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Fascículo 23: El evangelio de Juan, versículo por versículo (Parte 1) 1 INSTITUTO BÍBLICO DEL AIRE FASCÍCULO INTERNACIONAL NÚMERO 23 EL EVANGELIO DE JUAN VERSÍCULO POR VERSÍCULO (Parte 1) (Capítulos 1 al 3) Capítulo 1 Un enfoque del evangelio de Juan En otro fascículo, he presentado algunas notas para aquellos que escucharon varios programas en los que se ofrecía un estudio resumido del evangelio de Juan dentro de nuestro estudio general del Nuevo Testamento. El fascículo que usted está leyendo ahora es uno de los seis en los que resumiré ciento treinta programas radiales que enseñan el evangelio de Juan versículo por versículo. El apóstol Juan es el autor de este evangelio. Al leerlo, sé el propósito por el cual Juan lo ha escrito y, por lo tanto, mi propósito para leerlo, ya que Juan nos dice claramente para qué lo escribió: “Hizo además Jesús muchas otras señales en presencia de sus discípulos, las cuales no están escritas en este libro. Pero éstas se han escrito para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo, tengáis vida en su nombre” (20:30,31). Una “señal” es un milagro que prueba algo o lo que podríamos llamar “evidencia milagrosa”. Según Juan, cuando Jesucristo estuvo aquí, realizó muchas “señales”. En el último versículo de su evangelio, Juan escribe que no ha registrado todas las señales que Jesús realizó, porque, si lo hubiera hecho, el mundo entero no bastaría para contener todos los libros que habrían de escribirse.

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Fascículo 23: El evangelio de Juan, versículo por versículo (Parte 1)

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INSTITUTO BÍBLICO DEL AIRE

FASCÍCULO INTERNACIONAL NÚMERO 23

EL EVANGELIO DE JUAN

VERSÍCULO POR VERSÍCULO

(Parte 1)

(Capítulos 1 al 3)

Capítulo 1

Un enfoque del evangelio de Juan

En otro fascículo, he presentado algunas notas para aquellos

que escucharon varios programas en los que se ofrecía un estudio

resumido del evangelio de Juan dentro de nuestro estudio general

del Nuevo Testamento. El fascículo que usted está leyendo ahora es

uno de los seis en los que resumiré ciento treinta programas radiales

que enseñan el evangelio de Juan versículo por versículo.

El apóstol Juan es el autor de este evangelio. Al leerlo, sé el

propósito por el cual Juan lo ha escrito y, por lo tanto, mi propósito

para leerlo, ya que Juan nos dice claramente para qué lo escribió:

“Hizo además Jesús muchas otras señales en presencia de sus

discípulos, las cuales no están escritas en este libro. Pero éstas se

han escrito para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y

para que creyendo, tengáis vida en su nombre” (20:30,31).

Una “señal” es un milagro que prueba algo o lo que

podríamos llamar “evidencia milagrosa”. Según Juan, cuando

Jesucristo estuvo aquí, realizó muchas “señales”. En el último

versículo de su evangelio, Juan escribe que no ha registrado todas

las señales que Jesús realizó, porque, si lo hubiera hecho, el mundo

entero no bastaría para contener todos los libros que habrían de

escribirse.

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Juan nos dice que su evangelio es un relato escrito de ciertos

milagros que Jesús realizó. Comparte selectivamente su registro de

estos milagros porque quiere que creamos que Jesús es el Cristo, el

Mesías, el Hijo de Dios. Él está absolutamente convencido de que,

cuando creamos, tendremos la calidad de vida que Dios desea que

todo ser humano tenga. A esa calidad de vida, la llama “vida

eterna”.

Otra cosa que me gusta de la forma de escribir de Juan es

que lo hace en una hermosa “lengua de señas”. Este cuarto

evangelio es un ejemplo de lo que Pablo quiso decir cuando

escribió que “los judíos piden señales” (1 Corintios 1:22). Este

evangelio es una ilustración de lo que podríamos llamar la “lengua

de señas” espiritual y bíblica de los judíos.

Cuando Juan escribe el Apocalipsis, ya en el primer

versículo nos dice cómo le fue dada la revelación: “La revelación

de Jesucristo, que Dios le dio, para manifestar a sus siervos las

cosas que deben suceder pronto; y la declaró enviándola por medio

de su ángel a su siervo Juan”.

“Declaró” es una palabra muy interesante. Juan nos dice que

la forma literaria de la revelación que Dios le dio en la isla de

Patmos era una “lengua de señas” espiritual. Pablo amplía este

concepto cuando escribe sobre la historia hebrea: “Y estas cosas les

acontecieron como ejemplo, y están escritas para amonestarnos a

nosotros, a quienes han alcanzado los fines de los siglos” (1

Corintios 10:11)

La palabra griega que usó Pablo y que se traduce como

‘ejemplo’ es tupos. Esta palabra significa “tipo”, como los tipos de

una imprenta. Pablo nos dice que la literatura histórica de la Biblia

está llena de ejemplos y advertencias que son alegorías. Si

buscamos la palabra “alegoría” en un diccionario, descubriremos

que es ‘una historia en la cual personas, lugares y cosas tienen un

significado más profundo, que nos instruye moral o

espiritualmente’.

El apóstol Pablo también escribe sobre el hecho de que

Abraham tuvo dos hijos. Esto no es un mito; es historia. Pero,

después de decirnos que Abraham tuvo dos hijos, escribe: “Lo cual

es una alegoría” (Gálatas 4:22-24). Por lo tanto, Pablo sienta este

precedente: en la Biblia, la verdad histórica puede ser aplicada

alegóricamente. Esto significa que las personas, los lugares y las

cosas que aparecen en un pasaje bíblico —como los dos hijos de

Abraham— tienen un significado más profundo, que nos puede

instruir espiritualmente.

A esto me refiero cuando digo que el apóstol Juan escribe el

cuarto evangelio, como escribió el Apocalipsis, en una lengua de

señas judía, inspirada y alegórica. El Apocalipsis es un mensaje

destinado al pueblo de Dios en una lengua de señas, codificada. Si

deseamos comprender ese mensaje, debemos tener las claves para

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Fascículo 23: El evangelio de Juan, versículo por versículo (Parte 1)

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descifrarlo. En cierto sentido, esto también se aplica al evangelio de

Juan.

Este evangelio está escrito en dos niveles. Un niño puede

comprender las palabras sencillas utilizadas por Juan. En este

primer nivel, el evangelio de Juan es el más simple de los cuatro.

Pero, cuando nos damos cuenta de que Juan escribe en la lengua de

señas, con frecuencia, debemos buscar un significado más profundo

en su evangelio. Generalmente, hay un significado alegórico en el

que personas, lugares y cosas tienen otro significado, que puede

instruirnos espiritualmente. Ese nivel más profundo convierte a este

evangelio en el más profundo de los cuatro, pero, para comprender

su significado, debemos tener las claves que interpreten el código.

Solo cuando leemos el evangelio de Juan con las claves que

nos permiten acceder a ese nivel más profundo de verdad, lo

apreciamos verdaderamente. Antes de examinar este magnífico

evangelio versículo por versículo, quisiera compartir con usted

algunas claves que nos ayudarán a descifrar el código de ese

segundo y hermoso nivel de verdad en el cuarto evangelio.

La primera clave que quiero compartir con usted es el

Espíritu Santo. Simplemente, no podemos discernir la verdad

espiritual, a menos que el Espíritu Santo entre a residir en nuestra

vida (1 Corintios 2:9-16; Juan 16:13). El apóstol Pablo nos revela

por qué cuando enseña que “la verdad espiritual se discierne

espiritualmente”. El hombre natural, no espiritual, no puede

comprender la verdad espiritual y, como consecuencia de esto, dirá

que las grandes verdades espirituales son locura, según Pablo. Por

lo tanto, la primera clave que debemos tener para descifrar el

código de este profundo cuarto evangelio es que, simplemente,

debemos tener al Espíritu Santo como Maestro.

Una segunda clave que permite descifrar el código del

cuarto evangelio es darnos cuenta de que el noventa por ciento de lo

que contiene el evangelio de Juan no se encuentra en los evangelios

de Mateo, Marcos y Lucas. Por eso, Mateo, Marcos y Lucas son

llamados “evangelios sinópticos”. El contenido de esos evangelios

es sinónimo. Pero el noventa por ciento de lo que encontramos en el

evangelio de Juan no se encuentra en los evangelios “sinónimos”.

Esto significa que, si Juan no hubiera escrito este cuarto evangelio,

no conoceríamos el noventa por ciento de los hechos y las personas

de las que habla este libro.

Una tercera clave para el cuarto evangelio es comprender

que este es el único libro de la Biblia que está dirigido al incrédulo.

El apóstol Pablo escribió: “Toda la Escritura es inspirada por Dios,

y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en

justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente

preparado para toda buena obra” (1 Timoteo 3:16,17). Este pasaje

nos comunica el propósito por el cual se escribió la Biblia entera:

que todo hombre o mujer de Dios sea perfecto, es decir, completo,

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Fascículo 23: El evangelio de Juan, versículo por versículo (Parte 1)

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totalmente equipado para todas las buenas obras que su Padre

celestial desea que haga.

Esto significa que hay solo un mensaje en la Biblia para el

incrédulo, y ese mensaje es que debe arrepentirse y creer en el

evangelio. Cuando esa persona, que no creía, se arrepiente y nace

de nuevo, Dios tiene sesenta y seis pequeños libros santos —

incluyendo el evangelio de Juan— para instruirla, equiparla y

perfeccionarla para toda buena obra que Dios desee que haga.

Como veremos, hay una gran riqueza de verdades

devocionales en el evangelio de Juan, que serán de gran provecho

para el creyente. Pero este libro está dirigido, claramente, al

incrédulo, para que crea. Eso hace que el evangelio de Juan sea

único en toda la Biblia. Este propósito evangelístico del evangelio

de Juan es otra clave para una mejor comprensión de este gran

libro.

El argumento del evangelio de Juan

Una clave más que debemos considerar al estudiar este

evangelio es comprender que Juan presenta un argumento

sistemático a lo largo de todo su evangelio. Los evangelios de

Mateo, Marcos y Lucas son biografías únicas de Jesús. Tienen sus

objetivos particulares, y presentan argumentos sistemáticos

mientras nos muestran un perfil de la vida de Jesús, pero no tienen

argumentos tan sistemáticos y obvios como el que Juan presenta en

su evangelio.

Ese argumento se declara en los versículos finales del

capítulo 20, donde el autor de este evangelio nos dice para qué ha

registrado estos milagros que Jesús realizó: para que creamos que

Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y recibamos vida eterna porque

hemos creído (20:30,31). Cuando usted halle este argumento —que

Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios— sistemáticamente presentado a

lo largo del evangelio de Juan, habrá descubierto otra clave para

comprender y apreciar este evangelio.

Tres preguntas

Hay otra clave para este evangelio que está implícita en la

declaración de propósitos de Juan. Son tres preguntas cuyas

respuestas usted encontrará en todo este evangelio. En cada

capítulo, Juan las responde. La primera es: “¿Quién es Jesús?”. A lo

largo de todo su evangelio, Juan nos dice quién es Jesús.

La segunda pregunta que Juan responde es: “¿Qué es la

fe?”. ¿Qué significa creer estas cosas acerca de Jesús? Juan no solo

nos desafía a creer, sino que nos dice qué significa creer. Nos dice

qué es la fe y, además, de muchas formas, muy maravillosas, nos

muestra cómo es.

Finalmente, la tercera pregunta que Juan contesta

invariablemente en capítulo tras capítulo de su evangelio es: “¿Qué

es la vida?”. ¿De qué se trata esta vida eterna de la que nos hablas,

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Fascículo 23: El evangelio de Juan, versículo por versículo (Parte 1)

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Juan? Encontraremos la respuesta a esta tercera pregunta en cada

capítulo de este gran evangelio.

Cuando usted lea el evangelio de Juan, estas tres preguntas

—y, especialmente, sus respuestas— serán una importantísima

clave que le mostrará la aplicación personal y práctica del mensaje

que nos llega envuelto en la hermosa lengua de señas de Juan. Lea

este evangelio buscando las respuestas a estas tres preguntas:

¿Quién es Jesús? ¿Qué es la fe? ¿Qué es la vida?

Una galería de arte espiritual

Leemos que algunos griegos se acercaron al apóstol Felipe y

le pidieron: “Señor, quisiéramos ver a Jesús” (12:21). Su pedido

representa otra clave vital para comprender y apreciar este, el más

profundo de los cuatro evangelios: lea el evangelio de Juan para ver

a Jesús.

