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    el secuestro fue el umbral crtico de revisin de la paleta de castigos considerados

    tolerables, el punto de apertura de nuevas instancias de presin social sobre el estado.

    Transformado por el periodismo en una gran historia nacional, el secuestro de los treinta

    fue, en fin, motivo escenificador y re-articulador de otros grandes temas del debate

    pblico en el momento de crisis del liberalismo.

    Titulares

    En la dcada del treinta, una sucesin de grandes casos - Favelukes y Ayerza (1932),

    Martin (1933), Pereyra Iraola (1937), y Stutz (1938), entre otros instal el secuestro

    en las conversaciones de los argentinos.3 No se trataba de un crimen nuevo: en las

    primeras dcadas del siglo, la prctica del rapto extorsivo era bien conocida en algunas

    comunidades santafesinas sometidas a la influencia de redes mafiosas de origen

    siciliano, pero si bien hay evidencia abundante de esta prctica, su evolucin resulta

    difcil de cuantificar. Las escasas estadsticas de la Polica de la Capital y de las

    provincias son parcas y rudimentarias. Ninguna categora especfica fue creada para

    describir la evolucin del secuestro, de modo que, segn terminara en homicidio o no,

    caa entre los crmenes contra las personas que abarcaban una amplia variedad de

    ofensas. Si se trata de identificar una tendencia propia del perodo, s es posible

    distinguir sobre un (incierto) fondo en la evolucin de la cantidad de delitos, el aumento

    indiscutible de ciertas modalidades delictivas. As pues, el gran secuestro de los aos

    treinta fue descrito como una manifestacin particular del incremento global del crimen

    en bandas, y en este contexto, fue pensado como parte de un continuum de asaltos a

    mano armada y operativos de implementacin ms o menos compleja, cuya

    espectacularidad les aseguraba un lugar cotidiano en la prensa. Aunque muchos diarios

    vean en la repeticin de estos episodios un resultado directo de la abolicin de la pena

    de muerte en el Cdigo Penal sancionado en 1922, ella era un subproducto - noexclusivamente argentino - del aumento de la disponibilidad de bienes de consumo y de

    3 En su libro sobre la historia de la mafia, Osvaldo Aguirre ha hecho una reconstruccin minuciosa dealgunos de estos crmenes, que presenta como el punto de llegada y de crisis de una larga evolucin de lamafia siciliana que operaba con base en Rosario desde principios de siglo. Este anlisis, cuyosinterrogantes centrales son ajenos a la historia interna del submundo mafioso, se apoya en datos sobre loscasos Favelukes y Ayerza provenientes de dicha investigacin. Los clebres casos de Eugenio PereyraIraola y Marta Ofelia Stutz (1937 y 1938), que involucraron la desaparicin y asesinato de nios, no

    parecen haber tenido relacin con la escalada de secuestros mafiosos de principios de la dcada. Osvaldo

    Aguirre,Historias de la mafia en la Argentina, Buenos Aires, Aguilar, 2000. Aguirre ha hecho unresumen de stos y otros casos en: Secuestros extorsivos en la Argentina, Todo es Historia, septiembre2004, pp. 6-20.

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    la modernizacin de la infraestructura estatal. El acceso a automviles estandardizados

    (por ende, difcilmente identificables), la profusin de armas de fuego automticas y la

    expansin de la red de carreteras (que permitan huir a toda velocidad despus de cada

    golpe) fueron condiciones materiales de posibilidad del pistolerismo de los treinta.4

    Inmersa en una red de representaciones y debates en torno a este fenmeno, la repentina

    visibilidad social del secuestro no fue funcin del inicio, o siquiera del aumento de una

    prctica delictiva, sino de su descubrimiento periodstico, que comenz solamente con

    el rapto de personajes de la alta sociedad portea, el 4 de octubre de 1932. Acudiendo a

    una cita de atencin domiciliaria de un paciente desconocido, un prestigioso mdico de

    la comunidad juda, Jaime Favelukes, fue atrapado en una casa en pleno centro de

    Buenos Aires, de donde desapareci. Horas despus, su joven esposa reciba una carta

    pidiendo cien mil pesos de rescate. Como las pistas sobre la identidad de los

    secuestradores eran tenues, y la pesquisa oficial no tena rumbo fijo, las hiptesis ms

    diversas comenzaron a competir en la calle, en un contexto de duda e incredulidad con

    respecto al alcance real de la amenaza: Es posible se pregunta la ciudad que den

    muerte a un hombre porque no se le quiera entregar dinero a cambio?5

    Ante el silencio desorientado de las autoridades, todo el repertorio de personajes

    delictivos de poca se activ rpidamente. En primer lugar, los anarquistas, cuya

    imagen criminosa tena una rica genealoga en la cultura argentina, tal como muestra

