Socrates. Un sofista partero de ideas

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Sócrates tiene una vocación pedagógica genuina, y a esta su vocación de educador se debe el que no haya sido un profesor formal o un mero transmisor de conocimientos o ideas. Para él los conocimientos no son las fórmulas ya hechas, sino el alumbramiento constante de la inteligencia alentada por la reflexión del espíritu. Educar, entendía Sócrates, es liberar conciencias, y esto fue lo que él inició, y esta ha sido su mejor herencia a la posteridad.

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ACTIVIDAD DE RECAPITULACIÓN:

— Lectura de “Sócrates: Sofista partero de ideas”— Reflexión y comentarios sobre la lectura y el papel del facilitador

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Sócrates: Un sofista partero de ideas-A. H. Toledo

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Los sofistas eran “educadores”, tal como suele utilizarse esta palabra, en la máxima extensión de su sentido. Sin embargo, habría que distinguir entre un Protágoras, que fue un sofista bastante cultivado y provisto de aguda inteligencia, y los demás sofistas que en su mayoría orientaron sus enseñanzas a la formación de caudillos, de ejecutivos de la clase económica privilegiada, del poder público y, en general, del poder de dominio.

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Sócrates, a su manera, era un sofista. Solo que, a diferencia de sus habilidosos colegas en el arte de hablar, no abre escuela y no pide dinero a sus interlocutores a cambio de su enseñanza. Pretende hablar en nombre de su daimon, de su genio personal.

Sócrates habla porque esto le produce placer y porque se aflige demasiado cuando ve a sus conciudadanos dejarse arrastrar por la inmoralidad y el gusto por el lujo.

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Sócrates se paseaba por la ciudad, cumpliendo seriamente pero sin exceso su oficio de ciudadano. Combate cuando hace falta combatir y asiste a los tribunales cuando es preciso asistir: pero no tiene un oficio formal. Su oficio es hablar con sus conciudadanos. Vive con muy poco. No necesita dinero.

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Sócrates tiene una vocación pedagógica genuina, y a esta su vocación de educador se debe el que no haya sido un profesor formal o un mero transmisor de conocimientos o ideas. Para él los conocimientos no son las fórmulas ya hechas, sino el alumbramiento constante de la inteligencia alentada por la reflexión del espíritu. Educar, entendía Sócrates, es liberar conciencias, y esto fue lo que él inició, y esta ha sido su mejor herencia a la posteridad.

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No en vano fue el hijo de un escultor y de una mayeuta (partera). Tal como lo presenta Platón en sus “Diálogos”, Sócrates ambulaba por las calles lanzando preguntas como si fueran cincelazos para moldear las almas de los hombres. Mediante la técnica dialógica desarrolla una crítica violenta a la vez contra la tradición y contra el estado de espíritu sofístico.

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Su método, al cual se le ha llamado “mayéutica” y que en el orden del tiempo es el primero de los métodos en toda la historia de las ideas y de la filosofía de la educación, consistía en hacerles ver, irónicamente, a sus interlocutores, la inconsistencia de los conocimientos que ya habían logrado y cuyo valor estimaban como definitivo.

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El método socrático o mayéutica tenía este primer momento que desconcertaba a los hombres, que los hacía recapacitar, que los enfrentaba a darse cuenta que no sabían plenamente aquello de lo cual se sentían tan seguros. Muestra a los profesionales que ocupaban una posición importante en la configuración social que solo creen saber, pero que en realidad no saben nada.

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El hombre cotidiano, el hombre que se mueve a nivel del saber común y práctico, contestaba las preguntas de Sócrates, pero éste seguía interrogando no sin ver las fallas o puntos débiles de las respuestas. Los mantenía así, reflexionando, para que ellos mismos alumbraran, dieran a luz, parieran, por así decirlo, una nueva idea o concepto de aquello por lo que se les preguntaba.

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Al respecto, y para comprender mejor al personaje de Sócrates, nos será útil evocar uno de los diálogos que Platón relata y que ejemplifica perfectamente nuestro tema.

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Es un diálogo simple que se llama Laques. Laques es un viejo general, bien conocido por los atenienses, que se ha hecho ilustre en batallas célebres. El diálogo comienza por la demanda de dos padres de familia que vienen a interrogar a Laques y a Nicias —Nicias es otro estratega ateniense, mucho más joven; es un hombre de política, cosa que Laques no es totalmente.

Los dos padres los interrogan entonces para saber si es necesario hacer tomar lecciones de arte militar y de esgrima

a sus hijos. Le han pedido a Sócrates que se reúna con ellos para tratar de responder a esta cuestión…

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Los dos especialistas −Laques y Nicias− intervienen. Para Laques las lecciones de este tipo son completamente inútiles, ya que el arte militar se aprende en el campo de batalla. Para Nicias, por el contrario, las lecciones son indispensables: él mismo reconoce haber mejorado desde que las recibió. Como hay una voz en pro y otra en contra, y dado que estos padres de familia están habituados a la democracia, se vuelven hacia el tercer personaje, Sócrates, para desempatar el debate. ¿Por quién se inclinará él?

