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SEXTA PARTE: ESQUILACHE Y LA ARISTOCRACIA

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  • SEXTA PARTE:

    ESQUILACHE Y LA ARISTOCRACIA

  • I. EL MONOPOLIO DEL PODER

    El patriotismo aristocrático

    No era un sentimiento naciente; había cundido en lo que se llevaba del siglo XVIII1. Y no era ajeno desde luego a la cúspide de la Monarquía Católica, al menos a los consejeros hispanos del rey Carlos III. Acabamos de recordar que, el 24 de marzo, en pleno motín, el monarca convocó un consejo de guerra para que se opinara sobre lo que había de hacer. Pues bien, corrió enseguida una supuesta acta de la reunión según la cual las opiniones se habrían dividido entre los partidarios de la represión inmediata y violenta y los que preferían condescender. Según el acta de que hablamos, asistían el duque de Arcos, el marqués de Priego, el de Sarriá, el conde de Gazzola, el de Revillagigedo, el comandante de Madrid -don Francisco Rubio- y el conde de Oñate, a quien el rey habilitó para que votase aunque no fuera militar. El duque de Arcos dictaminó que capitular con los amotinados iba en desdoro del monarca y que lo que procedía era ordenar a la infantería y la caballería que pasasen a cuchillo a cuantos encontraran desde Palacio a la Plaza Mayor y Puerta del Sol, entre otras cosas porque serviría de aviso para todos los pueblos, quienes, si no se hacía esto, se irían levantando cada día a ejemplo de Madrid.

    Pero en el semblante del rey –sigue el acta- se notó el horror que le causaba la idea de tal carnicería y pidió el parecer al siguiente, que fue el marqués de Priego. Siendo como era coronel de los valones, no es de extrañar que se sumara al De Arcos, como también hizo el siguiente, Gazzola. Éste, además, habló de sacar la artillería del almacén de la puerta de los Pozos y construir dos pequeñas baterías, una junto a Santa María y otra en la Puerta del Sol, con lo que se acabaría todo en un momento. El rey le hizo callar y dio la palabra al De Sarriá, que fue el primero en proponer la condescendencia. Luego se sumarían a esto Rubio, el De Oñate y Revillagigedo, que fue sin duda el más explícito contra los extranjeros, sin que le detuviera la presencia de uno de ellos, Gazzola.

    Lo que interesa aquí precisamente es esto último: que el argumento que se atribuye a éstos tres en el documento fue muy próximo al patriotismo de que estamos hablando; llegaron a decir –siempre según el acta apócrifa- que la sublevación había sido justa, por las maldades del secretario siciliano. Concretamente, el marqués de Sarriá, poniéndose de rodillas y dejando el bastón a los pios del monarca, habría dicho:

    “- Primero [de] ponerse en ejecución la crueldad referida por los tres primeros votos dejando a estos augustos pies mis empleos, mis honores y este bastón, seré el primero que me arroje a que empiece por mí el rigor, en cuya inteligencia (prosiguió levantándose) soy de parecer que al pueblo se le dé gusto en lo que pide, mayormente cuando lo que pide es tan justo, y lo que suplica a un padre tan piadoso, tan benigno como a Vuestra Majestad, por lo que doy por concluido este alboroto, y en su defecto aquí está mi cabeza.

    “El comandante de la guarnición de Madrid, don Francisco Rubio, se sumó a esto, y lo mismo el conde de Oñate, quien añadió que aunque estuviéramos en aquellos países y Reinos donde nos cuentan las historias que reinaban los monarcas tiranos idólatras, que tenían fijados sus mayores gustos en ver correr delante de sus encarnizados ojos ríos y arroyos de sangre humana, no habían de

    1 Un amplio elenco de textos satíricos xenófobos de todo el siglo XVIII, EGIDO (1973).

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  • dar semejantes pareceres, como los tres primeros; cuánto más en una Corte tan católica, donde reina un monarca tan cristiano, tan piadoso y inclinado a derramar piedades, y así si no piedad y misericordia, y condesc[end?]iendo con un pueblo que a grito herido no se oye otra cosa que viva el Rey, y si ha llegado el caso de hablar tan claro se queja el pueblo con razón, pues se ve desolado de el ministro a fuerza de las continuadas injusticias, como cada día hacía con todos los vasallos de Vuestra Majestad, y que, herido con tan aceradas puntas, no era mucho se quejase de sus procedimientos, pidiendo su exterminio, y que no había prueba más clara de su fidelidad como la de ver que pudiendo por sus manos tomar venganza a tanta injuria, se la pedían con toda submisión a Su Majestad como padre piadoso, y que éste era su parecer y cuanto se ofrecía en el asunto, y calló.”

    El conde de Revillagigedo llegó a afirmar incluso, contra el italiano Gazzola y su propuesta de usar la artillería, que no era natural de estos Reinos de España, “y sí de un país que vitupera el pueblo y la ciencia patriense del nuestro, a quien clama por su exterminio” 2.

    2 Consejo de Guerra, que se formó en Palacio..., BNL/R/PBA, 636, f. 301-2v. He aquí el parlamento

    entero de Revillagigedo:

    “Cuando los hombres están poseídos de algunas pasiones que los dominan, no deben ser atendidos sus votos en asuntos de tanta importancia, y mucho menos si a esto se les agrega la poca experiencia y pocos años, o por haberles faltado ocasión de verse en tales lances, o no ser que digamos también que los tales nunca son buenos para Padres de la Patria, unos por tener muy fogosa la sangre, y otros por ser poco inclinados al país donde se hallan, de esta clase son los señores que dieron los tres primeros votos, que con tanta paciencia escuchó Vuestra Magestad, pues venerando sus altas y distinguidas circunstancias diré, Señor, con licencia de Vuestra Majestad lo que alcanzo en su contra. Esta mañana los guardias de Corps fueron aprehendidos algunos de ellos por el pueblo, las guardias walonas perecieron tres en manos de el mismo, los jefes de estos dos distinguidos cuerpos son los señores Arcos y Priego, de que se sigue que por lo natural han de tenerlos en uno, con lo que entramos ya con dos de la clase que arriba dije, a quienes debía, según previene la ley, ser recusados por estar poseídos de el espíritu de venganza, y que si el pueblo ha cometido desacato, primero fue tratado con poca humanidad, los guardias han dado algunas cuchilladas, los walones llenaron los hospitales de heridos y las calles y casas de cuerpos muertos, y no es mucho que, visto por el miserable pueblo el estrago fatal, procurase algún despique, y por dos razones no debe ser atendido el voto de el tercero; la primera por no ser natural de estos Reinos, y sí de un país que vitupera el pueblo y la ciencia patriense del nuestro, a quien clama por su exterminio, de cuyas circunstancias resulta el estar apasionado, y por consecuencia poseído de un espíritu de venganza, de manera que atendiendo todas estas circuntancias no deben, Señor, [ser] en nada atendidos sus votos, pues en ellos no atienden a la nación ni a la querencia de el estado, ni a la dignidad de Vuestra Majestad, se viene Señor a los ojos, supongamos que se ponía en ejecución sus dictámenes y que para ellos fuese dable que viniesen prontamente todas las tropas que Vuestra Majestad tiene en sus dominios, pues con las que están presentes no son suficientes ni aun para intentar la hazaña, cuanto más para empezarla; supongamos también al pueblo totalmente desarmado, que Dios y ellos saben las armas que cada uno tiene a la hora de ésta, y más con los lances de esta mañana, démos por empezado el terrible lance y cruel carnecería, y que entraran por esas calles, llevándose en los de la espada a todo viviente, con las tejas, Señor, solamente no quedaría hombre ni caballo que no muriese, y luego? qué resultas? no querían más los enemigos de Dios y de estos Reinos. Demos que no sucediese sino que se lograse el intento, pasando por el rigor de dos millones de personas, y las más y de mayor número inocentes, después qué consecuencias tan fatales se seguirían? Dios libre a Vuestra Majestad y a todo su Reino y vasallos de semejantes infortunios, por su infinita piedad nuestro Señor quiera no use Vuestra Majestad de semejantes excesos, sí de sus grandes talentos de piedad católica y misericordiosa, derramando piedad, y no fulminando rigores, y así Señor atiéndase al pueblo, que ha descampados gritos y abrumados de las insoportables cargas, que dicen que viva la fe católica, que viva Vuestra Majestad y que viva el Reino, fuentes donde esperan confiados les ha de venir su remedio; después de Dios está en manos de Vuestra Majestad enseñarle al pueblo su real persona, por cuya vista suspira y anhela, y condescendiendo con sus justas peticiones, vean al mismo tiempo la real persona de el Príncipe Nuestro Señor, y sus amantísimos hermanos, todos dignísimos hijos

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  • Pero la coincidencia de argumentos con aquellos anónimos que siguieron al motín de Madrid fue aún más clara en la carta del 15 de abril de 1766 que otra personalidad del momento, el obispo de Cuenca, Carvajal y Lancáster, asimismo aristócrata, dirigió al confesor real, el fraile gilito Joaquín de Eleta, alias Osma, texto que también tuvo difusión en aquellas semanas y que le valdría al prelado conquense pasar a formar parte de los presuntos enemigos del régimen despótico. Las semejanzas con la Humilde representación son llamativas en algunos pasajes. Terminaba así:

    “En fin, España murió, si Dios no hace un milagro, y [¿]cómo podemos esperarlo si es su espada justiciera quien descarga el golpe mortal?”3

    No era un queja nueva; las lamentaciones sobre el estado de España ya cumplían un siglo y constituían una verdadera forma mentis de los españoles cultos de la época. El derrotismo se había introducido como una suerte de veneno letal. Y la entronización de Carlos III no lo había expulsado, por más que las cosas fueran bien. Al revés, la enfermedad y el marginamiento físico de Fernando VI en los últimos meses de su vida habían vuelto a sacar a la luz el derrotismo de que hablamos. Y, ante eso, el infante –o sea el rey de Nápoles, infante de España y heredero de la Corona hispana a falta de hijos del monarca enfermo-, es decir Carlo Terzo, no tenía mejor solución (o así se suponía) que dedicarse a su entretenimiento favorito, que era la caza. Nos lo dicen las sátiras que corrían por la Corte de las Españas poco antes de la muerte del rey Fernando, en 1759:

    Pero aún más tendréis presente que antes de ahora el Infante iba y venía al instante al más ligero accidente. Y ahora en el riesgo inminente que a España está amenazando y que recela llorando de hora en hora la Gaceta, el Infante no se inquieta y se divierte cazando.

    Era una crítica, por cierto, a la que no era ajena la aristocracia, que parecía enervada ante la desaparición de Fernando VI, recluido en el castillo de Villaviciosa de Odón, cercano a Madrid.

    [¿]No os hace fuerza que así ha tanto tiempo que esté

    de Vuestra Majestad, con lo que calmarán sus voces, se aquietarán sus ánimos, todo vendrá en bonanza y serenidad. Éste, Señor, es mi parecer, que todo pongo en la alta comprensión de Vuestra Majestad.”

