Silvia Moreno (1) Lib“Gente humilde, gente trabajadora”. Identificaciones étnico–nacionales...
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“Gente humilde, gente trabajadora”.
Identificaciones étnico–nacionales de los bolivianos en el mercado laboral agrícola de Mendoza1
Marta Silvia Moreno2
Introducción
El presente trabajo se propone analizar algunas implicaciones de las identificaciones étnico-nacionales
en las relaciones laborales que se presentan en el mercado de trabajo agrícola estacional de Mendoza,
llamando la atención sobre la manera en que se han construido los estereotipos sobre los trabajadores
bolivianos que realizan las actividades de cosecha. Partimos del supuesto de que la segmentación
étnica del mercado de trabajo constituye una modalidad de control que resulta funcional a la
acumulación del capital (Herrera Lima, 2005; Pizarro, 2009; Pizarro et al. 2011; Wolf, 2005).
Sostenemos que los estereotipos que pesan sobre algunos trabajadores agrícolas, en especial los
procedentes de Bolivia, han contribuido a legitimar su asignación a ciertas formas de trabajo precarias,
desvalorizadas y eventuales en el marco de las migraciones internas y internacionales que
proporcionan mano de obra estacional a numerosas empresas agropecuarias localizadas en diferentes
zonas de Argentina (Bendini & Radonich, 1999).
A lo largo del siglo XX, la provincia de Mendoza, ubicada en el centro-oeste de Argentina en la región
de Cuyo, se convirtió en un polo de atracción laboral dentro del circuito estacional vinculado al
noroeste argentino, debido al incremento de la demanda de trabajadores estacionales para las cosechas
hortícolas, frutícolas y en especial vitícolas, que no alcanzaba a cubrirse con aportes locales
(Reboratti, 1978; Reboratti, 1983; Reboratti & Sabalain, 1980). Con el correr del tiempo, algunos de
los migrantes estacionales o “golondrinas” se radicaron definitivamente en algunas zonas rurales y en
los alrededores de la capital de Mendoza, dando nacimiento a barrios y poblados que se mantienen
hasta el presente (García Vázquez, 2005; Moreno, 2012). Otros, en cambio, mantuvieron sus
radicaciones en Bolivia o en otras regiones de Argentina y renovaron los desplazamientos hacia
Mendoza encadenando diversas cosechas (Aparicio & Benencia, 1999; Balán, 1985). En los últimos
tres períodos intercensales la población boliviana en la provincia se consolidó y es actualmente la
primera minoría de extranjeros.
En este capítulo describiremos los modos en que se les asignaron ciertos estereotipos a los
trabajadores bolivianos que se articularon como mano de obra estacional en el mercado laboral 1 Trabajo Publicado en Cynthia Pizarro (ED.), Bolivianos y bolivianas en la vida cotidiana cordobesa. Trabajo, derechos e identidad en contextos migratorios. Córdoba, EDUCC Editorial de la Universidad Católica de Córdoba, 2015, pp. 101 – 130. 2 Licenciada en Sociología, Universidad Nacional de Cuyo. Doctoranda del Doctorado personalizado en Ciencias Sociales, Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, U.N.Cuyo. Becaria Doctoral tipo II, CCT CONICET Mendoza, con lugar de trabajo en LADyOT, IADIZA. Contacto: [email protected]
2
agrícola de Mendoza durante la segunda mitad del siglo XX, en el marco de las diferencias de clase
que los ubicaban en los escalones más bajos de la jerarquía laboral. Posteriormente, a partir de los
registros de nuestra investigación etnográfica3, focalizaremos en las maneras en que actualmente los
inmigrantes bolivianos son considerados como los trabajadores más adecuados para realizar las tareas
de cosecha y daremos cuenta de las narrativas hegemónicas que naturalizan y legitiman su posición
subalterna en el mercado laboral, apelando a ciertos atributos de estos trabajadores que se suponen
innatos.
Los estereotipos atribuidos a los trabajadores agrícolas bolivianos durante la segunda mitad del
siglo XX en Mendoza
Las identificaciones étnicas constituyen formas de diferenciar algunos grupos sociales apelando a
ciertas características culturales. En este marco diacríticos basados en costumbres, lengua, pertenencia
a un territorio y/o ancestros compartidos (Pizarro, 2013) sirven de sustento para generar tanto un
sentimiento de pertenencia por quienes son considerados parte del grupo étnico, como de distinción
por aquellos que se posicionan fuera.
La etnicidad es una construcción histórica (Comaroff & Comaroff, 1992), dado que las circunstancias
económicas, políticas e históricas en las cuales es activada se combinan para darle una forma
específica: “la etnicidad tiene una fuerza social diferente en diferentes contextos” (Fenton, 1999, p.
29). Por otra parte, las marcaciones étnicas son parte de la construcción y justificación de
desigualdades sociales ya que se producen en el marco de relaciones de poder asimétricas (Comaroff
& Comaroff, 1992). Esto da forma “a un ordenamiento social jerárquico, que legitima la dominación
de unos, frecuentemente concebidos como no étnicos, y la subordinación de otros, que son marcados
como tales, quienes vivencias dichas marcaciones y muchas veces actúan en nombre de ellas”
(Pizarro, 2013, p. 335). En efecto, aun cuando las identificaciones étnicas son construcciones sociales,
tienen efectos reales sobre las vidas de quienes son marcados en su otredad. En este marco, los
sectores subalternos alterizados re-significan las marcaciones hegemónicos, en ocasiones
reproduciéndolas para adecuarse a los lugares de identificación asignados o bien disputándolas y
cuestionando el orden establecido por medio de diversas formas de resistencia o confrontación.
3 Entre 2009 y 2013 realizamos observación participante en diferentes barrios o distritos con una proporción mayoritaria de migrantes bolivianos que realizan tareas de cosecha (Barrio 25 de Mayo/Maipú, Ugarteche/Luján de Cuyo, Cordón del Plata/Tupungato), en los espacios de contratación informales (tales como rutas o plazas localizadas en estos barrios) y en los lugares de trabajo donde se desempeñan estos trabajadores (fincas, bodegas y galpones de empaque principalmente). En este marco, hemos realizado entrevistas a pobladores y miembros de algunas de las instituciones de estos barrios, a actores pertenecientes a los sectores oferentes de empleo (propietarios, técnicos e intermediarios), a representantes sindicales, así como a trabajadores locales, provenientes del norte argentino y de Bolivia.
3
Los procesos migratorios están profundamente vinculados con la constitución de otredades en el seno
de una sociedad nacional que, en algunos casos, son descalificadas (Margulis, 1997). Fenton (1999)
sugiere que la migración de trabajadores, junto con las diásporas internacionales, la desposesión de
algunos pueblos y la marginalización de otros, han creado las condiciones para la emergencia de
diferentes tipos de etnicidades. En la provincia de Mendoza ciertos migrantes tales como los
provenientes de Bolivia han sido definidos y construidos como un Otro diferente de la mismidad
nacional debido, entre otras cosas, a su condición de extranjeros.
