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que es algo terrible que su profe- sión no haya sido real. Tiemblen, señores, a la diestra de Dios. Allí está la balanza y tendrán que ser pesados en ella, y si son hallados faltos, su porción tendrá que ser entre los engañadores, y ustedes saben dónde es eso: es en el más profundo abismo del infierno. Tiembla, amigo diácono, tiembla, miembro de la Iglesia, si no eres lo que profesas ser; te espera una condenación de un tipo más fiero  y más horre ndo que aun para el impío y el réprobo. De lo alto de tu profesión serás arrancado. Has construido tu nido entre las estre- llas, pero tendrás que hacer tu ca- ma en el infierno. Has decorado tu cabeza con una corona, pero tendrás que llevar una corona de fuego; esos finos vestidos te serán arrancados, ese oropel y esa pintu- ra te serán quitados, y tú, desnudo para tu vergüenza, siendo el blan- co de burlas de los demonios, te convertirás en objeto de siseo in- cluso de los condenados del infier- no, cuando te señalen y clamen: “allí va el hombre que se destruyó por engañar a otros. Allí está el desventurado que hablaba de Dios  y hablab a de Cristo, y no se cons i- deraba como uno de nosotros, y ahora él está atado también en el manojo que será quemado”. La última palabra es para quie- nes no son profesantes del todo. Dios ha establecido una diferencia entre ustedes y los justos. ¡Oh, mis queridos amigos, yo les suplico que le den vueltas a ese pensa- miento en sus mentes! No hay tres caracteres, no hay vínculos inter- medios; no hay una frontera entre los justos y los malvados. Hoy tú eres ya sea un amigo de Dios o Su enemigo. En esta hora o has sido  vivifi cado o estás muerto; y, ¡oh!, recuerda que cuando llegue la muerte será el cielo o el infierno para ti, ángeles o diablos tendrán que ser tus compañeros, y las lla- mas tendrán que ser tu lecho y tu cobertor de fuego, o de lo contra- rio las glorias de la eternidad serán tu herencia perpetua. Re- cuerda que el camino al cielo está abierto. “El que cree en el Señor Jesús será salvo”. Cree en Él, cree en Él, y vive. Confía en Él, y serás salvo. Deposita la confianza de tu alma en Jesús, y serás librado aho- ra. Que Dios te ayude a hacer eso ahora, y ya no habrá más ninguna diferencia entre tú y los justos, si- no que serás uno de ellos, y es- tarás con ellos en el día cuando Jesús venga para sentarse en el trono de Su padre David para re- inar entre los hombres. SERMÓN PREDICADO LA MAÑANA DEL DOMINGO 25 DE MARZO DE 1860 POR CHARLES HADDON SPURGEON EN EXETER HALL, STRAND, LONDRES. Impreso en los talleres de PUBLICACIONESBAUTISTAS “Compartiendo la Palabra de Dios en todas las direcciones Porque la palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante qu e toda espada de dos filos; . . .  Hebreos 4:12 [email protected] Separando lo Precioso de lo Vil 16  Sermones Evangélicos Clásicos  Pastor del Tabernáculo Bautista Metropolitano de Londres.   www.spurgeon.com.mx

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que es algo terrible que su profe-sión no haya sido real. Tiemblen,señores, a la diestra de Dios. Allíestá la balanza y tendrán que serpesados en ella, y si son halladosfaltos, su porción tendrá que serentre los engañadores, y ustedessaben dónde es eso: es en el másprofundo abismo del infierno.Tiembla, amigo diácono, tiembla,miembro de la Iglesia, si no eres loque profesas ser; te espera unacondenación de un tipo más fiero

 y más horrendo que aun para elimpío y el réprobo. De lo alto de tuprofesión serás arrancado. Hasconstruido tu nido entre las estre-llas, pero tendrás que hacer tu ca-ma en el infierno. Has decorado tucabeza con una corona, perotendrás que llevar una corona defuego; esos finos vestidos te seránarrancados, ese oropel y esa pintu-ra te serán quitados, y tú, desnudopara tu vergüenza, siendo el blan-co de burlas de los demonios, teconvertirás en objeto de siseo in-cluso de los condenados del infier-no, cuando te señalen y clamen:“allí va el hombre que se destruyópor engañar a otros. Allí está eldesventurado que hablaba de Dios

 y hablaba de Cristo, y no se consi-deraba como uno de nosotros, yahora él está atado también en elmanojo que será quemado”.

La última palabra es para quie-nes no son profesantes del todo.Dios ha establecido una diferenciaentre ustedes y los justos. ¡Oh, misqueridos amigos, yo les suplicoque le den vueltas a ese pensa-miento en sus mentes! No hay trescaracteres, no hay vínculos inter-medios; no hay una frontera entrelos justos y los malvados. Hoy túeres ya sea un amigo de Dios o Suenemigo. En esta hora o has sido

 vivificado o estás muerto; y, ¡oh!,recuerda que cuando llegue lamuerte será el cielo o el infiernopara ti, ángeles o diablos tendránque ser tus compañeros, y las lla-mas tendrán que ser tu lecho y tucobertor de fuego, o de lo contra-rio las glorias de la eternidadserán tu herencia perpetua. Re-cuerda que el camino al cielo estáabierto. “El que cree en el SeñorJesús será salvo”. Cree en Él, creeen Él, y vive. Confía en Él, y serássalvo. Deposita la confianza de tualma en Jesús, y serás librado aho-ra. Que Dios te ayude a hacer esoahora, y ya no habrá más ningunadiferencia entre tú y los justos, si-no que serás uno de ellos, y es-tarás con ellos en el día cuandoJesús venga para sentarse en eltrono de Su padre David para re-inar entre los hombres.