    FERRER (1856), II, 23-4, supone que esta relación de lo ocurrido en la junta fue escrita por algún parcial del motín y aun quizá divulgada entonces con el objeto de acalorar a los revolucionarios pero que, si bien parecen inverosímiles algunos detalles, al menos hubo la divergencia de opiniones de que se habla. La reproduce íntegra DANVILA (1893), II, 329-33.

    3 Carvajal y Lancáster a Osma, 15 de abril de 1766, apud ASV/ANM, 133, f. 118-9. Otra copia, en ASV/SS/S, 302, f. 156-8v. Sobre el gilito Joaquín de Osma -en el siglo Joaquín de Eleta, natural del Burgo de Osma-, FERRER (1856), I, 254-5. Sobre la trayectoria posterior, vid. F.J. RUIZ: “Carvajal y Lancáster”, in ALDEA (1972).

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  • y solamente por fe sepáis que el Rey está allí, que Alba se mantiene aquí, Medinaceli pasea, la Grandeza se recrea, el Ministerio está en ocio y cada uno en su negocio solamente se menea?4

    En el figurado desfile de la sátira fechada en enero de 1765 que corrió escrita por la Corte y de la que algo diremos, la Grandeza se representa como una estatua de figura disforme, vestida de loco y despeñándose, sin más ayuda que la de algunos viejos, que intentan sostenerla. Y recita esta octava:

    Es de mi cuna el explendor luciente [sic] tan grande, tan antiguo y relevante, que ni su luz el Sol desde el Oriente al Orbe comunica tan brillante; pero el juicio perdí, con que la gente en la estima me tiene de tunante; y aunque algunos procuran su firmeza, caerá precipitada mi grandeza5.

    Y mucho de lo mismo reaparece en el drama Raquel, de don Vicente García de la Huerta –bibliotecario del duque deAlba y, desde 1761, escribiente de la Real Biblioteca6-, que debió redactarse en 1764-17657. El drama nos presenta una Raquel extranjera –judía- y despótica, que abruma al pueblo con impuestos y que impide al monarca actuar como padre de sus súbditos, y contra la que se alza la nobleza, como protectora de éstos. En el fondo, al hecho de que sobreviniera luego el motín, se debe en buena parte el éxito posterior de esta obra, de la que corrió infinidad de manuscritos antes de que se publicara en 17788. En uno procedente de la biblioteca del duque de Arcos, ya no se titula siquiera Raquel, sino El motín de España, culpa de Raquel y defensa de la Nobleza9.

    La marginación de la aristocracia en la Casa Real

    Que los grandes de España y otros que casi lo eran no fuesen ajenos al malestar contra Esquilache, respondía además a una lógica interna. El italiano había hecho dos

    4 FUE/AC, 5/14. 5 Parejas soñadas, y escritas a un amigo a Sebilla por Don Deboto Quisás Ademisoy, 10 de enero de

    1765, FUE/AC, 23/4. 6 Según RÍOS (1987), 50. 7 Según AGUILAR (1988), 301; aunque DEACON (1976) lo fecha entre marzo y junio de 1766. 8 Pero, según CASO (1988), 387, no los dos mil que el propio autor diría que corrieron por España,

    Francia, Italia, Portugal y América. 9 Cfr. AGUILAR (1988), 301.

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  • cosas al respecto desde que llegó a España en 1759: primero, quitarles poder y, segundo, quedárselo él mismo y ampliarlo cuanto le fue posible. Ya es significativo –tercero- que, desde el gobierno, intentara además don Leopoldo hacer precisamente lo que varios de esos aristócratas no habían dejado hacer al marqués de la Ensenada, según hemos podido ver en diversos lugares al hablar de la política que desarrolló.

    De esa tendencia a concentrar en sí mismo el gobierno de todo, ya daba síntomas en Nápoles, sirviendo a Carlo Terzo. En 1753, lo había designado éste secretario de Hacienda y, dos años después, en 1755, repartió todas las secretarías entre el mismo don Leopoldo Di Gregorio y don Bernardo Tanucci, acumulando aquél las de Guerra y Marina a la de Hacienda y quedando el segundo como secretario de Gracia y Justicia además de encargado de los asuntos exteriores. De los asuntos eclesiásticos se hizo cargo Brancone10. Antes y desde entonces, procuraría don Leopoldo, además, extender la jurisdicción de sus Secretarías y, con ello, aumentar el número de oficiales a su servicio11, a quienes, cuando se vino a España, procuró colocar: a unos dejándolos en la propia Real Hacienda napolitana, a otros en otros cargos y a un tercer grupo... trayéndoselo a España12.

    ¿Y por dónde había empezado Ensenada para ampliar su esfera de acción cuando gobernó, bajo Fernando VI? Por la Casa Real. Pues fuése nuestro hombre por ahí.

    Ante el arribo del monarca por mar a Barcelona, Isabel Farnesio, su madre, que había quedado como reina gobernadora al morir Fernando VI y en tanto Carlos viajaba a la Península, había cuidado muy prudentemente el asunto, quizá porque estaba en antecedentes, y se había limitado a nombrar mayordomo mayor al marqués de Villagarcía para servir al rey en el viaje a la Corte; los demás cargos se proveerían, dispuso, por mera antigüedad y siempre y sólo para el viaje13.

    Pues bien, una vez en Madrid, Carlos III cambió gran parte de la Real Servidumbre: nombró al duque de Losada (don José Fernández de Miranda, hombre dotado del mejor corazón del mundo según el nuncio14), venido con él de Nápoles, por sumiller, o sea su camarero, el cargo principal, y designó al duque de Alba mayordomo mayor15. Pero, aparte, Esquilache dispuso llanamente (claro que de orden real) que una serie de servidores de la Casa Real napolitana ocuparan los puestos correspondientes en España, quién en la Real Cámara16, quién en la Real Casa, en el Cuarto Real de la reina e

    10 Cfr. VIVIANI (1942), 87-90. 11 Sobre esto, en relación concretamente con asuntos exteriores y el afán de Esquilache de controlar

    no sólo a los cónsules, sino también a los agentes, TANUCCI (1985), IX, 351-2. 12 Vid. MAIORINI (1991), 130. 13 Vid. el marqués de Campo de Villar al marqués de Villagarcía, 11 de septiembre de 1759, ADA, c.

    106, núm. 8366. Habla concretamente de dos mayordomos de semana, dos gentileshombres de la Boca, dos gentileshombres de la Casa, dos alcaldes de Casa y Corte, entre otros.

    14 Textualmente, Pallavicini, 2 de diciembre de 1760, ASV/SS/S, 285, f. 171. 15 Vid. nota manuscrita sobre la sucesión de mayordomos mayores, sin fecha ni firma, AGS/GJ, leg.

    922 16 Vid. Esquilache al duque de Losada, 28 de diciembre de 1759, AHN/FC/MºH/SG, libro 10.796, f.

    154-4v.

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  • infantes, en las Reales Caballería y Ballestería, en el Cuarto Real del príncipe17. Aparte, el conde de Pietrasanta y el también conde don Luis Manasei fueron incluidos como exentos en la segunda compañía de la guardia de Corps18. Etcétera etcétera19.

    Esto, en 1759-1760 y a despecho de lo que opinaran los nobles principales (el duque de Alba, el de Almodóvar, el de Medinaceli, el de Béjar, el marqués de Montealegre...) que habían ocupado las mayordomías y cargos principales de Palacio hasta entonces, y de quienes dependían por lo tanto, hasta ese momento, los puestos invadidos por los napolitanos.

    Luego, en 1761, abordó esto otro, las atribuciones de los aristócratas en Palacio, dando un giro a la tuerca que ya había apretado fuertemente Ensenada.

    El marqués de la Ensenada, en efecto, había topado con una situación peculiar: los cargos que existían en Palacio eran innumerables y –lo que era peor- no había control del gasto; el monto de lo mismo había ido subiendo de manera ruidosa durante el reinado de Felipe V y, a su muerte, las deudas contraídas ascendían a más de treinta y cuatro millones de reales, una barbaridad. Así que, en 1747, don Zenón propuso a Fernando VI que abordara la reforma precisa. Que debería consistir, a su entender, en reducir a una o dos las múltiples oficinas de cuenta y razón que había en Palacio, regular y fijar los salarios de los criados y el número de los mismos, ordenar todos los demás gastos ordinarios (iluminación, mobiliario, oficios de boca o sea de alimento principalmente) y, por encima de todo, capacitar para controlar todo esto al secretario de Hacienda, es decir al mismo Ensenada.

    Esto era principal y llegaba aún a más: en teoría, todos los criados, oficiales, jefes y mayordomos semaneros de la Casa Real venían dependiendo del mayordomo mayor, cuyo control de las decisiones fundamentales (que eran las que implicaban dinero de una u otra manera) había caído sin embargo en desuso, en beneficio de los jefes de cada departamento. Si Ensenada se hubiera limitado a poner orden en todo eso, se habría reducido a reponer al mayordomo mayor en sus poderes. Pero lo que propuso fue que, manteniendo al mismo con potestad “funcional” suprema, el gobierno real y económico de Casa Real pasara a un superintendente que sería nombrado a propuesta del secretario de Hacienda, o sea del propio Ensenada. Era el modo más claro de cercenar la autoridad de los aristócratas que eran los que ocupaban las mayordomías.

    Fernando VI aceptó y promulgó los consiguientes reglamentos en 1749 y, en virtud de los mismos, se hizo todo lo dicho, aunque con algunos matices que redujeron el alcance (por más que el obtenido fuera suficiente para provocar la indignación de algunos nobles afectados como vamos a ver): el secretario de Hacienda pasó a controlarlo todo, los criados de las Reales Casas y Caballerizas se fijaron en 1.282 y en 6.307.510 reales el monto de sus sueldos (siendo esto todo lo que podían percibir, o sea

    17 Vid. respectivamente Esquilache al duque de Alba, al marqués de Montealegre, al duque de

    Medinaceli, al duque de Losada y al duque de Béjar, todo en 15 de enero de 1760, AHN/FC/MºH/SG, libro 10.797, f. 45-7.

    18 Vid. Esquilache a Ricardo Wall, 17 de diciembre de 1759, AHN/FC/MºH/SG, libro 10.796, f. 144v-5. 19 Por ejemplo, Esquilache al duque de Alba, 9 de marzo de 1760, AHN/FC/MºH/SG, lib. 10.797, f.

    198v, señalando el sueldo para don Lorenzo Torrado, jefe de la Sausería, que había venido de Nápoles.

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  • prohibiendo cualquier otra ganancia que cargara en la Hacienda Real), se introdujo un sistema de incompatibilidades para que nadie pudiera cobrar dos salarios, se fijaron del mismo modo los demás gastos ordinarios, los tesoreros que había en cada departamento hasta entonces se redujeron a dos, nombrados ambos por el rey a propuesta del secretario de Hacienda (un contralor-grefier general para las Casas Reales y la Real Capilla y un veedor-contador general para las Caballerizas y agregados, que eran los únicos capacitados para efectuar libranzas de fondos contra la Tesorería de Reales Servidumbres y para intervenir los recibos de los pagos realizados) y se regularon las competencias judiciales del Real Bureo, que era el juzgado de la Real Casa, del que dependían los criados.

