Stefan Zweig - El Candelabro Enterrado

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Stefan Zweig - El Candelabro Enterrado

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El candelabro enterradoEn un luminoso da de junio del ao 455 acababa de definirse sangrientamente en el Circo mximo de Roma, la lucha de dos gigantes hrulos contra unajaura de jabales hircanos, cuando a la tercera hora de la tarde empez a cundirentre los miles de espectadores una creciente inquietud. Primero slo observaban los vecinos prximos que haban entrado a la tribuna -ricamente adornadacon tapices y estatuas- en que estaba sentado el emperador Mximo rodeado porsus cortesanos, un mensajero cubierto de polvo, el cual, evidentemente, acababade apearse al cabo de una cabalgata arrebatada, y que, apenas transmitida lanueva al emperador, ste se levant, contra todo uso, en mitad de la agitadalucha; le sigui con la misma sugestiva prisa, toda la corte, y pronto desocupronse tambin los asientos destinados a los senadores y dignatarios. Tan precipitada partida deba tener un motivo importante. En vano anunciaron nuevostoques estridentes de fanfarrias otra lucha con animales, y en vano azuzse contra las cortas navajas de los gladiadores a un len numdico de negra melena, queatraves con bramidos roncos la reja levantada; la oscura nube del desasosiego,cubierta por la espuma plida de rostros indagadores y tmidamente agitados, sehaba levantado ya irresistiblemente y se expandi de fila en fila. La gente saltde sus asientos, seal las tribunas vacas de los nobles, pregunt y meti ruido,voce y silb; y de pronto se divulg, sin que se supiera quin lo haba pronunciado primero, el rumor confuso de que los vndalos, los temidos piratas delMediterrneo, haban anclado su poderosa flota en Portus y ya se hallaban encamino a la despreocupada ciudad.Los vndalos!Primero, la palabra corri de boca en boca, como cuchicheo macilento, luegode repente fue el grito agudamente levantado: "Los brbaros, los brbaros!",retumbando en centenares, en miles de voces por el redondel escalonado enpiedra del circo, y ya se abalanzaba, como empujada por una rfaga de tempestad, la enorme multitud de hombres en pnico furioso hacia la salida. Derrumbbase todo orden. Los guardias, los soldados en servicio abandonaban suspuestos y huan con los dems; la gente salt las gradas, se abri camino con lospuos y espadas, pisote mujeres y nios que chillaban, y en las salidas formronse vociferantes y arremolinados embudos de masas apretujadas. A los pocosminutos quedaba completamente barrido el amplio circo que acababa de apretara ochenta mil personas en un oscuro bloque sonoro. Marmreo, mudo y vaco,3Espacio Disponiblewww.elaleph.comStefan Zweigdonde los libros son gratiscomo una cantera abandonada, permaneca el valo escalonado en el sol veraniego. Slo quedaba en la arena -los gladiadores haban huido ya detrs de losdems- el olvidado len, agitando la melena y bramando provocativo al repentino vaco.Eran los vndalos. Mensajero tras mensajero llegaron entonces excitados, ycada nueva era peor que la anterior. Haban desembarcado de centenares develeros y galeras, un pueblo gil y movedizo; ya se adelantaban relampagueantesal grueso del ejrcito en la carretera portuense, los jinetes berberiscos y numdicos con albornoces blancos, sobre caballos rpidos y de largo cuello; maana,pasado maana, las hordas de bandidos estaran ya a las puertas de la ciudad, ynada estaba dispuesto para la defensa. El ejrcito de mercenarios luchaba en algn lugar distante, cerca de Ravena; las murallas de las fortificaciones estabanen ruinas desde que Alarico arrasara la ciudad. Nadie pensaba en una resistencia.Los ricos y nobles disponan presurosos mulas y carros para salvar con la vidapor lo menos una parte de sus bienes. Pero ya era tarde. Pues el pueblo no toleraba que en das de bonanza los seores lo oprimiesen y que en la desgracia loabandonaran cobardemente. Y cuando Mximo, el emperador, se dispona aescapar del palacio con su comitiva, cayeron sobre l primero maldiciones, ypiedras despus: finalmente se precipit el populacho amargado sobre el cobardey mat en la va a su msero emperador, a golpes de porras y hachas. Cerrronseluego, por cierto, las puertas como todas las noches; pero con ello qued el temordel todo encerrado en la ciudad; como un podrido cenagal pesaba, respirandocon dificultad, el presentimiento de algo espantoso sobre las casas enmudecidasy sin luz, y como un cobertor asfixiante, ahuecbase la oscuridad sobre la perdidaciudad que pereca de horror y espanto; indiferentes y livianas, en cambio, brillaban las estrellas eternamente displicentes; como todas las noches, colgaba laluna su cuerno argentino en la bveda azul del cielo. Desvelada y con los nerviosvibrantes permaneca Roma, y esperaba a los brbaros como un condenado, lacabeza apretada sobre el tajo, aguardando el golpe ineludible y ya iniciado.Despacio, seguros, decididos y victoriosos acercronse en tanto los vndalosdesde el puerto por la abandonada va romana. Los rubios, melenudos guerrerosgermnicos, marchaban en perfecta formacin, centuria tras centuria, a bienaprendido paso militar, y delante de ellos disparaban inquietos, montados enpelo y dando picadero con giles vueltas a sus hermosos caballos de pura sangre,los pueblos tributarios del desierto, los nmidas de tez oscura y pelo de azabache. En el medio del cortejo jineteaba Genserico, el rey de los vndalos. Sonreadisplicentemente conforme, desde la montura, sobre su pueblo en marcha. Elviejo y experto guerrero saba desde haca mucho tiempo, por sus espas, que noera de temer una seria resistencia, y que no se preparaba una batalla campaldecisiva, sino solamente un despojo sin peligro. En efecto; no se mostraba nin-4Espacio Disponibewww.elaleph.comEl candelabro enterradodonde los libros son gratisgn guerrero enemigo. Slo en la Porta Portuensis, donde la bien aplanadacarretera del puerto llega al barrio cntrico de Roma, enfrentse al Rey el PapaLeo, adornado con todas las insignias y brillantemente rodeado por todo el clero.El Papa Leo, aquel mismo anciano de barba canosa quien slo unos pocos aosatrs haba incitado tan gloriosamente al terrible Atila, a que respetase a Roma, ya cuyo ruego haba cedido en ese entonces el huno pagano en incomprensiblehumildad. Genserico tambin se ape de inmediato al ver al majestuoso barbablanca, y rengue cortsmente (su pie derecho era corto), a su encuentro. Pero nobes la mano con el anillo de San Pedro, ni dobl piadosamente la rodilla, yaque, como hereje arriano, consideraba al Papa slo como usurpador de la verdadera cristiandad; y acogi con fra altanera la conjugadora arenga latina delPapa pidindole que perdonase a la santa ciudad.Que no se preocupase, le mand decir por el intrprete, nada de inhumanodeba temerse de l, pues l mismo era guerrero y cristiano. No incendiaraRoma ni la devastara, a pesar de que esta ciudad, ambiciosa de imperar, habaarrasado miles y miles de ciudades, nivelndolas con el suelo. Su generosidadrespetara tanto los bienes de la Iglesia como las mujeres, y slo hara botn "sineferro et igne", segn el derecho del ms fuerte y del vencedor. Pero ahora aconsejaba, y eso lo deca Genserico en tono amenazador, mientras su caballerizo yale sostena el estribo, que le abriesen sin la menor demora las puertas de Roma.Se hizo segn las exigencias de Genserico. No se blandi ninguna lanza, nose desenvain ninguna espada. Una hora ms tarde, toda Roma perteneca a losvndalos. Pero la triunfadora banda de piratas no invadi la ciudad indefensacomo una horda indomada. Los altos, fuertes y rubios guerreros, hicieron su entrada por la "va Triumphalis" en filas compactas, dominados por la frrea manoimperativa de Genserico, y slo fijaban su mirada curiosa en las miles y miles deestatuas de ojos blancos que con sus labios mudos parecan prometer buenapresa. Genserico mismo se dirigi de inmediato al "Palatium", la abandonadaresidencia del emperador. Pero no recibi el planeado homenaje de los senadoresque esperaban en temerosa hilera, ni hizo preparar un festn: -apenas roz conuna mirada los regalos con que los ciudadanos acaudalados esperaban aplacar suseveridad -sino que de inmediato, el riguroso soldado, inclinado sobre un mapa,traz su plan para el ms rpido y al mismo tiempo ms completo saqueo de laciudad. Cada distrito fue sometido a una centuria, y cada uno de los tenientes fuehecho responsable de la disciplina de su gente. Pues lo que entonces se inici nofue un pillaje feroz y desordenado, sino un robo fro, metdico.Primero, por orden de Genserico, cerrronse las puertas de la enorme ciudad, en las que se apostaron centinelas a fin de que no se escapase ni una solapresilla o moneda. Luego sus soldados confinaron las embarcaciones, los carros,los animales de carga y obligaron a miles de esclavos al servicio, con el propsito5Espacio Disponiblewww.elaleph.comStefan Zweigdonde los libros son gratisde que a toda prisa se pudieran trasladar al nido de piratas africano, cuantostesoros albergaba Roma. Slo entonces comenz el saqueo metdico con fra ysilenciosa exactitud. Despacio y metdicamente, tal como un carnicero descuartiza un animal muerto, destripse en esos trece das la ciudad viviente, arrancndole pedazo tras pedazo de su cuerpo, que slo se contraa dbilmente. Losdistintos grupos pasaban de casa en casa, de templo en templo, conducidos poruno de los nobles vndalos y acompaados por un escribiente, y sacaron poco apoco todo lo que era valioso y movible, las vasijas de oro y plata, las presillas, lasmonedas, las joyas, las cadenas de mbar tradas de los pases del Norte, laspieles de Transilvania, la malaquita pntica y las dagas labradas de Persia. Obligaron a los obreros a quitar cuidadosamente el mosaico de las paredes de lostemplos y levantar las lozas porfdicas de los peristilos.Todo se hizo premeditada, prctica y exactamente. Los obreros bajaron conmalacates los tiros broncneos de los arcos de triunfo, a fin de no deteriorarlos, ehicieron levantar por los esclavos ladrillo tras ladrillo, el techo dorado del templo de "Jpiter Capitolinus", luego de haber saqueado el edificio. Slo las columnas metlicas demasiado grandiosas como para ser cargadas apresuradamente,fueron rotas a martillazos y serruchadas por mandato de Genserico, con objetode ganar el metal. Calle tras calle, casa tras casa fueron cuidadosamente limpiadas, y as que se hubieron vaciado por entero las residencias de los vivos,forzronse los "tumuli", las moradas de los muertos. Violando sarcfagos ptreosarrancaron los invasores peines cubiertos de piedras preciosas del cabello palidecido de difuntas princesas, y los broches dorados de la osamenta descarnada y losanillos con sello de los cadveres, y aun robaron sus manos, vidas del "obulus"con que se enterraban los muertos, para que pagasen al barquero por el viaje alotro reino. El botn ntegro de todos esos saqueos aislados juntse luego, enmontones separados, en una plaza previamente designada. All yaca la Victoriade alas doradas, junto al cofre adornado con piedras preciosas que contena laosamenta de un santo. y al lado de los dedos de una noble dama. Barras de plataamontonronse junto a vestidos de prpura, preciosos cristales, junto a toscometal. El escribiente anot cada pieza con envaradas letras nrdicas en su largopergamino