Sombras y Huesos

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    The Grisha #1

    Leigh Bardugo

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    odeada de enemigos, el antaño gran reino de Ravka ha sido dividido en dos por el

    Abismo de Sombras, una granja de impenetrable oscuridad plagada de monstruos

    ansiosos de darse un festín con carne humana. Ahora el destino de toda una

    nación descansará sobre los hombros de una sola refugiada. Alina Starkov nunca ha

    destacado en nada, pero cuando su regimiento es atacado en el Abismo y su mejor amigo

    resulta gravemente herido, Alina despierta un poder latente que salva su vida, un poder

    que podría ser la clave para liberar a su país devastado por la guerra. Apartada de todo lo

    que conoce, Alina es arrastrada hasta la corte real para ser entrenada como miembro de la

    Grisha, una élite mágica liderada por el misterioso Darkling. Sin embargo, nada en esefastuoso mundo es lo que parece. Con la oscuridad al acecho y un reino entero

    dependiendo de su indomable poder, Alina tendrá que enfrentarse a los secretos de la

    Grisha, y a los de su corazón.

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     Para mi abuelo:

     Dime unas cuantas mentiras.

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    Los Grisha Soldados del Segundo Ejército

    Maestros de la Pequeña Ciencia

    Corporalki

    (La Orden de los Vivos y Muertos)

    Cardios

    Sanadores

    Etherealki

    (La Orden de los Invocadores)

    Impulsores

    Inferno

    Tidemakers

    Materialnik

    (La Orden de los Fabricadores)

    Durests

    Alquimios

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    Grisha (gri-SHAH): Segundo Ejército de Ravka.

    Keramzin (QUER-am-tsin): País de origen del Duque Keramsov y un pueblo delmismo nombre.

    Tsibeya (tsi-BE-ya): El vasto desierto cerca de la frontera noreste de Ravka.Kribirsk (CRI-birsk): Una ciudad y puesto militar en la costa este del FalsoOcéano.

    Os Alta (os OL-ta): La capital de Ravka.

    Ryevost (RAI-vost): Una ciudad junto al río.

    Istorii Sankt’ya (IS-tor-i sank-YA): Libro de la vida de los Santos.

    Oprichnik (o-PRICH-nic): La guardia de élite del Darkling, seleccionados delprimer ejército.

    Otkazat’sya (ot-ca-ZAT-ya): Los Abandonados.

    Moi Soverennyi (so-ve-REN-yi): Título utilizado para dirigirse al Darkling.

    Moi Tsar/ Moya Tsaritsa (moi sar; MOY-a tsa-RI-tsa): Título utilizado paradirigirse al Rey y la Reina de Ravka.

    Odinakovost (o-di-NOCK-o-vost): Haecceidad.

    Etovost (EH-to-vost): Esencia.

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    Traducido por Lauraef

    os criados los llamaban malenchki , pequeños fantasmas, porque eran losmás jóvenes y pequeños, y porque rondaban la casa del duque comofantasmas que no paraban de soltar risitas, saliendo y entrando

    precipitadamente de las habitaciones, escondiéndose en los armarios para escucharlas conversaciones a escondidas, escabulléndose en la cocina para robar los últimosduraznos de la temporada.

    El chico y la chica habían llegado con pocas semanas de diferencia uno del

    otro, dos huérfanos más de las guerras de la frontera, refugiados de cara suciaapartados de los escombros de algún pueblo lejano y traídos a la finca del duquepara aprender a leer y escribir, además de un oficio. El chico era bajo y fornido,tímido pero siempre sonriente. La chica era diferente, y lo sabía.

    Apiñados en la alacena de la cocina, escuchando los cotilleos de los adultos,ella escuchó a la ama de llaves del duque, Ana Kuya, decir:

    —Ella es una cosita fea. Ningún niño debería lucir así. Pálida y agria, comoun vaso de leche que se ha estropeado.

    —¡Y tan flaca! —respondió la cocinera—. Nunca acaba su cena.Agachado junto a la chica, el chico se volteó y le susurró: —¿Por qué no

    comes?

    —Porque todo lo que cocina sabe a barro.

    —A mí me sabe bien.

    —Tú te comerías cualquier cosa.

    Volvieron a pegar sus orejas a la separación entre las puertas de la alacena.

    Un momento después el chico susurró:

    —Yo no creo que seas fea.

    —¡Shhh! —siseó la chica. Pero escondida en las profundas sombras de laalacena, sonrió.

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    En el verano, aguantaban largas horas de labores seguidas de horas inclusomás largas de lecciones en salones sofocantes. Cuando el calor llegaba a sus peoreshoras, se escapaban al bosque para conseguir nidos de pájaros, para nadar en unpequeño y fangoso riachuelo, o simplemente para pasar las horas tumbados en supradera, viendo al sol avanzar lentamente sobre sus cabezas, especulando sobredónde construirían su granja lechera y si tendrían dos o tres vacas blancas. En elinvierno, el duque se iba a su otra casa, en la ciudad de Os Alta, y a medida que losdías se hacían más cortos y fríos, los profesores se volvían más descuidados en sustareas, prefiriendo sentarse cerca del fuego y jugar a las cartas o beber kvas.Aburridos y encerrados dentro de la finca, los niños mayores peleaban más amenudo. Por lo que el chico y la chica se escondían en las habitaciones en desusode la finca, representando obras de teatro para los ratones e intentando mantenersecalientes.

    El día que vinieron los Examinadores Grisha, el chico y la chica estabansentados en el alféizar de la ventana de una de las habitaciones polvorientas enplanta alta, con la esperanza de ver la carroza del correo. En su lugar vieron untrineo, una troica dirigida por tres caballos negros, pasar a través de las puertas depiedra blanca, y entrar en la finca. Observaron su avance silencioso a través de lanieve hasta la puerta principal del duque.

    Tres figuras emergieron con elegantes sombreros de piel y pesadas keftas delana: una carmesí, otra azul oscuro y la última morado brillante.

    —¡Grisha! —susurró la chica.

    —¡Rápido! —dijo el chico.En un segundo, se habían quitado los zapatos y estaban corriendo

    silenciosamente por el pasillo; se deslizaron por la vacía aula de música y seescondieron detrás de una columna en la galería que tenía vistas del salón dondeAna Kuya acostumbraba a recibir invitados.

    Ana Kuya ya estaba allí, como un pájaro a causa de su vestido negro,vertiendo té del samovar, su gran llavero tintineando al chocar con su cintura.

    —Entonces, ¿sólo lo hay dos este año? —dijo una mujer en voz baja.

    Se asomaron por la baranda del balcón y miraron el cuarto que había debajo.Dos de los Grisha se sentaban cerca del fuego: un hombre guapo vestido de azul yuna mujer vestida de rojo, ambos en túnicas y con aires altivos y refinados. Eltercero, un joven hombre rubio, se paseaba tranquilamente por la habitación,estirando las piernas.

    —Sí —dijo Ana Kuya—. Un chico y una chica, los más jóvenes de aquí, pormuy poco. Creemos que ambos rondan los ocho años.

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    —¿Creen? —preguntó el hombre de azul.

    —Cuando los padres han fallecido…

    —Lo entendemos —dijo la mujer—. Somos, sin duda, grandes admiradoresde su institución. Ojalá más nobles se interesaran en la gente común.

    —Nuestro duque es un gran hombre —dijo Ana Kuya.

    Arriba en el balcón, el chico y la chica asintieron en acuerdo. Su benefactor, elduque Keramsov, era un célebre héroe de guerra y un amigo del pueblo. Cuandovolvió del frente de batalla, convirtió su finca en un orfanato y una casa paraviudas de guerra. Se les decía que pidieran por él en sus oraciones cada noche.

    —¿Y cómo son estos chicos? —preguntó la mujer.

    —La chica tiene cierto talento para el dibujo. El chico está casi siempre encasa, en la pradera y el bosque.

    —Pero, ¿cómo son? —repitió la mujer.Ana Kuya apretó los labios. —¿Cómo son? Son indisciplinados, respondones,

    demasiado unidos el uno al otro. Ellos…

    —Están escuchando cada palabra que decimos —dijo el joven de morado.

    El chico y la chica se sobresaltaron por la sorpresa. Él estaba clavando lamirada directamente a su escondite. Se encogieron detrás de la columna pero erademasiado tarde.

    La voz de Ana Kuya les golpeó como un látigo.

    —¡Alina Starkov! ¡Malyen Oretsev! ¡Vengan aquí ahora mismo!

    Reacios, Alina y Mal bajaron por las estrechas escaleras de caracol que habíala final de la galería. Cuando llegaron abajo, la mujer de rojo se levantó de suasiento y les indicó mediante un gesto que se acercaran.

    —¿Saben quiénes somos? —preguntó la mujer. Su cabello era gris metálico ysu cara estaba arrugada, pero era hermosa.

    —¡Son brujos! —soltó Mal.

    —¿Brujos? —gruñó la mujer. Se giró hacia Ana Kuya—. ¿Es esto lo que les

    enseñan en este colegio? ¿Supersticiones y mentiras?Ana Kuya se ruborizó por la vergüenza. La mujer de rojo se volvió hacia Mal

    y Alina, sus ojos oscuros brillando. —No somos brujos. Somos profesionales de laPequeña Ciencia. Mantenemos este país y este reino seguros.

    —Como también lo hace el Primer Ejército —dijo Ana Kuya suavemente, ensu voz había un inequívoco tono de reprimenda.

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    La mujer de rojo quedó paralizada, pero un segundo después, admitió:

    —Como también lo hace el Ejército del Rey.

    El hombre joven de morado sonrió y se arrodilló junto a los niños. Dijogentilmente:

    —Cuando las hojas cambian de color, ¿llaman a eso magia? ¿Y cuándo secortan la mano, y sana? ¿Y cuándo ponen una olla de agua en la cocina y hierve?¿Eso es magia?

    Mal negó con la cabeza, sus ojos abiertos como platos.

    Pero Alina frunció el ceño y dijo:

    —Cualquiera puede hervir agua.

    Ana Kuya suspiró con exasperación pero la mujer de rojo rió.

    —Estás en lo cierto. Cualquiera puede hervir agua. Pero no cualquiera puededominar la Pequeña Ciencia. Por eso venimos a examinarlos. —Se volteó hacia AnaKuya—. Déjenos solos.

    —¡Espere! —exclamó Mal—. ¿Qué pasa si somos Grisha? ¿Qué nos pasará?

    La mujer de rojo bajó la mirada, hacia ellos.

    —Si, por una pequeña casualidad, uno de ustedes es un Grisha, entonces esechico afortunado irá a un colegio especial donde los Grisha aprenden a usar sustalentos.

    —Tendrán la ropa más buena, la comida más buena, lo que sea que deseen

    sus corazones —dijo el hombre de morado—. ¿Les gustaría?

    —Es la mejor manera en la que le pueden servir al rey —dijo Ana Kuya, aúninmóvil en la puerta.

    —Tiene la razón —dijo la mujer de rojo, encantada y dispuesta a hacer laspaces.

    El chico y la chica se miraron el uno al otro y, como los adultos no estabanprestando atención, no vieron a la chica coger la mano del chico ni la mirada que secruzaron. El duque habría reconocido esa mirada. Había pasado largos años en las

    devastadas fronteras del norte, donde los aldeanos estaban constantemente bajositio y los campesinos luchaban con poca ayuda del rey o de nadie. Había visto auna mujer descalza e intrépida en la puerta de su casa enfrentarse a una fila de bayonetas. Él conocía la mirada de un hombre dispuesto a defender su hogar sinnada más que una roca en su mano.

