Su ecología y la nuestra (André Gorz)

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En 1974, André Gorz plantea la siguiente premisa: las luchas ambientales no pueden estar desprovistas de un contenido político y directamente anticapitalista. De lo contrario, estarán destinadas al fracaso en el mejor de los casos, o a la absorción por parte del propio capital, en el peor de ellos. Así, existen dos formas de ver las problemáticas ambientales. La primera -la nuestra- tiene por objetivo impedir que la expansión del capital continúe absorbiendo el tiempo y trabajo de la población mundial, degradando sus condiciones de vida y modificando la biosfera mediante sus voraces requerimientos de recursos naturales. La segunda visión pretende resolver las injusticias causadas por el capitalismo buscando mitigar los daños de forma parcial, a la vez que se forman lucrativos nuevos mercados para estas superfluas soluciones. Todo ello mientras la clase dominante contribuye a mantener la dependencia del proletariado mundial mediante poderosos e innovadores métodos de alienación cultural, económica y biofísica. Para André Gorz, es necesario plantear la cuestión francamente: ¿Qué queremos? ¿Un capitalismo que se acomode a los inconvenientes ecológicos, o una revolución económica, social y cultural que suprima los inconvenientes del capitalismo y, por ello, instaure una nueva relación de la humanidad con su ambiente natural? ¿Reforma o revolución?

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TODAS LAS IDEAS HUMANAS SON EL RESULTADO DE UNA CONSTRUCCIÓN HISTÓRICO-SOCIAL IMPOSIBLES DE APROPIAR,

POR ESO ALENTAMOS LA COPIA Y REPRODUCCIÓN DE ESTA OBRA BAJO CUALQUIER MEDIO.

Título: Su ecología y la nuestra Autor: Andre Gorz (Francés, 1923-2007)Recopilación: Círculo Internacional de Comunistas Antibolcheviques

Impreso en Talleres Editorial Deriva, 2015

editorialderiva.org

COLECCIÓN

ECOLOGÍA POLÍTICA

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SU ECOLOGÍAY LA NUESTRA

ANDRÉ GORZ

Los siguientes dos artículos, Su ecología y la nuestra y Ecolo-gía y sociedad, ambos de 1974, fueron publicados en el

volumen: André Gorz, Ecología y política, que reúne artículos entre 1973 y 1977 publicados en le Nouvel Obserateur, le

Sauvage y Lumière et Vie (Ed. El Viejo Topo, 1980.)

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ÍNDICE:

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1 Su ecología y la nuestra

2 Ecología y sociedad

Reinventar el futuro

La autocondena de la opulencia

La ideología social del automóvil

¿Socialismo o ecofascismo?

Doce mil millones de hombres

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Su ecología y la nuestra

La ecología, es cómo el sufragio universal y eldescanso dominical: en un primer momento, todos losburgueses y todos los partidarios del orden os dicen quequeréis su ruina, y el triunfo de la anarquía y eloscurantismo. Después, cuando las circunstancias y lapresión popular se hacen irresistibles, os conceden loque ayer os negaban y, fundamentalmente no cambianada. La consideración de las exigencias ecológicascuenta con muchos adversarios entre la patronal. Perotiene ya bastantes partidarios entre empresarios ycapitalistas, como para que su aceptación por parte delas potencias del dinero, se convierta en una seriaprobabilidad.

Entonces más vale, desde este momento, nojugar al escondite: la lucha ecológica no es un fin en sí,es una etapa. Puede crear dificultades al capitalismo yobligarle a cambiar; pero cuando, después de haberresistido durante mucho tiempo por las buenas y por lasmalas, finalmente ceda porque el impasse ecológico sehaya convertido en ineluctable, integrará esteinconveniente como ha integrado todos los demás.

Por eso es necesario de entrada plantear lacuestión francamente: ¿qué queremos? ¿Un capitalismoque se acomode a los inconvenientes ecológicos, o unarevolución económica, social y cultural que suprima losinconvenientes del capitalismo y, por ello, instaure una

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nueva relación de los hombres con la colectividad, consu medio ambiente y con la naturaleza? ¿Reforma orevolución?

Ante todo no respondáis que esta cuestión essecundaria y que lo importante es no ensuciar el planetahasta el extremo de hacerle inhabitable. Por tanto lasupervivencia tampoco es un fin en sí: ¿vale la penasobrevivir en “un mundo transformado en hospitalplanetario, en escuela planetaria, en prisión planetaria yen el que la tarea principal de los ingenieros del espírituserá fabricar hombres adaptados a esta condición”?(Illich).

Si dudáis de la bondad del mundo que lostecnócratas del orden establecido nos preparan, leed eldossier sobre las nuevas técnicas de “lavado de cerebro”en Alemania y Estados Unidos: después de lospsiquiatras y los psicocirujanos americanos, investi-gadores agregados a la clínica psiquiátrica de launiversidad de Hamburgo exploran, bajo la dirección delos profesores Gross y Svah, métodos limpios paraamputar a los individuos la agresividad que les impidesoportar tranquilamente las mayores frustraciones: lasque les impone el régimen penitenciario, así como eltrabajo en cadena, el asentamiento en ciudadessuperpobladas, la escuela, la oficina y el ejército.

Es mejor intentar definir desde un principio, porqué se lucha y no solamente contra qué. Es mejorintentar prever como afectarán y cambiarán alcapitalismo las exigencias ecológicas, que creer queéstas provocarán su desaparición sin más. Pero antetodo, ¿qué es en términos económicos, una exigenciaecológica? Tomad por ejemplo los gigantescos

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complejos químicos del valle del Rhin, en Ludwigshafen(Basf), en Leverkusen (Bayer) o en Rotterdam (Akzo).Cada complejo combina los siguientes factores:

1) Recursos naturales (aire, agua y minerales)considerados hasta ahora como gratuitos porque nonecesitaban ser reproducidos (sustituidos) -medios deproducción (máquinas y edificios) que son capitalinmovilizado, que utilizan y que por tanto es necesarioasegurar su sustitución (la reproducción),preferentemente por medios más potentes y máseficaces, que den a la empresa una ventaja sobre suscompetidores.

2) Fuerza de trabajo humana que tambiénexige ser reproducida (hay que alimentar, cuidar, alojar yeducar a los trabajadores).

En la economía capitalista, la combinación deestos factores en el seno de los procesos de producción,tiene como objetivo dominante el máximo de beneficioposible (lo que para una empresa preocupada de sufuturo significa también: el máximo de potencia, y portanto de inversiones y de presencias en el mercadomundial. La búsqueda de este objetivo repercuteprofundamente sobre la forma en que los diferentesfactores son combinados y sobre la importancia relativaconcedida a cada uno de ellos.

La empresa, por ejemplo no se pregunta nuncacomo hacer que el trabajo sea más agradable, para quela fábrica respete mejor los equilibrios naturales y elespacio de vida de la gente, para que sus productos

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sirvan a los fines que se lijan las comunidades humanas.La empresa se pregunta solamente cómo hacer paraproducir el máximo de valores mercantiles con el menorcosto monetario.

Y a esta última pregunta responde: “Tengo queprivilegiar el perfecto funcionamiento de las máquinas,que son escasas y caras, antes que la salud física ypsíquica de los trabajadores que son rápidamentesustituibles a bajo precio. Tengo que privilegiar los bajoscostos antes que los equilibrios ecológicos cuyadestrucción no correrá a mi cargo. Tengo que producirlo que puede venderse caro, aunque cosas menoscostosas pudiesen ser más útiles”. Todo lleva el sello deestas exigencias capitalistas: la naturaleza de losproductos, la tecnología de producción, las condicionesde trabajo, la estructura y la dimensión de lasempresas...

Pero sucede que, especialmente en el valle delRhin, el asentamiento humano, la contaminación delaire y del agua han alcanzado un grado tal que laindustria química, para continuar creciendo o inclusosolamente funcionando, se ve obligada a filtrar sushumos y sus afluentes, es decir a reproducir condicionesy recursos que, hasta ahora eran considerados como“naturales” y gratuitos. Esta necesidad de reproducir elmedio ambiente va a tener repercusiones evidentes: hayque invertir en la descontaminación, y por tantoaumentar la masa de capitales inmovilizados; acontinuación es necesario asegurar la amortización (lareproducción) de las instalaciones de depuración; y elproducto de estas (la limpieza relativa del aire y delagua) no puede ser vendido con beneficio.

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En suma, hay un aumento simultáneo del pesodel capital invertido (de la “composición orgánica”), delcoste de reproducción de éste y de los costos deproducción, sin un aumento correspondiente de lasventas. En consecuencia, una de dos: o bien baja la tasade ganancia, o bien aumenta el precio de los productos.La empresa evidentemente intentará elevar sus preciosde venta. Pero no lo conseguirá fácilmente: las otrasempresas contaminantes (cementeras, metalurgia,siderurgia, etc.) intentarán también hacer pagar máscaros sus productos al consumidor final.

La consideración de las exigencias ecológicastendrá finalmente esta consecuencia: los preciostenderán a aumentar más rápidamente que los salariosreales, el poder adquisitivo popular será por tantocomprimido y todo sucederá como si el coste de ladescontaminación fuese descontado de los recursos deque dispone la gente para comprar mercancías. Laproducción de estas tenderá a estancarse o a bajar; lastendencias a la recesión o a la crisis se verán agravadas. Yeste retroceso del crecimiento y de la producción que,en otro sistema, habría podido ser un bien (menoscoches, menos ruido, más aire, jornadas laborales máscortas, etc.), tendrá efectos enteramente negativos: lasproducciones contaminantes se convertirán en bienesde lujo, inaccesibles para la mayoría, sin dejar de estar alalcance de los privilegiados; se ahondarán lasdesigualdades; los pobres serán relativamente máspobres, y los ricos más ricos.

La consideración de los costos ecológicos tendrá,en suma, los mismos efectos sociales y económicos quela crisis del petróleo. Y el capitalismo, lejos de sucumbir

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en la crisis, la administrará como ha hecho siempre:grupos financieros bien situados aprovecharán lasdificultades de los grupos rivales para absorberlos a bajoprecio y extender su influencia económica.

El poder central reforzará su control sobre lasociedad: los tecnócratas calcularán las normas“óptimas” de descontaminación y de producción,dictarán reglamentaciones, extenderán los dominios de“vida programada” y el campo de actividad de losaparatos represivos. Se desviará la cólera popular, através de mitos compensatorios, contra cómodasvíctimas propiciatorias (las minorías étnicas o raciales,por ejemplo, los “melenudos” los jóvenes...) y el Estadoasentará su poder en la potencia de sus aparatos:burocracia, policía, ejército y milicias llenarán el vacíodejado por el descrédito de la política de partido y ladesaparición de los partidos políticos. Basta con miraralrededor, para percibir por todas partes los signos desemejante degeneración.

Os preguntaréis si esto puede evitarse. Sin duda.Pero es así exactamente como pueden ocurrir las cosassi el capitalismo es obligado a tomar en consideraciónlos costos ecológicos sin que un ataque político, lanzadoa todos los niveles, le arranque el dominio de lasoperaciones y le imponga un proyecto de sociedad y decivilización completamente diferente. Porque lospartidarios del crecimiento tienen razón en una cosa almenos: en el marco de la actual sociedad y del actualmodelo de consumo, basados en la desigualdad, elprivilegio y la búsqueda del beneficio, el no-crecimientoo el crecimiento negativo pueden significar solamenteestancamiento, paro, y aumento de la distancia que

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separa a ricos y pobres. En el marco del actual modo deproducción, no es posible limitar o bloquear elcrecimiento repartiendo más equitativamente losbienes disponibles.

En efecto, es la misma naturaleza de estos bienesla que con más frecuencia prohíbe su equitativadistribución: ¿cómo repartir “equitativamente”' losviajes en Concorde, los Citroen DS o SM, losapartamentos en el ático de rascacielos con piscina, losmil productos nuevos, escasos por definición, que laindustria lanza cada año para desvalorizar los modelosantiguos y reproducir la desigualdad y la jerarquíasocial? ¿Cómo repartir “equitativamente”, los títulosuniversitarios, los puestos de encargado, de ingenierojefe o de catedrático?

¿Cómo no ver que el resorte principal delcrecimiento reside en este puso adelante generalizadoque estimula una desigualdad mantenida delibera-damente: en eso que Ivan Illich llama “la modernizaciónde la pobreza”? Desde que la mayoría puede acceder a loque hasta entonces era el privilegio de una minoría, eseprivilegio (el bachillerato, el coche, el televisor) sedesvaloriza, el umbral de la pobreza se eleva un punto,son creados nuevos privilegios de los que la mayoría estaexcluida. Recreando sin cesar la escasez, para recrear ladesigualdad y la jerarquía, la sociedad engendra másnecesidades insatisfechas de las que colma “la tasa decrecimiento de la frustración excede ampliamente a lade producción” (Illich).

Mientras se discuta en los límites de estacivilización de la desigualdad, el crecimiento apareceráante la mayoría de la gente como la promesa -sin

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embargo enteramente ilusoria- de que un día dejarán deser “subprivilegiados”, y el no-crecimiento como sucondena a la mediocridad sin esperanza. Así, no estanto al crecimiento a lo que hay que atacar, sino a lamistificación que mantiene, a la dinámica denecesidades crecientes y siempre frustradas sobre la quereposa, a la competitividad que organiza, incitando aalzarse a cada individuo “por encima” de los demás.

La divisa de esta sociedad podría ser: Lo que esbueno para todos no vale nada. Sólo serás respetable sieres “mejor” que los demás.

Comencemos por el primer punto. En 1962, el10% más rico de la población francesa tenía una rentasetenta y seis veces (¡76 veces!) más elevada que el 10%más pobre. A título de comparación, este coeficiente dedesigualdad era de 10 para Checoslovaquia, de 15 paraGran Bretaña, de 20,5 para Alemania y de 29 para losEstados Unidos. Diez años más tarde la producciónindustrial francesa se había duplicado; sin embargo elcoeficiente de desigualdad se había mantenidoprácticamente constante en Francia, y seguía siendo 29en los Estados Unidos. Aún más: en Francia como en losEstados Unidos, la mayor parte (más de la mitad) de losbienes y servicios era y es producido para el 20% másacomodado de la población. Dicho de otra manera, elprivilegio de los ricos y la pobreza de los pobres hanpermanecido inalterables.

Ya sé que surgirán las objeciones de que: “lospobres viven mejor que hace diez años” “Consumenmás, luego son menos pobres”. Error, doble error. Pues:

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1. Si bien es cierto que los pobres consumen másbienes y servicios, esto no significa que vivan mejor.