Como introducción para el evangelio de Juan, hay una

última clave que quiero compartir con usted: considere el evangelio

de Juan como si fuera una “galería de arte espiritual” en la que cada

capítulo es una “sala” diferente de esa galería. En las “paredes” (los

versículos) de cada uno de estas salas (los capítulos), hay hermosos

“retratos” de Jesús. Al leer el evangelio de Juan completo, usando

esta perspectiva como clave para comprenderlo, algunos de los

bellos retratos de Jesús en palabras que he encontrado en este

evangelio son:

En el capítulo 1, Él es el Verbo, el Verbo hecho carne, el

Creador, la Vida que era la Luz, la Luz verdadera, que ilumina a

todo hombre, que llega al mundo, Aquel que nos da el poder de

convertirnos en hijos de Dios, el Cordero de Dios que ha venido a

quitar los pecados del mundo, el Ungido, el Hijo de Dios, el

Mesías, el Cristo, Jesús de Nazaret, el Hijo de José, el Rey de

Israel, el Hijo del Hombre, y el Rabí que vivió lo que enseñaba.

En el capítulo 2, es el Dador del gozo, el que ama la casa de

su Padre, el que limpia la casa de su Padre, la Prueba viva de todas

sus afirmaciones con respecto de sí mismo, el que solo se

compromete con aquellos que se comprometen con Él, Aquel que

puede convertir agua en vino.

En el capítulo 3, es el Maestro que viene de Dios, el

Maestro que obra milagros, el Hombre celestial, el Exaltado, el

unigénito Hijo de Dios, la única Solución de Dios, el único

Salvador dado por Dios, el conjunto absoluto de criterios para la

salvación y el Esposo.

En el capítulo 4, es un judío que no tiene prejuicios, es un

Hombre cansado, es el Don de Dios, el que nos da agua viva, el

Consejero que aconseja con autoridad a las personas, un Profeta, el

Mesías, un Hombre que le dijo a una mujer todo lo que ella había

hecho, el Señor de la cosecha, el Salvador del mundo y el Dador de

la vida.

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Fascículo 23: El evangelio de Juan, versículo por versículo (Parte 1)

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En el capítulo cinco, Jesús es el gran Médico que no puede

ignorar a una gran multitud de personas débiles. Es un Hombre que

deliberadamente rompe la interpretación legalista de la Ley de

Moisés para iniciar un diálogo sobre el legalismo. Es un Hombre

que dijo ser igual a Dios. Es el Juez de toda la Tierra. Es la

Resurrección. Es la Clave para comprender todas las Escrituras.

En el capítulo 6, es el Pan de vida y el Hombre que hace una

obra significativa.

En el capítulo siete, es un Maestro que dice que su

enseñanza es la enseñanza de Dios. También, predica de manera tan

dinámica que los soldados olvidan por qué habían ido a arrestarlo.

Cuando regresan sin su Prisionero, la única explicación que pueden

dar es: “¡Jamás hombre alguno ha hablado como este hombre!”

(7:44-46). También es el origen de las dos mejores experiencias de

la vida: nacer de nuevo uno mismo, y ser el vehículo por medio del

cual corran ríos de agua viva hacia otros (7:37-39).

En el capítulo 8, Él es el Amigo de los pecadores, la Luz del

mundo, el Hombre que tiene dirección para su vida, el Hombre que

siempre agrada al Padre, la Verdad que hace verdaderamente libres

a los hombres, y el Eterno que fue antes que Abraham.

En el capítulo 9, Él es el Hombre que debe hacer las obras

de su Padre y es el Señor que acepta la adoración de un hombre que

fue sanado. Es la Luz que da vista a los espiritualmente ciegos y

revela la ceguera espiritual de quienes no creen ser ciegos.

En el capítulo 10, es el Buen Pastor de las ovejas, la Puerta

del redil, el soberano Pastor.

En el capítulo 11, Él es la Resurrección y la Vida, el que

resuelve los dos problemas más difíciles de solucionar en la vida: la

enfermedad y la muerte.

En el capítulo 12, Él es un grano de trigo que cae a la tierra

y muere para poder glorificar a Dios produciendo una gran cosecha.

Es el Cristo glorificado, es el Cristo adorado, es el Cristo popular.

En el capítulo 13, es el humilde Siervo Jesús, que asume el

rol del esclavo y lava los pies de sus discípulos. Es el Cristo que va

a partir, que deja un mandamiento con el cual se crea una

comunidad nueva.

En el capítulo 14, Él es el Cristo que regresa; es el Camino,

la Verdad y la Vida. Podríamos decir, también, que es el Cristo

dogmático, porque no solo nos dice que es el Camino, la Verdad y

la Vida, sino, también que nadie puede llegar al Padre si no es por

medio de Él. También es el Cristo que está preparando un lugar

adonde llevará a sus seguidores para que vivan con Él para siempre.

Es un Cristo consolador, que promete enviar a una Persona, una Paz

a sus seguidores para que sus corazones no se turben.

En el capítulo 15, es una Vid que busca ramas. Es el Cristo

que da vida. Es el Cristo que condena, un Cristo odiado, el Cristo

que elige.

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Fascículo 23: El evangelio de Juan, versículo por versículo (Parte 1)

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En el capítulo 16, Él es el Cristo que promete enviar al

Espíritu Santo para dar consuelo y poder a sus discípulos. Es el

Cristo abandonado, pero victorioso.

En el capítulo 17, Él es el Gran Sumo Sacerdote, que

intercede por los apóstoles y por quienes creerán por medio de

ellos.

En el capítulo 18, es el fiel Testigo que nació en este mundo

para dar testimonio de la verdad. Es el Cristo traicionado, el Cristo

inocente y el Cristo que la multitud rechaza.

En el capítulo 19, Él es el Cristo crucificado y sepultado.

En el capítulo 20, Él es el Cristo resucitado.

En el capítulo 21, es el Cristo que comisiona a sus

discípulos.

Basándonos en el propósito para escribir este libro que Juan

ha declarado (20:30,31), es de esperar que encontremos muchas

respuestas para esta pregunta (“¿Quién es Jesús?”) a lo largo de su

evangelio. Al comenzar nuestro estudio juntos, tengo una tarea para

encomendarle, un desafío para usted: lea todo el evangelio de Juan

y descubra los retratos de Jesús en palabras en cada capítulo.

Después, en oración, medite sobre el evangelio de Juan y los

retratos de Jesucristo que ha encontrado en él. Memorice al menos

un retrato de Jesús por cada capítulo de este evangelio. En el

evangelio de Juan, usted encontrará muchas, muchas respuestas a la

pregunta de quién es Jesús. A medida que encuentre estas

respuestas, irá conformando una “galería de arte espiritual” sobre

Jesucristo, que le mostrará al Señor de muchas maneras

maravillosas.

Cuando se le preguntó a la Madre Teresa qué significaba

Jesús para ella, su respuesta fue muy similar a la galería de arte

espiritual del evangelio de Juan. Rápidamente comenzó a recitar de

memoria una gran cantidad de bellas imágenes verbales de lo que

Jesús significaba para ella, que no solo se encuentran en el

evangelio de Juan. Dio un perfil de quién era Cristo, personalmente,

para ella, citando versículos desde el Génesis hasta el Apocalipsis.

Me pregunto: ¿Cuál es su visión de Cristo? ¿Quién es Jesús

para usted? ¿Qué significa para usted? Mientras medite en el

evangelio de Juan, al responder a la pregunta de quién es Jesús,

usted descubrirá que es posible conocer a Aquel que lo salvó y

descubrir todo lo que Él desea ser para usted.

Mientras lee este evangelio, observe cómo la segunda

pregunta: “¿Qué es la fe?” también se responde de muchas y

hermosas maneras. Juan nos dice qué quiere decir “creer” para él.

En el primer capítulo de este evangelio, cuando leemos cómo

conocieron a Jesús seis de los apóstoles, descubrimos algunas

respuestas prácticas a la pregunta sobre qué es la fe. Dos de estos

hombres son discípulos de Juan el Bautista, y él mismo les dice que

sigan a Jesús.

Están siguiendo, literalmente, a Cristo por un camino,

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cuando Jesús se vuelve hacia ellos y les pregunta: “¿Qué buscan?”.

Y ellos le responden, directamente: “Rabí, ¿dónde vives?”. Él

contesta: “Vengan y vean”. Leemos entonces que “Fueron, y vieron

donde moraba, y se quedaron con él". La historia continúa

relatándonos que ellos vivieron para Él, y que cada uno de ellos

murió por Él, a causa de lo que habían visto cuando tomaron el

compromiso de “ir y ver” dónde y cómo vivía Jesús.

Según esta demostración de lo que significa creer, la fe es

“ir y ver”; es vivir con Él; es preguntarle: “Cuando nos

encontramos en la vida real, ¿sirve, verdaderamente, tu

enseñanza?”. Según el apóstol Juan, descubrimos lo que realmente

es la fe cuando aplicamos personalmente los valores y las

enseñanzas de Jesús. A lo largo de todo este evangelio, veremos

hermosos ejemplos de lo que significa creer.

Basándonos en el propósito por el que Juan ha declarado

que escribió su evangelio, también encontraremos la respuesta para

la tercera pregunta: “¿Qué es la vida?”. ¿Qué es esta vida eterna de

la que Juan escribe? ¿Qué es esta calidad de vida que Dios propuso

para nosotros, y que no tenemos hasta que creemos en Jesucristo?

También encontraremos las bellas respuestas de Juan para esta

tercera pregunta a lo largo de todo su evangelio. Por ejemplo, la

vida eterna es como tomar un sorbo de agua que puede saciar

nuestra sed por el resto de nuestra vida, y como el pan que puede

satisfacer nuestra hambre por el resto de nuestra vida (4:1-42; 6:48-

51).

Ahora, lo invito a estudiar conmigo, versículo por versículo,

los veintiún capítulos de este cuarto evangelio. Mientras lo

estudiamos juntos, tengamos como clave para descifrar el

magnífico mensaje de esta profunda biografía de Jesús la búsqueda

de respuestas para estas tres preguntas: ¿Quién es Jesús?, ¿qué es la

fe? y ¿qué es la vida?

Capítulo 2

El Verbo vivo

(Juan 1:1-18)

“En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el

Verbo era Dios. Este era en el principio con Dios. Todas las cosas

por él fueron hechas, y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue

hecho. En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres. La

luz en las tinieblas resplandece, y las tinieblas no prevalecieron

contra ella” (1:1-5). “Aquella luz verdadera, que alumbra a todo

hombre, venía a este mundo” (1:9).

“En el mundo estaba, y el mundo por él fue hecho; pero el

mundo no le conoció. A lo suyo vino, y los suyos no le recibieron.

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Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les

dio potestad de ser hechos hijos de Dios; los cuales no son

engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de

varón, sino de Dios (1:10-13).

“Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros (y

vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre), lleno de

gracia y de verdad. […] A Dios nadie le vio jamás; el unigénito

Hijo, que está en el seno del Padre, él le ha dado a conocer”

(1:14,18).

En mi enfoque inicial de este evangelio, a modo de

introducción, compartí algunas claves para el mensaje único del

evangelio de Juan. En este capítulo, quisiera comenzar nuestro

estudio de este evangelio, versículo por versículo.

Me enseñaron que, cuando uno predica un sermón, debe

hacer tres cosas: Primero, decirles a las personas lo que les va a

decir. Después, decírselo y, finalmente, decirles lo que les acaba de

decir.

Esta instrucción describe la forma en que está organizado el

evangelio de Juan. Los primeros dieciocho versículos de este

evangelio son un prólogo, en el cual el apóstol Juan nos dice lo que

nos va a decir. Después, a partir del versículo 19 del capítulo 1,

hasta el versículo 29 del capítulo 20, Juan nos lo dice. Finalmente,

en los versículos 30 y 31 de ese mismo capítulo, nos dice lo que nos

acaba de decir. Esos versículos clave de este evangelio también nos

dicen por qué Juan nos ha dicho lo que nos ha dicho.

En cierto sentido, todo lo que Juan nos dirá en los veintiún

capítulos de su evangelio se nos presenta, en forma resumida, en su

prólogo. Cuando Juan nos dice lo que nos va a decir, escribe que el

Verbo estaba con Dios en el principio, y que el Verbo era Dios. Al

referirse a este “Verbo” que estaba en el principio con Dios, y era

Dios, Juan está hablando de Jesucristo.

Como señalé en mi introducción, todo este cuarto evangelio

trata sobre Jesucristo. Por lo tanto, debemos leerlo buscando a

Jesucristo. En el primer versículo de este evangelio, cuando se

refiere a Jesucristo como el “Verbo”, Juan nos presenta su primer

retrato de Jesús.

