Sombras vivas

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Cornelia Funke

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A Jacob Reckless le queda pocotiempo de vida. Lo ha intentado todopara acabar con el maleficio delHada Oscura que pesa sobre éldesde que ella, a cambio, perdonarala vida de su hermano pequeño Will.En el pecho de Jacob permaneceaún prendida al corazón la señal deese maleficio, la polilla. Cuando estase desprenda y alce el vuelo deregreso hacia el hada, él morirá.Jacob ha perdido demasiado tiempobuscando la solución en los objetosequivocados, y sus esperanzas sehan ido truncando. Pero… en algúnlugar del mundo del espejo debe de

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existir un remedio. Acompañado porZorro, Jacob comienza una carreracontrarreloj en busca de esa magiaque le permita salvar la vida.

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Cornelia Funke

Sombras vivasReckless-2

ePub r1.0fenikz 23.04.15

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Título original: Reckless. LebendigeSchattenCornelia Funke, 2012Traducción: María Falcón QuintanaIlustraciones: Cornelia Funke

Editor digital: fenikzePub base r1.2

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1La espera

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Aún no había regresado.No me quedaré mucho tiempo.

Zorro se secó la lluvia del rostro.Aquello podía significar muchas cosasen Jacob. A veces se quedaba semanas.A veces, meses.

La ruina seguía allí abandonadacomo siempre, y el silencio entre losmuros quemados la hacía tiritar de frío,al igual que la lluvia. La piel humanaguardaba el calor mucho peor, si bienZorro se transformaba cada vez menosen la zorra. Entretanto, sentía condemasiada claridad cómo la piel lerobaba los años… incluso sin necesidadde que Jacob se lo recordara.

Al despedirse la había estrechado

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con tanta fuerza como si quisierallevarse su calor al mundo en que habíanacido. Algo le causaba miedo, pero,por supuesto, no lo admitía. Seguíasiendo como un niño que creía poderescapar de su propia sombra.

Habían estado en el norte, enSveriga y Norga, donde, incluso en esaépoca, los bosques estabanprofundamente nevados y los lobosentraban en las ciudades a causa delhambre. Antes habían viajado tan al surque la zorra seguía encontrando arenadel desierto en su pelaje. Miles dekilómetros… Países y ciudades de losque nunca habían oído hablar, en busca,supuestamente, de un reloj de arena.

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Pero Zorro conocía demasiado bien aJacob para creer eso.

Las primeras prímulas salvajesbrotaban hacia sus pies de entre laspiedras reventadas. El rocío, queresbalaba de los pétalos cuando rompióuno de los delicados tallos, aún estabafrío. Había sido un largo invierno yZorro sentía los meses transcurridoscomo una helada sobre la piel. Habíansucedido tantas cosas desde el últimoverano. Todo aquel temor por elhermano de Jacob… y también por él.Demasiado miedo. Demasiado amor.Demasiado de todo.

Se prendió la flor de color amarillopálido en la chaqueta. Las manos…

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ellas compensaban la fría piel que elcuerpo humano traía consigo. Cuandollevaba puesto el pelaje, Zorro echabade menos leer el mundo con los dedos.

No me quedaré mucho tiempo.Con un rápido movimiento de mano

atrapó un pulgarcito, que le estabametiendo su diminuta mano en elbolsillo de la chaqueta. Este solo soltóel tálero de oro cuando ella lo sacudiócon la misma fuerza que la zorra sacudíaa los ratones cazados. El pequeñoladrón intentó morderle los dedos antesde salir huyendo echando pestes. Jacoble metía siempre unos táleros de oro enel bolsillo antes de marcharse. Aún nose había habituado a que, entretanto, ella

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también se las arreglaba bien sin él en elmundo de los humanos.

¿De qué tenía miedo?Zorro se lo había preguntado

después de que, durante días, hubierancabalgado de un pueblucho a otroúnicamente para acabar bajo el secogranado de un sultán muerto. Le habíavuelto a preguntar otra vez cuando Jacobse había emborrachado durante tresnoches seguidas, después de que solohubieran encontrado una fuente seca enun jardín abandonado.

—No es nada. No te preocupes —unbeso en la mejilla, la sonrisadespreocupada que Zorro habíadescubierto con doce años—. No es

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nada…Sabía que extrañaba a su hermano,

pero había algo más. Zorro alzó la vistahacia la torre de la ruina. Las tiznadaspiedras parecían susurrar un nombre.Clara. ¿Era eso?

Su corazón seguía encogiéndose alpensar en el arroyo en el que lasalondras muertas habían flotado. Lamano de Jacob en el cabello de Clara,su boca en la de ella. Tan sedienta.

Quizá por eso casi se habríamarchado con él. De hecho siguió aJacob hasta la torre, pero el valor laabandonó ante el espejo. Su cristal leparecía un hielo oscuro en el que sucorazón se helaría.

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Zorro le dio la espalda a la torre.Jacob regresaría.Siempre regresaba.

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2El mundo equivocado

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La sala de subastas se hallaba en latrigésima planta. Paredes revestidas demadera, una docena de hileras de sillasy, en la puerta, un hombre que, consonrisa nerviosa, marcaba los nombresen la lista de inscripción. Jacob aceptóel catálogo que este le dio y se acercó auna de las ventanas. Un bosque de torresy, tras ellas, como espejos de plata, losGrandes Lagos. Había llegado esamañana de Nueva York a Chicago, untrayecto para el que habría necesitadosemanas en un carruaje. Debajo de él, laluz del sol se prendía en paredes decristal y tejados dorados. Ese mundopodía fácilmente competir en bellezacon el de detrás del espejo, pero Jacob

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sentía nostalgia.Se sentó en una de las sillas y

examinó los rostros que lo rodeaban.Muchos los conocía: anticuarios,administradores de museos,coleccionistas de arte. Cazadores detesoros como él, solo que los tesoros deese mundo no poseían más magia queedad y belleza.

El catálogo de la subasta mostrabala botella, cuyo rastro Jacob habíaseguido hasta allí, entre la tetera de unemperador chino y el sonajero de platadel hijo de un rey inglés. Parecía taninsignificante que, con suerte, noencontraría ningún otro postor. Unafunda de cuero gastado protegía su

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oscuro cristal y el cuello estaba cerradocon un sello de cera.

«Botella de origen escandinavo deprincipios del siglo XIII», decía el piede foto. El propio Jacob la habíadescrito de ese modo cuando se lavendió a un anticuario en Londres. Enaquel entonces le había resultado de lomás divertido neutralizar a su habitantede esa forma. Tras el espejo, liberarlopodía ser mortal, pero en ese mundoresultaba tan inofensivo como aireembotellado, una nada tras el cristalmarrón oscuro.

La botella había cambiado variasveces de dueño desde que Jacob lahabía vendido. Le había costado casi un

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mes volver a localizarla. Un tiempo delque no disponía. La granada que todo locura, la fuente de la eterna juventud…había desperdiciado muchos mesesbuscando los objetos equivocados y ensu pecho seguía anidando la muerte. Erael momento de intentarlo con unamedicina algo más peligrosa.

La polilla sobre su corazón era cadadía más oscura: el sello de la sentenciade muerte que el Hada Oscura infligíapor pronunciar su nombre. Su hermanase lo había susurrado a Jacob entre dosbesos. Ningún hombre había sidoejecutado de una forma tan tierna. Amortraicionero… La sangre roja, quebordeaba la huella de la polilla,

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recordaba por qué crimen moría enrealidad.

Desde la primera fila le sonrió unacomerciante a la que había vendido,hacía años, una garrafa de cristal de elfo(ella lo había tomado por cristal dePersia). Jacob había traído antañomuchos objetos a través del espejo parapagar las matrículas de Will o lasfacturas médicas de su madre. Porsupuesto. Sin que sus clientes hubieransospechado que les estaba vendiendoalgo de otro mundo.

Jacob echó un vistazo al reloj y miróimpaciente al subastador. Venga, vamos.Tiempo perdido. No sabía siquiera decuánto disponía aún. Medio año, quizá

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menos…La tetera del emperador chino

alcanzó un precio ridículamenteelevado, pero la botella, como cabíaesperar, no causó excitación cuando lacolocaron en la mesa de subastas. Jacobestaba convencido de que sería el únicopostor cuando, una hilera de sillas másatrás, otra mano se alzó.

El postor tenía una estatura casi tangrácil como la de un niño. Los anillos dediamantes de sus cortos dedos eran másvaliosos que todos los objetospendientes de subasta. Su pelo corto eranegro como las plumas de un cuervo, apesar de tener el rostro de un hombreviejo. Y la sonrisa, con la que

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obsequiaba a Jacob, parecía saberdemasiado.

Qué disparate, Jacob.Había cambiado un puñado de

táleros de oro para la subasta. El fajo debilletes que había recibido a cambio lehabía parecido más que suficiente. A finde cuentas, él mismo no había obtenidogran ganancia con la botella. Pero cadavez que subía su oferta, el extrañotambién alzaba la mano, y Jacob sentíacómo con cada nueva suma, que elsubastador anunciaba en alta voz, elcorazón le latía más deprisa deldisgusto. Un murmullo recorrió la salacuando la puja alcanzó el precio de latetera imperial. Otro comerciante

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comenzó a pujar… y se retiró cuando elprecio subió más y más.

¡Déjalo ya, Jacob!¿Y entonces qué? No sabía qué otro

objeto debía buscar si no, ni en ese ni enel otro mundo. Sus dedos envolvieroninvoluntariamente el pañuelo de oro ensu bolsillo, pero su magia funcionabaallí tan poco como la de aquel al que labotella mantenía prisionero. Y qué másda, Jacob. Antes de que se percaten deque no puedes pagar, habrás cruzado elespejo.

Alzó de nuevo la mano, aun cuandose sintió indispuesto al oír la suma queel postor anunció. Era un precioconsiderable hasta para la propia vida.

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Lanzó una mirada a su contrincante. Losojos que respondieron a su mirada eranverdes como la hierba recién cortada.Se arregló la corbata, volvió a sonreír aJacob… y bajó la mano ensortijada.

El martillo del subastador cayó y elalivio provocó mareos a Jacob mientrasse abría paso a través de la hilera desillas. En la primera fila, uncoleccionista ofrecía diez mil dólarespor el sonajero de plata. Tesoros, aambos lados del espejo.

La cajera sudaba en su chaquetanegra y había empolvado demasiado supastosa piel.

Jacob le obsequió su sonrisa másamable y le entregó el fajo de billetes:

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—Confío en que sea suficiente comoseñal.

Añadió otros tres táleros de oro. Porlo general, las monedas eran también unmedio de pago bien visto en ese mundo.La mayoría de los comerciantes lotenían por un estúpido que desconocía elvalor de las antiguas monedas de oro, ypara los que preguntaban por laemperatriz que aparecía en la moneda,tenía preparada una historiadescabellada. Pero la cajera sudorosalanzó una desconfiada mirada a lostáleros y pidió ayuda a uno de lossubastadores.

La botella se hallaba apenas a dospasos entre los otros objetos adquiridos

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en subasta. De cerca, el cristal tampocorevelaba nada sobre el que se ocultabadetrás. Por un momento, Jacob pensó enlargarse con su botín a pesar de losvigilantes que había en la puerta, peroun carraspeo interrumpió aquelpensamiento de todo menos razonable.

—Unas monedas muy interesantes,señor… ¿cómo era su nombre?

Ojos verdes. Su contrincante apenasle llegaba a Jacob a los hombros. En ellóbulo izquierdo de la oreja llevaba undiminuto rubí.

—Reckless. Jacob Reckless.—Sí, claro —el extraño metió la

mano en la chaqueta a medida y sonrióal subastador—. Yo respondo por mister

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Reckless —dijo mientras le tendía aJacob su tarjeta. La voz era ronca, conun ligero acento que Jacob no pudocatalogar.

El subastador bajó respetuoso lacabeza.

—Como usted desee, misterEarlking —dijo dirigiéndole una miradainterrogante a Jacob—. ¿Adónde leenviamos la botella?

—Me la llevaré yo mismo.—Por supuesto —dijo Earlking

sonriendo—. Llevaba mucho tiempo enel lugar equivocado, ¿no es cierto? —elpequeño hombre hizo una reverenciaantes de que Jacob pudiera responder—.Salude a su hermano de mi parte —dijo

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—. Le conozco muy bien a él y a sumadre.

Después se dio la vuelta ydesapareció entre el galano gentío.

Jacob miró la tarjeta que tenía en lamano. «Norebo Johann Earlking». Nadamás.

El subastador le entregó la botella.

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3Fantasmas

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El mundo equivocado. En el aeropuerto,el vigilante de seguridad examinó labotella con tanto detenimiento que, trasel espejo, Jacob le hubiera puesto enalgún momento la pistola sobre su pechouniformado. Su vuelo aterrizó condemora en Nueva York, y su taxi quedóatascado en el tráfico nocturno tantasveces que anheló viajar en coche decaballos a través de las soñolientascalles de Schwanstein. Delante del viejoedificio de apartamentos, la luna sereflejaba en sucias charcas, y del murode ladrillo sobre la entrada, lasgrotescas caras, que tanto habíanintimidado a Will de niño y por las quesiempre había agachado la cabeza

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delante de la puerta, descendían lamirada. La polución las habíaerosionado entretanto de tal modo queapenas se diferenciaban de las flores depiedra que trepaban a su alrededor.Jacob percibió, sin embargo, su fijamirada con más claridad que nuncamientras subía la escalera de la entrada,y a su hermano seguramente le sucedíalo mismo. Los desfigurados rostrosposeían un horror completamente nuevodesde que a Will le había crecido unapiel de piedra.

El portero que había en el hall de laentrada seguía siendo el mismo que leshabía sacado a rastras del ascensorcuando lo habían cogido demasiadas

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veces arriba y abajo. Mister Tomkins.Había envejecido y engordado. En elmostrador, sobre el que ya teníapreparada la correspondencia, seguíaestando el tarro lleno de piruletas conlas que los había sobornado de niñospara que realizaran los recados por él.Jacob había convencido en algúnmomento a Will de que Tomkins era undevoraniños, tras lo cual se habíanegado, durante días, a ir al jardín deinfancia por miedo a tener que pasarjunto al portero.

Tiempos pasados. En el viejoedificio, anidaban en todos los rincones.Detrás de las columnas del hall de laentrada, que Will y él habían utilizado

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para jugar al escondite, en los sótanos,en cuyas oscuras bóvedas había buscadopor primera vez (y sin éxito) tesoros, oen el ascensor enrejado, que habíanconvertido, según las necesidades, enuna nave espacial o en la jaula de unabruja. Era extraño lo mucho que laperspectiva de la propia muerte traía devuelta el pasado… como si, de pronto,cualquier instante vivido estuvierapresente y susurrara: quizá sea esto todolo que recibas, Jacob.

La puerta del ascensor seguíaatascándose cuando se la abría de unempujón.

Séptima planta.Will le había dejado una nota

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colgada en la puerta del piso. «Hemossalido de compras. La comida está en lanevera. ¡Bienvenido a casa! Will».

Jacob guardó la nota en el bolsillodel abrigo antes de abrir la puerta.Había pagado con su vida aquellabienvenida, pero lo habría hecho otravez por la sensación de tener de nuevoun hermano. No habían vuelto a estar tanunidos desde que Will se habíadeslizado cada noche en su cama y habíacreído que los porteros devoraban aveces carne humana. El amor seescapaba de una forma terriblementefácil.

La oscuridad, que aguardaba a Jacobtras la puerta, resultaba extraña y

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familiar al mismo tiempo. Will habíapintado el pasillo y el olor de la pinturafresca se mezclaba con el de su infancia.Sus dedos seguían encontrando a ciegasel interruptor de la luz. La lámpara eranueva, lo mismo que la cómoda quehabía junto a la puerta. Las viejas fotosde familia habían desaparecido, y eldeslustrado papel pintado, sobre el queaún después de años se podía reconocerdónde había estado colgada la foto de supadre, había sido repintado de colorblanco.

Jacob dejó la bolsa sobre elpisoteado parqué.

Bienvenido a casa.¿Realmente era posible otra vez,

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después de todos los años en los quetodo cuanto había querido encontrar allíhabía sido el espejo? Sobre la cómodahabía un jarrón con rosas de coloramarillo. El sello de Clara. La idea devolver a verla lo había puesto algonervioso antes de atravesar el espejo.No había estado seguro de si su corazónlatía más deprisa por el simple recuerdoo porque el agua de alondras aún seguíasurtiendo efecto. Pero todo estaba bien.Estaba bien verla con Will en esemundo, al que él mismo no pertenecíadesde hacía tanto tiempo. Aparentementeno le había contado a Will nada del aguade alondras. Pero Jacob sentía cómo eserecuerdo los unía a ambos como si se

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hubieran extraviado en el bosque yhubieran encontrado el camino de vueltajuntos.

• • •

Will había cambiado tan poco lahabitación de su madre como eldespacho de su padre. Jacob abrió lapuerta solo de forma reacia. Junto a lacama había unas cajas con libros deWill, y debajo de la ventana estabanapoyadas las fotos de familia que habíanestado colgadas en el pasillo.

La habitación seguía oliendo a ella.La manta patchwork que había sobre la

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cama la había cosido ella misma. Losparches de tela habían estado dispersospor todo el piso. Flores, animales,casas, barcos, la luna y estrellas. Jacobno había podido nunca descifrar lo quequiera que la manta contaba de sumadre. A menudo los tres se habíantumbado en ella cuando les había leídoun libro. Su abuelo les había contado loscuentos con los que había crecido enEuropa, poblados de brujas y hadas, concuyos parientes se había encontradoJacob tras el espejo, pero las historiasde su madre habían sido las deNorteamérica. El jinete sin cabeza,Johnny Appleseed, Hermano Lobo, lahechicera y el gigante de Seneca. Jacob

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no había encontrado sus huellas tras elespejo, pero estaba convencido de quetambién existían allí al igual que lospersonajes de los cuentos de su abuelo.

Sobre la mesilla de noche de sumadre había una foto que la mostraba aella con él y con Will abajo en elparque. En ella parecía muy feliz. Y tanjoven… Su padre había hecho la foto.En esa época probablemente él yasupiera del espejo.

Jacob limpió el polvo del cristal.Tan joven. Y tan hermosa. ¿Qué habíabuscado su padre que no había podidoencontrar en ella? Cuántas veces se lohabía preguntado de niño. Había estadotan seguro de que ella había tenido que

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hacer algo malo… y había sentido tantarabia hacia ella. Rabia por susdebilidades. Rabia por no poder dejarde amar a su padre y esperarlo contra supropia convicción. ¿O había confiado enque su hijo mayor lo encontraría un día ylo traería de vuelta? ¿Acaso él no lohabía imaginado todos esos años ensecreto? ¿Que un día regresaría con supadre y le borraría toda la tristeza delrostro a su madre?

Tras el espejo había relojes de arenaque detenían y retrocedían el tiempo.Jacob había buscado durante muchotiempo uno para la emperatriz. EnLombardía giraba un carrusel queconvertía los niños en adultos y los

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adultos en niños, y en Varangia, unpríncipe poseía un reloj de juguete que,cuando uno le daba cuerda, le devolvíaa su propio pasado. Jacob se habíapreguntado a menudo si eso cambiabarealmente el rumbo de las cosas o si unoacababa actuando del mismo modo quelo había hecho una vez: su padrecontinuaría atravesando una y otra vez elespejo. Él lo seguiría y Will y su madrese quedarían atrás solos.

¡Por el amor de Dios, Jacob! Laperspectiva de la propia muerte volvíasentimental.

Se sentía como si, en los últimosmeses, alguien hubiera lanzado sucorazón una y otra vez a la fundición,

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como una pepita de metal quesimplemente no quiere adoptar la formacorrecta. Si la botella resultaba taninútil como la manzana o la fuente, elesfuerzo habría sido en vano, y al igualque su madre, pronto no sería más queuna foto en un polvoriento marco deplata. Jacob volvió a dejar la foto sobrela mesilla de noche y alisó la manta dela cama como si su madre fuera a entraren la habitación en cualquier momento.

Alguien abrió la puerta del piso.—Jacob está aquí, Will —la voz de

Clara sonaba casi tan familiar como lade su hermano—. Ahí está su bolsa.

—¿Jake? —En la voz de Will ya nose oía la piedra que le había teñido la

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piel—. ¿Dónde andas?Jacob oyó a su hermano recorrer el

pasillo y, por un fugaz instante, seencontró en otro pasillo, a su espalda elrostro de Will descompuesto por elodio. Ya pasó, Jacob. No, no habíapasado del todo y estaba bien así. Noquería olvidar lo fácilmente que podíaperder a Will.

Y de pronto apareció en la puerta,sin oro en la mirada, la piel blandacomo la suya, solo considerablementemás pálida. Al fin y al cabo, Will nohabía cabalgado durante semanas através de un desierto maldito.

Lo abrazó casi con la misma fuerzaque antaño, cuando Jacob lo había

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salvado, en el patio del colegio, dealgún alumno de cuarto con ansias depelea. Sí, valía la pena el precio, entanto su hermano no supiera el importedel pago.

Los recuerdos de Will sobre laépoca detrás del espejo eran comopedazos con los que intentaba en vanocomponer un todo. A fin de cuentas, anadie le gustaba vivir con la sensaciónde apenas recordar semanas decisivasde su vida. Cuando Will le describía aClara y a él rostros o lugares, Jacobvolvía a ser otra vez consciente de lomucho que su hermano había vivido solotras el espejo. Era casi como si Willtuviera una segunda sombra, que lo

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seguía como un extraño… y que loasustaba de vez en cuando.

• • •

Jacob no podía aguardar a regresar, peroClara le pidió que se quedara a comer, yquién sabía si volvería a verla a ella o aWill. Así que se sentó a la mesa de lacocina, en la que, de niño, habíagrabado con su primer cuchillo susiniciales, e intentó parecer lo másdespreocupado posible. Pero por lovisto también había perdido la habilidadde venderle a su hermano historiasinventadas como ciertas. Jacob le pilló

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varias veces sus miradas pensativascuando le explicaba su viaje a Chicagocon un fabricante de Schwanstein y supasión por los espíritus de las botellas.

Con Zorro no habría intentadosiquiera esa historia. Durante suinterminable búsqueda de los objetosequivocados había estado a punto decontarle la verdad, pero la idea de verel propio miedo también en el rostro deZorro se lo había impedido cada vez.Quería a Will, pero para él seguiríasiendo siempre, antes que nada, elhermano mayor. Con Zorro erasimplemente él mismo. Ella veía tantode lo que él ocultaba a los demás… auncuando a él no siempre le gustara y muy

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raramente ambos expresaran lo quesabían del otro.

—¿Conoces a un tal NoreboEarlking, Will?

Su hermano arrugó la frente.—¿Un tipo bastante pequeño? ¿Con

un extraño acento?—El mismo.—Ma le vendió algunas de las cosas

del abuelo cuando necesitó dinero. Creoque es dueño de un par de anticuariosaquí y en Europa. ¿Por qué?

—Me pidió que te saludara.—¿A mí? —Will se encogió de

hombros—. Ma no le vendió todo lo quele interesaba. Quizá quiera probar suerteahora con nosotros. Es un tipo raro.

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Nunca tuve claro si le gustaba a Ma.Will se acarició el brazo. A menudo

se pasaba la mano sobre la piel comoqueriendo asegurarse de que el jadeciertamente había desaparecido. Claratambién se percató del gesto.Fantasmas… Will se levantó y se sirvióuna copa de vino.

—¿Qué debo hacer si me hace unaoferta? El trastero está repleto de viejostrastos. Por su aspecto parece quenuestra familia no se hubieradesprendido de nada desde que esteedificio fuera construido. Apenas haysitio para las fotos que hemos quitado delas paredes. Pero Clara necesita undespacho y… —Will dejó la frase sin

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acabar, como si los fantasmas de suspadres estuvieran aguzando el oído enlas habitaciones vacías que habíandejado.

Jacob pasó el dedo sobre lasiniciales que había grabado en el tablerode la mesa. Se había comprado elcuchillo a escondidas.

—Vende lo que quieras —respondió—. Vacíalo todo. Si queréis, podéisutilizar también mi habitación. Puedodormir en el sofá, vengo muy poco.

—Tonterías. Tu habitación sequedará igual. —Will le acercó unacopa de vino—. ¿Cuándo regresas?

—Hoy mismo —ya no le resultabatan sencillo como antes ignorar la

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decepción en el rostro de su hermano.Lo extrañaría.

—¿Va todo bien? —Will lo mirabacon gesto de preocupación. Sí,engañarlo no resultaba tan sencillo comoantes.

—Claro. Es duro vivir en dosmundos. —Jacob intentó que sonara abroma, pero el rostro de Willpermaneció serio. Se parecía tanto al desu madre. Will arrugaba la frente inclusodel mismo modo que ella.

—Deberías quedarte aquí. ¡Esdemasiado peligroso!

Jacob bajó la cabeza para que Willno viera su sonrisa. Se ha vueltorealmente peligroso por tu causa,

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hermanito.—Volveré pronto —dijo—. Con

toda seguridad.Seguía siendo un buen mentiroso. La

probabilidad de que el habitante de labotella no lo salvara, sino que lo matara,era de una entre mil. Una entre mil en tucontra, Jacob. Ya había apostado másfuerte.

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4Peligrosa medicina

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De vuelta. La lluvia, que el vientosoplaba en la cara de Jacob cuando salíade la torre, parecía por un momento lamisma que se había precipitado en laventana de su madre. Sus ojos buscaronla silueta de una zorra entre los muroshundidos, pero solo un duende, flaco yhambriento, como solían estar al finaldel invierno, pasó deprisa ante sus pies.¿Dónde estaba?

Era raro que Zorro no lo estuvieraesperando. La mayoría de las vecespercibía el momento de su regreso condías de antelación. Naturalmente pensóenseguida en trampas o en la escopetade algún campesino que protegía a susgallinas. Qué disparate, Jacob. Sabía

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cuidar de sí misma mucho mejor que él.En cualquier caso, no quería tenerlacerca al abrir la botella.

El silencio que lo rodeaba era,después del ruido del otro mundo, másirreal que el duende, y sus ojosnecesitaron como siempre unossegundos para acostumbrarse a la oscuranoche. En el mar de luces del otromundo uno olvidaba muy deprisa looscura que era. Miró alrededor.Necesitaba un lugar en el que elhabitante de la botella no pudiera crecerhasta las nubes. Además, no debíaarriesgarse a que la torre y el espejosufrieran daños.

La vieja capilla del castillo.

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Se había salvado del fuego, quehabía destruido el castillo, al igual quela torre, y se hallaba directamente detrásdel jardín abandonado, que descendía lapendiente de la colina. Jacob tuvo queabrirse paso con el sable. Escalerasmohosas, estatuas reventadas, fuentes encuyas pilas de mármol flotaban hojas deinvierno descompuestas. Delante de lacapilla se elevaban lápidas sobre lahierba crecida: Arnold Fischbein, LuiseMoor, Käthchen Grimm. Las sepulturasde los criados habían sobrevivido alfuego, pero del mausoleo de lospropietarios del castillo solo quedabaun anillo de piedras carbonizadas.

La madera de las puertas de la

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capilla estaba tan hinchada que Jacobapenas podía abrirlas. El interiorofrecía un aspecto desolador. Lasvidrieras de colores estaban rotas y losbancos habían calentado hacía tiempounas frías chozas, pero el techo seguíaintacto… y el recinto de la iglesia teníaapenas cuatro metros de altura. Teníaque bastar.

Un pulgarcito acechaba preocupadosobre el borde de la pila de agua benditavacía cuando Jacob le quitó la funda decuero a la botella. El cristal marrónestaba tan frío que casi le quemaba losdedos. Su habitante no procedía del sur,donde se podían encontrar espíritus delas botellas en cualquier mercado del

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desierto. La medicina que Jacobnecesitaba solo la suministraban losespíritus nórdicos. Eranconsiderablemente menos frecuentes yverdaderamente malignos, por lo que loshombres que los cazaban tenían máscicatrices que Chanute. El espíritu queJacob planeaba liberar había maltratadotanto a su cazador que este solo habíasobrevivido a la lucha contra él unashoras. El propio Jacob lo habíaenterrado.

Espantó al pulgarcito para quesaliera antes de que su curiosidad lomatara, y cerró las puertas.

«¡Son todos unos asesinos, Jacob, nolo olvides nunca!». Chanute le había

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advertido más de una vez contra losespíritus nórdicos de las botellas. «Loshan encerrado porque les gusta matar ysaben que, en castigo, han de servir parael resto de sus inmortales días acualquier estúpido que se convierta enel dueño de la botella. El únicopensamiento que les obsesiona es elmodo de matar a su maestro paraconseguir la botella».

Jacob se dirigió al centro de lacapilla.

El dibujo que había grabado en labotella de cristal servía de atadura alque mantenía prisionero. Jacob lo marcóen la superficie interna de sus manosantes de sacar el cuchillo. Solo había

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algo más difícil que capturar a esosespíritus: dejarlos salir de formaindemne. Pero ¿qué tenía que perder?

El sello, que tapaba el cuello de labotella, procedía de un juez que habíacondenado al espíritu a arresto perpetuotras el cristal marrón. Jacob quitó lacera del orificio con el cuchillo.Después, dejó la botella sobre lasbaldosas y retrocedió rápidamente.

El humo que subió de su cuello erade color gris plata, como las escamas deun pez. Formó dedos, un brazo, unhombro. Los dedos buscaron a tientas através del aire frío y se convirtieron enun puño, y de los hombros avanzóempujando un pescuezo, dentado como

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el de un lagarto.¡Cuidado, Jacob!Se inclinó en el humo, que seguía

saliendo de la botella. Sobre él se formóun cráneo de frente chata y lacioscabellos largos hasta los hombros.Después se abrió una boca en la carneplateada. El gemido que salió de ellahizo temblar los muros de la capillacomo los flancos de un animal. Lasventanas rotas reventaron y Jacobrespiró cristal hecho añicos. Lellovieron cascos de colores mientras elespíritu abría los ojos encima de él.Eran blancos como los de un ciego, conpupilas que nadaban como impactos debala en su centro. Cuando su mirada

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encontró a Jacob, este volvía a sostenerla botella en la mano, los dedos firmes ycerrados alrededor de su cuello.

El gigantesco cuerpo arqueó el lomocomo un gato antes de saltar.

—Vaya —la voz del espíritu de labotella sonaba tan áspera como si en suprisión de cristal se le hubiera olvidadoel habla—. ¿Y tú quién eres? ¿Dóndeestá el otro que me capturó? —preguntóinclinándose hacia Jacob—. ¿Estámuerto? Recuerdo haberle roto lascostillas. Pero eso no es nadacomparado con lo que le haré al juez. Entodos estos años no he pensado en otracosa. Lo deshojaré como a una flor, melimpiaré los dientes con sus huesos, me

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sonaré la nariz con su piel…La capilla se llenó con su áspera ira

y el dibujo en la superficie de las manosde Jacob se cubrió de cristales helados.

—¡Basta ya de fanfarronería! —legritó al espíritu—. No harás nada deeso. Me servirás hasta que me harte o teencerraré en una de las prisiones en lasque se almacena a tus semejantes comobotellas de vino.

El espíritu de la botella se apartó loslacios cabellos de la frente. Eran decristal flexible y en cualquier país detrásdel espejo valían una fortuna.

—¡Eso no ha sido muy respetuoso!—murmuró.

Su rostro estaba lleno de cicatrices y

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la oreja izquierda, desgarrada. En sufrío país natal solían estar en guerra.

—Bien. ¿Cuáles son los deseos demi nuevo maestro? —ronroneó—. ¿Lode siempre? Oro. Poder. ¿Enemigosrendidos a tus pies como moscasaplastadas?

El cristal de la botella estaba tanfrío que insensibilizaba las manos deJacob. Agárrala con firmeza, Jacob.

—¡Dámela! —El espíritu de labotella se inclinó tanto que su cabello decristal rozó los hombros de Jacob—.Dame la botella y te proporcionaré loque quieras. Pero si la conservas,aguardaré día y noche la ocasión dematarte. He pasado demasiado tiempo

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sin ver otra cosa que cristal marrón y tusgritos ahuyentarían el silencio que mesigue entumeciendo los oídos —la ideaprovocó una encantadora sonrisa en sugolpeado rostro. A los espíritus de lasbotellas les gustaba hablar casi tantocomo matar.

—¡Puedes quedarte con la botella!… —gritó Jacob. El olor a azufre quesubía de la piel color gris era tan intensoque estaba a punto de vomitar—: …acambio de una gota de sangre.

Los dientes que el espíritu dejó aldescubierto eran de un color tan griscomo su cuerpo.

—¿Mi sangre? —Su sonrisa irónicaevidenciaba un franco regocijo por el

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mal ajeno—. ¿Qué te está matando? ¿Unveneno? ¿Una enfermedad? ¿Unamaldición?

—¿Y a ti qué te importa? —respondió Jacob—. ¿Estamos deacuerdo o no?

La sonrisa se volvió mortal. Por logeneral intentaban morderle a uno lacabeza tan pronto se les daba la botella.Jacob sabía de dos cazadores de tesorosque habían acabado así. Los espíritus delas botellas tenían dientes fuertes.Tendrás que ser muy rápido, Jacob.Muy rápido.

El espíritu le tendió la mano.—Estamos de acuerdo —incluso su

dedo más pequeño era tan largo como el

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brazo de una persona.Jacob agarró con firmeza la botella a

pesar de que el cristal le quemaba lapiel.

—Oh, no. Primero tu sangre.El espíritu enseñó los dientes e,

inclinándose hacia él, comentó de formasarcástica:

—¿Por qué no la coges tú mismo?Jacob lo había esperado.Agarró uno de los cabellos de cristal

y trepó por él. El espíritu intentóatraparlo pero, antes de conseguirlo,Jacob le introdujo profundamente labotella en la nariz. El espíritu aulló y seafanó por sacarla con sus toscos dedos.Ahora, Jacob. Saltó a sus hombros y le

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rajó con el cuchillo el lóbulo desgarradode la oreja. Salpicó sangre negra. Jacobla restregó contra su piel, mientras elespíritu seguía intentando en vanosacarse la botella del agujero de lanariz. Sus jadeos y gemidos hicieronbailar cristales de hielo en el aire. Jacobsaltó de sus hombros. Casi se parte laspiernas al aterrizar en las baldosascubiertas de escarcha. ¡En pie, Jacob!El techo de la capilla reventó encima deél cuando el espíritu, en su cólera,apoyó la espalda dentada en él. Sedeslizó hasta la puerta.

Corre, Jacob.Corrió hacia los altos abetos que

crecían tras la capilla, pero antes de

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hallar refugio bajo sus ramas, unosdedos glaciales lo alzaron en el aire.Jacob sintió cómo le rompían unacostilla. Peligrosa medicina.

—¡Sácamela!Jacob gritó de dolor cuando el

espíritu lo estrujó con más fuerza. Losgigantescos dedos lo alzaron hasta quepudo meter la mano en el enormeagujero de la nariz.

—Si la dejas caer —le murmuró elespíritu—, ¡aún me quedará suficientetiempo para romperte los huesos!

Probablemente. Pero si le daba labotella también lo mataría. No tienesnada que perder. Los dedos de Jacobencontraron el cuello de la botella y

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envolvieron con fuerza el frío cristal.—¡Sá… ca… laaa! —La voz del

espíritu lo envolvió en glaciales deseosde morir.

Jacob no tenía prisa. A fin decuentas, se trataba quizá de los últimosmomentos de su vida. En lo alto de lacolina veía la torre de la ruina elevarsesobre el cielo aún oscuro, debajo de ellauna marta devoraba las yemas frescas deun árbol. Se acercaba la primavera. Avida o muerte, Jacob. Una vez más.

Sacó la botella del agujero de lanariz y la arrojó con toda su fuerzacontra el caballete de la capilla.

El grito de rabia del espíritu dejópetrificada a la marta. Los dedos de

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color gris oprimieron con tal fuerza elcuerpo de Jacob que creyó oír rompersecada hueso. Pero a través del dolor seoyó el cristal haciéndose añicos. Losgigantescos dedos lo soltaron… y Jacobcayó.

Cayó profundamente.El impacto lo dejó sin respiración,

pero, sobre él, el cuerpo del espírituexplotó como si alguien lo hubierallenado de dinamita. Su piel de colorgris se desgarró en mil jirones. Lloviósobre Jacob como una especie de nievesucia mientras él, tendido, se lamía lasangre negra de los labios. Sabía dulce yle quemaba la lengua.

Había recibido lo que quería.

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Y seguía con vida.

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5Alma

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En las calles de Schwanstein,iluminadas por las luces de gas, noquedaban desde hacía ya años brujas enejercicio. Las brujas encarnaban elpasado y los habitantes de Schwansteincreían en el futuro. Preferían acudir alos médicos, que se habían mudadodesde Vena, a confiar en la magia yhierbas de sabor amargo. Solo cuando lamedicina moderna no conseguíaayudarlos, se encaminaban a un pueblosituado al este de la colina del castillo.

La casa de Alma Spitzweg sehallaba directamente junto alcementerio, aunque por lo generalintentaba que sus pacientes no acabasenallí demasiado pronto. Oficialmente

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regentaba una consulta de médico. Almaentablillaba miembros partidos comolos médicos de la ciudad. A vecesprescribía incluso las mismas pastillas,pero trataba a vacas y duendes con elmismo esmero que a sus pacienteshumanos, sus vestidos cambiaban decolor con el estado del tiempo y suspupilas eran afiladas como las de sugato.

La consulta de Alma estaba aúncerrada cuando Jacob llamó a la puertatrasera. Pasó mucho rato antes de queabriera. Por su semblante, había tenidouna dura noche, pero al verlo su rostrose alegró. Su aspecto era exactamente elmismo que Jacob había imaginado de

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niño que tendría una bruja, pero habíavisto a Alma con muchos rostros y demuy diversas formas.

—Te habría podido necesitar anoche—dijo mientras su gato le daba labienvenida ronroneando—. El zancudosaltarín que vive en lo alto de la ruina haintentado robar un niño. ¿No puedesahuyentarlo de una vez?

El zancudo saltarín… la primeracriatura que se había encontrado tras elespejo. Jacob seguía conservando lascicatrices de sus dientes amarillos en lamano. Había intentado capturarlodocenas de veces, pero los zancudossaltarines eran astutos y maestros en elarte de jugar al escondite.

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—Lo intentaré. Lo prometo —dijoJacob cogiendo al ronroneante gato en elbrazo y siguiendo a Alma a la sencillahabitación en la que ejercía la antigua yla nueva medicina. Cuando él se quitó elabrigo y ella vio la sangre negra en sucamisa, harta sacudió la cabeza.

—¿Qué ha pasado esta vez? —preguntó—. ¿Acaso no puedes venir averme una sola vez con una gripe o unaindigestión? En el día de mi muerte mereprocharé no haberte impedido seraprendiz de Albert Chanute.

A Alma no le había gustado nunca elviejo cazador de tesoros. Jacob se habíarefugiado demasiadas veces en su casadespués de que Chanute le hubiera

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propinado una paliza, y, al igual quetodas las brujas, tenía una opiniónnegativa de la caza de tesoros. Jacob sehabía encontrado por primera vez conella en la ruina. Alma tenía absolutaconfianza en las hierbas que allí crecían.«¿Maldita? Medio mundo está maldito»,fue su comentario respecto de lashistorias que se contaban sobre la ruina.«Y las maldiciones desaparecen antesque los malvados rumores. Allí arribano hay más que piedras carbonizadas».

No había preguntado lo que un chicode doce años más solo que la una hacíaentre los muros de un castillo calcinado.Alma no formulaba ese tipo de preguntasporque, de todos modos, conocía las

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respuestas. Se había llevado a su casa aJacob, le había dado ropa que noatrajera las miradas de extraños y lehabía advertido acerca de pulgarcitos ycuervos de oro. En sus primeros añosdetrás del espejo, siempre habíaencontrado en su casa un plato decomida caliente o un lugar dondedormir. Alma le había tratado despuésde que por primera vez un lobo lehubiera mordido; le había entablilladosu brazo partido, cuando intentócabalgar un caballo embrujado; y lehabía explicado de qué habitantes de esemundo era preferible mantenersealejado.

Le quitó un poco de sangre negra de

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su piel y la olió.—Sangre de espíritu nórdico —dijo

mirándolo con gesto de preocupación—.¿Para qué la necesitas?

Le puso la mano sobre el corazón.Después le abrió la camisa y le pasó lamano sobre la huella de la polilla.

—¡Estúpido! —dijo golpeándole elpecho con el huesudo puño—.¡Regresaste con el hada! ¿No te dije quete mantuvieras alejado de ella?

—¡Necesitaba su ayuda!—¿Y qué? ¿Por qué no viniste a mí?Abrió el armario, en el que guardaba

sus instrumentos para el arte medicinalmenos moderno.

—¡Era la maldición de un hada! No

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me habrías podido ayudar —ningunabruja podía hacer algo contra la magiade las hadas—; se trataba de mihermano —añadió.

—¿Se merece tu hermano que paguescon tu vida?

—Sí.Alma lo observó en silencio un

momento. Después sacó un cuchillo delarmario y le cortó a Jacob un mechón decabello. El cabello se quemó tan prontolo frotó entre los dedos. Las brujaspodían hacer arder la mayoría de lascosas solo con sus manos.

Alma observó la ceniza pegada a lasyemas de sus dedos… y miró a Jacob.Sus dedos estaban blancos como la

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nieve. No necesitaba explicarle lo queaquello significaba. Ya se habíaliberado de una maldición una vez.Cuando, en aquel entonces, había pedidoa Alma que comprobara si se había rotola maldición, el color de la ceniza de lasyemas de sus dedos había sido negro.

La sangre del espíritu de la botellano había surtido efecto.

Se abotonó la camisa. Eres hombremuerto, Jacob.

¿Había estado observando el HadaRoja todos esos meses cómo unaesperanza tras otra se evidenciabaengañosa? ¿Lo estaba haciendo ahora?Las hadas tenían muchas formas de verlo que querían. Probablemente

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aguardaba su muerte desde que él lehabía susurrado el nombre de suhermana. No, Jacob. Desde que tú laabandonaste.

—¿Cuánto tiempo más? —preguntó.La compasión de la mirada de Alma

era peor que su rabia.—Dos, tres meses, quizá menos.

¿Cómo te maldijo?—Logró que pronunciara el nombre

de su oscura hermana.El gato de Alma le acarició las

piernas como queriendo consolarlo. Nose le notaba que podía resultar muypeligroso cuando no le agradaba unavisita.

—Creía que sabías más de hadas

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que yo. ¿Olvidaste con qué esmeroocultan su nombre?

Alma se dirigió al viejo armario delos medicamentos, cuyos cajonesestaban repletos de todos los remediosque el mundo del espejo suministraba.

—El de su hermana lo hepronunciado incontables veces.

—¿Y qué? La Oscura es muy distinta—la raíz que Alma sacó de un cajónparecía una pálida araña con las pataspegadas al cuerpo—. Es más fuerte quelas otras, pero no vive como ellas alamparo de su isla. Eso la hacevulnerable. No puede permitirse quealguien sepa su nombre. ¡Probablementeni siquiera se lo haya revelado a su

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amante! —Machacó la raíz en un cuencoy echó el polvo en un saquito—. ¿Cuántotiempo llevas ya con la polilla en elpecho?

Jacob deslizó la mano bajo lacamisa. La huella apenas se percibía.

—La Roja me salvó primero la vidacon ella.

La sonrisa de Alma era amarga:—Simplemente se ha tomado la

molestia de que mueras como haplaneado. Las hadas adoran jugar con lavida y la muerte… Y estoy convencidade que el hecho de que su poderosahermana se haya convertido en suayudante involuntaria le ha endulzadoaún más la venganza —dijo tendiéndole

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a Jacob el saquito con la raíz machacada—. Aquí tienes. Esto es todo lo quepuedo hacer. Toma una pizca cuandovenga el dolor, porque vendrá.

Llenó un cuenco con el agua fría quesacaba del pozo que había detrás de lacasa, y Jacob se limpió la sangre delespíritu de la botella del cuerpo antes deque le corroyera la piel. El agua se tiñóde un color tan gris como su piel.

En su último cumpleaños habíallenado una hoja de papel con losnombres de los tesoros que aún queríaencontrar a lo largo de su vida. Habíasido su vigésimo quinto cumpleaños. Nocumplirás más, Jacob.

Veinticinco.

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La toalla que Alma le tendió olía amenta.

No quería morir. Amaba la vida quevivía. No quería otra, solo más de ella.

—¿Me puedes decir cómo sucederá?Alma abrió de un empujón la

ventana para arrojar el agua fuera. Eldía aclaraba.

—La Oscura utilizará el sello de suhermana para recobrar su nombre. Lapolilla que tienes sobre el corazóndespertará a la vida. No será agradable.Cuando se desprenda de tu carne y alceel vuelo, estarás muerto. Quizá aún tequeden unos minutos, quizá una hora…pero no habrá salvación —se apartó deforma brusca. Alma odiaba que la vieran

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llorando—. Desearía poder hacer algo,Jacob —dijo en voz baja—. Pero lashadas son más poderosas que yo. Lainmortalidad trae eso consigo.

El gato lo miró. Jacob pasó la manosobre el negro pelaje. Siete vidas.Siempre había creído que poseía almenos tantas.

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6¿Y ahora qué?

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En el cementerio que había detrás de lacasa de Alma, algunas tumbas procedíande la época en que, en Austrien, sehabían asentado muchos trolls paraescapar de los fríos inviernos de suspaíses de origen. Sus mágicas aptitudesmanejando la madera habíaproporcionado a la mayoría una fortuna,por lo que a menudo sus lápidas estabanbañadas en oro. Jacob no sabía cuántotiempo llevaba allí de pie contemplandolas imágenes, artísticamente talladas,que describían las hazañas de algún trollmuerto. A su alrededor, hombres,mujeres y niños se dirigían al trabajo.Los carros pasaban dando sacudidas porla calle mal pavimentada que había

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delante de la puerta del cementerio. Unperro ladró a un trapero que hacía suronda entre las sencillas casas, y élsimplemente se quedó allí, mirandofijamente las tumbas; seguía sin poderpensar.

Jacob había estado tan seguro de queencontraría una forma de salvarse. A finde cuentas, no había nada que no pudieraencontrar. Aquella convicción le habíaacompañado desde que había sidoaprendiz de Chanute. El mejor cazadorde tesoros de todos los tiempos… desdesus trece años de vida no había tenidootro objetivo… ni ningún otro nombrepara sí mismo. Pero parecía que, alfinal, solo era capaz de encontrar los

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objetos que otros codiciaban. ¿Qué leimportaba un zapato de cristal que traíael amor eterno, un garrote que mataba agolpes a cualquier enemigo, un gansoque ponía huevos de oro o una conchacon la que se podía escuchar a losenemigos? Él había querido ser elhombre que encontrara esas maravillas,nada más. Y las había encontrado todas.Pero, tan pronto buscaba algo para símismo, la búsqueda resultaba en vano:así había ocurrido con su padre y asísucedía con la magia que debía salvarlela vida.

Mala suerte, Jacob.Volvió la espalda a las lápidas y a

sus tallas de madera bañadas en oro. La

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mayoría mostraban riñas en tabernas ocompeticiones de bebidas —las hazañasde las que los trolls estaban orgullososeran raras veces honorables—, peroalgunas describían lo que los fallecidoseran capaces de hacer con la madera:marionetas vivas, mesas cantarinas,cucharas de cocina a las que uno sepodía encomendar. ¿Qué dirá tu lápidasobre ti, Jacob? Jacob Reckless, nacidoen otro mundo, muerto por la maldiciónde un hada… Se agachó y levantó unadiminuta lápida, debajo de la cual habíaun duende enterrado.

Se acabó la autocompasión.Su hermano había recuperado su

piel.

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Por un momento deseó con tantaintensidad que Will no hubiera cruzadonunca el espejo que sintió mareos.Busca un reloj de arena, Jacob.Retrocede el tiempo y no cabalgueshacia el hada. O rompe el espejo antesde que Will te siga.

Una mujer abrió la puerta oxidadadel muro del cementerio. Dejó unasramas con flores sobre una tumba.Quizá, al mirarla, pensó en Zorro,porque era lo que ella haría. Encualquier caso, más bien le dejaría unramo de flores silvestres sobre la tumba.Violetas o prímulas. Eran sus floresfavoritas.

Se dio la vuelta y se encaminó a la

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puerta.No. No buscaría ningún reloj de

arena. Aun cuando retrocediera eltiempo, solo volvería a repetir de formaexacta lo mismo. Y había acabado bien.Al menos para su hermano.

Jacob abrió la puerta y miró lacolina, sobre la cual se perfilaba la torrede la ruina ante el cielo matinal. ¿Debíaregresar y decirle a Will lo que lepasaba?

No. Aún no.Primero tenía que encontrar a Zorro.A nadie más que a ella le debía la

verdad.

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7En vano

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El Hada Oscura retrocedió. JacobReckless. No quería volver a ver surostro. Todo ese miedo en él, el dolor…Sentía la muerte que el nombre de ella lellevaba como una herida sobre la blancapiel.

No era su venganza. Aun cuando elestanque, que le mostraba su miedo,fuera el mismo estanque del castillo encuya orilla él le había transformado lapiel en corteza.

Su hermana roja veía seguramentelas mismas imágenes en el lago que lashabía alumbrado a las dos. ¿Quéesperaba de su muerte? ¿Que estaaliviara el dolor de su infidelidad o quesanara su orgullo herido? Su hermana

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roja no sabía mucho del amor.El estanque se volvió oscuro como

el cielo que se reflejaba en él, y sobrelas olas únicamente siguió temblando supropia imagen. El agua la desfiguraba,como si su belleza se descompusiera. ¿Yqué? Kami’en ya no la miraba de todosmodos. Solo miraba el vientre hinchadode su esposa humana.

Los ruidos de la ciudad atravesaronel jardín nocturno.

La Oscura se dio la vuelta. Noquería ver nada más, ni a sí misma ni alamante infiel de su hermana. A vecesanhelaba recuperar las hojas y la cortezaque él le había dado.

Ni siquiera se parecía a su hermano.

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La polilla que se posó en su hombroera como un jirón de noche sobre sublanca piel. Pero incluso la noche lepertenecía ahora a la otra. Kami’endormía cada vez más a menudo con suprincesa de rostro de muñeca.

¿Qué quería su hermana con todo esemiedo y todo ese dolor? No devolvíanel amor.

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8Chanute

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En la calle que conducía a Schwanstein,los trabajadores se agolpaban ya antelas puertas de la fábrica de tejidos. Sussirenas llamaban al turno de mañana, yJacob apenas podía tranquilizar al viejocaballo que Alma le había prestado,cuando su aullido se disputó la tempranamañana con las campanas de la iglesia.La yegua afiló tan preocupada las orejascomo si los dragones hubieranregresado, pero solo oía la nueva hora.El aullido de las sirenas. El tictac de losrelojes. Las máquinas querían marchar ylo hacían deprisa.

Muchos de los hombres queaguardaban helados ante las puertassiguieron a Jacob con la mirada cuando

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pasó cabalgando. El cazador de tesoros,que llevaba siempre oro en el bolso, queiba y venía como se le antojaba, y quedesconocía el trabajo penoso y lamonotonía que les amargaba la vida.Cualquier otro día habría comprendidola envidia en los cansados rostros, peroesa mañana se habría cambiado porcualquiera de ellos, aun cuando esosignificara catorce horas de trabajo porun salario de dos monedas de cobre lahora. Cualquier vida era preferible a lamuerte, ¿o no?

Era una mañana ridículamentehermosa. Los árboles echaban hojas, elcolor verde vivo… incluso el pelaje delviejo caballo parecía oler a primavera.

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Demasiado estúpido. Quizá resultaramenos difícil morir en invierno, peroJacob dudaba de que aún le quedaratanto tiempo.

Al borde de la calle dormía unchico, el sucio fardo oprimido contra elpecho para que los pulgarcitos no lerobaran lo poco que poseía. Jacob nohabía sido mayor que él cuando llegópor primera vez a Schwanstein; soloalgo mejor alimentado gracias a Alma.

Los afilados frontones se habíanparecido a una de las imágenes de losamarillentos libros de cuentos de hadasde sus abuelos y el hollín en el airehabía olido de forma más aventurera quelos gases residuales del otro mundo.

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Todo había olido a aventura: los arreosde cuero de los carruajes, incluso lasbostas de caballo sobre el sucioadoquinado y los despojos en los queunos hambrientos duendes husmeaban.Unos meses después se había encontradocon Albert Chanute y había perdidodefinitivamente su corazón en el mundotras el espejo.

• • •

Las contraventanas de El Ogro estabanaún cerradas cuando Jacob ató elcaballo de Alma delante de la puerta dela taberna. Solo estaban abiertas las de

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su cuarto, tal y como las había dejado.Cuando se ausentaba, Zorro

pernoctaba allí a veces. A lo largo detodo el camino había estado preparandolas palabras que quería decirle. Peroninguna versión sonaba bien.

En la taberna, el nuevo cocinero deChanute fregaba los platos sucios de lanoche anterior. Chanute había enroladoal antiguo soldado después de quedemasiados clientes se hubieran quejadode la comida que él mismo cocinaba.Tobias Wenzel había perdido su piernaizquierda en una de las batallas contralos goyl y bebía demasiado, pero eramuy buen cocinero.

—Está arriba —dijo cuando Jacob

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se acercó al mostrador—. Pero cuidado:tiene dolor de muelas y los goyl hansubido los impuestos.

Los goyl gobernaban desde hacía yamás de medio año en Austrien, peronadie en Schwanstein sospechaba quelos hermanos Reckless eran, en parte,responsables de ello. Probablemente acasi nadie le habría interesado de todosmodos. Los hombres habían regresadode la guerra (si habían sobrevivido aella), los goyl construían nuevasfábricas y calles, lo que era bueno parael comercio, y el propio alcaldecontinuaba siendo el mismo. En lacapital había atentados con bombas yuna resistencia organizada, pero la

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mayor parte del país se había puesto deacuerdo con los nuevos señores, y en eltrono de la emperatriz se sentaba su hijay estaba embarazada de su esposo depiedra.

Chanute solo ladró un gruñón«¿qué?» cuando Jacob llamó a su puerta.El cuarto en el que vivía estaba aún másabarrotado de recuerdos de sus días decazador de tesoros que el comedor de lataberna de El Ogro.

—Vaya —gruñó presionando lamejilla inflamada con la mano—.Pensaba que esta vez no regresarías.

Dolor de muelas. Nada que unoquisiera tener tras el espejo. Jacob habíadejado una vez que le extrajeran una

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muela inflamada en Vena. Pelear contraun ogro exigía menos valor.

—¿Y? —Chanute lo examinó conojos entrecerrados—. ¿Has encontradola botella?

—Sí.—¡Lo ves! Te dije que no supondría

un problema. —Chanute limpió lapluma, que sujetaba en su mano demadera, y miró fijamente la hoja depapel que tenía delante. Escribía susmemorias, desde que un cliente borrachole había metido en la cabeza que podíaganar una fortuna con ellas.

—La he encontrado, sí… —Jacob seacercó a la ventana—, pero la sangre noha surtido efecto.

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Chanute dejó la pluma a un lado. Seesforzó por no mirar con gesto depreocupación, pero nunca había sido unbuen actor.

—Maldición —murmuró—. Peroqué puede pasar. Ya se te ocurrirá otracosa. ¿Qué hay de la granada? La queestá en el jardín encantado del sultán, yasabes.

Jacob ya tenía preparada larespuesta en los labios, pero el viejomiraba de una forma tan consternada quese la tragó. Era posible que, si lecontaba la verdad, el propio Chanutepartiera a caballo en busca de unamedicina. Chanute había envejecido. Laprótesis del brazo la llevaba puesta cada

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vez con menos frecuencia porque leproducía cada vez más dolor, y su oídohabía empeorado tanto que en la plazadel mercado había estado a punto de seratropellado por un coche de caballos unpar de veces. No. Jacob seguía sintiendosus callosas manos sobre la piel, detodas las palizas que el viejo le habíapropinado, pero todo lo que habíalogrado en ese mundo se lo debía aAlbert Chanute y a lo que el viejocazador de tesoros le había enseñado.Le debía una mentira.

—Claro —respondió—. La granada.¿Cómo pude olvidarla?

El feo rostro de Chanute esbozó unasonrisa de alivio.

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—¡Lo ves! Lo conseguirás. Y, enúltimo caso, también está la fuente.

Jacob le dio la espalda para que nopudiera leer la verdad en su rostro.

—¡Maldición! Habría preferido queel ogro me hubiera mordido la cabeza envez del brazo. —Chanute volvió aapretar la mano en la mejilla—. ¿Tequedan raíces de pantano?

Su consumo entumecía cualquierdolor. Pero después uno creía estarrodeado de fuegos fatuos zumbandodurante días. Jacob sacó la lata de lamochila que servía de botica de viaje:raíces de pantano, hierbas contra lafiebre, un ungüento que Alma le habíapreparado, yodo, aspirinas y unos

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antibióticos del otro mundo. Pescó unade las raíces de la lata y se la tendió aChanute. Parecían orugas desecadas ysabían a rayos.

—¿Dónde está Zorro? ¿Está aquí?Ella llevaba tiempo notando que

algo no marchaba bien, pero, mientras élhabía conservado la esperanza, le habíaresultado fácil creer que era mejor queno supiera la verdad. No podía esperara verla.

Pero Chanute negó con la cabeza,mientras se metía la raíz en la bocaretorcida de dolor.

—No —gruñó—. Lleva semanasfuera. El enano quería enrolarte para quele encontraras una pluma de cisne

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humano y, como tú no estabas aquí, leofreció a Zorro conseguírsela. ¡No memires de ese modo! Es mucho másprecavida que tú y más lista que tú y yojuntos. Consiguió la pluma, pero el cisnele hirió el brazo. Nada grave. Está encasa del enano curándose. Con el oroque tu árbol le proporcionó se hacomprado un castillo derruido. Zorro teha mandado la dirección.

Levantó la dentadura del ogro, queusaba de pisapapeles, y le tendió aJacob un sobre. El escudo de armasestaba estampado en pan de oro. Elárbol con el que Jacob había pagado elcamino a la fortaleza de los goyl habíaconvertido a Evenaugh Valiant en un

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enano muy rico.—Dale esto cuando la veas. —

Chanute le dio un paquetito envuelto enseda—. Dile a Zorro que se lo mandaLudovik Rensman. Su padre tiene elbufete de abogados al otro lado, detrásde la iglesia. Ludovik es un buenpartido. Tendrías que haber visto su caracuando le dije que ella se habíamarchado —hizo bailar sus ojos deforma burlona.

La última mujer con la que Chanutehabía entablado relación había sido unarica viuda de Schwanstein, pero a ellano le habían gustado las cabezas de lobodisecadas que él había colgado en susalón.

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—¡Aaahhh! —Chanute se dejó caeraliviado en la cama—. ¡Las raíces depantano saben peor que el té de lasbrujas, pero puedes confiar en ellas! —Seguía durmiendo debajo de la mantaraída bajo la que había roncado, antaño,en la naturaleza virgen. Quizá le hacíasoñar con sus viejas aventuras.

El pan de oro se le pegó a Jacob enlos dedos al abrir el sobre con la cartade Zorro. Su letra era considerablementemás legible que la suya, a pesar de queél le había enseñado a escribir. La cartasolo contenía un frío saludo y unadescripción del camino.

Jacob había estado mucho tiempofuera.

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—Gallberg —murmuró—. Eso estáa más de diez días a caballo de aquí.¿Qué pretende el enano con un castilloen esas montañas perdidas de la manode Dios?

—¡Y yo qué sé! —Los ojos deChanute ya estaban vidriosos—. Quizáquiera retirarse a la madre naturaleza.Ya sabes lo sentimentales que puedenser los enanos conforme se van haciendomayores.

Sí, pero aquello no valía paraEvenaugh Valiant. Probablemente elenano había descubierto un filón deplata debajo del castillo. Jacob metió lacarta de Zorro en la mochila. Una plumade cisne humano… era un botín

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peligroso, pero Chanute tenía razón.Zorro sabía de la caza de tesoros casitanto como él.

—¿Por qué no te emborrachas? —balbució Chanute mientras su manoespantaba fuegos fatuos imaginarios—.¡La granada no saldrá huyendo! —exclamó haciendo risitas sobre la bromacomo un niño—. ¡Y si no te sirve,siempre puedes repasar mi lista!

La lista de Chanute. Colgaba en elsalón de la taberna, debajo de su viejosable mellado: la lista de todos losobjetos mágicos que había buscado yque no había encontrado nunca. Jacob sela sabía de memoria, y no había nada enella que pudiera salvarlo.

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—Claro —respondió dejándole aChanute otra raíz de pantano junto a laalmohada—. Ahora duerme.

Diez días. El maldito enano. Solopodía confiar en que Alma tuviera razóny aún le quedara algo más de tiempo. Sila muerte lo buscaba antes de volver aver a Zorro, ni siquiera podríaretorcerle a Valiant el pequeño pescuezopor ello.

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9Montañas perdidas de la

mano de dios

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Diez días a caballo… Jacob cogió eltren después de haber estudiado la rutaen el mapa con manchas de Chanute. Elcastillo de Valiant se hallaba en un lugartan inaccesible que cualquier caballo sehabría partido las patas subiendo elcamino, pero por fortuna los enanoshabían abierto túneles con tantoentusiasmo en los últimos años que dehecho existía ahora una estación cerca.

El tren necesitaba cuatro días ynoches. Un largo tiempo con la muerteen el equipaje. En cada túnel le costabatanto respirar que parecía que alguien leestuviera echando ya la tierra sobre el

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pecho. Intentó distraerse con lasmemorias de un buscador de tesoros quehabía buscado pájaros de fuego y nuecesde esmeralda para un príncipe enVarangia, pero, mientras sus ojos seaferraban a las letras impresas, veíaotras imágenes: la sangre en su camisadespués de que el goyl le hubieradisparado en el corazón, Valiant delantede una tumba recién excavada y, una yotra vez, el Hada Roja susurrándole elnombre de su hermana. Cuatro días…

De la soñolienta estación de tren enla que se bajó, un funicular subía a lasrocosas cumbres en las que se hallaba elcastillo de Valiant. Sus murossobresalían aún de la nieve profunda, y

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Jacob maldijo al enano todavía máscuando, para el empinado resto delcamino, tuvo que pagarle a uncampesino un tálero de oro entero por suasno mordedor.

El castillo era todo menosimpresionante. La torre izquierda estabahundida y las otras parecían haber sidofuertemente tiroteadas, pero Valiantrecibió a Jacob en la podrida puerta conuna sonrisa tan orgullosa como si seencontrara ante el palacio de laemperatriz.

—No está mal, ¿verdad? —le gritó aJacob mientras un criado enano gruñónle quitaba el bolso de la mano—. ¡Soyel señor de un castillo! Sí, ya lo sé. La

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renovación va un poco atrasada —añadió cuando Jacob examinó lastiroteadas torres—. No es fácil producirmaterial. Además… —dijo lanzando unarápida mirada al criado y bajando la voz—, además, el árbol me está dandoguerra. Últimamente solo arroja polillaspringosas.

—¿En serio? —Jacob se esforzó porno mostrar su satisfacción. Ni siquieraél había tenido mucha suerte con elárbol.

Valiant se pasó la mano sobre elbigotillo que se dejaba crecer. Parecíaun milpiés sobre el labio superior, peroa cualquier enano que se dejara másbigote se le consideraba anticuado sin

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remedio.—¿Cómo estás? ¿Qué estás

buscando? —preguntó lanzándole unamirada impaciente—. ¡Estás pálido!

Genial. Domínate, Jacob. Solo lefaltaba que el enano adivinara lo que lesucedía.

—No, estoy bien —respondió—. Heestado buscando algo, pero no lo heencontrado.

La mejor mentira era la que seacercaba a la verdad.

El criado que les abrió la puerta delcastillo era un humano. Ningún enanohabría alcanzado el pomo, y nadaevidenciaba con más imponencia laprosperidad de Valiant que un criado

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humano. Mientras el criado le quitaba elabrigo cubierto de costras de nieve,Valiant le indicó el precio de cadamueble que había en el vestíbuloexpuesto a la corriente de aire. Estabanhechos sin excepción para humanos —los enanos ignoraban con gusto supropia altura—, pero Jacob no teníaojos para jarrones de Mauritania otapices, que exhibían la coronación delúltimo rey de los enanos.

—Está arriba —dijo Valiant alpercatarse de su mirada—: ayer hicevenir a un médico a examinarla, aunqueno quería saber nada sobre el asunto.Pasáis juntos demasiado tiempo. Ya estan terca como tú. Pero ha traído una

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fantástica pluma. ¡Tú no habrías traídouna mejor!

• • •

Valiant había alojado a Zorro en la torremejor conservada del castillo. CuandoJacob entró a su habitación, dormía enuna cama muy grande para un enano,pero casi pequeña para ella. Habíatenido suerte. El cisne solo le habíacausado una herida profunda. Jacobrecogió la camisa ensangrentada, queyacía en el suelo junto a la cama. Lehabía pertenecido una vez. Zorro habíaaprendido de Clara lo mucho más

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práctica que era la ropa de hombre.Jacob le cubrió el hombro vendado

con la manta. Había cambiado tanto enlos últimos meses. De la niña que se lehabía aparecido por primera vez hacíacasi cinco años no quedaba demasiado.La zorra la hacía crecer tan rápido queJacob siempre le advertía detransformarse con demasiada frecuencia.Un día tendría que elegir entre el pelajey la oportunidad de una larga vidahumana. Jacob siempre había creído queestaría con ella cuando tomara esadecisión, pero no parecía que fuera a serasí.

Le apartó el cabello rojo de lafrente. En la mesilla de noche junto a la

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cama reposaba una pluma. Jacob lacogió y sonrió. Había conservado una.Así se lo había enseñado Chanutetambién a él: «De lo que quiera quebusques para tu cliente, cuida deconservar algo para ti». Se trataba de unejemplar inmaculado. Jacob había vistopocas veces una pluma tan hermosa. Lomás fácil era robarla de un nido, perohasta eso resultaba peligroso. Los cisneshumanos eran sumamente agresivos. Unaterrible pena los había transformado encisnes y solo los parientesconsanguíneos podían liberarlos ydevolverles la forma humana. Jacob casipaga con un ojo el haberse encontradocon el plumado hijo de una panadera. Lo

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que quiera que fuera que uno tocaba conuna pluma de cisne humano desaparecíade inmediato y volvía a aparecer allídonde se colocaba. Chanute habíatransportado muchos tesoros de esemodo. Aunque no funcionaba siempre.Algunos objetos se perdían por elcamino.

