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Sucesiones orquestadas y estabilidad en el mundo árabe Kristina Kausch documento de trabajo Nº104 noviembre 2010

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Sucesiones orquestadas y estabilidad en el mundo árabe

Kristina Kausch

documento de trabajoN º 1 0 4noviembre 2010

Acerca de FRIDEFRIDE es un centro de estudios independiente, con sede en Madrid, dedicado a cuestiones relativas a la democracia y los derechos humanos, la paz y la seguridad, y la acción humanitaria y el desarrollo. A través de la investigación en estas áreas, FRIDE trata de influir en la formulación de las políticas públicas y de informar a la opinión pública.

Documentos de trabajoLos documentos de trabajo de FRIDE tratan de fomentar un debate más amplio sobre estas cuestiones y ofrecer con-sideraciones pertinentes para las políticas públicas.

Kristina KauschInvestigadora en FRIDE.

Sucesiones orquestadas y estabilidad en el mundo árabe*

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ISSN: 2172-5845 (Impreso)

ISSN: 2172-5853 (Internet)

Depósito Legal: M-45716-2010

Contenido

Modelos de sucesiones republicanas orquestadas 2

Siria diez años después 5

Cambios inminentes en Oriente Medio y el Norte de África 7

•EgIptO: Mubarak sale al escenario por última vez

•tÚNEZ: negocio familiar

•ARgELIA: después del pico del petróleo

•LIbIA: el último dictador árabe

•YEmEN: ¿al borde del colapso?

Sucesiones, estabilidad y las opciones de Occidente 17

Conclusiones 20

Kristina KauschSucESIONES ORquEStAdAS y estabilidad eN el muNdo árabe

Muchos dictadores árabes están a punto de dejar el poder. Diez años después de una ola de sucesiones, en la que jóvenes monarcas como Abdalá II de Jordania y

Mohamed VI de Marruecos asumieron el poder tras la muerte de sus respectivos padres, la región se encuentra ante una ola de “sucesiones republicanas” orquestadas. Mientras que las noticias relatan a diario los últimos acontecimientos en la región del Mashreq, el republicanismo dinástico que vive el Magreb pasa más bien desapercibido. Por razones de edad o enfermedad, toda una generación de líderes en la región de Oriente Medio y el Norte de África (MENA, en sus siglas en inglés) lleva tiempo preparando a sus hijos o confidentes cercanos para reemplazarlos cuando llegue el momento, con el fin de per-petuar así sus intereses y las actuales estructuras de poder. Entre ellos se encuentra una serie de aliados de Occidente, con los que hasta ahora han contado tanto Estados Unidos como Europa. Un nuevo liderazgo en centros neurálgicos como Egipto podrían desbara-tar los planes de Occidente. Una lucha de poder en cualquiera de los llamados baluartes de estabilidad, como Túnez, sólo aumentaría la larga lista de problemas de la región. Los “talones de Aquiles” de la región MENA, como Argelia o Yemen, que últimamente han causado muchos dolores de cabeza debido a conflictos recientes, actuales o potenciales, así como por sus problemas de terrorismo, también experimentarán cambios. Quiénes serán los próximos líderes y qué implicaciones tendrán esos cambios para los intereses occidentales siguen siendo cuestiones pendientes.

Mientras tanto, Occidente espera de brazos cruzados. La Unión Europea (UE) y Estados Unidos simplemente observan y aguardan que las sucesiones ocurran de manera tranqui-la y sin complicaciones. Si las transiciones se llevan a cabo de manera democrática o no, no ha sido una de las principales preocupaciones de Occidente. En general, se entiende que continuidad conlleva estabilidad. Pero incluso si los gobernantes árabes en el poder consiguen orquestar sus sucesiones sin mayores altercados, no está claro que los nuevos líderes vayan a perpetuar los intereses estratégicos occidentales. Es probable que los here-deros no gocen del mismo grado de aceptación que sus padres. Las élites están atentas al reparto del pastel y hay cada vez más resistencia popular a las sucesiones dinásticas. Las potencias occidentales finalmente se ven obligadas a reevaluar sus tradicionales alianzas con autócratas en la cada vez más frágil región MENA, donde son altas las perspectivas de inestabilidad, trastornos y cambios sísmicos, para bien o para mal. No obstante, ¿pue-de la continuidad realmente asegurar la estabilidad?

Para el propósito de este ensayo, “estabilidad” se entiende no como la falta de cambio (o como continuidad), sino como un nivel mínimo de fiabilidad. En términos geopolíticos, desde la perspectiva occidental la estabilidad implicaría la ausencia de un conflicto vio-lento y de otras amenazas inmediatas a los principales intereses occidentales.

Este documento analiza los diferentes escenarios de sucesión republicana en la región y explora las posibles fuentes de inestabilidad que podrían surgir a raíz de estos cambios. ¿Cuáles son los mecanismos típicos de las sucesiones orquestadas? ¿Quiénes serán los próximos líderes? ¿Cuáles son sus perspectivas de alcanzar y mantener el poder? ¿Qué im-pacto podrían tener estas sucesiones sobre el frágil balance de poder en la región? ¿Cuáles son los principales riesgos y cómo puede Occidente contribuir a reducirlos?

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* Me gustaría agradecer a Nathan Brown, Edward Burke, Moataz El Fegiery y Hugh Roberts por sus valiosos comentarios al borrador de este documento.

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Modelos de sucesiones republicanas orquestadas

Es complejo y algo arriesgado orquestar una sucesión presidencial en una república. Al contrario de lo que sucede en las monarquías, no existe un mecanismo formal

(como la primogenitura o la jerarquía) para determinar la sucesión basada en el parentesco. Las perspectivas de sucesión aumentan las posibilidades de repartir el “pastel nacional” después de décadas de estancamiento y, por tanto, estos procesos a menudo se caracterizan por duras luchas de poder dentro y fuera de las élites gobernantes. Con el fin de posicionar a sus favoritos y proteger y perpetuar sus intereses, las élites vienen empleando una serie de mecanismos y tácticas que, salvando las distancias entre cada país, presentan rasgos comunes.

Henry E. Hale presenta un modelo muy útil de cómo las sucesiones en un sistema de “pre-sidencialismo patronal” (una presidencia formalmente centralizada en la cual el presidente también posee una serie considerable de poderes informales y recursos para premiar a su séquito leal y castigar a los opositores) están siguiendo ciclos de contestación política en vez de una secuencia de “progreso” o “transición” lineal.1 Las perspectivas de un cambio de poder conllevan un período de deserción de la élite, que Hale denomina “el síndrome del pato cojo”: las élites cercanas al gobernante entran en un período de luchas internas, durante el cual deben reconsiderar su lealtad según las posibilidades de victoria de cada contendiente. Una vez elegido el sucesor, las lealtades vuelven a cambiar de inmediato hacia el nuevo gobernante, quien puede castigar a los desleales y consolidar su poder. El proceso de consolidación dura hasta el momento de la próxima sucesión, que puede llegar por motivos de edad, enfermedad, final de mandato o cualquier otro factor que pueda acabar con el gobierno en el poder. Las expectativas de la élite con relación a una sucesión inminente comporta una dinámica cíclica de contestación y consolidación: un nuevo líder podría permitir una apertura democrática inmediatamente después de la sucesión con el fin de consolidar su posición de cara a la opinión pública y deshacerse de los individuos desleales dentro de la élite. Una vez que su poder se consolida, es probable que el régimen se vuelva a cerrar y regrese a una autocracia clásica.2

Con relación a las repúblicas post-soviéticas euroasiáticas, Hale afirma que las “revolu-ciones de colores” ocurrieron en algunos países y no en otros, debido en gran parte a que “los países se encontraban en diferentes fases del proceso cíclico antes mencionado.3 En la región MENA, hoy día también se puede observar un ciclo de sucesión-liberalización-represión. Se podría decir que el período actual de cierre del espacio político en casi toda la región es característico del fin de la fase cíclica de consolidación del régimen que termina. Asimismo, las crecientes luchas de poder entre las élites en todos los países de la zona son reflejo del “síndrome del pato cojo” y los cambios de lealtades. Tras la sucesión, es de espe-rarse que los nuevos líderes den lugar a una ola de liberalización política para, finalmente,

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1. Henry E. Hale, “Regime Cycles: Democracy, Autocracy and Revolution in Post-Soviet Eurasia”, World Politics 58, octubre de 2005, pp.133-165.2. Ibíd. 3. Ibíd.

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volver a cerrarse y consolidar su poder. Las experiencias anteriores y actuales de sucesiones orquestadas en la región MENA parecen confirmar la teoría de Hale.

