Signos y Símbolos

22
Signos y Símbolos Litúrgicos Como hemos visto en los temas anteriores, la palabra Liturgia proviene de dos términos griegos, que significan público y trabajo, lo cual se puede traducir como un trabajo realizado a favor del público. Así se consideraba la labor realizada, no en beneficio personal sino de la comunidad; lo cual encaja perfectamente con la definición de Liturgia que nos da el Vaticano II (SC 7): “es el ejercicio del Sacerdocio de Cristo”. Por eso, aunque en el fondo la liturgia es indefinible, como lo son en general las realidades vivas, se dan de ella explicaciones e intentos de definición. Veamos dos de ellas: A) Liturgia es el conjunto de signos y símbolos con los que la iglesia rinde culto a Dios y se santifica. B) En forma más sintética: La liturgia es el culto santificante de la iglesia. Signos y símbolos: Si decimos que la liturgia es el conjunto de los signos y símbolos, quiere decir que en ella todo es signos y símbolos. De hecho, toda palabra oral o escrita es un signo, un código del proceso comunicativo. Gracias a estos códigos, entendemos que tal palabra mamá, casa, libro, nube, significa algo preciso. En otras lenguas emplean otros sonidos u otra escritura para representarlos, es decir, se utiliza un código distinto. Pero además de las palabras, en la liturgia se emplean muchos otros signos y símbolos como mas adelante veremos. Signo y símbolo no son lo mismo: El Signo es una señal sensible (es decir, que se percibe por los sentidos) que nos trae a la mente otra imagen definida, clara, comprensible. Ejemplo: La bandera mexicana en un catálogo de banderas. En cambio el Símbolo es un elemento sensible que hace presente una realidad de otro orden (de otro nivel), más allá de lo que la razón alcanza a dominar. La realidad que hace presente el elemento sensible es percibida en forma global, intuitiva; más en el orden de la experiencia que en lo racional. Ejemplo: Bandera mexicana izada a toda asta el 16 de septiembre. Como vemos, el factor que determina el significado tanto del signo como del símbolo, es el contexto en el cual es utilizado; así la representación abstracta de la bandera en un catálogo en función de signo, simplemente nos llevaría a la identificación de un país; pero en cambio la imagen de la Bandera Nacional izada

description

Tema Signos y Símbolos Litúrgicos

Transcript of Signos y Símbolos

Signos y Símbolos Litúrgicos Como hemos visto en los temas anteriores, la palabra Liturgia proviene de dos términos griegos, que significan público y trabajo, lo cual se puede traducir como un trabajo realizado a favor del público. Así se consideraba la labor realizada, no en beneficio personal sino de la comunidad; lo cual encaja perfectamente con la definición de Liturgia que nos da el Vaticano II (SC 7): “es el ejercicio del Sacerdocio de Cristo”. Por eso, aunque en el fondo la liturgia es indefinible, como lo son en general las realidades vivas, se dan de ella explicaciones e intentos de definición. Veamos dos de ellas:

A) Liturgia es el conjunto de signos y símbolos con los que la iglesia rinde culto a Dios y se santifica.

B) En forma más sintética: La liturgia es el culto santificante de la iglesia. Signos y símbolos: Si decimos que la liturgia es el conjunto de los signos y símbolos, quiere decir que en ella todo es signos y símbolos. De hecho, toda palabra oral o escrita es un signo, un código del proceso comunicativo. Gracias a estos códigos, entendemos que tal palabra mamá, casa, libro, nube, significa algo preciso. En otras lenguas emplean otros sonidos u otra escritura para representarlos, es decir, se utiliza un código distinto. Pero además de las palabras, en la liturgia se emplean muchos otros signos y símbolos como mas adelante veremos. Signo y símbolo no son lo mismo: El Signo es una señal sensible (es decir, que se percibe por los sentidos) que nos trae a la mente otra imagen definida, clara, comprensible. Ejemplo: La bandera mexicana en un catálogo de banderas. En cambio el Símbolo es un elemento sensible que hace presente una realidad de otro orden (de otro nivel), más allá de lo que la razón alcanza a dominar. La realidad que hace presente el elemento sensible es percibida en forma global, intuitiva; más en el orden de la experiencia que en lo racional. Ejemplo: Bandera mexicana izada a toda asta el 16 de septiembre. Como vemos, el factor que determina el significado tanto del signo como del símbolo, es el contexto en el cual es utilizado; así la representación abstracta de la bandera en un catálogo en función de signo, simplemente nos llevaría a la identificación de un país; pero en cambio la imagen de la Bandera Nacional izada

en el zócalo en función de símbolo, nos conduce a la noción de patria, amor, costumbres, historia y tradición. En la liturgia entramos en contacto con realidades trascendentes y nos sumergimos en ellas, como el sentido de la vida, la relación con Dios la presencia de Cristo, etc. Este es el motivo por el cual la liturgia tiene que utilizar signos y símbolos: elementos como el agua, la luz, el incienso, procesiones, etc. Es muy importante percibir este lenguaje simbólico, disponer nuestro ánimo para captar el sentido de los signos, sobrepasando la imagen del objeto hasta llegar a la realidad divina a la cual nos lanza. Por eso le dedicaremos una atención especial al hablar de los signos litúrgicos y específicamente a los signos de la celebración eucarística. Los Signos litúrgicos en general: Considerados en general, pero atendiendo de manera expresa a los signos de la celebración eucarística, es posible dividirlos en cuatro grandes grupos para facilitar su análisis:

A. Las personas, la asamblea, el presidente, los ministros. B. La palabra y el canto. C. Las acciones, los gestos, los movimientos. D. Los lugares, los elementos, los objetos.

A. Las personas. 1. La asamblea, es el signo fundamental y básico de la Liturgia, porque es la reunión de los cristianos que siendo de origen distinto y viviendo en circunstancias distintas, están unidos por la fe y se reúnen para expresarla y profundizarla. Dos son sus bases teológicas: Dios la ha convocado y está presente en ella. Por tanto la asamblea es una comunidad santa, pues Dios, el Santo, la ha elegido y le comunica su santidad, la unifica y vive en ella. La asamblea es un cuerpo que necesita de variados servicios y ministerios, con una estructura orgánica que actúa jerárquica (conjunto) y carismáticamente (dones), tal como el Espíritu anima a la comunidad. 2. El presidente, es el ministerio principal de la comunidad, es un misionero o enviado y por esto el Obispo es el primer presidente de la asamblea, él tiene la plenitud de la misión en la comunidad, misión triple: profeta, sacerdote y pastor. Es el primer liturgo y el pastor por excelencia. Todo otro tipo de presidencia debe derivar y estar unida a la misión fundamental del obispo.

