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Traducción: María del Mar Orozco Roselló Noche de difuntos Stewart O'Nan

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Traducción:María del Mar Orozco Roselló

Noche de difuntos

Stewart O'Nan

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Para Ray Bradbury

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Agradecimientos

El autor quiere expresar su reconocimientoy agradecimiento a Brett Einsenlohr,DrewGallagher y Timothy Ray por compartir suexperiencia con tanta generosidad.

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¿Es posible sentir amor por una calle sin aceras?¿Por coches aparcados y casas de madera?

Theodore Weesner

Me odio y quiero morir.Kurt Cobain

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Algo perverso

Ven, ¿lo oyes? El viento, murmurando en el alero,recorriendo los árboles desnudos. Cómo aúlla, casimusical, una armonía de antiguos gemidos. La casaparece respirar, una inválida. Deja el maratón de pelícu-las de terror; esto es mejor que la televisión. Deja lasluces apagadas. El resplandor azul te sigue hasta laentrada. Asómate a la ventana de la habitación vacía, elfrío se filtra a través del cristal. La luna está ascendiendo,atrapada por las ramas más superficiales. La imagen tecautiva, los oscuros troncos iluminados a contraluz, unrayo plateado recorre el suelo, como una señal. Es unanovela de amor, una invitación a la locura (licantropía,un baile con el vampiro), elemental pero prohibida,tentadora, recordada en la sangre.

¿No te lo has preguntado nunca?¿No quieres saberlo?Ven entonces, ven con nosotros, fuera, en medio de la

noche. Ven ahora, América enferma de amor, América latímida, la herida, la educada, ven al acecho de las carre-teras secundarias y quédate fuera de esas casas radiantes

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de felicidad, en calma, como los asesinos en el patio,mudo como una tumba. Venid, vosotros los durmientes,los torpes, surgid de vuestra legión de sueños y voladsobre los bosques salvajes. Venid, todos vosotros: soña-dores, zombis, monstruos. De todos modos, ¿qué estáshaciendo? ¿Pagando las facturas, lavando los platos,esperando a que suene el timbre? Ven, coge las llaves,deja el cuenco de golosinas en el porche, ponte lamáscara asfixiante de una persona diferente y respira.Conviértete en alguien que no te guste, por una vez.Escucha: como los niños, solo tenemos una noche.

Será divertido, créeme. No nos cogerán. Solo es unjuego, un baile de disfraces. Estos son los suburbios; aquíno ocurre nada.

Así que venid, amigos, extraños, amantes, vecinos.Salid de vuestra guarida, dejad la televisión de granpantalla, abandonad vuestras acogedoras casas a la fríanoche. Oled las hojas húmedas aplastadas, convertidasen una pasta que cubre la calle, una mezcla viciada depolvo y cilantro en el viento. Este es el mejor momentodel año, la única época en que nos buscáis, nuestropasado pastoral, la caza de brujas y el humo de la maderaquemada, los así llamados muertos en los cementerioscubiertos de musgo. No importa que todo haya acabado,la valla blanca de estacas de vinilo de limpieza fácil, loslazos de amistad que surgieron en el Dominican, esto esNew Britain, un jardín verde, veteado con ríos negros ymasacres.

Ven, cruza la última baldosa de la acera, pasa por losnuevos complejos y sus pocas extensiones de césped,

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por los centros comerciales: el Friendly, el Chili y elGap, el CVS, el Starbucks y el Blockbuster, el KFC y loschinos, sus cometas moribundas son signos en lanoche, los semáforos intermitentes. Regresa porStagecoach, Blueberry y Old Mill Place, sortea ellaberinto de ramas altas que los últimos niños (dema-siado mayores, pero que aún no quieren crecer) tiraronde las vagonetas como comandos, avanzando a travésdel césped hasta la puerta de entrada. Hacen ruido conlas bolsas, aquí hay buenas golosinas, chocolatinastamaño grande Hershey y copas dobles de Reese. No,no hay tiempo para parar, no es necesario. Eso ya es elpasado, la infancia feliz que todos deberíamos habertenido, que tuvimos, vivida a medias, sin apenas apre-ciarla. No te quites aún la máscara. Di algo ahora, nosllevará a todos lejos. Pasamos, dejando atrás las calaba-zas sonrientes, las entradas y las cálidas ventanas, lasalargadas farolas. Fuera de aquí no hay más que ríos deaguas turbias y pantanos, vallas de piedra que prote-gen los prados convertidos en terrenos salvajes. Aquípuedes perderte, si es lo que quieres.

Así que ven a cabalgar con nosotros, conduciendo denoche y en círculos, los árboles se sobresaltan connuestros faros. ¿Cómo? ¿No reconoces la carretera?,¿cómo giramos apurando en las curvas cerradas y lasorillas desmoronadas, haciéndonos caer uno sobreotro, de forma íntima, casi agradable, riéndonos mien-tras aplastamos al que está en el extremo contra lapuerta cerrada? Recordad el incienso de los cigarrillosy los pequeños rituales que lo acompañaban. Pon los

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dedos en «V» y gorronea un cigarro, está bien, pero note metas mi mechero en el bolsillo. La música estádemasiado alta para hablar, no hay razón para hacerlo,somos felices atrapados en nosotros mismos, en lanoche, la ilusión de lo infinito, el instituto, la libertaddel coche. Tener diecisiete años de nuevo y estar listopara que el mundo te ame. Sentir la velocidad en lasvenas, el aire resbalando por la ventanilla. Las curvasson rectas, por encima de la línea amarilla, por encimade los baches. Si apareciera un ciervo, este sería nues-tro fin, pero el conductor sigue cada vez más rápido, losbosques se oscurecen, todavía inexplorados.

Ahora, mira a tu alrededor, ¿te acuerdas de alguno denosotros? Tu cara ha cambiado, la nuestra es la misma,congelada en los libros anuales de fotos, en los perió-dicos locales, aplastada contra el tablón de anuncios dela escuela, el marcador del campo de fútbol, en el tablónde la biblioteca. Una semana somos historia, diosesmártires, luego olvidados. Nuestros nombres, ni si-quiera puedes adivinarlos (son aquellos chicos quemurieron), pero recuerdas lo que pasó. Así que sabesadónde vamos.

¿Lo has visto?, ¿o simplemente has pasado de largomientras conducías?, ¿te has parado y has salido delcoche para mirar las cintas y los lazos hechos jirones, losglobos de plástico caídos y las fotos verdosas selladas enbolsas de plástico para congelar, las cruces de plástico ylas flores marchitadas, las notas escritas con caligrafíafemenina, ilegibles ahora, prometiendo que nos recor-darían para siempre? ¿Has buscado marcas en el tronco,

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atónito ante la fuerza de la naturaleza que ha borradocualquier señal?