2. Suponiendo incluso que viven mejor, esto nosignifica que sean menos pobres. Veamos más de cercaestos dos puntos:

1. Consumir más, es decir, disponer de una mayorcantidad de bienes, no significa necesariamente unamejora. Esto puede significar simplemente, que desdeahora haya que pagar lo que antes era gratuito, o quehaya que gastar mucho más (en moneda constante)para compensar la degradación general del medio devida. ¿Los ciudadanos viven mejor porque consumenuna cantidad creciente de transportes, individuales ycolectivos, para ir y venir entre su lugar de trabajo y suciudad-dormitorio cada vez más lejana? ¿Viven mejorporque cada cinco o seis años reemplacen las sábanasque antiguamente duraban más de una generación? ¿Oporque en lugar de beber un agua del grifo repugnante,compren cada vez más un agua llamada mineral? ¿Vivenmejor porque consumen más combustible para calentarviviendas cada vez peor aisladas? ¿Son menos pobresporque han reemplazado la asistencia al café de laesquina y al cine del barrio -los dos en vías dedesaparición- por la compra de un televisor y de uncoche que les ofrecen evasiones imaginarias y solitariasfuera de su desierto de hormigón?

Hace mucho tiempo que economistas como EzraMishan (desconocido en Francia) han establecido que,hay que tener en cuenta las destrucciones que entraña el

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crecimiento (perjuicios, poluciones, descomposición delas relaciones interhumanas), “el crecimiento significacada vez más una degradación y no una mejora”; “sucosto es superior a las ventajas que de él se obtienen”(Attali y Guillaume).

O como escribe Illich, “los drogadictos delcrecimiento están dispuestos a pagar más caro pordisfrutar menos”. La difusión masiva de vehículosrápidos ha tenido por efecto el acrecentar las distanciasmás rápidamente aún que la velocidad vehicular, deobligar a todo el mundo a consagrar más tiempo, dinero,espacio y energía a la circulación. “Es la gran batallaentre la industria de la velocidad y las otras para saberquién va a despojar al hombre de la parte de humanidadque le queda”. “No se puede atribuir al crecimiento delconsumo la finalidad de incrementar el bienestar de lacolectividad. Los alegatos en favor de un crecimientoreorientado no son admisibles a menos que se trate deuna reorientación radical” (Attali y Guillaume).

2. Ya sé: los electrodomésticos se han“democratizado”, ya no son como hace cuarenta años, elprivilegio de una élite. Y lo mismo se puede decir delconsumo de carne, conservas, coches, vacaciones....¿Significa esto que los obreros, por ejemplo, sean menospobres? Plantead la pregunta a obreros viejos.

Os dirán que en 1936, con una quincena desalario, marido y mujer podían ir de vacaciones enbicicleta, comer y dormir en un hotel durante dossemanas y que aún les quedase dinero a la vuelta. Hoypara ganarse unas vacaciones en hotel y en coche, elhombre y la mujer deben trabajar y ahorrar, no hay

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tiempo para cocinar y comprar, son necesarios elfrigorífico, las conservas, y horas suplementarias parapagar todo eso. ¿Es eso vivir mejor? ¿Es eso la “calidadde vida” aportada por los electrodomésticos?

Respuesta de una lectora de France Nouvelle: “Enprimer lugar, todo es una cuestión de ocio, de tiempo devivir... Luchemos por la jornada laboral de cinco o seishoras y los electrodomésticos podrán ser llevados almuseo. ¿Qué es una colada de cuatro personas cuandose regresa a casa a las cuatro de la tarde? ¿Qué son ochoplatos y ocho cubiertos, cuando en una familia cada unose friega lo suyo?”.

Sin embargo, se dirá, el hecho de que hoy losobreros posean “bienes de confort”, reservadosantiguamente a los burgueses, les hace menos pobres,Pero cuidado: ¿menos pobres que quién? ¿Que losindios o los argelinos pobres? ¿Que los obreros de hacecincuenta años? La comparación es completamenteabstracta, Pues la pobreza no es un dato objetivo ymesurable (a diferencia de la miseria y la sub-alimentación): es una diferencia, una desigualdad, unaimposibilidad de acceder a lo que la sociedad definecomo “bien” y “bueno”, una exclusión del modo de vidadominante; y este modo de vida dominante nunca es elde la mayoría, sino el del 20% más acomodado de lapoblación, que se caracteriza por sus consumosprivilegiados y ostentosos. En una sociedad en dondetodo el mundo fuese pobre, nadie lo sería. Lo que definea los pobres, es un ser-menos con relación a una normasociocultural que orienta y estimula los deseos.

En Perú es pobre el que no tiene zapatos, enChina el que no tiene una bicicleta, en Francia el que no

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puede comprar un coche. En los años treinta se erapobre cuando no se podía comprar una radio; en losaños sesenta se era pobre cuando uno debía privarse deltelevisor; en los años setenta se es pobre cuando no setiene televisor en color, etc. Como dice Illich, “lapobreza se moderniza: su umbral monetario se elevaporque nuevos productos industriales son presentadoscomo bienes de primera necesidad, permaneciendofuera del alcance de la mayoría”. La masa “paga más caroun ser-menos creciente”.

Ahora bien, es precisamente lo contrario lo quehay que afirmar para romper con la ideología delcrecimiento: Sólo es digno de ti lo que es bueno paratodos. Sólo merece ser producido lo que ni privilegia nirebaja a nadie. Podemos ser más felices con menosopulencia, porque en una sociedad sin privilegios no haypobres.

Tratar de imaginaros una sociedad basada enestos criterios. La producción de tejidos prácticamenteindesgastables, de zapatos que duran años, de máquinasfáciles de reparar y capaces de funcionar durante unsiglo, todo eso está, en este momento, al alcance de latécnica y de la ciencia -así como la multiplicación deinstalaciones y de servicios colectivos (de transporte, delavandería, etc.) ahorrando la adquisición de máquinascostosas, frágiles y devoradoras de energía. Suponed encada edificio colectivo dos o tres salas de televisión (unapor cadena); una sala de juegos para niños; un taller dereparaciones bien equipado; una lavandería consecciones de secado y plancha: ¿todavía tendríaisnecesidad de todos vuestros equipamientos indivi-duales, iríais a los embotellamientos de carretera si hay

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transportes colectivos cómodos hacia los lugares dedescanso, aparcamientos de bicicletas y ciclomotoresabundantes, y una densa red de transportes colectivospara los barrios periféricos y lasotras ciudades? Imaginad que la gran industria,centralmente planificada, se limita a producir lonecesario: cuatro o cinco modelos de zapatos y trajesduraderos, tres modelos de coches fuertes ytransformables, además de todo lo necesario para losequipamientos y servicios colectivos.

¿Es imposible en una economía de mercado? Sí.¿Supondría el paro masivo? No: la semana de veintehoras, a condición de cambiar el sistema. ¿Supondría launiformidad y la mediocridad? No, porque imaginadesto: Cada barrio, cada municipio dispone de talleresabiertos día y noche, equipados con gamas tancompletas como sea posible de herramientas y demáquinas, en los que los habitantes, individualmente,colectivamente o en grupos, producirán por sí mismos,al margen del mercado, lo superfluo, según sus gustos ydeseos. Como sólo trabajarán veinte horas a la semana(y puede que menos) para producir lo necesario, losadultos tendrán todo el tiempo de aprender lo que losniños aprenderán por su parte en la escuela primaria:trabajo del tejido, del cuero, de la madera, de la piedra,del metal; electricidad, mecánica, cerámica,agricultura...

¿Es una utopía? Puede ser un programa. Porqueesta “utopía” corresponde a la forma más avanzada y noa la más frustrada, de socialismo: a una sociedad sinburocracia, en la que se va extinguiendo el mercado, enla que hay bastante para todos y en la que la gente es

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individual y colectivamente libre de modelar su vida, deelegir lo qué quiere hacer y de tener más de lo necesario:una sociedad en la que “el libre desarrollo de todos seríaa la vez el objetivo y la condición del libre desarrollo decada uno”. Marx dixit.

Le Sauvage, abril de 1974

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Reinventar el futuro

“Un cierto tipo de crecimiento llega a su fin. Esnecesario que entre todos inventemos otro”. Esto lo hadicho Valery Giscard d'Estaing. Podría haberlo dichouno cualquiera de sus oponentes o adversarios. ¿Peroqué crecimiento? ¿Con qué propósito? ¿Para hacer qué?Preguntas accesorias: lo evidente es que hay que hacerque esto crezca y que, al margen de la expansión noexiste salvación. ¿Y si esto fuese falso? ¿Y si tampocohubiese salvación en el crecimiento? ¿Y si, a menos quese produjese una transformación total de lasinstituciones, las técnicas y los comportamientosactuales, el crecimiento aportase no solo lo “mejor” quepromete, sino también frustraciones cada vez másinsoportables, y trastornos y molestias cada vezmayores? ¿Hay que cambiar el crecimiento o cambiar loque se produce, la forma de producir, la definición delas necesidades, la forma de satisfacerlas, en resumen, elmodo de producción y el modo de vida?

He aquí las preguntas que frontalmente seplantean dos libros por otra parte muy diferentes: LaConvivencialidad de Ivan Illich1 y El Anti-Económico deJacques Attali y Marc Guillaume2. Illich es un católicosubversivo que contempla, desde una perspectiva devarios siglos, a las sociedades industrializadas; JacquesAttali y Marc Guillaume son profesores de economía enla Politécnica que muestran hasta que punto la

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pretendida “ciencia económica” está modelada por aprloris ideológicos, opciones políticas y postuladosantropológicos indefendibles, y hasta que punto lateoría debe ser renovada. Pese a la profunda diferenciade objeto y tono, las dos obras coinciden en una serie depuntos esenciales, empezando por:

1. “El argumento según el cual el crecimientoreduce las desigualdades en una estafa intelectual sinfundamento” (Attali y Guillaume).

2. “Numerosas necesidades son creadas ymantenidas por el sistema”; lo que no se puedepretender justificar por el hecho de que “asegura másfácilmente la satisfacción de las necesidades que crea”(Attali y Guillaume).

En efecto, cuando la masa accede a un tipo deproducto, este se desvaloriza. En cuanto el automóvil sedesvaloriza por el hecho de que es utilizado por lamayoría de la gente, pierde su valor de uso y se convierteen un estorbo para la circulación y la comunicación delas personas, la minoría privilegiada se orienta hacianuevos transportes de lujo (trenes especiales, aviones,taxis, coches de alquiler).

En tanto que la industria desvalorice un productolanzando otro “mejor”, reservado a la minoría y que espresentado como la nueva forma de “bienestar”, sin queel producto popularizado haya perdido su valor de uso,mantendrá la desigualdad. “La innovación proporcionala ilusión de que lo nuevo es mejor”, “crea másnecesidades de las que satisface” y exacerba las

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frustraciones. “La tasa de crecimiento de la frustraciónsupera ampliamente a la tasa de crecimiento de laproducción” (Illich).

Pues “si lo nuevo es mejor y lo viejo no esbueno... La lógica del “siempre mejor” sustituye a la delbien como elemento estructurante de la acción”. Enresumen, al igual que Baudrillard, Attali y Guillaumemuestran que el mantenimiento de la desigualdad es loque refuerza su crecimiento: “El lanzamiento almercado de un nuevo bien y su compra por los másricos, frustra a los más pobres hasta que lo adquieren...Existe pues, una dinámica de clases sociales que hace eljuego a los productores, cuyo resultado es nulo entérminos de mejora del bienestar y que explica, almenos parcialmente la continuidad del crecimiento porla demanda”.

Los bienes no son ya deseados y comprados porsu valor de uso, sino por sus “funciones simbólicas destatus, evasión y comunicación”, el individuo es “criadoy educado” para desearlos: el medio social le “impone”ese modo de expresión y de afirmación negándole “todaposibilidad de satisfacción personal en el trabajo”,“convirtiendo su deseo en deseo de consumo” (Attali yGuillaume). Sin embargo, sobre este punto, el análisis deIllich va más lejos que el de Baudrillard, en el que Attalise inspira. Illich se pregunta ¿qué es lo que permite“convertir” las necesidades y los deseos en deseos deconsumo? Respuesta: el hecho de que para lasatisfacción de cualquier necesidad, se ha hechodepender al individuo de instituciones y herramientasgigantes que escapan a su control y a sus posibilidades.

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Incluso en el caso del aire (descontaminado) querespira, del agua (tratada o embotellada) que bebe, delsol (que le vende la industria turística) y delentretenimiento (que la industria del espectáculo y latelevisión le procuran), el individuo depende de mega-herramientas y mega-instituciones burocráticas ymercantiles, de las que no puede ser más que el “cliente”sometido, uniformizado, impotente, explotado ypermanente-mente insatisfecho.

Convertido en sujeto pasivo, el individuo esinducido a no reclamar más que una “consideración”más completa y “mejor” de sus necesidades por lasmega-instituciones suministradoras de bienes. Illichdirá que se está sometido a un “monopolio radical”: “Unmonopolio radical se establece cuando la genteabandona su capacidad innata de hacer lo que puedehacer por sí misma y con la ayuda de otros, a cambio dealgo mejor que solamente puede producir para ellos unaherramienta dominante...

Esta dominación de la herramienta instaura elconsuno obligatorio”, es decir transforma al individuoen consumidor pasivo “de una producción en masa queúnicamente pueden asegurarlas grandes industrias”.Finalmente, incluso “ni las necesidades elementalespueden ser satisfechas al margen del mercado”.

Este tipo de análisis es perfectamente válido yutilizable por los marxistas: lo que Illich describe, no esotra cosa que la extensión de las relaciones mercantilesa todos los dominios de la vida individual y social, y sucontrol a cargo de los monopolios industriales,bancarios y estatales. Lo que denuncia no es otra cosaque las relaciones de producción capitalistas,

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mantenidas por la división capitalista del trabajo: unadivisión de las tareas a la vez técnica (parcelaria) y social(jerárquica y desigual) que separa a los productores desus medios de producción y de sus productos con el finde someterle mejor a las exigencias del capital (a la leydel patrón, a la velocidad de las máquinas). Cuantomayores son los medios de producción, mejor aseguraneste sometimiento, pues son menos controlables yutilizables por los obreros y la comunidad (ciudad,región) en que están instalados. Ante todo, que no sediga que el gigantismo de los “útiles” y la división deltrabajo que impone, son la consecuencia inevitable del“desarrollo de las fuerzas productivas” y del progresocientífico-técnico.

