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MEDITACIÓN Y PENSAMIENTO Sílvia Palau Pujols

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MEDITACIÓN Y PENSAMIENTO Sílvia Palau Pujols

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ÍNDICE: INTRODUCCIÓN 4 YOGA Y MEDITACIÓN 6 ESCUELAS MÁS IMPORTANTES EN LA TRADICIÓN MEDITATIVA:

BUDISMO: Introducción 12 Técnicas de meditación 17 Shamata 18 Vipassana 22 BUDISMO ZEN 28

LA POSTURA MEDITATIVA 33 SERIES DE YOGA PARA PREPARAR LA POSTURA DE MEDITACIÓN 40 MEDITACIONES 43 OBSERVACIONES FINALES 47 BIBLIOGRAFÍA 51

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La naturaleza del mundo es como la naturaleza de mi mente, siempre hay algún ruido, sea el sonido de un pájaro o el del viento o el retumbar de un pensamiento. (Paseando por Amalurra en pleno seminario Vipassana) “Un día lo interior y lo exterior se encontrarán en uno y tú despertarás, como el sueño de un nuevo mundo guardarás lo que has alcanzado por ti mismo, sin poder transmitirlo a nadie”. Wu-men-kuan. (1) (1) Citado por José Santos Nalda, Iniciación al zen, Ediciones Mensajero

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INTRODUCCIÓN Cuando me planteé el tema de la tesina final a desarrollar después de cuatro años de formación no dudé ni un instante (aunque la duda es sana): meditación. Empecé a practicar yoga por casualidad (aunque las casualidades no sé si existen) en el año 1991 y lentamente el yoga me llevó a la meditación. Tan lentamente que creó que tardé unos seis años en sentir la “necesidad” de meditar. El inicio fue precioso: sentía la conexión y confianza en la vida, la vida y yo no íbamos por caminos separados. También la frontera entre mi mente racional y mis emociones se iba diluyendo, la separación entre mi cabeza y mi cuerpo se iba aproximando, podía poner cierta distancia y observar mis pensamientos y mis emociones sin vivirlo como un torbellino que no podía dominar... Con el yoga había empezado un camino al que al añadir la práctica de la meditación (aunque todo el yoga es meditación) sentía un fuerte empujón para seguir andando. Pero el maravilloso revulsivo del principio se va calmando para dar paso a la constancia de sentarse cada día a observar la propia mente (tan juguetona), detectar las artimañas del ego, sin perder la fe y la confianza en seguir practicando y poder ver la realidad tal como es. Sin grandes expectativas, sin fijar ninguna meta ya que uno se da cuenta que es en el propio camino donde reside la enseñanza. Meditar para mi no es siempre placentero pero algo hay que me hace sentar cada día en el cojín. Siento que la meditación me hace sentir una persona algo más libre al enseñarme desde la distancia los patrones mentales a los que estoy atada, es difícil modificarlos pero el solo hecho de observarlos o ser consciente de ellos me da libertad. Observo la dosis de sufrimiento que hay en mi vida y observo como la meditación la relaja, la desdramatiza. Siento que cuando el ego lo permite puedo sentir también la dosis de sufrimiento que hay en el mundo y compartirlo. Siento también como si me enchufara durante ese ratito de la práctica a la energía directa de la vida y cargara mis pilas. Descubriendo que la espiritualidad no es algo que está lejos de mí, quizás en el cielo, sino muy cerca, porque puedo sentirla dentro de mi propio cuerpo. Son todos estos motivos los que me han llevado a escoger la meditación como tema a profundizar. Pero, ¡menudo tema! Por un lado pienso que no tiene ningún sentido escribir sobre meditación porque es mejor sentarse en el cojín y callar (decía Swami Sivananda que vale más una onza de práctica que toneladas de teoría), o comparándolo con el nadar por muchas teorías que se hayan estudiado hasta que uno no se mete en el agua no se produce la experiencia.

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Creo que meditar se puede resumir en dos líneas, siguiendo las enseñanzas del maestro de maestros Patañjali: conseguir que nuestra mente sea tan transparente que nos permita ver lo que hay detrás, que es nuestra esencia. La práctica del yoga y, por lo tanto, de la meditación, purifica la mente para que brille como un espejo que refleja nuestra propia naturaleza espiritual. Por otro lado, al empezar a plantearme el trabajo veía la inmensidad de enseñanzas a las que acceder (escuelas, tradiciones y páginas y páginas escritas sobre meditación) y con la sensación añadida de que ya está todo dicho, todo escrito. Necesitaba un hilo del que tirar, como el hilo de Ariadna para salir del laberinto, y he recorrido a ese camino de vida que se llama yoga y a la gran escuela de meditación que es el budismo. Para la parte dedicada a yoga y meditación he utilizado mis apuntes de las charlas sobre Patañjali dadas por María Puig, para la técnica de meditación Shamata he utilizado mis apuntes del trabajo de meditación con Lama Tashi Lhamo y para la parte de Vipassana mis apuntes con Carlos Fiel y Fernando Rodríguez. Y como no, los apuntes, conocimientos, prácticas, etc., etc., etc., de los cuatro años de formación con Arjuna Peragón y Carlos Fiel.

Gracias y mi más profundo reconocimiento a todos ellos y en especial a Arjuna, que siempre que he necesitado sus sabios consejos ha estado allí para poderme guiar, que sé que está y esto, no sé muy bien como describirlo, pero es muy bonito.

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YOGA Y MEDITACIÓN Yoga no es tanto una serie de asanas, de posiciones corporales o de ejercicios de respiración y de concentración sino un estado, un estado de unión entre el cuerpo y la mente y, aún más, un estado de integración de la totalidad de nuestro ser. La raíz de la palabra yoga, yug, proviene de yugo, unión. Y la práctica del yoga nos encamina hacia esta unión, hacia la no dualidad. Dualidad es una palabra que irá repitiéndose constantemente, pero es que podemos sentir en nosotros diferentes dualidades, empezando por la dualidad o separación entre yo y los otros, siguiendo hacia la dualidad o separación entre la mente y el cuerpo. Sentimos a menudo que tenemos un cuerpo como si se tratara de una posesión más, o como si fuera algo separado de nosotros que cuelga por debajo de nuestra cabeza. A través del yoga dejamos de tener un cuerpo para ser un cuerpo. Lo habitamos, lo sensibilizamos y le devolvemos su dimensión sagrada. Se trata de bajar la atención, situada en la mente y en el discurrir de los pensamientos para establecerla en el cuerpo. Manteniendo la asana sentimos como hemos colocado el cuerpo, los puntos de equilibrio y de tensión corporal, donde tira la musculatura y, por lo tanto, donde debemos llevar la atención y la respiración para soltar dicha tensión, para aflojar el cuerpo, porque solo un cuerpo relajado nos permite flexibilizarlo, estirarlo, proyectarlo… Este sentir el cuerpo nos estabiliza también la mente, que se aleja del discurso mental para fundirse con él. La mente está en cada una de las células de nuestro cuerpo. Relajamos el cuerpo y relajamos la mente, sintiéndonos un todo unificado. Yoga es el camino hacia esta unión y en ese recorrido podemos diferenciar unos procesos de evolución ya definidos por Patañjali al recoger y estructurar toda la tradición del yoga en los Yoga-Sutra (no se sabe con precisión el siglo en que vivió Patañjali, que puede ir del II a.C. aL V d.C., lo que sí sabemos es que él recoge en su tratado la disciplina yóguica de siglos anteriores). Patañjali plantea el yoga como un camino de purificación, que se consigue de manera progresiva y continua, lentamente, de nivel a nivel y que recibe el nombre de Ashtanga Yoga. Cuando los ocho niveles del Ashtanga Yoga están establecidos aparece el conocimiento, el discernimiento. Empezamos el recorrido por nuestra propia conducta, por nuestra ética de vida que son yama –nuestra relación con el mundo- y niyama –nuestra relación con nosotros mismos-. Vivir es estar en relación, relación tanto con el mundo exterior como con el mundo interior y buscamos que esta relación sea armoniosa. La práctica de yama y niyama es imprescindible, es una purificación inseparable del proceso del yogui. Es la base que sustenta el camino posterior, porque practicar yoga sin tener en cuenta como nos relacionamos con el mundo o con nosotros mismos no es más que un sinsentido. Yoga es también un sistema ético que depende de nuestras emociones y nuestra forma de relacionarnos, nuestras acciones deben colaborar con el bienestar del mundo, de los otros seres: coherencia en nuestras acciones,

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transmisión de paz a nuestro alrededor, contentamiento, aceptación, respeto y sinceridad hacia nosotros mismos y en consecuencia hacia los demás, etc., son frutos de yama y niyama. Desde esta conciencia trabajamos la práctica de asana. Corporalmente asana es un centramiento del cuerpo en una posición, pero como ya señalábamos al iniciar este capítulo va más allá de una posición tan solo física Una vez situados en la posición debemos tener presente el equilibrio “sthira-sukha”, que significa el equilibrio entre el esfuerzo y el abandono, es decir sentir que nos situamos en el punto intermedio entre el esfuerzo justo para mantener la posición y la comodidad o relajación corporal para abrirnos a los efectos del asana, la posibilidad de relajar la musculatura sin perder la atención. Si hay demasiada tensión o esfuerzo para mantener la posición el cuerpo agarrotado no disfrutará de los beneficios del asana, pero si hay excesiva comodidad será más difícil mantener la actitud de centramiento mental y corporal que conlleva el yoga. Estamos hablando de cuerpo pero no perdemos de vista la actitud mental, ya que el mantener una posición estática durante un determinado espacio de tiempo nos permite también observar como están nuestros pensamientos, sus movimientos, sus discursos o narraciones. Aparece la incomodidad, el cansancio o el aburrimiento pero debemos observar estos pensamientos para ver si realmente no son más que un defensa para huir del instante presente, observar que la mente se cansa antes que el cuerpo y lucha si se siente aprisionada en el presente buscando la evasión. Debemos aplicar entonces el equilibrio “sthira-sukha” antes descrito también a la mente: aflojar, liberar y relativizar los pensamientos y, al mismo tiempo, no huir del momento presente, del trabajo de asana. Debemos buscar equilibrio en el esfuerzo, una práctica inteligente para no ser rígidos sino capaces de adaptarnos y desidentificarnos. Y siguiendo con el maestro Patañjali “cuando âsana es realizado aparece pranayama”. Pranayama, o alargar la respiración a través de un ritmo y unas retenciones respiratorias, conociendo también la íntima relación entre la respiración y los estado mentales. La respiración pasa de ser automática a consciente al poner la atención en el fluir del aire y nos permite estabilizar la mente. Pranayama al estabilizar la mente nos conducirá a pratyahara: retracción de los sentidos para desconectarse de los estímulos externos. Llevamos los sentidos hacia el interior porque sin pratyahara no hay meditación. Ver directamente sin mezclar elementos del pasado, se trata de la percepción pura sin interferencias. Pratyahara es como el elemento bisagra para dirigirnos a la interiorización, ya que progresivamente pasaremos a dharana (la concentración, la capacidad de dirigir la mente hacia una dirección) y a dhyana (la meditación). La evolución del estado meditativo nos conduce a samadhi (la liberación del sufrimiento) pero es necesario detenerse en cada uno de estos angas (pratyahara, dharana y dhyana) porque son imprescindibles para dicha evolución. Samadhi es la no dualidad de la mente, la no división de la mente consigo misma, es la capacidad de comprender que la separación entre el pensador y el pensamiento que sentimos en meditación es puramente abstracta, es la no fragmentación que aporta la ausencia de

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identificación. Al desaparecer la identificación y el ego la mente se vuelve transparente, se desactiva. Es el surgir desde la profundidad el estado de conciencia divino, es el conocimiento de nuestra verdadera esencia y, por lo tanto, de su origen. Este recorrido por los ocho angas de Patañjali nos enseña como el mismo yoga es meditación. No perseguimos solo el trabajo corporal sino la invocación, la presencia en el instante que nos conecta con la naturaleza de nuestro ser. Ver que este proceso que hemos detallado por partes también es un todo integrado, en asana nos instalamos en la postura, en pranayama a través de la respiración damos serenidad a nuestra mente para llevarla al estado de dhyana o meditación. Los ocho niveles del ashtanga yoga de Patañjali son un proceso, un paso a paso hacia el discernimiento, pero los ocho niveles están absolutamente interrelacionados. Yoga es meditación, asana debe ser también una meditación, como también podemos mantener el estado meditativo en yama, es decir, en nuestra relación con lo que nos rodean en nuestra vida cotidiana. Por otra parte yoga es como un espejo que nos muestra como está nuestro cuerpo y como está nuestra mente, cuando observamos lo que dicho espejo nos refleja debemos aflojar nuestra reactividad, en el sentido de no reaccionar rechazando o identificando, sino aceptar el instante presente y solo contemplar. Contemplar nuestro cuerpo que nos enseña donde están nuestros límites físicos y ver que nuestros límites son los buenos, que no hay límites mejores o peores porque es con los nuestros con los que vamos a evolucionar. Contemplar también los pensamientos como lo que son: un pensamiento, sin identificarnos. La mente purificada por el proceso yóguico se convertirá en un espejo donde poder ver el reflejo de nuestra propia naturaleza. Al situar el yo en la mente creemos que nosotros somos nuestros pensamientos cuando la mente pertenece a la naturaleza cambiante. La mente tiene una parte funcional y debemos conocerla para que la mente no se convierta en nuestro enemigo sino en nuestra aliada. La mente tiene sus propias funciones. El procesamiento de la información que nos llega a través de los sentidos, la memoria, la imaginación… Recordarnos que cada experiencia es una suma de elementos, un compendio formado por elementos visuales, auditivos, olfativos, gustativos, táctiles y mentales, ya que percibimos el presente a través de las seis puertas de los sentidos: ojos, oídos, nariz, lengua, cuerpo y mente. Percibir la naturaleza real del cuerpo y de la mente, y de los fenómenos físicos y mentales que nos conforman. Ya hemos visto que la mente del yogui es como un espejo que nada aferra ni nada rechaza. Quizás la parte más difícil de aceptar es nuestra propia sombra. En la psicología analítica de Jung, la “sombra” es el conjunto de modalidades y posibilidades de existencia que el sujeto no quiere reconocer como propias porque las considera negativas –con respecto a los valores que ha codificado-, y que aleja de sí mismo

