciones pod-an considerarse como nicas en el mundo, Nada ni ~adie ni ningn colectivo se situaba por encima de ellas y, por lo tanto, ninguna razn,

    Desde que Dios ha muerto, slo nos queda la

    el momento en que el propio mundo entra con su asamblea, incluso conflictiva, en un con-,trato natural, apOlta la razn de la paz, al mismo tiem-po que la transcendencia buscada,

    Debemos decidir la paz entre nosotros para salva-! guardar el mundo y la paz con el mundo a fin de sal-'vaguardarnos.

    47

  • CONTRATO NATURAL

  • Los DOS TIEMPOS

    Por suelte o sabidura, la lengua francesa utiliza una misma palabra para decir el tiempo que pasa y trans-curre -time, Zeit=--, y el tiempo que hace -weatbel~ ty/ette1'--, debido al clima y a lo que los antiguos deno-minaban los meteoros.

    Hacia el segundo, hoy en da, se inclinan nuestro dictamen y nuestras inquietudes, porque nuestro cono-cimiento industrial interviene quiz de forma catastrfi-ca en esa naturaleza global de la que los mismos anti-guos pensaban que no dependa de nosotros. Pues bien, en lo sucesivo, no slo depende, sin duda, sino que, como contrapartida, nosotros dependemos, para nuestra vida, de ese sistema' atmosfrico cambiante, inconstante pero bastante estable, determinista y aleatorio, dotado de casi-perodos cuyos ritmos y tiempos de respuesta varan enormemente.

    Cmo hacemos que vare? Qu graves desequili-

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  • brios se producirn, qu modificacin global cabe espe-rar, para el conjunto del clima, de nuestras actividades industriales y de nuestra capacidad tcnica, crecientes, que vierten en la atmsfera millares de toneladas de xido de carbono y de otros deshechos txicos? Por el momento, no sabemos valorar las transformaciones gene-rales a semejante escala de tamao y de complejidad, pero sin duda y sobre todo ni siquiera sabemos pen-sar las relaciones entre el tiempo que pasa y el tiem-po que hace: una sola palabra para dos realidades que parecen heterogneas. Pues, acaso conocemos un mode-lo ms rico y complejo que el del clima y la atmsfe-ra para el cambio global, los equilibrios y sus atracto-res? Estamos. atrapados en un crculo vicioso.

    Dicho de otro modo: qu peligros corremos? Y sobre todo: a partir de qu umbral y de qu fecha o lmite temporal aparece un riesgo mayor? Ante la igno-rancia temporal de las respuestas a estas cuestiones, la prudencia -y las polticas- preguntan: qu hacer? Cundo? Cmo y qu decidir? .

    En primer lugar: quin decidir?

    CA/vIPESINO y 1vIARINO

    Antao, dos hombres V1Vlan inmersos en el tiempo exterior de las intemperies: el campesino y el marino, cuya actividad laboral dependa, hora a hora, del esta-do del cielo y de las estaciones; hemos perdido toda memoria de lo que debemos a esos dos tipos de hom-bres, desde las tcnicas ms mdimentarias a los refina-

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  • mientas ms elevados. Un texto griego antiguo divide la tierra en dos Zonas: aquella en la que un mismo ins-

    . trumento pasaba por una pala de grano y aquella en la que los caminantes lo identificaban con un remo .. Pues bien, esas dos poblaciones desaparecen progre~ivamente de la superficie de la tierra occidental; exce-dentes agrcolas, buques de gran tonelaje transforman el mar y el suelo en desiertos. Incontestablemente, el mayor acontecimiento del siglo xx: es la desaparicin de la agricultura como actividad piloto de la vida humana en general y de las culturas singulares.

    Viviendo nicamente en el interior, inmersos exclu-sivamente en el primer tiempo, nuestros contemporne-os, hacinados en las ciudades, no utilizan ni la pala ni el remo, y lo que es peor, nunca los vieron. Indiferentes al clima, salvo durante las vacaciones, donde vuelven a encontrar, de forma arcadiana y palurda, el mundo, polu-cionan, ingenuos, aquello que no conocen, que rara-mente les afecta y jams les concierne.