Lo contrario ha sido demostrado de formadecisiva por un universitario americano3; losempresarios inteligentes, así como los científicos unpoco imaginativos saben que el gigantismo no es unanecesidad técnica sino una opción política: las unidadesde producción media (hasta quinientos obreros) sonmás eficaces, más fecundas en invenciones einnovaciones (la OCDE ha proporcionado la pruebaestadística) y más económicas (menos problemas,menos deseconomías externas, menos contaminación,etc.).Por estas razones, esencialmente políticas, elcapitalismo no da preferencia a las unidades de tipomedio: toda una serie de huelgas recientes, muestranque éstas son demasiado fácilmente controlables por losobreros (Jaeger, I,ip, Cerizay, etc.), y para la patronaltienen el inconveniente adicional de que, a diferencia delas unidades gigantes, no permiten dominar la política

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local, ni el mercado de trabajo local.La ciencia y la tecnología, lejos de exigir el

gigantismo, han engendrado herramientas gigantesporque el capital exige estas herramientas y rechaza lasotras. Por ejemplo, como ha demostrado el granhistoriador Marc Bloch, los molinos de viento han sidoeliminados por la única razón de que al estar disponibleel viento en cualquier parte del mundo, no permiten lamonopolización. 'todavía hoy ni los generadores eólicos(existen prototipos muy eficaces) ni el aprovechamientode la energía solar interesan a la industria o a la banca.Incluso en el caso de la energía nuclear, elenriquecimiento de uranio es confiado a monstruosasunidades de difusión gaseosa; el método deultracentrifugación, tan eficaz en pequeña como engran escala, no ha sido desarrollado en ningún sitio(salvo, al parecer, en China).

En resumen, como indica Illich, en un lenguajesúbitamente marxista, “la estructura de las fuerzasproductivas modela las relaciones sociales”precisamente porque ella misma ha sido modelada, conel objetivo de asegurar la dominación del capital sobreel trabajo. A partir de aquí, las opiniones de Illich y deAttali convergen de nuevo acerca de lo que puede y loque no puede ser una sociedad socialista.

Para Illich, “la posibilidad de adaptar lasherramientas anticonvencionales [que manipulan yesclavizan al individuo] a una sociedad socialista esextremadamente reducida... La apropiación pública delos medios de producción a través de un organismocentral de planificación y de distribución notransformará la estructura antihumana de la

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herramienta. Así, mientras se ataque al trust Ford por laúnica razón de que enriquece a Mr. Ford, se mantendrála ilusión de que las fábricas Ford (el hecho de fabricarcoches en cadena) pueden enriquecer a la colectividad”.“El concepto de apropiación no sería aplicable a unaherramienta incontrolable”, es decir a “mega-herramientas” cuyo control exige un aparatoburocrático, jerarquizado y generador de unacentralización de poder. “Hay que escoger entredistribuir a millones de personas al mismo tiempo laimagen coloreada de un payaso agitándose en lapequeña pantalla, o dar a cada grupo humano el poderde producir y distribuir sus propios programas en loscentros de video.

En la primera hipótesis, la técnica está puesta alservicio de la promoción del especialista, dirigida porburócratas... Pero la ciencia puede emplearse parasimplificar el utillaje, para hacer a cada uno capaz demodelar su entorno inmediato, es decir de cargarse desentidos, cargando al mundo de signos”.

Paralelamente Attali y Guillaume escriben: “¿Hayque dar el poder a los que no lo tienen o intentarquitárselo a todo el mundo?... La idea de la autogestión,por el momento, parece ser la única proposición nuevadisponible. Pero es suficiente para establecer un modeloglobal. Escuela de democracia y del no-poder”, puede“deslizarse hacia el actual sistema industrial y suscontradicciones.

Los obreros de la General Motors autogestionadano serían menos influyentes sobre el desarrollo delautomóvil que los actuales lobbies financieros... Laautonomía de las empresas autogestionadas, sin

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modificar radicalmente las relaciones sociales,conduciría a un tipo de capitalismo de los trabajadores,al que el modo de producción actual se adaptaríafácilmente”.

Ahora bien, este modo de producción, es lalógica que se intenta cambiar. Y en esta perspectiva, “loesencial no es definir un nuevo proyecto políticocoherente, sino proponer una actitud imaginativanueva, radical y subversiva, que permita transformar lalógica de nuestra evolución”. Esta “proposición deruptura, de desmantelamiento del sistema económico,sólo puede situarse fuera del capitalismo monopolista ydel socialismo burocrático, fuera también de todareferencia a un modelo existente, inevitablementecomprometedor. Es decir, ante todo debe ser uncuestionamiento de la legitimidad del poder y una doblenegación de la explotación capitalista y de la alienacióntotalitaria”.

Tanto Illich, como Attali y Guillaume, rechazanlas soluciones prefabricadas desde arriba: no se trata degobernar mejor a los procesos económicos y a loshombres, sino de permitir que los hombres los tomenen sus manos y cambien sus vidas, de liberar de“potencias exteriores” y “fines exteriores” (Marx)fundando una economía radicalmente nueva: unaeconomía que funcionaría “con otros comportamientosindividuales (rechazo del egoísmo, de la apropiación,del poder) y no solamente con otros métodos” (Attali yGuillaume).

Estos “otros comportamientos” no pueden ser elresultado de una manipulación o de una enseñanza sinosolamente de una conversión, de un descubrimiento

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liberador favorecido por los “impasses” y las crisis delmundo industrializado: es posible hacer más conmenos, de “crear para todo el mundo más felicidad conmenos opulencia” (Illich).

La limitación del crecimiento no es un fin en sí,ni tiene interés si es preconizado e impuesto por una“nueva élite organizada” que tenga el anticrecimientocomo todo programa. Al contrario, la formación desemejante élite “es el antídoto industrial a laimaginación revolucionaria. Incitando a la población aaceptar una limitación de la producción industrial sinponer en cuestión la estructura de base de la sociedadindustrial, se daría obligatoriamente más poder a losburócratas que optimizan el crecimiento, del que seacabaría siendo esclavo”.

En pocas palabras, hay que rechazar larecuperación, por parte de los administradores delcapitalismo, de una crítica del crecimiento que no tienesentido -ni alcance revolucionario- si no es en relacióncon un “cambio social total” en un “cambio de lomecanismos que han formado las necesidades tal comoson en la actualidad” (Attali y Guillaume). Así, “todoparece estar organizado en todas partes para bloquear,prohibir y desvirtuar la necesaria subversión por laimaginación, e incluso la simple evasión verbal almargen de los esquemas clásicos: la recuperación delvocabulario socialista -desfigurado su sentido-, por lassociedades capitalistas... El confusionismo político se veasí agravado por un debate político en el que la elecciónestá limitada a una alternativa simplista entre economíade mercado y economía de planificación centralizada,sin que ni una ni otra hayan funcionado jamás en

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ninguna parte.“Manteniendo este bloque ideológico (...) se

corre el riesgo de hacer definitivamente imposible laintervención de otro futuro” (Attali y Guillaume): de unfuturo “en el que sea tomada y compartida la palabra, enel que nadie pueda limitar la creatividad de los demás,en el que cada uno pueda cambiar la vida” (Illich).

4 de marzo de 1974

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La autocondena de la opulencia.

Es inútil esperar más tiempo: la gran crisis ya hacomenzado. Si tenéis algún problema en reconocerla, esporque no tiene el mismo aspecto que la última vez.Esta vez no es la producción capitalista la que se hundeprimero en las metrópolis: es ante todo, todo aquelloque le daba sentido.

El lazo entre “más” y “mejor” se ha roto. Elcrecimiento de la producción tiene ya como reversovisible un crecimiento mayor de las destrucciones quecausa. Se vive peor consumiendo más. El crecimientoengendra más escasez que la que atenúa. Si lo dudáis,mirad a vuestro alrededor; leed por ejemplo Utopía oMuerte4 de René Dumont. ¿Sabíais, entre otras cosas,que los comerciantes del papel, muebles y madera que-con la bendición de los tecnócratas brasileños- arrasanactualmente el bosque amazónico están atacando a lafuente que regenera la cuarta parte del oxígenocontenido en el planeta? ¿Sabíais que en las grandesciudades este oxígeno escasea hasta el punto de que losguardias de Tokio, para no asfixiarse en los cruces,disponen de “fuentes de oxígeno” a donde van a respirara intervalos regulares de tiempo? o ¿que en Los Ángelesdeterminados días se recomienda a la gente no moversedemasiado a fin de economizar el poco oxígeno que losautomóviles dejan a sus pulmones?

¿Sabíais que Holanda importa agua potable deNoruega, que los Estados Unidos la importan de Canadá

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y que la ciudad de San Francisco proyecta traerla delcasquete polar en forma de icebergs? ¿Sabíais que,según Costeau, la mitad de la vida marina filmada en1956 había desaparecido en 1964 (¿qué quedará en laactualidad?) y que, según el soviético Kasynov, el MarCaspio, al ritmo actual, será a finales de siglo unaextensión de agua tan pestilente, verdosa y muertacomo lo es ya la del lago Erie?

¿Y esto por qué?, pues porque para la producciónmercantil que domina tanto en la Europa del Este comodel Oeste, no tiene ni precio ni valor. “¡Por eso que noquede!” exclaman los economistas neoliberales: “demosun precio a las cosas que aún no lo tienen, el aire, elagua, la luz y, por supuesto, la vida humana”. Porqueésta apenas es ahorrada.

¿Sabíais que de cada seis obreros franceses unoquedará mutilado durante su vida laboral? ¿Que latotalidad de remachadores y calafates de astilleros,todos los conductores de camiones pesados, el 45% delos obreros de forjas y la casi totalidad de lossiderúrgicos están aquejados de sordera parcial? ¿Y quela industria química y petroquímica con sus flamantesinstalaciones es la que más profundamente ataca a lasalud de los trabajadores?

Entonces, queridos economistas neoliberales,contestad rápidamente: ¿cuánto vale el rayo de sol, elaire puro sin plomo ni anhídrido sulfuroso, el baño en elmar o en un lago? ¿A qué precio la industria y la bancapodrán comprar todo eso para vendernos al por menor-en forma de depuradores de aire, clínicas yhabitaciones de hotel-lo que nos habrán robado al pormayor? ¿Y qué precio tiene el oído, el olfato o la vida de

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un hombre? ¿En vuestros cálculos —costos/ventajas”, apesar de todo, qué ventaja compensará y hará rentable lasordera, el cáncer de vejiga, la exterminación directa oindirecta, total o parcial de un pueblo del “tercermundo”?

Si todo tiene un precio, finalmente todo no sólose paga, sino que también se compra. Todas nuestrasdesgracias, dice Ivan Illich, proceden del hecho de quela producción mercantil no tiene ningún cuidado de loque es bueno para todos, tan sólo conoce valores decambio, esencialmente relativos.

René Dumont dice más o menos lo mismo conotras palabras. El mundo imperialista -incluidos todoslos países y todas las clases sociales- ha engendrado unmodo de vida que jamás podrá ser extendido a latotalidad del planeta. Si todo el mundo quisieraalimentarse como los norteamericanos habría quemultiplicar por cuatro la actual producción agraria delglobo, y multiplicarla por ocho de aquí a fin de siglo.Norteamericanos y europeos juntos, utilizan paraalimentarse, aproximadamente el 20% de las tierrasagrícolas del mundo, además de la suyas propias.

Somos, dice Dumont, “asesinos que arrancan lasproteínas de la boca de los niños pobres”. No se trata deuna fórmula retórica. Juzgad si no: de los 70 millones detoneladas de peces capturados en el mar, el “tercermundo” consume 14 millones de toneladas, mientrasque 25 millones de toneladas son transformados enharinas para acabar “en los cacharros de la comida denuestros animales domésticos”. Con cada kilo dehuevos, de pollo, de carne, quitamos entre 4 y 6 kilos deproteínas, especialmente sabrosas, a los niños del

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“tercer mundo” encanijados por la malnutrición. La prueba de que “nuestro” modo de vida,

diseñado para una minoría privilegiada, no esgeneralizable, es que entra en crisis desde el momentoen que es pretendido por nuevos recién llegados. Habéisobservado que: desde que los japoneses pretendencomer carne, ésta falta en el resto del mundo (incluidaNorteamérica); desde que el gobierno soviético intentapaliar por medio de importaciones el desastre de supolítica agraria, el precio de los alimentos para elganado asciende vertiginosamente, acentuando aúnmás el alza (y la escasez) de la carne.

Las cosas como son: es imposible que lahumanidad entera viva como el 20% de losnorteamericanos y europeos privilegiados, cuyo estilode consumo, sirve de referencia -fuera de su alcance- alresto de norteamericanos y europeos y al mundo. Nohay recursos minerales suficientes, ni aire, ni agua, nitierra, como para que todo el mundo pueda adoptar“nuestra” forma depredadora de producir y consumir.No hace mucho tiempo, los tecnócratas “occidentales”negaban lo que hoy tiende a convertirse en unaevidencia. Creían que bastaría con exportar “nuestras”técnicas para que “nuestro” modo de producción y devida se hiciera posible. En India, por ejemplo, laintroducción de arroz de alto rendimiento debía, segúnellos, provocar una “revolución verde” que evitaría quese produjera la revolución a secas. Grave error: laintroducción del arroz de alto rendimiento haprovocado ya varios disturbios.

¿Y por qué? Pues porque estas variedades dearroz exigen una perfecta nivelación, la irrigación y

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drenaje de terrenos, el empleo de abonos químicos y deinsecticidas... Además de que -en ausencia de unarevolución social y cultural, y de inmensas inversionesde trabajo voluntario de los campesinos asociados encooperativas y comunas- el cultivo de las variedades dealto rendimiento sólo está al alcance de los campesinosricos. Los campesinos pobres -”el 60% de los indiossobreviven en la miseria, con menos de 0,45 francosdiarios”, escribe Dumont, ¿con qué pagarían abonos einsecticidas? ¿Cómo nivelar y drenar sus parcelas, amenos que fuesen explotadas en común? De hecho la“revolución verde” les condena: nos les queda otra salidaque emplearse en las tierras de los campesinos ricos. Eslo que hacen; y constatan que a causa de la abundanciade la oferta, ha descendido el precio de su fuerza detrabajo. Lo que explica los disturbios.

Moraleja: la exportación de técnicas capitalistasengendra o acelera la concentración capitalista. Laadopción de estas técnicas que no pueden serasimiladas ni aplicadas por todos -por la masa decampesinos pobres o sin tierra- agrava aún más laopresión sobre el pueblo, refuerza aún más el poder queel campesino rico ejerce sobre la ciudad, incluidos elburócrata, el político y el policía ya que todos dependendel dinero de los potentados locales. Su riqueza nuncase difunde, no existe desarrollo real.

¿La ayuda al desarrollo? ¿A qué desarrollo? ¿Qué“misiones de ayuda” se dedican a agrupar a loscampesinos pobres y de hacer accesibles a todos losnuevos conocimientos práctico-teóricos? Sería unaintromisión política. ¿La enseñanza? Dumont hajuzgado a la escuela tradicional -máquina reproductora

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de desigualdades- antes que Ivan Illich5. Escuchad de nuevo: “Mientras persista el desprecio del trabajo, todas

las tentativas de una sociedad menos desigual quedaránal nivel de las proposiciones moralizantes. Suprimir estedesprecio -que no se ha conseguido plenamente en laUnión Soviética- exigiría que cada uno hubieseparticipado ampliamente en algún trabajo manual (...),no en la embrutecedora cadena del taller automatizado,sino en el banco artesano en que, utilizando sus manos,desarrolle una forma de inteligencia tan indispensablecomo el razonamiento abstracto.