—Ni lo intentes. La pluma es mía —en los ojos de Zorro seguía anidando elsueño. Se sobresaltó cuando, alincorporarse, se apoyó en el brazoherido.

Jacob dejó la pluma en la mesilla denoche.

—¿Desde cuándo sales a cazartesoros sin mí? —«Te he echado mucho

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de menos», quiso añadir, pero la miradade Zorro era fría… como siempre quehabía permanecido demasiado tiempofuera.

—La misión no era demasiadodifícil. Y estaba harta de esperar.

Se había convertido en una mujer sinque Jacob se hubiera percatadorealmente de ello. A sus ojos había sidosiempre hermosa, incluso cuando aúnera aquella cosa flaca, que solo sequitaba los lampazos del cabello demala gana. Hermosa, como todo lo queera salvaje y libre. Pero ahora portabala belleza de la zorra en la piel humana.

—Sigues transformándote condemasiada frecuencia —dijo él—. Si no

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tienes cuidado, pronto tendrás mi mismaedad.

Ella apartó la manta.—¿Y qué? —Llevaba puesto el

pelaje, lo llevaba siempre que dormíapor miedo a que alguien se lo robara—.Deja de preocuparte por mí. Antes no lohacías.

Sí, Jacob, ¿qué significa eso? Ya loverás, se las apañará muy bien sin ti.Pero él no lo vería.

De la mochila sacó el pequeñopaquete que Chanute le había dado.

—No me habías contado que tienesun rico admirador en Schwanstein.

Zorro desenvolvió el papel y sonrió.Dentro había un chal. Pasó la mano

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sobre el terciopelo de color verde ydejó el chal junto a la pluma.

—¿Qué hay de ti? —preguntómirándolo de forma interrogante—.¿Has encontrado lo que andabasbuscando?

—Sí y no.—¿Qué quiere decir eso? —

preguntó cubriéndose el hombrovendado con la manga—. ¿Quieresdecirme de una vez qué estás buscando?

Vamos, Jacob. Quieres decírselo. Esla única a la que quieres decírselo. Lahabía extrañado tanto. Y estaba harto deesconder su miedo.

Jacob se desabrochó la camisa.—He estado buscando una medicina.

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El ribete rojo que rodeaba a lapolilla parecía haber sido enmarcadocon sangre fresca.

Zorro respiró hondo.—¿Qué significa eso? —Su voz

sonaba aún más áspera que decostumbre.

Ella leyó la respuesta en su rostro.—Ese era, pues, el precio —dijo

esforzándose por sonar serena—: sabíaque tu hermano no había recuperado supiel porque sí.

Sus ojos se llenaron de lágrimas.Los ojos de la zorra, pardos como el oroempañado. No sabía si era el color delos ojos con el que había nacido o si elpelaje se lo había dado.

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—¿Qué hada fue?Di algo, Jacob. Cualquier cosa que

la consuele. Pero ¿qué?Se acercó a ella y le enjugó las

lágrimas de las mejillas.—Abandonar a una de ellas siempre

se ha castigado con la muerte y yo me lahe jugado directamente con dos.

Zorro lo abrazó.—¿Cuánto queda? —susurró.—No lo sé. Ya no sé nada.Era solo una mentira a medias.

Jacob enterró el rostro en el cabello deZorro. No quería pensar más. Queríarecuperar el tiempo en el que habíanbuscado juntos la magia perdida y en elque había vivido la sensación de ser

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inmortal y dueño de todo un mundo.Quería imaginar lo que haría cuandotuviera la misma edad que Chanute,soñar en comprar un palacio en Etrurieno pescar oro de piratas en el MarBlanco. Sueños infantiles. Habíaconfiado en tenerlos cuando cumplieracien años. En su lugar, tendría quepensar en qué mundo deseaba serenterrado.

Llamaron a la puerta.Valiant no aguardó un «adelante».

Zorro se soltó del abrazo de Jacobcuando el enano entró en la habitación.La fantasía de Valiant seguramente solose lo imaginaba, pero Jacob no teníaprevisto revelarle el verdadero motivo

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de las lágrimas de Zorro.—¿Qué tal si cenamos? —Valiant le

obsequió una sonrisa algo maliciosa—.Hay gamuza. ¡Sé que no suenademasiado tentador, pero tengo uncocinero de Vena que hasta de un asnohace un banquete! —dijo señalando aZorro—. ¡Pregúntale a ella, si no mecrees!

Zorro se obligó a esbozar unasonrisa.

—Deberías probar la gamuza —dijo.

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10Profundamente enterrada

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El comedor de Valiant estaba igual deexpuesto a la corriente de aire que elresto de su castillo, y Zorro agradeció lachaqueta que Jacob le puso sobre loshombros. Contra el miedo, en cualquiercaso, ayudaba tan poco como el fuego dela chimenea, que el criado de Valiantalimentaba con madera húmeda.

La mesa, las sillas, los platos, losvasos, incluso los cubiertos teníanmedidas humanas, pero las sillasestaban provistas de escalones para queel enano pudiera subirse a ellas sin elbochorno de que un criado tuviera queayudarle. Valiant estaba de muy buenhumor y por fortuna creía que el silenciode Jacob era consecuencia del cansancio

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del viaje.Lo perderás, Zorro.Esas palabras le colocaban un férreo

anillo alrededor del corazón.Se avergonzaba de haber creído que

había permanecido tanto tiempo fuerapor Clara. Tendría que haberlo conocidomejor después de todos esos años. Perohabía estado tan cansada… todo eseamor desamparado, el deseo, el anhelopor él. Le había sentado bien darle laespalda a Schwanstein y estar sola untiempo, percibir la propia fuerza. Serfeliz sin él. No era bueno amardemasiado, menos aún a alguien queconsideraba el sentimiento una simplemona que, en algún momento, se dormía

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y se olvidaba. Un par de veces habíajugado incluso con la idea desimplemente no regresar a Schwanstein.Pero ahora todo era distinto. ¿Cómo ibaa dejarlo solo ahora?

Valiant preguntó a Zorro cómoestaba la gamuza.

¿Cómo? Hasta la carne de su platohablaba de la muerte. Zorro clavó eltenedor en la carne de gamuza y miró aJacob. Su rostro parecía tan jovencuando tenía miedo. Y tan vulnerable.

Prometiste protegerlo. El corazónde Zorro susurraba aquello una y otravez. Entonces, cuando te liberó de latrampa. ¿Y qué? Las promesas eraninútiles cuando debían medirse con la

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muerte. Esta era como un lobohambriento en el bosque. A su padrebiológico lo había ido a buscar taninmediato a su nacimiento que ella norecordaba su rostro, y tres años mástarde su única hermana había sido suvíctima.

¡Pero Jacob no!Por favor, Jacob no.Valiant se sirvió por tercera vez y

apostó con Jacob a que lo siguiente quelos goyl atacarían sería Lothringen y noAlbión. A quién le interesaba eso o si lahija de la emperatriz le daríaefectivamente un hijo al rey goyl. Fuera,el viento aullaba como un animalhambriento y la noche era casi tan fría

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como su miedo.—Sí, lo sé. ¡En el consejo de enanos

voté en contra! —Valiant había bebidodemasiado. Eso lo hacía aún másparlanchín. Naturalmente el palillo dedientes, con el que se sacaba la carne degamuza de los dientes, era de oro—. Fuecodicioso cavar tan profundamente, peroen este momento nada da más dinero quelas minas de hierro —el enano aguardóa que los criados hubieran recogido losplatos sucios y se inclinó hacia Jacobsobre la mesa—. No habían planeadocavar hasta la Ciudad Muerta. ¡Losidiotas solo se dieron cuenta al toparsecon la puerta!

—¿De veras? —murmuró Jacob.

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Apenas había comido nada.Zorro lanzó a los dos dogos, que

estaban tumbados delante de lachimenea, los huesos que había reunidoen su plato. La zorra que había en ellasabía lo bien que sabían. A Valiant no legustaban los perros. Eran tan grandesque apenas les sobrepasaba un palmo,pero habían venido con el castillo.

—Deberían haber vertido uncargamento de piedras delante y haberlaolvidado. —Valiant dejó caer el palilloen la mano del criado—. Sabes queestoy siempre buscando un buennegocio. Pero ¿a quién quieren venderleesa cosa si finalmente consiguen entrar?

Jacob se sirvió el resto del

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deplorable vino que Valiant habíadejado.

—¿Entrar dónde?Al parecer escuchaba con tan poca

atención como Zorro.—¡En la cripta! ¿De qué crees que

llevo hablando todo el rato? ¿Zorro note ha contado nada?

Valiant lanzó una mirada llena dereproches a Zorro. Probablemente habíarecitado la historia una docena de veces.Pero ella había estado ocupada con suspropios pensamientos y pronto se habíahartado de escuchar recitaciones sobrela historia y la política de los enanos.Uno de los perros se le acercó y leolfateó la mano. Quizá olía a la zorra

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bajo la piel humana.Valiant bajó la voz.—Es la tumba de ese rey con

nombre impronunciable. Küsmund ocomo quiera que se llame. Ya sabes… elverdugo de las brujas.

Jacob vació el vaso.—¿Gismundo?—Sí. Como quiera que se llame.

Todo es absolutamente confidencial. —Valiant hizo señas a uno de los criados yseñaló la botella de vino vacía—. ¿Quécrees que es esto? —le abroncó—.¡Trae una nueva! ¡Muchos viticultoresmezclan últimamente su vino tinto conpolvo de elfos! —murmuró a Jacobmientras el criado se marchaba deprisa

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—. Me pregunto cómo no se les habíaocurrido antes. Mantienen a los elfos enjaulas. Cientos de jaulas. Es fantástico—alzó la copa y brindó con Jacob—:¡Por los tiempos modernos!

Jacob miró su copa como si los elfosreclusos nadaran en su interior.

—¿La cripta estaba saqueada? —suvoz sonaba tan indiferente como siestuviera preguntando por el sastre deValiant.

El enano se encogió de hombros:—Conoces el consejo de enanos.

Ahorran en el lugar equivocado. De loscazadores de tesoros que han mandado,no ha vuelto ninguno. Pero te digo: ¡esmejor así! ¿Quién quiere un arma que

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termina cada guerra de un disparo?¿Dónde está el negocio…?

El enano continuó hablando y Zorropercibió cómo Jacob buscaba su mirada.No estaba segura de lo que veía en susojos: esperanza o miedo a ella. Elverdugo de las brujas. Intentó recordarlo que los cazadores de tesorosasociaban con ese nombre, pero todo loque le vino a la memoria fue que en cadacementerio de brujas había una piedraque lo maldecía.

—¿Puedes llevarme a la cripta?Valiant estaba en ese momento

alabando el excelente beneficio que sepodía hacer con las guerras, pero lapregunta de Jacob lo hizo enmudecer en

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el acto. El enano esbozó una sonrisamaliciosa, que levantó el ridículo bigotesobre sus dientes de oro.

—O sea que sí. Casi me habíasconvencido de que tenías conciencia. Alfin y al cabo solo se trata de negocios,¿no es eso?

Jacob le quitó la copa de la mano:—¿Puedes llevarme allí? Necesito

una respuesta antes de que te bebas lasilla.

Valiant le arrancó la copa.—¿A quién quieres venderle esa

cosa? ¿A los goyl? ¿O quieres hacerfeliz con tu ayuda a un rey humano, paravariar, y así reparar lo que hiciste porlos rostros de piedra en la catedral?

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Jacob Reckless, el cazador de tesorosque decide quién gobierna este mundo.

El rostro de Jacob palideció aún unpoco más. No le agradaba recordar laBoda Sangrienta y el papel que habíadesempeñado en ella.

El tono de su voz se volvió másronco a causa del enfado cuando lerespondió al enano:

—No ayudé a los goyl, sino a mihermano.

Valiant hizo bailar sus ojos de formaburlona:

—Sí, lo sé. Eres un santo. Sinembargo, deberías estar contento de quelos goyl mantengan en secreto quién lessalvó la piel de piedra en la Boda

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Sangrienta. Son más odiados que nunca.Los atentados en Vena no son nadacomparado con el enfado que tienen ensus provincias nórdicas. En Prusia yHolstein, los atentados son el pan decada día, y Albión provee de armas alos rebeldes. El mundo es un barril depólvora. El negocio de la dinamita y lamunición nunca fue mejor. Lirios dehadas y agujas de bruja… —el enanogruñó de forma despectiva—,¡mercancías de ayer! El comercio dearmas. Ese es el futuro. ¡Y las manos delos enanos crean bombas muymanejables!

Su sonrisa reflejaba tal éxtasis queparecía estar contemplando el mismo

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paraíso.—¿Qué hay en esa cripta? —

preguntó Zorro mirando a Jacob congesto interrogante.

Valiant se pasó la servilleta sobre elbigote humedecido por el vino.

—La ballesta más mortífera que sehaya construido —su lengua se volvíamás pesada a cada palabra. Zorro tuvoque esforzarse para comprender laspalabras que balbucía—. Una flecha enel pecho del general y todo el ejército seconvertirá en una montaña de cadáveres.No está mal… ni siquiera los goyl tienenalgo comparable a eso.

Zorro miró a Jacob sin comprender.¿Qué significaba aquello? ¿Quería

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desperdiciar el tiempo que le quedababuscando un tesoro cualquiera?

—El cincuenta por ciento para mí —dijo Valiant—. No… el sesenta. O, de locontrario, olvídate.

—Te daré el sesenta y cinco porciento… —dijo Jacob—, si partimosmañana temprano.

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11Juntos

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Polvo de elfos y vino tinto. CuandoJacob subió a Zorro a su habitación,Valiant hablaba con los cuadros de lasparedes, los pies sobre su mesademasiado grande, sentado en su sillademasiado grande, en su castilloridículamente grande y desmoronado.Todos perseguían sus sueños infantiles.

A Zorro le dolía el hombro, auncuando intentaba ocultarlo, y abajo, enla cocina, Jacob encontró un adormiladocriado que le preparó un cuenco de aguahirviendo. El pico de un cisne humanono era el arma más limpia, así que leaplicó en la herida, además, el ungüentoque Alma le había mezclado.

Mordeduras, cuchilladas,

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quemaduras en los dedos… SeguramenteZorro, al igual que él, desconocía conqué frecuencia se habían tratado el unoal otro en todos esos años. Su cuerpo leresultaba casi tan familiar a Jacob comoel suyo propio, pero ahora se sorprendíatocándola con timidez. Formaba parte deél, lo mismo que su sombra. La hermanamenor, la mejor amiga. Jacob la queríatanto que el otro amor parecía algo de loque debía protegerla: el juegohambriento al que era mejor poner finantes de que deviniera demasiado serio.Deseó haber tenido en cuenta esa reglacon el hada.

Zorro guardó silencio mientras él lecambiaba el vendaje del hombro. A

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menudo su silencio era expresión de lamuda familiaridad que los unía. Pero esavez no. Jacob abrió la ventana y vertióel agua ensangrentada en la noche. Unoscopos de nieve entraron ondeando.

Zorro se acercó a Jacob y los atrapócon la mano.

—¿Qué plan tienes? ¿Quierescanjearle al Hada Oscura la ballesta portu vida? —preguntó apartándose de laventana y respirando el aire frío como sieste pudiera ahuyentar su miedo.

—¿Un par de cientos de miles demuertos a cambio de mi propia piel?¿Desde cuándo tienes una opinión tannegativa de mí?

Ella lo miró:

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—Lo hiciste por tu hermano.Habrías hecho cualquier cosa por él.¿Por qué no por ti mismo?

Sí, ¿por qué no, Jacob? ¿Porquehabía crecido con la certeza de que lavida de Will era más valiosa que la suyapropia? Qué importaba.

—No tengo previsto cambiar ovender la ballesta —respondió—. Elverdugo de las brujas la ha utilizado tresveces. La primera flecha mató a ungeneral de Albión. Se llevó con él aquince mil hombres a la tumba. Lasegunda mató al comandante general deLothringen y a setenta mil soldados.Unas semanas después, Gismundo sehizo coronar rey de ambos países.

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Zorro extendió el brazo bajo lanieve.

—Creo que sé lo que sigue. Habíaolvidado la historia. Siempre me diomiedo.

Los copos le sembraban pétalos dehielo sobre la piel.

—Un día… —Zorro hablaba a lanoche, como si pescara las palabras enla oscuridad— el hijo más joven deGismundo estaba muriéndose. Gahrumet.Creo que ese era su nombre. Una brujalo había envenenado para vengarse de supadre, después de que este hubieramatado a cientos de sus hermanas. Suhijo tenía unos dolores tan terribles queGismundo no lo pudo soportar más. Le

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disparó la flecha de la ballesta en elcorazón, pero su hijo no murió, sino quesanó. Más tarde odió a su padre, perovivió aún muchos años.

Zorro cerró la ventana y se volvió:—Es un simple cuento de hadas,

Jacob.—¿Y qué? Todo en este mundo suena

a cuento de hadas. ¡Haber pronunciadoel nombre de un hada me va a matar!

Se acercó a ella y le quitó los coposde nieve del cabello.

—¿Por qué no puede haber un armaque traiga la muerte si se usa con odio,pero la vida si se usa con amor?

Zorro negó con la cabeza:—No.

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Ambos sabían quién tendría quedisparar la flecha.

Jacob agarró las manos de Zorro.—Has oído a Valiant: nadie vuelve

de la cripta con vida. Sabes quenosotros lo conseguiríamos. ¿Oprefieres que aguardemos juntos a que lamuerte venga a buscarme?

¿Qué debía responder a eso?

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12Sombras vivas

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El valle montañoso, en el que los enanoshabían encontrado la cripta, noaparentaba haber sido famoso una vezpor sus pendientes cubiertas de flores.Merced a las flores de espejitos, hastael rostro más feo se volvía irresistiblepor unas horas, pero la venta deminerales de hierro enriquecía bastantemás deprisa.

El valle estaba situado en lasescarpadas montañas de Helvetia, a unescaso día de viaje al oeste del castillode Valiant. Helvetia era tan pequeña queinvertía mucho esfuerzo y oro encomplacer a sus poderosos vecinos.Había pertenecido una vez a Lothringen,pero, merced a tropas mercenarias de

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gigantes, había conseguido suindependencia. Desde que un zancudosaltarín había robado al único hijo delúltimo rey, el diminuto país eragobernado por un parlamento quemantenía la paz con los goyl,permitiendo el transporte de tropas através de sus montañas. A la pregunta deJacob de cuánto habían pagado losenanos por el permiso para explotarminas de hierro en los florecientesvalles de Helvetia, Valiant se habíalimitado a sonreír de forma compasiva.El país necesitaba túneles si, al igualque sus vecinos, quería trenes ycarreteras más rápidas. Y nadie losdinamitaba mejor que los enanos.

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Las botas de Jacob se hundieron enla nieve al descender del coche decaballos de Valiant. Las cabañas, que seinclinaban alrededor de los edificiosmineros, no aparentaban que se excavaraallí una fortuna de la tierra, y el humoque subía de las chimeneas escribía unsucio futuro en el cielo.

Delante de las jaulas, que conducíanal seno de la tierra, aguardaba un grupode niños enanos. Podían deslizarse másprofundamente en los pozos quecualquier persona y no temían a losduendes de las minas, que hacían que laminería tras el espejo resultara aún máspeligrosa que en el otro mundo.

—¿Eso es lo que últimamente

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entiendes por un buen negocio? —preguntó Jacob al enano, mientraspasaban por delante de los pálidoschiquillos—. ¿Niños que cavan en buscade minerales?

—¿Y qué? Lo harían también sin mí—respondió Valiant de forma impasible—. ¡La vida es un asunto feo!

Zorro examinó a las mujeres, quedescargaban los ténderes con los que sesubía el mineral de los pozos:

—¿Sabías que los trabajadores deuna mina en Austrien vendieron el dueñoal duende de la mina? —le susurró alenano.

Valiant lanzó una alarmante mirada aJacob.

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—¡Deberías cuidar de ella! —murmuró repeliendo asqueado a uno delos niños que tendía su sucia y pequeñamano para tocarle el abrigo de piel delobo—. Ya suena como uno de esosanarquistas que garabatea sus lemas entodos los muros de las fábricas.

—Me gustabas más cuando hacíasnegocios menos honrados —dijo Jacobmientras ayudaba al chiquillo alevantarse—. Vamos, enséñanos lacripta antes de que, con este frío, alguiennos mate por tu abrigo.

• • •

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Tres edificios tras una valla de alambreoxidado, con caballetes revestidos decobre, para mantener alejados a losespíritus de las montañas, andenes,chimeneas, un desagüe… Nada delatabaque los enanos hubieran encontrado allíalgo más que minerales.

Zorro miró alrededor:—¿Se puede ver la Ciudad Muerta

desde aquí?Valiant negó con la cabeza y señaló

hacia el oeste:—Salvo que tu mirada pueda

atravesar la montaña en ese punto.El verdugo de las brujas había hecho

construir la ciudad después de queAlbión, Austrien y Lothringen se

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hubieran unido y Helvetia se hubieraconvertido en el corazón de sugigantesco reino. Silberthur. Así la habíabautizado entonces, pero ahora solo sellamaba la Ciudad Muerta, pues sushabitantes habían desaparecido el día dela muerte de Gismundo. Se decía que losrostros miraban como fósiles desde losmuros derruidos. Jacob no había vistonunca las ruinas con sus propios ojos,pues el mismo Chanute había evitado laCiudad Muerta. Incluso después decuatro siglos, seguía considerándosemuy perjudicial pisar sus callesdesiertas.

Valiant abrió la puerta de la oxidadavalla. La cadena estaba abierta y unas

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pisadas conducían a los ascensores delpozo a través de la sucia nieve.

—Creía que habíais cerrado la mina—dijo Zorro.

Valiant se encogió de hombros:—De vez en cuando pasa un capataz

para vigilar que todo esté en orden.Hace una semana que enviaron al últimocazador de tesoros —dijo esbozandouna sonrisa de satisfacción—: heapostado tres onzas de oro a que elestúpido no regresará.

Jacob abrió la puerta de un empujón.—¿Tres onzas de oro? No está mal.

¿Cuánto has apostado por mí?La sonrisa de Valiant devino dulce

como la miel.

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—¿Me tomas por tonto?Zorro iluminó con una lámpara de

minero el pozo sobre el que colgabanlas jaulas de los ascensores. Valiantmiró alrededor con gesto depreocupación, pero ninguno de loshombres, que vigilaban detrás de lavalla a los trabajadores, reparó en ellos.

—Bueno, una vez más, para prevenircualquier problema —murmuró el enano—, yo…

—… solo os he traído aquí parapedir consejo a Jacob —dijo Zorrosubiendo a la jaula oscilante—. Lo hasdicho tantas veces que hasta tus perrospodrían repetirlo. Pero he olvidado loque sigue. ¿Nosotros robamos la

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ballesta y los duendes de las minas tesecuestran antes de que puedasdetenernos? ¿O ellos roban la ballesta ynosotros te secuestramos?

—¡Qué divertido! —gruñó Valiant—. ¡Evidentemente no te das cuenta delriesgo que estoy corriendo! ¡El consejode enanos me matará a tiros si sospecha!¡Nadie fuera del consejo sabe de laexistencia de la cripta!

—Nadie salvo los miembros delconsejo, sus secretarias, sus esposas, losmineros que han encontrado la cripta…—dijo Jacob subiendo al enano a lajaula—. Yo no confiaría en que vuestrosecreto esté seguro. Y respecto de lostiros…, qué tontería, siempre encuentras

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un pretexto para salvarte. Si lo sabré yo.He intentado fusilarte una docena deveces.

• • •

La jaula bajó de forma interminable alas profundidades. Cuando aterrizó entierra firme, la luz de sus lámparasdesprendió de las tinieblas las paredestoscamente talladas de una galería, de laque salían más pozos. Pilares de maderasostenían los bajos techos. Picos y palasdescansaban entre escombreras deguijarros. Sobre una laja, los típicosdonativos para los duendes de las

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minas: café en polvo, restos de cuero,monedas. Si estos desaparecían, lostrabajadores podían respirar aliviados.Si se quedaban allí tumbados, prontollegaban gritos agudos de la oscuridad,desprendimientos de piedras y dedosdelgaduchos que hurgaban en los oídos ylos ojos.

El pozo del que Valiant se encargabaconducía al oeste, donde, por encima deellos, se extendía la Ciudad Muertaentre las montañas. La pesadataladradora, con la que se toparon enalgún momento, habría podido estar enun museo del mundo de Jacob, peroValiant la presentó orgulloso como elmás moderno apogeo del arte de la

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ingeniería de los enanos. La taladradorahabía descubierto en la pared rocosa elarco de un portal, detrás del cual unaescalera ancha, bordeada de antorchasquemadas, conducía de forma empinadaa las profundidades. Su tizne seguíapegado a los soportes de hierro. Al finalde la escalera se abría otra cámara.Unas lámparas de gas perdidasdibujaban un pálido estanque de luz enel rocoso suelo, en cuyo centro dormíaun gigantón. Llevaba puesto el uniformedel ejército de los enanos, y solo sepuso en pie tambaleándose cuandoValiant le dio una dura patada en elcostado.

—¿Llamas a esto hacer guardia? —

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le abroncó—. ¿Para qué os pagamos tresveces más que a cualquier guardiánhumano?

El gigantón levantó su casco yadoptó una postura amedrentada a pesarde que Valiant apenas le llegaba a laaltura de la rótula.

—¡Sin incidentes! —tartamudeó conla lengua pesada por el sueño—. Tengoórdenes de no…

—¡Sí, sí, lo sé! —le interrumpióValiant impaciente—. Pero traigo a unexperto venido de muy lejos. Aquí tienessu poder.

El sobre que sacó del bolsillo eratan pequeño que sus toscos dedos casino podían cogerlo, y Valiant le guiñó un

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ojo de forma confabuladora a Jacobcuando el gigantón examinó perplejoaquella cosa diminuta.

—¿Qué? —le abroncó—. ¡Míramebien! Sé que todos los enanos osparecen iguales, pero deberías recordarmejor mi rostro. Soy uno de lospropietarios de esta mina.

El gigantón reprimió un bostezo y secolocó bien el casco. Después metió eldiminuto sobre en el bolsillo deluniforme y dio un paso a un lado. Lapuerta que apareció detrás de su enormecuerpo encerraba un friso de cráneos.Las ranuras sobre las raíces nasales losacreditaba como de brujas.

Gismundo, el verdugo de las

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brujas… Chanute le había hablado aJacob de él en una piojosa taberna.Había estado tan borracho que apenashabía podido pronunciar el nombre.«Gismundo… sí… ningún humano sabíamás de magia. ¿Sabes cómo le llamabantambién?». Jacob creía oír su propia vozresponder, la clara voz de un chico: «Elverdugo de las brujas». Todo por lo queseguía al viejo cazador de tesoros ibaunido a ese nombre: peligro, misterio yla promesa de tesoros encantados, quealegraban la vida que, al otro lado delespejo, sabía a nostalgia y aburrimiento.

Chanute no había tenido queexplicarle a Jacob entonces por quéGismundo había recibido su apodo. Los

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humanos no nacían, en ningún lado delespejo, con poderes mágicos, pero enese mundo había un modo deadquirirlos. Era un modo cruel, peroGismundo no era el único humano que lohabía puesto en práctica: había quebeber la sangre de una bruja mientrasaún estuviera caliente. «¿Cuántas brujasmató?». Chanute se había vuelto a llenarla copa con el fuerte aguardiente quecasi le había costado el sentido común yun brazo. «¿Y yo qué sé? Cientos.Miles… Nadie las ha contado. Cuentanque bebía un vaso de sangre porsemana».

Jacob examinó el resto del escudode armas que se podía identificar sobre

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la puerta guarnecida de oro: un lobocoronado, un vaso con sangre, y allíestaba la ballesta…

Detrás de ellos, el gigantón se apoyócontra la rocosa pared.

Zorro le lanzó una mirada reflexiva.—Vuestro guardián está

sospechosamente adormilado —le dijo aValiant.

—Polvo de elfos —respondió elenano—. Los grandes estúpidos lollevan siempre en los bolsillos.Simplemente no lo pueden dejar.

Jacob aguzó los oídos, pero todo loque oyó fue la pesada respiración delgigantón. ¿Polvo de elfos? Quizá. Sacóun par de guantes del bolso. Zorro se los

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había regalado después de que la magiaprotectora de una cripta casi le hubieracostado los dedos. Ella misma, al igualque todos los mutadores de forma, erainmune contra ese tipo de magia.

Valiant, sin embargo, lanzó unamirada inquieta a Jacob.

—¿Para qué son los guantes?—Mientras no toques nada, no los

necesitas. ¿En serio quieresacompañarnos?

—Claro.El enano no sonaba especialmente

convencido, pero se trataba de un botínmuy valioso. Aquello compensabaincluso el miedo a un brujo muerto.

Jacob intercambió una mirada con

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Zorro y apoyó la mano contra el lobocoronado. No necesitó demasiada fuerzapara abrir la puerta. Se notaba quealgunos ya lo habían hecho antes que él.

El olor que les salió al encuentroapenas era perceptible. Los clavelessepulcrales eran una sencilla forma deproteger a los muertos de la codicia delos vivos. El venenoso polen seconservaba durante siglos. Jacob detuvoa Valiant, y Zorro sacó una bolsa delcinturón. Las semillas, que le dio a cadauno, apenas eran más grandes que laspepitas de las manzanas.

—¡Cómetelas! —le indicó a Valiantcuando este las examinó de formadesconfiada—. Salvo que quieras

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parecer pan mohecido tras unos pasos.—¡Ten cuidado de dónde pisas! —le

murmuró Jacob—. No toques nada ymantén la boca cerrada, en especial sialguien te formula preguntas.

—¿Preguntas? ¿Alguien?Valiant se metió las pepitas en la

boca y clavó atónito los ojos en elpasillo que se hallaba delante de ellos.

Las paredes estaban bordeadas denichos sepulcrales. Zorro agarró alenano justo a tiempo, antes de que suespalda tropezara con un cadávermomificado.

—¿Por qué crees que estánenterrados aquí? —le susurró mientrasJacob empujaba la momia de vuelta al

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nicho—. ¡Es el sepulcro de un brujo!Estoy convencido de que prontodespertarán.

El hombre que encontraron unospasos más adelante había muerto hacíatan solo unos días. Los clavelessepulcrales lo habían cubierto de unvellocino de flores mortalmente verdes.El susurro comenzó tan pronto Zorro sesubió sobre el cadáver.

—¿Quiénes sois? —las voces salíande los nichos sepulcrales.

Valiant se detuvo despavorido, peroJacob lo empujó para que siguiera.

—¡No respondas! —le murmuró—.Son inofensivas mientras no respondasnada.

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Las momias portaban cinturones conarmas y petos sobre las ropas roídas. Lamayoría de los caballeros de Gismundolo habían seguido hacia la muerte, perosegún los registros de suscontemporáneos, al menos lo habíanhecho de forma voluntaria.

Encontraron otros cinco cadáveresrecientes: los cazadores de tesoros queno habían regresado. Algunos, ademásde claveles sepulcrales, presentabanheridas de espada… y a su alrededorsusurraban los muertos. Jacob no habíavisto nunca tanto miedo en el atónitorostro de Valiant. El propio Chanutepalidecía en los sepulcros más que encualquier otro sitio. A Jacob

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normalmente le dejaban impasible. Loslugares de los vivos eran, según suexperiencia, considerablemente máspeligrosos. Pero cuando pasó delantedel nicho sepulcral, sintió la polilla ensu pecho como una mano fría.Obsérvalos bien, Jacob. Pronto tútambién tendrás el mismo aspecto. Lapiel como el cuero, los dientesasomando y arañas allí donde estabantus ojos. Le costaba tanto respirar queZorro se dio cuenta. Pasó por delante deél sin decir nada y tomó la delantera,como queriendo que la muerte, que lehacía señas a Jacob desde los nichossepulcrales, siguiera su rastro. Elpasillo formaba una curva. El aroma de

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los claveles sepulcrales flotabaentretanto en el aire de forma tancargada que se les pegaba como perfumea la piel, y de pronto, se encontraronante una cortina de muertos. Docecaballeros momificados colgaban deltecho y les bloqueaban el camino, perouno de los cuerpos acababa a la alturade las costillas. Alguien había separadoel resto a sablazos. Un modo muy pocoelegante de abrirse camino a través de lacortina de cadáveres, pero cumplía suobjetivo. Quizá los enanos no habíanenrolado únicamente a estúpidos.

Valiant blasfemó de asco, aunque fueel único que pudo pasar erguido bajo elcuerpo mutilado. La recompensa les

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aguardaba tras la horripilante cortina:otra puerta, guarnecida con la doradaimagen de un hombre.

La corona lo acreditaba como rey, elmanto de pieles de gato como un brujohumano. En sus hombros estaba posadoun cuervo de oro, símbolo de inmensafortuna, y en los pies llevaba botas desiete leguas para señalar la magnitud desu imperio. Sostenía la ballesta en lamano derecha. A cambio, el verdugo delas brujas había vendido supuestamentesu alma al diablo. Historias. Pero Jacobhabía visto cumplirse demasiadas cosasdetrás del espejo como para noconsiderarlas también posibles.

La puerta con la dorada imagen de

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Gismundo estaba entreabierta. Elcazador de tesoros cuyo cadáver yacíajusto detrás se había creído seguro en lameta de sus deseos y había olvidado quetoda trampa permanece abiertatentadoramente. El cuerpo, por lo queJacob podía ver a través del resquicio,no presentaba heridas visibles, pero elespanto en el céreo rostro hablaba losuficientemente claro. Zorro miró porencima del hombro de Jacob.

—¿Magia de sombras? —susurró.Sí, probablemente. Jacob dejó la

lámpara en el suelo y sacó el cuchillo.La resina con la que untó la hoja mezclóel olor de la corteza de árbol con el airerancio. Junto a él, Zorro cambió de

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forma. A veces los sentidos de la zorraeran más útiles que una pistola más.Olvida que te estás jugando la vida,Jacob. Disfruta de la caza. Allí estabaotra vez: la familiar excitación,mezclada con el miedo y las ganas devencerlo. Irresistible. A Zorro no habíatenido nunca que explicárselo. Ellacruzó la puerta antes que él.

La cripta era inmensa.Los frescos de las paredes seguían

brillando en colores intensos gracias ala oscuridad que los rodeaba desde sucreación. Eran representaciones de lacueva, pintadas con tanta maestría queuno creía sentir el fuego sobre la piel.En una pared, el propio Gismundo

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cabalgaba con la armadura de uncaballero a través de las llamas. Eldiablo hacia el que cabalgaba solo teníaen común los cuernos con los diablosque Jacob conocía de su mundo. Apartede eso, tenía el mismo aspecto que unapersona normal vestida con las ropas deun rico comerciante. Los frescos deltecho mostraban un campo de batalla, enel que los espíritus de los muertos sealejaban en pálida procesión de suscuerpos sin vida. Las columnas queapuntalaban el techo eran del mismooscuro mármol que el sarcófago, que sehallaba en el centro de la cripta. Cuatrocaballeros de piedra estabanarrodillados a su alrededor, las espadas

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sobre las que se apoyaban eran negrascomo el ataúd que custodiaban.

Jacob oyó cómo Valiant lanzabadetrás de él una maldición dedesengaño.

El sarcófago estaba abierto.Llegaban demasiado tarde.Jacob se volvió para mirar a Zorro.

No era fácil ver lo que sentía cuandollevaba puesto el pelaje, pero Jacob lohabía aprendido con los años. Ladesesperación que vio en sus ojos erapeor que la suya propia. La esperanza deque quizá aún pudiera salvarse no habíadurado demasiado.

La tapa del sarcófago se extendíadestrozada entre los caballeros

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arrodillados. Junto a los trozos yacía elvigilante, para el que Jacob habíapreparado su cuchillo: las sombras deGismundo, sin rostro y tan grandes comosi el sol crepuscular las hubieraproyectado en las baldosas. El charcode sangre que lo rodeaba evidenciabaque había sido resucitado con unhechizo, que solo dominaban lasbrujas… o aquellos que bebían susangre.

Una sombra de aquel tipo mataba dela misma sigilosa forma que habíaseguido a su dueño en vida. Jacob seinclinó sobre él. En el cuello tenía uncuchillo. Olía a resina de árbol. Si secometía el error de sacarlo, de

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inmediato la sombra volvía a la vida.Quienquiera que lo hubiera matado,también lo sabía. Jacob se incorporó.Por un momento creyó oír pasos entrelas columnas, pero, al volverse, solo vioa la zorra.

—¡Polvo de elfos! —dijo Zorrolanzando a Valiant una miradadespectiva.

Jacob se inclinó hacia ella:—¿Sigue aquí?Ella levantó el hocico para olfatear.

Y negó con la cabeza.Maldición. Jacob guardó el cuchillo

en el cinturón. No había muchoscazadores de tesoros que supieran cómopasar ilesos junto a un gigantón o qué

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resina volvía inofensiva la sombra de unmuerto. Durante la caza se quitaban deen medio unos a otros, pero Jacob losconocía a todos, al menos por sunombre. ¿Quién había sido?

—Maldito canalla. —Valiant estabasubido a los escombros de la tapa delataúd y miraba dentro del sarcófagoabierto—. ¡Se ha llevado la corona! —maldijo—. ¿Y quién le ha dicho quedebía arrancarle el corazón? ¿Tratanúltimamente los barbicanos del consejode enanos con brujas oscuras?

El muerto que había en el sarcófagono estaba descompuesto, pero le faltabala mano derecha y la cabeza, y allídonde había reposado el corazón, había

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un agujero en el pecho. La herida, aligual que el cuello y el muñón, estabasellada con oro, lo que evidenciaba queel cadáver había sido metido en el ataúdde esa forma. Valiant extendió la manohacia el cetro, que se hallaba junto aellos, pero Jacob lo apartó con rudeza.

—¿Ves las hojas marchitas sobre lasque descansa? Están embrujadas, ¿o porqué crees, si no, que no estádescompuesto?

Miró alrededor. El suelo de la criptaera de mármol verde, pero, de lascolumnas, cuatro tiras de alabastroafluían como los rayos de una brújula alataúd. Jacob cogió la lámpara deminero, que el enano había dejado junto

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al ataúd, y recorrió una de las tiras dealabastro. En ella había incrustadasletras en oro blanco. Apenas sedistinguían en la clara piedra.

HOUBIT WESTARHALP

Cualquier buscador de tesorosconocía la lengua. Era la de las brujas.Zorro siguió a Jacob con la mirada,cuando comprobó la segunda y la terceratira.

HANDU SUNDARHALP

HERZA OSTARHALP

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Las inscripciones eran fáciles detraducir:

LA CABEZA AL OESTELA MANO AL SUR

EL CORAZÓN AL ESTE.

Quizá la caza aún no habíaterminado.

Jacob se acercó a la cuarta tira. Lainscripción que había sobre ella erabastante más larga que las demás:

NIUWAN ZISAMANEBISIZZANT HWAZ

THERO EINAR BIGEROT.

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FIRBORGANHWAR SI ALLIU BIGANNUN.

—¿Para qué tienes los guantes?¡Quítale el cetro! —dijo Valiantponiendo el grito en el cielo—. En laotra mano aún lleva el anillo de sello.

Jacob ignoró al enano. Miró lasletras.

JUNTOS POSEENLO QUE CADA UNO

CODICIA.OCULTO, DONDE TODOS

ELLOSCOMENZARON.

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No. El otro no había encontrado laballesta. Aún no.

—Jacob. —Zorro seguía llevando supelaje.

Pasos…Apenas perceptibles.Jacob alzó la lámpara. Entre las

columnas creyó reconocer una figura,oscura como la piedra, tras la cualintentaba ocultarse.

Zorro salió disparada antes de queJacob pudiera detenerla. El deseo decazar de la zorra la volvía imprudente,y, mientras corría tras ella, se maldijopor no haber registrado la cripta. Oyó aZorro gimotear y casi tropieza con ella.Yacía entre las columnas y cambió de

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forma casi mientras se incorporaba. Enese mismo momento, el enano gritódetrás de ellos pidiendo ayuda.

El hombre, que apartó a Valiant delcamino, llevaba ropas de piel de lagartoy un verde oscuro le veteaba la negrapiel de ónix. Un goyl. Jacob le apuntó,pero Valiant daba tumbos en la línea detiro, y antes de cerrar la puerta de lacripta tras de sí, el goyl le hizo señas deforma burlona. Valiant lanzó un grito yse dio de bruces con ella. Clavó losdedos en el friso de la calavera ysacudió con tanta desesperación lapuerta que los huesos se astillaron bajosus manos.

—¿Por qué no le has disparado? —

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gritó—. ¡Estirar la pata en una cripta!¿Es esa tu idea de una muerte bella?

La frente de Zorro estaba manchadade sangre. Jacob le apartó el cabello congesto de preocupación, pero la heridaabierta que se ocultaba debajo no erademasiado profunda.

—¿Por qué no lo has olido?—No tenía olor —estaba rabiosa.

Por ella misma y por el extraño que lahabía engañado.

Ningún olor. Jacob miró hacia lasombra, que tenía el resinoso cuchillo enel cuello. El goyl conocía su oficio.

—¡Moriremos de hambre! —exclamó Valiant, mirando alrededorcomo una rata que ha caído en una

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trampa.Jacob regresó donde las franjas de

alabastro y examinó las letras.—Es más probable que sea por

asfixia.Zorro se acercó a él.—Encontraré su huella —le susurró

—, lo prometo. Pero Jacob negó con lacabeza:

—Olvídate del goyl. Él no tiene laballesta.

Miró las letras. Eran las huellas quedebían encontrar. Un hombre muerto…Aún no.

—¿Qué demonios hacéis ahí? —lavoz de Valiant llenó la cripta con pánicode enanos—. ¡Haced algo de una vez!

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¡Seguro que no es la primera cripta en laque os quedáis encerrados!

El enano tenía razón. Jacob regresóal sarcófago y, con la mano enguantada,cogió el cetro. Los constructores decriptas reales solían creer que su señorsolo dormía y que en algún momentovolvería a despertar. Así que le dejabanuna llave en el ataúd. Aun cuando eldespertar de un rey sin cabeza era másimprobable que en otros casos.

La puerta de la cripta se abrió degolpe, tan pronto Jacob escribió elnombre de Gismundo con el cetro en elaire. Valiant salió aliviadotambaleándose, pero Jacob se subió alcazador de tesoros muerto, que yacía

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delante de la puerta, y aguzó el oído.Los caballeros colgados se movíansuavemente a un lado y otro, y Jacobcreyó oír pasos en la lejanía.

—¿Cómo sabía el goyl de la cripta?—gruñó Valiant—. Si el consejo deenanos lo ha enrolado a mis espaldas,entonces…

—Tonterías… ¿Para qué se habríatomado la molestia de anestesiar algigantón, si actuaba aquí por orden delconsejo de enanos? —le interrumpióJacob—. No —dijo quitándole lachaqueta al muerto que había detrás dela puerta—. Le llaman el bastardo, y esel único goyl que sabe algo de la cazade tesoros.

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—¡El bastardo… claro! —exclamóValiant pasándose la mano sobre la cara.El sudor frío seguía sobre su frente—.Dicen que le gusta cortar los dedos a suscompetidores.

—Los dedos, la lengua, la nariz…Tiene una tenebrosa reputación.

Jacob envolvió el cetro en lachaqueta del muerto.

—¿No consideras oportunoentregármela a mí? —ronroneó Valiantobsequiándole su sonrisa más inocente—. ¿Por la hospitalidad y miinestimable ayuda?

—¿Ah, sí? —Zorro le quitó a Jacobel fardo con el cetro de la mano—. Aúnme debes la mitad del pago de la pluma,

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pero te dejaremos algo si nos consiguescaballos y provisiones para el viaje.

—¿Provisiones para qué? —lainocencia había desaparecido. En elrostro de Valiant, de todos modos,resultaba tan indecorosa como unaerupción.

—Regresa a la cripta, si quieressaberlo. Estoy convencido de que elbastardo no era tan ciego como tú.

Jacob se acercó a la puerta de lacripta y examinó la dorada imagen deGismundo. Solo podía esperar que elgoyl no resolviera el acertijo delverdugo de las brujas antes que él.

Genial. Como si no le bastara contener que echar una carrera con la

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muerte.

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13El otro

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La sala en la que el encorvado losrecibió era tan oscura que Nerronapenas veía sus propias manos. Unascortinas ahogaban la luz que entraba porlos ventanales en un brocado azul, y laluz de las velas, que ardían junto alsillón del trono, ni siquiera resultabadolorosa a los ojos de los goyl. El reyde Lothringen era un hombre muy astuto.Había hecho todo por el bienestar de sushuéspedes de piel de piedra, pues unhuésped que se sentía bien estaba menosvigilante.

Charles von Lothringen se habíahecho enderezar la deformada columnavertebral hacía ya años con un corsé deraspas de pescado embrujadas, pero el

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sobrenombre había permanecido; paragran enfado del encorvado, pues era unhombre vanidoso. Se decía que lascanas de la barba y del cabello se lashacía embellecer con plata triturada yque era muy desgraciado con lasarrugas, que la edad y su amor por eltabaco y el buen vino le trazaban en lapiel de forma cada vez más tupida.

El lord de ónix mantuvo la cabezaagachada mientras se dirigía a él. En lacorte de Lothringen se menospreciaba laanticuada pompa real. Ni genuflexionesni uniformes, salvo en acontecimientosoficiales. El encorvado había hechopasar a la reserva los abrigos de armiñoy las chaquetas con brocados de sus

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antepasados. Amaba los trajes de sedanegra cortados a la última moda y sentíapredilección por los finos cilindros detabaco, que el embajador de Albiónhabía introducido en la corte deLothringen. De hecho, sostenía en esemomento uno entre los dedos.Cigarrillos. El nombre le sonaba aNerron a un insecto que picaba. Segúndecían, el encorvado se ocultaba detrásde su humo para que no pudieran leer surostro. Charles von Lothringen era ungato coronado, al que le gustaba hacersepasar por vegetariano mientras la colade un ratón le caía de la comisura de loslabios. La gris neblina le rodeaba deforma tan densa que su huésped reprimió

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una ligera tos antes de detenerse a unadistancia conveniente del sillón deltrono.

—Vuestra Majestad —la voz delviejo ónix no delataba nada de laaversión que sentía por los humanos. Suoscuro rostro ocultaba el odio sinesfuerzo, lo mismo que su desmedidahambre de poder. Nia’sny. Su nombresignificaba «oscuridad» en su lengua, loque describía por igual su exterior y sucorazón. Le había dado instrucciones aNerron de permanecer invisible hastaque lo llamara. Nada más fácil que eso.Un bastardo tenía mucha práctica en seruna sombra.

—Tu buscador de tesoros tuvo, pues,

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tan poco éxito como los hombres quecontrataron los enanos. Estoy muydecepcionado —dijo el encorvadohaciendo señas al criado, que estaba depie con un cenicero de plata tras elsillón del trono—: al parecer exagerasteal elogiarme su talento.

Nerron quiso estamparle elcigarrillo encendido en la frente.Tranquilo, bastardo. Es un rey. Peronunca había podido refrenar sussentimientos. Tampoco estaba seguro dequerer aprender a hacerlo.

—¡Consiguió abrir la cripta, tal ycomo prometí, y encontrará la ballesta!¿Me permitís recordaros que sinnuestros espías jamás habríais sabido de

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la cripta? Los enanos tienen la ilusión deque, al igual que nosotros, en laprofundidad se sienten en casa, pero elseno de la tierra no guarda secretos quelos goyl no sepan.

No. El viejo lord no podía ocultar laaltivez en su voz. Ónix. La piel másnoble que un goyl podía tener… hastaque un goyl de cornalina se habíadeclarado rey. Los ónix odiaban a Kami’en con una pasión que casi lesfundía la piel de piedra. Habíanrevelado la posición de las fortalezas delos goyl para derrocarlo y habíanforrado el saco de los deseos, en el queel encorvado hacía desaparecer a susenemigos, con espías de Kami’en, hasta

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que el saco rehusó prestar másservicios. Era un milagro que el rey delos goyl aún viviera. Nerron sabía deuna docena de atentados que los ónixhabían cometido contra él, pero losguardaespaldas de Kami’en sabían suoficio, aun cuando el goyl de jadehubiera desaparecido… Y seguíateniendo al Hada Oscura de su parte.

El viejo ónix se volvió.Por fin.La entrada en escena del bastardo.Nerron se separó de la columna tras

las que estaba y se dirigió al sillón deltrono. El respaldo había sido hecho alparecer con la mandíbula de un gigante.Qué importaba… ese tipo de historias

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era solo un intento más de demostrarque, desde siempre, los humanos habíansido los dueños de ese mundo. Loslibros de historia de los goyl lo sabíanmejor. En comparación con los elfos, lashadas y las brujas, los humanos eranrecién nacidos. Cualquier salamandrabajo la tierra tenía más historia queellos.

El encorvado lo miraba con tantodesprecio que, mientras se acercaba aél, Nerron se imaginó clavándole lasespinas de su embrujado corsé entre lascostillas. No es que no estuvieraacostumbrado a esas miradas. No teníanada de lo que protegía a los demás, nibelleza ni un origen noble. De niño se

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había metido en la cabeza que un hada lohabía creado del mármol de la noche yque las verdes vetas de su piel no eranmás que huellas de las hojas que ellahabía utilizado.

La malaquita que veteaba la piel deNerron procedía de su madre.Oficialmente los ónix solo seemparejaban con ónix, pero la mayoríade ellos sentían un gran apetito por todolo que no les pertenecía. Y esperaban desus bastardos características distintas alas de sus hijos legítimos. Nerron lohabía comprendido muy pronto. Unbastardo debía emular a las serpientes yarrastrarse y serpentear para sobrevivir.Pero también entendía de las otras

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virtudes de la serpiente: el arte de lainvisibilidad, del engaño. Dominaba lamordedura, que provenía de la sombra.

Nerron inclinó la cabeza tanprofundamente como el viejo ónix lohabía hecho. A la izquierda y a laderecha del encorvado estaban dos desus guardaespaldas. Su mirada era tanfría como los charcos de los queprocedían. El rey de Lothringen se hacíacustodiar por hombres de las aguas. Supiel era casi tan insensible como la pielde goyl y con sus seis ojos parecíanhaber sido creados para la tarea.

—¿Entonces? —la mirada que elencorvado lanzó a Nerron apenas eramás cálida que la de sus hombres de las

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aguas—. ¿Por qué no me traes laballesta, si realmente has estado en lacripta?

Los poderosos sonaban todosiguales, no importaba que su piel fuerablanda o de piedra. El poder era lo quelos alimentaba y querían más, más ymás.

—Nunca estuvo allí —la voz deNerron no sonaba aterciopelada, comola del encorvado y la del lord de ónix,era basta y bronca como la ropa de unsoldado.

—¿Ah, sí? ¿Dónde está entonces?—En el palacio de Gismundo en la

Ciudad Muerta.El encorvado se sacudió unos copos

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de ceniza del pantalón negro.—No digas estupideces. El palacio

ya no existe. Desapareció el día de sumuerte, junto con diez mil de sussúbditos. La historia ya me la contaronmis niñeras, a fin de cuentas es uno demis antepasados. ¿Tienes algo más queofrecerme que cuentos sobre cazadoresde tesoros?

Oh, la ira de los goyl. Nerron lasentía como aceite hirviendo por lasvenas. En Lothringen, habían alimentadoantiguamente a los dragones con susreyes, cuando el invierno no queríaacabar. Tu carne seguramente lesdeleitaría, rey encorvado.

¡Nerron!

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Se obligó a esbozar una sonrisa.—Al cadáver de Gismundo le falta

el corazón, la cabeza y la mano, lo quesignifica que ha servido a una viejabrujería. Se ocultan tres partes de untodo en tres lugares muy distantes entresí, para hacer desaparecer aquello querealmente se quiere ocultar. Tiene queser su Palacio Perdido. Las indicacionesen la cripta son claras. ¿Y qué esconditepodría ser más seguro? Aparecerá, tanpronto ensamblemos el cadáver.

¿Lo ves? Los ojos bajo los pesadospárpados lo observaron con algo más derespeto.

—¿Y? ¿Sabes dónde has de buscarlas tres partes que faltan?

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—Mi oficio es encontrar objetosperdidos.

Y los encontraría. Si Jacob Recklessno se le adelantaba. ¡De todos loscazadores de tesoros que había en elmundo precisamente había tenido queser Reckless el que apareciera en lacripta! Y además le había quitado delmedio la sombra de Gismundo. SiReckless hubiera aparecido solo unashoras más tarde, las inscripciones delsuelo habrían sido ilegibles. Nerron yatenía el frasco con el ácido en la mano.Qué rabia. Le daba muchísima rabia.

Sus caminos casi se habían cruzadoya un par de veces. Reckless habíaaventajado a Nerron en la búsqueda del

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zapato de cristal. Su imagen habíaaparecido en la portada de todos losperiódicos. La había recortado yquemado, en la esperanza de que eso lereportara mala suerte a su competidor.Pero Jacob Reckless solo se habíavuelto más célebre desde entonces, ycuando se preguntaba por el mejorcazador de tesoros, solo se mencionabasu nombre.

De momento, Nerron.Esta vez lo derrotaría.Los ojos del encorvado eran oscuros

como un jaspe de pavo real. El mundoera un agujero de ratón, y él era el gato,que estaba apostado delante aguardandosu presa. Déjale que crea que no eres

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más que un ratón, Nerron. Lospoderosos permitían solo así que unomismo pudiera ir de caza.

El encorvado le susurró algo a unode sus hombres de las aguas en elescamoso oído. Era sorprendente loágiles que eran en tierra.

Una vara de luz matinal caía en eloscuro salón cuando el hombre de lasaguas desapareció a través de una de laselevadas puertas, y Charles vonLothringen examinó las uñas de susdedos, como si las comparara con lasgarras de los goyl.

—Con la ballesta, Lothringen tendríapor fin un arma que podría replicarvuestra agresividad de forma eficaz —

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dijo—. Seguro que comprendéis que nopuedo encomendar su búsquedaúnicamente a un goyl.

Goyl. Pronunció esa palabra comolo hacían todos con sus blandos labios:como si tuvieran algo podrido en lalengua, algo que produce arcadas y quehay que escupir.

El rostro de Nia’sny se transformóen una máscara de piedra negra. Nohabía nada por lo que los ónix odiaranmás a Kami’en que por obligarles aaliarse con los piel blanda. El simpleolor a humano desataba en Nia’snynáuseas. Pero en su voz no se percibía.

—Por supuesto, Vuestra Majestad —dijo con una deferencia magistralmente

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interpretada—. ¿A quién tenéis en mentecomo apoyo?

El hombre de las aguas regresó. Lemurmuró algo a su señor antes de volvera montar guardia junto al sillón deltrono. Charles von Lothringen arrugó lablanda frente. La piel humana estaba tandesprotegida como la de los gusanos quese desperezaban bajo el sol. Era unmilagro que no se desecaran.

—Mi hijo Louis —en la voz real, elenfado y el desganado amor sonaban porigual— está, me dicen, cazando, perotodo estará preparado para su marchatan pronto regrese. Esta misión será unamagnífica preparación para su futuraresponsabilidad como heredero al trono.

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Louis von Lothringen. Nerron bajó lacabeza. ¿Qué estaba cazando? ¿Lasdoncellas de su madre? Nerron habíaoído algunas cosas sobre ese príncipereal y ninguna de ellas era buena.

—Lo que resultará difícil serágarantizar su seguridad. La voz deNerron no podía ocultar su enfado. Éltrabajaba solo, siempre solo, y esa erala caza de tesoros más importante de suvida.

El viejo ónix le lanzó una mirada deadvertencia.

¿Qué? ¡El que encontrara la ballestasería el mejor! Poder. Tierra. Oro…Había muchas cosas por las que los ónixy el encorvado habrían vendido a sus

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esposas y a sus hijos. Él solo queríauna: ser el mejor de su gremio. No habíanada, ni sobre la tierra ni debajo de ella,que codiciara más, pero no encontraríani el Palacio Perdido ni la ballesta si almismo tiempo tenía que hacer de niñerade un príncipe. Menos aún con lacompetencia que tenía. Nerron no habíacontado nada de Reckless al ónix. Esacompetición se la tomaba como algodemasiado personal. Bastaba con que seenteraran por él de que la caza habíaacabado y de que Reckless era elperdedor.

Pero la mirada del encorvado sehabía vuelto tan fría como la piel de sushombres de las aguas. Los reyes

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consideraban que la compañía de sushijos era un honor inmerecido, auncuando ellos mismos no tuvieran unabuena opinión de ellos.

—Tú garantizarás su seguridad.Ordené matar a mi mejor cazadordespués de que me trajera a Louis conuna rozadura de bala de la caza —elgato coronado sacaba las garras—.Además, le daré a Louis mi mejorguardaespaldas.

Fantástico.Quizá el príncipe también se llevara

de caza a su sastre. O al criado, que leproveía de polvo de elfos. Se decía queLouis sentía debilidad por él.

Nerron inclinó la cabeza e imaginó

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que las flores mohosas de la cripta deGismundo enverdecían la piel delencorvado.

En cualquier caso derrotaría a JacobReckless.

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14Una simple tarjeta

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Corría y corría. Ya no tenía pies, pero,con los muñones ensangrentados, seguíatambaleándose a través de un bosqueque era más oscuro que el bosque en elque se había encontrado con el sastre.Siempre siguiendo al hombre, que sabíaque era su padre, aunque nunca se dabala vuelta. A veces solo queríaalcanzarlo. A veces quería matarlo. Eraun bosque tenebroso.

—¡Jacob! Despierta.Se sobresaltó. Su camisa estaba tan

empapada de sudor que tiritó en el fríorelente. Por un momento no supo dóndese encontraba. Ni siquiera estaba segurode en qué mundo estaba, hasta quedescubrió sobre él dos lunas entre las

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ramas y vio a Zorro arrodillada junto aél.

Flandes, Jacob. Prados pantanosos,molinos de viento. Anchos ríos. En laúltima fonda habían sido devorados porlas chinches, por eso habían decididodormir al aire libre. Estaban de caminoa la costa para tomar el ferry a Albión.

—¿Todo en orden? —Zorro lomiraba inquieta.

—Sí. Solo un mal sueño —en elroble, sobre ellos, ululó un búho. Lamirada de Zorro seguía siendo depreocupación. Naturalmente, Jacob.Desde que sabe la verdad, cada uno detus estornudos suena a muerte. Élagarró su mano y se la puso sobre el

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corazón—. ¿Lo notas? Fuerte y regular.Quizá las maldiciones de las hadas solosurten efecto si uno ha nacido en estemundo.

Zorro lo intentó con una sonrisa,pero no fue demasiado convincente.Ambos sabían lo que pensaba: suhermano no procedía de ese mundo y,sin embargo, le había crecido una pielde jade.

Habían partido hacía cuatro días dela mina y desde entonces apenas habíanhecho un alto. Jacob estaba casiconvencido de que sabía lo que lasinscripciones en el suelo de la criptasignificaban, pero solo tendrían laprueba de ello cuando sostuvieran la

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ballesta en las manos. Que al muerto lefaltaba la cabeza, la mano y el corazónpara hacer desaparecer algo lo habíancomprendido los dos tan pronto habíanvisto el cadáver mutilado —se tratabade una magia muy corriente—, pero queGismundo no solo había hechodesaparecer la ballesta lo habíanrevelado las palabras de alabastro.Zorro y él las habían girado a un lado ya otro, y estaban de acuerdo en que solopodían tener un significado.

El verdugo de las brujas habíatenido tres hijos. Su hijo mayor, Feirefis(o Firefist, como se hizo llamar mástarde), había exigido, cuando su padreestaba a punto de morir, la corona de

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Albión. Albión estaba situada al oeste.Su hermano más joven, Gahrumet, quienal parecer había salvado la ballesta, sehabía convertido en rey de Lothringen,la parte más al sur del reino deGismundo, y la única hija de Gismundo,Orgeluse, había fundado la dinastía de laemperatriz de Austrien casándose con uncaballero de su padre y engendrando doshijos con él. Austrien estaba situada aleste.

LA CABEZA AL OESTELA MANO AL SUR

EL CORAZÓN AL ESTE.

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Feirefis había recibido la cabeza desu padre. Gahrumet, la mano. Orgeluse,su corazón.

JUNTOS POSEENLO QUE CADA UNO

CODICIA.

No era difícil adivinar que hacíareferencia a la ballesta.

OCULTO, DONDE TODOSELLOS

COMENZARON.

Todos los hijos del verdugo de las

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brujas habían nacido en el palacio, queGismundo había mandado construir en loalto de la Ciudad Muerta, pero allí,donde había estado, no había más que unlugar vacío desde el día de su muerte. Elverdugo de las brujas había hechodesaparecer un palacio entero paraocultar la ballesta, y solo había confiadola macabra clave de la solución delacertijo a sus hijos. Si la locura, que lehabía sobrevenido en los últimos añosde su vida, le había hecho creer que deese modo restablecería la paz entreellos, ese deseo no se había cumplido.Se detestaban entre sí tanto como a supadre. Algunas historias afirmaban quesu madre había sido una bruja y el

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motivo del odio de Gismundo haciatodas las brujas. Otros relataban que susegunda esposa había sido una bruja yque ella le había desvelado el caminoque lo había convertido en brujo. Seacual fuera la verdad, los hijos deGismundo se habían hecho la guerra, sinhaber solucionado el acertijo de supadre, y probablemente no habían leídolas inscripciones de la cripta. Pero elbastardo las había visto, y Jacob no sehacía ilusiones de que el goyl no hubieradescifrado las inscripciones. La únicapregunta era quién de los dos sería másrápido en buscar las tres claves.

Cabeza, mano, corazón. Oeste, sur,este.

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Zorro había propuesto empezar porel camino más largo. Esto es, Albión. Sitenían suerte, podían estar allí en dosdías… si los ferrys funcionaban. Tan aprincipios de año solía pasar que lastormentas los retenían en el puerto. Dos,tres meses. Quizá menos. Sería un pocojusto, aun cuando el bastardo noencontrara ninguna de las horripilantesherencias de Gismundo antes que él.

Zorro sacó el pelaje de las alforjas.—¿Para quién crees que trabaja el

bastardo?Seguía transformándose casi cada

noche, aunque entretanto se habíapercatado por sí misma de lo rápido queel pelaje le robaba los años, pero tenía

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razón: Jacob no podía permitirse decirnada al respecto. Él no había dejado deatravesar el espejo por su madre ni porWill y seguramente tampoco lo habríahecho ante la perspectiva de una vidamenos peligrosa y quizá más larga.Había cosas que el corazón ansiaba deuna forma tan intensa que la razónpasaba a convertirse en un desamparadoespectador. El corazón, el alma, lo quequiera que fuera…

—Por lo que sé, trabaja sobre todocon los ónix —respondió mientrassacaba de la alforja el plato de estaño,que le había ahorrado ya alguna nochehambrienta en lugares como ese—; supadre era uno de los más altos lores. Si

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encuentra la ballesta, los goyl tendránpronto otro rey.

El plato se llenó de pan y queso tanpronto Jacob lo pulió con la manga. Noestaba realmente hambriento, pero teníamiedo de volverse a dormir y de volvera encontrarse en el bosque, dandotumbos de nuevo tras su padre. Sucordura no admitía realmente elpensamiento, pero allí estaba como unpesado susurro: Efectivamente morirássin haberlo vuelto a ver, Jacob.

Zorro había cambiado la ropa por elpelaje. Crecía con ella como unasegunda piel y brillaba de forma tansedosa como el día en que Jacob lahabía visto con él por vez primera.

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—Jacob…—¿Qué? —casi no podía mantener

los ojos abiertos.—Échate a dormir. Apenas hemos

hecho un alto desde hace días. Losferrys no saldrán en cualquier caso hastapor la mañana.

Tenía razón. Agarró su mochila. Enalguna parte tenía aún algunas pastillasdel otro mundo para dormir. Si lorecordaba bien, procedían de la mesillade noche de su madre. Durante años nohabía podido dormir sin ellas. Recogióla tarjeta que cayó de la mochila en lahierba escarchada. Norebo JohannEarlking. El curioso extraño que habíarespondido por él en la subasta y que

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había mostrado interés por elpolvoriento legado de su familia.

Zorro cambió de forma y se lamió elpelaje, como si tuviera que expulsar elolor a humano. Por un momento seestrechó contra él como antes, cuandobajo el pelaje se había ocultado unaniña. Los dos eran unos niños cuando élla encontró en la trampa. Jacob le pasóla mano por las orejas puntiagudas. Tanhermosas. En las dos formas.

—Ten cuidado. Los cazadores yaestán de camino —como si tuviera querecordárselo.

Ella atrapó su mano —la forma enque la zorra tenía de demostrar su amor— y desapareció tan sigilosamente bajo

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los árboles como si sus patas nosoportaran peso alguno.

Jacob clavó los ojos en la tarjeta,que seguía sosteniendo en la mano.Había querido pedirle a Will queaveriguara algo más sobre su extrañobienhechor. ¿Dónde había tenido lacabeza? Sí, dónde, Jacob. La muerte tepisa los talones. Norebo JohannEarlking debe aguardar. Aun cuando note guste el color de sus ojos.

Lanzó la tarjeta a la hierba. Dos, tresmeses… Dos días en el ferry y quiénsabe cuánto tiempo necesitarían paraencontrar la cabeza en Albión. Despuésvuelta a Lothringen y Austrien parabuscar la mano y el corazón. Cientos de

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kilómetros con la muerte pisándole lostalones. Quizá había recibido la últimaoportunidad demasiado tarde.

El viento, que le recorría la camisaempapada de sudor, le trajo el hedor deuna ciénaga cercana. Las dos lunasdesaparecieron tras unas nubes oscuras,y el mundo a su alrededor pareció, porun instante, de lo más tenebroso yextraño, como queriéndole recordar queno se encontraba en casa. ¿Dónde tegustaría morir, Jacob? ¿Aquí o allí?

Unas hojas marchitas ondearon en elfuego, y con ellas la tarjeta de Earlking.

No ardió.Las hojas sobre las que reposaba se

convirtieron en ceniza, pero la tarjeta

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permaneció tan intacta como Earlking sela había entregado. Jacob sacó el sable yclavó en ella la hoja para sacarla de lasllamas. Su papel estaba blanquísimocuando la levantó.