El presidente de la asamblea es también el hombre de la palabra de la oración y del sacramento, al servicio de la comunidad. El presidente dirige la oración. Debe aprender a orar, no solo con las formulas dadas sino, también, cuando sea debido y conveniente, en la improvisación. Siempre, en la oración, en la celebración de la Palabra de Dios, en la predicación, en sus movimientos y actitudes, en su comportamiento todo, debe percibirse que entiende, cree y vive lo que dice, lee o celebra. La asamblea lo capta inmediatamente y es el principal medio de llevarla a la participación. El ministerio presidencial lleva a una tripe relación: a) Con Cristo, a quien significa. b) Con la comunidad concreta, a la que sirve. c) Con la comunidad universal, que esta comunidad concreta expresa y de la que el presidente ha recibido su misión. a) El presidente es el principal signo del Señor en la asamblea, sobre todo en la asamblea eucarística. Actúa "in persona Christi", "lo cual quiere decir mas que 'en nombre' o también 'en vez' de Cristo. 'In persona', es decir en la identificación especifica, sacramental con el 'sumo y eterno sacerdote'" (Juan Pablo II, Dominicae Coenae). Esto debe llevar al presidente a reflexionar sobre su actuación dentro y fuera de la celebración para que exista siempre una coherencia perfecta entre su vida toda y su actuación presidencial. b) El presidente, para servir bien a la comunidad, debe conocerla bien, respetar la diversidad de personas y dirigirlas hacia la unidad de la fe. Debe conocer sus costumbres, modo de ser, necesidades, lengua y expresiones, su lógica toda, su sensibilidad, su situación de fe; y saber aprovechar su homogeneidad o saber superar las dificultades que presente su heterogeneidad, etc., etc. En una palabra debe respetar y hacer que se exprese verdaderamente la personalidad de esta comunidad. c) Sin embargo, por una parte esta comunidad está en comunión con y es expresión concreta de la comunidad universal; unidad que debe ser no solo interior y de voluntad, sino también expresada y manifestada exteriormente: es su signo. Por otra parte, el presidente de la comunidad no es dueño de la asamblea ni dueño de la comunidad. De la Iglesia universal ha recibido su misión: "El sacerdote como ministro, como celebrante, como quien preside la asamblea eucarística de los fieles, debe poseer un particular sentido del bien común de la Iglesia, que el mismo representa mediante su ministerio, pero al que debe también subordinarse, según una recta disciplina de la fe. El no puede considerarse como 'propietario', que libremente dispone del texto litúrgico y del sagrado rito como de un bien propio, de manera que pueda darle un estilo personal y arbitrario. Esto puede a veces parecer de mayor efecto, puede también corresponder mayormente

a una piedad subjetiva; sin embargo, objetivamente, es siempre una traición a aquella unión que, de modo especial, debe encontrar la propia expresión en el Sacramento de la Unidad" Dominicae Coenae, 12; Cfr IGMR 257, 271, 273). El lugar del presidente en la asamblea, debe ser por sí mismo una catequesis. No es su sitio habitual el altar, mesa del sacrificio, si no la sede desde donde debe ser visto y ver, no como vigilante, sino para tener una buena comunicación con los que lo escuchan. 3. Los ministros, los otros servicios de la comunidad litúrgica son llamados ministerios. Estos servicios deberán ser definidos a partir de las necesidades efectivas de la comunidad. Según la capacidad y disponibilidad de los miembros, se tendrá en cuenta su preparación, competencia y carismas y el valor significativo que puedan tener en la comunidad; por ejemplo, el ministerio de una persona, aunque fuera muy hábil para ejercerlo, pero cuya vida fuera escandalosa, sería un anti signo. Habrá que leer los números 66-73 de la Instrucción General del Misal Romano. Los principales ministerios son: la acogida, la proclamación de la Palabra, el canto, la presentación de las ofrendas, el servicio de la mesa eucarística. a) La acogida La comunidad, compuesta por personas muy distintas, se constituye cuando se reconocen mutuamente como unidos en una misma fe. En comunidades pequeñas y homogéneas esto es bastante fácil. La dificultad es mayor cuanto más numerosa y heterogénea sea la comunidad. Con todo, la disposición del lugar, la situación del presidente y la designación de alguno o algunos miembros de la comunidad para realizar este servicio, harán que nadie se sienta extraño, expresaran a los que llegan la bienvenida de la comunidad y los harán tomar su lugar e insertarse en el grupo. b) La proclamación de la Palabra La Palabra de Dios es la que convoca y reúne al pueblo de Dios. Cada celebración litúrgica es para la asamblea cristiana el anuncio de la buena nueva de salvación. La proclamación de la Palabra de Dios, lo que la introduce o explica, lo que introduce o explica, los ritos o los signos de la celebración, exigen ministros competentes: lector o lectores y monitor. c) El canto Es una forma muy importante de creación y expresión del sentido de comunidad. Serán necesarios: salmista, cantor, coro, músicos. Más adelante trataremos especialmente de estos dos últimos elementos litúrgicos. d) Llevar las ofrendas Reunirse para recibir el don del Señor, sobre todo en la Eucaristía, pide la expresión del don propio a Dios y a la comunidad por medio de las ofrendas;