El trabajo diversificado, recompuesto, alterna-tivamente en la fábrica y en el campo se convierte en unplacer, dice William Morris; suprime las diferenciasentre trabajadores manuales e intelectuales, entre laciudad y el campo (...). Mis estudiantes de laUniversidad de Ottawa, cuando han estado trabajandocon obreros agrícolas, han tenido cosas que aprender.”

Elogio de la austeridad, de la frugalidad, de labicicleta y de la civilización socialista china; condenadel automóvil y de todo lo que implica. Conozco losargumentos que surgen entre nosotros: “Mientrasúnicamente los burgueses tenían coche, se decía ¡viva elautomóvil! Ahora que el pueblo comienza a tenerlo, secondena el automovilismo”.

Es cierto. Pero es que el automóvil es un inventode la burguesía en su provecho: sólo tiene atractivocuando es el privilegio de una minoría. En cuanto queaccede la mayoría, estalla el carácter antisocial delautomóvil: éste vehículo de lujo pierde su valor de uso, yse convierte para todos (lo posean o no) en una fuente

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infinita de frustraciones, peligros, costos eincomodidades: ruido, mal olor, toxicidad, ciudadesasfixiadas convertidas en inhabitables en el centroproliferan en su periferia en interminables suburbios,mordiendo un campo seccionado por autopistas... Losburgueses desertan entonces de las ciudadesagonizantes: renuncian cada vez más al coche: prefierenel avión, el helicóptero, incluso el transporte porferrocarril.

Durante mucho tiempo frustrado por elautomóvil el pueblo se aferra a él y teme que se le quierafrustrar una segunda vez. No valora el hecho de que lasventajas del modo de vida burgués se vuelven en sucontrario por el hecho mismo de que el pueblo acceda aél. ¿Cómo explicarle?, se pregunta Dumont. Aquí, enefecto, opone “la fracción aburguesada de la claseobrera, mayoritaria en los países ricos”, a “estosproletarios de los tiempos modernos que son las masasrurales, los habitantes de los suburbios, y los parados delos países dominados”. ¿Cómo, se pregunta, haceraceptar a los primeros “las disciplinas que impondrá undía el necesario crecimiento cero de su producciónglobal? (...) ¿Cómo imponerles soluciones confrecuencia más revolucionarias que las que proponennuestros partidos llamados revolucionarios?”.

¿Cómo? Tenéis la respuesta delante de los ojos: esla crisis del nodo de vida capitalista; elempobrecimiento que engendra el crecimientomaterial; la putrefacción de las instituciones, laviolencia de los aparatos represivos, el fallo ideológico ysocial de la producción mercantil. Es todo esto lo queabrirá la vía al postcapitalismo y a sus militantes

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imponiendo esta evidencia: el único medio de vivirmejor, es producir menos, consumir menos, trabajarmenos, vivir de otra forma. Dumont mismo lo dice:“Estamos abocados al socialismo”, porque la “economíadel beneficio nos conduce a todos a nuestra perdición”.Esto comienza a sentirse y a saberse.

Le Sauvage, marzo de 1973

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La ideología social del automóvil.

El gran problema de los coches es que con ellossucede lo mismo que con los castillos o con los chaletsen la playa: son bienes de lujo inventados para el placerexclusivo de la minoría de los muy ricos y a los quenada, en su concepción o su naturaleza, destinaba el usodel pueblo. A diferencia del aspirador, de la televisión ode la bicicleta, que siguen conservando la integridad desu valor de uso cuando ya todo el mundo dispone deellos, el coche, al igual que el chalet en la playa, no tieneinterés ni ventaja alguna más que en la medida en que lamasa no dispone de ellos. Y ello se debe a que tanto porsu concepción como por su destino original el coche esun bien de lujo. Y el lujo, por definición, es imposible dedemocratizar: si todo el mundo accede a un lujo, nadiesaca provecho de su disfrute; por el contrario: todo elmundo arrolla, frustra y desposee a los demás y esarrollado, frustrado y desposeido por ellos.

El razonamiento lo admitiría cualquiertratándose de un chalet en la playa: todavía no se hapresentado ningún demagogo pretendiendo que lademocratización de las vacaciones pasa por aplicar elprincipio: un chalet con playa privada para cada familia.

Cualquiera comprende que si cada una de los 13 o14 millones de familias existentes en Francia tuvieranque disponer aunque sólo fuera de 10 metros de costa,serían precisos 140.000 kilómetros de playas para quetodo el mundo quedara satisfecho. Atribuir a cada cualsu porción equivaldría a parcelar las playas en trozos tandiminutos -o a amontonar tanto los chalets- que suvalor de uso sería nulo hasta llegar a desaparecer sus

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posibles ventajas frente a un complejo hotelero. En suma, queda claro que la democratización del

acceso a las playas no admite más que una solución: lasolución colectivista. Y esta solución pasa forzosamentepor la lucha contra el lujo que constituyen las playasprivadas, privilegios que una pequeña minoría se arrogaa expensas de todos.

¿Por qué no se admite respecto a los transportesel mismo razonamiento que se aplica a las playas? ¿Esque acaso un coche no ocupa un espacio tan escasocomo el que pueda ocupar un chalet en la playa? ¿Es queno expolia a los demás usuarios de la calzada (peatones,ciclistas, usuarios del autobús o del tranvía)? ¿Es queacaso no pierde todo su valor de uso cuando todo elmundo utiliza el suyo? Y sin embargo abundan losdemagogos que afirman que cada familia tiene derechoa un coche, por lo menos, y que es al “Estado” a quientoca actuar de modo que cada cual pueda estacionar asu antojo en la ciudad o irse de vacaciones a la vez quelos demás, a más de 100 Km. por hora.

Lo monstruoso de esta demagogia salta a los ojos,pero sin embargo la izquierda recurre a ella confrecuencia. ¿Por qué se sigue tratando al coche comouna vaca sagrada? ¿Por qué a diferencia de otros bienesprivativos no es reconocido como un lujo antisocial?

La respuesta hay que buscarla en los dos aspectossiguientes del automovilismo:

1. El automovilismo de masas materializa untriunfo absoluto de la ideología burguesa en el terrenode la práctica cotidiana: fundamenta y cultiva en cadaindividuo la creencia ilusoria de que cada cual puede

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prevalecer y destacar a expensas de los demás. Elegoísmo agresivo y cruel del conductor que, a cadaminuto, asesina simbólicamente “a los demás”, a los quesólo percibe en tanto que molestias y obstáculosmateriales para su propia velocidad; este egoísmoagresivo y competitivo representa el triunfo, gracias alautomovilismo cotidiano, de un comportamientouniversalmente burgués (“nunca se podrá construir elsocialismo con esta gente”, me decía un amigo deAlemania oriental, consternado ante el espectáculo de lacirculación parisiense).

2. El automóvil ofrece el ejemplo contradictoriode un objeto de lujo que ha resultado desvalorizado porsu propia difusión. Pero esta devaluación práctica no haacarreado su devaluación ideológica: el mito del placer yde la ventaja del coche persiste aún cuando, si segeneralizaran los transportes públicos, quedaríademostrada su aplastante superioridad. La persistenciade este mito se explica con facilidad: la generalizacióndel automovilismo individual ha suplantado a lostransportes colectivos, modificado el urbanismo y elhábitat y transferido al coche ciertas funciones que supropia difusión ha hecho necesarias.

Será precisa una revolución ideológica (cultural)para romper este círculo vicioso. Revolución que esinútil esperar de la clase dominante actual (de derechaso de “izquierdas”).

Veamos más de cerca estos dos puntos. En laépoca en que fue inventado, el coche tenía la finalidadde procurar a unos cuantos burgueses muy ricos unprivilegio totalmente inédito: el de circular mucho más

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aprisa que los demás. Nadie hubiera podido ni soñarlohasta entonces: la velocidad de las diligencias era pocomás o menos la misma independientemente de que sefuera rico o pobre; la calesa del señor no circulabamucho más aprisa que la carreta del campesino y lostrenes llevaban a todos los pasajeros a la mismavelocidad (sólo empezaron a adoptar velocidadesdiferenciadas tras la aparición del coche y del avióncomo competidores directos). No existía por aquélentonces una velocidad de desplazamiento para unaélite y otra para el pueblo. El automóvil iba a poner fin aesta situación: hacía extensivas, por primera vez, lasdiferencias de clase al mundo del transporte.

Este medio de transporte apareció en unprincipio como algo inaccesible para las masas en tantoque era diferente de los medios de locomociónordinarios: no existía nada en común entre el automóvily los restantes medios de transporte: la carreta, el tren,la bicicleta o el ómnibus de caballo.

Seres de excepción se paseaban a bordo de unvehículo de autotracción, de más de una tonelada depeso, y cuyos órganos mecánicos, de una extremacomplicación, eran tanto más misteriosos cuanto quepermanecían ocultos a las miradas. Porque se daba esteaspecto que tuvo gran importancia en el desarrollo delmito del automóvil: por primera vez unos hombrescabalgaban vehículos individuales cuyos mecanismos defuncionamiento eran para el gran público totalmentedesconocidos y cuyo mantenimiento y alimentacióndebían ser confiados a especialistas.

Paradojas del coche automóvil: en aparienciaconfería a sus propietarios una independencia ilimitada,

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que les permitía desplazarse a horas y siguiendoitinerarios elegidos a su antojo a una velocidad igual osuperior a la del tren. Pero, a la hora de la verdad, estaautonomía aparente tiene como reverso unadependencia radical: a diferencia del jinete, delcarretero o del ciclista, el automovilista pasaba adepender para su alimentación energética así como parala reparación de la más mínima avería, de loscomerciantes y especialistas de la carburación, de lalubricación, de la instalación eléctrica y del recambio depiezas.

A diferencia de todos los anteriores propietariosde medios de locomoción, el automovilista iba aestablecer una relación de usuario y de consumidor -yno de poseedor y de dueño- con el vehículo del que erapropietario. Dicho de otra forma, este vehículo iba aobligarle a consumir y a utilizar una multitud deservicios mercantiles y de productos industriales quesólo ciertos establecimientos especializados podíansuministrarle. La aparente autonomía del propietario deun automóvil encubría su radical dependencia. Losmagnates del petróleo fueron los primeros en percatarsedel provecho que podía sacarse de una difusión delautomóvil a gran escala: si el pueblo deseaba que se lepermitiera circular en un coche con motor, se le podríavender la energía necesaria a su propulsión.

Por primera vez en la historia los hombrespasarían a depender para su locomoción de una fuentede energía mercantilizada. Los clientes de la industriapetrolífera serían tantos como los automovilistas y comohabría tantos automovilistas como familias toda lapoblación pasaría a convertirse en cliente de los

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magnates del petróleo. Iba a hacerse realidad el sueñode todo capitalista: todos los hombres iban a dependerpara sus necesidades cotidianas de una mercancíamonopolizada por una sola industria.

No faltaba más que incitar al pueblo a quecirculara en coche. Es probable que éste no se hiciera derogar: bastaba, mediante la fabricación en serie y elmontaje en cadena, con bajar lo suficiente el precio delos coches; la gente se precipitaba a comprarlos.Efectivamente se precipitaron sin darse cuenta de que seles estaba timando. ¿Qué les prometía la industria delautomóvil? Pura y simplemente esto: “Vosotros tambiéntendréis el privilegio a partir de ahora de circular comolos señores y los burgueses, más deprisa que los demás.En la sociedad del automóvil, el privilegio de la élite estáa vuestro alcance”. La gente se precipitó sobre los cocheshasta el momento en que habiendo accedido a elloshasta los propios obreros, los automovilistascomprendieron que les habían tomado el pelo.

Se les había prometido un privilegio de burgués;se habían endeudado con tal de acceder a él y he aquíque se percataban de que todo el mundo accedía alprivilegio al mismo tiempo que ellos. Pero... ¿en quéqueda convertido un privilegio cuando todo e l mundoaccede a él?

En un timo monumental. O peor todavía, en elsálvese quien pueda. Es la parálisis general por elcolapso general. Porque cuando todo el mundo quierecircular a la velocidad privilegiada de los burgueses, elresultado es que acaba por no circular nadie, que lavelocidad de circulación urbana cae -en Boston como enParís, en Roma o en Londres- por debajo de la del

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ómnibus a tracción y que la velocidad media encarreteras durante los fines de semana es inferior a lavelocidad de un ciclista.

Y no hay nada que hacer: se ha intentado todo, yno se consigue, a fin de cuentas, más que agravar el mal.Por mucho que se multipliquen las vías radiales o lascircunvalaciones, las transversales aéreas, las autopistasde seis carriles o de peaje el resultado es siempre elmismo: cuantas más vías se crean más coches afluyen aellas y más paralizante se torna la congestión de lacirculación urbana.

Mientras sigan existiendo las ciudades elproblema no tendrá solución: por rápida que sea la víade entrada, por alta que sea la velocidad a la quemarchen los vehículos al penetrar en la ciudad, nopuede ser superior a la velocidad a la que discurren en elinterior de la red urbana. Mientras la velocidad mediaen París siga siendo de 10 a 20 km/h según las horas, noserá posible abandonar a más de 10 o 20 km/h lascircunvalaciones y autopistas que afluyen a la ciudad.

E incluso es posible que la velocidad media seainferior desde el momento en que los accesos seencuentren saturados, con lo que los embotellamientosse prolongarán varias decenas de km tan pronto como seproduzca una saturación en las carreteras de acceso.

Otro tanto ocurre en el interior de la ciudad. Esimposible circular a más de 20 km/h de media en lamaraña de calles, avenidas y plazas que en la actualidadcaracterizan a las ciudades. Toda inyección de vehículosmás rápidos perturba la circulación urbana provocandocontinuos embotellamientos y, finalmente, la parálisis.

Si el coche tiene que prevalecer a toda costa no

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existe más que una solución: suprimir las ciudades, esdecir, esparcirlas a lo largo de grandes extensiones decientos de kms., de avenidas monumentales, dearrabales autopísticos. En suma, lo que se ha hecho enEstados Unidos. Iván Illich resume así los resultados deesta magna obra: “El americano típico consagra mas demil quinientas horas al año (es decir treinta horas a lasemana, o cuatro horas al día, domingos inclusive) a sucoche; este cálculo incluye las horas que pasa al volante,en marcha o parado; las horas de trabajo necesarias parapagar la gasolina, las ruedas, los peajes, el seguro, lasmultas y los impuestos.