Un hechizo.¿Cómo había llegado al otro mundo?

Una pregunta estúpida, Jacob. ¿Cómohabía llegado el espíritu de la botellahasta allí? Pero ¿quién había pasado latarjeta a través del espejo?, ¿y habíasabido Earlking lo que le habíaentregado? Eran demasiadas preguntas yJacob tenía la desagradable sensaciónde que las respuestas no le iban a gustar.

Le dio la vuelta a la tarjeta. Su dorsose había llenado de palabras, y cuando

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pasó la mano sobre ellas, un rastro detinta se quedó pegado en sus dedos.

Buenas noches, Jacob:Lamento que solo nos

hayamos encontrado de unaforma tan fugaz, pero confío enque volvamos a hacerlo en elfuturo con mucha másfrecuencia.

Quizá incluso pueda sertede ayuda en la misión que tienespor delante en algún momento.

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Naturalmente no de una formadel todo desinteresada, pero teprometo que el precio seráasequible.

La escritura se borró tan prontoJacob leyó la última palabra, y la tarjetavolvió a llevar únicamente el nombreimpreso de Earlking.

Ojos color verde hierba.¿Un leprechaun? ¿O uno de los

gilches que las brujas de lo alto deSuomi moldeaban con arcilla ydespertaban a la vida con su risa? ¿EnChicago? No. Tenía que ser algún truco

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barato, la broma de algún hombrecilloviejo que por casualidad se habíaapropiado de un objeto mágico. Por unmomento, Jacob quiso arrojar lejos latarjeta, pero después la metió en elpañuelo de oro y la volvió a guardar enel bolsillo. Zorro tenía razón.Necesitaba dormir. Pero cuando setumbó junto al agonizante fuego, seoyeron disparos en alguna parte, y élúnicamente se quedó allí tumbadoaguzando los oídos en la oscuridad,hasta que horas más tarde, por fin, oyólas sigilosas patas de la zorra y pocodespués Zorro colocó su manta junto a lasuya.

Pronto respiró de una forma tan

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profunda y regular como solo se hacecuando se duerme, y mientras sentía sucalor junto a él, Jacob olvidó los sueñosque le aguardaban y la tarjeta, que traíapalabras del otro mundo, y por fin sedurmió.

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15Parte de araña

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Carruajes y caballos de carreras.Charles, rey de Lothringen, loscoleccionaba al igual que los retratos deactrices. El carruaje en el que estabasentado Nerron estaba pintado con loscolores del país de Lothringen y laspuertas estaban cubiertas de diamantes.El encorvado tenía un gusto claramentemejor en la elección de sus trajes.Nerron había estado buscando muchotiempo un lugar que no estuvieravigilado por los espías del rey ni por losde los ónix, pues lo que quería descubrirno les incumbía a ninguno de ellos.

¿Dónde se metía Jacob Reckless?Con seguridad, la pequeña travesura conla puerta no lo habría retenido mucho

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tiempo en la cripta. La primera regla deoro de la caza de tesoros (y de la vidaen general) era: no subestimes nunca lascapacidades de tu adversario.

¿Dónde estaba, pues?El medallón que Nerron llevaba

colgado bajo la camisa de lagarto erauna de sus más valiosas posesiones. Laaraña, que intentaba salir de él, la habíarobado en su quinto cumpleaños… y conello había salvado su vida. Los ónixinvitaban a todos sus bastardos, entre suquinto y séptimo cumpleaños, a unpalacio a orillas de un lago subterráneo,tan profundo que las morenas que allívivían llegaban al parecer a alcanzar loscien metros. Nerron no había

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comprendido por qué su madre nisiquiera parecía haberse alegrado conaquel honor. Apenas había pronunciadopalabra, mientras él había admiradoboquiabierto las maravillas del palaciosubterráneo. Hasta ese momento, unacasa para él había sido un agujero en lapared, con un nicho rocoso para dormiry una mesa, en la que su madre pulía lamalaquita que se parecía a su piel.Nerron no había crecido mucho ytampoco era guapo —dos cualidades alas que los ónix concedían muchaimportancia—, y su madre había sabidolo que eso significaba. Los lores de ónixeran tacaños con su sangre. Losbastardos que fracasaban en el examen

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eran ahogados en el lago, a cuya orillaestaba situado el palacio. Pero un niñode cinco años que conseguía robar unavaliosa arma de espionaje mientrasaguardaba en su biblioteca a suveredicto prometía ser útil en algúnmomento.

La araña estaba adormilada, perocomenzó su baile tan pronto Nerron legolpeó con la uña la pálida barriga.

Arañas gemelas.Raras y valiosas.Había necesitado meses para

comprender lo que las ocho patas lehabían escrito en la palma de la mano.El silencioso baile semejaba el baileque las abejas ejecutaban para mostrar a

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sus congéneres el camino a lasprometedoras flores. Pero la araña noinformaba sobre lo que ella misma veía,sino sobre lo que veía su hermanagemela, y esta se había deslizado entrela ropa de Jacob Reckless en la criptade Gismundo.

La cabeza. La mano. El corazón.¿Qué buscaría primero?

Lo que la araña escribía sonaba afragmentos de una conversación: «… unviejo amigo… no sé… hace muchotiempo… dos días de ferry…».

El ferry… Solo podía tratarse deAlbión y con ello del oeste. Estupendo.Solo pensar en el Gran Canal leproducía náuseas a Nerron. El húmedo

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temor de los goyl… Si la cabeza estabaen Albión, Reckless le hacía un favor sila encontraba y la llevaba a tierra firme.

La araña continuó bailando, pero suhermana gemela estaba terriblementeparlanchina y barbullaba lo que pillaba.¿A quién demonios le interesaba quécolor tenía el cielo que Reckless veía, aqué olía y si dormía a la intemperie o sealojaba en un hotel? ¡Venga, vamos!¿Adónde exactamente viajaba Reckless?¿Sabía ya dónde quería buscar la mano yel corazón? Pero todo lo que bailó laaraña fue el menú de una fondaflamenca. Maldición, si las bestiasfueran más inteligentes…

—¿Eres el goyl que acompaña al

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príncipe?La voz no era más que un húmedo

susurro.Un hombre de las aguas estaba de

pie delante de la ventana del carruaje,escamoso como los lagartos, con cuyapiel Nerron se hacía la ropa. Sus seisojos eran incoloros, como el agua quelos mozos daban a los caballos delencorvado.

El goyl que acompaña al príncipe.Genial…

—El príncipe aguarda —en loshombres de las aguas cada palabrasonaba como una amenaza.

Estupendo. Su príncipe debíaaguardar hasta que las axilas reales

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enmohecieran. Nerron hizo que la arañaregresara al medallón.

Mientras cruzaba el patio delpalacio delante de él, el uniforme delhombre de las aguas formaba ondas,como si su cuerpo protestara contra laropa. En sus charcos, cubrían laescamosa piel solo con algas y barro. Entierra, no eran tampoco demasiadolimpios. Había pocas criaturas queprovocaran más asco en un goyl.

Un príncipe y un hombre de lasaguas. Suciedad de salamandra…Nerron escupió… y recibió una miradade desaprobación de los ojos incoloros.Al menos los hombres de las aguas eranconocidos por no ser especialmente

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habladores, y, como guardaespaldasprincipescos, confiaba en querenunciaran a arrastrar a un charco acada muchacha humana más o menosvistosa.

El príncipe aguarda.Nerron maldijo al encorvado a cada

paso que daba hacia su vástago. Louisvon Lothringen los aguardaba delante delas cuadras, donde estaban los caballosde caza de su padre. Su ropa de viajehabría atraído a cualquier salteador encien kilómetros. Solo cabía esperar que,después de unos días, se cubriera desuciedad y que los pulgarcitos robaranlos botones de diamantes. El heredero altrono de Lothringen comía en exceso y

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demasiado bien, aquello no se podíanegar, y los rizos rubio platino colgabantan despeinados en torno a su abotagadoy lechoso rostro como si los criadosacabaran de sacarlo de la cama. Dehecho, había traído consigo a uno deellos. Apenas le llegaba a su señor a lospezones y parecía un escarabajo en sucasaca tiesa y negra. La mirada con laque examinó a Nerron reflejaba tantoasombro como si no hubiera visto nuncaa un goyl. Nerron le devolvió unasombría mirada. Todo lo que has oídosobre nosotros es cierto, hombreescarabajo.

Un hombre de las aguas, un príncipey un escarabajo… Jacob Reckless se

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frotaría las manos.—Entonces, ¿qué buscamos

exactamente? —la voz de Louis sonabatan gruñona como cabía esperar delmimado granuja de un rey. Habíacelebrado hacía poco su decimoséptimocumpleaños, pero la cara de inocenteengañaba. Al parecer ni las doncellas desu madre ni su plata, que empeñabaregularmente para pagar deudas de juegoo a sus sastres, estaban a salvo de él.

—Vuestro padre me ha informado deque se trata de Gismundo, el verdugo delas brujas, Su Alteza —la voz delescarabajo sonaba como si la monturametálica de las gafas le estrangulara lanariz—. Seguramente recordaréis

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nuestra clase sobre la historia de vuestrafamilia. El hijo menor de Gismundo esuno de vuestros antepasados, no en líneadirecta —la línea directa habíadecapitado la cabeza del pueblo deLothringen—, pero a través de un primoilegítimo.

El escarabajo cerró la boca y sepasó la mano sobre el cabello ralo,como queriendo felicitarse a sí mismopor tanta erudición.

Un profesor. El encorvado le daba asu hijo un profesor para la caza detesoros. Nerron deseó estar lejos, muylejos de allí. El mismo infierno sonabatentador.

Louis se encogió de hombros con

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gesto aburrido y siguió con la mirada auna chica de la cocina, que atravesaba elpatio. Ojalá fuera tan estúpido comoparecía. Eso facilitaría ocultar secretosante él.

—¿Podemos, al menos, llevar elnuevo carruaje? —preguntó—. El queno necesita caballos. Mi padre lo haordenado importar de Albión.

Ignóralo, Nerron. O lo matarás agolpes el segundo día a más tardar.

—Partimos en una hora —le dijo alhombre de las aguas—, a caballo —añadió lanzándole una mirada a Louis—. Pero primero he de someter aexamen a vuestro profesor —agarró alescarabajo del cuello de la camisa, lo

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que, como era de esperar, no le importólo más mínimo a su principesco alumno,y se lo llevó consigo.

—Arsene Lelou. ¡No viajoúnicamente en calidad de profesor deLouis! —balbució el escarabajo—. Supadre me ha encargado inmortalizar lasaventuras de su hijo para la posteridad.De hecho, incluso algunos periódicosestán intere…

Nerron lo hizo callar con unchasquido de lengua. Los ónix eran muybuenos profesores en incordiar a lossubordinados.

—Supongo que sabes algo sobre elhijo menor del verdugo de las brujas.

La imberbe boca del escarabajo

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esbozó una altanera sonrisa:—Sé todo sobre él. Pero, por

supuesto, no compartiré misconocimientos sobre la familia real concualquier…

—¿Con cualquier qué? ¡Escucha conatención, Arsene Lelou! —le murmuróNerron—; me resultaría más fácilmatarte que romperle el pescuezo a unpulgarcito, y los dos sabemos que tualumno no movería un dedo por ti. Asíque quizá deberías considerar compartirtus conocimientos conmigo. —Nerron lebrindó una sonrisa que le habría sentadobien a cualquier lobo.

Arsene Lelou se puso tan rojo comosi se hubiera transformado en cornalina.

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—¿Qué queréis saber? —gangueó.Se esforzaba por ser un escarabajovaliente—. Puedo nombraros datos ylugares de sus más importantesvictorias. Me sé de memoria una parteconsiderable de la correspondencia quemantenía con su hermana Orgeluse sobrecuestiones de la sucesión en Austrien,los acuerdos de armisticios con suhermano, que Feirefis ha roto variasveces, su…

Nerron negó impaciente con ungesto.

—¿Sabes algo de una mano cortadaque el verdugo de las brujas le dejó aGahrumet?

Hazme dichoso, escarabajo. Dime

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que sí.Pero Lelou únicamente afiló

asqueado la boca.—Lo siento. No he oído nunca

hablar de una herencia tan grotesca.¿Eso es todo?

Su huidiza barbilla temblaba, no sesabía si de miedo o humillación. Seinclinó profundamente y se dispuso aregresar deprisa donde los demás, perotras dos pasos se detuvo.

—Sin embargo, hay unacontecimiento —Lelou se colocó bienlas gafas, con un gesto tan sabihondo queNerron casi se las hubiera quitado agolpes de la nariz—, relacionado con elcriado predilecto del nieto de Gahrumet.

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Fue estrangulado por una mano cortada.Diana.—¿Qué pasó con la mano?Lelou se alisó chaleco. Estaba

bordado por completo con el escudo dearmas del reino de Lothringen.

—El nieto de Gahrumet la condenó amuerte. En un procedimiento judicialregular.

—¿Qué significa eso?—Fue entregada al verdugo, partida

en cuatro y enterrada a los pies de suvíctima.

—¿Dónde?—En el cementerio de la abadía de

Fontevaud.Fontevaud. Eso era un viaje a

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caballo de seis días… en el caso de queel principillo no tuviera que hacerdemasiados altos. Seguramente Recklessestaría ese tiempo de viaje a Albión.

La cabeza al oeste. La mano al sur.Nerron sonrió. Estaba seguro de que

tendría la mano antes siquiera de queReckless descubriera dónde estaba lacabeza. Era más fácil de lo esperado.Quizá no era tan mala idea llevarse decaza a un escarabajo instruido. Elpropio Nerron no era amigo de loslibros, al contrario que Reckless, delque se decía que conocía todas lasbibliotecas entre el Mar Blanco yHielandia y que pasaba semanas sobreviejos manuscritos cuando seguía el

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rastro de un tesoro. No, eso no era delgusto de Nerron. Él prefería encontrarsus rastros en prisiones, tabernas o alborde de las calles. Pero un escarabajotan instruido… Nerron le dio palmadasa Lelou en la delgada espalda.

—No está mal, Arsene —dijo—.Acabas de mejorar claramente tusoportunidades de sobrevivir en estaempresa.

Lelou puso cara pensativa, como sino estuviera seguro de que aquelladeclaración debía tranquilizarlo.Delante de las cuadras, Louis discutíacon el hombre de las aguas sobrecuántos caballos necesitarían paratransportar su equipaje.

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—¡Ni una palabra sobre nuestraconversación! —susurró Nerron a Leloumientras regresaban donde ellos—. Yolvídate de los periódicos, aun cuando aLouis le guste ver su rostro en laportada. Quiero ver cada sílaba queescribas sobre su aventura, ynaturalmente confío en que mi papel sedescriba de la forma más halagüeña.

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16La cabeza al oeste

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La mayoría de los barcos que estabananclados en el puerto de Dunkerquenecesitaban aún del viento para surcarlos mares del mundo del espejo. Elviento, que soplaba entre los mástiles,aromatizaba el aire con todo lo quetraían de los más lejanos rincones de esemundo: pimienta de plata, maderasusurrante, animales exóticos para loszoos de los príncipes de Lothringen yFlandes… la lista era interminable. Perolos ferrys que cruzaban a Albión yadisponían de chimeneas en lugar demástiles y escupían al viento su suciovapor a la cara.

El ferry al que Jacob subió conZorro necesitaba de todos modos más de

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tres días para cruzar el Gran Canal, queseparaba Albión del continente. El marestaba agitado y el capitán ordenó pararlos motores una y otra vez para buscarcon la vista un calamar gigantesco, quehabía arrastrado hacía semanas a otroferry a las profundidades.

Jacob tenía la sensación de que eltiempo se le escurría entre los dedoscomo arena, y Zorro estaba junto a laborda y miraba por encima de las olasrevueltas, como si anhelara la llegada dela costa. La aversión de Jacob a losbarcos era casi tan grande como la delos goyl. Zorro, al contrario, estaba depie sobre las tablas oscilantes, como sihubiera nacido sobre ellas. Era la hija

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de un pescador. Era todo lo que, enalgún momento, le había revelado aJacob sobre su origen. A Zorro legustaba aún menos hablar de su pasadoque a él. Todo cuanto Jacob sabía eraque había nacido en un pueblo al nortede Lothringen, que su padre biológicohabía muerto poco después de sunacimiento, que su madre se habíavuelto a casar y que tenía treshermanastros.

Las rocas cretáceas, que surgieronpor fin de las grises olas al cuarto día,tenían su copia exacta en el mundo deJacob. Pero desde las blancas rocas deAlbión siete reyes y una reinadescendían la mirada sobre los barcos

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que llegaban. Cada una de las imágenesera tan grande que en un día claro sepodía divisar desde muchos kilómetrosde distancia. El salitre les corroía losrostros de la misma implacable formaque los gases de los coches erosionabanlos monumentos del otro mundo, y elrostro del rey actual estaba cubierto porun andamiaje, sobre el que una docenade canteros estaban ocupados en renovarel bigote, que le había valido elsobrenombre de «la Morsa».

Zorro examinaba la costa de Albióncomo un país enemigo. En los teatros delas ciudades, el público vitoreaba a losmutadores de forma que setransformaban sobre el escenario en

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burros o perros. Los zorros, sinembargo, eran cazados en las verdescolinas con tanta pasión que Jacob lehabía hecho prometer no llevar el pelajeen la isla.

Albión… Chanute aseguraba queantaño había habido allí más criaturasmágicas que en Lothringen y Austrienjuntas, pero, entretanto, de las húmedaspraderas de Albión brotaban fábricasmás rápidamente que en Schwanstein.Mientras Jacob conducía su caballoentre los carros, que aguardaban en elembarcadero, creía ya ver crecer en lascolinas vecinas las ciudades, que semultiplicaban rápidamente en el otromundo. Pero las colinas aún seguían

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cubiertas por los bosques encantados,que le explicaban mejor su propiocorazón que los parques y calles con losque él y Will habían crecido. Jacob sepreguntaba a menudo si su padretambién había amado ese mundo por susalvajismo o únicamente porque habíapodido hacer pasar los descubrimientosde otro mundo como suyos.

Tomaron una de las calles menostransitadas en dirección al noroeste, quepasaba serpenteando junto a campos ypraderas que hacían olvidar que, en elúltimo tiempo, los pulgarcitos y loszancudos saltarines eran casi tan raroscomo los hobs, la variante albiona delos duendes, o los escamosos caballos

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de las aguas, a los que todavía unosaños antes se había podido ver pastandojunto a cualquier río. El último cuervode oro miraba disecado desde unavitrina de museo, ya solo habíaunicornios en los escudos de armasreales, y Albión construía en Londra, lavieja capital, palacios que tributabanhomenaje a las nuevas magias: laciencia y el arte de la ingeniería. Pero lameta de Jacob era otra ciudad.

Pendragón estaba situada apenas acuarenta kilómetros tierra adentro, teníacasi tantas torres como Londra y era tanvieja que había infinitas discusionessobre el año de su fundación. Además,la ciudad albergaba la universidad más

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famosa de Albión. Una gran piedramarcaba el centro. La superficie lahabían pulido incontables manos. Antesde seguir cabalgando, Zorro tiró tambiénde las riendas del caballo y pasó lamano sobre ella. Al parecer se tratabade la piedra con la que ArturoPendragón se había fabricado unaespada mágica y, de este modo —muchotiempo antes de la época de Gismundo—, se había proclamado rey de Albión.Ningún rey detrás del espejo estabarodeado de una red tan tupida de verdady mito como Arturo. Se decía que lohabía alumbrado un hada y que su padrehabía sido un elfo de aliso, uno de loslegendarios inmortales que las hadas

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habían convertido en enemigos y quehabían aniquilado tan a fondo que ya noexistía ni rastro de ellos. Arturo le habíadado a Pendragón no solo el nombre,también había fundado la famosauniversidad… y había dotado a laprimera piedra de una magia tan fuerteque los viejos muros seguían brillandode noche con una intensidad que hacíainnecesarias las farolas.

Los edificios estaban situados detrásde una valla forjada, que los rodeabadesde hacía siglos cual despojos de unaciudad encantada. La puerta se cerrabacuando el sol se ponía. Zorro aguzó eloído en la noche antes de saltarla. Losguardianes, que pasaban revista a la

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zona en la oscuridad, desempeñaban susservicios desde hacía tantos años que,en realidad, habrían tenido quejubilarlos bien merecidamente hacíalargo tiempo, aunque lo único quevigilaban no era sino una enormecantidad de libros viejos y el olor delpasado, que se mezclaba de forma muyreacia con el perfume del progreso.

Torres y frontones de piedra colorgris pálido. Oscuras ventanas, en las quese prendía la luz de ambas lunas. Jacobamaba el laberinto de erudición dePendragón. Había pasado innumerableshoras en la Gran Biblioteca, habíaasistido en los viejos paraninfos aconferencias sobre leprechauns o los

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dialectos de las brujas en Lothian, habíaaprendido nuevas (y sorprendentementesucias) fintas en el pabellón deesgrima… y, una y otra vez, habíaconstatado que tenía muchas más ansiasde comprender ese mundo que aquel enel que había nacido. Todos los años quehabía pasado encontrando tesorosmágicos perdidos, casi le daban lasensación de ser el protector de unpasado que los habitantes de ese mundoya no valoraban.

La mayoría de las ventanas de lafacultad de Historia estaban oscurascomo las de los demás edificios.Únicamente había aún luz en la segundaplanta. Robert Lewis Dunbar adoraba

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trabajar hasta bien entrada la noche.Ni siquiera levantó la cabeza cuando

Jacob entró en su despacho. Elescritorio de Dunbar estaba tan repletode libros que apenas se le veía detrás delas pilas, y Jacob se preguntó en quésiglo se había perdido esta vez. Eradifícil ser el hijo de un FirDarrig depura raza y al mismo tiempo unhistoriador de talento. Había que sermás brillante que todos los colegashumanos, pero a Dunbar nunca le habíacostado serlo, aunque su padre le habíadejado en herencia una cola de rata yuna piel muy peluda.

Dunbar no había heredado el afiladohocico. La belleza de su madre se había

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ocupado de que su rostro fueramedianamente vistoso. La mayoría delos FirDarrigs procedía de Fianna, labelicosa isla vecina de Albión. Podíanhacerse invisibles y tenían, los pocosque sabían de ella, una memoriafotográfica.

—Jacob… —Dunbar seguía sinlevantar la cabeza. Pasó la página queestaba leyendo y se rascó la peludamejilla—, uno de los acertijos de esteuniverso es por qué nuestra direcciónuniversitaria contrata a guardiasnocturnos que son tan sordos comociegos. Por suerte, tu pisada de pirata esinconfundible. ¡A ti naturalmente no tehe oído, Zorro! —alzó la vista y les

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regaló una sonrisa—. ¡Por la espada dePendragón, la zorra se ha hecho mayor!¿Y aún sigues a su lado? —cerró ellibro y lanzó a Jacob una mirada burlona—. ¿Qué estás buscando esta vez? ¿Unacamisa de Habetrot? ¿Una pezuña degrifo? Deberías cambiar de profesión.Bombillas, pilas, aspirinas… esas sonlas palabras que en estos tiempos suenana magia.

Jacob se acercó al escritorio yexaminó los libros, en los que Dunbar seperdía cada noche como en un paisajede papel.

—La historia de Mauritania,Alfombras voladoras y En el reino delas lámparas mágicas. ¿Piensas salir de

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viaje?—Quizá. —Dunbar cazó una mosca

y la deslizó discretamente en la boca.Ningún FirDarrig podía resistirse a uninsecto que pasara zumbando—. ¿Quéhace un historiador en un país que yasolo cree en el futuro? ¿Qué hay debueno en que dejemos que lasmanecillas y las ruedas dentadas nosdicten la vida?

Jacob abrió uno de los libros ycontempló la ilustración de una alfombravoladora que transportaba a doscaballos y sus jinetes:

—Créeme. Esto es solo el principio.Dunbar guiñó un ojo a Zorro de

forma confabuladora.

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—Le gusta demasiado jugar a losprofetas, ¿no es cierto? Pero si lepregunto qué ve exactamente en elfuturo, me elude.

—Un día quizá te lo desvele —nohabía nadie a quien Jacob le hubieragustado más hablarle del otro mundo quea Dunbar. Cada vez que lo veía,imaginaba cómo sus miopes ojos sedilatarían al observar un rascacielos oun reactor. Aun cuando Dunbarcontemplara el progreso en su mundo deforma muy crítica… Jacob no conocía anadie que poseyera tanta formación einteligencia y al mismo tiempo lainsaciable curiosidad de un niño.

—Aún no me has contestado. —

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Dunbar llevó una pila de libros devuelta a los estantes de madera oscura,que llenaban todas las paredes de sudespacho de conocimiento impreso—:¿qué buscas?

Jacob dejó el libro de las alfombrasvoladoras sobre el escritorio. Deseóestar buscando un objeto mágico igualde inocente.

—Busco la cabeza de Gismundo, elverdugo de las brujas.

Dunbar se detuvo tan de repente queuno de los libros se le cayó de losbrazos. Se agachó y lo recogió.

—Primero tendrás que encontrar sucripta.

Su voz sonaba

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desacostumbradamente fría.—La he encontrado. Al cadáver de

Gismundo le falta la cabeza, el corazóny la mano derecha. Creo que ordenómandar la cabeza a Albión. A su hijomayor.

Dunbar dejó los libros en laestantería, uno detrás de otro, sin decirpalabra. Después se volvió y se apoyócontra sus lomos de piel. Jacob no habíavisto nunca tanta hostilidad en el rostrode Dunbar. Llevaba puesta, comosiempre, una larga casaca que ocultabasu cola de rata. Solo el color rojobrillante delataba al FirDarrig. Apenasusaban otro color.

—Se trata de la ballesta, ¿verdad?

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Sé que estoy en deuda contigo, pero note ayudaré a encontrarla.

Años atrás, Jacob había protegido aDunbar de unos soldados borrachos quese habían propuesto divertirsequemándole el pelaje.

—No he venido aquí a cobrardeudas. Pero he de encontrar la ballesta.

—¿Para quién? —el pelaje deDunbar se erizó como el de un agresivoperro—. Los campesinos siguenrecogiendo huesos humanos de la tierraen los viejos campos de batalla. ¿Hascambiado en este tiempo tu concienciapor una bolsa de oro? ¿Te cuestionas almenos de vez en cuando lo que haces?¡Vosotros, los cazadores de tesoros,

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convertís la magia de este mundo enmercancía que solo los poderosos sepueden permitir!

—¡Jacob no tiene previsto vender laballesta!

Dunbar no prestó atención alcomentario de Zorro. Regresó a suescritorio y hojeó con manos inquietassus apuntes.

—No sé nada de la cabeza —dijosin mirar a Jacob—, y no quiero sabernada de ella. Estoy convencido de quepreguntarás a otros, pero tengo laesperanza de que nadie pueda darte larespuesta a lo que buscas. Por fortunaeste país ha perdido también el interéspor la magia negra. Eso, al menos, es un

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progreso. Y ahora me disculpo. Mañanahe de dar un discurso sobre el papel deAlbión en el comercio de esclavos. Otrotriste capítulo.

Se sentó detrás de su escritorio yabrió uno de los libros que tenía delante.

Zorro lanzó una mirada desamparadaa Jacob.

Él la agarró del brazo y tiró de ellahacia la puerta.

—Disculpa —le dijo a Dunbar—.No tendría que haber venido.

Dunbar no levantó la vista de sulibro.

—Es mejor no encontrar algunascosas, Jacob —dijo—. No eres el únicoal que le gusta olvidarlo.

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Zorro quiso responder algo, peroJacob la empujó para que cruzara lapuerta.

—Lo olvido menos de lo que crees,Dunbar —dijo antes de cerrar la puertaa su espalda.

¿Y ahora qué?Descendió la mirada sobre el oscuro

pasillo.Zorro tenía la misma pregunta en su

rostro. Y el mismo miedo.Al final del pasillo apareció una

lámpara oscilante. El vigilante nocturnoque la sostenía era realmente casi tanviejo como el edificio.

Jacob ignoró su mirada alelada ypasó junto a él sin decir palabra.

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Era una noche clara, y las dos lunasmanchaban los tejados de óxido y plata.Zorro guardó silencio hasta encontrarsenuevamente delante de la puerta dehierro.

—Tienes siempre un segundo plan.¿Cuál es?

Sí, lo conocía bien.—Compraré cascos de sangre.Quiso saltar la puerta, pero Zorro lo

agarró del brazo y tiró de élbruscamente.

—No.—¿No qué? —no había sido su

intención sonar tan irritado. Pero estabamuerto de cansancio y profundamenteharto de escapar de la muerte. Has

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olvidado algo, Jacob. Miedo. Tienesmiedo—. He de encontrar la cabeza y notengo la menor idea de dónde buscarla,por no hablar del corazón y la mano. ¡Elúnico hombre en el que confiaba que meayudaría me tiene por un idiota sinescrúpulos, y al parecer, a lo más en tresmeses, yo mismo yaceré en un ataúd!

—¿Qué?La voz de Zorro se rompió, como si

la verdad se le hubiera clavado en formade astilla en la garganta.

Maldición, Jacob.Ella lo golpeó contra la puerta de

hierro.—¡Me dijiste que no lo sabías!—Lo siento mucho —solo dejó de

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mala gana que Jacob la abrazara. Sucorazón latía de miedo casi tan deprisacomo entonces, cuando él le habíasacado la pata herida de la trampa—.No cambia nada que ahora lo sepas, ¿noes cierto?

Ella se soltó.—Juntos —dijo—. ¿No era ese el

plan? No me vuelvas a mentir. Estoyharta.

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17La primera mordedura

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Hay cosas que hay que buscar en lasuciedad. Cosas tenebrosas, a las que elolor de la pobreza lleva a uno, enoscuras calles lejos de las lámparas degas y de las casas enlucidas, a patiostraseros que huelen a desechos y acomida mala. Jacob preguntó por elcamino a un hombre que estaba sentadoen el portal de una casa y que extraía elpolvo de plata a un elfo capturado.Polvo de elfos… un remedio peligrosopara olvidar el mundo.

En la ventana de la tienda adonde lomandó no había nada sospechoso quedescubrir. Era medianoche pasada, perolo que Jacob buscaba era preferiblecomprarlo al amparo de la noche. El

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comercio de objetos y sustanciasmágicos estaba rigurosamente reguladoen Albión. Sin embargo, solo si sebuscaba en los lugares correctos, unopodía encontrar todo lo que se podíacomprar en el continente.

El chillido de un hob atravesó lapuerta cuando Jacob golpeó el cristallechoso. La variante albiona de losduendes tenía cabellos color zanahoria ypiernas considerablemente más largasque sus primos de Austrien. La mujerque les abrió se esforzaba por pareceruna bruja, pero sus pupilas eranredondas como las de una mujer humana,y el perfume de hierbas que se habíaechado gota a gota en el profundo escote

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no olía muy distinto del aroma forestalque rodeaba a Alma. El hob estabasentado en una jaula sobre la puerta.Eran guardianes fiables si se lesalimentaba con regularidad, yencerrados no tenían peor humor que enlibertad. Sus ojos rojos se clavaron enZorro cuando entraron a la tienda. Olía ala mutadora de forma.

La falsa bruja echó el cerrojo a lapuerta, mientras posaba una miradaevaluadora sobre la ropa de Jacob. Elcorte y la buena tela le susurraron«dinero» al oído y ella le brindó unasonrisa tan falsa como su perfume. Latienda olía a lirios de pantanodesecados, lo que no prometía nada

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bueno. A menudo los hacían pasar porlirios de hadas, y los hongos quecolgaban del techo se vendían comoafrodisiacos, aunque todo lo queprovocaban eran alucinaciones de porvida. Pero Jacob descubrió tambiénalgunas cosas en las estanterías queparecían auténtica magia.

—¿Qué puede hacer Ricitos de Oropor estos dos pimpollos? —la risaáspera la delataba como mascadora delentejas. La adicción de Cenicienta…Sueños de princesa por unas horas. Lebrindó a Zorro una sonrisa algomaliciosa—. ¿Necesitáis algo paraavivar la vieja pasión? u ¿os ha salidootra persona al encuentro?

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Jacob le habría administrado consumo gusto su bebida más venenosa. Susrizos eran realmente de oro. El tipo deoro pegajoso que a las brujas falsas lesgustaba cocer para teñirse el cabello ylos labios con él.

—Necesito un casco de sangre. —Jacob lanzó dos táleros sobre el suciomostrador. En los últimos tiempos, elpañuelo de su bolsillo los producía deforma menos fiable. En algunos puntosestaba tan desgastado que pronto tendríaque buscarse uno nuevo.

Ricitos de Oro frotó los táleros entrelos dedos para comprobar suautenticidad.

—La venta de cascos de sangre se

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castiga con cinco años de arresto.Jacob le dejó otro tálero en la mano.Ella se metió el pago en el bolsillo

del delantal y desapareció tras unacortina corrida. Zorro la siguió con lamirada, el rostro pálido.

—No actúan siempre —dijo sinmirar a Jacob. Su voz sonaba casi tanáspera como la de la masticadora delentejas.

—Lo sé.—¡Y perderás sangre durante

semanas!Lo miraba de forma tan desesperada

que por un instante estuvo a punto deestrecharla entre sus brazos y quitarle abesos el miedo del rostro. ¿Qué

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significa eso, Jacob? ¿Le trastornaba elcerebro toda aquella suciedad en lasestanterías, todos aquellos bebedizos yamuletos baratos, las falanges que,llevadas en el bolsillo, traían deseo yenamoramiento? ¿O era aquello unefecto más del miedo a la muerte?

Ricitos de Oro regresó con unabolsa. El trozo de vidrio que Jacob sacóde ella estaba descolorido y era algomás grande que un culo de botella.

—¿Cómo sé que es auténtico?Zorro le quitó el casco de la mano y

pasó los dedos por el vidrio. Despuésmiró al hada falsa.

—Si se hace daño, te encontraré —dijo—. No importa dónde te escondas.

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Ricitos de Oro torció la boca deforma irónica.

—Es un casco de sangre, tesoro.Claro que le hará daño —sacó un frascodel delantal y lo plantó en la mano deJacob—. Frota el corte con esto,sangrará con menos fuerza.

El hob los siguió con la miradacuando su dueña echó el cerrojo de lapuerta detrás de ellos.

Una rata se deslizó rápidamente através de la oscura calle y en la lejaníase oyó el traqueteo de las ruedas de uncarruaje sobre el adoquinado.

Jacob entró al siguiente portal y sesubió la manga. Cascos de sangre. Élmismo no los había utilizado nunca, pero

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Chanute se había procurado uno cuandohabían salido a cazar la varita mágica deuna bruja. Uno debía imaginarse, de laforma más clara posible, lo que queríaencontrar. Después se realizaba un corteprofundo con el casco en la propia carnehasta ver en él, como si se tratara deunos prismáticos, el objeto que se estababuscando… y, con suerte, también losuficiente del lugar en que seencontraba. Los cascos de sangre solohacían visibles las cosas que habíansido tocadas por la magia negra, pero lacabeza del verdugo de las brujas poseíaseguramente bastante de ella.

—¿Encontrasteis en aquel entoncesla varita mágica?

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Zorro apartó la cabeza asqueadacuando Jacob presionó el casco sobre lapiel.

—Sí —no le dijo que Chanute casimuere desangrado. Se trataba de unamagia del tipo malo.

El dolor le llegó al pecho cuandoestaba a punto de introducir el casco enla piel. Era un dolor como Jacob nohabía sentido nunca. Algo le clavaba losdientes en el corazón. El casco se lecayó de la mano y el grito que salió desus labios fue tan fuerte que al otro ladode la calle se abrió una ventana.

—¿Jacob? —Zorro le agarró de loshombros.

Él quiso decir algo, algo

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tranquilizador, pero todo lo que profiriófue un jadeo. Solo permanecía de pieporque Zorro lo sujetaba. Su viejo yoquería esconderse de ella, erademasiado orgulloso para mostrarse tanvulnerable, tan desvalido. Pero el dolorsimplemente no quería cesar.

Respira, Jacob. Respira. Pasará.El nombre del Hada Oscura tenía

seis letras, pero solo podía recordarcinco.

Se apoyó contra la puerta que teníandetrás, y presionó la mano sobre elpecho, convencido de que al siguienteinstante la propia sangre le correría porlos dedos. El dolor se calmó, pero supropio recuerdo lo hizo respirar más

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deprisa.No resultará agradable. La

subestimación de los años, Alma.Zorro recogió el casco. Se había

roto, pero no tenía sangre pegada. Miróincrédula el vidrio limpio. Después lequitó a Jacob la mano del pecho. Lapolilla sobre el corazón tenía unamancha en el ala izquierda, formaba unadiminuta calavera.

—El hada se lleva su nombre. —Jacob apenas podía hablar. Creía seguirsintiendo el propio grito de dolor en lagarganta.

Domínate, Jacob. Oh, su malditoorgullo. Alargó la mano, aunque letemblaba.

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—Dame el casco.Zorro se lo metió en el bolsillo de la

chaqueta y le cubrió el antebrazodesnudo con la manga.

—No —dijo ella—. Y no creo quetengas suficiente fuerza para quitármelo.

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18La mano al sur

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El hombre de las aguas era aún el quemenos ponía a prueba los nervios deNerron. Eaumbre… Cuando de susescamosos labios salía su propionombre, se creía percibir el lodo de uncharco en los oídos. Incluso Louis erasoportable, aun cuando preguntabaconstantemente por la siguiente comida ysalía cabalgando detrás de cualquiercampesina. ¡Pero Lelou! El escarabajohablaba sin parar, cuando no estabagarabateando en su libro de apuntes.Cualquier palacio entre los viñedos aúnpelados por el invierno, cualquieriglesia desmoronada, cualquier nombrede población en cualquier posteindicador erosionado desencadenaba un

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aluvión de explicaciones. Nombres,años, chismes sobre príncipes. Suparloteo era como el zumbido de unabejorro, que estaba posado en elconducto auditivo de Nerron.

—¡Lelou! —le interrumpió en algúnmomento, cuando explicaba por qué elpueblo que atravesaban a caballo no eracon seguridad el lugar de nacimiento delGato con Botas—. ¿Ves esto de aquí?

Arsene Lelou enmudeció y miróconfuso los tres objetos que Nerronvació de una bolsa de cuero en la mano.Transcurrieron unos segundos hasta quese percató de lo que tenía delante.

—¡Estás viendo bien! —dijo Nerron—. Un dedo, un ojo y una lengua. Todos

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ellos me importunaron. ¿Qué crees quete cortaría a ti?

Silencio. Delicioso silencio.Nerron había recogido los Tres

Recuerdos, como él los denominabaafectuosamente, en una cámara de torturade los ónix. Siempre surtían efecto. Eranecesario que uno trabajara en su malareputación, sobre todo cuando, como él,no encontraba más que placer en cortardedos y sacar ojos.

El silencio de Lelou duró realmentehasta que los muros del monasterio deFontevaud emergieron ante ellos. Bastóuna mirada a través de la puerta demadera podrida para ver que la abadíaestaba abandonada. En los claustros

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crecían ortigas y en las celdas máspobres ya solo vivían los ratones. Elúnico cementerio que pudierondescubrir estaba compuesto por ochocruces de madera, en las que estabagrabado el nombre de los monjesmuertos y la fecha de su defunción.Ninguna de las sepulturas tenía más desesenta años, pero, si el escarabajo teníarazón, la mano había sido enterrada allíhacía más de trescientos.

Nerron experimentó el deseo urgentede cortar a Lelou en rebanadas pálidascomo una piedra de luna. El escarabajoleyó el pensamiento en sus ojos y seescondió precipitadamente detrás deEaumbre. Lelou no había olvidado los

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Tres Recuerdos.—El campesino —balbució

señalando con el dedo tembloroso a unhombre viejo que desenterraba patatasen los salvajes campos detrás delmonasterio— quizá sepa algo.

El viejo dejó caer su escasa cosechatan pronto vio acercarse a Nerron. Lomiró fijamente y boquiabierto, como siel diablo en persona hubiera salido de lahúmeda tierra. En Lothringen, un goylseguía siendo raro de ver, peroseguramente Kami’en cambiaba esopronto.

—¿Hay aquí algún otro cementerio?—le abroncó Nerron.

El campesino se santiguó y escupió a

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sus pies. Según la creencia del pueblo,eso ayudaba contra los demonios.Conmovedor. Contra los goyl noayudaba. Nerron estaba a punto de cogeral viejo por el pescuezo parazarandearlo un poco cuando elhombrecillo se arrodilló donde élmismo estaba.

Louis llegó a zancadas con Lelou yel hombre de las aguas.

La ropa principesca estaba ya algoestropeada, pero seguía teniendo unaspecto mil veces mejor que todo cuantoel viejo había llevado puesto nunca. Elhombre no tenía la menor idea de queestaba delante del príncipe heredero deLothringen —el viejo no parecía leer

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regularmente el periódico—, perocualquier súbdito sabía el aspecto desus señores, y que era mejor hacer loque decían.

—¡Pregúntale por el viejocementerio! —le murmuró Nerron aLouis.

Solo recibió una mirada irritada.Los hijos del rey no estánacostumbrados a recibir órdenes. PeroLelou acudió en su auxilio.

—¡El goyl tiene razón, mi príncipe!—le susurró a Louis en el perfumadooído—. ¡A vos seguro que os contestará!

Louis lanzó una mirada de asco a laropa sucia del campesino.

—¿Hay aquí otro cementerio? —

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preguntó en tono aburrido.El viejo inclinó la cabeza entre los

delgados hombros. Su huesudo dedoseñaló los abetos que crecían detrás delos campos.

—Han construido la iglesia conellos.

—¿Con qué? —preguntó Nerron.El viejo seguía con la cabeza

inclinada de forma respetuosa.—¡Toda la tierra estaba repleta de

ellos! —balbució mientras deslizabadisimuladamente unas patatas en losbolsillos dados de sí—. ¿Qué iban ahacer, si no, con ellos?

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• • •

La iglesia adonde los condujo no sediferenciaba en nada de otras iglesias dela región. La misma piedra gris, unatorre maciza con techo plano y unasalmenas erosionadas, pero el viejobuscó la lejanía tan pronto Nerron abrióde un empujón la puerta podrida.

El propio escudo de armas que habíaincrustado en la pared detrás del altarestaba compuesto de huesos humanos.Las columnas estaban revestidas decalaveras y en las capillas lateralesenrejadas se amontonaban los huesos

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hasta el techo. Naturalmente tambiénhabía manos: servían como candelabroso adornaban las paredes. Nerron,frustrado, dio una patada al rostro deuna de las calaveras. ¿Cómo, por laverde piel de su madre, iba a encontrarallí la mano correcta? Mientras él estabametido hasta el cuello en huesospodridos, Reckless reuniría con todatranquilidad la cabeza y el corazón.

—¿Qué es lo que estamos buscando?—preguntó Louis metiendo el dedo enlas cuencas vacías de los ojos de unacalavera.

—La ballesta de vuestro antepasado—el húmedo susurro del hombre de lasaguas sonaba aún más amenazante en la

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iglesia vacía.—¿Una ballesta? —Louis hizo una

mueca de desprecio—. ¿Confía mi padreen que los goyl mueran de risa cuandonos ataquen?

—Se trata de una ballesta muy pococomún, mi príncipe… —comenzódiciendo Lelou—, y se trata de algo máscomplicado, si he comprendido bien algoyl —al hablar ponía en punta loslabios, como un sapo que escupieraveneno—. Primero tenemos queencontrar una mano y después…

—Explícaselo más tarde —lointerrumpió Nerron de forma brusca. Seacercó a una de las capillas laterales y,a través de la reja, miró fijamente los

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huesos que se amontonaban detrás—. SiLelou tiene razón, la mano está partidaen cuatro trozos. Además,probablemente esté descompuesta ytenga uñas doradas.

Todos los brujos se recubrían de orolas uñas para ocultar que la sangre debruja las enmohecía.

—¡Qué asco! —murmuró Louis,mientras jugaba con los botonesdiamantinos de su chaqueta.

No faltaba ni uno. Ni siquiera podíauno fiarse de los pulgarcitos. Haz comosi no estuviera, Nerron. Ni él, ni elhombre de las aguas, ni tampoco elescarabajo parlanchín.

Forzó la verja con el sable y se

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hundió en los huesos hasta las rodillas.Genial. Un antebrazo se astilló bajo susbotas. Los huesos de goyl sepetrificaban tras la muerte al igual quesu carne. Algo bastante más apetitosoque la descomposición humana.

—Qué estupidez. Me voy a buscaruna taberna —el aburrido semblante deLouis había cedido sitio al enfado. Teníaun carácter fogoso, cuando no lonarcotizaba con polvo de elfos o vino.

De una de las calaveras que recubríala columna que había a su lado sedeslizó un gnomo del tamaño de unamano. Eaumbre lo atrapó antes de quemordiera a Louis.

—¡Un follet amarillo! —Lelou tiró

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de su protegido deprisa—. Fáciles deconfundir con follets domésticos, pero…

Una mirada de Nerron puso fin aldiscurso.

Crac.El hombre de las aguas colgó el

cadáver del follet en la telaraña quepescaba polvo y moscas entre lascolumnas:

—Cuando se le retuerce el pescuezoa uno, sirve de advertencia a los demás—susurró.

Lelou vomitó entre los huesos, peroLouis observó fascinado el pequeñocadáver, y Nerron creyó descubrir unrastro de crueldad en aquel fofo rostro.Una cualidad práctica en un futuro rey.

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—Bueno, entonces que os divirtáisbuscando. —Louis lanzó a Lelou unacalavera contra el pecho y rio cuando elescarabajo se tropezó—. ¡Tú también tequedas aquí! —le ordenó al hombre delas aguas—. No necesito un perroguardián para emborracharme, y tu feorostro espanta a las chicas.

Se dio la vuelta, pero Eaumbre lecerró el paso.

—Es la orden de vuestro padre —susurró.

—¡Pero no está aquí! —le siseóLouis—. Así que aparta tu resbaladizo ypisciforme cuerpo de mi camino o letelegrafiaré que te he pillado arrastrandoa una campesina chillona al charco de un

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pueblo.Se pasó la mano sobre el rizado

cabello y les brindó una principescasonrisa.

—Todos nos divertiremos a nuestromodo.

Después, en pose señorial y azancadas, cruzó la puerta de la iglesia yla cerró tras de sí con tal fuerza que lamadera podrida perdió algunas astillas.

—Ve tras él —dijo Nerron alhombre de las aguas.

—¡Sí, ve tras él, Eaumbre! —repitióLelou con pánico en la voz.

Pero el hombre de las aguas siguióallí de pie mirando fijamente con losseis ojos la puerta tras la que Louis

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había desaparecido.—¡Ve ya, Eaumbre! —repitió Lelou

en tono estridente.El hombre de las aguas no se inmutó.Orgulloso como un hombre de las

aguas. Ese dicho existía incluso entrelos goyl.

—Qué pasa. Regresará —dijoNerron—. El principillo tiene razón. Nonos necesita para emborracharse.

Lelou dio un fuerte suspiro:—Pero su pa…—¿No oyes? ¡Regresará! —le

interrumpió Nerron—. Hemos deencontrar una mano con uñas doradas.Ponte a buscar, Lelou.

El escarabajo quiso replicar algo,

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pero finalmente bajó la cabeza ycomenzó a examinar los huesos quehabían emanado de la capilla lateral.

Eaumbre le hizo una seña a Nerron.Gratitud de seis ojos.Quién sabía para qué podría ser

buena.

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19Quizá

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El hotel en el que Zorro dejó a Jacobestaba igual de estropeado que la tiendade la falsa bruja. Pero el dolor lo habíadebilitado más de lo que reconocía, y enlas desiertas calles no pudo encontrarningún carruaje que los hubiera llevadoa uno mejor.

Jacob cerró los ojos tan pronto setendió en la cama, y Zorro permaneciósentada a su lado hasta estar segura deque dormía profundamente. Surespiración era demasiado rápida, y ensu rostro veía sombras que el dolorhabía dejado como si fueran huellas.

Le pasó suavemente la mano por lafrente, como si sus dedos pudieranborrar esas sombras. Cuidado, Zorro.

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Pero ¿qué debía hacer? ¿Poner a salvosu corazón y dejarlo a solas con lamuerte?

Sentía que el amor se removía enella como un animal que despierta de unsueño. ¡Duerme!, quiso susurrar. Siguedurmiendo. O mejor aún. Vuelve a ser loque fuiste una vez. Amistad, nada más.Sin el ansia de tocarlo.

Jacob se tocó el pecho mientrasdormía, como si sus dedos tuvieran queapaciguar a la polilla que le devoraba elcorazón.

¡Devora mi corazón!, pensó Zorro.¿De qué me sirve?

Su corazón sentía de forma tandistinta cuando llevaba puesto el pelaje.

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Para la zorra el propio amor sabía alibertad. Y el anhelo iba y venía como elhambre, sin el ansia que traía serhumano.

Le costó dejar a Jacob solo. Lepreocupaba que el dolor regresara. Perolo que tenía previsto lo hacía por él.Zorro cerró la miserable habitación y sellevó la llave, así como el casco desangre.

El propio Dunbar había abandonadoentretanto su escritorio. La mañana ya noquedaba lejos. Zorro lo había visitadoen su casa solo una vez con Jacob, perola zorra no olvidaba nunca un camino.

Resultó algo trabajoso explicarle alconductor del carruaje que no podía

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darle una dirección, sino describirle,por medio de árboles y olores, adóndedebía llevarla, pero finalmente la dejódelante del elevado seto vivo detrás delcual se hallaba la casa de Dunbar. Zorrotocó la campana que había junto a lapuerta, media docena de veces antes deescuchar una voz enfadada procedentede la casa. Dunbar no llevabaseguramente mucho tiempo en la cama.

Antes de abrir, sacó el cañón de unaescopeta a través de la puerta, pero bajóel arma en cuanto reconoció quiénestaba delante de ella. En silencio, lehizo señas a Zorro para que se dirigieraal salón. Sobre la chimenea colgaba unretrato de su difunta madre y sobre el

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piano había uno de su padre junto a unafoto de él y de Jacob.

—¿Qué haces aquí? Creía que habíasido suficientemente claro —antes decerrar la puerta, Dunbar apoyó laescopeta en la pared y aguzó el oído enel oscuro pasillo. Su padre vivía con él.Jacob había contado que el viejoFirDarrig salía pocas veces de la casa.Uno se hartaba de ser observado. EnFianna quedaban aún unos cientos deFirDarrigs, pero en Albión eran raroscomo un caluroso verano.

• • •

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Zorro pasó la mano sobre los lomos delos libros, que rodeaban a Dunbar en sucasa al igual que en la universidad. Enla casa en la que ella había crecido nohabía habido uno solo. Jacob le habíaenseñado a amar los libros.

—¿Es necesario ahora un arma, si setiene a un FirDarrig en la casa y en lasangre?

—Digamos que es más seguro. Peroaún no he tenido que usarla. No tengoclaro si las armas son un invento buenoo malo. La pregunta surge con cadainvento. En cualquier caso, hay queformulárselas en estos días condemasiada frecuencia para mi gusto —dijo mirando a Zorro—. Los dos

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estamos entre los tiempos, ¿no es cierto?Llevamos el pasado en la piel, pero elfuturo es demasiado ruidoso paraignorarlo. Lo que fue y lo que será. Loque se pierde y lo que se ganará…

Dunbar era un hombre inteligente.Más inteligente que todos los que Zorroconocía, y cualquier otra noche nohabría preferido otra cosa más queescuchar atentamente cómo le explicabael mundo. Pero esa noche no.

—Estoy aquí para que Jacob no seextravíe, Dunbar.

—¿Jacob? —Dunbar soltó unacarcajada—. ¡Si el mundo entero seextraviara, él encontraría otro!

—Eso no lo ayudaría. Si no

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encontramos la ballesta, estará muertoen unos meses.

Los ojos de Dunbar eran los gatunosojos de su padre. Los FirDarrigs eran, aligual que la zorra, criaturas de la noche.Zorro solo podía esperar que sus ojosvieran que no mentía.

—Por favor, Dunbar. Dime dóndeestá la cabeza.

El salón se llenó de silencio. Laslágrimas quizá habrían ayudado, peroera incapaz de llorar cuando teníamiedo.

—Naturalmente. El tercer disparo…El hijo menor de Gismundo —dijoDunbar acercándose al piano y pasandolos dedos por las teclas—. ¿Está tan

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desesperado que ha puesto susesperanzas en esa historia medioolvidada?

—Ha intentado todo lo demás.Dunbar pulsó una tecla. Zorro oyó la

tristeza del mundo entero en esa nota.No era una buena noche.

—¿Lo ha encontrado el Hada Roja?—Regresó a ella de forma

voluntaria.Dunbar sacudió la cabeza.—Entonces se lo tiene bien

merecido.—Lo hizo por su hermano.Habla, Zorro. Dunbar creía en las

palabras. Vivía en ellas, pero la polilladel hada devoraba el corazón de Jacob,

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y no existían palabras que lo impidieran.—¡Por favor! —por un instante

Zorro quiso ponerle en el pecho supropia escopeta. Lo que el miedo hacíacon uno. Y el amor.

Dunbar lanzó una mirada al arma,como si leyera sus pensamientos.

—Casi había olvidado que estoyhablando con una zorra. La formahumana es muy engañosa. Pero te sientabien.

Zorro sintió cómo se ruborizaba.Dunbar sonrió, pero su rostro volvió aponerse serio.

—No sé dónde está la cabeza.—Sí, lo sabes.—¿Ah, sí? ¿Quién lo afirma?

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—La zorra.—Entonces digámoslo de este modo:

no lo sé, pero tengo una sospecha —dijocogiendo el arma y pasando la manosobre el largo cañón—, la ballesta valecien mil veces lo que esta escopeta. Conun disparo, convierte al hombre que lausa en un asesino de masas. Estoyconvencido de que en algún momentoconstruirán máquinas que podrán hacerlo mismo. La nueva magia es la viejamagia. Los mismos objetivos, losmismos anhelos…

Dunbar apuntó a Zorro… y bajó laescopeta.

—Dame tu palabra de honor. Por elpelaje que llevas puesto. Por la vida de

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Jacob. Por todo lo que te es sagrado, deque no venderá la ballesta.

—Te daré mi pelaje en prenda —desu boca no habían salido nunca unaspalabras más difíciles.

Dunbar sacudió la cabeza.—No, no exijo tanto.Una cabeza asomó a través de la

puerta del salón. El hocico de la rata erade color gris y la edad había empañadolos ojos de gato.

—¡Padre! —Dunbar se volvió dandoun suspiro—. ¿Por qué no estásdurmiendo? —arrastró al viejo al sofáen el que Zorro estaba sentada—. Losdos deberíais mantener unaconversación sobre ciertos temas —dijo

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cuando el viejo FirDarrig examinódesconfiado a Zorro—. Créeme, lo sabetodo sobre la maldición y la bendiciónde llevar un pelaje.

Se dirigió a la puerta.—La tradición procede de un país

lejano —dijo mientras salía al pasillo—, pero desde hace casi doscientosaños Albión también cree en el podermilagroso de las hojas de té. Incluso alas cinco de la mañana. Quizá con ellasme resulte más fácil contar lo quequieres oír.

Su padre lo siguió con la mirada,desconcertado. Pero finalmente sevolvió hacia Zorro y la examinó conojos tristes.

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—Una zorra, si no me equivoco —dijo—. ¿De nacimiento?

Zorro sacudió la cabeza.—Tenía siete años. El pelaje fue un

regalo.El FirDarrig suspiró compasivo.—Oh, eso no es fácil —murmuró—.

Dos almas en un pecho. Espero que elhumano que hay en ti no acabe siendosiempre más fuerte. Les cuesta tantohacer las paces con el mundo.

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20La misma sangre

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Y de nuevo nada. Nerron lanzó otramano más a los huesos que habíaninspeccionado. Lelou ya casi habíadesaparecido tras el montón. Eaumbrehabía partido en pedazos un banco yhabía metido los leños de madera comoantorchas en todos los candelabrosvacíos, pero la noche ahogaba la escasaluz que su fuego arrojaba, y seguíahabiendo miles de huesos, que laoscuridad ocultaba incluso a ojos de losgoyl.

¿Y si la mano no estaba en esamaldita iglesia? ¿Y si seguía estandofuera en alguna parte en la húmedatierra? ¡Con seguridad no habíandesenterrado todos los huesos!

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Nerron había agotado todas susmaldiciones, había deseado estar encientos de otros lugares y se habíapreguntado más de mil veces si Recklesshabría encontrado ya la cabeza. Perotodo cuanto podía hacer era surcar otropálido montón de despojos humanos yconfiar en un milagro.

Lelou y el hombre de las aguasayudaban con moderado entusiasmo,pero eran cuatro manos más paraseparar las piernas, las calaveras y lascostillas de los dedos huesudos. Lasbuenas en el pucherito, las malas en elbuchito. Se sentía como Cenicienta. Elpensamiento equivocado, Nerron.Aquello solo le recordaba que Reckless

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había encontrado el zapato de cristalantes que él.

El hombre de las aguas levantó lacabeza y echó mano de la pistola.

Alguien abrió de golpe la puerta dela iglesia.

Louis tropezó con la primeracalavera que le salió al paso y buscóapoyo en una columna.

—El vino de esta región es másácido que la limonada de mi madre —logró proferir con lengua de trapo—. ¡Ylas chicas son más feas que tú, Eaumbre!

Naturalmente vomitó sobre un grupode huesos que aún no habíaninspeccionado.

—¿Cuánto tiempo más queréis

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seguir haciendo esto? —preguntóllevándose la manga hecha a medida a laboca y tambaleándose hacia Nerron—.De verdad… toda esa búsqueda detesoros… una ballesta mágica… ¡Seríamejor que mi padre se buscara tanbuenos ingenieros como los que tieneAlbión!

Se detuvo de pronto y clavó lamirada en un montón de calaveras a suizquierda. Algo se movía entre ellas.Eaumbre sacó el sable, pero Louis lehizo señas impaciente para que sedetuviera.

—Yo mismo le retorceré el pescuezo—balbució—, tan difícil no puede ser.Pequeñas bestias venenosas…

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Lelou lanzó una mirada alarmante aNerron. La mordedura de un folletamarillo era casi tan peligrosa como lade una víbora. Pero aquello que sedeslizaba entre los huesos no tenía pielamarilla ni tampoco brazos y piernas.

—¡No! —reprendió Nerron alhombre de las aguas cuando este alzó elsable.

Tres dedos, pálidos como la cera.Se movían con agilidad, como las

patas de un saltamontes. Nerron intentóatraparlos… y los soltó blasfemando. Subrazo se entumeció hasta el hombro. Lamano de un brujo… ¿qué pensabas,Nerron?

Los dedos se precipitaron sobre

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Louis. Él retrocedió y tropezó, perodetrás de él algo ya bajaba deslizándosepor una columna. El pulgar y el dedoíndice. La segunda parte. Eaumbreesgrimió el sable contra ellos. Losdedos esquivaron la hoja con habilidad.Louis tiró de su puñal, pero estaba tanbebido que casi no lograba sacarlo delestuche del cinturón.

—¡Maldición! —profirió—. ¡Hacedalgo!

Una parte de la mano se le subió a labota.

—¡Cogedla! —le abroncó Nerron—.¡Venga, vamos!

Por las venas de Louis no corríamucha sangre de Gismundo. No

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obstante, quizá la suficiente paraprotegerlo. De lo contrario… Louis yase estaba agachando. Los dedospatalearon como las patas de un gran yrepugnante escarabajo, pero no lepropinaron ningún golpe. ¡Vaya, elprincipillo resultaba verdaderamenteútil! Se deslizaba desde todas parteshacia él. Los dos carpos se arrastrabancomo tortugas por las baldosas.

Louis juntó las partes, como un niñoque juega con una espeluznante caja deconstrucción. La carne muerta se fundióuna con la otra como si fuera ceracaliente. En el muñón y en las uñas aúnhabía algo de oro pegado. Nerronsonrió. Sí, era la mano correcta.

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La bolsa engañosa que sacó dedebajo de la chaqueta procedía de unamontaña de Anatolia de la que seregresaba vivo solo con dificultad, perocualquier cazador de tesoros intentaba almenos poseer una de esas bolsas. Lo quequiera que se guardara en elladesaparecía y volvía a aparecer cuandose introducía la mano profundamente.

Nerron le tendió la bolsa a Louis.El príncipe retrocedió y escondió la

mano detrás de la espalda como un niñomalcriado.

—No —dijo mientras arrancaba delos dedos de Nerron la bolsa engañosa—. ¿Por qué tienes que tenerla tú? ¡A finde cuentas la mano vino a mí!

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Lelou no pudo ocultar una sonrisa deregocijo por el mal ajeno, pero elhombre de las aguas intercambió unamirada con Nerron, en la que, como unguijarro en un charco, nadaba elrecuerdo de las ofensas de Louis.

Bien.Eso le ahorraría quizá tener que

retorcerle al principillo el pescuezo consus propias manos en algún momento.

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21Imposible

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¿Qué harías sin ella, Jacob? Zorromiraba por la ventanilla del tren, peroJacob no estaba seguro de si su miradase posaba en los campos que desfilabanfuera o en su propio rostro, que sereflejaba en el cristal. Jacob lasorprendía a menudo contemplando suforma humana como la de un extraño.

Al percatarse de su mirada, Zorro lesonrió con la mezcla de seguridad en símisma y turbación que solo su yohumano conocía. La zorra nunca seturbaba.

El vapor de la locomotora pasaba delargo junto a las ventanas y un camareroen frac balanceaba tazas y platos através del oscilante vagón restaurante. A

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Jacob le pareció que el dolor de lanoche anterior hubiera agudizado sussentidos. El mundo a su alrededorparecía tan maravilloso y extraño comolo había percibido cuando atravesó porprimera vez el espejo. Pasó la manosobre la taza de té que el camarero lehabía traído. La porcelana blanca estabapintada con elfos, que aún se podíanencontrar en Albión sobre muchasflores. En la mesa de al lado, doshombres discutían sobre la utilidad delos gigantones en la marina de Albión, yen el cuello de una señora brillaban laslágrimas de las ondinas selkie, que unoencontraba en la costa sur de la islacomo perlas sin concha en la playa.

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Seguía amando ese mundo, aun cuandoquizá le fuera a costar la vida.

El té sabía tan amargo, a pesar de lataza de elfos, que apenas se podía tragar,pero ayudaba contra el cansancio que lamordedura de la polilla había dejado.

Zorro agarró su mano:—¿Cómo estás? Enseguida

llegaremos.Tras las colinas aparecieron los

tejados de Goldsmouth, puerto de lamarina real. Detrás de ellas se hallabael gris y ancho mar. Parecía máscalmado que en su travesía. Bien. Jacobno podía creer que debía volver a subira un barco.

—¿Aún te queda dinero? —susurró

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Zorro sobre la mesa—, ¿o te lo gastastetodo en el casco de sangre?

Jacob conocía un proveedor debarcos que vendía uniformes de marina,pero no resultarían baratos, y cada vezse podía confiar menos en el pañuelo deoro. Por poco no consiguen comprar losbilletes del tren, por la forma tantitubeante con la que produjo el últimotálero. Jacob metió la mano en eldesgastado pañuelo y notó la tarjeta deEarlking entre los dedos. No pudoresistirse. La sacó.

Ha dolido mucho, ¿noes cierto? Y cada vez será

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peor. Las hadas adoran eldolor que pueden causar a losmortales.

Por cierto, hoy hevisitado a tu hermano.

Zorro lo miró.—¿De quién es esa tarjeta? —se

esforzó por sonar indiferente, peroJacob sabía en quién estaba pensando.Aún no había olvidado el agua dealondras. Sin embargo, él recordaba conmás claridad el dolor en sus ojos quelos besos de Clara. Quizá tendrías quehabérselo dicho hace tiempo, Jacob.

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Empujó la tarjeta hacia Zorro sobrela mesa. Las palabras ya perdían colorcuando ella la cogió.

—¡Es un objeto mágico! —exclamóZorro dando la vuelta a la tarjeta—.¿Norebo Johann Earlking?

El revisor atravesó el vagón y gritóel nombre de la siguiente estación.

—Sí. Y no me dio la tarjeta en estemundo.

Jacob se levantó. El otro mundoestaba de pronto tan cerca que las ropasa su alrededor parecían disfraces.Sombreros de copa, botines, ribetes convolantes… Por un momento estabaperdido entre los mundos, ni aquí ni allí.

—¿Qué tiene él que ver con Will?

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Sí, ¿qué? No parecía que se trataraúnicamente de unas antigüedades. AJacob no le gustaba todo aquello, peroel espejo estaba demasiado lejos, ypodían pasar semanas hasta que volvieraa ver a Will. Si lo volvía a ver.

Qué diablos… lo volvería a ver.Zorro se llevó la tarjeta a la nariz.

Siempre la zorra, incluso en la pielhumana.

—Plata. Y un olor que no conozco—dijo devolviéndole la tarjeta ycogiendo su abrigo. Jacob había estadocon ella cuando lo había comprado. Latela tenía casi el mismo color que supelaje—. El olor no me gusta. Tencuidado.

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Los otros viajeros los empujaronhacia la puerta del tren. El andén seahogaba en el vapor del tren, pero,desde el puerto, el viento soplaba elolor de la sal y el alquitrán sobre lasvías. Mozos de estación. Conductores decarruajes. Dos porteadores conarmazones de madera a la espalda queaguardaban a los dos enanos que sehabían sentado detrás de ellos en elvagón restaurante. No era agradableatravesar una estación de tren cuandoapenas se medía un metro.

Tomaron uno de los carruajes queaguardaban abajo, delante de la entrada.Zorro se bajó en la plaza donde losproveedores de barcos tenían sus

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cargas, pero Jacob le indicó al cocheroque lo dejara en el puerto. Solo podíanconfiar en que Dunbar presumiera lacabeza del verdugo de las brujas en ellugar correcto. Aunque, paradescubrirlo, debía primero encontraruna forma de subir a bordo del buqueinsignia real.

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22Flancos de hierro

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Allí estaban, un barco al lado del otro.El crujido de los húmedos cabos semezclaba con el chillido de las gaviotasy las voces de los hombres, quepreparaban los barcos para zarpar.Ninguna flota detrás del espejo podíamedirse con la de Albión. La confianzaestaba escrita en la frente de cadamarinero que subía su petate por lososcilantes puentes de madera, y de losoficiales, que estaban apoyados en laborda. Sobre ellos, la bandera con eldragón coronado. Albión no ocultaba enabsoluto con qué finalidad zarpaba suflota.