estas, depositadas en un lugar conveniente a la entrada del lugar donde se reúne la asamblea o recogidas en momento oportuno, son recibidas y llevadas al altar por ministros a quienes se confía este servicio. e) El servicio de la mesa eucarística Como hemos visto, según la estructura de sus ritos y según las circunstancias, cada celebración litúrgica pide varios servicios litúrgicos. En el centro de la celebración eucarística serán necesarios los servicios del acolito en relación a las ofrendas eucarísticas y al altar. Cada asamblea pide una adecuación, una técnica, un conocimiento, una atención de servicio de todos sus miembros, de modo que sea siempre y cada vez mas expresión y realización de la Iglesia universal para escuchar la Palabra de Dios, para celebrar festivamente sus maravillas, para experimentar en ella misma la presencia del Señor, para dar testimonio convincente. Es muy importante que cada comunidad litúrgica tenga un grupo de ministros litúrgicos bien preparados. Sera una expresión de eclesialidad y mostrará la necesaria corresponsabilidad. Es tarea del pastor promover estos ministerios y procurar su necesaria educación y adiestramiento, no solo en el plan teórico y práctico, sino en el de ayudar a que su servicio este animado por un rico sentido de fe y caridad. B. La Palabra y el Canto. I. La Palabra: Entre todas las formas de comunicación, la palabra ocupa un lugar privilegiado. Es la significación humana mas clarificadora, la que mas profundiza, destaca y quita ambigüedades. Se habla, ante todo, para establecer un contacto, sin el que no se da la comunicación. La palabra ejerce su poder comunicativo sobre todo en la información, es decir en la transmisión de un contenido, en el decir algo a alguien. La comunicación oral es también la expresión de la propia subjetividad. Como toda comunicación ejerce un influjo en el interlocutor, lo impresiona. Esta función impresiva es la finalidad del discurso. Aunque se ha dicho que estamos entrando en una época en que la imagen (lo visual) tendrá una preponderancia sobre la palabra escrita, aunque el hombre moderno está cansado de escuchar e inmunizado muchas veces contra las palabras, no se puede disminuir su valor permanente. La palabra tiene toda su fuerza cuando acompaña a otros signos sensibles, sobre todo a los visuales, determinándolos, clarificándolos, quitándoles ambigüedades. En cambio cuando las otras imágenes sensibles, sobre todo las visuales, van en una dirección y las auditivas en otra, es decir cuando no coinciden en la

significación, la palabra pierde su fuerza. Ya lo decía Horacio: "Mas débilmente impacta lo que llega por el oído que lo sometido a los ojos" (Ad Pisones, v. 180). En la historia de la salvación, que es la historia de las comunicaciones salvíficas de Dios que nos quiere dar su propia vida, y de las respuestas del hombre, la palabra tiene un lugar prominente. En el centro de esta historia está el don de la Palabra personal del Padre que se nos da traducida a nuestra carne y a nuestra sangre. La Palabra se nos hace visible y palpable (Cfr 1 Jn 1 y 2). Toda la revelación esta en el libro que la Iglesia reconoce, conserva y enseña como Palabra de Dios: la Biblia. Nada tiene de extraño que en la liturgia -"ejercicio del sacerdocio de Cristo"- el signo palabra en general y singularmente la palabra de Dios en la Biblia, ocupen un lugar importantísimo, "pues de ella se toman las lecturas que luego se explican en la homilía, y los salmos que se cantan; las preces, oraciones o himnos litúrgicos están penetrados de su espíritu, y de ella reciben su significado las acciones y los signos" (SC 24). Vemos que en todas las celebraciones de sacramentos y sacramentales se sigue el mismo esquema. Entre dos partes que sirven para relacionar la celebración con la vida (introducción y conclusión) están otras dos partes centrales: la liturgia de la Palabra y la liturgia del sacramento. Esto no es algo arbitrario o casual, sino que se actualiza así, en su mismo esquema ritual, la historia de la salvación en la que se inserta a la asamblea que celebra su misterio. II. El canto: La experiencia humana nos enseña el valor y el significado del canto: -Expresa sentimientos. Cuando estamos llenos de una emoción, en forma muy natural sentimos la necesidad de expresarla cantando. Igualmente el canto, con más fuerza que la palabra sola, nos comunica su emotividad. -Expresión poética. Cuando se quiere expresar algo en una forma especial, con ropaje de belleza, más alIá de lo utilitario, se recurre a la poesía. Ésta no solo busca lo rítmico y musical sino que, para encontrar una plenitud, busca la música. -El canto compromete. Pide más que la sola palabra, ocupa más las facultades todas, necesita más del sentimiento y habilidad. Tal vez por eso se dice que "el que canta, ora dos veces". -El canto hace comunidad. Es un magnifico signo de identificación, ya que exige tener en cuenta a los demás, participar, es decir formar parte de un todo, aportando conscientemente las propias posibilidades, sin pretender dominar. -Expresión de fiesta. Lo especial, lo distinto, lo alegre -y esto es la fiesta- pide naturalmente la música y el canto. Por todas estas cualidades y expresividades, el canto se hace parte integrante y necesaria de la celebración. Nos dice el n. 112 del SC: "La tradición musical de la Iglesia universal constituye un tesoro de valor inestimable, que sobresale entre las

demás expresiones artísticas, principalmente porque el canto sagrado, unido a las palabras, constituye una parte necesaria o integral de la liturgia solemne". A este principio el mismo número añade otros dos principios: "La música sacra será tanto más santa cuanto más íntimamente este unida a la acción litúrgica". La música sacra no es, pues, un estilo "por si mismo" (a se), un repertorio; no será tanto más sacra cuanto más se parezca a tal o cual estilo, por más sublime que este sea; la santidad se la dará su servicio y su integración a la acción santa, y, en consecuencia, "la Iglesia aprueba y admite en el culto divino todas las formas de arte autentico, que estén adornadas de las debidas cualidades", y un poco más adelante (SC 116) especifica: "con tal de que responda al espíritu de la acción litúrgica, a tenor del art. 30"; es decir, "con tal de que promueva la participación activa". Estos tres principios nos llevan a considerar que no siempre cualquier canto puede ser un signo expresivo y eficaz. Tendríamos que hacernos tres preguntas para hacer el programa de los cantos de una celebración: ¿Qué canto? ¿Para qué asamblea? ¿En cuál celebración? a) ¿Que canto? -El contenido. No se refiere, claro está, a los textos bíblicos. Todos los demás ¿manifiestan en su letra la fe de la comunidad? Una simple expresión humanitaria, por más bella que sea, no basta para un grupo que se reúne por la fe y para la fe. Más aún, sus textos deben claramente estar inspirados en los textos bíblicos y litúrgicos, ser aprobados por la Conferencia Episcopal y por el Ordinario del lugar, de tal manera que puedan ser una ayuda segura y, fructuosa para los fieles (Cfr SC 121; I. Oec 42; Directorio para el ministerio pastoral de los obispos, 90 d). -El equilibrio. No basta mirar tal canto en sí, sino también la relación, en número y expresión, con los otros cantos de la celebración. -Mas vale la calidad que la cantidad. -El valor artístico de su melodía; la celebración pide verdad y belleza.- b) ¿Para qué asamblea? -Atender a su dimensión, facilidad de integración, facilidad de ejecución. -Atender al dato cultural: gusto, costumbres, sensibilidad, etc. c) ¿En cuál celebración? -Atender el sentido general de la celebración: sacramento, reunión penitencial, bendición, etc. -Atender al momento ritual.

