Siglo opinión Para que me quieras · opinión Para que me quieras Gaby Vargas Siglonuevo Buscas...

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opinión Para que me quieras Gaby Vargas Siglo nuevo B uscas ser indispensable, en espe- cial para alguien. Te gusta tanto estar tan preocupado/a y absor- to/a en tratar de proteger, cuidar, resca- tar, salvar o curar a esa persona que, en el camino, olvidas tus propios problemas y bienestar emocional. Quizá pienses que esto será sólo con una pareja, pero no, puede darse en cualquier tipo de lazo emocional: hijos, papá, mamá, o quien sea. A lo mejor no eres consciente de que ese alguien te domina. Eres capaz de de- jar a un lado tus propias creencias, deci- siones y valores, porque tus planes y sue- ños dependen de esta persona sobre la que vuelcas toda tu atención. Vives y te nutres a través de su vida y olvidas lo que tú quieres, incluso quién eres. Sus deseos dictan cómo debes vestirte, cómo debes actuar, quién y cómo debes ser. Eres como el mar: te acomodas a la forma y al espacio que la tierra (ese al- guien) mande. Quizás también, como muchos de no- sotros, ignoras que este tipo de “ayuda”, lejos de salvar a la persona, lesiona y per- judica al “ayudador” y al ayudado. ¿Por qué? Porque buscas elevar tu autoestima al resolver los problemas del otro y “ali- viar” su dolor. De manera inconsciente, tratas obsesivamente de controlar todo lo que él o ella hace. Porque, aunque es difícil de reconocer, en el fondo obtienes ganancias secundarias. Lo que tienes se llama codependencia, y es una enfermedad del alma. Sus sínto- mas son dolorosos y progresivos. Llega a convertirse en una adicción. Su causa: una forma equivocada de amar. Se adquiere por contagio, por super- vivencia o por imitación. Suele darse en personas que han vivido largo tiempo en una relación directa e íntima con ese alguien que, a pesar de que sabe que su conducta es dañina, continúa mantenién- dola: alcohol, sexo, trabajo, comida, juego, violencia física o psicológica. Un codepen- diente busca ser indispensable para el otro, en una forma poco sana de vivir una relación. No es tu culpa. Los estudios muestran que las personas codependientes, por lo general vivieron en una familia disfun- cional en la que existió abuso de algún tipo: psicológico, de autoridad, económi- co o sexual. En ella existieron problemas de comunicación, de congruencia, y se vivió sin libertad de expresión. Se escu- charon, quizá, frases tipo: “De eso en esta casa no se habla”, “Aquí no pasa nada”, “No seas quien eres”, “Tú debes agradarle a la gente”, y demás. Ante la amenaza de ser abandonada/o, de quedarte sin apro- bación y apoyo, aprendiste a querer para que te quieran, a ser un/una proporciona- dor/a de confort, a no creer en tus propias percepciones, a negarlas, a no confiar en tus sentimientos. En fin, creciste un poco a la deriva, sin el apoyo emocional que te da la fortaleza para ser tú. Está bien, dirás. ¿Y ahora?... Primero, date un abrazo, acéptate y reconoce que padeces esta enfermedad del alma. Que tu recuperación sea tu prioridad y, para ello, busca ayuda profesional (las tera- pias de grupo también son un gran ali- vio). Aprende a quererte, a respetarte a ti mismo/a; permítete sentir y pensar “¿Qué quiero YO?”. Ama de manera desprendi- da, pero ponte límites en el constante dar y preocuparte por el otro. Desarrolla tu espiritualidad. Encuentra tu sentido de la vida, tu misión. Recuerda que “amar no significa sufrir”, y deja que ese alguien se haga responsable de su vida. Suelta el control, la manipulación y, lo más im- portante: asume la responsabilidad de tu vida. Te darás cuenta de que ya no se tra- ta de un “te quiero para que me quieras”, sino de un: “te quiero porque me quiero, y por eso me quieres”. § Correo-e: genioyfi[email protected]

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opinión

Para que me quierasGaby Vargas

Siglo nuevo

Buscas ser indispensable, en espe-cial para alguien. Te gusta tanto estar tan preocupado/a y absor-

to/a en tratar de proteger, cuidar, resca-tar, salvar o curar a esa persona que, en el camino, olvidas tus propios problemas y bienestar emocional. Quizá pienses que esto será sólo con una pareja, pero no, puede darse en cualquier tipo de lazo emocional: hijos, papá, mamá, o quien sea.