SERMÓN PREDICADO LA MAÑANA DEL DOMINGO 25 DE MARZO DE 1860POR CHARLES HADDON SPURGEON

EN EXETER HALL, STRAND, LONDRES.

Impreso en los talleres de PUBLICACIONES BAUTISTAS 

“Compartiendo la Palabra de Dios en todas las direcciones” 

Porque la palabra de Dios es viva y eficaz, y máscortante que toda espada de dos filos; . . .

 Hebreos 4:12

[email protected]

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 Sermones Evangélicos Clásicos 

 

Pastor del Tabernáculo Bautista Metropolitano de Londres. 

 www.spurgeon.com.mx

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¿Pero qué dice el propietario deesclavos cuando tú le dices quemantener en esclavitud a nuestrossemejantes es un pecado, y un pe-cado condenable, inconsistentecon la gracia? Él replica: “Yo nocreo tus calumnias; mira al Obispode tal y tal, o el ministro de tal y tallugar, ¿no es acaso un buen hom-

 bre, y no expresa gimoteando:„Maldito sea Canaán‟? ¿No citaacaso a Filemón y a Onésimo? ¿No

 va y habla de la Biblia, y les dice asus esclavos que deberían sentirsemuy agradecidos por ser sus escla-

 vos, pues Dios Todopoderoso loshizo a propósito para que disfruta-ran del raro privilegio de ser azo-tados por un amo cristiano? Nome digas” –dice- “si eso fuera ma-lo, no tendría a la Iglesia de su la-do”. Y así la Iglesia libre de Cristocomprada con Su sangre tiene quellevar la vergüenza de maldecir a

 África y de mantener a sus hijos enla esclavitud. Que el buen Señornos libre de este mal. Si los comer-ciantes de Manchester y los mer-caderes de Liverpool tienen unaparticipación en esta culpa, que almenos la Iglesia esté libre de estecrimen que llena el infierno. Loshombres han intentado ardua-mente hacer que la Biblia apoyeeste compendio de todas las vi-llanías, pero la esclavitud, la cosaque contamina a la Gran Repúbli-ca, tal esclavitud es muy descono-cida para la Palabra de Dios, y porlas leyes de los judíos era imposi-

 ble que pudiera existir jamás. Heconocido a hombres que citan tex-tos como excusas por ser condena-

dos, y no me sorprende que algu-nos hombres puedan encontraruna Escritura para justificar lacompra y venta de las almas de loshombres.

¿Y qué piensan ustedes que esregresar a casa, a nuestra propiatierra, que mantiene el sistema decomercio que se aplica entre noso-tros? Todos ustedes saben que haynegocios donde no es posible queun joven sea honesto en la tienda,donde, si declarara la verdad com-pleta, sería despedido. ¿Por quées, piensan ustedes, que se man-tiene el sistema de etiquetar los

 bienes en el aparador que difierende lo que se vende adentro o deexhibir una cosa y luego dar otroartículo, o el sistema de decirmentiras piadosas a través delmostrador con la intención de ob-tener un mejor precio? Ese siste-ma no resistiría ni una hora si nofuera por los cristianos profesan-tes que lo practican. No tienen el

 valor moral para decir de una vezpor todas: “No tendremos nadaque ver con estas cosas”. Si lohicieran, si la Iglesia renunciara aestas costumbres profanas, el ne-gocio cambiaría dentro de los si-guientes doce meses. Los puntalesdel delito grave y los apoyos de latruhanería son estos cristianosprofesantes que doblan sus espal-das para hacer lo que otros hom-

 bres hacen; quienes, en vez dehacer frente al torrente, se rinden

 y nadan siguiendo la corriente,siendo como los pescados muertosen nuestras iglesias que van con lacorriente, a diferencia de los peces

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de Dios por sus obras malvadas yforasteros para la mancomunidadde Israel. Los israelitas, el antiguopueblo de Dios, son puestos antenosotros como los representantesde aquellos que por la gracia hancreído en Cristo, que temen a Dios

 y procuran guardar Sus manda-mientos. La tarea de esta mañanaserá mostrarles, primero, la dife-rencia; en segundo lugar, cuándose ve esa diferencia; y en tercer lu-gar, la razón por la que debe verse;sobre este último punto voy a aci-catear sus mentes, exhortándolosa hacer esa diferencia cada vezmás conspicua en su vida cotidia-na.

I. Primero, entonces, LA DI-FERENCIA. El Señor ha estable-

cido una diferencia entre quienesson Su pueblo y quienes no lo son.