    Pablo Ansolabehere en este mismo volumen. El reciente fusilamiento de los anarquistas

    expropiadores Severino Di Giovanni y Paulino Scarf (febrero de 1931), ejecutados en

    el contexto de una ola nacionalista anti-inmigratoria, haba reactivado algunos viejos

    temas del anarquista peligroso. Que en su lucha por reconquistar bienes de la

    burguesa los anarco-delincuentes de los treinta practicaran el asalto a bancos y lafalsificacin de moneda, pero no el secuestro, no impidi que la explicacin hiciera su

    camino, y que gracias a una filtracin de la polica a los diarios, tuviera incluso un breve

    momento de triunfo. En un espectacular operativo meditico, se anunci que Favelukes

    4 Entre fines de la dcada de 1920 y principios de la siguiente, laRevista de Policapublic innumerablesartculos describiendo este fenmeno. Ver la serie La criminalidad en auge,Revista de Polica, 16 deenero de 1933, p. 38; 1 de febrero de 1933, p. 78; 1 marzo de 1933, p. 147; 1 de abril de 1933, p. 236.Adems de ser escasas, rudimentarias y discontnuas, las estadsticas de la Polica de la Capitalreproducen muchos de los problemas de interpretacin propios de la tradicional prctica de manipulacin

    de los datos por las autoridades policiales que las elaboran, mxime cuando de dichos nmeros dependasu futuro en la institucin.5 Horas de angustia, Crtica, 5 de octubre de 1932, p. 2.

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    estaba en manos de Astolfi y Romano (compaeros de Di Giovanni) en una cabaa del

    Delta, y que todo el pas podra seguir, desde la radio y los diarios, el operativo de

    rescate. Al da siguiente, los lectores se enteraban, confusamente, que en lugar de un

    reducto libertario se haban encontrado ranchos deshabitados y viviendas de humildes

    pobladores. La pista fue abandonada.6

    Otra hiptesis se interesaba en los sujetos que por su aspecto parecan ser rusos, segn

    deca La Prensa siguiendo otro modelo de delincuente que tambin tena ecos anti-

    inmigratorios (y antisemitas). En 1930, Favelukes, director del Hospital Israelita, haba

    sido testigo en los juicios que condenaron a la Zwi Migdal, antigua organizacin juda

    responsable de miles de casos de trata de blancas. Un arreglo de cuentas en el interior de

    la comunidad juda conectara el misterioso secuestro a los recientes titulares sobre

    redes tnicas del crimen.7 Pero en otros rincones de los mismos diarios se perfilaba una

    explicacin completamente diferente: el filantrpico mdico habra urdido su

    autosecuestro. Esta hiptesis ensombreci los das posteriores a la reaparicin de

    Favelukes, el 9 de octubre.8

    Una multitud se congreg en la puerta de la casa del protagonista del misterioso crimen.

    La gente quera verlo de cerca, saludar el desenlace feliz del caso y escuchar las

    palabras pblicas de agradecimiento del Dr Favelukes por el apoyo popular. La fiesta

    meditica que sigui a este encuentro entre el pblico y el mdico raptado incomod a

    algunos testigos. El alegre secuestrado (as llamaba Roberto Arlt a Favelukes en sus

    Aguafuertes deEl Mundo) era la nueva vedette de los diarios y la radio:

    Tan alegre el desarrollo del delito que ms que un secuestro parece unafrancachela jovial, en la cual el secuestrado, con el apoyo de los peridicos y delas broadcastings, transmite al pas sus satisfactorias impresiones, como ocurreen las novelas de Edgar Wallace. Lo nico que falta ahora es que aparezcan los

    6El Mundo, 8 de octubre de 1932, p. 8;La Nacin, 7 de octubre de 1932, p. 1; Crtica, 7 de octubre de1932, p. 1. Sobre los anarquistas expropiadores: Osvaldo Bayer, Severino Di Giovanni. El idealista de laviolencia, Bs As, Planeta, 1998, cap. VI.7 Por entonces, la trata internacional de blancas ya haba hecho su camino de las pginas policiales a lassecciones de entretenimiento de la prensa popularCrtica cultivaba la nueva fascinacin por el crimenorganizado en el folletn ilustrado Los trituradores de manos, cuyos hroes luchaban contraconspiraciones internacionales al servicio de la explotacin de mujeres inocentes. Crtica, diciembre de1932.8 La versin de los hechos ofrecida por Favelukes no se ajustaba a las expectativas del pblico, y por unos

    das, su propia inocencia pareci cuestionada. Su resistencia a admitir maltrato de parte de sus captores, yalgunas contradicciones en su reconstruccin del crimen sembraron vagas sospechas de complicidad de lavctima. Favelukes lo habra simulado, Crtica, 11 de octubre, p. 1.