    Especies sucias, monos y automovilistas, rpidamente, . abandonan sus basuras, porque no habitan el espacio por el que pasan y, por lo tanto, no les importa ensuciarlo.

    Una vez ms, quin decide? Cientficos, administra-dores, periodistas. Cmo viven? Y, en primer lugar, dnde? En laboratorios, en los que las ciencias repro-ducen los fenmenos para mejor definirlos, en despa-chos o. estudios. En una palabra, en el interior. El clima ya nunca influye en nuestros trabajos.

    De qu nos ocupamos? De datos numricos, de ecuaciones, de informes, de textos jurdicos, de noticias impresas o en pantalla: en una palabra, de la lengua.

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    Juan BermudezRectngulo

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  • Del lenguaje verdadero en e! caso de la ciencia, norma-tivo en e! de la administracin, sensacionalista en el caso de los medios de comunicacin. De vez en cuando, tal experto, climatlogo o fsico del globo, parte en expe-dicin para recoger sobre el terreno obselvaciones, igual que tal reportero o inspector. Pero lo esencial sucede dentro y en palabras, ya nunca fuera con las cosas. Para ornos mejor o discutir ms cmodamente, hemos tapia-do incluso las ventanas. Irreprimiblemente, comunicamos. No nos ocupamos ms que de nuestras propias redes.

    Aquellos que, hoy en da, se reparten e! poder han olvidado una naturaleza de la que podra decirse que se venga, pero que ms bien nos recuerda que vivimos en el primer tiempo y nunca directamente en el segun-do, de! que no obstante pretendemos hablar con perti-nencia y sobre el que debemos decidir.

    Hemos perdido el mundo: hemos transformado las cosas en fetiches o mercancas, desafos de nuestros jue-gos de estrategia; nuestras filosofas, acsmicas, sin cos-mos, desde hace casi medio siglo, ya slo disertan sobre lenguaje o poltica, escritura o lgica.

    En el mismo momento en que fsicamente actuamos por vez primera sobre la tierra global, y que sin duda ella reacciona sobre la humanidad global, trgicamente, la desdeamos.

    LARGO y CORTO PLAZO

    Pero, una vez ms, en qu tiempo vivimos, inclu-so cuando se reduce a aquel que pasa y transcurre?

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  • Respuesta actualmente universal: en el muy corto plazo. Para salvaguardar la Tierra o respetar el tiempo, en el sentido de la lluvia y del viento, habra que pensar a largo plazo y, por no vivir en l, hemos olvidado pen-sar segn sus ritmos y su alcance. Deseoso de perpe-tuarse, el poltico hace proyectos que raramente van ms all de las prximas elecciones; el administrador reina sobre el ao fiscal o presupuestario y las noticias se difunden cada da de la semana; en lo que respecta a la ciencia contempornea, nace en artculos de revista que casi nunca tienen ms all de diez aos; incluso si los trabajos sobre el paleoclima recapitulan decenas de milenios, ellos, mismos no tienen ms de tres de-cenios.

    Sucede como si los tres poderes contemporneos, y entiendo por poderes las instancias que, en ningn lugar, encuentran contrapoderes, hubieran erradicado la memo-ria del largo plazo, las tradiciones milenarias, las expe-riencias acumuladas por las culturas que acabah de morir o que esas potencias matan.

    Estamos ante un problema causado por una civili-zacin establecida desde hace ahora ms de un siglo, ella misma engendrada por las muchas culturas que la precedieron, que causa daos a un sistema fsico de millones de aos, fluctuante y sin embargo relativamente estable por variaciones rpidas, aleatorias y mu1tisecula-res, estamos, pues, ante una cuestin angustiante cuya principal componente es el tiempo y especialmente el de un plazo tanto ms largo cuanto que se considera globalmente el sistema. Para que el agua de los oca-

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  • nos se mezcle, se necesita que se cierre un dclo esti-mado en cinco milenios.

    Pues bien, nosotros slo proponemos respuestas y soluciones a corto plazo, porque vivimos en plazos inme-diatos y de ello obtenemos lo esencial de nuestro poder. Los administ:radores mantienen la continuidad, los medios de comunicacin la cotidianidad, por ltimo, la ciencia mantiene el nico proyecto de futuro que nos queda. Los tres poderes detentan el tiempo, en el primer sen-tido, para ordenar o decidir ahora sobre el segundo.