Estos procesos de etnicización de los migrantes bolivianos se vinculan además con su condición de
trabajadores. Wolf (2005) plantea que la segmentación étnica del mercado laboral es condición
necesaria del sistema capitalista ya que a la vez que recrea la relación básica entre capital y fuerza de
trabajo, realiza lo propio con la heterogeneidad de la fuerza de trabajo producida, siendo esta
heterogeneidad tanto un producto como una condición necesaria de la reproducción del sistema.
Señala dos modos a través de los cuales se produce esta segmentación: “ordenando jerárquicamente a
los grupos y categorías de trabajadores, y produciendo continuamente y recreando simbólicamente
marcadas distinciones “culturales” entre ellos” (Wolf, 2005, p. 460, comillas en el original).
Por lo tanto, dichos procesos constituyen mecanismos para naturalizar la designación estereotipada y
jerárquica de algunas minorías en ciertos segmentos dentro de la división social del trabajo (Comaroff
& Comaroff, 1992). Así, en el marco de una economía política de la cultura (Pizarro et al. 2011;
Pizarro, 2013), las diferencias de clase son interpretadas como diferencias culturales (Meillassoux,
1979; Morberg, 1996). Estas categorías étnicas, cuyos sentidos sedimentados son en muchos casos
preexistentes al sistema capitalista, son puestas en foco, resignificadas y aprovechadas en el marco de
la segmentación del mercado de trabajo bajo el capitalismo (Pizarro et al. 2011).
En el caso de la provincia de Mendoza, los procesos de etnicización de los trabajadores migrantes son
de larga data ya que esta economía regional debió afrontar desde sus inicios el problema de escasez de
mano de obra agrícola, problema que fue resuelto mediante la captación de trabajadores tomados de
poblaciones distantes. Hacia fines del siglo XIX la expansión vitivinícola estuvo íntimamente
relacionada con la llegada de inmigrantes europeos. De acuerdo con Salvatore (1986), el crecimiento
económico de Mendoza fue posible gracias al desarrollo de un nuevo complejo de relaciones laborales
entre los propietarios y los trabajadores europeos. Para este autor, el sistema de contratistas4 propició
una segmentación étnico-nacional del mercado laboral, dado que muchos inmigrantes europeos
4 Este sistema constituyó un régimen de tenencia y relaciones de trabajo que permitió a la elite criolla plantar y cultivar viñedos en sus tierras con la fuerza de trabajo combinada de inmigrantes y criollos. Para los terratenientes el sistema sirvió como solución a la estrechez de oferta de trabajo que el crecimiento vitivinícola traía aparejado. Habían dos tipos de contrato. En los contratos de plantación, el terrateniente entregaba una porción de terreno, herramientas e insumos, y el contratista y su familia quedaban obligados a plantar las viñas y cuidarlas por un lapso de tres años. Los contratos de cultivo servían de continuación del sistema. En éste el contratista se hacía cargo del viñedo y cumplía con todas las tareas agrícolas necesarias, recibiendo a cambio una suma de dinero por hectárea y año, mientras el propietario entregaba la tierra, herramientas e insumos, encargándose en algunos casos de conseguir mano de obra para las cosechas, la que sería organizada por el contratista (Salvatore, 1986, pp. 229–230).
4
accedieron a trabajos mejor pagados como directores de las explotaciones agrícolas o como gestores
de la fuerza de trabajo estacional5; mientras los criollos pobres del interior de la provincia, quedaban
relegados a las posiciones menos jerarquizadas y peor remuneradas, tomando a su cargo las
actividades temporarias propias del cultivo de la vid y del trabajo en las bodegas (Salvatore, 1986).
Así, en el contexto de crecimiento de esta actividad, a lo largo de la primera década del siglo XX una
proporción de los inmigrantes europeos logró convertirse en propietarios de fincas y bodegas. Esto
posibilitó la construcción - y luego la sedimentación - de la imagen hegemónica del inmigrante de
ultramar que trabaja y progresa (Belvedere et al. 2007) y que ha sabido vencer el desierto (Torres,
2007) gracias a su capacidad natural para ejercer el control sobre todas las etapas del proceso
productivo, para invertir y agrandarse; mientras los criollos quedaban relegados a las posiciones más
subordinadas, siendo estereotipados como vagos, indolentes e inclinados a la bebida (Salvatore, 1986).
Al promediar el siglo XX y en consonancia con los procesos de Industrialización por Sustitución de
Importaciones (ISI), la producción vitivinícola de Mendoza se consolidó (Montaña et al. 2005) al
tiempo que se incrementó la diversificación productiva con los cultivos de frutales y hortalizas. Estas
transformaciones promovieron un crecimiento en la demanda de trabajadores, especialmente en los
momentos de cosecha, proceso coincidente con la llegada de inmigrantes norteños y bolivianos que en
busca de nuevas posibilidades laborales, se articularon como trabajadores golondrinas estacionales,
complementando la fuerza de trabajo criolla, frente a una demanda en expansión (Benencia & Karasik,
1995).
En este nuevo contexto, caracterizado por la reestructuración en la composición de la clase trabajadora
de la agricultura local, mediante la incorporación de trabajadores proveniente de poblaciones distantes,
es que situamos el segundo proceso de larga duración, que se vincula con la estructura clasificatoria de
la otredad construida en la sociedad de origen y que ha contribuido a moldear la estructura
clasificatoria de la otredad en la sociedad de destino (Pizarro, 2013).
En relación a la sociedad de origen, Pizarro (2013) señala que gran parte de quienes se han desplazado
hacia Argentina, han provenido de las áreas rurales del altiplano andino boliviano (conformado por los
departamentos de Potosí, Oruro, Cochabamba y La Paz). En esta dirección, la autora postula que los
lugares de identificación posibles para este contingente poblacional en Bolivia, han estado limitados,
al menos hasta la llegada al poder de Evo Morales en 2005, a los tropos de pertenencia ubicados en los
escalones más bajos de la estratificación económica, social y cultural boliviana, siendo alterizados “en
términos de clase, raza y etnia como “campesinos”, “indios” y “coyas” […], cuyas prácticas
esperables han sido la “sumisión”, el “trabajo duro”, la “pobreza” y el “analfabetismo”, en contextos
productivos concebidos como “no-capitalistas” o “tradicionales”” (Pizarro, 2013, p. 341, comillas en
5Otra de las modalidades que adquirió este sistema fue que las bodegas comenzaron a utilizar contratistas europeos durante la vendimia para organizar las cuadrillas de trabajadores. Aquí, nuevamente, los contratistas sirvieron para enganchar y supervisar trabajadores criollos para las fincas y bodegas locales (Salvatore, 1986, p. 232). A partir de la década de 1960, esta forma de intermediación laboral comienza a darse bajo la figura de los cuadrilleros.