    Con todo esto, los gastos de las Casas y Caballerizas Reales descendieron drásticamente desde 1751 y, al cabo, no fueron ajenas a ello ni la dimisión del marqués de San Juan, último de los jefes de la Casa Real de la época de Felipe V, ni la intervención del duque de Alba, siendo mayordomo mayor del rey, en la caída de Ensenada en 175420.

    La reforma de 1749 no llegó, sin embargo, a la creación de la Superintendencia general.

    Pues manos a la obra: por reales decretos de 19 de febrero de 1761, inspirados por Esquilache, se redujo a una sola la familia que servía la Casa del Rey y la de la Reina y se fundieron también en una las Caballerizas de ambos; se volvió a fijar el número de jefes, oficiales y criados, con sus sueldos; se repitió que no podían cobrar más por ningún supuesto, y sólo un sueldo, aunque se desempeñara más de un cargo; se restringió todavía más la creación de empleos supernumerarios; a lo sumo se le podía proponer al monarca premios que consistieran en empleos honorarios sin sueldo. Y todo lo que implicara dinero correspondía al superintendente de Hacienda, o sea al marqués de Esquilache.

    Se insistió en que los dichos y por el orden dicho (jefes, oficiales, criados) formaban una jerarquía que dependía del grefier-contralor general, cargo que ahora se desboblaba en dos, repartiendo aquel nombre: habría un grefier y habría un contralor general. Subsitiría el mayordomo mayor y su facultad de disponer cuanto perteneciera a la Real Servidumbre (menos el dinero y las cuentas, o sea lo principal) pero además, de acuerdo con el criterio de Ensenada, el nombramiento de grefier y el de contralor general no los sugeriría el mayordomo, sino el secretario de Hacienda, y el de los oficiales tampoco sería iniciativa de aquél, sino del grefier y del contralor general, que los encauzarían asimismo por la Secretaría de Hacienda, “procurando siempre distinguir el mérito sin sujetarse a antigüedad ni clases”21. Lo único que propondría el mayordomo serían la provisión de las vacantes de criados y la de juez de la Real Casa, y todo esto mediante ternas. El juez sería un ministro del Consejo de Castilla.

    20 Todo esto, en GÓMEZ-CENTURIÓN (1998), especialmente 62, 65-83. La descripción de las funciones

    del mayordomo mayor aparece ya en la ley 17, título 9, partida II, según CANGAS (1834), voz “Mayordomo mayor del rey”.

    21 Esto y lo que sigue, en real decreto y reglamento de 19 de febrero de 1761, NRLE, l. 2 y 3, t. 12, l. 3.

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  • Los jefes principales de las Reales Capilla y Cámara, por su parte, continuarían proponiendo al monarca la provisión de empleos de número por medio del secretario de Gracia y Justicia22.

    El fuero privativo de la Real Servidumbre –concluían los decretos y el reglamento de 19 de febrero de 1761- quedaba restringido a los que efectivamente formaran parte de ella, sin que pudiera extenderse a nadie más por ningún concepto.

    Todo esto en relación con la Real Casa, Capilla y Cámara. Respecto a las Caballerizas, fueron objeto de un decreto de 11 de septiembre inmediato que dejaba las cosas como estaban (una vez refundidas como vimos las del rey y la reina): por debajo siempre del mayordomo mayor y dependiendo en lo económico del superintendente de Hacienda, el gobierno supremo correspondía al caballerizo y ballestero mayor, de quien dependían también el veedor y el contador general, cargos que sin embargo serían provistos a propuesta del secretario de Hacienda y no del caballerizo. Y lo mismo toda vacante de oficial: la propondrían el veedor y el contador general a la Secretaría de Hacienda y de ésta iría al monarca. La propuesta para las plazas de número de criados y la de asesor sí las haría el caballerizo, pero mediante terna. (El asesor era el que ejercía el poder judicial y debía ser un ministro del Consejo de Castilla.) Si eran empleos consultivos, la propuesta tenía que pasarla el caballerizo al secretario de Gracia y Justicia23.

    Ya se ve que también el cargo de veedor-contador general creado en 1749 se desdoblaba en dos.

    Por lo demás, se reiteraba que todo lo que implicara dinero correspondía al superintendente de Hacienda.

    La concentración de las Secretarías del Despacho universal

    Tanucci celebró estas reformas con entusiasmo por el ahorro que implicaban, no sin anunciar que levantaría ampollas, concretamente entre los que se habían acostumbrado a vivir a expensas del rey24. No dijo nada sobre el hecho de que, además, las reformas implicaran un reforzamiento del poder de Esquilache.

    Pues bien, no paró en esto el esfuerzo de don Leopoldo de Gregorio por acaparar el poder o, mejor, controlarlo todo. No se conformó con ser secretario de Hacienda, sino que consiguió que el rey lo nombrara presidente de la Junta de Comercio, Moneda y

    22Aunque un decreto de 19 de agosto de 1761 advirtió que el rey se reservaba la posibilidad de jubilar

    cuando lo tuviere por componente a los capellanes de la Real Capilla de San Isidro y de la de Toledo y de cuantas hubiere de fundación real en la Monarquía: vid. resolución a Consejo de 19 de agosto de 1761, NRLE, l. 8, t. 17, l. 1.

    23 Se entendía por plazas de número que eran consultivas al menos las de caballerizos de campo, asesor, armero mayor, guadarnés y sus dos ayudas, palafrenero mayor, teniente, reyes de armas, maceros, sobrestante de coches, teniente, picadores, ayudas, correos, librador y ayuda, caballeros pajes, ayo, ballesteros y arcabuceros. Esto y lo demás, en NRLE, l. 5, t. 12, l. 3.

    24 “Quel che S.M. va a fare riducendo tutta la Casa Reale ad una sola, sarà col tempo di un gran profitto per li tanti soldi che saranno risparmiati, e non sarà poco quello che comincerà fin da ora. Non mancheranno mormorazioni dei feneanti assuefatti a vivere inutili e pesanti allo stato”: a Iaci, 25 de noviembre de 1760, apud TANUCCI (1985), IX, 142.

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  • Minas y de la Junta del Tabaco, superintendente general de Rentas, Fábricas y Casas de Moneda y secretario de la reina (cada uno de estos cargos con su sueldo) con facultad para proponer a Carlos III todas las plazas togadas de los Tribunales de Hacienda25. Y logró que el monarca le permitiera designar libremente, como secretario de Hacienda, a los intendentes de Ejército y Provincia, a los comisarios ordenadores y de Guerra, a los contralores de Artillería y guarda almacenes de ella, a los contralores de Hospitales “y demás dependientes de todas estas clases” y todos los asientos de víveres, utensilios, fortificaciones y demás que correspondían a los ramos del Ejército y la Artillería. Esto en 176026.

    Acumular Secretarías era en verdad más complicado porque la Monarquía Católica estaba gobernada por el sistema “polisinodial”, de Consejos, en peligrosa duplicación de funciones con las Secretarías, y eran muchos los intereses creados y las meras inercias que hacían muy difícil que cambiaran las cosas sin una verdadera revolución. Los Consejos se habían ido formando desde el siglo XV; los existentes en 1759 eran los de Castilla (que había asumido las competencias del de Aragón, desapareciendo éste, en 1707), Indias, Estado, Hacienda, Guerra y Órdenes Militares. Estaban constituidos por un cuerpo de consejeros, nobles todos de cierta alcurnia, no necesariamente titulados, de formación ordinariamente jurídica, presididos por un gobernador y asesorados de unos fiscales, además de otros cargos y subdivisiones menores. Eran organismos añejos, sabios y torpes. Y eso había inducido a los nuevos señores, los Borbones entronizados a comienzos del siglo XVIII, a valerse de secretarios, hombres de su confianza que les permitían tomar decisiones que exigían mayor prontitud. En 1759 eran cinco las Secretarías de Despacho: Gracia y Justicia, Indias, Estado, Hacienda y Guerra27.

    En puridad, las dos instituciones (Secretarías y Consejos) eran meros órganos consultivos del único poderhabiente, que era el rey. Pero, en la práctica, las primeras servían para hacer más ágiles las decisiones y, por lo tanto, tenían forzosamente que actuar urgiendo o marginando –según los casos- los Consejos.

    Esquilache abordó este problema de dos maneras principales. Por una parte, no tardó en observar que había cuestiones que implicaban a varios secretarios y Consejos. Así que una de dos: descartada la posibilidad de acabar con éstos, y sentada la máxima de la prioridad de las Secretarías, o conseguía acumular todas o las más posibles en su persona, o había que coordinar las acciones de los diversos secretarios. Procuró las dos últimas cosas: primero lo abordó por el camino de reunir de vez en cuando, con la excusa o con la razón de la importancia del asunto a tratar, una junta de ministros que tomara las decisiones y después consiguió ampliar el número de Secretarías de las que

    25Real decreto de 12 de diciembre de 1759, AHN/FC/MºH/SG, lib. 8.021, f. 144-5. También, ibidem,

    libro 10.796, f. 136-6v, y libro 10.797, f. 18v-9. En el primero citado se nombraba asimismo embajador en Polonia al conde de Valdeparaíso. Pero murió antes de tomar posesión (en este sentido, ibidem, f. 183, Esquilache a don Ignacio de Ocáriz, 1 de marzo de 1760).

    26 Vid. Esquilache a don Ramón de Larumbe, 24 de enero de 1760, AHN/FC/MºH/SG, libro 10.797, f. 65v-6v.

    27Sobre estos organismos, la obra ya clásica de ESCUDERO (1969) y los estudios sociológicos de FAYARD (1982). No podemos asomarnos siquiera aquí a la prosopografía desarrollada posteriormente, que es enorme.

    295

  • era titular. En 1761, en efecto, constituyó una junta de esa naturaleza para examinar la administración del excusado28. Pero la oportunidad de redondear el invento por el mismo y el segundo camino (el de reunir Secretarías) se la dio en 1763 la renuncia de don Ricardo Wall a las de Estado y Guerra; Esquilache sólo consiguió la segunda, sin renunciar a la de Hacienda, ya lo vimos; la Secretaría de Estado fue a manos del genovés don Jerónimo Grimaldi, hasta entonces embajador ante Luis XV. Pero el siciliano sugirió a Carlo Terzo y consiguió que, en adelante, se reuniera una junta de ministros todas las semanas, que acudieran a ella los de Estado (Grimaldi), Indias y Marina (don Julián de Arriaga), Guerra y Hacienda (o sea él mismo) y que se concertaran así todas las acciones y sugerencias de cierta envergadura que cada uno de ellos hacía llegar al rey29. Ésa era la reunión de cada jueves a que aludía el austriaco Rosenberg en 1764, creyendo que la controlaba Grimaldi:

    “[Grimaldi] a pû [peu] jusqu'ici communiquer de son esprit d'activité aux deux autres ministres, Squillace et Arriaga, avec lesquels il tient de fort conférences tous les jeudis. Le premier en aurait la volonté, mais outre qu'il est surchargé d'affaires, ses vues et ses connaissances no sont pas assez étendues. Le second est immobile et trouve le secret de travailler toujours sans jamais rien faire”30.