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para defender su identidad, pero con el riesgo de paralizar el desarrollo de su personalidad. Comprendiendo que la personalidad (aquello que creemos que somos) se construye como reacción ante el mundo. Sabemos que el ego apuesta por la cara positiva de la vida (éxito, abundancia, placer...) y deja de lado aquello que considera negativo (dolor, fracaso, error, soledad....). Al reprimir o negar la parte que hemos etiquetado como negativa ésta no desaparece, pero la convertimos en inconsciente. Entonces al rechazar en lugar de aceptar lo que consideramos negativo no hacemos más que aumentar el sufrimiento. Debemos entender que la felicidad no reside en nuestra parte más brillante sino en la aceptación de la dualidad de nuestro mundo, en la integración del todo. Yoga es un proceso de desidentificación. El yoga nos muestra que la realidad se puede observar desde diferentes ángulos, nos aporta distancia para poder aceptar la propia realidad y ser capaces entonces de aceptar la realidad del otro. Con el yoga y con la práctica de la meditación unimos esta fragmentación, buscamos la unión de cuerpo, pensamientos y emociones. Patañjali nos dice que el método consiste en hacer que las actividades de la mente se tranquilicen, calma y atención para llegar al conocimiento, ya que al disminuir la agitación mental podemos comprender las cosas. Si la mente está muy agitada la percepción no es correcta, pero la mayor dificultad es la de diferenciarnos de la mente. Percibimos a través de la mente y ésta como decíamos antes forma parte de la naturaleza que cambia. La mente es como un intermediario al servicio de la conciencia que es pura, si la mente es fluida no deforma la percepción, porque la mente transparente no se interpone y deja pasar la luz. El yoga pretende limpiar las impurezas de la mente para que la percepción sea nítida y real. El camino es a partir de la disciplina y el desapego progresivo. Sin disciplina la mente con sus leyes físicas de inercia vuelve una y otra vez a lo mismo frenando su evolución, pero al hablar de disciplina podemos aplicar de nuevo el concepto de “sthira-sukha”, de nuevo el equilibrio entre el esfuerzo y el abandono, practicar el esfuerzo justo, utilizar el esfuerzo de una manera inteligente. Debemos evitar también caer en la desesperación sintiendo la confianza en el propio proceso, recordarnos el objetivo para concentrar la energía y no dispersarla. Patañjali nos habla de una actitud humilde y paciente para aceptar las dificultades y los errores como parte del aprendizaje, aceptación de la imperfección, aceptación de la situación, incluso cuando sentimos la mente agitada, la ansiedad o el sopor y el cansancio. Esta confianza en el proceso nos aporta energía para la práctica y para llegar a los estados superiores de conciencia, que sin confianza abandonaríamos. Confianza en la pureza y eternidad de purusha (espíritu), confianza en la paz de la propia mente, confianza en las enseñanzas del yoga, porque otras personas antes que nosotros han seguido este proceso. Los orígenes del yoga se remontan a los Vedas (libros sagrados del hinduismo) que ya nos hablan del ser humano con relación a su sufrimiento, a su existencia. El sufrimiento en mayor o menor medida está en todas partes y en cada uno de nosotros. El Yoga es un proceso de eliminación del sufrimiento y para que disminuya

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deben disminuir las causas que lo producen. Hay cinco fuentes de sufrimiento que reciben el nombre de kleshas: Avidya, Asmita, Raaga, Dvesa y Abhinivesha. Avidya es la ignorancia y se refiere a la ignorancia de no saber quienes somos, este desconocimiento es lo que nos hace sufrir. Los demás kleshas no son más que derivados de Avidya, derivados de la ignorancia. Asmita es el ego, la falsa identificación, necesitamos saber quienes somos pero mientras no lo conseguimos creamos una falsa realidad que es el ego. Raaga es el apego a la búsqueda de bienestar, el deseo de felicidad a través de la percepción sensorial. Dvesa es la aversión, el rechazo o no-aceptación del sufrimiento, que lo incrementa. Abhinivesha es el miedo, el miedo arraigado en nuestro interior como instinto de protección pero innecesario cuando se obtiene el discernimiento. Es a través de la práctica del yoga, que purificamos los klesha, no a través de la voluntad ni a través del rechazo o la lucha. La lucha solo nos aportará más resistencia. Para purificar estos cinco obstáculos debemos aplicar el kriya yoga a nuestra vida cotidiana y el kriya yoga está compuesto por tapas (disciplina, práctica), svadyaya (auto indagación) y Ishvara Pranidhana (desprendernos de los frutos de la acción para entregarlos a la fuente). Hemos hablado de disciplina y en ella encontramos la práctica. Tanto para el yoga como cualquier otra escuela de meditación con la que nos sintamos identificados, la práctica es la base de nuestro crecimiento y no hay posibilidad de substituirla por libros y libros que leamos, ya que no es a través del intelecto que equilibraremos nuestro cuerpo, nuestra mente o nuestro espíritu. Me gusta un texto de Lee Lozowick, que cita Mariana Caplan, donde se nos ofrece una solución al sufrimiento que no reside en la iluminación sino en la propia práctica: “La solución es posible. Hay una solución para el sufrimiento que experimentamos. La respuesta es “práctica”; y la práctica es ahora. Deberíamos pensar: “Necesito practicar. Dios necesita que practique. El universo necesita que practique. El gurú necesita que practique. Yo necesito practicar, quizás más que nadie”. Cultiva la perspectiva de la práctica como solución, no el despertar o la iluminación.” 1 La práctica nos aporta energía pero debe ir unida a la auto indagación, como nos decía Arjuna Peragón a los futuros profesores de yoga, mucha disciplina sin luz es como transformar sin saber el porque, y mucha indagación sin la energía de la práctica solo te puede convertir en un erudito. La enseñanza espiritual no puede ser meramente intelectual pero si es necesaria la auto indagación, el interés por la investigación y el estudio de las enseñanzas. Aunque estar plenamente educado no quiere decir haber leído libros y libros de grandes maestros espirituales sino que es el interés por un estudio profundo, de investigación e interrogación y siempre de enraizamiento en la experiencia personal. Llevar después el conocimiento intelectual a la experiencia cotidiana. 1 MARIANA CAPLAN, A Mitad del camino. La falacia de la iluminación prematura., Ed.

Kairós. Pág.257.

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No es posible buscar la eternidad a través del ego. La primera noble verdad del budismo nos dice que todo es sufrimiento y volvemos sobre esta verdad para introducir el siguiente apartado dedicado a esta gran escuela del conocimiento.

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BUDISMO

La ciencia de la meditación nos hace transitar por el budismo. Como premisa debemos precisar que no podemos definir budismo como religión, o filosofía o creencia sino que budismo significa camino, un camino de conocimiento que conduce al despertar espiritual. También se puede traducir como vía interna. Una vía que nos muestra a través de las enseñanzas (en sánscrito “darhma”) que la verdad se encuentra en el interior de cada uno. El Budismo nos permite conocer el funcionamiento de la mente, es una vía espiritual con un componente científico, de investigación y experimentación interior. La palabra Buda significa despierto, entendiéndolo como el “estado del despertar espiritual”, es decir, el estado natural del ser, pero Buda es también el nombre que recibe Siddharta Gautama, nacido en el siglo VI antes de Cristo en Kapilavastu -norte de la India (actualmente estaría dentro de Nepal)- e hijo de un jefe de una tribu llamada sakhya. Nacido entre palacios y rodeado de lujos se casó a los veintinueve años y tuvo un hijo. Pero a pesar de su aparente felicidad se sentía insatisfecho y decidió ir más allá de dichos muros para conocer la realidad existente. Dejó atrás todo lo que poseía y amaba para internarse en el bosque y buscar respuesta a todas las cuestiones, conflictos y angustias que luchaban en su interior. Visitó maestros, vivió en las condiciones más precarias hasta que decidió parar, sentarse al pie del árbol bodhi y meditar hasta que alcanzó el despertar, convirtiéndose en Buda. Una vez reconocido como sabio recibió el nombre de Buda Sakhyamuni (muni significa sabio por lo que podríamos traducirlo como el hombre sabio de la tribu sakhya) y dedicó 40 años a transmitir sus conocimientos, recorriendo la India a pie. El Budismo nació en India pero con el transcurrir del tiempo se expandió hacia el Himalaya, el Sudeste Asiático, China y Japón, y condujo al desarrollo de varias escuelas. Donde llegaba el budismo no desplazaba la cultura autóctona sino que se mezclaba, dando un nuevo enfoque a la cultura tradicional del lugar. Las más

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importantes escuelas son “Mahayana” (vehículo grande) y Budismo Theravada o “Hinayana” (vehículo pequeño). Debemos tener en cuenta que el término Hinayana fue introducido por la escuela Mahayana, que nació como reacción crítica a la tradicional disciplina de su época, con lo que la clasificación entre Mahayana y Hinayana pertenece al movimiento Mahayana. La escuela Mahayana se encuentra mayoritariamente en Tibet, India y Japón (Budismo Zen que veremos más adelante), y se diferencia de la tradición Hinayana (Ceilán, Tailandia, Birmania) al defender que los “bodhisattvas” (sabios que han alcanzado la iluminación) permanecen en la tierra, continuando su ciclo de reencarnaciones (la rueda del “samsara”), para poder ayudar a otras personas en su camino hacia la iluminación. Bodhisattva es un buda potencial que renuncia al nirvana para liberar a los demás seres del sufrimiento, es aquel que lo abandona todo para ayudar al otro. Mahayana quiere decir literalmente gran camino, se le llama así porque es el camino a la Iluminación para un gran número de gente, para todos los seres. De modo que el budista del Mahayana no piensa sólo en su propio desarrollo espiritual sino en la liberación colectiva, trabaja para la salvación del otro antes que para la propia. Según el budismo todas las personas tienen el potencial para despertar espiritualmente. Debemos tener en cuenta que tanto la felicidad como el sufrimiento están en el interior de cada uno de los seres, y la primera lección que enseñó Buda es que todo es sufrimiento, que sufrir es un hecho tan natural como respirar. Negar el sufrimiento es acrecentarlo, el camino pasa por aceptarlo y ver que es lo que lo provoca, al conocerlo se nos da la posibilidad de trascenderlo, de ir más allá de él. LAS CUATRO NOBLES VERDADES QUE REVELÓ BUDA Podemos resumir las cuatro nobles verdades de la existencia que reveló Buda, la primera –ya citada- es que todo es sufrimiento. La segunda es la causa del sufrimiento, es decir, que debemos asumir la responsabilidad de dicho sufrimiento pues la causa se encuentra en el interior de cada uno (el deseo, el apego y la ignorancia son las causas del sufrimiento). La tercera es el cese del sufrimiento. La cuarta noble verdad, conocida como el óctuple sendero, nos dice que existe un camino para liberarnos del sufrimiento y nos indica unos pasos a seguir: .Visión correcta .Pensamiento correcto .Palabra correcta. .Acción correcta. .Medio de existencia correcto. .Esfuerzo correcto. .Atención correcta. Meditación correcta.

