Sobre la esclavitud - León XIII

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Encíclica "In Plurimis" del Papa León XIII que versa sobre la esclavitud

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In Plurimis

León XIII

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I. Introducción: Ocasión y Justificación de la Encíclica

Entre las muchas y grandes manifestaciones de piedad que casi todas las naciones nos han dado y siguen dando cada día para felicitarnos al cumplir los cincuenta años de sacerdocio, nos ha emocionado singularmente una, procedente de Brasil, otorgando, para celebración de dicho acontecimiento, la libertad a muchos de los que, dentro de los vastos límites de aquel imperio, gimen bajo el yugo de la esclavitud. Tal obra, plena de cristiana misericordia, llevada a cabo por benéficos varones y matronas juntamente con el clero, ha sido ofrecida a Dios, autor y dador de todos los bienes, como testimonio de gracias por el obsequio de la edad e incolumidad benignamente a Nos concedido. Ha sido recibido por Nos con agrado y alegría entre los primeros, tanto más cuanto que nos confirma en la grata opinión de que los brasileños están decididos a abolir y extirpar por completo ese horror de la esclavitud. Anhelo popular secundado con noble afán por el emperador e igualmente por su augusta hija, así como por los altos dignatarios del Estado, mediante la promulgación y sanción de algunas leyes. Cuán consolador ha sido para Nos este hecho, lo hemos declarado expresamente en el último mes de enero al legado ante Nos del augusto emperador, y añadimos que Nos mismo habríamos de escribir una carta, en defensa de los míseros esclavos, a los obispos del Brasil1.

Nos somos ante los hombres el vicario de Cristo, Hijo de Dios, que profesó al género humano un amor tan grande, que no sólo no rehusó, tomada nuestra naturaleza, vivir entre nosotros, sino que gustó del nombre de Hijo del hombre, dando público testimonio de que Él había venido, además, a convivir con nosotros para predicar la remisión de los cautivos2 y, una vez liberado el género humano de la detestable servidumbre del pecado, instaurar en su ser cuanto hay en el cielo y en la tierra3, así como volver a su prístino estado a toda la progenie de Adán, sacándola de la profunda sima de su común desastre. Admirablemente escribe a este respecto San Gregorio Magno: Puesto que nuestro Redentor y Creador universal quiso tomar carne mortal con la finalidad de, roto por la gracia de su divinidad el vínculo de esclavitud que nos mantenía cautivos, restituirnos a la prístina libertad, es una obra saludable que los hombres, a quienes la naturaleza hizo primeramente libres y el derecho de gentes sometió al yugo de la esclavitud, por beneficio del manumitente, sean vueltos a la libertad en que nacieron4. –Conviene, por consiguiente, y cae plenamente dentro de nuestro cometido apostólico que Nos fomentemos y proveamos diligentemente todo aquello de que los hombres, tanto individualmente cuanto unidos bajo el vínculo social, puedan ayudarse para superar las múltiples miserias que, como frutos de un árbol corrompido, se han derivado de la culpa de los primeros padres; esas ayudas, conviene a saber, que, de cualquier género que sean, no sólo contribuyen poderosamente a la cultura y a la civilización, sino que también llevan adecuadamente a esa integral restauración de las cosas que estuvo en los deseos y en la voluntad de Jesucristo, redentor de los hombres.

1 “Con ocasión de nuestro jubileo…, Nos deseamos dar al Brasil un testimonio particular de nuestro paternal afecto a propósito de la emancipación de los esclavos” (Respuesta al mensaje del ministro del Brasil, de Souza Correa).2 Is. 61,1; Lc. 4,19.3 Ef. 1,10.4 L.4 ep.12.

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II. El tiempo de la esclavitud

Ahora bien, entre tan enormes miserias tenemos que lamentar profundamente la esclavitud a que se halla sometida desde hace muchos siglos a una parte no pequeña de la familia humana, forzada a la humillación y a la miseria, y esto totalmente contra lo que Dios y la naturaleza inicialmente instituyeron. –El supremo Creador de las cosas había decretado, en efecto, que el hombre tuviera un cierto dominio regio sobre las bestias no sólo de los campos y las aguas, sino también de las aves, pero no que igualmente los hombres dominaran sobre sus semejantes: No quiso que el racional –según sentencia agustiniana-, hecho a su imagen, dominara sino sobre los irracionales; no el hombre sobre el hombre, sino el hombre sobre las bestias5. De donde resulta que la condición de esclavitud se entiende impuesta por derecho al pecador. Por ello en ningún pasaje de las Sagradas Escrituras leemos la palabra “esclavo” antes de que el justo Noé reprendiera el pecado de su hijo. Este nombre, por tanto, lo mereció la culpa, no la naturaleza6.