Jacob recogió un periódico quereposaba sobre el húmedo empedrado

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del puerto. Los títulos de la portadallevaban remates en cada letra, pero elmensaje era igual de claro que lostitulares de su mundo.

LA FLOTA REALSUMINISTRA ARMAS A

FLANDES

En la lucha contra los goyl,la esperanza procede de lasfábricas de Albión.

Se sentían muy seguros. Todosconocían el temor al mar de los goyl.Albión no solo abastecía de armas aFlandes. Sus barcos las llevaban

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también al norte, donde se estabaformando una alianza contra los goyl. Lacasi totalidad de la flota navegabaentretanto con vapor y viento, y la fuerzade sus cañones era temida, pero alparecer eso no le bastaba a Wilfred, laMorsa.

Jacob clavó los ojos en el dibujoque se representaba en la portada.Apenas lo reconocía en el papelhúmedo. Su corazón comenzó a latir deuna forma tan ridículamente veloz comocuando vio los aviones en la fortaleza delos goyl. La caza, a la que habíarenunciado hacía ya tanto tiempo. Elrastro, que se perdía siempre en la nada.Y de nuevo volvía a tropezar con él en

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un lugar donde nunca lo habría buscado.

EL VULCAN EN SU DIQUEEN GOLDSMOUTH

El forjado terror de losmares zarpa por tercera vezcomo escolta de un suministro dearmas. La obra maestra del artede la ingeniería albiona ENSEÑAA LOS PROPIOS GOYL ATEMBLAR.

Jacob bajó el periódico y buscó conla mirada entre los barcos.

A su izquierda estaba el barco por elque había venido: el Titania, el buque

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insignia de la flota albiona, que llevabael nombre de la madre del rey. Unatripulación de 376 hombres; 45 cañones.El mascarón de proa se reflejaba en lassucias aguas del puerto, pero Jacob solole echó un rápido vistazo. Sus ojosbuscaban el barco de la portada.

¿Dónde estaba?Su mirada deambuló por cascos de

madera y mástiles, hasta que la pálidaluz del sol se reflejó de pronto en algometálico.

Allí estaba. En el últimoembarcadero. Gris y feo, un tiburón deacero en un banco de caballas demadera. El casco plano sobresalía solounos metros del agua y, al igual que la

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chimenea, estaba forrado de hierro hastala línea de flotación. En su mundo, losprimeros acorazados habían casidecidido la guerra civil norteamericana,pero eso de allí era una versión bastantemás moderna.

Jacob. ¡Olvídalo! Pero su sentidocomún no tenía posibilidades. Elcorazón le latía hasta la gargantamientras se abría paso entre cajas ypetates, junto a marineros que cargabanprovisiones y munición, mujeres que sedespedían de sus hombres y niños queapretaban sus llorosos rostros contra eluniforme de sus padres. Era como siestuviera en uno de sus sueños, solo queel bosque estaba compuesto de mástiles.

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De cerca, el acorazado era aún másimpresionante. Sus dimensiones eranenormes, aun cuando la mayor parte delcasco estuviera oculto bajo el agua.Cuatro hombres estaban de pie delantede la pasarela, que conducía del muellea la cubierta. Tres eran oficiales de lamarina real, pero el cuarto iba vestidode civil. Le daba la espalda a Jacob. Sucabello era gris y lo llevaba tan cortocomo él.

¿Y si era él? Después de todos esosaños. Vuelve, Jacob. Eso se acabó. Espasado. Pero volvía a tener doce años.Había olvidado la polilla en su pecho.Había olvidado por qué estaba allí.Simplemente clavaba los ojos en el

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acorazado y en la espalda de un extraño.¡Jacob!Un grumete pasó de largo junto a él

con dos cajas de puros bajo el flacobrazo. Los últimos recados para losoficiales. Lo miró asustado cuandoJacob lo sujetó.

—¿Sabes quién es ese hombre? Eseque está junto a los oficiales.

El chico lo examinó como si hubierapreguntado por el nombre del sol.

—Ese es Brunel. Ha construido elVulcan y ya está planeando un nuevobarco.

Jacob lo dejó marchar.Uno de los oficiales se volvió, pero

el hombre vestido de civil seguía

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dándole la espalda.Brunel. Un nombre poco corriente.

Isambard Brunel había sido uno de loshéroes de su padre. John Reckless lehabía explicado a su hijo mayor losplanes de construcción del puente dehierro de Brunel cuando Jacob habíatenido apenas siete años.

Todos esos años y, de pronto, quizásolo estaba a unos pasos.

—¿Señor Brunel? —qué insegurasonaba su voz. Como si realmentevolviera a tener doce años.

Brunel se volvió y Jacob observó elrostro de un extraño. Solo los ojos erande un color tan gris como el de su padre.

No sabía lo que sentía. ¿Decepción?

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¿Alivio? ¿Ambas cosas? Di cualquiercosa, Jacob. Venga, vamos.

—Brunel. Es un nombre pococomún.

—Mi padre procedía de Lothringen—dijo Brunel sonriendo—. ¿Puedopreguntar quién…?

—Jacob Reckless.El oficial que estaba junto a Brunel

le saludó con la cabeza.—Otro tipo de oficio, John. La caza

de la vieja magia. El hombre que tienesdelante tiene mucho éxito con ella —dijo tendiendo la mano a Jacob—:Cunningham. Un nombre ni de lejos taninteresante. Segundo teniente de lamarina real. Encantado de conocerle.

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Por fortuna nuestros periódicos sigueninformando con agrado sobre loscazadores de tesoros, aun cuando ahorase burlen de los botines.

—Mis felicitaciones. —Brunelsaludó de forma elogiosa a Jacob con lacabeza. Su acento no parecía deLothringen.

Detrás de ellos estaban cargando lostorpedos. Desgarrarían cualquier cascode madera como papel.

Cunningham siguió a Jacob con lamirada cuando se despidió, pero Brunelse había vuelto de nuevo. El nuevo brujode Albión.

Alivio y decepción. Una viejaesperanza, casi olvidada. Jacob apenas

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veía adónde se dirigía. Barriles, cabos,cajas con víveres… todo a su alrededorse desdibujaba como su rostro en eloscuro cristal del espejo.

«Mira, Jacob. Ese puente es taningrávido y perfecto como la red de unaaraña, pero es de hierro». ¿Recordabaaún acaso el aspecto de su padre?Recordaba su voz, sus manos, que lohabían subido al escritorio para quepudiera tocar las maquetas de losaviones que colgaban encima…

—¡Jacob!Alguien lo agarró del brazo. Zorro.—El proveedor quería una fortuna

—dijo mirando disimuladamente a losmarineros, que portaban los sacos de

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carbón a la escotilla de carga delTitania—; solo ha dado para ununiforme. ¿Has averiguado ya cómosubiremos a bordo?

Maldición. No había averiguadonada. Se había perdido en los recuerdosy, además, había olvidado que pronto yano tendría futuro.

—¿Qué te pasa? —preguntó Zorromirándolo preocupada—. ¿Ha ocurridoalgo?

—No. Nada —era la verdad. Nohabía ocurrido nada. Había visto unfantasma, el mismo fantasma al queseguía en sus sueños. Era hora deenterrar no solo a su madre, sinotambién a su padre. Había creído que lo

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había hecho hacía largo tiempo.Le quitó a Zorro el fardo con el

uniforme de la mano. Unos marineroslos miraron fijamente de un modo tanabierto que Jacob les lanzó una cortantemirada.

—¿Cómo piensas subir a bordo?Zorro se encogió de hombros.—Dejaré que la zorra encuentre un

modo.—¡Es demasiado peligroso!—¿Mister Reckless?Jacob se dio la vuelta. Por un

instante había esperado el afilado rostrode Brunel, pero era Cunningham quienestaba detrás.

El oficial se inclinó de forma rígida

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delante de Zorro y le brindó a Jacob unasonrisa ligeramente cohibida.

—Nosotros… ejem… zarparemosen una hora. Me gustaría muchopresentarle a nuestro capitán. Estoyconvencido de que encontrarásumamente interesante un relato de susaventuras.

Jacob ya tenía una cortés negativa enla punta de la lengua, pero Zorro se leadelantó.

—¿En qué barco sirve usted?Cunningham señaló detrás de él.—En el Titania. Acompañamos un

transporte de armas a Flandes.Zarparemos cuando se ponga el sol.

Zorro le brindó a Cunningham la más

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hermosa de sus sonrisas.—Con mucho gusto —dijo, mientras

le quitaba a Jacob el paquete con eluniforme de la mano y lo escondíadisimuladamente detrás de la espalda.

El barbudo rostro de Cunningham seiluminó de satisfacción y Jacob sedisculpó, en espíritu, con todos losreporteros que había maldecido por lasmentiras y exageraciones que habíanvertido sobre él en papel.

—Claro —dijo—. No tenemosprisa. Tampoco me desagradaríaacompañarles en el viaje. Me encantanlos viajes por mar.

No había dicho nunca una mentiramás insolente.

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Cunningham parecía no poderapenas concebir su suerte.

• • •

El capitán del Titania compartía lapasión de su primer oficial por la cazade tesoros y los alojó en el camarote queel propio rey utilizaba cuando recibíauna visita en su buque insignia. CuandoCunningham los presentó al capitáncomo Jacob Reckless y esposa, Jacobaclaró el rubor de Zorro explicando queacababan de casarse. Era una de lasmuchas mentiras que hubo de inventar enlas siguientes horas.

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El capitán ordenó servir una cena tanopípara que parecía que tuvieran pordelante un viaje en barco, no de tres,sino de trescientos días. El cocinero delbarco traía el postre cuando el Titanialevó anclas, y a Jacob le resultaba cadavez más difícil ignorar el bamboleo delbarco, mientras Cunningham lepreguntaba por las aventuras que algúnperiódico le había dedicado. Cuando elcapitán, que llevaba un bigote igual deimposible que su rey, preguntó por lasformas de pelear de los ogros, Zorroaprovechó el sanguinolento tema comopretexto para retirarse. A Jacob lehabría encantado seguirla, peroCunningham simplemente no lo dejaba

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marchar y Jacob decidió consolarsepensando que seguramente Zorroaveriguaría todo sobre los relevos de laguardia y las formas de huir a bordohasta que él también pudiera retirarse.Por la ventana trasera del camarote delcapitán se podían ver las lámparas delos mástiles de las otras fragatas y,delante de ellos, los flancos de hierroclaros por la luz de la luna: el barco deBrunel.

—¿El señor Brunel viaja a bordodel Vulcan en trayectos como este? —Jacob se sintió orgulloso de la forma tanincidental en que formuló la pregunta.

El capitán sacudió despectivamentela cabeza.

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—Que yo sepa no ha abandonadojamás Albión. ¿Es así, Cunningham?

Su primer oficial asintió mientras seservía otra copa de oporto.

—A Brunel no le agrada demasiadoel mar…

—Como se puede notar en el barcoque ha construido —comentó el capitánarrojando su copa al suelo, como si, consu contenido, también pudiera lavar elacorazado—. Por desgracia el rey estáencaprichado de él desde que leconstruyó ese carruaje sin caballos.Ahora se pueden ver por todas partes.Ridículos. Absolutamente ridículos. Y elmonstruo de hierro nos deja en el mismoridículo ahí fuera. Nuestra niñera

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acorazada…Jacob no quitaba ojo al Vulcan,

mientras Cunningham y el capitánhablaban con entusiasmo de batallasnavales pasadas y de la belleza de losbarcos de madera ardiendo. Se disculpócuando ambos comenzaron a hablarsobre la fuerza del disparo de loscañones modernos y del desagradableefecto de los miembros destrozados, auncuando la historia sobre el brazoperdido de Chanute seguramente leshabría gustado.

La luna de plata, tan parecida a ladel otro mundo, estaba entre nubesnegras cuando Jacob salió afuera, perosu roja gemela teñía las olas como si

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hasta ellas mismas devinieran hierrooxidado. Zorro aguardaba en la proa.Debajo de ella, el mascarón de proa sealzaba sobre la espumeante agua.

—¿Qué tal está tu estómago? —nadie excepto ella sabía de su antipatíapor los barcos. Ni siquiera Chanute—.Tienes suerte de que el mar esté tancalmado.

Y de que un oficial de la marina realle hubiera reconocido, después deconfundir al mejor ingeniero de Albióncon su padre. Quizá su suerte habíavuelto. Ya iba siendo hora…

—Hay tres vigilantes en el castillode proa —le susurró Zorro—: losdistraeré mientras tú subes a la borda.

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Uno de los centinelas estabaapoyado a tan solo unos metros de ellosentre los botes salvavidas. Él los miró.¿Qué veía? ¿La pareja de enamorados ala luz de la luna? ¿Y si fuera así, Jacob?¿Y si alguna vez se permitía olvidar loque Zorro había sido para él en todosesos años pasados? Incluso el centinelaquería besarla. Parecía llevarlo escritoen la frente.

Le romperías el corazón, Jacob. OZorro el suyo.

—¿A qué esperas? —ella le plantóla mochila en la mano.

—No dejes que alberguedemasiadas esperanzas. Es casi doscabezas más alto que tú.

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Zorro sonrió.—¡Creía que eras tú quien tenía la

misión peligrosa!Caminó hacia el centinela tan en

línea recta y despacio como la zorrasolía hacer cuando se acercabasigilosamente a su presa.

Jacob se inclinó sobre el pasamano.El mascarón de proa tenía el cuerpo deun dragón pero la cabeza de un hombre.A Dunbar le había llamado la atencióncuánto se parecía el rostro dorado a lasestatuas del verdugo de las brujas,mientras preparaba un discurso sobre lahistoria del buque insignia real. Jacobseguía considerándola una teoríaatrevida, pero, según decían, la figura

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despertaba a la vida tan pronto la flotaera atacada. La cabeza de un brujo paraproteger la marina de Albión. Algo demagia negra no podía hacer daño inclusoen los tiempos modernos. Dunbaraseguraba que el bisnieto de Feirefishabía fundado la tradición de equipar elmascarón de proa del buque insignia conla milagrosa cabeza, sin sospechar quehabía pertenecido una vez a suantepasado brujo.

Jacob miró a su alrededor.¡Robert Lewis Dunbar, confío en

que no te equivoques!El centinela había desaparecido.

¿Adónde lo había arrastrado Zorro?Olvídalo, Jacob. Ya es mayor. Sacó el

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cabello de Ruiponce de la lata de rapéen la que lo guardaba. El cabello de oroera uno de los pocos objetos mágicosque, gracias a Valiant, no había perdidoen la fortaleza de los goyl. Creció fibraa fibra, mientras Jacob lo frotaba entrelos dedos, hasta ser más resistente quecualquier cuerda de cáñamo. Jacobanudó un extremo a la borda. El otro seenroscó alrededor del cuello delmascarón de proa tan pronto lo arrojó ala profundidad. Saltó por encima de laborda y bajó colgado de la mano por lacuerda brillante, hasta lograr subirse alomos del dragón.

No mires abajo, Jacob.Podía hallarse sobre cualquier

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precipicio sin que su estómago seinmutara, pero ver el agua casi lo hacevomitar sobre la dorada cabeza deGismundo. Las alas, incrustadas en elcuerpo del dragón, también estabanrecubiertas de escamas de oro, pero elcuello y el cuerpo eran de maderapintada de color escarlata.

Jacob soltó la cuerda de Ruiponcedel robusto cuello y se la ató alrededorde las caderas. Después sacó una red depesca de la mochila y la echó alrededorde la cabeza y el cuello para evitar quesu botín cayera al mar tan prontoseparara la cabeza. Sus dedos estabanhúmedos por la espuma y, debido a lasgrandes olas, resbaló dos veces, pero la

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cuerda de Ruiponce lo preservó deaterrizar en el agua.

La cabeza unía un ancho anillometálico con el cuello de madera deldragón, pero el cuchillo que Jacob sacódel cinturón cortaba el mismo acero. Lohabía robado de la cocina del castillo deValiant. No había nada mejor que uncuchillo de enano y Valiant le seguíadebiendo algo más que un cuchillo porlas cicatrices que, por su culpa, tenía enla espalda.

En el horizonte, la luz matinalpenetraba ya en la noche como si fueramoho. Date prisa, Jacob. Era de esperarque Gismundo hubiera asegurado lostres presentes con un hechizo, que solo

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permitiría a sus hijos tocarlosimpunemente, así que se puso losguantes, que ya lo habían protegido en lacripta, antes de meter la hoja delcuchillo a través de la red. Cortó elanillo de metal, como si fuera pan reciénhecho, y no sintió nada cuando tocó lacabeza. Bien. Jacob la había separadoya más de la mitad cuando oyó un ruidosobre él. Zorro estaba detrás de laborda. Le hizo una seña para queesperara arriba. La fijación delmascarón de proa no parecíasuficientemente estable para soportarlosa los dos. Pero, de pronto, el cuerpo demadera se encabritó debajo de él. Lacabeza dorada abrió la boca, aunque

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solo un poco de metal del ancho de undedo la unía a la madera, y dio un gritoque resonó extensamente en el agua.

Jacob oyó los motores antes de quelos aviones emergieran del crepúsculo.Un escuadrón de biplanos volaba sobrelas oscuras olas hacia ellos. Losmarineros los miraban fijamente contanta incredulidad que los avionesalcanzaron los barcos antes de serapuntados por uno solo de los cañones.Se lanzaron sobre la flota albiona comoaves rapaces sobre un banco de pecesindefensos. La oscura silueta de unasalamandra adornaba los fuselajes decolor rojo. Desde que su rey habíatomado una mujer humana, esta había

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sustituido a la polilla del hada en labandera de los goyl.

El mascarón de proa batió las alas yla cabeza de Gismundo gritó en la redque Jacob le había lanzado sobre ladorada piel. Jacob se agarró al troncodel dragón mientras las primerasbombas caían entre los barcos. Gritos ydisparos se colaron en el rugido de losmotores. Las explosiones despedazaronlos cascos de madera y, de las vergas,los hombres se precipitaron al mar comopájaros cazados. Del cielo caía fuego.Quemaba el propio mar. ¡La cabeza,Jacob! O estarás igual de muerto quelos que los peces ya están devorandoabajo, incluso aunque sobrevivas a

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esto.Encima de él, Zorro intentaba

desesperadamente mantener la cuerdaquieta. Jacob clavó los dedos en la red einclinó la cabeza, antes de que una delas alas le pasara el borde dentado comoun cuchillo por la espalda. Zorro legritaba algo desde lo alto, pero Jacob nopodía oírla con aquel ruido. Tampocopodía ver apenas. Sus ojos lloraban porel fuerte humo que, formando nubesnegras, flotaba entre los barcos. Elmismo viento olía a pólvora y a maderaquemada, pero los aviones seguíanatacando. El rugido de sus motores casile desgarraba el tímpano y el Titaniagemía como un animal tiroteado.

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¡La cabeza, Jacob! Pasó el cuchillopor el último resto de metal y la cabezacayó por fin a la red. El rostro dorado lomiró fijamente a través de la malla, laboca aún abierta en un grito. La bolsaengañosa que sacó con fuerza de debajode la camisa mojada se le pegó a losdedos temblorosos. Jacob metió en ellasu botín y miró hacia la borda. Zorro seagarraba a ella con fuerza, mientras conla otra mano sostenía la cuerda deRuiponce. Apenas podían verse a travésdel humo, que envolvía el barco deforma cada vez más densa. ¡La cubiertaardía, pero tenía que subir! Zorro estabaallí y era posible que no hubieran tiradoal agua todos los botes salvavidas.

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Zorro comenzó a recoger la cuerda,pero apenas podía mantener elequilibrio de tanto como el Titania sebalanceaba, y Jacob pesaba mucho. Elbuque insignia se hundía con toda laflota albiona. Entre las fragatasardiendo, el acorazado navegaba con losflancos blindados desgarrados; sobre él,los aviones como un enjambre deavispas color escarlata.

Jacob guardó la bolsa engañosa bajola camisa y comenzó a trepar, los piesapoyados contra el casco del barco paraaligerar la carga a Zorro. Debajo de él,el mascarón de proa seguía batiendo lasalas como una gallina sin cabeza. Laadvertencia que Zorro gritó sobre la

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borda llegó demasiado tarde. Jacobintentó esquivar las alas, pero susbordes eran afilados como hojas decuchillo. La magia negra que anidaba enellas seccionó la cuerda de Ruiponce,apenas un palmo sobre la cabeza deJacob, y este cayó como una piedra a lasolas ardiendo.

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23Mal de mer

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Jacob no estaba seguro de si en susoídos resonaba su propio grito o el delos hombres que se ahogaban a sualrededor entre las olas. El mar estabahelado y se aferró a una tabla quepasaba por delante, mientras intentabadesesperadamente divisar a Zorro en elbuque insignia. Pero el humo erademasiado denso. Jacob confiaba en quehubiera saltado. El gran barcoarrastraría todo consigo cuando sehundiera. Gritó su nombre, pero apenaspodía oír su propia voz. Los gritos ygemidos eran tan fuertes que parecía quelas olas murmuraran de pronto congargantas humanas. Una explosióndestruyó uno de los barcos hundidos y el

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Titania ya empezaba a inclinarse decostado de forma amenazante, peroJacob continuaba buscando a Zorro entrelos escombros y los cadáveres flotantes.

¿Dónde estaba?Sacaba la cabeza de cada muerto del

agua. Como flores de cera, sus pálidosrostros nadaban entre las velascarbonizadas y los barriles de pólvoravacíos. En el agua fría, apenas sentía suspropios miembros, y el humo convertíacada inspiración en un tormento, perotenía que encontrarla.

—Jacob —unos brazos húmedosabrazaron su cuello. Una fría mejilla seapretó contra la suya. Su cabello rojoera casi negro, de tan mojado y pegado

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que estaba a su rostro, y él la abrazóhasta sentir el latido de su corazón através de su ropa mojada. Apenas seatrevía a soltarla por miedo a que lasolas los separaran otra vez.

—¿Tienes la cabeza?—Sí.—¡Tenemos que irnos de aquí!¿Irnos adónde? Jacob se dio la

vuelta. ¿Qué pensaría Dunbar cuandoabriera su periódico por la mañana?Acorazados, aviones, bombas que caíandel cielo… ¿Se preguntaría si se habíanhundido junto con la cabeza ycomenzaría a temer la nueva magia tantocomo a la del verdugo de las brujas?

—La costa no puede estar lejos.

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Llevábamos horas navegando hacia elsudeste.

No importaba lo que dijera. Losaviones habían desaparecido, pero conseguridad no mandarían destacamentosde rescate.

—Vamos. —Zorro tiró de él.Parecía estar muy segura de dónde sehallaba la costa.

Sigue nadando, Jacob.El humo aún los siguió un buen rato.

El humo. Los escombros. Los gritos deauxilio. Pero finalmente a su alrededorsolo el mar respiraba como ungigantesco animal, que digería lasvíctimas que acababa de ahogar. Zorrovolvió la cabeza hacia él preocupada.

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Era una nadadora muy buena, pero losbrazos de Jacob se habían vuelto tanpesados que cada ola lo hacía respirarcon dificultad. Finalmente Zorro nadó asu lado, pero Jacob era cada vez máslento. ¡No te agarres a ella, Jacob! Loúnico que conseguiría sería arrastrarlaal fondo. Su piel estaba entumecida porel frío y Jacob notó que se iba adesmayar.

—¡Jacob! —Zorro lo abrazó y lesacó la cabeza del agua—. ¡Noconseguirás llegar a la costa! Déjatehundir. ¿Me oyes?

¿Dejarse hundir? ¿De qué hablaba?Intentó aspirar, pero el mismo aireparecía estar hecho de agua salada.

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—Es tu única oportunidad. ¡Ellas nosuben a la superficie!

¿Ellas? Antes de que pudieracomprender, Zorro tiró de él haciaabajo. El agua entró en su boca y sunariz. Intentó resistirse, pero Zorro no losoltó. Lo arrastraba más y más al fondosin importarle su resistencia. Jacobintentó soltarse con un golpe, queríarespirar, solo respirar, pero de repentesintió otras manos. Cálidas y delicadascomo las de los niños. Le metieron unade sus escamas en la boca y suspulmones comenzaron a respirar en elagua como si nunca hubieran hecho otracosa. Los cuerpos, que lo rodeaban a ély a Zorro, eran transparentes como

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cristal lechoso. Pez o humano: eranambas cosas. En Lothringen se lasdenominaba «mal de mer», pero en cadacosta recibían un nombre distinto. Sedecía que hacían zozobrar los barcospara llevarse el alma de los muertos asus ciudades en el fondo del mar. Laemperatriz tenía un ejemplar en su salade los tesoros, pero la muerte convertíasu belleza de cristal en cera opaca.

Rodearon a Zorro como si fuera unade ellas, trenzaron su cabello yacariciaron su rostro, pero ella no seseparó del lado de Jacob y apartaba alas ondinas, cuando estas quisieronarrastrarlo más al fondo. Era como unbaile entre Zorro y ellas, y en algún

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momento Jacob sintió que las olas loarrastraban a tierra firme. Notó arenahúmeda y conchas que se rompían entresus dedos. Sus ojos ardían por el aguasalada, pero finalmente logró abrirlos, yvio nubes y un cielo gris sobre él. Zorroestaba acurrucada junto a él. Ella mismaestaba demasiado débil para ponerse depie, pero los dos continuaron tirando eluno del otro para salir del agua, cuyomurmullo seguía sonando hambriento,hasta que finalmente cayeron extenuadosen la arena codo con codo.

Jacob escupió en la mano la escamaque las mal de mer le habían metidoentre los labios, y aspiró con voracidadel aire húmedo en los doloridos

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pulmones. Era salado y frío, y lo másexquisito que había probado nunca.

Respirar. Simplemente respirar.Zorro se quitó las flores que las mal

de mer le habían prendido en el cabello.Bajo el agua habían brillado con todoslos colores del arco iris, pero ahoraestaban marchitas e incoloras. Zorro lasarrojó a las olas, como queriendodevolverles la vida. Después searrodilló junto a Jacob y enterróprofundamente las manos en la arenacolor gris.

—Por poco —su voz sonaba tanincrédula como si no pudiera creer querealmente seguían con vida.

Vida… Jacob metió la mano bajo la

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camisa mojada, pero todo cuanto susdedos tocaron fue la polilla.

La bolsa engañosa con la cabezahabía desaparecido.

Zorro deslizó la mano en la mangacon una sonrisa. Sacó la bolsa y se lalanzó al pecho.

Los guantes, al igual que la mochila,se habían hundido en el mar, pero Jacobno sintió más que un ligero hormigueo almeter la mano en la bolsa y tocar elcabello dorado. Las bolsas engañosaspodían debilitar el efecto de la magianegra, pero no había experimentadojamás un efecto tan intenso. Quéimportaba… tenía la cabeza. Ahora solopodía esperar que el goyl hubiera tenido

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menos éxito hasta ese momento. Jacobcerró la bolsa y levantó la vista al cielo,donde unas gaviotas hambrientasvolaban en círculo entre las nubes. En surecuerdo seguía viendo los avionesrojos precipitándose sobre los barcosardiendo.

—¿Por qué nos han ayudado las malde mer?

Zorro se limpió la arena de losdesnudos brazos. Se había quitado elvestido mojado en el mar y solo llevabapuesto el pelaje. Seguía llevándolosiempre bajo la ropa cuando podíahaber peligro, pero esa vez no habíasido la zorra, sino su forma humana, laque los había salvado a ambos.

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—En realidad solo ayudan a lasmujeres —respondió ella—. Cuando eraniña salvaron a la hermana de mi madre.Por lo general, a los hombres se losllevan consigo y no estaba segura depoder protegerte de ellas, pero sin suayuda te habrías ahogado seguro. —Zorro sonrió—. Por suertecomprendieron que no permitiría que tellevaran sin resistirme.

Sí, por suerte y porque era tanintrépida que a veces le hacía sentirmiedo incluso a él. Jacob se incorporó.Solo confiaba en que encontrar la manoy el corazón fuera más sencillo. Aunqueno era de esperar. Miró alrededor.Escarpadas peñas de arena y una playa

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pedregosa. Un faro en la lejanía.—¿Sabes dónde estamos?Zorro asintió con la cabeza.—Yo crecí no muy lejos de aquí. Les

pedí a las mal de mer que nos trajeranhasta aquí. Estamos en Lothringen, a tansolo unos kilómetros de la frontera deFlandes —dijo poniéndose de pie—.Será mejor que nos larguemos de aquí.Los pescadores de la zona son todomenos afables con los extraños. ¿Tienesaún el pañuelo de oro? Necesitaremosdinero para caballos y ropa nueva.

Jacob metió la mano en el bolsillo.El pañuelo estaba empapado, pero latarjeta de Earlking salió tan seca eintacta como si acabara de aparecer en

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su mano. Zorro lanzó a la tarjeta unamirada desagradable, aunque estabavacía, salvo por el nombre de Earlking.El cartón estaba blanquísimo, como si elmar hubiera borrado toda la tinta. Jacobespantó una araña que salía de subolsillo y metió la tarjeta en él. Seguíaqueriendo tirarla, pero, desde que elnombre de Will había aparecido en ella,le daba la insensata impresión de queera una conexión con su hermano.

Por lo general, el pañuelo de orofuncionaba también cuando estabamojado, pero Jacob tuvo de nuevo quefrotar infinitas veces hasta quefinalmente le concedió un tálero finocomo el papel. Sí, necesitaba un nuevo

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pañuelo, pero eran todo menos fácilesde encontrar.

Jacob se vació el agua de las botas.—¿Cuántas veces van ya?Apenas podía ponerse en pie.—¿Cómo que cuántas veces van?Zorro tampoco podía mantenerse

erguida. Los dos tiritaban de frío en lasropas mojadas.

—Que me has salvado el pellejo.Zorro sonrió y le limpió la arena de

la espalda.—Creo que prácticamente estamos

en paz.

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24La huella de una bota

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«La costa… su mano… casi aplastada».La araña bailaba a trompicones, como sihubiera tragado tanta agua como suhermana.

Albión había perdido una flota yNerron casi a su espía de ocho patas,pero por fortuna las arañas gemelas eranmás resistentes que los barcos demadera y los acorazados. Recklesstampoco lo había hecho mal, si se creíael parte de la araña. «Fuego del cielo…agua… humo… muerte». Nerron solohabía podido deducir con esfuerzo losucedido, pero finalmente había dosúnicos hechos de interés: el ataque delos goyl convertía la ballesta en algoaún más deseable para todos sus

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enemigos y Reckless había logradollegar a tierra firme… con la cabeza.

Ah, esa carrera divertía. Aun cuandoel principillo tuviera de momento lamano. Hablando del demonio delaverno… La forma de llamar a la puertade Nerron era la de alguien que noestaba acostumbrado a encontrarlascerradas. Nerron espantó a la araña paraque regresara al medallón y abrió.

—¡Mira esto! —Louis le plantó lamanga de la camisa desteñida delante dela cara de forma acusadora—. ¡En estafonda no saben siquiera lavar la ropa!¿Y qué crees que dirá mi padre si letelegrafío que Lelou tuvo esta mañanaque quitarme los piojos del cabello?

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Nerron se imaginó construyéndoseuna lámpara de araña con los huesos deLouis. La imaginación era un don tanmaravilloso.

—¿Qué es lo próximo que tenemosque buscar?

¡Ajá! Había lamido la sangre. Eldeseo de cazar… Louis contaba condemasiados príncipes ladrones entre susantepasados como para ser inmune a él.

—Ve a buscar a los otros dos yencontraos conmigo en las cuadras.

Nerron quiso cerrar la puerta degolpe, pero Louis metió la valiosa botaen medio.

—No eres precisamentecomunicativo, goyl. Creo que no nos

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estás diciendo todo lo que sabes sobreesta búsqueda.

¿Y por qué tendría que hacerlo,principillo? ¿Para que a ti o a tu padrese os ocurra buscar la ballesta porvuestra cuenta?

—Pregúntale a Lelou. Seguro quesabe más que yo —respondió—. Y encuanto a los piojos, ¿por qué no leproponéis al dueño que os condone lafactura del vino?

Louis se quitó un orondo ejemplarde la frente y lo aplastó entre los dedoscon gesto de asco.

—Está bien —dijo sacando la botade la puerta—. Detrás de las cuadras.Pero recuerda: ¡no me gusta esperar!

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• • •

Por supuesto, fue Nerron quien tuvo queesperar. Probablemente habíanencontrado algunos piojos más. Era unmilagro que el agua de colonia queLouis utilizaba no los hubiera matado atodos en el acto. Eaumbre andabapesadamente sin decir palabra tras suprincipesco protegido, pero Lelou, comosiempre, hablaba sin cesar a Louis. Soloenmudeció cuando vio a Nerron de piejunto a los caballos ensillados.

—Lelou dice que le has contado queaún hemos de encontrar un corazón y una

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cabeza para obtener la ballesta. —Louisllevaba la mano en la bolsa engañosa,colgada del cinturón bañado en oro.Pasó la mano por ella, como queriendorecordar que él, y no Nerron, había sidohasta el momento el cazador de tesoroscon más éxito.

Idiota de sangre azul.Nerron le brindó su más cándida

sonrisa.—Sí, es correcto —dijo. Era

preferible hacer creer a Lelou que letenía al corriente de cada detalle de lacaza. De ese modo, el escarabajo noformularía tantas preguntas. Pero habíallegado el momento de apartarse unpoco de la verdad.

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Puso cara de preocupación.—Por desgracia, ha llegado a mis

oídos que un espía de Albión se haapoderado de la cabeza. Para cuandologremos alcanzarlo en carruaje o tren,es posible que también tenga el corazón.Así que propongo que usemos unhechizo para detenerlo.

Louis arrugó la frente,engañosamente alta.

—Albión. Siempre Albión —gruñó—. Mi padre es demasiado afable conellos.

Lelou se frotó la afilada nariz:—Ya he viajado una vez con un

hechizo. No es nada sano. ¡Mi propiasombra me habló después!

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Nerron sacó una bolsa de cuero delas alforjas.

—No os preocupéis. Los goylusamos un hechizo que no tiene efectossecundarios —no tenía la menor idea desi valía para los humanos, peronaturalmente no lo mencionó.

La bolsa contenía tierra que Nerronhabía recogido delante de losascensores de la mina en la que habíanencontrado la cripta de Gismundo.Estaba convencido de que la bota quehabía dejado su huella en ella procedíade Reckless. Lelou observó condesconfianza cómo Nerron repartía latierra sobre una piedra plana. Vayaoportunidad de librarse de los tres. Por

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un momento casi no pudo resistir latentación. Pero Louis tenía la mano, ylos conocimientos de Lelou podían serútiles en la búsqueda del corazón. ¿Quépasa con el hombre de las aguas,Nerron? Le lanzó una rápida mirada aEaumbre. Su instinto le decía que aúnpodría también serle útil… aunque alfinal solo le librara de matar a los otrosdos.

—Bueno… es muy fácil, siempreque hagáis lo que os diga —dijo Nerronhaciéndoles señas, impaciente, para quese acercaran a él—: las riendas en lamano izquierda y la derecha sobre elhombro del que esté delante.

Lelou tuvo que ponerse de puntillas

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para alcanzar los hombros de Louis, y elprincipillo se quitó el guante de becerroantes de tocar al hombre de las aguas,pero Eaumbre enterró los dedos conmucha determinación en los hombros deNerron, como queriendo recordarlecuánto daño podían causar.

Nerron estampó la bota en la tierrasobre la que, unos días antes, habíaestado Jacob Reckless… y olió sal en elaire.

Agua.Se estremeció.Confió en que no aterrizaran en ella

sumergidos hasta el cuello.

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25La segunda vez

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Tenían la cabeza. Jacob se sorprendió alsentirse ridículamente lleno de confianzacuando se alojaron en una pensión para,después de tanta agua fría, dormir almenos una noche en una cálida cama. Seapearon en St. Riquet, una ciudadpequeña cuyos estrechos callejonesprocedían de una época que había sidoolvidada largo tiempo atrás inclusodetrás del espejo. En la plaza delmercado había casas de paredesentramadas, cuyos tejados aún habíansido colocados por gigantes, y uncampanario cuya campana comenzaba arepicar antes de que la muerte se llevaraa uno de los habitantes.

Esa misma noche, Zorro fue en busca

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de una cuadra para conseguir caballos, yJacob telegrafió a Dunbar y a Chanutecon la esperanza de enterarse de algoque pudiera ayudarles en la búsqueda dela mano y el corazón. No estaba segurode lo que pensaría Dunbar de la noticia,que su teoría era correcta y que habíanencontrado la cabeza, pero quizá, almenos, se alegrara de saber que seguíancon vida. Jacob le mandó también untelegrama a Valiant para mantener alenano de buen humor. En cualquier caso,no le reveló nada de la cabeza, nitampoco dónde se encontraban en esemomento. Jacob no confiaba en ladiscreción de Valiant, y el enano ya seenteraría con suficiente antelación de

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que no tenía pensado vender la ballestaal mejor postor.

Era el primer día cálido de laprimavera, aunque la chica descalza delas flores que vendía prímulas en laesquina de una calle tenía frío seguro.Era tan delgada como un pajarillo ytenía el cabello rojo. Zorro apenas eramayor que ella cuando Jacob la encontrópor primera vez en su forma humana. Lecompró un ramo a la chica, porque sabíalo mucho que Zorro amaba las prímulas.Cogía las flores de la pequeña manocuando el dolor volvió a instalarse en supecho.

Era mucho peor que la primera vez.Jacob tropezó con la pared de la

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siguiente casa y apretó la frente contra lafría piedra mientras intentaba respirardesesperadamente. El dolor era tanterrible que casi se arrodilla para pedirclemencia a las hadas. Casi.

La niña lo miró asustada. Recogiólas flores que Jacob había dejado caer yse las tendió. Jacob apenas podíaextender las manos.

—Gracias —balbució con esfuerzo.Esbozó una sonrisa como pudo,

mientras dejaba en la mano de la chicaunas monedas de cobre. La niña lerespondió aliviada con una sonrisa.

La pensión estaba a tan solo unoscallejones de distancia, pero le costóregresar. El dolor persistió hasta abrir la

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puerta de su habitación. Echó el cerrojoantes de desabrocharse la camisa. Lapolilla tenía una segunda mancha en lasalas, y al nombre del hada solo lequedaban cuatro letras.

Empieza a contar, Jacob.Cogió un poco del polvo de Alma,

pero sus manos temblaban tanto que tiróla mayor parte.

Maldición, maldición…¿Dónde estaba Zorro? Conseguir un

par de caballos no podía llevar tantotiempo. Pero cuando llamaron a supuerta, solo apareció la hija más jovendel dueño.

—¿Monsieur?Había remendado su chaleco. Pasó

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la mano, casi de forma respetuosa, sobreel brocado antes de entregárselo. Elchaleco había sido un regalo de laemperatriz. El vestido de la chica ya lohabían llevado con seguridad sushermanas mayores. Cenicienta. Soloque, en este caso, la propia madre era lamalvada madrastra. Jacob había vistocómo manejaba a su hija menor. Y élhabía vendido el zapato de cristal de unaemperatriz. Quizá Dunbar tenía razón.Jacob seguía oyendo su colérica voz enel oído: «¡Vosotros, los cazadores detesoros, convertís la magia de estemundo en mercancía que solo lospoderosos se pueden permitir!».

La chica había hecho muy bien su

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trabajo. Jacob metió la mano en elpañuelo de oro. El tálero que salió eraaún más fino que el último, pero la chicamiró la moneda de oro incrédula, comosi en realidad le hubiera dado un zapatode cristal. Su mano estaba áspera decoser y limpiar, pero era delicada comola de un hada, y ella lo miró tannostálgica como si fuera el príncipe alque, con seguridad, esperaba desdehacía mucho tiempo. ¿Por qué no,Jacob? Algo de amor contra la muerte.A fin de cuentas, aún sigues con vida.Pero solo se preguntaba cuándoregresaría al fin Zorro.

La chica volvió a detenerse cuandoél le abrió la puerta.

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—Por cierto. He encontrado esto envuestro chaleco, señor.

La tarjeta de Earlking seguía siendoblanquísima. Salvo por las palabras quehabía escritas al dorso.

Olvida la mano, Jacob.

La chica se había marchado hacíarato, pero Jacob seguía allí de piemirando la tarjeta fijamente. La calentóentre las manos (no, no era un hechizode hada), la sumergió en el aceite paraescopetas (la forma más sencilla dedesenmascarar la magia de los zancudos

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saltarines o los leprechauns) y la frotócon hollín para descartar que se tratarade brujería. Seguía conservando sucolor blanco inmaculado y únicamentemostraba las cuatro palabras: «Olvida lamano, Jacob». Maldición, ¿quésignificaba aquello? ¿Que el goyl ya latenía en su poder?

Jacob ya había visto mucha magia deescritura: amenazas que, de pronto,saltaban a la piel de uno, notas que sellenaban de deseos cuando el viento lasondeaba delante de las botas, profecíasque se grababan en la corteza de unárbol. Magia de duendes, de zancudossaltarines, de leprechauns… travesuramágica que llenaba el aire de ese mundo

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como polen.Olvida la mano. ¿Y entonces?

• • •

Zorro regresó en el momento en que eldueño le estaba explicando a Jacob elcamino a Gargantúa. En la ciudad habíauna biblioteca que reunía todo sobre losreyes de Lothringen, y Jacob confiaba enencontrar allí indicaciones sobre lamano… o la noticia de que el goyl yahabía estado allí…

Decidió no contarle nada a Zorro dela segunda mordedura de la polilla.Parecía cansada y estaba extrañamente

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ausente. Al preguntarle, ella comentóque era por los caballos… no eran tanbuenos, en St. Riquet era más fácilcomprar unas buenas ovejas. Pero Jacobnotó que algo más le rondaba la cabeza.La conocía tan bien como ella a él.

—Vamos, suéltalo. ¿Qué sucede?Ella evitó su mirada.—Mi madre no vive lejos de aquí.

Me pregunto cómo estará.Eso no era todo, pero Jacob no

siguió insistiendo. Habían adoptadosiempre el sigiloso acuerdo de respetarlos secretos del otro… y el pasado eraun país que ninguno de los dos visitabacon agrado.

—No es un gran desvío. Me

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encontraría contigo esta noche enGargantúa.

Por un momento quiso pedirle quefuera con él. ¿Qué te pasa, Jacob? Porsupuesto, no lo hizo. Bastaba con que élmismo no hubiera visto a su madre hastaque había sido demasiado tarde. Habíasido demasiado fácil actuar como sisiempre fuera a estar allí. Lo mismo quela vieja casa y el piso lleno defantasmas.

—Claro —dijo él—. Me apearé enla fonda que está justo al lado de labiblioteca. ¿O quieres que te acompañe?

Zorro negó con la cabeza. No legustaba hablar de por qué se habíamarchado de casa. Todo lo que Jacob

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sabía era que el pelaje no había sido elúnico motivo.

—Gracias —respondió—, peroprefiero hacerlo yo sola.

Sí. Había algo más, pero su rostrono invitaba a Jacob a preguntar por ello.

—¿Cómo te sientes? —preguntóponiéndole la mano en el corazón.

—¡Bien! —Jacob ocultó la mentiratras su mejor sonrisa. No resultaba fácilengañarla, pero por fortuna existíandemasiados motivos para el agotamientoen su voz.

La besó en la mejilla.—Nos vemos en Gargantúa.Su piel seguía oliendo a mar.

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26El mejor

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No aterrizaron en el mar, sino en unaplaya de un color tan gris como elgranito molido. El hombre de las aguasse quejó de que las escamas le picaban,y Lelou juró que la magia le había hechocrecer las uñas, pero las huellas en laarena eran tan recientes que hasta unpríncipe podía seguirlas. Nerronpermitió que Louis se divirtiese hasta elprimer cruce, donde, a ojos inexpertos,el rastro se perdía entre las huellas delas ruedas de los carruajes. A Nerron leresultaba más fácil de leer que el posteindicador que había al borde de lacarretera. Reckless había tomado lacarretera hacia St. Riquet, un poblachode una ciudad pequeña cuyos habitantes

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habían sido pisoteados periódicamentepor gigantes. Aún podían encontrarse losenormes dientes en los campos dealrededor. El marfil tenía un precioconsiderable.

No fue demasiado difícil averiguaren qué pensión se había alojadoReckless con la zorra. Con su cara deinocente, el escarabajo logró inclusoque les revelaran el número dehabitación.

—¿A qué estamos esperando? —preguntó Louis, mientras el hombre delas aguas examinaba con gestoinexpresivo las ventanas cubiertas concortinas—. Vayamos a por el espía.

—¿Para que destruya la cabeza tan

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pronto entremos por la puerta? —preguntó Nerron haciéndoles señasimpaciente para que se dirigieran tras uncarruaje que estaba al borde de lacarretera—. ¡Tenemos que atraerle! —siseó—. Con un cebo.

Lelou le lanzó una mirada aguda.Oh, eso será difícil, Nerron. Pero

tenía que deshacerse de los tres por unashoras. Reckless le pertenecía. Además,no tenía la intención de ver tambiénbalancearse la cabeza del espantosocinturón de Louis.

—Necesitamos una chica —murmuró—, pero he oído que solo legustan las vírgenes. De cabellos de oro.A lo sumo de dieciocho años.

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Lelou se colocó bien las gafas. Erasiempre una señal de advertencia.

—¿Vírgenes? ¿No es ese el cebopara los unicornios? —gangueó.

—¿Pretendes darme clases de cazade tesoros? —le abroncó Nerron—.¡Pero estoy seguro de que sabes tanto deespías albiones como de historias sobrelos antepasados de Louis!

El escarabajo quiso objetar algo,pero Louis encontraba la misión tanatractiva como Nerron había esperado.

—Le encontraré una virgen al goyl—su sonrisa era tan engreída comocorrespondía a un príncipe—, pero lacabeza me pertenecerá después.

Lelou apretó los finos labios y

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Eaumbre lanzó a Nerron una miradacómplice antes de seguir a Louis. Unosminutos más tarde, los tres habíandesaparecido en los estrechoscallejones, y Jacob Reckless estaba tansolo a una pedrada de distancia.

• • •

Nerron se ocultó en la entrada de unportal que había frente a la pensión,pero tuvo que cambiar varias veces desitio, porque algún honrado ciudadanose detenía y lo miraba fijamente. Deseóque un escuadrón de la caballería goylentrara en el dormido callejón cuando

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vio salir a Reckless de la pensión conuna mujer. El color de su cabello noofrecía dudas: se trataba de la zorra. Eratan hermosa como se decía… aunque,por lo general, Nerron no sentíainclinación por las mujeres humanas. Sepreguntó si ella y Reckless formabanpareja. ¿Qué otra razón, si no, podíahaber para salir a cazar tesoros con unamujer, aun cuando se tratara de unamutadora de forma? Las mujeres eran, obien impenetrables, como el hada de laque Kami’en se había chiflado, odébiles como su propia madre, quehabía entablado relaciones con un ónix,convirtiendo a su hijo en bastardo. Aveces uno se empeñaba en amarlas, pero

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no se podía confiar en ellas, y, a fin decuentas, lo que uno deseaba no era sinosu piel de amatista. Qué más daba… Lazorra dirigió su caballo hacia el oeste,mientras Reckless tomaba la carreterahacia el sur. Genial. El hecho de queestuviera solo simplificaría el asunto.

El caballo que Nerron habíaalquilado encontraba su aspecto igual dealarmante que los ciudadanos de St.Riquet, y cuando finalmente se dejómontar, Reckless había desaparecido.Nerron lo alcanzó cuando entraba en unbosque que reemplazaba los pastos ycampos al sur de la ciudad. Agradecióla sombra de los árboles, y no soloporque casi lo volvía invisible. La luz

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del sol no le producía dolor en los ojosdesde que los había hecho hechizar poruna devoraniños, pero su piel seagrietaba cada vez más a pesar defrotarla con aceite cada día.

El bosque era uno de los antiguosbosques reales que habían servido a lanobleza de Lothringen como coto decaza largo tiempo. Ahora ellos tambiénsuministraban madera para las fábricas ypara las vías del tren, pero el bosquecrecía de forma casi tan espesa comoantaño, y eso le hizo recordar a Nerronlos bosques de piedra bajo tierra quellenaban las enormes cuevas de ramasde granate y hojas de la mismamalaquita que le veteaba la piel.

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No sacó la cerbatana hasta queReckless se adentró cabalgando entrelos árboles. El zarcillo que Nerroncolocó en la delgada caña de aceroestaba repleto de espinas tan afiladasque solo un goyl podía tocarlo sindesgarrarse la piel. Reckless cabalgóhacia el claro donde aterrizó el zarcillo,y este comenzó a crecer tan pronto tocóel suelo del bosque. Los zarcillosestranguladores crecían deprisa. Másdeprisa de lo que podía correr cualquierpresa.

Reckless tiró de las riendas delcaballo cuando se percató de lo que searrastraba hacia él. Quiso girarlo a lafuerza, pero los zarcillos ya subían por

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las pezuñas del animal. Se clavaron enla ropa de Reckless y rodearon susbrazos, mientras su caballo seencabritaba. Casi le pisotea cuando loszarcillos lo derribaron de la silla.¡Cuidado! Nerron lo quería con vida.

Ató su caballo entre los árboles. Elestúpido rocín seguía teniéndole miedo.El caballo de Reckless se había podidoliberar. Trotaba en sentido contrario,sangrando y tembloroso, cuando le salióal paso. Nerron lo capturó y metió lamano en la mochila que colgaba de lasilla. La cabeza estaba dentro de unabolsa engañosa. Por supuesto. Solo loschapuceros iban de acá para allá con subotín a la vista.

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Reckless casi había desaparecido.Los zarcillos habían formado un capulloespinoso a su alrededor. Nerron logróabrirlos hasta liberar el rostro de supresa. Reckless había perdido elconocimiento. Los zarcillosestranguladores asfixiaban a susvíctimas deprisa, pero abrió los ojoscuando Nerron le golpeó en la cara.

Nerron levantó la bolsa engañosa:—¡Muchas gracias! Estoy realmente

feliz de no haber tenido que subir a unbarco. ¿Dónde crees que debería buscarel corazón?

Reckless intentó incorporarse, apesar de que los zarcillos le clavabanlas espinas en la blanda carne. Los

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lobos olerían pronto su sangre. Habíauna manada con mala fama en aquelbosque, que un noble había alimentadocon sus enemigos, acostumbrándolos deesa manera a la carne humana.

—Aunque lo supiera… ¿por qué ibaa revelártelo?

Los ojos grises miraban vigilantes,pero en ellos no se apreciaba demasiadotemor. Eso era lo que decían de él:«Reckless no teme a nada. Se considerainmortal».

Nerron se ató la bolsa engañosa alcinturón.

—Si me lo revelas, te mataré antesde que los lobos te devoren.

Oh, sí, sentía miedo, aun cuando lo

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ocultara bien. Pero no le importaba. Eraenvidiable. Nerron aborrecía tenermiedo. Miedo del agua. Miedo de otros.Miedo de sí mismo. Los combatía conrabia, pero eso solo los hacía crecermás, como un animal al que se alimenta.

—Ya tengo la mano —no pudoresistirse a esa pequeña presunción.Había tenido que escuchar condemasiada frecuencia historias sobre lasgloriosas proezas de Jacob Reckless.

—Genial —la cara de su competidorse volvió blanca de dolor cuando intentóde nuevo incorporarse—. Entoncespodré robártela cuando vaya en busca dela cabeza.

—¿De veras? —Nerron llevaba esa

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vez guantes, que lo habían protegidoantes de ese tipo de magia negra. Aunasí, el dolor le atravesó el hombrocuando sacó la cabeza de la bolsa. Losojos estaban cerrados, la bocaligeramente abierta, y Nerron devolviórápidamente la cabeza a la bolsa antesde que dijera algo. Hasta un brujomuerto podía tener un conjuro en lapunta de la lengua.

Se metió la bolsa engañosa en elbolsillo de la chaqueta. Su piel delagarto habría protegido la piel humanade Reckless mucho mejor que la tela conla que estaba confeccionado su abrigo.Blanda como su piel e igual de fácil dedesgarrar.

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—Antes de que todos tusconocimientos sean digeridos por unlobo… ¿cómo te las ingeniaste pararobarle a la devoraniños de Moulin lacaperuza roja? Cuentan que ya te teníaen su horno.

—Te lo desvelaré si me dices cómoencontraste el mirlo blanco. Lo busquédurante meses. —Reckless intentóliberar una mano, pero los zarcillosestranguladores eran ataduras muyfiables—. ¿De verdad su trinorejuvenece?

—Sí, pero el efecto apenas dura unasemana. Mi cliente pagó antes dedescubrirlo.

Nerron se frotó la piel mellada. Le

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dolía incluso a la sombra de los árboles.Cuando esa búsqueda acabara, iba anecesitar con urgencia unos meses bajotierra. Pero aún había una pregunta quedeseaba hacer.

Sacó el cuchillo.—Solo por curiosidad… Te prometo

que te llevarás la respuesta a la tumba o,mejor dicho, al vientre de un lobo.¿Dónde has escondido a tu hermano depiel de jade?

¡Ya ves! Existía un camino a travésde la engreída máscara.

—Will. Así se llama, ¿no? —Nerronse inclinó sobre su prisionero y cortó unbrote del zarcillo que se habíaenroscado alrededor de su blando

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cuello. Las bayas estranguladoras eransiempre de utilidad—. ¿Sabes que losónix han encomendado a cinco de susmejores espías buscarlo?

Reckless seguía con la mirada cadauno de sus movimientos. Volvía adominarse, pero los ojos humanos eranmás traicioneros que los de un goyl. Suestado de vigilancia revelaba lo quenegaba su silencio. Sí, los rumores eranciertos: el goyl de jade que habíasalvado a Kami’en la piel de piedra erael hermano de Jacob Reckless.

—¿Dónde está? —Nerron envolvióel retoño recién cortado con el pañuelo,en el que aún quedaban pegadas unasespinas del viejo zarcillo—. Con la

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plata que los ónix han gastado hastaahora en la búsqueda, tú y yo podríamoscomprarnos un palacio en Loutis, y sinembargo aún no han encontrado el menorrastro de él. Debe de tratarse de unescondite realmente excelente.

Reckless sonrió.—Si me quitas estas ataduras de

espinas, quizá te lo enseñe.Oh, a Nerron le gustaba… en la

medida en que podía gustarle alguien.En la práctica, esa sensación sepresentaba rara vez. Su madre era laúnica persona a la que había ofrecidoafecto sin haberlo pedido. El lujo deamar se pagaba con demasiado dolor.

—No —dijo—. Mejor no. Ya no hay

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quien soporte a los ónix. Por no decir loque pasaría si el goyl de jade ayudara auno de ellos a conseguir la corona de Kami’en.

—¿Ah, sí? —preguntó Recklessconteniendo un gemido. Entretanto lasespinas debían de haberlo pinchado—.¿Qué crees que pasará si les encuentrasla ballesta?

Buen intento.Nerron metió el pañuelo con el

zarcillo en el bolsillo.—El nombre del cliente es secreto

profesional, ¿no? —ya oía a los lobosentre los árboles—. Yo tampoco tepregunto para quién estás buscando laballesta.

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Le brindó a su adversario una últimasonrisa.

—Estoy realmente feliz de quenuestros caminos se hayan cruzado deesta forma. Estaba tan harto de oírsiempre que eres el mejor de nuestrogremio. Mucha suerte con los lobos. Alo mejor aún se te ocurre algo.¡Sorpréndeme! No suelen dejar muchosdesperdicios y sería una pena que lazorra se pasara el resto de su vidabuscándote.

Nerron se subió al caballo cuando elprimer lobo se acercó a Reckless. Losotros vendrían pronto pero, a diferenciade los lores de ónix, no consideraba losgritos de dolor especialmente

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entretenidos.Además, con seguridad Louis había

encontrado una virgen entretanto.

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27Una casa a orillas del

pueblo

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La casa tenía un aspecto aún másmiserable de lo que recordaba. Murosde piedra en los que anidaba el moho. Elolor a paja putrescente y estiércol decerdos… La pesca enriquecía a algunoshombres en esa costa, pero su padrehabía preferido siempre llevar su dineroa las tabernas antes que a casa. Padre.¿Por qué le sigues llamando así,Zorro? Tenía tres años cuando su madrese casó con él. Dos años y dos mesesdespués de la muerte de su padrebiológico.

Del manzano que había detrás delportal, al que había trepado tan a

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menudo porque el mundo daba menosmiedo cuando se observaba desde loalto, solo quedaba un tocón. Aquellavista casi le hace volver el caballo,pero, como cada primavera, su madrehabía plantado prímulas delante de lacasa. Las flores de color amarillo pálidole recordaron a Zorro todas las cosasbuenas que había vivido gracias a elladetrás de esos gastados muros. Que algotan frágil como una flor pudiera ofrecerresistencia al viento y al mundo le habíasorprendido de niña una y otra vez.Quizá su madre había plantado lasprímulas precisamente para enseñárseloa ella y a sus hermanos.

Zorro pasó la mano sobre el ramo de

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flores que estaba prendido en su silla demontar. Las flores se habían marchitadohacía tiempo, pero eso no las hacíamenos hermosas. Jacob se las habíaregalado. Por un instante, las floressecas le dieron la sensación de queJacob estaba con ella. Sus dos vidas,unidas por la misma flor.

El portal estaba abierto, comoentonces, cuando ellos la habían echado.Sus dos hermanos mayores y supadrastro. Habían intentado quitarle lapiel. Zorro se la había arrancado de lasmanos y había salido corriendo. Loshematomas de las piedras que le habíantirado tardaron semanas en desaparecera pesar de la piel. Su hermano menor se

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había escondido dentro de la casa juntocon su madre. Ella había mirado por laventana, como queriéndola sujetar conlos ojos, pero no había protegido a suhija. ¿Cómo iba a hacerlo? Si ni siquieraera capaz de protegerse a sí misma.

Mientras Zorro se dirigía a la puerta,le pareció ver a su yo más jovencorretear por el patio con el cabellorojo trenzado y las rodillas siemprellenas de moratones. Celeste, ¿dóndehas estado otra vez?

Había estado con Jacob en cuevasde ogros y en hornos de brujas negras,pero de ningún sitio se había marchadocon tantas ganas como de ese. Nisiquiera el amor que sentía por su madre

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había conseguido llevarla de vuelta acasa. Lo que la había hecho regresar erael que sentía por Jacob.

Vamos, llama ya a la puerta,Celeste. No estarán aquí. No a estahora.

El pasado la embistió tan pronto sumano rozó la madera de la puerta.Engulló toda la confianza y la fortalezaque el pelaje y los años lejos de allí lehabían proporcionado. ¡Jacob! Zorrotrajo a la memoria su rostro para que lerecordara el presente y a esa Zorro enque se había convertido.

—¿Quién está ahí?La voz de su madre. El pasado es un

animal tan gigantesco. Las canciones que

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le había cantado en voz baja antes dedormir… Los dedos en su cabellocuando le había hecho trenzas… ¿Quiénestá ahí? Sí, ¿quién?

—Soy yo. Celeste.El nombre sabía a la miel que Zorro

había robado de niña a las salvajesabejas, y a las ortigas que le habíanquemado las piernas desnudas.

Silencio. ¿Estaba su madre detrás dela puerta oyendo los golpes de laspiedras? ¿En el patio y en su piel?Pareció transcurrir una eternidad antesde que abriera el cerrojo.

Había envejecido. El largo cabellonegro se había vuelto gris y su bellezacasi había desaparecido, como si los

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años se la hubieran lavado del rostrocada vez un poco más.

—Celeste… —pronunció el nombrecomo si hubiera estado esperando en suslabios todos esos años, como unamariposa que no había espantado.Agarró sus manos antes de que Zorropudiera retroceder. Le acarició elcabello y le besó la cara. Una y otra vez.La sujetaba, como queriendo recuperartodos los años que no la había sujetado.Después tiró de ella para que entrara enla casa. Echó el cerrojo. Las dos sabíanpor qué.

La casa seguía oliendo a pescado y ahúmedos inviernos. La misma mesa. Lasmismas sillas. El mismo banco junto al

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horno. Y delante de la ventana, soloprados y vacas pintas, como si el tiempose hubiera detenido. Pero Zorro habíapasado cabalgando junto a muchas casasdeshabitadas. La vida era dura cuandose dependía de la tierra y el mar paraalimentarse. La ruidosa promesa de lasmáquinas era tan tentadora: todo podíahacerse con la mano del hombre y nohabía que temer más al viento ni alinvierno. Pero el viento y el inviernohabían hecho a los hombres.

Zorro agarró el cuenco de sopa quesu madre le había empujado.

—Estás bien —no era una pregunta.En su voz había alivio. Alivio. Culpa. Ytanto amor desamparado. Pero no era

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suficiente.—Necesito el anillo.Su madre dejó la jarra de leche con

la que le había llenado un vaso.—Aún lo tienes, ¿verdad?Su madre no respondió.—¡Por favor! Lo necesito.—Él no habría querido que te lo

diera —le dijo mientras empujaba laleche—. ¡No sabes cuántos años tequedan por delante!

—Soy joven.—Él también lo era.—Pero tú sigues con vida y eso es

todo lo que él quería.Su madre se sentó en una de las

sillas, en las que había pasado tantas

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horas de su vida remendando ropa,meciendo niños…

—Así que amas a alguien. ¿Cómo sellama?

Pero Zorro no quería pronunciar elnombre de Jacob. No en esa casa.

—Le debo la vida. Eso es todo.No lo era, pero su madre no lo

comprendería.Se apartó el cabello gris de la cara.—Pídeme otra cosa.—No. Y sabes que me lo debes.Las palabras salieron antes de que

Zorro pudiera contenerlas.El dolor en el cansado rostro hizo

que olvidara toda la rabia que sentía. Sumadre se levantó.

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—No tendría que haberte contadonunca esa historia —dijo estirando elmantel con las manos—. Solo quería quesupieras qué tipo de hombre era tupadre.

Volvió a estirar el mantel con lasmanos, como si pudiera borrar lo que lavida volvía difícil. Después se dirigiótitubeando al arca, donde guardaba lopoco que denominaba suyo. La caja demadera que sacó estaba revestida deencaje negro. El encaje del vestido deluto que había llevado durante dos años.

—Quizá yo también habríasobrevivido a la fiebre aunque no mehubiera puesto el anillo —dijo mientrasabría la caja.

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El anillo que había dentro era decristal.

—Lo necesito para algo más que unafiebre —dijo Zorro—, pero te prometoque solo lo utilizaré si no queda másremedio.

Su madre sacudió la cabeza y agarrócon fuerza la caja, pero de repente aguzólos oídos.

Pasos y voces fuera. A veces, si elmar estaba demasiado agitado, loshombres regresaban antes de la pesca.

Su madre miró hacia la puerta. Zorrole quitó la caja de la mano. Seavergonzó del miedo que vio en elrostro de su madre. Pero no solo habíamiedo, también amor. Siempre había

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amor, incluso hacia el hombre quepegaba a sus hijos.

Zorro abrió el cerrojo cuando llamóa la puerta. Deseó tener los dientes de lazorra, pero quería mirar a su padrastro alos ojos. Apenas le había llegado a loshombros cuando la había echado.

No era tan grande como lorecordaba. Porque eras más pequeña,Celeste. Él había sido un gigante y ella,una enana. El gigante que destruía todolo que le salía al paso. Pero ahora eratan alta como él y él había envejecido.Su rostro estaba, como siempre, rojo,del vino, el sol y la rabia. Rabia haciatodo lo que se moviera.

Tardó un momento en comprender a

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quién tenía delante. Retrocedió comoante una serpiente, y su mano se aferróal palo en el que se apoyaba. Siempretenía palos al alcance de la mano. Palos,cinturones… Había arrojado botas yleños a Zorro y a sus hijos, como sifueran ratas que se hubieran escondidodetrás de su horno.

—¿Qué haces aquí? —le abroncó—.¡Largo!

Quiso agarrarla, igual que lo habíahecho antaño, pero Zorro lo apartó de unempujón y le arrancó el palo de la mano.

—Déjala pasar —la voz de la madretemblaba, pero al menos esa vez habíadicho algo.

—Apártate de mi camino —dijo

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Zorro al hombre que había tenido quellamar padre, aunque le había enseñadoa detestar esa palabra.

Él levantó los puños. Cuántas vecessus ojos se habían quedado enganchadosa esas manos, temerosos de que lamorena piel se volviera blanca alapretar los nudillos. A veces lo veía ensus sueños. Con el hocico de un lobo.

Zorro pasó junto a él sin decir nadamás. Quería olvidar que existía.Imaginarse que se había marchado undía como el padre de Jacob o que sumadre nunca se había vuelto a casar.

—Regresaré —le dijo a su madre.Cuando Zorro se dirigió al portal, su

madre estaba de pie junto a la ventana.

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Como entonces. Y, al igual que entonces,los tres le cerraron el paso, su padrastroy sus dos hijos. Él había recuperado elpalo y su hijo mayor sostenía unahorquilla de estiércol en la mano.Gustave y René. Gustave miraba con unacara más inexpresiva que antaño. Renéera más inteligente, pero hacía lo queGustave le decía. Él había tirado laprimera piedra.

Mutadores de forma. Nadie mejorque Zorro comprendía cómo se habíasentido el hermano de Jacob cuando lehabía crecido la piel de jade, pero, alcontrario que él, ella siempre habíallevado puesto el pelaje de formavoluntaria.

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—¡Venga, vamos! ¡Búscate unapiedra! —le saltó a René—. ¿O estásesperando a que te lo diga tu hermano?

Él bajó la cabeza y miró nervioso lapistola que Zorro llevaba en el cinturón.

—¡Lárgate ya! —gritó su padrastrocerrando los ojos miopes.

Ya no sentía miedo de él. Era unasensación embriagadora.

—¿Dónde está Thierry? —preguntó.Tenía un hermano.Gustave se limitó a mirarla de forma

hostil. Su camisa estaba manchada desangre de pescado.

—Está en la ciudad —respondióRené.

—¡Cierra el pico! —le abroncó el

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padre.No había sido fácil ser la hijastra,

pero su hermano menor lo había tenidoigual de difícil. Thierry le habíaenvidiado a Zorro el pelaje, y ella sealegraba de que él también hubieralogrado escapar.

—Ya sabéis lo que dicen de losmutadores de forma —dijo levantandola mano—: ¡a todo aquel que toque lecrecerá una piel! ¿Quién quiere ser elprimero?

