Sobre El Abrazo de la Serpiente

Contrario al sentido común de algunas perspectivas antropológicas que definen las

experiencias chamánicas como producto de “estados alterados de conciencia”, la

antropología posestructuralista asume el riesgo de pensar el chamanismo en su instancia

política, lo que conlleva asumir la experiencia chamánica en sus consecuencias éticas,

políticas, estéticas. De esta forma el chamanismo provoca un fuera de sí diferente, que no

se relacionaría con una alteración de la conciencia para provocar una alucinación dirigida,

sino que implicaría la provocación de una complicidad con lo no visto. En este sentido la

alteración de la realidad conllevaría la inmersión en la complicación de la trama de la

realidad que desvela la insuficiencia de su principio de razón, esta autodesconstrucción del

principio de realidad suficiente que genera la experiencia chamánica lejos de alterar la

conciencia, lo que provoca es su certeza contundente, visible en la inversión de la imagen

del chamanismo que provoca “El abrazo de la Serpiente” de Ciro Guerra, película que

expone la realidad saturada de una selva de carne y sangre en la que las plantas generan

remociones del ser que rebasan la realidad, para invertir el surrealismo de la comprensión

de una razón perdida en sí misma y que incapaz de soñarse pretende soñar de otro modo,

pues ante un sueño de la razón que ha producido monstruos, cabe la posibilidad de soñar

sin arquetipo, ni mito.

El drama del ser sin sueño, sin proyección por la ausencia del presente, se aborda desde la

posibilidad de una curación del tiempo, de la que un no chamán perdido de sí, expone al ser

concebido como quien “mueve mundos” y que perdido entre los cambios pretendiendo una

búsqueda de origen, rebasa el sentido del origen mismo para reescribir una historia en la

que el dolor clausura y si altera la conciencia del presente.

El chamanismo vendría entonces a confrontar el dolor de la clausura de una conciencia que

alterada ha desconocido sus cambios, lo que hace que no sea consciente del presente

generando una realidad fascinada por la búsqueda de un origen único, cuestión que la

propuesta de Ciro Guerra invierte al proponer la paradoja de una filmación que se rebasa a

sí misma a través del blanco y negro, es decir del exceso de un cuerpo expuesto que se

busca a sí mismo a través de un sueño que ahonda en la noche de lo inaparente, otra vez de

lo no visto, es decir de lo que fuera del tiempo quizá por una estrategia para cerrar la

filmación, invocara el color como recurso narrativo, pues la película en el rebasamiento del

imaginario antropológico sobre el chamanismo, se revela inacabada pues se vela a sí misma

por saturación y sobreexposición de sentido de una experiencia de apertura de la

conciencia.

La razón cinematográfica de la estética de la contundencia de la mirada chamánica se hace

tangible en el éxtasis de un espectador que no sabe qué decir sobre la película, a no ser los

comentarios o más bien sonrisas tímidas de aparente identificación con las situaciones que

componen el filme, de quienes han asistido a ceremonias de Yagé, Peyote, Ambil, Coca,

San Pedro o cualquiera de la multiplicidad de prácticas chamánicas que se ofrecen en la

actualidad, para quien pretende alterar la conciencia sin lograrlo, pues como se ha

mencionado, el chamanismo no altera la conciencia, si provoca algo sería la asunción de la

contundencia de la comprensión del presente y por tanto de su transformación a partir de

una estética de la razón chamánica que conllevaría la poética, la ética y la política de soñar

de otro modo la vida.

Montería, Agosto 31 de 2015

Mario Madroñero Morillo