Este americano precisa mil quinientas horas pararecorrer (al año) 10.000 km. 6 kilómetros por hora. Enlos países desprovistos de una industria del transporte,la gente se desplaza a la misma velocidad yendo a pie,con la ventaja suplementaria de que pueden trasladarsea donde les da la gana sin tener por qué seguir lascarreteras asfaltadas”.

Es cierto, precisa Illich, que en los países noindustrializados los transportes no absorben más quedel 3 al 8% del tiempo social (lo que seguramentecorresponde a un promedio de 2 a 6 horas por semana).Conclusión sugerida por Illich: el hombre a pie recorretantos kms. en una hora consagrada al transporte comoel hombre motorizado, pero consagra a susdesplazamientos de cinco a diez veces menos tiempo.

Moraleja: cuanto más menudean en unasociedad los vehículos rápidos, más -a partir de uncierto límite- tiempo emplea la gente en desplazarse. Esmatemático. ¿La razón? Acabamos de verla: lasaglomeraciones humanas han acabado esparciéndose

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en innumerables arrabales autopísticos porque era laúnica forma de evitar la congestión de los centros dehabitación. Pero esta solución tiene un reverso evidente:finalmente resulta que la gente no puede circular agusto porque están lejos de todo.

Para hacer sitio al coche han multiplicado lasdistancias: se vive lejos del lugar de trabajo, lejos de laescuela, lejos del supermercado -lo que exigirá unsegundo coche para que “el ama de casa” pueda hacer lascompras y llevar a los niños a la escuela-. ¿Salidas? Nihablar del asunto ¿Amigos? Los vecinos... y gracias. Afin de cuentas el coche acaba haciendo perder mástiempo del que economiza y creando más distancias delas que permite salvar. Naturalmente existe laposibilidad de ir al trabajo a 100 por hora; pero esporque se vive a 50 kms de distancia y se está dispuesto aperder media hora en cubrir los 10 últimos kms.Balance: “La gente acaba por trabajar una buena partede la jornada laboral para pagar los desplazamientosnecesarios para acudir al trabajo” (Ivan Illich)

Puede que usted replique: “Al menos de estemodo, se escapa al infierno de la ciudad una vezconcluida la jornada laboral”. Ahí está la cuestión,justamente. “La ciudad” es sentida como un infierno ysólo se piensa en escapar de ella yéndose a vivir alcampo, en tanto que para generaciones enteras laciudad, objeto de entusiasmos, era el único lugar en elque valía la pena vivir. ¿Por qué se ha producido estecambio de actitud? Por una sola razón: porque el cocheha acabado por hacer inhabitable la gran ciudad. La hahecho pestilente, ruidosa, asfixiante, polvorienta, hastael extremo de que la gente ya no tiene ningún interés en

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salir por la noche. De modo que puesto que los cocheshan asesinado a la ciudad, se hacen necesarios cochesmás rápidos para huir de ella a través de las autopistashacia zonas cada vez más lejanas. Impecablecircularidad: dennos ustedes más coches para huir delos estragos ocasionados por los coches.

De objeto de lujo y de fuente de privilegios, elcoche ha pasado a convertirse en objeto de unanecesidad vital: es imprescindible para evadirse delinfierno ciudadano que él mismo ha originado. Para laindustria capitalista la jugada está clara: lo superfluo seha convertido en necesario. Ni siquiera es precisopersuadir a la gente de que necesita un coche: sunecesidad está inscrita en las cosas. Es cierto quepueden aparecer ciertas dudas cuando se asiste a laevasión motorizada que se produce en determinadosmomentos: entre las 8 y las 9,30 de la mañana y las 5,30y las 7 de la tarde y durante los fines de semana, losmedios de evasión/locomoción se extienden enverdaderas procesiones, parachoques contraparachoques, a la velocidad, en el mejor de los casos, deun ciclista y en medio de inmensos y densos nubarronesde gasolina y plomo. ¿Qué se ha hecho de las ventajasdel coche? ¿Qué queda de ellas cuando, como erainevitable, la velocidad tope en las carreteras quedalimitada por la que está en condiciones de desarrollar elvehículo más lento?

Tras haber asesinado a la ciudad es el propiocoche el que asesina al coche. Tras haber prometido atodo el mundo que circularía más deprisa, la industriadel automóvil nos conduce al resultado rigurosamenteprevisible de que todo el mundo va tan despacio como el

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más lento de todos, a una velocidad determinada por lasleyes simples de la dinámica de fluidos. O lo que espeor: inventado para permitir que su propietario fuera adonde quisiera a la velocidad y a la hora que prefiera, elcoche ha acabado por convertirse en el más esclavo,aleatorio, imprevisible e incómodo de los vehículos: siusted elige una hora de salida extravagante, nunca sabecuándo le permitirán llegar los tapones. Se encuentraligado a la autopista de modo tan inexorable como eltren a sus raíles. Al igual que el viajero ferroviario, nopuede pararse de improviso y no tiene más remedio queavanzar a una velocidad determinada por los demás. Ensuma, el coche reúne todas las desventajas del tren-aparte de las que le son propias: vibraciones, agujetas,riesgos de colisión, necesidad de conducir el vehículouno mismo- y ninguna de sus ventajas.

Pero, a pesar de todo, se me responderá, la genteno coge el tren. ¡Y cómo quiere que lo cojan! ¿Acaso haintentado usted ir de Boston a Nueva York en tren? ¿Ode Garches a Fontainebleau? ¿O de Colombres a Isle-Adam? ¿Lo ha intentado en sábado o domingo en plenoverano? Pues hágalo y tendrá ocasión de constatar queel capitalismo automovilístico lo tiene todo previsto: enel preciso momento en que el coche iba a asesinar alcoche, ha conseguido la desaparición de toda soluciónde recambio: una forma óptima de subrayar el carácterobligatorio del coche. El Estado capitalista ha permitidoprimero que se degradaran y después que se supri-mieran los enlaces ferroviarios entre las ciudades, entresus arrabales y sus zonas verdes. Sólo ha cuidado concelo los lazos interurbanos de gran velocidad quedisputan a los transportes aéreos su clientela burguesa.

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El aerotren, que hubiera podido poner las costas y losparajes agrestes al alcance de los domingueros, servirápara ganar quince minutos entre dos ciudades lejanas ypara descargar en las terminales a unos cuantoscentenares de viajeros que los transportes urbanos noestarán en condiciones de acoger, ¡Y a eso le llamanprogreso!

La verdad es que nadie tiene opción: no se eslibre de tener coche o no porque el universo suburbanoestá pensado en función del coche y otro tanto ocurrecon el urbano. Es por ello que la solución revolucionariaideal que consistiría en suprimir el coche en provechode la bicicleta, del tranvía, del autobús y del taxi sinchofer ya no es aplicable en las ciudades autopísticascomo Los Ángeles, Detroit, Houston, Trappes e inclusoBruselas, modeladas por y para el automóvil. Ciudadesdesperdigadas, diseminadas a lo largo de callescompletamente vacías en las que se alinean edificiosidénticos y en las que el paisaje (el desierto) urbanosignifica: “Estas calles están pensadas para circular tandeprisa como sea posible desde el centro de trabajo aldomicilio y viceversa. Son calles para pasar, no paraestar. Una vez terminado el trabajo uno sólo puedequedarse en casa y toda persona que circule de nochepor la calle será considerada como un delincuente”. Enciertas ciudades americanas el hecho de callejear a piede noche ya se considera una presunción de delito.

¿No se puede hacer ya nada para poner remedio aesta situación? Sí, pero la alternativa al coche debe serglobal. Porque para que la gente pueda renunciar alcoche, no basta con ofrecer unos transportes colectivosmás cómodos: es preciso que pueda prescindir por

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completo del uso constante de los transportes, lo quesólo es posible si se siente como en su casa en su barrio,en su distrito, en su ciudad a escala humana, de modoque llegue a gustarle ir a pie desde su trabajo hasta sudomicilio -a pie o si lo desea en bicicleta-. Ningúnmedio de transporte, por rápido que sea, podrá nuncallegar a compensar de la molestia de vivir en una ciudadinhabitable, de no sentirse cómodo en ningún sitio, depasar por la calle sólo para ir a trabajar o bien paraaislarse y dormir.

“Los usuarios, escribe Illich, romperán lascadenas del transporte todopoderoso el día queempiecen a amar su islote de circulación y empiecen atemer alejarse demasiado a menudo”. Pero para poderamar su “territorio”, su “islote de circulación” seránecesario que se haga habitable y por tanto nocirculable; que el barrio o el distrito vuelva a ser elmicrocosmos modelado por y para las actividadeshumanas en el que la gente trabaje, viva, se conozca, seinstruya, se comunique, y gestione en común el mediosocial de su vida en común. Tal como respondióMarcuse cuando se le preguntó en una ocasión cuándosería abolido el despilfarro capitalista: “Vamos a tratarde destruir las grandes ciudades y a construir otrasdistintas. Esto ya nos llevará unos cuantos meses.”

Puede imaginarse que estas nuevas ciudadesserán federaciones de barrios, rodeados de parajesverdes en los que los ciudadanos -y particularmente losescolares- dedicarán varias horas semanales a cultivarlos productos frescos necesarios a su subsistencia. Parasus desplazamientos cotidianos, dispondrán de unagama completa de medios de transporte adaptados a las

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características de una ciudad de tamaño medio:bicicletas municipales, tranvías o trolebuses, taxiseléctricos sin chofer. Para sus desplazamientos de másimportancia, por ejemplo para ir al campo, al igual quepara el transporte de los huéspedes, se dispondrá de uncontingente de automóviles colectivos repartidos por losgarajes de los diferentes barrios. El coche habrá dejadode ser necesario. Y es que todo habrá cambiado: elmundo, la vida, la gente. Esto no llegará a ocurrir por sísolo. ¿Qué puede hacerse entre tanto para llegar a esasituación? Antes que nada no plantear nuncaaisladamente el problema del transporte, ligarlosiempre al problema de la ciudad, de la división socialdel trabajo y de la compartimentación que ésta haintroducido en las diversas dimensiones de la existencia:un lugar para trabajar, otro lugar para alojarse, untercero para aprovisionarse, un cuarto para instruirse,un quinto para divertirse.

El despedazamiento del espacio prolonga ladesintegración del hombre iniciada por la división deltrabajo en la fábrica. Corta en rodajas al individuo, cortasu tiempo, su vida, en parcelas completamentediferenciadas a fin de que en cada una de ellas sea unconsumidor pasivo indefenso ante los comerciantes, afin de que nunca se le ocurra que el trabajo, la cultura, lacomunicación, el placer, la satisfacción de lasnecesidades y la vida personal pueden y deben ser unasola y misma cosa: la unidad de una vida, sostenida porel tejido social de la comunidad.

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¿Socialismo o ecofascismo?

Cuando apareció el memorandum Mansholt y elinforme Meadows al Club de Roma, la primera reacciónde muchos de nosotros fue de júbilo: por fin elcapitalismo reconocía sus crímenes.

Reconocía que la lógica del beneficio le habíaconducido a producir por producir; a buscar elcrecimiento por el crecimiento; a despilfarrar recursosirremplazables; a destrozar el planeta; a hacer cada díamás complicada y onerosa la satisfacción de lasnecesidades más elementales (respirar, descansar,lavarse, tener alojamiento, desplazarse, etc.); aincrementar la frustración de la gente al tiempo que loque hasta entonces había sido gratuito: el aire, el sol, latierra, los bosques, los mares... era reemplazado pormercancías. Reconocía que las cosas no podíancontinuar así so pena de producir catástrofes,amenazando de extinción las formas superiores de vidasobre la tierra.

Reconocía que todos los valores de la civilizacióncapitalista debían ser reexaminados: había que cambiarla forma de vivir, de consumir y de producir.

Sin forzar demasiado las cosas se puede dar elsiguiente sentido al memorandum Mansholt y alinforme Meadows: llevaban el agua al molino de todoslos que rechazaban el capitalismo porque rechazaban sulógica: sus premisas y sus consecuencias. ¿Había quealegrarse? Pues sí: las confesiones del enemigosubrayaban la pertinencia de nuestras críticas másradicales. Sin embargo, aún no se ha logrado nada, por

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tanto, no habrá ningún milagro. El capitalismo no setransformará en su contrario, porque tocados por lagracia celestial, algunos grandes magnates hayanreconocido los límites materiales del crecimiento. Alcontrario: si el capitalismo admite en la actualidad queesos límites existen; que los próximos treinta años nopodrán parecerse a los treinta anteriores; que la Tierrapuede, sin industrialización, alimentar a los seis milmillones de habitantes del año 2000, sino que estaindustrialización, lejos de salvarla, acelerará superdición; si el capitalismo reconoce todo esto,indudablemente no es para preparar su suicidio. Es másbien para prepararse a dar la batalla en otros terrenos,con nuevas armas y nuevos objetivos económicos.

¿Qué objetivos? Los mismos que la izquierda, a laque ahora trata de adelantarse, habría podido incluir enun programa revolucionario de una temible simplicidad:podemos vivir mejor, consumiendo y trabajando menos,pero de otra forma. La prueba de esta afirmación es fácily volveremos sobre ella más adelante. La única cuestiónque se plantea es: ¿se puede vivir mejor consumiendomenos, en el marco del capitalismo?

No os precipitéis demasiado al responder ni,sobre todo, en demostrar (lo que es teóricamenteposible) que la respuesta debe ser negativa. Pues jamásel capitalismo consciente y organizado aceptará plantearla pregunta en esta forma. Para él esta pregunta debe serbarrida por el imperativo: “Tenemos que lograrlo”. Puesdesde el momento en que está establecido que lacontinuidad del crecimiento material conduce aimpasses planetarios -y esto es innegable, aunque sepuedan discutir los plazos y las cifras- el problema

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planteado al capitalismo es esencialmente práctico: operece o cambia la base y la naturaleza de sucrecimiento económico.

¿Lo conseguirá? Es demasiado pronto paradecirlo. Pero lo que ya es seguro, es que está elaborandolos medios teóricos y prácticos que podrían hacerlecapaz de afrontar, por una gran mutación, la novedadhistórica de un verdadero problema. No subestiméis sucapacidad de adaptación y su astucia. No confundáis alcapitalismo con la estrecha obstinación de la mayoría delos empresarios y de los managers: no son ellos los queelaboran la estrategia a largo plazo del capital. Esta esconcebida y puesta en práctica discretamente, poralgunas decenas de grandes industriales y banqueros,que en razón de sus vinculaciones, están en laobligación de tener un pensamiento, que como todo lodemás, pueden comprar: les basta con encargárselo a lasuniversidades, fundaciones y centros de investigación.