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    Traducido porLauraef

    e pie al margen de una carretera ajetreada, bajé la vista, hacia los onduladoscampos de cultivo y las granjas abandonadas del Valle de Tula y vislumbrépor primera vez el Abismo de las Sombras. Mi regimiento se encontraba a

    dos semanas de camino del campamento militar de Poliznaya y el sol de otoñohacía que la temperatura fuera cálida, pero tirité dentro de mi abrigo cuando vi laneblina que lo rodeaba, como una mancha sucia en el horizonte.

    Alguien me golpeó desde atrás con el hombro. Tropecé y estuve a punto de

    estrellarme contra la calzada llena de barro.—¡Hey! —dijo el soldado—. ¡Cuidado!

    —¿Por qué no tienes cuidado tú con tus pies gordos? —le espeté, y me deleitéal ver la sorpresa que apareció en su enorme cara. La gente, particularmente loshombres grandes que llevaban grandes rifles, no esperaban insolencias de alguientan escuálido como yo. Siempre lucían aturdidos cuando esto pasaba.

    El soldado se recobró de la sorpresa rápidamente y me lanzó una miradaasesina mientras ajustaba la bolsa que llevaba a su espalda, después desapareció en

    la caravana de caballos, hombres, carretas y carros que circulaba por lo alto de lacolina hacia el valle de abajo.

    Aceleré mis pasos, intentando mirar por encima de la multitud. Habíaperdido de vista la bandera amarilla del carro de los topógrafos hacía horas y sabíaque estaba bastante lejos de ella.

    Mientras caminaba, olí los verdes y dorados aromas del bosque otoñal, de lasuave brisa a mis espaldas. Nos encontrábamos en la Vy, la ancha carretera queuna vez había unido a Os Alta con las ricas ciudades portuarias en la costa oeste deRavka. Pero eso había sido antes del Abismo de las Sombras.

    En algún lugar entre la multitud, alguien estaba cantando. ¿Cantando? ¿Quéidiota está cantando mientras se adentra en el Abismo?  Volví a echar un vistazo aaquella mancha en el horizonte y tuve que reprimir un estremecimiento. Habíavisto el Abismo de las Sombras en muchos mapas, un corte negro que habíaseparado a Ravka de su única costa y la había dejado sin ningún acceso al mar. Aveces, lo dibujaban como una mancha, a veces como una nube gris y sin forma. Ydespués estaban los mapas que tan sólo mostraban el Abismo de las Sombras como

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    un lago largo y estrecho y lo llamaban por su otro nombre, el Falso Océano, unnombre cuya intención era que los soldados y mercaderes lo vieran más fácil y seatrevieran a cruzarlo.

    Bufé. Eso podía engañar a algún que otro mercader gordo, pero no a mí.

    Aparté mi mirada de la neblina a la distancia y dirigí la vista hacia las granjasen ruina del Tula. En el valle se habían encontrado algunas de las fincas más ricasde Ravka. Un día, había sido un lugar donde los granjeros se ocupaban de loscultivos y donde las ovejas pastaban en los verdes campos. Pero al siguiente día,un corte oscuro había aparecido en el paisaje, una franja casi impenetrable deoscuridad que crecía año tras año y que arrastraba con ella el horror. Nadie sabía adónde se habían ido los granjeros, sus manadas, sus cultivos, sus hogares yfamilias.

    Detente , me dije firmemente. Tan sólo estás empeorando las cosas. La gente ha

    estado cruzando el Abismo durante años… normalmente con cantidades masivas dedamnificados, pero lo han hecho. Respiré profundamente para calmarme.

    —Prohibido desmayarse en medio de la carretera —dijo una voz cercana a mioído mientras un brazo pesado se posaba en mis hombros y me estrujaba. Miréhacia arriba y vi el rostro familiar de Mal, con una sonrisa en sus brillantes ojosazules mientras se ajustaba a mi paso y caminaba a mi lado. —Vamos —dijo—. Unpie delante del otro. Sabes cómo se hace.

    —Estás interfiriendo en mi plan.

    —Oh, ¿de verdad?

    —Sí. Desmayarme, que me pisen y tener graves heridas por todo el cuerpo.

    —Suena como un plan brillante.

    —Ah, pero si estoy horriblemente herida, no podré cruzar el Abismo.

    Mal asintió lentamente. —Ya veo. Puedo empujarte debajo de una carroza sieso ayuda.

    —Lo pensaré —aseguré, pero a la vez sentí cómo mi humor mejoraba. Apesar de mis grandes esfuerzos, Mal todavía tenía ese efecto en mí. Y yo no era la

    única a la que le pasaba. Una chica rubia y bonita que caminaba por allí saludó,lanzándole a Mal una mirada coqueta sobre su hombro.

    —Oye, Ruby —la llamó él—. ¿Te veo después?

    Ruby rió tontamente y caminó hasta perderse entre la multitud. Mal sonrióde oreja a oreja hasta que vio mis ojos en blanco.

    —¿Qué? Creí que te agradaba Ruby.

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    —Da la casualidad de que no tenemos mucho de qué hablar —dijesecamente. En realidad Ruby me había agradado, al principio. Cuando Mal y yodejamos el orfanato en Keramzin a entrenar para nuestro servicio militar enPoliznaya, yo había estado nerviosa de tener que conocer a nuevas personas. Peromuchas chicas se mostraron encantadas de ser mis amigas, y Ruby había sido delas más ansiosas por serlo. Estas amistades duraron el tiempo que tardé en darmecuenta de que tan sólo estaban interesadas en mí por mi proximidad a Mal.

    Ahora yo miraba cómo él estiraba los brazos expandiéndolos y como girabasu cabeza hacia arriba, hacia el cielo otoñal, luciendo totalmente feliz. Noté concierto disgusto que incluso caminaba con pequeños saltitos.

    —¿Qué te pasa? —susurré furiosamente.

    —Nada —dijo sorprendido—. Me siento genial.

    —¿Pero cómo puedes estar tan… tan confiado?

    —¿Confiado? Nunca he estado confiado. Espero no estarlo nunca.

    —Bien, entonces, ¿qué es todo esto? —pregunté, señalándolo—. Parecesalguien que va de camino a una gran comida en vez de a una posible muerte ydesmembramiento.

    Mal se rió.

    —Te preocupas demasiado. El rey ha enviado a un grupo entero de Grishapirotécnicos para cubrir los botes e incluso a algunos de esos doctoresespeluznantes. Tenemos nuestros rifles —dijo, golpeando el que llevaba en su

    espalda—. Estaremos bien.—Un rifle no supondrá mucha diferencia si hay un fuerte ataque.

    Mal me miró, desconcertado.

    —¿Qué pasa contigo últimamente? Estás incluso más gruñona de lo normal.Además, luces horrible.

    —Gracias —me quejé—. No he estado durmiendo bien.

    —¿Y eso qué tiene de nuevo?

    Tenía razón, por supuesto. Yo nunca había dormido bien. Pero se habíapuesto incluso pero los últimos días. Los santos sabían que tenía muchas buenasrazones para temer entrar al Abismo, razones compartidas por cada miembro denuestro regimiento que había tenido la mala suerte de ser escogido para la travesía.Pero había algo más, un sentimiento más profundo de malestar que no podíanombrar.

    Miré a Mal. Hubo un tiempo en el que podía contarle todo.

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    —Yo sólo… tengo una clase de presentimiento.

    —Deja de preocuparte tanto. Puede que pongan a Mikhael en el bote. Elvolcra le echará un vistazo a esa grande y jugosa barriga suya y nos dejará solos.

    Sin ser llamado, un recuerdo vino a mi memoria: Mal y yo, sentados juntos en

    una silla en la librería del duque, pasando rápidamente las páginas de un libroforrado en cuero. Nos habíamos detenido en la ilustración de un volcra: largas ysucias garras, alas de piel, y filas de dientes con forma de navajas para darse unfestín con la carne humana. Eran ciegos debido a generaciones pasadas viviendo ycazando en el Abismo, pero la leyenda decía que podían oler la sangre humana akilómetros de distancia. Yo había señalado la página y había preguntado:

    —¿Qué está sujetando?

    Todavía podía oír el susurro de Mal en mi oreja.

    —Creo… creo que es un pie. —Habíamos cerrado el libro de golpe y salido acorrer chillando hacia la seguridad de la luz del sol.

    Sin darme cuenta, había dejado de caminar, congelada en el sitio, incapaz deexpulsar el recuerdo de mi memoria. Cuando Mal notó que no estaba a su lado,soltó un pesado suspiro y volvió sobre sus pasos hasta alcanzarme. Puso las manossobre mis hombros y me sacudió suavemente.

    —Estaba bromeando, nadie se va a comer a Mikhael.

    —Ya lo sé —dije, clavando la mirada en mis botas—. Me matas de la risa.

    —Vamos, Alina. Estaremos bien.

    —No puedes saberlo.

    —Mírame. —Me obligué a alzar mi vista hasta que se encontró con la suya—.Sé que estás asustada. Yo también lo estoy. Pero vamos a hacerlo y vamos a estar bien. Siempre lo estamos. ¿De acuerdo? —Sonrió, y mi corazón dio un gran golpesordo en mi pecho.

    Froté mi pulgar sobre la cicatriz de mi palma derecha e inhalétemblorosamente.

    —De acuerdo —dije de mala gana, y me encontré devolviéndole la sonrisa.

    —¡El espíritu de la señora ha sido restaurado! —gritó Mal—. ¡El sol puede brillar de nuevo!

    —Oh, ¿quieres callarte?

    Me volteé para golpearlo, pero antes de que pudiera hacerlo me había cogidoy levantado por los aires. Un gran estruendo de pezuñas y gritos llenaron el aire.Mal me apartó a un lado de la carretera justo antes de que una gran carroza pasara

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    rugiendo, esparciendo a la gente que corría para evitar ser aplastada por laspezuñas de los cuatro caballos negros que tiraban de ella. Al lado del cochero quellevaba el látigo, se sentaban dos soldados con abrigos grises.

    El Darkling. No se podía confundir su carroza negra o el uniforme de su

    guardia personal.Otra carroza, esta roja, pasó a nuestro lado a un paso más sosegado.

    Miré a Mal, mi corazón latía apresuradamente por haberme salvado por lospelos.

    —Gracias —susurré.

    Mal pareció darse cuenta de repente de que aún me rodeaba con sus brazos.Me dejó ir y rápidamente retrocedió. Sacudí el polvo de mi abrigo, esperando queno notara el rubor en mis mejillas.

    Una tercera carroza pasó, pintada de azul, y una chica se asomó por laventana. Tenía el cabello negro y rizado, y usaba un sombrero gris de piel de zorro.Escaneó la multitud embelesada y, previsiblemente, sus ojos se posaron en Mal.

    Hace un segundo estabas fantaseando con él , me reprendí a mí misma, ¿Por qué noiba a hacer lo mismo una preciosa Grisha? 

    Sus labios se curvaron en una pequeña sonrisa mientras sostenía la mirada deMal, mirándole sobre su hombro hasta que la carroza desapareció de vista. Mal sequedó mirándola tontamente con los ojos desorbitados y la boca ligeramenteabierta.