5
el original). En los estratos superiores de la estructura clasificatoria de la otredad boliviana se han
ubicado históricamente los “cambas” y “chapacos” que residen en la región de la Media Luna Oriental
(conformada por los departamentos Tarija, Santa Cruz, Beni y Pando), ostentando mejores posiciones
económicas y siendo considerados “modernos, altos y blancos” en coincidencia con el ideario
europeo. De este modo, la autora argumenta que la ubicación de gran parte de los migrantes bolivianos
en los escalones inferiores de la estructura de clasificación de la otredad en su país de origen se
potenció en Argentina6.
En el contexto de las cosechas agrícolas de Mendoza, la llegada de migrantes bolivianos a partir de
1950 estimuló la producción de clasificaciones sobre estas minorías trabajadoras no-nacionales, que
tomaron cuerpo en un estereotipo homogeneizante construido por los sectores demandantes de empleo
y difundido en el ámbito académico (García Vázquez, 2005) entre las décadas de 1970 y 1990. Se trata
de “la imagen del obrero boliviano, visto por empleadores de actividades rurales y urbanas de
Mendoza” recogida por Guibourdenche de Cabezas (1976, p. 2), y reproducida posteriormente en otras
publicaciones (Lopez Lucero, 1984; Török & Conte, 1996), en la que se señalan los siguientes
atributos del “obrero boliviano”:
Son muy trabajadores, tienen buen rendimiento, no les gusta estar ni un día sin trabajo […] Son
sumisos, tímidos, introvertidos, muy inhibidos […] Son poco exigentes, especialmente en las
condiciones de la vivienda [...] Son muy curtidos, se enferman poco. No crean problemas, jamás
ocasionan un problema a su patrón7, si se produce algún malentendido, no pelean, se van a otro
lugar. Son fieles a la relación pactada con el patrón […] No discuten, pero tampoco perdonan el
engaño. Son ahorrativos, austeros […] se limitan al consumo mínimo para asegurar su subsistencia.
Hablan lo justo, no dejan de trabajar para conversar […] son gregarios y fieles a sus costumbres
[…] Son aptos para cualquier trabajo de campo, aprenden con facilidad las técnicas sencillas
concernientes a la siembra, cultivo y cosecha (Guibourdenche de Cabezas, 1976; en López Lucero,
1984, pp.12-13).
Este conjunto de características que los empleadores de actividades agrícolas y el sector académico
han hecho pesar sobre los trabajadores bolivianos desde hace ya varias décadas ponen de manifiesto
un nuevo proceso de segmentación étnico-nacional del mercado laboral agrícola de Mendoza, dado
que constituyen un entramado de justificaciones sedimentado históricamente, tendiente a naturalizar
condiciones laborales sumamente precarizadas (Pizarro et al. 2011), a la vez que legitiman su
asignación a estos nichos laborales en función de ciertas características psico–físicas que
6 Aunque con algunas particularidades regionales. Por ejemplo, en otros trabajos colectivos donde participa esta autora, se hace referencia a las diferentes estructuraciones en las matrices clasificatorias de la otredad entre la región Noroeste y la pampa húmeda en Argentina (Pizarro, Fabbro & Ferreiro, 2011, p. 89). 7 Clasificación local utilizada para referirse a los dueños de los medios de producción agrícolas.
6
supuestamente “los bolivianos” tendrían, como las de “ser muy trabajadores, sumisos, muy curtidos,
fieles al patrón y limitados al consumo mínimo”.
Cabe destacar que muchos de estos atributos son coincidentes con las prácticas esperables de los
“coyas” en Bolivia, por lo menos en lo atinente a las características de “sumisión”, “trabajo duro” y
“pobreza”. Sin embargo, existen algunas particularidades en la manera en que se marcan sus
características culturales en la sociedad de destino. En primer lugar, porque en Mendoza estos
diacríticos no se han referido únicamente a las características de los habitantes el altiplano boliviano,
sino también a los nacidos en otras regiones, primando así la etnicización en términos de nacionalidad.
Esta generalización que invisibiliza la diversidad sociocultural en Bolivia ya ha sido señalada por
algunos autores que refieren al hecho de que muchos argentinos suponen que los bolivianos
constituyen un grupo culturalmente homogéneo (Benencia & Karasik, 1995). En segundo lugar, a
diferencia de las marcas que reciben los “coyas” en Bolivia que los asocian a contextos productivos
no-capitalistas o “tradicionales” del altiplano, en Mendoza estos trabajadores han sido tipificados
como los más adecuados para desempeñarse en los estratos inferiores de la jerarquía laboral en la
agricultura capitalista.
En este marco, hacia la década de 1960, aun cuando su otredad fuera marcada claramente como
diferente respecto del ser nacional argentino imaginado (Briones, 1998), estos inmigrantes resultaron
valorados como “una solución de mano de obra” en aquellas actividades agrícolas que eran cada vez
menos atractivas para los trabajadores locales, quienes comenzaron a trasladarse hacia las ciudades
(Cavagnaro & Balussi, 1962) en busca de mejores condiciones de vida y de nuevas oportunidades de
trabajo, dando lugar a las migraciones internas campo-ciudad:
[La migración boliviana] es de gran importancia para la provincia, porque desde el punto de vista
económico, se ha demostrado que son individuos trabajadores, aptos físicamente para las labores de
servicio y que si bien en pocos casos suplantan al obrero nativo, en la mayoría realizan tareas
desdeñadas por aquellos, significando una solución de mano de obra (López Lucero, 1984, p. 25).
De este modo, la migración de trabajadores bolivianos benefició a los dueños de los medios de
producción, debido a que cubría la demanda de trabajo estacional que no alcanzaban a cubrirse con los
aportes de fuerza de trabajo local. Al mismo tiempo, estos trabajadores se encontraban predispuestos a
desempeñarse en tareas que resultaban cada vez menos atractivas para los trabajadores locales,
permitiéndoles contar con una fuerza de trabajo barata que asumiera total o parcialmente los costos de
su reproducción y retiro (Kearney, 2008; Meillassoux, 1979). Así, en el marco de este proceso de
etnicización y racialización8 , los migrantes bolivianos resultaron valorados positivamente por ser
8 Pizarro (2013) indica que estos procesos marcan la alteridad apelando a justificativos que resaltan la diferencia cultural o psicobiológica respectivamente. Aunque estas categorías sean diferentes, generalmente operan
7
considerados ‘naturalmente’ más sumisos y trabajadores, al tiempo que se omitió reparar que era
posible que trabajaran más y generaran menos problemas, por encontrarse expuestos a situaciones de
mayor vulnerabilidad, vinculadas a condiciones económicas, sociales y jurídicas que se enmarcan en
el proceso migratorio.