    En realidad, no estaba tan clara la cosa: en una curiosa sátira que, fechada en enero de 1765, corrió por la Corte, se puso esta seguidilla en labios de Grimaldi –cuyo silencio se había hecho proverbial-:

    Tengo yo mis honores, espejo y modas, juego, banquete y galas y punto en boca.

    Que los negocios en otro gabinete tienen su solio.

    Arriaga, por su parte, aparecía vestido de donado (o sea miembro de una orden religiosa que sin embargo no había profesado) y entonaba esta canta:

    Aunque me pongan chinas por que tropiece, no esperen estos tontos

    28 Vid. Tanucci a Esquilache, 13 de octubre de 1761, apud TANUCCI (1988), X, 213-4. 29 Cfr. KUETHE-INGLIS (1985), 119-28, y KUETHE-BLAISDELL (1991), 591-3. Sobre el funcionamiento

    de la junta, GIL MUNILLA (1949), 49 y siguientes. 30 Rosenberg a Kaunitz, 24 de enero de 1764, BERICHTE (1972: III), 20 ( = VELÁZQUEZ [1963], 17-8).

    Esquilache y Grimaldi tienen arrinconado y anulado a Arriaga, dice el mismo al mismo, 15 de marzo de 1764, ibidem, 41 ( = ibidem, 23). Por otra parte, parece claro que la mala impresión que el propio embajador austriaco tenía sobre la situación de la marina, el ejército y las finanzas españolas -en definitiva, lo que dependía de Esquilache- era fruto de sus conversaciones con Grimaldi, que le decía que esperaba tener la oportunidad de arreglar la administración española: sobre todo esto, largmente, Rosenberg a Kaunitz, 28 de septiembre de 1764, BERICHTE (1972: III), 140-4. A Arriaga lo manejaban los jesuitas, decía el embajador británico Bristol a Pitt el 31 de agosto de 1761: apud PETRIE (1971), 99. Un planteamiento revisionista sobre Arriaga, MAESTRO (1996).

    296

  • que por mí quiebre.

    Pues sólo aguardo un Superior precepto para dejarlo31.

    Andaba atinado Rousseau cuando decía que Esquilache era hombre muy confiado en sí mismo, puntilloso y molesto y aficionado a meterse en ámbitos ajenos a su jurisdicción32. “[...] emprendedor y arbitrista –dice el fraile jerónimo Fernando de Ceballos-; hablaba mucho, por cuyo motivo peligraban en su boca los secretos de Estado: presumía entender de todo, y apenas había cosa de importancia en que no se entremetiese”33.

    Desde 1763, la cosa quedó en ver quién podía más en cada momento, Grimaldi desde la poderosa Secretaría de Estado, encargado de los asuntos internacionales, o Esquilache desde las de Guerra y Hacienda; porque Arriaga se fue plegando a lo que le insinuaban, pedían o exigían el uno o el otro y, con esto, Esquilache y Grimaldi pudieron intervenir en el gobierno de Indias con cierta amplitud. De ese modo -escribía al primero desde Nápoles don Bernardo Tanucci, a la sazón regente, con otros, de las Dos Sicilias- es de esperar que acabe el sueño de dos siglos y el abandono de gobierno y de dirección en que los españoles han tenido la América34.

    Esquilache se valdría de Arriaga y, al cabo, intervendría directamente (duplicando de nuevo las instancias): en 1765, hizo saber a las autoridades indianas que los asuntos militares, debían gestionarlos por medio de la Secretaría de Guerra y no por la de Indias; eso a la vez en que se tramitaban de hecho por la vía de Hacienda (la otra Secretaría que regía don Leopoldo de Gregorio) los asuntos fiscales35.

    Incluso fue secretario de Gracia y Justicia en funciones (con percepción del salario correspondiente) entre enero y abril del mismo año 1765: el tiempo que tardó en hacerse cargo de la Secretaría don Manuel de Roda, muerto el marqués de Campo de Villar36.

    31 Parejas soñadas, y escritas a un amigo a Sebilla por Don Deboto Quisás Ademisoy, 10 de enero de

    1765, FUE/AC, 23/4. 32 Según cita VIVIANI (1942), 94, quien ibidem, 93, le da el sobrenombre de Attalo di Marziale. En el

    mismo sentido, FERRER (1856), I, 244-5. 33 Cit. LA HOZ (1859), 332. 34 “Mi congratulo del profitto della conferenza settimanale dei 3 Segretari per le cose americane,

    poiché è stato proposto de V.E. questo metodo, il quale rompesse il sonno di due secoli, e l'abbandono del ministero spagnolo nel governo e direzione dell'America”: carta de 24 de enero de 1764, apud TANUCCI (1994), XIII, 31.

    35 Vid. libro Índice (de cartas de Cruillas), 239 ff., AGI/M, leg. 1507-B: hasta finales de 1764, todas las referencias a cartas enviadas se distribuyen entre las tramitadas por Consejo y las de la vía reservada (presumiblemente, la Secretaría de Indias). Pero, desde el 1 de enero de 1765, hay además un apartado de las representaciones cursadas por medio de Esquilache y otro sobre las tramitadas por medio de Grimaldi. Entre las de Esquilache está la formación de la Junta del Tabaco, la petición de que envíe dos millones de pesos, la visita de don José de Gálvez, lo relativo a las fortificaciones de la Nueva España... (ibidem, 237-239).

    36 Vid. PINEDO (1983), 80.

    297

  • Esquilache, venalidad y nepotismo

    Desde aquí, no había demasiado trecho para pasar al pensamiento de que Esquilache era, además, un ladrón. Al comenzar 1765, en aquella sátira que describía un supuesto desfile festivo de personajes de la Corte, aparecía Esquilache vestido de lobo, con un bolsillo en la mano y un letrero donde ponía El rico avariento. Y, en sus labios, este cantar:

    Una sed insaciable me martiriza, pero el agua salobre me da la vida.

    Y sólo siento que el remedio a mis ansias viene de lejos37.

    “Llegó a ser teniente general sin haber servido nunca en la milicia –escribiría más tarde el jerónimo fray Fernando de Ceballos-, y acumuló en sus hijos tantos empleos y rentas que produjo una indignación general en el Reino. [...] era en extremo dadivoso con el dinero del rey, a fin de granjearse popularidad: circunstancia opuesta al genio de su esposa, natural de Cataluña, señora que, entre otros defectos, tenía el de recibir cuanto le daban los favorecidos y pretendientes.” Todo apuntaba contra el secretario italiano: “el vituperable prurito de enriquecerse y acumular sueldos sobre sueldos, gracias y beneficios para sí, sus amigos y pedagogos; los cohechos y sobornos de su mujer, de Celeri, su secretario, y de D. Gerónimo Góngora, su sobrino, de los cuales –aventuraba el fraile- sé más de 30 en que entraron los pesos a millares; la estremada [sic] persecución al pobre deudor de la Hacienda, al paso que ésta no pagaba a sus acreedores”...

    Todos, por tanto, iban contra él: incluido “el grande por perder sus alcabalas, el título por ver perdidas sus rentas”; “todos, todos murmuraban y esponían [sic] sus quejas, cuál en público, cuál en su casa, cuál en la ajena”. Hasta le reprochaban que hubiera sustituido a Valdeparaíso en la Secretaría de Hacienda (como si fuera suya la decisión y no de Carlos III); el conde había muerto días después por el pesar que le había causado, se dijo38.

    Esquilache –había escrito tiempo atrás don Bernardo Tanucci- se había siempre dedicado a emplear ineptos, si le llegaban debidamente recomendados, y a prodigar pensiones. Había empezado bien. Pero había acabado por sucumbir a la tentación de mostrar su poder y de favorecer a amigos y parientes... y a los poderosos de quienes podía venirle daño. Y la Real Hacienda había pagado los platos rotos39. Era como los

    37 Parejas soñadas y escritas a un Amigoa Sebilla por don Deboto Quisás Ademosoy, 10 de enero de

    1765, FUE/AC, 23/4. 38 Cit. LA HOZ (1859), 121, 332, 333-4, 334, 335. El pesar de Valdeparaíso como motivo de su muerte,

    ibidem, 332. 39 “Squillace ha fatto sempre quello che fa costí cioè ha impiegati molti inetti a intercessione de’ suoi

    protettori, e pensioni molte anche ha dato per questi; ciò che ha aggravato le rendite del Re di una

    298

  • mercaderes: había procurado enriquecerse todo lo posible y, conseguido esto, se había entregado al estímulo de la liberalidad, el aplauso y el esplendor. Mientras sólo lo odiara el pueblo..., podía sentirse seguro40.

    Lo de los hijos era notoriamente cierto. Cerca ya de su muerte, en 178141, el mismo don Leopoldo diría que había tenido “muchos hijos” de doña Josefa Mauro, su primera mujer, aunque sólo vivieran cinco. Pues bien, el primogénito, Francesco, era por esta fecha marqués de Trentino y príncipe de Santa Elia; el segundo, don José de Gregori y Mauro, era ya coronel del regimiento de Infantería de Parma en 174842 y había llegado a ser capitán general de Aragón y presidente, por lo tanto, de aquella Audiencia en aquel 178143, tres años antes de su muerte44, para dar lugar, además, a una estirpe de armas que continuaba viva en pleno siglo XIX45. En el mismo año en que Esquilache hace memoria de ellos, 1781, su tercer hijo vivo, monseñor Giovanni Di Gregorio, era archimandrita de Mesina, prelado y auditor de cámara en la curia romana; el cuarto, don Geronimo, brigadier y coronel del regimiento de Caballería de Sicilia al servicio de Su

    molditudine inutile di mangiapani, e di panperduti. Cominciò bene e con zelo; ma poi parte per mostrar potenza, parte per amicizie, e parentele, parte per timore de' potenti ha fatto male all’Azienda o, per dir meglio, ha profuso con una mano quello che profittava per la reale azienda coll’altra. E quindi viene che ci troviamo stretti con tutto che per Squillace le rendite reali sieno salite da tre milioni e mezzo a cinque milioni”: a Iaci, 20 de enero de 1761, apud TANUCCI (1985), IX, 308. Ejemplos de su afán de mostrar poder, ibidem, 91 y 274.

    40 “Squillace è del genere dei mercanti. Procurano questi quanto possono di arricchire, e fatta la cosa, vien lo stimolo della liberalità, e dell’applauso, e dello splendore; questo secondo tomo sul disfare il primo. Finché l’odio è nel popolo egli starà sicuro”: a Iaci, 17 de marzo de 1761, TANUCCI (1985), IX, 483.

    41 Aundque citaré otras fuentes, lo relativo a 1781 procede del testamento de Squilace que se conserva en ASVe, Norarile, Testamenti, Atti del notaio Giovanni Leonardo Tasini, b. 945, n. 33, y que he cotejado con los datos que siguen. El testamento original, que es el acabo de citar, añade multitud de datos económicos, relativos casi siempre a la distribución del patrimonio de Esquilache que debía hacerse a su muerte.