Del contagio del primer pecado se originaron todos los demás, y sobre toda esta monstruosa perversidad de que unos hombres, olvidados de la fraterna unión originaria, desatendiendo la voz de la naturaleza, no guardaran ya entre sí aquella mutua benevolencia y aquel mutuo respeto, sino que, obedeciendo a sus pasiones, comenzaran a considerar que había otros hombres de inferior casta, y, por consiguiente, como las bestias, nacidos para el yugo. Así, pues, sucedió después que, sin consideración alguna ni de la naturaleza, ni de la dignidad humana, ni de la expresa semejanza divina, merced a las competiciones y a las guerras, que no tardaron en encenderse, los vencedores sometieron a su dominio a los vencidos, con lo que una muchedumbre indiferenciada en su naturaleza fue poco a poco dividiéndose en dos grupos: esclavos los vencidos de los vencedores, hechos amos. –La historia despliega, diríamos, su luctuoso teatro desde los primitivos tiempos hasta los de nuestro divino Redentor, en que la plaga de la esclavitud había invadido todas las naciones, y era tan escaso el número de los libres, que el poeta pudo presentar a César profiriendo estas atroces palabras: El género humano vive para unos pocos7. Y esto existió aun entre las naciones que sobresalieron por su universal cultura, entre los griegos, entre los romanos, en que una inmensa muchedumbre estaba dominada por una minoría; y este dominio era ejercido con tal crueldad y soberbia, que las turbas de esclavos no eran consideradas más que como bienes; no como personas, sino como cosas, sin derecho alguno y privadas hasta de la facultad de conservar la vida y disfrutarla. Los esclavos están en la potestad de los señores, que es indudablemente una potestad de derecho de gentes; vemos, en efecto, con la más plena uniformidad en todas las naciones, que los señores tienen potestad de vida y muerte sobre los esclavos y que cuanto un esclavo adquiere, lo adquiere para los señores8. De este desorden de cosas vino que fuera lícito a los señores cambiar, vender, legar, castigar, matar a los esclavos y abusar de ellos a la medida de su capricho y de su cruel superstición; y les fue lícito impunemente a la luz del día. –Más aún: los mismos sabios de entre los gentiles, filósofos

5 Gén. 1,26.6 Gén. 1,26; Noé c.30.7 Lucano, Farsalia 5,343.8 Justiniano, Inst. l.1 tít.8 n.1.

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insignes, famosos jurisconsultos, pretendieron demostrar para sí y para los demás, con grave injuria del sentido común, que la esclavitud no era otra cosa que una condición necesaria de la naturaleza; sin temor de afirmar que, pues la casta de los esclavos estaba muy por debajo de la condición de los libres tanto por la lucidez de su inteligencia cuanto por la prestancia corporal, era de necesidad que los siervos, como instrumentos carentes de razón y de consejo, se sometieron en absoluto, sin dignidad ni discernimiento, a los señores. Trato inhumano, iniquidad sobre todas detestable, una vez aceptada la cual no queda ya bárbara ni abominable opresión de los seres humanos que no pueda ser impúdicamente defendida bajo una apariencia de ley o de derecho. –Los libros están llenos de ejemplos de corrupción y la ruina que han brotado de ello, como de un semillero de infamias; los odios se agudizan en los ánimos de los esclavos, los señores viven en alarma y miedo perpetuos; unos preparan teas incendiarias para dar rienda suelta a sus iras, los otros arrecian más en sus crueldades; los pueblos tiemblan ante el número de los unos, ante la violencia de los otros, y temen su ruina por instantes; los motines y las sediciones, los saqueos y los incendios, las guerras y las mortandades, todo se mezcla.

III. La libertad del cristianismo

La igualdad evangélica

En tal abismo de abatimiento gemían muchos mortales, tanto más miserablemente cuanto que se hallaban sumergidos en las tinieblas de la superstición, cuando, maduros ya los tiempos conforme al designio divino, brilló una admirable luz del cielo y la gracia de Cristo Redentor se derramó copiosamente sobre todo el género humano, mediante cuyo beneficio aquéllos fueron levantados del cieno y de la aflicción de la esclavitud, siendo todos en absoluto llamados y elevados, desde la más abyecta servidumbre del pecado a la suprema dignidad de hijos de Dios. –Los apóstoles, en efecto, entre otros santísimos preceptos de vida, nos transmitieron e inculcaron también éste, que Pablo escribió más de una vez a los regenerados en las aguas del bautismo: Todos sois hijos de Dios por la fe que es en Cristo Jesús; pues todos los que habéis sido bautizados en Cristo, os habéis revestido de Cristo. No hay judío ni griego, no hay ya siervo ni libre, no hay hombre ni mujer, pues todos vosotros sois uno en Cristo Jesús 9. No hay gentil ni judío, circuncisión ni prepucio, bárbaro ni escita, siervo ni libre, sino todo y en todos Cristo10. Ya que todos nosotros hemos sido bautizados en un mismo Espíritu y en un mismo cuerpo, judíos o gentiles, siervos o libres, y todos hemos bebido en un mismo Espíritu11. Ciertamente áureas, honestísimas, salubérrimas enseñanzas, por cuya eficacia no sólo se da y se le aumenta al género humano su propio decoro, sino también, cualesquiera que sean su patria, su lengua y su condición, se une a los hombres entre sí y se los liga estrechamente con los vínculos de un fraternal parentesco. San Pablo indudablemente había bebido esa caridad de Cristo, que lo apremiaba en el mismo corazón de Aquel que tan benignamente se había dado como hermano a todos y cada uno de los hombres, y a todos, sin excluir ni despreciar a ninguno, había ennoblecido de si hasta el punto de hacerlos partícipes de su naturaleza divina. En ella misma fueron a injertarse, y no pudo ser sino por intervención divina, que los vástagos, 9 Gál. 3,26-28.10 Col. 3,11.11 1 Cor. 12,13.

