Sincé Corralejas Principios Siglo XX

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PONENCIA CORRALEJAS SINCE PRINCIPIOS DEL SIGLO XX Esta cita de hoy, es una expresión de júbilo, legitimados casi veintitrés lustros atrás; el tinte y la naturaleza de un espectáculo en el que celebra la vida y la muerte su ritual, la valentía y el coraje su culto, la sangre y el color su ceremonia. Es la tradición oral de un período riguroso en la historia de Sincé, tiempo que despunta tradiciones culturales y folclóricas instruidas en la colonia, rememoradas con apacible expresión; leyendas que han florecido de boca en boca, en la primavera de ensueño de esta tierra, apuntalando la justicia de esta reseña. Apuntaríamos mejor, la policromía de la historia de una primavera en el tiempo. De un Sincé vanidosamente Sabanero, que guarda como centinela celoso, las gestas de sus antepasados. 1

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PONENCIA CORRALEJAS SINCE PRINCIPIOS DEL SIGLO XX

Esta cita de hoy, es una expresión de júbilo, legitimados casi veintitrés lustros atrás; el tinte y la naturaleza de un espectáculo en el que celebra la vida y la muerte su ritual, la valentía y el coraje su culto, la sangre y el color su ceremonia.

Es la tradición oral de un período riguroso en la historia de Sincé, tiempo que despunta tradiciones culturales y folclóricas instruidas en la colonia, rememoradas con apacible expresión; leyendas que han florecido de boca en boca, en la primavera de ensueño de esta tierra, apuntalando la justicia de esta reseña. 

Apuntaríamos mejor, la policromía de la historia de una primavera en el tiempo. De un Sincé vanidosamente Sabanero, que guarda como centinela celoso, las gestas de sus antepasados.

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Trascurre la primera quincena de Septiembre, al filo de las doce en punto, se escucha el taconeo atronador de las recámaras a los pies de la contrapuerta de toriles, el repiqueteo de campanas de tonos distintos y alegres, echan al vuelo, acelerando el frenesí. 

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El olor a pólvora penetra el Pulmón del Municipio, barajándose con el aroma a flores dulces de fragancias exquisitas y el aliento cálido de bocas inundadas de sonrisas pulcras, originarios de mujeres agraciadas vestidas de Faralaes, que emperifollan los pocos miradores de madera finamente repujada, que hacen parte de la arquitectura eterna del marco de la plaza.

El Sol de ardoroso rojizo, se hace sentir en la humanidad de la afluencia, mientras el Cielo de un azul purísimo pronostica la apoteosis. Hacemos el escrutinio denso de los nacientes 50 años del siglo XX, en una tierra arrogantemente corralejera.

En el palenque de madera y alcayatas, bajo el dosel de los refrescantes Campanos que vivificaran al crepúsculo, se atendía el bálsamo musical dilucidado por la banda de Marcial, mientras centenares de almas enlazan su mirada como banderillas en el cimarrón hirsuto, que apremia en el portón de los julepes a sus retadores y valentones, equipados de mantas a cuadros, elaboradas por el uso y lanzadera del telar de “GUILLERMO”.

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Hagamos un alto para reintroducirnos en el contexto. Sincé, no fue ajeno a la depresión económica de los años veinte; nutriendo con ello a las corrientes migratorias de sus hijos, acosados a mansalva por los acreedores, o por la atormentada mala hora; partían con los sueños sorteados al progreso y con la sonrisa dormida del adiós esparcida en toda el alma; y el espejismo del regreso aferrado a su espíritu indomable… Era la expatriación de los que no tenían

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nada. Algunos desamarraron velas hacia la United Fruit Company (UFCO) en la Zona Bananera, otros atraídos por la Tropical Oil Company (Troco) hacia Pato, el Bagre y Zaragosa, y algunos terceros hacia Barrancabermeja, embelesados por la bonanza del petróleo.

Pero como el sinceano en septiembre, se desborda de alegría POR TODAS SUS COSTURAS, infaliblemente emprendían la fiesta del retorno. El espíritu piadoso de los hijos marianos de septiembre, le cumplían rigurosamente la cita a la bienaventurada en su profesión de fe, para luego departir en ese espectáculo investido de magia, sugestión y nervio místico, en que el hombre apegadamente sabanero, ejecuta un lance a la existencia, como gesto forzado y apasionado de violencia estética, no sin antes jugar sus reservas en la lotería de Don Prici, el Boliche del Golo, o en la baraja de Toñito.