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En definitiva el óctuple sendero nos recuerda que nuestra conducta debe ser consciente, es decir, una conducta ética, de respeto hacia uno mismo y hacia el otro, de ser conscientes, por ejemplo de la energía de las palabras, del uso o acción que hacemos de ellas, etc. Como ya citábamos respecto a yama y niyama en los Yoga-Sutra de Patañjali, el camino espiritual conlleva inherentemente el respeto a unas leyes, a una ética de vida. Nuestra mente no puede estar en paz, por ejemplo, si nuestras acciones generan sufrimiento en los demás. El potencial para el despertar espiritual está pues en nuestro interior pero hay una serie de obstáculos o velos, en terminología budista, que nos impiden ver la auténtica naturaleza del ser –la naturaleza búdica-, que nos hacen permanecer en la ignorancia. Ignorancia, como definíamos en el capítulo anterior, en el conocimiento de la propia naturaleza del ser. Siguiendo las enseñanzas de la Lama Tashi Lamo dicha ignorancia produce un desdoblamiento de la experiencia entre observador y observado, y la correspondiente sensación de que el observador está en la mente pero que por otra parte la mente también puede observarse, por lo tanto la pregunta que los alumnos nos planteamos es ¿dónde estamos? El ejemplo que nos propone la Lama es muy evidente, si yo miro a otra persona el otro es el observado y yo el observador pero, ¿qué pasa cuando me miro mi propia mano? ¿me divido en dos? La misma sensación se produce cuando uno observa sus propios pensamientos o sus propias emociones. Es como encarar dos espejos con una sensación de distancia, pero debemos entender que no es más que un juego de la propia mente. En realidad el observador y el observado no se pueden separar, el observador y el observado se necesitan el uno al otro para poder existir. La ignorancia es la que nos produce esta sensación de separación entre el pensamiento y el que lo observa, y por consiguiente la separación entre yo y el mundo, e incluso entre yo y nosotros mismos. Desdoblamos la experiencia entre observador y observado, apareciendo el yo ya que pensamos que el observador es el yo, creando una línea de separación entre el yo y lo otro. A partir de aquí se produce un juego de atracción y rechazo entre “yo” y “lo otro”. Después de la ignorancia el segundo obstáculo es el apego, podríamos explicarlo como esa atracción o necesidad de aferrarnos a aquello que nos da seguridad, a aquello externo como pueden ser las emociones, los pensamientos, el trabajo, las personas que nos rodean... Apegarnos a lo que consideramos que nos aporta la felicidad. De la misma forma que surge el apego también se produce el rechazo a lo que consideramos como fuente de sufrimiento, intentando alejarlo, dejar de verlo creyendo que disminuirá el sufrimiento. En la meditación tendemos a crear un movimiento de apego y aversión según el pensamiento o emoción que observamos.

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La auto-observación nos permite ver nuestros automatismos (hay unos patrones repetitivos de comportamiento, una tendencia de pensamientos dominante), pero es necesario observarlos, permitir que se manifiesten para desmontarlos, o con la distancia que nos permite la observación relativizar su dominio sobre nosotros. Dicho proceso suele resultar doloroso por lo que la única forma de llevarlo a cabo es a través del amor hacia uno mismo, de la propia aceptación. O como también se suele citar: para llegar a nuestro cielo debemos primero transitar por nuestro infierno. Transitar por nuestra sombra, intentando no oponer resistencia ni rechazo sino autoestima para seguir caminando. EL KARMA Siguiendo las enseñanzas budistas, es importante también mencionar el concepto de la ley del karma -la ley de causa y efecto-. El karma es uno de los principios del budismo, que entiende que nuestra existencia está marcada tanto por las acciones de la vida presente como por los actos realizados en vidas pasadas (rueda de reencarnaciones). Independientemente de la creencia en la reencarnación, es esencial tomar conciencia de que nuestro futuro lo labramos con cada acción que desarrollamos en el presente y que cualquier acción tiene su efecto, una acción conlleva una respuesta. No se trata tanto de lo que hacemos sino de la manera como lo hacemos que tendrá una repercusión en nuestro futuro. Es decir, no buscamos realizar acciones buenas para obtener buen karma sino precisamente realizar las acciones sin tener en cuenta los frutos de dicha acción. La ley del karma nos enseña a asumir la responsabilidad de nuestra propia vida, ya que a los actos que realizamos les siguen unos determinados resultados, con lo que nos hace más conscientes de la responsabilidad sobre nuestras acciones, nuestras palabras y nuestras propias decisiones. La meditación nos permite comprender que nuestra cualidad mental determina nuestra realidad presente, que la vida depende del color del cristal con que se mire, que nuestra actitud ante los hechos de la vida es de suma importancia ya que afectará al resultado de nuestras acciones. Al mismo tiempo al meditar podemos tomar conciencia también de las huellas que nuestras acciones del pasado han dejado en nuestra mente, nuestro pasado reaparece para poder ser observado desde la distancia. Y, por otra parte la ley del karma nos muestra que nada es permanente, que nada escapa al cambio. Todo cambia constantemente con lo que también cambiará la realidad de nuestros apegos. Esta realidad nos enseña a ser flexibles ante este cambio constante y a verlo como una oportunidad para la propia transformación. Nos agarramos intensamente a aquello que creemos que nos produce la felicidad, pero al comprender que todo está sujeto al cambio nos será más fácil soltar, dejar

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que la vida fluya como un río sin sujetarnos o querer –por la no aceptación del cambio- nadar a contracorriente. Este encadenamiento a la ignorancia, al apego y al rechazo nos hace permanecer en el estado de “samsara”, que como ya hemos comentado anteriormente es el ciclo de existencias sujetas a la dualidad. Existen tres puertas por donde se fija o se libera el “samsara”, son el cuerpo (las acciones físicas), la palabra (las acciones verbales –no debemos olvidar el poder de la palabra) y la mente (los procesos mentales). En budismo se denomina a la felicidad del “samsara” la felicidad intermitente. No es ilícito buscar la felicidad ya que está en la esencia del ser humano buscarla, pero el problema o el error es que ponemos el acento en aquello que nos falta y esto genera más insatisfacción. Entendemos la felicidad como sinónimo de placer, de conseguir aquello que anhelamos, pero cuando buscamos con un objetivo todo lo demás que creemos que no forma parte de nuestra meta o deseo se convierte en obstáculo. Es importante tener una dirección pero incorporando estos obstáculos como parte del recorrido. Para poder llevar a término esta incorporación es necesario practicar la compasión y el amor (sin confundirlo como una aceptación pasiva, como una resignación) y al mismo tiempo recordarnos que a veces buscando la gran felicidad nos perdemos las pequeñas felicidades, el sentirse viviendo el instante presente. La no-dualidad es en realidad la auténtica naturaleza de nuestra mente, nuestra esencia es no dual, pero los obstáculos nos impiden conocerla. El proceso de purificación de estos obstáculos incluye trabajar con las características de la propia naturaleza de la mente, es decir, la capacidad de reconocimiento y de desbloqueo, capacidad que debe partir de abrir nuestro corazón. Por otra parte existen unas condiciones que se deben reunir para poder empezar a avanzar en el camino espiritual. Dichas condiciones (que no todo el mundo por desgracia puede reunir) son: -suficiente grado de sufrimiento como para tener renuncia. -suficiente grado de felicidad como para tener lucidez y estado de bienestar. -confianza en el camino hacia el despertar. -ganas de recorrer ese camino.

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TÉCNICAS DE MEDITACIÓN Tal como explicaba en la introducción utilizaré aquí mis apuntes de la valiosa introducción a la meditación por parte de Lama Tashi Lamo, que hace una diferenciación entre las técnicas de meditación reflexivas y la meditación no reflexiva: Meditación reflexiva Es aquella en que utilizamos conceptos o pensamientos como herramientas de meditación. Aprovechamos el hábito de nuestra mente de confundir los conceptos con la realidad. Para esta práctica utilizamos el juego creativo e ilusorio de la mente. De esta forma podemos meditar, por ejemplo, en virtudes como la compasión, la generosidad, la ecuanimidad, etc., trabajando los beneficios de dichos conceptos y potenciando la natural inclinación hacia lo positivo. Son meditaciones que nos purifican y abren nuestro corazón, donde creamos una vivencia para desarrollar una cualidad. El uso de la identificación de la mente a un concepto, por ejemplo, permite mayor apertura para nuestra mente en la meditación, si visualizamos primero la mente amplia como la sala donde nos encontremos, después como el edificio, después como la ciudad, después como el país, después como el mundo, después como el universo la mente se irá identificando con cada uno de los conceptos citados consiguiendo la experiencia de apertura mental. Otras meditaciones reflexivas budistas serían la meditación en la toma de refugio, la dedicación de méritos, etc. Respecto a la toma de refugio nos sirve para introducir las tres joyas del budismo: Buda, Dharma y Sangha, ya que se toma refugio o protección en dichas tres joyas. El practicante se sitúa bajo la protección o ayuda de las tres fuentes: la interpretación de Buda es la del ser que ha conseguido el despertar completo, de los tres tiempos (presente, pasado y futuro) y las diez direcciones del universo, por lo que no se refiere solo al Buda Sakhyamuni sino a todos los seres que han conseguido el despertar completo. Buda no es un dios sino un estado interior, el estado de despertar y el potencial para este estado está en el interior de cada uno de los seres, con lo que al situarnos bajo la protección de Buda lo hacemos también bajo la del maestro espiritual. Mariana Caplan2 da una gran importancia a este punto: “De las Tres Joyas, el maestro es quizás la más significativa en lo que respecta a proteger al estudiante y evitar que caiga en las trampas de la inflación del ego y la presunción prematura de iluminación”.

2 MARIANA CAPLAN, A Mitad del camino. La falacia de la iluminación prematura., Ed. Kairós. Pág.219

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Dharma se compara con el Tao, que no se puede definir, pero quizás la interpretación más próxima sería las enseñanzas espirituales en su globalidad, tanto de la tradición que practique el estudiante como del resto de tradiciones espirituales. El estudio de las enseñanzas es tan importante que el budista lo considera una joya y, por último, Sangha es la comunidad espiritual, los compañeros del camino, que de diferente forma que el maestro sirven también de espejo para que el practicante pueda verse reflejado y de apoyo para seguir avanzando. Meditación no reflexiva Como el propio nombre nos indica buscamos en esta meditación liberarnos del hábito de confundir los conceptos como si fueran la realidad y de liberar la mente de su proceso habitual de etiquetación, de establecer juicios, ya que están siempre influenciados por la propia experiencia personal. Por muy filosóficos que sean dichos conceptos condicionan la realidad y potencian la dualidad. A través de la meditación no reflexiva buscamos llegar a rigpa (el conocimiento desnudo). Dentro de las meditaciones no reflexivas tenemos: SHAMATA Shamata corresponde en sánscrito lo mismo que Zhi-n en tibetano y significa permanecer en la atención de una forma apacible, sin esfuerzo, sin lucha. Meditación aún dual pues practicamos desde la separación entre observador, observado y acción que los conecta (atención en un soporte). Entrenamos la mente para que esté estable y tranquila, para conseguirlo centramos la mente en el soporte. Buscamos el equilibrio en el sentido de no centrarnos en el soporte de una forma tensa sino abierta y en calma. El soporte permite estabilizar la mente agitada y tranquilizarla. Al centrarnos en el soporte la relación con él nos permite ver el estado de nuestra mente y podemos caer en una especie de circuito que iniciamos, por ejemplo, cuando vemos que se nos escapa el soporte debido a la cantidad de pensamientos que aparecen, sentimos que es un constante ir y volver al soporte, la reacción entonces suele ser de querer mantener la atención por fuerza, produciendo un exceso de tensión que nos puede bloquear la mente. Este bloqueo se puede confundir fácilmente en un estado calmado, de mente en blanco, cuando en realidad es una paralización fruto del exceso de tensión. Dicha tensión produce finalmente un cansancio a la mente que nos puede conducir al adormecimiento, otro efecto fácil de confundir con la calma meditativa, pero volverán los pensamientos y cuando uno de ellos nos ponga en alerta nos daremos cuenta que en realidad estábamos pensando y al rechazar de nuevo los pensamientos que aparecen podemos volver al comienzo de este circuito (añadir tensión para no perder el soporte que nos llevará

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por cansancio al sopor y después al sobresalto al ver aparecer un pensamiento, etc., etc.). ¿Qué debemos hacer entonces cuando vemos la agitación de nuestra mente? Responder a dicha agitación con relajación y una actitud abierta, permisiva (precisamente el contrario de lo que haríamos instintivamente que sería poner más tensión). Pero esta relajación siempre debe ir acompañada del cultivo de la atención. Aquí deberíamos aplicar el “consejo del caballo salvaje” al que no conseguiremos domesticar en una habitación pequeña sino dándole mucho espacio libre, pero sujetándolo con una larga cuerda para que tampoco se nos escape (la cuerda que nos une al soporte). El error más común en el que caemos es el de querer frenar los pensamientos o el de querer vaciar la mente. Debemos dejar pasar los pensamientos sin perseguirlos pero tampoco rechazándolos. No debemos considerar los pensamientos como malos y el soporte como bueno. También debemos evitar fabricar con la mente lo que consideremos el “estado de meditación”, solo podemos vivirlo no intelectualizarlo. Sin soporte no podemos reconocer los propios pensamientos. Buscamos desarrollar la ecuanimidad, el equilibrio, entre apego y rechazo frente a los pensamientos y emociones que van apareciendo, no se trata de elegir los pensamientos que consideramos positivos y rechazar los que hemos etiquetado como negativos. Observamos los pensamientos como simples movimientos de la mente desde una actitud ecuánime. Los pensamientos forman parte de la mente y es una batalla perdida luchar contra ellos. Intentamos ser poco intervencionistas con la propia meditación. Si nuestra tendencia no es el exceso de tensión física o psíquica pero en cambio entramos fácilmente en un estado de sopor, entonces debemos aumentar el flujo respiratorio, dando énfasis a la inspiración para recuperar el nivel de atención al soporte. Con la práctica de Shamata cada vez somos más conscientes, al aumentar la capacidad de reconocimiento, conectamos con nuestra “sombra” pero para hacer las paces, viendo nuestra “sombra” como enriquecedora. Entramos en relación con nosotros mismos desde otra perspectiva, partiendo de la compasión y la renuncia. Ir soltando los nudos que envuelven nuestro corazón y nuestro espíritu, a través de un proceso de reconocimiento y de autoestima. Debemos intentar que la meditación no se convierta en una lucha o guerra con uno mismo buscando una actitud positiva, sin competir con nosotros mismos, abriendo el corazón y cultivando la satisfacción en lugar del desánimo. La forma de avanzar pasa por el amor y la compasión. Cuando en la meditación nos aparecen todos los pensamientos tendemos a considerarlos como si fueran un ladrón que nos quiere robar la meditación. Normalmente primero no nos damos cuenta de que los pensamientos están porque en realidad estamos tan enganchados