    42 Vid. traducción de la partida de su casamiento con doña Ignacia Paternó, hija del teniente coronel del propio regimiento de Infantería de Parma, 2 de junio de 1748, AHM/OM/CS, exp. 3618, f. 43-4. De ADM, me facilitan certificación y fotocopia de la partida de bautismo de Giuseppe Giovanni Ascanio Paolo De Gregorio, hijo de don Leopoldo y de doña Josefa De Gregorio y Mauro, en San Nicolás de Mesina el 28 de junio de 1725. Había nacido dos días antes. Sobre el encumbramiento de don Francisco De Gregorio e Mauro, príncipe de Torre di Goto, título que luego conmutó con el de Santa Elia, TANUCCI (1985), IX, 629.

    43 Por los años de 1784: vid. AHN/OM/E, núm. 18.253. 44 Vid. partida de defunción de José de Gregorio y Mauro, 25 de julio de 1784, AGM (S), leg. G-3977. 45 Leopoldo de Gregorio y Paternó, hijo de José de Gregorio y Mauro y nieto de Esquilache, nació en

    Barcelona el 19 de febrero de 1741, comenzó su carrera militar como paje del rey en 1760, fue segundo teniente de las Reales Guardias Españolas desde el 6 de enero de 1761, era capitán de las mismas por los años de 1784 y, siendo virrey y capitán general de Navarra en 1814, fue apresado por los franceses, para morir, ya liberado, en 1819 (vid. AGM [S], Célebres, caja 71, exp. 15, y AHM/OM/E, núm. 18.234).

    Francisco María de Gregorio y Paternó, hermano del anterior, nacido en Barcelona en 1755, era teniente coronel de los Reales Ejércitos y capitán del regimiento de Infantería de América por los años de 1784, cuando se le hizo caballero de la orden de Santiago: vid. AHM/OM/CS, exp. 3618.

    Hermano de los anteriores, don Ramón María de Gregorio y Paternó nació en Badajoz en 1764, ingresó en el ejército en 1778, era coronel de Infantería en 1827 y falleció en 1841: vid. AGM (S), leg. 3977.

    299

  • Majestad Siciliana (o sea que tampoco se había asentado en España) y era la quinta doña Maria Di Gregorio, consorte del marqués Scipione Molesti46.

    En cuanto a los habidos de doña Josefa Berdugo, que serían también “muchos hijos” según el propio Leopoldo, vivían siete en 1781. De ellos fueron militares el primero, don Carlos de Gregorio y Berdugo, nacido en Nápoles en 175447, exento de la compañía italiana de guardias de Corps en 1781, de la que era segundo teniente por los años de 178848, y el segundo, don Antonio María, nacido en 1755 en la misma ciudad49, también exento de esa compañía y guardia de Corps en 1781, y cabeza de otra dinastía de militares50; el tercero, don Manuel, camarero secreto de Su Santidad por las mismas calendas; la cuarta, doña Ángela, consorte del marqués don Giuseppe Asmundo; la quinta, doña Josefa, lo mismo del marqués de San Martino, don Mucio Expadafora; la sexta, doña Teresa, de don Francesco Paolo Notarbartolo, príncipe de la Sciara. Y, en fin, le quedaba sólo doña Vicenta por colocar51.

    Entre todos ellos repartiría sus bienes en el último testamento –el que trazó en Venecia- en 1781, añadiendo que dejaba una parte importante de su patrimonio a su esposa, doña Josefa Berdugo, “sintiendo sólo que el número de hijos que Dios me ha concedido no me permita dejarla más bienes de los que le dejo”52.

    Como el período de fertilidad de Esquilache, gracias a la de sus mujeres, fue con esto tan duradero y tan fecundo, le nacieron nietos del primer matrimonio antes que algunos de los hijos del segundo y, con ello, tuvo que preocuparse también de colocar esa

    46 Todo esto, en el testamento de 25 de abril de 1781, ASVe, Norarile, Testamenti, Atti del

    notaioGiovanni Leonardo Tasini, b. 945, n. 33 (copia de esta parte, traducida al castellano, en AHN/E/CIII, exp. 274, f. 7-7v). No sé si se refiere a Giovanni Di Gregorio o a Manuel de Gregorio, también hijo de Esquilache, la mención que hace Pallavicini a Torrigiani, 14 de enero de 1766, en el sentido de que Carlos III le ha dicho que, en una no lejana promoción, espera que se dé por lo menos a monseñor De Gregorio, hijo del marqués, el chiericato di Camera que le había prometido el pontífice: cfr. ASV/S/SS, 301, f. 10. Después del motín, el 6 de mayo de 1766, Pallavicini insiste al secretario de Estado del papa que, al enterarse de la muerte de monseñor Passionei, del chiericato di Camera, Grimaldi le ha recordado la candidatura de monseñor Di Gregorio, en nombre del rey, que continua estimando mucho a su padre: ibidem, f. 307. Torrigiani dirá a Pallavicini, el 15 de mayo de 1766, que, pese a la desgracia del marqués, no han cambiado las buenas disposiciones del papa hacia “Monse suo figlio”: ASV/ANM, 126, f. 329. Ya estaban en ello Esquilache y el nuncio en 1761: vid. Pallavicini, 27 de octubre de 1761, ASV/SS/S, 286, f. 222v.

    47 Vid. traducción de la partida de bautismo en San Liborio de Nápoles, 21 de marzo de 1754, AHN/E/CIII, exp. 274, f. 12.

    48 Vid. su expediente de incorporación a la orden de Carlos III, en AHN/E/CIII, exp. 274, 113 ff. 49 Vid. traducción de la partida de bautismo en la iglesia de Santa Ana de Palacio, en Nápoles, 8 de

    julio de 1755, AHN/E/CIII, exp. 2011, f. 8, y copia del texto italiano de la misma partida en AGM (S), leg. 3970. Fueron padrinos don Francisco de Gregorio, marqués de Trentino, y la partera.

    50 Su hijo Leopoldo de Gregorio Márquez, nieto de Esquilache y nacido en Madrid en 1790, era guardia de Corps desde 1798 y acabó como brigadier de Caballería, fallecido en 1864: vid. AGM (S), leg. G-3975. Ostentó el título de marqués de Grimaldi y era caballero de las órdenes de Santiago y San Fernando por los años de 1860: vid. AHM/OM/CS, exp. 329 bis, en el que figura como testigo.

    51 Todo esto, en el testamento de 25 de abril de 1781, ASVe, Norarile, Testamenti, Atti del notaioGiovanni Leonardo Tasini, b. 945, n. 33 (copia de esta parte, en AHN/E/CIII, exp. 274, f. 7v-8).

    52 Corolario del testamento de 25 de abril de 1781, ASVe, Norarile, Testamenti, Atti del notaioGiovanni Leonardo Tasini, b. 945, n. 33 (copia, en AHN/E/CIII, exp. 274, f. 8).

    300

  • tercera generación. El caso principal fue el de don Leopoldo de Gregorio y Paternó, hijo de José de Gregorio y Mauro –hijo a su vez del primer matrimonio de Esquilache-; este segundo Leopoldo nació en Barcelona en 1741, comenzó su carrera militar como paje del rey Carlos III en 1760 y fue segundo teniente de las Reales Guardias Españolas desde el 6 de enero de 1761; de manera que no sólo pasó a depender directamente de su abuelo, como militar, cuando éste se convirtió en secretario de Guerra, sino que debió figurar entre los Españoles que reprimieron el motín de 1766. Capitán de las Reales Guardias dichas por los años de 1784, llegaría a ser virrey y capitán general de Navarra, cargo en que lo sorprendió la invasión francesa en 1808 y dio lugar a un largo y duro cautiverio que lo llevó de prisión en prisión, del sur al norte de Francia, para morir, ya liberado, en 181953.

    No es extraño que, a aquella sátira de comienzos de 1765, se hubiera replicado con otra en la que la marquesa de Esquilache, doña Josefa Berdugo, aparecía con infinidad de memoriales, una coneja de Indias a los pies y todo guarnecido con doblones de a ocho; por mote, llevaba el de Los hijos de la fortuna. Y se le asignaba esta cuarteta:

    Mis hijos afortunados se duplican advertidos, pues no son bien concebidos cuando ya están colocados54.

    Es también significativo que, huido de Madrid por el motín y una vez que ganó Cartagena (para embarcarse rumbo a Nápoles), Esquilache no dudara un momento –con crudo realismo- ni de que el cese era irreversible, ni de recomponer su carrera. El 12 de abril de 1766, escribía a Roda desde el puerto cartagenero para decirle, por una parte, que lo que más le dolía era alejarse del rey y, por otra, que pensasen en él como embajador en Nápoles o en Roma... Que confiaba mucho en su amistad55. Unas semanas más tarde, en Mesina ya, se le veía “contento de verse cercado de hijos y nietos, a que se junta –escribía un corresponsal del propio Roda- el festivo recibimiento que le han hecho sus paisanos”56.

    53 Vid. AGM [S], Célebres, caja 71, exp. 15, y AHM/OM/E, núm. 18.234. 54 Don Imparcial de la Patria a don Instruido, s.d., FUE/AC, 23/4. 55 Vid. AGS/GJ, leg. 1009, núm. 74. Resumen de una carta del propio Esquilache a Tanucci, también

    desde Cartagena, 5 de abril de 1766, en ALCÁZAR (1934), 36-7. 56 Clemente a Roda, 12 de agosto de 1766, BNM, ms. 12757.

    301

  • II. EL CONSIGUIENTE MALESTAR EN LA ARISTOCRACIA

    El giro despótico de 1759-1763

    Con todo esto ya se ve que no era lo principal que Esquilache fuera extranjero, siendo esto importante, sino que venía obrando como instrumento –convencido, sin duda- de un extranjerismo más grave: el gobierno despótico que había introducido Carlo Terzo.

    Esto es fundamental. Hay que tener en cuenta que, por más que parezca hoy que tan absolutista era Felipe V como Carlos III, la gente de la época no sólo no lo veía así, sino que percibió un notable cambio de estilo en 1759-1763, entre Fernando VI y Carlo Terzo. En 1764, el agente de la Diputación de Navarra en la Corte de Madrid decía al secretario de la misma que no valía la pena protestar por cierto asunto “atendiendo el despotismo absoluto con que se quieren y mandan las cosas iuste vel iniuste”57. Y no sería casual que, caído don Leopoldo de Gregorio, en 1768 se tradujera precisamente la Política deducida de las propias palabras de la Sagrada Escritura... Obra tan importante, que observada, sería feliz todo el género humano, del francés Bossuet58. Moñino y Campomanes suscribían su tesis principal de manera tajante: “Solo el Soberano como Imagen de Dios debe ser el centro de todas las autoridades”, dictaminarían los tres fiscales de Castilla (Alvinar y ellos dos) en 1769, cuando se les preguntara sobre la conveniencia de separar intendencias y corregimientos, hasta entonces unidos en una sola y misma persona59.