Los posibles sucesores –ya sean familiares, cónyuges o confidentes cercanos al gobernante– son, a menudo, jóvenes educados en Occidente quienes intentan posicionarse desde muy pronto como agentes del cambio. Con una imagen moderna y reformista, los aspirantes al trono o presidencia inspiran confianza y crean esperanzas de un nuevo comienzo, aligeran-do, en cierta forma, las inquietudes nacionales e internacionales generadas por las sucesio-nes dinásticas y/u orquestadas. Al mismo tiempo, las reformas liberales que llevan el sello de la anticorrupción, el Estado de derecho o los derechos humanos son convenientes para deshacerse de miembros de la vieja guardia y de los rivales políticos. A finales de los años noventa, los cinco jóvenes herederos del mundo árabe que en pocos años reemplazaron a sus padres (en Qatar, Marruecos, Jordania, Bahréin y Siria) comenzaron con enérgicos discursos reformistas. La promesa de una transformación regional política y económica, inherente a ese cambio sísmico de poder, también contribuyó a que esos jóvenes monarcas se convirtieran en los “niños mimados de la Administración estadounidense después de 2001, en parte debido a sus credenciales reformistas”,4 y a que sus países disfrutaran de los beneficios de un mayor comercio, desarrollo y cooperación militar. Una vez en el poder, el motor reformista desapareció rápidamente.

Los posibles sucesores deben encontrar el equilibrio al intentar distanciarse de las políticas controvertidas de sus mayores. Por un lado, intentan suavizar los temores de la opinión pública y, por el otro, asegurar la continuidad ante las principales élites y los aliados inter-nacionales. La meticulosa construcción de un nicho temático, como los derechos humanos o la reforma económica, les da credibilidad y demuestra su potencial de liderazgo en áreas políticas clave mucho antes del momento de sucesión.

La legitimidad de la mayoría de los presidentes actuales en la región MENA cuando asu-mieron el poder provenía de su legado personal e histórico. Gamal Abdel Nasser utilizó sus credenciales revolucionarias, Anwar el-Sadat aumentó sus poderes tras la guerra contra Israel y el proceso de paz posterior y Hosni Mubarak usó su papel como líder de la fuerza aérea en la guerra de 1971. Sin embargo, los nuevos herederos, por lo general, no cuentan con recursos históricos de esta índole y necesitan encontrar nuevas fuentes de legitimidad. Dado que la mayoría de las repúblicas de la región son autocracias liberalizadas, los herede-ros intentan conseguir la legitimidad formal a través de un proceso electoral. No obstante, el público es consciente de las carencias democráticas de este proceso y, por tanto, es ne-cesario encontrar fuentes adicionales de legitimidad y apoyo. Tras décadas en el poder, la legitimidad inicial de los líderes actuales de la región MENA casi ha desaparecido. El culto a la personalidad, la propaganda y los abrumadores aparatos de seguridad les da una sensa-ción de “inevitabilidad”. Pero los jóvenes herederos carecen de ella, así como de la lealtad profesada a sus predecesores, y necesitan construir nuevas alianzas tanto con las élites como con la opinión pública para poder justificar su gobierno.

Varios herederos, cada uno con sus diferentes ambiciones políticas, han sido criticados por su debilidad y falta de liderazgo, experiencia o carisma. Pero más allá de la personalidad de cada individuo, las estructuras formales e informales desempeñan un papel importante en

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4. Michele Dunne y Marina Ottaway, “Incumbent Regimes and the ‘King’s Dilemma’ in the Arab World”, Carnegie Endowment for International Peace, 2007.

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la sucesión. Por lo general, se asume que la sucesión dinástica refuerza el autoritarismo. No obstante, también se puede decir que, dependiendo de las condiciones estructurales y del propio sucesor, las perspectivas de liberalización política podrían ser mayores en algunos casos de sucesión dinástica que en otros igualmente no democráticos que tengan lugar fuera del entorno familiar.5

La continuidad del régimen depende, en gran medida, del nivel de centralización de poder en la presidencia. Algunos sucesores anteriores han conseguido consolidar su posición en seguida, en gran parte debido a la naturaleza centralizada del sistema y la fuerte concentra-ción de autoridad en la oficina del presidente. Por ejemplo, mientras que el régimen oligár-quico de Argelia no tiene mucho que temer ante las perspectivas de sucesión, en Egipto, la supervivencia del régimen presidencial depende mucho más de quien sea el sucesor.

En la mayoría de los casos, las élites gobernantes informales son actores clave en la sucesión. Por tanto, los herederos “democráticamente ilegítimos” deben evitar poner en peligro a los intereses de las élites y sus clientes. Para el sucesor, es vital un nivel mínimo de apoyo por parte del aparato de seguridad (ejército, inteligencia y policía), de las élites empresariales, las redes tribales y/o del partido gobernante, no sólo para acceder al poder, sino también para mantenerlo en el largo plazo.

También necesitan del apoyo de los aliados internacionales del país. De manera formal o informal, los gobernantes en el poder intentan involucrar a sus hijos y/o favoritos en las negociaciones con sus socios internacionales desde muy pronto, con el fin de ganar su confianza y asegurarles de que los parámetros básicos de la alianza, incluidos los acuerdos de seguridad y comercio, no correrán ningún riesgo tras la sucesión. La aprobación por parte de los aliados depende, en gran parte, del nivel de colaboración deseado con respecto a intereses primordiales. Las relaciones de Estados Unidos y la Unión Europea con líderes autócratas de la región demuestran que las perspectivas de cooperación en cuestiones de seguridad clave reducen enormemente la preocupación sobre las credenciales democráticas (o la carencia) del gobernante.

Las elecciones son un punto focal que dirige la atención internacional hacia el escenario interno. Ese mayor interés dificulta las sucesiones orquestadas muy evidentes, por lo menos en países que intentan mantener la fachada democrática. Por razones tácticas, algunos líde-res prefieren gestionar la sucesión fuera del ámbito electoral. De esta manera, se deja que un líder interino, de más bajo perfil y que goce de mayor consenso, gane los comicios para, eventualmente, pasar el poder (formal o informalmente) al heredero, garantizando así un cambio de poder sin complicaciones y lejos de miradas no deseadas. Las herramientas para llevarlo a cabo incluyen la adopción de enmiendas constitucionales que estipulan que, en caso de incapacidad o muerte del gobernante, el poder se transfiera automáticamente a un heredero específico dentro de la estructura de poder del Estado.

Es más fácil llevar a cabo una sucesión orquestada si se empieza a traspasar el poder al he-redero mientras su predecesor está en el gobierno. Algunas tácticas incluyen reformas cons-titucionales previas a la sucesión para colocar al posible heredero en un cargo importante o preparar su ascenso al poder dentro de la estructura formal de gobierno. Por lo general,

5. Ver Tarek Masoud, “Is Gamal Mubarak the Best Hope for Egyptian Democracy?”, Foreign Policy online, 20 de septiembre de 2010.

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suelen tener una carrera meteórica dentro de las instancias de poder del país, ocupando posiciones clave en el partido gobernante, el ejército, entre otros. Esto aumenta su perfil, y les da también la oportunidad para demonstrar sus credenciales y recabar apoyos propios, independientes de su predecesor.

Por otro lado, un “doble camino de sucesión”6 asegura un “plan B” en caso de que la prime-ra opción no funcione. A menudo, los gobernantes preparan a dos o más hijos, familiares o personas de confianza para la sucesión (como lo han hecho Hafez al-Assad, Saddam Hus-sein o Muammar al-Gaddafi, por ejemplo). Los diversos perfiles de los posibles herederos cubren a diferentes sectores de apoyo, ya sea el ejército, el poder político o las élites em-presariales. Una táctica es dejar el nombramiento para el último momento y así mantener a raya a los distintos sectores.

Pero más allá de los intereses de las élites, también es necesario tener en cuenta las demandas de la opinión pública. Los herederos en el mundo árabe han de enfrentarse a los crecientes deseos de una mayor participación democrática y las cada vez más frecuentes protestas, alentadas por la precariedad socioeconómica y la deficiente gobernanza democrática. Por tanto, las probabilidades de éxito o fracaso de la sucesión dinástica dependen, entre otros factores, de la competencia de la sociedad civil y la oposición para movilizarse y las aptitu-des del Estado para contener esas protestas. Pero incluso en países donde la capacidad civil es cada vez más fuerte, los regímenes de la región MENA tienen la ventaja de contar con el abrumador aparato de seguridad del Estado. Lamentablemente, los medios de la mukhaba-rat (“inteligencia”) para reprimir la disidencia son mucho más fuertes que la sociedad civil, incluso en los pocos países de la región donde ésta última es comparativamente dinámica, como por ejemplo, Egipto o Marruecos. No obstante, los costes políticos del constante uso de la fuerza contra la población son altos y la disidencia no puede contenerse de manera indefinida.7 Los líderes impopulares deben buscar alternativas para llenar el vacío de legiti-midad causado por la ausencia de un proceso democrático y poder controlar a la población sin tener que recurrir a la violencia.

Siria, diez años después

Para entender mejor esos procesos, podría ser útil mirar un caso concreto de su-cesión republicana orquestada. En 2000, el actual presidente sirio Bashar al-Assad

subió al poder tras la muerte de su padre Hafez al-Assad. ¿Cómo se dio la sucesión? Diez años después, ¿ha cumplido Bashar con todas las expectativas? ¿Qué impacto ha tenido su Gobierno sobre la reforma interna y la seguridad regional?

Bashar al-Assad se convirtió en heredero de manera casi accidental. Oftalmólogo sin aspi-raciones políticas o experiencia, Bashar tuvo que dejar su residencia en Londres y volver a

6. Larbi Sadiki, “Like Father, Like Son. Dynastic Republicanism in the Middle East”, Carnegie Endowment for International Peace, 2009. 7. Hale (2005), op.cit.