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a ellos que ni los vemos, gracias al soporte va creciendo la capacidad de lucidez de la mente. Nos damos cuenta de los pensamientos pero sin poder evitar seguir atrapados a ellos, hasta que nos agobian y solemos aplicar el rechazo hacia los pensamientos como un antídoto al apego. Caemos pues en un extremo del mismo juego (apego-rechazo) Se trata de buscar un punto intermedio entre los dos extremos, un equilibrio lúcido. Al llevar la atención al soporte podremos reconocer que hay muchos pensamientos, después de un tiempo de meditar uno se da cuenta de que no se van así como así, al revés cada vez nos damos más cuenta de ellos, entrando en una lucha pues el pensamiento se vuelve la parte que nos frustra y desanima. Aquí es donde necesitamos abrirnos a la tolerancia, pero sin confundir tolerancia con pereza, sin irnos a otro obstáculo como puede ser el sopor. Los pensamientos se irán calmando por el ejercicio de la ecuanimidad, del equilibrio. Delante de la irritación ante los pensamientos aplicar tolerancia. Vamos a reconocer la propia confusión y debemos entender que esto ya es sabiduría que ve. Reconocer y abrirse a lo reconocido con apertura de corazón. No buscar la calma en otro sitio, está allí, en el movimiento de los pensamientos. Es el proceso en sí, de relacionarnos con los pensamientos, como debemos empezar la práctica de la meditación. Reconocer la irritación para poder liberarnos de ella con tolerancia y ver que el reconocimiento nos conecta con la claridad del que observa. De esta forma la meditación prospera. Intentar aflojar sin que eso implique perder la atención del soporte. Debe estar unido el soltar con la atención, para no confundir la meditación con la relajación. Aunque necesita de la relajación tiene una parte igual de lucidez y atención, de esta forma al cabo de un tiempo se asientan los pensamientos. Puede ser con una larga distancia pero debemos seguir unidos al soporte. Cuando estamos en la calma podemos ver el nacimiento de un pensamiento y es más fácil dejarlo pasar, cuando nos damos cuenta de que pensamos es porque estamos en medio de un pensamiento, hay más agitación. Volviendo al soporte, éste puede ser desde la posición corporal, un mudra, la respiración, el sonido, un objeto visual, como veremos más adelante. Por ejemplo en el soporte visual no se trata solo de llevar la atención y punto. Intentamos que el soporte no signifique que nos agarramos solo al objeto sino ser capaces de sentirnos abiertos para ver también el alrededor, para no confundir atención con tensión visual. En cuanto a soportes visuales pueden ser la naturaleza, unas flores, una vela o una imagen sagrada. La Lama Tashi Lhamo habla de diferenciar la forma de dejar la atención sobre el soporte entre centramiento (dejar reposar la atención y centrarla) y concentración (se puede caer más fácilmente en el exceso de tensión). De la misma manera que

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señalábamos en el soporte visual, si utilizamos como soporte la respiración debemos sentir como si todo el espacio respirara, en la escucha como si el sonido fuera un eco, para evitar el exceso de tensión antes citado. Es interesante también trabajar con distintos soportes porque la tendencia es a quedarnos con el que menos esfuerzo nos representa porque es más afín a nuestra tendencia. Al cambiar de soporte podemos ver la propia inercia y además nos dará docilidad para llevar nuestra meditación hacia donde nosotros queramos. En el budismo tibetano se considera que para practicar Vipassana, que veremos a continuación, es necesaria previamente la práctica de Shamata que acabamos de describir.

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VIPASSANA Vipassana (Lhag-t’ong en tibetano) significa ver con claridad. Es preciosa la metáfora que se utiliza para explicar el proceso de la mente hacia la práctica de Vipassana. La imagen es un lago y la luna llena. La superficie del agua está agitada por olas. El viento que las produce son las emociones perturbadoras, el apego, el rechazo... La luna llena está pero debido al movimiento de la superficie del lago el reflejo de la luna en el agua lo vemos fragmentado. La práctica de Shamata pacifica el movimiento del agua, deja de soplar el viento y la superficie del lago queda como un espejo. La práctica de Vipassana permite reconocer la luna reflejada en el agua (el proceso posterior sería reconocer que la luna y el lago no son diferentes). La quietud mental establecida en Shamata permite avanzar hacia Vipassana, se ha enfocado la mente para que pueda ver con claridad. Con la técnica de meditación Vipassana observamos las cosas sin juzgar y por ese motivo podemos considerarla una técnica no dual, donde desaparece la separación entre el que observa y lo que es observado. Se trata de ver “correctamente”, aceptando las cosas como son sin la “contaminación” de nuestros juicios de valor, sin los parámetros, las delimitaciones de nuestros conceptos. Cualquier pensamiento debe ser honrado como una parte de nosotros mismos por lo que no rechazamos sino que “nos damos cuenta”. Se va despertando el reconocer también en la vida cotidiana. Una vez más la técnica, Vipassana, no es solo lo más importante ya que necesita de una actitud por nuestra parte. Podríamos establecer el siguiente porcentaje: 25% técnica, 25% relajación, 25% autoestima y 25% indagación. Necesitamos una atención centrada, pero también distensión corporal, el esfuerzo adecuado para evitar perder la atención pero sin exceso de tensión, tratarnos bien a nosotros mismos desde una actitud positiva y cariñosa, y manteniendo la capacidad de auto indagación, el interés por investigar, entendiendo que no se trata de una investigación intelectual ya que no es el intelecto el medio que nos permitirá conocer la verdadera naturaleza de nuestra mente. Desarrollar la sensibilidad de abrirnos, sentirnos presentes, sin deseo de control, sin crispación, sin ambición, sin expectativa, sin miedo. Sentir que podemos practicar con el corazón alegre para poder aceptar cualquier circunstancia. Vipassana sería como una persecución sistemática de los espacios donde se sitúa la ignorancia, el rechazo y el apego, pero desde la receptividad, integrando las partes escindidas de nuestro ser que no hemos asumido (respuestas de la vida ante el miedo a sentimientos o emociones que nos pueden desbordar). Todo lo que está nos constituye. Paciencia y perseverancia para sentarnos a observar. Observar sin afectación, solo darnos cuenta, recordando los tres principios inherentes a la naturaleza humana: la naturaleza de la transitoriedad, la naturaleza del sufrimiento y la naturaleza de la insubstancialidad (la ausencia del ego).

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Respecto a esta auto-observación Claudio Naranjo3 añade: “Así, la práctica del Vipassana llega más lejos que la práctica del darse cuenta generalizada actualmente en el campo de la psicoterapia: si bien enfatiza la importancia de la atención al cuerpo y a los eventos mentales, no es meramente una práctica de estar consciente de todo lo que se presente en los ámbitos sensorio, emocional, intelectivo y motivacional, sino que insiste en la actitud particular con que han de ser contemplados. Es una actitud de no fijar la mirada interna en nada en particular ni rechazar nada: una consciencia “no electiva” (tomando prestado el término que Krishnamurti introdujo en época reciente) y, sobre todo, una actitud de desapego y ecuanimidad”. Para llegar a una fase no dual existe una evolución en la meditación: 1. La práctica de la atención plena pondrá una vez más de manifiesto las dificultades con los obstáculos. Recordar el deseo que nos hace desear algo creyendo que en su consecución llegará la felicidad, pero que una vez conseguido nos llevará a desear otra cosa, buscando satisfacer la insaciable insatisfacción humana. Recordar el rechazo o aversión y también el miedo y los prejuicios establecidos en nosotros. Estar atentos ante la somnolencia o ante la inquietud, opuesta al sopor. Agitación, nerviosismo, etc. Y estar atentos ante la duda que nos puede hacer dudar de nuestra capacidad para meditar, de la propia práctica de la meditación, la falta de confianza en uno mismo, etc. J. Goldstein y J.Kornfield en su libro “Vipassana” nos hablan de no reprimir los obstáculos para no incrementar su fuerza: “La forma directa de trabajar con las dificultades que aparezcan en la práctica consiste en ser conscientes de ellas y convertirlas en el objeto de nuestra meditación. De este modo el poder de la atención plena nos permitirá transformar los obstáculos en aspectos de la meditación y nos brindará la oportunidad de utilizar la conciencia que tenemos de ellos para fomentar la libertad de nuestra mente”. 4 Podemos observar que los obstáculos aparecen por separado o pueden venir simultáneamente. Cuando vemos que un obstáculo predomina respecto a los demás también podemos meditar en la cualidad opuesta, precisamente para diluir la anterior, por ejemplo ante el odio compasión o ante la duda confianza. Respecto a la duda y volviendo a los autores antes citados, ponen énfasis entre la duda obstáculo que interfiere en la meditación al dudar por ejemplo sobre la propia capacidad para llevarla a cabo, y la “gran duda”, la duda sobre quien somos, sobre la propia naturaleza del yo que, en cambio, nos impulsa a meditar y nos da energía 3 CLAUDIO NARANJO, Entre meditación y psicoterapia, Ediciones La Llave. Pág.202

4 J.GOLDSTEIN y J.KORNFIELD, Vipassana. El camino de la meditación interior, Ed.

Kairós. Pág. 76

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para mantener la práctica. La gran duda es saludable, sin el interés por investigar la propia esencia humana no existiría la meditación, pero la duda que surge sentado en meditación, por ejemplo, sobre la propia capacidad para llevar a cabo la práctica, nos puede paralizar. Ante esta duda “no saludable” debemos sentir la confianza en el proceso meditativo, recordarnos todos los seres que desde muchísimos años han pasado por él. La práctica de la meditación cambiará la relación que establecemos con los obstáculos de la propia práctica. 2. Dificultades para mantener la postura. Dolores físicos, tensión y resistencia ante la posición meditativa, podemos llamarlos dolores dhármicos porque son inherentes al proceso de la práctica. Ante estas dificultades necesitamos relajar el cuerpo y relajar la respiración. Relajar la lengua, que podemos apoyar suavemente en el paladar superior, que afloja inmediatamente la tensión en el rostro y en consecuencia el resto del cuerpo. Observar pero no controlar la respiración, dejar que nuestro cuerpo respire sin ni tan solo querer respirar bien. Sin intención de ampliar o alargar la capacidad pulmonar, que a veces puede ser más profunda y otras más suave. Dejar que el aire fluya relajadamente. Debemos recordarnos que el cuerpo aunque nosotros no le demos la orden respirará, es un proceso automático, por lo que podemos soltar el control sobre él. Podemos poner la atención, sin interferir en el movimiento y recorrido, en el aire al entrar y salir de nuestro cuerpo. Manteniendo la atención en la respiración podemos sentir la subida y bajada de la pared abdominal y las pausas entre inspiración y espiración, pero siendo una observación panorámica, tal como decíamos en el apartado de Shamata. Si ponemos énfasis será en el vaciado o exhalación. 3. Después de aquietar el cuerpo y también la respiración pasamos a calmar la mente. Tomamos conciencia del movimiento mental, del discurso interno e incesante. Se trata de la naturaleza de la mente que sin centramiento discurre entre pensamientos, ideas, recuerdos, planes de futuro, emociones, fantasías, charla interna... Los maestros budistas le han dado un nombre a dicha fase: la cascada. Para adiestrar la mente observamos esta historia o movimiento interior siguiendo, al mismo tiempo, con la atención en la respiración y sin entrar a analizar cada uno de los aspectos observados. Se trata de darnos cuenta, desde una posición relajada y de equilibrio, de los pensamientos, sensaciones o emociones que van apareciendo, sin rigidez, sin ansias de control.