El Club de Roma no ha hecho otra cosa: estegrupo, selecto, de empresarios de todo el mundo, hahecho el encargo al MIT. El MIT ha entregado lamercancía, en forma de recomendaciones abundan-temente fundadas. Ahora les corresponde a loseconomistas ver cómo el capitalismo puede adaptarse aestas recomendaciones. Recordemos los puntos másdestacados:

-A partir de 1975, la producción industrial de lospaíses “ricos” debe dejar de crecer. En los quince añossiguientes sólo deberán desarrollarse las industrias delos países “pobres”.

-Hacia 1990, la producción industrial mundial

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deberá haberse triplicado, pero el consumo de recursosminerales no será superior a un cuarto del actual. Y estogracias a los dos tipos de medidas siguientes:

a) Investigación sobre la máxima duración de losproductos: conseguir que prácticamente no se desgasteno, por lo menos, que sean fáciles de reparar.Desaparecidos los continuos cambios de moda y demodelo, y las mercancías de mala calidad.

b) Recuperación y reciclaje sistemático de todaslas materias primas, que al igual que la energía, seránasignadas según una rigurosa planificacióncentralizada. Sólo la producción de bienes inmaterialespodrá desarrollarse libremente. Todo esto, parece desimple sentido común. Bastará, en suma, hacermateriales seis veces másduraderos, para que unaproducción industrial seis veces menor nos procure elmismo volumen de valores de uso.

La distribución de los bienes materiales será máso menos igualitaria, ya que lo más frecuente, es queduren más de una generación. Se trabajará menos, secomprará menos, y por tanto no habrá que privarse-denada. En efecto, ¿a quién le faltarían las “novedades”, siéstas no habían sido lanzadas al mercado? ¿Os faltaba latelevisión en color antes de que la lanzasen los trusts dela electrónica? ¿Enriquece vuestra vida? ¿Os faltabaropa interior masculina de colores vivos y pocoduradera? ¿Y la máquina eléctrica que os evita tenerque hacer ejercicio porque hace trabajar vuestrosmúsculos-sin-que-tengáis-que-levantar-el-dedo-

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meñique (“Puede tricotar mientras ella trabaja porusted”), es un enriquecimiento, un empobrecimiento, oqué?

“Consumid menos y viviréis más”. Pero si lascosas son tan simples, ¿por qué los capitalistas no lohan pensado antes? ¿Por qué han creado en primerlugar la civilización “opulenta” -que de hecho es unacivilización de la pobreza en el despilfarro- antes queocuparse de golpe de las “verdaderas riquezas”? ¿Y porqué súbitamente pretenden ocuparse de ellas?

La respuesta a estas preguntas se encuentra endos proposiciones:

1. El capitalismo desarrollado está obligado adespilfarrar, si quiere evitar la crisis económica.

2. El capitalismo desarrollado desde ahora estáobligado a eliminar ciertos despilfarros si quiere evitarcrisis de otro tipo: ecológicas en primer lugar,económicas y políticas después.

Veamos más de cerca estas dos proposi-ciones.Esto nos ayudará a apreciar los temibles problemas deconversión que el no-crecimiento industrial va aplantear al capitalismo. El capitalista no es otra cosa queuna persona afortunada que vive del trabajo de losdemás: esto era ya cierto para el esclavista, el usurero yel señor feudal. Lo específico del capitalista es que eldinero, para él, no es una cosa que se gaste(esencialmente, el dinero gastado no es capital), sinoalgo que se invierte para obtener un beneficio que a suvez será invertido para obtener un beneficio mayor aún,

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y así hasta el infinito. El crecimiento del beneficio, de laproducción, de la empresa, es el único criterio de éxitopara sus dirigentes. Y poco importa que estos seanpropietarios o gerentes asalariados, patronos de derechodivino o managers tecnocráticos: en cualquier caso,deben comportarse como capitalistas, es decir hacer eldiscurso obsesivo, obstinado, y tiránico del Capital queno sabe decir otra cosa que: “Más, más grande, másdeprisa”.

¿Y por qué siempre más, más deprisa? Es muysencillo: si no inventáis o compráis nuevas máquinascon las que un pequeño número de obreros fabricaráuna mayor cantidad de mercancías, podéis estarseguros, que un competidor instalará más máquinasantes que vosotros y se comerá sin piedad vuestra partede mercado. Así pues, tenéis que tomar la delantera: esnecesario que vuestros beneficios sean en todomomento, al menos tan importantes como los de loscompetidores a fin de que en todo momento podáisamortizar y renovar vuestras máquinas, al menos tanrápido como ellos.

Otra política, tendente a utilizar durante muchotiempo los mismos modelos de máquinas, supondría laeliminación previa de toda competencia. Y esto sólopuede ser obtenido de dos maneras: la planificaciónprivada de la producción por medio de acuerdos decartel, a los que cada empresa debe adherirse so pena desanciones tan terribles como las que la mafia inflige auna banda indisciplinada; o la planificación pública y lagestión social de toda la industria.

La renovación cada día más rápida de los equipos(cinco años de media) está dentro de la lógica de la

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“sana competencia” capitalista. Y esta aceleración de lainnovación es tanto más marcada, en cuanto que lossalarios, bajo la presión de los trabajadores, tiendan aaumentar. Para escapar del incremento de costos y de labaja de sus beneficios, el capitalismo no tiene más queuna salida: el alza de la productividad por medió de lasinversiones, de la “modernización” continua de lastécnicas, (le las máquinas, de los métodos. Más, másgrande, más deprisa.

Pero pronto surge un nuevo problema:¿Quién va a consumir esas oleadas crecientes de

mercancías que vierten unas fábricas cada día máseficientes? ¿Cuánto tiempo puede continuar estacarrera, en la que cada uno trata de aventajar a losdemás, para apartarse de la baja tendencial de la tasa 'debeneficio, forzando la marcha de las innovaciones? ¿Nollegará un momento en que el crecimiento deberádetenerse porque el mercado será físicamente incapazde absorber un incremento de mercancías? Esto seríauna catástrofe para el capital: las industrias de bienes deconsumo dejarían de crecer y de invertir: las industriasde bien de equipo funcionarían al ralentí; el paro seextendería; la economía haría descender la espiral de lacrisis.

¿Cómo evitar esta eventualidad? Es muy simple:para estar seguros de que no os quedaréis con vuestrosproductos, ocupaos de la destrucción acelerada devuestros productos pasados y presentes.

Dicho de otra forma, haced lo posible para que lagente cambie constantemente lo viejo por lo nuevo, yasea porque (desgaste físico) el objeto usado seairreparable, ya sea porque (obsolescencia moral)

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grandes campañas publicitarias alaban la superioridadde los nuevos modelos y hacen de los precedentes,“pasados de moda”, un signo de pobreza. Para mayorseguridad, la mayor parte de las grandes empresas,velan para que el desgaste físico impida que la genterefractaria a la moda conserve demasiado tiempo unmismo objeto.

A este respecto, la historia siguiente esparticularmente edificante: los primeros tubosfluorescentes, puestos a punto en 1938 por Philips(Holanda), tenían una vida de 10.000 horas. Podíanpues, estar encendidos sin interrupción durante catorcemeses. Mal negocio, considera la dirección de Philips,que antes de lanzar los tubos al mercado, tiene laprecaución de reducir su vida a 1.000 horas (o 42 días).El Arte del despilfarro6 de Vance Packard contienenumerosas anécdotas de este tipo.

Tomad el siguiente elocuente ejemplo: suponedque para un gasto de 100 francos (en cuero, trabajo,tiempo-máquina) un industrial pueda producir cincopares de zapatos con una duración de uso de 300 horascada par, o dos pares con una duración de uso de 3000horas cada par. En el primer caso, por 100 francos, crea1.500 horas de uso; en el segundo caso crea 6.000 horasde uso. ¿Qué solución elegirá?

Evidentemente la primera. En primer lugar,porque de cada par barato, podrá extraer un beneficioproporcionalmente más elevado que de cada parduradero. En segundo lugar, y sobre todo, porque lospares baratos se usan diez veces más deprisa y podrávender diez veces más en el año: su beneficio, a fin decuentas, será sin dificultad, quince veces más elevado

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que si hiciese zapatos duraderos.Que se despilfarre cuero, trabajo, energía y

máquinas, le importa poco: la rentabilidad (elbeneficio) máximo no se obtiene economizando estosfactores, sino por medio de formas de despilfarro y dedestrucción que aseguren una rotación conveniente delcapital. Con los beneficios realizados, el fabricante sólotendrá que inventar nuevos modelos y nuevos métodosque aumenten aún más el consumo de zapatos.

No reparéis. Usad y tirad. Cambiad por cambiar.Para complaceros, he aquí envases no recuperables,después pañuelos que se tiran después de usados ypronto lo mismo ocurrirá con la vajilla. ¡Maravillas de laopulencia! La prosperidad descansa en latransformación de montañas de mercancías de malacalidad, en montañas de detritus; y los felices agentes deesta transformación, llamados consumidores, son losmismos que emplean sus fuerzas sin alegría con el fin deproducir lo que esperan utilizar en el tiempo que lesqueda entre el metro y el irse a dormir. ¿No haencontrado el capitalismo el secreto del crecimientoindefinido? Pues no. Desde hace aproximadamente diezaños, uno de los postulados implícitos sobre los quevivía el capitalismo no se sostiene: ha dejado de serverdad que cuanto más se produce, más bajo es el costede cada unidad producida y mayor la suma de riquezas.Pasado un límite, es más bien lo contrario: elcrecimiento destruye más riquezas de las que crea y loscostos directos o indirectos van aumentando.

Todos los países “superdesarrollados” tienen ya laexperiencia: la “calidad de vida” baja mientras que laproducción sube. En todas las cuentas industriales se ha

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alcanzado el límite físico del crecimiento y larentabilidad de las inversiones no hace más que bajar.Nueva York, Detroit, Tokio, el Rhur y desde hace pocoParís se degradan por los efectos de su congestión. Loscursos de agua y los lagos se han convertido enparduscas papillas pestilentes; los humos químicosnublan el aire y favorecen las afecciones de las víasrespiratorias; el ruido, la suciedad, los atascos provocanel éxodo de la gente acomodada, y los impuestos de losque quedan no bastan para permitir que las ciudadesremonten la pendiente.

Para producir más en estas regiones, habría que,previamente, descontaminar con grandes sumas el aguay el aire. Pues el medio ambiente no puede recibir losafluentes de nuevas industrias -que siempre surgen conla reputación de “limpias”- si no es rebajado el índice decontaminación causado por las industrias existentes. Elcosto de las instalaciones y de las producciones futurasserá más elevado que en el pasado. Las grandesindustrias se encuentran en la situación de unconstructor de coches que para continuar vendiendo susvehículos, tuviera que ampliar las carreteras, construirotras nuevas, y arrasar y remodelar el centro de lasciudades a fin de que pueda pasar el automóvil.

Se dice “Quien contamina paga”. Claro. ¿Perocuál es la consecuencia? El aumento de los costos y labaja de los beneficios. Se añade “La patronal puedepagar”. Es cierto. Pero ellos harán pagar a todo elmundo. Pues silos capitalistas deben invertir en“tecnología limpia”, una de dos:

-O financian estas inversiones con sus beneficios,

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sin elevar sus precios de venta. Sus beneficios bajan, yentonces el crecimiento de la producción es frenado oincluso cortado, el paro se extiende y los salarios realesbajan (este es el caso de Estados Unidos); -o loscapitalistas elevan sus precios a fin de preservar susbeneficios. Pero en este caso los bienes materiales sonmás caros y la gente comprará relativamente menos. Laproducción de bienes materiales, aún en esta ocasión,será frenada en favor de la lucha contra losinconvenientes.

El resultado en los dos casos es el mismo: elcrecimiento no puede continuar al mismo ritmo y de lamisma forma que antes. La preocupación sobre la“calidad de vida” no es compatible con el crecimiento delas producciones materiales que han predominadohasta hoy. Las grandes empresas son bien conscientesde ello. Conglomerados, multinacionales, y grandesbancos extraen la conclusión que se impone: esnecesario que la calidad de vida se convierta en unnegocio rentable; en lugar de aferrarse deses-peradamente a las producciones materiales, esnecesario orientarse progresivamente hacia lasproducciones inmateriales. Su crecimiento no tienelímite; el futuro les pertenece.

El Club de Roma, Sicco Mansholt, Robert Lattéslo dicen tan cándidamente que muchos se haninterrogado ampliamente sobre sus segundasintenciones. ¿Pero por qué tendrían que tener segundasintenciones? Simplemente son realistas. Los soñadoresson todos esos industriales clásicos, pretendidospartidarios del crecimiento continuo, mientras que elprecio de la energía y de los principales metales está

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llamado a multiplicarse por diez; que la falta de aguaobliga a la destilación de los mares o al reciclaje de lasaguas usadas; que la evacuación del calor y de losresiduos producidos por las centrales térmicas planteaproblemas cuya solución nadie conoce aún; y que lanecesidad de proteger o incluso de reproducir el medioambiente gravará cada vez con más fuerza los costos deproducción.

Las cifras del informe Meadows pueden ser pocoseguras, eso no cambia en nada la verdad fundamentalde su tesis: el crecimiento material tiene límites físicos,y toda tentativa para hacer retroceder esos límites(reciclando y descontaminando) no hace otra cosa quedesplazar el problema: pues la regeneración del aire, delagua y de los metales exige cantidades crecientes de unrecurso limitado, la energía, y todas las formas deenergía industrialmente disponibles entrañan unapolución química, térmica y (o) radiactiva. En un futuroprevisible, la energía será cada vez más escasa y costosa.

El problema está claro: es necesario que elcrecimiento cambie de base, y que se centreprioritariamente sobre las mercancías inmateriales.¿Pero qué significa esto en concreto? Y en primer lugar¿cómo se las arreglará el capitalismo para que estamutación se opere sin una grave crisis?

Tenéis la respuesta ante los ojos: basta con vercómo el mundo industrializado se quita de encima susindustrias y sus inconvenientes en dirección a los paísesy continentes pobres. El crecimiento de la industriaamericana del automóvil apenas se produce en otrolugar que no sea España o Brasil. Fiat no se desarrollamás que en la URSS, España y Argentina. Renault

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obtiene una proporción creciente de piezas a partir desus licenciatarios yugoslavos y rumanos. Los mueblesescandinavos se van a fabricar en Polonia, una buenaparte de las cámaras alemanas proceden de Singapur, laquímica pesada alemana instala sus nuevas plantas enBrasil, en una decena de años Sao Paulo será unaaglomeración de 20 millones de habitantes. Un informede expertos preparado por la Rand Corporation anunciaque antes de que termine el siglo, los Estados Unidosharán fabricar en el extranjero la totalidad de susproductos manufacturados, y sólo tendrán en suterritorio industrias científicas y terciarias.