Al mismo tiempo, esta valoración positiva de los trabajadores bolivianos pareció limitarse al contexto
de su desempeño en aquellas actividades para las cuales habían sido calificados como los más
adecuados y por aquellos sectores que podían beneficiarse económicamente con su presencia; dado
que al portar fenotipos asociados con una posible pertenencia indígena y con un modo de vida
campesino y pobre, que además provenían de un país posicionado desfavorablemente en el ranking
internacional (Pizarro, 2013), en el contexto provincial su otredad resultó el blanco de diversas
prácticas discriminatorias. Si en un primer momento fueron estigmatizados los criollos pobres del
interior de la provincia de Mendoza, que históricamente venían ocupando las posiciones más
subordinadas en el mercado laboral; ahora también lo serían los migrantes norteños y bolivianos que
engrosaron las filas de los trabajadores agrícolas estacionales.
Hacia la década de 1990, los procesos de discriminación social hacia los bolivianos en Argentina se
vieron profundizados, debido a que la inmigración limítrofe cobró mayor visibilidad en el discurso
público nacional al ser definida en términos de problema9 (Belvedere et al. 2007; Caggiano, 2005;
Pizarro et al. 2011). Otro factor que colaboró sustancialmente en este proceso, fue la existencia de una
política migratoria altamente restrictiva por parte del Estado argentino, que entraba en sintonía con las
necesidades de flexibilización de la producción y precarización laboral del régimen neoliberal. Así, la
inmigración limítrofe se convirtió claramente en estereotipo de inmigración no deseada en
contraposición con la inmigración europea. En este marco, tal como señalan Pizarro, Fabbro &
Ferreiro (2011) los migrantes bolivianos resultaron estereotipados con una serie de atributos morales
indeseables vinculados a ciertas disposiciones naturales de sus cuerpos (olores, suciedad), a sus
costumbres (ruidos molestos, bajo nivel cultural, consumo de alcohol) y a sus prácticas laborales
(ilegalidad, comercio informal/clandestino). Asimismo, comenzó a plantearse que estos migrantes
deberían estar agradecidos por la posibilidad de conseguir trabajo en la Argentina.
A pesar de que en diciembre de 2003 se modificó la política migratoria Argentina, mediante la sanción
de la ley Nº 25.871, que garantiza los derechos humanos de los inmigrantes (Novick, 2004), persisten
situaciones de vulnerabilidad para los trabajadores migrantes que se articulan en algunos segmentos
precarios del mercado laboral, como en el caso de las cosechas agrícolas de Mendoza10.
entrelazadas al esencializar las diferencias culturales. De acuerdo con Briones (1998) la porosidad de la frontera es mayor en la racialización que en la etnicización. 9 Siendo culpabilizados por el brote de cólera en 1992 y por el crecimiento en la desocupación a partir de 1994 (Benencia & Karasik, 1995; Grimson, 1999). 10 En otro trabajo (Moreno & Martín Valdez, 2013) hemos dado cuenta de una pluralidad de aristas problemáticas que emergen en las prácticas constitutivas de fiscalización y monitoreo de la normativa laboral y migratoria vigentes, en tanto barreras político-administrativas que imposibilitan la aplicación de las disposiciones legales.
8
Hasta aquí hemos descripto la manera en que los trabajadores agrícolas bolivianos fueron ubicados en
los escalones más bajos de la estructura clasificatoria de la otredad en Mendoza y en las posiciones
laborales más precarias durante la segunda mitad del siglo XX. A continuación analizaremos nuestros
registros de campo - 2009/2013 - a fin de dar cuenta de las continuidades, transformaciones y
particularidades de estos procesos en las primeras décadas del siglo XXI.
Segmentación étnico-nacional del mercado laboral agrícola a comienzos del siglo XXI
Durante nuestra investigación pudimos registrar diversas expresiones y narrativas que ponen de
manifiesto que los dueños de los medios de producción y el personal jerárquico de las empresas
continúan identificando a los migrantes bolivianos con la cultura del trabajo, caracterizándolos como
“trabajadores humildes y sumisos, buenos para las cosechas”:
En mi casa mi papá siempre tomo gente boliviana porque eran mejores, más trabajadores, nunca
quiso criollos, nunca […] Ahora recién hay dos que tenemos que no son bolivianos, pero ha sido
por una cuestión de amistad con la familia, una cuestión así, pero no no… mi papá siempre tomo
gente boliviana, prefirió […] el boliviano es una persona trabajadora, responsable, que no te
abandona el trabajo…entonces uno prefiere tomar gente boliviana (entrevista a hija de productor
vitícola, Luján de Cuyo, 2012).
Lo que pasa es que hay una diferencia muy grande entre la gente de acá y la gente que viene de
afuera, nunca vas a comparar un boliviano con un criollo de acá, el boliviano viene a trabajar, rinde
el triple y te trae el triple menos de problemas (entrevista a ingeniero agrónomo de una bodega de
capitales internacionales, Tupungato, 2009).
Este estereotipo también resulta reproducido por muchos de los agentes intermediarios de estos
mercados laborales: “los cuadrilleros”11, quienes resaltan de la misma manera, la “singular capacidad
de trabajo” de los migrantes bolivianos:
11 Desde mediados del siglo XX se utiliza este término para señalar a aquellos actores que ‘enganchan’ mano de obra estacional para el trabajo agrícola, cumpliendo la labor de intermediación entre los trabajadores y los productores o empresarios. Muchos de ellos viven en las mismas zonas desde donde captan los trabajadores estacionales. Además, financian los gastos de transporte, asumiendo la función de capataces en los campos de cultivo. Cobran comisiones a los productores por cada trabajador reclutado y establecer contratos “verbales” tanto con los trabajadores como con los empresarios/productores (Sánchez Saldaña, 2001). Se diferencian de los contratistas europeos de comienzos de siglo XX por su procedencia de clase y étnico – nacional.
9
En realidad es la calidad de la gente […] tienen más rendimiento. Acá te vienen por ejemplo, te
viene la gente paisana, te viene un mes, dos meses, tres meses, hasta siete meses y ellos vienen a
destacarse (entrevista a cuadrillero sanjuanino que vive en Ugarteche, 2012).
Así, algunos dueños de los medios de producción, como parte del personal jerárquico de las empresas
y de los intermediarios resaltan las singulares capacidades para trabajar de los migrantes bolivianos,
destacando primordialmente las características de ser “muy trabajadores y poco problemáticos”, lo que
facilita su asignación a trabajos sumamente precarios. Sin embargo, estas percepciones no son
“voluntarias o planeadas [por estos actores], sino que constituyen una forma estructural de violencia
[sedimentada históricamente] que se naturaliza vía la percepción de diferencias físicas [y étnicas]”
(Holmes, 2007, p. 41). Esto nos permite explicar además el hecho de que algunos pobladores locales
destaquen igualmente las aptitudes para trabajar de los bolivianos:
… porque es verdad, si hay algo que al boliviano nadie le puede decir es que sea vago […]
Ugarteche ha sido levantado por el boliviano, eso te lo dicen todos, todos lo dicen (entrevista a
directivo escolar, Ugarteche, 2012).