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Siria tras la muerte repentina de su hermano Basil en 1994. Allí hizo una rápida carrera mi-litar y, durante seis años, fue preparado para asumir el poder alejado de los ojos del público, lo que pudo contribuir a limar posibles controversias. Asimismo, Hafez al-Assad decidió no nombrarle oficialmente como su sucesor, evitando así que saltaran las alarmas. Bashar ha sido muy criticado desde el principio por su falta de carisma, experiencia y apoyo polí-tico y muchos perciben su ascenso al poder como algo casual, por falta de una alternativa mejor. Otros opinan que su elección ha sido una “decisión deliberada de los que realmente ostentan el poder en Siria, con el fin de prevenir que hubiera una elección inmediata por la sucesión… y posponer la decisión… e iniciar así lo que ellos consideran un período de transición entre la dinastía Assad y una nueva era”.8 Según este argumento, Bashar fue elegido de forma deliberada para asegurar una continuidad inofensiva en el corto plazo. A pesar de no tener apoyos propios, tras algunos años en el poder Bashar consiguió reempla-zar la vieja guardia de su padre con su propio séquito. 9

El ascenso al poder de Bashar en 2000 suscitó varios debates en los medios de comuni-cación egipcios sobre la probabilidad de una sucesión hereditaria similar en su país. De hecho, se puede observar una serie de características comunes. Tanto Egipto como Siria juegan un papel regional clave y, por tanto, sus sucesiones son objeto de atención a nivel internacional. Ambos cuentan con sistemas presidenciales altamente centralizados. En Si-ria, la élite informal gobernante del aparato de seguridad del Estado fue un actor clave en la toma de decisiones sobre la sucesión y en Egipto será igual. La capacidad de Hafez al-Assad en Siria para enfrentarse a las élites y aprovecharse de la lealtad de los altos cargos ha sido crucial para el éxito de la sucesión hereditaria. Y Hosni Mubarak probablemente hará lo mismo en Egipto para asegurar el traspaso de poder a su hijo Gamal. En ambos países, inicialmente los herederos no parecían tener muchas aspiraciones políticas y seguían carreras ajenas a los asuntos del Estado. Posteriormente, ambos han experimentado un ascenso rápido y sin obstáculos en las estructuras de poder, Gamal en el Partido Democrá-tico Nacional (NDP, en sus siglas en inglés) actualmente en el poder en Egipto y Bashar en el ejército y en el Partido Baath en Siria. Asimismo, ambos eran algo impopulares y se les consideraba inadecuados para el puesto. Tanto Bashar como Gamal intentaron, por lo menos al principio, mostrarse como modernos reformistas y ganaron créditos por presen-tar iniciativas de reforma económica y política. Aparentemente, ambos gozaban del apoyo tácito, si bien poco entusiasta, de por lo menos algunos sectores del poder nacional. A me-nudo se habló de tenerlos como candidatos interinos hasta encontrar alternativas mejores. En ambos casos, había diversos candidatos con más experiencia, que gozaban de un mayor apoyo y confianza (por ejemplo, en Siria, el hermano de Hafez, Rif ’at; en Egipto, el jefe de los servicios de inteligencia, Omar Suleyman). Asimismo, las dudas sobre la sostenibilidad del Gobierno de Bashar siguieron existiendo durante mucho tiempo y es probable que lo mismo ocurra en Egipto si Gamal llega a la presidencia.10

Sin embargo, también hay importantes diferencias entre ambos escenarios de sucesión. La más notable es que la imagen reformista que le ayudó a Bashar a recabar apoyos en Siria no funcionaría en Egipto hoy en día. El modelo del “heredero reformista” ha perdido cre-dibilidad, debido a las experiencias de los últimos años, incluida la de Siria. La oposición en Egipto es mucho más fuerte y libre y está mucho más organizada, sus expectativas son mayores y ha habido un movimiento claro en contra de la sucesión dinástica.

8. Eyal Zisser, “Does Bashar al-Assad Rule Syria?”, The Middle East Quarterly, invierno de 2003, pp. 15-23.9. Ver Dunne y Ottaway (2007), op cit.10. Zisser (2003), op cit.

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Al contrario de las previsiones iniciales, diez años después, Bashar sigue en la presidencia y ha conseguido consolidar su poder personal. Su récord en materia de derechos humanos y reforma política ha sido desastroso. Sus promesas iniciales de reforma política tras la breve “Primavera de Damasco” desaparecieron rápidamente. La reforma económica ha sido muy débil; la industria sigue estando en manos del Gobierno y se estima que la mitad de la población trabaja para el Estado. Un líder débil con poca legitimidad nacional e internacional y que carece de una visión clara para el país contribuye a la inestabilidad, en particular si el país desempeña un papel clave en la seguridad regional. El carácter inofensivo del ascenso al poder de Bashar al final le ha impedido continuar con cualquier reforma que supusiera una amenaza para la élite gobernante.

Asimismo, la débil posición inicial de Bashar ha dejado una huella negativa en su política exterior. Sus primeros años de Gobierno se caracterizaron por un deterioro de las relaciones entre Damasco y Washington, y con la mayoría de sus aliados árabes, incluidos Egipto, Ara-bia Saudí y Jordania.11 Se dice que Siria sigue apoyando a grupos militantes islamistas y anti-israelitas. La participación del país en el asesinato del primer ministro libanés Rafik Hariri en 2005 resultó en una grave crisis regional, que desencadenó la revolución Cedar en Líbano. Los continuos intentos de Siria por controlar Líbano siguen siendo un factor de inseguridad regional. Mientras que Bashar se vio obligado a retirar sus tropas de Líbano, su alianza con Irán y la falta de progreso en las conversaciones de paz con Israel son fuentes de constante preocupación para Occidente. Tras diez años de Gobierno de Bashar, la volatilidad de la política exterior de Damasco en casi todas las cuestiones de interés para Occidente dificulta las relaciones con Siria. Hasta hoy, los encargados de la formulación de políticas de la UE y Estados Unidos continúan preguntándose qué camino elegirá el país.12

Para Occidente, la principal lección a extraer de la sucesión orquestada en Siria es que la continuidad no conlleva necesariamente una mayor estabilidad. Tanto la propia personali-dad de Bashar como las estructuras formales e informales de poder en el país han contribui-do a que diez años después, Siria se haya convertido en uno de los regímenes más duros y más represivos del mundo árabe a nivel nacional, y un actor internacional muy volátil que contribuye a la fragilidad regional.

Cambios inminentes en Oriente Medio y el Norte de África

EgIptO: Mubarak sale al escenario por última vez

Quizás la sucesión más inmediata y más importante en Oriente Medio y el Norte de África sea la de Hosni Mubarak en Egipto. En septiembre de 2011 se celebran

elecciones presidenciales y las perspectivas de un cambio real han sucumbido al país en una

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11. Ibíd. 12. Ver también “Reshuffling the cards: Syria’s evolving strategy”, International Crisis Group, diciembre de 2009.

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situación de tensión y estancamiento en los últimos dos años. La mayoría de la población en el país más poblado de Oriente Medio no ha conocido a otro líder además de Mubarak, quien a sus 82 años de edad se encuentra en un frágil estado de salud. Recientemente, sus múltiples ingresos en el hospital y otros signos de debilidad física (el presidente ha llegado a desmayarse en el Parlamento) subrayan la urgencia de la sucesión. Desde hace mucho, el hijo del presidente, Gamal Mubarak (47), viene siendo el sucesor. No obstante, su ascenso al po-der ya no está asegurado. La creciente resistencia de la población a la sucesión dinástica y las cada vez más profundas luchas de poder dentro del partido gobernante, el NDP, disminuyen las posibilidades de una sencilla sucesión de padre a hijo.

Hosni Mubarak ha estado preparando a su candidato preferido durante los últimos años, con el fin de posicionarle como un estadista moderno y activo. Gamal ha experimentado un ascenso meteórico en el Partido Democrático Nacional y ahora lidera el influyente comité de políticas y ostenta el puesto de vicesecretario general. Las enmiendas cons-titucionales de 2005 y 2007 han introducido estrictas condiciones para los candidatos presidenciales, limitando así el círculo de candidatos elegibles a Hosni y Gamal Mubarak y un reducido número de incondicionales del NDP. Con frecuencia, Hosni Mubarak ha llevado a su hijo a reuniones internacionales de alto nivel. En 2010, Gamal llegó a sentarse (a pesar de carecer de un puesto formal) en la mesa durante las negociaciones de paz árabe-israelíes en Washington. Esta acción no solo sirve para preparar la sucesión a nivel internacional, sino que también da a entender en Egipto que Gamal cuenta con el apoyo de Estados Unidos.13

Pero los esfuerzos del presidente para preparar a su hijo para asumir la presidencia se han encontrado con serias resistencias. Gamal no es el favorito ni de la opinión pública ni del apa-rato de seguridad del Estado. La Asociación Nacional para el Cambio (NAC, en sus siglas en inglés), una coalición de fuerzas de la oposición liderada por el Premio Nobel Mohamed El-Baradei, ha estado intentando prevenir una sucesión orquestada. A pesar de una cooperación inicial con la Hermandad Musulmana, al final la NAC no ha conseguido unir a la oposición y movilizar a la población. Por otro lado, la élite gobernante tampoco está unida detrás de Gamal. Muchos miembros de la élite militar egipcia no entregarán el poder fácilmente a un presidente civil sin credenciales para liderar el país y el ejército. El ascenso al poder de Gamal, un banquero defensor de la reforma económica, sería bienvenido para aquellos que esperan una mejora en el clima empresarial del país. Pero el ejército también se opondría a amplias reformas económicas, dado que podría perder su estatus libre de impuestos y otras ventajas sobre la competencia. Las campañas y pósteres pro-Gamal o pro-Suleyman, las declaraciones contradictorias por parte de altos cargos en el NDP y la reticencia del Partido a anunciar su candidato oficial para las elecciones presidenciales de 2011 indican que ninguno de los posi-bles candidatos lo tendrá muy fácil.