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No siempre somos conscientes de un pensamiento desde el momento en que se inicia, puede ser que nos demos cuenta cuando ya está finalizando o en la mitad. De cualquier forma lo registramos sin entrar en juicios de valor. Podemos también darnos cuenta de una cadena de pensamientos, es decir como un pensamiento inicial ha originado una serie de pensamientos posteriores, ha dado lugar a una narración interior. Lo importante es no establecer ninguna lucha con nosotros mismos por nuestro proceso mental. También podemos sentir que la situación nos supera cuando llega un pensamiento que conlleva una emoción que nos produce una sensación, etc., recordamos una vez más la simplicidad de la práctica y nos permitimos observar el caos o la confusión. Si en la práctica de Shamata centrábamos la mente en un soporte para eliminar la distracción, en Vipassana no eliminamos la distracción sino que observamos cada situación que aporte el instante presente: estados mentales, sensaciones, sonidos, respiración... Dejamos que pensamientos, emociones, sensaciones, fluyan, lleguen y se vayan. Utilizando una de las comparaciones más habituales respecto a la mente, vemos la mente como un océano y el movimiento de la mente como las olas que vienen y van, y las dejamos partir sin aferrarnos a ellas. La mente se irá calmando hasta llegar a ser como la superficie de un lago, pacífica y transparente, porque observamos la propia mente como si de un paisaje se tratara y no desde la perspectiva del ego, del yo. Con la meditación alejamos el centro de atención del ego. Este ejemplo sin embargo podría llevarnos al error de creer que el yo es el observador del paisaje mental, aumentando la distancia, incrementando la dualidad, pero en verdad percibimos que todo viene y se va, que todo es transitorio, que todo es insustancial, que nada nos pertenece porque observamos desde la ausencia del ego, del sujeto o de la personalidad que a falta de consciencia dirige nuestra vida. El maestro de meditación budista Dhiravamsa nos dice que “Si no hay consciencia, el ego (brazo ejecutivo o personalidad) se ve dominado por alguna sub-personalidad y, por lo tanto, no tiene forma de recibir la información correcta sobre lo que realmente está pasando. (...) Es la consciencia la que conoce tanto lo real como lo irreal, lo esencial y lo no esencial, directamente a través de su propio ojo de visión interior pura, que constituye realmente el estado de testigo, siendo también el ojo de la totalidad”5 Utilizando una nueva metáfora podemos decir que la meditación es como un barco que nos cruza de una orilla (la dualidad observador-observado, yo-tú, y el correspondiente sufrimiento que esta separación conlleva) a la otra (la no dualidad, la ausencia de ego, cuando observador y observado es lo mismo, cuando hay conocimiento).

5 DHIRAVAMSA, Meditación Vipassana y Eneagrama, Ed.La Liebre de Marzo. Pág. 17.

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Dhiravamsa explica también referente a este proceso: “El acto de ir de un lado para otro implica el flujo incesante de los fenómenos, apareciendo, existiendo por un momento, y luego desapareciendo. Simplemente les dejamos ir y venir a su aire. Nuestra tarea es simplemente la de estar en contacto con ellos, ser conscientes de ellos y experimentarlos plenamente, como la imagen de una abeja y las flores. De este modo, somos capaces de conseguir toda la información necesaria sobre lo que está pasando. Lo que se desarrolla y aumenta con esta práctica es la consciencia y la claridad de la consciencia, seguida por la estabilización de la mente y la unificación de la consciencia (samadhi). Luego se pone en marcha la tercera fuerza del conocimiento o sabiduría, la espada, para atravesar y cortar todo lo que se interpone frente al crecimiento y el desarrollo, así como para trascender y saltar al vacío fértil. Sin un crecimiento apropiado de la sabiduría (paññá), una práctica de esta naturaleza no se considera vipassana.” 6 Calmar la mente es un proceso lento, que al principio puede resultar desalentador. Debemos suavizar el nivel de autoexigencia, no ser excesivamente duros con nosotros mismos. Con la concentración relajada podremos estabilizar la mente. Utilizaré de nuevo las palabras de J. Goldstein y J.Kornfield: “La concentración nos enseña a entregarnos plenamente. Al principio, por supuesto, el adiestramiento de la mente no se diferencia del proceso de entrenamiento de un cachorro. Si ponemos en el suelo al cachorrillo y nos limitamos a ordenarle que se quede quieto ¿qué es lo que hará? Levantarse y corretear dando vueltas y más vueltas (...) Tal vez después de repetir la orden una veintena de veces, el perrito comenzará muy, muy lentamente a comprender (...) Después de multitud de sentadas, quizás podamos permanecer atentos el diez por ciento del tiempo” 7 Poco a poco los momentos de plena concentración de la mente se convertirán en más frecuentes. Desde la mente estabilizada observaremos aquello que transita por ella sin despertar sentimientos ni de identificación ni de rechazo, pero al mismo tiempo sin perder la intención de investigar en el propio interior. Por muchas y muchas veces que nos hayamos sentado a meditar cada momento presente es nuevo. Investigamos como nos quedamos atrapados a los propios miedos y deseos y a los propios rechazos, y como estos descubrimientos nos hacen más libres. Estabilizada la mente el paso siguiente será la apertura. Vipassana nunca es represión sino apertura, la observación atenta permite desbloquear tensiones profundas que nos permiten abrirnos, pero no es fácil abrir ya que precisamos de una observación sincera y sin miedo. Observamos los esquemas mentales que tendemos a repetir una y otra vez, como decíamos anteriormente, que dirigen nuestra vida, y buscando una mayor profundidad intentamos observar lo que hay 6 DHIRAVAMSA, Meditación Vipassana y Eneagrama, Ed.La Liebre de Marzo. Pág. 20.

7 J.GOLDSTEIN y J.KORNFIELD, Vipassana. El camino de la meditación interior, Ed. Kairós. Pág. 98

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escondido detrás, ya que la función de estos patrones no es otra que esconder aquello que nos cuesta reconocer porque lo consideramos negativo. 4. Hemos puesto la atención en nuestro cuerpo, en las sensaciones, en los fenómenos mentales y debemos ponerla también en las verdades y leyes que rigen nuestra vida. Tomamos conciencia de las leyes que rigen los procesos de nuestra mente y de nuestro cuerpo. Desde la consciencia o sabiduría más profunda tomamos consciencia de la impermanencia, de que todo cambia constantemente, de que nada es permanente. Cambia la respiración y cambian las sensaciones de nuestro cuerpo. Tampoco son permanentes los estados mentales. Podemos movernos del equilibrio a momentos en que nuestros deseos nos generan sufrimiento. Con la meditación no buscamos conseguir un estado mental “especial” ya que dicho estado sería también temporal. No buscamos entrar en un estado placentero, etéreo, sino llegar a ver la realidad tal y como es. Todo cambia fuera de la posibilidad de control por nuestra parte. Retomo de nuevo a J. Goldstein y J.Kornfield: “Toda la verdad de nuestro ser consiste simplemente en este proceso de cambio incesante. Nada es permanente y, puesto que nada perdura, no merece la pena que nos identifiquemos con nada. Todo está vacío y carece de yo, como las nubes que se desplazan por el cielo. Sólo cuando nos percatemos de que nada puede brindarnos seguridad, de que no existe un lugar sólido en el que podamos permanecer, estaremos en condiciones de soltar, ser y reposar (…) Mientras sigamos aferrados a nuestro cuerpo, ideas, a nuestros recuerdos, a nuestras reacciones e incluso a nuestra observación, seguiremos la ilusión de un “yo” separado y esa ilusión solo nos traerá más sufrimiento”.8

8 J.GOLDSTEIN y J.KORNFIELD, Vipassana. El camino de la meditación interior, Ed. Kairós. Pág. 113

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BUDISMO ZEN

El origen de la palabra zen debemos buscarlo en el lenguaje sánscrito: dhyana, que se refiere al estado meditativo o de no-dualidad. Al introducirse el budismo en China dhyana se transcribió como Ch’an y posteriormente en la traducción al japonés se denominó zen. Se puede considerar históricamente que el zen es fruto de largas tradiciones de la cultura india y, sobretodo, de la cultura china. Debemos buscar los orígenes del zen en el budismo y en el taoísmo. La palabra tao designa a aquello que no tiene nombre pero que está en el origen de todo lo que existe bajo el cielo, y incluso presente antes de que surgieran el cielo y la tierra. Es aquello inmutable que actúa en todas partes. Tao es la realidad primera y última. Indefinible y vacío. El Taoísmo, que es una doctrina filosófica y no una religión, se interesa por la comprensión de la vida directamente, por el conocimiento no convencional, que no utiliza los esquemas convencionales de pensamiento. El Tao solo es accesible para la mente que pone en práctica el Wu-wei (Wu = no, wei = acción o esfuerzo), la observación de la realidad sin esfuerzo, porque el centro de actividad de la mente no se encuentra en los procesos mentales del pensamiento consciente del yo. Referente al Wu-wei añade Claudio Naranjo: “Pero, por paradójico que pueda parecer, a la actitud de no-hacer (wu-wei) que el Zen admoniza no puede llegarse sino por un proceso en que hay cierta dosis de lucha: es necesario que haya algún esfuerzo a fin de que el no-esfuerzo

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pueda lograrse. En el curso de la práctica los obstáculos mismos se convierten en un reto y una ocasión para desarrollar la aceptación de las cosas tal como son” 9 La tradición zen explica que Buda transmitió el despertar a su alumno Mahakasyapa sosteniendo una flor en silencio, sin comunicación verbal. En la transmisión del zen la relación maestro-alumno es fundamental, es una transmisión de corazón a corazón, no hay realización sino existe el trabajo con un maestro. El conocimiento zen solo se transmite por vía directa y no verbal. El zen nace en China, con la llegada de Bodhidharma en el año 520, monje originario de India y primer patriarca del linaje zen. En China coexistían el confucionismo, el taoísmo y el budismo. El zen surge de la combinación del taoísmo con el budismo Mahayana de India y se hace difícil de precisar las diferencias entre el zen y las otras tradiciones budistas. Alan W.Wats en El camino del zen dice que mientras en otras escuelas de budismo el despertar parece casi sobrehumano y accesible solo después de muchas vidas de paciente esfuerzo, en el zen existe siempre la sensación de que el despertar es muy natural, que puede pasar en cualquier momento y que si implica alguna dificultad es precisamente por ser demasiado simple. En el zen encontramos el concepto de satori que significa “súbito despertar”, aunque explicar el satori en palabras sea una contradicción ya que no puede ser comprendido a través de ellas. Como toda la tradición budista, el zen no es una religión, ni una filosofía, ni se basa en el razonamiento analítico, con el zen nos situamos en la percepción del presente sin elaboraciones mentales, sin interpretar la realidad. No se trata de no pensar ni de buscar la pacificación de la mente (el zen no tiene ninguna finalidad ni busca obtener nada) sino de no identificarnos con lo que pensamos, aceptar los pensamientos, aceptar la realidad. Hishiryo: ir más allá del pensamiento, pensar sin pensar. Otra característica fundamental del zen es la sencillez, la simplicidad. El lugar central del zen lo ocupa el zazen (za en japonés significa sentado), término japonés que se utiliza para designar la práctica de la meditación, la postura sentada de meditación. La misma palabra incluye los conceptos de concentración (poner un centro), contemplación (práctica principal del zen, donde ya no hay un centro pero sí una atención plena) y meditación (que es la unión de los dos conceptos anteriores). Antes de detenernos en la práctica de zazen es importante mencionar que en Japón existen dos escuelas principales o con una implantación más importante:

9 CLAUDIO NARANJO, Entre meditación y psicoterapia, Ediciones La Llave. Pág. 205.

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La escuela Rinzai utiliza una estricta disciplina dirigida a desarticular las creaciones mentales. El Koan (pregunta irracional o enigmática de difícil respuesta) tiene una gran importancia en la dirección hacia la unidad al intentar despertar un intenso espíritu de búsqueda y un abandono de la lógica, la racionalidad y la dualidad de la mente. El koan no puede responderse a través de la lógica o la razón, cuanto más se reflexiona más absurdo se nos presenta, con lo que el intento de resolución a través de la reflexión filosófica o intelectual no dará ningún fruto. D.T. Suzuki nos dice que el koan debe resolverse con las partes abdominales, pensar con el abdomen, en el sentido de que con el cuerpo equilibrado sea la totalidad del ser que participe en la resolución. “Todo el procedimiento consiste en no hacer del koan un objeto de intelección; porque el entendimiento siempre mantiene a su objeto alejado de sí mismo, para contemplarlo a cierta distancia, como si temiera mortalmente tocarlo, por no decir nada de agarrarlo y sostenerlo con las manos desnudas. El zen, por el contrario, nos dice no sólo que agarremos con las manos el koan, con el abdomen, sino que nos identifiquemos con él de la manera más completa, de modo que cuando como o bebo no soy Yo sino el koan el que come o bebe. Al llegar a esto, el koan se resuelve sin que yo haga ninguna otra cosa”10. El koan es el descubrimiento de una nueva forma de ver y también un ejercicio de concentración. La escuela Soto tiene como esencia shikantaza, que significa sentarse y solo sentarse. La dirección hacia el despertar es a través de la práctica diaria y sin esperar nada de ella. “Si quieres comprender real y profundamente no es necesario tener ningún objetivo. Es shikantaza” 11. Los practicantes de la escuela Soto permanecen sentados mirando hacia la pared (en la escuela Rinzai se sientan mirando hacia el centro de la habitación). Con el maestro Dogen (1200-1254) la tradición soto alcanzó su grado de madurez. En la práctica evitamos dos estados que impiden el estado meditativo: Konchin: somnolencia, falta de claridad, falta de tono muscular, exceso de relajación próximo al sueño, respiración inconsciente. Para contrarrestar buscamos la posición corporal justa, reforzando el tono muscular, evitando que se cierren los ojos (en la meditación los ojos permanecen entornados) y estirando la columna vertebral. Sentir viva la postura de meditación. Sanran: actividad mental excitada, con muchos pensamientos, sensaciones, recuerdos, proyectos, etc., tono muscular crispado. Para contrarrestar buscamos llevar la atención hacia la espiración, para alargarla y suavizarla.