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    secuestradores y que, como el doctor Favelukes, soliciten, y con idnticoderecho que ste, retratos en los diarios y reportajes en las radios, y se vayan, enpatota, a visitar al ministro del Interior.9

    Mientras Favelukes posaba para los fotgrafos y conceda entrevistas sobre su odisea, el

    asesinato del corresponsal del diario Crtica en Rosario, Silvio Alzogaray, confirmaba

    la pista de las mafias sicilianas, sobre la que este periodista haba insistido desde el

    principio del caso. Las razones del asesinato de Alzogaray nunca fueron del todo

    esclarecidas. Se habl de su intento de extorsionar al capo mafioso Juan Galiffi

    pidiendo una suma de dinero a cambio de una serie de documentos comprometedores.

    Simulando aceptar, los mafiosos concertaron una entrevista y lo acribillaron a balazos

    cuando el periodista se dispona a entregar la evidencia recolectada, dice dicha versin.

    Alzogaray haba comenzado a ventilar datos con respecto a las prcticas corruptas de la

    polica santafesina, sostienen otros, y saba demasiado sobre las conexiones entre

    diversas familias de la mafia.10 En cualquier caso, la hiptesis mafiosa era inevitable

    para un cronista familiarizado con la trama del crimen en esa ciudad, donde bandas

    organizadas practicaban la extorsin y el asesinado desde haca dos dcadas. Algunos

    de estos episodios haban llegado a los diarios porteos, pero el perfil de las vctimas

    (cocheros, comerciantes de comunidades chicas o medianas) las mantuvo fuera del

    escrutinio del gran pblico. El homicidio de un periodista de la seccin policiales delprincipal diario del crimen sugera un cambio en la escala y la exposicin de las

    operaciones, y apuntaba directamente a Juan Galiffi (Chicho Grande), cuya identidad

    Alzogaray lleg a revelar poco antes de su muerte. Concentrada la pesquisa en esta

    pista, el 15 de octubre los diarios exhiban, en grandes fotografas formato policial, la

    identidad de los responsables del extrao secuestro del Dr Favelukes, todos miembros

    de una red mafiosa siciliana.11 Inesperadamente, el xito de la pesquisa se vio opacado

    por la noticia de otro gran secuestro, que en poco tiempo se transform en cuestinnacional: entre el 25 de octubre de 1932 y el 21 de febrero de 1933, la opinin pblica

    vivi pendiente de las novedades del joven Abel Ayerza, raptado durante una estancia

    en el campo.

    9 El alegre secuestrado,El Mundo, 13 de octubre de 1932, p. 6.10 Gustavo Germn Gonzlez, legendario periodista de la seccin policial de Crtica, es quien afirma quela muerte de Alzogaray se debi a su intento de extorsionar a Galiffi. Ver:El Hampa portea. 55 aosentre policas y delincuentes, Bs As, Prensa Austral, Tomo n1, p. 66. Osvaldo Aguirre cuestiona dicha

    hiptesis en:Historias de la mafia, p. 296.11 Los responsables directos del secuestro de Favelukes fueron Vicente Tomaselli, Salvador Criarenga yVicente Carlese.

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    Hijo de una tradicional familia catlica de Buenos Aires y de un mdico de gran

    prestigio, estudiante de medicina y miembro de la organizacin paramilitar uriburista

    Legin Cvica, Abel Ayerza estuvo desaparecido durante casi cuatro meses. De los tres

    acompaantes dos amigos y un pen que conduca el vehculo - solamente Santiago

    Hueyo (hijo del Ministro de Hacienda del gobierno de Justo) fue capturado y liberado

    horas despus en las cercanas de Rosario. Gracias al precedente de los casos Favelukes

    y Alzogaray, y los datos aportados por Hueyo, la hiptesis de un secuestro mafioso se

    impuso de entrada, y con ella la presin de la prensa sobre la (cuestionada) polica

    santafesina. Para contrarrestar su imagen corrupta e ineficaz, las autoridades

    desplegaron espectaculares allanamientos a domicilios con conocidas conexiones

    mafiosas, exhibiendo ametralladoras en el techo de los camiones y profusin de armas

    largas. Tres aviones de la base de El Palomar sobrevolaron la zona del crimen. Se

    multiplicaron las detenciones. Las entradas y salidas de Rosario fueron sometidas a

    estricto escrutinio policial, los autos que las transitaban detenidos y sus conductores

    requeridos de documentacin. Despliegue intil: das, semanas y meses transcurrieron

    sin novedades de Ayerza. Despus de innumerables pistas falsas y acusaciones mutuas,

    la polica de Buenos Aires intervino, sin avances de pesquisa sustantivos. Las

    sensacionales noticias iniciales fueron cediendo el paso a notas ms discretas, que

    pasaron al interior de los diarios. El caso fue ingresando gradualmente en un enrarecido

    comps de espera.