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prosperando de una manera sorprendente, vinieron a florecer, para esperanza y felicidad pública, cuando en el transcurso del tiempo, por la perseverante labor de la Iglesia, ha venido a consolidarse la sociedad de las naciones al modo de una familia, renovada, cristiana y libre.

Recomendaciones a los esclavos y a los amos

Pues el diligente afán de la Iglesia se dirigió al principio a que el pueblo cristiano recibiera acerca de este punto de la mayor importancia y mantuviera rectamente la doctrina auténtica de Cristo y de los apóstoles. Ahora ya, gracias a este nuevo Adán que es Cristo, mediaba una comunión fraterna entre los hombres y entre los pueblos; como todos tenían un único y mismo origen dentro de los límites de la naturaleza, así también había uno y el mismo origen sobrenatural de salvación y fe; todos eran igualmente llamados a la adopción del único Dios y Padre, puesto que a todos los había redimido el mismo y al mismo elevado precio; todos miembros de un mismo cuerpo, todos partícipes de la misma mesa divina; a todos quedaban abiertos los cauces de la gracia, a todos igualmente los cauces de la vida inmortal. –Sentados estos a modo de principios y fundamentos, se afanó la Iglesia, cual madre amorosa, en llevar algún alivio a los sufrimientos y a la ignominia de la vida servil; por esta razón determinó y aconsejó insistentemente los derechos y los deberes que necesariamente deben mediar entre señores y siervos, tal como fueron establecidos en las cartas de los apóstoles. –Pues el Príncipe de los Apóstoles amonestaba de este modo a los esclavos que había ganado para Cristo: Permaneced sumisos con todo temor, no sólo a los buenos y modestos, sino también a los díscolos12. Obedeced a los señores con carnales con temor y temblor, en la sencillez de vuestro corazón, como a Cristo; no sirviendo para que os vean, como para agradar a los hombres, sino como siervos de Cristo, cumpliendo la voluntad de Dios de corazón, sirviendo con buena voluntad, cual si lo hicierais a Dios y no a los hombres; sabiendo que cualquiera –siervo o libre- que hiciere algún bien, lo recibirá de Dios13. Lo mismo dice San Pablo a Timoteo: Todos los que se hallan bajo el yugo del esclavo, juzguen a sus señores dignos de todo honor; los que tienen señores fieles, que no los desprecien, puestos que son hermanos, sino que les sirvan mejor, pues que son fieles, y amados, y partícipes del beneficio. Esto debes enseñar y exhortar14. Igualmente mandó a Tito que enseñara a los esclavos a ser sumisos a sus señores, agradándoles en todo, no contradiciéndoles, no engañándolos, sino mostrando en todo buena fe, para hacer honor en todo a la doctrina de nuestro Salvador y Dios 15. Aquellos primeros discípulos de la fe cristiana entendieron perfectamente que con tal fraterna igualdad de los hombres en Cristo no disminuían ni se perdía nada del respeto, honor, fidelidad, ni de ninguna de las obligaciones que tenían para con los señores; con lo cual se conseguía no un solo bien, sino hacer exactamente esos mismos deberes más seguros, más ligeros y suaves de cumplir y más fructuosos en orden a merecer la gloria celestial. Profesaban, pues, a sus señores una reverencia y un honor cual si fueran hombres investidos de la autoridad de Dios, de quien proviene toda potestad; para ellos no valían ni el miedo de los castigos, ni la astucia de las pesquisas, ni los incentivos de la utilidad, sino la conciencia del deber, la fuerza de la caridad.

12 1 Pe. 2,18.13 Ef. 6,5-814 1 Tim. 6, 1-2.15 Tit. 2,9-10

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Y, a su vez, la justa exhortación del Apóstol se dirige igualmente a los señores, al objeto de que éstos correspondieran al buen comportamiento de los siervos: Y también vosotros, los señores, comportaos, igualmente con ellos, moderando vuestras asperezas; sabiendo que tanto de ellos como vuestro hay un Señor en el cielo, ante el cual no hay acepción de personas16; para que tuvieran presente que, como no es justo que el siervo se duela de su suerte, pues que es un liberto del Señor, tampoco es lícito en ninguna parte al libre envanecerse o mandar con soberbia, puesto que es un siervo de Cristo17. En lo cual se mandaba a los señores que en sus esclavos reconocieran y trataran convenientemente al hombre, por naturaleza no distintos de ellos, e iguales consigo en religión y consiervos ante la majestad de un común Señor. –A estas leyes tan rectas, y sobre todo hechas para conformar a las partes de la sociedad doméstica, se atuvieron fielmente los apóstoles. Ejemplo insigne el de Pablo, cuando escribe tan generosamente en defensa de Onésimo, esclavo fugitivo de Filemón, a quien se lo remite con esta amantísima recomendación: Tú, sin embargo, recíbelo como algo de mis entrañas…; no ya como siervo, sino, en vez de a un siervo, a un hermano carísimo tanto en la carne como en el Señor; y, si en algo te ha dañado o te es deudor, impútamelo a mí18.