10

D.T. SUZUKI y ERICH FROMM, Budismo zen y psicoanálisis, Ed. Fondo de Cultura Económica. Pág.62

11 TAISEN DESHIMARU, Preguntes a un mestre zen, Pagès editors. Pág. 31.

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En la postura de zazen tomamos conciencia de Hara que significa vientre en japonés y se refiere a toda la zona pélvica. Y dentro de Hara el punto situado a unos cinco centímetros por debajo del ombligo que corresponde al tanden, punto donde confluye toda la energía (ki en japonés) del cuerpo. Más adelante analizaremos la postura meditativa, importante para todas las tradiciones, y que en zazen se tiene muy en cuenta, tanto la rectitud de la columna vertebral como la barbilla hacia dentro, etc., ya que se considera la clave del equilibrio no solo físico sino también mental. La clave de aquello sagrado inherente a la posición. Para empezar la práctica de zazen llevamos la atención a la respiración. Cultivamos la práctica de shikantaza, de sentarnos y solo sentarnos, y de permanecer atento al presente. Hemos visto anteriormente la dificultad que conlleva solo sentarse por lo que tomamos conciencia de la respiración. En zazen se recomienda “contemplar la respiración”, sentir que cada entrada y salida de aire es única y seguir la propia respiración, sin caer en visualizaciones como sería seguir el recorrido del aire. No imaginamos la corriente respiratoria sino que seguimos el aire, sencillamente seguimos la respiración desde la no tensión, sin querer controlar la entrada y salida del aire. Dejarnos respirar. Abandono de todo control para dejar de situarnos en el ego y poder tomar consciencia de la propia naturaleza universal. Otra técnica importante en el budismo zen es Kinhin: meditación en movimiento, caminando. Normalmente se practica en los periodos entre meditaciones sentadas. En Kinhin recordamos también la posición postural erguida, sintiendo el eje vertical que forma la columna vertebral hasta la coronilla, evitando dejar caer la cabeza. Para la colocación de las manos cerramos el dedo pulgar derecho dentro de la palma de la misma mano, cerrando los dedos alrededor en forma de puño y colocando el puño a la altura del esternón, mientras la mano izquierda descansa con la palma cubriendo el puño derecho. Los hombros deben estar relajados para que la posición abierta de los codos pueda ser cómoda. La intención es siempre llegar a la atención plena, a la mente que contempla sin apoyarse en nada. Es muy interesante la observación que hace Albert Low en su Introducción a la práctica del zen sobre no confundir la atención total con la auto-observación al querer tomar una actitud activa en el desarrollo de la conciencia: “Al igual que la identificación, la auto-observación puede proporcionar una ilusión de unidad, pero en última instancia sólo sirve para aumentar nuestro sentido de separación. Este aumento de la sensación de separación puede llegar acompañado de un sentimiento de desesperación, incluso de pánico, y de nuevo nos encontramos en un círculo vicioso en movimiento, donde la separación que engendra profunda ansiedad y miedo se combate “haciéndose consciente de ello”, “observándolo”. A su vez, todo ello aumenta la sensación de separación, de la que originalmente provenía la desesperación”. 12 No hay nada a hacer, solo dejar pasar sin entretenernos en nada. 12

ALBERT LOW, Introducción a la práctica del zen, Ed. Kairós.

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La mente debe dejar de controlarse a si misma. Sentarnos sin intención, no buscar nada, no apegarse a nada y tampoco rechazar nada (olvidar todo lo que consideramos bueno o malo de nuestra propia naturaleza). Todo lo que conduce al satori está ya dentro de nosotros. Por otra parte la enseñanza que da el maestro durante zazen recibe el nombre de kusen, que significa enseñanza oral. La transmisión se produce durante la práctica de la meditación porque es una enseñanza que no va dirigida al intelecto, no se trata de que la mente intelectual la analice, ni que la comprenda, es una enseñanza de buda a buda, o de alma a alma, o de corazón a corazón. Es una enseñanza que no se dirige al ego sino a la conciencia profunda. Aunque no lo hemos mencionado en este apartado es evidente que, como en toda la cultura budista, para el budismo zen el karma es uno de los principios más importantes. En el libro, ya citado, “Preguntas a un maestro zen” se plantea a Deshimaru cómo se puede estar interesado en zazen cuando se tiene un mal karma y me parece interesante reproducir su respuesta porque él nos dice que todos tenemos un mal karma y que hay muchos tipos de karma, no solo uno. Los pensamientos, las acciones, afectan al rostro, al cuerpo y, como no, al karma. Con la meditación uno puede darse cuenta de su propio karma, de las debilidades, uno no puede mentirse a sí mismo y esta autoconfesión Deshimaru la define como “la confesión más alta”. “Si haces zazen, tu karma se modifica completamente y mejora. Durante zazen tu cuerpo engendra el karma más elevado, ya que la postura de zazen es la acción más elevada”.13 Como decíamos en la tradición zen se considera que el despertar, satori , puede manifestarse en cualquier momento de forma espontánea y que en cambio no podemos buscarlo conscientemente, porque la propia expectativa nos atrapa y limita para ello. Siguiendo con el mismo libro cuando se le pregunta a Taisen Deshimaru si tiene el satori responde que no lo sabe y nos dice: “Si dices “Tengo el satori” es que estás loco. Nadie lo sabe. Yo tampoco sé nada. Hasta la muerte no se puede saber. Si piensas: “He tenido el satori”, limitas el satori con tu pensamiento consciente”.14 Sentarse y solo sentarse. Instalarnos en el instante presente y permanecer conscientes de la respiración y de la posición de meditación, sentir lo sagrado que hay en ella. Nada es más importante.

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TAISEN DESHIMARU, Preguntes a un mestre zen, Pagès editors. Pág. 29. 14

TAISEN DESHIMARU, Preguntes a un mestre zen, Pagès editors. Pág. 79.

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LA POSTURA MEDITATIVA La idea básica en la postura meditativa es la de mantener la vertical, es un hecho más profundo que la propia colocación corporal en la postura, se trata de sentirnos por un lado enraizados en la base de nuestro cuerpo y por el otro vivir la sensación de crecimiento, de dirigirnos incluso más allá de nuestra coronilla, como una flecha en dirección a la luz. No debemos confundirnos pero al utilizar esta metáfora luminosa, ya que si nos sentamos a meditar buscando despegar de la tierra empezaremos la meditación desde una perspectiva errónea. Meditando nos situamos en el aquí y ahora, si buscamos llegar a algo nos proyectamos hacia el futuro, cuando solo desde la presencia podemos avanzar en nuestro camino. Antes de detallar la colocación en la postura debemos también hacer hincapié en el hecho de que la inmovilidad, el hecho de mantenernos estáticos en la postura, produce a menudo dolores corporales: espalda, rodillas, piernas. Es importante la actitud a seguir cuando se despierta dicho dolor, ya que si nos levantamos al primer síntoma podemos perdernos la experiencia meditativa. El dolor en nuestro cuerpo actúa como una señal de alerta, de qua algo no funciona, pero en meditación debemos distinguir el tipo de dolor que sentimos. Una manera es observar si al poco tiempo de habernos puesto de pie el dolor desaparece, ya que seguramente se tratará de un exceso de tensión corporal o bloqueo en la posición sin mayores consecuencias. Podemos intentar pequeños cambios en la posición para ver si hay una mejora en las molestias. Para meditar no es imprescindible sentarnos en la posición del loto o del semiloto, con lo que está bien bajar el nivel de autoexigencia. En cambio sí es imprescindible sentir que nuestro cuerpo está relajado, aún y cuando mantenemos la columna en la vertical y las piernas flexionadas. Aquí debemos poner en práctica el concepto yóguico de “stira-sukha”, el esfuerzo justo, el equilibrio entre mantener la posición y la comodidad para no caer en la crispación postural. Es también a través de la práctica de la meditación que aprendemos a relacionarnos con estos dolores corporales. La tendencia al principio es a focalizar nuestra atención en el dolor que percibimos, por lo que el dolor se convierte en el protagonista, nos arrastra y lógicamente se hace insoportable. El miedo al dolor además nos hace aumentar la tensión o rigidez en el cuerpo, por lo que debemos intentar relajar y aflojar, soltar suavemente. Con el tiempo nos damos cuenta de que si observamos con cierta perspectiva el dolor y seguimos centrados en la práctica que estemos desarrollando en la meditación, seguramente el dolor pasará a un segundo término o desaparecerá. Si realmente la intensidad dolorosa no nos permite la concentración otra opción es abrirnos a sentir el dolor, desgranándolo: si es punzante, caliente, si hay hormigueo, etc. Observar si al profundizar en la sensación dolorosa se incrementa o disminuye, observar si creamos un bloqueo en esa zona para no sentir o como respuesta al miedo al dolor. Normalmente al soltar y dejar de resistirnos al dolor se diluye la tensión y en consecuencia el grado de molestia.

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Pasando ya a la posición meditativa podemos encontrar distintas variantes de la misma y la mayoría es con las piernas cruzadas. En la postura de meditación es importante también que las rodillas toquen al suelo (para conseguirlo debemos buscar una altura de cojín correcta). Los pies no deben quedar encerrados bajo la pierna. El cojín por otro lado debe ser firme, ni demasiado duro ni demasiado blando. Sentimos un buen apoyo en la base, una seguridad para mantener la solidez y comodidad durante la meditación. La columna vertebral se mantiene recta (como una columna de monedas de oro que se van apilando una encima de la otra, para que esta columna de monedas no se derrumbe es necesaria la vertical). La vertical es imprescindible ya que si la columna está excesivamente arqueada el cuerpo buscará la compensación hacia otra zona de la espalda, esto puede provocar dolores musculares o incomodidad. Sentir la vertical y sentir que conservamos la curvatura natural de la columna vertebral, es decir, no se trata de deshacer dicha curvatura pero tampoco que exista un exceso de tensión en ella. Una buena manera es al sentarnos en el cojín colocar las nalgas suavemente hacia atrás, sintiendo el peso repartido en los ísquiones y no en el sacro. Al mismo tiempo el hecho de tener que mantenernos en la vertical es un punto más de atención que puede ayudarnos a no caer en el adormecimiento. La postura afecta también a nuestra mente y al fluir de la energía de nuestro cuerpo. La barbilla suavemente hacia dentro pero con la nuca estirada para que no se incline la cabeza hacia delante. Mantenemos la nuca en línea con la columna vertebral. Como si de una forma invisible nos estiraran desde la coronilla hacia el cielo. No dejamos que hombros y cabeza caigan hacia delante. Los hombros y los brazos relajados. El plexo solar abierto. Buscamos que la postura permita libertad al diafragma. Las caderas niveladas y centradas para que no se sitúen ni demasiado hacia atrás (tensión) ni demasiado hacia delante (decaimiento), con una suave basculación de la pelvis. Sentir que la posición es estable y enraizada. Las manos apoyadas en el regazo, o cada una apoyada en su correspondiente rodilla. Podemos utilizar un mudra. Mudra es un gesto simbólico y energético que transmite una intención profunda por parte del que lo realiza. Los mudras nos ayudan en el trabajo de unión de nuestra parte física, mental y espiritual. Los mudras nos conectan con nuestra parte más profunda, con nuestra alma. Hay una codificación de la posición de las manos y cada actitud gestual tiene relación con los meridianos de nuestro cuerpo. De esta forma la mano izquierda corresponde a nuestro lado yin, femenino, es el lado del corazón, de la afectividad y del amor. Nos conecta con esta realidad profunda que mencionábamos. La mano derecha corresponde a nuestro lado yang, masculino, activo, que transmite nuestra fuerza y autoridad.

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Los mudras nos ayudan en la configuración de un sistema energético cerrado para no dispersar la energía fuera de dicho circuito. Los mudras reactivan nuestra memoria corporal. Nuestro cuerpo tiene una memoria intelectual, pero también física y emocional. Los dos mudras más comunes para la meditación son:

Manos del Maestro Zen Dokushô Villalba en Zazen. Foto propiedad de la Comunidad Budista Soto Zen.