… una señora que es boliviana, es grande la Amelia12, y ella todo con la zapa, zapa, zapa, zapa, le
digo “Amelia deje eso, está grande”, “noo” me dice “esto es mi trabajo”, y le da nomás a la zapa
(entrevista a docente de educación física, Ugarteche, 2012).
No obstante, estos mismos actores como además algunos cuadrilleros, también señalan otras
características que supuestamente poseen los bolivianos, como las de ser “escasamente instruidos,
testarudos, poco aseados, muy cerrados o hablar para adentro”:
… cuesta mucho el tema de “hacerles entender las cosas” […] vos les pedís colaboración, y no te
colaboran en nada. Si les pedís “esto lo están usando, traten de dejarlo limpio” y cuesta un
triunfo… es una lucha diaria (entrevista a docente de educación física, Ugarteche, 2012).
… un problema que hay es la falta de estimulación, muchos chicos les cuesta hablar por ahí, por ahí
les cuesta hablar porque tienen los padres o los abuelos que les hablan en quechua y se les mezclan
los dos […] Y bueno, la comunicación de los padres también… son muy cerrados, porque viste que
cuando hablan, que hablan para adentro, entonces por ahí también te cuesta entenderlos (entrevista
a docente de nivel inicial, Ugarteche, 2012).
12 Utilizo pseudónimos para proteger la identidad de los informantes.
10
… además esta gente no es instruida, entonces no se saben ni siquiera expresar de lo que quieren.
No les entendés nada, no te saben explicar qué es lo que necesitan. Un montón de cosas se le juntan
a ellos (entrevista a cuadrillero local, Ugarteche, 2012).
Por otro lado, este estereotipo sobre los bolivianos “muy trabajadores aunque cerrados y poco
instruidos” es reproducido, aunque a veces cuestionado, por los propios trabajadores. La interacción
dinámica entre la historia de estos inmigrantes y el particular contexto del mercado laboral incide de
modo diferencial en aquellos diacríticos que pondrán en juego a fin de legitimar su asignación a estos
nichos laborales (Archenti & Tomas, 1997; Wolf, 2005). En el marco del trabajo de campo efectuado
en los espacios informales de enganche de trabajadores para las cosechas agrícolas de Mendoza,
algunos migrantes bolivianos pusieron de manifiesto también que “eran gente de trabajo”:
… así venimos de allá nosotros, buscando la vida porque allá casi no hay trabajo […] nosotros allá
tenemos terrenos, una media hectarita, tenemos en Potosí de nuestro padre, así produce papa, coca,
coca yo produzco así, después trigo, haba […] y la escuela, yo entré hasta digamos 1º incompleto, y
el que tiene plata estudia allá… el que no tiene plata no estudia, porque la mayoría de la gente
boliviana así del campo no somos, porque allá no hay luz… hay lugares que llegamos no hay luz,
entonces sí o sí nos queda muy lejos para ir a la escuela, entonces… [¿Trabajan desde pibes con su
familia?] Claro, desde pibes trabajamos, porque nosotros somos gente de trabajo (entrevista a
trabajador boliviano, Cordón del Plata, 2009).
¡Somos más trabajadores! Somos más trabajadores porque hemos ido de Luján, hemos ido a fincas
de Medrano, de Barrancas y hay gente de la finca no hace nada, no hace nada (entrevista a
trabajador boliviano, Ugarteche, 2012).
Asimismo, hemos registrado otros elementos de sentido que explican esta predisposición al trabajo:
Pero así como acá, tierras productivas, tierras vegetales, no, no hay. Allá es muy árido como te
digo, por ahí hay veces que hay que sacar piedras, trasladar piedras a un lado, limpiar el campo así
de las piedras para poder cultivar, sino no podes […] es todo manual, a pulso. Yo en serio, si estuve
agradecido desde mi niñez que mi padre me enseñó a trabajar, estoy seguro que si mi padre no me
hubiera educado de niño, no me hubieran enseñado de niño a ser trabajador, sería más flojo que
nada. Por eso los bolivianos tienen la cultura de ser trabajadores. Porque se crían la mayoría así,
sufridos como yo, sufrida toda la gente que está viniendo acá, es toda gente de campo que ha ido
así sufriendo, criando ovejas, todo ¿Me entendés? (entrevista a trabajador boliviano, 25 de Mayo,
2010).
11
Nosotros tenemos una cultura que es del trabajo y entre comillas la honestidad ¿no es cierto? y
hasta ahora, o sea, va pasando de generación o no sé, pero vos antes de salir a robar preferís salir a
trabajar y si tenés que agacharte por dos pesos, te tenés que agachar, o sea, no es dignificante pero
tenés que darle de comer a tu familia […] y también está el tema del miedo a que te quedes sin
laburo, que te frena, entonces agachas la cabeza (entrevista a migrante boliviano residente desde
hace varias décadas, Ugarteche, 2011).
Como se desprende de estos fragmentos, los bolivianos entrevistados refieren a una cultura del trabajo
que se relaciona con los contextos de vida en sus lugares de origen y que se vincula con una
socialización laboral temprana, en el marco de una producción campesina destinada fundamentalmente
al autoconsumo, donde la fuerza de trabajo de todo el grupo familiar debía movilizarse para cubrir las
necesidades de reproducción social y donde las posibilidades de educación se encontraban limitadas
por la falta de recursos y la lejanía respecto de las instituciones escolares. Esta cultura del trabajo y la
honestidad son resignificas en el lugar del destino, como base de cierto orgullo étnico (Holmes, 2007)
que les otorga algunas ventajas comparativas en su articulación al mercado laboral.
No obstante, esto no impide que las condiciones laborales puedan ser percibidas como injustas o no
dignas por los trabajadores que las aceptan para “darle de comer a su familia”. Aquí también se señala
otro elemento que coadyuva a que los bolivianos sean muy trabajadores: “el miedo a quedarse sin
laburo” en un contexto laboral caracterizado por la inestabilidad. Así, las características de los
bolivianos como “personas responsables que no te abandonan el trabajo” que les adscriben algunos
dueños de los medios de producción, invisibiliza el miedo que surge de la necesidad de trabajar y de la
inestabilidad que experimentan muchos de estos trabajadores.
También hemos registrado algunas posturas que confrontan este estereotipo, por parte de quienes han
llegado desde muy pequeños acompañando a sus padres, o son hijos o nietos de migrantes bolivianos,
cuyos puntos de vista están más enraizados en la sociedad de destino:
… los cuadrilleros siempre prefieren los bolivianos, eso seguro. Con el sentido ese de que le va a
rendir más esa persona que otra persona. Ya con otro interés. No con el interés de valorarlo. Si lo
valorara, tendría que blanquearlo. Si no está documentado, tendría que hacerle los trámites para
documentarlo (entrevista a nieto de migrantes bolivianos nacido en Ugarteche, 2012).