¿Qué quiere decir Juan cuando se refiere a Jesucristo como

el “Verbo”? [Algunas versiones de la Biblia, como Dios Habla

Hoy, dicen “Palabra” en lugar de Verbo]. Una palabra es un medio

de expresión. Si tengo una idea en mi mente y quiero comunicarla a

su mente, el vehículo que llevará esa idea de mi mente a la suya

será una palabra.

La idea que Juan expresa aquí es que, en el principio —

como nos lo dice, también, el relato de la creación en el libro de

Génesis—, Dios ya existía, y, en ambas inspiradas descripciones

del principio, Dios no estaba solo. En el Génesis, los pronombres

relativos referidos a Dios están en plural y, según Juan, en el

principio, el Verbo era, o existía, con Dios. Cuando Jesús ora por

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sus apóstoles, le pide al Padre que le dé nuevamente la gloria que

tenía con Él antes que el mundo fuera (Juan 17:5). Dios tenía en su

mente una idea, o una verdad, que quería comunicar al hombre.

Jesucristo fue el Vehículo de esa expresión, el Verbo o Palabra que

llevó esa idea de la mente de Dios a nuestra mente.

El prólogo de Juan concluye con una gran afirmación sobre

Jesús que lo resume todo: “A Dios nadie le vio jamás; el unigénito

Hijo, que está en el seno del Padre, él le ha dado a conocer" (1:18).

En los versículos 14 y 18, Juan nos dice que este Verbo se

hizo carne y vivió entre nosotros para que pudiéramos ver y

escuchar los pensamientos de Dios, que Jesús nos reveló en

plenitud. Más adelante, en este evangelio, Juan citará las palabras

de Jesús: “Yo soy la Verdad” y “Yo para esto he nacido, y para esto

he venido al mundo, para dar testimonio a la verdad” (14:6; 18:37).

Jesucristo era la Verdad que Dios quería compartir con usted y

conmigo.

La Biblia nos dice, en muchos pasajes, que ningún hombre

ha visto, realmente, a Dios. Hubo hombres que experimentaron

manifestaciones y revelaciones de Dios, y algunas de ellas fueron

extraordinarias y espectaculares. Pero esas expresiones o

revelaciones de Dios no eran todo lo que hay para ver de Él.

Ningún ser humano podría ver a Dios en toda su plenitud. El

Antiguo Testamento nos dice claramente que nadie podría verlo y

sobrevivir a tal experiencia (Éxodo 33:20). Ningún hombre ha visto

jamás a Dios en este sentido total. Según Juan, lo más cercano que

usted y yo llegaremos jamás a ver una total revelación de Dios es lo

que vemos cuando vemos a Jesús. Esta es otra razón por la que esta

“galería de arte espiritual” es mi favorita de los cuatro evangelios.

“El unigénito Hijo, que está en el seno del Padre” significa

que nuestro Señor Jesucristo estaba y está en íntima comunión con

el Padre. Estar en el seno de alguien significaba estar sentado a su

diestra en una cena o, en otras palabras, en el lugar más íntimo de

comunión. La esencia del significado de este versículo es que el

Hijo (el Verbo), que estaba y está en íntima comunión con Dios el

Padre, ha revelado completamente a Dios.

La palabra griega que se traduce como “lo ha dado a

conocer” hace referencia a la “exégesis”. Cuando estudiamos griego

en el Seminario, el primer año consiste en un estudio de la

gramática, el vocabulario y los aspectos básicos del idioma griego.

Si tomamos cuatro años de griego, después del primer año, los otros

tres son llamados “Exégesis”. Hacer la “exégesis” de un versículo

bíblico es sacar de ese versículo toda la verdad que contiene (ex =

‘fuera de’; gesis = ‘verdad o conocimiento’). Juan nos dice que

Jesucristo fue la exégesis de toda la verdad que una mente humana

es capaz de comprender acerca de Dios.

Como señalé cuando estudiamos las vidas de personas como

Abraham, Moisés y David, en el Antiguo Testamento, cuando Dios

desea comunicar un gran concepto —como la fe—, Él envuelve ese

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concepto en una persona. Juan nos está diciendo que Jesús fue la

Persona en quien el Dios todopoderoso envolvió toda la verdad que

deseaba comunicar a este mundo. Jesús fue esa Persona en todo lo

que era y en todo lo que hizo. También cumplió ese rol en todo lo

que dijo. En los evangelios, cada vez que leemos “y abriendo su

boca, les enseñaba”, debemos recordar que Jesucristo fue la mayor

revelación que Dios ha dado a este mundo.

Esto es lo que Juan quiere decir cuando nos dice que

Jesucristo fue y es el Verbo, o Palabra, de Dios. Jesucristo fue y es

el Verbo vivo de Dios, que estaba con Dios en el principio y era

Dios. Fue el Verbo que se hizo carne, vino a este mundo y nos dio

la exégesis de Dios a todos. La mayor revelación de Dios no es la

Biblia. La mayor revelación que Dios haya dado jamás a este

mundo es Jesucristo.

En la actualidad, la ciencia y la sofisticada tecnología nos

confrontan con asuntos éticos que implican grandes desafíos, como

la ingeniería genética, la clonación humana, el aborto y la eutanasia.

Sea cual fuere el asunto, siempre debemos comenzar por Jesús y

preguntarnos: “¿Trató Jesús este asunto, al menos en principio?”.

Lo que creemos siempre debe comenzar en Jesús. La Verdad que

era Jesús, y la verdad que Él enseñó, deben ser el fundamento y el

centro de lo que creemos, si queremos ser dignos de identificarnos

como discípulos de Jesucristo.

Jesús era Dios

En un sentido, el tema y el énfasis principal del cuarto

evangelio se expresa en las últimas cinco palabras del versículo 1:

“y el Verbo era Dios”. El Verbo del cual habla Juan no solo era en

el principio y era con Dios. ¡Este Verbo era Dios! El argumento del

evangelio de Juan es que, cuando el Verbo que era Dios se hizo

carne y nos mostró la exégesis de Dios, ¡ese Verbo era Jesucristo!

A lo largo de todo su evangelio, el objetivo de Juan es decirnos que

Jesús no era solamente una persona que cumplía la voluntad de

Dios. ¡Él era Dios! Este será el énfasis especial de las afirmaciones

de Jesús en su hostil diálogo con los líderes religiosos que Juan

registra en los capítulos 5 al 8.

La profunda verdad que Juan comparte con nosotros se

resume en la palabra “encarnación”. Encarnarse es estar “en carne”.

Juan nos dice que el Dios todopoderoso se hizo carne. El evangelio

de la Navidad es la Buena Noticia de que Dios se hizo carne para

salvarnos a todos.

Estoy tan decidido a expresarle el significado de este

concepto de la encarnación que quiero desafiarlo a utilizar su

imaginación durante unos minutos. Imagine que usted siempre

encuentra hormigas en su cocina y en toda la casa. Supongamos que

decide resolver este problema de las hormigas y descubre que

vienen de un hormiguero que está en un rincón de su jardín. Hay

una hilera de hormigas que pasan continuamente de ese hormiguero

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Fascículo 23: El evangelio de Juan, versículo por versículo (Parte 1)

12

a su casa. Las hormigas sacan comida de su casa y vuelven al

hormiguero, donde la guardan para luego comerla.

Si usted pudiera comunicarse con las hormigas que están en

ese hormiguero, podría trabajar con ellas para llegar a una solución.

Quizá, usted estaría dispuesto a dejarles algo de comida cerca de su

hormiguero, si ellas aceptaran mantenerse fuera de su casa. Después

de observar a estas hormigas, usted sabe que ellas se comunican

entre sí, pero su problema es que usted no puede comunicarse con

ellas.

Imaginemos que usted realmente quiere comunicarse con

esas hormigas, y que las ama tanto que está dispuesto a dejar de ser

humano para convertirse en hormiga. Después, iría al hormiguero

durante el tiempo suficiente como para decirles a las hormigas:

“Parezco una hormiga, pero, en realidad, soy el hombre que vive en

esa casa. Estoy dispuesto a sacrificar un par de kilos de azúcar, que

dejaré en este rincón del jardín, si ustedes se mantienen fuera de mi

casa”.

Aunque, en cierta forma, esta ilustración puede resultar

ridícula, creo que demuestra, en una pequeña escala, el significado

de este hermoso concepto bíblico de la “encarnación”. Piense en el

desafío que enfrentó Dios cuando decidió declarar el milagro y el

mensaje de la salvación a los seres humanos. La Buena Noticia que

anuncia este cuarto evangelio es que Dios amó al hombre lo

suficiente como para hacerse carne humana para poder darnos

salvación y vida eterna a usted y a mí.

En resumen

En su prólogo, cuando Juan nos dice lo que nos va a decir,

escribe que Jesús era el Verbo y que, como Verbo, era con Dios en

el principio, antes que el mundo fuese creado, y era Dios. Él se hizo

carne y vivió entre nosotros para que no solo leyéramos palabras

acerca de Dios en una página sagrada, sino que viéramos cómo es

Dios viviendo una vida humana. La palabra griega que se traduce

como “habitó” significa ‘armó su tienda’ entre nosotros. Cuando

Dios se hizo hombre, reveló lo que Dios es, realmente, y mostró

toda la verdad que podemos comprender acerca de Él (1:1, 14, 18).

Juan también nos dice en su prólogo: “En el mundo estaba,

y el mundo por él fue hecho; pero el mundo no le conoció. A lo

suyo vino [es decir, al pueblo judío], y los suyos no le recibieron.

Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les

dio potestad [autoridad] de ser hechos hijos de Dios; los cuales no

son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad

de varón, sino de Dios” (1:10-13).

Al decirnos lo que nos va a decir, el amado apóstol lo

expresa de esta manera, básicamente: “Cuando el Verbo se hizo

carne y habitó entre nosotros, se presentó a un cierto pueblo de este

mundo. Se presentó a su propio pueblo, el pueblo judío. La mayoría

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Fascículo 23: El evangelio de Juan, versículo por versículo (Parte 1)

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de los judíos no lo recibieron, especialmente sus líderes religiosos.

Pero quienes lo recibieron como debían hacerlo nacieron de

nuevo”.

En realidad, la palabra que se traduce como “recibir”, en el

versículo 12, significa, en el original, ‘creer’. Cuando Jesús estaba

aquí en la carne, no les decía a las personas que inclinaran la cabeza

y le pidieran que entrara en su corazón, porque Él estaba allí en

carne y hueso. La propuesta no era que lo recibieran de esa manera.

Eso llegaría después. La palabra “recibir”, en este versículo, es

sinónima de “creer”. Leemos que: “En el mundo estaba, y el mundo

por él fue hecho; pero el mundo no le conoció”. El poeta nos dice:

“En una cruz de madera, Cristo fue crucificado; y el monte en que

se apoyaba, Él mismo lo había formado”. Los judíos no fueron los

únicos que lo rechazaron. Un villancico navideño de origen

afroamericano exclama: “¡No sabíamos que eras Tú, Señor! ¡No

sabíamos Quién eras!”.

Pero la buena noticia es esta: algunos, sí, lo recibieron,

como los doce apóstoles. Muchos no recuerdan que los doce

apóstoles eran, todos, judíos. Algunos judíos creyeron, y a los que

creyeron, “a los que creen en su nombre, [Él] les dio potestad [esta

es la palabra griega que significa ‘autoridad’] de ser hechos hijos de

Dios”.

En otras palabras, cuando Jesús se encontraba con las

personas, la mayoría no creía cuando Él les decía quién era. Pero

algunas, sí, creyeron, y a ellas, Él les dio el poder para ser lo que

Dios siempre había deseado que fueran: hijos de Dios. Esas

personas tuvieron una experiencia como si hubieran nacido de

nuevo.

Todos habían nacido físicamente. Habían nacido de la

sangre, de la voluntad de la carne, de la voluntad del hombre.

Habían experimentado un nacimiento físico, natural. Pero cuando

recibieron de Jesús el poder de ser hechos hijos de Dios, tuvieron

un nacimiento que no era físico; era espiritual. Juan nos dice que

“nacieron de Dios” o “nacieron de lo alto”. En el tercer capítulo de

este evangelio, Jesús llama a esto “nacer de nuevo”.

Cuando lea este evangelio, observe que, después de decirnos

lo que nos va a decir aquí, en su prólogo, nos presenta encuentros

que Jesús tuvo con personas que nacieron de nuevo porque

respondieron a Jesús como debían hacerlo. Algunas de las primeras

personas con las que Jesús se entrevistó se convirtieron en sus

apóstoles. También habrá otras personas, como un rabí llamado

Nicodemo, a quien Jesús le dice que debe nacer de nuevo.