Mudra de la ecuanimidad (ver imagen superior): palmas y pulgares rectos (ni haciendo una montaña ni bajando un valle). En la tradición tibetana la mano derecha va sobre la izquierda y en la tradición zen la mano izquierda va sobre la mano derecha). Las manos nos sirven para constatar nuestro grado de atención durante la meditación, los pulgares deben tocarse ligeramente, si los dedos están apretados hay demasiada tensión en nuestra posición, si están caídos sin llegar a tocarse hay demasiada relajación. Los dedos pequeños no se separan de los demás y están en contacto con el Hara (unos centímetros por debajo del ombligo). Jñana mudra (mudra del conocimiento): llevamos la punta del dedo índice en el pliegue de la falange del dedo pulgar creando una circunferencia. Las palmas hacia arriba. Cada mano descansa en su correspondiente rodilla. Sentimos la unión del ser individual con el ser cósmico. Unimos voluntad e intención. La punta de la lengua en la parte de atrás de los dientes descansando en el paladar. Sin tensión en la lengua, ya que la lengua es de suma importancia para relajar el rostro, el cuerpo y la mente. Al empezar a meditar es preferible hacerlo con los ojos cerrados para evitar más dispersión, más adelante pueden estar entornados sin mirar ningún punto fijo. Es una mirada suave, dirigida hacia abajo sin fijarse ni elevarse.

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La respiración debe ser fluida y focalizada en la zona abdominal, pues esta respiración baja potencia la quietud corporal y mental. Fluida y natural. Recordamos una vez más que buscamos en la asana de meditación el equilibrio stira-sukha, entre la firmeza de mantener la postura y la comodidad para evitar el exceso de esfuerzo o tensión, o el exceso de comodidad, que afectaría a nuestro estado mental. A parte de la posición que ahora detallaremos también es importante el entorno en el que meditemos. Si es posible buscar un sitio tranquilo, sin demasiados ruidos y sintiendo que el espacio de meditación es un espacio sagrado, por lo que podemos utilizar velas, incienso o una imagen sagrada para no perder de vista esta dimensión que nos transciende.

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POSTURAS DE MEDITACIÓN: Sukhâsana (Postura fácil o postura del sastre)

Como el mismo nombre indica es la postura más asequible. Sentados sobre el cojín de meditación, cruzamos las piernas y bajamos las rodillas hacia el suelo hasta donde nos sea posible. Colocamos el pie izquierdo al lado del muslo derecho y el pie derecho al lado del muslo izquierdo. Siddhâsana (Postura de los seres realizados o postura perfecta)

Sentados sobre el cojín de meditación, cruzamos las piernas buscando que la planta del pie derecho esté en contacto con la parte interna del muslo contrario. El talón se mantiene cerca del perineo. El pie izquierdo se situará delante del pie derecho. Los tobillos están superpuestos y las piernas ampliamente separadas con ambas rodillas en contacto con el suelo. Ardha Padmâsana (Postura de semiloto o Postura de Brahma o Brahmâsana)

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Sentados sobre el cojín de meditación, cruzamos las piernas buscando que la planta del pie derecho esté en contacto con la parte interna del muslo contrario. El talón se mantiene haciendo presión en el perineo. El pie izquierdo descansará sobre el muslo derecho. Las dos rodillas tocando el suelo porque si una queda más elevada que la otra la posición no será estable y el cuerpo quedará ladeado. Padmâsana (loto)

Sentados sobre el cojín de meditación, cruzamos las piernas buscando que el empeine del pie derecho se coloque sobre el muslo izquierdo en contacto con la ingle. La planta del pie se dirige hacia arriba. El empeine del pie izquierdo se situará encima del muslo derecho, es decir, cada tobillo se coloca sobre la base del muslo opuesto y los talones cerca de caderas. Las rodillas deben mantenerse en contacto con el suelo. Estas cuatro posturas meditativas son fácilmente asequibles para un oriental y, en cambio, pueden resultar difíciles para un occidental. No forzarnos para colocarnos en la posición del loto, no es necesario. Si hay problemas para mantener estas cuatro asanas descritas podemos optar también por otras posiciones, si nos tienen que aportar más comodidad y la misma sensación de verticalidad y enraizamiento, por ejemplo Vajrasana (Postura del diamante) en la que nos sentamos sobre los talones e incluso podemos poner el cojín de meditación entre nalgas y piernas, o entre las piernas. En último término, si el practicante no puede sentarse en el suelo lo puede hacer en una silla, intentando no apoyarse en el respaldo y sentarse en la parte de delante del asiento, los pies deben estar bien apoyados en el suelo, planos y paralelos. Por otro lado una vez nos sentamos en meditación es aconsejable empezar por una rápido recorrido corporal de observación, es decir, observamos como hemos colocado el cuerpo sobre el cojín, como hemos distribuido el peso, los ejes, para que la posición sea sólida y al mismo tiempo al visualizar todo nuestro cuerpo buscamos donde podemos soltar tensión. Una vez sentimos que la posición es estable podemos iniciar la práctica.

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Vajrasana

Utilización de banquillo de meditación

Colocación corporal en una silla

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SERIES DE YOGA:

Retomando a Patañjali, y los ocho miembros del Ashtanga yoga, cuando se refería a asana en realidad nos hablaba de la postura meditativa. Podríamos decir que todas las asanas que componen el Hatha Yoga no hacen más que preparar el cuerpo para poder permanecer estático en la posición sentada de meditación. Posición que no es nada fácil, ya que permanecer un promedio de 45 minutos en inmovilidad absoluta no es sencillo, por lo que en las tres series de yoga que presento a continuación se intenta trabajar, es decir estirar y flexibilizar, las zonas corporales que más incidencia tienen en la postura del loto o semiloto. Debemos recordar también que la posición meditativa está diseñada para ser incómoda al ego. Durante la formación de profesores de Sadhana hemos aprendido a crear series de yoga siguiendo unas pautas o un proceso natural de evolución de la propia serie. En primer lugar estaría el poner un objetivo al trabajo a desarrollar y en este caso es muy evidente, buscamos que al finalizar la serie podamos mantener la postura meditativa en las mejores condiciones posibles. Iniciamos la serie con una toma de conciencia, con una pausa para permitirnos escuchar como está nuestro cuerpo, nuestras emociones y nuestros pensamientos. Empezamos con esta escucha que nos permite soltar cualquier tensión en cada uno de estos niveles, para aflojar y relajar porque sabemos que para estirar y flexibilizar necesitamos una musculatura, una respiración y un estado relajado, si hay exceso de tensión habrá rigidez y compresión que dificultará el movimiento. Accedemos a un ritmo pausado, a una respiración en calma y a una conciencia, a un situarnos en el instante presente. A continuación iremos calentando el cuerpo para pasar a un trabajo de progresión, de Vinyasa krama, que nos conducirá al objetivo que hemos previsto. Finalmente buscaremos cerrar la serie de forma que nos conduzca al recogimiento, al silencio interior. En las dos series que he preparado a modo de ejemplo, el trabajo es principalmente dinámico, de encadenamiento de posturas (aunque hay también posiciones estáticas) porque la meditación será evidentemente en inmovilidad. En este encadenamiento sincronizamos movimiento y respiración, por una parte hay algo natural en ello, es decir, la inspiración por ejemplo nos invita a abrir y la expiración a cerrar, a flexionar y, por otra, esta sincronización entre movimiento y respiración nos lleva a una atención al presente, a un estado de centramiento mental que mantendremos también en meditación.

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MEDITACIONES: Sea cual sea la práctica elegida para trabajar en meditación y una vez sentados en la postura meditativa, cerramos suavemente los ojos para interiorizar la mirada y permitirnos sentir como está nuestro cuerpo, nuestras emociones y nuestros pensamientos. Igual que decíamos en las series de yoga, hacemos también aquí una breve paradita al principio para tomar conciencia corporal y para observar como respiramos. Esta observación interior nos sirve para aflojar los puntos en que notemos que hay un exceso de tensión o, en caso contrario, darle más tono a la asana de meditación. Cuando notamos que tenemos el tono correcto, equilibrado, estamos preparados para empezar. Meditación en la respiración: Concentración en la subida y bajada de la pared abdominal con la inhalación y exhalación del aire. Centramos nuestra atención en el ir y venir del aire, en la inhalación y la exhalación, es como una sensación de convertirnos en respiración porque sentimos que respiramos con todo el cuerpo, con la espalda, los brazos, la nuca, las piernas, el ano, los pies. La tendencia debe ser en poner el énfasis en la exhalación pero recordando que si no hay buena inspiración no será fluida la espiración (buena inspiración no significa coger mucho aire). Tanto la inspiración como la espiración se realiza por las fosas nasales y no olvidamos que la respiración debe ser natural, sin empujarla o frenarla. El cuerpo respira. Paulatinamente se irá suavizando el ritmo respiratorio con el consiguiente efecto calmante para la mente. Otra opción que puede ser útil al iniciarnos en la práctica de la meditación, porque permite rápidamente tomar conciencia del movimiento de los pensamientos, es el contar las respiraciones. Uno al inhalar, dos al espirar, tres al inhalar, cuatro al espirar y así sucesivamente hasta llegar a diez, y vuelta a empezar. Si sentimos que después de un ratito de práctica perdemos el conteo de las respiraciones, volvemos a empezar sin juzgarnos, sin exigencia, porque lo importante es darse cuenta, la consciencia testigo y ser capaz de regresar pacientemente a la práctica. Meditación en un mantra: En esta práctica, una vez sentimos que estamos preparados para iniciarla, dirigimos toda nuestra atención a la repetición de unas sílabas sagradas o mantra. Para empezar es muy recomendable utilizar el mantra SO HAM, que recibe también el nombre de ”mantra de la respiración” ya que coordinamos la inhalación y la exhalación con las sílabas SO y HAM. Las sílabas se convierten en el sonido de la propia respiración, es decir, al inspirar repetimos SO y al espirar repetimos HAM. Son dos sílabas que sin dificultad se acompasan al propio ritmo respiratorio. La repetición puede quedarse a nivel mental, decimos mentalmente las dos sílabas.

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SO HAM podríamos traducirlo como “Yo soy la consciencia absoluta”, su significado nos conduce a sentir la conexión con el ritmo universal que es la propia respiración, que nos une al aire y energía del universo. Meditación en la mirada fija: Esta meditación recibe el nombre de Trataka y se puede practicar mirando fijamente la llama de una vela que colocamos a la altura de los ojos o un poco por debajo, a una distancia aproximada de un metro. En ningún caso situamos la vela más arriba de la línea ocular para evitar una incorrecta posición del cuello y la consecuente sobrecarga y fatiga en cervicales. Los ojos permanecen inmóviles evitando si es posible parpadear, lo que hace que se produzca cierto lagrimeo, limpiando la mirada. Trataka es uno de los procesos de purificación del Hatha Yoga ya que permite “aclarar la visión”. De todas formas lo que se pretende aquí es la concentración por lo que cuando notamos los ojos cansados, los cerramos y visualizamos la imagen de la llama de la vela para mantener el estado de atención. Una vez recuperados podemos volver a abrir los ojos y repetir la práctica. Hemos utilizado el ejemplo de la llama de una vela pero podemos realizar Trataka con un símbolo sagrado como OM, o una imagen sagrada, o un objeto, etc. Meditación en pareja: Nos sentamos en la postura meditativa cara a cara con nuestra pareja para la práctica. Buscamos que la posición de los dos sea estable, cómoda y con la distancia adecuada. Empezamos con los ojos cerrados para interiormente observar primero el propio cuerpo, las emociones que mueve el compartir la meditación con otra persona y el estado de nuestros pensamientos. Una vez relajada cualquier tensión abrimos suavemente los ojos pero abandonamos toda intención que no sea permanecer en un estado relajado. Es como contemplar sin mirar, sentir la presencia del otro sin tener que hacer nada, sentir que podemos permanecer con el rostro relajado aunque miremos los ojos de nuestro compañero. Presencia, simplemente vivir el “estar aquí”. Observación imparcial y ecuánime. Podemos mirar primero el plexo solar de nuestro compañero, sintiendo la respiración en ese punto, posteriormente subir hacia la zona del corazón (chacra del corazón en el centro del pecho), después lentamente elevar la mirada hacia la cara del otro y finalmente mantener la atención en su mirada.