para prestar al robo una apariencia de legalidad; Genserico rengueaba, con su squito, por el tumulto, tocaba las piezas con el bastn, examinaba lasjoyas, sonrea y daba muestras de aprobacin. Miraba satisfecho cmo carro trascarro y barco tras barco, abandonaron, cargados hasta el extremo, la ciudad. Perono arda ninguna casa, no se verta sangre humana. Silenciosos y regulares, talcomo en una mina suben y bajan los paternoster, vacos los unos, llenos los otros,viajaban durante trece das las hileras de carros del puerto al mar y del mar alpuerto. Repletos bajaban, vacos volvan y ya jadeaban los bueyes y las mulas6Espacio Disponibewww.elaleph.comEl candelabro enterradodonde los libros son gratisbajo la carga, pues hasta donde llegaba la memoria jams haba sido saqueadotanto en trece das como en este despojo vandlico.Durante trece das no se perciba en la ciudad con sus millares de casas lavoz humana. Nadie hablaba en alta voz. Nadie rea. Haba enmudecido la msica de cuerdas en las casas, y en las iglesias no elevbase cntico alguno.Slo oanse los martillazos con que se quit lo inmueble de su lugar, el ruidode columnas derribadas, el chirriar de carros sobrecargados y el ronco mugir delos cansados animales a los que alcanzaba siempre de nuevo el ltigo de losverdugos. A veces lloraban los perros, a los que, absorbido por el propio temor, sehaba olvidado de dar comida; de tarde en tarde resonaba profundo un sonido detumba sobre las murallas cuando se revelaban las guardias. Pero los hombres,dentro de las casas, retenan la respiracin. Derribada yaca la ciudad, la triunfadora del mundo, y cuando de noche pasaba el viento por las calles vacas, sonabacomo el apagado estertor de un herido que siente derramarse la ltima gota desangre de sus venas.En aquella decimatercera tarde del saqueo estaban reunidos los judos de lacolectividad romana en casa de Moiss Abthalion, en la orilla izquierda delTbet, all donde el ro amarillo dobla perezoso como una serpiente saciada.Abthalion no era de los prohombres de la comunidad, ni conocedor de la Sagrada Escritura, sino un viejo trabajador de temple; pero se haba elegido su casapara la reunin, porque el taller en la planta baja ofreca ms lugar que las estrechas habitaciones angulosas. Desde haca tres das estaban cotidianamente sentados llevando sus blancos vestidos mortuorios y rezando a la sombra de persianascerradas entre los rollos colgados, los lienzos enjabelgados y las anchas tinas, conuna tenacidad sorda y casi aturdida ya. Hasta entonces nada malo haban sufridoan de los vndalos. Dos o tres veces haban pasado grupos acompaados pornobles y escribientes por la baja y estrecha callejuela de los judos, donde lahumedad causada por los frecuentes desbordamientos quedaba adherida comoesponja en las losas de las casas y se precipitaba en fras lgrimas de las paredesderruidas; una mirada de desprecio bastaba a los expertos salteadores para reconocer que no se poda sacar botn alguno de tal miseria. Ac no brillaban peristilos artesonados con mrmol, ni triclneos relampagueantes de oro; aqu no seconservaban estatuas y vasijas de bronce. Por eso, los grupos ladrones, pasabanindiferentes y no amenazaban pillaje ni imposicin alguna. Y, sin embargo,estaban apesadumbrados los corazones de los judos de Roma, y se agruparon enpresentimiento atemorizado. Pues una desgracia para la ciudad, para el pas quehabitaban -lo saban desde generaciones y generaciones- tornbase siempre, alfinal, en desgracia para ellos. Afortunados, los pueblos siempre los olvidaban yno se fijaban en ellos. Entonces se adornaban los prncipes y edificaban y pensaban en su magnificencia, y el populacho se diverta rudamente con caceras y7Espacio Disponiblewww.elaleph.comStefan Zweigdonde los libros son gratisjuegos. Pero cada vez que sobrevenan miserias, se cargaba a ellos la culpa. Ah,cuando vencan los enemigos, cuando se saqueaba una ciudad, cuando la peste yotra enfermedad se extenda por los pases! Todo el mal del mundo -ellos losaban- tornbase inevitablemente en mal para ellos mismos, y no ignorabanellos desde haca mucho tiempo, que no haba manera de rebelarse contra eseduro destino, pues siempre y en todas partes eran pocos, siempre y en todaspartes eran dbiles y carentes de poder. Su nica arma era la oracin.Estaban, pues, reunidos los judos de la comunidad de Roma y oraban. Elpiadoso murmurar flua silencioso y constante de sus barbas, como delante de lasventanas el chapotear del Tiber, que estregaba tranquilo y tenaz las tablas de lasbateas y lavaba las orillas con su suave peregrinacin. Ninguno de los hombresmiraba al otro, y sin embargo, movanse al consuno sus viejos hombros fatigados,mientras que cantando y hablando rezaban unos y los mismos salmos que hanrezado cien y mil veces antes que ellos, sus padres y los padres y abuelos de suspadres. Los labios apenas saban que hablaban, ni los sentidos lo que sentan; esezumbido quejumbroso y vacilante emanaba como de un sueo oscuro y amodorrado.De repente se espantaron; un sacudimiento enderez bruscamente las espaldas encorvadas. La aldaba haba golpeado fuerte contra la puerta. Y siempre, yalo tenan en la sangre, se asustaron de todo lo repentino, los judos en el extranjero. Pero qu poda esperarse de bueno, cuando se abra una puerta en la noche?El murmullo se desgarr, como cortado por una tijera; ms potente oase, atravs del silencio al ro indiferentemente rumoroso. Todos escucharon con lagarganta apretada. Y nuevamente cay la aldaba: impaciente sacudi un puo lapuerta exterior. "Ya voy", dijo como para s mismo Abthalin, y sali arrastrandolos pies. La vela pegada a la mesa inclin su llama fugitiva en la corriente cortante de la puerta abierta; como interiormente los corazones de todos aquelloshombres, temblaba la vela de repente y fuerte.Slo recobraron la respiracin, cuando reconocieron al que entraba. Era Hycanos ben Hillel, el tesorero de la imperial acuadora de oro, el orgullo de lacolectividad, porque era el nico judo al que se permita entrar al palacio delemperador. Por una gracia especial de la corte, concedasele el derecho de vivirdel otro lado del Transtevere y de llevar distinguidas vestimentas de color; peroentonces su capa estaba rota y su rostro ensuciado.Todos le rodearon -pues esperaban que trajera un mensaje- impacientes deque contara prontamente y, sin embargo, de antemano ya azorados, porquepresentan en su excitacin una desgracia.Hycanos ben Hillel respir profundamente. Se vea que en su garganta quedaba anudada una palabra que se resista a brotar. Finalmente gimi:-Se acab. Lo tienen. Lo han encontrado.8Espacio Disponibewww.elaleph.comEl candelabro enterradodonde los libros son gratis-Qu han encontrado? Quin han encontrado ?Todos jadearon en un grito.-El candelabro, la Menorah. Cuando llegaron los brbaros la mantena oculta, entre las sobras de la cocina. Premeditadamente dej los dems objetos sagrados en el tesoro, la mesa con los panes benditos, las cornetas de plata y el bastnde Aarn y los incensarios, pues demasiados de los servidores saban de nuestrostesoros como para que hubiera podido ocultarlos todos. Slo quera salvar a unode los objetos del templo: el candelabro de Moiss, el candelabro de la casa deSalomn; la Menorah. Y ya haban saqueado todo el tesoro, ya quedaba vaca lacmara, ya no investigaban ms y se senta seguro mi corazn de que por lo menos habamos salvado para nosotros ese nico de los smbolos sagrados. Pero unode los esclavos, que su alma se seque! me haba espiado cuando guard el candelabro y lo denunci a los bandidos, para comprar as su propia libertad. Les seal el lugar y ellos lo excavaron. Ahora est robado todo lo que antao se guardaba en el santsimo, en la casa de Dios, la mesa y las vasijas y los frontales delsacerdote y la Menorah. Esta noche, hoy mismo, llevan los vndalos el candelabro hasta los mares.Por un instante todos callaron. Luego surgi confuso de las bocas empalidecidas grito tras grito:-El candelabro... ay... la Menorah... el candelabro de Dios... ay!... el candelabro de la mesa del Seor... la Menorah!...Los judos tambalearon los unos contra los otros como ebrios, golpearon elpecho con los puos, se tomaban las caderas quejndose como si los abrasara undolor. Como repentinamente cegados, revolvanse los circunspectos ancianos.-Silencio! -orden de pronto con vigor una voz, y todos enmudecieron en elacto. Pues fue el superior de la comunidad. el ms viejo, el ms sabio. el que lesimpuso silencio. el gran intrprete de la Escritura, Rabbi Eliser, al que llamaban Kab ve Nake, el puro y claro. Tena casi ochenta aos, y blanca como lanieve cubra la barba su rostro. Su frente estaba surcada por el doloroso arado delpensar inexorable, pero el ojo haba quedado bajo el mechn de las cejas, comouna estrella bondadoso y limpio. Levant la mano, delgada amarillenta y arrugada como los muchos pergaminos que haba escrito, y cort con ella el aire enhorizontal como si quisiera apartar el ruido cual humo molesto y crear un espacio puro para un decir circunspecto.-Silencio! -repiti-. Los nios gritan de susto, los hombres reflexionan. Sentos todos y dejadme deliberar. El espritu es ms activo si en tanto descansa elcuerpo.Los hombres se sentaron avergonzados sobre taburetes y bancos. Rabbi Eliser hablaba en voz baja a sus barbas y pareca deliberar consigo mismo.9Espacio Disponiblewww.elaleph.comStefan Zweigdonde los libros son gratis-Ha sucedido una desgracia, una gran desgracia. Hace mucho tiempo ya quenos han quitado los artefactos sagrados y a ninguno de nosotros hase permitidocontemplarlos en el tesoro del emperador, con excepcin de solo ste. Hyrcanosben Hillel. Pero, no obstante, sabamos que estaban a salvo desde los das deTito. estaban ac y cerca de nosotros. Ms gentil nos pareca la extraa Romacuando pensbamos que aqu descansaban, con nosotros en una misma ciudad,los sacros objetos, que haban viajado a travs de mil aos, que haban estado enJerusaln y en Rabel y que siempre retornaban. No nos dejaban depositar panesen la mesa sagrada y, no obstante, cada vez que cortbamos un pan, pensbamosen ella. No nos dejaban poner luces en el candelabro sagrado. Pero cada vez queencendamos una luz recordbamos la Menorah que estaba hurfana de luces enla casa extraa. No nos pertenecan los objetos sagrados, pero los sabamos seguros y a buen recaudo. Y ahora ha de empezar otra vez la marcha del candelabro yno ha de ir a su hogar, segn esperbamos, sino que se lo llevan y quin sabeadnde. Pero no nos lamentemos. Las quejas solas no remedian nada. Reflexionemos primero bien sobre todo.Los hombres escucharon taciturnos. con las frentes inclinadas. La mano delviejo erraba por su barba. Ya segua deliberando como consigo mismo:-El candelabro es de oro puro, y muchas veces he pensado, por qu deseabaDios que nuestra ofrenda fuera tan valiosa? Por qu exigi de Moiss que elcandelabro sea de gran peso, de siete brazos y adornado con coronas y floreslabradas? Muchas veces pens si ello no creaba un peligro, pues siempre parte elmal de la riqueza, y slo lo valioso atrae al ladrn. Pero de nuevo reconozco cunfatuo es nuestro pensar y que todo lo que Dios manda tiene un sentido ms allde nuestro saber e inteligencia. Pues ahora comprendo: slo por haber sidovaliosos, esos objetos sagrados se han conservado a travs de los tiempos. Sihubieran sido ordinario metal y trabajo sencillo, los ladrones los hubieran destrozado distradamente y los hubieran fundido en espadas o cadenas. Pero asconservaron lo precioso por precioso, sin sospechar de su santidad. As un bandido los quita a otro y ninguno se atreve a destruirlos, y cada uno de sus viajes losconduce de nuevo a Dios.Ahora dejadnos reflexionar. Qu saben los brbaros de lo sagrado? Slo venque el candelabro es de oro. Si fuera posible halagar su codicia, les daramos eldoble, el triple de su peso en oro y, quizs, conseguiramos comprarlo. No podemos luchar, los judos; slo en el sacrificio reside nuestra fuerza. Tenemos queenviar mensajeros a todos los dispersos en cada pas, para que ayuden a rescatar,entre todos, lo sagrado. El doble, el triple, debemos aportar este ao en donaciones para el templo, el traje que vestimos y el anillo que llevamos en el dedo.Hemos de readquirir los objetos sagrados as fuera por el sptuplo de su peso enoro.10Espacio Disponibewww.elaleph.comEl candelabro enterradodonde los libros son gratisUn gemido lo interrumpi. Hyrcanos ben Hillel alz afligido la vista.