Siguiendo a Las Estrellas

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Siguiendo alas estrellas

Nayra Ginory

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Salgo por la puerta del dormitorio, que han dejado entreabierta, como siempre. Asomo la

cabeza al pasillo, casi con miedo. Sólo hay una extraña oscuridad. Oigo los sonidos del

sueño de mi nueva familia, un ronquido, un murmullo inconexo, una sutil respiración.

Camino despacito, temiendo despertarles, asustado de que un mal movimiento frustre mis

sueños de libertad. Me asomo por última vez al cuarto del bebé, el único al que me da pena

abandonar. Chupetea ansioso cuando me ve llegar, tiene los ojos abiertos, pero sé que no

me delatará. Acaricio sus nudillos con mi nariz, a través de los barrotes de la cuna,

maravillándome por última vez de su suavidad.

Me alejo y voy a la puerta trasera, la única por la que puedo salir. Me escurro por la

apertura inferior, que estaba hecha para otro más pequeño que yo, otro del que soy

improvisado sustituto. Bajo las escalerillas que dan al jardín de atrás y me quedo un

momento quieto al sentir la hierba húmeda contra mi piel, embriagado como una criatura

ante la belleza de la noche. Hace frío, pero no hay nubes, la luna se esconde, pero eso sólo

hace que se vean más las estrellas. Siento enormes deseos de desatar las emociones

atávicas que me espolean, de honrar a mis antiguos, que merodeaban los bosques

nocturnos buscando una presa, de gritar y de aullar, pero no lo hago para no delatarme.

Doy un gemido lastimero como toda señal de la frustración que me embarga y empiezo a

caminar hacia la verja. Paso con dificultad por entre unos maderos rotos y medio podridos

y salgo a la calle, abandonando la casa en la que he pasado las últimas semanas.

Estoy desorientado, no sé muy bien dónde estoy ni cómo llegar a mi hogar. Me

trajeron aquí enfermo y en un automóvil, y yo siempre confié en que mi estancia aquí sería

 pasajera, que me devolverían a casa en cuanto me hubiesen curado, pero no fue así. Lo

siento por el bebé de nuevo, porque adoro jugar con él y hacerle estallar en carcajadas,

 pero recuerdo que yo tengo a mi propio bebé, quizás un poco mayor, que también ríe con

mis juegos. Lo que no sé es cómo llegar hasta él.

Miro de nuevo hacia las estrellas, buscando un punto de referencia, huelo el aire de

la noche, pero no me llega ningún aroma familiar. Aun así, tengo la sensación de que mi

casa está hacia el norte. “Norte”, me dice mi instinto y camino acera arriba, siguiendo a la

estrella más brillante del cielo. Ya estoy recuperado, mi pata ya está curada, puedo andar 

durante días y días, y pienso perdonar a mi antigua familia, que me olvidó herido en un

descampado. Al fin y al cabo, eso es lo que me hace ser un buen perro.