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Podemos también imaginar que el otro puede ver el interior de nuestra mente y explorar hasta que punto permitimos o nos resistimos a esa experiencia, si nos permitimos o no ser transparentes. En realidad el otro nos hace de espejo que nos muestra nuestro miedo o nuestra confianza en el compartir. Por otra parte la meditación en pareja ayuda mucho a mantener la presencia en el instante, en el aquí y ahora. Es como si el otro nos enraizara e hiciera más difícil el dejarnos llevar por la corriente de los propios pensamientos. Meditación gestual Utilizamos el movimiento, los gestos, como soporte o centro de atención. Como en cualquiera de los otros apartados hay muchas meditaciones a describir, pero utilizaré la que hemos practicado en la formación de profesores de la escuela Sadhana. Sentados en la postura meditativa colocamos las manos cada una descansando con la palma hacia arriba en su correspondiente rodilla. Al inspirar llevamos la mano derecha de la rodilla hasta debajo del ombligo (Hara) y al espirar vuelve en sentido contrario para colocarse de nuevo sobre la rodilla. Al mismo tiempo que realizamos conciente y suavemente el movimiento pensamos “paz para el sentir”. En la próxima inspiración llevamos lentamente la mano izquierda de la rodilla hacia el corazón (centro del pecho o Anahata) y pensamos “paz para el corazón”. En la siguiente inspiración llevamos las dos manos desde las rodillas hacia el rostro, cubriendo los ojos y la frente y pensamos “paz para la mente”. Al espirar siempre deshacemos el trayecto. En la cuarta inspiración elevamos de nuevos las dos manos y abriendo los brazos por los lados del cuerpo las dirigimos hacia unos 20 cm sobre la cabeza mientras pensamos “paz para el ser” y al espirar las descendemos dulcemente unos centímetros por delante de la parte anterior de nuestro cuerpo hasta volver a descansarlas sobre las rodillas. Al circular por delante sentimos la energía que movilizamos con nuestras manos. A partir de aquí volvemos al principio para volver a repetir la práctica y así sucesivamente. En esta meditación unimos respiración y movimiento, ya que es la duración de la inspiración o la espiración que marca el ritmo del gesto. Recordamos lo que ya mencionábamos en el apartado de la meditación en la respiración, de que no debemos forzar la respiración sino dejar que fluya naturalmente.

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Meditación caminando La meditación más conocida caminando es Kinhin que hemos explicado en el apartado de Budismo Zen. Otra práctica muy interesante que podemos realizar en grupo, tanto paseando por la naturaleza como en el interior de una sala, es la de colocarnos uno detrás de otro en hilera y caminar poniendo el propio pie en el sitio exacto que acaba de levantar el suyo el compañero que está justo delante. Es decir la persona que está detrás camina pisando la huella de la persona que lleva delante. Evidentemente en la naturaleza es más fácil porque podemos ver la huella del otro, pero lo que buscamos de nuevo es la atención total, todo nuestro ser pendiente de donde debemos colocar el pie al avanzar un paso. La actitud corporal de nuevo debe ser de enraizamiento en la tierra por un lado pero también de proyección de la columna hacia el cielo por el otro. Evitamos también de nuevo cualquier exceso de tensión corporal, sentimos los hombros relajados y contemplamos todo los que aparece dentro y fuera de nosotros mismos en este paseo consciente por la vida.

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OBSERVACIONES FINALES: Hemos podido ver como los Yoga Sutras de Patañjali, el budismo tibetano o el budismo zen comparten muchísimas enseñanzas, quizás cambian las palabras que las denominan pero no su contenido. El punto de partida es el mismo en todas las tradiciones, Patañjali y antes los Vedas nos hablan del sufrimiento. La primera noble verdad del Budismo nos dice que todo en la vida es sufrimiento y como éste se convierte en aliado, en motor para evolucionar hacia la iluminación. Patañjali nos habla de los kleshas (las fuentes del sufrimiento lideradas por la ignorancia), en budismo tibetano les llamábamos velos y también están presentes en budismo zen. El punto de llegada también es el mismo: la eliminación del sufrimiento, no a través de rechazarlo sino a partir de la purificación de la mente y de la desidentificación del ego. En el origen de cualquier religión o tradición espiritual encontramos las preguntas fundamentales que tienen su raíz en cuestionarse la propia naturaleza humana, y que nos empujan hacia un proceso de investigación que conlleva la práctica de la meditación. De dónde venimos, dónde vamos, cómo funcionamos… Aunque hay tantas verdades como seres humanos, sea cual sea el camino escogido éste transita por la meditación porque pasa por dentro de nosotros mismos. El intelecto es muy útil en nuestra vida diaria pero no nos sirve para comprender el significado de la vida, el problema de la vida y de la muerte. Reconocer y aceptar el sufrimiento es imprescindible para recorrer este proceso. Buda transmitió que la vida es sufrimiento y no podemos huir de él porque forma parte intrínseca de la vida humana. Reconocer el sufrimiento del mundo que nos rodea y de nosotros mismos. Reconocer que la propia mente crea sufrimiento, ya que en su nivel profundo podemos encontrar elementos negativos o destructivos. Es la mente la que sufre. Para mi no ha sido agradable este descubrimiento y me ha sido difícil aceptar que la mente, esta mente brillante que estudia y reflexiona, es generadora de sufrimiento. De todas formas, quizás es un camino difícil pero reconfortante, que nos hace más conscientes y responsables de nuestra propia vida, que nos conduce hacia un equilibrio físico y mental y nos lleva a abrir nuestro corazón. Instalados en el corazón todo se puede observar y dejar pasar. Al liberarnos del esquema dualista podemos darnos cuenta de que la felicidad tiene su razón de ser porque existe el sufrimiento, o el bien porque hay el mal, o el placer y el dolor, etc., etc., y que uno puede devenir en el otro porque son dos caras de una misma moneda y no pueden existir la una sin la otra. Vivimos en el mundo de la dualidad, no hay el uno sin el otro. Desde el centramiento o la ecuanimidad aceptamos las imperfecciones de la vida, dejamos que la vida siga su curso, sin oponernos a la transitoriedad que fluye a pesar nuestro. Y reconocemos que la felicidad no depende de las circunstancias externas, porque siempre cambian, sino

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que nace en nuestro interior. No es una actitud pasiva ante la vida porque al pacificar el cuerpo y la mente abrimos el corazón. Desidentificarnos no para huir de la vida sino para vivirla desde un corazón más abierto. Hay días en que se nos hace difícil permanecer sentados pero con perseverancia aprendemos a mantener la posición y a relacionarnos con las dificultades. Sentarnos cada día nos ayudará a equilibrar cuerpo y mente, incluso cuando nos sentimos mentalmente densos, dispersos, llenos de pensamientos, etc. Tal como nos recordaba Carlos Fiel, Buda cuando meditaba pensaba, porque los pensamientos son inherentes al ser humano, conforman la sustancia de la mente y forman parte de la meditación. La conciencia interior tiene pensamientos, lo importante es observarlos desde un espacio de dulzura y bondad. Lo importante no son los pensamientos sino como nos relacionamos con ellos. No debemos confundir mente tranquila con mente en blanco, ya que no se trata de buscar el no pensar sino de relacionarnos de una manera ecuánime con lo que aparece, esta actitud calmará el movimiento mental precisamente porque no busca nada y, en cambio, permite que todo fluya sin conmover la meditación y sin alejarnos del instante presente. Por otra parte, al meditar nos puede dar la sensación que la iluminación está en los momentos brillantes, llenos de paz, y quizás sí está allí pero también en los momentos de confusión y lucha interior. Cuando la propia práctica nos hace ver la confusión, el volumen de pensamientos y emociones, instintivamente buscamos la iluminación hacia otra dirección pensando que no la encontraremos junto a la confusión, pero es viendo la confusión que podemos despertar y comprender que no hay nada que buscar ni nada a conseguir, sino simplemente ser. La meditación aporta la ecuanimidad que nos permite establecer una relación equilibrada con nuestros pensamientos y emociones incluso en los momentos de más confusión y oscuridad. Utilizaré dos fragmentos del libro Vipassana: “Cuando aquietamos la mente y observamos nuestra experiencia, nos damos cuenta que la mente es un proceso de continuo cambio. En un determinado momento puede hallarse en calma y, al instante siguiente, sin embargo, verse consumida por el odio y el deseo; ahora está concentrada y lúcida y, al cabo de un instante, puede hallarse embelesada y perdida en cualquier fantasía. La naturaleza de la mente es una especie de energía móvil y fluctuante que se halla modulada de continuo por el aluvión de datos que le llegan a través de nuestros sentidos (...), de nuestras acciones, de nuestras reacciones (...)”. Anteriormente en el mismo libro ya se nos explicaba que “A lo largo de la práctica atravesaremos fases de duda, desaliento, dolor, e incluso aquello que se conoce como “la noche oscura del alma” y nos descubriremos a nosotros mismos explorando las poderosas energías de la codicia, el miedo, el odio y el sufrimiento. Pero para poder llegar a comprender y liberar nuestra mente y nuestro corazón,

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debemos aprender previamente a observar y examinar todas las condiciones y todos los estados que puedan aparecer” 15. En la meditación una vez obtenemos la quietud mental, el ego se encuentra en una encerrona, en un vacío, entonces el ego pone sus resistencias, sus armas en juego: nos dormimos, nos dejamos llevar por el dolor corporal, por la angustia, etc. En la meditación nos situamos en el presente y al ego no le interesa el presente porque es vacío. El ego es un producto del tiempo y no sabe situarse en el presente, el ego puede reflexionar sobre el pasado o proyectarse en el futuro, pero no sabe qué hacer en el presente y el presente es la única realidad. El ego sufre pero cuando somos capaces de soltarlo descubrimos que sin ego cesa el sufrimiento. Debemos recordarnos también que la mente que quiere comprender la mente cae en la confusión. Esta actitud de sentarnos, relajar y no juzgar nos proporciona herramientas para observar desde la distancia los movimientos del cuerpo y los movimientos de la mente, y para conducirnos a estados superiores de concentración y sabiduría, en los que el discurso mental prácticamente desaparece y la mente está estable y centrada en el presente, produciéndose la unión de mente y corazón. El centro de atención ya no está en la mente sino en el corazón y uno ya no se siente dividido, no hay separación. Por otra parte, la práctica de la meditación no tendría ningún sentido si no fuéramos capaces de llevarla a la vida cotidiana, a cada uno de los instantes de nuestro deambular, porque una gran fórmula para ver el funcionamiento consciente o inconsciente de nuestra mente es al entrar en relación con el otro. El otro nos hace de espejo y nos muestra nuestro propio sistema de reacción. Recuerdo que después de regresar de un seminario Vipassana, a las nueve de la mañana del día siguiente, de pie en el metro en Barcelona, en hora punta y lleno de gente hasta los topes, me di cuenta de que era una oportunidad para poner en práctica la atención plena en unas condiciones más difíciles, quizás más reales, que el entorno silencioso que me había acogido durante el seminario. Seguramente es más fácil la meditación en un retiro, alejado del ruido y la ciudad, que inmersa en el día a día, en la rutina y la cotidianeidad. Finalmente lo que ya comentaba en la introducción, la meditación aporta libertad al permitir desactivar reacciones, observar desde la distancia las propias neurosis, relajar el cuerpo manteniéndolo en dirección al cielo, observar desde la paz y a partir de allí crear la propia vida. Dejar quizás de sentirse víctima de la vida para reconocer que la vida y uno son lo mismo, porque creamos nuestra vida a cada

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J.GOLDSTEIN y J.KORNFIELD, Vipassana. El camino de la meditación interior, Ed. Kairós. Pág. 166 y pág. 130

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instante, con cada actitud que sentimos, con cada palabra que dirigimos, porque nacemos y morimos en cada instante. Recuerdo especialmente una sesión en el dojo en que estaba viviendo el zazen con mucha tensión, cuando me di cuenta de que todo aquello a lo que tan fuertemente me estaba agarrando era impermanente, insustancial, que mi cuerpo, mis pensamientos, mis emociones, que todo todo todo moriría. Entonces ¿para qué aferrarme si todo perecerá?. Esta sensación fue profundamente liberadora, me permitió soltar mi cuerpo y mi mente y continuar el zazen desde un abandono mucho más gratificante porque había mucho menos sufrimiento, seguramente porque había mucho menos ego. Por último, me gusta recordar que la práctica o los beneficios de la meditación no nos pertenecen porque pertenecen al universo. Y esta es una realidad muy bonita y también liberadora, porque ¿qué hay más precioso que sentarse en el zafu sabiendo qué no hay nada a conseguir, ni tan solo el beneficio de la propia meditación?

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BIBLIOGRAFÍA ALAN W. WATS, El camino del zen, Edhasa. ALBERT LOW, Introducción a la práctica del zen, Ed. Kairós. CLAUDIO NARANJO, Entre meditación y psicoterapia, Ediciones La Llave. DANILO HERNÁNDEZ (SWAMI DIGAMBARANANDA SARASWATI), Claves del Yoga. Teoría y práctica, Ed.La Liebre de Marzo. DHIRAVAMSA, Meditación Vipassana y Eneagrama, Ed.La Liebre de Marzo. D.T. SUZUKI y ERICH FROMM, Budismo zen y psicoanálisis, Ed. Fondo de Cultura Económica. J.GOLDSTEIN y J.KORNFIELD, Vipassana. El camino de la meditación interior, Ed. Kairós. JOSÉ SANTOS NALDA, Iniciación al zen, Ediciones Mensajero. MARIANA CAPLAN, A Mitad del camino. La falacia de la iluminación prematura., Ed. Kairós. MIRCÉA ELIADE, Patañjali y el yoga, Ed. Paidós. TAISEN DESHIMARU, Preguntes a un mestre zen, Pagès editors.