    —Cierra la boca antes de que te entren moscas —espeté.

    Mal parpadeó, todavía un poco aturdido.

    —¿Has visto eso? —gritó una voz. Me volteé para ver a Mikhael acercándosea nosotros con una casi cómica expresión de sobrecogimiento. Mikhael era unenorme pelirrojo de cara ancha y cuello incluso más ancho. Detrás de él, Dubrov,flacucho y oscuro, se apresuraba para alcanzarlo. Ambos eran rastreadores en launidad de Mal y nunca se apartaban mucho de él.

    —Por supuesto que lo he visto —dijo Mal, cambiando su expresión atontada

    por una ancha sonrisa engreída. Puse los ojos en blanco.—¡Miraba directamente hacia ti! —gritó Mikhael, dándole palmadas en la

    espalda a Mal.

    Mal se encogió de hombros, casualmente, pero su sonrisa se hizo aún másamplia. —Eso parece —dijo engreído.

    Dubrov se movió, nervioso.

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    —Dicen que las chicas Grisha pueden hacerte conjuros.

    Resoplé.

    Mikhael me miró como si ni siquiera se hubiera dado cuenta de que estabaallí.

    —Hola, Palillo —dijo, dándome un pequeño codazo en el brazo. Fruncí elceño al oír el apodo pero ya se había vuelto hacia Mal—. ¿Sabías que se va aquedar en el campamento? —dijo con una mirada lasciva.

    —He oído que la tienda de los Grisha es tan grande como una catedral —añadió Dubrov.

    —Con un montón de rincones oscuros —dijo Mikhael, moviendo las cejas.

    Mal soltó un grito de alegría. Sin dirigirme otra mirada, los tres se alejaron,gritando y empujándose los unos a los otros.

    —Fue un placer verlos, chicos —murmuré. Reajusté la correa del bolso quecolgaba de mis hombros y eché a andar por el camino, uniéndome a los últimosrezagados que bajaban por la colina, entrando en Kribirsk. No me molesté enapresurarme. Probablemente me reprenderían cuando llegara a la Tienda de losDocumentos, pero en ese momento ya no podía hacer nada al respecto.

    Me froté el brazo donde Mikhael me había golpeado. Palillo. Odiaba esenombre. No me llamabas Palillo cuando estabas borracho de kvas e intentabas manosearmeen la hoguera de primavera, lamentable patán , pensé con rencor.

    No había mucho que ver en Kribirsk. De acuerdo con el Cartógrafo en Jefe,solía ser una apacible ciudad mercantil antes del Abismo de las Sombras, poco másque una plaza principal polvorienta y una posada para los extenuados viajeros dela Vy. Pero ahora se había convertido en una especie de improvisada ciudadportuaria, creciendo alrededor de un campamento militar permanente y de losmuelles secos donde los botes de arena esperaban a los pasajeros para llevarlos através de las tinieblas hacia Ravka Occidental. Pasé tabernas y pubs y lo que estaba bastante segura que eran burdeles destinados a encargarse de las tropas delEjército del Rey. Había tiendas en las que se vendían rifles, ballestas, lámparas yantorchas, todo el equipo necesario para aventurarse dentro del Abismo. La

    pequeña iglesia con sus blancas paredes y sus relucientes bóvedas estaba en unsorprendente buen estado. O puede que no tan sorprendente , pensé. Cualquiera quese dispusiera a cruzar el Abismo de las Sombras sería lo suficientemente listo comopara detenerse y rezar.

    Encontré el camino hasta donde se habían asentado los topógrafos, dejé mimochila en una cama plegable, y me apresuré a entrar en la Tienda de los

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    Documentos. Para mi alivio, el Cartógrafo en Jefe no estaba a la vista, y pudeescabullirme sin ser vista.

    Al entrar a la blanca lona de la tienda, sentí cómo me relajaba por primera vezdesde que había visto el Abismo. La Tienda de los Documentos era esencialmente

    la misma en cada campamento que había visto, llena de brillante luz y filas demesas donde los artistas y los topógrafos hacían su trabajo. Después del ruido y delos empujones del viaje, había algo relajante en el crujido del papel, en el olor atinta, y en el suave ruido que hacían los pinceles y las plumillas al dibujar.

    Saqué mi cuaderno de dibujo del bolsillo de mi abrigo y me deslicé en un banco de trabajo al lado de Alexei, quien se volteó y susurró, visiblemente irritado:

    —¿Dónde has estado?

    —Siendo casi pisoteada por la carroza del Darkling —contesté, cogiendo unahoja en blanco de papel y hojeando mis bocetos para intentar encontrar uno

    apropiado para copiar. Alexei y yo éramos ambos ayudantes principiantes decartógrafos y, como parte de nuestro entrenamiento, teníamos que entregar dos bocetos acabados o interpretados al final de cada día.

    Alexei tomó aire violentamente.

    —¿En serio? ¿Realmente lo viste?

    —En realidad, estaba demasiado ocupada intentando no morir.

    —Pudiste salir peor. —Echó un vistazo al boceto de un valle rocoso que yoestaba a punto de empezar a copiar—. Ugh. Ese no. —Cogió mi cuaderno de

    dibujo y empezó a pasar páginas hasta llegar a la ilustración de la elevación de unacresta de una montaña y la señaló—. Este.

    Apenas tuve tiempo de poner mi bolígrafo en el papel antes de que elCartógrafo en Jefe entrara en la tienda e hiciera una caminata a su alrededor,observando nuestro trabajo mientras pasaba.

    —Espero que ese sea el segundo boceto que haces, Alina Starkov.

    —Sí —mentí—. Lo es.

    Tan pronto como el Cartógrafo se fue, Alexei susurró:

    —Háblame de la carroza.—Tengo que acabar mis bocetos.

    —Aquí tienes —dijo exasperado, deslizando uno de sus bocetos en midirección.

    —Sabrá que es tuyo.

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    —No es tan bueno. Debería poder pasar por tuyo.

    — Ahora eres el Alexei que conozco y que tolero —dije, pero no le devolví el boceto. Alexei era uno de los asistentes más talentosos, y lo sabía.

    Alexei me arrancó hasta el último detalle de las tres carrozas Grisha. Estaba

    agradecida por el boceto, así que me esforcé por satisfacer su curiosidad mientrasterminaba mi elevación de la cresta de la montaña y me ayudaba con el pulgarpara las medidas de algunos de los picos más altos.

    Para cuando acabamos, ya estaba atardeciendo. Entregamos nuestros trabajosy nos dirigimos hacia la tienda del comedor, donde hicimos fila para comer unguiso fangoso preparado por un cocinero sudoroso y encontramos asientos conalgunos de los otros topógrafos.

    Comí en silencio, escuchando a Alexei y a los otros hablar sobre los rumores ylas charlas nerviosas sobre la travesía del día siguiente. Alexei insistió en que

    volviera a contar la historia de las carrozas Grisha, la cual fue recibida con la usualmezcla de fascinación y miedo que provocaba cualquier mención del Darkling.

    —No es natural —dijo Eva, otra ayudante; tenía unos bonitos ojos verdes quepoco podían hacer para distraerte de su nariz de cerdo—. Ninguno de ellos lo son.

    Alexei resopló. —Por favor, ahórranos tus supersticiones, Eva.

    —Fue un Darkling quien creó el Abismo de las Sombras, para empezar.

    —¡Eso fue hace cientos de años! —protestó Alexei—. Y aquel Darkling estabacompletamente loco.

    —Este es igual de malo.

    —Bruta —dijo Alexei, y dio por concluida la conversación con un gesto de sumano. Eva le miró con enfado y deliberadamente le dio la espalda para hablar consus amigos.

    Permanecí callada. Yo era más bruta que Eva, a pesar de sus supersticiones.Yo sólo podía leer y escribir gracias a la caridad del duque, pero por un acuerdotácito, Mal y yo evitábamos mencionar Keramzin.

    Como si fuera una señal, una ruidosa carcajada me sacó de mis pensamientos.

    Miré sobre mi hombro. Mal se encontraba rodeado por una multitud en unaalborotada mesa de rastreadores.

    Alexei siguió mi mirada.

    —¿Cómo ustedes dos se hicieron amigos?

    —Crecimos juntos.

    —No parecen tener mucho en común.

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    Me encogí de hombros.

    —Supongo que es fácil tener cosas en común cuando se es un niño. —Comola soledad, los recuerdos de los padres que se suponía que teníamos que olvidar yel placer de evitar nuestras tareas para jugar la ere en nuestra pradera.

    Alexei me miró tan escéptico que tuve que reír.—No siempre fue el Increíble Mal, rastreador experto y seductor de chicas

    Grisha.

    Alexei se quedó con la boca abierta. —¿Sedujo a una chica Grisha?

    —No, pero estoy segura de que lo hará —murmuré.

    —Entonces, ¿cómo era?

    —Era pequeño, rechoncho y le tenía miedo a los baños —dije con ciertasatisfacción.

    Alexei miró a Mal. —Supongo que las cosas cambian.

    Tracé la cicatriz de mi palma con mi pulgar. —Supongo que sí.

    Limpiamos nuestros platos y salimos de la tienda comedor, adentrándonosen la fría noche. En el camino de vuelta a las barracas, dimos un rodeo para poderpasar por el campamento Grisha. El pabellón Grisha realmente era del tamaño deuna catedral, cubierto de seda negra, sus banderines azules, rojos y moradosondeaban muy alto. Escondidas en algún lugar detrás de él estaban las tiendas delDarkling, vigiladas por los Doctores Corporalki y la guardia personal del Darkling.

    Cuando Alexei se hartó de mirar, emprendimos el camino de regreso anuestros alojamientos. Alexei estaba callado y comenzó a crujirse los nudillos, ysupe que ambos estábamos pensando en la travesía de mañana. Y teniendo encuenta el humor abatido en los comedores, no éramos los únicos. Algunaspersonas ya estaban en la cama, durmiendo (o intentándolo) mientras otros seapretujaban bajo la luz de las lámparas, hablando en voz baja. Unos cuantosestaban sentados agarrando sus figuras, rezando a sus Santos.

    Desenrollé mi saco de dormir sobre una cama estrecha, me quité las botas, ycolgué mi abrigo. Después me hundí en las mantas forradas de piel y observé el

    techo. Me quedé así durante mucho tiempo, hasta que todas las lámparas se habíanapagado y el murmullo de las conversaciones dio paso a suaves ronquidos ysonidos de cuerpos.

    Mañana, si todo iba como lo planeado, cruzaríamos sin riesgos hasta RavkaOccidental y yo vería por primera vez el Verdadero Océano. Allí, Mal y los otrosrastreadores cazarían lobos rojos, zorros de mar y otras deseadas criaturas que sólose podían encontrar en el oeste. Yo me quedaría con los cartógrafos en Os Kervo

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    para terminar mi entrenamiento y ayudar a dibujar cualquier información queconsiguiéramos obtener del Abismo. Y después, por supuesto, tendría que volver acruzar el Abismo para volver a casa. Pero era difícil pensar tan lejos.

    Aún estaba completamente despierta cuando lo oí. Tap, tap. Pausa. Tap.

    Después de nuevo: Tap, tap. Pausa. Tap. —¿Qué está sucediendo? —murmuró Alexei, soñoliento, desde la cama

    cercana a la mía.