-Es en vano. Ya lo he tratado- dijo silencioso- Fue mi primer pensamiento.Habl a sus tasadores y escribientes, pero eran brutos y crueles. Llegu hastaGenserico y le ofrec elevado rescate. Escuch grun y movi impaciente el pie.Entonces perd la razn e insist y ponder que el candelabro haba estado en eltemplo de Dios y que Tito lo haba trado de Jerusaln como lo ms preciado desu triunfo. Slo entonces comprendi el brbaro lo que haba ganado y contest,riendo descaradamente: "No necesito vuestro oro. Tanto recog aqu que puedoadoquinar los establos de mis caballos y clavar piedras preciosas en sus cascos.Pero si el candelabro es en verdad el candelabro de Salomn, entonces no tieneprecio para m. Si Tito lo llev delante suyo en el triunfo de Roma, entonces hede llevarlo yo en el triunfo sobre Roma. Si ha servido a vuestro Dios, entoncesdebe servir ahora al Dios verdadero Vete!", Y con estas palabras me despidi.-No debas haberte marchado.-Acaso me fui? Me arrodill delante de l, abrac sus rodillas. Pero su corazn era ms duro an que las tablillas frreas de sus botas. Me arroj como unapiedra. Y luego me hicieron salir sus siervos a golpes, de modo que apenas conserv la vida.Slo entonces comprendieron porqu estaban hechas jirones las prendas deHyrcanos ben Hillel. Slo entonces notaron el hilo de sangre coagulada en susien. Calados permanecan sentados y tan quietos que se oa el lejano rechinar delos carros que seguan y seguan atravesando la noche, y ahora tambin los roncos cuernos vandlicos extraamente repetidos de uno a otro extremo de la ciudad Despus apagse todo rumor. Todos pensaron lo mismo: El gran saqueo haterminado, el candelabro est perdido!Rabbi Eliser alz la vista penosa:-Esta noche, dices, se lo llevan?Esta noche. En un carro lo llevan por la va portuensis hasta las naves y,quizs, mientras hablamos, ya inicia su viaje. Esos cuernos llamaron a la retaguardia. Maana temprano lo cargarn en una embarcacin.Rabbi Eliser inclin la cabeza cada vez ms profunda sobre la mesa. Pareca quedar dormido al escuchar. Era como un ausente y no se apercibi de quelos dems lo miraban desasosegados. Luego levant la frente y dijo:-Esta noche, dices. Bien. Entonces tambin tenemos que ir nosotros.Todos se asombraron. Pero el anciano repiti, sereno y decidido:-Tenemos que acompaarlo. Es nuestro deber. Recordad la Escritura y susmandamientos. Cuando viajaba el arca, partimos nosotros; slo cuando descansaba, nos era permitido descansar. Cuando viajan los signos de Dios, nosotrosdebemos viajar con ellos.-Pero cmo hemos de cruzar el mar? No tenemos barcos.11Espacio Disponiblewww.elaleph.comStefan Zweigdonde los libros son gratis-Entonces iremos hasta el mar. Es el viaje de una noche.En ese momento se levant Hyrcanos:-Como siempre, aconseja Rabbi Eliser lo acertado. Tenemos que acompaarlo. Es una parte de nuestra ruta eterna, Cuando viajan el arca y el candelabro,el pueblo, toda la comunidad debe viajar con ellos.Entonces sali de un rincn una dbil vocesita tmida. Simje, el carpintero,un hombre muy contrahecho, fue quien se lament medroso.-Y si nos prenden? A centenares de hombres han llevado ya a la servidumbre. Nos golpearn! Nos matarn. Vendern a nuestros hijos, y nada se habrconseguido y nada se habr hecho.-Calla! -terci otro-. Y aparta tu temor. Si prenden a uno de nosotros, estarpreso. Si muere alguno, habr muerto por lo sagrado. Todos debemos ir, todosiremos.-S, todos, todos nosotros, -gritaron confusos a un mismo tiempo.Mas Eliser, el rabbi, hizo una seal para acallar las voces. Nuevamente cerr los ojos, segn era su costumbre cuando deseaba reflexionar. Luego decidi:-Simje tiene razn. No lo injuriis como cobarde y endeble. Tiene razn; notodos deben arriesgar su vida y dirigirse insensatos en la noche al encuentro delos piratas. Pues nada hay de ms sagrado que la vida. Dios no quiere que semalogre ni una sola intilmente. Tiene razn Simje, prenderan a los jvenes ylos convertiran en esclavos en la ciudad. Por eso los hombres robustos y losnios, no deben salir con los dems en la noche. Pero otra cosa es con nosotros.Somos viejos, e intil es para todos un anciano, y sobre todo para s mismo. Nopodemos remar en las galeras, los que apenas tendramos fuerza de cavar la tierrapara nuestra propia sepultura, y hasta la muerte, al sorprendernos, no gana grancosa. A nosotros toca acompaar los sagrados objetos. Que se renan, pues, y sedispongan para el viaje slo aquellos que tienen ms de setenta aos.Salieron fuera del gento los ancianos, de ambas barbas todos. Eran diez, y alunirse a ellos Rabbi Eliser, el puro y claro, eran once: los ms jvenes pensaronen los patriarcas del pueblo cuando vieron juntos a los ltimos de un tiempo ido,serenos y solemnes. Una vez ms se separ el Rabbi de ellos y retorn al otrogrupo:-Los viejos, los ancianos iremos: no temis vosotros por nuestra suerte. Mas,ha de acompaarnos tambin un nio, un muchacho, a fin de que sea testigopara la prxima y postprxima generacin. Pronto moriremos, nuestra luz estmedio consumida y en breve enmudecer nuestra voz. Pero que quede uno poraos y aos, uno que haya visto con sus propios ojos el candelabro de la mesa delSeor. para que prosiga viviendo la certeza de linaje en linaje y de generacin engeneracin, de que lo que consideramos lo ms sagrado no est perdido para12Espacio Disponibewww.elaleph.comEl candelabro enterradodonde los libros son gratissiempre, sino que slo sigue recorriendo su senda eterna. Un nio de corta edaddebe acompaarnos, aunque no comprenda el sentido, para que sea testigo.Todos callaron. Cada cual pensaba temeroso en su propio hijo al que mandara la noche y el peligro. Pero ya se haba levantado Abthalion el tintorero.-Voy a buscar a Benjamn. mi nieto. Siete aos tiene nada ms, tantos aoscomo brazos tiene el candelabro, y eso me parece una seal. Preparos entretantopara la caminata, tomad para el consumo todo cuanto encontris en mi casa; yotengo al nio.Los ancianos se sentaron alrededor de la mesa, los ms jvenes les sirvieronvino y pan. Pero antes de que quebrasen el pan, inici el Rabbi la oracin que entodos los tiempos pronunciaban los antepasados tres veces por da. Y tres vecesrepitieron los viejos con sus delgadas voces decrpitas la anhelante sentencia:"Misericordioso, quiera tu misericordia reconducir a Jerusaln tu magnificenciay la atencin del sacrificio".Luego de haber pronunciado por tres veces la oracin, los ancianos prepararon su marcha. Con calma y circunspeccin, como si cumplieran un acto piadoso, quitronse las chamarretas mortuorias, las guardaron en un hatillo junto conel manto para la plegaria y las correas. Los ms jvenes fueron, entretanto, enbusca de pan y de frutas para el viaje, y de fuertes bastones para su apoyo. Despus, cada uno de los ancianos escribi todava en un pergamino lo que debahacerse con sus bienes en el caso de que no volviese, y los dems fueron testigos.nterin Abthalion, el tintorero, haba subido por la escalera de madera. Antes se haba quitado las botas, pero como era un hombre obeso y pesado, gimi lamadera putrefacta bajo sus pasos. Abri con cautela la puerta de la habitacin enla que dorman amontonados (pues eran pobres) su esposa y la esposa de su hijoy los hijos y los nietos. A travs de la hendidura de los postigos cerrados penetraba un incierto resplandor de la luna, hmedo y azulado como la neblina, y apesar de que Abthalion caminaba todo lo cuidadosamente posible sobre la puntade los pies, sinti que desde sus lechos le miraban aterrados ojos fijos y que loobservaron su esposa y la mujer de su hijo.-Qu pasa? -murmur espantada una voz.Abthalion no contest, sino que sigui palpando el camino hacia el rincnizquierdo donde saba estaba el lecho de Benjamn, el nieto. Afectuoso inclinsesobre la baja cama de paja. El nio dorma profundamente, los puos comocerrados con clera sobre el pecho: bravo y apasionado deba ser su sueo. Abthalion le pas la mano suavemente sobre el cuello revuelto para despertarlo. Elnio no despert en el acto, ms sus sentidos deban haber percibido la caricia atravs de la manta negra del sueo, pues los puos se aflojaron, abrironse sus labios tensos, inconsciente sonri el nio y extendi satisfecho y suave sus brazos.13Espacio Disponiblewww.elaleph.comStefan Zweigdonde los libros son gratisAbthalion sinti un sincero dolor por tener que sacar a la inocente criaturade tan dulce reposo. No obstante, tom al dormido y lo zarande ms fuerte. Deinmediato se enderez el nio y mir con ojos azorados en derredor suyo: era unnio de slo siete aos, pero un nio judo en tierra extraa y acostumbrado, porlo mismo, a asustarse cuando suceda algo inesperado. As se asust su padre acada aldabonazo, as se atemorizaron todos ellos, los viejos y sabios, cuando en lacalle se lea un nuevo edicto, as se estremecan cuando mora un emperador y lesuceda otro, pues malo y peligroso era todo lo nuevo para la calleja de los judosdel Transtevere en la que l haba vivido su pequea existencia. Aun no haaprendido la escritura, mas ya saba eso: temer todo, todo en la Tierra.Fij el nio su mirada confusa y rpidamente cubrile Abthalion la boca para que no gritara espantado. Pero apenas hubo el pequeo reconocido al abuelo,cuando ya se calm. Abthalin encorvse sobre l y musit, muy cercanos loslabios:-Toma tu vestido y tus zapatos, y ven. Pero, silencio, que nadie te oiga !De inmediato se levant el nio. Advirti su secreto y se enorgulleci, porque su abuelo le haca partcipe del mismo. Sin averiguar con una palabra omirada, tante en busca de su indumentaria y sus zapatos.Ya se deslizaba hacia la puerta, cuando la madre levant la cabeza de la almohada y. solloz recelosa:-A dnde llevas al nio?