Actitud de la Iglesia

Quien quiera comprar el modo de comportarse para con los esclavos entre gentiles y entre cristianos, comprenderá fácilmente que los unos fueron inclementes y crueles, que los otros fueron suaves y de la mayor honestidad, y no consentirá que ni siquiera en apariencia se escamotee a la Iglesia, instrumento de tan grande indulgencia, el merecido elogio. –Y tanto más cuando se advierta diligentemente con qué suavidad y prudencia la Iglesia ha perseguido y desarraigado esa detestable peste de la esclavitud. –No ha querido, en efecto, apresurarse en la obtención de la manumisión y libertad de los esclavos, puesto que ello no podía realizarse así sin alboroto y sin daño de ellos mismos y de las naciones, sino que miró principalmente a que las almas de los siervos fueran instruidas según sus facultades en la religión cristiana y que adoptaran unas costumbres conformes con el bautismo. Por lo cual, si entre la multitud de los esclavos había algunos que, siendo del número de sus hijos, engañados por la esperanza de libertad, tramaban violencias y sediciones, la Iglesia desaprobó siempre sus intentos y los reprimió, ofreciendo, a través de sus ministros, los remedios de la paciencia. Esto es, que vivieran persuadidos de que ellos, por la santa luz de la fe recibida de Cristo, eran muy superiores en dignidad a sus señores gentiles, pero que por el mismo Autor y Padre de la fe religiosamente estaban más obligados a no permitirse nada en absoluto contra ellos, ni apartarse del respeto y de la obediencia que les eran debidos; que ellos, conociéndose elegidos para el reino de Dios, ganada la libertad de hijos de Él y llamados a unos bienes imperecederos, no debían incomodarse por la abyección y las molestias de una vida caduca, sino levantar los ojos al cielo y consolarse a sí mismos, reafirmándose en su santo propósito. A los esclavos antes que a nadie habló el apóstol San Pedro cuando escribió: Gracia es si, por la conciencia de Dios, alguno soporta tristezas, sufriendo injustamente. A esto habéis sido llamados, puesto que Cristo padeció por nosotros, dejándoos el ejemplo para que sigáis sus

16 Ef. 6,9.17 1 Cor. 7,22.18 Fil. 12-18.

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huellas19. –La gloria de una tan gran solicitud, unida con la moderación, que adorna preclaramente la virtud divina de la Iglesia, es aumentada también por la fortaleza de ánimo invencible y excelsa por encima de lo que cabe imaginar, que ella misma pudo inspirar y sostener victoriosamente en muchos de los más ínfimos siervos. Cosa admirable: los que eran ejemplo de docilidad para sus señores y en atención a éstos soportaban pacientemente todos los trabajos, no hubo medio de doblegarlos a que antepusieran los mandatos inicuos de sus amos a los santos mandatos del Señor, llegando incluso a dar la vida en medio de los más crueles tormentos, firme el ánimo y con el rostro inalterable. Eusebio celebra la invicta constancia de la virgen Patamiana, la cual, antes que rendirse a la impúdica pasión de su amo, aceptó valientemente la muerte y conservó la fe de Cristo derramando su sangre. Cabe admirar otros ejemplos de esclavos que, ante la oposición de sus amos a la libertad de sus almas y a la fe obligada a Dios, lucharon tenazmente hasta la muerte; y, en cambio, la historia no guarda el recuerdo de ningún esclavo cristiano que por otras razones hayan resistido a sus señores, o concitado conjuraciones o turbas funestas para los pueblos.

Ruina de la esclavitud con el cristianismo

Pacificadas después las cosas y tranquilos los tiempos para la Iglesia, las enseñanzas apostólicas sobre la unión fraternal de los espíritus entre los cristianos fueron expuestas con admirable sabiduría por los Santos Padres y aplicadas con igual caridad a la defensa de los esclavos, esforzándose en refutar que los derechos de los señores sobre el trabajo de los esclavos fueran de absoluta honestidad y que, sobre todo, fuera lícito en modo alguno a su imperiosa potestad y cruel sevicia atentar contra sus vidas. Entre los griegos sobresale el Crisóstomo, que ha tocado muchas veces este tema, y el cual, con ánimo decidido y elocuentemente, afirmó que la esclavitud, tal como se entendía antiguamente, en aquellas fechas, por beneficio grande de la fe cristiana, había desaparecido ya, hasta el punto de que entre los discípulos del Señor no sólo lo parecía, sino que realmente era un vocablo vacío. Puesto que Cristo (así razona en resumen), cuando lavó, por su infinita misericordia, en nosotros la culpa original, curó igualmente la múltiple corrupción que había derivado de ella a todos los órdenes de la humana sociedad; y, por lo tanto, lo mismo que la muerte, gracias a Él, desechados los terrores, se convertía en un plácido tránsito a la vida bienaventurada, también había sido quitada la esclavitud. A un hombre cristiano, si no es que de nuevo sirve al pecado, no lo llames esclavo; hermanos son cuantos han renacido y han sido recibidos en Cristo; los méritos para esta nueva procreación e incorporación a la familia de Dios no dimanan de alcurnia; es dignidad fundada en la verdad y no en la sangre; mas para que aun la misma apariencia de esta fraternidad evangélica tenga más amplio fruto, es necesario que hasta en el trato externo se vea una cierta reciprocidad espontánea de afanes y deberes, de tal manera que los siervos sean considerados poco más o menos en el mismo lugar que los domésticos y familiares y se les dé por el jefe de familia no sólo cuanto se requiere para el sustento, sino también todos los auxilios de la enseñanza religiosa. Finalmente, de la singular salutación de Pablo a Filemón, invocando la gracia y la paz de la Iglesia que hay en tu casa20, se establece la óptima enseñanza de que, entre los que existe comunión de fe, debe igualmente existir