En el capítulo 4, Jesús se encuentra con una mujer junto a

un pozo en Samaria. Jesús le describe a esta mujer la experiencia

del nuevo nacimiento con un lenguaje muy diferente. Le habla de

beber un sorbo de agua viva que satisfará su sed por el resto de su

vida. En el capítulo 5, Jesús se encuentra con un hombre junto a un

estanque. En el capítulo 9, se encuentra con un hombre ciego y lo

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Fascículo 23: El evangelio de Juan, versículo por versículo (Parte 1)

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sana. Su vida se cruza con diferentes personas a lo largo de todo

este evangelio. Pero ¿qué nos expresan estos encuentros y estas

personas?

Juan nos dice directamente lo que ellos nos expresan.

Cuando Jesús se encontraba con una persona y ella no creía, no

sucedía nada. Pero si la persona creía, Jesús le daba el poder de

convertirse en un hijo de Dios, y la persona experimentaba algo.

Según Juan, esa persona nacía de Dios. En todos los capítulos que

siguen al prólogo de Juan, y en todos los encuentros que registran

esos capítulos, eso es precisamente lo que Juan nos muestra y nos

dice.

Como ya he señalado, cuando Juan llega al final de su

evangelio, nos dice lo que nos acaba de decir presentando su

propósito definido para escribir este evangelio. Básicamente, al

final del capítulo 20, Juan escribe: “No les he contado todas las

señales de Jesús, pero les he contado estas señales que Él hizo para

que ustedes crean que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, porque, si

creen lo que yo les he contado acerca de Cristo, nacerán de Dios y

tendrán vida eterna”.

Capítulo 3

El testigo

(Juan 1:6-17)

“Hubo un hombre enviado de Dios, el cual se llamaba Juan.

Este vino por testimonio, para que diese testimonio de la luz, a fin

de que todos creyesen por él. No era él la luz, sino para que diese

testimonio de la luz. [...]. Juan dio testimonio de él, y clamó

diciendo: Este es de quien yo decía: El que viene después de mí, es

antes de mí; porque era primero que yo. Porque de su plenitud

tomamos todos, y gracia sobre gracia. Pues la ley por medio de

Moisés fue dada, pero la gracia y la verdad vinieron por medio de

Jesucristo” (1:6-8, 15-17).

En los primeros capítulos de este fascículo, me he

concentrado fundamentalmente en tres versículos del prólogo del

evangelio de Juan: 1, 14 y 18 del capítulo 1. Entre esos tres, en los

versículos 6 al 8, y 15 al 17, se nos presenta a otro hombre cuyo

nombre es Juan. Es Juan el Bautista. Jesús dijo algo acerca de este

Juan, que es el mayor cumplido que haya recibido jamás un ser

humano: No hay hombre nacido de mujer que sea mayor que Juan,

y no hay profeta mayor que Juan el Bautista (Mateo 11:11; Lucas

7:28).

Según Jesús, Juan el Bautista fue el más grande de todos los

profetas y fue, simplemente, el más grande hombre que haya

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Fascículo 23: El evangelio de Juan, versículo por versículo (Parte 1)

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vivido. Ahora bien, esto debería hacer que nos detengamos a

observar a este hombre enviado por Dios, cuyo nombre era Juan.

El autor de este evangelio señala claramente que Juan no era

la Luz, sino que fue enviado para dar testimonio de ella. En este

prólogo, observe cuántas veces se utiliza el verbo “era” con

respecto a Jesucristo. Lo leemos una y otra vez en los primeros

dieciocho versículos del evangelio de Juan: “era, era, era”. Cuando

habla de Jesús, el apóstol escribe “era”, pero observe también,

cuando se nos presenta a este hombre, Juan el Bautista, cuántas

veces leemos: “no era, no era, no era”.

También observe que, cuando Jesús, el Verbo vivo, se hace

carne, Él mismo dice, con gran frecuencia: “Yo soy, Yo soy, Yo

soy”. Una manera maravillosa de estudiar la vida de Cristo en el

evangelio de Juan es estudiar todos los “Yo soy” de Jesús a lo largo

de este evangelio. Al tiempo que escuchamos a Cristo decir, vez

tras vez, “Yo soy”, observe con cuánta frecuencia escuchamos a

Juan decir lo opuesto. Escuchamos a Juan siempre decir cosas como

esta: “Este es el testimonio de Juan, cuando los judíos enviaron de

Jerusalén sacerdotes y levitas para que le preguntasen: ¿Tú, quién

eres? Confesó, y no negó, sino confesó: Yo no soy el Cristo. Y le

preguntaron: ¿Qué pues? ¿Eres tú Elías? Dijo: No soy. ¿Eres tú el

profeta? Y respondió: No. Le dijeron: ¿Pues quién eres? para que

demos respuesta a los que nos enviaron. ¿Qué dices de ti mismo?

Dijo: Yo soy la voz de uno que clama en el desierto: Enderezad el

camino del Señor, como dijo el profeta Isaías. Y los que habían sido

enviados eran de los fariseos” (Juan 1:19-24).

Cuando estas autoridades religiosas son enviadas a

entrevistar a Juan el Bautista y le preguntan cosas como: “¿Eres el

Cristo? ¿Eres Elías? ¿Eres ese profeta? ¿Quién eres? ¿Qué dices de

ti mismo?”, él responde “No” y “No soy”. Observe cuántas veces él

afirma: “Yo no soy”.

Volvemos a encontrar a este hombre en el capítulo 3. Los

discípulos de Juan se acercan a él y le dicen, básicamente: “Rabí,

todos van a escuchar a ese Hombre que tú dijiste que era más que

tú. Ya nadie viene a escucharte predicar a ti”. Y él les responde algo

así como: “Yo les dije que no soy. Les dije que Él es, pero yo, no; y

que Él debe crecer, y yo, menguar. Yo solo soy un muy buen amigo

que está en las bodas, regocijándose al ver que el Esposo ha

desposado a su novia”. (Ver 3:28-30).

El secreto de la grandeza de este hombre es que él aceptó

sus limitaciones y la responsabilidad por su capacidad. Aceptó la

responsabilidad de ser quien Dios lo creó para que fuera y también

sabía quién no iba a ser. Cuando esa “comisión” lo presionó para

que diera respuesta a su pregunta, les dijo que él era una voz que

clamaba en el desierto. Eso era quien Dios le había asignado que

fuera, lo que Dios le había asignado que fuera, y el lugar que Dios

le había asignado. Él sabía que sería necio tratar de ser más que eso

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Fascículo 23: El evangelio de Juan, versículo por versículo (Parte 1)

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y creía que la vida era demasiado valiosa como para ser menos de

lo que Dios había deseado que él fuera.

Una de las preguntas que los líderes religiosos le formularon

a Juan el Bautista fue: “¿Qué dices de ti mismo?”. El diccionario

define al “yo” (ese “ti mismo”) como: ‘la singularidad, la

individualidad de cualquier persona dada, que la hace diferente de

toda otra persona viva’.

La Biblia enseña a lo largo de todas sus páginas que, cuando

Dios hizo a Juan el Bautista, y cuando nos hizo a usted y a mí,

“rompió el molde”. Cada vez que Dios hace a un ser humano,

“rompe el molde”. No hay nadie como usted, nunca lo ha habido y

nunca lo habrá. Usted y yo fuimos diseñados por Dios para ser

únicos. Cada ser humano es diseñado por Dios para ser único. Hay

más de sesenta mil millones de dedos en el mundo, en la actualidad,

y cada uno de esos dedos tiene una huella única. Esto es un

testimonio del diseño único que Dios tiene para cada ser humano.

Lo que hoy llamamos ADN va mucho más allá, todavía, que las

huellas digitales, como confirmación de este gran milagro.

Según la Biblia, una de las primeras “consecuencias” de

nuestra salvación es lo que Pablo llama “la buena voluntad de Dios,

agradable y perfecta” para nuestra vida (Romanos 12:1,2). En otras

palabras, cuando nacemos de nuevo, descubrimos nuestra

singularidad y nuestra individualidad en Cristo. Antes de nacer de

nuevo, tendemos a imitar, a copiar, a conformarnos o a permitir ser

dominados hasta llegar a ser como todos los demás. En muchos

sentidos, somos como Esaú en el Antiguo Testamento: vendemos

nuestra primogenitura por un plato de guiso. (Ver Génesis 25:29-

34).

La Biblia se refiere a esta persona única que Dios desea que

seamos. Cuando Jesús dijo: “¿Qué aprovechará al hombre, si ganare

todo el mundo, y perdiere su alma? ¿O qué recompensa dará el

hombre por su alma?”, estaba refiriéndose a la identidad básica que

Dios quiso que tuviéramos y que nos hace diferentes de todos los

demás seres humanos. (Ver Marcos 8:36,37).

Hay una buena voluntad de Dios, agradable y perfecta, para

usted y para mí. Solo cuando aceptamos a Cristo, descubrimos esta

individualidad única. Pero una de las primeras consecuencias de

aceptar a Cristo es poder recuperar esa buena voluntad de Dios,

agradable y perfecta, para nuestra vida. Los que, como Juan el

Bautista, han descubierto el plan perfecto de Dios, aceptarán sus

limitaciones y la responsabilidad de ser quienes Dios quiere que

sean y lo que Él quiere que sean, y de estar donde Él quiere que

estén.

El ejemplo de Juan el Bautista se presenta en las páginas de

las Escrituras para desafiarnos a creer que el mismo Dios que tuvo

un propósito para la vida de Juan el Bautista tiene un propósito para

nuestras vidas. ¿Sabe usted quién quiere Dios que sea? ¿Cree que

Dios tiene un plan para lo que usted debe ser, y el lugar donde debe

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Fascículo 23: El evangelio de Juan, versículo por versículo (Parte 1)

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estar en este mundo? Esta es la forma en que debemos aplicar a

nuestras vidas personales lo que la Biblia nos dice sobre el mayor

hombre y el mayor profeta que jamás haya vivido.

El testimonio de Juan

En el primer capítulo de este evangelio, en el versículo 19,

leemos: “Este es el testimonio de Juan...” Y en el versículo 32:

“También dio Juan testimonio...” En el versículo 34, se nos relata

que Juan dijo: “...he dado testimonio...” ¿Cuál es, precisamente, el

testimonio de Juan? El testimonio de Juan es coherente con el tema

de este evangelio. Recuerde: hay un argumento sistemático que

recorre todo este evangelio. Ese argumento es parte del propósito

declarado del evangelio: convencernos de que Jesús es el Cristo, el

Mesías, el Hijo de Dios, para que podamos nacer de nuevo y tener

vida eterna.

Si retrocedemos al versículo 26, encontraremos a Juan

respondiendo a otra pregunta: “¿Por qué bautizas?”. Y él responde:

“Yo bautizo con agua; mas en medio de vosotros está uno a quien

vosotros no conocéis. Este es el que viene después de mí, el que es

antes de mí, del cual yo no soy digno de desatar la correa del

calzado” (1:26-27).

Después, en el versículo 29, leemos: “El siguiente día vio

Juan a Jesús que venía a él, y dijo: He aquí el Cordero de Dios, que

quita el pecado del mundo. Este es aquel de quien yo dije: Después

de mí viene un varón, el cual es antes de mí; porque era primero

que yo. Y yo no le conocía; mas para que fuese manifestado a

Israel, por esto vine yo bautizando con agua. También dio Juan

testimonio, diciendo: Vi al Espíritu que descendía del cielo como

paloma, y permaneció sobre él. Y yo no le conocía; pero el que me

envió a bautizar con agua, aquél me dijo: Sobre quien veas

descender el Espíritu y que permanece sobre él, ése es el que

bautiza con el Espíritu Santo. Y yo le vi, y he dado testimonio de

que éste es el Hijo de Dios” (1:29-34).

Cuando Juan fue enviado a bautizar, Aquel que lo envió le

dijo: “Un día, estarás bautizando a la gente. Entonces, bautizarás a

un Hombre, y el Espíritu descenderá sobre Él como una paloma y

permanecerá sobre Él. ¡Cuando eso suceda, sabrás que ese Hombre

es el Hijo de Dios!”. Juan da testimonio de que, cuando estaba

bautizando a Jesús de Nazaret, vio al Espíritu Santo descender de

los cielos como una paloma y permanecer sobre Jesús. Así que Juan

dice: “Y yo le vi, y he dado testimonio de que éste es el Hijo de

Dios".

Juan el Bautista presentó a Jesús con las palabras: “He aquí

el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo" (1:29). Como

el último y el más grande de los profetas, Juan el Bautista resumió

el significado de los millones de corderos que habían sido

sacrificados en obediencia a la Ley de Dios según los libros de

Éxodo y Levítico. El corazón, la base de todos estos sacrificios era

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representada por la forma básica de adoración judía de la Pascua

(Éxodo 12; Lucas 22:15,16).