Hay muchas distinciones entrelos hombres que un día serán bo-rradas, pero permítanme recor-darles de entrada que esta es unadistinción eterna. Entre las dife-rentes clases de hombres, los ricos

 y los pobres, hay canales de inter-comunicación, y eso es algo muyconveniente, pues entre menos semantengan las distinciones de cla-se será mejor para la felicidad detodos. No ha de conservarse el te-

 jido social manteniendo una co-lumna a expensas de otra, ni pin-tando de dorado el techo pero des-cuidando los cimientos. La man-comunidad es una, y la prosperi-dad de una clase es proporcional-mente la prosperidad de todos.Pero hay una distinción tan am-

plia que verdaderamente podemosdecir de ella: “Una gran sima estápuesta entre nosotros y vosotros”,

 y entre más ancha sea la línea dedemarcación, más feliz será parala iglesia y mejor para el mundo.Hay una distinción de una anchu-ra infinita entre el pecador muertoen pecado y el hijo de Dios vivifi-cado por el Espíritu que ha sidoadoptado en la familia del Altísi-mo. Con respecto a esta distinciónpermítanme hacer los siguientescomentarios.

Primero, la distinción entre los justos y los malvados es suma-mente antigua. Fue ordenada porDios desde antes de la fundacióndel mundo. Jehová escribió losnombres de Sus elegidos en el pac-to eterno; por ellos Cristo asumióel compromiso de que Él sería Sufianza y el sustituto para sufrir enel lugar y en la posición de ellos.Los compromisos del pacto fueronhechos en favor de ellos y exclusi-

 vamente de ellos. Sus nombresfueron inscritos desde la eternidaden el libro de Dios y fueron graba-dos en las piedras preciosas delpectoral de su grandioso sumo sa-cerdote. Fueron luego apartadosen el pacto: “Jehová ha escogido alpiadoso para sí”. Mientras el mun-do entero estaba bajo el maligno,estas preciosas joyas fueron selec-cionadas del muladar de la caída.Ciertamente por naturaleza noeran mejores que otros hombres;con todo, la soberanía divina, del

 brazo de la gracia divina, selec-cionó a algunos para que fueran

 vasos de misericordia que debían

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ser hechos aptos para el uso delSeñor, en quienes Jehová mos-traría no únicamente Su miseri-cordia sino la plenitud de Su gra-cia y las riquezas de Su amor.Otras distinciones son meramentetemporales; son cosas que crecie-ron ayer y morirán mañana; peroesta es más antigua que los mon-tes eternos. Antes de que el cieloestrellado fuera extendido o quefueran cavados los cimientos de latierra, el Señor había establecidouna diferencia entre Israel y Egip-to. Esto, sin embargo, es un pode-roso secreto, y aunque hemos dedecirlo tal como lo encontramosen la Palabra, con todo, no debe-mos entrometernos intrusamentecon él.

Dios ha establecido otra distin-ción, es decir, una distinción vital.Entre el justo y el malvado hayuna distinción esencial de natura-leza. Hay algunos entre ustedesque imaginan que la única dife-rencia entre el verdadero cristiano

 y cualquier otra persona es sim-plemente esta: que el uno asisteregularmente a su lugar de adora-ción, que es más consistente en lapráctica de ceremonias, que nopodría vivir sin la oración privada

 y cosas semejantes. Permítemeasegurarte que si no hay una dife-rencia más grande que esta entreotro hombre y tú, tú no eres unhijo de Dios. La distinción entre elinconverso y el convertido es mu-cho más amplia que esto. No esuna distinción de vestido o de for-ma externa sino de esencia y denaturaleza. Traigan aquí una ser-

piente y un ángel: hay una distin-ción entre los dos de tal carácterque la serpiente no se podría con-

 vertir en un ángel, sin importar elesfuerzo que hiciera; el ángel nopodría comer el polvo que formael alimento de la serpiente, ni laserpiente podría alzar su voz ycantar el himno seráfico de los

 bienaventurados. Una distincióntan amplia como esa es la que hayentre el hombre que teme a Dios yel hombre que no le teme. Si túeres todavía lo que siempre fuistepor naturaleza, no puedes ser un

 verdadero cristiano y es completa-mente imposible que te conviertasen uno por tus propios medios.Puedes lavarte y limpiarte, puedes

 vestirte y abrigarte; serás el hijo dela naturaleza finamente vestido,pero no el hijo viviente del cielo.Tú tienes que nacer de nuevo; tie-nes que recibir una nueva natura-leza en tu interior; una chispa dedivinidad tiene que caer en tu pe-cho y tiene que arder allí. La natu-raleza caída únicamente se puedelevantar a la altura de la naturale-za, tal como el agua solo fluirá tanalto como su fuente; y como túestás caído en la naturaleza, asídebes permanecer a menos queseas renovado por la gracia. Diospor Su infinito poder ha vivificadoa Su pueblo: Él los ha sacado de su

 vieja naturaleza; aman ahora lascosas que una vez odiaron, y odianlas cosas que una vez amaron. Pa-ra ellos las cosas viejas “pasaron;he aquí todas son hechas nuevas”.El cambio no consiste en quehablan más solemne y religiosa-