19 1 Pe. 2,19-2120 Fil. 5,2.

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comunión de caridad21. –Entre los latinos, con justa razón y derecho recordamos a Ambrosio, que en esta materia misma recorrió tan esmeradamente todas las maneras de sufrimientos y tan puntualmente atribuye lo propio a una y otra clase de hombres conforme a las leyes cristianas, que nadie lo ha hecho mejor, y respecto de cuyas sentencias nada cabe decir sino que concuerdan plena y perfectamente con las opiniones del Crisóstomo22.

Estas cosas se habían escrito, como está patente, con toda rectitud y provecho; pero ya antes, lo que es capital, se habían guardado íntegra y santamente de los primitivos tiempos dondequiera que floreció la profesión cristiana. –De no haber sido así, Lactancio, aquel eximio defensor de la religión, no insistiera confidencialmente como un testigo presencial: Alguno dirá: ¿No hay acaso entre vosotros unos que son ricos, otros que son pobres, los unos señores, los otros esclavos? ¿No hay entre ellos diferencia ninguna? Ninguna; y no es otra la causa por que nos damos recíprocamente el hombre de hermanos, sino porque creemos que somos iguales; pues, cuando medimos las cosas humanas no por el cuerpo, sino por el espíritu, aun cuando sea distinta la condición de los cuerpos, para nosotros, a pesar de ello, no son esclavos, sino que los consideramos y los llamamos hermanos en espíritu, consiervos de la religión23.

Conducta del mundo cristiano

Avanzaban los desvelos de la Iglesia en el patrocinio de los esclavos y, sin desperdiciar oportunidad, hasta donde lo aconsejaba la cautela, para ver si, finalmente, podían ser donados con la libertad, lo cual habría de beneficiarles no poco para la salvación eterna. –Los anales de la antigüedad sagrada dan testimonio que los acontecimientos respondieron bien. Las mismas nobles matronas, a que San Jerónimo tanto distingue en sus elogios, contribuyeron singularmente a llevar adelante esta obra; según refiere Salviano, en las familias cristianas, y no las más ricas, era frecuente que los esclavos fueran puestos en libertad con generosa manumisión. Y mucho antes, San Clemente había elogiado un ejemplo todavía más preclaro de caridad, pues algunos cristianos, invirtiendo los papeles, se habían sometido ellos mismos a esclavitud, porque se negaban a otorgar de otro modo la libertad a algunos esclavos24. –Por lo cual, además de que la manumisión de los esclavos comenzó a efectuarse en los templos, incluso como un acto de piedad, la Iglesia estableció que se recomendara a los fieles cristianos al hacer éstos su testamento, como una obra sumamente grata a Dios y de gran mérito y premio ante Él mismo; de donde las palabras por amor de Dios, para salud o merced de mi alma de la manumisión encomendada al heredero. Y no se reparó en medio alguno para pagar el precio de los cautivos: venta de bienes donados a Dios, fusión del oro y la plata sagrados, enajenación de ornamentos y exvotos de las basílicas, cosa que más de una vez hicieron San Ambrosio, San Agustín, San Hilario, San Eligio, San Patricio y otros muchos santísimos varones. –Sobre todo trabajaron en pro de los esclavos los Romanos Pontífices; ellos se nos presentan siempre como los tutores de los débiles, los defensores de los oprimidos. San Gregorio Magno consiguió la libertad para el mayor número que pudo, y en el concilio Romano del año 597 dispuso que se concediera la libertad a todo el que quisiera abrazar el estado monástico;

21 Hom. 29 sobre el Génesis or. Sobre Lázaro; Hom. 19 sobre I Cor.; Hom 1 sobre la epístola a Filemón.22 De Abr., de Jabob y la vida bienaventurada c.3; De Patr. Joseph c.4; Exhortación a las vírgenes c.1.23 Instituciones divinas 1.5 c.16.24 Sobre 1 Cor. C.55.