    —Nada —susurré, saliendo de mi saco de dormir y poniéndome las botas.

    Cogí mi abrigo y me escabullí de la barraca tan silenciosamente como pude.Mientras abría la puerta oí una risita, y una voz femenina dijo desde algún lugarde la oscura habitación:

    —Si es ese rastreador, dile que entre y me mantenga caliente.

    —Si quiere coger tsifil , estoy segura de que serás su primera opción —dijedulcemente y me adentré en la noche.

    El aire frío enrojeció mis mejillas y enterré la barbilla en el cuello de mi traje,deseando haberme molestado en coger la bufanda y los guantes. Mal estabasentado en las tambaleantes escaleras, de espaldas a mí. Más allá, pude ver aMikhael y Dubrov pasando una botella de un lado a otro bajo las luces de la acera.

    Fruncí el ceño. —Por favor, dime que no me has levantado sólo para decirmeque vas a la tienda Grisha. ¿Qué quieres, consejos?

    —No estabas durmiendo. Estabas tumbada despierta y preocupada.

    —Incorrecto. Estaba planeando cómo escabullirme en el pabellón Grisha yligarme a un guapo Corporalnik.

    Mal se rió. Vacilé en la puerta. Esta era la parte más difícil de estar cerca de él,otra además de la manera que hacía que mi corazón hiciera torpes acrobacias.Odiaba ocultar cuánto daño me hacían las cosas estúpidas que hacía, pero odiabala idea de que él descubriera incluso más. Consideré voltearme y simplementevolver adentro. En su lugar, me tragué mis celos y me senté a su lado.

    —Espero que me hayas traído algo genial —dije—. Los Secretos de Seducción

    de Alina no son gratis.Sonrió. —¿Puedes ponerlo en mi cuenta?

    —Supongo. Pero sólo porque sé que eres bueno para ello.

    Escudriñé la oscuridad y vi a Dubrov tomar un trago de la botella ytambalearse después. Mikhael le rodeó con el brazo para mantenerlo de pie, y elsonido de sus risas flotó hasta nosotros por el aire de la noche.

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    Mal negó con la cabeza y suspiró. —Siempre intenta seguir a Mikhael.Probablemente acabará vomitándome en las botas.

    —Te lo mereces —dije—. Entonces, ¿qué estás haciendo aquí? —Cuandoacabábamos de empezar nuestro servicio militar hace un año, Mal me había

    visitado casi todas las noches. Pero llevaba meses sin venir.Se encogió de hombros. —No sé. Lucías triste en la cena.

    Me sorprendí de que se diera cuenta.

    —Sólo estaba pensando en la travesía —dije cuidadosamente. No eraexactamente una mentira. Estaba aterrada por tener que entrar al Abismo, y Maldefinitivamente no sabía que Alexei y yo habíamos estado hablando sobre él—.Pero me conmueve tu preocupación.

    —¡Oye! —dijo con una sonrisa—. Me preocupo.

    —Si tienes suerte, un volcra me comerá de desayuno mañana y no tendrásque preocuparte nunca más.

    —Sabes que estaría perdido sin ti.

    —Nunca has estado perdido en tu vida —me burlé. Yo era la que hacía losmapas, pero Mal podía encontrar el norte con los ojos tapados y parado de cabeza.

    Me golpeó con el hombro.

    —Sabes lo que quiero decir.

    —Claro —dije. Pero no lo sabía. No realmente.

    Nos sentamos en silencio, viendo cómo nuestras respiraciones hacían nubesen el aire frío.

    Mal estudió las puntas de sus botas y dijo:

    —Supongo que yo también estoy nervioso.

    Le di un codazo y le dije, con una seguridad que no sentía:

    —Si podemos enfrentarnos a Ana Kuya, podemos manejar a unos cuantosvolcras.

    —Si mal no recuerdo, la última vez que nos enfrentamos a Ana Kuya, te dioun golpe y acabamos limpiando los establos.

    Hice una mueca de dolor.

    —Estoy intentando tranquilizarte. Podrías al menos fingir que lo estoyhaciendo bien.

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    —¿Sabes qué es gracioso? —preguntó—. La verdad es que a veces la echo demenos.

    Hice mi mejor esfuerzo por ocultar mi asombro. Habíamos pasado más dediez años de nuestras vidas en Keramzin, pero normalmente tenía la impresión de

    que Mal quería olvidar todo sobre aquel lugar, puede que incluso a mí. Allí élhabía sido otro refugiado, otro huérfano que debía estar agradecido por cada bocado de comida, por cada par de botas. En el ejército, se había hecho un lugardonde nadie tenía que saber que una vez había sido un pequeño niño que nadiequería.

    —Yo también —admití—. Podríamos escribirle.

    —Quizás —dijo Mal.

    De repente, me cogió la mano. Intenté ignorar la pequeña sacudida que merecorrió.

    —A esta misma hora, mañana, estaremos sentados en el puerto de Os Kervo,mirando al océano y bebiendo kvas.

    Miré a Dubrov tambaleándose de un lado a otro y sonreí. —¿Vendrá Dubrov?

    —Solos tú y yo —dijo Mal.

    —¿De verdad?

    —Siempre somos tú y yo, Alina.

    Por un momento, pareció que era verdad. El mundo se redujo a esta zona, a

    este círculo de luz que nos daba la lámpara, los dos flotando en la oscuridad.—¡Vamos! —gritó Mikhael desde el camino.

    Mal pareció despertarse de un sueño. Le dio a mi mano un último apretujónantes de soltarla.

    —Tengo que irme —dijo, su sonrisa engreída volviendo a lugar—. Intentadormir un poco.

    Saltó de las escaleras y corrió para unirse a sus amigos.

    —¡Deséame suerte! —gritó sobre su hombro.

    —Buena suerte —dije automáticamente, e inmediatamente quise darme unapatada a mí misma. ¿Buena suerte? Que te lo pases maravillosamente, Mal. Espero queencuentres a una Grisha guapa, te enamores profundamente, y que creen un montón demaravillosos y asquerosamente talentosos bebés juntos.

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    Me senté congelada en los escalones, mirándolos desaparecer por el camino,todavía sintiendo le presión cálida de la mano de Mal en la mía. Oh, bueno , pensémientras me ponía de pie. Quizás se caiga en un foso mientras va hacia allí. 

    Me dirigí de vuelta a las barracas, cerré la puerta fuertemente detrás de mí, y

    agradecida me acurruqué en mi saco de dormir.¿La Grisha de cabello negro se escabulliría de su pabellón para reunirse con

    Mal? Rechacé el pensamiento. No era de mi incumbencia, y realmente, no lo queríasaber. Mal nunca me había mirado como había mirado a aquella chica o incluso dela manera en la que miraba a Ruby, y nunca lo haría. Pero el hecho de que todavíafuésemos amigos era más importante que cualquiera de esas cosas.

    ¿Por cuánto tiempo? Dijo una voz persistente en mi cabeza. Alexei tenía razón:las cosas cambian. Mal había cambiado para mejor. Se había vuelto más guapo,más valiente, más engreído. Y yo me había vuelto… más alta. Suspiré y me

    acomodé de costado. Quería creer que Mal y yo siempre seríamos amigos, perotenía que enfrentarme al hecho de que nuestros caminos eran distintos. Tumbadaen la oscuridad, esperando el sueño, me pregunté si esos caminos nos llevaríancada vez más lejos el uno del otro, y si un día podríamos llegar a ser extraños.

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    Traducido por rox2929

    a mañana pasó en un abrir y cerrar de ojos: desayuno, una breve visita a laTienda de los Documentos para empacar tintas adicionales y papel, luegoel caos del muelle seco. Yo me quedé de pie junto al resto de los topógrafos,

    esperando nuestro turno para abordar uno de los botes y navegar sobre arena.Detrás de nosotros, Kribirsk se estaba animando y comenzando a emprender sustareas cotidianas. Adelante se explayaba la extraña y cambiante oscuridad delAbismo.

    Los animales eran demasiado ruidosos y se asustaban con demasiada

    facilidad como para viajar en el Falso Océano, así que las travesías se hacían sobrelos pequeños botes de arena, estructuras de poca profundidad con enormes velasque les permitía navegar casi sin sonido sobre las muertas arenas grises. Los botesse cargaban con granos, madera y algodón crudo, pero en el viaje de regreso ibancargados de azúcar, rifles y toda variedad de cosas que pasaban por los puertosmarítimos de Ravka Occidental. Mirando la cubierta del bote, equipado con pocomás que una vela y una baranda inestable, sólo pude pensar que no ofrecía ningúnlugar para esconderse.

    En el mástil de cada bote, flanqueado por soldados sumamente armados,

    estaban dos Grisha Etherealki, la Orden de los Invocadores, usando keftas azuloscuro. El bordado plateado de sus mangas y de los escotes de sus túnicasindicaba que eran Impulsores1 , Grisha que podían aumentar o disminuir la presiónde aire y llenar de viento las velas de los botes que nos llevarían a través de loslargos kilómetros del Abismo.

    Soldados armados con rifles y supervisados por oficiales siniestros seencontraban alineados en las. Entre ellos se encontraban más Etherealki, pero sustúnicas azules con mangas rojas indicaban que podían disparar.

    A una señal del capitán del bote, el Cartógrafo en Jefe nos llevó a mí, Alexei y

    el resto de los otros asistentes a acompañar al resto de los pasajeros. Luego tomóasiento al lado de los Impulsores en el mástil, donde él los ayudaría a navegar através de la obscuridad. Tenía una brújula en la mano, pero sería de poca ayudauna vez que estuviéramos en el Abismo. Mientras nos apilábamos sobre cubierta,alcancé ver a Mal parado con los rastreadores al otro lado del bote. Ellos también

    1 Tipo de Grisha capaz de manipular el aire, ya sea para ataque u otro fin.

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    estaban armados con rifles. Una fila de arqueros estaba parada detrás de ellos, concarcajes a sus espaldas donde brillaban flechas con puntas de acero Grisha. Toquéla punta de la navaja militar guardada en mi cinturón. No me proporcionabamucha confianza.

    Un grito emergió del jefe sobre el muelle, y varios grupos de hombresfornidos comenzaron a empujar los botes hacia la arena blanca que marcaba loscofines más lejanos del Abismo. Ellos se apartaron rápidamente como si esa páliday muerta arena pudiese quemarles los pies.

    Entonces llegó nuestro turno, y con súbito sobresalto nuestro barco aceleróhacia adelante, crujiendo contra la arena mientras los trabajadores portuariosempujaban. Me agarré de la baranda para mantener el equilibrio, con el corazóndesbocado. Los Impulsores levantaron sus brazos. Las velas se hincharoninstantáneamente, generando un fuerte ruido, y nuestro barco se abalanzó dentro

    del Abismo.Al principio, era como flotar en una espesa nube de humo, pero no había

    calor, ni olor a fuego. Los sonidos fueron ahogados y el mundo permaneció quieto.Observé cómo los botes de arena delante de nosotros se deslizaban hacia laobscuridad, desapareciendo de vista, uno tras otro. Caí en la cuenta de que ya nopodía ver la proa de nuestro barco y, luego, de que ya no podía ver mi propiamano sobre la baranda. Observé sobre mi hombro. El mundo vivo habíadesaparecido. La obscuridad descendía alrededor de nosotros, negra, ligera yabsoluta. Estábamos en el Abismo.