La presentación de Jesús por parte de Juan el Bautista

conecta la muerte de Jesucristo en la cruz con todos esos sacrificios

de animales que constituían el corazón de la liturgia de adoración

de los judíos. Este hermoso protocolo de adoración fue instaurado

cuando Dios le dio a Moisés las instrucciones para el tabernáculo de

adoración. Muchos capítulos del libro de Éxodo parecen un libro de

instrucciones escrito por arquitectos, ya que Dios deseaba que la

liturgia que le mostraba a un pueblo pecador cómo acercarse a un

Dios santo fuera muy simple y claramente comprensible. El templo

de Salomón fue un centro permanente, lujoso, de adoración, en el

cual se continuaron durante siglos los mismos patrones litúrgicos

que habían sido prescriptos para el pequeño tabernáculo y se

practicaron allí.

Algunas personas que no conocen bien el Antiguo

Testamento me han comentado que, cuando los romanos

crucificaron a Jesús, sus seguidores inventaron la idea de que Él era

el Cordero de Dios. Pero Juan el Bautista presenta ese concepto al

principio mismo del ministerio de Jesucristo. Los apóstoles se

suman a los profetas del Antiguo Testamento y a Juan el Bautista

cuando conectan la muerte de Jesús con el cordero de la Pascua y el

infinito número de animales que se habían sacrificado en el templo

de Salomón y en el tabernáculo del desierto (Isaías 53; 1 Pedro

1:18,19; 2:23, 24; 1 Corintios 5:21).

El testigo

Antes de dejar la vida de Juan el Bautista, hay otro concepto

importante que podemos aprender de él: el concepto de ser un

testigo. Jesús dijo: “...pero recibiréis poder, cuando haya venido

sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos en Jerusalén,

en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra” (Hechos

1:8).

¿Qué es un testigo? Un testigo es alguien que ha

experimentado u observado algo, y siente la responsabilidad de

compartir lo que ha experimentado u observado. Aunque ser testigo

tiene que ver con lo que somos, más que con lo que hacemos,

nuestra responsabilidad va más allá que quiénes somos y qué

somos. Ser testigos implica hablar públicamente de lo que hemos

observado y experimentado.

Imagine que un tribunal lo convoca para que testifique.

Usted se sienta en la silla de los testigos, y le hacen preguntas sobre

lo que ha experimentado u observado. Me pregunto si el tribunal

estaría de acuerdo con que usted se niegue a testificar diciendo:

“Dejaré que mi vida dé testimonio por mí”. ¿Cree usted que eso

sería aceptable para el tribunal? Básicamente, lo obligarían a hablar,

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o lo considerarían como un desacato a la corte, una falta de respeto

a su autoridad. Un testigo habla de lo que ha observado o ha vivido.

Cuando sus potentes sermones lo enviaron a la cárcel, y

demostró gran valentía al confrontar a un rey malvado —por lo cual

fue decapitado—, Juan, verdaderamente, nos mostró otra dimensión

de lo que significa ser un testigo. La palabra griega que los autores

del Nuevo Testamento usan para decir “testigo” es, en su raíz, la

palabra “mártir”. Según este fiel testimonio, como testigos, no

debemos tener hambre y sed de felicidad ni de supervivencia, sino

de la justicia que nos hace testigos para la gloria de Dios.

Capítulo 4

Gracia y Verdad

En el prólogo de este evangelio, leemos: “Porque de su

plenitud tomamos todos, y gracia sobre gracia. Pues la ley por

medio de Moisés fue dada, pero la gracia y la verdad vinieron por

medio de Jesucristo" (1:16,17).

¿Qué significa esto? ‘Gracia’ es la traducción de la palabra

griega charis. Cuando la gracia obra en nuestra vida, se la llama

charisma o charismata. La gracia divina puede definirse como el

favor y la bendición de Dios, que no merecemos. No merecemos

nada de Él, por lo que cualquier cosa que nos dé es por gracia.

Pero, además de ser el favor inmerecido de Dios, la gracia

es, también, el poder de Dios. La gracia es la dinámica de Dios. “La

gracia es la obra de Dios dentro de nosotros y fuera de nosotros”.

La gracia es ese milagroso nuevo nacimiento que Dios obra en

nosotros sin ninguna ayuda nuestra, excepto nuestra fe. “La

voluntad de Dios nunca nos llevará adonde no pueda mantenernos

la gracia de Dios” es otra forma de tratar de explicar el concepto de

la gracia divina.

Es como si le dijéramos a Dios: “No puedo”. Y Dios nos

respondiera: “Lo sé, pero Yo puedo. Así que, si ordenas tu vida

conmigo de la manera adecuada, podrás recibir de mí la dinámica

para ser y para hacer. Así que, como ves, no es cuestión de quién o

qué eres tú, o de lo que tú puedas o no puedas hacer. Es cuestión de

quién soy Yo y de lo que Yo puedo hacer. Así que, sigue la línea

que yo te marco, y comprueba que puedo equiparte y darte poder

para ser todo lo que quiero que seas y hacer todo lo que quiero que

hagas. Sígueme, y te demostraré que esto es cierto”.

Muchas personas, cuando piensan en hacerse seguidoras de

Cristo y ven que eso implica un cambio total y absoluto de estilo de

vida de su parte, dicen: “Jamás podría hacer eso. Jamás podría vivir

así”. Por supuesto, tienen toda la razón del mundo. No podemos

vivir así; no podemos hacer eso. Ningún ser humano puede hacerlo,

a menos que reciba la gracia de Dios. Si recibe la gracia de Dios,

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entonces, puede. Ese es el significado de las palabras de los

versículos 15 al 17: “Porque de su plenitud tomamos todos, y gracia

sobre gracia”. Una buena traducción dice: “...una bendición tras

otra”.

Esta es una muy buena noticia: “Pues la ley por medio de

Moisés fue dada, pero la gracia y la verdad vinieron por medio de

Jesucristo”. Dios dio a su pueblo una verdad maravillosa a través de

Moisés. Pero cuando nos dio su más grande revelación de la verdad

a través del Verbo eterno que se hizo carne, también nos dio la

gracia sobrenatural para aplicar esa verdad a nuestra vida. Esto es,

indudablemente, una referencia al día de Pentecostés, cuando el

Espíritu Santo vino sobre los seguidores de Cristo y habitó en ellos.

Los resultados de este increíble suceso se relatan de esta manera en

el libro de los Hechos: “...y abundante gracia era sobre todos ellos”

(Hechos 4:33).

Los creyentes judíos que vivieron Pentecostés ya tenían las

Escrituras. La Ley de Dios les había sido dada por medio de

Moisés. Durante siglos, habían disfrutado de una verdad que les

mostraba cómo vivir, pero no tenían la dinámica para aplicar esa

verdad a sus vidas. Es por eso que las vidas de los creyentes del

Antiguo Testamento son, con frecuencia, advertencias para que

nosotros prestemos atención, más que ejemplos que podamos seguir

(1 Corintios 10:11).

Los autores del Nuevo Testamento, como el apóstol Pablo,

escriben que la Ley es simplemente una plomada colocada junto a

nuestra construcción torcida, para demostrarnos cuánto nos hemos

apartado de la línea recta (Romanos 3:19,20). Santiago escribe que

la Palabra de Dios es como un espejo en el que debemos mirarnos

cada mañana para ver nuestras imperfecciones (Santiago 1:22-25).

Pero cuando vemos lo torcido, cuando vemos las imperfecciones,

¿dónde encontramos el poder para enderezar lo torcido o para hacer

los ajustes que necesitamos cada mañana, cuando nos miramos en

el espejo de la Palabra de Dios? En otras palabras, ¿dónde

encontramos la gracia para enderezar nuestra vida?

Eso es lo que Juan nos dice en su prólogo cuando escribe

que podemos recibir “gracia sobre gracia”. Es una muy buena

noticia: “Pues la ley por medio de Moisés fue dada, pero la gracia y

la verdad vinieron por medio de Jesucristo”.

Venid y ved

Cuando Juan el Bautista presentó a Jesús como el Cordero

de Dios, leemos que había dos hombres con él, que eran sus

discípulos. Andrés era uno de ellos; no se nos dice quién era el otro.

Los eruditos creen que era Juan, el autor de este evangelio. Lo

creen por dos razones.

Cuando leemos que “Este [Andrés] halló primero a su

hermano Simón”, las palabras, en griego, significan, en realidad,

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que Andrés fue el primero en encontrar a su hermano. Juan también

tenía un hermano, y estas dos parejas de hermanos eran socias en

una empresa de pesca. ‘Andrés fue el primero en encontrar a su

hermano Simón (que, después, será conocido como Pedro) y se lo

presentó a Jesús’ sería el significado básico de esas palabras en

griego.

La segunda razón por la que los eruditos creen que el otro

discípulo era Juan es que el autor de este evangelio mantiene a lo

largo de todo su escrito un perfil muy bajo y se refiere a sí mismo

como “el discípulo que Jesús amaba”. Es típico de su estilo de

escritura retacear la información de que él era el otro discípulo de

Juan el Bautista que se convirtió en uno de los apóstoles de Jesús.

Cuando Juan el Bautista les indicó a estos dos discípulos

que siguieran a Jesús, leemos: “Y volviéndose Jesús, y viendo que

le seguían, les dijo: ¿Qué buscáis? Ellos le dijeron: Rabí (que

traducido es, Maestro), ¿dónde moras? Les dijo: Venid y ved.

Fueron, y vieron donde moraba, y se quedaron con él” (1:35-39).

Como señalé en mi introducción, generalmente, en el

evangelio de Juan, hay un significado más profundo. ¿Qué sucede

realmente, aquí, cuando estos discípulos de Juan el Bautista

comienzan, ahora, a seguir a Jesús, y Él les formula la pregunta que

lleva a una invitación a que vayan y vean dónde vive Él? La

pregunta: “¿Qué buscáis?” es muy profunda. Dios nos ha creado

con la capacidad de decidir. El libre albedrío del ser humano es

muy importante para Dios. Dios no viola la libertad que Él mismo

le dio al hombre, de tomar decisiones. Dado que somos capaces de

decidir, podemos buscar lo que nosotros queramos.

Los Salmos nos comunican la gran promesa de que Dios nos

dará el deseo de nuestro corazón (Salmos 37:4). Muchos devotos

creyentes reclaman, sabiamente, este versículo, como una de las

grandes promesas que Dios nos ha dado en su Palabra; y es una

gran promesa. Pero, al mismo tiempo, ese versículo es, también, un

gran desafío, porque nos plantea esta pregunta: “¿Cuáles son los

deseos de nuestro corazón?”. ¿Estamos deseando vivir un estilo de

vida inmoral? Pues bien, si eso es lo que deseamos, la decisión es

nuestra, y la vida es nuestra. Tendremos que pagar las

consecuencias, pero podemos vivir nuestra vida de cualquier

manera que lo deseemos.

Un poeta dijo: “Tarde o temprano, todo hombre debe

sentarse al banquete de las consecuencias”. Esas palabras son muy

ciertas. En sus enseñanzas, Jesús usó el argumento de las

consecuencias con gran frecuencia (Mateo 7:13-27). La vida es “un

banquete de consecuencias”, y cada uno de nosotros comerá ese

banquete tarde o temprano. Eso hace que esta pregunta sea

extremadamente importante: ¿Qué es lo que estamos buscando?

¿Cuáles son los deseos de nuestro corazón?

La pregunta que estos hombres le formularon a Jesús era

sumamente práctica. En realidad, su pregunta era: “¿Dónde lo

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vives, Maestro?”. Es decir: “¿Lo que enseñas funciona en el lugar

donde se vive la vida real todos los días?”. Muchas veces, he

pensado que todo pastor debería tener estas palabras grabadas en

una placa ubicada en un lugar visible de la pared en su oficina:

“Pastor, ¿dónde vives?”. El sermón más importante que predicamos

es la vida que vivimos en este mundo todos los días.

La pregunta que Jesús les hizo a estos hombres es aquella en

la que debemos concentrarnos continuamente cuando entramos en

la Palabra de Dios, y la Palabra de Dios entra en nosotros: “¿Qué

buscáis?”. Esta era una pregunta profunda y provocadora. Las

respuestas correctas para esta pregunta tendrán un dinámico

impacto en la calidad de vida que vivimos mientras seguimos a

nuestro Señor y Salvador Jesucristo.

Estos hombres eran muy prácticos. Eran hombres de

negocios. Creo que estaban interesados en las aplicaciones prácticas

de las enseñanzas de Jesús. Cuando lo encontraron y le hicieron esa

pregunta, básicamente, le estaban diciendo: “Mira, rabí, no

queremos una teología de salón. No queremos algo que parezca

muy prolijo sobre el pizarrón o en un libro de teología. Lo que

queremos saber es si lo que tú enseñas funciona donde nosotros

vivimos todos los días”.