En la celebración hay tiempo de apertura, de escucha y de respuesta, de acción y de conclusión. Igualmente hay que tener en cuenta que hay cantos que tienen un sentido y una expresividad en sí mismos: meditación, aclamación, himno, etc., y hay otros cantos que son acompañantes de una acción: entrada, fracción del pan, etc.; por lo mismo, no deben rebasarla ni en tiempo ni en importancia, sino enmarcarla. -Instrumentos Los instrumentos musicales sirven para acompañar y sostener el canto, cuyo fin es la participación de una asamblea determinada, en una acción santa. Para determinar qué instrumentos son los adecuados para la celebración litúrgica, no hay que olvidar estos cuatro principios. La música sin canto, en determinados momentos de la celebración, puede ambientar, resaltar, acompañar acciones. Con las mismas finalidades expresadas en los dos párrafos anteriores se podría usar, en circunstancias especiales, música grabada. Nunca para sustituir la participación. C. Las Acciones, los Gestos, los Movimientos. Sabemos y experimentamos que el hombre es un ser compuesto de interioridad y exterioridad, de alma y cuerpo. No en contradicción ni meramente yuxtapuestos, sino formando una unidad, necesitándose mutuamente. No nos comunicamos con los demás y con el mundo sino por medio de nuestro cuerpo. No podemos ser puro pensamiento o solo emoción interior. Sabemos que el gesto precede, acompaña, subraya y prolonga la palabra. Muchas realidades que no pueden expresar la palabra, el gesto las comunica. La relación estrechísima entre postura corporal y situación anímica, tan conocida y aprovechada en diversas culturas orientales, no puede sernos indiferente. La cultura occidental nos ha alejado de muchas expresividades corporales: danza, movimientos rítmicos, etc., usados en otras culturas, como en las autóctonas americanas. También en nuestras relaciones con Dios, el gesto, las posturas, el movimiento corporal, son signos. No solo son expresiones, sino también son condicionadores de un sentimiento, despertándolo o estimulándolo. La liturgia, que es encuentro con Dios y con los demás, pide también "las acciones o gestos y posturas corporales" (SC 30).

El que todos los participantes hagan juntos y al mismo tiempo los mismos movimientos o tengan la misma postura, expresa y fomenta la unidad de la fe (Cfr IGMR 20-21). Los fieles deben ser conscientes de esto. El significado de sus gestos debe ser conocido por una suficiente catequesis. Los gestos deben ser estimulados, si es necesario, por oportunas moniciones; vivificados siempre, para evitar mecanicidad. Los gestos usados en la liturgia son pocos y prácticamente los mismos que han sido utilizados por todos los pueblos, en todos los tiempos, como lo comprueba la documentación grafica, porque expresan las actitudes fundamentales del hombre ante Dios. Los principales son: de pie, sentados, de rodillas, caminar. De pie Es la actitud humana fundamental y característica. Expresa la dignidad de un ser libre; respeto y atención; también un espíritu de disponibilidad activa. Por esto es la actitud litúrgica normal, fundamental. Los antiguos vieron, además, en este gesto un signo de nuestra unión a la resurrección de Cristo: "Necesariamente el que ha resucitado debe estar de pie y orar, porque el que se ha levantado está erguido; por lo tanto, el que ha muerto juntamente con Cristo y con él ha resucitado, está de pie". (Constituciones de los Apóstoles, VIII, 45). "Por esto, oramos de pie...es signo de la resurrección futura..." Isidoro de Sevilla, De Ecclesiasticis Officiis,. Cfr Ez 2, 1; Mc 11, 25; Apoc 7, 9). Sentados Es la postura que facilita el escuchar cómoda y atentamente al que habla. También es la actitud del que enseña y preside, del que medita (Cfr Lc 10, 39; 1 Cor 14, 30). De rodillas Es signo de humildad y pequeñez. Las representaciones antiguas, los relieves asirios o mayas y los mosaicos medievales, etc., expresaban la mayor o menor importancia de una persona, presentándola de mayor o menor estatura. Naturalmente el hombre ha expresado el reconocimiento de la grandeza de alguien -Dios u otro hombre- abajando la propia estatura: inclinándose, arrodillándose o postrándose por tierra. El gesto de arrodillarse fue entendido primitivamente como gesto penitencial y, por lo mismo, prohibido en domingo por ser día festivo. Aunque ahora expresa y favorece la oración recogida e intensa, sigue siendo expresión, ante todo, de oración individual; por esto, solo esta prescrita para momentos especiales de oración silenciosa de la asamblea (Cfr Hechos 7,59; Rom 14, 11).

Las inclinaciones y las postraciones, más frecuentes en otras religiones o en los ritos cristianos orientales, permanece entre nosotros en momentos especiales de oración. Caminar En las celebraciones litúrgicas también tenemos, como signo expresivo, el caminar, el ir de un lugar a otro: las procesiones. Este ir, aun teniendo una finalidad más o menos funcional, es siempre significativo. El prototipo es el pueblo de Israel, que camina a la tierra prometida. Ahora expresa al pueblo nuevo de Dios, que camina a la Jerusalén celestial, a la perfección del reino. Otros gestos Hay muchos otros gestos significativos: el extender los brazos cuando el presidente se dirige a la asamblea, el gesto de oración levantando las manos hacia Dios, el imponer las manos sobre personas o cosas, el saludo mutuo, el golpearse el pecho, etc., etc. Además de buscar siempre que el gesto exprese algo interior, habrá que tener en cuenta su oportunidad significativa. Por ejemplo, el gesto de estrecharse las manos quiere expresar unidad; pero hacerlo en un momento oracional, como es el Padre nuestro, e inmediatamente antes de otro gesto de unidad, como la paz, parece menos oportuno. Hay que aprender a orar con el cuerpo La misma Biblia nos enseña esto. Podemos abrir la Biblia y leer los textos que se indican en la pagina sesenta (no todos de una vez). Tal vez nos reconozcamos en alguno de ellos y queramos expresarnos ante Dios de la misma manera que los personajes representados. Experimenta. ¿Captaste como en todos estos casos el gesto se convirtió en oración? El gesto expresa la actitud interior y al mismo tiempo la intensifica. O como decía Pascal, el filosofo francés: "arrodíllate y creerás"; o también el proverbio chino: "si escucho, olvido; si veo, recuerdo; si actuó, aprendo". D. Los Lugares, los Elementos, los Objetos. 1. Los lugares -Concepto: En todas las religiones había lugares especialmente dedicados a la divinidad: bosques, cumbres de monte, edificios llamados templos; o dicho de otra manera, tal como a una persona se le encuentra en determinado lugar y normalmente se le localiza en su casa, a la divinidad también se le localiza en su casa, el templo. En ese espacio sagrado, habitación del dios, había un lugar especial de comunicación: el altar. Lo puesto sobre el altar se consideraba ofrecido al dios; el dios tomaba posesión de la ofrenda (Cfr Mt 23, 19).