Puede ser que os preguntéis que ¿con qué pagarásus productos manufacturados? Pues con los beneficiosque les reportarán (ya le reportan) las fábricasamericanas repartidas por el mundo. Según lasprevisiones de la Rand, los americanos se convertirán enun pueblo de banqueros ocupado principalmente enhacer circular y fructificar los miles de millonesobtenidos del trabajo de los demás. La forma en que elgobierno americano administra la actual crisismonetaria se comprende mejor en esta perspectiva. Ytambién la forma en que otras naciones reaccionan.Pues alemanes, japoneses, británicos, franceses, yholandeses, tienen las mismas ambiciones que losamericanos, aunque en menor escala: quieren parasitaral resto del mundo, a la sombra tutelar de EstadosUnidos y en competencia con ellos (lo uno no excluye lootro).

¡Que proyecto tan maravilloso! Para nosotros lalimpieza, las producciones inmateriales, el ocio, laopulencia, para los países del “tercer mundo”, si son

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buenos, las producciones materiales, la suciedad, losruidos, el sudor, las fatigas y las ciudadescongestionadas y contaminadas. Cuando el informeMeadows prevé la multiplicación por tres de laproducción industrial mundial, recomendando sunocrecimiento en los países industrializados, ¿no serefiere implícitamente a esta visión neoimperialista delfuturo? ¿Y nosotros vamos a comprar esta mercancía?Con el pretexto de preservar (suponiendoque todavía sea posible) nuestro medio ambiente (o loque quede) ¿vamos a aliarnos con los patronosmundiales del Club de Roma a fin de que, ayudados ensus necesidades de desfoliantes y napalm, vayan antes aenvenenar el Congo y el Zambeze, a devastar laAmazona, bombardear el Irán y hacer trabajar a losparados de la India en las tareas que la “gentedesarrollada”, rechaza? Que les aproveche. De todasformas, esta exportación de industrias y de susinconvenientes, no puede ser más que una etapatransitoria, en la preparación de un cierto tipo de no-crecimiento.

Esta puede ayudar a las firmas multinacionales aextender los riesgos, a ganar tiempo, a compensar ladescapitalización de las empresas-matriz y, sobre todo,a crear las condiciones de una cartelización general:cuando las industrias de todo el mundo esténcontroladas por un pequeño número de firmas (seprevén unas trescientas), podrán entenderse entre ellas,repartirse los mercados y los recursos minerales, ajustarsus precios, planificar su producción total, emplear lasmismas técnicas y abstenerse de toda competencia.

Todo esto ya se vio durante la gran depresión de

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los años 30. El capitalismo puede aceptar el nocrecimiento a condición de eliminar la competencia acosta de una cartelización general que congele larelación de fuerzas entre firmas, garantice susbeneficios y sustituya el juego de mercado por laplanificación capitalista. Pero tratemos de ver más lejos.¿Qué podrán hacer las grandes empresas con susbeneficios garantizados? No invertirlos, significaría queel capitalismo estaría agonizando, que se habríaconvertido en parasitario, parecido a la dominación dela mafia. Los empresarios del Club de Roma piensanque todavía hay algo mejor que hacer. Puesto que lasocasiones de nuevas inversiones rentables enproducciones materiales estarán bloqueadas, ¿por quéno buscarlas en la acaparación y la industrialización delas producciones inmateriales, muchas de las cuales sonaún artesanales y precapitalistas? Pensad en el inmensocampo que se abriría al crecimiento capitalista si seindustrializase la medicina, el sexo, la educación y lacultura.

No se trata de ideas extravagantes. Lasinvestigaciones han avanzado mucho sobre laindustrialización del sexo (sobre ello volveremos másadelante). No son ideas más demenciales, que lo quenos habrían parecido hace sólo veinte años, la idea deuna industrialización del sol, del aire o del paisaje. Sinembargo esta industrialización está llegando a su fin:conglomerados industriales y bancos están a punto decomprar los últimos lugares en que aún se puededisfrutar gratuitamente del sol, del mar o del panorama.Edifican aeropuertos, torres de apartamentos, hotelescon piscina, playas equipadas, puertos deportivos,

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aparcamientos, de manera que si queréis tenderos al sol,debéis pasar (y pagar) obligatoriamente por los mediosindustriales, a los que está subordinado el disfrute delsol, de la playa y del descanso.

El capitalismo ha logrado la hazaña decapitalizar los lugares y los paisajes, es decir,transformarlos en capital que, sin embargo, nadie haaportado, y administrarlos, explotarlos y alquilarlos a los“usuarios”. Para ello, ha bastado con industrializar elmodo de acceso y el modo de empleo de esos lugares.¿Por qué no hacer otro tanto con el resto de los“consumos inmateriales”? Tomad el caso de la medicina.En gran parte, todavía es una artesanía de lujo. El capitalha persuadido a la gente de que no podía cuidarse nigozar de buena salud sin los medios industriales -en sumayoría falseados o tóxicos- que, bajo envoltorios ynombres complicados, deben adquirir en la farmacia. Laha convencido también de que para cuidarla (y nocurarla), eran necesarios un centro industrial decuidados, llamado hospital. Sin embargo, por unaespecie de escándalo lógico, la mayor parte de laspersonas que recetan productos farmacéuticos ycuidados industrializados son todavía independientesdel capital.

Esta supervivencia no puede durar: médicos ypsiquiatras deberán convertirse en asalariados delcapital, será necesario que su función se industrialice.Sin duda, mucho tiempo antes os enteraréis de que unconsorcio que controla laboratorios farmacéuticos,clínicas, fábricas de electrónica médica y compañías deseguros, ha lanzado el “seguro de la salud”, con labendición y el apoyo financiero del Estado: se verán

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cubiertos contra los riesgos de diversas enfermedadestodos los que suscriban una “póliza salud” quecomporta análisis médicos periódicos automatizadosvacunas, medicaciones preventivas y regímenesalimentarios, todo ello, por supuesto, con la ayuda deproductos fabricados por el consorcio y bajo el controlde médicos asalariados a los que habrán pagado susestudios.

Y al mismo tiempo que la salud, ¿por qué noindustrializar el sexo? A este respecto, el profesor JohnPostgate, de la universidad de Sussex, ha expuesto unasideas bastante detalladas en el New Scientist de abril de1973. Para reducir el crecimiento demográfico, Postagepropone una píldora que permita a las parejas tenerexclusivamente niños varones. Dada la falocraciadominante, Postgate piensa, que las parejas en suinmensa mayoría querrán tener varones solamente, sibien finalmente, el mundo tendrá de cinco a cincuentaveces más hombres que mujeres. Consecuenciainmediata: la baja brutal de la natalidad. Consecuenciaanexa: la homosexualidad y, sobre todo, lamasturbación serán predominantes.

Postgate, que tiene espíritu industrial, no dice: “Alos hombres no les quedará más remedio quemasturbarse”; él escribe: “Sustitutos mecánicos ygráficos de las prácticas sexuales normales podrían serampliamente utilizados”. Y ya tenemos la industria de lasexualidad. Los sustitutos mecánicos y gráficos seránrápidamente perfeccionados, medios eléctricos,electrónicos (que ya existen) y químicos harán suaparición; máquinas masturbadoras serán instaladas enlos pasillos de los cines eróticos (que, hecho notable,

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han logrado salvar a la industria cinematográfica de lacrisis producida por la televisión).

Como veis, el principio es siempre el mismo: hayque impedir a la gente la satisfacción de sus necesidadesde forma espontánea y autónoma; es necesario que, parasu satisfacción, dependan de medios institucionales eindustriales de los que no pueden disponer más que silos compran o los alquilan a las instituciones quedetentan lo que Illich llama el “monopolio radical”.

¿Y por qué detenerse en tan buen camino? ¿Porqué el capital no toma también el control de laprostitución, con el fin de industrializarla, en lugar deabandonarla en manos de aficionados, la mafia y lapolicía? Para ello bastaría que entregara a esta profesiónsus títulos. Bastaría que esta sociedad que ha codificadoy profesionalizado todo el saber, que ha concedido a lainstitución escolar el monopolio radical de latransmisión de aptitudes (al menos de las que sonsocialmente reconocidas), admita igualmente lacreación de un diploma de aptitud sexual (DAS): laindustria de la prostitución habría nacido al mismotiempo que una nueva competencia profesional que,sancionada-por un título escolar, sería una preciosafuente de nuevas desigualdades.

Habría entonces las titulares del DAS y las otras;lo que permitiría jerarquizar mejor a una población enbuena parte desocupada y mantenida por la asistenciapública7: el orden podría descansar sobre la dominaciónde los supermachos. No sería la primera vez. ¿No estaríatodo esto en la lógica de la escuela? ¿Su función no es lade romper las reacciones espontáneas, de intercalarentre el deseo y la posibilidad de aprender un pesado

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aparato institucional, selectivo y disciplinario, queescolariza más que enseña y educa? La escuela es elaparato esencial de reproducción del orden social.¿Cuándo, en fin, enseñará a andar y a hablar a los niños?

Pensad en el mercado que esto abriría a laindustria de bienes más o menos inmateriales: aparatoaudiovisual para enseñar a hablar, aparatoselectromecánicos transistorizados para aprender aandar se añadirán a las máquinas de enseñanza que, alfin, permiten realmente industrializar la edición, laenseñanza, la “Kulture”.

¿Diréis que todo esto son ideas demenciales?Cuidado: ideas de este tipo son propagadas por uninfluyente grupo de psiquiatras que tienen por locos alos que se rebelan contra este “ecofascismo” ascendente.Tenéis, por ejemplo, al doctor Frank Ervine, psiquiatraen Boston, que propone lobotomizar -es decir, destruirpor cirugía cerebral, las facultades creadoras yreflexivas- a la gente cuyos actos sobrepasen “un nivelaceptable de violencia”. Un centenar de “psicocirujanos”(americanos y europeos) proceden actualmente a estetipo de mutaciones cerebrales, especialmente entre losdetenidos, los “locos”, los niños difíciles y las mujeres8.El doctor Robert Heatch, de la universidad de Tulane,por ejemplo, llega a invertir el comportamiento sexualgracias a la implantación de electrodos en el cerebro.Algunos de sus pacientes, con veinticinco electrodosimplantados, son una especie de zombies teledirigidospor ondas hertzianas. En otros, los electrodos sonconectados a “núcleos de placer” transistorizados,gracias a los cuales los “pacientes” pueden conseguir elorgasmo hasta mil veces por hora. Por supuesto, esto les

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hace a la vez dóciles; que es el objetivo. Pero el principal pionero del “control físico del

espíritu” es el doctor José Delgado, teórico de una“sociedad psico-civilizada” en la que loscomportamientos, sentimientos y acciones de loshombres serían dirigidos a distancia gracias a unordenador central, un poco de la misma forma, que lasnaves espaciales. Se trata, en suma, de hacer de loshombres, robots dirigidos por un ordenador garante delorden universal. ¿Quién programará el ordenador? Lohabéis adivinado: un comité de psiquiatras únicosdetentadores y garantes de la salud mental. “Estamos apunto de crear una civilización en la que los que seaparten de la norma se exponen al riesgo de unamutilación cerebral”, escribe el doctor Peter Breggin.9

“No está del todo excluido, escribe por otra parte IvanIllich, que, asustada por los peligros que le amenaza, lagente ponga su suerte en manos de tecnócratas que seencargarían de mantener el crecimiento un poco másacá del umbral de destrucción de la vida. Este fascismotecnocrático aseguraría igualmente la subordinaciónmáxima de los hombres a las herramientas, en tanto queproductores y consumidores a la vez.

El hombre sobreviviría en condiciones queprivarían a su vida de todo valor: sería encerrado de lacuna hasta la tumba en una escuela planetaria, unhospital planetario que no se distinguiría más que por elnombre de una prisión planetaria. La tarea principal delos ingenieros sería el fabricar un tipo de hombreadaptado a esta condición”. Por los psicocirujanos,sabemos que esto es posible. ¿Qué proyecto oponer aestos siniestros ingenieros del alma? El de una sociedad

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en la que los individuos libremente asociados enfunción de objetivos comunes, tendrían el máximo deautonomía individual y colectiva.

Pero eso supone evidentemente la subversión nosolamente de la propiedad, sino también de lanaturaleza de las técnicas de producción, de los mediosde producción y de las formas de colaboraciónproductiva10. Pues es ilusorio creer que las nociones de“colaboración voluntaria”, de “planificacióndemocrática”, de “autogestión obrera” podrán conservarun sentido en una fábrica de 20.000 obreros,produciendo neumáticos o zapatos para todo un país,absorbiendo la mano de obra de toda una ciudad oregión y condenándola así a depender para los restos, decampesinos desconocidos, de fábricas lejanas y deburócratas anónimos organizadores de intercambiosabstractos.

No, tranquilizaos, no se trata de regresar a laagricultura de subsistencia ni a la autarquía de lascomunas; sino de restablecer un equilibrio entreproducción institucional y autonomía de lascomunidades de base. Tomad de nuevo, desde esteángulo, el ejemplo de los zapatos. Suponed que laproducción social institucionalizada alcanza a cuatro ocinco modelos de base, muy duraderos, en respuesta alas necesidades que la gente, periódicamenteconsultada, habrá expresado. Lo necesario puede serplanificado centralmente y asegurado reduciendo a unadecena de horas por semana el trabajo de los obreros yde las fábricas del calzado.

Para el resto -lo no necesario, lo superfluo, ellujo- encontraréis a través del país cientos de talleres

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abiertos día y noche, equipados con máquinasinteligentes, robustas y fáciles de reparar y manejar: osfabricaréis vosotros mismos, los zapatos a vuestro gusto(después de haber pagado la materia prima). Es unacosa que aprenderéis desde la infancia: confeccionarropa y zapatos, modelar y coger el barro, dar forma yajustar la madera y el metal, hacer crecer las legumbres,todo lo cual forma parte de la educación básica, lomismo que la electricidad y la mecánica.

La suerte está echada: El plan central y suburocracia son reducidos a poca cosa y dejan subsistirun vasto sector libre pero no mercantil, gracias al cuallos individuos modelan a su gusto su vida y su medio devida, que al fin y al cabo, son suyos.

“La crisis general, escribe Ivan Illich, no puedeser remontada más que por la reducción de lasherramientas y del poder en el seno de la sociedad”.

Le Sauvage, julio-agosto-de 1973

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Doce mil millones de hombres.