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ningún efecto. No dudo en decirque hay decenas de miles de cris-tianos profesantes cuyo testimo-nio ante el mundo es más dañinoque benéfico. El mundo los mira ydice: “Bien, ya veo: tú puedes serun cristiano, y sin embargo, seguirsiendo un pillo”. “¡Ah!”, -dice otro-“tú puedes ser un cristiano, medoy cuenta; pero entonces tendrásque ser una persona triste y mise-rable”. “¡Ah!”, clama otro, “a estoscristianos les gusta beber el peca-do en secreto detrás de la puerta.Su cristianismo consiste en que noles gusta pecar abiertamente, peropueden devorar la casa de una viu-da cuando nadie está mirando;pueden ser borrachos, sólo quetiene que ser en un grupo muy pe-queño; no les gustaría que se des-cubra que están mareados dondehay cien ojos que los están miran-do”. Ahora, ¿qué es todo eso? Essimplemente esto: que el mundoha descubierto que la Iglesia visi-

 ble no es la pura Iglesia de Cristopuesto que no es fiel a sus princi-pios, y no opta por la rectitud y laintegridad que son las señales dela genuina iglesia de Dios. Muchoscristianos olvidan que están dandoun testimonio: no piensan que al-guien los está viendo. Ay, pero los

 vigilan. No hay personas más vigi-ladas que los cristianos. El mundonos lee desde la primera letra denuestras vidas hasta la última y sipueden encontrar una falla –  yque Dios nos perdone pues pue-den encontrar muchas- con segu-ridad van a magnificar la falla tan-to como puedan. Por tanto, este-

mos muy atentos para vivir cercade Cristo, para caminar en Susmandamientos siempre, para queel mundo vea que el Señor haceuna diferencia.

Pero ahora tengo que decir al-go muy triste: no quisiera tenerque decirlo, pero tengo que hacer-lo. Hermanos y hermanas, a me-nos que conviertan en su tarea co-tidiana ver que exista una diferen-cia entre ustedes y el mundo,harán más daño que el bien queposiblemente pudieran hacer. LaIglesia de Cristo tiene que rendircuentas de muchos horrendos pe-cados en este día. Permítanmemencionar uno que no es sino untipo de otros. ¿Por qué mediospiensan ustedes fueron asegura-dos los grilletes en la muñeca denuestro amigo que está sentadoallí, un hombre como nosotros,aunque de piel negra? Es la Iglesiade Cristo la que mantiene a sushermanos bajo servidumbre; si nofuese por esa Iglesia, el sistema deesclavitud regresaría al infierno dedonde salió. No habría verdugosque azotaran a los esclavos si nofuera porque hay hombres aptospara ese oficio tan degradante; sino se encontrara ministros cristia-nos que pueden justificar la escla-

 vitud desde el púlpito, y miembrosde la iglesia que venden a los hijosde seres más nobles que ellos mis-mos, si no fuera por esto, Áfricasería libre. Albert Barnes dijo la

 verdad cuando afirmó que la es-clavitud no podría existir ni poruna hora si no fuera por la tole-rancia de la Iglesia Cristiana.

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pués de que Cristo hubo ascendidoal cielo, el Evangelio fue predicadoen todas las partes conocidas delmundo y hubo quienes se convir-tieron a Cristo en las más inhospi-talarias regiones. El Evangeliohabía ido más lejos que los barcosde Tarsis; las columnas de Hércu-les no habían limitado la diligenciade los apóstoles. El Evangelio fueproclamado a tribus salvajes e in-civilizadas, a pictos y escoceses y alos fieros britanos. Se fundaroniglesias, algunas de las cuales hanpermanecido en su pureza hastaeste día. Y todo esto, yo creo, fueen parte el resultado de esa impac-tante y marcada diferencia entre laIglesia y el mundo. Ciertamente,durante el período después de queConstantino profesó ser cristianocambiando con los tiempos por-que vio que fortalecería su imperio–a partir del tiempo cuando laIglesia comenzó a ser vinculadacon el estado- el Señor la dejó, y laentregó a la esterilidad, y se escri-

 bió Icabod sobre sus muros. Fueun día negro para la cristiandadcuando Constantino dijo: “Soycristiano”. “Con este signo ven-ceré”, dijo él. Sí, esa fue la verda-dera razón de su pretendida con-

 versión. Si podía conquistar pormedio de la cruz, eso era bastante

 bueno; si hubiera podido conquis-tar por Júpiter le habría dado lomismo. A partir de aquel momen-to la Iglesia comenzó a degenerar-se. Y llegando a la Edad Media nopodías reconocer la diferencia en-tre un cristiano y un mundano,¿dónde ibas a encontrar piedad en

absoluto, o vida o gracia en la tie-rra? Entonces vino Lutero, quiencon un férreo agarre arrancó a laIglesia del mundo y la retiró a ries-go de hacerla pedazos. No queríaque estuviera vinculada en afini-dad con el mundo; y entonces, “Selevantaron los reyes de la tierra, ypríncipes consultaron unidos con-tra Jehová y contra su ungido”;pero el que mora en los cielos serió; el Señor se burló de ellos. LaIglesia salió venciendo y para ven-cer, y su principal arma era su dis-conformidad para con el mundo,su salida de entre los hombres.Pon tu dedo sobre cualquier pági-na próspera de la historia de laIglesia, y yo voy a encontrar unanotita marginal que dice así: “Enesta época los hombres podían verfácilmente donde comenzaba laIglesia y dónde terminaba el mun-do”. Nunca hubo buenos tiemposcuando la Iglesia y el mundo seunieron en matrimonio.