Templo y altar estaban, pues, profundamente relacionados con la divinidad, eran signos de comunicación. El nuevo ritual para la dedicación de las Iglesias y los altares en los números 1 al 3 dice: “Cristo, por su muerte y resurrección, se convirtió en el verdadero y perfecto templo de la nueva Alianza y reunió al pueblo adquirido por Dios. Este pueblo santo, unificado por virtud y a imagen del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, es la Iglesia, o sea, el templo de Dios edificado con piedras vivas, donde se da culto al Padre en espíritu y verdad. Con razón, pues, desde muy antiguo, se llamó “iglesia” el edificio en el cual la comunidad cristiana se reúne para escuchar la palabra de Dios, para orar unida, para recibir los sacramentos y celebrar la Eucaristía. Por el hecho de ser un edificio visible, esta casa es un signo peculiar de la Iglesia que peregrina en la tierra e imagen de la Iglesia celestial”. Todo esto nos muestra en síntesis, las distintas finalidades de la iglesia, entendida como el lugar dedicado al culto, como símbolo y signo de las realidades sobrenaturales; así la iglesia tiene como finalidad:

a) Acoger a la comunidad b) Proclamar la Palabra c) Ser lugar de oración y canto comunitarios d) Celebrar la Eucaristía

En este tema nos ocuparemos específicamente de esta última finalidad: Celebrar la Eucaristía. La celebración de la Eucaristía es la cumbre del culto cristiano "por la que vive y crece la Iglesia" (LG 26), "fuente y cima de toda evangelización" (PO 5); "por ella, pues, hay que empezar toda formación para el espíritu de comunidad" (PO 6). Instituida por Cristo, la Eucaristía es "sacramento de piedad, signo de unidad, vinculo de caridad, banquete pascual, en el cual se recibe como alimento a Cristo, el alma se llena de gracia y se nos da la prenda de la gloria futura" (SC 47). El lugar de su celebración se llama presbiterio o santuario, porque donde se celebra la Eucaristía, la fe reconoce la presencia divina en el sacramento. El santuario, espacio diferenciado pero abierto, es esencialmente el lugar del altar, mesa santa de esa comida eucarística y lugar de la renovación sacramental de la Pascua de Cristo. En la cercanía del altar la cruz de Cristo manifiesta, a nivel de signo, la relación entre el sacrificio de Cristo y la Eucaristía celebrada. -El altar.

El altar "es el ara peculiar en la cual el sacrificio de la cruz se perpetua sacramentalmente para siempre hasta la venida de Cristo. Es la mesa junto a la cual se reúnen los hijos de la Iglesia para dar gracias a Dios y recibir el Cuerpo y la Sangre de Cristo" (Ritual de la Dedicación de un Altar, Intr. 4). Los escritores eclesiásticos han visto en el altar un signo del mismo Cristo. De ahí la expresión: "El altar es Cristo". Los primeros altares son las mesas de la "fracción del pan". Luego se van construyendo con materiales más sólidos, de preferencia piedra. Se les va relacionando con el culto a los mártires; el altar se coloca junto a la tumba del mártir o sobre ella, hasta llegar a darse la disposición que el altar contenga reliquias de mártires. Sobre el solamente se colocan las ofrendas eucarísticas. Se le adorna con los manteles, con el antipendio. Como su tamaño, siempre en relación a los grandes espacios basilicales, es pequeño, se le hace destacar enmarcándolo con el baldaquino. Las arquetas de las reliquias y las imágenes de los santos que se adosan al altar, cambiando su dirección, que antes era hacia el pueblo, se van haciendo de grandes proporciones hasta hacerse monumentales y formar el retablo, más o menos artístico, pero que llega a empequeñecer el altar. La primitiva unicidad del altar, símbolo de la unidad de la Iglesia, se pierde al construirse las capillas laterales para las celebraciones privadas. La renovación litúrgica general ha traído también la renovación del altar. Según ella, conviene que haya un altar fijo en toda iglesia. En las nuevas iglesias no se debe construir sino un solo altar. El altar se construirá separado del muro, para que el sacerdote pueda rodearlo fácilmente y celebrar la Misa de cara al pueblo. Debe ocupar un lugar que sea verdaderamente el centro hacia el cual se dirija espontáneamente la atención de toda la asamblea de los fieles. De preferencia, la mesa del altar será de piedra, aunque su base se pueda construir de otro material digno y solido. Sobre el no deben ponerse ni reliquias ni imágenes. Las reliquias, que según la tradición romana se colocan bajo el altar, deben ser notables por su tamaño, de autenticidad segura; de otro modo es preferible que no se coloquen.

Debe ser dedicado con los ritos prescritos (Cfr Introducción al Rito de la Dedicación de un Altar). Un mantel cubre el altar como signo de reverencia para la comida en la cual se recibe el Cuerpo y la Sangre del Señor. No debe esconder ni la forma ni el material del altar, ni quitarle nada de su verdad, de su simplicidad y de su fuerza. Por su volumen y sus proporciones, su material y su talla, sin perder su sencillez debería ser el objeto más bello de la Iglesia. En la capilla destinada a la reserva del Santísimo Sacramento, que estará separada, en cuanto sea posible, de la nave de la iglesia, se podrá colocar otro altar, en el cual se puede celebrar la Misa para pequeños grupos de fieles, en los días entre semana. -Elementos anexos al altar. Para expresar la dignidad del altar, puede estar elevado sobre gradas. Pero no se debe sobre-alzar, de tal modo que imponga una presencia aplastante y el celebrante quede aislado de la asamblea. La cruz significa lo que se realiza en el altar, se coloca en relación con el, puede ser la misma cruz que se use en la entrada procesional. Los candelabros expresan el carácter festivo de la celebración y el resplandor de la presencia de Cristo. Más que colocados sobre él, deben circundarlo. Los adornos florales deben servir al altar, enmarcándolo sin "desdibujarlo". La celebración eucarística encuentra su coronación en la comunión. El lugar donde el pueblo de Dios recibe en comida el sacramento del Cuerpo y de la Sangre de Cristo, la comida de su Pascua, tiene también sus exigencias de dignidad. Tendría que estar alrededor del altar o por lo menos, muy cerca de él. Sin embargo, en las asambleas eucarísticas numerosas, a fin de que la comunión no dure un tiempo desproporcionado... -El ambón El Concilio Vaticano II afirma: Cristo "está presente en su palabra, pues cuando se lee en la Iglesia la Sagrada Escritura, es él quien habla" (Sacrosanctum Concilium 7). La conciencia renovada de esta presencia del Señor ha traído consecuencias visibles; entre otras, el lugar desde el que se proclama la Palabra. Se volvió en esto a una práctica antiquísima. Ya en el Antiguo Testamento leemos: "El escriba Esdras estaba de pie sobre un estrado de madera levantado para esta ocasión ..., y Esdras leyó en el libro de la Ley de Dios. .." (Nehemías 8, 4-5). El testimonio