-Calla! -replic brusco Abthalion-. Las mujeres no tenis que preguntar.Cerr la puerta. Todas las mujeres deban haber despertado entonces en lahabitacin. Se oa detrs de la delgada madera hablar y sollozar, y cuando losonce ancianos y con ellos el nio salieron de la puerta, para iniciar la marcha, yasaba toda la calleja adonde les llevaba su peligroso camino, como si la extraanueva se hubiese filtrado por las paredes. De todas las casas salan gemidos yquejidos temerosos. Pero los ancianos no levantaron la vista y no miraron entorno suyo. Callados y serenamente decididos iniciaron su marcha. Era cerca demedianoche.Ante su asombro, encontraron la puerta de la ciudad abierta y sin vigilancia.Nadie preguntaba u obstaculizaba su caminar nocturno. Aquel llamado de corneta que haban odo, reuna los ltimos guardias vandlicos, y los romanos,encerrados con su temor en las casas, no osaban an a creer que haba terminadola prueba. Por eso estaba completamente vaca la carretera que conduca alpuerto sin un carro, sin un rodado, sin un hombre, sin una sombra: slo laspiedras miliares blancas bajo la luz de la luna cubierta de vapores. Sin impedimento atravesaron los peregrinos nocturnos la puerta abierta.14Espacio Disponibewww.elaleph.comEl candelabro enterradodonde los libros son gratis-Venimos tarde ya- juzg Hyrcanos ben Hillel-. Los carros con el botn deben habrsenos adelantado mucho. Quizs ya estaban en marcha antes de quesonaran los cuernos. Es menester que nos demos prisa.Todos apuraron sus pasos. En la primera fila iban, apoyado en un grueso bastn, Abthalion y a su derecha Rabbi Eliser, al que llamaban Kab ve Nake, yentre el hombre de setenta aos y el de ochenta, nadaba con menudos pasos,tmido y un poco amodorrado an, el nio de siete primaveras. Detrs de ellosmarchaban de a tres, los dems ancianos, llevando sus los en la siniestra y elbastn en la diestra; cabizbajos andaban como detrs de un fretro invisible. Ensu derredor exhalaba pesada la noche de la Campania; ni una brisa salvadoralevant el vaho cenagoso que se cerna espeso y flemoso sobre los campos y quesaba a tierra putrefacta; y del cielo, sofocadamente cercano, pestaeaba una lunaenfermiza y verdosa. Mala y fantasmagrica resultaba en la bochornosa noche lamarcha hacia lo incierto, pasando al lado de redondas tumbas, que estaban tendidas en el camino cual animales muertos, y al lado de casas saqueadas cuyos ojosde ventanas destrozadas, seguan estticos, como los de un ciego, al milagro delos ancianos caminantes. Pero por lo pronto no amenazaba peligro alguno, lacarretera dormitaba abandonada y blancuzca como un ro congelado en la niebla. No se vean rastros de los bandidos y una vez sola, recordaba, a la izquierda,una casa veraniega romana en llamas su paso merodeador. Ya se haba hundidola cima, mas, de dentro coloreaba el fuego lento el humo que se elevaba en espiral, y todos los viejos, los once, al mirarla, tenan uno y el mismo pensamiento:parecan haber visto la columna de humo y fuego que marchaba con el Tabernculo cuando los padres y anteriores iban todava detrs del arca tal, como ellosahora marchaban detrs de los amados objetos.Entre los ancianos, su abuelo Abthalion y el Rabbi Eliser, jadeaba el nio yalargaba esforzado sus pasos para no quedarse atrs. Callaba, porque los demscallaban, pero llenaba su pecho un temor inconmensurable y a cada paso golpeaba su corazoncito doloroso contra las costillas. Tena miedo, un miedo confuso y sin palabras, porque ignoraba el motivo por el que los ancianos le habansacado de noche de su cama, miedo porque no saba adnde lo llevaban, y miedo,sobre todo, porque nunca haba visto la noche al aire libre y el cielo inmensosobre ella. Slo conoca la noche desde aquella callejuela juda, y ella era pequea y estrecha. Un palmo de oscuridad con apenas tres o cuatro estrellas que seapretaban a travs de las angostas rendijas de los techos. No haba por qu temerlas, pues era pletrica de rumores familiares. Llegaban hasta el sueo la oracin de los hombres, la tos de los enfermos, el arrastrarse de los pies, el maullidode los gatos, el rumor de la cocina, a la derecha dorma la madre, a la izquierda lahermana, se estaba cuidado, rodeado de calor y respiracin, no se estaba solo; elnio se sinti ms pequeo que nunca bajo esa cpula veladamente abovedada.15Espacio Disponiblewww.elaleph.comStefan Zweigdonde los libros son gratisSi no hubiera estado con los hombres protectores hubiese llorado o tratado deesconderse en alguna parte de esa inmensidad que le acosaba desde todos loslados con su potente silencio. Pero, afortunadamente, quedaba en su minsculocorazn lugar, al lado del temor, tambin para un ardiente y alardeante orgullo;pues al mismo tiempo se sinti el nio halagado porque los ancianos (en cuyapresencia ni la madre se atreva a hablar), los grandes y sabios, lo haban elegidoa l, precisamente, al ms pequeo de entre todos. No saba por qu y para qu lollevaban los viejos, pero a pesar de lo infantil que era su sentido, estaba penetrado del pensamiento de que esta marcha a travs de la noche deba significaralgo grandioso. Quera, por lo mismo, mostrarse digno, a todo trance, de sueleccin. y alargaba una y otra vez sus pasos, venca valientemente su corazncuando golpeaba con excesiva fuerza contra la garganta. Mas el camino seguademasiado largo. Desde haca tiempo ya estaba el nio cansado y lo vencisiempre de nuevo el terror cuando, a la lechosa luz de la luna, se alargaban depronto en el camino las propias sombras y despus se derretan y no se oa sino elpaso, el propio paso, sobre las aplanadas y retumbantes piedras. Y cuando depronto algo vol inesperado con breve silbido alrededor de su cabeza, un murcilago negro, y rpidamente alejado a la noche, grit el nio y tom convulsivola mano del abuelo.-Abuelo, abuelo! Adnde vamos?El anciano volvi la cabeza. nicamente gru severo y enojado:-Calla y camina! No has de preguntar.El nio se agach como bajo un golpe. Se avergonzaba de no haber sabidoreprimir su temor, "No deba haber preguntado", se dijo mortificado.Pero Rabbi Eliser, el puro y claro, levant el rostro serio hacia Abthalion, ypor encima del nio que lloraba dijo:-Necio! Cmo no ha de preguntarnos el nio? Cmo no ha de extraarsecuando lo arrancan del lecho y lo conducen hacia una noche extraa? Y por quno ha de conocer la criatura el motivo de nuestro xodo y viaje? No tiene parte,por la herencia de su sangre, de nuestro destino? No llevar por ms espacioque nosotros nuestro infinito pesar a travs del tiempo? Nuestros ojos estnapagados desde tiempo ya, mas l vivir todava, un testigo ante otra generacin,y el ltimo de los que han visto en Roma el candelabro de la mesa del seor.Por qu lo quieres mantener en la ignorancia, a l de quien queremos que seasapiente y mensajero de esta noche?Avergonzado call Abthalion. Mas Rabbi Eliser se inclin tierno hacia elinfante, y le alis alentador el cabello:-Pregunta sin cuidado, hijo! Pregunta cuanto quieras y te dar respuesta.Peor es para el hombre ignorar que preguntar. Slo el que ha preguntado mucho,puede comprender. Mas slo el que comprende mucho, ser un justo.16Espacio Disponibewww.elaleph.comEl candelabro enterradodonde los libros son gratisEl corazn del nio se estremeci de orgullo, porque le hablaba tan seriamente el sabio a quien todos los dems profesaban tanto respeto. Hubiese querido besar las manos del Rabbi, agradecido, pero era excesiva su timidez, y vaco ysilencioso temblaba su labio ardiente. Mas Rabbi Eliser, que en su vida habaestudiado muchos libros, saba leer tambin en la obscuridad del silencio los caracteres de los corazones. Atrajo suavemente la mano infantil, que descansliviana y temblorosa como una mariposa, en la palma fra del anciano.-Voy a decirte adnde vamos, y nada te quede oculto. Pues no cometemosninguna injusticia y, an cuando frente a los dems es un viaje secreto el que hoyrealizamos, Dios sin embargo, lo ve y conoce nuestros pensamientos. Sabe lo quecomenzamos, pero slo l sabe, adems, cmo terminar.Mientras Rabbi Eliser hablaba de esa manera al nio, no interrumpa sucaminata, ni lo hicieron los dems. Solo se acercaron a los dos para escuchar,ellos tambin, lo que el sabio contaba al ignorante nio.-Es un viejo camino, mi nio, el que proseguimos. Ya lo hicieron nuestrospadres y abuelos. Pues hemos sido un pueblo peregrino por largos aos y lovolvemos a ser y, quizs, quin lo sabe?, es nuestro sino serlo por los tiemposeternos. No nos pertenece. como a otros pueblos, la tierra sobre la que dormimos,ni crecen semillas y fruto sobre campo nuestro. Atravesamos los pases con piescaminantes, y nuestras tumbas estn cavadas en tierra extraa. Pero por dispersos que estemos, echados entre surcos como cizaa desde la maana hasta la medianoche de esta Tierra, nos hemos conservado, sin embargo. como pueblo nicoy solitario entre los pueblos, por nuestro Dios y nuestra fe en El. Un invisiblenos une, un invisible que nos mantiene y rene, y ese invisible es nuestro Dios.S que te resultar difcil, nio, comprenderlo, pues solo lo visible se abarcafcilmente con los sentidos, slo lo carnal puede tomarse y tocarse como la tierray la madera, piedra y metal. Y por eso, los dems pueblos, se han creado susdeidades de objetos visibles de madera y piedras y metales trabajados. Peronosotros solos y nicos, estamos apegados al invisible y buscamos un sentidosuperior a nuestros sentidos. Toda nuestra fatiga nace de la urgencia de no atenernos a lo palpable, sino de haber sido y de ser eternamente buscadores de loinvisible. Pero es ms fuerte el que se la con lo invisible que los que dependende lo material, pues esto es perecedero y aquello perdura. Y ms poderoso es, a lalarga, el espritu que la fuerza. Por eso, y nada ms que por eso, nio, hemosvencido al tiempo, porque fieles para con lo eterno, con Dios. el Invisible. l nosguard la fidelidad... S que te ha de costar, nio, comprender eso, pues nosotrosmismos no comprendemos a menudo en nuestro aturdimiento, que Dios y laJusticia en que creemos no se haga visible en estos mundos. Pero aunque ahorano me entiendes, no te confundas y sigue escuchando, mi nio.-Escucho- respir, tmido y encantado, el muchachito.17Espacio Disponiblewww.elaleph.comStefan Zweigdonde los libros son gratis-Con esta fe en lo invisible pasaron nuestros padres y abuelos por el mundo,y para confirmarse a s mismos que nicamente crean en ese invisible Dios, quejams se descubri y al que nunca represent imagen alguna, crearon nuestrosantepasados un smbolo. Pues nuestro entendimiento es estrecho e incapaz deabarcar el infinito: slo alcanza de vez en cuando a nuestra vida una sombra delo divino, y nada ms que una pequea luz de ello llega raras veces hasta nuestros das terrestres. Pero a fin de que nuestro corazn jams se enajene de su deber de servir a lo invisible que es la justicia, lo duradero y la gracia, creamosunos objetos para el servicio divino que requeran atencin constante; un candelabro, llamado la Menorah, en que ardan eternamente las velas, un altar sobreel que se depositaban siempre renovados panes para la contemplacin."No eran esos objetos que llamamos sagrados, imgenes del Ser divino recurdalo bien- como otros pueblos los crearon insolentemente, sino solo testimonios de nuestra fe eternamente vigilante: y dondequiera que caminbamospor el mundo, ellos nos acompaaban. Encerrados en una arca, los guardbamosen una tienda de campaa, y nuestros antepasados, errantes y sin patria comonosotros, llevaban esa tienda sobre sus hombros. Cuando descansaba la tiendacon los enseres sagrados, nos era dado descansar, y cuando viajaba, viajbamoscon ella. En el descanso y en el andar, por mil y mil aos, el pueblo judo siempre se hallaba agrupado alrededor de ese santuario, y mientras conservemos elsentido por lo sagrado, duraremos como un pueblo en todas partes, por extraasque nos sean."Pero ahora escucha. Los objetos sagrados de aquella arca eran un altar en elque depositamos los panes, el fruto nutritivo del regazo de la tierra, y vasijas delas que se elevan nubes de incienso, y las tablas de la ley en que Dios se noshaba manifestado. Pero el ms visible de todos esos objetos era un candelabro,cuya luz iluminaba eternamente el altar en el Santsimo. Pues Dios ama la luzque encendi, y nuestro agradecimiento por la luz que ha dado a nuestros ojos ysentidos cre ese candelabro. Era artsticamente labrado en oro puro; siete clices arrancaban de su tallo ancho, y coronas de flores repujadas lo adornaban.Cuando las siete candelas estaban encendidas en los siete capiteles, arda una luzen siete flores, y en su aspecto santificamos nuestro corazn. Cada vez que seenciende, los sbados, convirtese nuestra alma en templo de recogimiento; ningn objeto en la tierra nos es, por lo mismo, tan caro como smbolo como laforma de ese candelabro, y en todas partes donde un judo sigue creyendo en loSanto, en cada casa bajo los cuatro vientos de la Tierra, eleva todava una copiade la Menorah sus siete brazos en la oracin.