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Transcurrían los incipientes cincuentas del siglo pasado, épocas de alegres y huracanados Toros Sabaneros; de caballeros de garbosa doma, como CHOCHEOS, HERNANDEZ, TIBURCIOS, VALERIOS, URIAS, GALINDOS, GILBERTOS, EDELBERTOS, RAFAELES, FRANCISCOS, VICENTES, y del Centauro MANUELITO, quien lanceara en su Caballo Bayo (Media Panela), de sobaquillo y pulso los Toros Bravos del Cacique.

Para no olvidar esas tardes gloriosas, cuando caballos criollos, como EL BANDERITA de Don SALVADOR GAMARRA, EL CASTILLERO de Don FRANCISCO y EL BAYO DORIANO - probados en el salto a media tranca con novillas cimarronas - hacían refinadas piruetas a las lindas damas de la cosecha.

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Historias de animosos y decididos, bastaría para ello recordar, la brutal arremetida que el BAYO BLANCO DORIANO, propinó por los años de la indolencia al mantero ZENEN RODRIGUEZ, los cuales quedaron moldeados en la décima de GAMARRA, nuestro zorzal sabanero:

“EL BAYO BLANCO DORIANO

AMARRADO CON ZENEN,

CREYÓ QUE ERA UN COMEJEN

EN EL PLAYÒN DE SANTIAGO,

Y DE SUS ROPAS HARAPOS,

REPARTÍA FRENTE A LA IGLESIA,

PUNTEANDO SIN ANESTESIA

LA INDUMENTARIA CON FURIA,

CUANDO GRITO RAFAEL URIA

¡TE ESTÀ COMIENDO LA BESTIA!”

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Ya que zarandeamos el argumento, continuemos garrapateando una página especial en decoro a las familias que por su ofrenda, hicieron de las celebraciones en los albores del siglo pasado una fiesta grande. La casa

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Ruizana de Don JUAN ANTONIO RUIZ… Desde el Rincón de Malagueño, Astillero, hasta las verdes praderas del San Jorge, pasando por las aguas diáfanas del entonces Arroyo Grande de Santiago Apóstol, tierra de diestros pescadores curtidos por el Sol, campeaban en el verano el ganado, para volver en el invierno a PLATANAL, JORDAN, HATILLO y LA EMBOCA, fragmentando la rutina con que transcurría la vida en las Sabanas.

Eran los RUIZANOS, que nacían de la ancestral ganadería de uno de los más destacados forjadores de progreso y asoleadores de monedas.

Sin artificio engarzamos en estas páginas que hacen historia, su famoso Toro CUSUBA, rey de playones, rey de praderas, proveniente de esa “raza criolla de misterio, que se hizo mitología”, en el decir lírico de LEONARDO, poeta y juglar de artes que nutren la memoria, inmortalizando a aquellos que jugaban el ganado de la época, donde el olor a panes, dulces, guarapos y chilenas se confundía con la pólvora y el sudor de ébano del Negro CARMELO.

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Y qué decir de los ajiceros Barrosos PINEANOS, Toros que haciendo decoro de los años treinta a los cincuentas, dejaron en alto la fama de una ganadería que pastaba en SAN BARTOLO, en los alrededores de Playones comunales que circundan las espaldas anfibias de Punta de Blanco y se extendía desde el Rincón del Hobbo hasta Punta Nueva, explayándose hasta las tierras

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pantanosas de Rivera, paisaje toruno, civilizado por el espíritu arisco, indómito y trabajador de Don NARCISO PINEDA ACOSTA. Este mestizo, figura de hombre valiente, terror de las fieras que asechaban los rebaños, capaz de enfrentar a un tigre parado a raya y dominarlo hasta la cruceta de su lanza.

En sus dehesas se engendraban y desarrollaban los ganados, luchando a cornadas limpias, pitones cuacados cuidadosamente en aquellos vetustos comejenes, los cuales le permitían defender su naturaleza de las garras y colmillos asesinos de las fieras de la sombra.

En el transcurrir de alguna noche, entre el sueño y la vigilia, justo un año antes de su partida a la eternidad, con su voz melancólica, abatida quizás por su íntimo recuerdo, SAMUEL, hijo de Don NARZO y a la postre el más autorizado en estas lides del Ganado Bravo, narraba la historia del BARROSO MUCURITO, aleonado, de poca culata, cuajado, cornalón, hizo presa con codicia a las puertas de toriles del Caballo Melao que montaba Rafael Uria, sacándole la gualdrapa sin tocar la coraza con la más fina de sus agujas.