Es muy probable que el puesto de sucesor se quede vacante hasta el último momento. A me-nudo se habla de Omar Suleyman, jefe de los servicios de inteligencia egipcios y principal ne-gociador del presidente Mubarak en el conflicto Israel-Palestina, como una alternativa. Éste cuenta con un mayor apoyo, además de tener una experiencia considerable y de llevar una de las carteras más importantes de la política exterior del país. Con frecuencia se le ve como una opción interina para facilitar el traspaso a Gamal ante la muerte repentina del presidente.

13. Ver Caroline Sevier, “The Costs of Relying on Ageing Dictators”, The Middle East Quarterly, verano de 2008, pp. 13-22.

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Sin embargo, que Suleyman renunciaría al poder pasado un tiempo no está del todo claro. Por su parte, Mohamed ElBaradei ha condicionado su candidatura a la implementación de enmiendas constitucionales más justas y, por tanto, está fuera de la carrera presidencial. Un golpe militar es poco probable, dado que el ejército es leal a Hosni Mubarak y desea man-tener el status quo actual. No obstante, la situación podría cambiar si la sucesión llegara a poner en peligro las rentas y prerrogativas de la élite militar (por esta razón, entre otras, es poco probable que Estados Unidos retire su ayuda militar a Egipto).14 Cada vez más se habla de la posibilidad de que Hosni Mubarak se vuelva a presentar. Pero dada su edad y su frágil estado de salud, este último recurso sería sólo una solución interina de corto plazo para poder gestionar el traspaso de poder lejos del contexto electoral.

Entre los aliados internacionales de Mubarak, las impresiones ante un posible ascenso al po-der de Gamal son mixtas. Si éste último consigue hacerse con la presidencia y consolidar su poder en Egipto, su Gobierno supuestamente traería continuidad en términos de las estruc-turas autoritarias internas y del papel del país como mediador regional. El Gobierno actual, en particular el ejército, se beneficia de ese status quo y no se arriesgaría a perder los 1,6 mil millones de dólares anuales en ayuda financiera y militar que recibe de Estados Unidos para mantener su alianza con Israel (o, como dicen algunos, por ser el “caniche árabe de América”).

Para Occidente, la mayor preocupación es que, tras la muerte de Hosni Mubarak, una posi-ble desestabilización de Egipto dé lugar a un régimen menos favorable, o incluso hostil, a los aliados tradicionales del país, como podría esperarse de un gobierno islamista, por ejemplo. En cualquier caso, estos temores son innecesarios: lo más probable es que la presencia de la Hermandad en el Parlamento se vea considerablemente reducida en las elecciones parlamen-tarias de noviembre y, dada la destreza represiva del régimen, sus probabilidades de alcanzar una mayoría o cualquier puesto en el Gobierno son prácticamente nulas.

Sin embargo, las perspectivas de una sucesión dinástica orquestada tan evidente van en contra del compromiso europeo hacia una transformación democrática gradual en sus vecinos del Sur. Lo más probable es que la postura pasiva de Estados Unidos y la UE hacia la sucesión en Egipto suponga la tácita aceptación de Gamal Mubarak o cualquier otro heredero.

Es posible que en 2011 se apruebe un “estatuto avanzado” para Egipto y sus relaciones con la UE, lo que implicaría un reconocimiento simbólico del régimen así como ayudas adicionales y mayores ventajas comerciales. Al contrario de las promesas y principios descritos por el presidente Barack Obama en su discurso en El Cairo, las políticas esta-dounidenses bajo su Administración han sido indulgentes y han apoyado al Gobierno de Hosni Mubarak.15 Más recientemente, la ausencia de progreso en el proceso de paz parece haber impulsado a la Administración Obama a adoptar una línea más dura hacia Egipto ante las elecciones parlamentarias de 2010 y las presidenciales de 2010. Sin em-bargo, queda por ver si éstas serán medidas aisladas con el fin de recuperar la credibilidad del Gobierno estadounidense en la región o si realmente conllevarán un replanteamiento de las relaciones entre Estados Unidos y Egipto. En vistas de su papel regional, el régi-men de Mubarak no tiene mucho que temer en términos de protestas internacionales si consigue orquestar una sucesión dinástica. Al parecer, para los aliados occidentales, “más vale lo malo conocido”.

14. Ver Masoud (2010), op. cit.15. Para un análisis detallado del apoyo occidental a la democracia en Egipto, ver Kristina Kausch, “Assessing International Democracy Assistance to Egypt”,

FRIDE/World Movement for Democracy, mayo de 2010.

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Paísessistema formal de gobierno

Gobernante en el poder (edad en 2010)

En el poder desde

Posible (s) sucesor (es)

Otros candidatos

horizonte de sucesión

Élites clave

Egipto República

Presidente Hosni Mubarak (82)

1981

Gamal Mubarak; Hosni Mubarak

Omar Suleyman; Mohamed ElBaradei

Elecciones presidencia-les en 2011 o muerte del presidente

Aparato de seguridad del Estado; NDP

Túnez República

Presidente Zine Al-Abidine Ben Ali (74)

1987Sakhr El-Materi; Leila Ben Ali

Zine Al-Abidine Ben Ali; Kamel Marjoune; hermanos Trabelsi

Elecciones presidencia-les en 2014 o muerte del presidente

Familias Ben Ali, Trabelsi y El-Materi

Arabia SaudíMonarquía absolutaislámica

Rey Abdul-lah bin Abdulaziz Al Saud (86)

2005

El príncipe heredero Sul-tán bin Abdul Aziz Al Saud

Línea de sucesión saudí (prece-dencia agnaticia)

Muerte del rey

Familia Al Saud; Ulema

Argelia República

Presidente Abdelaziz Bouteflika (73)

1999Said Bouteflika

Ahmed Ouyahia; Abdelaziz Ziari

Elecciones presidencia-les en 2014 o muerte del presidente

Ejército

Yemen RepúblicaPresidente Ali Abdullah Saleh (64)

1978 (-1990, North Yemen); 1999

Ahmed al-Saleh

Tribu Hashed

Elecciones presidencia-les en 2013; fracaso estatal / secesión

Hashed tribe; ejército

Oman

Sultanato (monarquía absolutaislámica )

Sultán Qaboos bin Said al Said (69)

1970

A ser elegido (mediante una reco-mendación cerrada del sultán Qaboos) por el Consejo de la Familia Regente tras la muerte del sultán

n/dMuerte del sultán

Familia Sa’id

Libia

‘Jamahiriya Árabe popularsocialista’

El “líder fraternal y guía de la revolución” Muammar al-Gaddafi (68)

1969

Saif el-Islam Gaddafi; Mu’atassim Gaddafi

Familia Gaddafi

Sin definirFamilia Gaddafi; tribus

Cuadro: Sucesiones inminentes en Oriente Medio y el Norte de África

Kristina KauschSucESIONES ORquEStAdAS y estabilidad eN el muNdo árabe

16. “Ben Ali dirige-t-il encore la Tunisie?”, Bakshish, 2 de diciembre de 2009.17. Nicolas Beau y Catherine Graciet, “La régente de Carthage, main basse sur la Tunisie”, La Découverte, París, 2009.18. “Tunisie: Un pamphlet met en garde Ben ali contre sa succession programmée en profit de Sakhr Matri”, Nawaat, 14 de junio de 2009.

tÚNEZ: negocio familiar

Algo más joven que su homólogo egipcio pero, según se dice, con un estado de salud igualmente frágil, el presidente de Túnez, Zine El Abidine Ben Ali, lleva 24 años en el poder.16 El espacio público en el país está muy controlado, pero el debate sobre la suce-sión es cada vez más fuerte. Se desconoce el verdadero estado de salud del presidente, pero algunos observadores cercanos al Palacio de Carthage hablan de una “inminente” vacante en el poder. Ben Ali siempre ha mantenido un férreo control personal sobre la gobernanza tunecina y no ha profesado su apoyo públicamente a ningún posible suce-sor, lo que aumenta las posibilidades de un vacío de poder tras la muerte del presidente. Quizás más evidente que en otros países de la región, el poder político en juego en Túnez es, sobre todo, una manera de asegurar grandes beneficios económicos para un pequeño número de clanes y sus descendientes. Se está dando una lucha cada vez más feroz entre los clanes cercanos al presidente, con el fin de hacerse con el poder lo antes posible.