-Por qu siete? -pregunt tmido el nio.-Pregunta, pregunta mi nio! El preguntar conduce al saber. El siete es unnmero peculiar y grande entre los nmeros, pues al cabo de siete das termin18Espacio Disponibewww.elaleph.comEl candelabro enterradodonde los libros son gratisDios de crear el mundo y al hombre, y ningn mayor milagro del que nosotrosestemos en este mundo y lo sentimos, y amamos, y reconocemos su creador. Porobra de la luz, Dios ense a los sentidos a mirar y al alma a saber; por eso alabael candelabro en sus siete brazos a la luz, la externa y la interna. Pues Dios tambin nos concedi una luz interior por medio de la Escritura, y como all sabemos por el mirar, sabemos ac por el reconocimiento. Lo que la llama es paralos sentidos, es para el alma la Escritura en la que estn registrados las obras deDios y las obras de los antepasados, la medida de toda actuacin, lo permitido ylo vedado, el espritu creador y la ley ordenadora. Dos veces vemos por la graciade Dios al mundo por obra de la luz, una vez de afuera con los sentidos, y la otracon el espritu, y aun logramos comprender su propia esencia gracias a su iluminacin. Me comprendes, nio?-No -exhal el muchacho.Entonces, recuerda slo esto... lo dems lo comprenders ms tarde... Recuerda slo lo que te voy a decir: lo ms sagrado que poseamos como signo ennuestra peregrinacin, y lo nico que nos ha quedado de los das de nuestrocomienzo, eran la escritura y el candelabro, la Torah y la Menorah.-La Torah y la Menorah -repiti temeroso el nio, y cerr los puos para retener ms fuerte las palabras.-Y ahora sigue escuchando! Lleg un tiempo... lejano ya... en que nos cansamos de caminar. Pues el hombre desea la tierra, como la tierra al hombre. Ycomo al cabo de aos y ms aos de exilio llegamos a la Tierra que Moiss noshaba prometido, nos incautamos de ella por derecho. Sembramos y aramos ycultivamos la vid y domesticamos los animales, y labramos campos frtiles y losrodeamos de setos y vallas, dichosos de no ser eternamente tolerados y expulsados por otros pueblos y los eternos huspedes del extranjero. Y ya creamos quenuestra caminata haba terminado para siempre, ya osbamos la temeraria palabra de que aquella tierra era nuestra, como si jams una tierra perteneciese alhombre al que todo slo le es dado en prenda. Pero siempre olvida que "tener" nosignifica "mantener", ni "poseer" "conservar". Donde siente tierra bajo sus pies,levanta su casa y quiere asirse al terruo con las races de los rboles. As construimos nosotros por primera vez casas y ciudades, y ya que cada uno de nosotrostena un hogar, cmo no bamos a tener urgencia de ofrecer, agradecidos, tambin a nuestro Dios y Protector, un hogar en nuestro medio, una casa alta y magnfica sobre todas las casas: una casa de Dios. Y surgi en aquellos benditos aosde permanencia en nuestro pas un rey que era rico y sabio, y al que llamabanSalomn...-Bendito sea su nombre -interrumpi Abthalin en voz baja.-Bendito sea su nombre -repitieron los dems ancianos prosiguiendo la marcha.19Espacio Disponiblewww.elaleph.comStefan Zweigdonde los libros son gratis-...El construy una casa en el monte Moria donde otrora Jacob, nuestro antepasado, haba visto en sueos la escalera que llevaba hasta el cielo, diciendo aldespertar: "Este es un sagrado lugar, y por sagrado lo tendrn todos los pueblosde la Tierra". All elev Salomn nuestra casa de Dios y era ella magnficamenteconstruida con piedras y con maderas de cedro y metales trabajados. Y cuandonuestros antepasados elevaban la vista hacia sus muros, sentan su corazn seguro de que Dios iba a residir eternamente en nuestro medio y pacificar nuestrodestino para siempre jams. Tal como nosotros descansamos en hogares propios,descansaba en el recinto sagrado la tienda, y dentro de la tienda el arca tan largamente portada. Da y noche elevaba la Menorah sus siete llamas delante delaltar todo lo que nos era sagrado descansaba seguro en el Santsimo del Seor, yaunque invisible, como haba sido siempre y ser eternamente, resida Dios, sinembargo, pleno de paz, en el pas de nuestros abuelos, en el Templo de Jerusaln.-Que mis ojos lo vuelvan a ver! -murmuraron avanzando los hombres, comoen la oracin.-Pero oye, ms, mi nio. Todo lo que tiene el hombre, slo le es dado enprenda, Y el tiempo de su dicha corre sobre ruedas veloces. No era nuestra tranquilidad eterna como esperbamos, pues de Levante irrumpi un pueblo salvajeen nuestra ciudad, como los piratas que t has visto, irrumpieron ahora en estaciudad extranjera para nosotros. Cuanto poda ser tomado, lo tomaron; cuantohaba qu pudiera ser llevado, se llevaron; cuanto pudo destrozarse, lo destrozaron; slo lo invisible no pudieron quitrnoslo: La palabra y presencia de Dios.Pero arrancaron la Menorah, el candelabro sagrado, de la mesa, y lo llevaron, noporque era sagrado... pues eso no entendan los siervos del Malo... sino porqueera de oro, y siempre aman los ladrones el oro. Y con el pueblo mismo arrastraron al candelabro y el altar, y todos los objetos sagrados consigo hasta Babel...-Babel? -interrumpi vergonzoso el nio.-Pregunta, pregunta, mi nio, y Dios quiera procurarte siempre rplica. Babel es llamada aquella ciudad, grande y poderosa como sta en que ahora vivimos, y tan lejos quedaba de nuestra patria, que las estrellas se hallaban all dedistinta manera sobre nuestras cabezas. Y para que calcules cun lejos viajabanen ese entonces los objetos sagrados con nosotros, cuenta t mismo conmigo:pues, mira, slo hemos andado tres horas, y ya sentimos dolor y cansancio ennuestros miembros. Pero Babel distaba a tres veces mil horas y ms. Ahora comprenders, quizs, hasta cun lejos llevaron al candelabro que nos haban robado.Pero recuerda tambin esto: Ante la voluntad de Dios, no vale distancia alguna.Y cuando vio que su palabra segua sindonos sagrada en el exilio y... acaso seaste el sentido de nuestra eterna persecucin a travs de la Tierra, el que losagrado se nos hace ms sagrado an a travs de la lejana, y nuestro corazn20Espacio Disponibewww.elaleph.comEl candelabro enterradodonde los libros son gratiscada vez ms humilde por el exceso de penas... cuando Dios. digo, vio que resistimos la prueba, despert el corazn de un rey de aquel pueblo extrao. Reconoci el rey su error, y permiti a nuestros antepasados que volviesen a su patriay les devolvi el candelabro de la casa de Dios y los objetos. As regresaronnuestros abuelos de Caldea a Jerusaln pasando por desiertos y montes y matorrales. Retornaron vivos de los extremos de la tierra al lugar en que siempreestbamos y estaremos con nuestros pensamientos. De nuevo edificamos eltemplo en el monte Moria, de nuevo llameaba con siete luces el candelabro queregresara delante del altar de Dios, y nuestros corazones ardan con l. Masrecuerda bien esto, para que comprendas el sentido de nuestra marcha de hoy:ninguna obra de este mundo es tan sagrada, tan vieja y ha viajado tanto por lostiempos y por la tierra, como este candelabro de siete brazos, y de todos lossmbolos que nuestra unin y pureza que tenamos y tenemos, es sta la prendams valiosa. Y siempre se obscurece nuestro destino cuando se apaga y obscurecesu luz.Rabbi Eliser se interrumpi. Su voz pareca extenuada. El nio alz bruscamente la cabeza y su ojo se convirti en una pequea llama ardiente de ansiosotemor de que la narracin pudiese haber tocado a su fin. Sonriente observRabbi Eliser la impaciencia del infante. Le asi nuevamente la cabellera y dijoapaciguante:-Cmo arden tus ojos desde adentro, nio! Pero no temas: nuestro sinonunca terminar; y aunque yo te narrara por aos v ms aos, no conoceras sinoapenas una milsima parte del camino que estamos destinados a recorrer. Masoye ahora. ya que escuchas bien y a gusto, cmo fue y cmo sucedi en nuestrapatria. Nuevamente pensbamos haber fundamentado el templo para los tiempos eternos, pues el perecedero sentido del hombre anhela la duracin y desea asus obras que persistan. Mas otra vez cruzaron enemigos el mar: desde este pasen que ahora vivimos como extranjeros, vinieron, y conducalos un emperador,un guerrero llamado Tito...-Su nombre sea maldito! -murmuraron los ancianos, prosiguiendo la marcha.-...y l derrib nuestras murallas y tritur nuestro templo. Con insolente piepenetr el temerario al Santsimo y arranc el candelabro del altar. Su venganzarob lo que Salomn haba creado, magnfico, para alabanza de Dios, y llevconsigo. triunfante, a nuestro rey encadenado y los objetos sagrados. Jactanciosoprorrumpi el pueblo necio en gritos de jbilo cuando regres victorioso, comosi sus guerreros hubiesen conducido a Dios y lo arrastrasen en cadenas con ellos.Y tan magnfico crea el abyecto su crimen, tan preciosa nuestra degradacin,que mand construir, fatuo, un arco especial para recuerdo, e hizo grabar enmrmol, en la obra artificial, su robo de los objetos divinos.21Espacio Disponiblewww.elaleph.comStefan Zweigdonde los libros son gratisEl nio levant la frente, atento.-Es aqul arco, con los muchos hombres de piedra? Aquel arco delante dela enorme plaza, del que mi madre me adverta que nunca deba atravesarlo?