Además, durante una reunión efectuada en la colectividad boliviana de Guaymallén en 2010, entre
algunos miembros de esta institución, de asociaciones de inmigrantes y de un programa radial llamado
“Así es Bolivia” realizado por hijos de inmigrantes, que se organizó a raíz de una protesta que
encabezaron trabajadores bolivianos del barrio 25 de Mayo - Maipú, también se pusieron de
manifiesto algunos puntos de vista que disputan el estereotipo sobre “el boliviano sumiso y trabajador”
construido en Mendoza:
12
… porque muchas veces es el problema, que piensan que por ser paisanos nos van a pasar por
encima, que vamos a ser el típico paisano sumiso que se calla y aguanta todo (comentario de una
hija de migrantes bolivianos).
Asimismo, ante la afirmación de uno de los representantes de una asociación de inmigrantes, quien
señaló que “el boliviano siempre ha sido respetado dentro de todo en la Argentina, siempre nos han
tenido como gente humilde, gente trabajadora, siempre nos han buscado para las viñas, para todo tipo
de trabajos”; uno de los miembros del programa radial objetó: “yo cambiaría lo de humilde por otra
palabra… domable, gente domable… ahora se reveló uno, una persona a favor de esa gente humilde,
que para mí es domable y se van todos en contra de él” (registro de campo, comentario de dos hijos de
inmigrantes bolivianos en el marco de esta reunión, 2010).
Como se puede apreciar, muchos de quienes llegaron a Mendoza desde muy pequeños o que son hijos
o nietos de inmigrantes bolivianos, resignifican el estereotipo del obrero boliviano humilde y
trabajador desde el marco de otras coordenadas de igualdad/desigualdad. Así, los posicionamientos
más críticos de algunos de ellos pueden deberse probablemente a que fueron criados en Mendoza,
accediendo en muchos casos a la escolarización y encontrando posibilidades en otros ámbitos
laborales más formalizados, por lo que su interpretación del trabajador boliviano como “poco valorado
y domable” se lee desde sus propias experiencias de trabajo reglamentado en un país que, al menos en
el plano discursivo, tempranamente consideró los derechos sociales de los trabajadores.
Como contrapunto, los trabajadores bolivianos que han llegado más recientemente y son adultos
jóvenes, definen al trabajador boliviano desde una experiencia laboral diferente, en muchos casos
moldeada por la necesidad de trabajar desde la niñez. Asimismo, su falta de experiencia en la inserción
a mercados laborales estructurados por lógicas más formalizadas, tanto en sus pueblos de origen como
en los lugares donde han trabajado a lo largo de su trayectoria migratoria (Pizarro, 2013), es otro de
los factores que los podrían llevar a remarcar la cultura del trabajo.
Ahora bien, cabe señalar que tanto los patrones como los cuadrilleros y algunos de los trabajadores
bolivianos, tematizan la cultura del trabajo de los bolivianos en comparación con Otro, estas vez
interno, al que se le adscriben las características opuestas: “los criollos de acá”, considerados
históricamente como vagos e indolentes (Salvatore, 1986). Este proceso resulta sintetizado de modo
singular en una entrevista:
… yo tengo un concepto sobre las cosechas. No sé si estoy equivocado pero yo creo que a la
cosecha le han dado como si fuera un trabajo malo, feo. Y es un trabajo como cualquier otro. Yo
me acuerdo de chico, donde mi familia iba a cosechar, a mí me dejaban en una punta de la hilera y
cosechaban mis hermanos y mi papá y mi mamá. En la actualidad no pasa lo mismo. No hay
cosechadores, se fue perdiendo ese trabajo, no sé si fue el precio o fue que le dieron una mala
13
imagen, pero “la cosecha es un trabajo”, yo creo que ante la necesidad que tiene la gente, bueno la
cosecha es una alternativa […] Yo creo que los planes sociales han hecho mucho daño. […]
nosotros tenemos que traer cosechadores tucumanos, bolivianos, los de acá se arreglan con una caja
de mercadería (entrevista a delegado gremial del SOEVA13, 2009).
En relación a lo planteado por nuestro interlocutor, podemos señalar que la apelación a explicaciones
que refieren a los planes sociales como causa principal de la resistencia de los trabajadores locales a
emplearse en las cosechas, se halla bastante difundida en el ámbito local, entre otras cosas, debido a la
influencia que ejercen los grupos de poder vinculados a los medios de comunicación, quienes
actualizan esta problemática en sus titulares, de una temporada a otra14. Algunos autores (Berger &
Mingo, 2012; Torres, 2009) refieren en este sentido a la manera en que es recreado el estereotipo del
criollo vago en la actualidad. Torres (2009), por ejemplo, indica que la retórica que construyen los
oferentes de empleo en la agricultura provincial, tiende a tipificar a los habitantes locales como menos
trabajadores que los migrantes, dado que se conforman con planes sociales de alivio a la pobreza,
presentan mañas o malos hábitos y muestran rendimientos más bajos en las labores de mayor
exigencia física:
Lo que pasa es que hay una diferencia muy grande entre la gente de acá y la gente que viene de
afuera, nunca vas a comparar un boliviano con un criollo de acá […] el tipo de acá te viene por el
salario familiar, nosotros hemos tenido muchos tucumanos también que vienen por el salario
familiar y no laburan. Con los mismos chicos de acá, que por ahí son hijos de empleados que
hemos tenido, trabajan lo mínimo para tener la cervecita del fin de semana (entrevista a ingeniero
agrónomo de una bodega de capitales internacionales, Tupungato, 2009).
De hecho, antes de referirse a la progresiva precarización y flexibilización del trabajo en la agricultura
y “al hecho de que los argentinos tienden cada vez más a no aceptar contratos laborales tan
desfavorables como lo hacen los migrantes” (Pizarro, Fabbro & Ferreiro, 2011, p. 92), algunos agentes
sociales locales, tales como los medios de comunicación y algunos representantes sindicales,
actualizan y recontextualizan los prejuicios sobre los trabajadores criollos, lo que acrecienta la
competencia entre éstos y los trabajadores migrantes en el mercado de trabajo local.
Esto parece ejercer presión sobre algunos “criollos de acá”, que aunque estereotipados como “vagos
que se conforman con planes sociales”, trabajan igualmente en las cosechas agrícolas “mal vistas y
13 Sindicato de Obreros y Empleados Vitivinícolas y Afines (SOEVA). 14 Por ejemplo, en 2013 aparecieron algunas noticias vinculadas a este tema, como “Casi en temporada, temen por la falta de cosechadores de fruta” (Los Andes, 06/01/13), y “La falta de cosechadores, una realidad” (Los Andes, 16/01/13). Estas noticias coinciden en remarcar que ‘a pesar de las diferentes campañas informativas realizadas por el Gobierno, los subsidios acaban pesando sobre la oferta laboral’, dado que es el ‘miedo’ a la pérdida de las asignaciones lo que repercute sobre una menor oferta de mano de obra local para las cosechas.