Pero aunque este argumento bastara para mantener a la Iglesia y al mundo aparte, hay muchosotros. Entre más separada esté laIglesia del mundo en sus actos yen sus máximas, más verdadero essu testimonio por Cristo y más po-tente es su testimonio contra elpecado. Nosotros somos enviadosa este mundo a testificar contra losmales; pero si nosotros mismosnos involucramos en él, ¿dóndequeda nuestro testimonio? Si no-sotros mismos somos encontradosdeficientes, somos falsos testigos;no somos enviados por Dios;nuestro testimonio no tiene

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mente, o que han dejado de ir alteatro, o que no pasan su vida enlas frivolidades del mundo: ese noes el cambio; es una consecuenciade él, pero el cambio es más pro-fundo y más vital que eso; es uncambio de la propia esencia delhombre. Ya no es más el hombreque una vez fue: ha sido“renovado en el espíritu de sumente”, ha nacido de nuevo, ha si-do regenerado, recreado: es un ex-traño y un forastero aquí abajo; nopertenece más a este mundo sinoal mundo venidero. Entonces, eneste sentido, el Señor ha estableci-do una diferencia entre Israel yEgipto.

Quisiéramos comentar, adicio-nalmente, que a esta diferencia denaturaleza le sigue una diferenciaen el tratamiento judicial de losdos hombres. Con ambos, los tra-tos de Dios son justos y rectos.¡Lejos está de Él ser injusto con al-guien! El Señor nunca es severomás allá de lo que la justicia exige,ni es clemente más allá de lo quela justicia permite. Aquí viene elimpío, el hombre no regenerado;él argumenta sus buenas obras,sus oraciones, sus lágrimas; el Se-ñor le juzgará de acuerdo a susobras, y ¡ay de aquel día para él!,será verdaderamente un día deaflicción pues pronto descubriráque sus mejores perfecciones soncomo trapo de inmundicia y quetodas sus buenas obras sólo parec-ían ser buenas porque él estaba enlas tinieblas y no podía ver lasmanchas que las pervertían. Seacerca otro hombre, es el hombre

renovado. Dios trata con él justa-mente, es cierto, pero no de acuer-do a la balanza de la ley. Él mira aese hombre como acepto en CristoJesús, justificado por medio de la

 justicia de Cristo y lavado en Susangre, y ahora trata con ese hom-

 bre, no como un juez con un cri-minal, ni como un rey con unsúbdito, sino como un padre consu hijo. Ese hombre es acogido enel seno de Jehová; su ofensa es su-primida; su alma es constante-mente renovada por la influenciade la gracia divina y los tratos deDios con él son tan diferentes delos tratos de Dios con otro hom-

 bre, como el amor de un esposodifiere de la severidad de un mo-narca airado. Por un lado, es sim-ple justicia; por el otro lado, esamor ferviente; por un lado, la in-flexible severidad de un juez, y porel otro lado, el afecto ilimitado delcorazón de un padre. Entonces, enesto también, el Señor ha estable-cido una diferencia entre Israel yEgipto.

Esta distinción es realizada enla providencia. Es verdad que parael ojo desnudo un evento les ocu-rre a ambos; sufre el justo así co-mo el malvado y van a la tumbaque está señalada para todos los

 vivos; pero si pudiéramos mirarmás de cerca a la providencia deDios, veríamos líneas de luz quedividen la senda del piadoso de lasuerte del transgresor. Para el jus-to cada providencia es una bendi-ción. Una bendición envuelve to-das nuestras maldiciones y todasnuestras cruces. Nuestras copas

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son algunas veces amargas perosiempre son saludables. Nuestraaflicción es nuestro bienestar.Nunca somos perdedores pornuestras pérdidas, sino que más

 bien nos enriquecemos para conDios cuando empobrecemos conrespecto a los hombres. Sin em-

 bargo, para el pecador, todas lascosas obran conjuntamente paramal. ¿Es próspero? Es como la

 bestia que es engordada para elmatadero. ¿Está sano? Es como laflor que se abre que está maduran-do para la guadaña del segador.¿Sufre? Sus sufrimientos son lasprimeras gotas de la eterna grani-zada de la venganza divina. Si elpecador pudiera abrir sus ojos sedaría cuenta de que todo para éltiene un aspecto negro. Para él lasnubes están cargadas de truenos, yel mundo entero está vivo con te-rror. Si la tierra pudiera hacer loque quisiera, haría que se des-prendieran de su seno los mons-truos que olvidan a Dios. Pero alos justos todas las cosas les ayu-dan a bien. Venga lo malo o vengalo bueno, todo terminará bien; ca-da ola lo transporta apresurada-mente a su deseado puerto y aunel viento tempestuoso hincha sus

 velas y le conduce más rápida-mente hacia el puerto de paz. ElSeñor ha establecido una diferen-cia entre Israel y Egipto en estemundo.

Sin embargo, esa diferencia sehará más claramente evidente enel día del juicio. Entonces, cuandoÉl se siente en el trono de Su glo-ria, apartará los unos de los otros,

como aparta el pastor las ovejas delos cabritos. Dará voces a Susángeles, diciendo: “Recojan de mireino a todos los que sirven de tro-piezo, y a los que hacen iniqui-dad”. Entonces, con la filosa hozen su mano, el ángel volará por enmedio del cielo y recogerá la ciza-ña, y la atará en manojos paraquemarla. Pero, descendiendo deSu trono, sin delegar la deleitabletarea en ningún ángel, el Rey mis-mo, el Segador coronado, tomaráSu propia hoz de oro y recogerá eltrigo en Su granero. ¡Oh!, enton-ces, cuando el infierno abra am-pliamente sus fauces y se trague alos impenitentes, cuando descien-dan al pozo del abismo como lohicieron en la antigüedad Coré,Datán y Abirán, cuando vean a los

 justos entrando a torrentes en elcielo, como un chorro de luz, en-fundados en sus vestidos brillan-tes y resplandecientes, cantandotriunfantes himnos y sinfonías co-rales, entonces se verá que el Se-ñor ha establecido una diferencia.Cuando a través de la sima infran-queable el rico vea a Lázaro en elseno de Abraham, -cuando desdeel más profundo abismo del infier-no el condenado vea al que esacepto, glorificado en la bienaven-turanza- entonces resaltará la ver-dad, escrita en letras de fuego:“Jehová hace diferencia entre losegipcios y los israelitas”.