En los últimos años, la segunda esposa del presidente, Leila Trabelsi Ben Ali, ha estado intentando posicionarse a sí misma y a miembros de su clan en puestos de poder clave. De hecho, la creciente participación de la primera dama y de su familia en los principales asuntos del Estado no sólo demuestra sus aspiraciones, sino también su determinación a asegurar su parte de los negocios en el clima empresarial mafioso del país. En 2009, dos periodistas franceses publicaron un libro, prohibido en Túnez, donde revelaban el alcance de la participación de Leila Trabelsi en los negocios corruptos del país y llegaron a sugerir que la primera dama era quien llevaba las riendas del Palacio de Carthage.17 Asimismo, durante los últimos años se ha empezado a hablar del yerno de Ben Ali, Sakhr El Materi, como otro posible aspirante al trono republicano tunecino. La familia El Ma-teri, a pesar de haber sido la última en llegar para compartir el “cous-cous” nacional 18 con los Ben Ali, los Trabelsi y otros clanes, en unos pocos años ha conseguido expandir su influencia a lo largo de la esfera política y económica del país.

Han sido muchas las preparaciones para la sucesión. Leila Trabelsi ha estado ocupada posicio-nando a familiares y personas de confianza en puestos importantes, asegurándose así el apoyo estratégico necesario ante un eventual vacío de poder. Según algunos observadores, Ben Ali podría estar a punto de aprobar una enmienda constitucional para crear el puesto de vicepresi-dente específicamente para Leila, con el fin de facilitar su ascenso al poder. No obstante, si Leila aspira a reemplazar a su marido personalmente o a colocar a uno de sus once hermanos en la presidencia todavía está en el terreno de las especulaciones.

Por su parte, Sakhr El Materi, tras casarse en 2004 con Nesrine, la hija del presidente, rápidamente se ha asentado en la política y los negocios tunecinos. Su compañía, Princess Holdings, tiene participaciones en los medios de comunicación y en los sectores bancario, automovilístico, naviero, de la construcción y agrícola, y se ha convertido en una de las principales empresas del país en tan sólo cinco años. La carrera política de Sakhr ha avan-zado igual de rápido: en 2008 se convirtió en miembro del comité central de la Asamblea Constitucional Democrática y, en 2009, a sus 29 años de edad, se convirtió en miembro del Parlamento. Ha ido coleccionando credenciales políticas, sobre todo, contribuyendo a los esfuerzos del Gobierno por “recuperar el Islam” de la influencia islamista.

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Cuadro: Sucesiones inminentes en Oriente Medio y el Norte de África

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19. “Le parcours fulgurant de Sakhr El-Materi, gendre du président tunisien Ben Ali”, Le Monde, 24 de octubre de 2009.20. Larbi Sadiki, “Bin Ali Baba Tunisia’s Last Bey?”, Al Jazeera, 27 de septiembre de 2010.

En ese sentido, Sakhr ha establecido una serie de empresas “islámicas”, como por ejem-plo una emisora de radio islámica (ahora muy popular), un canal de televisión islámico nacional y un banco islámico, todos bajo la marca “Zeytouna” (“aceituna”, debido a la famosa mezquita tunecina). Para muchos, esas actividades han contribuido a los inten-tos del régimen de explotar los mensajes populares del Islam para auto promocionarse. Otros consideran genuinos los esfuerzos de El Materi y creen que su presidencia sería pro-islamista. Para algunos, Sakhr El Materi, el personaje controvertido, apodado le ga-min, le gosse (niño mimado, travieso) por los tunecinos, será el heredero presidencial. Otros dudan de sus posibilidades y lo ven simplemente como el “recaudador de fondos” personal de Leila Trabelsi.19

Cualquiera de los posibles contendientes a la presidencia tunecina tendrá que negociar con-siderables trade-offs con sus rivales para convertirse en el sucesor de facto. Recientemente, a iniciativa de El Materi, se lanzó una petición pública a Ben Ali para que éste se volviera a presentar en las elecciones presidenciales de 2014. Pero para que esto ocurriera, habría que introducir enmiendas constitucionales para aumentar la edad máxima del presidente a 75. Claramente una estrategia conjunta con el propio Ben Ali, el objetivo de este llamamiento es legitimar un posible cambio constitucional y controlar el debate, dejando claro a los tu-necinos que Ben Ali todavía lleva las riendas del país. Si su salud lo permite, la feroz batalla por el poder entre los distintos clanes podría instarle a presentarse con el fin de asegurar un eventual traspaso de poder a uno de sus familiares con más experiencia.20 Mientras tanto, Ben Ali se ha asegurado de que nadie en su círculo más cercano sea capaz de alcanzar un perfil demasiado alto. Para ello, con frecuencia cambia los puestos en su gabinete y castiga a cualquiera que se atreva a hablar abiertamente sobre una era post-Ben Ali. Al igual que algunos de sus homólogos en la región MENA, es probable que el presidente tunecino re-trase lo máximo posible el nombramiento de su sucesor. Hasta las elecciones presidenciales en 2014, el panorama podría cambiar por completo. Si el presidente falleciera mañana, cualquier escenario sería posible.

A nivel internacional, los aliados de Túnez han seguido la lucha interna de poder de ma-nera más bien pasiva. De hecho, muchas empresas europeas se benefician del fácil acceso al crédito y a contratos del que goza la élite tunecina. Dado que el liderazgo regional del país es limitado, los intereses de la UE y Estados Unidos se centran, sobre todo, en las inversiones, la modernización y la cooperación en materia antiterrorista. Dada la enorme brecha existente entre las reformas económicas y políticas del país, la UE aún no ha con-seguido encontrar la manera más adecuada para lidiar con Túnez y ha decidido centrarse en lo económico. Al igual que Egipto, el Gobierno tunecino está particularmente intere-sado en mejorar sus relaciones bilaterales con la UE mediante un “estatuto avanzado”. A pesar de que Túnez haya prohibido recientemente el contacto entre activistas de derechos humanos tunecinos e instituciones europeas, es probable que la UE siga adelante con el acuerdo. Considerado un “estandarte de estabilidad”, la falta de noticias desde Túnez son buenas noticias. No obstante, la naturaleza desconocida y excluyente de los planes de sucesión de Ben Ali suscita preocupaciones sobre qué pasaría si el presidente llegara a fallecer repentinamente. Mientras que la lucha interna de poder está asegurada, es poco probable que el país se desestabilice, dado el control firme y represivo del aparato de seguridad del Estado que reprime la oposición secular y los islamistas. Quienquiera que

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21. Clement M. Henry, “Algeria’s agonies. Oil rent effects in a bunker state”, The Journal of North African Studies 9/2, verano de 2004, pp. 68 – 81.22. Ver “Trouble in Algeria: the president and the police”, The Economist, 4 de marzo de 2010.

consiga sobrevivir a la batalla por la presidencia tendrá que luchar para consolidar apoyos y lealtades.

ARgELIA: después del pico del petróleo

El régimen argelino actual, al ser más una oligarquía que una autocracia, se ve menos amenazado por las perspectivas de sucesión presidencial que otros países analizados en este documento. Se habla de una inminente vacante desde que el presidente argelino, Abdelaziz Bouteflika (73), se sometiera a tratamiento médico en París en 2005 y 2006. No obstante, cinco años después, Bouteflika sigue con fuerza y, en abril de 2009, fue “reelegido” para un tercer mandato con más del 90 por ciento de los votos. Bouteflika, en el poder desde 1999, ha traído estabilidad y paz duradera al país antes asolado por el conflicto. Sin embargo, a pesar de que su presidencia finalmente consiguiera devolver el poder a los civiles, el ejército sigue siendo el actor más fuerte y, ciertamente, representa una interrogante importante con respecto a la sucesión.

Argelia es un “Estado búnker por excelencia”.21 El monopolio petrolero estatal argelino Sonatrach es el santuario del país, y proporciona empleo a unas 120.000 personas y constituye el 98 por ciento de las exportaciones y el 60 por ciento de los ingresos del país. Argelia representa casi el 30 por ciento del total de las importaciones de gas natural de la UE y el Gobierno de Bouteflika ha estado viviendo cómodamente de los enormes ingresos del país. No obstante, debido a la caída de los precios de los hidrocarburos, es cada vez más difícil conseguir el apoyo de la opinión pública. La incertidumbre de la sucesión, agravada por la frágil salud de Bouteflika, podría resultar en malestar social, a su vez, exacerbado por la corrupción y la escasez de servicios públicos.