Jesús era tan práctico como ellos, ya que respondió su

pregunta con una invitación: “Venid y ved”. Entonces, leemos estas

hermosas palabras: “Fueron, y vieron donde moraba, y se quedaron

con él". Como dije en la introducción, el relato continúa

diciéndonos que todos ellos vivieron por Él. En realidad, según las

Escrituras y la tradición de la historia de la Iglesia, cada uno de

ellos murió por Él, por lo que habían visto cuando tomaron el

compromiso de ir a ver dónde y cómo vivía Él.

Como ya he señalado, Juan no solo nos dice que debemos

creer, sino también nos explica qué significa creer. Tenemos un

gran ejemplo de esto aquí. Fe es tomar el compromiso de ir a ver,

de ir y caminar con Jesús, de pedirle que nos muestre cómo vivir, y

de pedirle que nos dé la gracia para vivir de esa forma.

¿Alguna vez ha hecho usted esto? ¿Se ha acercado

verdaderamente al Cristo vivo y resucitado para decirle: “Quiero

que seas mi Señor y quiero seguirte. Quiero recibir de ti la gracia

para seguirte. Quiero ir a ver cómo toda la verdad que tú trajiste a

este mundo, y la gracia para aplicarla, funcionan en las situaciones

de la vida real que vivo todos los días. Quiero comprobar que

funcionan allí”. Jesús les extiende esta invitación a todos: “Venid y

ved”.

Deberíamos formularnos otras dos preguntas y hallar sus

respuestas a medida que recorremos el evangelio de Juan: ¿Quién

es Jesús? ¿Qué es la vida? Esto es la vida: la calidad de vida que

resulta de que una persona se comprometa a reconocer la realidad

de que Jesús es el Cordero de Dios y, luego, se acerque para tomar

el compromiso de seguirlo, de manera que Él pueda mostrarle en

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las situaciones que vive en su vida real cuán cierto es que la gracia

y la verdad vinieron por medio de Jesucristo.

Lo desafío a continuar este estudio del evangelio de Juan

conmigo. Al avanzar por este magnífico evangelio, juntos, capítulo

tras capítulo, versículo por versículo, descubriremos quién es Jesús,

qué es la fe y qué es la vida.

Capítulo 5

Nacer de nuevo: qué, por qué, y cómo

“Al tercer día se hicieron unas bodas en Caná de Galilea; y

estaba allí la madre de Jesús. Y fueron también invitados a las

bodas Jesús y sus discípulos. Y faltando el vino, la madre de Jesús

le dijo: No tienen vino. Jesús le dijo: ¿Qué tienes conmigo, mujer?

Aún no ha venido mi hora. Su madre dijo a los que servían: Haced

todo lo que os dijere.

“Y estaban allí seis tinajas de piedra para agua, conforme al

rito de la purificación de los judíos, en cada una de las cuales

cabían dos o tres cántaros. Jesús les dijo: Llenad estas tinajas de

agua. Y las llenaron hasta arriba. Entonces les dijo: Sacad ahora, y

llevadlo al maestresala. Y se lo llevaron.

“Cuando el maestresala probó el agua hecha vino, sin saber

él de dónde era, aunque lo sabían los sirvientes que habían sacado

el agua, llamó al esposo, y le dijo: Todo hombre sirve primero el

buen vino, y cuando ya han bebido mucho, entonces el inferior; mas

tú has reservado el buen vino hasta ahora. Este principio de señales

hizo Jesús en Caná de Galilea, y manifestó su gloria; y sus

discípulos creyeron en él” (Juan 2:1-11).

Juan nos ha dicho en su propósito declarado para escribir

este evangelio que va a contarnos las señales, o milagros, que Jesús

realizó, porque cree que, si él organiza un registro de todas estas

señales, y nosotros lo examinamos, ese registro nos convencerá de

que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios. Juan desea que creamos eso

porque, según él, si lo creemos, tendremos vida eterna. Es

interesante que, después de decirnos lo que va a decirnos y de

declarar su propósito para escribir este evangelio, cuando Juan

comienza a contarnos estas señales, la primera que nos relata es que

Jesús fue a una fiesta de bodas y, cuando se quedaron sin vino, Él

convirtió agua en vino.

En la Biblia, el vino es un símbolo de gozo. Estoy

convencido de que, además de ser un milagro, en sentido literal,

esta historia es una hermosa alegoría. Como ya he señalado, cuando

digo que esta historia es una alegoría, no estoy sugiriendo que no se

trata de una historia real. Una alegoría es una historia en la que

personas, lugares y cosas tienen un significado más profundo, que

es moralmente o espiritualmente instructivo.

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Fascículo 23: El evangelio de Juan, versículo por versículo (Parte 1)

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Esta historia es una alegoría que se aplica al objetivo del

evangelio. Juan nos dijo que nos iba a contar que, cuando las

personas respondían a Jesús de forma adecuada, nacían de lo alto,

es decir, nacían del Espíritu. Este hermoso milagro de Jesús es una

alegoría de ese milagro de nacer de lo alto o de Dios. Esta historia

de un gran milagro presenta una alegoría de regeneración.

El primer paso para nacer de nuevo es representado por las

palabras de María, cuando se acerca a Jesús y le dice: “No tienen

vino”. Alegóricamente, esto es como decir que no tienen felicidad o

que no tienen verdadero gozo. El sufrimiento del pueblo de Dios en

ese tiempo explica que no tuvieran gozo. Habían sido conquistados

por los romanos y ahora estaban bajo el puño de hierro de su

dominación.

En la actualidad, este milagro podría comunicarnos que el

primer paso para nacer de nuevo es confesar que no hemos nacido

de nuevo. Lea las descripciones bíblicas de una persona que ha

nacido de nuevo: “De modo que si alguno está en Cristo, nueva

criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas

nuevas [por Dios]" (2 Corintios 5:17).

Cuando usted reflexiona sobre el fruto del Espíritu, o la vida

abundante que debe vivir una persona que ha nacido de nuevo,

¿piensa: “Mi vida no es así”? (Gálatas 5:22,23; Juan 10:10).

Alegóricamente hablando, es como si usted estuviera confesando:

“No tengo vino”. Según esta alegoría, ese es el primer paso que

usted debe dar si quiere nacer de nuevo. Confiese que no tiene vino,

que no tiene un gozo real, o, en otras palabras, que no ha nacido de

nuevo.

Encontramos el segundo paso de esta alegoría del nuevo

nacimiento cuando Jesús dice a los siervos que llenen las tinajas (de

80 litros de capacidad) con agua. En la Biblia, el agua es un

símbolo de la Biblia misma (Efesios 5:26).

La Palabra de Dios es el agente que Dios utiliza cuando obra

este milagro en nuestra vida. Por ejemplo, el apóstol Pablo escribe:

“Así que la fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios”

(Romanos 10:17). Pedro escribe que el nuevo nacimiento es como

el nacimiento físico. En el nacimiento físico hay una semilla, un

huevo, la concepción, el desarrollo de la vida prenatal, la crisis del

nacimiento, y luego el desarrollo y el crecimiento. Pedro escribe

que, en el nacimiento espiritual, la semilla —o “la esperma”, que es

la palabra que utiliza Pedro— es la Palabra de Dios (1 Pedro 1:23).

Estoy convencido de que el símbolo alegórico de llenar las tinajas

de agua representa el segundo paso en el proceso de nacer de

nuevo: una vez que hemos confesado que no hemos nacido de

nuevo, si queremos que esto suceda, debemos llenar nuestra

“tinaja” —nuestra mente y alma— con la Palabra de Dios.

Por eso es que yo tenía la carga de iniciar un pequeño

instituto bíblico. He descubierto que, cuando una persona entra en

la Palabra, y la Palabra entra en una persona, cuando llena sus

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“tinajas” con la Palabra de Dios, muchas veces, esa persona nace de

nuevo, porque la fe viene por oír la Palabra, y las Escrituras

inspiradas son la semilla que concibe el nuevo nacimiento. Por lo

tanto, si usted quiere nacer de nuevo, llene su tinaja, llene su mente,

llene su corazón y llene su vida de la Palabra de Dios. Ese es el

segundo paso del proceso para nacer de nuevo que se enseña,

alegóricamente, en este milagro.

El tercer paso de esta alegoría del nuevo nacimiento se nos

representa cuando María se dirige a los siervos y les dice: “Haced

todo lo que os dijere”. La aplicación es que el paso siguiente del

proceso para nacer de nuevo es: mientras esté llenando su tinaja con

el agua de la Palabra, todo lo que Jesús le diga que haga, ¡hágalo!

Cuando lea la Biblia, descubrirá que el principio que hace

que ella cobre vida no es estar familiarizado con las Escrituras. El

factor vital, que hace que la Palabra de Dios sea un poder que da

vida cuando la leemos, es lo que hacemos con relación a lo que

sabemos. La mayoría de nosotros no necesita escuchar más;

necesita escuchar mejor. Según la Parábola del Sembrador, cuando

obedezcamos la Palabra que ha sido sembrada en nuestra vida,

llevaremos mucho fruto (Lucas 8:15).

Por tanto, mientras llena su mente y su corazón con la

Palabra, si escucha la voz de Dios que le dice que haga algo, hágalo

siempre. Puede ser que, mientras usted llena su tinaja con la Palabra

de Dios, el Espíritu Santo le dé convicción de pecado sobre algo

que está haciendo y le diga: “Deja de hacer eso”. Cuando eso

suceda, obedezca siempre.

El cuarto paso de esta alegoría del nuevo nacimiento es:

cuando haya terminado con tres primeros pasos, saque del agua que

ha sido milagrosamente convertida en vino y sírvala. Como en la

alimentación de los cinco mil, debemos preguntarnos: ¿cuándo

sucedió este milagro? Precisamente, ¿cuándo se convirtió el agua

en vino? Estoy convencido de que el milagro se produjo cuando los

siervos tuvieron la fe suficiente como para servir el agua que Él les

había dicho que se había convertido en vino.

El mensaje de esta parte de la alegoría es: cuando el Cristo

vivo ha convertido su agua en vino, comparta ese milagro con otros.

Su experiencia del nuevo nacimiento debe marcar una diferencia en

sus relaciones con las personas. Si realmente ha nacido de nuevo,

¿lo sabrá su esposa?, ¿lo sabrá su esposo?, ¿lo sabrán sus padres?,

¿será obvio para sus hijos?, ¿se darán cuenta sus compañeros de

trabajo?

Por supuesto que sí, porque su experiencia del nuevo

nacimiento no solo lo cambiará a usted, sino también cambiará

profundamente sus relaciones. Así como el agua se convirtió en

vino cuando fue compartida, a medida que compartimos esta nueva

vida en nuestras relaciones, la experiencia del milagro se

perfecciona. Este bello milagro del agua que se convierte en vino es

una alegoría de lo que Juan nos dijo que nos iba a decir: que las

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personas nacían de nuevo cuando respondían adecuadamente a

Jesús y a su Palabra.

La historia de este hermoso milagro podría ser, también, una

alegoría del avivamiento. Cuando usted haya nacido de nuevo,

habrá momentos en que pensará que necesita nacer de nuevo... de

nuevo. En realidad, lo que necesita no es un nuevo nacimiento, sino

una renovación o un avivamiento de su nuevo nacimiento. Como

Jesús le dice a Pedro en su discurso del aposento alto, cuando

hemos experimentado el “baño” de la regeneración y nuestros pies

se ensucian al caminar por este mundo, no necesitamos un nuevo

“baño”. Lo único que necesitamos es un lavado de pies (Juan

13:10).

En la historia de este hermoso milagro de Jesús, hay una

fórmula que usted puede usar cuando se encuentre en necesidad de

un avivamiento. Primero: confiese que no tiene vino (Salmos

51:12). Simplemente, confiésele a Dios: “Ya no tengo el gozo que

sé que debería tener. He perdido mi gozo. No tengo vino”. Después,

el segundo paso es: llene su tinaja de la Palabra de Dios. Vaya a

algún lado y haga un retiro. Llene su corazón y su mente con la

Palabra de Dios.

El tercer paso es: mientras esté en ese retiro, preste atención

a la voz de Dios, porque Él le señalará algo y le dirá: “Hazlo”, o

señalará otra cosa y le dirá: “No lo hagas”. Siempre, haga lo que Él

le dice que haga. Entonces experimentará una renovación espiritual.

El cuarto paso es: pídale a Dios que use su avivamiento personal

para hacer que usted sea de bendición para todas las personas que

se cruzan con su vida. Cuando haya dado los cuatro pasos que nos

presenta, alegóricamente, este milagro, descubrirá que su vida en

Cristo ha sido renovada.