-El mismo, mi nio. Pasa siempre a su lado, no mires nunca esa puerta deltriunfo, pues ella recuerda nuestro da ms doloroso. Ningn judo debe atravesar ese arco, cuyas figuras demuestran cmo ellos se burlaban de lo que nos hasido y siempre nos ser sagrado. Recuerda siempre...El anciano se detuvo en medio de la palabra. Pues desde atrs se le acercprecipitadamente, de un salto, Hyrcanos ben Hillel, y le puso la mano sobre laboca. Todos se sorprendieron desmesuradamente de semejante osada. PeroHyrcanos ben Hillel seal silencioso a la carretera delante de ellos. Se distingui all algo confuso en el halo incierto de luna velada. Algo obscuro se arrastrdespacio por la carretera blanca, como un gusano que se desplaza. Y ahora alquedar los viejos parados sin respirar, oase a travs del silencio el chirriar de carros muy cargados. Sobre esa columna obscura que se arrastr laboriosamente,relampague algo brillante como tallitos en el roco matutino: eran las lanzas dela retaguardia nmida que custodiaba los carros llenos de botn.Pero los guardianes perspicaces de aquella caravana, ya deban haber divisado a los que la seguan, pues hicieron volver rpidamente sus caballos, y ya seacercaba a todo galope un destacamento, las lanzas en ristre y con gritos agudos.Los guerreros numdicos estaban de pie en las sillas, y los albornoces revoloteaban blancos como si los corceles fuesen alados. Los once ancianos se juntaroninstintivamente y tomaron al nio en su medio. De pronto se acercaron losjinetes con fuertes gritos y grande revuelo; slo a unas pocas pulgadas de losasustados ancianos sofrenaron a los caballos con tal fuerza que se encabritaron,para examinar de cerca a los desconocidos rezagados. Pero cuando a la inciertaluz de la luna inerte reconocieron que no se trataba de guerreros que les seguanpara disputarles el botn, sino slo de ancianos que atravesaban pacficos lanoche, viejos de barbas blancas y decrpitos, cada uno con un hatillo y un bastnen la mano, tal como en el pas de ellos acostumbraban tambin los beatos aperegrinar de lugar en lugar, rean confiados a los ancianos y los dientes lucanblancos en sus rostros obscuros y salvajes. Luego emiti uno de ellos un silbidobreve y fuerte; nuevamente hicieron girar a sus caballos, volviendo alados yligeros como una bandada de pjaros a su presa, mientras los ancianos quedaronan inmviles por el relmpago del susto, y sin atreverse a comprender quehaban sido perdonados y salvados.Rabbi Eliser, el puro y claro, fue el primero en recobrarse. Golpe cariosamente la mejilla del nio.22Espacio Disponibewww.elaleph.comEl candelabro enterradodonde los libros son gratis-Eres un valiente -le dijo, inclinndose sobre l-. Mantuve tu mano, y ella notembl. Quieres que te siga narrando ahora? Pues aun no sabes adnde vamos ypor qu estamos despiertos en esta noche-Cuenta! -exhal con dbil ruego el nio.-Te dije, recuerdas?, que Tito, el detestado, llev nuestros objetos sagradosa Roma y los condujo, pretencioso, a travs de toda la ciudad. Pero despus deese da guardaban los emperadores de Roma nuestra Menorah con los demsobjetos sagrados de Salomn, en una casa que ellos llamaban templo de la Paz;necia palabra, como si la paz jams tuviera duracin y un hogar en nuestratierra belicosa! Pero Dios no toler que permaneciese en un templo ajeno lo quehaba sido adorno del suyo propio en Sin; envi de noche un incendio, el fuegodevor aquella casa con techo y cima, imgenes y bienes; slo nuestro candelabro se salv de las llamas insaciables, y nuevamente se evidenci que nada pueden sobre l el fuego ni la lejana, y tampoco la mano rapaz del hombre. Fue unaviso de Dios de que volvieran lo sagrado a su santo lugar y los objetos a la morada que los honraba, no por ser de oro, sino por su santidad. Pero cundoadvierten los necios un aviso, cundo se doblega el obstinado corazn del hombre dcilmente a la razn?Rabbi Eliser suspir; y prosigui luego:-Tomaron, pues, nuestros objetos sagrados y los guardaron en otra casa delemperador, y como all permanecan en una cmara cerrada durante aos ydecenios, crean que ahora los tenan a buen seguro para toda la eternidad. Perosiempre azuza un ladrn detrs de otro, lo que uno quit a la fuerza, le vuelve lafuerza a quitar. Como Roma cay sobre Jerusaln, as acaba de caer Cartagosobre Roma. As como ellos nos robaron a nosotros, acaban de ser robados ellos,y tal como ellos profanaron nuestro santsimo acaba de profanarse el suyo. Peroaquellos bandidos tambin, han robado lo nuestro, nuestra Menorah, nuestrosobjetos para el servicio divino, y aquellos carros conducen, all en la obscuridad,lo ms caro a nuestros corazones. Maana embarcarn el candelabro para llevarlo lejos, inalcanzable a nuestra mirada anhelante. Nunca ms veremos, losancianos, la luz de este candelabro! Y as como se acompaan hasta la tumba losrestos de un ser amado, para testimoniar el cario con ese acompaamiento en elpostrer viaje, as acompaamos hoy la Menorah en su partida al exilio. Es lo mssagrado lo que perdemos. Comprendes ahora la tristeza de nuestra caminatadolorosa?El nio marchaba cabizbajo y callado. Pareca reflexionar.-Pero recuerda esto: Te hemos trado como testigo, para que en otro tiempo,cuando nosotros nos hayamos convertido en polvo, puedas atestiguar que hemosguardado fidelidad a lo sagrado, y para que ensees a los dems que sigan guardndola Para que les ayudes a creer con nuestra fe que el candelabro volver23Espacio Disponiblewww.elaleph.comStefan Zweigdonde los libros son gratissiempre de su camino a travs de la obscuridad para alumbrar en el futuro gloriosamente con sus siete luces el altar del Seor. Te hemos despertado, para quese avive tu corazn, y para que en das futuros hables de esta noche a los quevendrn. Recuerda y consuela a los dems dicindoles que has visto con tuspropios ojos el candelabro que ha viajado mil aos sin sufrir dao, como nuestropueblo, en el extranjero, y del que estoy firmemente convencido que no perecer,mientras no perezcamos nosotros.El nio continuaba callado. Y Rabbi Eliser, el puro y claro, sinti una resistencia en el silencio inmutable del nio. Inclinse, pues, sobre l y pregunt:-Me entendiste?Sigui tenaz la nuca del infante.-No -dijo, terco- no lo entiendo. Pues si... nos es tan caro y tan sagrado elcandelabro... por qu nos lo dejamos quitar?El anciano suspir.-Preguntas bien, mi nio. Por qu nos lo dejamos quitar? Por qu no lodefendemos? Pero slo ms tarde comprenders que en este mundo el derecho sepone del lado del ms fuerte y no de los justos. La fuerza siempre impone suvoluntad en la Tierra, y la piedad no tiene poder terrenal. Slo hemos aprendidode Dios a sufrir injusticias y no a imponer el derecho a la fuerza, con el puo.Rabbi Eliser dijo estas palabras con la cabeza baja y mientras segua caminando. Pero de pronto solt el nio violentamente la mano de la suya y se quedparado. A boca de jarro, y casi imperiosamente, pregunt el nio ardiente alanciano:-Pero Dios, por qu tolera ese robo? Por qu no nos ayuda? No dijiste queera el Justo y el Omnipotente? Por qu se pone del lado de los ladrones y no delde los justos?Todos se aterraron. Todos quedaron parados, y al mismo tiempo se les detuvo el corazn en el pecho. La pregunta del nio haba rajado el vaco de la nochecomo una fanfarria, como si ese niito solo declarara la guerra a Dios. Y encolerizado -pues se avergonzaba de su sangre- ret Abthalion a su nieto:-Calla y no blasfemes!Pero Rabbi Eliser lacer sus palabras:-Calla t primero! Por qu rezongas contra el nio inocente? Pues nadams pregunt su cndido corazn, que lo que a diario y hora a hora nos preguntamos t y yo, y todos nosotros, y los sabios de nuestro pueblo, desde los primeros comienzos. El nio slo pronunci la vieja pregunta juda: Por qu nosprueba Dios tan duramente, tan luego a nosotros, que le servimos como ningnotro pueblo? Por qu tira justamente a nosotros bajo las suelas de los dems,para que nos pisoteen, a nosotros que fuimos los primeros en reconocerle y loarleen la impenetrabilidad de su ser? Por qu destruye cuanto nosotros edificamos,24Espacio Disponibewww.elaleph.comEl candelabro enterradodonde los libros son gratispor qu aniquila lo que anhelamos, por qu nos quita el refugio dondequiera quedescansemos, por qu azuza pueblo tras pueblo contra nosotros con odio eternamente renovado? Por qu nos prueba tan duramente, siempre slo a nosotros, alos que primero eligi y a los que primero revel su misterio? No, yo no mentirdelante de un nio, pues si su pregunta es blasfema, entonces yo mismo soyblasfemo cada da de mi vida. Pues ved, os digo en verdad a todos: yo tambin, apesar de lo mucho que me resisto, yo tambin disputo con Dios sin cesar, yotambin sigo preguntando, a mis ochenta aos. da a da, lo que este nio inocente: por qu Dios impele justamente a nosotros a tan profundo pesar? Porque tolera que se nos quiten nuestros derechos, y aun ayuda a quien nos roba? Yuna y mil veces me golpeo yo el pecho con el puo, avergonzado, no logro suprimir y aplastar ese grito interrogante. No fuera judo ni hombre si no memortificase a diario esta pregunta, que slo la muerte enmudecer en mis labios.Los dems ancianos se estremecieron. Jams haban visto tan tumultuoso aKal ve Nake, el puro y claro, el siempre justo. Esa acusacin deba haber surgidode lo ms hondo de su ser, que de ordinario mantena reservado, y pareci extrao a todos tal como ahora lo vean, temblando todo l en la demasa del dolor, yseparando avergonzado la vista del nio, que alz sorprendido los ojos avizoreshacia l. Mas ya se haba recogido Rabbi Eliser, e inclinndose de nuevo sobreel nio, lo calm:-Perdona que haya hablado a ellos y a otro superior a todos nosotros, en lugarde contestarte. T me has preguntado, mi nio, desde la candidez de tu corazn:Por que tolera Dios semejante crimen contra nosotros y contra El? Y yo tecontesto desde la simpleza de mi espritu tan sincero como puedo, y te digo: nolo s. Pues ignoramos los propsitos de Dios y no sospechamos sus pensamientos, pero cada vez que disputo con El en la torpeza de mi dolor y en elexceso de nuestro sufrimiento comn, trato de consolarme dicindome: Quizstiene un significado ese dolor que nos atribuye, quizs pagamos cada uno denosotros una falta Quin puede sealar al que la cometi? Quizs fue Salomnel sabio, imprudente cuando levant el templo en Jerusaln, como si Dios fueseun hombre ansioso de tener un hogar en un lugar nico y entre un slo pueblo.Quizs era pecado haberle construido una casa con tanta magnificencia, como siel oro fuese ms que la devocin y el mrmol ms que la consistencia y constancia anterior. Quizs fue contra la voluntad de Dios que pretendamos ser unpueblo judo como los dems y tener una patria y un hogar para decir que estepas es nuestro, para decir: nuestro templo, y nos ha arrancado de la patria paraque no fijemos nuestros sentidos. en lo visible, sino para que siguisemos fielesinteriormente a lo inalcanzable e invisible. Quizs consiste nuestro caminoverdadero en quedar siempre caminando, mirando melanclicos hacia atrs yanhelantes hacia adelante, siempre deseando la tranquilidad e inquietos siempre25Espacio Disponiblewww.elaleph.comStefan Zweigdonde los libros son gratispues siempre es slo un camino sacro aquel cuya meta se desconoce y el que, noobstante, siempre se prosigue tenazmente, tal como en esta noche marchamoshacia la obscuridad y el peligro sin conocer el fin.El nio escuchaba. Mas Rabbi Eliser haba concluido.