Aunque el sobresalto fue mayor cuando conquistó los terrenos a la cabalgadura del veterano “CHU” HERNÁNDEZ, despojándola de la ristranca. El grito cobrizo de don GABRIEL DE LA OSSA, “EL CONCHA”, se ahogó en el eco de la muchedumbre, embrollada entre el espanto y el golpe seco en el parche del Bombo que tocaba MINGON.

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Para los mismos años de la crisis, exactamente en el año treinta y dos, tejió una leyenda el borrascoso MARIA CANO, toro Bandera de la casa

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LASTRERA, que pastaba en la PALMITA del mismo dictado, diría mejor, en la margen derecha de los apacibles Playones, exactamente en la depresión del Arroyo Grande llamada el Bajo de la Muerte.

El capirote embestía con apremio a todo lo que se movía en la plaza, peleando con alegría con los montados sin sufrir el castigo. Cada acometida del avisado, estimulaba el terror del matiz de la tarde, por el olor a sangre que bordaba su bronca embestida. En su veloz carrera, el torbellino arqueaba su cuello, despidiendo cornadas a los caballeros que lo apuraban. Alto de agujas, cornidelantero, de hermosa lámina el retinto del NIÑO LASTRE.

La tarde Lastrera se tiño de sangre, notificando la muerte de LIGERANTE, resignando la juventud de PEPE y el ánimo de TIBURCIO en la “piquería”.

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Haciendo honor a EZEQUIEL, famoso fue el VAZQUEZ COBO de la casta ROMERANA y el vigor de MAJAGUAL; arremetió sin compasión a “CARACAS”, tejiendo el estribillo: “Si lo esperas de frente te enviste y si lo esperas de espalda te mata CARACAS”… Mención a un ciudadano Caraqueño que deambulaba la policromía de la Plaza de los treinta, midiendo la envestida al de ROMERO GARRIDO.

De MANUEL IRIARTE recuerda WALBERTO… “El VEINTICUATRO JORNALES” y “EL MARIA BONITA”, que pastoreaban vigilantes las tierras de CHOPERENA, en la misteriosa Cienaga de TACAZUAN, los que se

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confundieran una tarde sofocante de Septiembre, entre el guapirreo y la agilidad cimarrona de CARLOS GRATINIANO.

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En esa selección natural, cuando en la reproducción sabanera avasallaba la ley del más fuerte, hicieron presencia en esta ficción, cimarrones, amplios de cuerna y pelo encendido que escribieron historia. Toros de bandera los de José Miguel Doria

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Ha trascurrido más de una centena, encarnados en el acero de “Chu” Hernández, reimpresos en el brío de Felipe Quintero el último de los elegidos y rebasados por la destreza y doma ejemplar del Centauro Manuelito, facultados de hacer “morder el polvo” a rústicos de espanto.

Cien Años signados por la habilidad probada de Elí Pineda, pero salvaguardados para siempre por la nube de oro del explosivo y fantástico “Polvorín”.

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Ocupémonos ahora del más bravo de todos… A sus 92 años cumplidos era un goce oír a ese patriarca de fuerte voz y entusiasmo infinito; SAMUEL PINEDA LASTRE, persona de “tuerca y tornillo”, nacido justo catorce años después del inicio del siglo pasado. Relataba en esta ocasión, con apostura y satisfacción de sabor castizo, una de las pruebas que enriquecen la memoria colectiva o tradición oral.

Para el año 26 del siglo que nos ocupa, saltó a la arena de la plaza de Sincé un Toro "Negro Mascarillo", cornalón, astifino, muy bien puesto de cabeza, era un toro formidable, hondo, apretado de carnes, de hermosa lámina y colosal trapío. Un ejemplar criollo cienaguero, parido en “San Bartolo” y criado en las tierras de misterio de la Marquesita, fue acaso el más enlutado y espeluznante que halló el orgulloso ganadero en su rebaño.

Algunos "paseros" le veían con frecuencia en verano, en los zapales de la “Boca del Purgatorio”, más allá del caño de Doña Ana, entre árboles anfibios, adornados por monos colorados aulladores, las pollas de agua de patas verdes y ligas rojas, y el vuelo sobrio de garzas y cucharos. Habían transcurrido sus seis años largos, entre las sabanas verde esmeralda del "rincón de la tenuta" y los veranos intensos de Rabón.