más antiguo en la Iglesia lo tenemos en una carta de san Cipriano ( + 258). A propósito de un confesor que el había instituido como lector escribe: "Solo quedaba hacerlo subir al ambón. ..para que puesto en este lugar elevado. ..visible a todo el pueblo. ..lea las enseñanzas y el evangelio del Señor" (Carta 39, 4). Las aplicaciones prácticas se han ido desarrollando gradualmente: -La primer a Instrucción para aplicar la Constitución de Liturgia (Inter Oecumenici, 26 sept. 1964) dice todavía con un cierto titubeo: "Conviene que para la proclamación de las lecturas sagradas haya uno o dos ambones dispuestos de tal forma que los fieles puedan ver y oír bien al ministro" (n. 96). -La Instrucción General para el Uso del Misal Romano (6 abr. 1969) amplia: "La dignidad de la palabra de Dios exige que en la iglesia haya un sitio conveniente para su anuncio, hacia el que, durante la liturgia de la palabra, se vuelve espontáneamente la atención de los fieles. En cambio, no es conveniente que suban al ambón otras personas, como el comentarista, el cantor o el director del canto. Para que el ambón ayude lo más posible en las celebraciones, debe ser amplio, porque en algunas ocasiones tienen que estar en el varios ministros. Además, hay que procurar que los lectores que están en el ambón tengan suficiente luz para leer el texto, y en cuanto sea posible, buenos micrófonos para que los fieles los puedan escuchar fácilmente" (nn. 26. 31. 32-34). Resumiendo: -Que exista. -Fijo, noble, digno, significativo. -En armonía con el altar . -Puede adornarse. -Lugar exclusivo de la Palabra y de lo relacionado inmediatamente con ella. -Amplio. -Con buena Luz y con buena posibilidad de que se escuche bien la Palabra proclamada. -La sede La liturgia es "el manantial y la cumbre" de la actividad eclesial porque es la forma como hoy Cristo, cabeza de la Iglesia, ejerce su sacerdocio junto con ella, su cuerpo. La Eucaristía es a su vez el centro de la liturgia, "manantial y cumbre", "raíz y quicio" de la Iglesia, porque es la principal presencia de Cristo en su comunidad.

En la celebración eucarística Cristo está presente en varias formas que se interrelacionan y complementan: "Cristo está presente en el sacrificio de la Misa. ..en la persona del ministro. .." (8C 7). Esta acción del presidente de la celebración que actúa "in persona ipsius Christi capitis" se expresa de distintos modos: entre otros, en las vestiduras y el lugar que ocupa. El lugar se llama, en general, sede presidencial y para los obispos, cátedra. Ya san Ignacio de Antioquia con frecuencia hablaba de una estructura jerárquica en la que el obispo, rodeado del Senado de los Presbíteros ("ancianos"), representa al Padre: "Sigan todos al obispo como Jesucristo al Padre..." (Ad Smirn., VIII). La disposición de los participantes en la reunión litúrgica viene de muy antiguo: la Didascalia de los Apóstoles, cap. II, 57. 2-4, dice: "En sus reuniones, en las santas asambleas, hagan sus encuentros de un modo bello y dispongan cuidadosamente los lugares para los hermanos... Debe haber un lugar para los presbíteros en la parte que mira al oriente, y en medio de ellos póngase la sede del obispo...". Algunos ven en esta disposición local un origen aun mas antiguo, en el mismo Apocalipsis: "Vi un trono. .. y en aquel trono estaba sentado uno. ..Alrededor del trono estaban veinticuatro tronos y sobre aquellos tronos estaban sentados veinticuatro ancianos vestidos de blanco... Vi un cordero de pie, que parecía haber sido sacrificado...(es decir, en un altar). Vi debajo del altar...Vino otro ángel, el cual se puso de pie ante el altar. ..después vi una numerosa muchedumbre ...de pie ante el trono y el Cordero" (caps. 4-8). La sede tiene, pues, una importancia significativa muy especial. Desde ella el sacerdote dirige la oración y escucha la palabra. Desde ella hace la homilía: "El sacerdote celebrante dice la homilía desde la sede, de pie o sentado, o desde el ambón" (OLM n. 26). Esto significa que la sede es el lugar de la primera parte de la celebración. Una vez que el presidente y los ministros han hecho su entrada y que el altar ha recibido la veneración debida con el beso y el incienso, el presidente se dirige al otro polo de la celebración: la sede. 2. Los elementos Entendemos por elementos aquellas realidades naturales o elaboradas, pero de uso común, de las que se sirve tradicionalmente la liturgia. En este campo entran todas aquellas realidades que también las religiones naturales (vestigio y preparación de la acción de Dios) utilizan como símbolos, por ejemplo:

El agua, que nos limpia y es fuente de vida o muerte; la ceniza, símbolo de destrucción y penitencia; el fuego, que nos hace ver con su luz, que calienta y purifica; el aceite, que expresa medicina, que penetra y permanece; el incienso, que perfuma y asciende, etc., etc. Todas estas cosas necesitan ser captadas como signos. La mayoría de ellos, por tener un arraigo humano, son muy fáciles de percibir desde la propia experiencia, como signos. Otros, más propios de una cultura determinada, como el oleo perfumado, que significaba en el culto israelita (de allá nos viene) la dedicación a Dios, necesitan una explicación más amplia. Pero eso no basta; no solo son signos que dan un mensaje intelectual si no que son signos relacionados con la vida, signos comprometedores. Tampoco basta esto, sino que deben ser tales, que puedan ser ampliamente captados, visualmente, podríamos decir. Por eso, el material debe ser abundante, limpio, sincero. 3. Los objetos Muchas realidades manufacturadas, producto de arte o artesanías, han sido siempre empleadas por la comunidad cristiana. Recordaremos solamente los objetos más relacionados con la Eucaristía y las vestiduras litúrgicas. Se podría objetar que todo esto es periférico y de relativa importancia, pero nunca olvidemos que en la línea de comunicación (y la Liturgia es una comunicación), las cosas más exteriores y los detalles suelen ser determinantes. Los vasos sagrados Cuando Jesús dijo: "hagan esto", esto era una comida, comida ritual ciertamente, pero una verdadera comida. Una comida -reunión para comer- pide que los comensales rodeen un mueble donde están los alimentos y estos estén contenidos en recipientes adecuados. En su lugar se habló ya del lugar de reunión: la iglesia, y de la mesa de la comida: el altar. Ahora hablaremos de la vajilla. -El cáliz Los primeros cristianos renovaban la Cena del Señor con su vajilla ordinaria. El cáliz era un vaso de metal, piedra o madera, pero mas ordinariamente de vidrio. Después de la paz de Constantino hubo oportunidad de hacerlos cada vez mas preciosos. Los cálices primitivos eran ordinariamente de copa amplia y, generalmente, con asas. Había cálices ministeriales de gran tamaño para la comunión de los fieles. En las diversas épocas artísticas van tomando formas características, correspondientes a los distintos estilos.

Después, como solo el sacerdote tomaba el cáliz, su copa había llegado a ser muy pequeña, en relación con el pie. Ahora se vuelve a la simplicidad y proporciones primitivas. La instrucción Eucharisticum mysterium, en el n. 41, habla de un vaso especial para transportar la Sangre del Señor. El cáliz, puesto que esta destinado a contener un liquido, debe estar hecho de materia no absorbente. Si se hace de metal que pueda oxidarse, debe dorarse o dársele un tratamiento especial. Siempre, dada su finalidad y significación, debe estar hecha de una materia solida, noble e irrompible. En cuanto a su forma y estilo deben ser verdaderamente bellos, sinceros y prácticos. Los vasos sagrados antes eran "consagrados" por el obispo; ahora son "dedicados" normal mente dentro de la celebración eucarística y lo pueden hacer los sacerdotes (Cfr IGMR 289-296 y Pontifical Romano). -La patena Es el plato primitivo para contener el pan. Normalmente hace juego en material y estilo con el cáliz. Llego a haberlas de grandes dimensiones para la comunión con pan mas grueso que el hoy usado y para grandes multitudes. AI introducirse el uso del copón, solo servía para contener la hostia del sacerdote y se redujo a un disco pIano, apenas unos milímetros mas grande que la hostia. Hoy vuelve a tener las características primitivas: plato mas o menos profundo para contener todas las hostias de la celebración. -El copón Su origen es la cajita, cilíndrica generalmente, llamada "píxide", de metal, marfil, etc., donde se guardaba la santa reserva para llevarla a los enfermos. Esta píxide llevaba a veces una tapa cónica; por esto se le llamaba también "torre" (de ahí "turris eburnea"). Luego se le puso un pie y, como aparecía como una copa grande, tomó el nombre de copón. La forma y el tamaño (a veces enorme) tradicionales no parecen tan adecuados, ya que su forma expresa mas bien que el contenido es un líquido y ahora se ha urgido varias veces que la comunión se de con las hostias consagradas en la misma Misa. Por lo mismo, la cantidad de hostias en reserva no tiene que ser exagerada.

Parece mas adecuado el uso de píxides para la reserva y de patenas mas profundas para la comunión (Cfr IGMR 290, 292, 292-296). -La custodia AI hacerse cada vez mas popular la devoción de "ver la hostia" y al dársele culto mas solemne, nace este vaso eucarístico. Su finalidad es enmarcar y proteger el Santísimo Sacramento. Las primeras custodias, desde fines de la Edad Media, tienen forma de torre. En el barroco se hace popular la forma de sol (Cfr IGMR 290, 292, 294, 296). Las vestiduras En todos los tiempos, en todas las culturas, las vestiduras no han sido solamente una protección contra el clima o una expresión de pudor, o un adorno, sino que, además, siempre han sido signo de algo que afecta mas profundamente al individuo y a la sociedad. Pueden expresar origen, oficio, estrato social, gusto artístico, etc. "En la Iglesia, que es el Cuerpo de Cristo, no todos los miembros desempeñan el mismo oficio. Esta diversidad de ministerios se manifiesta en el desarrollo del Sagrado culto por la diversidad de vestiduras sagradas que, por consiguiente, deben constituir un distintivo propio del oficio que desempeña cada ministro. Por otro lado, esas mismas vestiduras sagradas deben contribuir al decoro de la misma acción sagrada" (IGMR 297). -El alba Es vestidura interior, supervivencia de la antigua túnica. De corte simplísimo, su belleza consistía en la forma de plegarla y usarla. Los adornos la fueron invadiendo hasta convertirla en una especie de camisón de encajes. Hoy volvemos a la sencillez primera. Puede ser necesario, según la forma del alba, por simple estética, complementarla con el amito y el cíngulo (Cfr IGMR 298). De ella se derivaron la cota, el roquete y el sobrepelliz. -La estola Es posible que sea una transformación de la banda honorifica, llamada primitivamente Orarium. Es una insignia "sacerdotal". Esta insignia es poco comprendida y muchas veces mal usada. Actualmente, los diáconos la llevan cruzada, desde el hombro izquierdo hasta el lado derecho de la cintura, donde se sujeta. Los presbíteros y los obispos la llevan pendiente del cuello y sus extremos caen sobre el pecho (Cfr IGMR 302). La estola se lleva bajo la casulla (Cfr IGMR 299). Si ambas -casulla y estola- están bien construidas, la estola -suficientemente larga- si es visible.