-Pero ahora no preguntes ms. Pues tu interrogacin es ms extensa que misaber. Espera y ten paciencia. Quizs te conteste Dios una vez desde tu propiocorazn.El anciano call y callaron los dems. Silenciosos permanecan parados en lacarretera, y silenciosos los envolva la noche, y todos tuvieron la impresin dehallarse solos en la obscuridad del mundo allende el tiempo.De repente se estremeci uno de ellos, y alz la cabeza. Presa de temor advirti a los dems que escuchasen. Y en efecto, algo corri por el silencio y se aproxim rumoroso. Al comienzo slo pareca que alguien tocara apenas un arpa, unsonido obscuro, in crescendo, pero ya vibr ms fuerte acercndose como vientoo mar, y de pronto irrumpi en el bochorno una rfaga poderosa de un temporal,breve y repentino, de tal suerte que los rboles sorprendidos a lo largo de lacarretera alzaron sus brazos como si quisieran agarrarse en el vaco, y los arbustos cuchichearon confusos y el polvo se levant del camino. Fue como si derepente bamboleasen las estrellas, y los ancianos, agitados como estaban a raz desu disputa sobre su destino y atentos a la presencia divina, temblaban de querepentinamente pudieran recibir una respuesta, pues la Escritura deca de Diosque estaba en el vendaval, y que su voz se levantaba en el gorjeo suave. Todosinclinaron la frente hacia el suelo, todos escucharon al mismo tiempo haciaarriba e inconscientemente tomaron unos las manos de los otros para unirsecontra lo maravilloso, y cada uno senta el pulso del otro en su mano como unpequeo martillo arrebatado...Pero nada sucedi. Tan repentinamente como se haba levantado, ces elviento huracanado, y poco a poco apagse el rumor en la pradera. Nada sucedi.Ninguna voz habl, ningn sonido libert el silencio aterrado. Y cuando unotras otro volvieron a levantar la vista del suelo, advirtieron que al Este nacasobre las tinieblas un primer fulgor palo y delicado. Entonces reconocieron queslo haba sido el viento que siempre se levantaba antes de comenzar el da, slose haba producido el diario milagro del surgir del da como despus de cadanoche terrenal. Mientras an permanecan intranquilos, acentuse la claridad dela lejana rojiza, y ya se libr el paisaje con plidos contornos de los velos. Entonces saban haba terminado la noche. la noche de su peregrinaje.-Amanece -murmur desengaado Abthalion-. Oremos!Reunironse los once ancianos. Qued a su lado el nio menor, ignorante dela oracin, y mir conmovido. Los viejos sacaron de su hatillo los mantos deoracin y cubrironse con ellos los hombros y las cabezas. Ataron las correas a la26Espacio Disponibewww.elaleph.comEl candelabro enterradodonde los libros son gratisfrente y a la mano, a la izquierda, la ms cercana al corazn. Luego se dirigieronal Este, donde saban a Jerusaln, y agradecieron a Dios que haba creado elUniverso, y lo alabaron con las dieciocho bendiciones de su perfeccin. Canturrearon y murmuraron, oscilando el cuerpo hacia adelante y atrs, en el ritmo desu oracin. El nio no comprendi todas las palabras, pero vio el fervor con quese balanceaban los viejos en el movido cantar, como antes se haban mecido losarbustos en el huracn de Dios. Despus del "Amen" solemnemente elevado,inclinronse todos, doblaron y guardaron sus mantos y preparronse de nuevopara el viaje. Parecan ms viejos los ancianos en la luz que poco a poco se despertaba: se marcaban ms profundas las arrugas de su frente y ms obscuras lassombras de sus ojos y boca: como si volviesen de su propia muerte, arrastrronsecansados y penosamente con el nio para cubrir el ltimo y ms doloroso tramode su camino.Clara y trrida arda la maana itlica cuando los once viejos llegaron con elmuchachito al puerto de Portus donde el Tiber deja fluir al mar sus aguas amarillas, lnguido y a desgano. Esperaban muy pocas barcas de los vndalos todavaen la rada: una tras otra hacanse ya a la mar, con el mstil victoriosamenteembanderado, y el ancho vientre cargado de botn. Por ltimo qued una solaanclada frente a la costa absorbiendo con gula los restos del robo romano de loscarros sobrecargados. Carro a carro acercronse obedientes para ser vaciados, ycada vez llevaban los esclavos sobre sus hombros o alzadas sobre la cabeza laspesadas cargas al barco, pasando por una ancha escalinata de madera: cajones yarcas repletas de oro y nforas llenas de vino. Pero por ms prisa que se daban,consideraba el impaciente capitn que su servicio no era suficientemente rpidoy por eso obligaron los guardianes de los vndalos a los esclavos con latigazos aapresurar ms y ms sus pasos. Ahora que paraba el ltimo carro junto a la barca;era el mismo que los ancianos y el nio haban seguido durante la noche, y queconduca el candelabro del templo. Su carga estaba cubierta todava con pajas ytrapos, pero los ancianos fijaron su ardiente mirada sobre el carruaje repleto, ytemblando esperaron que se descubriera. Era se el momento de la decisin:entonces o nunca haba de producirse el milagro.Pero el nio no miraba como ellos. Como encantado admir el mar que veapor primera vez. All estaba. un infinito espejo azul, brillantemente arqueadohasta la cortante lnea donde las aguas tocan al cielo, y ms amplio an parecaleaquel espacio enorme que la cpula de la noche en la que por primera vez habavisto la ronda eterna de las estrellas en el cielo abovedado. Miraba hechizadocmo las olas jugaban unas con otras, como se perseguan, cmo una salt sobrela espalda de otra y luego se escurra espumosa con una ligera, chasqueante risade petulancia, para formarse una y otra vez de nuevo: y presinti en ese juego27Espacio Disponiblewww.elaleph.comStefan Zweigdonde los libros son gratisbienaventurado una alegra como jams se haba atrevido a soarla en la herrumbrada sombra de su angosta callejuela de pobres. Su estrecho pecho infantilse tendi poderosamente y anhelaba ensancharse, hacerse fuerte y grande paraembeberse de aire y mundo, y sentir el halo de ese goce hasta muy adentro de susangre juda, intimidada. El nio sinti irresistible deseo de adelantarse hastajunto al lquido, de abrir sus pequeos brazos para apretar cuando menos unsoplo comprensivo de ese infinito contra el propio cuerpo; sentase interiormente elevado al contemplar tal belleza y claridad, y dichoso como nunca. Oh, cuncndido era todo aqu, cun libre y exento de temores! Como proyectiles blancosabalanzbanse y levantbanse las gaviotas, las hermosas embarcaciones hinchaban suaves y sedosas sus velas en el viento. Y de repente, cuando el nio reclinla cabeza, con los ojos cerrados, para embeber ms profundamente el fresco airesalado, record la primera palabra que haba aprendido: Al principio cre Diosel cielo y la tierra! Y por primera vez le result con sentido y forma el nombre deDios que el da anterior haban pronunciado los padres, los ancianos.Un grito le sobrecogi. Los once ancianos se haban exclamado como poruna sola boca, y en seguida corri hacia ellos. Se acababa de quitar los trapos quecubran el ltimo carro, y cuando los esclavos berberiscos se inclinaron parasacar una estatua argentina de Hera -pesaba varios quintales- empuj uno deellos con un pie el candelabro a un lado, porque le molestaba. La Menorah segolpe y rod duramente. Y cay del carro a tierra. Un solo grito de espantodesgarr el pecho de los ancianos cuando vieron cmo el smbolo sagrado queviera Moiss, que bendijera Aarn, que haba estado en la mesa del Seor en lacasa de Salomn, rodaba mseramente en los excrementos de los tiros, profanadoy manchado con lodo. Los esclavos negros levantaron curiosos la vista al or elgrito. No comprendieron por qu aquellos necios barba-blancas emitieron tanaguda voz y por qu se tomaron de los brazos los unos a los otros formando unaconvulsiva cadena de dolor. Pues no se les haba hecho mal alguno. Pero yachasqueaba el ltigo del guardin sobre su carne desnuda, y serviles hundieronde nuevo sus brazos en la paja del carro, sacando un desnudo de prfido brillante, luego otra enorme estatua que, con cuerdas en la nuca y en los pies, subieronsobre la escalinata de a bordo como a un animal carneado. El fondo del carro sevaci cada vez ms rpidamente. Slo quedaba tendido, descuidado debajo delcarro, medio cubierto por una rueda, el candelabro, el imperecedero. Y los ancianos, que se agarraban mutuamente, vibraban en una esperanza comn: Ojallos ladrones olvidasen en su precipitacin el candelabro! Ojal lo pasasen poralto! Ojal se realice an en ltimo momento el milagro de la salvacin!Pero en ese instante observ uno de los esclavos el candelabro, se inclin, lolevant y lo carg sobre sus espaldas. Arda puro en el sol, brillaba y llameaba ypareca iluminar ms an al da: por primera vez en su vida contemplaron los28Espacio Disponibewww.elaleph.comEl candelabro enterradodonde los libros son gratisancianos el perdido sagrario de su pueblo, y ay!, en el mismo instante en quevieron al amado smbolo, ya volvi a desaparecer en la lejana. Con ambas manos, la derecha y la izquierda, sostuvo el negro de anchos hombros la doradaMenorah para mantener en equilibrio su pesada carga mientras suba por la vacilante escalera de madera; cuatro pasos, cinco pasos an, y haba desaparecido porsiempre ese objeto sagrado. Como atrado por una fuerza secreta, se arrastraronlos once ancianos, sostenindose mutuamente, hasta la escalinata, la vista casicegada por las lgrimas, y con palabras confusas chorreaba la baba de sus labios.Se adelantaron vacilantes. como bebidos, con la boca vida, con vida miradapara, al menos tocar con su devoto beso el smbolo sagrado. Uno solo, RabbiEliser conserv la lucidez en su dolor. Apret nervioso la mano del nio -y suapretn le doli tanto al nio que ste por poco grit.-Mira! Mira! T sers el ltimo de los que han visto lo sagrado. T serstestigo de cmo lo llevaron, de cmo lo robaron.El nio no comprendi las palabras. Pero sinti el dolor de los dems hastaen la profundidad de la sangre, y advirti que se estaba cometiendo una injusticia. Una ira, una clera infantil, atraves ardiente su cuerpo. Sin saber qu haca,se solt el nio, del septenal, a la fuerza, y corri detrs del negro que en eseinstante pisaba la escalinata bambolendose fatigado bajo la pesada carga. No,no haba de llevarse la Menorah, ese hombre extrao! Insensato asalt el nio alfornido hombre, para. arrebatarle el robo.El esclavo, grandemente cargado, vacil bajo la inesperada arremetida. Fuesolo un nio el que se colg de su brazo, pero mantenindose con dificultad enequilibrio sobre la estrecha tabla oscilante, pis el esclavo tambaleante en elvaco, a consecuencia del repentino asalto de atrs, y se cay arrastrando al nio.En eso se le escap rodando el candelabro. Desplomse con todo su peso violentamente sobre el brazo derecho del infante. Este sinti como si se le hubierapicoteado y triturado la carne y los huesos. Peg un grito penetrante. Mas estegrito se perdi en el repentino puje de los dems. Pues todos gritaron simultneamente: los ancianos horrorizados por el crimen de que la sagrada Menorahrodara de nuevo por el fango; desde la embarcacin gritaban, a su vez, furiosos,los vndalos. El guardin se acerc e hizo retroceder a los ancianos a latigazos.Entretanto ya se haba levantado amargado el esclavo, apart con el pie al nioque gema, volvi a hombrear el candelabro y lo llev entonces rpidamente,como un fugitivo, por la escalinata hasta a bordo.Los once viejos no prestaron atencin al nio. Ninguno vio cmo estabatendido quejndose y retorcido, pues no miraban al suelo. Slo vean al candelabro que ahora suba sobre los hombros del esclavo, elevados los siete cliceshacia Dios, como unos sacrificios. Ahora vieron cmo a bordo lo tomaron indiferentes manos extraas y cmo lo tiraron junto a los dems despojos. Y ya son29Espacio Disponiblewww.elaleph.comStefan Zweigdonde los libros son gratisestridente un silbido, rechinando subi la cadena al ancla, y abajo, en el espacioinvisible en que los esclavos de la galera estaban encadenados a sus bancos,empezaron cuarenta remos el uniforme movimiento hacia adelante, atrs, adelante, atrs. Bruscamente se movi la embarcacin. Blanca espuma corri sobrela carena, rumorosa se desliz y ya se levantaba y se hunda su cuerpo pardosobre las olas como si viviera y respirara, y con las velas hinchadas dirigise lagoleta desde la rada directamente a la infinita mar abierta.Los once ancianos siguieron con la vista fija en el navo que se alejaba. Otravez se haban tomado de las manos y temblaban, una sola cadena de