    Cmo no asombrarse, entre parntesis, del parale-lismo, en la informacin en el sentido usual, entre el tiempo reducido al instante que pasa y que es el nico que importa, y las noticias reducidas obligatoriamente a las catstrofes, las nicas que se consideran interesan-tes, que suceden? Es como si el plazo muy corto se vinculase a la destruccin: hay que entender, por el contrario, que la construccin reqiere el plazo largo? Lo mismo ocurre en la ciencia: qu relaciones secretas mantienen la especializacin refinada con el anlisis, des-tructor del objeto, despedazado ya por la especialidad?

    Hay que decidir sobre el principal objeto de las ciencias y de las prcticas: el Planeta-Tierra, una nueva naturaleza.

    Por supuesto, podemos frenar los procesos ya ini-dados, legislar para consumir menos combustibles fsi-les, repoblar en masa los bosques devastados... todas ellas excelentes iniciativas, pero que se reducen, en su conjunto, a la figura del navo que circula a veinticin-co nudos hacia un obstculo rocoso en el que irreme-diablemente se estrellar y sobre cuya pasarela el ofi-

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    Juan BermudezNota adhesivainmediatez y poder: cuales son los poderes? (aquellos que no tienen un contrapoder) poltica, comunicacin, conocimiento? mmm poltica,economa, conocimiento?

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    Juan BermudezNota adhesivaconstruccin - destruccin

  • cial de guardia ordena a la mquina reducir un dcimo la velocidad sin cambiar el rumbo.

    Para ser eficaz, la solucin de un problema a largo plazo y de mxima amplitud, debe al menos igualar su transcendencia. Aquellos que vivan en el exterior y en las pocas de la lluvia y del viento, cuyos gestos indu-jeron culturas duraderas a partir de experiencias locales, los campesinos y los marinos, hace tiempo que han

    :: dejado de tener la palabra, si es que alguna vez la tuvieron; somos nosotros los que la detentamos, admi-nist:radores, periodistas y cientficos, todos hombres de corto plazo y de especialidades punta, responsables en parte del cambio global del tiempo, por haber inventa-do o propagado medios e instrumentos de intervencin

    " poderosos, eficaces, beneficiosos y perjudiciales, incapa-ces de encontrar soluciones razonables puesto que esta-mos inmersos en el tiempo breve de nuestros poderes y prisioneros en nuestros estrechos departamentos.

    Si existe una polucin material, tcnica e industrial, que expone el tiempo, en el sentido de la lluvia y del viento, a riesgos concebibles, tambin existe una segun-da, invisible, que pone en peligro el tiempoq~e pasa y transcurre, polucin cultural que hemos infligido a los pensamientos largos, esos guardianes de la Tierra, de

    ". los hombres y de las cosas mismas. Sin luchar contra . la segunda, fracasaremos en el combate contra la pri-mera. Quin duda hoy de la naturaleza cultural de eso que se llam infraestructura?

    Cmo triunfar en una empresa de largo plazo con , medios de corto plazo? Un proyecto de tal envergadu-:, ra debemos pagarlo con una revisin desgarradora de

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    Juan BermudezNota adhesivaPolucin cultural.Frente a la polucin material, vinculada con la industria se encuentra la polucin del pensamiento, un pensamiento inmediato que erosiona el pensar e imaginar a largo plazo. Crisis energtica entendida como carencia de hidrocarburos o de potencia para la produccin industrial, mientras que el sol, los volcanes y las mareas son ignorados, aunque superen por mucho cualquier fuente de energa ingeniada por el hombre.

  • la cultura inducida hoy en da por los tres poderes que dominan nuestras brevedades. Hemos perdido la illemo-ria de las pocas antidiluvianas, en las que un patriar-ca, del que sin duda descendemos, tuvo que preparar-se, construyendo un arca, modelo reducido de la totalidad del espacio y del tiempo, para una transgresin marina causada por alguna des glaciacin?