Claro que no. Aunque fueras de los alrededores, yaestarías más que acostumbrado, incluso harto de lastarjetas y las flores, el descarado sentimentalismo de losadolescentes. No te preocupes, se graduarán y se muda-rán a otros lugares, luego, nuestros hermanos pequeñosirán a la universidad o encontrarán un trabajo y secasarán, dejarán a nuestros padres, a una madre que hadedicado su vida a una gran causa, a un padre que se haconvertido en un extraño, alguien retraído. Uno seencierra en su propia amargura, otro descubre la reli-gión. ¿Se han convertido en alegres domingueros o handejado que se les caiga la casa encima? De cualquiermanera, todo el mundo olvida, tú lo has hecho, ¿no? ¿Noes esta la mejor prueba de que el tiempo lo cura todo, yno al revés?

No contestes. Ya tendrás tiempo para pensarlo mástarde, una noche entera, una eternidad. Solo esHalloween una vez al año.

¿Puedes respirar con esto puesto? Hace demasiadocalor, ¿no?

Pero mira, ya casi estamos, donde la curva gira, justoen el cruce. No hay ningún otro coche, buena suerte,solo los tres, la superficie resbaladiza por las hojashúmedas en el asfalto, la magia de la velocidad. Este esel instante que nos mató hace un año, la falta de friccióncombinada con un vector oblicuo, libre y centrífugo. Lapolicía hará la reconstrucción, medirá las distancias conuna cinta métrica flexible (mi mechero está en la «X»

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roja), recopilará las declaraciones de la gente en elescenario, fotocopiará el largo informe para los tribuna-les y las compañías de seguros. Puede que alguien aquien quieras lo haya leído, o no. Un contenido sinimportancia que nos cambió la vida, los controles reali-zados, el dinero gastado.

Desde el asiento de atrás no puedes ver el árbol, soloen el último momento, si te ha tocado sentarte detrás,gallina. (Ve más despacio.) Por un segundo nos damoscuenta de que no vamos a coger la curva, todos nosotros,hasta el más optimista. El sonido de la carretera, tanconstante, desaparece, aspirado por un silencio negro. Eltronco se ilumina como si el árbol hubiera lanzado unaráfaga con las luces largas, advirtiéndonos en el últimoinstante. Es un juego de mierda.

—¡Mierda! —exclama Danielle. Tú la sientes, porqueestá en tu regazo, tus brazos rodean sus costillas, sudelgadez perfumada.

—Toe, joder —grita Kyle, justo a tu lado. (¿Quién?Toe, Kyle, Danielle. Ya lo has olvidado. ¿Cómo me llamoyo? ¿Y tú?).

Es un truco, no un trato, el árbol parece que se nosecha encima, parece dirigirse directo a nosotros, enormecomo un tráiler. Grita si quieres. Tras los primerosminutos te darás cuenta de que es inútil. Nos recordarás,recuerda también despedirte. Vivirás de forma nostálgicacomo nuestros amigos y harás que esta noche y esteviaje en coche perduren para el resto de nuestras vidas,los cinco seremos inseparables. Así que mantén los ojosbien abiertos. No te tapes la cara cuando dejemos la

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carretera y salgamos despedidos atravesando los mato-rrales (como si pasáramos por un colador, como el trigoen la trilladora). Recuerda lo que ocurrió, cómo suena,cómo huele y cómo sabe. Disfruta del viaje.

¿No te lo he dicho? Te llamamos por una razón, porla misma que vuelve y vuelve esta noche, una y otra vez,como una pesadilla dentro de otra pesadilla. Piensas quees una tortura, pero sabes que es justicia. Conoces larazón. Sabes que eres el afortunado, ¿te acuerdas? Túestás vivo.

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Sé lo que hiciste

El reloj de Brooks suena en el coche a oscuras, conexactitud militar, lo ha ajustado de forma básica, otrarígida costumbre. Y mañana empezará desde cero, unnuevo día. No hay medianoche, solo un tic digital a las23:59:59 que tacha de la lista el día de ayer, aún le quedansiete horas más para poder volver a casa, a casa de nadie(solo estamos nosotros, en su cocina y flotando por elbosque). Los perros ladran, incluso con la luz de lacocina encendida (sabes cómo nos gusta provocarles),pero donde estén, no es un problema. Les oirá mientrascamina hacia la puerta de entrada, advirtiéndole paraque se largue, vuelve al coche y conduce, sin pensar enque no reparaste en ello. Brooks piensa que si no fuerapor Gram, lo dejaría todo al agente de la inmobiliaria,pero podría ser mentira. Ha vivido aquí toda su vida, esuno de los autóctonos, no sabría dónde ir. (Va hacianingún lugar. Lo hemos visto colgando la pistola lenta-mente, de forma pausada, como en una peli de miedo.Toe se movió, lo justo para hacer que la funda de lapistola se balanceara, una mala tentación. No piensesdemasiado en nosotros, querido Brooks).

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Su reloj suena con un doble bip coreano y siempreque está por la ciudad, cruzando los ensombrecidosmuelles de la Stop’n’Shop, observando en el aparca-miento de Battiston cómo los padres intentan devol-ver los vídeos a tiempo, puede ver la vía más rápidahasta el árbol, como un diagrama, un mapa rápida-mente iluminado en la pared: cómo sale de Old Farmshacia Country Club y llega demasiado tarde al lugar,siempre demasiado tarde.

Nadie tiene que decirle a Brooks que hoy es el aniver-sario. Hay uno cada noche, bip bip, lleva pensándolodesde mediados de septiembre, viendo las hojas caer,arrastradas por el viento, roídas por las carreteras,amontonándose al abrigo de su coche, las semillas dearce removidas por los helicópteros cubriendo el para-brisas. El fin de semana se salta la ducha matinal y sedeja caer en una mezcla de sudor y mareo. Sabe que nopuede hacer que el otoño pare, los lentos días claros, laescarcha en la hierba. Es la rotación de la Tierra, su girosin sentido alrededor del Sol, fuera de control, sinfrenos. Hoy ha tenido suerte y no había bromas de malgusto en la comisaría, ningún esqueleto de cartón conchorros de sangre de vampiro goteando metido en suarmario (o puede que sí, quizá en estos momentosRavitch esté en su mesa, decidiendo hasta dónde llegarácon él, es una noche de bromas telefónicas).