En contra de esto va cierto uso actual. Se la coloca sobre la casulla, transformándola en mero adorno de esta. La han hecho exageradamente ancha y recargada de adornos, insignias, letreros, etc., y le han puesto el ridículo nombre de estolón. Se usa también sobre el traje civil, contraviniendo una prescripción eclesial (Liturgicae instaurationis, n. 8c) y pecando contra el buen gusto. Ha sido reducida a su mínima expresión, colgando apenas unos 20 cms., como si fuera insignia de algún enanito minúsculo (¿habria que llamarla "estolín"?). -La casulla La casulla greco-Iatina tiene su origen en la poenula, vestidura de viaje y protección, hecha con lana gruesa, de corte semicircular, que, al coserse por delante, forma un cono. Normalmente se llevaba recogida sobre el brazo derecho para permitir su uso. Hoy, afortunadamente, se vuelve a un tipo primitivo, pero mas amplio. La carta del cardenal Arturo Tabera, prefecto de la S.C. para el Culto, a Mons. Coffy, obispo de Gap, del 27 de mayo de 1972, abre oficialmente la posibilidad de la 'casulla-alba' y otros nuevos tipos de vestiduras litúrgicas (Notitiae 87, 1974, p. 96-98). La dalmática Amplia túnica exterior de lujo. Vestidura original de Dalmacia, en la actual Yugoslavia, usada sobre todo en Oriente, se adapta en Roma desde el s. III. Parece que en el s. V se convierte en insignia de la orden diaconal. Todavía en el s. VI y VII se usaba como vestidura laica. La dalmática ha sufrido transformaciones parecidas a las de la casulla. (Cfr IGMR 300). La capa Originalmente igual a la casulla, pero con capuchón. Con el tiempo se abre por delante. Se le llama capa pluvial por el uso primitivo de defensa contra la lluvia. Es usada como vestidura litúrgica desde el s. VI. En la liturgia se convierte en vestido de ceremonia, y entre los monjes, en hábito de coro. La capucha original se convirtió en una especie de escudo sobrecosido en la espalda CCfr IGMR 303). Los colores de las vestiduras Antes del s. IX la iconografía nos muestra el uso variadísimo de colores, aunque el preferido es el blanco. Después se fijan los colores y se les da un significado, según las leyes del simbolismo que regia la policromía medieval. Este simbolismo ya no es claro para nosotros. Hoy los diversos colores litúrgicos son signos de los distintos misterios cristianos que se van celebrando y del progresar en el año litúrgico (Cfr IGMR 307 -310). Rojo:

Se emplea en el Domingo de Pasión (Ramos) y el Viernes Santo(muerte de Cristo) y celebraciones de su Pasión, la fiesta de Pentecostés ( Espíritu es fuego y vida), fiestas de los Apóstoles, Evangelistas y Mártires, por su testimonio a la Pascua de Cristo, la Confirmación (se puede celebrar con vestiduras rojas aunque también con blancas según se considere el misterio del espíritu o a la fiesta de la iniciación cristiana). Verde: Color de paz, serenidad, esperanza se utiliza para celebrar el tiempo ordinario del Año Litúrgico. El Tiempo ordinario un total de 34 semanas en las que no se celebra un misterio concreto de Cristo, ya que lo que se celebra es el conjunto de la Historia de la salvación y particularmente misterio del Domingo como Día del Señor. Morado: Color de penitencia del tiempo del Adviento y Cuaresma, las celebraciones penitenciales y las exequias. Las insignias -La mitra Originalmente, un bonete de origen persa, de forma cónica. Una banda de material precioso la ceñía a la frente y sus dos puntas colgaban hacia atrás (infulae). Tomó después la forma actual, aunque llegó a tener proporciones exageradas. -El báculo Primitivo bastón de dignidad, terminaba en una bola o en una cruz o en una pequeña barra transversal. Hacia el s. XII se generalizan los terminados en espiral o voluta y se los relaciona con el cayado del pastor. -Anillo y cruz Primitivamente de uso común, adorno o devoción. El anillo solía ser, a la vez, sello autentificador. Se transforma en símbolo esponsalicio. -El palio De origen incierto, ahora es una banda de lana blanca adornada con seis cruces negras. Es insignia especial de los arzobispos residenciales. Advertencia Nunca hay que olvidar que todos los signos que se usan en la liturgia deben tener las siguientes cualidades: Deben ser dignos, prácticos, bellos, sencillos y limpios (Cfr IGMR 311-312). Ámito Del latín "amictus", de "amicio, amicire", rodear, envolver. Lienzo rectangular de lino blanco que el sacerdote se coloca sobre los hombros y alrededor del cuello

antes de ponerse el alba. Se sujeta por medio de cintas cruzadas a la cintura. Se utiliza al menos desde el siglo VIII y hasta el presente. (Cf IGMR, n.81) Simbolismo: defensa contra las tentaciones diabólicas y la moderación de las palabras. Oración del sacerdote al ponerse el amito: "Señor, poned sobre mi cabeza la defensa (el yelmo) de mi salvación, para luchar victorioso contra los embates del demonio" (Cfr. Efesios 6,17 Alba Del latín "alba", "blanca". Vestimenta de todos los ministros en la celebración litúrgica, desde los acólitos hasta el presidente (Cf IGMR n.298). Se utiliza con cíngulo a la cintura y con ámito sobre el cuello (Cf IGMR nn.81 y 298). Simbolismo: Tiene un sentido bautismal. La pureza del alma lavada por el bautismo. El domingo segundo de Pascua, o sea, en la octava de Pascua, se solía deponer el "alba", el vestido blanco que habían recibido los neófitos en su Bautismo una semana antes. Por eso este domingo se llamó "dominica post albas", y más tarde "dominica in albis". Oración del sacerdote: "Blanquead, Señor, y limpia mi corazón, para que, purificado con la sangre del Cordero, disfrute de los gozos eternos" Cíngulo Del latín "cingulum", de "cingere", ceñir. Cordón con que se ciñe el alba. (IGMR 81.298). Simboliza: castidad. Oración del sacerdote: "Ceñidme, Señor, con el cíngulo de la pureza y extingue en mi cuerpo el fuego de la sensualidad, para que posea siempre la virtud de la continencia y de la castidad" Casulla Simboliza el yugo del Señor. “Llevar el yugo del Señor significa ante todo: aprende de Él. Estar siempre dispuestos a asistir a la escuela de Jesús. De Él debemos aprender la pequeñez y la humildad –la humildad de Dios que se muestra en su ser hombre” “Algunas veces quisiéramos decirle a Jesús: Señor, tu yugo no es para nada ligero. Más bien, es tremendamente pesado en este mundo. Pero al mirarlo a Él que ha cargado con todo –que en sí ha probado la obediencia, la debilidad, el dolor, toda la oscuridad, entonces todos nuestros lamentos se apagan”. “Su yugo es el de amar con Él. Y mientras más lo amamos, y con Él nos convertimos en personas que aman, más ligero se vuelve nuestro yugo aparentemente pesado”.

“Oremos para que nos ayude a ser junto con Él personas que aman, para experimentar así siempre más cuán bello es portar su yugo".