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Adriano I defendió que los esclavos podían contraer libremente matrimonio, contra la voluntad de sus señores; Alejandro III, en el año 1067, ordenó terminantemente al rey moro de Valencia que no hiciera esclavo a ningún cristiano, pues nadie es siervo por naturaleza, sino que Dios los hizo a todos libres. Inocencio III aprobó y confirmó en el año 1198 la Orden de la Santísima Trinidad para la redención de los Cautivos que hubieran caído en poder de los turcos, a ruegos de sus fundadores, Juan de Mata y Félix de Valois. Honorio III y después Gregorio IX aprobaron canónicamente la Orden, semejante a la anterior, de Santa María de la Merced, que San Pedro Nolasco había fundado bajo la dura ley de que los hombres pertenecientes a ella se entregaran a sí mismos a la tiranía de la esclavitud en lugar de los cautivos cristianos, si fuera de necesidad para redimirlos. El mismo Gregorio IX decretó, para mayor protección de la libertad, que los siervos de la Iglesia no se cambiaran; él mismo dirigió también a los fieles una exhortación para que donaran a Dios y a los santos sus siervos en expiación de las penas por sus pecados. –Quedan aún otros muchos beneficios de la Iglesia en este mismo sentido. Ella, en efecto, tuvo por norma siempre defender a los siervos de las crueles iras, de las dolorosas injurias de sus amos, incluso aplicando las más severas penas; abrir el refugio de sus sagrados templos a los perseguidos con violencia; recibir a los manumitidos a la fe y moderar con sus castigos a los que, recurriendo a malas artes, reducían a esclavitud a un hombre libre. De ahí que se sintiera más propensa a favorecer la libertad de los siervos que por cualquier causa, según los tiempos y lugares, considerara suyos, ya cuando dispuso que los obispos disolvieran todo vínculo de esclavitud en aquellos que mostraran una laudable honestidad de vida, ya cuando confió sin dificultad a los obispos que declararan libres a los que se les adjudicara en testamento. A la conmiseración y poder de la Iglesia debe atribuirse igualmente que se mitigara para los esclavos, en parte, la crueldad de las leyes civiles en cuanto fue conseguido que se pusieran en vigor, aceptadas en las leyes escritas de las naciones, las moderaciones propuestas por Gregorio Magno, lo cual se hizo principalmente por iniciativa de Carlomagno, que las introdujo en sus Capitulares, igual que después serían incluidas en sus Decretales por Graciano. Finalmente, los documentos, las leyes y las instituciones enseñan y declaran de manera admirable la caridad suma de la Iglesia para con los esclavos, cuya triste situación jamás se vio privada de su tutela y a quienes ayudó siempre por todos los medios. –Nunca, por consiguiente, se podrá, en la medida que de la prosperidad de los pueblos lo tiene merecido, elogiar y agradecer lo bastante a la Iglesia católica, la cual, por inmenso beneficio de Cristo Redentor, pudo desterrar la esclavitud y realizar entre los hombres la verdadera libertad, fraternidad e igualdad.

IV. La Trata de Negros

Condenaciones de los Pontífices

Al declinar el siglo XV, tiempo en que, vencida casi por completo entre los pueblos cristianos esa plaga de la esclavitud, las naciones trataban, con evangélica caridad, de consolidar sus dominios y aun de ampliarlos, esta Sede Apostólica cuidó con toda diligencia

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que no revivieran en parte alguna los gérmenes de semejante mal. Extendió, en efecto, su vigilante providencia hasta las regiones recién descubiertas de África, de Asia y de América, pues había circulado el rumor de que los jefes de esas expediciones usaban menos rectamente de las armas y del ingenio para fomentar e imponer la esclavitud a unos pueblos indefensos. Exigiendo la ruda naturaleza del terreno que se ofrecía a los cultivos, y no menos las minas de metales que se iban a explorar y explotar el trabajo de hombres fornidos, se tomaron resoluciones a todas luces injustas e inhumanas. Se comenzó, pues, a introducir un cierto tráfico con el objeto de deportar negros de Etiopía para tales trabajos, el cual, llamado después trata de negros, surtió ampliamente a aquellas colonias. Siguió también, con no menor desafuero, una opresión a modo de esclavitud de los hombres nativos (llamados universalmente indios). Tan pronto como Pío II se cercioró de estos hechos, sin dilación alguna dirigió, con fecha de 7 de octubre de 1462, una carta al obispo rubicense, en la que refutó y condenó tamaña iniquidad. Algún tiempo después León X puso a contribución sus oficios y toda su autoridad ante los reyes de Portual y de España a fin de que procuraran que una tal licencia, afrentosa por igual para la religión, para la humanidad y para la justicia, fuera extirpada de raíz. Pese a todo, aquella calamidad ya robustecida se resistía, pues persistía su impura causa en la insaciable ambición de poseer. Entonces Paulo III, angustiado en su paternal caridad por la situación de los indios y de los esclavos moros, llegó a tomar la resolución extrema de establecer, a la luz y como en presencia de todas las naciones, en un decreto solemne, que a todos ellos se les debe una triple facultad justa e inalienable: que cada cual sea dueño de sí mismo, que puedan vivir en sociedad según sus leyes, que puedan hacer suya una cosa y poseerla. Y, además de esto, en una carta dirigida al cardenal arzobispo de Toledo, dictó la interdicción de los sacramentos, reservada exclusivamente al Sumo Pontífice la facultad de reconciliación, contra los que quebrantaran dicho decreto25. Con igual caridad, con idéntica constancia, se constituyeron después en acérrimos defensores de la libertad de los indios y de los moros, aun cuando todavía no hubieran sido instruidos en la fe cristiana, otros pontífices, como Urbano VIII, Benedicto XIV, Pío VII, el cual además, en el Congreso de Viena de los príncipes confederados de Europa, logró inclinar la común decisión de todos a que las deportaciones de negros, de que hemos hablado, y que se hallaban abandonadas en muchos lugares, quedaran suprimidas en absoluto. Gregorio XVI amonestó también severamente a los que se olvidaban de la humanidad y de las leyes, renovó los decretos de la Iglesia, así como las penas establecidas, y no omitió medio alguno para que las demás naciones, siguiendo la ejemplar mansedumbre de las europeas, abandonaran y detestaran ese deshonor y crueldad de la esclavitud26. Nos, en cambio, hemos llegado en tan feliz momento, que podamos responder con las más expresivas gracias a los supremos mandatarios de los Estados, a quienes ha sido suficiente con representarles perseverantemente los ternos y sumamente justos requerimientos de la naturaleza y de la religión.