Plantó la mano en el pecho de supadrastro con tal fuerza que durante díasregistraría su piel en busca de pelajerojo. Gustave tropezó maldiciendo yZorro desapareció de la puerta antes de

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que los tres pudieran armarsenuevamente de valor. Mientras subía alcaballo, recordó cómo había dadotumbos por los prados, sollozando ysangrando, el pelaje apretado contra elpecho. Esta vez tomó la carretera. Sevolvió una vez más hacia la ventana trasla que estaba su madre, pero solo vio elcielo reflejado en el cristal y lasprímulas junto a la puerta.

• • •

Hizo otro alto antes de tomar el caminohacia Gargantúa. La casa estabadesmoronada y la tumba que había a la

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sombra del ruinoso muro del jardín sehabía cubierto de tanta vegetación que lalápida se elevaba sobre un nido deraíces y hierba seca. Un arbusto deavellano había esparcido sus frutosdelante de ella. Las ramas estabancubiertas de amentos y unas avellanasdel último otoño yacían aún debajo. Enel nombre grabado de su padre crecía unmusgo tan denso que, sobre la piedragris, las letras se habían vuelto de colorverde: Joseph Marie Auger.

Zorro había ido allí con frecuencia.Había arrancado la hierba de la húmedatierra, había dejado flores sobre lapiedra y, en la casa desmoronada, habíabuscado la vida que ella y su madre

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habrían podido llevar. Allí se le habíaaparecido por primera vez la zorra, y enel bosque que lindaba con el muroderruido, la había salvado, a ella y a suscachorros, de sus hermanos.

—Sé que hace mucho que no vengo—dijo—. Le he pedido el anillo amamá. No estoy segura de que hayaaprovechado bien tu regalo. A vecesdesearía que la hubieras dejado morir yque te hubieras quedado con los añosque le diste. Algo así solo se dice juntoa una tumba, pero sienta bien decirlo.Quizá tú habrías podido protegerme. Heencontrado a alguien que lo ha hecho enlos últimos años. No hay nadie a quiename más. Ha cuidado de mí muchas

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veces, pero ahora me toca a míprotegerlo.

Zorro recogió las avellanas quereposaban sobre la tumba y las guardóen el bolsillo. Después subió al caballo.El sol ya estaba muy bajo y Jacob nopodía esperar.

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28Espinas y dientes

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El aliento del lobo olía a la carnepodrida que le colgaba entre los dientesy sus ojos eran casi tan dorados comolos de los goyl. Jacob había oído hablarde los lobos de esa región. Al parecer,sacaban a sus víctimas incluso de lascamas y de los salones. Quéimportaba… Jacob sabía que lasituación pintaba de color negro.Después de todo, morir ahogado quizáno hubiera sido una muerte tan mala.

Entretanto lo rodeaban cinco. Intentóliberar una mano para llegar a sucuchillo, pero las bayas estranguladorasle clavaron las espinas en la carne deuna forma tan implacable que el dolor learrancó un grito contenido.

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Grita, Jacob. ¿Por qué no? Quizá teoiga Zorro. No. Probablementeesperaba ya en Gargantúa. ¿Qué haría siél no volvía? Buscarle, como habíadicho el goyl, pero seguramente no todala vida. La zorra averiguaría enseguidalo que había sido de él. Aquelpensamiento casi era un consuelo.

Uno de los lobos le pasó la lenguapor la cara, como queriendo degustarlo.Jacob intentó liberar al menos unapierna para poder propinarles unapatada, pero las espinas solo seenterraron aún más profundamente en sucarne. ¡Maldición, Jacob, piensa enalgo!

Se quedaron quietos.

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El más grande se relamió el hocicogris.

El preludio tenía un fin.Jacob se echó a un lado. Oyó dientes

mordiendo en el vacío. El siguiente seensañó con los zarcillos, pero suprotección no resistiría mucho tiempo.Jacob intentó desesperadamenterecordar todo lo que sabía sobre lasbayas estranguladoras. Él mismo lashabía utilizado para detener a susperseguidores, pero nunca paraatraparlos. Un lobo se ensañó con loszarcillos que trepaban por sus costillas.Otro logró abrir los que le ataban laspiernas.

¡Bayas estranguladoras, Jacob!

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¿Has olvidado lo que más les gusta?Aunque seguía resultando muy

doloroso, volvió a echarse a un lado yotro, y se revolcó en el suelo delbosque. Los lobos lanzaron ladridosrabiosos, mientras las espinas ledesgarraban la piel.

Sangre. Nada les gustaba más a lasbayas estranguladoras. Peronaturalmente también volvía mássalvajes a los lobos. El siguiente mordiócon tal decisión que sus dientesencontraron carne. Jacob lanzó un gritocuando estos se enterraron en sucostado, pero a los zarcillos también lesgustaba su sangre y comenzaron a crecer.

Nuevos brotes salieron disparados

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hacia los lobos, lignificándose aúnmientras crecían. Se aferraron a suspelajes y rodearon a Jacob formando uncapullo cada vez más tupido. Le costabarespirar y su ropa estaba pegajosa porsu propia sangre, pero los lobos noconsiguieron atraparlo más. Aullaron derabia y clavaron los dientes una y otravez en la espinosa maleza, aunque loszarcillos los rodeaban también a elloscon mayor firmeza cada vez. Jacobrespiraba con dificultad. Sus dedosencontraron el mango de su cuchillo,pero simplemente no podía mover losuficiente las manos como parasujetarlo.

El lobo líder se detuvo. Jadeaba

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ávido de la carne, que tanexquisitamente olía a sangre y sudorfrío.

Después mordió los zarcillos que sehabían enroscado en el cuello de Jacob.Jacob intentó desesperadamente darse lavuelta, pero el trenzado que lo protegíalo sujetaba con fuerza, como hilos dearaña a una mosca atrapada. Unamordedura más y el jadeo del loboacariciaría su indefensa piel. Jacobcreía estar sintiendo ya los dientes en lagarganta cuando…

Nada.Ni un cartílago astillado. Ningún

estrangulamiento ahogado en su propiasangre. En su lugar, un gemido agudo. Y

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la estridente voz de un hombre.A través de los zarcillos, Jacob vio

unas botas y la hoja de una espada. Unlobo cayó con la garganta abierta, unsegundo se liberó de los zarcillos yatacó, pero la hoja lo mató en el salto.Los otros retrocedieron. Finalmente unoemitió un ladrido de decepción y sedieron a la fuga, el pelaje repleto deespinas.

Su salvador se dio la vuelta. Apenasera mayor que Jacob. Su espadaatravesaba los zarcillos sin esfuerzo,como un abrecartas el papel. No habíamuchas hojas que funcionaran tan biencon las bayas estranguladoras. Elextraño reunió una a una las espinas de

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los guantes, mientras Jacob se liberabade los zarcillos cortados. Su ropa eratan buena como su espada. El cuello desu chaqueta estaba adornado con la pielde un zorro negro. En Lothringen, solo ala alta nobleza le estaba permitidocazarlos.

El príncipe de un cuento de hadas.Tenía el mismo aspecto.

Genial. Alégrate de que noestuviera ocupado salvando aBlancanieves, Jacob. La última vez quese había sentido tan ridículo había sidocuando, en el patio de la escuela, unprofesor le había tenido que liberar delestrangulamiento de una chica.

—Las bayas estranguladoras son

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realmente raras en esta región —dijo susalvador ayudándole a ponerse de pie—. ¿Os han mordido los lobos?

Dale las gracias, Jacob. Venga,vamos.

—No es para tanto —dijopalpándose la herida en el costado—.¿Cómo habéis conseguido que se dierana la fuga tan deprisa?

Déjalo. Hablas como si hubierasido él quien te ha echado los lobos alcuello. El orgullo era una pesada carga.Pero su salvador se limitó a encogersede hombros.

—Mis posesiones están situadas enla proximidad de Champlitte. Allítuvimos problemas con bestias

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considerablemente más grandes queestas —dijo tendiéndole la mano aJacob—. Guy de Troisclerq.

Jacob se limpió la sangre de losdedos.

—Jacob Reckless.Cazador de tesoros e idiota

redomado. Apenas podía tenerse en pie.Troisclerq señaló su ropa

desgarrada:—Deberíais bañaros en una

decocción de corteza, de lo contrario lasheridas se infectarán. Estas espinas sonpérfidas.

—Lo sé.¡Jacob!Se obligó a esbozar una sonrisa.

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—Supongo que habéis sido vosquien me ha salvado la vida.

Troisclerq arrojó los zarcilloscortados al centro del claro.

—Estaba en el momento preciso enel lugar adecuado. Eso es todo.

Caballeroso incluso. ¡Déjalo ya,Jacob! ¿Qué culpa tiene de que cayerascomo un principiante en la trampa deun goyl?

El encendedor que Troisclerqsostenía junto a los zarcillos era uno delos primeros que Jacob veía tras elespejo. Costaban una fortuna. Se quitóuna rama del cabello y la arrojó alfuego. Seguía viva, pero la cabeza habíadesaparecido.

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La mordedura en el costadoproducía un dolor tan atroz que tuvo quepedirle a Troisclerq que capturara sucaballo. La vista de su mochilasaqueada lo llenó de tanta rabiadesamparada que lo que más le hubieragustado hacer habría sido perseguir acaballo al bastardo. Pero su noblesalvador tenía razón: tenía que tratarsela mordedura y desinfectar su pielagujereada, de lo contrario sufriría unainfección de sangre. Además, Zorro loesperaba en Gargantúa.

Al menos logró subir a la silla demontar sin necesidad de que Troisclerqtuviera que ayudarlo. El caballo blancoque montaba su salvador hacía que todos

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los caballos que Jacob había poseídohasta ese momento se parecieran al jacoque le había comprado al carnicero.

—¿Adónde os dirigíais?—A Gargantúa.—Estupendo. Yo también voy allí.

Quiero coger la diligencia nocturna aVena.

Estupendo. Exactamente lo que éltambién tenía previsto hacer. Confiabaen que su salvador no le contara a losotros viajeros cómo se habían conocido.El corazón al este. Debía encontrarloantes que el bastardo o habría dadoigual que se hubiera dejado devorar porlos lobos.

Jacob lanzó una última mirada al

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claro en el que el goyl lo había atrapadocomo a un conejo. El camino de vuelta aAustrien era largo y el rostro deTroisclerq le recordaría su estupidezdurante todo el viaje.

—¿Reckless? —preguntó Troisclerqacercando el caballo blanco a su lado—. ¿No sois el cazador de tesoros queha trabajado para la emperatrizaustriena?

Jacob enrolló las riendas alrededorde los dedos agujereados.

—El mismo.Y el idiota que se había dejado

robar como un chapucero.

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29Un nuevo rostro

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En la fonda en la que Zorro debíaencontrarse con Jacob, ya se habíanalojado una vez. En aquel entonceshabían buscado en Gargantúa unachaqueta de piel de asno que ocultaba delos enemigos a quien la llevara puesta.Le Chat Botté no solo se hallaba junto ala biblioteca que Jacob deseaba visitar,también a la sombra del monumento quela ciudad había erigido a los gigantes,cuyo nombre había recibido. Su imagenera casi tan alta como un campanario yatraía a viajeros de los países máslejanos, pero Zorro no tenía ojos para sucabello de plata o los ojos de cristalazul, que al parecer se movían de noche.Añoraba el rostro de Jacob. Su viaje al

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pasado solo había vuelto a evidenciarque él era el único hogar que tenía.

El comedor de la taberna Le ChatBotté estaba considerablemente máslimpio que el de El Ogro de Chanute.Manteles y velas, espejos en las paredesy camareras con delantales devolantes… El dueño se jactaba de haberconocido en persona al legendario gato.En prueba de ello, colgaban, junto a lapuerta, dos botas desgastadas, queapenas le habrían cabido a un niño, ycualquier cazador de tesoros sabía queel Gato con Botas había sido tan grandecomo un adulto.

El dueño lanzó una miradacompasiva a la ropa masculina de Zorro

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antes de buscar el nombre de Jacob en ellibro de invitados.

—¿Mademoiselle? —el hombre quese levantó de una de las mesas era tanhermoso que algunas mujeres sevolvieron para mirarlo, pero Zorro solose fijó en la piel negra de su cuello.

Se detuvo frente a ella y pasó lamano sobre la piel.

—Un regalo de mi abuelo —dijo—.Personalmente no encuentro placer enese tipo de caza. Estoy siempre del ladodel zorro.

Su cabello era negro como lassombras del bosque, pero sus ojos erancasi tan celestes como un cielo estival.El día y la noche.

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—Jacob me ha pedido que osbuscara. Está en el médico… ¡seencuentra bien! —añadió cuando Zorrolo miró con gesto de preocupación—.Ha tropezado con bayas estranguladorasy unos lobos. Por suerte nuestroscaminos se cruzaron.

Se inclinó y le besó la mano.—Guy de Troisclerq. Jacob os ha

descrito con acierto.La consulta del médico no estaba

muy lejos. Troisclerq indicó a Zorro elcamino. Lobos y bayasestranguladoras… En realidad, Jacobsabía cómo mantener alejados a loslobos, y a las bayas estranguladoras selas creía erradicadas desde que, en

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Lothringen, la ley obligara a quemarlas,después de que una sobrina del reyencorvado hubiera muerto por su culpa.A mitad de camino, Jacob salió alencuentro de Zorro con las manosvendadas y la camisa manchada desangre. Pocas veces lo había visto tanrabioso.

—El bastardo tiene la cabeza.Torció el gesto de dolor al abrazarla

y no resultó fácil sonsacarle lo quehabía ocurrido exactamente. Su orgulloherido, al menos, reemplazaba por elmomento los pensamientos sobre lamuerte, pero Zorro no podía pensar enotra cosa. Toda la prisa, el peligro, eltiempo que les había costado encontrar

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la cabeza… ¡en vano! Tenían las manosvacías. Por un momento se sintió malpor el miedo y cerró con fuerza la cajaque tenía en el bolsillo, entre sus dedos.

—¡También tiene la mano!Jacob levantó la mirada hacia el

monumento. En las orejas del giganteanidaban bandadas de pájaros, peroZorro estaba convencida de que, enlugar de la piedra cincelada, Jacob noveía más que el oscuro rostro de ónixdel bastardo.

—Maldito canalla —soltó—.Encontraré el corazón antes que él ydespués iré en busca de la cabeza y lamano. Hoy cabalgaremos hacia Vena.

—Es imposible que puedas cabalgar

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tan lejos. Troisclerq dice que uno de loslobos te mordió en el costado.

Incluso un buen caballo necesitaríaal menos diez días para llegar a Vena.

—¿Ah, sí? ¿Y qué más te hacontado?

—¡Nada más!Oh, su orgullo. Probablemente

habría preferido que los lobos ledevoraran a salvarse con la ayuda de unextraño.

—¿Por qué tenemos que ir a Vena?¿Has sabido algo de Chanute o Dunbar?

—Sí, pero lo que ellos sabentambién lo sé yo. La hija de Gismundoestá enterrada en Vena, en el mausoleode la familia imperial. Es el único rastro

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que tengo.No era mucho y Jacob lo sabía.—Esta noche sale una diligencia.—¡Necesitaremos al menos dos

semanas! Sabes que las diligenciasparan en cada fonda. Y seguramente elgoyl está ya de camino.

Los dos sabían que tenía razón. Auncuando sobornaran al cochero,necesitarían más de diez días. Elbastardo llegaría con seguridad a Venaantes que ellos. Solo podían confiar enque no encontrara el corazón, perotambién había sido rápido con la mano.

Jacob se tocó el costado herido y,por un momento, Zorro vio algo en surostro que jamás había visto. Se rendía.

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Solo por un fugaz instante, pero esemomento le causó más miedo quecualquier otro.

—Descansa —dijo acariciándole elrostro agujereado—. Compraré losbilletes para la diligencia.

Jacob se limitó a asentir con lacabeza.

—¿Cómo está tu madre? —preguntócuando ella se dio la vuelta.

—Bien —respondió Zorro cerrandola mano alrededor de la caja que teníaen el bolsillo.

Tenía tanto miedo por él.

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30Nada funciona

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Ocho personas en una diligencia conmala suspensión, que olía a sudor y aguade colonia: un abogado de St. Omar consu hija, dos institutrices de Arlas que sepasaban todo el viaje bordando a pesarde pincharse los dedos a cada bache, yun sacerdote que intentaba convencer atodos de que los goyl proveníandirectamente del diablo. Jacob deseóestar en el Bosque Negro, en la BodaSangrienta, a bordo del hundidoTitania… y no llevaban más que tresdías de viaje.

Los táleros que el pañuelo de oroproducía eran cada vez más lastimosos,pero el cochero había aceptado ensoborno la moneda de ojos brillantes. A

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fin de cuentas, comparado con el dinerode cobre que se le pagaba, incluso eloro fino como el papel valía una fortuna.El tálero lo estimuló tanto que los demáspasajeros se quejaron de la falta dedescanso, y cinco días después, se lesrompió una rueda en un barranco.Necesitaron horas para quitarles losarreos a los caballos y conducirlos porla helada carretera hasta la siguienteestación de diligencias. Jacob no estabaseguro de qué era peor: su costadodolorido o la voz en su cabeza. Teníasque haber cogido un caballo. Lo másseguro es que el bastardo esté ya enVena. Estás muerto, Jacob…

El jefe de la estación de diligencias

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se negó a enviar a sus mozos a repararla rueda de noche y les habló deespíritus de los bosques y duendes queal parecer vivían en el barranco. Exigióuna fortuna por la fría habitación en laque los alojó, y solo mandó a sucocinero a la cocina cuando Troisclerqarrojó una bolsa de plata sobre sureluciente mostrador. Troisclerq pagópor todos. Se ocupó de que encendieranel fuego de la taberna y, cuando Zorro sequitó tiritando la nieve del cabello, lecubrió los hombros con su abrigo. AJacob no le pasó inadvertida la miradade agradecimiento que ella le lanzó.Llevaba puesto un vestido que habíacomprado en Gargantúa mientras ellos

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habían esperado en la carroza, y Jacobse sorprendió preguntándose si se lohabía puesto para su salvador.

No es que Troisclerq no se hubieraocupado también de él. Cuando se diocuenta de que Jacob se presionaba elcostado mordido cada vez con másfrecuencia, le tendió dos pastillasnegras. Caramelos de brujas. No todo elmundo las llevaba consigo. Lasfabricaban las devoraniños… era mejorno preguntar con qué ingredientes.¿Cómo accedía alguien con ropa ymaneras tan nobles a los caramelos debrujas? Probablemente del mismo modoque ha aprendido a cazar una manadade lobos, Jacob. Además, Lothringen

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rebosaba de oscuras brujas desde que elencorvado les había concedido asilo enagradecimiento a su reciente regreso.

Las pastillas actuaban aún mejor quelas raíces de pantano, y los caramelosde brujas no tenían efectos secundarios.Jacob tuvo que reconocer que susalvador empezaba a gustarle.Troisclerq no había mencionado delantede Zorro, ni del resto de viajeros, unapalabra sobre cómo lo había encontradoen el bosque. Quizá miraba condemasiada frecuencia a Zorro, peroJacob le perdonaba hasta eso. A fin decuentas, no se le podía exigir que sehiciera el ciego.

Con los caramelos de brujas era

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mejor no tomar vino, pero contra suorgullo herido no ayudaban siquiera laspastillas de las devoraniños, y Jacobseguía viendo al bastardo sonriéndolecon burla. Zorro lo miró preocupadacuando pidió la segunda jarra de vino.Él le respondió con una sonrisa,confiando en que no desvelara nada dela penosa autocompasión en la queestaba sumergido. Autocompasión,orgullo herido y miedo a la muerte —una mala mezcla—, y aún les quedabanpor delante algunos días en la sofocantediligencia. Se llenó el vaso hasta elborde.

El dolor volvió a asaltarle el pechotan súbitamente que creyó que el

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corazón se le partía entre las costillas.No había nada que pudiera aliviar esedolor. Jacob se aferró con fuerza a lamesa, a la que estaban todos sentados, yreprimió el gemido que quería salir desus labios.

Zorro lo miró. Echó hacia atrás lasilla.

El dolor hizo que su rostro, al igualque el de los demás, se desdibujara, yJacob sintió que todo su cuerpocomenzaba a tiritar.

—¡Jacob!Zorro agarró su mano. Le hablaba,

pero él no podía oírla. Solo existía eldolor, que le arrancaba con fuego elnombre del hada de su memoria. Jacob

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notó que Troisclerq le agarraba pordebajo del brazo y, con ayuda delcochero, lo subía por las escaleras, lotumbaba sobre la cama y revisaba laherida que el lobo había causado. Quisodecirles que se podían ahorrar elesfuerzo, pero la polilla siguiódevorando y después ya no supo nadamás.

• • •

Cuando despertó, el dolor había pasado,pero su cuerpo lo seguía recordando. Lahabitación era oscura. Una simplelámpara de gas ardía sobre la mesa.

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Zorro estaba a su lado y miraba algo enla mano. La luz de la lámpara teñía supiel de un color blanco lechoso.

Se volvió cuando él se incorporó, yocultó lo que tenía en la mano tras laespalda.

—¿Qué tienes ahí?Ella no respondió.—La polilla de tu pecho tiene tres

manchas —dijo—: ¿cuándo pasó porúltima vez?

—En St. Riquet —respondió Jacob.No había visto nunca su rostro tanpálido. Se incorporó—. ¿Qué tienes enla mano?

Ella retrocedió.—¿Qué tienes en la mano, Zorro? —

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sus rodillas seguían flojas por el dolor,pero Jacob la agarró del brazo y tiró dela mano que ocultaba tras su espalda.

Ella abrió los dedos.Un anillo de cristal.Jacob había visto un ejemplar

parecido en las salas con los tesoros dela emperatriz.

—¿No me lo habrás puesto en eldedo, verdad? ¡Zorro! —la cogió porlos hombros—. ¡Dime la verdad! No melo has puesto en el dedo. ¡Por favor!

Las lágrimas recorrieron el rostro deZorro. Pero finalmente sacudió lacabeza. Jacob le quitó el anillo de lamano antes de que pudiera cerrarla.Zorro intentó cogerlo, pero Jacob se lo

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guardó en el bolsillo. Después laestrechó entre sus brazos. Ella sollozabacomo un niño y él la abrazó tan fuertecomo pudo.

—¡Prométemelo! —le susurró—.Prométeme que no volverás a intentaralgo así jamás. ¡Prométemelo!

—¡No! —respondió.—¡¿Qué?! ¿Crees que quiero que

mueras en mi lugar?—Solo quería darte algo más de

tiempo.—¡Esos anillos son peligrosos!

¡Cada segundo que me lo pongas, tecostará un año de vida! A veces nodejan que uno se los saque hasta que seha entregado toda la vida.

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Zorro se soltó y se enjugó laslágrimas del rostro.

—Quiero que vivas —susurraba laspalabras como si temiera que la muertepudiera oírlas e interpretarlas como undesafío.

—¡De acuerdo! ¡Entoncesencontremos el corazón antes que elgoyl! Estoy seguro de que puedocabalgar. Quién sabe cuándo estaráreparada la diligencia.

—No hay caballos —dijo Zorroacercándose a la ventana—. El dueño dela posada le vendió su único caballo desilla a cuatro hombres anteayer. Se jactódelante de Troisclerq de que uno deellos era Louis von Lothringen. Un goyl

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con piel veteada de color verde estabacon él. Solo hicieron un breve alto ycontinuaron su viaje a mediodía.

Anteayer. La situación era másdesesperada de lo que había creído.

Zorro abrió la ventana de unempujón, como si quisiera dejar salir elmiedo. El aire que entraba era húmedo yfrío como la nieve. Desde abajollegaron risas y Jacob creyó oír laruidosa voz del abogado que se habíasentado junto a él en la diligencia.

Louis von Lothringen… El bastardobuscaba la ballesta para el encorvado.

Zorro se dio la vuelta:—Troisclerq ha oído que quería

comprar caballos para continuar con

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urgencia el viaje. Ha sobornado aldueño para que envíe sus mozos a ladiligencia. Le he dicho que ledevolveremos el dinero, pero no quiereni oír hablar de ello.

Se lo devolverían. Jacob sacó elpañuelo de oro del bolsillo. Ya leadeudaba bastante a Troisclerq.

—Ya lo intenté —dijo Zorro.Tenía razón. Por mucho que Jacob

frotó la tela entre los dedos… lo únicoque consiguió sacar de la teladesgastada fue la tarjeta, en la queseguían escritas las mismas palabras.

Olvida la mano, Jacob.

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Había sido un buen consejo.—Podríamos pedirle a Chanute que

nos mandara dinero —dijo Zorro—. Tequeda aún algo en el banco deSchwanstein, ¿no?

Sí, le quedaba. Aunque no eramucho. Jacob le cogió la mano.

—Te devolveré el anillo cuandotodo esto acabe —dijo—, si prometesno volver a usarlo nunca.

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31Demasiadas manos para

un solo plato

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El mejor. No, Nerron no era capaz derecordar haberse sentido nunca tan bien.¡Le había arrebatado el botín a JacobReckless y lo había humillado como a unprincipiante!

Ni siquiera el principillo podíaturbar su regocijo, aunque Louis ibacontando por doquier que, por culpa deNerron, se les había escapado un espíaalbión, después de que él, Louis, lehubiera llevado una virgen impecable.Este se había negado todo un día a partirhacia Vena y, desde entonces, se alejabaa escondidas con cada chica a la que susbotones de diamantes impresionaban. El

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hombre de las aguas pasaba las nochesbuscándolo en graneros y casas decampo, y, entretanto, miraba a suprotegido real con tal antipatía que aNerron no le hubiera sorprendido unamañana. En el diario de viaje que Lelougarabateaba infatigablemente, porsupuesto, no ocurría nada de aquello. Ensu lugar, informaba sobre cada castillojunto al que habían pasado, cadacarretera helada y cada duende demontaña al que habían arrojado piedras.Nerron revisaba sus garabatos cadanoche (por suerte, el escarabajo teníauna letra muy legible) y se dormía conellos.

Sí, todo marchaba estupendamente.

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A pesar de Louis.A pesar de Lelou.A pesar del olor a pescado de

Eaumbre.Pronto estarían en Vena, encontraría

el corazón, le quitaría la mano a Louis ybrindaría en memoria de Reckless.

Pasaban la noche en una fonda deBaviera, y Vena estaba tan solo a un díade viaje cuando Nerron tuvo claro quela última etapa de la caza quizá no sedesarrollaría de forma tan perfecta.

Se despertó sintiendo un frío metalen el cuello. Junto a su cama estabaLouis y, con la mirada nublada por lospolvos de elfos, le oprimía el cuello conel sable.

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—Me has mentido, goyl —aunquehabía bebido bastante del vino calientecon especias que se despachaba en todaslas fondas de Baviera, gruñó levantandouna bolsa engañosa, que Nerronidentificó como la de Reckless.

Nerron solo tuvo que mirar el rostrode escarabajo de Lelou asomando traslos codos de Louis para comprenderquién había puesto al principillo sobrela pista de la bolsa.

—¡Es la cabeza! —afirmó Lelou entono de reproche—. Me ha asestado ungolpe. Y grita.

—Probablemente te haya maldecido—dijo Nerron, mientras apartaba a unlado el sable de Louis.

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La afilada nariz de Lelou palideció,pero Louis se inclinó de formaamenazante sobre la cama de Nerron.

—Has intentado engañarme, goyl.¿Cuánto tiempo hace que tienes lacabeza?

—Os la quería enseñar —la oscurasilueta del hombre de las aguas aparecióen la puerta abierta—. El goyl mepreguntó dónde podía encontraros, perono estabais en vuestra cama.

Era la peor mentira que Nerronhabía escuchado nunca, pero, gracias alsusurro del hombre de las aguas, sonabacomo la verdad más significativa.

—Trabajo para vuestro padre —dijoNerron, mientras le quitaba a Louis la

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bolsa engañosa de los dedos—. ¿Lohabéis olvidado? Solo sigo susinstrucciones. La cabeza se quedaráconmigo. Dejad que os diga cómoprotegeros de su maldición.

Lelou seguía oculto tras la espaldade Louis.

Aguarda, escarabajo. Echaré en tudelgado cuello todos los duendes de lasmontañas que nos salgan al paso.

Louis pasó la mano sobre la hoja desu sable, como imaginando cómocortaría la piel de goyl.

—Está bien. Quédate con la cabeza.De momento.

Eaumbre seguía apostado en lapuerta.

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Lelou tenía quizá la sospecha de queNerron mentía. El hombre de las aguaslo sabía.

Nerron se dirigió al cuarto deEaumbre tan pronto oyó el ronquido deLelou tras la puerta y las risitas de unajoven en la habitación de Louis.

Eaumbre estaba tendido en la camaechándose un cuenco de agua sobre elescamoso pecho.

—¿Cuánto te debo? —preguntóNerron.

—Ya se verá —susurró el hombrede las aguas.

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32El corazón al este

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Al final, a pesar de la plata deTroisclerq, estuvieron de viaje quincedías… y, conforme pasaban los días,Jacob estaba cada vez más seguro deque el bastardo había encontrado elcorazón hacía tiempo.

Tras su colapso, los otros viajerossolo subieron de mala gana con él a ladiligencia (en Baviera y en Austrienrondaba la viruela), pero Troisclerq sehabía sentado junto a él en gestoostensivo. Sí, Jacob comenzaba aapreciarlo. Troisclerq sabía tanto decaballos como de las últimas armas delos goyl y no le importaba discutirdurante horas cuáles eran las mejoreshojas de espada, si las de Albión o las

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de Cataluña. Compartían la pasión porla esgrima, pero Troisclerq prefería, adiferencia de Jacob, la espada al sable.Con seguridad, los otros pasajeros losmaldecían por las infinitas discusionesen las que reñían durante horas sobre sila finta de esgrima más sucia era uninquarto o una sparita de vita.

Fuera desfilaban oscuros valles ylagos en los que se reflejaban palaciossobre cumbres nevadas. Jacob habíaencontrado en uno de ellos el zapato decristal que le había reportado unacondecoración de la emperatriz, y enalgún momento vieron a lo lejos elbosque en el que había robado un par debotas de siete leguas a una banda de

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salteadores para uno de los príncipeslobo del este. No podía estar todoacabado, aún no. Pero, gracias a él, laemperatriz pasaba sus días en unafortaleza subterránea, el bosque habíareducido su tamaño a la mitad desde queen el valle que había detrás se derretíaacero con su madera, y en Venagobernaban los goyl. Todo acababa,incluso tras el espejo.

Las dos institutrices se ruborizaronante una broma de Troisclerq y Jacobmiró por la ventana para apartar suatención de la creciente complacenciacon la que también Zorro observaba a susalvador. A su izquierda, el Duna pasabaperezoso entre praderas inundadas y en

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el horizonte aparecieron las torres deVena.

—¿Jacob? —Troisclerq le puso lamano en la rodilla—. Celeste me hapreguntado si sé dónde acostumbrahospedarse Louis von Lothringen cuandollega a Vena.

Celeste. Sonaba extraño escuchar suverdadero nombre en boca de otro. Elpropio Jacob lo había conocido porZorro hacía tan solo unos meses.

—Supongo que Louis se alojará encasa de su primo —continuó Troisclerq—. Lo conozco muy bien. Si quieres meocuparé de que os reciba.

—Claro. Gracias.Celeste…

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El cochero refrenó los caballos. Lascalles estaban inundadas. La nievederretida de las montañas hacía que losríos anegaran la orilla. En el mundo delespejo seguían buscando su propiocauce y cada año se hundían pueblos ygranjas con las crecidas, pero Jacobamaba la vista de la orilla bordeada dejuncos, los incontables brazos del río ylas islas pobladas de bosques, que sereflejaban en las perezosas aguas quefluían hasta allí. Los ríos tras el espejono solo albergaban ondinas y gnomosdel barro, también tesoros que habíanenriquecido ya a varios andrajosospescadores.

Celeste…

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El cochero tomó el mismo puentesobre el río que tomaron los goyl cuandoabandonaron la ciudad tras la BodaSangrienta. Vena se había rendido sincasi resistencia, después de que la hijade la emperatriz hubiera anunciadopúblicamente que su madre era laculpable del baño de sangre en laiglesia. Los goyl no eran más cruelesque otras fuerzas ocupantes, pero, paraJacob, la sensación de pasar junto acasas con las ventanas tapiadas yuniformes grises era todo menos buena,y se preguntó si todo eso habría existidosin él.

Las diligencias seguían parandodetrás de la estación, aunque los

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caballos se espantaban ligeramente conel ruido de los trenes al entrar. Quizá susexplotadores no querían ceder el futuroa los carruajes férreos sin resistirse,pero habían perdido hacía tiempo. Justoal lado de la estación, los goyl habíanconstruido un acceso a las catacumbasde la ciudad, que utilizaban comocuartel de alojamiento. Los otrospasajeros examinaron a los soldados,que vigilaban el acceso con laanimadversión, apenas oculta, que losrostros de piedra continuabanprovocando en la mayoría de laspersonas. El matrimonio de Kami’en nohabía cambiado nada al respecto.

En los muros de la estación había

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pegadas docenas de órdenes debúsqueda. En Vena había gruposanarquistas que llamaban a la resistenciacontra la nueva emperatriz, a atentarcontra sus ministros, contra estacionesde militares y de policías, y contra loscuarteles de alojamiento de los goyl.Zorro miró preocupada los carteles,pero Jacob no logró encontrar su propiorostro ni tampoco el de Will. Noimportaba lo que quiera que el HadaOscura le hubiera contado a su amante, Kami’en no había ordenado buscar algoyl de jade. Y cuando mueras, Jacob,nadie sabrá dónde desapareció. A lomejor era ese precisamente el final queel Hada Oscura deseaba…

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Bajo los árboles que crecían al otrolado de la plaza de la estación de tren,aguardaban unos carruajes.

—¡Busca tú el corazón! —susurróZorro cuando Jacob hizo señas a uncochero—. Yo dejaré que Troisclerq meenseñe dónde vive el primo de Louis yaveriguaré si el bastardo está allí.

El plan no le gustó nada de nada. Elgoyl era peligroso. Pero Zorro le tapó laboca con la mano cuando quisoprotestar.

—No nos hagas perder más tiempo—le murmuró—, por favor. Cuidaré deque no me vea.

Detrás de ellos, Troisclerq sedespedía de los otros pasajeros. Zorro

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lo miró. Jacob intentó ignorar lacuchillada que sintió.

—Está bien. Coge tú el carruaje. Yoiré a pie —dijo. Quince días en el bancode un coche de caballos eran más quesuficientes—. Nos encontraremos en elhotel.

Sonó más frío que intencionado.¿Qué significa eso, Jacob? La miradade Zorro se preguntaba lo mismo.

Troisclerq le compró un ramo denarcisos a una de las vendedoras deflores que había delante de la estación.Cortó la flor de uno y se la prendió aZorro en el vestido.

—¿Estás bien? —le preguntó aJacob rodeándole los hombros con el

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brazo—. Conozco un buen médico enVena. Quizá deberías hacerte revisar.

—No, estoy bien.Jacob hizo señas al cochero para

que se acercara.—¡Encontrarás el corazón! —le

susurró Zorro—. Lo sé.

• • •

Troisclerq le abrió la puerta delcarruaje.

Zorro se recogió el vestido.—¿Telegrafías a Chanute por el tema

del dinero?—Claro.

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Sonrió a Jacob una vez más y subióal coche de caballos.

Troisclerq siguió con la mirada ados mujeres que pasaban junto a ellos.Ellas devolvieron su mirada. Una deellas se ruborizó.

—Hay muchas mujeres hermosas —murmuró Troisclerq a Jacob—, peroalgunas son más que eso. Mucho más —se acercó al carruaje y le lanzó alcochero su bolsa—. Hoy seguiré miviaje —le dijo a Jacob—, pero estoyconvencido de que nos volveremos aver.

Después subió junto a Zorro alcoche de caballos.

Celeste… Jacob prefería llamarla

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Zorro.Siguió el carruaje con la mirada

hasta que hubo desaparecido tras untranvía. Encontrarás el corazón. Miró asu alrededor. ¿Por dónde empezar,Jacob? ¿Por el archivo estatal que tieneun registro de todos los tesoros deAustrien? ¿Por el mausoleo en que lahija de Gismundo yace entre susantepasados imperiales? Intentórecordar la ira que le había invadido enel bosque, las ganas de pagarle albastardo con la misma moneda… Perono sentía nada. Como si la polillaestuviera realmente devorando sucorazón.

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33Distintos métodos

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Resultaba curioso que a los humanos lesgustara tanto hacer cosas prohibidas enlos sótanos. Como si únicamentenecesitaran deslizarse bajo tierra paraque no les descubrieran. Un goyl habríaelegido siempre la luz del día.

El hombre, cuyo nombre Nerronsabía por un sepulturero, llevaba a cabosus negocios ocultos debajo de unarespetable carnicería. Los olores queemanaban de la puerta de la tienda eranseguramente un camuflaje de primeracategoría para la mercancía quetrabajaba.

La escalera del sótano, quedescendía a sus oficinas, no estabailuminada y acababa delante de una

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puerta, junto a la que un cartel enlosadoanunciaba: «Solo se atiende con citaprevia». El hombre que abrió a Nerroncuando llamó a la puerta era elsepulturero que le había revelado ladirección. Era pelón como un gnomo deámbar y escondía un cuchillo bajo lacasaca negra. La habitación a la quecondujo a Nerron por señas era tanoscura que probablemente solo un goylera capaz de ver a primera vista con quése comerciaba. Tarros con ojos, dientesy garras de todo tipo, vitrinas de cristalllenas de manos, patas y pezuñas, orejasy narices, y cráneos de todos lostamaños y formas. Ingredientes efectivossi se le deseaba al vecino dolor de

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cabeza o al marido infiel las pezuñas deuna cabra. Medicina dañina. Así sedenominaba al oficio prohibido, que lasbrujas despreciaban como supersticiónhumana, pero la propia hija de laemperatriz gustaba de colocar a susenemigos ojos y dientes bajo la camapara dañar su salud. A Nerron no lepasó inadvertido que esa botica tanespecial ofreciera también unconsiderable número de extremidadesde goyl. Eran pulverizadas yadministradas para provocar parálisis.

El hombre que comerciaba con todoaquello tenía el aspecto de haber sidovíctima en persona del oficio queejercía. La piel le cubría los huesos de

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una forma tan tensa, y tenía un color tanamarillo, como si alguien ya la hubierallevado puesta antes que él. Vestía unabata blanca como la de los boticariosque cambiaban la medicina sanadora porla dañina porque era muy lucrativa y losclientes no se quejaban si el tenebrosotratamiento no funcionaba.

—¿Le ha dicho el sepulturero lo queestoy buscando?

—En efecto —una mueca transformóla sorprendentemente carnosa boca enuna atenta sonrisa—, se trata de uncorazón. Uno muy especial. Unamercancía muy valiosa.

Nerron vació una bolsa con piedrade luna roja sobre el impoluto

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mostrador. La sonrisa devino aún másgrande.

—Podría ser suficiente. Ha sido undesafío encontrar esta mercancía, perotengo mis fuentes.

El boticario se dio la vuelta y abrióuno de los cajones esmaltados que teníadetrás. Los corazones que había dentroeran de todos los tamaños y formas.Algunos eran pequeños como unaavellana, y el más grande parecíarealmente un corazón de gigante bienconservado.

—No existe un mejor surtido en todaVena —dijo con una sonrisa aún mayor,orgullosa como la de un vendedor deflores que elogia su mejor rosa—. La

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magia que conserva mi mercancía esmuy costosa y no del todo inofensiva,pero en el caso de ese corazónnaturalmente no fue necesaria. A fin decuentas, se trata del corazón de un brujo.No necesito explicar lo que elloimplica.

Echó las manos al cofre plateadoque había junto al corazón de gigante. Elcorazón que había dentro apenas era másgrande que un higo y tenía laconsistencia del ópalo negro. En la lisasuperficie estaba estampado el animalheráldico de Gismundo. El lobocoronado.

—Está en perfecto estado, comopodéis ver. Al fin y al cabo llevaba

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siglos en poder de la familia imperial.Primero el sepulturero, Nerron.Se dio la vuelta y le golpeó la

cabeza contra la pared, antes de que elzoquete se diera cuenta de lo queocurría.

—¡Qué estúpido hay que ser paraquerer venderle a un goyl la piedraequivocada! —le siseó al boticario—.¿Crees que nuestra especie es tanignorante como vosotros y que no escapaz de distinguir un ópalo de uncorazón de brujo petrificado? Unapiedra negra se parece a la otra, ¿es así?¿De qué crees que es mi piel? ¿Dejaspe?

Tiró el cofre del mostrador.

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Decepcionante. Muy decepcionante. Túmismo tienes la culpa, Nerron. ¡Quieresencontrar el corazón de un rey y lobuscas en la mugre! Reckless no habríasido tan estúpido.

Apuntó con la pistola al temblorosoboticario y señaló el tarro que habíajunto a la caja. Entre ojos de humanos yde enanos nadaban dos globos de ojo degoyl.

—Prueba los dorados —dijoNerron, mientras recogía y volvía aguardar la piedra de luna—; estoyseguro de que saben mejor. Y quiénsabe… quizá entonces veas a los de miespecie con ojos muy distintos.

La idea que se le ocurrió mientras el

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boticario tragaba penosamente el primerojo era sucia, pero entretanto llevaba yauna semana buscando el corazón y lapaciencia no había sido nunca su fuerte.Nerron atrapó la mano temblorosa ypálida cuando volvía a meterse en eltarro de los ojos.

—Puedes ahorrarte el segundo ojo.¿Tienes una lengua de brujo? Pero serámejor que esta vez no se trate de unafalsificación.

El boticario abrió precipitadamenteun cajón. La lengua, que pescó con unastenazas, solo se diferenciaba de losejemplares humanos por la finahendidura en la punta. Nerron sacó elfalso corazón de Gismundo del cofre y

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metió la lengua en él.Ya había cruzado la puerta cuando el

sepulturero comenzó a moverse.No lo siguió.

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34Un juego

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De la estación al archivo estatal apenashabía un paseo de media hora, perotodas las carreteras que conducían alpalacio acababan en controlespoliciales. En las aceras, los humanos seapiñaban casi tanto como el día de laBoda Sangrienta, y a Jacob le parecióque los cuerpos lo arrastraban consigocomo madera flotante. Kami’en estabaen Vena. Debía celebrarse un desfilepara festejar el embarazo de su esposahumana. En la orilla de las calles, losguardias de la nueva emperatrizdecoraban las farolas y las fachadas delas casas con guirnaldas. Sin excepción,eran todos goyl. Amalie solo se hacíacustodiar por los soldados de su marido.

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Se decía que elegía preferentemente alos que tenían la piel de cornalina de Kami’en. Las guirnaldas estabanadornadas con flores de piedra de luna,y las barreras que bordeaban las callesestaban decoradas con ramas de plata.Pero Jacob no veía sino a Troisclerqprendiéndole a Zorro la flor en elvestido. ¿Qué le pasaba? Estás celoso,Jacob. ¿No te preocupa nada más?

Torció en el siguiente callejón… yvolvió a encontrarse con una barrera.Maldición. ¿Qué se pensaba? Elbastardo había encontrado el corazónhacía ya tiempo. Déjalo ya, Jacob. Perono podía recordar haber estado nuncatan cansado. Ni siquiera el miedo a la

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muerte atravesaba la niebla de sucabeza.

Del bolsillo sacó la guía de laciudad que había comprado en laestación. Era una cosa poco manejable yparlanchina, gorda como una novela ycon letra diminuta, pero los goyl habíancambiado tantas cosas en Vena queapenas la reconocía. El archivo estabasituado en una de las calles por las quepasaría el desfile. Quizá era preferiblecomenzar con el mausoleo. Hojeó laspáginas densamente escritas… mientrassostenía la tarjeta de Earlking en lamano.

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Pierdes el tiempo,Jacob.

Museo de Historia deAustrien.

Sala 33.El hombre que fue los

ojos de Gismundo conocíatambién su corazón.

Jacob miró hasta el final de la calle.El dolor en su pecho era entretantocontinuamente perceptible, como unaherida que no sana. El precio seráasequible. Hizo señas a un carruaje y le

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dio al cochero la dirección del museo.

• • •

Columnas con forma de cuerpos degigantes atados. Un friso en la entradadecorado con dragones vencidos.Enanos y duendes como ornamentoscincelados debajo de las ventanas. Eledificio que albergaba el Museo deHistoria de Austrien había sidooriginariamente un palacio. Unantepasado de la emperatriz derrocadahabía diseñado en persona cada detalledel edificio. Le habían llamado elpríncipe alquimista, pero no era su

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monumento el que estaba delante delmuseo, sino el de su bisnieto y lasestatuas ecuestres de dos generalesvictoriosos. Jacob se abrió paso entre elgrupo de escolares uniformados que lesalió al encuentro en la escalera, y ledeslizó a la señora de detrás de laventanilla el dinero para la entrada. Porfortuna, un orfebre le había cambiadoalgunos de los ridículos táleros que elpañuelo de oro seguía produciendo porflamantes florines en los que, en vez delperfil de la emperatriz, ahora estabagrabado el de Kami’en.

El museo no poseía ningún objetomágico como las salas con los tesorosimperiales, pero en sus salas Jacob

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había aprendido más sobre el mundo delespejo de lo que sabían muchos de losque habían nacido en él.

Armas y armaduras de caballerosaustrienos, lanzas para luchar contragigantes, trampas para ogros, sillas demontar dragones bañadas en oro, lacopia del primer trono imperial y lacabeza del caballo que había advertidoa la madre de la emperatriz de unamanzana envenenada… Miles de objetosque mantenían con vida el pasado deAustrien. Jacob recordaba aúnperfectamente su primera visita. Chanutelo había llevado allí para buscarinformación sobre un palacio que sehabía hundido hacía más de cien años en

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un lago. Jacob se había detenido antecada objeto, hasta que Chanute lo cogiópor el pescuezo y lo empujó rudamentepara que siguiera caminando. PeroJacob había regresado a escondidascada vez que habían hecho un alto enVena y Chanute había dormido la mona.Habría encontrado el camino entre lassalas a ciegas, pero los goyl no habíancambiado solo la imagen de la ciudad deVena. Habían hecho lo mismo con lahistoria de Austrien.

En la sala donde Jacob se detuvoaún se habían podido contemplar unosmeses antes los vestidos de gala de laemperatriz derrocada. Ahora, elsangriento vestido de novia de su hija

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dominaba la habitación. La muñeca decera que lo llevaba puesto se parecía deforma inquietante a Amalie. Pero la cerano imitaba demasiado bien la piel depiedra de Kami’en. Jacob se acercó a lafigura de cera que estaba de pie junto alrey. El goyl de jade lo miraba fijamentedesde sus ojos de cristal dorado. Lafigura se parecía tanto a Will que aJacob le resultó difícil mirarla.Naturalmente también había una figuradel Hada Oscura. Estaba algo apartada;a sus pies, muertos de cera cubiertos porsus negras polillas.

Pasado, como todo lo que hay aquí,Jacob. Pero por unos instantes habíaregresado a la catedral… Clara yacía

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otra vez entre los muertos, Will llevabapuesto el uniforme gris, humedecido porla sangre de goyl, y su propia bocaformaba el nombre que la muerte lehabía plantado en el pecho.

La mirada acristalada de su hermanosiguió a Jacob de sala en sala. Casi pasade largo junto a la número 33.

Las paredes rojas estaban cubiertasde retratos de la casa imperial deAustrien. Llegaban hasta el techo, unojunto a otro, rostros incontables,bronceados por la pátina de los siglospasados. Los bisabuelos de laemperatriz derrocada, su abuela y susmal afamados hermanos, el emperador,al que todos habían llamado el diablillo

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impostor (probablemente fuera uno deellos). Naturalmente había también unode Gismundo. No llevaba puesto, comoen la puerta de la cripta, el manto depieles de gato del brujo, sino laarmadura de un caballero, pero su yelmotenía la forma de la cabeza del lobocoronado que aparecía en su escudo.Junto a él colgaba un retrato de su mujercon sus tres hijos. Eran aún muy jóvenesen la imagen y estaban pegados a sumadre. Las pupilas de la mujer deGismundo no eran las de una bruja, peroeso no significaba nada. Cualquier brujapodía tener la apariencia de una mujerhumana. Había retratos de Feirefis yGahrumet que los presentaban como

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reyes, pero Jacob solo les echó unrápido vistazo. También pasó de largojunto al retrato de Orgeluse, que lamostraba junto a su marido. La imagenante la que se detuvo era la única en lasala 33 que no mostraba a un miembrode la dinastía imperial. A Jacob ya lehabía llamado la atención años antes,porque el hombre, que miraba desde elpesado marco de oro, tenía un ligeroparecido con su abuelo. HendrickGoltzius Memling había sido el pintorde la corte del verdugo de las brujas,pero no solo había sido famoso por suarte. Se le atribuía también un amoríopasional con la hija de Gismundo. Laimagen era un autorretrato. Memling lo

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había pintado tres años después de lamuerte de Gismundo. Él mismo lo habíadatado. De su cuello colgaba una piedraengranada en oro. Memling la tocabacon los dedos de su mano derecha. Estaera achaparrada, lo que al parecer lehabía capacitado para sujetar laherramienta de un grabador mejor quecualquier otro. La piedra era negra comoun trozo de carbón.

Los corazones de oro y loscorazones negros… La voz de Chanutecasi había sonado de forma devotacuando le había hablado a Jacob deellos. «Los de oro proceden de losalquimistas. En algún momento se lesocurrió la estúpida idea de convertir su

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corazón en oro para volverseinmortales. Por ese motivo a muchos selo arrancaron del pecho en vida». «¿Ylos negros?», había preguntado Jacob.¿A quién le interesaba la inmortalidadcon trece años? «Los negros son los delos brujos», había respondido Chanute.«Tienen un gran parecido con laspiedras preciosas de color negro. El quelas lleva alrededor del cuello recibe, alparecer, todo lo que desea, pero, si selleva demasiado cerca del corazón, unono solo recibirá alegría, sino quetambién perderá la propia conciencia».

Jacob se acercó aún más al cuadro.Memling lo miraba con ojos fríos.

Existían rumores de que no solo había

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envenenado a su mujer, sino también aOrgeluse por celos. Quizá la perdiciónde la hija de Gismundo había sido haberregalado al hombre al que amaba elcorazón de su padre.

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35El verdadero rey

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La guarida del dragón se hallaba tras elpatio de una fábrica de cerveza. Nadieen Vena había sabido de su existencia,hasta que el inconfundible olor a azufrey fuego de lagarto había subido a lasnarices de una patrulla de goyl.

Los guardaespaldas de Kami’enestaban escondidos a la sombra delportal de la fábrica de cerveza. Quizáesperaban a que su piel de alabastrosimplemente se confundiera con el brillode la luz de la luna. Se habíanacostumbrado demasiado a lo fácilmenteque los ojos de los humanos seconfundían. Resultaba de lo másdivertido pasar delante de ellos aescondidas, y Nerron necesitaba algo de

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ánimo tras el chasco con el boticario.Allí, detrás de los carros cargados

de barriles de cerveza, donde se abría elrespiradero del dragón, había otros doscentinelas. Nerron pasó delante de ellos,antes siquiera de que volvieran lacabeza, y se fundió con la oscuridad deltúnel. El dragón que lo había excavadohabía muerto hacía más de cien años,pero su olor envolvió a Nerron como silo estuviera aguardando abajo en suguarida.

Con sigilo, bastardo. Como laserpiente.

La cueva que se abría al final deltúnel estaba ennegrecida por el fuegodel dragón. Solo en algunos puntos, el

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oro brillaba a través del hollín. Lacueva del tesoro. Mejor conservada quela mayoría que Nerron había visto.

Se apretó contra la fría roca.Y allí estaba él, con una piel que, en

la misma oscuridad, era fuego pétreo. Elrey de los goyl.

Kami’en le daba la espalda al túnel.Simplemente una bala bien dirigida. Ouna flecha envenenada entre susomóplatos… Cuántos atentados en vanoles había costado a los ónix estarexactamente allí donde él se encontraba,y sin embargo cuán fácil había sido. Sí,eres el mejor, Nerron. Aunque no hayasencontrado todavía el maldito corazón.

—¿Cuánto tiempo hará falta?

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La voz de Kami’en sonaba tanserena como siempre, como si en elmundo no hubiera nada que temer.

—El arquitecto dice que dos meses,pero puedo ocuparme de que lostrabajadores acaben antes.

Naturalmente. Hentzau estaba juntoal rey. Unos años antes habría olido aNerron, pero todos esos años sobre latierra habían vuelto medio ciego alperro guardián de Kami’en y habíanembotado tanto su sentido del olfato queapenas era mejor que el de los humanos.

—Contrata a enanos. Son los quetrabajan más rápido —dijo Nerronapartándose del túnel.

Hentzau se volvió y se colocó de

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forma protectora delante de Kami’en.Buen perro.—¿Qué significa esto? —le abroncó

a Nerron—. ¿Quieres que te destroce atiros la piel veteada?

Su rostro de jaspe se había vueltoaún más escabroso desde la BodaSangrienta.

Comparado con Hentzau, el mismoNerron era una belleza. Inclinó lacabeza con una sonrisa y oprimió elpuño en el corazón, un gesto dedeferencia con el que habitualmentetenía sus dificultades, pero no con eserey.

—Dale las gracias, Hentzau. Selimita a demostrar que necesito mejores

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guardaespaldas.Kami’en se había vuelto con la

serenidad que solo puede tener quienposee medio mundo. Llevaba puesto eluniforme con el que había sobrevivido asu boda. Piedras de luna para lasmanchas de sangre humana, rubís paralas de sangre de goyl. El Hada Oscurasabía cómo transformar el horror enbelleza.

—Tiene razón. Contrata enanos —ledijo a Hentzau—. Quiero que el trabajocomience de inmediato. Estoy harto delpalacio de los humanos. Mi despacho,aquí. Los centinelas, en las cuevas dedormir. Un túnel hacia el palacio, unohacia la estación y un tercero con

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conexión a la calle que hay debajo delrío —dijo lanzando a Nerron una fríamirada—. ¿Aún no has conseguido elcorazón?

—No. Pero tengo la mano y lacabeza.

—Bien —dijo Kami’en frotandobajo la pared tiznada hasta que aparecióel oro debajo—. La ballesta del verdugode las brujas… Quizá deba mandar misaviones a las minas de los enanos paraque aprendan a no tener secretosconmigo.

—Deberíamos mandarlos a muchossitios —gruñó Hentzau—. ¡Los pielblanda se alzan contra nosotros hasta enel mismo este! Preguntadle quién los

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reúne a la mesa. Si no fuera por losónix, seguirían matándose unos a otros.

Miró a Nerron de forma hostil.Como todos los viejos soldados,Hentzau no confiaba en nadie que nollevara uniforme, menos aún en un ónixbastardo que entraba y salía de la casade los enemigos de su rey. Quizásospechaba también que Nerron, a pesarde toda la admiración que mostraba porese rey, no servía a nadie salvo a símismo. Pero le debían los nombres demuchos espías y sus informacioneshabían evitado dos atentados contra Kami’en. El mismo Hentzau reconocíaque necesitaban al bastardo. Aun cuandoconfiara en él tanto como lejos era capaz

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de escupir.—Los espías de Hentzau dicen que

tienes un serio competidor en labúsqueda de la ballesta —el rostro de Kami’en era tan impasible como laimagen que se grababa de él en lasmonedas. Nerron solo lo había visto unavez menos controlado… después dehaberle relatado lo extensa que era laconspiración de los ónix contra él.

—Parece que no solo necesitáismejores guardaespaldas, sino tambiénmejores espías —dijo Nerronlanzándole a Hentzau una miradaburlona—: el competidor ya no existe.

—¿De veras? —Hentzau torció lafina boca. Casi devino una sonrisa—.

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Mis inútiles espías me han comunicadoque está muy vivo y se encuentra enVena. Jacob Reckless sientepredilección por resucitar de entre losmuertos.

Nerron sorprendió a su corazónrealizando unos latidos de más.

Sorpresa. Por otro lado… ¿no habríasido decepcionante que Jacob Recklessse hubiera dejado devorar sin pena nigloria por los lobos?

El mejor…—Reckless ha visitado el Museo de

Historia —el ojo izquierdo de Hentzautenía el lechoso brillo que producía unexceso de luz matinal—; imagino quesabrás por qué.

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Nerron no tenía la menor idea, peroconfiaba en que su rostro no lotraicionara.

—He ordenado a un viejo amigoseguirlo. Se ocupará de él —dijo Kami’en agachándose y examinando lashuellas que las garras del dragón habíandejado—. Vaya desperdicioexterminarlos —dijo pasando los dedospor las profundas hondonadas—. Eranarmas fantásticas para la guerra. Aunqueno demasiado obedientes. Las máquinasson más fáciles de controlar.

Kami’en se levantó. El oro de susojos era más claro que el de los ónix.

—A Hentzau le encantaría matar aReckless, pero desde la boda siento

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debilidad por él. ¿Para quién estábuscando la ballesta?

Nerron se encogió de hombros.—Eso no importa. La encontraré yo.—¿Junto con el hijo del encorvado?

—la voz de Hentzau sonaba tan bruscacomo si estuviera hablando con uno desus soldados.

Cuídate de mí, viejo.—Debemos regresar —dijo

Kami’en dándose la vuelta—. Hentzautiene razón. A partir de ahora seguirásbuscando solo.

Hentzau lanzó a Nerron una bolsa deplata. Gastos. El rey de los goyl pagabade forma mucho menos generosa que losónix, pero Nerron habría trabajado para

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él incluso sin cobrar. No todo se podíacomprar. Escuchó atentamente sus pasos,hasta que se extinguieron en elrespiradero del dragón.

El desfile comenzaría pronto paralos refunfuñones ciudadanos de Vena. Elgoyl presentaba a su esposa humanaembarazada. Sus súbditos le habíandado ya muchos nombres al niño. ElMonstruo, el príncipe sin piel… Todosparecían suponer que sería un varón.Los híbridos de persona y goyl no vivíandemasiado tiempo. A veces se les veíaen las atracciones circenses de losmercados rurales anuales. Algunosestaban tan petrificados que apenaspodían moverse, otros tenían una piel a

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través de la cual podían verse huesos yórganos como un cristal… o ningunapiel. Pero Kami’en tenía la firmeintención de mantener con vida a eseniño. Al parecer había pedido ayudaincluso al Hada Oscura.

¿Qué había buscado Reckless en elmuseo?

Nerron se apoyó contra la piedrasurcada por las garras. A su alrededor,la oscuridad olía a las exhalaciones delos dragones. La araña se deslizósoñolienta sobre su mano cuando abrióel medallón. ¿Por qué no le habíapreguntado antes si Reckless estabarealmente muerto? ¿Porque quizá nohabía querido escuchar la noticia?

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Interesante…Tuvo que alimentar a la araña con

una porción extra de lapislázuli antes deque comenzara a bailar.

«Ningún carruaje… maldición…barreras… flores por doquier».

Nerron sintió cómo una sonrisainundaba su rostro. Sí, realmente seguíacon vida. La araña bailaba. «¡Cochero!¿Cómo? No. A la puerta espinosa…».

Vaya. Quizá la lengua de brujo noiba a ser necesaria.

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36Desaparecida

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La puerta del barrio de los joyeros solohacía justicia a su nombre de noche.Jacob había sentido en su propia carnelas espinas que echaba en la oscuridad,pero esa vez era mediodía cuando cruzóla puerta, y las alas de hierro estabanabiertas de forma tentadora.

El barrio de los joyeros era uno delos barrios más antiguos de Vena. Suscallejones eran demasiado estrechos,incluso para los carruajes ligeros, y enlos patios traseros seguía habiendoaglomeraciones de diminutas casas de laépoca, de cuando todos los joyeroshabían empleado a elfos y habíanconsiderado amuletos a los duendes.

Hippolyte Ramee había expulsado a

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los duendes hacía ya años, porque loshabía pillado robando, pero seguíatrabajando con elfos. Los ocultaba en lahabitación trasera para no pareceranticuado, pero el polvo plateado quedejaban al volar se posó en el abrigo deJacob tan pronto abrió la puerta de latienda.

Las joyas que Ramee creaba no eranúnicamente famosas en Vena. El joyeroprovenía de Lothringen y habíaaprendido con el mal afamado orfebrede Pontede-Pile. Existían muchashistorias sobre cómo Hippolyte habíaperdido a su servicio ambos pies, unamás espeluznante que la otra. Ramee nose pronunciaba sobre la verdad. Jacob

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había visto con sus propios ojos los piesde oro que se había forjado para huir desu maestro, pero esa mañana estabanmetidos en unas botas con botones.

Hippolyte Ramee era, desde hacíatreinta años, el orfebre oficial de la casaimperial de Austrien y, por lo que Jacobsabía, los goyl no habían cambiado nadarespecto a su cargo. Tantos añosengarzando diminutas piedras en oro yplata no le habían sentado bien a losojos de Ramee. Sus gafas eran tangruesas que sus tristes ojos parecíangrandes como los de un niño a través delas lentes.

—¿Tiene cita? Si no es así, ya puedeir marchándose —los cambios de humor

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de Ramee eran tan famosos como susjoyas. Ya había echado a emisarios de laemperatriz de la tienda. Pero la bellezade las joyas, que estaban expuestas portodas partes en los armarios con puertasde cristal, hacía palidecer el esplendorde muchas principescas salas de tesoros.Collares, pulseras, diademas y broches,rubís, esmeraldas, topacios y ámbar,envueltos en hilos de oro y plata, comosi al viejo hombre, sentado tras lasencilla mesa de madera, le crecieran enlas yemas de los dedos.

—Soy yo, Hippolyte.Ramee levantó la cabeza y dejó a un

lado la lupa, tan grande como una mano,a través de la cual había contemplado un

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diamante del tamaño de un guisante,pero la desconfianza desapareció de surostro cuando Jacob se plantódirectamente ante él.

—Es cierto. Jacob —constatómientras cerraba la mano manchadaalrededor de los diamantes. Rameepensaba siempre que le iban a robar. Laemperatriz era la única persona quehabía excluido de esa sospecha.

—¿Vuelves a necesitar un brochepara impresionar a alguna doncellaimperial?

—No —respondió Jacobexaminando una diadema en la que unhilo de plata envolvía unas flores decornalina. Ramee se preparaba para los

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nuevos señores de Vena—. Imagino quesigues siendo responsable delmantenimiento de las joyas imperiales.

Ramee se colocó bien las gafas.—Desde luego. Uno puede pensar lo

que quiera de los goyl, pero sin dudasaben valorar quién sabe algo sobre laspiedras.

Jacob reprimió una sonrisa.Hippolyte era un viejo vanidoso.

—Es lamentable que no les guste eloro —continuó Ramee—. Es por esoque he de trabajar más con plata, pero surey me ha encargado hace poco unaspiezas de muy buen gusto. La pulseraque…

—Hippolyte… —Ramee podía

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explayarse durante horas sobre la tallade una piedra o el valor de un cristal deelfo puro, y Jacob estaba harto de perderel tiempo, algo de lo que no disponía.

Pero el viejo siguió hablando con eldifícil acento de Lothringen, que nohabía perdido durante todos los años desu exilio. Por lo visto no solo estabamedio ciego, sino que, entretanto,también estaba bastante sordo.

—¡Hippolyte! ¡¿Puedes escucharmeun momento?!

Ramee enmudeció tan rápidamentecomo si se hubiera tragado uno de susdiamantes.

—¿Cómo? —increpó a Jacob—.Soy tres veces mayor que tú. ¿Por qué

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tienes tanta prisa?—No sabemos cuándo nos viene a

buscar la muerte, ¿no es cierto? —dijoJacob sacudiéndose una araña de lamanga. Su cuerpo era tan azul como losanillos de amatista por los que Rameeera conocido.

El viejo la golpeó cuando le cayóentre los dedos.

—¡Arañas, ratones, cucarachas! —maldijo mientras sacudía la araña de lamesa—, ¡los gatos no acaban con ellos!¡Voy a tener que comprarme otra vez unpar de esos duendes rapaces!

Otro de sus temas predilectos. Losduendes.

—¡Hippolyte! ¿Me puedes contar

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algo sobre una joya? La he visto en unretrato del Museo de Historia. La piedraes negra, algo más grande que una uva,engarzada en un trenzado de sarmientosde oro.

Ramee lo miró atónito. Después bajóla cabeza y ordenó con dedos inquietoslas herramientas que yacían delante deél. Cuando volvió a subir la cabeza, losojos nadaban en lágrimas tras losgruesos cristales.

—¿Qué significa eso? —le reprochóa Jacob con voz comprimida—. ¿Setrata de una broma cruel? En su día leconfesé toda la verdad a la emperatriz.

Se levantó tan de repente que tiró dela mesa el diamante en el que había

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estado trabajando.—¿Te ha enviado Amalie? ¡Seguro!

¡¿Qué se puede esperar de una princesaque se deja embarazar por un goyl?!

Se tapó la boca con la mano, comosi pudiera retirar esas palabras, y mirópreocupado a la ventana, pero el únicotranseúnte que se podía ver fuera era unenano que había delante del escaparatede enfrente.

¿De qué estaba hablando el viejo?Jacob recogió el diamante y lo dejósobre la mesa. Brillaba como unalágrima de piedra.

—No me ha enviado nadie —dijo—.Estoy buscando la joya por propiointerés. Solo quería preguntarte si

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puedes conseguir que le eche un vistazo.Ramee se quitó las gafas y, de forma

poco hábil, limpió los cristalesempañados con la manga.

—¡Olvídalo! —profirió de formabrusca—. La piedra se ha perdido. Lomismo que Marie.

Jacob le quitó las gafas de la mano.Limpió los cristales y se las volvió atender al viejo.

—¿Marie?Las manos de Ramee temblaban

cuando cogió las gafas. Señaló unafotografía que colgaba de la pareddirectamente junto a la puerta.Alrededor del marco había enlazada unacinta negra. La foto mostraba a una

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joven, quizá de dieciocho años. Jacob seacercó a la imagen. Realidad pasada,inmortalizada con luz y ácido de plata.Tras el espejo uno recordaba el milagroque era una foto. La joven que miraba aJacob tenía el cabello tan oscuro quecasi se fundía con el fondo de colorsepia. Estaba sentada de forma algorígida, a fin de cuentas había quepermanecer largo rato sentada para unafoto como esa, pero la mirada segura desí misma decía: «Mírame. ¿No soyhermosa?».

