SimulacroTEXTO I

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TEXTO I Si China se ha transformado en la fábrica del mundo, que inunda los mercados con sus competitivas manufacturas, la India lleva camino de convertirse en la oficina del mundo, a la que crecientemente se trasladan los servicios informáticos, de contabilidad y de atención a los clientes. China inició su liberalización económica y su despegue industrial en la época de Deng Xiaoping, cuando la India todavía seguía sumida en los sopores del proteccionismo, la pobreza y la burocracia. Sin embargo, en los últimos años, la India se ha despertado, y ahora ambos gigantes asiáticos están creciendo al mismo ritmo frenético. En 2006, el PIB indio ha crecido un 9 por 100. Sin embargo, la India sigue sin resolver dos graves cuestiones: la explosión demográfica y el colapso de las infraestructuras. A diferencia de China, que ha logrado frenar drásticamente el crecimiento de su población mediante la política del hijo único, la India ha sido incapaz de detener su explosión demográfica, principal causa de la pobreza rural. La India, que ya sobrepasa los 1.100 millones de habitantes, superará a China en 2025, alcanzando así el dudoso honor de ser el país más poblado del planeta. Además, la inmensa e inefectiva burocracia india se come casi todo el presupuesto del país, por lo que la inversión en infraestructuras es mínima, a diferencia de lo que ocurre en China, embarcada en una espectacular renovación de todas sus infraestructuras. El boom de la India, el milagro indio, está siendo llevado a cabo por (digamos con optimismo) el 20 por 100 de la población. Ese 20 por 100 estudia, trabaja, hace negocios, monta empresas, desarrolla programas, produce más películas que nadie, se conecta a Internet y vive en el siglo XXI. El 80 por 100 restante sigue anclado en la Edad Media, en la economía de subsistencia, plagado por una natalidad excesiva y practicando una agricultura ineficiente, sin hablar de los problemas sociales atávicos, como las bodas de niñas menores de edad, el trabajo infantil y las tensiones entre castas. El mismo contraste se da en otros ámbitos, como la educación. Aunque el país está lleno de escuelas, colleges y universidades, el 90 por 100 son mediocres factorías de parados; toda la investigación y la enseñanza de calidad se concentra en el 10 por 100 de las instituciones, cuyos bien formados graduados están tan solicitados que obtienen inmediatamente salarios de ensueño. TEXTO II Arguedas es, sin duda, el portavoz reconocido del mundo “indio” con su inmenso legado cultural, su folklore, sus nostalgias, su encierro que lentamente se despeja, sus limitaciones intelectuales y sentimentales. Es, en ese sentido, el artista máximo del campesinado “indígena”, cosa que no son ni César Vallejo, ni Ciro Alegría, mucho más mestizos, más modernos. Pero Arguedas fue más allá de los límites estrictos del campesino. En la órbita que va de “Agua” y “Yawar Fiesta” hasta “Todas las sangres” –pasando por trabajos especializados como “El arte popular religioso y la cultura mestiza”– puede recorrerse no sólo el mundo semifeudal de Sierra adentro, sino también, y cada vez más las ciudades, las minas, los inmigrados a la urbe, los contactos iniciales entre campesinos y obreros. A diferencia de León Tolstoi, el gigantesco mujik de la literatura rusa, Arguedas no encerró su creación en los límites del autoperfeccionamiento moral, del ascetismo, del amor universal y el universal pesimismo. No hubo en su obra la menor creencia en una inmovilidad del mundo cultural indio.

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TEXTO ISi China se ha transformado en la fábrica del mundo, que inunda los mercados con sus competitivas manufacturas, la India lleva camino de convertirse en la oficina del mundo, a la que crecientemente se trasladan los servicios informáticos, de contabilidad y de atención a los clientes. China inició su liberalización económica y su despegue industrial en la época de Deng Xiaoping, cuando la India todavía seguía sumida en los sopores del proteccionismo, la pobreza y la burocracia. Sin embargo, en los últimos años, la India se ha despertado, y ahora ambos gigantes asiáticos están creciendo al mismo ritmo frenético. En 2006, el PIB indio ha crecido un 9 por 100. Sin embargo, la India sigue sin resolver dos graves cuestiones: la explosión demográfica y el colapso de las infraestructuras. A diferencia de China, que ha logrado frenar drásticamente el crecimiento de su población mediante la política del hijo único, la India ha sido incapaz de detener su explosión demográfica, principal causa de la pobreza rural. La India, que ya sobrepasa los 1.100 millones de habitantes, superará a China en 2025, alcanzando así el dudoso honor de ser el país más poblado del planeta. Además, la inmensa e inefectiva burocracia india se come casi todo el presupuesto del país, por lo que la inversión en infraestructuras es mínima, a diferencia de lo que ocurre en China, embarcada en una espectacular renovación de todas sus infraestructuras.

El boom de la India, el milagro indio, está siendo llevado a cabo por (digamos con optimismo) el 20 por 100 de la población. Ese 20 por 100 estudia, trabaja, hace negocios, monta empresas, desarrolla programas, produce más películas que nadie, se conecta a Internet y vive en el siglo XXI.

El 80 por 100 restante sigue anclado en la Edad Media, en la economía de subsistencia, plagado por una natalidad excesiva y practicando una agricultura ineficiente, sin hablar de los problemas sociales atávicos, como las bodas de niñas menores de edad, el trabajo infantil y las tensiones entre castas. El mismo contraste se da en otros ámbitos, como la educación. Aunque el país está lleno de escuelas, colleges y universidades, el 90 por 100 son mediocres factorías de parados; toda la investigación y la enseñanza de calidad se concentra en el 10 por 100 de las instituciones, cuyos bien formados graduados están tan solicitados que obtienen inmediatamente salarios de ensueño.