Esta noche le toca el viejo y fiel radar móvil deBattiston, el coche patrulla colocado tras un montículo,los productos de limpieza oscuros en la parte trasera conla percha de las fundas de plástico colgando, esmóquines

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almidonados y vestidos de cenicienta para el baile deotoño. Las películas del viernes pasado todavía debendevolverse. Brooks espera en la oscuridad, la diminutaluz roja se mueve en la superficie del escáner, en buscade alguna voz. Ha puesto demasiado azúcar en el café yno para de removerlo. Solo quiere que sea rutinario, unatontería, algo que mordisquear, como el palito de plás-tico que está masticando de forma monótona. Otra malacostumbre. Para y lo tira en el cenicero, entre losenvoltorios de chicle. Odia la medianoche; los días enque tiene que hacer recados, favores para el jefe. Nuncapensó que los echaría de menos.

Por la 44, un Mercedes SUV plateado se desliza hasta elautobanco del Webster Bank. Brooks comprueba lasmatrículas estatales. El resto del lugar está desierto, soloplazas de aparcamiento, líneas blancas y manchas deaceite, las farolas encendidas sin sentido.

Hoy es el día, esta noche es la noche. ¿Qué significaesto? Si es que significa algo. Cada estación tiene sustragedias y ahora, ¿cómo puedes cambiar algo que yaestá hecho? Esa era la discusión que solía tener conMelissa. Ahora que ella se ha ido, Brooks interpretaambos papeles y lucha consigo mismo. (No tenemosque hacer nada, solo sentarnos a escuchar; Danielledice que es cruel y empezamos con una nueva discu-sión.)

Quiere recibir la llamada que le haga dejar de pensary examina la pantalla verde, el cursor tiñe sus manoscomo las de Frankestein. Tiene razones para mostrarseoptimista, es la víspera de Halloween, la noche del jabón

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en las ventanas, los huevos estrellados y los rollos depapel higiénico en los árboles, la entrega libre de boñigasde perro calientes y el producto estrella de Avon, elbéisbol con los buzones de correos. Solo los momentosposteriores, eso es lo que quiere, uno de nuestros padrescabreado, preguntando que hará Brooks al respecto,algún contribuyente infeliz pulsando el botón de susecretaria.

—Primero necesito la información —deberá contes-tar, dejará a alguien limpiando, todo ordenado y sinproblemas y atravesará los cerezos hasta la fachada de lacasa para decirle a los vecinos que todo está bajo control.

—¿Y dice que no vio ningún coche? Oyó el ruido delbuzón, ¿eso es todo?

Este es tu gran héroe. Porque tiene que haber unhéroe, vale, alguien a quien animar, ¿no? Lo siento, él estodo lo que tenemos, él y Tim. Y Tim no puede ser elhéroe, ¿o sí? (Toe piensa que lo que Tim va a hacer esheroico, o al menos superguay, pero Toe es un psicópata.Danielle piensa que es estúpido y eso es todo lo que dirá,todavía está loca por él. Yo, hola, yo soy Marco. Yo estoyen el medio. Soy el tranquilo. Ya verás, nadie meescucha.) Ni siquiera sé si lo intentaremos con Kyle, estátan destrozado. Ya verás, es un buen chico mi queridoBrooks, un poco hecho polvo después de todo, peroquién no lo estaría. El mundo no es perfecto. Lashistorias no son perfectas, solo es algo que nos pasó porcasualidad, mala suerte. Claro que eso no se lo puedesdecir a Brooks. Es el tipo de persona que necesita razonespara todo, necesita que todo tenga sentido.

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Una llamada, una falsa alarma, un incendio, un perroladrando, un ataque al corazón, un refuerzo para uncontrol de coches, un coche demasiado viejo, una broma,un mirón, pero no sucede nada, nadie grita en la 44 haciael Blockbuster. Comprueba la matrícula del Mercedes,con dos dedos. Intro, enviar. La pantalla se oscurece, latenue luz atrapada en sus ojos, luego vuelve a parpadear.

Inscrito por un vecino: Ronald Seung, CandlewoodTerrace, número 25, sin orden de búsqueda ni órdenesjudiciales. ¿Qué esperabas?

Sabe que tiene que relajarse. Es medianoche, solotiene que dejar que el tiempo pase. Cinco minutos enel día más largo de su vida (poco más de kilómetro ymedio, los que se llevará consigo a la tumba). Brooksno deja de mirar el reloj. Piensa en cerrar los ojos ylargarse, diez minutos, es todo lo que quiere. Ha tenidoque levantarse temprano y vaciar la casa para que elagente inmobiliario pueda enseñarla vacía y ahora lafalta de sueño le está pasando factura. No va a vendernunca la casa con el techo en ese estado, pero no tienedinero para repararlo; se las arreglará, de una forma uotra. Sueña con Florida y la pesca de tarpón, sacar apasear a los perros por la playa de arena blanca,lanzarles palos decolorados por el mar para que sepeleen por conseguirlos, pero es solo un sueño, el finalfeliz de una película. Todavía le faltan seis años para lajubilación, siete en realidad y Ginger tiene ya diezaños, Skip ocho, no lo conseguirán. (No quiere pensaren Gram, en su cubículo en el Horizontes Dorados, suimagen con el sombrero rojo de vaquero y las pistolas

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plateadas en la pared, qué guapo). Alquilará una casaunifamiliar en Towerview y meterá la mayoría de suscosas en el trastero, si aceptan perros. Si no, siempreestá ese otro lugar en Canton Charity que le recomen-daron, incluso es más barato. Pero siempre ha vividoen Avon, es su pueblo. ¿Cuántos pueden decir que sonnativos del lugar? Parece como si se lo hubieranquitado todo. (No nos cuentes a nosotros qué es sentireso).

Estaba intentando recordar el nombre del lugar quehay bajando hacia Farmington, cuando un Cabrioletpasó como un rayo, alcanzando los ochenta y cinco en elradar del ordenador, atravesando la luz ámbar intermi-tente delante del Blockbuster, demasiado rápido comopara coger la matrícula, con ese plástico ahumado porencima, debería ser ilegal.

Sin frenadas, ni siquiera le han visto. O si lo hanhecho, no piensan parar.

Y aquí es cuando entramos nosotros en acción, toca-mos el hombro del viejo Brooks y él piensa que podría-mos ser nosotros, que podría ser el Halloween pasado,antes de que recibiera la medalla, de que la historiasaliera en todos los periódicos y de que todo se convir-tiera en una mierda. Puede que sea una prueba, unasegunda oportunidad para ver si ha aprendido la lección.Un parpadeo, un pensamiento que le bombardea comoun electrón a través de la pantalla oscura de su cerebro,todo lo lejos que puede llegar: una imagen del viejoCamry de la madre de Toe, con la puerta abierta y unode los intermitentes parpadeando: tin, tin, tin. Si no hace

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nada, no puede pasar nada malo. Pero los reflejos sonmás rápidos que el pensamiento y sus manos tienen suspropios recuerdos.