14
poco remuneradas” junto a “la gente que viene de afuera”. En este marco, algunos argumentan que la
disponibilidad de trabajadores migrantes dispuestos a trabajar por remuneraciones que ellos rechazan,
entorpece su capacidad de negociación con el sector patronal:
… cuando empezaron esta cosecha, empezaron pagando $1 la ficha, y eran todos paisanos, y
dijeron, “bueno el que quiere entrar a la viña que entre y si no, que se vaya”, y claro, todos los
bolivianos entraron y los de acá, que no les convenía, se vinieron porque daban $1, ¿y usted sabe lo
que es llenar un tacho por $1… y cómo se lo exigen acá? (entrevista a trabajador rural mendocino,
Tupungato, 2009).
Al mismo tiempo, los migrantes bolivianos entrevistados también se refieren a las peores
remuneraciones que reciben en comparación con algunos trabajadores argentinos:
Nos pagan el precio de una gallina muerta […] y la pobre gente saliendo de acá a las 5 de la
mañana, para volver a veces a las 9, 10 de la noche… ahora en este tiempo son 15, 16 horas de
trabajo (entrevista a trabajador boliviano, 25 de Mayo, 2010).
Algunos “criollos de acá” explican que se prefiere contratar a trabajadores bolivianos, no tanto porque
los de acá “sean vagos que se conforman con cajas de mercadería”, sino más bien porque los
trabajadores bolivianos se encuentran supeditados a una situación estructural que dificulta aún más sus
capacidades de negociación con el sector patronal, lo que facilita su contratación por menores
remuneraciones:
… lo que pasa es que hay mucha gente indocumentada, los bolivianos… son mucha gente que acá
no hay control, por ejemplo acá, [una empresa] tiene cerca de 80, 90 personas, y un argentino, un
criollo acá, como llamamos, pueden haber 3 o 4, entre 80 o 90 bolivianos […] inclusive el año
pasado me decía acá un muchacho vecino que ellos estaban cosechando y el que era capataz, el que
daba la ficha, los corredores… todos bolivianos, y ellos [los patrones] le dan la prioridad a los
bolivianos (entrevista a trabajador rural mendocino, Tupungato, 2009).
De este modo, la preferencia por contratar a bolivianos que es denunciada por los criollos, sienta las
bases para las hostilidades entre ambos grupos que disputan por los mismos segmentos del mercado de
trabajo. Ante su posición de desventaja, no resulta extraño que algunos “criollos de acá” incrementen
sus discrepancias con los trabajadores bolivianos apelando a su condición de nacionales legítimos:
… todos bolivianos, y ellos le dan la prioridad a los bolivianos y bueno le digo, la culpa la tenemos
nosotros mismos porque tendríamos que ir a gendarmería o averiguar a dónde tenemos que ir para
15
dar conocimiento y decirles, “mire quiero que hagamos una inspección ahí porque creo que hay
gente indocumentada o queremos saber”… porque a nosotros que somos de acá, argentinos, nos
están sacando los mismos extranjeros (entrevista a trabajador rural mendocino, Tupungato, 2009).
No obstante, la generalización que realizan los trabajadores locales sobre “los bolivianos” invisibiliza
una gran heterogeneidad, ya que no todos son indocumentados, no todos trabajan en las cosechas o son
pobres, como tampoco todos son migrantes recientes.
Por otro lado, esta valoración negativa sobre los “bolivianos indocumentados” no sólo se limita a las
percepciones de algunos de los criollos con los cuales compiten en el mercado de trabajo; sino que
también se replica en las narrativas de algunos pobladores locales que viven en los barrios de
trabajadores agrícolas y que interactúan con la población migrante en distintos ámbitos de la vida
cotidiana. Por ejemplo, en ocasión de una entrevista realizada en 2012 a una pobladora riojana que
vive en uno de estos barrios desde hace 40 años, nos comentaba:
… ellos llegan sin nada y ya se vienen acá al comedor, y después de dos años ya andan con una
camioneta […] son muy envidiosos y competitivos entre ellos […] lo único que les importa es la
plata, trabajan, trabajan y trabajan y casi ni comen para ahorrar […] por eso les va bien, porque
reciben todo del estado y se ahorran lo que trabajan, en cambio una tiene que pasar años y años
para subir una parecita, para progresar algo, porque a nosotros el estado no nos ayuda como a ellos
y después dicen que son discriminados… los discriminados somos nosotros.
De este modo, podemos advertir cómo las narrativas de algunos agentes vinculados al mercado de
trabajo agrícola son también reproducidas en otros contextos. En ellas, la condición de extranjería
resulta el marcador más relevante para inferiorizar y estigmatizar a los trabajadores que son marcados
como “los bolivianos” por pobladores y trabajadores locales.
No obstante, como hemos señalado, estos procesos de etnicización de los migrantes provenientes de
Bolivia, no remiten sólo a su condición de minoría no nacional; sino también a su condición de
trabajadores, asociando “el trabajo duro y mal visto de cosechar” con los “obreros bolivianos”. Así, la
segmentación del mercado laboral agrícola se regula prioritariamente por esquemas de discriminación
(Herrera Lima, 2005) que recaen, no sólo sobre los trabajadores que ocupan estas posiciones: los
bolivianos; sino además sobre las actividades que realizan: las cosechas agrícolas.
La conformación de estos nichos laborales se opera naturalizando y legitimando la asignación de “los
bolivianos” a “estos” tipos de trabajo y no a “otros”, lo que contribuye a que se encuentren
sobrerrepresentados en estas actividades:
16
Yo creí, cuando llegué el primer día. Yo creí que todos mendocinos iban a salir y después todos
morenos salieron a cosechar, eran todos bolivianos, hijos de bolivianos (entrevista a trabajador
boliviano, Ugarteche, 2012).
… la mayoría de la gente boliviana se quedan aquí en provincia de Mendoza, en Argentina, si no
viniéramos nosotros no sé qué haría la Argentina… no hay gente, si no estaríamos nosotros la
cosecha no se levanta (entrevista a trabajador boliviano, Cordón del Plata, 2009).
Por su parte, en lo referido a “las cosechas agrícolas” también se constatan procesos de naturalización
y legitimación de una actividad históricamente precarizada en la agricultura de Mendoza:
Hay, como te decía, tanto la patronal, inclusive a veces parte de los mismos trabajadores y la
sociedad en su conjunto, muchas veces tienen un discurso legitimante de esa situación, o sea, está
bien que haya explotación del trabajador agrario porque ha vivido siempre así, porque el trabajo
rural es un trabajo jodido y el que trabaja ahí lo tiene que aceptar, y lamentablemente es difícil
porque está muy instalado sobre todo en la provincia de Mendoza ese discurso. Y los migrantes,
que están en una situación de indefensión total (entrevista a personal del RENATEA15, 2013).