La enmienda constitucional de 2008 que aumentó el mandato presidencial es prueba de que Bouteflika tiene intención de convertirse en presidente vitalicio como sus vecinos. Entre sus posibles sucesores del séquito civil se encuentran, entre otros, el hermano del presidente, Said Bouteflika, el primer ministro, Ahmed Ouyahia, y (de forma provisio-nal) el portavoz del Parlamento, Abdelaziz Ziari. Mientras que Said Bouteflika es, desde hace mucho, asesor del presidente, no tiene ninguna posición formal en la estructura de poder. Cada vez se le menciona menos en la prensa local, lo que indica que los esfuerzos de la familia para promoverle han sido muy limitados. Además, es posible que la aten-ción prestada a los supuestos favoritos esté ocultando otros candidatos cuyas posibili-dades todavía no se han llegado a ver. La lucha de poder entre las élites clave –militar y civil– se está volviendo más violenta, y ha habido varios asesinatos sin resolver de altos cargos del Gobierno.22 Recientemente, Bouteflika ha perdido popularidad debido, sobre todo, a la corrupción y a delicadas reformas económicas, y no está nada claro que el pre-sidente, o cualquiera de sus favoritos civiles, recibirá el apoyo de las fuerzas de seguridad del Estado en las elecciones presidenciales de 2014, las cuales podrían decidir colocar un sucesor más partidario de sus intereses.

Los intereses europeos y estadounidenses en el país se concentran, sobre todo, en dos cuestiones principales: energía y paz. Con relación a la energía, es muy poco probable

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que los gobiernos occidentales apoyen cualquier proceso de reforma que ponga en peli-gro la gestión política del sector de los hidrocarburos. Respecto de la paz, los encargados de la formulación de políticas en Occidente tienden a usar a Argelia como ejemplo de un proceso de democratización que ha conllevado a una desestabilización y una violencia inesperadas. Esta preocupación va más allá del debate nacional sobre la sucesión argelina y está teniendo un impacto sobre el dilema democracia-estabilidad en toda la región.

Sin embargo, los que dicen que las elecciones libres resultaron en una guerra civil están equivocados. Inicialmente, el intento de llevar a cabo una transición democrática en Ar-gelia surgió de una grave crisis económica. La crisis había sido desencadenada por serios déficits estructurales, en combinación con una caída en los precios mundiales del petró-leo y un aumento de los precios de los productos de primera necesidad, que resultaron en protestas y disturbios en octubre de 1988. Al igual que ahora, el Gobierno del Frente de Liberación Nacional (FLN) se vio cada vez más debilitado debido a su dependencia de los altos precios del petróleo. Tras los disturbios, intentó cambiar su política en un inten-to de estabilizar el país y asegurar su permanencia en el poder. Cuando el Frente Islámico de Salvación (FIS) consiguió asegurar la mayoría en las primeras elecciones libres y justas del país, una junta militar derrocó al presidente Chadli Benjedid con el fin de revocar los resultados electorales y restablecer el control autoritario, lo que precipitó el estalli-do de la violencia. Por tanto, un análisis más cercano demuestra que no fue el intento de democratización el que desencadenó la guerra civil, sino la intervención militar en enero de 1992 para restablecer el autoritarismo. La falta de legitimidad, la polarización social, una débil oposición y la confrontación entre el régimen y los islamistas preparó el terreno para el golpe.23 Así, en vez de una lección sobre los riesgos inherentes de la democratización per se, se podría decir que Argelia es un ejemplo claro de los peligros de la autocracia liberalizada.

LIbIA: el último dictador árabe

Tras más de cuarenta años como gobernante de facto, actualmente, Muammar al-Gaddafi es el líder no monárquico que más años lleva en el poder en el mundo. La Jamahiriya Ára-be Libia Popular Socialista, a pesar de no ser oficialmente una república, sí se ajusta a casi todas las definiciones formales de una república (y, por ello, se incluye en este estudio). Si bien Gaddafi es relativamente joven (nació en 1942) se lleva especulando sobre su sucesión durante los últimos años. El último de los “dictadores” de la región sigue siendo el Estado personificado y gobernante casi-absoluto del país. La Libia de Gaddafi, que recientemente ha vuelto a aparecer en la escena internacional tras décadas de aislamiento, ni siquiera in-tenta pretender interesarse por la reforma democrática. El país cuenta con enormes reservas energéticas y actúa como uno de los principales países de tránsito para la inmigración hacia la UE proveniente de todo el continente africano. El margen de influencia de Occidente es prácticamente nulo.

Al contrario de otros casos analizados en este documento, el sistema cerrado y altamente represivo de Libia podría facilitar una sucesión sin incidentes a uno de los hijos de Gaddafi o cualquier otro sucesor, reduciendo así la influencia de las distintas facciones, las nego-

23. Ver también Kristina Kausch y Richard Youngs, “Algeria: failure of democratic transition foretold”, Documento de trabajo 84, Centro para la Democracia, el Desarrollo y el Estado de Derecho, Universidad de Stanford, agosto de 2008.

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ciaciones entre las élites y los trade-offs, que son tan importantes en otros escenarios de sucesión. De momento, el único posible obstáculo interno significativo podrían ser las ri-validades tribales. En este sentido, la reciente reaparición de Libia tras años de aislamiento internacional ha sido una buena táctica para prevenir la intervención externa cuando llegue la sucesión. Actualmente, dos de los siete hijos de Gaddafi son posibles herederos. Saif el-Islam Gaddafi es más pro-occidental y, en los últimos años, se ha convertido en el favorito de la comunidad internacional. El otro contendiente es el ex teniente coronel Mu’atassim Billah Gaddafi, ac-tual asesor de seguridad nacional responsable del Consejo de Seguridad Nacional. Con Saif y Mu’atassim, Gaddafi padre cuenta con una opción civil y otra militar. Saif ha sido educado en Occidente (como su padre) y a pesar de no ostentar ningún cargo oficial, ha conseguido posicionarse como un reformista liberal. A menudo representa a su padre en reuniones in-ternacionales. En algunas ocasiones, sus declaraciones muy en pro de la reforma política han suscitado preocupación en los países vecinos y han sido motivo de discrepancias con su padre, quien podría decidirse por alguien más cauto y conservador. Por tanto, últimamente Saif ha moderado su tono y ha decidido reducir sus apariciones públicas por un tiempo. En palabras de un experto, ante la ausencia de una sociedad civil o partidos políticos en Libia, Saif cumple la función del “opositor leal”.24 No obstante, existen opiniones divergentes sobre si el liberalis-mo de Saif es genuino o se trata sólo de una táctica.

Al contrario de muchos de sus vecinos del Norte de África, Gaddafi se encuentra en una posición muy cómoda y se sirve de los subsidios financiados por las rentas del petróleo para perpetuar su estancia en el poder. En términos financieros, las potencias extranjeras no tienen ninguna influencia sobre Libia. No obstante, la economía del país, centrada en el petróleo, cuenta con muy pocas fuentes alternativas de recursos y no consigue generar empleo. Los subsidios han reemplazado la muy necesaria reforma económica estructural y el Estado ha tenido que usar las altamente represivas fuerzas de seguridad para mantener a raya a los opositores. Al igual que en Argelia, una caída prolongada de los precios del petróleo podría dar lugar a disputas internas entre los más pragmáticos y los conservadores en la propia familia de Gaddafi.25

Los intereses estadounidenses y europeos en Libia se centran en la cooperación en materia de seguridad, los hidrocarburos y, en el caso de la UE, la inmigración. Occidente es cons-ciente de la poca influencia que ejerce sobre Gaddafi y no espera poder influir de manera significativa sobre la reforma interna del país o sobre una futura transición a una era post-Muammar Gaddafi. La pelea del coronel en 2009 con Suiza sobre el arresto de Hannibal Gaddafi fue sólo la última de las rencillas entre Libia y Occidente y son prueba de la vola-tilidad de la política exterior de Gaddafi. Mientras que el coronel siga fuerte, continuará la complacencia internacional hacia la situación interna del país. Según Occidente, Libia es el principal ejemplo de cómo la influencia internacional puede funcionar para convertir a un Estado conflictivo en un socio, en particular con relación a la no proliferación nuclear y la cooperación en materia antiterrorista. No obstante, esta visión pasa por alto el hecho de que la decisión de Gaddafi de reintegrar a Libia en el sistema internacional fue resultado del pragmatismo y no de la indulgencia internacional, y que su enfoque hacia la política exterior libia sigue siendo completamente arbitrario.

24. Sadiki (2009), op cit. 25. Alessandro Bruno, “Political Succession in Arab Africa”, Geopolemics, 19 de abril de 2010.

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YEMEN: ¿al borde del colapso?

Yemen se encuentra al borde del colapso debido al conflicto, la mala gestión y la pre-cariedad económica. Pero el país tiene más que serios problemas de gobernanza. Las diversas guerras internas, la grave escasez de agua y la mala gestión económica son sólo algunos de los muchos problemas de Yemen. Juntos, estos desafíos hacen de este país un terreno fértil para el terrorismo que ya ha empezado a exportar.