    Era como estar de pie al extremo de todo. Me aferré a la baranda, sintiendo lamadera clavarse en mi mano, agradecida por su solidez. Me enfoqué en eso y en lasensación de mis dedos dentro de mis botas, pegados a la cubierta. A mi izquierda,podía escuchar la respiración de Alexei.

    Traté de no pensar en los soldados con sus rifles ni en los atacantes Grisha.Teníamos la esperanza de atravesar el Abismo en silencio y sin ser vistos; nosonaría ningún tiro, ningún arma sería disparada. Pero aún así su presencia mereconfortaba.

    No sé por cuánto tiempo mantuvimos ese rumbo, flotando hacia adelante, el

    único sonido proviniendo del ligero roce de la arena contra la estructura.Parecieron minutos pero pudieron haber sido horas. Vamos a estar bien , pensé paramí misma. Vamos a estar bien. Entonces sentí la mano de Alexei buscando la mía.Me agarró la muñeca.

    —¡Escucha! —me susurró, y su voz estaba ronca del terror. Por un momentolo único que escuché fue su rápida y entrecortada respiración y el estable siseo del

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     barco. Entonces, desde algún lugar de la oscuridad, otro sonido, ligero peroimplacable: el rítmico batir de alas.

    Apreté el brazo de Alexei con una mano y con la otra empuñé mi cuchillo,con el corazón latiendo y mis ojos esforzándose por distinguir algo, lo que fuera,

    en la negrura. Escuché el sonido de armas siendo preparadas, arcos siendotensados. Alguien susurró, «Prepárense». Esperamos, escuchando el sonido de lasalas batiendo el aire, aumentando a medida que nos acercábamos, como lostambores de un ejército entrante. Por un momento creí sentir el viento moversecontra mi mejilla mientras volaban más y más cerca.

    —¡Fuego! —gritó el comandante, seguido por el chasquido de piedra contrapiedra y un silbido explosivo cuando ráfagas ondulantes de llama Grishaestallaron a cada lado del bote.

    Parpadeé ante la súbita brillantez, esperando que mi visión se ajustara. Bajo la

    luz del fuego, los vi. Se suponía que los volcra se movían en pequeños grupos,pero ahí había… no decenas, sino cientos, volando sobre el aire alrededor del bote.Eran más espeluznantes que cualquier cosa que hubiese visto en un libro, más quecualquier monstruo que hubiese imaginado. Sonaron disparos. Los arquerossoltaron las flechas, y los chillidos de los volcra interrumpieron el silencio, altos yhorribles.

    Esquivaron nuestros ataques. Escuché un grito agudo y observé horrorizadamientras un soldado era levantado y llevado al aire, pataleando y luchando. Alexeiy yo nos acurrucamos juntos, arrodillados bien bajo contra la baranda,

    aferrándonos a nuestros inútiles cuchillos y murmurando nuestras oracionesmientras el mundo se convertía en una pesadilla. A todo nuestro alrededor,hombres gritaban, personas lloraban, soldados perdían en combate contra lasenormes y extrañas figuras de las bestias aladas, y la sobrenatural oscuridad delAbismo era interrumpida por golpes y estallidos de las llamas doradas de losGrisha.

    Entonces, un grito atravesó el aire a mi lado. Me sobresalté cuando el brazode Alexei fue arrancado de mi agarre. En un brote de llamas, lo observé agarrarse ala baranda con una mano. Vi su boca entreabierta, sus enormes ojos aterrorizados y

    la cosa monstruosa que lo apretaba entre sus brillantes brazos grises, batiendo susalas en el aire mientras lo levantaba del suelo; clavó profundamente las garras en laespalda de Alexei, ya bañándose en su sangre. Los dedos de Alexei se deslizaronde la baranda. Me lancé hacia adelante y le atrapé el brazo.

    —¡Aguanta! —grité.

    Entonces la llama se apagó, y en la obscuridad, sentí los dedos de Alexeideslizándose de los míos.

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    —¡Alexei —grité.

    Sus gritos de ayuda se entremezclaron con los sonidos de la batalla mientrasel volcra se lo llevaba a la oscuridad. Otra ráfaga de fuego iluminó el cielo, pero élhabía desaparecido.

    —¡Alexei! —grité, asomándome al borde de la baranda—. ¡Alexei!La respuesta llegó en un batir de alas mientras otro volcra volaba,

    descendiendo sobre mí. Me aparté rápidamente, apenas evitando sus garras, yextendí el cuchillo ante mí con manos temblorosas. El volcra se lanzó adelante; elfuego iluminó sus lechosos y ciegos ojos y su boca abierta coronada de filas dedientes afilados y torcidos. Entonces vi un relámpago de pólvora por el rabillo demi ojo, escuché el estallido de un rifle, y el volcra se tambaleó, aullando de rabia ydolor.

    —¡Muévete! —Era Mal, con rifle en mano y rostro chorreante de sangre. Me

    agarró del brazo y me colocó tras sus espaldas.

    El volcra aún persistía, abriéndose camino a través de la cubierta, una de susalas colgando de un ángulo torcido. Mal estaba tratando de recargar bajo la luz quedesprendía la llama, pero el volcra fue más veloz. Se abalanzó hacia nosotros,garras extendidas, y con sus talones destrozó el pecho de Mal. Él lanzó un grito dedolor.

    Pude agarrar el ala rota del volcra y le apuñalé con mi cuchilloprofundamente entre los omóplatos. Su piel musculosa se sentía resbalosa bajo mismanos. El monstruo chilló y se liberó de mi agarre y yo caí de espaldas, golpeandola dura cubierta. Se movió hacia mí con loca rabia, y pude oír el chasqueo de susmandíbulas al abrirse y cerrarse.

    Se escuchó otro disparo. El volcra se dobló y cayó convirtiéndose en unagrotesca pila, sangre negra borboteando de su boca. Bajo la escasa luz, observé aMal bajar su rifle. Su desgarrada camisa estaba oscura por las manchas de sangre.El rifle se escapó de sus dedos cuando él cayó de rodillas, colapsando en lacubierta.

    —¡Mal! —Estuve a su lado en un instante, mis manos presionando su pecho

    en un intento desesperado de detener el sangrado—. ¡Mal! —sollocé, las lágrimasse deslizaban por mis mejillas.

    El aire estaba pesado con el olor a sangre y pólvora. A nuestro alrededor,escuché rifles ser disparados, gente sollozando… y el obsceno sonido de algoalimentándose. Las llamas de los Grisha estaban debilitándose, más esporádicas, ylo peor de todo: noté que el bote había dejado de moverse. Este es el fin , pensédesperanzada. Me incliné sobre Mal, manteniendo la presión en su herida.

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    Su respiración era laboriosa. —Ya vienen —dijo sin aliento.

    Levanté la mirada y vi, bajo la débil y escasa luz del fuego de los Grisha, dosvolcra cerniéndose sobre nosotros.

    Me acurruqué sobre Mal, protegiendo su cuerpo con el mío. Sabía que era

    inútil, pero era lo único que podía ofrecer. Olí el fétido hedor de los volcra, sentí alaire moverse con el batir de sus alas. Presioné mi frente contra la de Mal y leescuché susurrar, «Nos vemos en la pradera.»

    Algo dentro de mí estalló de furia, de desesperanza, ante la certeza de mipropia muerte. Sentí la sangre de Mal bajo mis manos, vi el dolor reflejado en suhermoso rostro. Un volcra chilló en señal de triunfo cuando sus talones se clavaronen mi hombro. El dolor me atravesó el cuerpo.

    Y el mundo se volvió blanco.

    Cerré mis ojos, mientras un súbito halo de luz explotaba a través de mi vista.Parecía llenar mi cabeza, cegándome, ahogándome. Desde algún lugar arriba demí, escuché un horrible chillido. Sentí las garras del volcra perder su agarre, sentíun golpe sordo cuando caí hacia adelante y mi cabeza conectó con la cubierta, y,luego, no sentí absolutamente nada.

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    Traducido por PaolaPotterhead

    e desperté con un sobresalto. Podía sentir el roce de aire en mi piel, y abrímis ojos para ver lo que parecían ser nubes oscuras de humo. Estaba boca arriba, en la cubierta del bote. Me tomó sólo un momento notar que

    las nubes se estaban haciendo más delgadas, dando paso a volutas oscuras y, entreellas, un brillante sol otoñal. Cerré mis ojos de nuevo, sintiendo una oleada dealivio. Estamos en camino fuera del Abismo , pensé. De alguna manera, lo logramos. ¿Ono lo hicimos? Recuerdos del ataque volcra me inundaron en un apuro aterrador.¿Dónde estaba Mal?

    Traté de sentarme y un repentino dolor atravesó mis hombros. Lo ignoré yme empujé hacia arriba. Me encontré a mí misma observando el cañón de un rifle.

    —Aleje esa cosa de mí —espeté, golpeándolo a un lado.

    El soldado giró el rifle de vuelta, apuntándolo amenazadoramente hacia mí.—Mantente donde estás —ordenó.

    Lo miré asombrada. —¿Cuál es su problema?

    —¡Está despierta! —gritó sobre su hombro. Se le unieron otros dos soldadosarmados, el capitán del bote, y una Corporalnik. Con un aleteo de pánico, vi que

    las mangas de su kefta roja estaban bordadas de negro. ¿Qué tenía que ver unCardio conmigo?

    Miré a mi alrededor. Un Impulsor permanecía de pie junto al mástil, con brazos levantados, conduciéndonos hacia adelante en un fuerte viento y un sólosoldado a su lado. La cubierta estaba manchada de sangre en ciertos lugares. Miestómago se retorció al recordar el horror de la batalla. Un Sanador Corporalkiestaba atendiendo a los heridos. ¿Dónde estaba Mal?

    Había solados y Grisha parados por la barandilla, ensangrentados,chamuscados, y considerablemente menos en cantidad de lo que habíamos

    planeado. Todos estaban viéndome cautelosamente. Con creciente temor, me dicuenta de que los soldados y los Corporalnik, en realidad estaban vigilándome.Como a un prisionero. Dije:

    —Mal Oretsev. Es un rastreador. Fue herido durante el ataque. ¿Dónde está?—Nadie dijo nada—. Por favor —rogué—. ¿Dónde está?

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    Hubo una sacudida cuando el bote se detuvo. El capitán me hizo un gesto consu rifle. —Arriba.

    Consideré simplemente negarme a levantarme hasta que me dijeran qué lehabía pasado a Mal, pero una mirada hacia a la Cardio me hizo reconsiderarlo. Me

    puse de pie, haciendo una mueca por el dolor de mi hombro, luego di un traspiécuando el bote se empezó a mover de nuevo, jalado hacia el frente por lostrabajadores del muelle en tierra. Instintivamente, me apoyé en alguien paraequilibrarme, pero el soldado que toqué se encogió lejos de mí como si quemara.Logré establecerme, pero mis pensamientos estaban dando vueltas.

    El bote se detuvo de nuevo.

    —Muévete —comandó el capitán.

    Los soldados me guiaron a punta de rifle desde el bote. Pasé junto al resto delos supervivientes, notando intensamente sus miradas curiosas y asustadas, y miré

    al Cartógrafo en Jefe balbuceando entusiasmadamente a un soldado. Queríadetenerme a decirle lo que le había pasado a Alexei, pero no me atreví.