—Era su primer baile —dijo Rameeacercándose a Jacob. Únicamente lapesadez de sus pasos delataba los piesde oro—. Yo acababa de recibir el

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collar junto con otras joyas del palacio.Sigo sin saber de qué piedra preciosa setrataba. Tenía una consistencia extraña.Pero era tan hermosa sobre la blancapiel de Marie. «Como un pedazo denoche engarzado en oro, abuelo», habíadicho ella. Quién puede negarle algo asu nieta, y, además, era solo para unbaile. Nunca volvió. Se fue.Simplemente se fue. Como si nuncahubiera existido. De la pena, su madreya apenas sale de casa. Se ha metido enla cabeza que Marie huyó con uno deesos oficiales que vagabundean por losbailes. Probablemente sabe que laverdad es bastante más insoportable.

Ramee se recogió la manga. Llevaba

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una pulsera de oro alrededor de lahuesuda muñeca. Los delicadoseslabones de la cadena habíanennegrecido.

—Has oído hablar de pulseras comoesta, ¿verdad?

Jacob asintió con la cabeza. Nohabía muchos orfebres que estuvierandispuestos a hacerlas. Se añadía unagota de sangre al oro. Si el metal seconservaba brillante, la persona de laque procedía la sangre estaba bien; si lapulsera enrojecía, estaba en gravepeligro; si ennegrecía, solo podíasignificar una cosa.

—Muerta —dijo Ramee clavando lamirada en la foto—. Esas fotografías son

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un descubrimiento alarmante, ¿verdad?Uno parece un fantasma en ellas. Pero,por otro lado, así al menos tengo suimagen.

Se bajó la manga, tapando la pulseraennegrecida.

—El día que Marie vino, llevabauna flor en el vestido y puso por lasnubes a un extraño, hermoso como unpríncipe. Naturalmente estaba bienafeitado. No necesito explicarte por quéno regresó.

No, no tenía por qué.Una flor en el vestido. Jacob sintió

cómo se le aceleraba el latido delcorazón. ¿Estabas ciego y sordo,Jacob?

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—Barbazules… —dijo Rameefrotándose los tristes ojos—. Uno piensaque solo existen en los cuentos de hadashasta que uno de ellos se lleva a supropia nieta. Si alguna vez encuentras elcollar que estás buscando, mata de undisparo al que lo posee, y despuéscomprueba si en su Cuarto Rojo hay unamuerta que lleva un broche con unaestrella de rubí. Se la hice a Marie porsu decimosexto cumpleaños.

Su Cuarto Rojo… Jacob habíaentrado ya una vez en un cuarto de esos.Era un recuerdo que le habría gustadoolvidar.

¿Cuánto tiempo llevaba Zorro conél? ¿Tres horas?

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Ramee le gritó algo, pero Jacob solooía el murmullo de su propia sangre enlos oídos. ¡Troisclerq le había prendidola flor delante de sus ojos! Lasimpregnaban de aceite olvídatedeti.

Salió tropezando del estrechocallejón. Maldito imbécil. ¿Habíaolvidado todo lo que Chanute le habíaenseñado?

Ponte en marcha, Jacob.Pero no llegó lejos. Un brazo le

rodeó el cuello y, a través del arcosiguiente, alguien tiró de él rudamentehacia uno de los oscuros patiosinteriores, de los que el barrio de losjoyeros estaba plagado.

—¿Qué, te gusta estar en Vena con

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tus nuevos amigos?Donnersmarck no llevaba puesto el

blanco imperial, sino el uniforme gris delos goyl. La última vez que Jacob lohabía visto, había sido su prisionero. Suviejo amigo era ahora el attachépersonal de la nueva emperatriz. Alparecer no le molestaba que anteshubiera servido a su madre.

Donnersmarck había bebido. Nodemasiado, solo lo suficiente paraperder el control. Golpeó con tal fuerzaa Jacob en la cara que este saboreó supropia sangre en la lengua. Jacob lerespondió asestándole un rodillazo en elabdomen y se soltó, pero no llegó muylejos. Bajo el arco estaba Auberon, el

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antiguo enano predilecto de laemperatriz, apuntándole con una pistolaen la cabeza. Auberon gustaba dedemostrar el arte de su tiro disparandoen mitad de la frente. Todos los enanosde la emperatriz eran muy buenostiradores. Amalie, sin embargo, preferíahacerse vigilar por los soldados de sumarido, por lo que los anterioresguardaespaldas de su madre protegíanahora a joyeros, banqueros y ricosfabricantes.

Jacob levantó las manos.—¡Déjame ir, Leo!Llegaría demasiado tarde.Donnersmarck le empujó contra el

muro más cercano:

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—No irás a ninguna parte. Se loprometí a la emperatriz en el sombríoagujero en el que los goyl la hanencerrado: encontraré a Jacob Recklessy pagará por lo sucedido en la catedral.

—¿Por qué no le disparamos aquímismo? —Jacob recordaba bien elrostro hinchado con el que Auberonhabía salido tropezando de la catedral.Sí, al enano seguramente le habríagustado apretar el gatillo, peroDonnersmarck ignoró su pregunta.

—Llevo meses haciendo vigilar laestación de tren y la de la diligenciapara que te encontraran.

—¿En serio? Sí, ya veo, siguessiendo un hombre poderoso. Felicidades

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por el uniforme de goyl. ¡Te sienta muybien!

Jacob había confiado en queDonnersmarck le pegara por ello. Estabatan bebido que, al hacerlo, perdió elequilibrio, y Jacob le puso la pistola enla sien antes de que volviera arecuperarlo. Auberon demostraba quenadie tras el espejo blasfemaba deforma tan ocurrente como un enano,mientras intentaba poder disparar, peroDonnersmarck era muy alto y la mejorprotección.

—¡Se trataba de mi hermano! —lesiseó Jacob—. ¿Qué habrías hecho tú?Tú llevas su uniforme solo para noacabar en un calabozo como tu vieja

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señora. ¡Por tanto, no seas hipócrita ydime si sabes algo de un barbazul quehace de las suyas en esta región!

• • •

Sintió cómo Donnersmarck inspirabaprofundamente.

Barbazul. Habían cazado uno juntos.Hacía años.

—Vamos, contéstame. Eres el perroguardián de la nueva emperatriz.¡Naturalmente sabes la respuesta!

—¡Eso es un sucio truco!Aparte de él, Jacob era el único que

había visto los fantasmas que volvieron

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áspera la voz de Donnersmarck.—¡Vamos, desembucha! —exclamó

Jacob soltando a su viejo amigo paraque viera el miedo en su rostro—. ¿Hayen Vena un barbazul?

Donnersmarck lo miró fijamente.Enséñale el miedo, Jacob. Aunque se tedé tan bien ocultarlo.

—Sí —las palabras deDonnersmarck llegaron a trompicones—. La primera chica se la llevó hacediez años. Entretanto van cuatro.Supuestamente proviene de Lothringen,pero siente predilección por cazar aquí.Ya sabes cómo son. Nunca delante de supuerta. ¿Por qué lo buscas?

—Tiene a Zorro.

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Jacob se acercó a él. Siempre lamisma imagen: la mano de Troisclerqprendiéndole la flor en el vestido. ¿Porqué lo había hecho en su presencia?¿Para que lo siguiera viendo en el futurocada noche? Había caído en laencantadora trampa, como las mujeres alas que mataba. Pero Zorro solo se haido con él por ti, Jacob. Y tú se la hasentregado como si fuera un regalo.

—¿En qué parte de Lothringen?—Solo hay rumores.—¿Por ejemplo?—Que se aloja cerca de Champlitte.Champlitte. Troisclerq ni siquiera le

había mentido. ¿Y si me llevo lo que a tucorazón está prendido vendrás a

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buscarlo, Jacob?Apartó al enano de su camino y salió

del callejón. Donnersmarck lo alcanzóenseguida, a pesar de la cojera que lehabía causado una guerra de suemperatriz.

—¿Dónde la viste por última vez?—En la estación de tren.Tenía que buscar al cochero…Ninguna mordida de la polilla había

hecho latir su corazón tan deprisa. Elmiedo ahogaba su sentido común. Nohabía sabido que se podía sentir tantomiedo.

¡La encontrarás! Y aún seguirá convida.

Si simplemente hubiera podido creer

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en sí mismo. Solo sabía una cosa.Mataría a Troisclerq.

Lo mataría.

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37Flores

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Flores marchitas en un coche decaballos y en un andén. No. Troisclerqno se tomaba la molestia de borrar sushuellas. Donnersmarck estaba junto aJacob cuando este recogió las flores delandén. Barbazul. Esa palabra habíavuelto a convertir la hostilidad deDonnersmarck en el apoyo incondicionalcon el que Jacob había podido contarantes de la Boda Sangrienta.

Habían transcurrido tres años desdeque la emperatriz había pedido a Jacobbuscar un barbazul que habíasecuestrado a una de sus doncellas.Donnersmarck había solicitado ser suacompañante militar. La doncella era suhermana. La habían encontrado en un

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palacio vacío junto a otras siete chicas,todas muertas igual que ella. El asesinoya se había marchado. Lo habíanseguido buscando muchos meses más,pero finalmente los había atraído a unatrampa, de la que habían podido escaparpor los pelos, y después le habíanperdido el rastro. Años más tarde, habíamuerto pacíficamente en su cama, rico yrespetado, después de haber matado aotras tres chicas.

Los barbazules siempre estaban bienafeitados cuando salían de caza, paraque los pelos azulados de la barba porlos que recibían el nombre no lostraicionaran. Supuestamente habíaapenas una docena de ellos, pero

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Chanute juraba que eran cientos. Sedecía que todos ellos tenían unantepasado común, un hombre de sangrenegra y de barba negra azulada, quehabía encontrado una forma dealimentarse del miedo de otros y, de esemodo, vivir eternamente. Los barbazulessolo mataban cuando se acababa esemiedo. Jacob tenía puestas en ello todassus esperanzas: Zorro no le daría tanfácilmente a Troisclerq lo que ansiaba.

Uno de los jefes de la estaciónrecordaba a una joven de cabello rojoque estaba tan cansada que su maridohabía tenido que ayudarla a subir al tren.El efecto de una flor…

El tren también paraba en

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Champlitte. El próximo no salía hasta lamañana siguiente, pero Jacob decidió noesperar. Cuando ordenó al cochero delcarruaje llevarlo a uno de los arrabales,donde el aire apestaba a hollín ypobreza, Donnersmarck no preguntó porqué. Necesitaban caballos rápidos,incluso más rápidos que los que habíaen las cuadras de la emperatriz, yDonnersmarck sabía, tanto como Jacob,que esos caballos solo se encontrabanen los rincones más oscuros de Vena.Los campesinos los llamaban jamelgosdel diablo, porque devoraban carnecruda y su aliento era tan caliente queuno se escaldaba con él. Se los atrapabaen ciénagas y pantanos, rocines de color

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blanco pálido cuyas crines les colgabandel cuello como raigambres. Eran eldoble de rápidos que los caballoscorrientes, pero a los dueños demasiadoconfiados los devoraban mientrasdormían. A los dos que Jacob compró,ni siquiera podía sujetarlos el mismogigante que comerciaba con ellos.Donnersmarck no había hablado muchodesde su pelea, pero ambos sabían queera mejor no entrar solo a la casa de unbarbazul. Oscurecía cuando le dieron laespalda a Vena y se dirigieron juntoshacia el oeste.

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38Tierra

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¡Tierra! Se los había tragado la tierra. AReckless y al hombre que Kami’en habíaencargado que lo siguiera. Ni siquieraHentzau sabía dónde estaban. Y la arañatenía las patas pegadas al vientre azul yno quería seguir bailando. ¿Siguescontento de que los lobos no se lohayan llevado, Nerron?

Su humor era tan sombrío como supiel cuando regresó al palacio del primode Louis. El edificio se parecía a lasrecargadas tartas que se podíanencontrar en las pastelerías de Vena, yen él había más habitaciones que pelostenía Lelou en la cabeza. Pero Louissiempre resultaba fácil de encontrar.Solo había que seguir las risitas de su

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nueva favorita.¿Lo ves? El cuarto de la colada.

Louis no pasaba por alto ningún cuarto.Nerron apretó la oreja contra la puerta.

Era hora de acabar con los métodoscivilizados. Necesitaba la mano.Necesitaba el corazón antes de queReckless lo encontrara y tenía quedeshacerse de sus acompañantes. Solohabía una forma de conseguirlo todo degolpe. Matar tres pájaros de un tiro.

—¿Qué haces ahí? —el susurro deEaumbre sonaba aún más húmedo de lousual.

Nerron se dio la vuelta.El hombre de las aguas tenía el pelo

mojado pegado a la angulosa cabeza,

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como si acabara de salir de un charco.Donde probablemente había estado.Nerron creyó percibir un ligero olor apez rojo. Los hombres de las aguas sesecaban si no se sumergían de vez encuando en un charco, cuanto másfangoso, mejor. También se secabancuando se les obligaba a tragar unapolilla de fuego. Una imagen sin dudainteresante. Déjalo, Nerron. Entiéndetecon él. De ese modo será bastante másprovechoso.

Nerron señaló la puerta del cuartode la colada.

—Tu señor real se impacienta. Elencorvado quiere la ballesta, pero¿cómo me voy a concentrar en la

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búsqueda si su hijo solo tiene en lacabeza seducir a todas las muchachas deVena?

El rostro de Eaumbre continuó igualde impasible que siempre. Únicamentesus ojos revelaban el aspecto de suescamoso interior: seis ojos, llenoshasta el borde de aburrimiento y dolidoorgullo. Louis hacía saber a todos enVena que el hombre de las aguas no eramás que un pesado canguro que su padrele había impuesto. No cabía duda de queEaumbre detestaba a su principescoprotegido, pero eso no significaba quesintiera simpatía por alguien. Ademásera fuerte. Muy fuerte. Él solo era capazde romperle a un goyl cada hueso del

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cuerpo con una sola mano. Conseguridad, una sensación pocoagradable.

—¿Y? ¿Qué tendríamos que hacer entu opinión? —el susurro le llenó aNerron los oídos de lodo.

—Lleva a Louis a la biblioteca enuna hora. Hablaré con él —esperemosque no suene sospechoso—. Y dile quetraiga la mano.

—¿Para qué?Cuidado, Nerron.—Quiero ver si nos enseña dónde

está el corazón.Seis ojos. Estás mintiendo, goyl,

decían. Y lo sé.—En la biblioteca —repitió el

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hombre de las aguas—. En una hora.

• • •

El método Blancanieves tenía unosefectos secundarios tan graves que enAlbión su uso era castigado con lahorca. Pero al encorvado se le ocurriríaseguramente un método de ejecución aúnmás doloroso si alguna vez llegaba aenterarse de que habían usado esemétodo con su hijo. Nerron confiaba enque las secuelas se confundieran con unasobredosis de polvo de elfos.

Uno de los pinches de cocina delpalacio le estaba cociendo la lengua de

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brujo —el estúpido la tenía por unalengua de ternera—, pero la manzana laestaba preparando Nerron en persona.El método solo recibía el nombre deBlancanieves por la fruta, aunque lamanzana que había mordido había sidopreparada con otro veneno. Nerron lequitó el tallo y el corazón, y vertió elcaldo de la lengua en su interior. Lamagia negra era poco apetitosa. Cerró laapertura con chocolate negro paraendulzarlo todo un poco. Louis no podíaresistirse al chocolate.

En las estanterías de su primo, loslibros estaban ordenados en hileras tanperfectas como solo se podían encontraren una biblioteca que no se usara nunca.

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Al primo de Louis le gustaba aparentarser un hombre culto.

En una hora. El hombre de las aguasfue puntual en la entrega. Naturalmenteel príncipe heredero de Lothringen nonecesitaba llamar a la puerta.

—El hombre de las aguas dice quetenemos que hablar algo —olía comosiempre a polvo de elfos y a la horribleeau de toilette que usaba de formaderrochadora como si fuera agua—.¡Quédate fuera! —le espetó a Eaumbre,cuando el hombre de las aguas hizoademán de seguirlo—. Apestas otra veza pescado. Ve y busca a mi primo.Quiero salir.

Eaumbre lanzó a Nerron una mirada

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insípida antes de cerrar la puerta tras desí. Al parecer Lelou no le habíaenseñado a Louis nada sobre el orgullode los hombres de las aguas. Unapeligrosa laguna cultural.

—¿Habéis traído la mano?Louis levantó la bolsa.—Espero que la guardéis muy lejos

de vos.—¿Por qué? —preguntó Louis

arrugando la frente. Con el polvo deelfos, pensar le resultaba aún másdifícil.

—¿Qué os enseña Lelou? ¡La magianegra es todo menos sana! ¡Ynaturalmente vuestro padre me harápagar cuando comiencen los efectos

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secundarios! —Nerron le tendió lamanzana—. Tomad. El antídoto sabehorrible, pero le he pedido al cocineroque lo hiciera algo más apetecible.

—¿Una manzana? —preguntó Louisretrocediendo—. No pienso tocarninguna manzana. Mis dos tías fueronenvenenadas así.

—Como queráis —dijo Nerrondejando la manzana en un atril, sobre elque un libro sobre la historia de lafamilia de los parientes austrienos deLouis acumulaba el polvo—. Id a unmédico si no me creéis. Y examinad lasuñas de vuestros dedos. Si ennegrecen,será ya demasiado tarde.

Louis miró sus dedos.

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—¡Estoy harto de la caza de tesoros!—soltó—. Todas esas bobadas mágicas.Ya han pasado a la historia.

Cogió la manzana y la miró tandesconfiado que Nerron ya se daba porvencido.

—¿Es esto chocolate?Un mordisco y se desplomó. Nerron

lo cogió antes de que cayera en lasbaldosas de mármol. Algo no tansencillo debido al peso de Louis.

Se inclinó sobre él y le sopló en elrostro durmiente.

—¿Dónde está el corazón deGismundo, el verdugo de las brujas?

—¿Qué? —murmuró Louis.Nerron blasfemó tan alto que él

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mismo se tapó la boca con la mano. Elvagabundo al que había aplicado elmétodo Blancanieves hacía seis añoshabía sido, comparado con elprincipillo, un ejemplo de inteligencia.

—Gis-mun-do-el-ver-du-go-de-las-bru-jas —murmuró Nerron en el oídoprincipesco.

Louis quiso rodar hacia un lado,pero Nerron lo sujetó con firmeza,aunque el principesco peso exigiera unpoco de fuerza.

—Lothringen —murmuró Louis.—¿En qué parte de Lothringen?Louis se estremeció.—Champlitte… —susurró—, blanca

como la leche. Negro como un pedazo

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de noche engarzado en oro.Después comenzó a roncar.No haría otra cosa al menos durante

diez años. Las capacidadesclarividentes tenían su precio.

Nerron se levantó. Champlitte.Blanca como la leche. Negro como unpedazo de noche engarzado en oro. ¿Quédemonios…? Espolvoreó la ropa y lasmanos de Louis con polvo de elfos y lemetió, además, dos paquetitos en elbolsillo de la chaqueta. Después guardóla manzana mordida en la bolsaengañosa junto a la mano y metió ambasen las alforjas, donde guardaba la bolsacon la cabeza. Abrió la puerta… y mirófijamente el pecho uniformado del

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hombre de las aguas.Eaumbre lo miró por encima del

hombro.—¿Qué has hecho con él? —su voz

raspaba la piel de Nerron como una limahúmeda.

—Se ha pasado con el polvo deelfos —dijo Nerron, empuñandodisimuladamente la pistola.

—Yo no lo haría —susurró elhombre de las aguas—. ¿Adónde quieresir? ¿Crees que la ballesta complacerá alencorvado cuando reciba a su hijo comoBlancanieves? —el escamoso rostroesbozó una sonrisa furiosa—. Pero elencorvado no recibirá nunca la ballesta,¿no es cierto? Tienes intención de

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venderla al mejor postor.Bueno, al menos no sospechaba toda

la verdad.—¿Y si fuera así? —los dedos de

Nerron sujetaron con más fuerza laculata de la pistola.

—Quiero una parte. Estoy harto deloficio de guardaespaldas. La caza detesoros es mucho más lucrativa.

Y los hombres de las aguas teníanbastante experiencia en ella. A su modoparticular. Las chicas que se llevabansecuestradas a sus charcos podían cantaruna canción sobre ello. Los escamososrostros las cubrían de oro y plata parahacerles más apetecibles sus viscososbesos.

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Tres pájaros… Parece que tesobrará uno, Nerron. El más gordo yescamoso de los tres…

Un carraspeo.Delicado como un escarabajo.—¿Puede uno de los presentes

revelarme dónde puedo encontrar alpríncipe heredero?

Lelou estaba al final del pasillo, ellibro de notas debajo del brazo. ¿Quéescribiría al final de ese día? Y elpríncipe durmió diez años y susronquidos resonaron en el palacio desu padre…

Nerron señaló la puerta de labiblioteca.

—Eaumbre acaba de encontrarlo.

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Creo que deberías cuidar de él. Ya nosestábamos preguntando qué hace en labiblioteca sin una muchacha.

Salieron a la calle antes de que losgritos de Lelou alarmaran a loscentinelas que había abajo en el portal.

El encorvado ejecutaría seguro alescarabajo de un modo poco apetecible.Pero Nerron estaba convencido de queno extrañaría a Arsene Lelou.

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39Amigo y enemigo

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Los jamelgos del diablo hacían justiciaa su nombre. En la segunda noche, unose acercó a Jacob disimuladamenteenseñando los dientes, y aDonnersmarck le escaldaron los dedosmientras los alimentaba con carne deconejo. Pero eran rápidos.

Árboles fronterizos y desfiladeroshelados. Lagos, bosques, pueblos,ciudades. El miedo que Jacob sentía porZorro era como un veneno que lepenetraba en el cuerpo. La idea dehallarla muerta era tan insoportable queintentaba ahuyentar el pensamiento comohabía hecho de niño con la nostalgia porsu padre. Pero no lo conseguía. Cada díaque pasaba, cada kilómetro que

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recorrían, las imágenes se volvían másespantosas, y en sus sueños eran tanreales que se despertaba buscando ensus manos la sangre de Zorro.

Le preguntaba a Donnersmarck porla emperatriz y su hija para distraerse,por el hijo que no podía ser, por el HadaOscura… Pero la voz de Donnersmarckse transformaba una y otra vez en la deZorro: Encontrarás el corazón. Lo sé.Ella era todo cuanto quería encontrar.

Cuando al fin cruzaron la frontera deLothringen, habían pasado más de seisdías desde que Troisclerq había subidocon ella al carruaje. Atravesaron ríos enlos que se reflejaban blancos palacios,cruzaron a caballo pueblos con caminos

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de tierra y, a la luz de la luna, oyeroncantar a flores como si de ruiseñores setrataran… El corazón de Lothringenseguía latiendo al viejo compás,mientras los ingenieros construían unomecánico como en Albión.

En algún momento, Donnersmarcktiró de las riendas del caballo. En unprado, las flores blancas seentremezclaban con la hierba mordida.Olvídatedeti. El animal evitaba lasdiscretas flores cuyo narcótico aceitelos barbazules derramaban lentamentesobre las que prendían a sus víctimas enel vestido o en el cabello. También sefrotaban las mejillas recién afeitadascon él.

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Poco después llegaron a un posteindicador. Hasta Champlitte quedabanaún tres kilómetros. Se miraron. Lasmismas imágenes en sus cabezas. Peroen el recuerdo de Jacob, incluso lahermana fallecida de Donnersmarcktenía el rostro de Zorro.

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40La trampa de oro

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Despierta, Zorro. Creía sentir cómo lazorra le restregaba el afilado hocicocontra la sien. ¡Zorro! ¡Despierta! Perocuando abrió los ojos tenía formahumana y estaba sola.

Un dosel de tela, de color azuloscuro como un cielo nocturno, seextendía sobre ella, y el vestido quellevaba puesto le resultaba tan extrañocomo la cama en la que estaba tendida.Su cabeza le dolía y sus extremidades lepesaban, como si hubiera dormidodemasiado. Varias imágenes llenaban sucabeza. Un carruaje. Un tren. Unacarroza con almohadones dorados. Unsirviente tras un portón con flores dehierro y…

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Troisclerq.Se mareó al incorporarse. Altas

paredes, cubiertas de seda oro mate, y,en el techo, rodeado de flores blancas,una lámpara de araña de cristal rojo…De niña había soñado con habitacionescomo aquella. Pero las ventanas estabanenrejadas. Metió la mano en el escotebordado de perlas. No llevaba el pelaje.

Tranquila, Zorro.Pero su corazón no quería oír hablar

de ello.¡Acuérdate, Zorro! Un laberinto…

Troisclerq la había conducido a travésde él. Hacia una casa con muros depiedra de color gris, cubiertos dehiedra… Por más que lo intentaba, no

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podía recordar nada más.¿Había echado algo en el agua que le

había ofrecido en el carruaje? ¿Polvo deelfos? ¿O el bebedizo de una bruja?Pero no sentía amor. Solo enfadoconsigo misma.

¿Adónde la había llevado? ¿Y dóndeestaba su pelaje?

Jacob…¿Qué pensaría? ¿Que lo había

dejado en la estacada por la sonrisa deTroisclerq y una flor en el vestido?

Recogió su falda demasiado larga.El vestido era lo suficientementecostoso como para llevarlo a un bailereal. ¿Quién te lo ha puesto, Zorro?Sintió escalofríos. Tampoco los zapatos

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que llevaba los había visto nunca. Se losquitó y caminó descalza sobre las floresde madera que el suelo de parquéencerado dibujaba.

La puerta de la habitación no estabacerrada con llave.

El pasillo que había delante recorríauna docena de puertas. ¿Desde quédirección había llegado? ¡Acuérdate,Zorro!

No. Primero tenía que encontrar elpelaje.

Aún creía sentir la mano deTroisclerq en su brazo. Tan suave. Tancálida. ¿Qué se había creído? ¿Quepodía seducirla con una casa grande y unvestido nuevo? ¿Había respondido a su

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sonrisa de forma demasiado afectuosa?¿Se había reído demasiado con susbromas? Había sido tan fácil reír con él.Su mirada le había hecho saber de formatan solícita que era hermosa. ¿Habíaintentado besarla? Sí. Las imágenesregresaban como los recuerdos de unextraño. La había besado. En el tren. Enla carroza. ¿Qué has hecho, Zorro?

Tantas puertas.Intentó abrirlas, pero todas estaban

cerradas. En los retratos que colgabanentre ellas solo se veía a mujeres.

El pasillo terminaba en una escalera.Zorro creyó recordarla. Tenía intenciónde bajarla cuando un sirviente le salió alencuentro en los amplios escalones. El

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mismo que había abierto el portón dehierro. Era tan grande que inclinaba lacabeza entre los anchos hombros.

La habitación en la que habíadespertado… el vestido… lasimágenes… el sirviente en su frac deterciopelo negro. Era como si se hubieraperdido en uno de los juegos que habíajugado de niña en el bosque durantehoras.

—¿Dónde está tu señor?En respuesta, el sirviente la agarró

del brazo sin decir palabra. Sus manosestaban cubiertas de pelaje marrón mate.En todo Lothringen, había historiassobre nobles que se hacían servir poranimales encantados, porque habían

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demostrado ser más fieles que cualquierhumano.

La casa era gigantesca, pero noencontraron un alma humana. La puertaante la que el sirviente finalmente sedetuvo estaba revestida de la mismamadera oscura que las paredes delcomedor, hacia donde le indicaba porseñas que se dirigiera. Delante de lasventanas, la luz vespertina prendía delas cortinas de encaje rojo.

—Bienvenida a mi casa. —Troisclerq estaba sentado al final de unalarga mesa. Era la primera vez queZorro lo veía sin afeitar. La pielalrededor de la boca y la barbillarelucían azuladas.

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Respira, Zorro. Inspira y espira.Como hace la zorra cuando la muertela mira.

Barbazul.En la mesa había diez platos.

Siempre hacían poner el servicio parasus víctimas.

Troisclerq le sonreía. Llevabapuesta, como siempre, una camisablanquísima. Incluso en el interminableviaje en carruaje había estado siempretan bien vestido como si viajara con unsirviente.

—Pero siéntate —dijo señalandocon gesto de invitación la silla de suizquierda—. El vestido te sienta bien.

El sirviente echó hacia atrás la silla.

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Cuando se sentó delante del plato vacío,creyó sentir a su lado a todas lasmuertas que habían estado sentadasantes que ella en las sillas tapizadas deterciopelo negro. Intentó recordar losrostros que la habían seguido con lamirada desde los cuadros.

Respira, Zorro. Inspira y espira.Tenía que encontrar el pelaje. No

podía marcharse sin el vestido.Troisclerq le agarró la mano. Le

besó los dedos tan suavemente como sisus labios no hubieran tocado nunca algomás bello.

—Normalmente le doy a mishuéspedes femeninos un manojo dellaves de todas las puertas de mi casa,

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con el ruego de no usar una de ellas. Setrata de una vieja tradición de miestirpe. ¿Quizá hayas oído hablar deella?

Dejó un manojo de llaves sobre lamesa. Todas las llaves, salvo una,habían sido bañadas en plata. Era algomás pequeña que las demás y la cabezadorada tenía forma de flor.

—Sí —respondió Zorro—. Sí, heoído hablar de ella.

—Fantástico —dijo Troisclerqempujando el manojo de llaves hasta suplato—. No es que vayas a necesitar lallave para averiguar lo que se ocultadetrás de la puerta. La zorraseguramente lo olfatearía.

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Naturalmente. Él había visto elpelaje. Zorro intentó no preguntarse si élse lo había quitado. Cerró el puño con elmanojo de llaves, como si eso pudierademostrar que no tenía ningún miedo. Elcriado le sirvió una copa de vino. Elvino era tan rojo que parecía que leestuviera llenando la copa de sangre.

—Esta vez has capturado a laerrónea.

Sentía el vestido extraño sobre lapiel. Decorada para el cuadro de supared, Zorro.

—¿De veras? ¿Por qué?El criado le sirvió. Carne de pato.

Patatas cocidas. Zorro sintió que estabahambrienta.

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—Nunca he tenido miedo a lamuerte.

Zorro miró a Troisclerq a los ojospara que viera que estaba diciendo laverdad, sus tenebrosos ojos, cuyassombras habrían podido advertirla. Perote gustó cómo te miraba, Zorro. Tegustó la frecuencia con que, de formacasual, te agarraba del brazo o terozaba los hombros. Todo aquello queJacob evitaba con más esmero cada día.Su anhelo por él lo llevaba oculto comoun secreto bajo la piel, pero quizáTroisclerq lo había olfateado como elpelaje bajo su ropa, como un rastro desangre en el bosque, aunque al final loempujara otro tipo de hambre. Y qué

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más daba. No importaba lo que lehubiera atraído, sabría morir. La zorrase lo había enseñado. Vivía con lamuerte, como cazadora y como cazada.

—¿La errónea? Oh, no —la voz deTroisclerq era tan suave como el musgodel bosque—. Estate tranquila. Escojo amis víctimas con esmero. Eso memantiene con vida desde hace casitrescientos años.

Le hizo una seña con la cabeza alcriado.

—Me darás lo que quiero. Comohicieron las demás. Incluso más quetodas ellas.

El criado dejó una garrafa sobre lamesa. La luz vespertina se irisó en su

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cristal como astillas del día agonizante.Troisclerq se levantó y acarició los

hombros desnudos de Zorro.—El miedo tiene muchos colores,

¿lo sabías? El más sustancioso es elblanco, el miedo a la muerte. Es a lapropia muerte a la que más teme lamayoría. Pero de inmediato supe queeras distinta. Eso hizo la caza aún másseductora. —Troisclerq esparció unpuñado de flores marchitas sobre lamesa—. He dejado un rastro claro paraél. Estoy convencido de que ya está encamino. ¿No crees?

Jacob.No. Zorro olvidaría su nombre para

que Troisclerq no lo encontrara en su

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corazón. Sentía cómo el miedo lequitaba la respiración.

Algunas gotas blancas seacumulaban en el fondo de la garrafa.

Troisclerq le acarició suavemente lamejilla.

—El laberinto que rodea mi casa —le susurró— solo me deja pasar a mí.Cualquier otro se extravía en él sinremedio. Olvidan quiénes son, olvidanpor qué vinieron y vagan entre los setoshasta morir de hambre. Acabancomiendo las hojas venenosas ylamiendo el rocío de los caminos.

Zorro le arrojó el vino a la cara.Agarraba la copa con tal fuerza que leestalló en la mano. El vino tiñó la

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camisa de Troisclerq del mismo rojoque la sangre que le corría a Zorro porlos dedos cortados. Troisclerq le tendiósu servilleta.

—Él también te ama, ¿lo sabes? Auncuando se tome mucho esfuerzo en queno se note —no había voz que sonaramás tierna. Troisclerq empujó haciaatrás la silla—. Desde aquí tambiéntienes una buena vista del laberinto.Cuando un enjambre de palomas alce elvuelo, se habrá enredado en él. Apartede a Jacob, no espero a ningún otroinvitado.

Un charco blanco lechoso cubría elfondo de la garrafa.

Troisclerq pasó de largo junto a la

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larga mesa. Junto a los platos vacíos.—Quizá te sirva de consuelo —dijo

antes de cerrar la puerta detrás de él—:el miedo te matará igualmente. El amores un asunto mortal.

Quería desgarrarle el cuello con losdientes. Ahogarle en sangre laaterciopelada voz. Pero la zorra estabaigual de perdida que Celeste.

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41El coto del cazador

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Jacob sabía que estaban en el lugarcorrecto tan pronto entraron cabalgandoen Champlitte. Muchas casas estabanrecién pintadas y, en las calles, unaslámparas de gas iluminaban la noche, unlujo que, tras el espejo, solo seencontraba en las grandes ciudades. Losbarbazules cuidaban de los buenosvecinos. Nunca buscaban sus víctimasdonde vivían y donaban dinero paranuevas calles, iglesias y colegios. Elsilencio que compraban de ese modo erasu mejor protección. Jacob estabaconvencido de que tras las cortinas deChamplitte había muchos ojos que losseguían.

La mayoría de los barbazules vivían

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en fincas apartadas, rodeadas deextensas tierras. Solo había una fincagrande en la cercanía que encajara conesa descripción. Se encontraba al sur dela ciudad, así que Jacob dirigió sucaballo hacia el norte, donde acababa lapoblación, para que ninguno de loshonrados ciudadanos consideraranecesario informar a Troisclerq de sullegada.

Dejaron a los caballos en unaarboleda. Ni siquiera los lobosatentaban contra los jamelgos deldiablo, y Jacob había cambiado lasriendas por cadenas para que nopudieran liberarse. Su semental se habíahecho realmente amigo de él. Le intentó

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atrapar la mano casi de forma amistosacuando Jacob levantó la mochila de lasilla de montar.

La noche olía a árboles florecientesy a campos recién arados. Todo a sualrededor parecía tranquilo. Un paraísodormido, pero no tuvieron que andardemasiado hasta topar con una avenidabordeada de plátanos de sombra, encuyos húmedos cantos rodados habíaenterrada una carroza. Poco despuésemergió, de entre los árboles, un portónde hierro.

La engañosa paz, el portóncerrado… La propia avenida que habíadelante se parecía al lugar donde habíanestado buscando a la hermana de

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Donnersmarck. En aquel entonces habíanllegado demasiado tarde. Esta vez no,Jacob.

Habría podido vomitar del miedo.Ya no sabía con qué frecuencia, duranteel interminable viaje a caballo, se habíasorprendido volviendo la cabeza enbusca de Zorro. O había creído oírlarespirar a su lado en sueños.

«¿Cuál es el mayor tesoro que hasencontrado nunca?», le había preguntadoChanute no hacía demasiado tiempo.Jacob se había encogido de hombros yhabía enumerado algunos. «Eres aúnmás estúpido que yo», le había gruñidoChanute. «Solo espero que no lo hayasperdido cuando empieces a ver clara la

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verdadera respuesta».La verja del portón estaba cubierta

de flores de hierro. Donnersmarck sacóuna llave del bolsillo sin decir palabra.Jacob había tenido una parecida, pero,como muchas otras cosas, la habíaperdido en la fortaleza de los goyl. Lallave que abría cualquier palacio…Algunas funcionaban solo en el país enel que habían sido forjadas, pero esatambién realizaba su trabajo allí. Elportón se abrió apenas Donnersmarck lahubo introducido en la cerradura.

Una cochera, cuadras, una rampaancha entre los árboles mojados por lalluvia y, al final, la casa que habíanvisto desde la lejanía. Estaba rodeada

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de altos setos perennes.El laberinto del otro barbazul había

estado mustio y muerto, porque ya sehabía marchado, y se habían abiertopaso con el sable a través de los setosmuertos. Pero ese laberinto vivía. Muybien, Jacob. Eso significa que aún estáaquí. Los setos susurraron en cuanto seacercaron a ellos, como si sus ramasperennes quisieran advertir al asesino alque custodiaban. Troisclerq. Esta veztenía un nombre y un rostro que le erafamiliar. Todas las noches que habíanpasado juntos en alguna estación dediligencias, que habían bebido juntos yque habían intercambiado historiassobre los celos de las hadas y las hijas

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de los fabricantes, sobre duelosperdidos y ganados, buenas herrerías ymalos sastres. Y te salvó la vida, Jacob.

Quería matarlo. Nunca habíadeseado algo tanto.

Una bandada de palomas salióvolando de los setos. Jacob las miró congesto de preocupación. ¿Y si mataba aZorro tan pronto se percatara de supresencia y de la de Donnersmarck?Basta ya, Jacob. Sigue viva.

Se lo repitió una y otra vez. Sigueviva. Se volvería loco si se permitíapensar otra cosa.

Estoy seguro de que volveremos avernos.

Lo mataría.

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42Blanco

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Palomas. Las plumas blancas como sumiedo. Lo escribían con sus alas en elcielo vespertino.

Zorro apretó las manos contra lasventanas. Susurró el nombre de Jacob,como si su voz pudiera guiarle a travésdel laberinto del barbazul. La habíarescatado una vez de una trampa, peroen aquel entonces ella había sido lavíctima. Esta vez era el cebo.

Estaba tan contenta de que Jacobhubiera llegado.

Y deseaba tanto que jamás la hubieraencontrado.

Detrás de ella, entre los platosvacíos, estaba la garrafa, y se llenabacon su miedo.

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43Perdido

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Jacob deseó tener un ovillo cuyo hilo nopudiera romperse, o que encontrara porsí solo su camino cuando se lodesenrollaba a lo largo de los senderoscubiertos de guijarros que desaparecíandelante de ellos entre los setos. PeroDonnersmarck había buscado en vano enlas salas de tesoros una magia tan útil.El ovillo cuyo hilo Jacob anudaba en lossetos que había a la entrada dellaberinto procedía de una sastrería deVena, y en sí no tenía nada de mágico,salvo la destreza que suponía hilar sufirme hilo, procedente de lana de ovejacorriente. Sería su hilo vital. Su únicaesperanza de no perderse entre los setos.

Jacob hizo deslizar el hilo entre los

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dedos con cuidado, mientrasDonnersmarck y él caminaban entre lasoscuras ramas. El asesino había tendidosu verde red extensamente. Tras unascurvas tropezaron con un sable oxidado.Hallaron huesos relucientemente roídos,botas podridas, una pistola anticuada.Pronto olvidaron de qué direcciónhabían llegado, pero su mayorpreocupación eran las flores blancas,que crecían en la sombra de los setos.Olvídatedeti. De nada servía pisarlas oarrancarlas. Cuando las flores semarchitaban, el efecto únicamente seintensificaba. Se ataron pañuelos delantede la boca y la nariz y, mientrascaminaban, repitieron sus nombres o

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lugares y cosas que habían vividojuntos. Sus recuerdos, sin embargo,palidecían a cada paso y su únicaconexión con el mundo, que olvidaron,era un hilo.

Hojas. Ramas. Un hilo que acababadelante de una muralla perenne. Una yotra vez.

Jacob ya había escapado de otroslugares en los que uno mismo se perdía,pero ni siquiera la isla de las hadashabía transformado el mundo en unanada como esa. Palpó la cicatriz de sumano, que los dientes de la zorra lehabían causado, para que no se perdieraen los brazos del Hada Roja.

No la olvides, Jacob.

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Olvídate de ti, pero no de ella.Y el camino volvía a terminar

delante de un seto. Donnersmarckgolpeó con una maldición el sable entrelas ramas. Izquierda. Derecha. Nisiquiera las palabras parecían tener unsignificado. Jacob enrolló el hilo paraque les guiara a él y a Donnersmarck devuelta al último cruce del camino.

No la olvides.¿Cuántas horas llevaban allí

vagando? ¿O llevaban días? ¿Habíaexistido alguna vez otra cosa distinta aese laberinto? Jacob se volvió, y buscóa tientas su pistola cuando vio a unhombre de pie empuñando el sabledetrás de él.

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El extraño bajó el sable.—¡Jacob, soy yo!Donnersmarck. Repite el nombre,

Jacob. No, solo había una persona aquien no debía olvidar. Zorro. Sigueviva. Una y otra vez. Sigue viva. Seapoyó contra las hojas perennes. Elaroma de las olvídatedeti le llenaba lacabeza de una nada pegajosa.

Siguió tropezando… y se tocó elpecho.

La cuarta mordedura.No. Ahora no.El ovillo se le cayó de la mano

cuando el dolor lo postró de rodillas.Donnersmarck fue tras el ovillotambaleándose y, a duras penas,

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consiguió cogerlo antes de quedesapareciera bajo los setos.

El dolor aceleró el corazón deJacob, pero todo lo que podía pensarera: Ahora no. ¡Ahora no! ¡Primerotenía que encontrarla!

—¿Qué te pasa?Donnersmarck se inclinó sobre él.

Se pasará, Jacob. Siempre se pasa.El dolor estaba en todas partes. Le

ahogaba la carne.Donnersmarck se arrodilló junto a

él.—Jamás saldremos de aquí.Piensa, Jacob. ¿Pero cómo, si el

dolor le anestesiaba el sentido común?Metió los dedos temblorosos en el

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bolsillo. ¿Dónde estaba? Encontró latarjeta en los pliegues del pañuelo deoro. Enseguida se llenó.

¿Necesitas mi ayuda?

Jacob presionó la mano contra eldolorido pecho. Le costó pronunciar larespuesta. Un trato como aquel solopodía acabar mal.

—Sí.—¿Qué haces? —Donnersmarck

miraba incrédulo la tarjeta.Se volvió a llenar con nuevas

palabras.

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En cualquier momento.Confío en que este sea elcomienzo de una productivacolaboración. ¿Estáspreparado para pagar miprecio?

—Lo que quieras.Más elevado que el precio del hada

no podía ser. ¡Siempre que saliera dellaberinto!

Te tomaré la palabra.

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Tinta de color verde. Casi tan verdecomo los ojos de Earlking. Gismundohabía vendido su alma al diablo. ¿Aquién le estaba vendiendo la suya?

El dolor disminuyó, pero Jacobseguía mareado por el aroma de lasolvídatedeti y apenas podía recordar supropio nombre.

La tarjeta continuaba vacía.¡Venga, vamos!Las letras aparecieron de una forma

angustiosamente lenta.

Dos veces a la izquierday una a la derecha.

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Dos veces a la derecha yuna a la izquierda.

Así teje el barbazul.

¡En pie, Jacob! Era un patrón. Unsimple patrón.

Donnersmarck le siguiótambaleándose. Izquierda y otra vezizquierda. Derecha. Jacob dejó que elhilo volviera a deslizarse entre losdedos. Derecha. Y de nuevo a laderecha. Y una vez a la izquierda.

La luz de una lámpara caía entre lossetos. Corrieron hacia ella, convencidosde que desaparecería al siguiente

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instante. Pero los setos se abrieron yestaban al aire libre.

La casa que tenían delante era vieja.Casi tan vieja como la tenebrosa estirpede su dueño. El escudo de armas sobreel portal estaba corroído, pero los siglosno habían dañado el esplendor de losgrises muros y torres. Las oscurassiluetas se fundían casi con la noche.Junto al portal de la entrada ardía unaúnica lámpara y en dos ventanas de laprimera planta había luz.

Detrás de una de ellas estaba Zorro.

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44Barbazul

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No. El laberinto de Troisclerq no habíapodido atrapar a Jacob. Zorro deseóverlo lejos, lejos de allí. Pero estaba tancontenta de verlo. Tan contenta.

Jacob no venía solo. Zorroreconoció a Donnersmarck al mirarlopor segunda vez. Había tomado a suhermana por tonta por haberse dejadoatrapar por un barbazul.

El criado de Troisclerq la arrancóde la ventana. Ella le mordióprofundamente en la mano cubierta depelo, aun cuando los dientes humanoseran más romos que los de la zorra, y sesoltó. La garrafa estaba ya llena por lamitad, pero Zorro la volcó antes de queel criado pudiera impedírselo. Él la

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agarró del cabello y la zarandeó de unaforma tan brusca que la dejó sinrespiración. No importaba. Su miedofluía de color blanco por la mesa. Jacobestaba allí y los dos seguían vivos.

—Es tan bueno, pues, como dicen.No es que lo hubiera dudado.

Troisclerq estaba en la puerta. Seacercó a la mesa y recogió las gotas quecaían del tablero en la cavidad de sumano.

No parecía angustiado porque Jacobhubiera escapado de su laberinto.

—¡No puedes matarlo!¿Qué creía? ¿Que las palabras

devendrían realidad si simplemente laspronunciaba lo suficientemente alto?

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Zorro sintió cómo el miedo regresaba.Troisclerq acarició la blanca

humedad de su mano.—Ya veremos —dijo haciéndole una

seña al criado—. Llévala con las demás.Zorro gritó el nombre de Jacob

mientras el criado tiraba de ella a travésdel pasillo. ¿Para qué? ¿Paraadvertirle?, ¿para llamarle?, ¿paraenvolverse en su nombre como en elpelaje que el barbazul le había robado?¡No lo llames, Zorro!

El criado se detuvo.Llévala con las demás.La puerta no se diferenciaba del

resto, pero Zorro olía la muerte detrásde ella de una forma tan clara como si, a

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través de la oscura madera, se filtrarasangre.

—Has olvidado algo.Troisclerq estaba detrás de ellos.

Levantó el manojo de llaves que habíadejado junto a su plato. Quizá quería vercómo le temblaban las manos al meter lallave dorada en la cerradura.

Jacob no había permitido que pisarala casa del barbazul que había matado ala hermana de Donnersmarck. Zorro sehabía echado a reír. La zorra habíamatado demasiadas veces como paratratar a la muerte con temor, pero laimagen que le aguardaba detrás de lapuerta, no obstante, la llenó de espanto.

Ese cazador no dejaba escapar a sus

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presas.Nueve mujeres. Estaban allí

colgadas como horripilantes marionetas,sujetas por cadenas de oro, muertas porel propio miedo. Sus miradas estabanvacías, pero el espanto se había grabadopara siempre en sus pálidos rostros. Suasesino las guardaba en su Cuarto Rojocomo joyas en un cofre. Tiesos despojosdel placer que le habían proporcionado,de la vida que le habían brindado, y delamor que las había atraído hasta él.

El criado sujetó el cuello y lasmuñecas de Zorro con las cadenas deoro, como si quisiera adornarla unaúltima vez para Troisclerq. En suespeluznante casa de muñecas no

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quedaba mucho espacio. Su codo rozó elbrazo de la muerta que colgaba junto aella. Tan fría y aún tan hermosa.

—No me dejan ir —dijo Troisclerqdejando la garrafa vacía en la mesa quehabía delante de una de las ventanas concortinas—. Forman parte de mí, quizápor eso las maté… Para librarme deellas. Pero permanecen, silenciosas einmóviles, y me hacen recordar. Susvoces. El calor que su piel tuvo unavez…

Las lámparas de gas que iluminabanla cámara proyectaban las sombras delas muertas en la pared roja. Zorro viola suya entre las de ellas. Ya pertenecíaa ellas.

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Troisclerq se acercó.—¿Aún sigues temiendo más su

muerte que la tuya propia?—No —respondió Zorro. Le daba

igual que supiera que se trataba de unamentira—. Te matará. Por mí. Y portodas las demás.

—Muchos ya lo han intentado —dijoTroisclerq haciéndole una seña al criado—. Tráemelo —dijo—. Pero solo a él.

Después, apoyó la espalda contra lapared tapizada de seda, que teñía lacámara como el sangriento interior de unanimal, y aguardó.

Y Zorro vio cómo su miedo fluía enla garrafa.

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45Los salvadores equivocados

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A un pozo. Los habían arrojado a unmaldito pozo.

¿Por qué? Todo lo que había hechoera repetir la incomprensible palabreríade Louis en unas tiendas que había en laplaza del mercado. Blanca como laleche. Negro como un pedazo de nocheengarzado en oro.

¿Y qué, Nerron? ¿No había sidosuficiente advertencia la forma hostilen que el orondo carnicero te habíamirado?

Se agarró fuertemente al resbaladizomuro. Eaumbre nadaba bajo el aguasalobre. El hombre de las aguas lomiraba desde abajo de forma tansombría como si hubiera sido su culpa

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que hubieran acabado así.Probablemente sobreviviría con suescamosa piel durante años allí abajo.

• • •

¡Ni hablar del mejor, ni hablar de laeterna gloria del cazador de tesoros!¡Un pozo, Nerron! Los ciudadanos deChamplitte los empleabanprobablemente solo para librarse de losvisitantes inoportunos. Agua corriente,lámparas de gas… No importaba dedónde procediera el bienestar, no lesgustaban los extraños y menos aúnaquellos que tenían piel de piedra.

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Nerron oprimió la frente contra elhúmedo muro. No mires abajo.

Agua. El temor de los goyl.Había intentado levantar la plancha

de hierro que habían colocado sobre elagujero del pozo, pero, después dehaber aterrizado directamente junto alhombre de las aguas, no lo había vueltoa intentar. Su ropa seguía estandohúmeda y tan viscosa como la carne deun caracol.

Su único consuelo era que Recklesstampoco encontraría ya la ballesta.Quizá un día uno de esos investigadoresque volteaban cada piedra antiguapescaría sus despojos bien conservadosdel pozo y se preguntaría por qué había

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llevado consigo una cabeza dorada y unamano amputada.

Nerron dio un fuerte suspiro —susgarras le dolían entretanto como sialguien se las estuviera arrancando— yse apoyó contra el frío muro cuando oyóvoces encima de él. ¿Regresaban porquehabían decidido mejor quemarle vivo,como les había gustado hacer antes enAustrien con los de su especie?

La plancha de hierro se levantó. Loshabían tirado al pozo por la tarde, peroel pedazo de cielo, que se hizo visibleera más oscuro que la piel de Nerron.Cerró los dorados ojos cuando la luz deuna lámpara cayó sobre él.

—¡Vaya imagen! —retumbó una voz

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gangosa en el pozo.Arsene Lelou lo miraba tan

satisfecho desde lo alto como un niño aun insecto atrapado. Nerron no habríacreído nunca que la visión delescarabajo lo alegraría tanto alguna vez.

Sus doloridos dedos apenas podíansujetar la cuerda que Lelou lanzó sobrela rueda del pozo. Alguien tiró de él deforma tan brusca por encima del muroque le levantó la piel de piedra. Nerronhabía visto el tosco rostro en la casa delprimo de Louis. Uno de los pinches decocina. Barbilampiño. Él mismo sellamaba así. Arrojó a Nerron al suelo,como si no hubiera deseado otra cosa entoda su miserable vida que tener a un

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goyl entre sus fuertes dedos.—¡Hazle daño, pero no lo mates! —

Lelou le golpeó con la punta de la botaen el costado. Olía a cera de zapato. Elescarabajo pasaba horas puliendo lasbotas de botones—. ¿Qué pensabais? —siseó—. ¿Que iba a devolverle alencorvado su hijo como Blancanieves ydejarme ejecutar en vuestro lugar? ¡Nihablar! ¡Polvo de elfos! ¡Tendréis queesforzaros un poco más si queréis tomara Arsene Lelou por un estúpido!

Al escarabajo le gustaba hablar entercera persona de sí mismo.

—¡Quitadle la mochila! —ordenó.El pinche le oprimió a Nerron la

bota con tal fuerza en los riñones que

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creyó oír romperse su espina dorsal.—Espero que aún tengas la cabeza y

la mano —susurró Lelou—, de locontrario te volveré a tirar al pozo deinmediato. Encontraremos la ballestajuntos; y si vuelves a intentar largarte,telegrafiaré al encorvado lo que hashecho con su hijo.

Barbilampiño arrastró a Nerron delos pies. Tenían espectadores. MedioChamplitte estaba alrededor del pozo apesar de las altas horas. El carnicero noera el único que miraba visiblementedecepcionado porque el rostro de piedraseguía con vida. Probablemente era elprimer goyl que habían llegado a vervivo. ¡Olvidaos de Albión!, quiso

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gritarle a Kami’en. Ocupad de una vezLothringen. Nerron quería verlos a todosmuertos… a los honrados ciudadanos deChamplitte que se habían divertidoahogándole como a un gato.

Lelou le puso una pistola en elcostado.

—Venga, vamos. ¡Saca al hombre delas aguas también! —le ordenó alpinche.

¿Cómo, por todos los diablos y suscabellos de oro, los había encontradoLelou?

La respuesta aguardaba delante de latienda del fervoroso carnicero. El oroque decoraba el carruaje del primo deLouis no solo habría alimentado al

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carnicero sino a todo Champlitte duranteun año. En el banco estaba sentado elhombre de los perros, que adiestraba ala jauría del primo del príncipe. Yahabía seguido a Nerron en Vena con unamirada tan penetrante como si le hubieraencantado azuzar a los perros contra ungoyl, por variar. Había traído dos.Perros de presa. Estaban sentados juntoa él en el pescante y enseñaron losdientes apenas vieron a Nerron.Maldición. ¡Y ni siquiera se habíaesforzado en borrar sus huellas! Habíasubestimado al escarabajo.

—¡Sube!Lelou lo empujó hacia el carruaje.Louis yacía con la boca abierta

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sobre uno de los bancos tapizados enoro y emitía un ronquido gruñón. Leloule sacudió los hombros.

—¡Despertad, mi príncipe! ¡Lohemos encontrado!

¿Despertar? No creo.Pero efectivamente Louis abrió los

ojos. Estaban hinchados e inyectados ensangre, pero el principillo estabadespierto.

Lelou lanzó una mirada triunfadora aNerron.

—Desove de sapo —dijo sacandolos labios en punta, como si fuera asilbar, y esbozando seguidamente unasonrisa de autosatisfacción—. Dostratados del siglo XVII lo designan de

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forma unánime como antídoto contra lamanzana de Blancanieves.

Nerron no había oído nunca hablarde ello, pero el desove parecía actuar,aun cuando Louis mirara de forma aúnmás simplona que de costumbre.

—¿Cómo han encontrado los perrosnuestro rastro tan rápidamente?

Lelou lo examinó con compasivodesdén. Tu miserable actuación en elpozo ha frustrado el efecto de los TresRecuerdos para siempre, Nerron.

—No necesitamos a los perros.Louis no ha pronunciado en días otrapalabra que «Champlitte».

Sí, las manzanas de Blancanievespodían surtir ese efecto. La mayoría de

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las víctimas balbucían, si llegaban adespertar, únicamente las palabras quehabían pronunciado como oráculodurante años.

Louis comenzó de nuevo a roncar.Lelou frunció el ceño.—Creo que tenemos que aumentar la

dosis —le dijo al hombre de los perros—. Está bien. Eso responde a lapregunta de si necesitamos aún alhombre de las aguas. Estoy convencidode que está sumamente cualificado paraconseguir desove de sapo.

Miró a Eaumbre, a quien elbarbilampiño ayudaba en ese momento asalir del pozo. Los ciudadanos deChamplitte retrocedieron cuando pasó

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junto a ellos empujando al hombre delas aguas, completamente empapado, através de la plaza del mercado.

—Bueno, goyl —dijo Lelou mirandoa Nerron—. Antes de decidir sisobras… ¿dónde está el corazón?

—Enseñadle a los perros la bolsacon la cabeza —dijo Nerron.

Si tenían suerte, seguiría oliendo lobastante a Reckless.

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46Tráemelo

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La ventana en la que Zorro había estado,estaba oscura cuando alcanzaron la casa.Jacob se obligó a no pensar lo queaquello significaba. Donnersmarck subióde un salto los escalones, como si lasprisas pudieran devolverle una hermana.La pesada puerta se abrió con elimpulso tan pronto apoyó los hombroscontra ella. Jacob no necesitabaexplicarle que una puerta abierta enaquella casa era algo que había quesaborear con precaución. Los dossacaron el sable. Contra un barbazul, laspistolas servían de tan poco como contrael sastre del Bosque Negro.

El vestíbulo al que entraron olía deforma aún más intensa a olvidatedeti que

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los interminables caminos del laberinto.Jacob sacó los ramos de los jarronesque había junto a la puerta, yDonnersmarck abrió de un empujón losventanales para que entrara el aire de lanoche.

Desde el vestíbulo se bifurcabanmás pasillos y una ancha escalera subíaa la primera planta. ¿Y ahora? ¿Debíansepararse?

Pudieron evitar la decisión. De unode los pasillos llegaba un criado. Ajuzgar por las peludas manos no habíasido siempre una persona.

Jacob sacó la pistola. Si no servíade nada contra su señor, quizá surtieraefecto al menos con él.

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—¿Dónde está?No hubo respuesta. Los ojos que lo

miraban eran oscuros, sin fisuras, comolos de un animal.

Donnersmarck agarró al criado porel rígido cuello y le puso la punta delsable debajo de la barbilla.

—Eres hombre muerto si ella loestá, ¿me oyes? ¿Dónde está?

Todo sucedió demasiado deprisa.La cornamenta de ciervo que le

creció de las sienes al criado rajó elcuerpo de Donnersmarck antes de quepudiera defenderse con el sable. Jacobdisparó, pero las balas no sirvieron denada, y su sable paraba al ciervohumano con la misma inocencia que el

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palo de un niño. Cervatos que adoptabanla forma de un hombre cuando se lesmezclaba cabello humano en la paja…Jacob había leído sobre ellos. Se decíaque se entregaban ciegamente a susdueños.

El hombre ciervo se limpió la sangrede Donnersmarck de la frente y señalóde forma amenazante el pasillo por elque había venido, pero Jacob lo ignoró.Se arrodilló junto a Donnersmarck ymetió la mano en el pequeño bolso de sucinturón. Sí, seguía llevando consigo laaguja de bruja. Jacob se la clavó en lamano sangrienta. La aguja no podíacurar una herida tan grave, pero almenos la cerraría. El hombre ciervo

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emitió un bufido impaciente. Solo sucabeza se había transformado. La sangrele chorreaba de la cornamenta al fracnegro.

—¡Vete, Jacob! —la voz deDonnersmarck era un áspero estertor,pero quizá la aguja lo mantendría convida el tiempo suficiente. ¿El tiemposuficiente para qué, Jacob? Se levantó.

El criado señaló el pasillo por elque había venido. «¡Maldición, Jacob!»,creyó oír blasfemar a Chanute. «¿Qué tehe enseñado sobre los barbazules?¿Cómo es posible que creyerais en serioque podíais entrar en su casa y robarlesu presa?».

Puertas. Y, en cada una, Jacob

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pensaba que quizá Zorro yacía muertadetrás. Pero el criado ciervo profería unamenazador bufido cada vez que sedetenía.

La puerta a la que lo condujo estabaabierta.

Jacob vio las paredes de color rojocuando aún estaba a varios pasos dedistancia.

Y las muertas colgadas de lascadenas de oro.

Y, entre ellas, Zorro.

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47Vida y muerte

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Por un instante, Zorro temió que lasangre que había en la camisa de Jacobfuera la suya, pero seguidamente vio lasangrienta cornamenta del criado y quehabía venido sin Donnersmarck.

Jacob solo le lanzó una rápidamirada. Sabía que los dos estabanperdidos si la preocupación por ella ledistraía del asesino, que le aguardabaentre las muertas. Jacob estabadesarmado. Las lágrimas que Zorro teníaen los ojos desdibujaban su rostro.Lágrimas por su propio desamparo.Lágrimas de miedo por él. Casiesperaba que le corrieran tan blancaspor la cara como la sangre del corazónque llenaba la garrafa de Troisclerq.

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El barbazul se separó de la pared decolor rojo sangre. Perdido en su casa dela muerte. Por un instante recordó sunombre: Guy. Se acercó a Zorro yacarició su mejilla, como queriendosentir sus lágrimas en las yemas de losdedos.

—Puedes irte —le dijo al criado,que seguía en la puerta con lacornamenta llena de sangre.

El hombre ciervo lo miró sincomprender.

—¡He dicho que puedes irte! —lavoz de Troisclerq sonaba tan impasiblecomo si el tiempo le perteneciera. Y lepertenecía. Las muertas a su alrededorlo habían comprado para él.

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El criado inclinó la cornuda cabeza.Después retrocedió vacilando ydesapareció en el oscuro pasillo.

Estaban solos. Con las muertas y suasesino.

Zorro recordó las horas que Jacobhabía pasado sentado junto a Troisclerqen la diligencia, confiado, como sifueran amigos desde hacía años.Descubrió que seguía habiendo un rastrode esa amistad en el rostro de Jacob. Legustaba Troisclerq y detestaba sucorazón por ello.

—En ochenta años, nadie ha sidocapaz de atravesar el laberinto, perosabía que no me defraudarías. El últimofue un oficial de la policía de

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Champlitte. He conservado su arma enrecuerdo —dijo Troisclerq señalandouna espada que colgaba de la pareddetrás de las muertas—. Sírvete túmismo. Estoy seguro de que no leimportaría. Sé que prefieres el sable,pero, como esta es mi casa, seguro queno tendrás inconveniente en que yo elijael arma.

Jacob se dirigió a la espada. Seguíaevitando mirar a Zorro. Sí, olvídame,quiso susurrarle Zorro, olvídame o tematará, Jacob. Veía fluir su miedo en lagarrafa.

Troisclerq también lo veía.—¿Solo nueve? —Jacob miró a las

muertas—. Estoy seguro de que has

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matado a muchas más, ¿no es cierto?Cogió la espada de la pared.—Sí. Aquí solo traigo a las más

hermosas —dijo Troisclerq,apartándose el negro cabello de la frente—. Maté a las primeras durante laguerra con los gigantes. Hace tiempo.Mucho tiempo.

—No recuerdas sus nombres,¿verdad? —preguntó Jacob señalandocon la hoja ajena una muerta que teníaprendido un broche con una estrella derubí en el vestido—. Su nombre esMarie Pasquet. Era la nieta de unfamoso orfebre. Le prometí a su abuelomatarte si te encontraba.

—Y sueles mantener tus promesas,

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lo sé. —Troisclerq sonrió—. Ya sabíaque acabaríamos aquí cuando te libré delos zarcillos. La desventaja de una largavida. Tras solo cien años, los demás sevuelven transparentes como el cristal.Cualquier virtud, cualquier vicio,cualquier debilidad… no son más queinfinitas repeticiones. Cada anhelo milveces vivido, cada ilusión más de cienveces perdida, todas las esperanzas,algo infantil; toda inocencia, unabroma…

Levantó la espada.—Lo único que queda es la muerte.

Y la búsqueda del golpe perfecto. Laforma más completa que la muerte puedetener.

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Le atacó tan de repente que Jacobtropezó contra las muertas para evitar laespada. Miedo. ¿Cuánto se podía sentir?Las muertas, que miraban a losluchadores con miradas vacías, sabíanla respuesta. Zorro moría a cadatropiezo y a cada corte que la espada deTroisclerq le infería a Jacob. Jugaba conél. Se lo hacía ver a Zorro. Descubríasus puntos flacos para que Jacob setropezara en su hoja, lo dibujaba línea alínea con su propia sangre sobre la piel,como queriendo esbozar la muerte antesde que ella lo pintara en colores rojos.Y la garrafa se llenaba de miedo blancoy de una nueva vida para el barbazul.

Zorro había visto luchar a Jacob a

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menudo, pero nunca contra unadversario como aquel. Solo lentamentecomprendió que era igual queTroisclerq… y que quería matarlo.Zorro no había visto nunca de forma tangenuina ese deseo en el rostro de Jacob.

Las espadas se enredaron en losvestidos de seda, atravesaron lascadenas y la carne muerta. Los doshombres respiraban con dificultad. Susjadeos y el silencio de las muertas…Zorro estaba segura de que los oiríahasta el final de su vida. Si es que aúntenía una vida. Intentó liberarse deforma tan desesperada que la sangre lecorrió por el brazo, y gritó cuando laespada de Troisclerq casi alcanza el

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cuello de Jacob. Tanto miedo. Cerró losojos para no ahogarse, pero el siguientegrito no provino de Jacob.

Troisclerq se presionaba la mano enla corva cortada.

—Eso ha sido sucio —le oyó Zorrojadear—. ¿Dónde has aprendido eso?

—En otro mundo —respondióJacob.

Troisclerq arremetió contra supecho, pero Jacob pasó la hoja por laotra rodilla, y cuando Troisclerq sedesplomó, Jacob le clavó la espada tanprofundamente entre las costillas que elpuño de oro amortiguó primero el golpe.Troisclerq escupió su propia sangresobre el pecho y se retorció en el suelo.

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Jacob se arrodilló junto a él y le sacó lallave de barbazul del bolsillo.

Ya pasó, Zorro.Troisclerq estiró la mano manchada

de sangre y agarró el brazo de Jacob.—Nos veremos —susurró.Su mano no lo soltó cuando su

mirada se vació como la de susvíctimas. Jacob desprendió los rígidosdedos de su brazo. Después se levantótambaleándose y dejó caer la espada. Lasangre que había pegada a la espada erade color negro.

Sus manos temblaban cuando, con lallave de barbazul, abrió las cadenas quesujetaban el cuello y los brazos deZorro. Después le puso la garrafa en la

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boca.—¡Bebe! —susurró—. Olvídalo y

bebe. Bebe tanto como puedas. Todo irábien.

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48Demasiado tarde

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La casa de un barbazul. Naturalmente. Elbalbuceo de Louis tenía ahora, al menos,algo de sentido. Blanca como la leche.¿No había estado lo suficientementeclaro? Nerron maldijo su propiaterquedad cuando vio los setosmarchitos y el ciervo, que estabaperdido delante de la casa apagada.Huyó saltando antes de que los perrosde presa lo atraparan.