    Carlos V habría hecho lo que fuere, pero a él y los cuatro Felipes que le habían seguido, de la casa de Austria, e incluso a Felipe V, aun siendo Borbón, se les podía replicar, y con éxito, y a Carlo Terzo no. La evolución de los desagravios hechos en las Cortes navarras que se reunieron en su reinado ilustra bien lo que queremos decir y decía la gente entendida en tales asuntos. Como se sabe, en el pequeño Reino se mantenía el uso de que, antes de dar oídos a las propuestas del monarca o su representante (el virrey) y, sobre todo, antes de proceder a la aprobación del oportuno donativo (la prestación económica que hacía el Reino a la Real Hacienda), los representantes de los tres brazos de Navarra expusieran los agravios que había hecho el monarca a los fueros del Reino. Sólo después de este acto y del correspondiente desagravio (si es que el rey o el virrey transigía en hacerlo), se procedía a la discusión y aprobación de las nuevas leyes, incluido el donativo. Pues bien, la relación entre unos y otras, desagravios y nuevas leyes, evolucionó de esta manera:

    57 José Ozcáriz a Ignacio Navarro, 20 de diciembre de 1764, apud AGN, Actas de Diputación, sesión

    de 28 de diciembre, f. 297. 58 Revista, y traducida por D. Miguel Joseph Fernández, Madrid l768, 3 tomos. Entre 1767 y 1769 se

    tradujo también el Discurso sobre la Historia universal, para explicar la continuación perpetua de la Religión, y varias mutaciones de los Imperios, Madrid, 3 tomos. De la Historia de las variaciones de las iglesias protestantes, y exposición de la doctrina de la Iglesia Cathólica, sobre los Puntos de la Controversia, había ya edición de 1755, Madrid, 5 tomos.

    59 Dictamen de 28 de octubre de 1769, Ahn/C, leg. 1 . 193, exp. 5 (Cortes = Córdoba = Intendente de Córdoba marqs de Ustariz ha hecho preste a S.M. las dudas, y embarazos qe le parece ocurrirán con la separación de Intendencs y Corregimtos), f. 24v.

    302

  • Cortes Desagravios60 Leyes Relación

    1743-4 44 76 1’72

    1757 34 68 2

    1765-6 24 77 3’2

    1780-1 5 47 9’4

    Como se puede comprobar, las cosas aún irían a más. Pero, de momento, se comprende que los anónimos autores de los libelos que corrieron en la primavera de 1766, sobre todo en Madrid, no dudaran en presentar la sublevación ocurrida en aquellas calendas como una acción heroica que había librado a la nación de un yugo tiránico61.

    Que este cambio de estilo procediera de Nápoles o esperase en España a que llegara la horma de su zapato, es otra cuestión. No procedía de la experiencia napolitana. Al llegar a las Dos Sicilias, el infante don Carlos de Borbón se había encontrado con una aristocracia relegada a un segundo orden por mor de los togati (los magistrados de los tribunales y cámaras principales del Reino: el Consiglio Collaterale, el Sacro Regio Consiglio, la Real Camera della Sommaria, la Gran Corte de la Vicaria) que eran quienes -bajo los virreyes habsbúrguicos y en realidad desde el siglo XVI- dominaban la situación. Desde el principio, algunos aristócratas -sobre todo de la llamada nobiltà di Seggio- habían intentado aprovechar la entronización del príncipe español para dar la vuelta a este estado de cosas; les ayudaba la militancia austracista que acababan de tener, en la guerra, los principales de los togati. Pero fracasaron en el intento62.

    Por el contrario, el nuncio Spinola, que lo era cuando murió Fernando VI y se embarcó Carlos III hacia Barcelona, en el otoño de 1759, ya aseguraba que las cosas iban a cambiar en España; pero no lo achacaba al nuevo monarca sino a que había aquí, en la Península Ibérica, un conjunto de personas que esperaban al nuevo rey para efectuar reformas que, por lo pronto, aherrojaran la Iglesia63. Otra cosa es el papel que le correspondió a Tanucci en la formación de Carlos III como rey y tanto en la gestión napolitana como en la española64.

    Claro que las protestas por este nuevo estilo (las públicas al menos) no iban contra el monarca. En esto, la “cultura de la protesta” era en España igual que en todas partes: se suponía que la concentración del poder en muy pocas manos aislaba al rey y que, por tanto, el daño estaba en quien producía el aislamiento del monarca, no en éste, a quien, al contrario, había que liberar porque se hallaba secuestrado:

    “El más invencible escollo65 que reconoce el más político de los Reyes –leemos en la Humilde representación que hace a V.M. el Motín Matritense66 en

    60 Contamos los desagravios por leyes, aunque algunas de ellas se refieren a más de un contrafuero.

    Los datos del cuadro los elaboro a partir de los CUADERNOS (1964), I. 61 Según Pallavicini, 22 de abril de 1766, ASV/SS/S, 301, f. 268v. 62 Vid. ABBAMONTE (1985) y BAGNO (1985). 63 Vid. ASV/SS/S, 285, despachos de octubre y noviembre de 1759. 64 Vid. sobre esta presunción, no obstante, lo que dice ANES (1987). 65 El copista italiano pone en realidad invencibile escoglio.

    303

  • 1766-, es que no pueden saber por los ojos, sino por los oídos. [...]67 y como gastan el mismo idioma el celo, la verdad (pocas veces practicada en Palacio), la lisonja y la hipocresía, entre la desigualdad de los afectos, se desfiguran los casos. Penetrar el vocabulario del verdadero y lisonjero es muy arduo; [...]. Por estos ciertos principios, Señor, [...]68 Se resolvió el Motín Matritense a costa del desagrado, y aun de la vida, a curar enfermedad tan contagiosa.”

    Desde el punto de vista político el nuevo despotismo era, para muchos, inadmisible por principio, o sea por moral. Incluso por teología moral. Se ha dicho muchas veces: lo que aquellos aristócratas y los demás, nobles o no, habían estudiado en no pocos colegios mayores y en diferentes cátedras de las universidades, en las asignaturas relacionadas con la ética, era lo que habían concluido los filósofos, juristas y teólogos escolásticos del siglo XVI y del XVII, desde don Martín de Azpilcueta hasta Suárez: que la autoridad procedía de Dios, que la depositaba en cada individuo, de suerte que era un atributo esencialmente personal y esencialmente ordenado a la ley divina (incluida la natural); que cada cual podía delegar en otro, incluso tácita y permanentemente (y ése era el fundamento que el jesuita Suárez había hallado para las monarquías y el derecho a heredarlas). Pero, aun así, el súbdito podía delegar, no perder: todos y cada uno de los súbditos, por su calidad de personas, conservaban la autoridad in habitu, de suerte que, si el príncipe (que sólo lo era por la delegación que habían hecho aquéllos en él) llegaba a gobernar indebidamente y a lesionar de forma grave el bien común, esto es la ley divina, cualquier súbdito podía y a lo mejor debía rebelarse, incluso matarlo si había causa proporcionada.

    Fuera de España, sobre todo en Inglaterra y Francia, estas doctrinas se habían mirado con especial recelo siempre. Entre otras cosas por defenderlas, la Defensio fidei de Suárez había sido expresamente prohibida por Jacobo I y el Parlamento de París a comienzos del siglo XVII69. En 1593 un Pierre Varrier cualquiera había intentado matar a Enrique IV de Francia, en lo que se consideró durante siglos el primer intento de magnicidio habido en una monarquía cristiana y en relación con la teología que lo decía lícito. Y aquél y los demás intentos de magnicidio que hubo en los siglos siguientes se atribuían, en efecto, por los días aquéllos de 1766, a las pestilentes doctrinas del tiranicidio que se les habían ocurrido a algunos teólogos70.

    66 ASV/ANM, 133, f. 171-2v. 67 “No pudiendo saber los Príncipes por lo que ven, es preciso que sepan por lo que oyen, y como para

    acertar se requiere conocer, es costoso y arriesgado el acierto, porque, como ciencia engendrada por noticias, vive sujeta a un tropel de contingencias. Algunos, decía un político, han juzgado que los Príncipes no saben lo que es, sino lo que quieren sus lados, por ser los conductos que le cortan,” y sigue lo transcrito arriba.

    68 Sigue: “ha llegado el caso acaecido, preveniendo el mal incurable por falta de médico que aconseje.”

    69 Sobre esto, SOMMERVILLE (1982). 70 Por ejemplo, en los Errores impíos, y Sediciosos, que los Religiosos de la Compañía de Jesús

    enseñaron a los reos que fueron ajusticiados, y pretendieron sembrar en los Pueblos de estos Reynos, Traducido de el Portugués al Castellano por don Alonso Antonio QUADRADO DE ANDUGA, año de 1759, Lisboa. En la oficina de Miguel Rodríguez Impresor de el Eminentísimo Cardenal Patriarcha, apud Papeles varios de Lisboa, Año de 1759, BPtoSM/FA, f. 59v y siguientes. Es copia manuscrita de un impreso.

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  • Con las reservas que luego hemos de ver, lo cierto es que, en las Españas de ambas riberas del océano, estas doctrinas se habían respetado bastante más que en el Reino Unido o en Francia; se enseñaban sin dificultad e incluso habían sido objeto de argumentación y polémica durante el siglo XVI, cuando se debatieron los derechos de conquista sobre los amerindios, y continuaban repitiéndose, claro que cada vez con un mayor sabor a clandestinidad, durante el XVIII.

    Pero aristocracia, no democracia

    Se respetaban más aunque tampoco iban más allá de una interpretación estamentalista. El populismo no había conseguido trascender el plano estricto de la ética para convertirse en una verdadera propuesta de criterios y de principios de organizacion para un sistema político propiamente dicho. Desde el comienzo, se había aceptado la ambigüedad de confundir lo natural de la igualdad originaria de los hombres (esto es: de la naturaleza), que era de lo que hablaban aquellos teólogos, con lo natural de la nación, en el sentido de lo nato, lo nacido, esto es lo histórico (por tanto todo lo contrario); de manera que aquella teología venía a servir para defender la dignidad del alcalde de Zalamea (el honor, patrimonio de alma, que lo era de Dios) sin por eso tocar al rey ni a sus representantes, a quienes, como tales, había que dar la hacienda y la vida si se terciaba por una mala casualidad.

    Los escolásticos, dicho de otra manera, eran partidarios de la monarquía estamental y, cuando proponían un sistema de representación, no lo hacían por democracia sino por aristocracia.

    Ciertamente, seguía habiendo quien ligaba el populismo aristocrático con la casa de Austria. De hecho, durante los dos primeros tercios de la centuria, los anónimos pro Habsburgo con fondo populista se habían multiplicado71 y, entre los cabecillas del motín de Madrid de 1766, sería identificado siquiera un austracista72. No falta ciertamente, en esos días, alguna alusión clara a Francia que se puede entender como evocación del cambio dinástico; lo veremos en un anónimo que llegaría a Aranda poco después de la sublevación.

    Pero no se puede decir por eso que estemos ante una pervivencia de ese género. La dinastía borbónica había sido ya aceptada plenamente. Era el despotismo de Carlo Terzo el que se rechazaba. Esto, el fondo estamentalista del antidespotismo, es lo que sale a luz en uno de los principales documentos de los días siguientes al motín de Madrid de marzo de 1766: la misiva anónima que, dirigida al duque de Híjar, firma Por la Nobleza de Madrid el Ilustre tribuno de ella y que circuló con profusión por la villa y Corte entrado el mes de abril73. El anónimo sabía que el De Híjar había de encabezar cierta representación de la

    71 Vid. las sátiras publicadas por EGIDO (1971, 1973). 72 Salazar y Calveti sería ajusticiado en 1766 entre otras razones por habérsele identificado entre los

    cabecillas del motín y habérsele encontrado algún libelo con la expresión mueran los Borbones: vid. Paolucci, 1 de julio de 1766, ASMo/CD/E, 83, exp. 2c.