    Mientras ponía pie sobre el muelle seco, me sorprendí al descubrir quehabíamos vuelto a Kribirsk. Ni siquiera habíamos atravesado el Abismo. Meestremecí. Mejor marchar a través del campo con un rifle en mi espalda que estaren el Falso Océano.

    Pero no mucho mejor , pensé ansiosamente.

    Mientras los soldados me marchaban hacia el camino principal, las personas

    se giraban de su trabajo para mirarme boquiabiertos. Mi mente estaba zumbando, buscando respuestas y encontrando nada. ¿Había hecho algo equivocado en elAbismo? ¿Roto algún tipo de protocolo militar? ¿Y cómo habíamos huido delAbismo, de todos modos? Las heridas cercanas a mi hombro punzaban. Lo últimoque recordaba era el horrible dolor de las garras del volcra penetrando mi espalda,ese ardiente destello de luz. ¿Cómo habíamos sobrevivido?

    Estos pensamientos fueron alejados de mi mente mientras nos acercábamos ala Tienda de los Oficiales. El capitán ordenó a los guardias a parar y se acercó a laentrada.

    La Corporalnik alargó una mano para detenerlo. —Esto es una pérdida detiempo. Debemos proceder de inmediato a…

    —Quita tu mano de encima, desangradora —espetó el capitán y sacudió su brazo.

    Por un momento, la Corporalnik lo miró, su mirada peligrosa, pero luegosonrió fríamente e hizo una reverencia. —Da, kapitan. 

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    Sentí el vello de mis brazos erizarse.

    El capitán desapareció dentro de la tienda. Esperamos. Miré nerviosamente ala Corporalnik, que aparentemente había olvidado su disputa con el capitán yestaba escrutándome de nuevo. Era joven, probablemente más joven que yo, pero

    eso no la había detenido de confrontar a un oficial superior. ¿Por qué la habríadetenido? Podría matar al capitán donde estaba, sin siquiera levantar un arma. Mefroté los brazos, intentado sacudirme el escalofrío que se había apoderado de mí.

    La solapa de la tienda se abrió, y me encontré horrorizada al ver al capitánemerger seguido por un severo Coronel Raevsky. ¿Qué podía haber hecho paraque requiriese de la intervención de un oficial alto en mando?

    El coronel me miró, su curtido rostro serio. —¿Qué eres?

    —Asistente de cartógrafo, Alina Starkov. Cuerpos Real de Topógrafos...

    Me interrumpió. —¿Qué eres?Pestañeé. —Soy una cartógrafa, señor.

    Raevsky frunció el ceño. Empujó a uno de sus soldados a un lado y murmuróalgo que envió al soldado corriendo hacia los muelles secos. —Vamos —dijosecamente.

    Sentí el pinchazo del cañón de un rifle en mi espalda y marchamos haciaadelante. Tenía un muy mal presentimiento sobre a dónde me estaban llevando.No puede ser, pensé desesperadamente. No tiene sentido alguno. Pero mientras lagigantesca tienda negra se hacía más y más grande frente a nosotros, no cabía

    duda de hacia dónde nos dirigíamos.La entrada a la tienda Grisha estaba protegida por más Corporalki Cardios y

    más oprichniki vestidos de negro carbón, los soldados élite que hacían de guardiaspersonales del Darkling. Los oprichniki  no eran Grisha, pero eran igual deaterradores.

    La Corporalnik del bote habló con los guardias del frente de la tienda, luegoella y el Coronel Raevsky desaparecieron dentro. Esperé con el corazón desbocado,consciente de los murmullos y las miradas detrás de mí, mientras mi ansiedad ibaen aumento.

    Arriba, cuatro banderas ondeaban en la brisa: azul, roja, morada y sobretodas ellas, negra. Sólo anoche, Mal y sus amigos habían estado bromeando sobreentrar a esta tienda, preguntándose qué podrían encontrar adentro. Y ahoraparecía que yo sería quien lo descubriese. ¿Donde está Mal? El pensamiento seguíadevolviéndose hacia mí, siendo el único pensamiento claro que parecía capaz deformar.

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    Después de lo que pareció una eternidad, la Corporalnik regresó y asintió alcapitán, quien me guió a la tienda Grisha.

    Por un momento, todos mis miedos desaparecieron, eclipsados por la bellezaque me rodeaba. Las paredes internas de la tienda estaban drapeadas con cascadas

    de seda bronce que reflejaban el brillo de la luz de las velas de los candelabros que brillaban arriba. Los suelos estaban cubiertos de ricas alfombras y pieles. A lo largode las paredes, brillantes tabiques sedosos dividían los compartimientos donde losGrisha se agrupaban en su vibrantes keftas. Algunos seguían hablando, otros seapoyaban distraídamente en cojines bebiendo té. Dos estaban sentados jugandoajedrez. Desde algún lugar, escuché las cuerdas de una balalaika siendo rasgadas.La finca del Duque había sido hermosa, pero era una belleza melancólica dehabitaciones polvorientas y pintura pelada, el eco de algo que alguna vez habíasido imponente. La tienda Grisha era como nada que hubiese visto antes, un lugarvivo con poder y riqueza.

    Los soldados me dirigieron a lo largo del pasillo alfombrado al final del cualpodía ver un pabellón negro sobre un estrado. Una onda de curiosidad seexpandió a través de la tienda mientras pasábamos. Los hombres y mujeres Grishaparaban sus conversaciones para mirarme boquiabiertos; algunos incluso selevantaron para tener una mejor vista.

    Para el momento en que alcanzamos el estrado, la habitación estabacompletamente en silencio, y estaba segura que todos podían oír mi corazónmartillando contra mi pecho. Frente al pabellón negro, algunos ministros vestidosricamente, usando la doble águila del rey, y un grupo de Corporalki estabanagrupados alrededor de una larga mesa llena de mapas. En la cabeza de la mesaestaba una silla alta del ébano más negro, tallada ornamentalmente, y sobre ella seposaba una figura usando una kefta negra, su barbilla reposando en una pálidamano. Sólo un Grisha usaba negro, tenía permitido usar negro. El Coronel Raevskyse paró a su lado, hablando en tonos demasiado bajos para que yo escuchara.

    Observé, dividida entre el miedo y la fascinación. Es demasiado joven, pensé.Este Darkling había estado comandando a los Grisha desde antes de que naciera,pero el hombre sentado arriba de mí, en el estrado, no lucía mayor que yo. Teníaun anguloso, hermoso rostro, una mata de cabello grueso, negro, y ojos gris puroque brillaban como cuarzos. Sabía que mientras más poderoso el Grisha, más largaera su vida, y los Darklings eran los más poderosos de todos. Pero algo me decíaque estaba mal y recordé las palabras de Eva: Él no es natural. Ninguno de ellos loson.

    Una alta y tintineante risa sonó desde la multitud que se había formado cercade mí en la base del estrado. Reconocí a la hermosa chica de azul, la de la carroza

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    Etherealki que se había visto fascinada al ver a Mal. Le susurró algo a su amigo yambos rieron de nuevo. Mis mejillas ardieron mientras imaginaba cómo me debíade ver en un desgarrado y andrajoso abrigo, después de un viaje al Abismo de lasSombras y una batalla con una bandada de volcra hambrientos. Pero levanté elmentón y miré a la hermosa chica justo a los ojos. Ríete todo lo que quieras , penséduramente. Lo que sea que estés murmurando, he oído cosas peores. Mantuvo mi miradapor un momento y luego apartó la vista. Disfruté el pequeño destello desatisfacción antes de que la voz del Coronel Raevsky me devolviese a la realidadde mi situación.

    —Tráiganlos —dijo. Me volteé para ver a más soldados guiando a unmagullado y desconcertado grupo de personas en la tienda y por el pasillo. Entreellos, localicé al soldado que había estado a mi lado cuando los volcra atacaron, ytambién al Cartógrafo en Jefe; su usualmente pulcro abrigo, estaba desgarrado ysucio y su rostro demostraba miedo. Mi angustia aumentó cuando me di cuenta deque estos eran los supervivientes de mi bote de arena y que habían sido traídosante el Darkling como testigos. ¿Qué había pasado allá afuera, en el Abismo? ¿Quécreían que había hecho?

    Me quedé sin aliento mientras reconocía a los rastreadores en el grupo. Vi aMikhael primero, su rojo cabello greñudo moviéndose de arriba a abajo sobre lamultitud en su grueso cuello, y apoyándose en él, vendas sobresaliendo de sucamisa ensangrentada, estaba un muy pálido y muy cansado Mal. Mis piernas sedebilitaron y presioné mi mano contra mi boca para ahogar un sollozo.

    Mal estaba vivo. Quería empujar a la multitud y rodearlo con mis brazos,pero usé toda mi fuerza para quedarme parada mientras el alivio me inundaba. Loque sea que pasara aquí, estaríamos bien. Habíamos sobrevivido al Abismo, ysobreviviríamos a esta locura también.

    Miré al estrado y mi entusiasmo se debilitó. El Darkling estaba viéndomedirectamente. Aún estaba escuchado al Coronel Raevsky, su postura tan relajadacomo había estado antes, pero su mirada estaba concentrada, absorta. Volvió suatención al coronel y noté que había estado aguantando la respiración.

    Cuando el desaliñado grupo de supervivientes alcanzó la base del estrado, el

    Coronel Raevsky ordenó. —Kapitan , reporte.El capitán se colocó en posición y respondió en una voz sin expresión:

    —Aproximadamente treinta minutos en la travesía, estábamos entre un granrebaño de volcra. Nos encontrábamos atrapados y enfrentando graves bajas. Yoestaba luchando en el estribor del bote. En ese punto, vi... —El soldado dudó, ycuando volvió a hablar, su voz sonó menos segura—. No sé qué vi exactamente.

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    Un resplandor de luz. Tan brillante como el mediodía, más brillante. Era comomirar el sol.

    La multitud irrumpió en murmullos. Los supervivientes del bote estabanasintiendo, y me encontré a mí misma asintiendo con ellos. Yo también había visto

    el destello de luz.El soldado retomó la atención y continuó:

    —Los volcra se dispersaron y la luz desapareció. Ordené volver al muelleseco inmediatamente.

    —¿Y la chica? —preguntó el Darkling.

    Con una apuñalada de miedo, me di cuenta de que hablaba de mí.

    —No vi a la chica, moi soverenyi.

    El Darkling enarcó una ceja, y se dirigió a los otros supervivientes. —¿Quién

    vio lo que realmente ocurrió? —Su voz estaba relajada, distante, casi desinteresada.Los supervivientes rompieron en una discusión murmurada unos con otros.

    Luego, lenta y tímidamente, el Cartógrafo en Jefe dio un paso al frente. Sentí unafuerte punzada de pena por él. Nunca lo había visto tan desaliñado. Su ralo cabellocastaño estaba de punta en todos los ángulos en su cabeza; sus dedos tirabannerviosamente de su abrigo arruinado.

    —Díganos lo que vio —dijo Raevsky.

    El Cartógrafo se lamió los labios. —Nosotros… estábamos bajo ataque —dijo

    temblorosamente—. Habían luchas por todos lados. Tal ruido. Tanta sangre... Unode los chicos, Alexei, fue llevado. Fue terrible, terrible. —Sus manos se batían comodos aves asustadas.