Por un segundo olvida las luces y sale invisible, se dacuenta de que conduce sin luz cuando deja atrás elresplandor de las farolas de la plaza y no puede leer elvelocímetro. Gira el vástago y acelera el Crown Vic,pisando a fondo con el pie. Disminuye, retoma el controly pasa con rapidez al carril izquierdo para evitar quealguien se le venga encima.

Los tiene a la vista, lejos, colina abajo, volando por laperiferia del Wal-Mart (imponente, una mejora defini-tiva del Caldor’s con sus marcas baratas y pasadas demoda y unos cajeros que trabajan a cámara lenta), pasanpor los túneles de lavado de coches, que eran un FleetBank, por el Foreign Auto Experts con sus Fiat tan pocofiables. Nada está abierto a estas horas y los semáforosparpadean en ámbar, una pista directa hacia Old Farms.(Venga, Brooks, es Halloween, no nos has olvidado,¿verdad?). Después, ya solo queda Route 10 antes de lalarga subida por la montaña de Avon hasta los límitesdel pueblo. Decide quedarse atrás, no poner las cortas,una táctica que aprendió en sus clases obligatoriastotalmente contraria a su instinto, pero que ahoraresultaba reconfortante, saber que solo escoltaría aaquel Cabriolet fuera del pueblo para dejar que en WestHartford se encarguen de ellos.

¿Por qué no les llama? Todo lo que tiene que hacer esapretar el botón y decir que tiene un 10-36, vehículo quese salta un stop, y su supervisor le aconsejaría lo más

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correcto. Pero luego estaría a merced de la nueva políticapara las persecuciones. (Gracias, muchas gracias. Todoun detalle por tu parte el acordarte de nosotros).

Los pierde en la hondonada, pasado el anillo y losvuelve a coger al lado de Stub Pond, a tope en la recta.Su instinto le dice que apriete a fondo el Vic, que subalas revoluciones y atrape a ese interceptor V8, pero nossiente, somos como niños ruidosos en el asiento traseroy el calor de la caza se disipa. Algo está mal, una broma,como si no hubiera una respuesta correcta. El Cabrioletfrena para coger la curva en ocho más adelante y lopierde de vista de nuevo, la luz trasera se apaga. Vandirectos a la comisaría; puede que Ravitch esté escon-diendo un cigarrillo con la puerta lateral abierta, miran-do, preguntándose qué ocurre. Reduce en la curva, llegahasta las farolas naranjas que llevan hacia el centro delpueblo justo a tiempo para ver el Cabby cortar a laderecha por la carretera de Old Farms. («No sigas»,suplica él).

Juro por Dios que no somos nosotros, pero Brooksestá teniendo flashbacks. (Toe se ríe y Danielle le diceque se calle. Nada le hace gracia, ni te lo creerías, se havuelto una bruja).

Reduce. No hay nadie en el cruce, el antiguo corazóncolonial de Avon, a su izquierda la iglesiacongregacionalista se alza blanca y dominante, su cam-panario iluminado por los focos, dejando el cementerioen plena oscuridad; a su derecha resplandece el O’NeillChevrolet, con su salón de exposición tapizado, el espí-ritu del IGA que su madre recorrió cuando él era un niño,

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los pasillos que olían a perfecto linóleo verde inclusoantes de que hubiera nacido, las esquinas recortadaspara mostrar por debajo el suelo prehistórico.

Brooks puede elegir entre múltiples posibilidades eneste punto (el pasado, el presente, el futuro, el tío escomo el viejo avaro de Mr. Magoo1 y nosotros somos susespíritus: «Dime espíritu, ¿son estas cosas lo que po-drían ser o lo que deberían ser?»). Todavía no ha dadoaviso del 36. Podría haber ido directo, cruzar la 44 ysubir la montaña hacia los límites del pueblo, volver ycolocarse tras el cartel de «Bienvenido a Avon» cerca delcampo de golf, oculto entre los árboles. Podría esperar ygirar a la izquierda, recorrer las parcelas hasta la oficinade correos y el Sperry Park, con el problemilla que tiene:hay un niño peleándose en el mostrador de la entradacon una caja de tizas y un tubo de pegamento Superglueque se alegra de que no vaya. Hasta podría dejarse caerpor O’Neill, como un tiburón acechando las hileras decoches nuevos y caros, Luminas y Malibus, hacer unasmaniobras y dejar el morro del Vic un poco adelantadopara que la gente frene. Pero se trata de Brooks (puedeque sea lel marine que hay en él, aquel recluta que serompió el culo, cagado de miedo por si le suspendían),para él no hay decisión que tomar.

Gira a la derecha en dirección a la carretera de OldFarms, esperando encontrar su rastro. Nada, solo un par

1 N. del E.: Mr. Magoo es un personaje de dibujos de la UPA, rico, calvo y con gafas deculo de botella. Existe un episodio especial de este personaje basado en el Cuento deNavidad de Charles Dickens, en el que interpreta el papel del señor Scrooge.

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de luces iluminando los porches, reflectantes rojos entubos metálicos. Fantasmas envueltos en sábanas que sepasean por los árboles, espantapájaros sentados en sussillones. Aquí hay acera en la calle, de cuando el puebloera un pueblo. Brooks piensa que es afortunado: maña-na, hoy, esta noche, todo estará lleno de niños disfraza-dos, padres paseando con los más pequeñines. Estáhaciendo un turno extra, agradecido por la posibilidadde hacer doble turno. Necesita matar estas horas, seacomo sea.

Allí están, bastante lejos, pasando bajo la farola dela carretera de Arch con las luces apagadas, desechanla oportunidad de pasar por debajo del paso elevadode la vía del ferrocarril. (Toe ha tenido que echarlesuna manita, él ni recordaba esta vieja broma). Segu-ramente son chiquillos, piensa Brooks, y se detienepara no salir a su caza. En clase, el gilipollas de turno,el agente de policía, les enseñaba diapositivas decoches empotrados en postes de teléfono partidos porla mitad, desmenuzados por camiones, algunos hastaeran coches patrulla, todo como resultado de unapersecución por algún delito menor. Brooks casi nosesperaba, en nuestra maldita gloria, el Camry y lostres famosos.

—¿Alguno de vosotros puede decirme qué velocidaddefiniría una persecución a alta velocidad? —les pre-guntó el poli, pero ninguno de ellos era tan valiente, otonto, como para contestar.

—Una persecución a alta velocidad —dictaba, cami-nando entre sus sillas como un inspector detective— es

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definida como una persecución que supera el límite develocidad establecido.