En este fragmento el entrevistado da cuenta de los procesos de legitimación – vía la naturalización- de
las condiciones históricas de precariedad del trabajo en la agricultura, que se justifican apelando a
“que es un trabajo jodido y siempre ha sido así”. Estas condiciones actúan como telón de fondo para
un conjunto heterogéneo de trabajadores, como los criollos de acá, los migrantes internos y bolivianos,
junto a sus hijos. Sin embargo, frente a este denominador común, el entrevistado destaca la “situación
de indefensión total de los migrantes”, para referirse a aquellos que se encuentran en situación de
irregularidad, lo que dificulta su acceso a mejores arreglos laborales, quedando confinados a la
informalidad. En relación a este aspecto, Courtis & Pacceca sostienen que “quienes trabajan en
condiciones precarias son sin duda vulnerables, pero quienes trabajan en condiciones precarias y
además son extranjeros en situación irregular, están permanentemente y estructuralmente al borde de
la explotación” (2006, p. 4). Esto fue señalado por algunos de nuestros informantes:
… a nosotras porque somos bolivianas y a veces no tenemos documento alguno, entonces se
aprovechan [¿y cómo se aprovechan?] Nos hacen trabajar más y algunos no quieren pagar… aquí
en Cooperativa, un año ha sido, no quería pagar, al hombre lo han sacado así, le han metido una
piña al hombre ese porque no pagaba [¿Y no les pagaron al final?] Y no, no te digo [¿Y no tienen
15 Registro Nacional de Trabajadores y Empleadores Agrarios (RENATEA), es un ente autárquico en jurisdicción del Ministerio de Trabajo, Empleo y Seguridad Social (MTEySS) creado por el Nuevo Régimen de Trabajo Agrario, Ley N° 26.727, modificatoria de la Ley N° 25.191.
17
cómo reclamarle, después si no les paga?] Claro, no tenemos ningún papel, no tenemos contrato, no
hay a dónde ir, no hay cómo ir… cómo, eso es lo que pasa […] nos perjudica que no podemos tener
tanta cosa que nos piden para el DNI (entrevista a trabajadoras bolivianas, Cordón del Plata, 2009).
Es imprescindible avanzar en la tramitación de los documentos para estas personas, porque la
condición de indocumentación los convierte en carne de cañón para usar, sacándose un beneficio
propio del indocumentado (entrevista a párroco de la iglesia local, 25 de Mayo, 2010).
Así, la condición de irregularidad de la condición migratoria está asociada al trabajo no registrado, aún
en el marco de una normativa que reconoce los derechos humanos de los migrantes. No se trata solo
de la no accesibilidad a los derechos sociales sino también, de la vulnerabilidad que los posiciona en
una situación de mayor explotación (“nos hacen trabajar más”, “algunos no quieren pagar”), que
convierten a estos trabajadores en “carne de cañón para usar”. Por otra parte, es común que se culpe a
los propios trabajadores indocumentados por ser contratados informalmente, “en negro”, aún cuando
en 2004 se puso en marcha un Plan de Regularización Migratoria junto con la sanción de la nueva
normativa. De este modo, no se considera el beneficio que pueden obtener de ello la patronal y los
cuadrilleros y se invisibilizan las condiciones de informalidad que también han afectado
históricamente a muchos trabajadores documentados, tanto argentinos como inmigrantes.
Reflexiones finales
En este capítulo nos hemos propuesto analizar el modo en que las identificaciones étnico-nacionales
contribuyen a la segmentación del mercado laboral agrícola de Mendoza, dando cuenta especialmente
de los estereotipos con que se define a los trabajadores bolivianos. Hemos señalado que las
identificaciones étnico-nacionales se construyen en contextos históricos específicos y a partir de
relaciones asimétricas de poder entre nosotros/otros, dando cuerpo a jerarquías que, sobre la base de
clasificaciones culturales, naturalizan y legitiman las divisiones de clase.
Nos hemos referido a la manera en que se cimentaron los tópicos opuestos del europeo – trabajador,
moderno y blanco - y el criollo – vago, atrasado y mestizo - en el mercado laboral agrícola de
Mendoza hasta mediados del siglo XX, momento en que comenzaron a arribar a Mendoza trabajadores
bolivianos que se articularon a las cosechas agrícolas. Tomando en cuenta el modo en que se
estructuró la matriz clasificatoria de la otredad en la sociedad de origen, que ubicaba a los coyas del
altiplano en los escalones inferiores; hemos descripto la forma en que la misma fue resignificada en la
sociedad mendocina, donde los migrantes bolivianos quedaron asignados a posiciones similares,
resultando estereotipados como “muy trabajadores, humildes y sumisos, buenos para las cosechas”.
18
Posteriormente, en base a nuestro trabajo de campo, hemos planteado que en las primeras décadas del
siglo XXI el estereotipo homogeneizante sobre el obrero boliviano muy trabajador y poco
problemático, continúa siendo reproducido por las narrativas de algunos dueños y personal jerárquico
de las empresas agrícolas y de ciertos cuadrilleros que contratan mano de obra estacional para las
cosechas. Concluimos que dichas narrativas justifican la segmentación étnico-nacional de este
mercado laboral, apelando a ciertos atributos que se suponen innatos en los trabajadores bolivianos,
por el hecho de ser “extranjeros o provenir de zonas rurales”. De este modo, se naturaliza su
asignación a las labores más duras de la agricultura, a la vez que se omite considerar los mayores
niveles de explotación vinculados a condiciones económicas, sociales y jurídicas que se enmarcan en
el proceso migratorio.
Hemos mostrado cómo, en este campo de fuerzas, algunos migrantes bolivianos más recientes
reproducen este estereotipo en función de sus experiencias de socialización laboral temprana en el
marco de economías campesinas de sus sociedades de origen, sentando la base de cierto orgullo étnico
que naturaliza su asignación a las posiciones más bajas de la jerarquía laboral de la agricultura
mendocina. Asimismo, hemos puesto de manifiesto las formas en que otros migrantes llegados
previamente así como sus descendientes nacidos en Argentina, disputan este estereotipo y abren
nuevos puntos de fuga, que habilitan posibilidades para confrontar esta etnicización hegemónica. En
este marco, se pone en evidencia que la generalización “los bolivianos” homogeneiza las diferentes
posiciones sociales dentro de este colectivo de identificación.
Finalmente, hemos analizado el modo en que estas clasificaciones operadas en el mercado laboral, se
imbrican con las construidas en los contextos de la vida cotidiana de los barrios rurales donde viven o
transitan los trabajadores bolivianos que participan de las cosechas. Hemos señalado que en estos
ámbitos, la condición de extranjería resulta el marcador más relevante para inferiorizar y estigmatizar
a los grupos de trabajadores agrícolas calificados homogéneamente como “los bolivianos”.
El concepto de “racialización de las relaciones de clase” (Margulis, 1999) ayuda a comprender mejor
el modo en que la discriminación hacia estos migrantes, incide en la segmentación del mercado laboral
agrícola en Mendoza dado que, como sostiene Caggiano (2008), el racismo permite y legitima la
explotación, configurando relaciones de dominación que dan cuerpo y contenido a las relaciones de
clase.
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