    Fruncí el ceño. Si el Cartógrafo vio a Alexei siendo atacado, entonces, ¿porqué no trató de ayudar?

    El anciano aclaró su garganta. —Estaban en todos lados. Vi a uno ir a porella...

    —¿Quién? —preguntó Raevsky.

    —Alina... Alina Starkov, una de mis asistentes.

    La hermosa chica de azul sonrió y se acercó a su amigo para susurrarle.Apreté la mandíbula. Qué lindo era saber que los Grisha pueden mantener suesnobismo en el medio de una audiencia sobre un ataque volcra.

    —Continúe —insistió Raevsky.

    —Vi a uno ir a por ella y el rastreador —dijo el Cartógrafo, señalando a Mal.

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    —¿Y dónde estaba usted? —pregunté con enojo. La pregunta salió de mi bocaantes de poder pensarlo mejor. Todo rostro se giró a mirarme, pero no meimportó—. Vio al volcra atacarnos. Vio a esa cosa llevarse a Alexei. ¿Por qué noayudó?

    —No había nada que pudiera hacer —alegó él con sus manos extendidas—.Estaban en todos lados. ¡Era un caos!

    —¡Alexei podría seguir con vida si hubiese usado su huesudo trasero paraayudarnos!

    Hubo un grito ahogado y un farfullo de risas de parte de la multitud. ElCartógrafo se ruborizó enojadamente e instantáneamente me arrepentí. Si salía deeste desastre, iba a estar en grandes problemas.

    —¡Suficiente! —bramó Raevsky—. Díganos qué vio, Cartógrafo.

    La multitud se silenció y el Cartógrafo se lamió los labios de nuevo. —Elrastreador cayó. Ella se colocó a su lado. Esa cosa, el volcra, estaba yendo a porellos. Lo vi sobre ellos y luego... ella se iluminó.

    Los Grisha irrumpieron en exclamaciones de incredulidad y burla. Algunosde ellos se rieron. Si no hubiese estado tan asustada y desconcertada, quizá hubieseestado tentada a unirme a ellos. Quizá no debí haber sido tan ruda con él , pensé,viendo al arrugado Cartógrafo.  Al pobre hombre claramente lo golpearon en la cabezadurante el ataque.

    —¡Yo lo vi! —gritó sobre el estruendo—. ¡Luz salía de ella!

    Algunos de los Grisha estaban burlándose abiertamente ahora, otros gritaban,«¡Déjenlo hablar!» El Cartógrafo miró desesperado a sus queridos supervivientesen busca de apoyo, y para mi sorpresa, vi algunos de ellos asentir. ¿Todo el mundose volvió loco? ¿Realmente creían que yo espanté al volcra?

    —¡Esto es absurdo! —dijo una voz de la multitud. Era la hermosa chica deazul—. ¿Qué está sugiriendo, anciano? ¿Acaso sugiere que nos encontró a laInvocadora del Sol?

    —No estoy sugiriendo nada —protestó—. ¡Sólo estoy contando lo que vi!

    —No es imposible —dijo un Grisha. Usaba la kefta morada de un Materialnik,un miembro de la Orden de los Fabricadores—. Hay historias...

    —No seas ridículo —rió la chica, su voz llena de desprecio—. ¡El hombreperdió su cordura por el volcra!

    La multitud irrumpió en un fuerte argumento.

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    Repentinamente me sentí muy cansada. Mi hombro punzaba donde el volcrahabía enterrado sus garras en mí. No sabía lo que el Cartógrafo ni ninguno de losotros del bote creían haber visto. Sólo sabía que todo esto era una especie deterrible error, y que al final de esta farsa, yo sería la que quedaría como una tonta.Me encogí de terror cuando pensé en las burlas que tendría que aguantar cuandoesto acabara. Y con suerte, esto se acabaría pronto.

    —Silencio. —El Darkling apenas levantó la voz, pero la orden interrumpió ala multitud y reinó el silencio.

    Reprimí un escalofrío. Quizá él no encuentre este chiste tan gracioso. Sóloesperaba que no me culpara a mí por ello. El Darkling no era conocido por sumisericordia. Quizá debería preocuparme menos de las burlas y más acerca de serexiliada a Tsibeya. O peor. Eva dijo que el Darkling una vez ordenó a un SanadorCorporalki a sellar la boca de un traidor permanentemente. Los labios del hombre

    habían sido cosidos de por vida y murió de hambre. En su momento, Alexei y yonos habíamos reídos y le hicimos caso omiso, como otra de las historias alocadasde Eva. Ahora no estaba tan segura.

    —Rastreador —dijo el Darkling suavemente—, ¿qué viste?

    Como una, la multitud se giró hacia Mal, quien me envió una miradainquietante y luego al Darkling. —Nada. No vi nada.

    —La chica estaba justo a tu lado.

    Mal asintió.

    —Debiste haber visto algo.Mal me miró de nuevo, su aspecto se dividía entre preocupación y fatiga.

    Nunca lo había visto tan pálido, y me pregunté cuánta sangre había perdido. Sentíuna oleada de rabia impotente. Estaba gravemente herido. Debería estardescansando en vez de estar parado aquí respondiendo preguntas ridículas.

    —Sólo dinos lo que recuerdas, rastreador —ordenó Raevsky.

    Mal se encogió de hombros ligeramente e hizo una mueca por el dolor de susheridas. —Estaba boca arriba en la cubierta. Alina estaba junto a mí. Vi al volcrazambullirse, y supe que venía a por nosotros. Dije algo y…

    —¿Qué dijiste? —La relajada voz del Drakling cortó a través de la habitación.

    —No recuerdo —dijo Mal. Reconocí el apretar testarudo de su mandíbula ysupe que estaba mintiendo. Sí lo recordaba—. Olí al volcra, lo vi lanzarse en picadahacia nosotros. Alina gritó y luego no pude ver nada. El mundo estaba sólo... brillando.

    —¿Así que no viste de donde provenía la luz? —preguntó Raevsky.

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    —Alina no... Ella no podría… —Mal negó con la cabeza—. Somos de lamisma... aldea. —Noté la pequeña pausa, la pausa del huérfano—. Si ella pudiesehacer algo así, yo lo sabría.

    El Darkling miró a Mal por un largo momento y luego me volvió a ver.

    —Todos tenemos nuestros secretos —dijo él.Mal abrió la boca para decir algo más, pero el Darkling levantó una mano

    para silenciarlo. La rabia circuló por las facciones de Mal pero cerró la boca,presionando sus labios en una fina línea.

    El Darkling se levantó de su silla. Hizo un gesto y los soldados retrocedieron,dejándome sola para enfrentarlo. La tienda parecía inquietantemente silenciosa.Lentamente, descendió los escalones.

    Tuve que resistir la urgencia de alejarme de él cuando se detuvo frente a mí.

    —Ahora, ¿qué dices tú , Alina Starkov? —preguntó agradablementeTragué. Mi garganta estaba seca y mi corazón se inclinaba de latido a latido,

    pero sabía que tenía que hablar. Tenía que hacerle entender que yo no tenía nadaque ver con esto. —Ha habido alguna especie de equivocación —dije con vozronca—. No hice nada. No sé como sobrevivimos.

    El Darkling pareció considerar esto. Luego se cruzó de brazos e inclinó lacabeza a un lado. —Bueno —dijo, su voz confusa—. Quiero pensar que sé todo loque pasa en Ravka, y que si tuviese a una Invocadora del Sol viviendo en mipropio país, estaría consciente de ello. —Suaves murmullos de asentimiento se

    elevaron de la multitud, pero él los ignoró, viéndome de cerca—. Pero algo poderoso detuvo a los volcra y salvó los botes del rey.

    Se detuvo y esperó, como si esperase que yo le resolviera este acertijo.

    Mi mentón se elevó obstinadamente. —No hice nada —dije—. Ni una solacosa.

    Un lado de la boca del Darkling se crispó, como si estuviese reprimiendo unasonrisa. Sus ojos se deslizaron sobre mí, de pies a cabeza y de vuelta. Me sentícomo algo extraño y brillante, como una cosa curiosa que había sido arrastrada

    hasta la costa de un lago, y que él podía patear con la punta de su bota.—¿Tu memoria es tan defectuosa como la de tu amigo? —preguntó y señalócon la cabeza a Mal.

    —Yo no... —Vacilé. ¿Qué recordaba? Terror. Oscuridad. Dolor. La sangre deMal. Su vida escapándose bajo mis manos. La rabia que me llenó al pensar en mipropia impotencia.

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    —Extiende tu brazo —dijo el Darkling.

    —¿Qué?

    —Hemos perdido suficiente tiempo. Extiende tu brazo.

    Un frío pinchazo de terror me recorrió el cuerpo. Miré a mi alrededor conpánico, pero no había ayuda que recibir. Los soldados miraban al frente, conexpresión de piedra. Los supervivientes del bote lucían aterrados y cansados. LosGrisha me contemplaban con curiosidad. La chica de azul estaba sonriendo. Elpálido rostro de Mal parecía haberse puesto aún más blanco, pero no habíarespuesta en sus ojos preocupados.

    Temblando, extendí mi brazo izquierdo.

    —Levántate la manga.

    —No hice nada. —Intenté decirlo con fuerza, para proclamarlo, pero mi voz

    sonó asustada y baja.El Darkling me miró, esperando. Me subí la manga.

    Extendió sus brazos y el terror se expandió a través de mí mientras veía susmanos llenarse de algo negro que se agrupaba y enroscaba a través del aire comotinta en agua.

    —Ahora —dijo en la misma voz suave y conversadora, como si estuviésemossentados juntos tomando el té, como si no estuviese parada frente a él temblando— , veamos lo que puedes hacer.

     Juntó sus manos y sonó algo parecido a un trueno. Ahogué un grito mientrasuna oscuridad ondulante se extendía de sus manos juntas, derramando una ondanegra sobre mí y la multitud.

    Estaba ciega. La habitación había desaparecido. Todo había desaparecido.Grité de terror cuando sentí los dedos del Darkling cerrarse alrededor de mimuñeca. Repentinamente, mi miedo disminuyó. Aún estaba ahí, arrastrándosecomo un animal dentro de mí, pero había sido apartado a un lado por algocalmante, seguro y poderoso, algo vagamente familiar.

    Sentí una llamada sonar a través de mí, y para mí sorpresa, sentí algo en mí

    levantándose para contestar. Lo empujé a un lado, hacia lo profundo. De algunamanera sabía que si esa cosa se liberaba, me destrozaría.

    —¿Nada ahí? —murmuró el Darkling. Noté cuán cerca de mí estaba en laoscuridad. Mi mente en pánico se aferró a sus palabras. Nada ahí. Eso es correcto,nada. Nada en absoluto. Ahora, ¡déjame ser! 

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    Y para mi alivio, esa cosa que luchaba dentro de mí pareció acostarse denuevo, dejando al llamado del Darkling desatendido.

    —No tan rápido —murmuró él. Sentí algo frío presionarse contra la piel demi antebrazo. En el mismo momento que noté que era un cuchillo, la hojilla

    atravesó mi piel.Dolor y miedo fluyeron a través de mí. Grité. La cosa dentro de mí rugió a la

    superficie, moviéndose hacia el llamado del Darkling. No pude detenerme.Respondí. El mundo explotó en una brillante luz blanca.