terror ydolor. Todos haban esperado en secreto, sin que el uno se confiara al otro, queen ltimo y postrer momento an se produjera el milagro. Pero liviana y acariciada por el viento suave, resbal la nave con las velas combadas sobre las aguas,y cuanto se achic su silueta en la lejana, tanto ms lastimeramente se derritila esperanza en sus corazones y se perdi en el inacabable mar de su tristeza. Ya,la nave slo brillaba pequea como el ala de una gaviota, y al fin -las lgrimasobscurecieron su mirada. Perdida toda esperanza! Una vez ms viajaba el candelabro a tierra extraa y lejana, eternamente en camino, eternamente perdido.Slo entonces, volviendo la vista del mar, recordaron al nio que estaba tendido, lanzando gemidos sordos, con su brazo machacado, en el lugar al que elcandelabro lo haba tirado al caerse. Levantaron al sangrante y lo colocaronsobre unas angarillas. Todos se avergonzaron porque ese nio haba hecho ingenuamente lo que ninguno de los hombres se haba atrevido a hacer, y Abthalintema a las mujeres porque devolva al nieto como lisiado a la madre e hija. SloRabbi Eliser, el puro y claro, los consol:-No os quejis, ni os condolis de l. Recordad la Escritura que habla delhombre a quien Dios abati porque haba tocado el arca para apoyarla, pues Diosno quiere que se toque lo sagrado con manos carnales. Pero El perdon al nio yslo golpe el brazo. Hay quizs una bendicin en ese dolor, y un llamamiento.Luego se inclin tiernamente sobre el nio gimiente:-No reprimas ese dolor, sino absrbelo. Este dolor tambin es una herencia.Pues slo en el dolor vive nuestro pueblo, slo el pesar engendra su fuerza creadora. Has experimentado algo grande, pues tocaste lo sagrado y slo se lastim tucuerpo, mas no tu vida. Quizs resultes elegido por este dolor y queda un sentidoen tu destino.Desde aquella noche vandlica pasaron los aos inquietos en el Imperio romano, y sucedi ms en el tiempo en que vive un hombre slo de lo que anteshaba sucedido en siete generaciones. Otro emperador lleg al poder sobre Roma, y otro, y otro ms, uno se llam Aurilius, los que le siguieron Maioranus y30Espacio Disponibewww.elaleph.comEl candelabro enterradodonde los libros son gratisLibius Severus, y Anthemius. Uno asesinaba o expulsaba al otro, de nuevo invadan pueblos germanos la ciudad y la saqueaban.Otra vez (y eso siempre dentro del espacio de vida de una sola generacin),fueron coronados nuevos emperadores, y depuestos, y por fin, los ltimos deRoma, Licerius y Julius, Nepos y Rmulus Augustulus, hasta que luego se incautaban del dominio rigurosos guerreros nrdicos, Odoacro y Teodorico. Perotambin este imperio gtico, del que sus reyes crean que, endurecido en ladisciplina y ceido en acero, sobrevivira generaciones, cay y decay en losaos de esa misma generacin, mientras en el Norte emigraban y se unan pueblos y, allende el mar, en Bizancio, se levant otra Roma. Pareca que desde lanoche en que la Menorah se encamin por la Porta Portuensis, no deba haberms paz y tranquilidad en la milenaria ciudad del Tber.Haca tiempo ya, que la muerte se haba llevado a los once viejos que acompaaron al candelabro en aquel su ltimo viaje, y ya estaban enterrados tambinsus hijos, y eran ancianos ya sus nietos. Mas segua en vida Benjamn, el nieto deAbthalion, el testigo de aquella noche vandlica. El nio de entonces se habaconvertido en mozo, el mozo en hombre y el hombre en anciano. Siete de sushijos le haban precedido en la muerte, y uno de sus nietos haba perecido cuando el populacho incendi, bajo Teodorico, la sinagoga. Pero l, con su brazodestrozado, viva an; as como en el bosque la tempestad derriba a los rboles adiestra y siniestra y queda uno solo, el ms fuerte, as sobreviva ese anciano altiempo, y vio morir a emperadores y desaparecer imperios. La muerte solo lorespetaba a l, y su nombre era grande y casi santo entre los judos del mundo.Llambanle, por su brazo destrozado, Benjamn Marnefesh, lo que quiere decirel hombre a quien Dios prob amargamente; y a nadie veneraban como a l.Pues era el ltimo y nico que con sus propios ojos haba visto al candelabro deMoiss, el candelabro del templo de Salomn, la Menorah que, hurfana de luces, yaca sepultada en el tesoro de los vndalos. Cuando llegaban a Roma mercaderes procedentes de Livorno, Gnova o Salerno, de Maguncia, Trveris o lospases de levante, se dirigan siempre primero a su casa para ver de cara a cara elhombre que con sus propios ojos haba visto an los objetos sagrados de Moiss ySalomn. Inclinbanse respetuosos delante del viejo como ante una imagensagrada, y contemplaban con conmovido terror su brazo tullido y con los dedospalpaban la mano que otrora haba tocado el candelabro del Seor. Y aun cuando todos saban -pues en aquel tiempo el verbo se difunda tan activo por elmundo como hoy lo escrito- lo que Benjamn Marnefesh haba sufrido en aquellanoche vandlica, no dejaban de rogarle que una y otra vez les narrase el viaje deesa noche. Y con eternamente igual paciencia contaba el anciano siempre elxodo del candelabro, y un fulgor atravesaba la maraa de su barba cada vez queanunciaba lo que en aquel entonces le haba predicho Rabbi Eliser, el puro y31Espacio Disponiblewww.elaleph.comStefan Zweigdonde los libros son gratisclaro, cuyo cuerpo se haba hundido en la fosa, haca mucho tiempo ya. Advertaa sus visitantes que no deban desanimarse, pues no haba llegado a su trmino elviaje del smbolo sacro; el candelabro volvera a Jerusaln, y entonces terminarasu propio destierro y se volvera a reunir el pueblo en torno a su smbolo salvado.De esa suerte, todos salan reconfortados de su casa, y enlazaban su nombre en laoracin, pidiendo porque permaneciera mucho tiempo junto a su pueblo elconsolador, el testigo, el ltimo que haba visto los objetos sagrados.Y Benjamn, el tan duramente probado, de nio de aquella noche lejana, lleg a los setenta aos, a los ochenta y cinco, a los ochenta y siete. Poco a pocoencorvronse ya sus hombros bajo el peso del tiempo, su vista perdi claridad, ya veces cansbase en medio del da. Pero ninguno de los judos de Roma queracreer que la muerte pudiese cobrar poder, sobre l, pues su existencia les significaba una prenda de un acontecimiento grande. Todos consideraban inimaginable que pudieran apagarse esos ojos humanos que haban visto el candelabro delSeor, sin haber presenciado el retorno de la Menorah; y cuidaban su existenciacomo un smbolo de la voluntad divina. No haba fiesta sin l, ni servicio religioso en que no se lo nombrara. Donde iba, inclinbanse devotos los ancianosante el patriarca, cada uno pronunciaba la sentencia de la bendicin a su paso, ydondequiera que se reunan, apesadumbrados o para la fiesta, siempre se le reservaba el sitio de honor en la mesa.As honraron los judos de Roma a Benjamn Marnefesh, como el ms viejo ydigno de la comunidad aquella vez que, segn ordenaba la costumbre, se reunieron en el cementerio en el da ms triste del ao, el 9 de Ab, el da de la destruccin del templo, aquel da de sombra recordacin que haba hecho de sus padresunos sin patria y los haba esparcido como sal sobre los pases de la tierra. Noestaban sentados en la casa de oraciones, pues poco tiempo atrs la haba ultrajado el populacho hostil, sino que deseaban hallarse cerca de sus muertos en eseda mortal; reunironse fuera de la ciudad, donde sus padres estaban sepultadosen tierra extraa, para quejarse unos a otros del propio exilio. Estaban sentadosentre los sepulcros, algunos sobre lozas rotas ya; saban que se hallaban junto asus padres, hijos tambin de su tristeza, y en las losas de los antepasados lean losnombres y su elogio. En muchas piedras estaban grabados, encima de los nombres, smbolos, dos manos cruzadas como testimonio de clereca, o el cntaro deablucin de los Levita, o un len, o una estrella de David. Una de las lozas paradas ostentaba una reproduccin del candelabro de siete brazos, de la Menorah,para significar que el que all dorma el sueo eterno haba sido un sabio, ungran justo y el mismo una lumbrera en Israel. Delante de esa tumba estabasentado Benjamn Marnefesh rodeado por otros, con cenizas esparcidas sobre lacabeza, con las vestimentas rotas como los dems que, como sauces, se doblabane inclinaban sobre las aguas negras de su afliccin.32Espacio Disponibewww.elaleph.comEl candelabro enterradodonde los libros son gratisEra tarde, y el sol baj ya oblicuamente entre pinos y cipreses. Mariposas deabigarrados colores aleteaban alrededor de los judos como en torno a troncos endescomposicin, liblulas con alas de los colores del arco iris posbanse descuidadas en sus espaldas encorvadas, y en la hierba exuberante jugaban escarabajosalrededor de sus sandalias. En el follaje que brillaba como oro, abanicaba aromtico el viento, caa una tarde muelle como terciopelo, pero los judos no levantaron los ojos ni los corazones. Impelanse una y otra vez hacia renovada tristeza,recordando siempre de nuevo en lamento comn el abatimiento de su pueblo.No coman, ni beban, ni dirigan la mirada hacia la claridad del da: slo leyeron unos a los otros los cnticos que se referan a la destruccin del templo y lacada de Jerusaln, y a pesar de que cada palabra de esos cantares dolorosos estaba marcada desde haca tiempo ya con fuego hasta en la ltima gota de susangre, las repetan siempre de nuevo para agudizar el dolor y sentirlo destrozarsu corazn. No queran sentir sino pena en ese obscursimo da, y por eso recordaron, amn de su propia expatriacin y humillacin, los sinsabores y sufrimientos de los muertos, el penoso destino de todo su pueblo, y con sus palabras renovaron y recordaron mutuamente los sufrimientos del pasado. Y como stos enRoma, as estaban sentados, con los cabellos cubiertos de ceniza y la indumentaria destrozada, los judos en todas las ciudades y comunidades del mundo,juntos a las tumbas, y, desde un extremo del mundo hasta el otro hablaban ylean a la misma hora los mismos lamentos, la lamentacin de Jeremas por lacada de Jerusaln que se haba convertido en burla de los pueblos. Y saban queesa pena y esa lamentacin del comn exilio constitua su sola unidad en laTierra.Mientras estaban sentados as y murmuraban y se trituraban el corazn conel dolor del recuerdo, no se daban cuenta de que el sol y los troncos de los pinosy cipreses se doraban ms y ms y que, como iluminados por una luz interior,empezaron a arder rojizos. No notaban que el nueve de Ab, el da de la grantristeza, llegaba paulatinamente a su fin, y que se acercaba la hora de su ltimaoracin. En eso rechin afuera el portn aherrumbrado del cementerio. Si bienoan que alguien entraba, no se levantaron, y tambin el extrao esperaba silencioso hasta que se terminara de pronunciar la postrera plegaria. Slo entoncesmir el jefe de la comunidad al recin llegado y le salud:-Bendito sea el que llega. La paz le acompae, judo.Y pregunt entonces el superior:-De dnde vienes y a qu comunidad perteneces?-La comunidad con que he vivido, no existe ms; he huido en un barco deCartago. Algo grande ha sucedido. Justiniano el emperador, ha enviado desdeBizancio un ejrcito contra los vndalos y, Belisario, su general, ha tomadoCartago, la bastilla de los piratas. El rey de los vndalos est preso y su imperio33Espacio Disponiblewww.elaleph.comStefan Zweigdonde los libros son gratisaniquilado. Todo lo que los bandidos han robado durante aos y aos,