    En memoria de aquellos que se han callado para siempre, demos la palabra a hombres de largo plazo: un filsofo todava se instruye en Aristteles, un jurista no encuentra que el derecho romano sea antiguo. Antes de esbozar el retrato del niJevo poltico, escuchmosles un minuto.

    EL FILSOFO DE LAS CIENCIAS

    Pregunta: pero, qUlen inflige al mundo, enemigo comn en lo sucesivo, esos daos que an confiamos que sean reversibles, ese petrleo vertido al mar, ese xido carbnico evaporado en el aire por millones de toneladas, esos productos cidos y txicos que vuelven con la lluvia... de dnde proceden esas basuras que ahogan de asma a nuestros hijos y que cubren nuestra piel de postillas? Quin, ms all de las personas, pri-vadas o pblicas? Quin, ms all de las enormes metr-polis, simple nmero o conjunto de vas? Nuestros ins-trumentos, nuestras armas, nuestra eficacia, nuestra razn por ltimo, de la que nos mostramos legtimamente vani-dosos: nuestro dominio y nuestras posesiones.

    Dominio y posesin, esta es la palabra clave lan-

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  • zada por Descartes, al alba de la edad cientfica y tc-nica, cuando nuestra razn occidental parti a la con-quista del universo. Lo dominamos y nos lo apropia-mos: filosofa subyacente y comn tanto a la empresa industrial como a la ciencia llamada desinteresada, a este respecto no diferenciables. El dominio cartesiano erige la violencia objetiva de la ciencia en estrategia bien regu-lada. Nuestra relacin fundamental con los objetos se resume en la guerra y la propiedad.

    LA GUERRA, UNA VEZ MS

    El balance de los daos infligidos al mundo hasta el da de hoy equivale al de los estragos que habra dejado tras de s una guerra mundial. Nuestras relacio-nes econmicas de paz logran, continua y lentamente, los mismos resultados que producira un conflicto corto y global, como si la guerra ya no perteneCiese nica-mente a los militares a partir del momento en que stos la hacen o la preparan con instrumentos tan cientficos como los que otros utilizan en la investigacin o la industria. Por una especie de efecto de umbral, el aumen-to de nuestros medios hace que los fines sean todos iguales.

    Ya no nos peleamos entre nosotros, naciones lla-madas desarrolladas, nos volvemos, todos juntos, contra el mundo. Guerra literalmente mundial, y doblemente, puesto que todo el mundo, en el sentido de los hom-bres, impone prdidas al mundo, en el sentido de las cosas. Trataremos, pues, de concertar una paz.

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    Juan BermudezNota adhesivadominio (conocimiento) y posesin (propiedad) como productos de la razn y como conducta rectora frente al mundo.

  • Dominar, pero tambin poseer: la otra relacin fun-damental que mantenemos CaD las cosas del mundo se resume en el derecho de propiedad. La palabra clave de Descartes equivale a la aplicacin al conocimiento cientfico y a las intervenciones especializadas del dere-cho de propiedad, individual o colectivo.

    Lo LIMPIO y LO SUCIO

    He observado, a menudo, que a semejanza de cier-tos animales que orinan en su guarida para que siga siendo suya, muchos hombres marcan y ensucian, defe-cando sobre ellos, los objetos que les pertenecen, para que sigan siendo su propiedad, o los otros para que lo devengan. Este origen estercolar o excremencial del dere-cho de propiedad me parece una fuente cultural de eso que llamamos polucin que, lejos de resultar, como un accidente, de actos involuntarios, revela profundas inten-ciones y una motivacin fundamental.

    Supongamos que dentro de un momento vamos a comer juntos: cuando pase el plato comn de la ensa-lada, y uno de nosotros escupa dentro,. inmediatamen-te se lo apropiar, puesto que ya nadie querr comer de l. Habr polucionado ese dominio y nosotros cali-ficaremos de sucia su propiedad. Nadie penetra ya en los lugares devastados por el que los ocupa de esa forma. De igual modo, el ensuciamiento del mundo imprime en l la marca de la humanidad o de sus domi-nadores, el sucio sello de su ocupacin y de su apro-piacin.