    73 Cito por el ejemplar que llegó a Roma y que se encuentra entre los despachos del nuncio Pallavicini de 15 y 22 de abril de 1766: ASV/SS/S, 301, f. 266-6v. Pero lo transcribía ya DANVILA (1893), II, 377.

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  • nobleza al rey, en protesta contra lo sucedido y de adhesión a la persona del monarca74, y se adelantaba a reconvenirle por ello:

    “No con poca admiración ha llegado a noticia de la Nobleza de Madrid, que V.Exª representándola intenta acompañar a su Alférez mayor y Corregidor a postrarse a los pies del trono en calidad de reo pidiendo perdón de excesos que se suponen cometidos por ella durante su heroico movimiento.”

    O sea que el movimiento se reputaba por heroico. Porque en efecto había sido antidespótico. Es importante la retórica patriótica, casi nacionalista, diríamos que protorromántica, que se descubre en el lenguaje:

    “Como la justicia de éste [el movimiento, el motín contra Esquilache] consta, y la Europa lo hará cuando se halle plenamente instruida del honor con que se ha libertado a la Patria del tirano yugo que sobre sus nobles hombros había puesto el despotismo de los extraños, se tiene por inútil, y aun indecoroso un paso tan ajeno del carácter y honor de un Pueblo de cuya lealtad y aclamaciones ha tenido el Soberano la bondad de darse públicamente por satisfecho.”

    No lo haga Híjar75. Y termina:

    Vicimus expulimus, facilis iam copia Regni, Nullus ab hoste timor.

    O sea que no se pretendía una representación igualitaria, sino resucitar el antiguo estilo de gobierno, que implicaba hasta cierto punto un equilibrio de poder entre el monarca, la aristocracia y el alto clero.

    Por eso es también significativa la argumentación -que pasó desapercibida en su momento- empleada en 1766 por los aristócratas titulados de Madrid cuando, en efecto, afearon públicamente el comportamiento de los amotinados contra Esquilache y pidieron por ello la derogación de las gracias que el rey les había otorgado, como vimos, durante el motín. Al decir estas cosas, los aristócratas en cuestión no se adhirieron al despotismo ni al absolutismo, como enseguida se diría, sino que recordaron que ninguna representación podía usurparse una popular muchedumbre como la amotinada en aquellos días en la Corte y contra Esquilache... porque eran ellos -la nobleza- quienes representaban. Este trastocamiento de papeles era precisamente lo que hacía ilegítimo cuanto habían logrado los rebeldes al presentar sus exigencias al rey Carlos III el día 24 de marzo:

    “[...] no cabe en la Nobleza consentir que sea válido semejante atrevimiento, ni que la piedad de V.M. distinga tan ínfima clase de gentes, considerándolas como cuerpo, cuando se componía de lo vago, mendigo y advenedizo más despreciable. Sería degradarse la Nobleza el sujetarse a los intentos de la Plebe, y mucho más a lo colecticio e ínfimo de ella: y en este concepto, como Cuerpo

    74 Noticia de la representación de los grandes de España y la nobleza de Madrid, dirigida al rey, en

    Pallavicini, 3 de junio de 1766, ASV/SS/S, 301, f. 393. Envía una copia de la misma el propio nuncio, 1 de julio, ibidem, 302, f. 16.

    75 Sigue: “Así V.Exª le hará el mayor honor en no poner en ejecución tan intempestivo oficio y así mismo el obsequio de no atreverse la indignación de quien se la ofrece inexorable en caso de no ceder a sus instancias.” Sigue la firma que hemos transcrito y el verso latino que transcribimos arriba a continuación.

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  • principal que supone, y la Magestad no puede menos de preferirlo, revoca y anula las pretensiones vulgares por impropias y desautorizadas [...].”

    Debe el monarca derogar esas concesiones

    “pues lo contrario fuera un agravio notable a ella [la Nobleza], cuando ni por su calidad, tan apreciada por V.M. y sus Reales Antecesores, ni por sus fieles esmeros en servicio de la Corona, le corresponde ser pospuesta a cotejo de quien no representa, y de quien irregular, ignorante y atrevido Vulgo, se emposesionaría consentido, juzgándose Legislador de la Majestad, y de las Clases superiores del Reino”76.

    Claro que el estamentalismo, por su propia naturaleza gradual, no reducía el carácter representativo a la aristocracia, sino que lo extendía a todos los cuerpos en que se articulaba la cosa pública, sólo que gradualmente, peldaño a peldaño de la escala social. Lo dejaron bien claro dos días después de ese escrito de la nobleza titulada de Madrid, el 3 de junio de 1766, en el escrito que enviaron al propio monarca los componentes del Ayuntamiento de Madrid, hidalgos todos como poco, también para pedir que derogase las concesiones hechas a la plebe: las pretensiones de ésta –decían-

    “no fueron autorizadas por su Ayuntamiento, ni expuestas por alguno de los estados que constituyen su Pueblo, y sí únicamente por una Gente tumultuaria y advenediza”77.

    La plebe o el gentío -advierten asimismo en un tercer escrito condenatorio los diputados de los Gremios Mayores de la villa, en este caso gente del estado llano, que sin embargo asume el mismo planteamiento-

    “ni por su calidad forma Cuerpo de Representación, ni destituido de los honrados Vecinos, Gremios Mayores, y Menores, Ayuntamiento, y Nobleza, puede merecer aprecio”78.

    Habría aún un cuarto escrito, menos teórico en este punto, de los gremios menores.

    Los fiscales del Consejo de Castilla, que dictaminaron sobre estas cuatro instancias, no sólo ratificarían esta interpretación (de los estamentos como cauces de representación natural, única válida), sino que aludirían francamente -bien que con otras palabras- al mal de la democracia:

    “[...] el Ayuntamiento de suyo es la voz abreviada del Pueblo, para representar o proponer lo que convenga al beneficio común: de manera que esa sola Representación sería suficiente. Es verdad que hay algunos raros casos en que es necesaria la convocación general del Pueblo; pero esta convocación no se puede hacer sin causa cógnita, y con licencia superior para celebrar Concejo-abierto. [...] tales Ayuntamientos de Concejos abiertos son siempre peligrosos en Pueblos grandes, y reprobados aun en Pueblos menos numerosos. Apenas hay Ciudad Capital en que haya memoria de haber celebrado Concejo abierto; [...] [Por su parte,] las Representaciones generales tocan a las Cortes del Reino congregadas, y disueltas a la Diputación del Reino, que las representa, o al

    76 Representación de 1 de junio de 1766, ASV/SS/S, 302, f. 17v. Aquí y en las tres citas que siguen, la

    subraya es nuestra. 77 Representación de 3 de junio de 1766, ASV/SS/S, 302, f. 19. 78 Representación de 2 de junio de 1766, ASV/SS/S, 302, f. 19v.

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  • Consejo: todo esto bajo de los límites y reglas prescriptas por las Leyes, y por el pacto general de sociedad, que forma la Constitución política de la Monarquía, y Nación-Española”79.

    En resumen: ¿fueron o no los aristócratas los promotores del motín?

    En suma: ¿fueron algunos aristócratas aquella bourgeoisie que fomentó el motín de Madrid, según veíamos que dijo el embajador francés conde d’Ossun en su carta a Choiseul del 27 de marzo de 1766? Ya sabemos que, un día antes, el 26, unos misteriosos personajes habían pasado por los establecimientos privados donde los atumultuados del día 23 en adelante habían hecho gasto o daño y pagaron el coste. ¿Se refería d’Ossun a esa presencia de dinero abundante al hablar de la implicación de la bourgeoisie (una palabra que no tenía aún traducción en España y que en Francia significaba lo opuesto a vilain, o sea simplemente citoyen80?

    ¿Y era dinero aristocrático? ¿Hubo algún aristócrata que aprovechara el malestar enorme que había anidado en el pueblo de Madrid en relación con Esquilache, para provocar el motín? Algunos historiadores han apuntado hacia el duque de Alba. En realidad, su relación con don Leopoldo de Gregorio había sido buena antaño. Siendo secretario de Carlo Terzo en Nápoles, el italiano le había incluso pedido que protegiera a su hijo José en 1757, cuando éste pasó de Nápoles a la Corte española y sentó plaza en el ejército81. Y el duque se valía de don Leopoldo para supervisar los bienes que tenía en Sicilia82. Todavía en 1764, Esquilache debió pedirle que designara a un hijo suyo gobernador del Principado de Módica, en Sicilia, y el De Alba accedió83. Pero esto sólo indica que el duque era muy listo y el italiano no tenía conciencia de lo que acaso estaba provocando. Posiblemente alude a aquél el propio don Leopoldo de Gregorio en el Diálogo o discurso ymaginario entre el Marqués de Esquilace y el de la Ensenada, habiendo éste pasado a despedirse de aquél en el primer Lugar en que hizo tránsito, quando salió desta Corte para Italia en 1766, una sátira que debió correr en los días posteriores al motín y en la cual Ensenada recibía una carta anónima donde se resumían todas las infamias atribuidas al italiano y se aplaudía el motín. Don Leopoldo comentaba a renglón seguido:

    79 Dictamen de 9 de junio de 1766, ASV/SS/S, 302, f. 22 y 23. 80 Vid. LA CURNE (1877), III, voz “Bourgeaisie” (sic) y “Bourgeois”; BLOCH y WARBURG (1968), voz

    “Bourg”, e IMBS (1975), IV, voz “Bourgeoisie”. En España, la voz burguesía no se difunde hasta el último cuarto del siglo XIX.

    81 Vid. Esquilache a Alba, 16 de septiembre de 1757, y otra del mismo al mismo sin fecha, ADA, c. 105, núm. 3075-6. La dedicación militar de don José de Gregorio y Mauro, en ANEJO I.

    82 Vid. Esquilache a Alba, cartas de 1758, ADA, c. 105, núm. 3077-9. 83 En octubre de 1764 se hablaba en la Corte española de que el duque de Alba podía regresar

    inmediatamente para hacerse cargo de un importante empleo. El rumor había brotado de un correo dirigido por Esquilache al duque. Pero es posible, cavilaba Paolucci, el representante de Módena, que tuviese que ver únicamente con esa concesión que había hecho el de Alba a favor de un hijo del marqués. Dice que el Principado de Módica rinde m/8 ducados de moneda del país: cfr. Paolucci, 23 de octubre de 1764, ASMo/CD/E, 83, exp. 2c.

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  • “Esa carta es sin duda escrita por un cierto Grande, grande fomentador de embrollos, que siempre me quiso mal; aunque él nunca quiso bien a ninguno, por más que hace halagos, risas y grandes sumisiones a todos”84.