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Sócrates dice que se encuentra desolado, que él no procede así. No puede responder a la pregunta

planteada porque no haría más que dar un punto de vista subjetivo que no tiene ningún tipo de importancia.

Necesita comprender lo que dicen Laques y Nicias, y les pide permiso para interrogarlos…

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Enseguida conduce una investigación muy sutil y, al cabo de cierto tiempo, aparece claro para todos los interlocutores que Laques y Nicias no sabían lo que decían, que hablaban de manera puramente mecánica, irreflexiva; que han fabricado su argumentación a partir de una idea preconcebida, pero que esta argumentación no es en absoluto probatoria. Los dos padres se vuelven entonces hacia Sócrates y le preguntan qué es entonces lo que tienen que hacer.

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Es en ese momento cuando Sócrates toma el camino del verdadero maestro. Dice: ¿Es preciso hacer tomar lecciones de arte militar a los hijos? Esta no es una buena pregunta. Primero es necesario saber para qué sirve eso. ¿Qué se quiere? Que nuestros hijos sean capaces de defenderse sobre el terreno, de derrotar al enemigo, de honrar nuestro nombre al batirse como corresponde, y de preservar la vida…

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Muy bien. Entonces el arte militar tiene por finalidad la adquisición de la virtud militar. Es preciso saber pues qué es la virtud militar. Si no, se responderá −como acaban de hacer Laques y Nicias− al margen del problema. Se expondrá un punto de vista, pero no se dará una respuesta convincente. Y así, Sócrates acaba de inventar algo nuevo, algo que veinticuatro siglos después se llamará el “concepto”. Y es que para responder a una pregunta, hay que saber lo que contiene, reparar en la idea que allí se encuentra, elaborar su representación. En términos modernos: construir el concepto.

Luego Sócrates en suma toma la dirección de las operaciones e interroga a Laques y Nicias para saber qué es la virtud militar. Pero ocurre también en este caso que ninguno de los dos generales es capaz de responder a dicha pregunta…

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Sócrates no tiene ningún inconveniente, ante las demostraciones brindadas por uno y otro, en demostrar que lo que dicen no tiene sentido y que no resiste a la argumentación. Entonces nosotros, los lectores, que vemos llegar el fin del texto que registra esta historia, pensamos que nos estamos acercando a la respuesta definitiva. Pero no es así. Esa es toda la habilidad de Sócrates. El no resuelve nada. A los dos padres de familia que le insisten, les dice: He dicho que, para responder a la cuestión planteada, era preciso saber primero en qué consiste la virtud militar, pero jamás he dicho que yo lo sabía. Ahora, si queréis, podremos volver a encontrarnos mañana en tal sitio y a tal hora. Y el diálogo termina así.

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¿Qué es lo que ha ocurrido? Que Sócrates se ha vuelto insoportable. Al proceder siempre de esta manera, al rehusarse a responder, al irritar a todo el mundo mediante esos razonamientos dialógicos pero corrosivos, que solo buscan destruir las argumentaciones y quiebran las certezas sobre las cuales se ha construido la ciudad ateniense, el debía atraerse el odio de todos.

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El juicio que contra Sócrates se estableció, las imputaciones que se le hicieron de ir en contra de los dioses y de corromper a los jóvenes, y su condena a muerte, es un hecho no menos efímero que el de todo aquel sistema social en el cual tuvo lugar.

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El sistema social de los griegos, como todo sistema social, estaba destinado a perecer. Lo que ha quedado es el conjunto de obras culturales clásicas que siguen siendo expresiones innegables de un ideal de vida.

Por lo que respecta a Sócrates, como todos los grandes maestros, seguido por muchos, tuvo, sin embargo, sólo un único discípulo verdadero, Platón. A éste último le tocó recoger la delgada hebra de la contemplación reflexiva que su maestro había dejado. Gracias al discípulo, también, la entereza moral de Sócrates ha quedado hasta nuestros días como una escultura clásica, única, permanente en sí misma, erguida e imperturbable sobre el fondo movedizo del devenir histórico.

Fin

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EL CONCEPTO

Sócrates descubrió el concepto hace 2400 años.

Fue su más grande aportación a la historia del pensamiento en general y a las ciencias de la educación en particular.

El concepto es aquello que de más esencial tienen las cosas. Es la abstracción que nuestra inteligencia hace de las cosas para obtener de ellas lo que tienen de más esencial.

Abstraer quiere decir, literalmente, “sacar afuera de…” Lo que nuestra inteligencia hace al conceptuar es abs-traer o sacar fuera de las cosas lo que de más esencial hay en ellas y, al hacerlo, crea los conceptos o ideas.

Todo concepto o idea es una simplificación o síntesis mental del conjunto de determinaciones esenciales, necesarias, para que una cosa sea tal cosa.

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EL CONCEPTO

La siguiente tarea es muy sencilla : Definamos (conceptuemos) qué es una silla…

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