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  • Una especie viviente, la nuestra, logra excluir a todas las dems de su guarida, ahora global: cmo podran ali-mentarse de o habitar en lo que nosotros cubrimos de inmundicias? Si el mundo ensuciado corre algn peligro, eso se debe a nuestra apropiacin exclusiva de las cosas.

    Olvidad, pues, la expresin medio ambiente emple-ada en esas materias. Esa expresin supone que noso-tros los hombres ocupamos el centro de un sistema de cosas que gravitan en torno nuestro, ombligos del uni-verso, dueos y poseedores de la naturaleza. Eso recuer-da una era caduca, en la que la Tierra (cmo pode-mos imaginar que nos representaba?) situada en .el centro del mundo reflejaba nuestro narcisismo, ese humanismo que nos elev al centro de las cosas o a su culmina-cin perfecta. No. La Tierra existi sin nuestros inima-ginables antepasados, en la actualidad podra perfecta-mente existir sin nosotros, y existir maana o ms tarde an sin ninguno de nuestros posibles descendientes, mientras que nosotros no podernos existir sin ella. De modo que es necesario situar las cosas en el centro y nosotros en su periferia o, mejor an, ellas en todas partes y nosotros en su seno, como parsitos.

    Cmo se produjo el cambio de perspectiva? Por el poder y para la gloria de los hombres.

    INVERSIN

    A fuerza de dominarla, hemos devenido tanto y tan poco dueos de la Tierra, que ella amenaza a su vez con dominarnos de nuevo. Por ella, con ella y en

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    Juan BermudezNota adhesivale pertenecemos a la tierra.

  • ella, cOHlpartimos un mismo destino temporal. Ms an que poseerla, ella nos poseer como en otras pocas, cuando exista la vieja necesidad, que nos someta a las obligaciones naturales, pero de modo distinto a otras pocas. Antao localmente, en la actualidad glo-balmente.

    Por qu es necesario en lo sucesivo intentar domi-nar nuestro dominio? Porque, no regulado, excediendo su objetivo, contra productivo, el dominio puro se vuel-ve contra s mismo. As, los antiguos parsitos, en situa-cin de peligro de muerte por los excesos cometidos sobre sus anfitriones que, muertos, ya no los alimen-tan ni los alojan, devienen obligatoriamente simbiontes. Cuando la epidemia acaba, desparecen los propios micro-bios, a falta de los soportes necesarios para su prolife-racin.

    No slo la nueva naturaleza es, en tanto que tal, global, sino que reacciona globalmente a nuestras accio-nes locales.

    Es preciso, pues, cambiar de direccin y abandonar la orientacin impuesta por la filosofa. En razn de esas interacciones cruzadas, el dominio slo dura un plazo corto y se transforma en servidumbre; de igual modo, la propiedad sigue siendo una empresa rpida o acaba en la destruccin.

    Esta es la encrucijada de la historia: o la muerte o la simbiosis.

    Pues bien, esta conclusin filosfica, conocida anta-fo y practicada por las culturas agrarias y martimas, aunque localmente y dentro de lmites temporales redu-

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    Juan BermudezRectngulo

    Juan BermudezNota adhesiva (Del gr. , con, y , medios de subsistencia).

    1. f. Biol. Asociacin de individuos animales o vegetales de diferentes especies, sobre todo si los simbiontes sacan provecho de la vida en comn.DRAECOPERTENENCIA = VIDA COMN BENEFICA

  • cidos, continuara siendo letra muerta si no se inscri-biera en un derecho .

    . EL JURISTA. TRES DERECHOS SIN MUNDO I

    EL CONTRATO SOCIAL. Los filsofo~ del derecho natu-moderno hacen remontar a veces nuestro origen a

    un contrato social que, al menos virtualmente, habra-mos establecido entre nosotros para integrarnos en el

    . '. colectivo que nos hizo los hombres que somos. Curiosamente mudo sobre el mundo, ese contrato, dicen, nos hizo

    ,{tbandonar el estado nat\lral para formar la sociedad. A " partir del pacto, sucede como si el grupo que lo haba . firmado, zarpando del mundo, ya slo se enraizara en

    su historia. Dirase la descripcin, local e histrica, del xodo

    mral hacia las ciudades. Significa claramente que a par-," tir de ah hemos olvidado la susodicha naturaleza, en ',10 sucesivo lejana, muda, inerte, retirada, infinitamente

    lejos de las ciudades o de los gmpos, de nuestros tex-, tos y de la publicidad. Entindase por esta ltima pala-, bra la esencia de lo pblico, que en lo sucesivo cons-tituir la de los hombres.