II. Pasamos a nuestro segun-do punto: ¿CUÁNDO SE VEESA DIFERENCIA? 

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tiendo que era algo terrible caer enlas manos de un Dios airado y en-trar en ese fuego que todo lo devo-ra. En el lecho de muerte será ma-nifiesto que el Señor ha estableci-do una diferencia entre Israel yEgipto.

III. Me he dado prisa en estosdos primeros puntos porque quie-ro detenerme muy enérgica y muysolemnemente en mi último pun-to. Hablamos con respecto a la di-ferencia que se ve entre los justos

 y los malvados. Mi último puntoes: ¿POR QUÉ DEBE VERSEESA DIFERENCIA? Tengo aquíun objetivo y un sentido prácticos;

 y yo espero que si el resto delsermón los deja indiferentes, esto,al menos, vivifique sus concien-cias.

Esta es una época que contienemuchos signos esperanzadores;con todo, si juzgamos de acuerdo ala regla de la Escritura, hay algu-nas señales muy negras en este si-glo. Temo algunas veces que laúnica época con la que podemosser comparados realmente es eltiempo antes del diluvio, cuandolos hijos de Dios se casaban conlas hijas de los hombres, y cuandocesó de haber una distinción entrela Iglesia y el mundo. Hay que re-conocer con franqueza que hayuna mezcla tal en nuestros días,un compromiso tal, un tal estira yencoge de ambos lados de lascuestiones religiosas, que somoscomo una masa leudada, mezclada

 y unida. Todo esto está mal, puesDios siempre ha pretendido que

haya una distinción tan clara ypalpable entre los justos y los mal-

 vados como la distinción entre eldía y la noche.

Mi primer argumento es este.Cuando la Iglesia se ha distinguidoclaramente del mundo, ha prospe-rado siempre. Durante los tres pri-meros siglos el mundo odiaba a laIglesia. La prisión, la hoguera, laspatas del caballo salvaje, estas co-sas eran consideradas demasiado

 buenas para los seguidores deCristo. Cuando un hombre se hac-ía cristiano, renunciaba a padre ymadre, a hogar y tierras, es más, asu propia vida también. Cuando sereunían tenían que hacerlo en lascatacumbas, usando velas al me-diodía porque había oscuridad enlas profundidades de la tierra.Eran despreciados y desechadosentre los hombres. “Anduvieronde acá para allá cubiertos de pie-les de ovejas y de cabras, pobres,angustiados, maltratados”. Peroentonces era la época de los héro-es; era el tiempo de los gigantes.Nunca prosperó más la Iglesia nifloreció tan verdaderamente comocuando fue bautizada en sangre.La barca de la Iglesia nunca nave-ga tan gloriosamente como cuan-do el rocío sangriento de susmártires cae sobre su cubierta.Nosotros tenemos que sufrir y te-nemos que morir si hemos de con-quistar jamás este mundo paraCristo. ¿Hubo alguna vez un mila-gro tan sorprendente como la pro-pagación del Evangelio durantelos primeros dos o tres siglos? Enun plazo de cincuenta años des-

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aprovecha inescrupulosamente.Ese hombre no es ningún cristia-no; registren eso como algo cierto.Hay otro hombre: siente un an-helo por la ganancia, pues eshumano, pero su corazón odia elpecado, pues ha sido renovado porla gracia divina. “No” –dice- “esmejor cerrar la tienda que ganar-me la vida deshonestamente; esmejor que quede arruinado en es-ta vida que quedar arruinado en elmundo venidero”. La máxima delestablecimiento al otro lado de lacalle es “Tenemos que vivir”; lamáxima de esta tienda será:“Tenemos que morir”. Los clientespronto saben en qué lugar tra-tarán con ellos muy honestamen-te, y allí descubres en algún gradoque el Señor ha establecido unadiferencia entre Egipto e Israel.

Pero para no entretenerlos de-masiado en este punto: esa dife-rencia brilla muy vívidamente enla hora de la muerte. ¡Oh, cuánclara es esa diferencia algunas ve-ces! La última vez que el cólera vi-sitó Londres con severidad, aun-que yo tenía muchos compromisosen el campo, renuncié a ellos parapermanecer en Londres. Es el de-

 ber del ministro estar siempre enel lugar de visitación y de enfer-medad. Nunca vi más conspicua-mente que entonces en mi vida ladiferencia entre el hombre que te-me a Dios y el hombre que no leteme. Me llamaron un día lunes,como a eso de las tres y media, pa-ra ir a ver a un hombre que se es-taba muriendo. Fui a visitarlo, yentré en el lugar donde estaba