A lo mejor no eres consciente de que ese alguien te domina. Eres capaz de de-jar a un lado tus propias creencias, deci- siones y valores, porque tus planes y sue-ños dependen de esta persona sobre la que vuelcas toda tu atención. Vives y te nutres a través de su vida y olvidas lo que tú quieres, incluso quién eres.

Sus deseos dictan cómo debes vestirte, cómo debes actuar, quién y cómo debes ser. Eres como el mar: te acomodas a la forma y al espacio que la tierra (ese al-guien) mande.

Quizás también, como muchos de no-sotros, ignoras que este tipo de “ayuda”, lejos de salvar a la persona, lesiona y per-judica al “ayudador” y al ayudado. ¿Por qué? Porque buscas elevar tu autoestima al resolver los problemas del otro y “ali-viar” su dolor. De manera inconsciente,

tratas obsesivamente de controlar todo lo que él o ella hace. Porque, aunque es difícil de reconocer, en el fondo obtienes ganancias secundarias.

Lo que tienes se llama codependencia, y es una enfermedad del alma. Sus sínto-mas son dolorosos y progresivos. Llega a convertirse en una adicción. Su causa: una forma equivocada de amar.

Se adquiere por contagio, por super-vivencia o por imitación. Suele darse en personas que han vivido largo tiempo en una relación directa e íntima con ese alguien que, a pesar de que sabe que su conducta es dañina, continúa mantenién-dola: alcohol, sexo, trabajo, comida, juego, violencia física o psicológica. Un codepen-diente busca ser indispensable para el otro, en una forma poco sana de vivir una relación.

No es tu culpa. Los estudios muestran que las personas codependientes, por lo general vivieron en una familia disfun-cional en la que existió abuso de algún tipo: psicológico, de autoridad, económi-co o sexual. En ella existieron problemas de comunicación, de congruencia, y se vivió sin libertad de expresión. Se escu-charon, quizá, frases tipo: “De eso en esta casa no se habla”, “Aquí no pasa nada”,

“No seas quien eres”, “Tú debes agradarle

a la gente”, y demás. Ante la amenaza de ser abandonada/o, de quedarte sin apro-bación y apoyo, aprendiste a querer para que te quieran, a ser un/una proporciona-dor/a de confort, a no creer en tus propias percepciones, a negarlas, a no confi ar en tus sentimientos. En fi n, creciste un poco a la deriva, sin el apoyo emocional que te da la fortaleza para ser tú.

Está bien, dirás. ¿Y ahora?... Primero, date un abrazo, acéptate y reconoce que padeces esta enfermedad del alma. Que tu recuperación sea tu prioridad y, para ello, busca ayuda profesional (las tera-pias de grupo también son un gran ali-vio). Aprende a quererte, a respetarte a ti mismo/a; permítete sentir y pensar “¿Qué quiero YO?”. Ama de manera desprendi-da, pero ponte límites en el constante dar y preocuparte por el otro. Desarrolla tu espiritualidad. Encuentra tu sentido de la vida, tu misión. Recuerda que “amar no signifi ca sufrir”, y deja que ese alguien se haga responsable de su vida. Suelta el control, la manipulación y, lo más im-portante: asume la responsabilidad de tu vida. Te darás cuenta de que ya no se tra-ta de un “te quiero para que me quieras”, sino de un: “te quiero porque me quiero, y por eso me quieres”. §Correo-e: genioyfi [email protected]