La velocidad aquí es de 65, pero con el asfalto nuevola gente va a 80, no hay problema. Brooks circula a 95.No quiere asustar al Cabby, así que reduce a 70. Lacarretera vira y las farolas dan paso a los árboles, unacolina rocosa y un complejo de apartamentos chabaca-nos colgado de la cima. Brooks se asoma por encima delvolante, pero no ve el coche, se pregunta cómo puedenver algo. Las hojas caen en su camino y se esparcen bajoel coche.

Solo queda una carretera más hasta los bosques,Country Club, y cuando entra en ella, no hay ni rastrode los chicos. La curva de Country Club es muy pronun-ciada, muy cerrada y a pesar de que él conoce algunossitios excelentes para esconderse, la gente siempre esco-ge el bosque, como nosotros hicimos.

(—Como Toe hizo —apunta Danielle.—Ah, vale —responde Toe—, como si tú hubieras

seguido por Country Club.)Toe no se equivocaba en absoluto. Tiene sentido. El

bosque es un lugar donde perderte. Es parte de laantigua finca de Scoville, sus edificios con techos depizarra imitan los Tudor, hasta el paisaje lleno de curvaste hace pensar en Inglaterra mientras conduces, nieblaen las hondonadas, el verdadero país de los hombreslobo. Todos lo habríamos hecho.

Tienes que querer a Brooks. Ni siquiera está segurode que el Cabby sea real, o de qué está intentadodemostrar, pero sabe que no es correcto largarse (Toe

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podría golpear la funda de la pistola y hacerla caer delcolgador del armario y él seguiría sin captar el mensa-je). Se siente responsable, así que sigue avanzando porCountry Club, pasa por la cochera reconstruida yentre las viejas columnas de ladrillo con las farolas degas hechas pedazos, los faros tiemblan ante la carreteradesierta.

A partir de aquí ya no puede volar, demasiadas curvascerradas. Ha visto lo que estas curvas pueden hacer ymantiene la aguja en los 50. Siente como si se adentrarasigilosamente. Sabe que no cazará al Cabby. Solo erauna broma (porque ahora está paranoico, siente como leobservan ojos por detrás de los árboles). Piensa que nosverá de nuevo tras cada curva, el modelo de este año, elCabby fuera de la carretera sobre el endeble techo, lasramas blancas en los faros, la radio encendida, unneumático girando, como en las películas.

Pero esta no es la noche en cuestión, piensa Brooks,aferrándose a esa idea como si fuera una regla. (Mira,nadie se lo ha dicho. Sabe cómo funciona todo, es comosi tuviera percepción extrasensorial).

¿Deberíamos enviar una ardilla correteando por lacarretera, o dejar pasar ante él el collar blanco de unconejito barrigón?

No hace falta. Parte de él sabe lo que está haciendoaquí, porque la primera cosa que hace tras la mediano-che es conducir hasta el lugar donde no debería estar. Sinuestros padres lo vieran, o el jefe de policía, estaríadespedido, en la calle y se podría olvidar de conseguirque Melissa vuelva.

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Este pensamiento le hace ir más despacio, sereno. ElCabby ya ha desaparecido desde hace rato cuando giraen la curva y sigue hacia la pendiente en la que salimosdespedidos. El morro del Vic se eleva y baja por losdesniveles y aquí, en el ángulo muerto de los faros,aparece el árbol con toda esa basura cubierta de moho,recuerdos semienterrados entre las hojas. Nuestro ár-bol. El de Tim. El suyo.

Brooks para. No es un reconocimiento de culpa. No esla primera vez desde el accidente que ve el árbol. Avonno es tan grande; no hay tantas carreteras que recorranel pueblo. Incluso ha llegado a coger la curva demasiadorápido, yendo tras un Código 3, con las luces girando,pero el Vic es un coche pesado y los neumáticos sonnuevos. Es un buen conductor, Brooks; no va a morir enun coche. (No intento decir nada, Toe. Cállate y déjamecontarlo, ¿vale?)

Brooks está ahí sentado, con el pie en el freno, elviento arrastra una nube de gases del tubo de escapepor delante de las luces del coche. Si saliera paraagacharse y apartar las hojas de las flores marchitas ylos ositos de peluche empapados, saltaríamos sobre élcomo vampiros; encontrarían su coche vacío por lamañana, la puerta abierta, la llave en posición deencendido. Así que no lo hace. Por el contrario, encien-de las luces cortas, dos focos blancos cegadores en larejilla diseñados para permitirle mirar de reojo cuandopara a algún coche en un control (conductores conpistolas o botellas, intentando cambiar de lugar conalgún pasajero, borrachos) y con una miradita rápida

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la noche pasa volando, árbol tras árbol, muy La brujade Blair.

La luz le juega malas pasadas, haciéndole ver movi-mientos donde no los hay, algo blanco que se mueve enla oscuridad y que en realidad solo está en la capa líquidade su ojo. No es Kyle perdido, vagando entre los árboles,pero por un instante los recuerdos se mezclan con lailusión y engañan a Brooks, que ve al chico adentrarsetambaleándose en la profundidad del bosque, gimiendoe incapaz de decir nada, con la cara como una máscaradestrozada.

Porque Brooks esta noche está preparado, disfrazado,deberías decir. No se sorprendería si nos encontrara allíde pie, ensangrentados, o solo a Danielle, tirada bocaabajo. Se acuerda de Danielle más que de nosotros (noestamos celosos, es simplemente un hecho). Pasó mástiempo con ella, haciendo las fotos, tomando medidas.Ella era el misterio, el problema físico que tenía queresolver, aquí está el cuerpo, aquí está el coche. Allíestábamos sentados como tontos, empotrados bajo elsalpicadero, aburridos, ya nos había visto antes unadocena de veces, pero Danielle estaba fuera, mirandohacia fuera, como si hubiera intentado escapar. Kyle,que estaba vivo, estaba aterrado. Danielle era interesan-te, un espécimen. En este último año Brooks ha inten-tado entender cómo se ha convertido él en una personacapaz de pensar así, pero es inequívoco: lo tiene, es así.Melissa tiene razón.

—232 —dice Ravitch. Es su número, pero Brooks noresponde. El resplandor le recuerda a aquella noche, más

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tarde, después de llevar a Tim a la comisaría, cuando losbomberos iluminaron la escena con sus focos para poderrastearla. Había levantado una lata de Bud (no es nues-tra) con la punta del lápiz y vio lo que le pareció una joyabajo una hoja, un titileo de oro.

(—Cállate Marco —dice Danielle— eres tan mezqui-no. No puedo creer que vayas a decirles eso.