El impacto inmediato de este milagro fue que, por primera

vez, los discípulos creyeron en Jesús. Cuando le preguntaron dónde

vivía, fue el comienzo de sus viajes de fe. Pero Juan nos dice

claramente que la primera vez que creyeron fue cuando vieron el

agua convertida en vino. Según este evangelio, ellos

experimentaron una revelación continua de lo que era la fe mientras

seguían a Jesús. Descubrimos otra metáfora sobre la fe en Juan,

capítulo 2. Al final del capítulo, leemos que, mientras Jesús estaba

en Jerusalén, muchos creyeron en Él cuando vieron los milagros

que hacía. Pero Jesús no se comprometió con ellos, porque sabía lo

que había en el interior del hombre. No necesitaba que nadie le

dijera qué había en el interior del hombre (2:23-25).

Esta es otra interesante respuesta para la pregunta: “¿Qué es

la fe?”. Estos versículos nos dicen lo que es la fe diciéndonos lo que

la fe no es. No todo aquel que profesa fe es un auténtico creyente.

Estas personas creyeron porque vieron milagros. ¿Quién no cree

cuando ve milagros? Pero ¿un auténtico discípulo de Jesús cree

solamente cuando ha visto un milagro?

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Según esta metáfora negativa, la fe es una calle de doble vía.

La fe es que un creyente se comprometa con Cristo, y que Cristo se

comprometa con ese creyente. "Venid en pos de mí, y os haré..."

(Mateo 4:19). Así funciona la fe en Cristo. Usted toma el

compromiso de seguirlo; Él toma el compromiso de hacer algo de

su vida. Aparentemente, en este caso, estas personas creyeron, pero

su creencia era solamente un asentimiento intelectual, y no, un

compromiso del corazón. Jesús no se comprometió con ellos,

porque ellos no se habían comprometido con Él (Juan 20:29;

Romanos 10:9).

En este capítulo, Juan registra, además, el hecho de que

Jesús limpió el templo. La limpieza del templo también figura en

los evangelios sinópticos. Los otros evangelios ubican este hecho al

final de su ministerio. Juan lo sitúa al comienzo de sus tres años de

ministerio público. La única forma de armonizar esta aparente

contradicción es decir que debe de haber habido dos limpiezas del

templo. Otra observación es que Juan no se preocupa especialmente

por la precisión histórica, como Lucas. Él está tratando de

convencernos de su argumento básico, central, acerca de Jesús: que

Él era el Cristo, el Hijo de Dios.

La importancia de la limpieza del templo en el evangelio de

Juan es que este hecho constituye la señal más importante que Juan

nos presenta para probar que Jesús es el Cristo. Cuando Jesús

afirmaba que Él era Dios, y que era el Mesías, los líderes religiosos

le decían constantemente: “¿Qué señal puedes darnos?”. Cierta vez,

cuando le pidieron una señal, Jesús respondió: “Esta generación

mala y adúltera pide una señal, pero no voy a darles ninguna señal,

excepto esta: destruyan este templo —es decir, su cuerpo—, y, en

tres días, me levantaré”. (Ver Mateo 12:39-41).

Juan nos dice que, cuando Jesús fue resucitado, sus

discípulos recordaron los pasajes bíblicos del Antiguo Testamento

que profetizaban su resurrección, como el Salmo 16, en el cual se

basó Pedro para su sermón del día de Pentecostés. También

recordaron esta afirmación que hizo Jesús (Juan 2:19-22). En el

contexto de la limpieza del templo, Jesús nos da esta

importantísima señal, que, en la opinión del apóstol Juan, debería

convencernos de que Él es el Cristo, el Hijo de Dios.

En resumen: ¿Quién es Jesús en el segundo capítulo del

evangelio de Juan? En el capítulo 2, Jesús es Aquel que puede

convertir nuestra agua en vino. Podemos acercarnos a Jesús, y Él

tomará nuestros problemas, que son como agua, y los convertirá en

vino. Cuando usted invite a Jesús a entrar en su vida, Él convertirá

el agua de su debilidad en el vino del verdadero gozo.

Hay muchas aplicaciones de este milagro. También se puede

aplicar esta historia a la predicación o la enseñanza de la Palabra de

Dios. Uno de mis profesores preferidos, el Dr. J. Vernon McGee,

nos compartió a los jóvenes seminaristas, en 1952, que, cuando

predicaba a cuatro mil personas todos los domingos: “Algunas

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veces, tengo un mensaje que creo que Dios me ha dado. Pero,

francamente, es material bastante débil. Es solo agua. Pero Dios me

dice: ‘Entrégalo, McGee’, y yo lo hago. En algún lugar, entre el

púlpito y el banco de la iglesia, Él lo toca, y esa agua se convierte

en vino. No sé cómo lo hace, ¡pero lo hace!”.

El Dr. McGee nos dijo a los jóvenes que aspirábamos a ser

predicadores: “Cuando Dios les dé un mensaje, compártanlo. Quizá

piensen que es solo agua, pero ¡predíquenlo! Cuando ustedes

compartan esa agua, en algún lugar entre el púlpito y el banco de la

iglesia, Dios la tocará, y esa agua se convertirá en vino”. Desde

1952, descubrí que esto es cierto. En Juan, capítulo 2, Jesús es

Aquel que puede convertir nuestras muchas y diferentes clases de

agua en vino.

¿Qué es la fe en el capítulo 2? Fe es seguir estos pasos para

el nuevo nacimiento o el avivamiento: Sea sincero con Dios y

confiésele que usted no tiene vino. Confiésele que no ha nacido de

nuevo, o que no está disfrutando del gozo del Espíritu y necesita un

avivamiento. Después, llene su tinaja con la Palabra de Dios. Pase

mucho tiempo en la Palabra de Dios. ¡Y todo lo que Dios le diga

que haga mientras está leyendo su Palabra, hágalo! Después,

comparta los resultados de su avivamiento espiritual personal con

otras personas. Comparta la Biblia y el gozo que ha encontrado en

el contexto de sus relaciones con todas las personas que, por

providencia divina, se cruzan con su vida.

¿Y qué es la vida en el segundo capítulo del evangelio de

Juan? Vida es nacer de nuevo. Juan nos dirá de muchas y hermosas

maneras, en muchos de estos capítulos, que la vida es nacer de

nuevo. En este capítulo, la vida es la experiencia de que nuestra

agua sea convertida en vino. La vida es la consecuencia de entrar en

una relación de fe con Jesucristo en la que usted se compromete con

Él, y Él se compromete con usted. Saber que Jesucristo le ha

entregado a usted todo lo que Él es y lo que tiene debería darle una

calidad de vida superior. La vida es, también, que nuestro templo

personal sea limpiado cuando el pecado lo hace necesario.

Capítulo 6

“Debes nacer de nuevo”

El capítulo 3 es el más conocido del evangelio de Juan. Es el

que registra el encuentro de Jesús con un rabí llamado Nicodemo.

Para nuestro estudio de este capítulo, léalo en el contexto de lo que

Juan nos dijo que nos iba a decir. En su prólogo, Juan, básicamente,

escribió: “Esto es lo que voy a contarles: cuando una persona creía

en Jesús, nacía de nuevo”. En el capítulo 2, alegóricamente, por

medio del agua que se convirtió en vino, Juan nos dijo cómo Jesús

dio una alegoría del nuevo nacimiento al realizar su primer milagro.

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En los capítulos 3, 4 y 5, Juan nos dará ejemplos de

personas que nacieron de nuevo. El primero es el rabí Nicodemo. El

idioma original sugiere que este hombre era un maestro famoso o

muy estimado en aquella época, en Jerusalén (3:10). La tradición

nos dice que Nicodemo era hermano de Josefo, el historiador judío.

Aunque, en el capítulo 3, no leemos que Nicodemo haya

nacido de nuevo, volvemos a encontrarlo luego en el evangelio de

Juan. Aproximadamente por la mitad del evangelio, leemos que

Nicodemo defendió a Jesús delante del Sanedrín y, cerca del final

del evangelio de Juan, leemos que tuvo el valor de colaborar en la

sepultura de Jesús (7:50; 19:39). En ese punto, la tradición continúa

la historia y nos dice que Nicodemo había nacido de nuevo,

verdaderamente, y que sufrió gozosamente la pérdida de todo lo que

tenía, por Cristo.

Nicodemo se acercó a Jesús de noche y, notablemente, abrió

la conversación con Jesús llamándolo “rabí”. Esto es

verdaderamente digno de atención. Debemos recordar que,

humanamente hablando, Jesús es un carpintero que proviene de un

lugar bastante desprestigiado —Nazaret—, pero, aquí, vemos a un

destacado maestro de Israel llamando a Jesús rabí y diciendo:

“Sabemos que has venido de Dios como maestro; porque nadie

puede hacer estas señales que tú haces, si no está Dios con él”. Es

notable que Nicodemo se haya acercado a Jesús. Hacemos mucho

énfasis en el hecho de que lo hizo de noche. Quizá lo hizo porque

trabajaba todo el día, o porque no quería que nadie supiera que él

iba a ver a Jesús.

La explicación más importante sobre por qué Nicodemo fue

a ver a Jesús es que lo hizo porque estaba impresionado por las

cosas que lo había visto hacer. Esa es, obviamente, la razón por la

que quería escuchar lo que Jesús tenía para decir. Si pensamos que,

en la actualidad, la situación es diferente, nos engañamos a nosotros

mismos. Las personas solo quieren escuchar lo que tenemos para

decirles cuando están impresionadas por lo que nos ven hacer.

Recordemos que Jesús ponía un gran énfasis, más en la

práctica, que en la profesión. Aquí vemos el fruto de esa filosofía.

Alguien ha dicho: “Lo que realmente creemos es lo que hacemos.

Lo demás son solo palabras religiosas”. Solo porque estaba

impresionado por lo que veía hacer a Jesús, este gran rabino quiso

escuchar su “charla religiosa”. Solo cuando están impresionadas por

lo que nos ven hacer, las personas se interesan por nuestra “charla

religiosa”.

De esta manera comienza el intrigante diálogo. Cuando

Nicodemo comienza con esta afirmación que es un elogio para

Jesús, Él tiene la puerta abierta para comunicarle sus palabras

religiosas: “De cierto, de cierto (de veras, de veras) te digo,

Nicodemo, que si un hombre no nace de nuevo, no puede ver el

reino de Dios. A menos que nazca del Espíritu y del agua, nunca

entrará al reino de Dios. Lo que es nacido de la carne, (solo) carne

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es. Así que, no te maravilles de que te diga: ‘Debes nacer de

nuevo’”.

Estas palabras han hecho que el tercer capítulo de Juan sea

conocido como “el capítulo del nuevo nacimiento”. ¡Nacer de

nuevo! ¿Qué quiere decir esto, realmente? Al encarar el tema del

nuevo nacimiento, ante todo, debemos formularnos esta pregunta:

¿Cuál es el propósito del nuevo nacimiento? Observe que Jesús no

enseña el nuevo nacimiento como un fin en sí mismo. El nuevo

nacimiento es un medio para un fin, según Jesús. Él no solo dice:

“Debes nacer de nuevo”. También nos dice por qué.

Debemos nacer de nuevo porque no podemos ver el reino de

Dios ni podemos entrar en el reino de Dios a menos que, o hasta

que, nazcamos de nuevo. Es que el tema central, aquí, no es el

nuevo nacimiento, sino el reino de Dios. El reino de Dios es el fin;

el nuevo nacimiento es un medio para el fin, que es el reino de

Dios.

Según Jesús, también debemos nacer de nuevo porque lo

que nace de la carne es (solo) carne. Cuando la Biblia usa la palabra

“carne”, se refiere a la naturaleza humana sin intervención de Dios.

Nuestro nacimiento físico solo nos hace criaturas físicas. Podríamos

decir que Jesús estaba enseñando, básicamente, que nacer

físicamente solo nos hace animales complejos. Si queremos ser

criaturas espirituales, debemos nacer espiritualmente.

¿Qué es el reino de Dios? Aprendimos la respuesta a esa

pregunta cuando estudiamos el Antiguo Testamento y el Sermón

del Monte (Mateo 5-7). El reino de Dios es el ámbito en el cual

Dios reina. La verdad, simplemente, es esta: Dios es Rey y tiene un

ámbito sobre el cual reina. Si Dios reina sobre usted, entonces,

usted es parte de su reino. Si usted es un súbdito leal, y Él es su Rey

de reyes y Señor de señores, entonces, usted ha visto su reino y ha

entrado en su reino.

Muchos creen que el reino de Dios es el cielo, al que se va

después de morir. Su interpretación de las palabras de Jesús en su

encuentro con Nicodemo es: “Nunca irás al cielo, cuando mueras, a

menos que hayas nacido de nuevo”. Estoy persuadido de que no es

esto lo que Jesús quiso decir al pronunciar estas conocidas palabras.