    EL DERECHO NATURAL. Los propios filsofos llaman derecho natural a un conjunto de reglas que existiran al margen de toda formulacin; puesto que es univer-sal, derivara de la naturaleza humana; fuente de las leyes positivas, emana de la razn en tanto que ella gobierna a todos los hombres.

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    Juan BermudezNota adhesivaPUBLICIDAD, PUBLICOEsencia de los hombres en su colectividad. Pero tambin ideologa,repeticin de un eslogan de comportamientos a consumir.

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  • La naturaleza se reduce a la naturaleza humana que se reduce, bien a la historia, bien a la rqzn. El mundo ha desaparecido. El derecho natural moderno se distin-gue del clsico por esa anulacin. A los hombres sufi-cientes les queda su historia y su razn. Curiosamentt;, sta adquiere en el campo jurdico un estatuto bastan-te prximo del que haba alcanzado en las ciencias: tiene todos los derechos porque funda el derecho.

    LA DECLARACIN DE LOS DERECHOS HUMANOS

    En Francia hemos celebrado el bicentenario de la Revolucin y, en la misma ocasin, el de la Declaracin de los derechos humanos, nacidos expresamente, dice su texto, del derecho natural.

    Como el contrato social, esa declaracin ignora y no habla del mundo. Ya no 10 conocemos porque lo hemos vencido. Quin respeta a las vctimas? Pues bien, la susodicha declaracin fue pronunciada en nombre de la naturaleza humana y en favor de los humillados, de los miserables, de aquellos que, excluidos, vivan fuera, en el exterior, sumidos cuerpos y bienes en los vientos y bajo la lluvia, para los que el tiempo de la vida que transcurre se plegaba al tiempo que hace, de aquellos que no disfrutaban de ningn derecho, per-dedores en todas las guerras imaginables y que nada posean.

    Monopolizada por la ciencia y el conjunto de las tcnicas asociadas al derecho de propiedad, la razn humana ha vencido a la naturaleza exterior, en un com-

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  • te que dura desde la prehistoria, pero que se acele-de forma severa con la revolucin industrial, ms

    menos contempornea de aqulla cuyo bicentenario bramas, la una tcnica, la otra poltica. Una vez ms,

    debemos decidir sobre los vencidos, escribiendo el de re-. cho de los seres que carecen de l.

    Pensamos el derecho a partir de un sujeto de dere-. cho, cuya nocin se extendi progresivamente. No todo 'el mundo, antao, poda acceder a l: la Declaracin de los derechos humanos y del ciudadano da la posi-

    bilidad a cualquier hombre en general de acceder a ese estatuto de sujeto del derecho. Como consecuencia, el

    'contrato social se con?1..unaba, pero se cerraba sobre s . mismo, dejando fuera de juego al mundo, enOrme co1ec-

    I cin de cosas reducidas al estatuto de objetos pasivos de la apropiacin. Razn humana mayor, naturaleza exte-rior menor. El sujeto del conocimiento y de la accin disfruta de todos los derechos y sus objetos de ningu-no. Ellos todava no han accedido a ninguna dignidad

    jurdica. Por esa razn, desde entonces, la ciencia tiene todos los derechos.

    He ah por qu condenamos necesariamente las cosas del mundo a la destruccin. Dominadas, posedas, desde el punto de vista epistemolgico, menores en la consa-gracin pronunciada por el derecho. Pues bien, ellas nos reciben como huspedes, sin ellas, maana, deberemos

    morir. Exclusivamente social, nt.lestro contrato deviene mortfero, para la perpetuacin de la especie, su inmor-talidad objetiva y global.