Solo iba a decir que era un pendiente.—Mierda —contesta Danielle, dándome un puñeta-

zo con fuerza en el brazo. Y eso que estoy intentadodecirlo de forma agradable.)

—232, cambio.Brooks recuerda cómo se inclinó para ver qué era, con

cuidado para no deshacer el montoncito de hojas. Unpendiente de los que cuelgan, esos que le gustaban aMelissa, una gota púrpura medio transparente en orofino. Le hizo señas a Saintangelo para que sacara una foto.El flas iluminó sus piernas, dos veces, tres veces, luegoSaintangelo volvió para seguir trabajando en nosotros.

—232, por favor, contesta.Brooks recogió la cinta métrica, calculó lo lejos que

estaba del coche, lo lejos que estaba de Danielle, anotan-do los números en su tabla, otro dato clave. En su menteconstruía diagramas y triángulos, uniendo los puntos,convirtiéndonos en un puzzle, algo que podría hacer ensu ordenador este fin de semana. Cuando estuvo segurode haber obtenido toda la documentación, se arrodillócon un sobre transparente de vidrio y unas pinzas ydestapó cuidadosamente el pendiente. Todavía estabaenganchado.

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(«No te creo, Marco. Eres un gilipollas.»)Lo primero que pensó, sabe Dios porqué se lo dijo a

Melissa, fue que ya había visto cosas peores.—232, 232.Brooks se toma su tiempo para apretar el botón.—232, adelante.—¿Dónde coño estabas? —preguntó Ravitch, a pesar

de que no quería saberlo—. Escucha, ¿puedes encargar-te de un 10-65 en Riverdale? Stones con Sterling.

Una alarma, no está lejos. (Riverdale Farms es unpueblo de tiendas pequeño y tranquilo hecho con unpuñado de viejos secaderos para tabaco transportadoshasta ahí en camiones de plataforma; un lugar dondenuestras madres iban para comprar bufandas y comer,a intercambiar cotilleos comiendo Sushi o NouveauItalian.

—Entendido —dice Brooks retrocediendo. Deberíaalegrarse de que Ravitch tenga algo para él, pero ahoraque está aquí, le dicen que tiene que irse. Porque él noes tonto, nuestro Brooks. Sabe que esto no ha acabado.No es solo el pasado que le corroe, tiene una sensaciónde hoy, de mañana, de esta noche.

(«¡Compasión, Espíritu, no me muestres más co-sas!». Y entonces le hacemos recordar a Tim, el recuerdoque tiene en su memoria de él, que lo llamaba desde elasiento trasero, la puerta arrugada como papel de alu-minio, cerrada, aplastada.)

Gira en el cruce, las luces vuelan hacia un lado, hacialos árboles, de forma fantasmagórica. Conduce de vuel-ta hacia el pueblo, se pregunta qué le habrá pasado al

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Cabriolet, no era una alucinación, solo una coincidencia.Niños. Cree lo que necesita creer. Y es verdad, al menosen parte; nosotros no le hemos traído aquí, solo leayudamos un poco. Él es quien nos ha llamado, no losdemás que están por aquí.

(«¿No sería guay?», dice Toe, «si pudiéramos apare-cer en cualquier momento».)

Brooks continua por la carretera, conduce el gran Vicpor las curvas. Necesita llegar antes de su cambio y leaprieta un poco más. Ahora es el momento de enviar laardilla, mandar una que golpee alguno de los neumáti-cos, tum tum. Toe está a favor, incluso ha atrapado una,pero Danielle lo detiene.

(—Os juro que estáis obsesionados, chicos.—Eh, Marco —interrumpe Toe— vamos a hacer que

las farolas parpadeen.—¿Por qué?—Porque da miedo.—No da miedo —dice Danielle—. Kyle da miedo.

Tim da miedo.—Tim es guay —contesta Toe.Y mientras están discutiendo, Brooks pasa entre las

columnas y vuelve al mundo de los vivos.—Mira.—Mierda —dice Toe. Hace que la luz parpadee, pero

ya es demasiado tarde, el coche patrulla ya está al otrolado. Quiere que lo sigamos, que vayamos a su caza todala noche, que vayamos a casa con él, pero es pronto ycomparado con Tim, Brooks es fácil.

—Deja que se vaya —dice Danielle.

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Y tiene razón. Tenemos todo el día. Con Brooks essolo cuestión de tiempo. Porque es como Tim. (Teadoramos, Tim). Él nos recuerda. ¿O es más bien queno puede olvidarnos? Sea lo que sea. No es tanto unapercepción extrasensorial, sino más bien que Brooksresulta muy predecible, él lo entiende, puede entenderpor qué Melissa tuvo que irse. Como nosotros, estáatrapado. Incluso mientras conduce alejándose, sabeque volverá.)

Hay un carrito de la compra vacío en medio del aparca-miento, justo bajo una farola. Kyle no sabe cómo se lo hadejado. Todos los coches se han ido. Ya es casi la hora devolver a casa. En casa le espera un chocolate caliente.Espera que haya nubes. Se supone que su madre teníaque comprarlas, pero ¿y si se ha olvidado? (No se haolvidado, las compró ayer, Sta-Pufs, sus favoritas, estu-vo a punto de enseñarle a Kyle la nueva bolsa mientrasla ponía aparte, porque es de lo único de lo que ha estadohablando todo el fin de semana. No se puede explicar.Imagina que te caes desde lo alto de un edificio de cincopisos y que aterrizas sobre tu cara. Ahora imagina queno te mueres.

Tim es más fácil, simplemente, está loco.—Tim controla —dice Toe— no te cebes con él.Comienza la discusión de siempre, pero una mirada

de Danielle y los dos nos callamos.)Tim estaba cerrando el velcro de la cinta alrededor del

asa del carro guía, para poder empujar el tren encajado

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entero por la puerta, cuando vio el carro perdido. ConKyle, ya no se sorprende de nada. A veces se poneimpaciente con él y luego, se odia a sí mismo. Es Kyle ypunto, o ya no es Kyle en realidad, no el Kyle de verdad,o cualquiera. El mundo ya no es el mundo, aunque sesupone que todo va bien.

—Venga, chaval, no te pares ahora. Tenemos que«atraparlos» todos.

—Ok, Tim —responde Kyle y sonríe por la broma delPokemon, la conexión inesperada y simpática, comoconseguir hacer un puzle.