acostado. Él había ido a Brightonel domingo en la mañana en unaexcursión, y regresó enfermo; yallí yacía al borde de la tumba. Yome quedé a su lado, y le hablé. Laúnica conciencia que tenía era unpresentimiento de terror mezcladocon el estupor de la alarma: pron-to aun eso se había esfumado, y yotuve que quedarme suspirando allícon una pobre anciana que lo hab-ía cuidado, sin ninguna esperanzacon respecto a su alma. Regresé acasa. Entonces me llamaron paraque viera a una joven mujer; sumuerte era también inminente,pero era un espectáculo hermoso,muy hermoso: ella estaba cantan-do aunque sabía que se estabamuriendo; hablaba con quienes larodeaban, les decía a sus herma-nos y hermanas que la siguieran alcielo, y se despidió de su padresonriendo como si se tratara de undía de bodas. Ella estaba feliz y era

 bendecida. Vi entonces muy clara-mente que si no hay una diferen-cia en el goce de la vida, hay unadiferencia cuando llegamos a lahora de nuestra muerte. Pero elprimer caso que mencioné no es elpeor que haya visto jamás. He vis-to a muchos al momento de sumuerte cuyas historias de nadaserviría contar. Los he visto cuan-do sus globos oculares han estadomirando penetrantemente desdesus cuencas, cuando han conocidode Cristo y han oído el Evangelio,pero, no obstante, lo han rechaza-do. Han estado muriendo enagonías tan extremas que uno solopodía huir de la habitación sin-

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Nuestra respuesta es: se ve amenudo en el templo de Dios. Doshombres suben al templo a ado-rar; se sientan el uno junto al otroen la casa de Dios; a ambos se lespredica la palabra; ambos la escu-chan, tal vez con igual atención; eluno prosigue su camino y olvida,pero el otro recuerda. Regresanotra vez: el uno escucha y el minis-tro es para él como alguien que to-ca una agradable melodía en uninstrumento; el otro escucha y llo-ra; siente que la palabra es viva ypoderosa, más cortante que unaespada de dos filos. Penetra en suconciencia; le atraviesa, le hiere enlo más vivo; cada palabra pareceser como una flecha disparada porel arco de Dios que encuentra un

 blanco en su conciencia. Y ahoraregresan nuevamente. El unosiente por fin que la palabra es su-

 ya; por medio de ella ha sido con-ducido al arrepentimiento y a la feen Cristo, y ahora sube a cantar lasalabanzas de Dios como Su hijoacepto; mientras que el otro siguecantando como un mero formalis-ta –se une a una adoración en lacual siente muy poco interés- y si-gue elevando su voz en una ora-ción en la que su corazón está muyausente. Si yo tuviera aquí estamañana un montón de limadurasde acero y de cenizas mezcladasentre sí, y quisiera detectar la dife-rencia entre las dos cosas, sólotendría que insertar un imán; laslimaduras serían atraídas y las ce-nizas permanecerían inertes. Lomismo sucede con esta congrega-ción. Si yo quisiera saber hoy quié-

nes son aquellos que son el Israelde Dios y quiénes son todavía losegipcios bastardos, todo lo que senecesita es predicar el Evangelio.El Evangelio encuentra al pueblode Dios; tiene una afinidad conellos. Cuando viene a ellos y elEspíritu Santo de Dios abre suscorazones, ellos lo reciben; se afe-rran a él y se regocijan en él; encambio, quienes no son de Dios,quienes no tienen parte ni interésen la redención de Cristo, lo oyenen vano e incluso son endurecidospor él, y siguen su camino para pe-car con mayor ímpetu después detodas las advertencias que han re-cibido.

Dinos, ahora, mi querido oyen-te –para que te quede más claro-¿has visto alguna vez esta diferen-cia entre otra persona y tú? ¿Oyesahora el Evangelio como no lo oís-te nunca antes? Esta es la época deoír; hay más personas que asistenahora a nuestros lugares de adora-ción que antes, pero aun así, losque son bendecidos no son los oi-dores sino los hacedores de la Pa-labra. Dinos, entonces, ¿has sidoconducido a oír la Palabra comonunca antes la oíste? ¿La escuchasesperando que sea bendecida parati, deseando que tu conciencia seasometida a ella tal como el oro sesomete a la mano del orfebre? Sies así, he ahí el primer signo deuna diferencia que Dios ha puestoentre los egipcios y tú.

Pero va más allá. Si el israelitaes consistente con su deber, comopienso que debe serlo, en brevesiente que le incumbe salir del re-

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sto de la humanidad y unirse a laIglesia de Cristo. “El Señor ha es-tablecido una diferencia”, dice;“ahora voy a mostrar esta diferen-cia. Mi Señor ha dicho: „El quecreyere y fuere bautizado, serásalvo‟. Yo no pongo ninguna con-fianza en el bautismo, pero tengoque mostrar que ya no soy más loque era. Deseo ser obediente a miSeñor y Maestro. Deseo cruzar elRubicón. Voy a desenvainar mi es-pada contra el mundo y de una vezpor todas voy a deshacerme de la

 vaina. Anhelo hacer algo que lehaga ver al mundo que yo estoycrucificado para él, y que él estácrucificado para mí. Luego, queme entierren en agua, „en el nom-

 bre del Padre, y del Hijo y delEspíritu Santo‟, como el cuadro demi muerte para todo el mundo.