    Qu es la naturaleza? En primer lugar, el conjun-

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    Juan BermudezNota adhesivaNaturaleza

    definicin cercana a la de Duque

  • to de condiciones de la propia naturaleza humana, sus obligaciones globales de renacimiento o de extincin, el albergue que le da cobijo, calor y alimento; adems la naturaleza se las quita cuando el hombre abusa de ellas. La naturaleza condiciona la naturaleza humana que, en lo sucesivo, la condiciona a su vez. La naturaleza se conduce como un sujeto.

    EL USO Y EL ABUSO: EL PARSITO

    En su propia vida y por sus prcticas, el parsito confunde corrientemente el uso y el abuso; ejerce los derechos que se otorga perjudicando a su anfitrin, algu-nas veces sin obtener ningn beneficio para s mismo; lo destruira' sin darse cuenta de ello. A sus ojos no tie-nen valor ni el uso ni el intercambio, pues se apropia de las cosas, dirase que las roba, una tras otra: las habita y las devora. Siempre abusivo, el parsito.

    Sin duda, e inversamente, se puede definir el dere-cho en general conio la limitacin mnima y colectiva de la accin parasitaria; sta, en efecto, sigue la flecha simple por la que un flujo transita en un sentido, pero no a la inversa, en el inters exclusivo del parsito, que se apodera de todo y no devuelve nada a lo largo de ese serttido nico; 10 judicial, por su parte, inventa la doble flecha cuyos sentidos gemelos tratan de equilibrar los flujos, por intercambio o contrato; al menos en prin-cipio, denuncia los contratos leoninos, los dones sin con-tradones y finalmente todos los abusos. La balanza justa del derecho contraviene, desde su fundamento, al par-

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    derecho jurdico vs. parasitismo. El derecho entendido como pacto que regula los intercambios.

  • . sito: opone el equilibrio de un balance a todo dese-r quilibrio abusivo.

    Qu es la justicia sino esa doble flecha, exacta-.,' mente esa balanza, o el esfuerzo continuo para su ins-.. :tauracin, entre las relaciones de fuerzas?

    As pues, hay que proceder a una revisin desga-. nadara del derecho natural moderno que supone una . proposIcin no forl11ulada, en virtud de la cual el hom-

    bre, individualmente o en grupo, puede devenir el nico sujeto del derecho. Aqu el parasitismo reaparece. La Declaracin de los derechos humanos ha tenido el mri-to de decir: cualquier hombre, y la debilidad de pen-sar: slo los hombres o los hombres solos. An no hemos establecido ninguna balanza en la que el mundo

    . sea tenido en cuenta, en el balance finaL Los propios objetos son sujetos de derecho y ya no

    simples soportes pasivos de la apropiacin, incluso colec-tiva. El derecho intenta limitar el parasitismo abusivo entre los hombres pero no habla de esa misma accin sobre las cosas. Si los propios objetos devienen sujetos de derecho, entonces todas las balanzas tienden hacia

    equilibrio.

    EQUILIBRIOS

    Existe uno o varios equilibrios naturales, descritos por las mecnicas, las termodinmicas, la fisiologa de los organismos, la ecologa o la teora de los sistemas; las culturas han inventado igualmente uno o varios equi-librios de tipo humano o social, regulados, organizados,

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  • preservados por las religiones, los derechos o las pol-ticas. Necesitamos pensar, construir e instaurar un nuevo equilibrio global entre esos dos conjuntos.

    Pues los sistemas sociales, compensados en s mis-mos y cerrados sobre s, presionan con su nuevo peso, con sus relaciones, objetos-mundos y actividades, sobre los sistemas naturales que ellos mismos compensan, al igual que en otro tiempo los segundos hacan correr riesgos a los primeros, en una poca en que la nece-sidad triunfaba potencialmente sobre los medios de la razn.

    Ciega y muda, la fatalidad natural desdeaba enton-ces establecer un contrato expreso con nuestros ante-pasados aplastados por ella: hoy en da estamos sufi-cientemente vengados de ese arcaico abuso por un abuso moderno recproco. Debemos pensar una nueva balan-za, delicada, entre esos dos conjuntos de balanzas. El verbo pensar, prximo a compensar, no conoce, que yo sepa, otro origen que esa justa pesada. He ah lo que hoy en da llamamos pensamiento. He ah el derecho ms general para los sistemas ms globales.

    EL CONTRATO NATURAL

    A partir de es