Hace puzles en rehabilitación. Hay una mesa en laque los hace con los demás chicos. Una vez una chica desu edad le tiró una pieza que hizo sangrar su nariz. Kyleno recuerda su nombre. El nombre de su madre esNancy, Nancy Sorenson, 675-0257. (La hemos visitadoalguna vez, parada bajo la farola de Country Club,absorta en sus pensamientos, se oía la radio como unmurmullo en alguna parte, luego se apagó sinestridencias. Por la noche, escucha cómo chirrían losmuelles; por la mañana, cuando lo mete en la furgoneta,le hace la cama, se queda de pie bajo la luz blanca de laventana del sótano y piensa que no siempre podrácuidar de él, con el tiempo, la destruirá. Tiene quehacerlo.)

—¡Eh, jefe!—¿Qué?Kyle mira a Tim, esperando con una cara como si

hubiera hecho algo malo.—¿Te olvidas de algo?

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Solo cuando Tim apunta con el dedo, Kyle lo entiende.¿Quién ha dejado el carro ahí?, ¿ha sido él? Hace cosasestúpidas como esa y luego no se acuerda. Se supone quetienen que recoger todos los carros antes de irse a casa.

Tim mira cómo camina a través del aparcamiento, deforma deliberada, con una postura perfecta, con larigidez de un robot, un subproducto de hospital (leenseñaron a andar en una piscina, sujetándose en unaguía construida en uno de los lados, aterrado inclusocuando estaba de pie en el final). El estilo del corte depelo es idea de sus padres; Tim está esperando a que lecrezca otra vez el pelo. El Kyle que él conocía trabajabade carnicero y nunca, nunca, habría llevado un sombre-ro del Stop’n’Shop. Ha ganado peso, siempre comiendobarritas dulces. (El dueño le pidió a Tim que lo vigilara,lo que significa que Tim tiene que pagarlas; llegados aeste punto, ¿para qué necesita el dinero? Gracias Kyle,dice Tim). Ahora usa gafas, sujetas con una cinta elásticanegra y dentadura permanente. Su cara es plana ydesequilibrada. La nariz y las mejillas no son de verdad,ni su frente; solo la barbilla es la suya, y las manos. Seha convertido en alguien o algo diferente, incluso suropa es como un disfraz. Cuando Tim va a recogerlodespués del colegio, su madre lo ha vestido con eluniforme, el mismo cada día. Empaqueta su comida enuna cesta para el almuerzo, con su nombre marcado enun trozo de cinta adhesiva (a veces, de camino, Tim lecompra algo del McDonalds y pasa por la ventanillapara coches con el jeep, tira a la basura sus sándwichesy los palitos de apio y le dice a Kyle que guarde el secreto,

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luego le quita las manchas de kétchup de la camiseta conuna servilleta). Ella le trata como a un niño, pero es que,a él mismo le ha costado meses admitirlo, es un niñopequeño. Le gustan esos termos con sopa de fideos ypollo, le gusta su bolsita de plástico con las Oreos condoble relleno. Cuando lo ve comer, Tim desearía podersentirse feliz por él en lugar de pensar que hubiera sidomejor que simplemente hubiera muerto aquella noche.(Lo piensa cada vez que lo ve, pero en realidad, estápensando en sí mismo. A veces piensa que todo seríamás fácil si él fuera Kyle.

Toe cree que está siendo egoísta. No sé. Danielle pasamás tiempo con él que con ningún otro, pero no quierehablar sobre ello. Ella todavía cree que podemos pararlo.

—¿Por qué? —pregunta Toe.)Kyle hace chirriar el último carro del aparcamiento

mientras Tim se queda ensimismado mirando el cielodramático, las nubes se arrastran ante la luna, casi llena.Hará frío en el camino de regreso, es el inconvenientedel jeep, incluso con la capota puesta. Danielle se queja-ba a menudo de la calefacción cuando se besuqueaban,ahora ya no puede hacer nada, pero ve su cara, ve cómose besan con los labios húmedos por encima del freno deemergencia, la camisa de Danielle abierta, los dedos deTim intentando desabrochar su sostén.

(—¡Oh, pequeña! —exclama Toe.—Cállate —decimos los dos.)Los recuerdos hacen que Tim se canse, se meten en su

cabeza y le afectan. La recuerda aquella noche, sentadaen su regazo, cómo colocaba el oído en su espalda

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intentando escuchar su corazón. La música estaba de-masiado alta y el viento soplaba en el exterior.

Por detrás de Kyle, un coche gira entrando bajo la luz,demasiado tarde, está oficialmente cerrado, las puertasestán cerradas. La gente se equivoca continuamente,con la señal encendida y los escaparates iluminados;todas las demás Stop’n’Shop de los alrededores estánabiertas 24 horas, únicamente Avon mantiene esasdeprimentes leyes para tontos. Tim está preparado paraecharle, explicarle al maldito conductor que debe largar-se a por la leche al Shell, cuando el coche alcanza la zonailuminada y ve que se trata de un poli.

Al principio le sorprende. Su instinto le dice quecorra, como si le hubieran atrapado, pero luego se relaja,se indigna: Mierda, otra vez no.

Sabe quien es. Sale y coge el carro de Kyle, intentadoignorar el coche patrulla que se dirige hacia ellos con lasluces brillando a través del armazón de cromo, proyec-tando sus sombras contra la pared. No hay escape, asíque de todos modos, embiste con el carro hacia dentro ymete la cinta por el asa.

El coche entra en el carril cortafuegos a rayas junto aellos, en dirección prohibida, casi tan cerca como paratocarles. El escaparate ya está cerrado. Es él. Su ángel dela guarda, Tim siente la sensación de siempre, unamezcla de gratitud e indiferencia, el vínculo con aque-llos que Tim desearía que no existieran. El único modode pagarle por lo que hizo sería salvarle la vida (o morir,como debería haber hecho) y eso no va a pasar.

—Chicos, Kyle, Tim.

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—Hola, agente Brooks —responde Kyle con su vozpastosa de tontorrón.

(—Idiota —dice Toe— ¿Qué pasa contigo, Georges?—¿Por qué tienes que ser tan mezquino? —le pre-

gunta Danielle.—Estoy muerto. No tengo porqué ser agradable.)—¡Eh! —contesta Tim, como siempre puede sentir

como Brooks lee sus pensamientos, mirando en sucerebro, cerrando de golpe los cajones. Seguramenteseamos nosotros, pero él no lo sabe.

Coinciden en que la noche está tranquila. No, ningúnproblema por aquí. Brooks les dice que echará un vistazopor los alrededores. Tim se siente libre cuando de nuevoBrooks saca el codo fuera de la ventanilla.

—Chicos, ¿no conoceréis a alguien con un Cabrioletblanco con la capota negra?

Ese debía de ser Travis. Se lo acababa de comprar a lahermana de Debbie Parmalee, que se había ido aStandford.

(—Emily —dice Danielle—, era la más guapa. AMegan no la aguanto.