    El duque de Alba encabezaba (o así se le atribuía, como vamos a ver) la opción por un gobierno de españoles frente a la extranjería que se había implantado con los Borbones. Siendo duque de Huéscar (antes de heredar el título de Alba, cosa que sucedió en 1755), don Fernando de Silva y Álvarez de Toledo había sido embajador en Versalles y, en 1754, secretario interino de Estado, al morir don José de Carvajal y Lancáster y antes de que se hiciera cargo de la Secretaría don Ricardo Wall, por quien apostó él mismo frente al marqués de la Ensenada y frente al padre Rávago. El propio duque de Alba contribuyó de forma decisiva a la caída de Ensenada (protector de Esquilache, por cierto). Enseguida, en 1755-1756, fue el de Alba mayordomo mayor del rey85; pero se alejó luego de la Corte, a sus tierras de Piedrahita, de donde no regresaría hasta después de la muerte de Fernando VI, convertido éste en loco furioso y recluido en el castillo de Villaviciosa de Odón, cercano a Madrid.

    La verdad es que pocos creyeron que el alejamiento de don Fernando de Silva y Álvarez de Toledo y la reclusión de Fernando VI fueran mera coincidencia. Entre los que rodeaban al infante don Carlos, futuro Carlo Terzo, cundió la convicción (que llegó a oídos del futuro monarca) de que el grande de España había abandonado a su rey en los momentos en que más le podía hacer falta86.

    Dijo el Duque de Alba.................. Peccavi tradens sanguinem Justi. Respuesta [de la reina viuda]........ Antequam conceperis in utero,

    se lee en una sátira que simula una conversación entre la Reina viuda (entiendo que doña Isabel Farnesio, convertida en regente a la muerte de Fernando VI, en espera de la llegada del infante Carlos a España, procedente de Nápoles) y varios personajes de la Corte87.

    El Rey se mira eclipsado, todo el Reino obscurecido, [¿]qué luz dará el Sol metido en un Castillo encantado[?] el Alba le ha colocado en tan severa prisión por extender su ambición a la pluma de un Wall,

    84 BNM, ms. 5819 (Colección de varios manuscritos), f. 32v-3. En la carta, que se transcribe ibidem,

    33-44v, el anónimo dice que tiene “cartas legales de los intendentes y gobernadores del Reino, dirigidas a mí”, donde se le cuentan hazañas de Esquilache. Sin embargo, se despide como amigo que fue de Ensenada, siendo así que el duque de Alba fue quien lo defenestró.

    85 Vid. ADA, c. 266, núm. 1 y 3. En ADA, c. 106, núm. 81 (Quaderno Indice General...), sólo aparece sin embargo nombrado como tal el 8 de noviembre de 1753.

    86 Vid. la carta de Tanucci a Wall, 13 de enero de 1761, apud TANUCCI (1985), IX, 292, que transcribo más adelante, en nota.

    87 FUE/AC, 5/14.

    309

  • pero le saldrá muy mal, descubierta su intención,

    se lee en otra décima de aquellos mismos días88.

    Y en otra más:

    ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... Si tan malo está, pregunto (con ira el pecho se abrasa) [¿]a qué honrado enfermo pasa que en lances tan apretados le abandonan los Criados principales de su Casa?

    Muriendo allí el Rey, y acá los Jefes de su Palacio esperando muy despacio lo que les digan de allá. Mas si uno de ellos está con un pequeño accidente anda en pie toda su Gente y si alguna se excusara luego se le motejara de ingrato y de difidente89.

    Y otra, entre tantas:

    Si llega a faltar Fernando, habrá grandes novedades, saldrán a luz las verdades que algunos están callando y se las están guardando a Carlos por que a trompón mande que salga Borbón, el Duque, el Conde y Wall, y ex illis por otro tal a Farinelo el Capón90.

    88 FUE/AC, 5/14. 89 FUE/AC, 5/14. 90 FUE/AC, 5/14. Se refiere al tenor Farinelli, que pasaba por castrado. Añadamos aún, por si hubiera

    duda, el soliloquio con que entra en escena el duque en una suerte de entremés que se leía (y quizá se representaba privadamente) en la Corte en 1759, La botella del duque de Alba. El argumento de la pieza se reducía a las diversas reacciones que experimentaban distintos personajes de la vida política ante la noticia de la muerte del rey Fernando VI, reacciones que el De Alba veía por medio de una botella mágica de su propiedad. Pero su parlamento inicial, al saber la noticia, es éste:

    “Oh Señor: este golpe me faltaba; [¿]qué será ahora de mí? [¿]Cómo será ahora juzgado mi proceder? Bien sé cuánto en Madrid se nota de mi desidia; no ignoro que en Nápoles se sabe lo poco que he procurado desempeñar mi empleo o empleos, que el Rey me dio; todo lo sé, y en esto está mi mayor

    310

  • En la propia Corte de las Españas –atención a lo que sigue-, corrió además la voz, en aquella sazón, de que el duque encabezaba una facción aristocrática contra los extranjeros (entendemos que los que iban a llegar con Carlos III). Así lo deja ver otra pieza que se difundió durante la reclusión de Fernando VI en Villaviciosa, pieza en la que se transcribe otro diálogo, producido cuando Cierto Magnate convoca a la Grandeza para un Partido de Pelota, que se intenta formar contra otro de Jugadores estrangeros, que se espera en España mui en breve91. El magnate se dirige en primer lugar al duque de Alba y obtiene esta respuesta:

    “Pregunta..... [¿]Juegas tú, Alba?

    “Respuesta... Yo no puedo jugar porque mi quebrantada salud me ha puesto en precisión de recogerme a buen vivir, y porque he logrado lo que no esperaba, pues he jugado con tal fortuna que gané mucho más de lo que mis gentes perdieron, pero estaré a la mira en la partida para determinar la duda que se ofreciere.”

    Alba volvió de Piedrahita a finales de 1759, al alcanzar el trono Carlo Terzo92, que lo designó nuevamente mayordomo mayor. Pero las medidas de Esquilache en relación con la Casa Real no debieron sentarle bien. En diciembre de 1760, unas semanas antes de que se promulgara la reforma de la Real Servidumbre (cuando ya se hablaba de ello en Palacio93), decidió renunciar al cargo de mayordomo mayor por motivos de salud94. Y esta vez lo sustituyó él marqués de Montealegre, don José de Guzmán, también conde de Oñate95, de quien se cantaría más tarde esta seguidilla:

    delito; [...] contemplo regular que el Soberano que viene no [nos] dará a nosotros las Compañías de Guardias, y el mayor torcedor que aflige mi corazón es considerarme lo que dirá Ensenada, viendo que si a él le derriban influjos de hombres, a nosotros la mano poderosa del Altísimo; [...] Bien que al más infeliz amo que enferma le asisten fielmente sus criados, yo sin más discreción y gusto, le he abandonado en su peligrosa y larga enfermedad”: Papel divertido = Intitulado = La Botella del Duque de Alva = Diálogo = Entre varios sujetos; compuesto sobre el Gobierno de España en el año de 1759, BNM, ms. 10.774 (Papeles varios), f. 244-5. Otra copia, ibidem, ms. 10.950.

    91 Empleo la versión que se guarda en FUE/AC, 5/14, mucho más amplia que la conservada en RB, II/2429, f. 109-112v. Esta última contiene sólo el diálogo, en tanto que, en aquélla, se añade una larga serie de poemas que permiten datar el texto inequívocamente. Aparte, en los registros de los dos centros que cito, la sátira está fechada en el reinado de Fernando VI, sin más precisión.

    92 Vid. Juan de Sesma a Alba, 17 de octubre de 1759, insistiéndole en la importancia de que regrese de Piedrahita a la Corte: ADA, c. 106, núm. 8352.

    93 Vid. a Iaci, 25 de noviembre de 1760, TANUCCI (1985), IX, 142. 94 Vid. representación de Alba de 21 de diciembre de 1760, AGS/GJ, leg. 922, ADA, c. 160, núm. 75, y

    c. 106, núm. 81 (Quaderno Indice General...), pág. 39-40; carta de Esquilache al marqués de Montealegre, 22 de diciembre, AGP, Expedientes personales, caja 20, exp. 20, comunicándole que el rey había admitido la renuncia del duque de Alba “por la quebrantada salud” pero que mantendría “los honores, entradas y sueldos”, y lo mismo en minuta sin firma dirigida al duque de Alba, 22 de diciembre, AGS/GJ, leg. 922. De esta última se desprende que el mantenimiento de los honores y entradas lo había solicitado el duque.

    95 Vid. ADA, c. 143, núm. 13. El nombre y los títulos de Montealegre, en TANUCCI (1985), IX, 286. Entre Alba y Montealegre habría sido mayordomo mayor el conde de Castelblanco según MACÍAS (1988), 19. Pero en una nota manuscrita, sin fecha ni firma, que hay en AGS/GJ, leg. 922, donde se establece la sucesión de mayordomos mayores desde 1747, se dice que el duque de Alba dimitió el 21 de diciembre de 1760 y, el 22, pasó a serlo el de Montealegre.

    311

  • Ambiguo en los empleos siempre fui jefe y más que el Alba llore, ría96 o reviente.

    Que a mi cuidado es sí cesa o no sesa [sic] lo que ahora gasto97.

    La enfermedad de Alba era real98 pero el relevo de diciembre de 1760 no era ajeno a resquemores personales. El marqués de la Ensenada no sólo había sido autorizado por esos mismos días a regresar a la Corte, sino que el rey lo había nombrado miembro de aquella junta que se constituyó –a instancias de Esquilache- para continuar los trabajos de elaboración del catastro, cara a implantar la Única Contribución. Y es significativo además –aunque también revelador de una claridad meridiana- que, en el propio escrito de dimisión, dijera el de Alba a Carlos III que le agradecía que lo hubiera confirmado al llegar a España en los empleos que ejercía “sin que las voces siniestras que se esparcieron contra mi conducta pudiesen limitar los efectos de la Real clemencia de V.M.”99 Respiro tranquilo –dirá en cambio Tanucci al rey de España unos días después del cese del duque, el 13 de enero de 1761, de manera también reveladora-; ojalá haya acertado el monarca en el cambio; siempre había pensado que un cargo tan inmediato al rey, como el de mayordomo mayor, debía recaer en un sujeto que contribuyera a la confianza y a la giocondità, no a la prevención o incluso a la aversión100. El toscano creía haber comprendido que, para Carlos III, la renuncia del duque de Alba a la mayordomía mayor en 1756 había sido un modo de abandonar a Fernando VI en la locura que padeció al final de su vida y que eso inducía al nuevo monarca a tratar al duque con frialdad101.

    96 Dice ríe. 97 Parejas soñadas, y escritas a un amigo a Sebilla por Don Deboto Quisás Ademisoy, 10 de enero de

    1765, FUE/AC, 23/4. 98 El nuncio Pallavicini dice que Alba padecía cólico: vid. despacho de 10 de agosto de 1760,

    ASV/SS/S, 264, f. 18v. El mismo Alba dice que el otoño y el invierno de Madrid son muy poco adecuados para su complexión y que por eso pide permiso para retirarse a los Pueblos de su Casa: representación al rey, 21 de diciembre de 1760, AGS/GJ, leg. 922.

    99 Al rey, 21 de diciembre de 1760, AGS/GJ, leg. 922. 100 “[...] alla quale [la sempre trista mia fantasia] è venuto qualche sollievo dalla mutazione del

    maggiordomo maggiore, avend