Modernas prácticas esclavistas

Queda, sin embargo, a Nos todavía otra preocupación, causa de no pequeña angustia y que apremia nuestra solicitud, sobre un punto casi de la misma naturaleza. El torpe tráfico

25 Veritas ipsa, de 2 de junio de 1559.26 In supremo apostolatus fasligio, de 3 de diciembre de 1839

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marítimo de hombres ha dejado de existir indudablemente, pero sigue ejerciéndose en tierra en gran escala y con no menor barbarie, sobre todo en algunas regiones de África. Perversamente sentado por los mahometanos que el etíope y los de origen semejante apenas son más que una bestia, queda el paso abierto a la horrenda perfidia y crueldad de los hombres. Irrumpen de improviso sobre las tribus de etíopes, sin temor alguno por semejante conducta, con ímpetu de ladrones; invaden las villas, los poblados, las chozas, devastando, derribando y salteándolo todo; capturados y encadenados fácilmente tanto los hombres cuanto las mujeres y los niños, se los saca para llevarlos violentamente a unos abominables mercados. Las odiosas expediciones suelen partir, como de estaciones iniciales, de Egipto, de Zanzíbar y en parte también del Sudán; los infelices se ven obligados a recorrer caminos interminables encadenados, sin alimento casi y muriendo no pocos bajo el rudo látigo; sucumben los más débiles; los que logran salir salvos, van gregariamente, con el resto de la turba, al mercado, a exhibirse ante un comprador exigente y sin escrúpulos. Bajo la potestad de aquel a quien cada cual es vendido o cedido, con lamentable separación unos de sus esposas e hijos, otros de sus padres, se le somete a una servidumbre dura y ominosa, que no es bastante para impedir ni aun la misma religión mahometana. Nos hemos sabido esto, con gran aflicción de espíritu, hace muy poco, por algunos que vieron, no sin lágrimas, una tal infamia y atropello. Con sus noticias coinciden plenamente los relatos de los recientes exploradores del África equinoccial. Y, conforme a los testimonios y a la fe de éstos, aparece claramente que cada año se venden, como si fueran bestias, unos cuatrocientos mil africanos; de los cuales cerca de la mitad caen extenuados por los largos caminos, y allí mueren, hasta el punto, y es triste decirlo, que a los que transitan por aquellos caminos les parecen hechos de huesos humanos. -¿Quién no se conmoverá con el pensamiento de tan enormes miserias? Nos ciertamente, que representamos la persona de Cristo, amantísimo protector y redentor de todos los pueblos, y que tanto nos alegramos con los muchos y gloriosos merecimientos de la Iglesia para con los afligidos de todo orden, apenas podemos expresar cuánta es la compasión que nos inspiran aquellas desdichadas gentes, con qué inmensa caridad tendemos a ellas nuestros brazos, con cuánta vehemencia deseamos llevarles todos los consuelos y auxilios, a fin de que, rota al mismo tiempo que la esclavitud de los hombres la servidumbre de sus errores, puedan servir al único Dios verdadero bajo el yugo suavísimo de Cristo y ser copartícipes nuestros en la gerencia divina. ¡Ojalá los gobernantes todos, todos los que creen en la santidad del derecho de gentes y de la humanidad, cuantos se afanan de corazón en los progresos de la religión católica, todos, dondequiera que sea, como Nos se lo exhortamos y pedimos, aúnen sus esfuerzos para reprimir, perseguir y desarraigar un tráfico semejante, culminación de la inmoralidad y el crimen! –Entre tanto, mientras un mayor progreso de los ingenios y un más acelerado ritmo de las cosas permiten establecer nuevas vías de comunicación con las tierras africanas y nuevos comercios, vean los varones apostólicos cómo, de la mejor manera posible, se atiende a la salvación y libertad de los esclavos. Con ninguna otra ayuda, en efecto, podrán aprovechar más aquí como dedicándose, robustecidos por la gracia divina, por entero a extender nuestra santísima fe y consolidarla con mayor esfuerzo cada día, cuyo fruto más señalado será el alumbramiento de esa admirable libertad con que Cristo nos libertó27. Así, pues, los exhortamos a que mediten, como un ejemplo de virtud apostólica, sobre la vida y los hechos de San Pedro Claver, a quien hemos elevado recientemente a los altares; eleven sus ojos hacia el que, con suprema constancia en los