El barbazul yacía en su Cuarto Rojo,rodeado de nueve mujeres. Yacían juntoa su asesino como si durmieran. Lelouvomitó fuera, en el pasillo. Elescarabajo tenía un estómago delicadocuando se encontraba con la muerte.Pero incluso Eaumbre miró con

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turbación la hilera de hermososcadáveres antes de ir en busca de lassalas con los tesoros del barbazul. Encualquier caso, los hombres de las aguasdejaban vivir a las jóvenes quesecuestraban… aunque algunas de susvíctimas hubieran preferido la muerte aun cautiverio en un charco de por vida.

Negro como un pedazo de nocheengarzado en oro. Eres idiota, Nerron.Louis le había dicho todo lo que habíaquerido saber. Dondequiera que elcorazón se hubiera ocultado en aquelsombrío lugar, Nerron habría apostadola cabeza y la mano a que Reckless lohabía encontrado. Y también estabaseguro de que la sangre que había abajo,

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en el vestíbulo, no procedía de sucompetidor.

En el patio encontraron huellasborradas, pero no era fácil hacerseinvisible cuando se transportaba a unherido. Y uno iba más lento.

Los alcanzarían pronto.

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49Dos vasos

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La casa que Zorro encontró apenas a doskilómetros de Champlitte, en un oscurobosque de abetos, no olía a canela ni aazúcar fundida. En los muros tampocohabía pegadas galletas de especias, perono hacía falta un pelaje para olfatear lamagia negra que la envolvía como unhedor. Jacob habría preferido una brujacomo Alma, pero Donnersmarck estabacasi muerto y las devoraniños podíansanar las heridas más terribles.Únicamente era mejor no preguntar porlos ingredientes de su medicina.

La mujer que le abrió la puerta aJacob era muy joven y muy hermosa. Lamayoría de las oscuras brujas semostraban de esa forma, aun cuando

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tuvieran cientos de años. Tumbaron aDonnersmarck en la mesa de la cocinapara que pudiera examinar sus heridas.Las uñas de sus dedos eran tan largas yafiladas que Jacob agradeció la pérdidade conocimiento de su amigo.Donnersmarck pagaba un elevado preciopor haberles ayudado y a Jacob no solole preocupaban las heridas que el criadociervo le había causado. La brujaconfirmó sus temores. Cuando Jacob ledescribió al agresor, ella sacudió lacabeza con una malvada sonrisa.

—Puedo salvar su vida —dijo—,pero no puedo evitar que quizá un día lesalga una cornamenta. Podéis quedarosen mi establo. Necesitaré al menos

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cuatro días y su vida te costará dosvasos de sangre. ¡Cuidado! —atajó labruja a Zorro cuando quiso protestar—.De lo contrario exigiré, además, elvestido que el jamelgo del diablo quehay fuera lleva en las alforjas. Seguroque te da un lindo pelaje.

La bruja realizó un corte en el brazode Jacob con tanta habilidad que losvasos se llenaron enseguida. Despuésles indicó que salieran de la casa.Ninguna oscura bruja soportaba testigosmientras trabajaba. Jacob tuvo queapoyarse en Zorro cuando se dirigieronal establo. Había cabido mucha sangreen los vasos. Encadenaron a losjamelgos del diablo a los árboles, pero

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Zorro se llevó las alforjas consigo.Jacob había encontrado el pelaje en lahabitación del criado y eso era lo únicoque le había borrado definitivamente elmiedo de la cara.

Pescó unos fuegos fatuos antes devendarle el brazo en el oscuro establo.Era un cobertizo sórdido y, conseguridad, no el lugar adonde le habríagustado llevarla después de la cámaradel barbazul, pero el bosque al airelibre no era mejor. Necesitaré unosdías. A Jacob le habría gustado, enrealidad, regresar lo antes posible aVena e ir en busca del bastardo. A lapolilla de su pecho solo le faltaban dosmanchas y el corazón no le servía de

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nada en tanto el goyl tuviera la mano y lacabeza, pero, en agradecimiento por suayuda, no podían dejar a Donnersmarcksolo con la devoraniños. La aguja debruja había evitado que se hubieradesangrado en la misma casa delbarbazul, pero mucha vida no quedabaen él. Jacob no le contó a Zorro nada dela cuarta mordedura en el laberinto delbarbazul. Estaba tan aliviado de volvera tenerla a su lado, sana y salva, que lapolilla no parecía más que un fantasma,y la muerte, algo que los dos habíandejado atrás en el Cuarto Rojo deTroisclerq.

Zorro estaba tan exhausta que sedurmió antes de que Jacob pudiera

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explicarle por qué le había quitado elcollar a una de las chicas muertas delcuello. Posiblemente ni siquiera sehabía percatado de ello. Había estadotan preocupada porque Troisclerqhubiera podido destruir su pelaje.

Jacob se tendió junto a ella en lasucia paja, pero no podía dormir. Selimitó a escuchar su respiración. Enalgún momento, una de las serpientescoronadas que solo existían enLothringen se deslizó en el interior delestablo. La flor de lirio negra quellevaba en la cabeza valía cien tálerosde oro, pero Jacob ni siquiera la siguiócon la mirada. No quería pensar entesoros, tampoco en la ballesta o en que

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quizá pronto moriría. Zorro dormíaprofundamente. Su rostro estaba tanrelajado que parecía haber dejado todoel temor en la casa del barbazul.Llevaba de nuevo puesta la ropa dehombre con la que había viajado aAlbión. La ropa del barbazul la habíadejado junto a sus hermanas muertas.Jacob no podía apartar la mirada de surostro dormido. Ahuyentaba por fin lasimágenes que le habían atormentadodesde Vena. Parecía un milagro queestuviera sana y salva, un encantamientoque pasaría. Ninguna isla de hadas,ningún agua de alondras, solo una camade paja sucia y el compás de surespiración, pero nada le había sabido

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nunca mejor.Jacob había buscado durante años,

para la emperatriz, uno de los relojes dearena que detienen el tiempo, auncuando ni siquiera él había podidocomprender por qué se contaba entre lostesoros más solicitados que se podíanencontrar tras el espejo. No recordabaningún momento que hubiera queridodetener para siempre. El siguienteprometía ser aún mejor. Incluso el díamás hermoso sabía insípido unas horasmás tarde. Pero allí estaba, en el establode una devoraniños, con un corte en elbrazo y la muerte en el pecho, deseandoun reloj de arena. Espantó a un fuegofatuo que se había sentado sobre la

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frente de Zorro —los fuegos fatuostraían a menudo malos sueños—, y leapartó el cabello del rostro dormido.

El roce la despertó. Extendió lamano y acarició el corte que la espadade Troisclerq había dejado en su mejillaizquierda.

—Lo siento mucho —susurró.Como si fuera su culpa que él

hubiera estado tan ciego y no la hubieraprotegido de Troisclerq. Jacob le pusolos dedos sobre los labios y negó con lacabeza. No sabía cómo debíadisculparse por todo el miedo y elespanto que no olvidaría jamás. No eraningún consuelo que los dos hubieransido las presas de Troisclerq, que

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hubieran sido abastecedores de unamuerte que, después de todas las vidasrobadas, quizá Troisclerq incluso habíaanhelado. ¿Se podía escapar de lamuerte tanto tiempo? ¿Había demasiadavida? Esa noche era difícil de creer.

—Has oído a la bruja —dijo él envoz baja—: estaremos aquí unos días.¡Así que duerme! No es el mejor lugar,pero cualquiera es mejor que del quevenimos, ¿no es cierto?

Zorro no respondió. Su mirada vagóhacia su pecho, donde la polilla seocultaba bajo su camisa. Jacob sacó dela mochila el collar que le había quitadodel cuello a la nieta de Ramee. Zorrotocó el corazón negro con cara de

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incrédula.—Dos tesoros de una vez —le

susurró Jacob—. Algún día te contarétoda la historia. Pero ahora descansa.

Estaba tan pálida. Le parecía quecasi podía mirar debajo de su piel.

Fuera, uno de los jamelgos relinchó.Zorro se incorporó.De nuevo reinaba el silencio, pero

no se trataba de un silencio bueno.Ella fue más rápida en llegar a la

puerta del establo que él. Los ojos deJacob no podían ver nada sospechosoentre los oscuros abetos, pero Zorrocogió las alforjas en las que guardaba supelaje.

—Hay alguien ahí.

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—Déjame mirar.Ella se limitó a negar con la cabeza.

Jacob observó los árboles mientras ellaacariciaba el pelaje. Los jamelgosseguían inquietos. Quizá olfateaban a labruja.

No, Jacob.Era una noche sin luna y casi no

advirtió cómo la zorra salíadeslizándose deprisa. La ventana de labruja seguía iluminada y en algún lugarladraba un perro.

¿Por qué has dejado que semarchara, Jacob? ¡Estaba demasiadodébil! Jacob seguía viendo la garrafadelante de él, rebosante de su miedo. Denuevo volvió a ladrar un perro. Su mano

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se acercó a la pistola. Estaba a punto deseguirla cuando el pelaje de la zorra lerozó la pierna.

—Están allí, entre los árboles. Elbastardo y otros cinco —dijo ellaapartándolo de la puerta del establo.Jacob creía sentir aún el pelaje en susmanos—. Al hombre de las aguas se lehuele a kilómetros. Y tienen dos perrosde presa.

Maldición. ¿Cómo había llegado elgoyl hasta allí? Parecía que no fuera apoder quitárselo de encima nunca, comosi se tratara de su propia sombra. Jacobse pasó la mano sobre el brazo vendado.Era el izquierdo… el brazo del corazón,como las brujas lo llamaban. Por

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desgracia también era el brazo con elque mejor disparaba y luchaba. Por nohablar de la sangre que le faltaba, y lalucha con Troisclerq seguía notándola enlas extremidades. El bastardo le quitaríael corazón más fácilmente que un niño.

—Quizá la bruja nos ayude —susurró Zorro.

—Seguro. Pero no puedo prescindirde otros dos vasos de sangre. ¿Y hasolvidado al hombre de las aguas?

Cualquier hechizo de bruja era taneficaz en ellos como una mecha en uncharco.

—Puedo intentar que me sigan.—No.Lo conocía demasiado bien para

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saber que ese «no» era definitivo.Jacob miró a los jamelgos. Incluso si

lograban escapar de ellos… ¿quépasaría con Donnersmarck?

Maldición. Muy poco tiempo en ellugar equivocado.

Sacó el corazón negro del bolso.Zorro retrocedió cuando le colgó elcollar del cuello. Jacob había envueltola piedra con unos jirones de tela paraque no entrara en contacto con ella.

—¡Quítate el collar cuando duermasy ten cuidado de que la piedra nuncaesté sobre tu corazón! —le susurró—.La tela solo protege tu piel. Intentarédarte al menos una hora de ventaja.

—¡No! —exclamó Zorro, intentando

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quitarse el collar, pero Jacob le agarrólas manos.

—No me pasará nada. ¡Me dejaréatrapar antes de que la situación sevuelva crítica!

—¿Y después? ¡El goyl ya te haintentado matar una vez!

—¡No si soy su única oportunidadde obtener el corazón! Tú solo debesevitar que te capturemos. Ve a ver aValiant. Deja que el enano negocie conél. Existe una atalaya abandonada en laCiudad Muerta, le diré al goyl que nosesperas allí…

Ella apoyó la frente contra suhombro.

—¡Todo irá bien! —le susurró

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Jacob.—¿Cuándo? —le preguntó ella

susurrando—. Deja que lo intentemoslos dos juntos. ¡Por favor! ¡Antes de quenos disparen, estaremos montados a loscaballos!

—¿Y Donnersmarck?Jacob le quitó un fuego fatuo del

cabello. Un reloj de arena. En algúnmomento encontraría uno. Pero eseinstante estaba perdido.

—Sal por la parte de atrás —dijosacando la pistola—. La pared delestablo está tan podrida allí queseguramente encontrarás una hendidura.

Zorro se dio la vuelta, pero Jacobtiró una vez más de ella. La rodeó con

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sus brazos y enterró su rostro en elcabello de Zorro. El latido de sucorazón era como el suyo propio.

Fuera, algo se movió entre losárboles.

—¡Corre! —susurró Jacob.Un pelaje rojo, donde poco antes

aún había habido una pálida piel.Zorro se había marchado antes de

que Jacob volviera a girarse.

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50Un trato

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Sí, la zorra los había descubierto. Peroel establo donde había desaparecido notenía más que una puerta, y el propioLouis tropezaría con lo que saliera deella. Bostezaba casi tan a menudo comorespiraba, pero sus ojos volvían a vercon bastante claridad y no era un maltirador.

—¿Los suelto? —el hombre de losperros apenas podía ya sujetar a susjadeantes protegidos.

—No, aún no.La idea de que despedazaran a la

zorra provocaba náuseas a Nerron.Faltaba poco para que vomitara en cadaocasión como Lelou.

Hablando del demonio del averno…

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—¿Estás seguro de que está ahídentro? —el escarabajo miraba tanintensamente hacia el establo como siquisiera ver un agujero en las paredespodridas. Estaba muy orgulloso de lapistola, que llevaba últimamente en elcinturón.

—Sí. Está justo detrás de la puerta.Reckless pensaba que la oscuridad

lo ocultaba, pero olvidaba que se tratabade un goyl.

—Será mejor que le dispare en lacabeza —dijo Louis apuntando con laescopeta—. ¿O lo necesitamos convida?

La pasión cazadora de su estirpe. Laexcitación le hacía olvidar hasta los

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bostezos. Seguían creyendo la historiadel espía albión.

—No. Dispárale tranquilamente —respondió Nerron.

A fin de cuentas, no deseaba queLouis lo tomara por más blando que élmismo. Reckless no sería losuficientemente estúpido como paracorrer delante de la escopeta. Nerronestaba convencido de que tenía elcorazón. Había vuelto a ser más rápido.Dos a uno a su favor, Nerron.

Lelou se relamía nervioso loslabios. La pistola del cinturón no loconvertía en guerrero. Eaumbre estabacon Barbilampiño delante de la casa dela bruja. Tras los acontecimientos de

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Vena, Louis era aún más brusco con elhombre de las aguas, pero Eaumbreaceptaba cada ofensa con gesto estoicoy, por lo demás, actuaba como si nohubiera renunciado nunca al oficio deguardaespaldas.

A la señal de Nerron, tiró de unapatada la puerta de la bruja. Sí, podíaser de ayuda, aunque nunca se estabaseguro de qué lado estaba.Probablemente del propio. Ladevoraniños pasó revoloteando junto aél y se posó graznando sobre su propiotejado. Sentían predilección portransformarse en urracas. Las brujasblancas preferían las golondrinas.Reckless lo había observado todo, pero

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detrás de la puerta del establo no semovía nada.

—Una cosa es segura —susurróLouis—: cuando encontremos esaballesta, seré el primero en disparar.

—¿Ah, sí? ¿Y a quién?Louis lanzó a Nerron una mirada

fría.—A un goyl, naturalmente. Y con el

segundo disparo borraré la armada deAlbión.

Eaumbre se detuvo delante deNerron.

—Solo un herido. Está durmiendoalgún sueño de brujas. ¿Quieres que lotraiga para que el otro salga del establo?

—No. Haré que salga.

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Nerron sacó el revólver y comprobóla munición. Era hora de divertirse unpoco.

Eaumbre se acercó a su lado sindecir palabra. El pozo no parecíahaberle quitado las ganas de cazartesoros.

—Yo también iré —dijo Louisreprimiendo un bostezo.

¡Al diablo con Lelou y su desove desapo! Por suerte no había que explicarleal escarabajo que un príncipe muertotambién significaba un Arsene Leloumuerto.

—¡Dejad que el goyl lo haga, mipríncipe! —susurró—. ¿Quiéndisparará, si no, al espía en el caso de

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que se les escape a él y al hombre de lasaguas?

Louis volvió a bostezar.—Está bien —dijo apuntando con la

escopeta a la puerta del establo—. ¿Aqué esperas, goyl?

Nerron quiso administrarle algo delveneno de lagarto que los lores de ónixutilizaban para transformar la pielhumana en mucosidad vidriosa. Laballesta, Nerron. Valdrá todo eso. Yasentía su madera entre los dedos.Cualquier cazador de tesoros pasaríanoches en vela de la envidia. Su feorostro adornaría el titular de todos losperiódicos y los príncipes y los reyessuplicarían por sus servicios. Solo los

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ónix desearían verlo muerto, cuando Kami’en le colocara la corona deLothringen y Albión sobre la cabeza.Maldecirían el día en que habíanmandado de vuelta a casa a un bastardode cinco años, en lugar de haberloahogado.

Nerron dejó al hombre de los perrosy al pinche con Louis. Eran estúpidos yruidosos, y no se merecían aqueladversario. Pero a Barbilampiño leencomendó la misión de desatar a losjamelgos del diablo y espantarlos haciael bosque. Sería demasiado penoso queReckless se le escapara de aquellaforma.

Nerron permaneció al abrigo de los

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árboles hasta que ya no podía ser vistodesde la puerta del establo. Reckless notenía ojos que vieran en la oscuridad, nitampoco una piel negra como la noche,pero la zorra estaba con él y sussentidos eran agudos como los de ungoyl.

Unos pasos rápidos a través delpatio. La espalda apoyada contra lapared del establo… Reckless ya noestaba detrás de la puerta. Era tantocomo Nerron podía ver.

Gato y ratón.Se deslizó a través de la puerta del

establo.Un carro. Balas de paja. Ramas

secas como las que las brujas

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necesitaban para sus escobas. Sobretodo, la zorra podía estar en cualquierparte. ¿Le dispararía Reckless deimproviso? Quizá. Aunque él valorabalas reglas más que Nerron. Según lo quese contaba de él, tenía ideas antiguas dehonor y decencia, aun cuandopresumiblemente no lo hubierareconocido.

¿Dónde estaban?Por un instante, a Nerron le

preocupó que hubieran huido por mediode algún hechizo… pero en el territoriode una bruja negra solo surtía efecto supropia magia. Con suerte, Lelou seocuparía de que Louis no se durmiera yde que cubriera la puerta del establo.

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El hombre de las aguas aparecióvacilando en la puerta. ¿Qué? ¿Acasotenía miedo ahora de la oscuridad?¡Venga, vamos, estúpido!

Nerron clavó el sable en las ramassecas.

—¡Veo que también eres buenojugando al escondite! —su voz sonaba agranito rallado. Seguía sintiendo lahumedad del pozo en los huesos—. Soloquiero el corazón. Después te dejarémarchar a ti y a la zorra.

Él mismo habría mantenido lapromesa, pero naturalmente no podíagarantizar que Louis lo fuera a hacer.

Un follet pasó rápidamente junto a ély las ratas hicieron crujir la paja. Un

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lugar acogedor, pero, en compañía de lazorra, hasta el establo sucio de unadevoraniños resultaba romántico.

Allí. Oía respirar a alguien.Enseguida lo tendrás, Nerron. Todoaquel esfuerzo por haber confiado en loslobos.

Un ruido le hizo volverse, pero soloera el hombre de las aguas, que habíapisado una trampa de ratas de la bruja.¡Estúpido escamoso! Gimió de dolor yblasfemó mientras liberaba la bota delas garras de hierro. El ruido distrajo aNerron durante la fracción de uninstante, pero fue suficiente. Nerron oyóel clic del gatillo antes de volverse otravez.

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Reckless estaba a menos de un pasoy apuntaba al corazón de Nerron.¿Dónde había estado escondido? ¿Entrelas balas de paja? Eaumbre dio un pasocojeando hacia él.

—Yo lo dejaría —la mano izquierdade Reckless estaba mojada. La mangaentera chorreaba sangre.

—¿Fue el pago por tu amigo herido?Qué caballeroso —dijo Nerronhaciéndole señas al hombre de las aguaspara que retrocediera—. Sí, lasdevoraniños hacen cortes profundos.

Reckless se encogió de hombros:—No te preocupes. De todos modos,

aún soy capaz de apretar el gatillo.—Sí, pero ¿cuántas veces? Estarás

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muerto antes de cruzar la puerta. —Nerron echó un rápido vistazo a suespalda, pero la zorra no estaba porninguna parte—. Vamos. ¿Dónde está elcorazón?

Reckless sonrió.Oh, Nerron, eres un idiota.

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51Corre

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Miedo. Y más miedo. La paz deentremedias había sido demasiado corta.

Estaba tan cansada que ni siquiera elpelaje le ofrecía ya consuelo. Habíabebido de su propio miedo, pero Zorroseguía sintiéndolo. Como un temblor ensu interior.

Lugares que se fijaban al corazóncomo moho… la sórdida casa, que olíaa mar. El Cuarto Rojo. Simplemente nose podían dejar atrás. Por muy rápidoque la zorra corriera. El único que laprotegía de ellos era Jacob.

Zorro quería dormir a su lado. Soloestar junto a él y sentir cómo su calor lehacía olvidar el Cuarto Rojo. Y la casa,que olía a sal.

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Pero tenía que correr.Llevaba la vida de Jacob colgada

del cuello.Nada había pesado nunca tanto.

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52Astucia y necedad

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—¡Tendrías que haber soltado a losperros! Mi padre les pone ya desdecachorros zorras en las perreras paraque le cojan el gusto ¡Tendrías que verlo que hacen con ellas!

Cada vez que hacían un alto, lamisma rabiosa impertinencia. Lamanzana de Blancanieves lo habíavuelto aún más caprichoso, ¿o era eldesove de sapo? De no haber estadoLelou, el principillo habría matado aReckless tan pronto Nerron hubierasalido con él del establo. El futuro reyde Lothringen era realmente tan estúpidocomo parecía. No, Nerron. Es aún másestúpido.

—Los zorros son más listos que los

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perros —el hombre de las aguas estabasentado en la hierba examinando su pieherido. Lo había untado de una pasta quehabía encontrado en la casa de la bruja,pero la escamosa piel alrededor de laherida había palidecido como la de unchampiñón.

—¡Tratáis a ese canalla como a unhuevo crudo! —Louis clavó el sable enel fuego de una forma tan incontroladaque las chispas chamuscaron la piel deNerron—. ¡Lleva semanas tomándonosel pelo! ¿Has olvidado todo lo quehaces como guardaespaldas de mipadre? —abroncó a Eaumbre—. ¡Osdeja maltratar a los prisioneros quecreen ser más listos que él!

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Eaumbre se enfundó la bota en el pieherido.

—¡Tráelo! —ordenó Louis.El hombre de las aguas se levantó

sin decir palabra, pero Nerron le salióal paso.

—¡Es mi prisionero!—¿Ah, sí? ¿Desde cuándo? —

preguntó Louis levantándose. Setambaleaba ligeramente, pero laarrogancia en su rostro eraauténticamente real.

Eaumbre ataba a Reckless cadanoche a una de las ruedas del carruaje.Nerron se imaginó sustituyéndolo porLouis y pegándole con la fusta a loscaballos. El hombre de las aguas pasó

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junto a él y se dirigió cojeando alcarruaje.

Reckless seguía pálido por lasangría de la bruja, y el barbazul lehabía hecho unos sangrientos dibujos enla blanda piel, pero su rostro tenía lamisma expresión provocadoramenteaudaz que había mostrado ante loslobos.

Le tendió incluso de forma exigentelas manos atadas a Nerron:

—El hombre de las aguas ata lascuerdas con tal fuerza que los dedos seme entumecen. ¿Qué tal si me lasquitáis? No tengo pensado huir.

—No me digas, ¿y por qué no? —Louis se limpió la grasa de los labios

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con la manga de terciopelo. Casi sehabía comido él solo los dos conejosque el hombre de los perros habíamatado a tiros—. ¿Sabes lo que mipadre hace con los espías de Albión?

Reckless lanzó a Nerron una miradadivertida. Vaya, ¿un espía?, preguntabansus ojos. Me debes algo, goyl.

—Oh, sí, eso… Pero se trataúnicamente de un oficio secundario —dijo en voz alta—. En realidad soycazador de tesoros como el goyl, y paraesta caza, me temo, tenemos queasociarnos. Vosotros tenéis la cabeza yla mano. Yo tengo el corazón, y si eso nodemostrara mi indispensabilidad,preguntadle a los enanos si saben dónde

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está el cadáver de Gismundo.Oh, el perro astuto.Louis necesitó unos segundos para

comprender lo que Reckless decía. Setambaleaba tanto que casi cae en elfuego cuando se dirigió a él. Lelou loalimentaba entretanto tres veces al díacon desove de sapo (el hombre de lasaguas pasaba a menudo horas fuera paraencontrarlo), pero de noche el efectodisminuía. Además, el alientoprincipesco volvía a oler a polvo deelfos.

—¡Parece que olvidas a quién tienesdelante! —exclamó Louis esforzándosepor sonar de forma amenazadora.

Reckless esbozó una inclinación.

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—Louis von Lothringen. Hetrabajado para vuestro padre,probablemente no lo recordéis. En aquelentonces necesitaba un antídoto para unhechizo de amor. Vuestra prima era laautora y vos la víctima. ¿No os habíaconvertido en una rana?

—Esa historia la han hecho circularlos enemigos de mi padre. —Louis casise traga su propia lengua de la rabia—.¡Yo estaba en contra de dejar a tu amigocon la bruja! ¡Ya habrías hecho regresara la zorra si el hombre de las aguas lehubiera cortado un dedo tras otro!

—¡Mi príncipe! —Nerron no estabaseguro de si la voz de Lelou sonabaescandalizada o impresionada.

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Louis lo ignoró.—¡Hacedla volver! —gritó—.

¡Ahora! ¡U ordenaré al hombre de lasaguas que te corte los dedos! Mi padreordena empezar por los pulgares.

Le hizo una seña con la cabeza alhombre de las aguas. En el escamosorostro de Eaumbre no se podía leer loque pensaba de la orden, pero sacó elcuchillo.

—¿Hacerla volver? ¿Cómo debohacerlo? —preguntó Reckless—. Zorronos lleva seguramente kilómetros deventaja. Sus patas son más rápidas quevuestro dorado carruaje. Me aguarda enla Ciudad Muerta. Preguntadle al goyl.Estoy seguro de que la ballesta está allí.

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Y me apuesto el corazón a que sin mí yel goyl no sobreviviréis tres pasos enlas ruinas.

El rostro de Louis se volvió blancocomo la leche cortada.

—¡Olvidaos de sus dedos! —vociferó al hombre de las aguas—.¡Cortadle el cuello!

Eaumbre vaciló. Pero finalmente lepuso a Reckless el cuchillo en el cuello.

Era suficiente. Nerron agarró aLouis y lo arrastró consigo.

—¡¿No habéis oído?! —siseó—.¡No solo tiene el corazón! También tieneel cadáver de Gismundo. ¿De qué creéisque nos sirven la cabeza y la mano sinél? ¡Matadle, pero después explicadle a

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vuestro padre por qué no hemosencontrado la ballesta!

Louis le clavó la mirada de unaforma tan hostil como si fuera elsiguiente a quien le haría cortar losdedos. No es tan sencillo con un goyl,principillo.

—¡Me ha ofendido! Quiero verlomuerto. ¡Ahora!

El hombre de las aguas los mirabacon el cuchillo en el cuello de Reckless.Cuando estaba en apuros, la madre deNerron rezaba a una misteriosa reinaque vivía en una montaña de cobre yllevaba un vestido de malaquita. ANerron le habría gustado pedirle unapizca de sentido común para el cerebro

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del príncipe heredero al trono, pero lasalvación se precipitó junto a Louis enforma de Lelou.

—¡Mi príncipe! —le susurró conuna sonrisa apaciguadora—. Me temoque el goyl tiene razón. Hasta vuestropadre se ve obligado de vez en cuando acolaborar con sus enemigos. ¡Siemprepodéis matar a Reckless después!

Louis arrugó la frente (eraconmovedor cómo la piel humana searrugaba cuando intentaban pensar) ylanzó una sombría mirada a suprisionero.

—¡Está bien, dejadlo de momentocon vida! —ordenó al hombre de lasaguas—, pero apretadle aún más las

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cuerdas.

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53De algún modo

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La zorra no contó cuántos días necesitópara llegar a las montañas en que sehallaba la Ciudad Muerta. Fuerondemasiados.

Zorro solo se quitaba el pelajecuando se robaba unas horas de inquietosueño. La forma humana le traía a lamemoria los recuerdos, pero sesorprendió extrañando el viento sobre lapiel desnuda. Extrañaba incluso suvulnerable corazón. Animal, humano…zorra, mujer. Ya no estaba segura de loque prevalecía. O de lo que deseaba queprevaleciera.

Había telegrafiado a Valiant desdeuna estación de tren. El viejo queatendía el telégrafo la había examinado

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con desconfianza, como si le hubieravisto el pelaje de zorro bajo la roparobada.

El enano había propuesto que seencontraran en un pueblo montañoso quese hallaba no muy lejos de la CiudadMuerta. Desde la plaza del mercado sepodían ver las ruinas: torres y cúpulashundidas, muros que, descoloridos comohuesos, se elevaban en el flanco de unamontaña. Sobre las calles desiertasflotaban nubarrones. Flotaban sobretodo el valle, y Zorro sintió sus fríassombras cuando se detuvo delante de lataberna en la que debía encontrarse conValiant.

Los cuernos de macho cabrío sobre

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la puerta debían alejar a los espíritus alos que se temía en esa región: toggelis,espíritus de cera, brujas de montaña…Los hacían responsables de cada cabramuerta y de cada niño enfermo, auncuando la mayor parte de las veces noeran ni la mitad de malignos de lo que seles atribuía, pero en esas montañas elmiedo crecía como la mala hierba.

La mirada que el tabernero lanzó aZorro cuando entró al oscuro salón eratan sucia como su delantal, y ella sealegró de que Valiant no la hicieraesperar demasiado.

—¡Pareces la misma muerte! —constató, mientras acercaba una de lassillas a la mesa que el tabernero había

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dispuesto para los huéspedes enanos—.¡Espero que Jacob tenga un aspecto aúnpeor! ¿Quieres que te enseñe lostelegramas que ese perro perdido me haenviado? «De momento ni rastro… Teavisaré… Esta caza puede duraraños…». ¿Sabes qué? ¡Por mí, que elgoyl lo cuelgue de una cuerda!

Cansada. Estaba tan cansada.El tabernero le sirvió el té que había

pedido y le llevó un vaso de leche alniño que había en la mesa vecina. Zorronotó cómo sus manos comenzaron atemblar al ver el líquido blanco.

—Pero qué demonios…Valiant la agarró del brazo y

examinó atónito sus muñecas rozadas.

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Llevaría las cadenas de Troisclerq parael resto de su vida en forma decicatrices. Se le saltaron las lágrimas,pero Zorro se las enjugó. Eran taninútiles como el miedo que sentía porJacob. Le salvarás. De algún modo.¿Cómo?

Valiant le tendió un pañueloadornado con sus iniciales.

—¡No me digas que estáspreocupada por Jacob! —el enanosacudió con desdén la cabeza—. ¡Elgoyl no le tocará un pelo! A Jacob no sele puede matar. Sé de lo que hablo, a finde cuentas le he cavado alguna vez supropia tumba.

El recuerdo no servía de mucho.

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Jacob ya había escapado a menudo porlos pelos de la muerte. Pero esta vez no,susurraba algo en ella.

Guarda silencio.El niño de la mesa de al lado se

bebió la leche. Zorro quiso apartar lavista, pero se obligó a mirarlo. ¿Acasoquería empezar también a huir de laspolillas y las flores?

El viento abrió de un empujón unade las ventanas y sopló trozos de granizosobre la mesa de madera. El tabernerola cerró con gesto de preocupación ycomenzó a conversar con un campesino,que hablaba de desprendimientos detierra y cabras ahogadas… y de que unode los locos que vivían en la Ciudad

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Muerta había estado en su granja por lamañana y había anunciado el fin delmundo. Recibían el nombre depredicadores, hombres y mujeres quehabían perdido el juicio entre las ruinasy creían que la ciudad abandonadacustodiaba la puerta al cielo. Zorro sehabía encontrado a uno de ellos en laentrada del pueblo. Se cubrían la ropacon hojalata y trozos de vidrio hastasemejar estrafalarias armaduras.

El campesino lanzó a Valiant unasombría mirada.

—¿Lo ves? —susurró el enanomientras respondía a la mirada con unasonrisa repleta de dientes de oro—.Culpan a las minas del mal tiempo. Si

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los estúpidos que guardan las cabrassupieran lo cerca que están de la verdad.Desde que nos encontramos con lacripta, no solo el tiempo se ha vueltoloco. En las minas se multiplican losaccidentes. Por todas partes emergenesos predicadores y desvarían sobre elfin del mundo, y los campesinos retienena su ganado en el establo y cuentan quela Ciudad Muerta vuelve a la vida.

Zorro se pasó la mano por lasmuñecas arañadas:

—¿Dónde has llevado el cadáver?Valiant levantó las manos en un gesto

de rechazo. Pequeñas como las manitasde un niño, aunque lo bastante fuertescomo para doblar el hierro.

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—¡No tan deprisa! Jacob es para mícomo un hermano, pero hemos de volvera negociar. ¡Que el estúpido se hayadejado atrapar entrañará gastosadicionales!

—¿Como un hermano? ¡Venderías aJacob por la uña plateada de unpulgarcito! —siseó Zorro sobre la mesa—. ¡No me sorprendería que te aliarascon el goyl de repente, si te ofrece unporcentaje mejor!

La idea provocó una lisonjerasonrisa en el rostro del enano. Todos loscomentarios sobre su astucia losconsideraba un cumplido.

—Deberíamos discutir todo eso enun lugar menos público —gruñó—. Mi

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chófer aguarda delante de la puerta.Chófer… —dijo guiñándole el ojo deforma significativa a Zorro—. Unapalabra fantástica, ¿no te parece? Suenamucho más moderna que «cochero».

El viento casi le arranca al enano elsombrero ridículamente alto de lacabeza cuando salieron a la calle. Losmuros de las casas que se acurrucaban alas sombras de las montañas estabanoscuros a causa de la lluvia, y el chófer,que secaba preocupado la lluvia de lapintura color verde oscuro del enormeautomóvil que había aparcado delantede la taberna, era por supuesto unhumano. En la calle del pueblo, elvehículo sin caballos parecía aún más

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extraño que los ejemplares que Zorrohabía visto en Vena.

—Impresionante, ¿no es cierto? —dijo Valiant mientras el chófer seprecipitaba hacia ellos con un paraguas—. ¡Soy un hombre del futuro! Lavelocidad es aún decepcionante, perolas miradas que atrae lo compensan.

El chófer sostuvo el paraguas sobrela cabeza de Zorro, aun cuando el vientocasi se lo arrancaba de la mano, y ayudóal enano a subir al estribo demasiadoalto.

—Sea cual sea el motivo de este maltiempo —murmuró Valiant cuando Zorrose sentó tiritando de frío junto a él sobreel cojín de piel marrón—, con este frío

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es bastante más fácil conservar a un reysin cabeza.

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54El mismo gremio

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El bastardo llegaba cada noche… tanpronto como se hacía cargo de laguardia y los otros se dormían. Le dabade comer a Jacob y alguna vez lellevaba incluso algo del vino que elpríncipe dejaba.

«¿Cómo has salido del laberinto?¿Cómo sobrevivió Chanute a las cuevasde los trolls? ¿Has encontrado algunavez una de las velas cuya luz llama a unhombre de hierro?».

En la primera noche, Jacobrespondió guardando silencio o conalguna mentira. En la segunda, aquello leresultó demasiado aburrido, por lo quecontestó a cada pregunta con otra:«¿Cómo encontraste la mano? ¿Cómo

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averiguaste dónde me podías atrapar conla cabeza? ¿Dónde viven los lagartoscon cuya piel hacéis los chalecosantibalas?».

El mismo gremio.Naturalmente el bastardo le vació

los bolsillos, y Jacob se sintió porprimera vez contento de que el pañuelode oro ya no funcionara de forma segura,cuando el goyl lo frotó entre los dedosde piedra. Nerron. Solo un nombre,como todos los goyl. Este significaba«negro» en su lengua. ¿Quién le habíapuesto el nombre? ¿Su madre para negarla malaquita que le veteaba la piel o losónix, que normalmente ahogaban a susbastardos? Nerron examinó también la

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tarjeta de Earlking, pero entre sus dedossolo mostraba un nombre impreso.

Nerron levantó el bolígrafo, queJacob llevaba consigo porque con él seescribía de forma más sencilla que conlas plumas o el anticuado portaplumasque se usaba tras el espejo.

—¿Qué se hace con esto?—Es tinta de los deseos —

respondió Jacob llevándose a la boca unpoco de carne que el goyl le habíallevado. El hombre de las aguas habíaaflojado sus ataduras, a pesar de laorden de Louis. El escarabajo parecíaser el único que, sin duda alguna, eradevoto del príncipe. No obstante, erapreferible no subestimar a Louis. En su

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rostro llevaba la misma astucia que supadre, aun cuando con seguridad solofuera la mitad de listo.

—¿Tinta de los deseos? —elbastardo se metió el bolígrafo en elbolsillo—. Nunca he oído hablar deella.

—Todo lo que escribas con ella secumplirá en algún momento.

No era una mala mentira. En algúnlugar al este había, según decían, unapluma de ganso que hacía lo mismo.

—¿En algún momento?Jacob se encogió de hombros y se

limpió la grasa de los dedos atados.—Depende del deseo. Una, dos

semanas…

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Hasta entonces, confiaba en que suscaminos se hubieran separado. Llevabancuatro días de viaje. La bruja tenía quehaber terminado el trabajo conDonnersmarck, si no lo había matado olo había convertido en un insecto, perollevarlo consigo sin que ella hubieraacabado su hechizo habría significado sumuerte segura.

Casi cada noche hacían un alto enuna cueva. El goyl las encontraba portodas partes y Jacob le estabaagradecido por ello. Las noches seguíansiendo tan frescas que pasaba fríoincluso debajo de la manta que elbastardo le había llevado. Su brazo ledolía a causa del cuchillo de la bruja, y

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los cortes de la espada de Troisclerq leardían en la piel, pero solo el sueño learrebataba la incertidumbre de si Zorroestaba a salvo. Una y otra vez, veía suextenuado rostro delante de él. Le exigestanto, Jacob. Demasiado. El miedohabía sido, demasiado a menudo, elúnico regalo vivido en común, vencidoen común, pero, al fin y al cabo, solomiedo, nada más. En el establo de ladevoraniños, todo eso había quedadoolvidado. Solo había querido protegerla.Pero, como solía pasar a menudo, alfinal era ella quien tenía que ayudarlo.

—¿No desearías también queestuviéramos los dos solos? —el goylhabía bajado la voz, aunque los otros

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tres parecían dormir profundamente—;ni príncipe, ni escarabajo, ni hombre delas aguas, ni tan siquiera una zorra…,solo tú y yo, uno contra otro.

—El príncipe podría ser de utilidad.—¿Para qué?—Está emparentado con Gismundo.

Quizá sea necesario que la sangre delverdugo de las brujas le corra a uno porlas venas para que la Puerta de Hierrose abra. Al fin y al cabo, el palacioaguarda a los hijos de Gismundo…

—Sí, también he pensado en ello —el bastardo alzó la vista hacia losmurciélagos que se movían bajo el techode la cueva—, pero odio la idea detener que arrastrar al cabeza hueca de

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sangre azul hasta el final. No. Siemprehay otro modo.

Jacob cerró los ojos. Era una lástimaque el rostro del goyl le recordara lapiel de jade de su hermano. Incluso lacueva en la que estaban se parecía a lacueva en la que Will y él se habíanpeleado.

El dolor volvió a aparecer tan derepente en su pecho que apenas pudoreprimir el grito que quería salir de suslabios.

Maldición.Presionó las manos atadas contra el

pecho. Pasará. Pasará. ¿Qué vez eraaquella? ¡Recuérdalo, Jacob! La quinta.Era la quinta vez. Faltaba una

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mordedura. No podía quedar mucho desu corazón.

—¿Qué te pasa? —el bastardo mirócon gesto de preocupación su rostro,retorcido de dolor—. ¿Te ha dado Louisalgo de beber?

Jacob habría soltado una carcajadade no haberse quedado sin respiración.Una sospecha no del todo infundada. Lacasa real de Lothringen poseía una largatradición en envenenamientos deenemigos.

El bastardo le arrancó las manos delpecho y le desgarró la camisa. La polillase había vuelto, entretanto, tan negracomo el ónix de la piel de Nerron, y elcolor rojo, que sembraba las alas con

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calaveras, parecía sangre fresca.Nerron retrocedió, como si le

preocupara contagiarse.Jacob se apoyó exhausto contra la

pared de la cueva. El dolor remitió,pero debía de ser una imagenlamentable. ¿El Hada Roja se lo habíaimaginado así cuando le había susurradoel nombre de su hermana? ¿Se lo habíaimaginado así mientras él la habíabesado? ¿Que se retorcería como unanimal herido y que pagaría con dolorpor el dolor de ella? En cualquier caso,ella no moriría por su corazón partido.

No tiene corazón, Jacob.Nerron se bebió el vino que había

llevado a Jacob y, en su lugar, llenó el

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vaso de un líquido color marrón.—Bebe despacio —le indicó antes

de plantarle el vaso en las manos atadas—. No estoy seguro de que vuestrosestómagos soporten el aguardiente delos goyl.

Sabía a lava mezclada con azúcar.El bastardo tapó la botella con el

corcho.—Tengo que cuidar de que Louis no

encuentre la botella. Se mataría con ellay su padre me haría ejecutar por ello.Fue la Oscura, supongo. Ya me habíapreguntado cómo pudiste conseguir quetu hermano se escabullera —dijoguardando de nuevo la botella en el saco—. El tercer disparo… Quieres la

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ballesta para ti. ¿Y si la historia no esmás que un cuento de hadas?

—Lo he intentado todo —respondióJacob, bebiendo con dificultad otrotrago de aguardiente de goyl. Calentabamejor que cualquier manta.

—¿La manzana? ¿El pozo?—Sí.—¿Qué pasa con la sangre de los

espíritus de la botella? La de los delnorte. Algo bastante peligroso, pero…

—No surte efecto.El bastardo sacudió la cabeza:—¿No os cuentan vuestras madres

que es mejor manteneros alejados de lashadas?

—Mi madre no sabía nada de las

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hadas. —Jacob ignoró la curiosidad enla mirada dorada. ¿Qué le sucedía?¿Quería confesarle su historia al goyl?Solo una mordedura más. Quizá murieraantes de volver a ver a Zorro. Siemprehabía imaginado que ella estaría junto aél cuando muriera. No Will, ni el hada.Siempre la zorra.

Nerron se levantó:—Espero que no seas tan estúpido

para creer que te cederé la ballesta deforma noble.

Jacob se cubrió con la camisa lahuella de la polilla.

—Aún no la has encontrado.El goyl sonrió.La encontraré, decía su mirada.

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Antes que tú. Y tú morirás.—¿Qué es lo siguiente que habrías

buscado… si no tuvieras que escapar dela muerte?

Sí, ¿qué, Jacob? Se sorprendió desu respuesta.

—Un reloj de arena.El bastardo se frotó la piel

reventada.—No competiría en eso contigo.

¿Qué momento merece ser detenido?Pasó la mano sobre la rocosa pared

tan ensimismado como si, en surecuerdo, buscara un momento que lomereciera.

—¿Qué te gustaría encontrar a ti? —el pecho de Jacob seguía entumecido de

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dolor.El goyl lo miró en silencio.—Una puerta —dijo finalmente—.

En otro mundo.Jacob reprimió una sonrisa.—¿De veras? ¿Qué hay de malo en

este? ¿Y por qué debería haber unomejor?

El bastardo se encogió de hombros yexaminó su veteada mano:

—Mi madre es la culpable. Me hacontado demasiadas historias. Losmundos que había en ellas eran todosmejores.

Detrás de ellos, Louis comenzó aroncar. Estaba de peor humor y másirascible cada día. Solo uno de los

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efectos secundarios que tenían losdesoves de sapo, como Jacob sabía porAlma. La manía persecutoria era otromás. Ambos, rasgos habituales en unhijo de rey.

—¡No exijo demasiado! —dijoNerron—. Sería mejor que no hubierapríncipes en él. Ni tampoco lores deónix. También podría renunciar a lospulgarcitos… y tendría que tenerprofundas cuevas que nadie habitara…

Se volvió.—Todos tenemos nuestros sueños,

¿no es cierto?

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55Este no era el plan

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—¿Dónde debería aparecer ahí unpalacio?

Louis le arrancó a Nerron el catalejode la mano y lo dirigió a las ruinas de laCiudad Muerta. Apenas se podíandistinguir bajo las densas nubes queflotaban entre las montañas.

—El palacio estaba más arriba de laciudad —dijo Lelou quitándose elgranizo del fino cabello—, al final de lacalle, donde se encontraban lasdragoneras —naturalmente. Elescarabajo podía seguramente dibujar unmapa exacto de la Ciudad Muerta.

El hombre de los perros trajo aReckless. Le había atado las manos a laespalda y, por orden principesca, le

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había echado, además, un lazo alrededordel cuello. Louis seguía tomándose amal que su prisionero hubiera puesto enduda su talento como cazador detesoros.

—¡Encerradle en el carruaje! —ordenó frotándose los enrojecidos ojos.

El hombre de los perros obedecíacon bastante más avidez que Eaumbre.Aprovechaba cada oportunidad paratratar a su prisionero peor que a susperros. Una patada incidental aquí, uncodazo en las costillas, un golpe con laculata del arma. De hecho lo subió deforma tan brusca al carruaje queReckless se golpeó la cara contra él ysangró. No se podía pasar por alto que

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Louis disfrutaba con ello.—¿Qué significa eso? —le gruñó

Nerron—. Solo nos sirve con vida. ¿Hede explicarlo una y otra vez?

La sonrisa principesca era de colorverde a causa del desove de sapo.

—No tienes que explicarme nada,goyl —siseó—. Estoy más que harto detus explicaciones.

Nerron sintió la boca de una pistolaen la espalda. A juzgar por la altura, eraLelou quien la presionaba contra suespina dorsal.

—¡Se lo he dicho cien veces a mipadre! Habría que asar en el fuego atodos los goyl, hasta que les reventara lapiel de piedra. ¡Pero por desgracia al

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viejo le dais miedo! —dijo Louistorciendo la boca en un gesto de desdén—. Lelou dice que te has sentado conReckless cada noche. Eressospechosamente amable con él, pero amí no me puedes engañar. ¿Cuál es elplan? ¿Tenéis previsto ir a medias yvender la ballesta juntos en Albión?

El hombre de los perros le retorcióviolentamente las manos a Nerron en laespalda y Barbilampiño apuntó con lapistola al hombre de las aguas. Era tanestúpido como fuerte, pero era untirador sorprendentemente bueno.

Louis lanzó una mirada a Nerron quehablaba de toda la altivez de su origen,pero también de la terquedad de un

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jovenzuelo de 17 años que aún se teníapor inmortal. Una peligrosacombinación.

—Encontraré la ballesta para mipadre —anunció, mientras el hombre delos perros ataba a Nerron con tantafuerza como si quisiera abrirle la piel depiedra con la cuerda—, y Albión dejaráde hacer, de una vez, como si el mundole perteneciera. Pero primero le tocaráel turno a los goyl.

Oh, qué fácil habría sido haberlosmatado a él y a Lelou directamente enVena. Tu aversión a matar se estávolviendo lentamente una carga,Nerron.

—¿Quién lo ha tramado? —sentía su

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propia rabia como sangre en la lengua—. ¿Lelou?

El escarabajo se ruborizó halagado.—Oh, no, no. Todo el plan es de Su

Alteza —dijo brindándole a Louis unanerviosa sonrisa—. No tiene muchaexperiencia en la caza de tesoros, peroha señalado, y con razón, el hecho deque estamos buscando el arma de suantepasado. Únicamente he propuestoque no te matáramos a ti ni a Recklesstodavía, a fin de cuentas…

—… todavía tenemos quesonsacaros todo lo que sabéis —elhombre de los perros enseñó unadentadura tan amarilla como la de susprotegidos— sobre el Palacio

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Perdido… sobre la ballesta… y todoeso… El príncipe piensa que deberíaencargarme de ello —dijo brindándole aLouis una sonrisa devota y realizandouna burda inclinación—. En realidad, elhombre de las aguas es el experto en esetipo de asuntos —añadió—, pero elpríncipe opina, con razón, que losrostros de escamas son tan fiables comola piel de piedra.

—Sí, sí, ya está bien. ¿Para qué lecuentas todo eso? —Louis se metió unapizca de polvo de elfos en la nariz. Lasprovisiones de sus alforjas eraninagotables—. Primero quitémosle elcorazón a la zorra. Encerrad al goyljunto con Reckless en el carruaje.

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Únicamente consiguieron atar alhombre de las aguas entre los tres. Loataron a una de las ruedas, como habíanhecho anteriormente con Reckless, y elhombre de los perros arrastró a Nerronal carruaje.

—¡El príncipe tiene razón, goyl! —le murmuró antes de cerrar de golpe lapuerta a su espalda—. Os deberían asara todos. Cuando le nombren rey, vendránbuenos tiempos.

—¡Traed los caballos! —oyóNerron ordenar a Louis con lengua detrapo.

Reckless estaba tendido en uno delos bancos, el rostro hinchado a causade su colisión con la pared del carruaje.

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—Este no era el plan, ¿no? —preguntó.

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56Rabia de gigantón

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Por allí llegaban. Zorro se apartó de lacerca, que los campesinos de la regiónhabían levantado para que su ganado nose extraviara entre las ruinas encantadas.El viento que soplaba de las callesdesiertas, impulsaba el hielo y elgranizo contra su rostro. Desgracia.Todo a su alrededor escribía esa palabraen la noche.

Los hombres que cabalgaban haciala atalaya abandonada eran los mismosque Zorro había visto detrás del establode la bruja, pero solo cuando seacercaron más pudo ver que el goyl noestaba con ellos. Lo mismo que Jacob.

—¡Tranquila! —le murmuró Valiant—. Eso no significa nada.

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Absolutamente nada.Pero Zorro sintió que alguien le

lanzaba férreos anillos alrededor delcorazón.

Él no estaba con ellos.Lo habían matado.No, Zorro.Eran cuatro. Todos bien armados. El

hombre de las aguas tampoco estaba,pero llevaban los perros de presaconsigo y Zorro se alegró de no llevar elpelaje. Uno de los hombres era aún muyjoven, otro, apenas más alto que Valiant.Zorro reconoció a Louis von Lothringenpor las reproducciones que había vistode él junto a su padre. En cualquiercaso, en ellas tenía bastante mejor

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aspecto. Zorro olió el polvo de elfos yel desove de sapo cuando, a unos pasosde distancia de ella, él refrenó elcaballo.

—Eres la zorra.Era en parte una pregunta, en parte

una constatación. La voz de Louis eratan desagradable como su rostro:

—¿Un enano es todo el refuerzo quepudiste encontrar?

El hombre de los perros ladró unacarcajada.

Valiant brindó a Louis una sonrisaindulgente. Para cualquier enano, sersubestimado por el tamaño del cuerposuponía una maldición y una bendiciónal mismo tiempo:

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—Evenaugh Valiant. ¿Con quiéntengo el gusto?

Louis se tambaleó en la silla demontar cuando apartó la chaqueta paradescubrir el puño de su sable adornadode piedras preciosas.

—Louis Philippe Charles Roland,príncipe heredero de Lothringen.

—¡Impresionante! —dijo Valiant—.Pero los enanos somos demócratas.Confío en que no os lo toméis como algopersonal. Además —dijo mirando depasada al príncipe en busca de ayuda—,en realidad estábamos citados con ungoyl.

Los perros de presa vigilaban aZorro. No se dejaban engañar tan

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fácilmente por la forma como laspersonas.

—¿Dónde está Jacob? —habíaprometido al enano dejarle hablar a él,pero estaba harta de esperar.

El príncipe la miró con una mezclade horror y avidez, algo familiar paracualquier mutadora de forma.

—¿Dónde tienes el corazón? —bramó él—. Me apuesto a que lo llevasescondido bajo la ropa, lo mismo que tupelaje.

Los perros enseñaron los dientes yLouis le hizo una seña con la cabeza alhombre que los llevaba.

Valiant se volvió hacia la atalaya yemitió un silbido agudo.

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Dos siluetas voluminosas sesepararon de las sombras detrás de latorre. Los gigantones tenían granizopegado a la ropa y miraban a Louis detodas las maneras salvo con buenosojos. En ninguna parte habían existidomás gigantones que en Lothringen y enninguna parte habían sido cazados conmás pasión. El encorvado poseía unacolección de cabezas de gigantones, quese seguían exhibiendo con gusto durantelos actos oficiales.

—Sí, estaba prevenido —dijoValiant, mientras Louis intentabatranquilizar a su temeroso caballo—.Tuve el dudoso placer de hacer negocioscon vuestro padre. ¿Por qué se iba a

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poder confiar más en el hijo?El gigantón más grande emitió un

jadeo reprobador y uno de los caballosse encabritó.

Fue el hombre de los perros quiendisparó. Quizá temía por sus perros depresa, que ladraban con tal rabia algigantón que este dio un torpe pasohacia ellos. Y la bala le alcanzó enmedio de la ancha frente. Su cuerpocayó aplastando al tirador y a losperros.

El otro gigantón lanzó un grito derabia.

Tiró violentamente del príncipe, queestaba subido a la silla, y lo sacudiócomo a una muñeca de trapo, mientras

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con el otro puño golpeaba ciegamente asu alrededor. Mató al cara de niño de ungolpe. Zorro oyó su nuca romperse.Valiant solo pudo ponerse a salvosaltando hacia un lado, y ella mismaretrocedió entre los caballos temerosospara encontrar protección del furiosogigantón. En su rabia, trituró el arma quehabía matado al otro, hasta que el metalse quedó pegado a sus suelas comofollaje marchito. Después se postró derodillas junto al cuerpo sin vida y,sollozando, le limpió la sangre de lafrente agujereada.

No en vano «venganza de gigantón»era una célebre expresión.

Louis yacía en la tierra pisoteada y

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se movía tan poco como el pinche conrostro de niño. Solo el hombreescarabajo se deslizó a cuatro patashacia su señor mirando atónito su rostroblanco como la cera. Detrás de él,Valiant se puso en pie quejándose ymaldijo a todos los gigantones.

El príncipe llevaba dos bolsasengañosas colgadas del cinturón. Zorrolas cogió antes de que el enano pudieraapoderarse de ellas, y le puso alescarabajo la pistola en la cabeza.

—¿Dónde está vuestro prisionero?Louis se movió. El hombre

escarabajo suspiró aliviado y le pasósus dedos de araña sobre el rostro:

—En el carruaje —balbució.

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Sus ojos estaban bañados enlágrimas. Zorro no estaba segura de sieran lágrimas de miedo o de rabia.

Capturó uno de los caballos e hizocaso omiso de las llamadas de Valiant.

Resultó fácil seguir las huellas. Lasde un rebaño de vacas no habrían sidomás claras, pero los nubarrones queflotaban entre las montañas hicierondifícil que sus propios ojosdistinguieran el carruaje debajo de losabetos bajo los que se encontraba. Elhombre de las aguas estaba atado a unade las ruedas. Bien. El olor de su pielescamosa le recordaba a Zorro lashúmedas cuevas en las que habíabuscado con Jacob a muchachas

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secuestradas. Sacudió rabioso susataduras cuando la vio, pero Zorro pasójunto a él despreocupada.

Las manos le temblaban cuandoabrió bruscamente la puerta delcarruaje. El bastardo casi no sedistinguía. Solo sus ojos relucían comomonedas en la oscuridad. El rostro deJacob estaba manchado de sangre, por lodemás parecía estar sano y salvo. Zorrocortó sus cuerdas. Dio un traspié aldescender del carruaje. Zorro habíavisto ya una vez esa clase deagotamiento.

—¿Cuántas veces?Él se pasó la mano por el arañado

rostro e intentó esbozar una sonrisa:

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—Estoy realmente contento de verte.¿Dónde está Valiant?

—¿Cuántas veces, Jacob?¡Respóndeme!

Sus dedos estaban fríos cuandoagarró la mano de Zorro. Es una nochefría, Zorro, no significa nada. Pero ellacreía ver la muerte en su rostro.

—Solo queda una mordedura.Solo una.Respira, Zorro.Ella sacó las dos bolsas engañosas

que le había quitado a Louis. Le dio aJacob también la bolsa de piel en la quellevaba el corazón. Esta vez la sonrisade Jacob no estaba tan cansada.

—Tú también pareces extenuada —

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le dijo Jacob pasándole la mano sobreel rostro—. Será bueno que esto acabepronto, ¿verdad? De una u otra forma.

Metió las bolsas en el bolsillo delabrigo y se inclinó hacia el carruaje.

—Sigue buscando —le oyó decirZorro—. Hay una puerta. Al otro ladono hay ningún ónix, tampoco pulgarcitos,pero sí príncipes. En cualquier caso,muy pocos llevan corona.

—¡Desátame! —respondió el goylcon voz áspera—. ¡Deja queaverigüemos de una vez por todas quiénes el mejor!

Jacob retrocedió.—Otra vez será —dijo—. Esta vez

no me puedo permitir perder.

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—¡Habrías perdido hace tiempo sila zorra no te hubiera salvadocontinuamente el pellejo! —la voz delgoyl sonaba como si se ahogara en suira.

—Tienes razón —le contestó Jacob—. Pero eso no es nada nuevo.

Después cerró la puerta del carruaje.

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57Cabeza. Mano. Corazón

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El gigantón ya había cubierto el cadáverdel otro con piedras. A los pies delmuerto había colocado en fila los otroscadáveres como ofrendas: el pinche decocina, el hombre de los perros y losdos perros de presa. Ante los muros dela atalaya yacían, atados y amordazados,los dos que habían sobrevivido a surabia: Louis y el escarabajo. Valiantandaba de un lado para otro y parecíatodo menos feliz.

—¡Vaya, vaya! —le gritó a Jacob—.¿En qué lío me has vuelto a meter? ¡Elpríncipe de Lothringen! Por suerte siguecon vida, pero el encorvado quedaexcluido como comprador de la ballesta.¿No te basta enemistarte con la

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emperatriz?Jacob sintió cómo Zorro lo abrazaba

estrechamente una vez más antes dedejarse caer del caballo. Sentía su calorcomo una promesa, cuando saltó de lasilla.

Todo irá bien.Hizo caso omiso de las injurias de

Valiant y se dirigió a la cerca tras lacual se hallaban las ruinas. La CiudadMuerta. Un lugar que jamás hubieraquerido ver de cerca. El propio Chanutese había mantenido alejado de ella.Jacob creyó oír voces, alguna salmodiainterrumpida por ásperos gritos. Quizálos locos que vivían entre las ruinas,percibían que esa podía ser una noche

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especial. Supuestamente bastaba rozarlos derruidos muros para caer en lamisma locura. Jacob buscó con lamirada un camino a través de las callesdesiertas que subían a la montaña. Laciudad había tenido miles de habitantes.Vio escaleras y puentes, iglesias, casas ytorres desmoronadas, cuyos vacíoshuecos de las ventanas bordeaban losfuegos fatuos, y palacios derrumbados,en cuyos muros estaban pegados losnidos de los pinzones de la peste, elúnico pájaro que se criaba bien enlugares como ese. En el caso de que elpalacio realmente apareciera, sería unlargo camino, y Jacob sentía a cadarespiración cómo se le acababa la vida.

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—¿He oído que el goyl sigue convida? —Valiant se acercó a su lado—.¿Por qué no le has disparado? ¿Lacompetencia estimula el negocio?

—No soy tan rápido disparandocomo tú, ¿lo recuerdas? —Jacob sevolvió hacia la atalaya.

Zorro aguardaba junto a la puerta.—¿Has traído el cadáver?—Por supuesto —dijo Valiant dando

un suspiro que suplicaba compasión—.¡Espero que te hagas una idea de lodifícil que ha sido! Tuve que sobornar alcentinela gigantón de la cripta con unaprovisión anual de polvo de elfos yenrolar a los otros dos para que trajeranel ataúd hasta aquí. Tuve que realizar un

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trabajo de maestría ante el consejo delos enanos para convencerles de queestaba igual de escandalizado que ellospor la desaparición del cadáver, ydesatender mis otros negocios, paravenir aquí. ¡Quiero esa ballesta! ¡Yquiero ganar una fortuna con ella! Tengoplaneado viajar en persona a Albión tanpronto la encuentres, a fin de cuentasWilfred la Morsa es nuestro compradormás probable, ¿no te parece?

—Claro —respondió Jacob.Solo estaba feliz de que Valiant no

supiera nada de su promesa a RobertDunbar. En el caso de que la ballestarealmente le salvara la vida, tendría quecuidar de que el enano no le matara de

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un disparo.

• • •

El interior de la atalaya estaba vacío,salvo por unas lanzas oxidadas y losrestos de una cabra que había acabadoentre sus muros. El cadáver del verdugode las brujas yacía en uno de lossencillos ataúdes de madera en los quelos enanos enterraban a los minerosaccidentados.

Zorro ayudó a Jacob a levantar latapa.

En el sencillo ataúd, la vestimentadel muerto sin cabeza parecía aún más

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valiosa.Zorro lo miró.Había sido una larga caza. Pero

habían llegado juntos hasta allí. Comose habían prometido mutuamente en elcastillo de Valiant. Desde hacía más deseis años, ese estar juntos habíadeterminado no solo la vida de Jacobsino también la de ella. De esa épocaapenas existían recuerdos que Zorro nocompartiera con él. Su segundasombra… en los últimos tiempos eramucho más que eso. Nada se lo habíamostrado con más claridad que losúltimos meses. Era una parte de él,inseparablemente unida a él. Cabeza,mano y corazón.

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—¿A qué esperas? —de laimpaciencia, Valiant estaba de puntillasen sus botas hechas a medida. No solotenían un tacón alto. Las suelas tambiénle hacían parecer más alto. Loszapateros de los enanos eran muyhábiles proporcionando unoscentímetros adicionales a sus clientes.

Jacob sacó la bolsa con la mano enprimer lugar. Como pasó con la cabeza,apenas notó algo cuando tocó la pielmuerta, y por un instante, le preocupóque la magia de Gismundo hubieradevenido inoperante después de tantossiglos. Pronto lo sabrás, Jacob. Lasuñas presentaban restos de oro, pero noestaban enmohecidas, como solía pasar

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con las manos de los brujos. QuizáGismundo había encontrado una formade protegerse de ese efecto secundario.Tomar regularmente sangre de brujaproducía efectos terribles. Perjudicabala cabeza y causaba fuertesalucinaciones. Todos los brujos sevolvían locos en algún momento.Gismundo, según los archivos de Vena,había dejado de confiar, años antes desu muerte, incluso en sus más lealescaballeros y había ejecutado a amigos ya enemigos a diestro y siniestro,dejándolos morir de hambre en jaulas deoro colgadas de los muros de su palacio.

La mano al sur.Jacob se inclinó sobre el muerto. La

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mano estaba rígida y fría, pero encajó enel muñón como si armara una tenebrosamuñeca.

El viento que atravesaba lasventanas de la torre era húmedo y fríocomo nieve, y hacía titilar la lámparaque Zorro sujetaba sobre el ataúd.

Jacob abrió la bolsa de piel quecontenía el collar con el corazón, yapartó la camisa del cadáver hastadescubrir el agujero ribeteado en oro enel pecho del muerto. El corazón negro,que la nieta de Ramee había llevadoalrededor del cuello blanco. No sintiómás que un suave calor cuandodesprendió la joya del collar. Casi comosi su roce fuera bienvenido.

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El corazón al este.Encajó en el agujero bordeado en

oro como si, también en vida, en elpecho de Gismundo hubiera latido unapiedra. Probablemente fuera así.

El goyl había dejado la cabeza en labolsa engañosa en la que Jacob la habíallevado consigo.

La cabeza al oeste.Cuando Jacob sacó la cabeza de la

bolsa, el rostro estaba tan rígido yexánime como la mano, pero en cuantola colocó en el muñón del cuello, loslabios dorados se abrieron.

El estertor que escapó de la bocaabierta sonó como el último aliento deun muerto. La piel sonrosada del

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cadáver se tiñó de gris, y el rostrocomenzó a descomponerse como sialguien lo hubiera moldeado con arenade oro. El cuello, las manos, todo elcadáver se descompuso. La misma ropase pudrió ante sus ojos, hasta que elataúd se llenó solo de polvo sucio y grismezclado con algunos rastros de oro.

—Pero qué demonios…Valiant miraba atónito, pero Jacob

respiró aliviado. La magia del verdugode las brujas seguía surtiendo efecto. Yse había buscado un nuevo lugar, comoun pájaro que hubieran dejado salir dela jaula.

Zorro estaba ya junto a una ventana ymiraba las ruinas.

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Sobre la Ciudad Muerta, una sombrase desprendía de la noche. Tomabacuerpo solo lentamente, pues lo que seformaba a partir de ella era gigantesco.Torres, almenas, muros. Al principioeran transparentes como cristal sucio,pero después devinieron piedras,pálidas como el polvo que llenaba elataúd.

El palacio, que crecía como unpétreo cardo en la noche, no había sidoconstruido para impresionar por subelleza. Solo debía hacer una cosa:enseñar a temer. En los muros llenos dealmenas se distinguían, desde lo lejos,las jaulas en las que Gismundo habíadejado morir de hambre a amigos y

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enemigos, y debajo de ellas Jacob vio laPuerta de Hierro. Si las historias que sehabían contado en la época del verdugode las brujas eran reales, despertaría ala vida mortal en cuanto un enemigoexigiera entrar. A un cazador de tesorosque quería robar la ballesta deGismundo seguramente no se leconsideraba un amigo.

Primero tienes que lograr llegarhasta la puerta, Jacob.

• • •

Fuera, el gigantón seguía apilandopiedras sobre el cadáver del otro.

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Cuanto más alto las apilaba, mássignificado otorgaba al muerto.Cualquier amigo o familiar que visitabala tumba de un gigantón depositaba otrapiedra encima, de forma que a veces losmonumentos fúnebres llegaban aalcanzar el tamaño de una pequeñacolina.

El príncipe seguía inconsciente. Elgigantón le había jugado una malapasada, pero sobreviviría. Jacob noestaba seguro de si era una noticia buenao mala. Imaginarse a Louis en un tronono era necesariamente un pensamientotranquilizador.

—¡Su padre os usará para dar decomer a sus perros! —gritó Lelou con

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voz aguda—, y ordenará que se le sirvavuestro corazón para desayunar…

—… y liará cigarrillos con nuestrapiel. Ya sé —dijo Jacob sacando elcuchillo e inclinándose sobre Louis.

Lelou lo observó con atónitoespanto, como si se hubiera tragado lalengua.