TEXTO II Arguedas es, sin duda, el portavoz reconocido del mundo “indio” con su inmenso legado cultural, su folklore, sus nostalgias, su encierro que lentamente se despeja, sus limitaciones intelectuales y sentimentales. Es, en ese sentido, el artista máximo del campesinado “indígena”, cosa que no son ni César Vallejo, ni Ciro Alegría, mucho más mestizos, más modernos. Pero Arguedas fue más allá de los límites estrictos del campesino. En la órbita que va de “Agua” y “Yawar Fiesta” hasta “Todas las sangres” –pasando por trabajos especializados como “El arte popular religioso y la cultura mestiza”– puede recorrerse no sólo el mundo semifeudal de Sierra adentro, sino también, y cada vez más las ciudades, las minas, los inmigrados a la urbe, los contactos iniciales entre campesinos y obreros.

A diferencia de León Tolstoi, el gigantesco mujik de la literatura rusa, Arguedas no encerró su creación en los límites del autoperfeccionamiento moral, del ascetismo, del amor universal y el universal pesimismo. No hubo en su obra la menor creencia en una inmovilidad del mundo cultural indio.

Algo más. Un examen con criterios sociales y políticos de “Todas las sangres”, ¿no podría demostrar que Arguedas vio, sintió, la posibilidad de que una capa de los terratenientes serranos se transformara en capitalistas modernos? ¿Qué otra cosa sino expresión de esa tendencia social objetiva, tan actualizada por la Ley de Reforma Agraria, representa el don Fermín de esa novela?

Con mirada aguda de etnólogo, Arguedas examinó el proceso real de los cambios culturales que ocurren en el Perú de las últimas décadas. No fue, a diferencia de tanto “indigenista” que plaga la inteligencia peruana desde hace tiempo, un creyente de cierta supuesta autarquía cultural del indio. Cuando, en su entierro, los danzarines de tijeras se pusieron a estremecer el aire del cementerio, uno no podía menos que evocar las pesquisas arguedianas sobre estas y otras danzas y canciones del Ande. “El danzante de tijeras fue introducido por los españoles; muy antiguos mates burilados lo describen con una indumentaria hispánica inconfundible que se ha conservado”.

Las comprobaciones de cambio y transformación en el Perú tienen que haber profundizado el drama interno, el mal psíquico de Arguedas. Es un hecho verificado que toda su obra, o casi toda ella, está compuesta de “fragmentos de una vasta confesión”. Es rememorativa, autobiográfica. Está dominada por la nostalgia del mundo quechua de la infancia. El Ernesto de “Los ríos profundos” vive más en el pasado que en el mundo real del día. En ese pozo sin fin de la memoria se iba hundiendo, se iba estrechando la conciencia, del hombre José María Arguedas. Era su tragedia –y su grandeza.

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TEXTO IIILa migración internacional siempre ha contribuido a los intercambios culturales y —amén de los retos que impone la convivencia de individuos, grupos y comunidades de diferentes culturas, etnias y religiones— es razonable esperar que siga forjando espacios multiculturales y difundiendo ideas y valores. Sin embargo, la globalización conlleva direcciones contrapuestas: se generalizan las expectativas de movilidad pero se endurecen las restricciones para el desplazamiento. Las nuevas tecnologías en materia de comunicaciones y transporte facilitan la movilidad internacional.

Además, gracias a las mejoras de la escolaridad, aunadas a una mayor información —con mensajes sobre los niveles de vida y códigos valóricos que alientan la percepción de las supuestas ventajas de la migración— sobre la situación existente en otros países del mundo, hay muchas más personas dispuestas a migrar. En definitiva, el derecho a migrar es una opción para aquellos que disponen de un mínimo de capital humano y no están en condiciones de materializar sus aspiraciones de movilidad social en sus países de origen, cuyas restricciones para el ejercicio de derechos económicos y sociales terminan minando el derecho a permanecer. Así, los movimientos internacionales de las personas y las familias —que buscan obtener aquello que en sus países sólo se les ofrece simbólicamente— emanan de decisiones cada vez más informadas y vinculadas a la percepción de que los traslados suponen riesgos y costos decrecientes. Esta es la cultura migratoria contemporánea, ahora animada por motivaciones relativamente autónomas de las de naturaleza estrictamente económica. Una de las manifestaciones culturales de la globalización es el tránsito de identidades nacionales de base territorial a otras tal vez menos abarcativas, pero de índole transterritorial. La migración ha hecho emerger nuevos actores que, organizados en comunidades y articulados por medio de redes, mantienen vínculos estrechos con sus áreas de origen (a las que envían remesas e información) y constituyen referentes colectivos de identidad en las de destino. Estas comunidades transnacionales son un ejemplo palmario del papel interactivo de la migración internacional y la globalización en el marco de la explosión identitaria que caracteriza la fragmentación de las sociedades contemporáneas. Las redes sociales y las comunidades forman parte de una estrategia afirmativa de los migrantes en la defensa de sus rasgos culturales, la expresión de sus demandas de ciudadanía y la protección tanto frente a las posturas restrictivas en materia de inmigración como ante las prácticas de rechazo social (ejemplificadas en las condiciones laborales de muchos migrantes y en los sentimientos contra la inmigración). En gran medida, operan como factores de retroalimentación de los flujos migratorios y propician la diversificación de la movilidad.

Las comunidades transnacionales se benefician de las asociaciones tradicionales de migrantes, pero su complejidad es mayor: propician actos culturales —bailes, comidas, festividades y productos idiosincrásicos— y legitiman la diversidad de las sociedades receptoras. Son unidades sociales geográficamente extendidas, de relaciones densas y vínculos solidarios, que incluso auspician iniciativas microempresariales transnacionales.