27 Gál. 4,31.

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trabajos, durante cuarenta años consecutivos se consagró totalmente a las misérrimas turbas de esclavos moros, verdadero apóstol de aquellos de quienes se llamaba y a quienes se daba como perpetuo esclavo. Si los hombres se ocupan de tener caridad y paciencia y de transmitirla, son efectivamente dignos ministros de la salvación, portadores de consuelo y mensajeros de la paz, que podrán convertir, con la ayuda de Dios, el desierto, la incultura y la ferocidad en felicísima abundancia de religión y de cultura.

Conclusión

Y ya, venerables hermanos, el pensamiento y la pluma desean estar junto a vosotros para significaros una vez más y unir de nuevo con vosotros el gozo que nos causa el hecho de que en ese imperio se tomen resoluciones oficiales acerca de la esclavitud. Nos estimamos bueno, feliz y saludable de por sí que se haya provisto y establecido legalmente que cuantos aún se hallan bajo la condición servil sean admitidos al orden y a los derechos de los libres, y abrigamos la firme esperanza de que podremos celebrar en el futuro grandes mejoras en las cosas tanto civiles como sagradas. De este modo, el nombre del imperio brasileño se hallará justamente en la memoria y el elogio de las naciones más cultas, y juntamente florecerá el nombre de su augusto emperador, respecto del cual circula el grato rumor de que nada podrá serle más grato que ver cuanto antes borrada toda huella de esclavitud de sus dominios. –No obstante, mientras las disposiciones legales entran en vigor, dedicaos con todo empeño, os lo rogamos encarecidamente, a trabajar previsoramente sobre este asunto, que comporta, sin duda alguna, no pequeñas dificultades. Queda por entero a vuestro cuidado que entre señores y siervos reinen los mejores ánimos y buena fe, que nadie se aparte de la clemencia o de la justicia, procurando vosotros suavizar adecuadamente las cosas para que lo que se haya de transigir, se transija cristianamente. Hay que tratar de que lo que todos desean, es decir, que la esclavitud se quite y se borre, se realice prósperamente, sin menoscabo de los derechos ni divino ni humano, sin perturbaciones de la nación y, sobre todo, con sólida utilidad de los esclavos mismos, de quienes se trata. –A cada uno de los cuales, tanto los que ya son libres como los que habrán de serlo un día u otro, os recomendamos que deis consejos saludables, sacados de las sentencias del gran Apóstol de las Gentes, con celo pastoral y ánimo paterno. Y que ellos se afanen en conservar grata memoria y afecto y manifestarlo diligentemente hacia aquellos por cuyo consejo y esfuerzo han logrado la libertad. Que nunca se muestren indignos de tan elevado don ni confundan jamás la libertad con la licencia de las pasiones, sino que se sirvan de ella como conviene a ciudadanos morigerados, para el ejercicio de una vida laboriosa, para el bien y el decoro tanto de la familia cuanto de la nación. Que teman y reverencien la majestad de los príncipes, que obedezcan a los magistrados, que se sometan a las leyes y que hagan todo esto y otras cosas semejantes puntualmente, no tanto inducidos por el miedo cuanto por la religión; igualmente que se repriman y contengan el deseo de las riquezas y la posición ajena, el cual es lamentable que atormente cotidianamente a muchos de los más desamparados y ofrezca tantos instrumentos de maldad contra la seguridad del orden y de la paz. Que, contentos con lo suyo y con su estado, no consideren nada más estimable, no apetezcan nada más ardientemente como los bienes del reino celestial, merced a los cuales han sido llamados a la luz y redimidos por Cristo; que sean piadosos para con Dios y para con su Señor y Libertador, que lo amen con todas sus fuerzas, que guarden con todo cuidado sus

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mandamientos. Que se feliciten de ser hijos de su Esposa, la santa Iglesia; que se esfuercen en ser cada día mejores y que le respondan con amor en cuanto les sea posible.

Insistid vosotros mismos, venerables hermanos, en persuadir sobre estas enseñanzas a los libertos, para que lo que constituye nuestro sumo deseo, y debe serlo también de todos vosotros, la religión, obtenga y conserve a perpetuidad, en toda la extensión de este imperio, los mayores frutos de esta libertad.

Para que todo esto se logre felizmente, imploramos y suplicamos la inmensa gracia de Dios y el auxilio de la Virgen inmaculada. Como portadora de los dones celestiales y testimonio de nuestra paternal benevolencia, os impartimos amantísimamente a vosotros, venerables hermanos, al claro y a todo el pueblo la bendición apostólica.

Dada en Roma, junto a San Pedro, el 5 de mayo de 1888, año undécimo de nuestro pontificado.

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