Su comportamiento agreste, no había consentido trasladarlo a la plaza los años inmediatamente pasados y ni la misma luz y calor asfixiante del fuego le intimó a salir para la época; solo una celada de aquellas que nuestros mayores sabían disponer con destreza, permitió apresar al rústico que, a “cuello de buey”, embebido en el canto y compás de los vaqueros, le condujeron al mismo “Infierno”.

Así se llamaba la huerta, que permitía el reposo de los toros Narcizanos, potrero ubérrimo, ubicado en los alrededores del Municipio, de donde partían a la plaza de Sincé los que se lidiarían a golpe de campana y el

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zarandeo de canillas la tarde de la patrona. Atrás habían quedado las tierras tigreras del Algarrobo y las vegas del San Jorge, explicaba SAMUEL.

Iniciado el danzón en el cornetín de Marcial, con alegría asomó el toro detrás de sus marfiles, palpitaba el corazón de los presentes, el cimarrón limpió el interior del esqueleto de guaduas y madrinas verdes, un verdadero bellaco se hacía presente, hostigando con fuerza y ferocidad desde la misma querencia de chiqueros, a la cabalgadura del garrochero de la casa Ruizana, VALERIO.

Un jinete corajudo, fundido en el acero de la tierra, irreprochable doma y “estampa de superior” en el mejor decir de GARCILAZO; montaba esa tarde a un tordillo del hierro de JUAN ANTONIO, caballo con buen temperamento, generoso de galope, asombrosa soltura, velocidad para la salida y arrojo para llegar de poder a poder.

Iniciado el acecho, de cinco trancos partió la plaza en dos y con excepcional voracidad llegó a la misma competencia del caballo; fundiéndose en el aire la malaventura, el olor a estricnina y yodo se hizo más intenso, cuando apretó con nervio y codicia a la resuelta cabalgadura del imperturbable y consolidado jinete, sin poder hacer presa por el vuelo vertiginoso de la Montura.

En su envestida proyectaba tornillazos con el arma de su gloria a la grupa soslayada, cornadas inconclusas disipadas en el añil eterno de septiembre. El cuadrúpedo amparaba su integridad, mientras las gargantas gritaban frenéticas a lo largo de las tres vueltas a que forzó el huraño.

En este punto y aparte entró en escena CAMILO GALINDO, vestido de suplicante valentía, cito de frente a la misma muerte, queriendo salir de la guadaña con astucia y de la manera más limpia, cuarteó por el derecho, describiendo con su cuerpo una trayectoria redonda hacia el toro, conquistándole terreno... El animal pasó apenas unos centímetros de su espalda, dibujando la cornada que de forma alguna desenlazó.

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CAMILO, había emboquillando las anillas de sus entorchadas abarcas en las mazorcas de la cornamenta en primoroso lance, sin consumar por completo la temeraria añagaza, pues el dañino le persiguió con brío hasta batirlo y descargarle un estrujón, tirándoselo encima de sus lomos anchos y musculosos.

Esa tarde de sol de oro bruñido, desde la quinta guadua salto JUAN PINEDA, arriesgándolo todo, a toro pasado, se colgó de la moña que ataviaba la testuz de la musaraña, quedando a merced del resuelto, que lo calzó en las cunas de sus puntales curvos, sin el finiquito propio que simulaba la tragedia.

El grito del público no dio espera, reviviendo la algarabía, entre las notas inmortales de los acordes de bombo, trompetas, clarinetes y redoblante, que hacen crujir los huesos de la muchedumbre.

JUAN, con la licencia de su mocedad, recoge aplausos y cumplidos, mientras se dirige a los espectadores que le tutelan, haciendo alarde de coraje y maña.

El colosal mascarillo por su rauda y grosera acometida, glorificaba las gargantas de todos los presentes. Para SAMUEL, era el más bravo que distinguieran sus noventas.

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¡De nuevo el asombro! …La tarde arrebatada para el montado y los de a pie, tuvo un veredicto inapelable, mientras el veloz TORDILLO superaban su destino y JUAN vociferaba airado su arresto, la fiera iniciaba su propia liturgia; congestionado y agonizante, fruto de su fiereza, se derrumbaba en la arena de sangre dilatada.

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La suerte se había consumado; el salvaje y esquivo moría en la mismísima médula de la corraleja exhausto en su bravura, para gloria y encanto de esta heredad corralejera.

Cuentan que desde entonces, en noches de luna llena, por todo TACASUAN se percibe el mugir de un toro correteando el aura de un caballo que cabalga la eternidad y el canto lúgubre de vaqueros que emplazan al Mascarillo.

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