También aquí se espera una sucesión hereditaria, aunque no inminente. Se dice que el presidente Ali Abdullah Saleh (64) está preparando a su hijo Ahmed, otro joven educado en Occidente con experiencia militar, para reemplazarle en la presidencia. Al igual que en Libia, la sucesión yemení se verá muy influida por las élites tribales. Es muy probable que el nuevo presidente sea miembro de la tribu hashed de Ali Abdullah Saleh y deberá contar con la aprobación del ejército. Alumno de Sandhurst, Ahmed Saleh lidera la “guardia republicana” del país y ha ido coleccionando diversas creden-ciales militares y de liderazgo. Sin embargo, su nombramiento como sucesor no está nada claro, puesto que muchos miembros de la tribu también cuentan con buenos antecedentes en el ejército y la inteligencia.26

La legitimidad del presidente Ali Abdullah Saleh proviene de su capacidad de integra-ción entre el Norte y el Sur. Se dice que su capacidad para “adoptar diversas posturas y roles” con el fin de gobernar “Yemen y sus múltiples organismos civiles e identidades, a veces rebeldes en partes del país” le ha convertido en símbolo de integración.27 Más recientemente, sin embargo, su popularidad ha disminuido y su relación con aliados clave, incluyendo algunos líderes islamistas y algunas de las tribus más influyentes, se ha debilitado. Su popularidad está decayendo especialmente en el Sur, donde el presidente ha empezado a oprimir a la oposición.28 Por tanto, el futuro liderazgo de la familia Saleh no está garantizado. Dada la frágil situación de seguridad de Yemen, también el futuro del país es incierto.

La comunidad internacional sólo se ha percatado recientemente del terror de Yemen y su enfoque es más bien limitado, centrándose, sobre todo, en la lucha antiterrorista. Pero esta política pasa por alto el hecho de que la amenaza terrorista se debe, particu-larmente, a los graves problemas estructurales y de seguridad dentro del país. Última-mente, a la hora de reclutar, el discurso de la sede de al-Qaeda en la Península Arábiga (AQAP, en sus siglas en inglés) se centra en la mala gestión del Gobierno yemení, y no en la jihad. Un enfoque “duro” de seguridad que no aborde los graves problemas de gobernanza interna del país no debilitará la AQAP, sino que la fortalecerá, puesto que “se alimenta del descontrol interno de Yemen”. Actualmente, al-Qaeda en la Pe-nínsula Arábiga es considerada la “mayor amenaza terrorista a la seguridad de Estados Unidos”.29

26. Larbi Sadiki, “Wither Arab ‘Republicanism’? The Rise of Family Rule and the ‘End of Democratization’ in Egypt, Libya and Yemen”, Mediterranean Politics 15/1, pp. 99–107, marzo de 2010.

27. Ibíd. 28. Ver Edward Burke, “ ‘One Blood and One Destiny’?: Yemen’s relations with the Gulf Cooperation Council and implications for the EU”, FRIDE / Gulf Re-

search Center (de próxima publicación). 29. Christopher Boucek, “Yemen needs more than our military support”, Financial Times, 31 de octubre de 2010.

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Sucesiones, estabilidad y opciones para Occidente

Los procesos y los resultados de las sucesiones republicanas orquestadas en la región MENA son importantes para la política de Occidente por dos razones

principales: primero, serán decisivos para las perspectivas de reforma democrática en la región. Y segundo, son igualmente centrales para la estabilidad política, considerada vi-tal para los intereses occidentales. Tanto la democracia como la estabilidad son intereses legítimos que pueden competir entre sí o reforzarse mutuamente.30

Por un lado, las perspectivas de sucesión dinástica en muchos países antes republica-nos es un duro golpe para la población de estos Estados que ven como desaparecen sus aspiraciones legítimas de elegir a sus propios gobernantes. Como señala Sadiki, el próximo cambio generacional en las presidencias de la región representará un “test para el republicanismo árabe” y para lo que queda de las aspiraciones occidentales de apoyar la democracia en la región.31 El establecimiento del republicanismo dinástico como norma en el mundo árabe añade una nueva dimensión institucional al “autoritarismo mejorado”32 de las repúblicas árabes. En este sentido, las sucesiones orquestadas no son más que una consecuencia lógica y una perpetuación del sistema de “autoritarismo liberalizado” que ha reemplazado la representación democrática en Oriente Medio. Si los presidentes actuales consiguen pasar el poder a sus herederos, ello representaría una institucionalización de la autocracia liberalizada.

Mientras que el discurso oficial de la UE y Estados Unidos declara que la seguridad y la democracia participativa van de la mano, los gobiernos occidentales están teniendo pro-blemas para poner en práctica dichos compromisos. Las expectativas exageradas creadas en torno a la democracia como el remedio para todos los males tras el 11 de septiembre de 2001 han acabado en decepción. Tras dejar atrás las controvertidas políticas dirigidas a “cambiar gobiernos”, los encargados de la formulación de políticas occidentales pare-cen haberse ido al opuesto extremo y ahora parecen desestimar por completo la impor-tancia de la democracia para la seguridad en el largo plazo. En palabras de un experto, el compromiso de la UE hacia el apoyo a la democracia es “una aspiración pasiva en vez de ser un elemento operacional” de las políticas europeas de seguridad.33

Algunos opinan que la estrategia de la Administración Obama de priorizar el proceso de paz árabe-israelí y, a su vez, apoyar la liberalización táctica de “arriba abajo” en la región MENA de hecho reduce en vez de fortalecer la estabilidad en el largo plazo de algunos de los principales aliados de Estados Unidos. Los ciclos de apertura política y represión que describe Hale no sólo mantienen el status quo del autoritarismo, sino que también pueden acabar con la estabilidad, al hacer a los países “vulnerables al conflicto social, a las luchas internas de poder y a las disputas regionales”.34 Según un grupo de expertos

30. Para un análisis reciente del debate sobre seguridad y democracia, ver Richard Youngs, “Security through democracy. Between aspiration and pretence”, Documento de trabajo 103, FRIDE, octubre de 2010.

31. Sadiki (2009), op. cit.32. Steven Heydemann, “Upgrading Authoritarianism in the Arab World”, Analysis Paper 13, Saban Center, Brookings Institution, octubre de 2007.33. Youngs (2010), op cit.34. Daniel Brumberg et al, “In Pursuit of Democracy and Security in the Greater Middle East”, USIP Study Group Report, United States Institute for Peace, 2010.

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estadounidenses, al apoyar indirectamente estos procesos, la Administración Obama corre el riesgo de “repetir los mismos errores que cometieron las administraciones de la época de la Guerra Fría al apoyar dictaduras de la derecha, hasta que éstas fueron derro-tadas por las fuerzas radicales”.35

No es el propósito de este documento hacer un repaso de todos los riesgos para la esta-bilidad en una región tan frágil y compleja como MENA. Pero tras analizar los próxi-mos cambios generacionales en los gobiernos de diversas repúblicas árabes, así como sus dilemas, modelos y distintos escenarios, podemos identificar una serie de factores decisivos que determinarán el grado de riesgo de desestabilización que podría surgir de las sucesiones orquestadas aquí examinadas.

Los sucesores deberán buscar fuentes de legitimidad alternativas con el fin de reducir su dependencia. Al contrario de muchos de sus predecesores, cuya legitimidad proviene de su papel en la lucha independentista, la nueva generación de “herederos” no cuenta con una legitimidad clara. Con relación a las repúblicas post-soviéticas, Hale demuestra cómo la opinión pública fue el factor más relevante para el éxito o fracaso de las suce-siones. En los países de las “revoluciones de colores”, las divisiones de las élites antes de la sucesión dieron lugar a la apertura en países autocráticos donde se creía no había esperanzas de cambio.36 Mientras que hoy en día existen muchos factores que limitan el impacto de la opinión pública en la región MENA, en muchos países se ven cada vez más campañas en contra de las sucesiones hereditarias y la oposición extiende el uso de Internet para expresar sus posturas. Quizás las sucesiones orquestadas sin legitimidad podrían estar llegando a su fin. La “Primavera Árabe” y los debates sobre la democrati-zación han dejado su huella y una nueva generación de activistas ha surgido con muchas más demandas y recursos.

Por tanto, los sucesores cuya legitimidad no provenga de un proceso de elecciones justas y libres deben recurrir a otras fuentes para justificar su gobierno, como por ejemplo, el nacionalismo árabe, el islamismo, sentimientos anti-estadounidenses o anti-occidentales, la guerra o, en el mejor de los casos, logros tangibles en materia de desarrollo económico y/o político. Exceptuando esta última, todas las demás opciones conllevan riesgos sustanciales para los intereses occidentales. A un gobernante que haga uso de cualquiera de esos métodos para conseguir legitimidad probablemente no le interesará cooperar de manera constructiva con Occidente. Sería mejor para los intereses occidentales en el largo plazo –y para los ciudadanos de la región– si Occi-dente ayudara a los posibles nuevos gobernantes a alcanzar la legitimidad democrática a través de un proceso de cambio genuino.

Las sucesiones ilegítimas podrían dar lugar a protestas, disturbios y violencia. La frustración, en particular entre los jóvenes en algunas partes de la región, está llegando a su límite. La posible institucionalización de elecciones manipuladas y sucesiones or-questadas podría dar lugar a protestas violentas. Muchos consideran el próximo cambio generacional en el liderazgo de la región MENA una oportunidad única para el comien-zo de una nueva era. Pero una sucesión hereditaria acabaría con todas esas esperanzas y las consecuencias de ello son imprevisibles. Una caída constante del precio de los

35. Michele Dunne y Robert Kagan, “Obama needs to support Egyptians as well as Mubarak”, The Washington Post, 4 de junio de 2010. Ver también Sadiki (2010), op. cit.