Básicamente, Jesús le dijo a Nicodemo: “Nunca verás la

realidad de que Dios desea ser tu Rey a menos que nazcas de

nuevo; y jamás entrarás en esa clase de relación con Dios a menos

que nazcas de nuevo. Pero, cuando nazcas de nuevo, verás a Dios

como tu Rey y entrarás en esa clase de relación con Dios; no

cuando mueras, ¡sino ahora mismo!”. Según Jesús, la primera

“consecuencia” del nuevo nacimiento es que confesaremos, como

lo hizo Tomás: “¡Señor mío, y Dios mío!” (Juan 20:28).

El apóstol Pablo enseñó esta misma verdad cuando declaró

que nadie puede decir que Jesús es Señor, excepto por el Espíritu

Santo (1 Corintios 12:3). En el Nuevo Testamento, los creyentes

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ven el reino de Dios y entran en él cuando llaman a Jesús, Señor,

además de llamarlo Salvador. Vemos esa relación con Jesús y

entramos en ella cuando nacemos de nuevo. La primera

“consecuencia” de haber nacido de nuevo será que Él sea, real y

concretamente, nuestro Señor y nuestro Rey.

Cierta vez organicé un retiro con los ancianos de la iglesia

que yo pastoreaba. Les di una tarea para hacer. Les pedí que

meditaran sobre dos preguntas y las respondieran por escrito. La

primera pregunta era: “Según la enseñanza de Jesús en la segunda

mitad de Mateo, capítulo seis, ¿cuáles deberían ser sus

prioridades?”. La segunda pregunta era: “Teniendo en cuenta la

forma en que ustedes emplean el tiempo, el dinero, sus energías, sus

afectos y todas las cosas que forman la esencia de sus vidas, ¿cuáles

son sus prioridades reales y concretas?”.

Les pedí que fueran muy sinceros al responder estas

preguntas; y lo fueron. Yo había iniciado esa iglesia, y la mayoría

de ellos había asistido a ella durante muchos años. Habían

escuchado mi enseñanza más de una vez. Me quedé pasmado

cuando uno dijo: “Por primera vez en mi vida, veo que Jesús dijo

que Él debe ser mi prioridad número uno. El reino de Dios debe ser

mi primera prioridad. Eso es, claramente, lo que Jesús enseña aquí.

Nunca lo había visto antes”. Y, en su respuesta a la segunda

pregunta, escribió: “Teniendo en cuenta la forma en que estoy

empleando mi vida, para ser totalmente sincero, lo más importante

en mi vida soy yo, mi esposa, mi hijo, mi retiro y la seguridad;

cosas así. Me pregunto qué lugar ocupa Jesús, verdaderamente,

entre mis prioridades”.

Cuando vi que todos habían respondido las dos preguntas en

forma similar, compartí con ellos algunos versículos de este tercer

capítulo de Juan. Entonces, les dije: “Jesús dijo: ‘Cuando ustedes

nazcan de nuevo, verán que Dios debe ser su Rey’. Cuando ustedes

nazcan de nuevo, entrarán en una relación con Dios en la que, en

forma real y concreta, Él es su Rey”. Esto no significa que Él

siempre tiene absolutamente el primer lugar en nuestra vida —si así

fuera, seríamos perfectos—, pero sí, significa que, al menos, hemos

visto esa relación y hemos entrado en esa clase de relación con Él.

Se trataba de una iglesia evangélica, en la que todos

profesaban ser nacidos de nuevo cuando se unían a la iglesia. Les

dije, entonces, a estos ancianos: “Muchos de ustedes han dicho aquí

que nunca habían visto esta verdad del reino antes de hoy y que

jamás, en realidad, habían entrado en esa clase de relación con Dios

y con Cristo en la que Él es Rey de reyes y Señor de señores en

nuestra vida. Dado que ver el reino de Dios y entrar en el reino de

Dios son las primeras evidencias de haber nacido de nuevo, ¿tienen

ustedes derecho a decir que han nacido de nuevo?”.

Cuando Jesús comparte sus “palabras religiosas” con

Nicodemo, este miembro del Sanedrín le formula dos veces la

misma pregunta. Su pregunta es: “¿Cómo?”. ¿Cómo puede un

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hombre nacer de nuevo? ¿Puede, cuando ya es viejo, entrar

nuevamente en el vientre de su madre y nacer? Jesús parece un

poco molesto a causa de esta pregunta. Básicamente, lo que le dice

es: “Aquí estás tú, que eres un extraordinario maestro de Israel. He

usado una ilustración terrenal, común, y no puedes comprenderla.

¿Qué harías si te dijera algo realmente espiritual, como esto: Nadie

ha subido al cielo, sino yo. Nadie ha descendido del cielo, sino yo;

y nadie está en el cielo, sino yo?”.

Creo que, mientras dice esto, Jesús mira a Nicodemo

directamente a los ojos. Jesús le dice a este distinguido rabí que Él

mismo estaba en el cielo mientras estaba allí, delante de él. Cuando

Jesús afirmó esto, Nicodemo ni siquiera preguntó “¿Cómo?”.

Entonces, parafraseando y resumiendo, Jesús le recuerda a

Nicodemo una historia que ha quedado registrada en el Libro de

Números. Los hijos de Israel estaban en el desierto y se quejaban.

Dado que Dios odia las quejas (Números 14:26-31, Filipenses

2:14), envió serpientes para que picaran a los que se quejaban. Pero,

después, envió también un mensaje de misericordia. Le indicó a

Moisés que levantara una serpiente de bronce sobre una asta en el

centro del campamento. Así se proclamó el mensaje de misericordia

a todos los quejosos que habían sido picados por serpientes: “Si

logras llegar, aunque sea arrastrándote, o consigues que alguien te

lleve hasta el centro del campamento, cuando mires esa serpiente de

bronce, ¡serás sanado de la picadura!”. (Números 21).

Algunos dijeron: “Mirar un pedazo de bronce no va a curar

la picadura”. Así que murieron por el veneno. Pero otros dijeron:

“No tiene sentido, en realidad, pero es la única esperanza que

tengo”. Consiguieron alguien que los llevara, fueron arrastrados o

se arrastraron ellos mismos hasta el centro del campamento, y

miraron la serpiente de bronce. Y fueron sanados de las picaduras al

mirarla.

Este es solo uno más de los muchos milagros del Antiguo

Testamento, hasta que leemos el tercer capítulo de este evangelio.

En este punto de su diálogo con Nicodemo, Jesús hace la

afirmación más dogmática que han registrado los autores de los

cuatro evangelios (3:14-21). Parafraseando y resumiendo, le dice a

este distinguido rabí: “Yo debo ser levantado sobre una cruz

(crucificado). Debo ser levantado sobre una cruz, porque soy el

único Hijo de Dios. Como único Hijo de Dios, al morir en esa cruz,

soy la única Solución para el problema del pecado, y el único

Salvador del pecado, enviado por Dios. Cuando sea levantado en

esa cruz, así como esos que fueron picados por serpientes, por

haberse quejado, fueron sanados, los que me miren con fe en la cruz

serán sanados de su problema de pecado. Serán hechos sanos.

Tendrán vida eterna, para siempre”.

Según Juan el Bautista, el Hombre-Dios, Jesucristo, era el

Cordero de Dios que vino al mundo para quitar los pecados del

mundo. Ahora aprendemos de Jesús que Él iba a resolver el

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Fascículo 23: El evangelio de Juan, versículo por versículo (Parte 1)

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problema del pecado muriendo en una cruz por todos nosotros.

Jesús lo deja bien en claro cuando le dice a Nicodemo: “Porque de

tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito,

para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida

eterna” (3:16).

Básicamente, esa fue la respuesta de Jesús al “¿cómo?” de

Nicodemo. En cierto sentido, Jesús contestó esa pregunta con una

sola palabra: “cree”. ¿Qué significa creer? Como ya he señalado,

Juan nos dice y nos muestra qué significa creer en todos los

capítulos de este evangelio. En este capítulo, vemos la fe ilustrada y

demostrada en las personas que miran la serpiente de bronce y son

curadas de las picaduras.

De la misma manera, con un simple acto de fe, usted y yo

miramos a Jesús en su cruz y le decimos a Dios: “Creo que Jesús es

tu único Hijo; creo que Él es tu Solución para el problema del

pecado, y que Jesús es el único Salvador que nos has dado. Ahora,

confío en que tu Hijo es mi Salvador personal”.

Jesús le dijo a Nicodemo, y a usted y a mí, que cualquier

persona que cree, puede nacer de nuevo. Tenemos una parte que

cumplir en esto de nacer de nuevo: nuestra parte en este gran

milagro es creer. Eso es, verdaderamente, muy simple. Nuestra

parte es creer que Jesucristo murió en la cruz por nuestros pecados.

La parte que Dios cumple en este nuevo nacimiento es una

dimensión que usted y yo jamás entenderemos. Usted no tuvo que

aprender obstetricia para nacer en este mundo. Su rol en el

nacimiento físico fue pasivo: usted fue dado a luz. Es algo que le

sucedió. Jesús enseñó que debemos ser “dados a luz”

espiritualmente. No enseñó que podemos darnos vida espiritual

nosotros mismos. Cumplimos ciertas condiciones: hacemos nuestra

parte, que es creer. Entonces, Dios hace su parte. Dios nos da vida

eterna y abundante por medio de la experiencia del nuevo

nacimiento.

Jesús comparó el rol de Dios en el nuevo nacimiento con el

viento. Escuchamos el sonido del viento, pero no podemos verlo.

Cuando hay un gran huracán, los meteorólogos son los primeros en

admitir que no podemos predecir adónde soplará el viento a

continuación. Jesús presenta esta metáfora y luego anuncia: “Así es

con el que es nacido del Espíritu”. Nunca comprenderemos la parte

que juega Dios en el nuevo nacimiento, y no tenemos por qué

comprenderla. Nuestra parte es muy simple. Jesús la ha reducido a

una palabra: “¡Cree!”.

Estos versículos que he parafraseado y resumido se

convierten en su afirmación más dogmática cuando Él le dice a

Nicodemo que quienes creen su declaración sobre el significado de

su muerte en la cruz no son condenados, sino tienen vida eterna.

Quienes no creen son condenados; y no, a causa de su pecado, sino

porque no creen lo que Él ha dicho acerca de su muerte en la cruz

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Fascículo 23: El evangelio de Juan, versículo por versículo (Parte 1)

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(3:16-18). Esta es la afirmación más dogmática que Jesús haya

hecho jamás.

Además de todo esto que he compartido sobre la enseñanza

de Jesús, Él les envió un mensaje a los líderes espirituales del

pueblo judío a través de este distinguido miembro del Sanedrín. La

esencia de su mensaje era: “Ustedes deben comenzar de nuevo.

Deben comenzar de otra manera: ¡deben comenzar por mí!”.

Las tres preguntas

¿Quién es Jesús en Juan, capítulo 3? Jesús es el Hijo

unigénito de Dios. Es la única Solución para el problema del

pecado. Es el único Salvador del pecado. Dios no tiene ninguna otra

solución ni ningún otro salvador, sino su unigénito Hijo, Jesucristo.

Ese es Jesús en Juan, capítulo 3.

¿Qué es la fe en este capítulo? La fe es “mirar y vivir”. Hay

un himno que está basado en esta metáfora, titulado: “Mira y vive”.

Charles Haddon Spurgeon, uno de los más grandes predicadores

que haya predicado el evangelio jamás, se convirtió mientras se

cantaba ese himno. Con una fe sencilla, vio la verdad de que el

evangelio de Jesucristo es, simplemente: “Mira y vive”. Esa es,

también, la fe, en Juan, capítulo 3.

¿Qué es la vida en este capítulo? La vida es nacer de nuevo.

La vida comienza cuando nacemos de nuevo, vemos el reino de

Dios y entramos en el reino de Dios. La vida es ver que Dios desea

ser nuestro Rey. La vida es entrar en una relación con Dios por

medio de la cual Él es, real y concretamente, nuestro Rey.

Querido amigo, termino preguntándole: ¿Alguna vez ha

mirado usted a Jesús como la única solución a su problema de

pecado? ¿Ha creído, no solo con su mente, sino también con su

corazón, que Él murió por sus pecados? ¿Ha nacido de nuevo? ¿Ha

visto a Jesús como Rey de su vida? Si no es así, por favor, lea estos

primeros tres capítulos del evangelio de Juan nuevamente y pídale a

Dios que lo ayude a ver su reino y a entrar en él.

Si ya ha entrado en su reino y es un seguidor de Cristo, lo

desafío a que comparta el gozo de su salvación con todos los que

Dios acerca a su vida. Como María les dijo a los siervos, lo desafío

a que sea obediente y haga todo lo que Él le haga saber que quiere

que usted haga.