—No la aguantabas —replica Toe.—No la aguanto.)Tim se pregunta si Kyle se acuerda del coche, porque

él y Debbie eran amigos, son amigos, pero Kyle ni se haenterado de lo que le han preguntado, está en Kylelandia,mirando un círculo eterno de mariposas en la luz rojadel semáforo.

—No —contesta Tim.

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—De acuerdo —le responde Brooks, apuntando haciael Wrangler de Tim, en la hilera más alejada donde sesupone que deben aparcar, como si supiera que esmentira. (Como si conociera todos los coches de Avon).

—¿Sabes que el plazo de tu inscripción termina estemes?

—Lo sé.Lo sabe. Es una tarea más de la larga lista de cosas que

nunca hará. Legalmente tiene treinta días; en realidadtiene uno (menos de uno) y necesita hacer otras cosasmás importantes.

—¡Qué! ¿Trabajáis mañana? —pregunta Brooks.—No lo sé —responde Tim, que no quiere caer en la

trampa—. Deberíamos tener media jornada.Brooks no quiere entrar en el tema de las fiestas y de

si sus padres les dejarán salir, igual que Tim, que intentaevitarlo. No les ha dicho que todavía está trabajando. Nocree que les haga gracia, pero no van a decirle lo quetiene que hacer. Ellos confían en él, lo que le parece muytriste. (Su madre ha llamado en sueños a Danielle hastatres veces este último mes, profundamente dormida,como si una parte de ella supiera lo que va a pasar.Danielle se queda a los pies de la cama, viendo comomueve la cabeza en la almohada diciendo «no, no»; perola madre de Tim piensa que es el dolor, un recuerdo; noun aviso. Danielle espera visitarla de día para darle ungolpecito a la taza que esté sujetando en el fregadero orobarle el marcapáginas, no podemos hacer mucho más,pero la llamada nunca llega.)

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—Yo estoy haciendo un turno doble —dice Brooks,una broma—. Seguro que os veo por ahí. Kyle, saluda atu gente de mi parte. Tú también, Tim.

—Adiós, agente Brooks —respondió Kyle, haciendouna señal con la mano (a Tim le gustaría poder bajarlela mano). Los dos ven cómo gira con el coche en laesquina de la tienda.

Les lleva más tiempo de lo normal guardar todos loscarros dentro porque Tim está pensando en Brooks y elcentro del tren de los carros se engancha en el marco dela puerta de entrada, tienen que parar y de un tirónsacarlos todos hacia un lado, pero luego no entranrectos. Kyle está mirando, mientras Tim los alinea.Todos los demás están dándose toques, enfundándoselos abrigos encima de los uniformes, dándose las buenasnoches desde las cajas registradoras. Dejan a Tim y aKyle para que cierren con Darryl, el director. Apagan elhilo musical y encienden un radiocasete, ponen Radio104, cubren la carne y los productos lácteos, tapan lascajas con lonas y barren los pasillos (si fuese viernes,tendrían que pulir el suelo con una máquina que hacíaque las muñecas de Tim le dolieran horrores). Piensaque echará de menos todo esto, toda la tienda en calma,suya. No tiene ganas de irse a casa, es como una mentira.Aquí está más cerca de la persona que intenta ser y enlos momentos como este, en los que simplemente hacealgo sin sentido, es de verdad él mismo. Fuera, en casa,en el instituto, es como Kyle, un impostor.

No es querer morir, es más bien dejar de existir de estemodo.

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No puede explicarlo, o defenderlo, ni siquiera ante símismo y por eso no lo intenta, no se arriesga. Essimplemente algo que tiene que hacer y desde que tomóla decisión, se siente aliviado, libre. Saber que habrá unfinal hace que sea más fácil vivir, es lo único en lo quepiensa, y a veces alguna canción, un acorde o un estribillole hacen sentir parte del sonido de un mundo ideal másgrande, deja de ser un cuerpo, sólo una persona conecta-da a otras personas y a lo que ocurrió. (Porque nospegamos a él, y en realidad no quiere que nos alejemos.Como Kyle, éramos amigos, al fin y al cabo. Danielle estásiempre con él; solo ahora, cuando está concentradobarriendo hasta la última pizca de suciedad, solo enton-ces está solo, e incluso en esos momentos estamos ahí depie, a su lado, junto al congelador. Una mirada a Kyle ylos cinco estaremos de nuevo juntos, subiendo al cochede la madre de Toe, diciendo lo que siempre nos decimoslos unos a los otros, el débil peso de Danielle junto a él,sus pechos sobre sus brazos cerrados.)

El suelo está listo y Darryl se ha ocupado de lasescaleras. Las luces se apagan por filas. Cogen susabrigos y Tim ayuda a Kyle a meter el brazo derecho enla manga, los números púrpuras se caen a trozos. Suspadres tendrán sus cheques. Pero piensa que no esmucho. (Otra razón para no seguir, como si estuvieraanotando en un marcador los puntos.)

—Hasta mañana, caballeros —les dice Darryl desdela furgoneta.

—Bien —responde Tim, porque les han puesto unturno normal. Después del instituto, recogerá a

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Kyle como siempre y tendrán toda la noche paradespedirse.

Que las cosas hayan salido así es mala suerte, haceque Tim se plantee que no está bien llevar a Kyle. Elpunto clave está en no pensar demasiado en su deci-sión, simplemente confiar en sí mismo. En el últimomomento, siempre puede dejar a Kyle, pero él nuncalo haría. Eso sería lo peor que le podía hacer a Kyle.Igual que a sus padres, después de todo ¿no sería lopeor que podría hacerles?, ¿quién lo entendería si niél mismo lo hace?

Nadie tiene que hacerlo. ¿Cómo podrían? Y de todasformas, es demasiado tarde. Es como intentar discutirpor algo que ya ha pasado.

El jeep está esperando, el jeep que será famoso, el jeepcon el que Brooks tendrá que vérselas, si es que Timpuede escapar de él. Kyle entra en el coche, choca con lasrodillas contra la barra del salpicadero hasta que Timalcanza la palanca de debajo del asiento y lo echa haciaatrás. Ayuda a Kyle con el cinturón y piensa que mañanano lo hará.

(«No está bien», dice Danielle, y cuando es lo sufi-cientemente fuerte para estar allí, su presencia hace queTim la eche de menos mucho más. A él no le preocupaque no esté bien. O que no esté bien para Kyle. A veceshasta Danielle lo entiende, como esas noches que nosllama una y otra vez y nos sentamos al otro lado de lacortina, cada detalle, la mitad de ellos creados, porquequeremos chocar, incluso nos alegramos de ver el árbol.Y luego todo empieza de nuevo.)

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