36. Hale (2005), op. cit.

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hidrocarburos y un aumento del precio del trigo incrementarían aún más el riesgo de disturbios y protestas en muchos países. La ausencia de reformas económicas y políticas y la polarización social ya han propiciado una guerra civil violenta en la región, y po-dría dar lugar a otra si la gobernanza estática, corrupta e irresponsable, sancionada por elecciones manipuladas, se convierte en la norma. Los regímenes de la región tendrían dificultades para contener la disidencia y las élites podrían no soportar los altos costes políticos del uso de la violencia que haría falta para controlar las protestas. Egipto re-presenta un test decisivo en este sentido.

La exclusión de los islamistas del juego político podría ser contraproducente e instar su retirada y re-radicalización. Hasta ahora, los regímenes árabes autoritarios han conseguido contener la oposición, la sociedad civil y los islamistas mediante una estrategia que consiste en dividir y gobernar, apoyados por sus imponentes aparatos de seguridad. Y Occidente lo ha aceptado, dado que supuestamente la única otra alternativa sería una revolución teo-crática. El atractivo de las formas más radicales del islamismo aumenta en entornos donde se suprime constante y violentamente cualquier demanda popular por una representación democrática. Las aspiraciones de los movimientos islamistas moderados de participar en la política a través de procesos electorales se ven cada vez más frustradas y, para ellos, es cada vez más difícil convencer a sus seguidores de la utilidad de participar en dichos procesos. La re-radicalización ya ha empezado en algunos lugares.

Muchos analistas han hecho hincapié en enumeras ocasiones en que la mejor forma de luchar contra la re-radicalización islamista es testar su valía en el gobierno. Pero los regímenes actuales de la región no están interesados en este experimento, puesto que les privaría de una de sus mejores formulas para complacer a Occidente: “islamista = extremista”. Si Europa y Estados Unidos de verdad desean reducir el riesgo de una nue-va revolución teocrática, deben hacer todo lo posible para mantener el islam político dentro del sistema de contestación política. El islam político está aquí para quedarse como una de las principales corrientes políticas de Oriente Medio. En el futuro, será imposible evitar cierta forma de participación islamista en los gobiernos de la región. Y la evolución de la relación entre los grupos islamistas y los gobiernos de Oriente Medio y Norte de África en los próximos años será decisiva en este sentido.

La perpetuación del ciclo de liberalización y represión podría dejar a la región en un estado de fragilidad permanente. Los ciclos de apertura y cierre del espacio de la opinión pública no están simplemente dando lugar a una especie de “inestabilidad” aleatoria, sino que están generando fases de fragilidad predecibles, creadas por el pro-pio sistema de “presidencialismo patronal”.37 La gobernanza irresponsable, junto con la precariedad económica y las expectativas exageradas, aumentará aún más la brecha entre las élites gobernantes y la sociedad. Esto contribuye a aumentar el atractivo de los elementos radicales, incrementando así el riesgo de que el sistema se desmorone en un momento dado, ya sea debido a una revolución, al terrorismo o una guerra civil. En este sentido, el caso de Argelia, que a menudo se considera como ejemplo en contra de la participación democrática en Oriente Medio, demuestra todo lo contrario: que es necesario romper esos ciclos mediante la participación inclusiva y la reforma política antes de que el sistema esté a punto de desmoronarse.

37. Ibíd.

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Conclusiones

Ante la ola de sucesiones republicanas orquestadas, es todavía posible reducir los riesgos de inestabilidad provenientes de estos cuatro factores (entre otros). Pero

la clave está en la región, no en Occidente. A medida que surgen nuevos actores en la escena mundial y regional, Estados Unidos y la UE ven cómo su influencia relativa en Oriente Medio disminuye rápidamente, así como su capacidad para dirigir las tenden-cias de la región. No obstante, dentro de su limitada influencia Occidente todavía puede intentar cambiar la balanza a su favor.

Muchos consideran arriesgado apoyar la libre elección en una región tan frágil como Oriente Medio y Norte de África. De hecho, ningún cambio político está libre de cierto nivel de incertidumbre. La transición de una era a otra requiere de un liderazgo político que pueda asumir riesgos en el momento adecuado. Ante el inevitable cambio generacio-nal en las presidencias de la región MENA, la UE y Estados Unidos deben decidir cuál será su visión para Oriente Medio en el largo plazo: inestabilidad o seguridad sostenible.

Las sucesiones actuales y las anteriores indican que la continuidad no implica estabilidad. Ciclos constantes de autocracias liberalizadas y des-liberalizadas sólo generan inestabili-dad, no la contienen. Precisamente debido a que los procesos descontrolados de trans-formación corren el riesgo de producir resultados inesperados, las políticas occidentales deberían apoyar un proceso de transformación democrática gradual pero sistemática y profunda, dirigida a minimizar los costes de la reforma para las élites clave. Las políticas actuales de Occidente en la región se basan en un modelo estático de estabilidad a través de la contención, que ya ha fracasado en el Este de Europa y no asegurará la seguridad en el Sur. Estados Unidos y la UE se han dejado engañar por las experimentadas élites autocráticas al suponer que la apertura política en algunos gobiernos de la región MENA forma parte de un proceso de “transición” sostenida a la democracia. El apoyo tácito de Occidente a los ciclos de reforma “desde arriba” típicos de la Guerra Fría, la gobernanza estática y la contención podrían dar lugar a graves disturbios en la región en el futuro.

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Kristina KauschSucESIONES ORquEStAdAS y estabilidad eN el muNdo árabe

103 Alcanzar la seguridad mediante la democracia: Entre la aspiración y la pretensión, Richard Youngs, Octubre 2010102 El fin de la condicionalidad democrática, Richard Youngs, Septiembre 2010101 El Golfo en el nuevo orden internacional: ¿una potencia emergente olvidada?, FRIDE, Septiembre 2010100 Cómo revitalizar la ayuda a la democracia: la perspectiva de los receptores, Richard Youngs, Junio 201099 La Asociación Oriental de la Unión Europea: Un año de retrocesos, Jos Boonstra y Natalia Shapovalova,Mayo 201098 La UE y el círculo vicioso entre pobreza y seguridad en América Latina, Susanne Gratius, Mayo 201097 The Gulf takes charge in the MENA region, Edward Burke and Sara Bazoobandi, Abril 201096 Is there a new autocracy promotion?, Peter Burnell, Marzo 201095 ¿Cambio o Continuidad? La política estadounidense hacia Oriente Medio y sus implicaciones para la Unión Europea, Ana Echagüe, Marzo 201094 Las políticas europeas de resolución de conflictos: una construcción de la paz truncada, Fernanda Faria y Richard Youngs, Marzo 201093 Por qué la Unión Europea necesita una política más amplia hacia Oriente Medio, Edward Burke, AnaEchagüe y Richard Youngs, Febrero 201092 A New Agenda for US-EU. Security Cooperation, Daniel Korski, Daniel Serwer and Megan Chabalowski,Noviembre 200991 El dilema de la construcción del Estado en Kosovo: La fragilidad en un Estado cuestionado, Lucia Montanaro, Octubre de 200990 El “soldado-diplomático” en Afganistán e Irak, Edward Burke, Septiembre de 200989 La empresa como actor de la reconstrucción post bélica, Carlos Fernández y Aitor Pérez, Agosto de 200988 A criminal bargain: the state and security in Guatemala, Ivan Briscoe, Septiembre 200987 Informe de Estudio de Caso: La respuesta humanitaria española a la temporada de huracanes de 2008 en Haití, Velina Stoianova y Soledad Posada, Julio de 200986 Evaluaciones de gobernanza y rendición de cuentas interna: Contribuir al debate nacional y cambiar lasprácticas de ayuda, Stefan Meyer, Junio de 200985 Tunisia: The Life of Others. Freedom of Association and Civil Society in the Middle East and North Africa,Kristina Kausch, Junio 200984 ‘Strong Foundations?’: The Imperative for Reform in Saudi Arabia, Ana Echagüe and Edward Burke, Junio 200983 Women’s political participation and influence in Sierra Leone, Clare Castillejo, Junio 200982 Defenders in Retreat. Freedom of Association and Civil Society in Egypt, Kristina Kausch, Abril 200981 Angola: ‘Failed’ yet ‘Successful’, David Sogge, Abril 200980 Impasse in Euro-Gulf Relations, Richard Youngs, Abril 200979 La división del trabajo internacional: Desafiando al paradigma de la asociación. Marco analítico ymetodología para los estudios de país, Nils-Sjard Schulz, Febrero 200978 Violencia urbana: Un desafío al fortalecimiento institucional. El caso de América Latina, Laura Tedesco,Febrero 200977 Desafíos económicos y Fuerzas Armadas en América del Sur, Augusto Varas, Febrero 200976 Building Accountable Justice in Sierra Leone, Clare Castillejo, Enero 200975 Plus ça change: Europe’s engagement with moderate Islamists, Kristina Kausch, Enero 200974 The Case for a New European Engagement in Iraq, Edward Burke, Enero 200973 Proyecto de investigación sobre ciudadanía inclusiva: Metodología, Clare Castillejo, Enero 2009

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