—Sí, es una lástima que no puedavenir con nosotros —dijo Jacobmientras cortaba unos mechones delcabello rubio blanquecino de Louis—.Estoy seguro de que la Puerta de Hierrole habría dado una bienvenida bastantemás calurosa que a mí.

—¿De qué sirve eso? —preguntóValiant—. ¿Quieres venderles un

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mechón a todas las chicas que miran conanhelo su cuadro y sueñan conconvertirse en reinas de Lothringen?

Jacob le dejó a deber la respuesta alenano. No había estado nunca tanagradecido de que Alma le hubieraenseñado cosas que, en realidad, lasbrujas no desvelaban a ningún humano.Ella le había arrancado un pelo una vezy lo había enroscado alrededor de suflaco dedo. «Esto de aquí dice más de tique tu sangre», había dicho. «Cada unode tus cabellos revela quién eres y dedónde procedes. Pero vosotros, loshumanos, los dejáis en peines y cepillos,sin comprender que unos simplesmechones permiten a cualquier extraño

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meterse una poderosa parte de vosotrosen el bolsillo. A una bruja le basta elcabello que dejas en el suelo de unpeluquero para crear un doble tuyo porunas horas».

Para eso no bastaría. Pero quizá lapuerta de Gismundo lo tomara por undescendiente lejano. El intento valía lapena.

—¡No tenéis derecho! —la voz deLelou temblaba de ira—. ¿Cazador detesoros? ¡Sois un sucio ladrón! ¡Laballesta pertenece a los herederos deGismundo!

Jacob se incorporó.—Sí, pero ¿por qué sus hijos no la

han venido a buscar? ¿Tú qué crees,

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Lelou? —preguntó guardando el cabellode Louis en una de las bolsas engañosasvacías—. Es posible que no hayanestado siquiera en su cripta. ¿Tu únicaexplicación es que el verdugo de lasbrujas fue un padre terrible y que al finalse volvió loco? ¿Ordenó, como se dice,matar a su madre y por ello renegaron deél? ¿O estaban demasiado ocupadoshaciéndose la guerra unos a otros?

Arsene Lelou presionó losdescoloridos labios. Pero, como era deesperar, no pudo reprimir las ganas devanagloriarse de sus conocimientos.

—¡Creían que su padre queríamatarlos! —gangueó—. Por eso nuncafueron a la cripta. Por eso nunca

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ordenaron buscar la ballesta. Estabanseguros de que Gismundo encontraríauna forma de matarles.

Valiant emitió un gruñido incrédulo:—¿Por qué iba a hacerlo?

Necesitaba un heredero.Lelou se limitó a hacer bailar sus

ojos de forma sarcástica:—El verdugo de las brujas estaba

loco. No quería que nadie subiera a sutrono, ni siquiera sus hijos. ¡Quería queel mundo comenzara y finalizara con él!

Zorro se acercó a Jacob.—¡Debemos marcharnos! —dijo en

voz baja.Sí, debían, pero Jacob seguía

reflexionando sobre lo que Lelou había

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dicho. Quizá no fuera una buena ideallevar consigo el cabello de Louis.Jacob tiró de Zorro.

Detrás de ellos, Lelou recitaba cadahistoria de terror que se había escritosobre el palacio o la Ciudad Muerta.Jacob las conocía todas.

Sacó el collar del bolso que la nietade Ramee, y antes que ella quizá la hijade Gismundo, había llevado.

—Te traeré a cambio un colgante —dijo mientras se lo colocaba a Zorroalrededor del cuello—, el más hermosoque pueda encontrar en el palacio deGismundo. Pero déjame ir solo. ¡Porfavor! Es demasiado peligroso.Regresaré con la ballesta. Lo prometo.

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En respuesta, Zorro le puso la manoen el corazón, allí donde la polilla delhada lo cubría:

—¿Qué puede ser peor que la casadel barbazul? —preguntó—, ¿o peor queesperar aquí por ti?

A una señal de Valiant, el gigantónabrió una brecha en la cerca.

El enano le alcanzó dos velas aJacob.

—No fueron fáciles de conseguir —dijo—. Tus deudas aumentan cada vezmás. Os esperaré aquí. ¡La cripta fuesuficiente para mí, pero que no se teocurran ideas estúpidas! Os encontrarési intentáis hacerme perder mi parte, ycréeme, puedo ser aún más desagradable

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que el encorvado.—Lo recordaré —dijo Jacob.Y siguió a Zorro a través de la cerca

deformada.

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58Ventaja

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Al hombre de las aguas le chorreaba supropia pálida sangre de los dedoscuando Nerron le cortó las ataduras. Sehabía escoriado varias escamas de losbrazos para liberarse. Con seguridad,una parte de su carne color verde olivase había quedado también pegada a larueda del carruaje, pero no pestañeó.

Naturalmente les habían quitado lasarmas.

Te has dejado tomar el pelo por unpríncipe más estúpido que cualquiercaballo que hayas montado nunca,Nerron.

Vieron el palacio ya desde lejos. Elenano había traído, pues, el cadáver deGismundo. Nerron estaba enfermo de

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rabia cuando dirigió el catalejo a laatalaya ante la cual debía celebrarse elintercambio. Un montón de piedrasapiladas, que se parecíansospechosamente al monumento fúnebrede un gigantón, y, delante de ellas, unosmuertos. No podía divisar quiénes eran,pero el gigantón que se inclinaba sobreellos no se podía pasar por alto. Setrataba de un vigoroso ejemplar. ¡Peroqué demontre de encorvado habíapasado allí!

—¿Ves a Louis? —Nerron estabafeliz de que el odio en la voz del hombrede las aguas no le concerniera a él.

Sacudió la cabeza.—Quiero oír cómo se rompe su

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principesco pescuezo… —susurróEaumbre—. O estrujarle el cuello hastaque su estúpida cara se tiña del azul delcielo.

Había hombres de las aguas quepasaban años intentando cazar a unhombre que los había ofendido omentido. Eaumbre había sido muypaciente con Louis. Pero a Nerron ledaba igual si el príncipe aún vivía. Todolo que le interesaba era si Recklessestaba entre los muertos. En cualquiercaso, la información no valía una peleacon un gigantón.

Volvió a colgarse el catalejo delcinturón.

Eaumbre examinaba las ruinas y el

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palacio, que estaba dispuesto como unacorona de piedras alrededor de lamontaña:

—El verdugo de las brujas poseíamás tesoros que la simple ballesta, ¿noes cierto?

—Probablemente.Eaumbre se pasó la mano por los

brazos heridos:—Si Louis está allí, lo quiero para

mí —susurró.—¿Y si no es el caso?El hombre de las aguas enseñó los

dientes:—… confío en encontrar suficiente

oro para consolarme.

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59La ciudad muerta

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Fachadas erosionadas. Columnasreventadas. Arcos. Escaleras queconducían a la nada. En el propioesqueleto de la Ciudad Muerta sepercibía lo espléndida que había sidouna vez. La calle que seguían giraba deforma empinada junto a las casasderruidas. El silencio entre ellas era tannegro como la noche sin luna. Jacobtomó el primer rostro por decoración, ellegado de un cantero de mucho talento.Pero en todas partes miraban comofósiles desde los descoloridos muros.Mujeres, hombres, niños.

Las historias eran ciertas. Gismundose había llevado consigo a la muerte atoda la ciudad. ¡Quería que el mundo se

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detuviera con su muerte! ¡Queempezara y acabara con él! Escarabajolisto.

El verdugo de las brujas los habíainmortalizado en la piedra de sus casas.¿Qué los había matado? ¿Su últimoaliento? ¿Había muerto con la maldiciónen los labios? Jacob creía oír sus vocesen el viento que atravesaba las callesdesiertas. Suspiraba y gemía, soplabafollaje muerto y desprendía erosionadaspiedras de los muros, que los sigloshabían desteñido como huesos. Unosenjambres de fuegos fatuos lossalpicaron de luz y unos pinzones de lapeste picoteaban nerviosos entre losadoquines reventados. Por lo demás,

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nada se movía en las abandonadas callescon sus ribetes de rostros muertos.

Se abrían paso a través de las ruinasde una torre cuando, tras los restos de unmonumento, salió un hombre. Jacob lecortó el brazo antes de que le pudieraenterrar a Zorro una guadaña oxidada enla espalda. Su ropa estaba cubierta defragmentos de cristal y metal. Uno de lospredicadores. Su mirada estaba tanvacía como la de los muertos en losmuros. Otros seis aguardaban bajo unarco del triunfo, cuyo mármolerosionado celebraba la victoria deGismundo sobre Albión y Lothringen.Lucharon de forma tan encarnizada comosi defendieran una ciudad viva, pero por

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suerte sus armas eran viejas y no estabandemasiado bien alimentados. Jacob matóa tres y Zorro disparó a otro antes deque este pudiera empujar a Jacob contralos muros encantados. El resto huyó,pero uno de ellos se detuvo tras unospasos y gritó una maldición en undialecto que se hablaba en esasmontañas. No dejó de gritar hasta queZorro le disparó delante de los pies deforma amenazante. La maldición erasuperstición, nacida del desamparadomiedo ante la verdadera magia, pero elgrito atrajo a más de esas figurasandrajosas. Emergían de todas partesentre las ruinas. Algunas solo estaban depie y los seguían con la mirada o les

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lanzaban piedras. Otras les salían alpaso caminando torpemente conoxidadas horcas o palas que habíanrobado a algún campesino.

Tuvieron que matar a cuatro másantes de que les dejaran en paz, peroJacob estaba seguro de que delante delpalacio les aguardarían más. Losmodernos caballeros de Gismundo…Jacob se preguntaba si la magia queanidaba en las ruinas les inspirabacustodiarlas o si el temor a la propiamortalidad y la esperanza de encontrarallí una puerta, a través de la cual sepudiera escapar del fatal final, losllevaba a ese lugar de muerte.

No tan distinta a la esperanza que

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te ha traído aquí, Jacob.Se acercaban al palacio solo

lentamente. Una y otra vez, losescombros bloqueaban el camino,puentes hundidos… escalerasdesmoronadas… Jacob se sentía comosi hubiera vuelto a quedar atrapado enun laberinto. Pero esta vez Zorro estabacon él y el propio miedo a la muerte noera nada comparado con el miedo quehabía sentido por ella en el laberinto delbarbazul.

Las ruinas a su alrededor seguíancreciendo en el cielo nocturno. Algunastenían muros que habían sidoconstruidos en forma de rejas de piedra.Dragoneras. Habían estado directamente

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debajo del palacio. La calle subía deforma cada vez más empinada y Jacobsentía lo mucho que las cortas peleascon los predicadores le habían agotado.Te mueres, Jacob. Pero las palabras noparecían significar ya nada. Como si lashubiera pensado demasiadas veces.

Una dragonera más. En los muros seperfilaban, en vez de rostros,gigantescas bocas, nucas dentadas, alasy colas con pinchos. Se decía queGismundo había capturado a cientos dedragones para utilizarlos en sus guerras.En vez de las rocas con que sealimentaban, les había arrojadocampesinos y soldados enemigos paracomer, brujas, trolls, enanos. Eso los

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había vuelto furiosos, como vacas a lasque se alimenta con carne.

Una última dragonera. En la calle dedelante había estampadas garrasgigantescas. La escalera ante la queacababa era aún más ancha que laescalera que había descendido a lacripta de Gismundo. Esta subía y era tanalta que un ejército hubiera podidoformar filas en sus escalones. Cienpasos hasta la Puerta de Hierro ydetrás de ella cien formas de morir.Jacob ya no recordaba dónde habíaleído esas palabras. Estaba tan exhaustoque apenas recordaba cómo habíallegado hasta allí. El pecho le dolía acada escalón, pero Zorro caminaba junto

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a él.La plaza donde acababa la escalera

estaba cubierta de nieve, y las nubes quehabía encima flotaban tan bajas que lastorres del palacio desaparecían en suneblina. De los grises muros colgabanlas jaulas de oro, tras cuyos barrotes seseguían viendo los despojos de losprisioneros de Gismundo. El palacioentero parecía que hubiera sidomaldecido el día anterior y no hacíasiglos.

La Puerta de Hierro brillaba comoun sello en los muros. El hierro relucíacomo el peto de un rey. Jacob no viocerrojo ni pestillo, solo una guirnalda decalaveras y el escudo de armas que

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habían visto en la cripta.Los cuerpos andrajosos que yacían

delante de la puerta eran más recientesque los tristes despojos de las jaulas.Algunos tenían las manos carbonizadaso los brazos quemados hasta los codos.Otros tenían terribles mordeduras. Lospredicadores habían creído que laentrada al cielo por fin se les habíarevelado, pero en su lugar habíanllamado a la puerta de un brujo.

Jacob sentía la misma oscuridad quese habían encontrado en la cripta comoun puño que se cerraba tras la puerta. Ytodo lo que llevaban consigo era unpuñado de cabellos del príncipe y lo quehabía aprendido como cazador de

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tesoros en los doce años que habíaestado en ese mundo. Zorro apartó a unmuerto del camino. Y la tienes a ella,Jacob.

En cuanto Zorro se acercó a ella, lapuerta comenzó a arder al rojo vivo cualmetal en la fragua de un orfebre.

Jacob sacó la bolsa con el cabellode Louis del bolsillo. Su únicaesperanza era que la puerta los dejarapasar como amigos. Una muy débilesperanza, Jacob. La tarjeta de Earlkingestaba pegada a la bolsa.

No necesitas el cabellodel príncipe.

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Zorro miró por encima de loshombros de Jacob. La tinta verde seguíaescribiendo.

Debes apresurarte, miamigo.

Tenías que haber matadode un disparo al goyl.

La ballesta está tan cerca.

Amigo. La palabra no había sonadofalsa. Jacob alzó la mirada hacia laPuerta de Hierro. El Hada Roja tambiénhabía estado muy dispuesta a ayudarlo.

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Tiró la tarjeta y sacó el cabello delpríncipe de la bolsa.

En la escalera apareció otropredicador. Zorro lo apuntó con lapistola, pero él siguió caminando hastaque vio los cadáveres. Su sucio abrigoestaba tan repleto de metal y cristal querealmente semejaba una armadura. Lapuerta al cielo. Zorro lo derribómientras él miraba incrédulo a losmuertos. Llevaban demasiado tiempoallí. Unas horas más y se prenderíantambién cristal y hojalata en la ropa.

Jacob dio un paso hacia la puerta.Era tan alta que un gigantón hubierapodido cruzarla con él en sus hombros.La mayoría de los palacios de la época

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de Gismundo tenían puertas que habíansido hechas a medida de la estatura delos gigantones. Algunos habían servidoal propio Gismundo.

Jacob metió la mano en la bolsa conel cabello del príncipe. Sus dedosolerían al agua de colonia de Louis. Undesagradable pensamiento. Cerró elpuño con los mechones rubio ceniza.Louis solo estaba lejanamenteemparentado con Gismundo, por lo quesu cabello solo actuaría como unacontraseña susurrada en voz muy baja,pero era su única esperanza de no serreconocidos como enemigos.

A Jacob no le habría sorprendidoque la puerta le fundiese la piel de los

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dedos. Existían informes sobremonstruos que se formaban de su hierro,y por los cadáveres que tenían a sualrededor, parecía que se hubierantopado con ellos. Sin embargo, encuanto extendió la mano, el brillantemetal reventó como la piel de un frutodemasiado maduro. Se dividió en doshojas, de las que crecieron pomos enforma de yemas de hierro. Seconvirtieron en cabezas de lobo y Jacobsintió el viento que acariciaba el metalincandescente mientras los dientes ibansaliendo de los afilados hocicos, hastaque toda la puerta volvió a brillar en unfrío gris.

No necesitas el cabello del

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príncipe.¿Qué había sido aquello? ¿Una

mentira para matarle como a loshombres andrajosos que había a sualrededor? No importaba…

Intercambió una mirada con Zorro.Las ganas de caza. ¿Los unía eso

más que todo lo demás?Ella le sonrió. Sin temor. Pero Jacob

seguía viendo el miedo blanco que lehabía dado a beber en la cámara delbarbazul. Los dos habían aprendido enlos últimos meses dónde acababa suaudacia.

Cerró las dos manos alrededor delas cabezas de lobo. Necesitaría toda lafuerza que aún le quedaba para abrir las

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pesadas puertas de hierro, pero estas seabrieron sin resistencia, con un suspiroque sonaba como el estertor que lacabeza de Gismundo había dejado salirde sus labios dorados.

El aire que les salió al encuentro eraglacial, y la oscuridad que aguardabadetrás de la puerta era tan completa quecegó a Jacob durante unos pasos. PeroZorro lo agarró del brazo hasta que susojos se hubieron acostumbrado a lastinieblas. La sala en la que seencontraban estaba vacía, a excepciónde las columnas que sostenían el techo yque se perdían encima de ellos en laoscuridad. El eco de sus pasos se quedóprendido entre los altos muros como el

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aleteo de unos pájaros extraviados.Zorro miró a su alrededor buscando

algo, cuando el llanto de un niñoatravesó el silencio. El grito de unamujer se mezcló con él, las voces dehombres riñendo.

—¡Detente! —le susurró Jacob aZorro.

Las voces bajaron de tono como sise alejaran, pero seguirían oyéndosedurante horas hasta extinguirse del todo.Los pasos de los muertos. Un hechizodel oscuro brujo. Cualquier paso quedieran despertaría el pasado: palabrasque se habían dicho, susurrado ogritado. Y no solo palabras. Dolor,rabia, confusión, locura. Cualquier

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sentimiento cobraría forma. Laoscuridad que los rodeaba estaba tejidade tenebrosos hilos. Debían sersigilosos o se ahogarían en ellos.

Jacob pudo distinguir tres pasillosen la oscuridad. Por lo que veía, no sediferenciaban en nada. Sacó del bolsillolas velas color amarillo pálido queValiant le había dado. Zorro y él yahabían utilizado velas como esas enotros lugares cuando debían separarse.Tan pronto una se apagaba, la otratambién lo hacía. Zorro sacó cerillas delbolsillo. Después, en silencio, cogió unade las velas prendidas de Jacob. Lasvoces volvieron a subir de tono encuanto sus pasos resonaron sobre las

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baldosas. Gismundo había matado a lamayoría de las brujas, a las que habíarobado sangre y magia, en los calabozosde ese palacio. Los gritos de mujeres sevolvieron tan sonoros que a Zorro leresultaba visiblemente difícil continuar.Se volvió una vez más hacia Jacob antesde que la luz de su vela se perdiera enuno de los pasillos. Eligió el del medio.

¿Izquierda o derecha, Jacob? Sedirigió hacia el izquierdo.

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60La piel correcta

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Uno de los predicadores tenía unaherida reciente de espada. Nerron ledisparó antes de que los sucios dedos lepudieran escribir la locura en la piel. Elhombre de las aguas había tocado a unode ellos, pero eso no parecíainquietarlo. Quizá se considerabainmune contra la locura humana. Prontohasta al propio Eaumbre le quedó claroque las huellas que seguían no procedíande Louis, pero no se volvió. El palacioque se alzaba sobre las ruinas era undestino demasiado tentador.

Le recordaba a Nerron las fortalezasque un clan de goyl de piedra de lunahabía construido hacía mucho tiempocontra los ónix. Kami’en las utilizaba

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entretanto como cárceles porque seencontraban profundamente bajo tierra.

Los locos andrajosos fueron el únicopeligro que se encontraron en las callesvacías, y la mayoría dejaba que elhombre de las aguas les disparara comoen el tiro al plato. Parecía como si, entodos esos siglos, la magia del verdugode las brujas se hubiera descompuesto aligual que la ciudad que habíagobernado. A Eaumbre le alteraron losrostros petrificados que miraban desdelos muros, pero a Nerron le dejaron frío;solo demostraban lo que los pielesblandas se parecían a los de su especie.

Cuando alcanzaron la escalera quesubía al palacio, encontraron las huellas

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de Reckless y de la zorra como manchasde incendio sobre los escalonesnevados. La nieve caía cada vez másdensamente, diminutos copos glacialesque Nerron sentía como pinchazos sobrela piel de piedra. Odiaba el frío, y porun momento anheló con tanta intensidadel cálido seno de la tierra que se sintiómal. El hombre de las aguas, por elcontrario, se frotó en silencio la nieveen la piel seca antes de ascender.

La vista que les aguardaba al finalde la escalera constataba que lashistorias sobre el Palacio Perdido y suPuerta de Hierro no habían nacidoúnicamente de la fantasía de un poeta.Los muertos carbonizados y

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mordisqueados las convertían enrealidad, pero Nerron no pudo encontrara Reckless o a la zorra entre losmuertos.

¿Dónde estaban? Las huellas de lanevada plaza solo admitían unarespuesta: su competidor ya estabadentro del palacio.

Maldición. ¿Cómo?El hierro comenzó a arder al rojo

vivo tan pronto Nerron se acercó a lapuerta. Eaumbre tiró de él cuando elmetal se convirtió en una boca. Bocas,garras. La puerta entera despertó a lavida. Nucas dentadas se arquearon,zarpas escamosas, rojas como la lava,sacaron garras de hierro.

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El hombre de las aguas cayó sobrelos muertos cuando retrocediótambaleándose.

Pero Gismundo no había esperado aun cazador de tesoros con piel depiedra. En su época, los goyl en la tierrano habían sido más que un tenebrosocuento de hadas.

Contra las garras, Nerron sacó unade las camisas de lagarto que Kami’en yHentzau habían rescatado de la BodaSangrienta, y el machete de jade quehabía hecho tallar a un orfebreexpresamente para la Puerta de Hierro;atravesó cuellos y zarpas como si lapuerta de Gismundo solo alumbraramonstruos de cera caliente. Nerron

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golpeó y clavó hasta que su ropa sequedó rígida a causa del frío hierro.¡Reckless no estaba entre los muertos,por lo que había una forma de entrar!Partió una cabeza antes de que la bocaenvolviera su cráneo, cortó zarpas queechaban docenas de garras afiladascomo agujas. Reckless no estaba entrelos muertos. ¡Había una forma de entrar!

Los brazos ya le pesaban cuando porfin el hombre de las aguas acudió en suayuda. El calor del hierro le escaldabala piel, pero no peleaba mal. Prontoacabaron enterrados hasta las rodillas enmetal despedazado. El propio jadeoresonaba en sus oídos. ¡Reckless no estáentre los muertos, Nerron! Maldición,

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existe una forma de entrar. Yefectivamente: de pronto el hierro siguiósiendo hierro y la puerta formó un frisode calaveras. El escudo de armas deGismundo apareció sobre el metal aúnincandescente y se abrió una hendiduraapenas perceptible.

Tocar el hierro caliente dolía, apesar de la piel de piedra de Nerron.Dolía tanto que creía notar cómo sefundían sus huesos. Pero el dolor eraalgo a lo que los goyl concedían menosimportancia que los humanos yfinalmente Nerron embutió los dedos enla hendidura. El orificio que consiguióabrir en el hierro apenas bastaba paraabrirse paso por él. El hombre de las

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aguas apestaba a pescado guisado, hastaque por fin se acercó a él y, detrás deellos, la puerta se cerró con un ruido quesonó como el golpe sordo de unacampana.

El frío que los recibió arrancó ungemido de alivio al hombre de lasaguas, y el mismo Nerron se sintióagradecido por el alivio que trajo a supiel quemada. Olfateaba la magia delbrujo en la oscuridad que los rodeaba,como el pelaje de un gato negro.Eaumbre lo miró asustado cuando oyólas voces, pero Nerron sonrió. Unhechizo de pasos. Había conocido a uncazador de tesoros que, por su culpa,había perdido el juicio en un palacio

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encantado, pero nada dejaba un rastromejor. En cuanto se despertaba a lasvoces, se las oía por muchas horas. Solohabía que seguirlas.

—¡Quédate aquí y vigila la puerta!—le dijo al hombre de las aguas.

Quizá Reckless ya estuviera devuelta con la ballesta. Pero Eaumbrenegó con la cabeza.

—¡No, gracias! —susurró—. Hesido bastante tiempo el vigilante de lapuerta. ¿Todo lo que encuentre mepertenece?

—Todo salvo la ballesta.El escamoso rostro hizo una mueca y

esbozó una sonrisa de desdén.—Tienes razón. Lo había olvidado.

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No necesitas una ballesta —murmuróNerron—, pero con seguridadencontrarás aquí tesoros que podrásponer a los pies de una chica. Estoyseguro de que te alcanzarán para unadocena de ellas.

La mirada de seis ojos se volvióglacial:

—Solo amamos a una. Durante todasu vida.

—Claro. Solo que no viven losuficiente bajo vuestra protección.

Nerron se acercó al primer pasillo yaguzó el oído. Nada. Pero de los dossiguientes llegaban las voces de losmuertos. Por lo visto Reckless y la zorrase habían separado. No había tiempo

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que perder cuando la muerte anidaba enel pecho de uno.

El hombre de las aguas desapareciósin decir palabra en el primer pasillo.Nerron se decidió por el izquierdo.

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61En la meta

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Jacob había estado ya en muchospalacios encantados. Cualquier puertapodía significar peligro, cualquierpasillo acabar en una trampa. Lasescaleras desaparecían. Las paredes seabrían. Pero no allí. Puertas, salas ypatios abiertos. El palacio de Gismundolo inhalaba como las fauces de unanimal, en cuyas entrañas de piedra elpasado fermentaba como un indigestoveneno.

Los caballos escarbaban en cuadrasvacías. Las armas tintineaban en patiosabandonados, sobre los que oscurasnubes continuaban ocultando lasestrellas. Voces de niños salían a suencuentro desde habitaciones

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abandonadas. Perros invisibles legruñían. Y una y otra vez resonabangritos a través de los tenebrosos pasillosy salas. Gritos de miedo. Gritos dedolor… Jacob creía sentir la locura deGismundo como roña sobre la piel.

Encontró habitaciones llenas detesoros hasta los techos y cuartos dearmas con armaduras y espadas tanvaliosas que una sola de ellas habríabastado para restaurar el castillo deValiant, pero Jacob apenas se dignabamirarlos. ¿Dónde estaba la ballesta?

Se preguntó si habría sido mejorhaber escogido el otro pasillo, y mirabacontinuamente la vela que tenía en lamano, pero su llama ardía sin turbarse.

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Zorro tenía tan poca fortuna como él.Debes apresurarte, mi amigo.Tenías que haber matado de un

disparo al goyl.Se volvió una docena de veces,

porque creyó oír pasos a su espalda,pero únicamente lo seguían losfantasmas que él había despertado.Quizá se trataba de la magia deGismundo, que los haría errarinfinitamente a través de su palaciohasta que se hubieran perdido en supasado y se convirtieran ellos mismosen uno de los fantasmas cuyas voces losseguían.

Otra puerta más.Abierta como las demás.

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La sala que había detrás parecíahaber sido la sala de la audiencia unavez. Las baldosas estaban pisoteadaspor incontables botas y el hollín de lasantorchas apagadas hace tiempo estabapegado sobre el erosionado enlucido.Jacob sentía la rabia como si de unfuerte humo se tratara, confusión, odio.Las voces susurraban y murmuraban,atenuadas por el temor.

Sigue, Jacob.La puerta al final de la sala llevaba

el escudo de armas de Gismundo.Entró… y respiró profundamente.Había alcanzado la meta.La sala del trono de Gismundo no

conjuraba el pasado mediante voces.

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Jacob solo oía el eco de sus propiospasos resonando en el silencio, pero,como en la cripta, las imágenes que allíhabía despertaban también a la vida elmundo perdido de Gismundo en techos yparedes. Enjambres de fuegos fatuosdesprendían los colores de la oscuridad.Campos de batalla, palacios, gigantes,dragones, un ejército de enanos, unaflota hundida, la ciudad que sedesmoronaba fuera, llena de humanos.Los frescos habían sido pintados con talmaestría que Jacob olvidó por unosinstantes el motivo por el que había idoallí. En especial el cuadro en la paredizquierda lo hizo detenerse. Un grupo decaballeros corría empuñando sus

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espadas a través de un arco de plata. Lasguerreras que llevaban puestas eranblancas como las de los caballeros deGismundo, y el emblema que había enellas era también una espada roja, perosobre ella brillaba una cruz roja…¿Dónde la había visto antes? LosHermanos de la HH Espada, Jacob.Una orden de caballería de su mundo,extinta hacía más de ochocientos años,después de haber desestabilizadoextensas partes del norte de Europa…Jacob miró el arco. Estaba cubierto deflores de plata.

Jacob se había preguntado siempresi existía un solo espejo.

La respuesta, por lo visto, era no.

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Miró a su alrededor buscando. En elcentro de la sala había un trono. Unaestrecha escalera conducía a lo alto delsillón de piedra. Cojines doradoscubrían los reposabrazos y el respaldo,y una imagen de Gismundo observabafijamente a Jacob con la mirada vacía.Pero su mirada buscaba un espejo. Y allíestaba, al final de la sala. Eragigantesco, casi el doble de grande queel de la habitación de su padre. Elcristal era igual de oscuro, pero lasflores del marco no eran rosas sinolirios, como en el arco de la pared.

Junto a él había un esqueleto con unreloj de oro en las huesudas manos. Enla época de Gismundo aún no habían

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existido relojes mecánicos en esemundo. Aunque sí en el otro.

¡Jacob! Solo el dolor en su pecho lerecordaba por qué estaba allí. Le volvióla espalda al espejo y se encaminó altrono.

La estatua que estaba sentada en élllevaba puesto el manto de brujo depieles de gato, pero presentaba aGismundo también como un reyguerrero. El yelmo, que encerraba surostro, tenía la forma de las faucesabiertas de un lobo. Bajo el manto seveía una cota de malla larga hasta lasrodillas y la túnica blanca con la espadaroja. Cuántas veces había visto Jacob elaro de plata que lo rodeaba, sin

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percatarse de nada. En ese momento nopodía ver en él otra cosa que no fuera elmarco de un espejo. Gismundo estabasentado con las piernas muy abiertas,como un hombre que ha conquistado unmundo propio. Después de haber venidode otro.

Al pie de la escalera había untaburete. Sobre el cojín reposaba unaballesta.

Jacob sopló la vela.Las baldosas sobre las que pisaba

formaban un mosaico redondo quemostraba estaba plantado escudo dearmas de Gismundo. El taburete con laballesta estaba directamente sobre lacabeza del lobo coronado.

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Jacob estaba a solo unos pasos deltaburete cuando la polilla le mordió.

Cayó de rodillas. No vio, oyó osintió nada salvo el dolor. Como si fueraácido, le corroyó la última letra delrecuerdo y el Hada Oscura recuperó sunombre. Después, la polilla sedesprendió de su piel. Desprendió suvelludo cuerpo de su carne, como si deun capullo sangriento se tratara, y batiólas alas. Jacob oyó su propio grito dedolor resonar a través de la sala deltrono y se retorció sobre el escudo dearmas de Gismundo, mientras la polillase marchaba revoloteando, de vuelta asu señora, llevándose consigo su nombrey su vida. Todo lo que dejaba atrás era

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su huella de carne cruda, y allí estaba él,aguardando a que su corazón sedetuviera. Se atascaba y se acelerabacomo si se aferrara a la última pizca devida que aún existía en su cuerpo.

Levántate, Jacob. Pero no sabíacómo. Deseaba únicamente que el doloracabara, que esa caza terminara. QueZorro estuviera a su lado.

Levántate, Jacob. Por ella.Sintió las frías baldosas a través de

la ropa, sobre la piel, entumecida por eldolor.

Levántate.

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62Extinguida

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Las voces eran horribles. Reñían.Gritaban. Lloraban. Aguardaban detrásde cada puerta y Zorro vagaba dehabitación en habitación, de sala en sala;encontró oro y plata, botinesamontonados sin orden ni concierto deciudades saqueadas, arcas llenas devaliosas ropas, platos de oro sobremesas vacías que, por un momento,trajeron el recuerdo del comedor delbarbazul, camas bajo baldaquines colorrojo sangre, muebles cubiertos concostras de joyas… La luz de la vela losdesprendió como imágenes irreales delas tinieblas y todo ese esplendor selimitó a susurrar la locura de Gismundo.El palacio entero era un fantasma. Todas

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esas voces, toda esa tenebrosa hambreque lo llenaba… Toda esa vida muertaque no deseaba morir.

La titilante llama de la vela iluminóun cuarto de estudio. Libros. Mapas. Unglobo terrestre. En el suelo reposaba lapiel de un león negro, y el dibujo deltapiz que colgaba en la pared desvelabaque podía volar.

La vela se apagó.Zorro sintió cómo su corazón

comenzaba a latir más deprisa.La había encontrado.Jacob había encontrado la ballesta.Mudó de forma. La zorra llegaría

más deprisa junto a él.Jacob viviría.

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Todo iba bien.

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63La trampa

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Ponte en pie, Jacob. El dolorcomenzaba a remitir, pero su corazónseguía atascándose, como si cada latidopudiera ser el último.

Aun así, Jacob. Solo unos pasos.Coge la ballesta. Zorro llegará

enseguida.Logró efectivamente levantarse.¿Y si Zorro no lo encontraba a

tiempo? ¿Quieres dispararte tú mismola flecha en el corazón, Jacob? Laimagen casi resultaba divertida.

De cerca, la figura que estabasentada en el trono era tan real como siGismundo la hubiera ordenado hacer decarne y hueso. La mirada muertaatravesó a Jacob cuando se acercó al

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taburete. Cielos. Sus pies se atascabancasi como su corazón.

—Se lo pones difícil a la muerte —el bastardo se separó sigilosamente dela sombra, como había hecho en lacripta.

¿Dónde tenías los oídos, Jacob? Elerror más viejo del mundo: olvidar laprecaución cuando el tesoro estaba alalcance de la mano. Moriría como unprincipiante.

El bastardo contemplaba los cuadrosde las paredes mientras se acercaba a él.Jacob echó mano del revólver, pero lamuerte lo volvía lento, y el goyl loapuntó con la pistola antes incluso deque hubiera sacado el arma del cinturón.

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—No me obligues a acortar losúltimos minutos de tu vida —dijoNerron mientras apuntaba a la cabeza deJacob—. ¿Quién sabe? Quizá te quedeaún una hora. ¿Cómo abriste la puerta?El maldito hierro me ha quemado lasmanos incluso a mí.

—No tengo la menor idea —laballesta estaba tan cerca que solo habríatenido que extender la mano, pero Jacobvio que el goyl dispararía. Habíaaprendido a leer en los veteados rostros.En ese momento le recordaba también alde su hermano—. ¿Quién te ha liberado?

—El hombre de las aguas. Tenía lasensación de que sería útil dejarlo convida. Aunque en las últimas semanas le

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habría retorcido una docena de veces elescamoso pescuezo. —Nerron miróalrededor buscando—. ¿Dónde está lazorra?

Saca la pistola, Jacob. Inténtalo almenos. ¿Qué tienes que perder?

Pero quizá no quedaba simplementesuficiente vida en él.

Nerron se detuvo frente a él.—Es muy hermosa y no es algo que

suela decir de las mujeres humanas.¿Crees que se dejaría consolar por mí?Al fin y al cabo también se marchó conel barbazul.

Sí, a Jacob le habría gustado matarlode un disparo.

—Estoy seguro de que todos los

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diarios publicarán una necrología sobreel gran Jacob Reckless. —Nerron sedirigió a la ballesta, la pistola seguíaapuntando a la cabeza de Jacob—.Quizá vengan a mí para escuchar cómoexhalaste el último suspiro. Te prometoque lo describiré de forma muyhalagüeña.

Jacob pasó la mano sobre lasangrienta huella de su camisa. Tancerca. Su mano temblaba:

—¿A quién se la venderás?—Estoy seguro de que te

sorprenderías.Nerron agarró la ballesta.Zas.El tictac comenzó tan pronto el goyl

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levantó el arma del taburete, pero no sepercató de ello. Al principio él tampococomprendió, cuando se dirigió al bordedel círculo… y se chocó contra unapared invisible. La maldición queprofirió habría sido un honor para unenano. Intentó pisar otro punto del bordedel mosaico, pero naturalmente laspiedras no lo dejaban salir.

No era un consuelo para Jacob queel goyl fuera tan ciego como él, peroquizá podía autodisculparse diciéndoseque el miedo a la muerte no volvía máslisto.

Era una trampa. Desde el principio.Habían quedado atrapados en ella alleer las palabras en la cripta, y

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quienquiera que fuera el muerto cuyocadáver habían encontrado allí no habíasido el verdugo de las brujas. ¡Las uñaste habrían tenido que hacer desconfiar,Jacob! ¿Ni rastro de putrefacción?¿Dónde tenías tu sentido común?

Miró la figura sentada en el trono. Elverdugo de las brujas estaba sentadofrente a ellos, y la trampa que habíacolocado se había cerrado de golpedespués de casi ochocientos años.

El bastardo arrojó con tal fuerza eltaburete contra la pared invisible quelos rodeaba que este se hizo astillas.

—¡Maldición! ¿Qué nos hadelatado?

Jacob se dejó caer sobre las

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rodillas:—Nada —dijo—. Nos toma por sus

hijos. Ese es el problema.Sacó la bolsa con los cabellos de

Louis del bolsillo y los lanzó lejos, auncuando fuera demasiado tarde.

—La trampa estaba pensada paraellos, pero fueron más listos quenosotros. Se trata de un hechizo detiempo.

Las brujas usaban relojes de arena,pero Gismundo había usado el reloj quehabía traído del otro mundo. ¡Lo viste,Jacob! ¿Dónde tenías tu sentidocomún? Un círculo mágico y un reloj.No hacía falta más.

—Un hechizo de tiempo… —el goyl

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golpeó las garras contra la paredinvisible. Sonó como si chocaran contraun cristal—. Nunca lo había oído.¿Cómo actúa?

—A partir de este momento, cadaminuto nos costará un año.

Llegaría, pues, a hacerse viejo.Las brujas solían matar de esa forma

a sus enemigos más odiados, pero elverdugo de las brujas no había tenido enmente ninguna venganza. ¡Tenías quehaberte dado cuenta en la mismacripta, Jacob!

—Cuando uno hechiza a sus propioshijos en el círculo —su voz sonaba yamás áspera—, consigue para uno mismolos años que les roba. Uno simplemente

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recupera la vida que se les habrindado… cuantos más, mejor. A fin decuentas, Gismundo no quería volver anacer como un hombre viejo. Así queintentó atraer a los tres hasta aquí.

—¿Volver a nacer? —el bastardomiraba incrédulo la imagen deGismundo.

—Sí. No es ninguna estatua. Es sucadáver. El verdugo de las brujas queríaregresar de la muerte, aunque para ellotuviera que matar a sus hijos.

Tictac. El rechinar del reloj partía elsilencio y Jacob sentía secarse su carne.

—Quizá habría funcionado con elmismo Louis —dijo—, pero nosotros nole serviremos. De todos modos, nos

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matará.Y Zorro no podría hacer nada para

liberarlos. Solo Gismundo podía romperel círculo. Jacob no sabía qué deseaba:que Zorro los encontrara aún con vida omejor cuando todo hubiera acabado.

—¿Has oído, verdugo de las brujas?—gritó Nerron al muerto del trono—:¡Has capturado a los erróneos! ¡Déjanosmarchar! ¡Tus hijos no fueron tanestúpidos como nosotros y entretantoestán tan muertos como tú!

Cada minuto, un año.El bastardo se hundió de rodillas.

Respiraba con tanta dificultad comoJacob, pero el hechizo apenas se notaríaen él. La piel de goyl no envejecía.

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—¡Admítelo! —gritó—. Admítelo.¡He ganado!

Jacob cerró los ojos. No, no queríaque Zorro los encontrara así. Quería queno los encontrara nunca y que todoaquello nunca hubiera sucedido. Pero¿cómo había empezado todo? Cuandohabía cruzado el espejo. Si no lo hubierahecho, nunca la habría encontrado y lazorra habría acabado en la trampa.

Levantó la mano. Parecía la de unhombre viejo.

No quería que lo encontrara así.

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64Vida y muerte

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Zorro no entendía. Lo que veía erademasiado espantoso. Jacob en el sueloy, a su lado, el goyl. Cambió de formamientras corría hacia ellos. Solo cuandoestuvo cerca, vio la ballesta entre ellos.

Jacob.Chocó contra una pared invisible

cuando quiso acercarse a él. El aire quelo rodeaba estaba hecho de cristal, yZorro vio el mosaico que había atrapadoa Jacob y al goyl en un círculo depiedra. Un círculo mágico, pero ¿quéhacía con ellos? El bastardo parecíacomo siempre, aun cuando respirarasuperficialmente como un muerto. Elrostro de Jacob, por el contrario, estabatan demacrado que Zorro apenas lo

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reconocía. Su piel era como unpergamino, su cabello blanco como lanieve. No se inmutó cuando ella gritó sunombre, pero su consumido cuerpo sehorrorizó cuando un tictac dividió elsilencio.

El hechizo que robaba los años. Quehacía marchitarse a las personas comohojas.

Zorro miró a su alrededorconfundida.

Los relojes de arena de las brujasrobaban sigilosamente el tiempo a susvíctimas, pero encajaba con la crueldaddel verdugo de las brujas que seapoderara de la vida de Jacob con unchirriante mecanismo de reloj. Zorro oía

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desplazarse las agujas mientras corríahacia el reloj.

Una esfera de oro en unas huesosasmanos. Zorro intentó retroceder lasagujas, pero no se podía, y finalmenterenunció por miedo a que Jacob norecuperara los años robados si el relojse rompía. Imploró a la zorra, a todo loque le había dado fuerzas siempre, perolas agujas no retrocedieron.

¡Por favor!Zorro levantó la caja de las

huesudas manos, pero ni siquiera pudoforzarla con el cuchillo. El espejo quecolgaba junto al reloj, le mostró ladesesperación de su propio rostro. Eratan grande que casi toda la sala quedaba

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apresada en su oscuro cristal.Por un instante Zorro no comprendió

lo que veía en él.La figura que estaba sentada en el

sillón del trono se movió.Las manos enguantadas rodearon los

brazos del sillón y la boca respiraba condificultad. Gismundo giró la cabeza.Zorro se ocultó detrás de una columnaantes de que su mirada la encontrara. Elrostro apenas se reconocía bajo elyelmo, pero recordó la dorada imagenque había visto desde la puerta de lacripta. ¿Quién había sido el muerto delsarcófago? ¿Un doble que Gismundohabía creado por medio de brujería?¿Una envoltura sin alma, que había

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ocupado su puesto en el ataúd,impregnada de magia negra para quetomaran al cadáver por el suyo?

El verdugo de las brujas se puso enpie vacilante, pero el reloj, que Zorrosujetaba en las manos, seguía haciendotictac. Bien, Zorro, eso significa quesigue encontrando vida que poderrobar.

Gismundo miró en torno. Se apoyóen el sillón del trono y buscó a tientas laespada, que estaba apoyada en él. Susmanos temblaban. Naturalmente. La vidaque estaba robando venía de un hombremoribundo… Zorro deseó tener consigoel sable de Jacob mientras sacaba elcuchillo. Un cuchillo contra una espada

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larga. No. Lo volvió a meter en elcinturón y sacó la pistola. El verdugo delas brujas no era un barbazul ni tampocoel sastre del Bosque Negro. Era unapersona.

Se tambaleó al descender la escaleraque había delante del sillón del trono.Con la respiración de Jacob, con supulso. Los pelos de gato se arrastrabantras él, y en la mano sujetaba la espada.

Solo él puede romper el círculo,Zorro. Y después tenía que matarlo. Yconfiar en que Jacob recuperara así lavida que el verdugo de las brujas lehabía robado. Se inclinó detrás de lacolumna cuando él volvió a miraralrededor, y deseó llevar puesto el

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pelaje. Aún no. La zorra no podría matara Gismundo.

Sus pasos eran inseguros como losde un sonámbulo. En el último escalónse detuvo y descendió la mirada sobrelos hombres que su mágico círculo habíaatrapado. Solo dos hombres. Extraños.Zorro creyó oler su decepción. Sucuerpo debía de estar sediento de másvida.

Miró alrededor buscando.No, no están aquí.¿Qué percibía? ¿Dejaba la locura

espacio para añorar ver a sus hijos, apesar de haberlos querido matar?¿Había colocado la trampa con elobjetivo también de obligarles a estar a

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su lado, aun cuando no vinieran poramor sino por afán de poder? Encualquier caso, la sensación le resultabaseguro más familiar.

El verdugo de las brujas se quitó elyelmo. Seguía moviéndose aún de formaangustiosamente lenta, como si el cuerpomuerto simplemente no quisieradespertar. El cabello que emergió bajoel yelmo era gris, el rostro, arrugado ypálido. Gismundo. Gismundo… EnLothringen, su nombre se pronunciaba deforma distinta. Pero sus sobrenombreseran los mismos en todas partes: elCruel, el Codicioso. Naturalmentetambién le habían apodado el Grande.

Había olvidado el círculo. Chocó

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contra él, palpó con las arrugadas manosla pared invisible… y recordó.

—¡Venga, vamos! Tus víctimas estándesde hace rato demasiado débilescomo para escapar de ti y seguro quequieres recuperar la ballesta.

Las palabras le salieron de loslabios casi de forma inaudible. Palabrasde brujas.

Cuando el círculo mágico reventó,se oyó un ruido como de cristalhaciéndose añicos. Gismundoconservaba la espada en la mano cuandose acercó a Jacob y al goyl. El sonido dela cota de malla era el único ruido queZorro oía. La fatigada respiración deGismundo. Y el tictac del reloj. Pero

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Jacob no se movía. Estaba tan quieto. ¿Ysi ya había muerto?

No, Zorro. El reloj sigue haciendotictac.

Lo dejó en el suelo detrás de lascolumnas antes de salir de su refugio.Gismundo se inclinaba en ese momentohacia la ballesta.

Zorro le disparó en el brazo quesujetaba la espada. Sí, solo seguíasiendo una persona. El grito queprofirieron sus descoloridos labios sonócomo los gritos que resonaban a travésde los pasillos del palacio. No estabavivo, no estaba muerto. Un hombre quequería matar a sus hijos para noextraviarse en sus propias tinieblas. El

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verdugo de las brujas se volvió haciaella y miró el arma que le había herido.

La siguiente bala se quedó prendidaen su cota de malla.

¡Tienes que apuntar mejor, Zorro!Sus labios se movieron mientras con

el brazo herido levantaba la espada.Ella cambió de forma antes de que lamaldición pudiera alcanzarla. Esta selimitó a acariciar a la zorra como unahelada que atraviesa el pelaje. Zorrocorrió hacia él. Deprisa. Zorro.Demasiado deprisa para su cuerpo, queseguía perteneciendo a la muerte másque a la vida. Gismundo empuñó laespada contra ella, pero no tenía fuerza,y Zorro dio las gracias al hada por la

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muerte que había sembrado a Jacob enel pecho. La zorra clavó los dientes enla carne, que olía a descomposición.Retrocedió de un salto cuandoGismundo cayó de rodillas, y cambió denuevo la forma. Zorro y mujer, porsiempre una. Una no era nada sin la otra.

El verdugo de las brujas se pasó lamano por el rostro. Su piel comenzaba amarchitarse. Empuñó la espada contraella, pero su ataque fue tan débil quepudo pararla con el cuchillo, y antes deque pronunciara la siguiente maldición,Zorro le clavó la hoja en el indefensocuello. La sangre que salió de la heridase convirtió en polvo mientras goteabasobre la túnica blanca, y las manos, que

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se aferraban a su manto, se secaron antesde cerrar los dedos.

Zorro se apartó del muerto. El rostroestaba tan rígido como una talla demadera y los ojos miraban vacíos comoel cristal. Un hombre viejo, nada más.Pero Zorro creía sentirlo aún en losmuros que la rodeaban y en la oscuridadque llenaba la sala. Quería marcharse deallí.

Bajó el cuchillo y aguzó el oído.El reloj estaba en silencio. Y Jacob

se movía. Su cabello volvía a ser oscuroy su rostro, el rostro que ella amaba,pero a su lado estaba el bastardo ysostenía la ballesta en la mano.

No.

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Zorro sacó la pistola, pero habíautilizado la munición para el verdugo delas brujas.

El bastardo sonrió:—Nunca te fíes de una zorra.

Cuántas veces se lo he oído decir a mimadre. Son astutas y temen tan pococomo tú la profundidad de la tierra,Nerron. ¿Qué habría dicho de que una deellas me salvara la piel de piedra?

—¡Dame la ballesta! —Zorro sacóel cuchillo. En la hoja estaba pegada lapolvorienta sangre de Gismundo—.¡Estarías muerto si no fuera por mí!

—¿Y?Un escamoso brazo le rodeó el

cuello.

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—Dicen que los mutadores de formapueden hacer brujería —susurró elhombre de las aguas a Zorro—.¡Demuéstramelo, zorra!

Llevaba una docena de collares deoro colgados del cuello, un abrigo depiel de unicornio y anillos de diamanteen los escurridizos dedos. Zorro intentósoltarse, pero los hombres de las aguaseran fuertes.

Jacob quiso incorporarse. Su sangredibujaba la huella de la polilla sobre sucamisa.

La última mordedura.Demasiado tarde, Zorro. ¿Dónde

estabas?

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65El tercer disparo

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Zorro… Jacob oía su voz y sentía susmanos. Pero en su cuerpo la vidaluchaba con la muerte y la muerte eramás fuerte. Se extendía en él, aun cuandosu piel ya no semejara la de un hombreviejo. El precio del hada aún no habíasido pagado.

Déjalo ya. Se acabó.—¡No! —Zorro lo cogió por los

hombros—. Jacob.Él abrió los ojos.El bastardo solo estaba a unos pasos

de distancia:—El verdugo de las brujas como un

padre amoroso… —dijo pasando lamano sobre el mango de la ballestabañado en oro—. Vaya estupidez. Nunca

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creí la historia del tercer disparo.La flecha que había en la ballesta

era negra como su piel. Le hizo una señacon la cabeza al hombre de las aguas.

—Quítala de en medio.Zorro intentó sacar el cuchillo, pero

el hombre de las aguas se lo arrancó dela mano de un violento golpe, y Jacobestaba demasiado débil como parasimplemente levantar el brazo y asíprotegerla. Sentía cómo perdía la vidaen cada inspiración. ¿Qué sería deZorro? Eso era todo lo que podíapensar, mientras el rostro del bastardose desdibujaba ante sus ojos. ¿Quéharían con ella? ¿Se la llevaría elhombre de las aguas secuestrada a algún

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charco o la mataría de un disparo elgoyl? No, escaparía. De algún modo…

—Fíjate en el astil. Como lo habíaimaginado. Es de madera de aliso.¿Sabes lo que eso significa? —Jacoboía la voz del bastardo como en lalejanía—. No. Vosotros lo habéisolvidado. Pero los goyl lo recuerdan.Ellos han vivido más profundamentebajo tierra que nosotros, en sus palaciosde plata. Elfos de aliso. Inmortales…astutos… y maestros en la fabricaciónde armas mágicas. Las hadas handestruido a la mayoría, pero en algunaparte de Cataluña dicen que aún hay unaespada hecha por ellos. La magia essiempre la misma: el arma lleva la

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muerte a los enemigos de su dueño y lavida a sus parientes. Tenía la sospechade que la ballesta era un arma de elfo dealiso desde que escuché la historia deltercer disparo por primera vez —el goylpasó la mano sobre la madera rojiza—.Quién sabe… Quizá lo que pretendíaGismundo era matar a su hijo.Seguramente ya estaba loco en esaépoca, al fin y al cabo había bebidosangre de bruja durante años. Pero laballesta no lo permitió.

Se acercó a Jacob.—¿Cómo consiguió abrir la puerta?

—preguntó a Zorro—. Fue fácil, ¿no?Simplemente lo dejó entrar.

Zorro no le respondió.

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El bastardo tensó la ballesta.—Él mismo me lo ha explicado. La

magia del tiempo solo devuelve la vidasi uno captura a un familiar. Yo no entroen consideración, pero Gismundo estababien vivo. Lo que significa…

Jacob apenas podía oír lo que elgoyl decía. Su propio pulso sonabademasiado fuerte, su fatigosarespiración… los últimos intentos de sucuerpo por seguir aferrándose a la vida.

—Por eso le dejó pasar la puerta.¡Por eso fue más rápido que yo! —lavoz áspera subió tanto de tono como siNerron quisiera convencerse de que élera el dueño legítimo de la ballesta. Sesorprendió y las siguientes palabras

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volvieron a sonar de forma tansarcástica y fría como siempre—. Sí,quién lo habría pensado —dijo—, JacobReckless lleva la sangre del verdugo delas brujas en las venas.

Jacob se habría reído de habertenido suficientes fuerzas para ello:

—Tonterías… —casi no pudopronunciar esa única palabra.

—¿Ah, sí? —Nerron retrocedió ylevantó la ballesta.

—¡Déjame disparar! ¡Por favor! —la voz desesperada de Zorro partió endos el murmullo en la cabeza de Jacob.

—No —prosiguió Nerron—. ¿Cómovamos a comprobar, si no, que en estecaso no se trata de amor?

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El hombre de las aguas ahogó elgrito de Zorro con la mano.

Y el goyl disparó.Apuntó bien. La flecha se clavó en el

pecho, exactamente donde su sangre ledibujaba la polilla sobre la camisa. Eldolor detuvo el corazón y el aliento.Muerto. Estás muerto, Jacob. Pero oíasu corazón. Latía vigoroso y sinestancarse. Hacía mucho tiempo que nolatía de forma tan regular.

Abrió los ojos y cerró la manoalrededor del astil que le salía delpecho. Cada latido dolía, pero latía. Yla herida no sangraba.

Cerró la mano con más fuerzaalrededor del astil. Su pecho estaba

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como entumecido, y consiguió arrancarla flecha de un tirón. No dolió ni lamitad que la mordedura de la polilla, yla punta de la flecha estaba tanreluciente como si la hubiera arrancadode la madera en vez de su carne.

El bastardo se acercó a él y le quitóla flecha de la mano.

—Suéltala —le dijo al hombre delas aguas.

Zorro temblaba cuando se arrodillóal lado de Jacob. De rabia, de miedo, deagotamiento. Jacob quería sacarla deallí, lejos de cámaras de barbazules y depalacios encantados.

Zorro lo miró incrédula cuando él seincorporó. La piel sobre su corazón

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estaba inmaculada. La propia herida quela polilla había dejado estaba curada. Sesentía tan joven como el día en quehabía salido con Chanute por primeravez a cazar tesoros.

El bastardo lo observaba consonrisa sarcástica:

—Esta también sería una buenahistoria para los periódicos: por lasvenas de Jacob Reckless corre la sangredel verdugo de las brujas.

Cubrió la ballesta con una bolsaengañosa y metió dentro la flecha.

Jacob miró hacia el espejo. Quizá elbastardo tenía razón. Aunque no fueracomo él pensaba.

—¿Sigues pensando en venderle la

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ballesta al encorvado o ha arruinadoLouis las posibilidades de su padre?

Habla, Jacob. Gana tiempo.Le había dado su palabra a Dunbar.Zorro lo miró.Dos contra dos.—¿Qué precio pides? ¿Un palacio?

¿Una condecoración? ¿Un título? —Jacob volvió a mirar hacia el espejo.Zorro también lo había visto.

¿Y si se equivocaba? Valía la penaun intento.

—Digámoslo así… —el bastardometió la bolsa engañosa en el bolsillo—, has recibido lo que querías. Yorecibiré lo que quiero.

—¿Y si te ofrezco un precio mejor?

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¿Mejor que todo lo que Wilfred deAlbión o los príncipes del este tepuedan ofrecer?

—¿Y qué podría ser? Poseo unpalacio entero lleno de tesoros.

—¡Tesoros! —Jacob se encogió dehombros con un gesto de desdén—. Nome engañes. Te importan tan poco comoa mí.

El bastardo no apartaba sus ojos deél. Los goyl aseguraban que los rostroshumanos se podían leer como si fueranlibros.

—¿A qué te refieres?—A que los predicadores tienen

razón.La delgada boca esbozó una sonrisa

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sarcástica:—La puerta al cielo…—Yo no lo llamaría precisamente

cielo. —Jacob sentía su recuperada vidacomo un narcótico. Había engañado a lamuerte, ¿por qué no también albastardo?—. Creo que tienes razón conla sangre —dijo—, pero no tiene nadaque ver con el parentesco. Gismundo yyo solo procedemos del mismo lugar.

El hombre de las aguas emitió ungruñido impaciente. Seguramente yaimaginaba el aspecto de la chica a cuyospies dejaría, en alguna húmeda cueva,los tesoros de Gismundo. Leeríacualquier deseo en sus ojos, pero no ladejaría marchar.

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—¡Pronto estarán aquí! —susurróEaumbre—. Los enanos… los hombresdel encorvado… cualquier cazador detesoros que se precie… ¡Vendrán todos,pero aún podemos trasladar a otro lugarla mayor parte!

—¿Por qué entonces sigues ahí? —respondió el bastardo—. Coge lo quequieras y desaparece. ¡Es todo tuyo!

La mirada de seis ojos con la que elhombre de las aguas observaba a Jacobparecía saber perfectamente a cuántosde sus semejantes habían capturadoZorro y él, y las víctimas que les habíanhecho perder.

—Yo no me fiaría de ellos si fueratú —le susurró a Nerron. Después se dio

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la vuelta y desapareció sin volverse através de la puerta, que conducía a lasala de la audiencia.

Nerron guardó silencio hasta que lospasos del hombre de las aguasresonaron. Observó los cuadros que losrodeaban. Su mirada se detuvo en elarco de plata del que salían loscaballeros de Gismundo, y, por uninstante, Jacob vio en el veteado rostrola nostalgia de un niño. Jacob casi sentíapena de no poder darle al goyl lo queanhelaba. Pero Dunbar tenía razón.Ciertas cosas no debían encontrarsenunca, y cuando se encontraban, elsiguiente escondite debía ser mejor queel último.

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Jacob pasó por encima del cadáverde Gismundo. ¿De dónde venía toda esanueva vida que sentía en las venas?¿Pertenecía parte de ella también alverdugo de las brujas? Un pensamientonada agradable.

—Estoy seguro de que las conocestodas igual de bien que yo —dijomientras se acercaba al espejo—. Lashistorias sobre el origen de Gismundo.Que era el bastardo de un rey, el hijo deuna bruja, el hijo de un demonio de pelodorado… A nadie se le ocurrió pensarque provenía de otro mundo.

Jacob se detuvo frente al espejo.—Esta es —dijo— la puerta que

buscas.

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El rostro de Nerron se fundió con eloscuro cristal cuando se acercó a él.Jacob notó en la cara del goyl quequería creerlo. Había aprendido a leeren el veteado rostro.

—Demuéstraselo, Zorro —dijo.Ella sabía, por supuesto, lo que

tramaba. No era difícil de adivinar. PeroZorro se apartó del espejo.

—No. Hazlo tú —el temor en su vozno era de mentira, y por un instante aJacob le preocupó que no lo siguiera.Pero Zorro, al igual que él, le habíahecho también una promesa a Dunbar.

La mirada de Nerron se cruzó con lasuya en el oscuro cristal.

El mejor…

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A Jacob no le habría importadocederle el título. Era una lástima que elbastardo también quisiera la ballesta.

—Venga, vamos —dijo Nerron—.Demuéstramelo.

No se percató de que Zorro seacercaba más a él. Él solo veía elespejo.

Jacob presionó la mano contra elcristal.

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66Un instante

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Un instante. Jacob desapareció, y elbastardo olvidó qué era y dónde estaba.Y lo que llevaba en el bolsillo. Solo porun instante. Pero fue suficiente para lazorra. Más que suficiente.

Zorro se colocó delante del espejoantes de que él pudiera cogerla, la bolsaen la mano. El grito de rabia de Nerronrestalló en sus oídos cuando presionó lamano sobre el cristal.

Y después todo desapareció.El goyl.El palacio encantado.Todo su mundo.

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67El otro lado

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Zorro se dio la vuelta y Jacob agarró sumano. Recordó la sensación queproducía perder el propio mundo porprimera vez y encontrarse de pronto enotro. El mareo. La pregunta de si unoestaba soñando o despertándose. Sintiólástima por no poder dejarle mástiempo.

Jacob la apartó del espejo ydestrozó el oscuro cristal con la culatadel revólver. Dio golpes hasta que delmarco de plata solo colgaron un par deafilados pedazos. Zorro se sobresaltócon cada golpe, como si él estuvieradespedazando su mundo, y abrazó labolsa que escondía la ballesta como situviera que aferrarse al único objeto que

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la unía a su mundo. Jacob se sorprendióde que su magia siguiera surtiendoefecto.

—¿Dónde estamos? —susurróZorro.

Sí, ¿dónde?A su alrededor estaba tan oscuro que

Jacob apenas podía ver sus propiasmanos ante sus ojos. Tropezó con uncable y, al buscar apoyo, su mano agarróun pesado terciopelo.

—Kto tu jest?El foco que se encendió sobre ellos

era tan deslumbrante que Zorro se tapólos ojos con las manos. Los pedazos deespejo se astillaron bajo sus botascuando retrocedió, y se enredó en una

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cortina negra. Jacob la agarró del brazoy la apartó a un lado.

Un escenario. Una mesa, unalámpara, dos sillas y, entre ellos, elespejo. Un atrezo. Nada más. ¿Cómohabía llegado hasta allí? ¿Se ocultabadesde hacía años entre polvorientosatrezos de teatro…? ¿Lo había usadoalguien desde que Gismundo loatravesara con sus caballeros, o habíaguardado su secreto desde entonces?¿Cómo había llegado a manos delverdugo de las brujas? Tantas preguntas.Las mismas que Jacob se habíaformulado incontables veces sobre elotro espejo. ¿De dónde venían?¿Cuántos había? ¿Y quién los había

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hecho? Había buscado largo tiempo lasrespuestas, pero el único indicio quetenía era la hoja de papel que habíaencontrado en un libro de su padre.

Otros dos focos se encendieron.Filas de asientos de color rojo seperdían en la oscuridad. Era un granteatro.

—Rozbiliscie Lustro! —el hombreque se acercó a ellos se detuvo atónitocuando vio la mancha de sangre de lapolilla en la camisa de Jacob.

Jacob metió la mano en el bolsomientras le brindaba al hombre la másamable de sus sonrisas.

—Przykro mi. Zapłacę za nie —supolaco no daba para mucho más. Si era

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polaco lo que oía. Hacía unos años,Jacob había hecho negocios con unanticuario de Varsovia, pero habíapasado mucho tiempo de aquello.

Por fortuna, aún le quedaba un táleromedianamente vistoso, pero el hombremiró la moneda con tanta desconfianzacomo si Jacob le estuviera pagando condinero de atrezo.

Consigue escapar de aquí, Jacob.Agarró la mano de Zorro y tiró de

ella hacia la escalera del escenario.Continuaba sintiéndose como reciénnacido.

Camerinos. Otra escalera. Un oscurovestíbulo y una fila de puertas deentrada acristaladas. Jacob encontró una

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que estaba abierta. El aire que les salióal paso estaba entremezclado con losolores y los ruidos de su mundo.

Zorro miró incrédula la calle decuatro carriles que tenían delante. Lasfarolas que las iluminaban eran muchomás deslumbrantes que en su mundo. Uncoche pasó. Los semáforos teñían elasfalto de color rojo y, al otro lado de lacalle, un rascacielos se elevaba en elcielo nocturno.

Jacob le quitó a Zorro la bolsaengañosa y tiró de ella.

—Regresaremos pronto —le susurró—, te lo prometo. Solo quiero ver cómoestá Will y encontrar un buen esconditepara la ballesta.

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Ella asintió con la cabeza y loabrazó.

Había pasado.Y todo iba bien.

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68La roja

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Jacob vivía.La polilla había desaparecido y él

vivía.¿Cómo?El Hada Roja gritó su rabia sobre el

agua que la había alumbrado.No había nada que rompiera la peor

maldición de las hadas. Causaba lamuerte a cualquier mortal. Los borrabacomo si no hubieran existido nunca.Ninguna otra cosa le traería la paz.Quería que el único recuerdo que lequedara de él fuera su muerte.

Pero vivía.El lago se oscureció como el cielo

nocturno y el agua le mostró el arma quehabía roto la maldición de su hermana.

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Tan fácilmente como una rama podrida.La Roja retrocedió.La madera de aliso.La cuerda de cristal flexible.El dibujo grabado en el mango

dorado.No.Habían desaparecido. Hacía mucho,

mucho tiempo.Todos.Hechizados en los árboles que les

daban su nombre. No había escapado niuno.

La Roja quiso volverse, pero, entrelos lirios, algo se movió en el agua. Searrodilló en la orilla y estiró la mano.

Era una tarjeta.

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En su blanco papel había pegada unahoja marchita. El hada retiró asustada lamano.

El invierno había regresado una vezmás a su isla.

No.Habían desaparecido.Todos.

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CORNELIA CAROLINE FUNKE(Dorsten, Westfalia, 1958) es unaescritora e ilustradora alemana deliteratura infantil y juvenil, conocidaprincipalmente por su trilogía delMundo de Tinta.

Estudió en la Escuela de Diseño de

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Hamburgo y desarrolló su actividadprofesional en los ámbitos de lapedagogía y la ilustración gráfica. Enpalabras de la propia autora, elaburrimiento que le provocaban lostextos de las historias a las que tenía quedar vida en forma de ilustraciones laanimó a escribir sus propios relatos. Fueasí como, a los treinta y cinco años,vivió su bautismo como escritora.

La experiencia como ilustradora leresultó de gran utilidad en el inicio de suandadura literaria, ya que las historiasque imaginaba se complementaban a laperfección con los dibujos que creaba.Así, después de variadas historias, en el

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año 2000 publicó Herr der Diebe (Elseñor de los ladrones), una obra juvenilque triunfó a nivel internacional y quesirvió como precedente al éxito quellegaría a obtener con su conocida serie.En el año 2003 se publicó Tintenherz(Corazón de tinta), libro que fueconvertido a película el 2008, y losiguieron Tintenblut (Sangre de tinta,2005) y Tintentod (Muerte de tinta,2007) para completar la trilogía.

El 2010 vio la llegada de la primeraentrega de su nueva serie del Mundo delEspejo, la novela Reckless. SteinernesFleisch (Reckless. Carne de piedra) yun par de años más tarde su continuación

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Reckless. Lebendige Schatten(Reckless. Sombras vivas, 2012). Latercera parte Reckless. TeuflischesSilber está programada para serpublicada en alemán en octubre del2014.

En el ámbito personal, Cornelia se casócon Rolf Funke, en 1981, con quien tuvodos hijos, pero este falleció de cánceren el 2006.