Pese al desarrollo de las flotas pesqueras, elproducto anual de la pesca ha bajado desde 1970 en un11%. Pese a la “revolución verde”, la producción decereales por cabeza en el tercer mundo, ha caído pordebajo del nivel de los años 1961I965. En EstadosUnidos, como consecuencia de la sequía, este año bajaráentre un 12 y un 19%. En Bangladesh, a consecuencia delas inundaciones bajará al menos un octavo. Lasreservas mundiales de cereales representaban en 1961más de tres meses de consumo. En la actualidad norepresentan más de cuatro semanas. No nos dirigimos alhambre, estamos en ella. El año pasado, alrededor de 70millones de personas han muerto a consecuencia de lamalnutrición o del hambre. Es la cifra citada por elpremio Nóbel sueco Normann Borlaug, uno de losprincipales promotores de la “revolución verde”, queteme que de 10 a 50 millones de personas más muerande hambre, solamente en India, en los próximos docemeses. En el Estado de Bihar (India), una epidemia deviruela acaba de producir 25.000 muertos.

En este contexto se ha celebrado en Bucarest, laConferencia Mundial de la población, organizada por laONU. ¿Es la superpoblación la causa del hambre, elsubdesarrollo y las guerras? Pese a algunas torpesformulaciones, nadie lo afirmó. La mayor parte de lasnaciones del tercer mundo y todos los países socialistashan sostenido enérgicamente lo contrario. JohnRockefeller mismo, hermano del vicepresidente de los

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Estados Unidos y partidario desde hace cuarenta añosdel control de la natalidad ha precisado que “laexpansión demográfica no causa los problemas queasaltan a muchos países: los agrava y los multiplica”.

¿Se arreglaba todo con esto? De ninguna de lasmaneras. Incluso el representante de China ha afirmado(en la segunda parte de una polémica, de la que casitodos nuestros colegas sólo han retenido la primera):“Existen problemas específicos de población. Nonegamos la importancia de una política demográfica.China tiene la suya; pero esta se inscribe en un plangeneral de desarrollo del país”.

La realidad de estos problemas específicos depoblación es la mejor ilustración para dos ejemplosextremos: el Sahel y Bangladesh. En el Sahel, el hambreactual, causada por múltiples factores (climáticos,políticos, sociales), no habría tomado talesproporciones, si como consecuencia del aumento de laspoblaciones nómadas, los pastos que bordean el Saharano hubiesen sido sobrecargados: el Sahara ha mordidolas tierras privadas de su cobertera vegetal, avanzandohacia el Sur a una velocidad de 9 a 50 km. por año.Retrocediendo ante el desierto, los nómadas y susrebaños han sometido a su insostenible presión nuevasregiones. Sólo una acción global, muy superior a laayuda alimenticia, puede impedir ya la extensión deldesastre.

Asimismo en Bangladesh, la catástrofe noobedece tan solo a causas naturales. Al contrario: aconsecuencia de la presión demográfica, pero tambiénde la revolución verde”, las estribaciones del Himalayahan sido sometidas, desde hace veinticinco años, a una

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deforestación intensiva. El suelo ya no retiene laslluvias, cuya acción de arroyada arrastra las tierras, yprovoca súbitas crecidas del caudal del Ganges y delBrahmaputra, elevando su cauce. Esta es la causaprincipal de las inundaciones catastróficas de losúltimos años. Aquí también sería necesario un planglobal de repoblación forestal ante todo, comparable alos que China realiza desde hace veinticinco años. Elcontrol de la natalidad no bastará, aunque seaindispensable, para evitar que perezca Bangladeshmucho antes de alcanzar los 220 millones de habitantes(tres veces el número actual) que los demógrafos lepredicen para el año 2.000.

Después de estos ejemplos, es grande latentación de eludir el problema de la población mundialy plantear tan solo el de las regiones y los países máspoblados. La mayoría de los delegados del tercer mundohan cedido a esta tentación. ¿En qué concierne al Gabónla presión demográfica, con tres habitantes porkilómetro cuadrado? ¿En qué concierne al Brasil, quetiene la ambición de superar a los Estados Unidos ypoblar sus territorios vacíos? ¿En qué concierne aArgentina, que desea doblar su población en veinticincoaños con el fin de resistir a la presión brasileña? ¿En quéconcierne a la URSS que preocupada por el “peligroamarillo”, desea poblar sus repúblicas de Asia? Alestallar así el problema, rápidamente se cae en unargumento clásico: el de la “tragedia de los terrenoscomunales”. Es decir: para no permitir a “los demás” quese aprovechen de los pastos comunales más de lo que seaprovecha uno mismo, todos se desvelan por colocar allírápidamente el mayor número posible de vacas.

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Resultado: los pastos son arruinados y todas las vacasperecen.

Este tipo de argumento se ha confirmado ya en lapesca de la ballena, y más recientemente en la pesca dela anchoa, del atún, del bacalao, del arenque, etc., ycorre el riesgo de repetirse en otros dominios. Por estarazón la ONU trata de convencer a todos los gobiernosque tengan un interés común en frenar el crecimientodemográfico.

Si éste continuase al ritmo actual, habrá 9 milmillones de hombres en 1995, 40 mil millones en el año2025, 100 mil millones en el año 2075. La catástrofe seproduciría mucho antes: al principio del próximo siglo.

Si en lugar de continuar al ritmo actual, elcrecimiento demográfico se estabiliza en su tasa actualdel 2% anual, habrá 6.500 millones de hombres sobre laTierra en 1998 (dos veces más que en 1965) y 27 milmillones en el 2070. La catástrofe continuará siendoinevitable. El objetivo, modesto, de los promotores de laConferencia mundial era no superar la cifra de entre 12 y16 mil millones de habitantes para el año 2100. Es decir,de tres a cuatro veces la población actual.

Este objetivo aparentemente modesto será unarealidad difícil de alcanzar. Pues con la tasa decrecimiento actual, la población mundial doblará ellímite de los 12 mil millones a partir del año 2035. Esimprobable que la Tierra pueda alimentar en formaduradera y suficiente a una población de estaenvergadura.

En efecto, para que una población mundial doblede la actual disponga de una ración alimenticia inferiora la mitad de la de los europeos en la actualidad, sería

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necesario obtener rendimientos europeos sobre latotalidad de las tierras cultivables del globo. Paraalimentar a una población triple, sería necesario o bienque se contentara con un tercio de la actual racióneuropea, o bien que los rendimientos europeos seanobtenidos sobre nuevas tierras todavía cubiertas debosque.

¿Esto es posible? No: en todo caso no durantemucho tiempo. Los agrónomos no tienen ningúnproblema en demostrar la incoherencia de lostecnócratas que hablan de una expansión a todo elplaneta de nuestra agricultura mecanizada y química.

Algunas cifras darán una idea del impasse. Hanbastado setenta años de agricultura moderna paradestruir, de 1882 a 1952, la mitad del humus sobre el38,5% de las tierras cultivadas. La extensión de tierrasno aptas para el cultivo ha aumentado durante esteperíodo en 1.500 millones de hectáreas. Más de un terciode los bosques existentes en 1882 han sido arrasados (osea 1.900 millones de hectáreas). De los 1.200 millonesde hectáreas actualmente cultivadas, sólo quedan 500millones de hectáreas de “buenas tierras”.

Ahora bien, los métodos actuales de cultivo sonaún más destructores que durante el períodoconsiderado. Los rendimientos unitarios elevados, enNorteamérica y Europa, son obtenidos al precio degastos crecientes en energía y de un insostenible, a lalarga, echar a perder, los ciclos del agua, del nitrógeno ydel carbono. En todas partes comienza a faltar agua.

La crisis de la energía agrava aún más el impasse.En 1945 se gastaba en Estados Unidos 1 caloría deenergía fósil para producir 3,70 calorías alimenticias. En

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la actualidad esta relación ha bajado a 1 / 2,82. La “revolución verde” sólo ha sido posible en los

países industrializados aumentando considerable-mente los inputs de energía fósil, limitada eirreemplazable. Las nuevas semillas seleccionadas, quedebían triplicar en todos los sitios los rendimientosunitarios, son en realidad especies frágiles que paracrecer exigen un medio artificial creado en EstadosUnidos, al precio de gastos energéticos equivalentes a800 litros de petróleo por hectárea y año.11

Esto es lo que explica el fracaso de la “revoluciónverde” en el tercer mundo. Sólo los campesinos ricospueden adquirir los abonos, los insecticidas, el materialde transporte de abonado y de bombeo que exigen lasnuevas semillas. Lo que explica la aceleración del éxodorural y del paro. En India, donde la “revolución verde”había producido a finales de los años 1960, un aumentodel 50% en la producción de cereales, el 40% de lasventajas obtenidas eran debidas, de hecho, a la siembrade nuevas superficies, de las que una parte importantehabía sido tomada a los cultivos de leguminosas, queson la principal fuente de proteínas de los indios.Balance: en la actualidad los indios no tienen porcabeza más cereales que hace diez o quince años; perosu ración de leguminosas ha bajado en un 30%.

Esto no es todo. La perforación de nuevos pozos yel bombeo mecánico han provocado, al cabo de unosaños, sequías desastrosas (y previsibles) en variasregiones de la India. Los filipinos, que habían apostadofuerte en favor de la nueva variedad de arroz IR-8,sufrieron otro tipo de desastre. En razón de la estrechezde su base genética, las nuevas variedades de cereales

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están sujetas a la propagación fulminante deenfermedades y de parásitos.

El tungro (enfermedad vírica) que en 1972 causóestragos entre un cuarto de los arroceros filipinos, hareducido a la nada las llanuras que tenían que hacer deeste país un importante exportador de cereales12. Esteaño, nuevo desastre: falta el abono nitrogenado,indispensable para las nuevas variedades de cereales.Para producir 1 tonelada de abono, son necesarias 3toneladas de petróleo. La India no está en condicionesde pagar el abono que le vende el Japón, ni incluso decomprar el petróleo necesario para el funcionamientode la mitad de sus plantas de fertilizantes.

El salto adelante de la producción agrícola,además de sus límites ecológicos, tropieza así con elimpasse energético. Si el mundo entero utilizase lastécnicas agrícolas americanas sobre las superficiesactualmente cultivadas, la agricultura sola agotaría latotalidad de las reservas conocidas de petróleo en elespacio de veintinueve años. Todavía no se haencontrado el medio para alimentar a 8, 12 ó 16 milmillones de hombres.

No es seguro que sea posible. Sin embargo,cuando el primer mundo, con Estados Unidos y Suecia ala cabeza, hace sonar la alarma y apela a la disciplinademográfica, sus consejos provocan la irritación y larevuelta de la mayoría de los países del tercer mundo.Esto no debe sorprender a nadie. Pues los paísescapitalistas industrializados con tan solo el 13% de lapoblación mundial, consumen el 87% de los recursosenergéticos. Se apropian de la mitad de la pescamundial, dejando al tercer mundo un quinto del total.

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Para alimentarse, utilizan el 20% de las tierras agrícolasdel planeta, además de las suyas propias. Actualmente,para abastecer de carne a Europa, dedican en el Sahel,en plena escasez, 150.000 hectáreas a la ganadería. Dandos tercios de la cosecha mundial de soja a sus animales,mientras que la soja es el principal alimento proteínicopara 1.000 millones de habitantes de Asia. Utilizan de800 a 900 kilos de cereales por año y por cabeza paraengordar al ganado y a las aves decorral, mientras que de150 a 200 kilos bastan a un habitante del tercer mundopara alimentarse él mismo y alimentar a sus gallinas.

Afirman que la hidrosfera y la atmósfera estaránenvenenadas por los desperdicios de los 8, 12, ó 16 milmillones de hombres del siglo próximo; sin embargo,500 millones de habitantes de Europa Occidental y deAsia causan en la actualidad al medio ambiente tantosestragos como lo harían (si existieran) 10 mil millonesde indios.

De donde se desprende la sospecha de si cuandopedimos al tercer mundo más disciplina demográfica,no será para que podamos continuar saqueando losrecursos limitados del planeta. Para que nuestrasrecomendaciones fuesen creíbles, sería necesario quenuestras sociedades comiencen por poner fin al saqueo,y que dejen de mantener o de instalar en el tercermundo a regímenes opuestos a todo desarrolloautónomo.

Josué de Castro, fue uno de los primeros endemostrarlo13 las campañas antinatalistas, deesterilización y de distribución de anticonceptivoscarecen de eficacia y de sentido (el gobierno indio sabealgo de esto) si no se acompañan de una política de

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desarrollo en todos los órdenes, que permita alcanzar lomás rápidamente posible el nivel de vida que provocaríala baja espontánea de la natalidad. John Rockefeller, enúltimo extremo, no decía otra cosa. Pero lo que no hadicho, y que otros debían haber dicho en su lugar, es queuna política de desarrollo comienza por la reformaagraria; por la movilización de los parados (que sonentre el 20 y el 30% (le la población) contra las causas delas calamidades “naturales”; por campañas derepoblación, de drenaje, de mejora de suelos; por laemancipación de las mujeres... Es decir todo lo que lasintervenciones, militares o no, del primer mundo hanimpedido desde hace veinte años en Guatemala, en elCongo (Zaire), en el Vietnam del Sur, en Brasil, en laRepública Dominicana, en Indonesia; en Filipinas, enChile...

En tanto que el primer mundo subvencione yarme a regímenes que someten a los pueblos al hambrey exporten sus “productos coloniales”, sus temoresdemográficos continuarán siendo sospechosos en eltercer mundo. A pesar de todo, estos temores sonfundados.

2 de septiembre de 1974

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Notas al pie.

1 Ivan Illich. La Convivialité. Le Seuil, 1973 (versióncastellana: La Convivencialidad. Barral. Barcelona,1976).

2 Jacques Attali et Marc Guillaume, L'Anti-Economique,PUF, 1974. (versión castellana: El AntiEconómico. Ed.Labor. Barcelona).

3 Stephen Marglin, Critique de la división du travailSeuil 1973. (versión castellana: Crítica de la división deltrabajo. Ed. Laia. Barcelona, 1977).

4 Seuil, París, 1973, (versión castellana: Utopia o Muerte.Monte Avíla Ed., Caracas Venezuela, 1974). Ver tambiénHarry Rothman, Murderous Provindence, Rupert Hart Davis Londres, 1972.

5 En particular en Terres vivantes, Plon, 1961, y en l'A Trique noire est mal partie Le Seuil, 1969.

6 Calman-Levy

7 Un séptimo de la población de Nueva York -o sea más de un millón de personas- vive de la asistencia publica.Esta cifra sólo puede ir en aumento.

8 La psicocirujía es una técnica más refinada y eficaz que la puesta a punto por el doctor Skinner y que, en

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Estados Unidos y Gran Bretaña se aplica a los detenidos.Violentos o homosexuales. La película La naranjamecánica, describía muy fielmente el método de Skinner y sus efectos.

9 Ver Les Temps Modernes, de Abril de 1973.10 Lo que los marxistas llaman las relaciones de producción.

11 David Pinestel y coll. en Science, 3 de noviembre de 1973.

12 George Borgstrom, en Focal Points, MacMillan, 1973.

13 En Geopolitique de la faim, Editions ouvrières, 1952.

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