    La oscuridad se rompió a nuestro alrededor como cristal. Por un momento, vilos rostros de la multitud, sus bocas abiertas de la sorpresa mientras la tienda sellenaba de brillante luz solar y el aire emanaba calor. Luego el Darkling soltó suapretón, y con su toque vino ese peculiar sentimiento de seguridad que me habíaposeído. La radiante luz había desaparecido, dejando la ordinaria luz de las velas

    en su lugar, pero aún podía sentir el calor y el inexplicable brillo de luz solar en mipiel.

    Mis piernas se rindieron y el Darkling me atrapó contra su cuerpo con unsorprendentemente fuerte brazo.

    —Supongo que sólo te ves como un ratón —susurró en mi oído, y luegollamó a señas a uno de sus guardias personales—. Tómala —dijo, entregándome aloprichnik  que extendió su brazo para apoyarme. Sentí enrojecerme ante laindignidad de ser cargada como un saco de patatas, pero estaba demasiadotemblorosa y confundida como para protestar. Sangre corría de mi brazo del corte

    que el Darkling me había hecho.—¡Ivan! —gritó el Darkling. Un Cardio alto se apresuró desde el estrado

    hacia al lado del Darkling—. Llévala a mi carroza. La quiero rodeada por unguardia armado todo el tiempo. Llévala al Pequeño Palacio y no te detengas pornada. —Ivan asintió—. Y trae un Sanador para que vea sus heridas.

    —¡Esperen! —protesté, pero el Darkling ya se estaba dando la vuelta. Agarrésu brazo, ignorando el grito ahogado que se elevó de los espectadores Grisha—.Ha habido una especie de equivocación. Yo no... No soy... —Mi voz se apagómientras el Darkling se daba la vuelta lentamente hacia mí, sus ojos color pizarra

    dirigiéndose hacia donde mi mano había agarrado su manga. Lo solté, pero no merendiría tan fácilmente—. No soy lo que creen que soy —susurrédesesperadamente.

    El Darkling se acercó a mí y dijo, su voz tan baja que apenas pude oír:

    —Dudo que tengas idea de lo que eres. —Luego asintió a Ivan—. ¡Ve!

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    El Darkling me dio la espalda y caminó rápidamente hacia el elevado estrado,donde fue rodeado por consejeros y ministros, todos hablando fuerte yrápidamente.

    Ivan me agarró bruscamente por el brazo. —Vamos.

    —Ivan —lo llamó el Darkling—. Cuida tu tono. Ahora ella es una Grisha.Ivan se enrojeció un poco e hizo una pequeña reverencia, pero su agarre en

    mi brazo no disminuyó mientras me jalaba por el pasillo.

    —Tiene que escucharme —jadeé mientras luchaba para ir al paso de su largaszancadas—. No soy una Grisha. Soy una cartógrafa. Ni siquiera soy una buenacartógrafa.

    Ivan me ignoró.

    Miré hacia atrás, sobre mi hombro, buscando a la multitud. Mal estaba

    discutiendo con el capitán del bote de arena. Como si hubiese sentido mis ojossobre él, alzó la vista y se encontró con mi mirada. Pude ver mi propio pánico yconfusión reflejados en su pálido rostro. Quería gritarle, correr hacia él, pero alsiguiente momento desapareció, tragado por la multitud.

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    Traducido por PaolaPotterhead

    e mis ojos brotaban lágrimas de frustración mientras Ivan me sacaba de latienda y me exponía al sol de finales de la tarde. Me jaló por la bajada deuna pequeña colina hacia el camino donde el coche negro del Darkling ya

    estaba esperándonos, rodeado por un grupo de Grisha Etherealki y flanqueado porfilas de caballería armada. Dos de los guardias vestidos de gris esperaban junto a lapuerta del coche con una mujer y un hombre rubio, los cuales vestían rojoCorporalki.

    —Entra —ordenó Ivan. Luego, como si recordara la orden del Darkling,

    añadió—: por favor.—No —dije.

    —¿Qué? —Ivan lucía genuinamente sorprendido. Los otros Corporalki lucíanestupefactos.

    —¡No! —repetí—. No voy a ir a ningún lado. Ha habido alguna especie deerror. Yo...

    Ivan me interrumpió, sujetándome más fuerte por el brazo. —El Darkling nocomete errores —dijo con los dientes apretados—. Entra a la carroza.

    —No quiero...Ivan bajó su cabeza hasta que su nariz se encontró a centímetros de la mía y

    prácticamente escupió:

    —¿Crees que me importa lo que quieres? En algunas horas, todo espíaFjedano y asesino Shu Han sabrá lo que ocurrió en el Abismo y vendrán a por ti.Nuestra única oportunidad es llevarte a Os Alta, detrás de los muros del palacioantes de que alguien se dé cuenta de lo que eres. Ahora, entra a la carroza.

    Me empujó a través de la puerta y entró tras de mí, tirándose en el asientoopuesto al mío con cierto asco. Los otros Corporalki se le unieron, seguidos por losguardias oprichniki , que se asentaron en ambos lados de mí.

    —Entonces, ¿soy la prisionera del Darkling?

    —Estás bajo su protección.

    —¿Cuál es la diferencia?

    La expresión de Ivan era indescifrable. —Ruega para que nunca lo averigües.

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    Fruncí el ceño y me hundí en el asiento acolchado, luego silbé de dolor. Habíaolvidado mis heridas.

    —Examínala —le dijo Ivan a la Corporalnik mujer. Sus puños estaban bordados con el gris que representaba a los Sanadores.

    La mujer cambió de puesto con uno de los oprichniki para poder sentarse a milado.

    Un soldado metió su cabeza por la puerta. —Estamos listos —dijo.

    —Bien —contestó Ivan—. Manténganse alerta y sigan moviéndose.

    —Sólo pararemos para cambiar caballos. Si nos detenemos antes de eso,sabrán que algo ha ido mal.

    El soldado desapareció, cerrando la puerta a sus espaldas. El conductor nodudó. Con un grito y el ruido de un látigo, el coche avanzó dando tumbos. Sentí

    una fría vuelta de pánico. ¿Qué me estaba ocurriendo? Consideré simplementeabrir de un golpe la puerta de la carroza y salir corriendo. Pero, ¿a dónde correría?Estábamos rodeados por hombres armados en el medio de un campo militar. Eincluso si no lo estuviésemos, ¿a dónde podría ir?

    —Por favor quítate el abrigo —dijo la mujer a mi lado.

    —¿Qué?

    —Necesito ver tus heridas.

    Consideré negarme, pero, ¿cuál era el punto? Me encogí incómodamente para

    quitarme el abrigo y dejé que la Sanadora bajara el cuello de mi camiseta. LosCorporalki eran la Orden de los Vivos y Muertos. Intenté concentrarme en la partede los vivos, pero nunca había sido sanada por un Grisha y cada músculo de micuerpo estaba tenso del miedo.

    Sacó algo de un pequeño bolso y un fuerte olor químico llenó la carroza. Meencogí del dolor mientras limpiaba mis heridas, enterrando las uñas en misrodillas. Cuando terminó, sentí una caliente sensación que escocía entre mishombros. Me mordí fuertemente el labio. La necesidad de rascarme la espalda eracasi insoportable. Finalmente, ella se detuvo y puso mi camiseta en su lugar.

    Flexioné mis hombros cuidadosamente. El dolor se había ido.—Ahora el brazo —dijo ella.

    Casi había olvidado el corte del cuchillo del Darkling, pero mi mano ymuñeca estaban pegajosas con sangre. Limpió la herida y luego sostuvo mi brazoen la luz.

    —Intenta quedarte quieta —dijo—, o quedará una cicatriz.

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    Hice lo mejor que pude, pero los empujones de la carroza lo hacían difícil. LaSanadora pasó su mano lentamente sobre la herida. Sentí mi piel latir con calor. Mi brazo empezó a picar furiosamente y, mientras veía con asombro, mi carne parecía brillar y moverse mientras los dos lados del corte se juntaban y la piel se sellaba.

    La comezón se detuvo y la Sanadora se reclinó en su asiento. Alargué la manoy toqué mi brazo. Había una cicatriz ligeramente levantada donde había estado elcorte, pero eso era todo.

    —Gracias —dije asombrada.

    La Sanadora asintió.

    —Dale tu kefta — le dijo Ivan.

    La mujer frunció el ceño pero sólo dudó por un momento antes de quitarse sukefta roja y entregármela.

    —¿Por qué necesito esto? —pregunté.—Sólo tómalo —gruñó Ivan.

    Tomé la kefta de la Sanadora. Mantuvo su expresión en blanco, pero pude verque le dolía separarse de ella.

    Antes de poder decidir entre ofrecerle o no mi abrigo manchado de sangre,Ivan tocó el techo y el vagón empezó a desacelerar. La Sanadora ni siquiera esperóa que se detuviese para abrir la puerta y balancearse hacia afuera.

    Ivan cerró la puerta de un empujón. El oprichnik se colocó de nuevo en el

    asiento a mi lado, y comenzamos a avanzar una vez más.—¿Adónde va? —pregunté.

    —De vuelta a Kribirsk —respondió Ivan—. Viajaremos más rápido conmenos peso.

    —Tú parece más pesado que ella —murmuré.

    —Ponte la kefta —dijo.

    —¿Por qué?

    —Porque está hecha de tela Materialki. Puede resistir fuego de rifles.

    Lo miré. ¿Era eso posible? Había historias de Grisha aguantando disparosdirectos y sobreviviendo lo que deberían haber sido heridas mortales. Nunca lastomé en serio, pero quizá la obra de los Fabricadores era la verdad tras esashistorias campesinas.

    —¿Todos ustedes usan esta cosa? —pregunté mientras me ponía la kefta.

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    —Cuando estamos en el campo —dijo un oprichnik. Casi salté. Era la primeravez que uno de los guardias hablaba.

    —Sólo consigue que no te disparen en la cabeza —agregó Ivan con unasonrisa condescendiente.

    Lo ignoré. La kefta era demasiado larga. Se sentía suave y desconocida, la pielalineándose cálidamente contra mi piel. Me mordí el labio. No me parecía justoque los oprichniki y Grisha usaran esta tela mientras que los soldados ordinarios no.¿Nuestros oficiales también la usaban?

    La carroza aceleró. En el tiempo que le había tomado a la Sanadora hacer sutrabajo, el anochecer empezó a descender y habíamos dejado Kribirsk atrás. Meincliné hacia adelante, esforzándome para ver fuera de la ventana, pero el mundoexterior era un borrón crepuscular. Sentí lágrimas amenazando de nuevo yparpadeé para impedirlas. Hacía unas horas, había sido una chica aterrada en

    camino a lo desconocido, pero al menos sabía quién y qué era. Con una punzada,pensé en la Tienda de los Documentos. Los otros topógrafos debían estar haciendosu trabajo en ese mismo instante. ¿Estarían de luto por Alexei? ¿Estarían hablandode mí y lo que ocurrió en el Abismo?

    Me aferré al arrugado abrigo de la armada que tenía en un bulto sobre miregazo. Claramente todo esto tenía que ser un sueño, una clase de alucinaciónalocada causada por los terrores del Abismo de las Sombras. No podía estarrealmente usando una kefta de una Grisha, sentada en la carroza del Darkling, lamisma carroza que casi me aplastaba el dí