 Voy a salir del agua como el cua-dro de mi resurrección a una vidanueva, y que Dios me ayude a par-tir de esa bendita hora a proseguirmi camino como alguien que no esdel mundo, así como Cristo no esdel mundo”. Siempre que la mesaestá servida sobre la que celebra-mos el memorial del cuerpo y de lasangre de Cristo, Dios sella otra

 vez esa diferencia. Si el ministro esfiel, advierte a los inconversos aque sigan su camino pues si co-miesen allí, comerían y beberíancondenación para ellos mismos,sin discernir el cuerpo del Señor.Los que son creyentes en Jesús,que tienen una esperanza de habersido cambiados y de haber sido re-novados por la gracia divina en elespíritu de sus mentes, ellos son

los invitados a venir y únicamenteellos. Así le mostramos al mundoen los símbolos externos que el Se-ñor hace una diferencia.

Pero, prosiguiendo: toda la vi-da del cristiano, si fuera lo que de-

 bería ser, está mostrándole almundo que el Señor hace una di-ferencia. Aquí hay dos hombresque experimentan una crisis; en-frentan el mismo problema; sonsocios en un negocio; han perdidotodo el dinero; la casa está arrui-nada; se ven reducidos a la mendi-cidad y tienen que comenzar denuevo en el mundo. Ahora, ¿cuálde esos dos varones es el cristia-no? Hay uno que está a punto demesarse el cabello; no puede tole-rar que haya tenido que trabajartoda su vida y que ahora sea pobrecomo Lázaro. Piensa que la Provi-dencia es injusta. “Hay muchos

 vagabundos” –dice- “haciéndosericos, y heme aquí, después de tra-

 bajar muy duro y de dar a cadauno lo que le corresponde, he sidoabatido hasta el suelo, y me hequedado sin nada”. Pero el hom-

 bre cristiano –si realmente es cris-tiano (observen eso, pues haymuchísima gente que profesa sercristiana y no lo es, y es el vientorecio el que los prueba) dice: “ElSeñor dio y el Señor quitó; benditosea el nombre del Señor”. “Yo sé”–dice- “que todas las cosas meayudan a bien. Voy a ponerme atrabajar y voy a abrirme paso una

 vez más”; y así con valor y conconfianza en Cristo acude de nue-

 vo a su labor, y Dios le bendiceuna vez más; es más, le bendice en

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sus tribulaciones más de lo que jamás le bendijo en su prosperi-dad. Aquí tenemos a dos hombresotra vez: ambos han estadohaciendo lo malo, y cuando cae el

 justo junto con el malvado, ¿quiénha de distinguir la diferencia? A lamañana siguiente uno de ellos selevanta, y está muy tranquilo alrespecto; no conoce ningún re-mordimiento de conciencia o siestá intranquilo es porque tienemiedo de ser descubierto. Es comouno que habiendo caído en el cie-no, se queda y se arrastra allí. Peroaquí viene el cristiano. Siente queha hecho mal. “¿Qué haré?”, dice,“¿para reparar el daño al hombre

 y para mostrar mi arrepentimien-to para con Dios?” Él estaría dis-puesto a ponerse de rodillas antecualquiera que haya dañado y aconfesar cuán equivocado ha esta-do. Se odia a sí mismo y se despre-cia a sí mismo porque ha obradomal. Preferiría morir antes que pe-car; y ahora que se da cuenta deque ha pecado, desearía habermuerto antes que haber deshonra-do a su Señor y Maestro. Si ves auna oveja caer en el cieno, notarásque se levanta rápido y sale; perosi el puerco cae allí, se revuelca enél una y otra vez, y nada sino ellátigo o la vara pueden hacer quese levante. De manera que hay unadiferencia esencial entre el justo yel malvado, aun en sus pecados.“Siete veces cae el justo, y vuelve alevantarse”; en cuanto al malvado,se revuelca y se deleita en su peca-do, y permanece y continúa en él.Dios ha establecido una diferen-

cia; y aun cuando esa diferenciasea oscura es discernible. Hay untintineo en el hombre cristianoque es inconfundible. No importalo que hagas con él, no es lo que elotro hombre es, y no puedes hacerque lo sea. Aquí está una nuevamoneda que se parece sorpren-dentemente a un soberano, y yo lareviso por ambos lados; es una fal-sificación tan buena que no puedodescubrir si es oro o no. Aquí estáotra: me doy cuenta de que es unsoberano liviano. Los miro a am-

 bos, y a primera vista estoy incli-nado a pensar que mi soberano re-cién acuñado es el mejor de losdos, pues, digo yo, el otro está evi-dentemente desgastado y es livia-no. Pero hay un tintineo en el cris-tiano que demuestra que es deoro, después de todo, aun cuandoestá desgastado y no llega a su pe-so. Puedes desfigurarlo de tal ma-nera que la imagen del rey no seaaparente en él, pero él es de oro apesar de todo eso; sólo necesitaser probado, y en la hora de la tri-

 bulación ese tintineo del oro de lagracia lo detectará, y demostraráser uno en quien Dios ha estable-cido una diferencia.

Esta distinción se hace eviden-te también en un hombre piadosocuando está bajo la presión de al-guna fuerte tentación. Hay dos co-merciantes: ambos parecen hacernegocios de la misma manera; pe-ro al fin se les presenta una raraoportunidad. Si no tienen ningunaconciencia podrían hacer una for-tuna. Ahora vendrá la prueba. Unhombre busca la oportunidad y la

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