    Las historias sobre la suerte del joven Ayerza ocuparon muchas conversaciones de aquel

    verano del 32 al 33. Anuncios radiales sobre su aparicin precipitaron prematuras

    celebraciones con sirenas y bombas de estruendo. Aqu y all aparecan botellas con

    mensajes del secuestrado, puestos en circulacin por bromistas. El popular radioteatroRonda Policial difundisketchs dramatizando la desaparicin del hijo de una familia

    de Buenos Aires, y el triunfo de la ley sobre los misteriosos malhechores.12 La figura

    del secuestro se transform en metfora del mundo poltico: la oposicin anti-justista

    hablaba del secuestro de la democracia argentina a manos de los polticos

    conservadores, que mantenan maniatada a la gran rehn de la poltica, la Ley Senz

    12

    La Maffia, El secuestro, en: Corts Conde y Garca Ibez,Ronda Policial. Episodios, Sketchs yGlosas Teatralizadas para el micrfono, Bs As, Ed. Verbum, 1934, Biblioteca de Radio Teatro, vol. 3, p.127.

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    Pea. Mientras tanto, no haba rastros de Ayerza, a pesar de los insistentes rumores

    sobre el pago del rescate. Una vez ms se insinuaba la hiptesis de un autosecuestro:

    quizs se estaba escondiendo, aventuraban algunos. Quizs se haba ido de viaje a

    Europa, mofndose de la preocupacin general. Quizs todo esto no era ms que una

    broma de nios desocupados.13

    El descubrimiento del cadver de Abel Ayerza, el 21 de febrero, oper como la

    detonacin de una bomba social. Manifestaciones espontneas de dolor y simpata se

    multiplicaban en todas las estaciones por las que pas el tren que transportaba el cajn

    con sus restos desde Crdoba, donde fue hallado, a Retiro, donde lo esperaban

    representantes oficiales, personalidades de nuestros crculos sociales, universitarios y

    deportivos, altos jefes del ejrcito, amigos del extinto, mujeres y hombres del pueblo.14

    El coche que llevaba los restos del joven asesinado se desplaz lentamente entre la

    multitud. A su paso, se arrojaban flores y se juraba venganza, se lloraba y se insultaba,

    haba crisis de nervios y desvanecimientos.

    En las aceras, en los balcones, en las puertas de calle, en los refugios de la calzada,

    muchas familias y gentes del pueblo formaron cordn al paso de la comitiva, dicen las

    crnicas del cortejo fnebre. Miembros uniformados de la Legin Cvica hicieron

    guardia junto al fretro. Uno de los oradores, ahogado de emocin, slo atin a gritar

    con los puos en alto Abel Ayerza, sers vengado!. Los dems discursos combinaron

    el recogimiento piadoso con denuncias de la inmigracin indiscriminada y de las

    blanduras del nuevo Cdigo Penal. Hablando en nombre de la familia, Juan Antonio

    Bourdieu acus al estado de complicidad con el crimen, y llam a la militarizacin de

    los ciudadanos desprotegidos:

    Apostmonos a la propia defensa. Si la sal pierde su sabor, dice el Evangelio, con quse salar? Si los encargados de defendernos pactan con el delito, llevndonos as a unaregresin que destruya hasta los fundamentos de la organizacin social, seamos nosotrosmismos los que nos defendamos contra unos y otros: contra los protegidos y contra susprotectores.15

    13 La Bella Secuestrada, Crtica, 19 de octubre de 1932, p. 18; Qu hay del secuestro de AbelAyerza?, Crtica, 14 de diciembre de 1932, p. 9; Abel Ayerza se oculta?, Crtica, 29 de diciembre de

    1932, p. 7.14La Nacin, 24 de febrero de 1933, p. 7.15 Ibidem, p. 5.

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    Otra figura de las fuerzas de choque uriburistas, Alfredo Villegas Orom, cerr la

    ceremonia demandando leyes ms represivas del delito. Bajo esa consigna, la multitud

    se encamin a la Plaza de Mayo.

    Los secuestradores de Ayerza, que estaban efectivamente vinculados a la banda de Juan

    Galiffi, fueron detenidos y encarcelados en abril de ese mismo ao. Recin en julio de

    1939, la Cmara de Apelaciones dio a conocer la sentencia definitiva: prisin perpetua

    para los cinco ejecutores directos, y condenas de diez, nueve y siete aos para los co-

    autores. Galiffi fue deportado el 17 de abril de 1935. El arresto de su clebre hija gata,

    en mayo de 1939, simboliza el ocaso de las mafias sicilianas en la Argentina.16

    Lenguajes y protagonistas de la crnica del crimen

    El sensacional secuestro de los jvenes Hueyo y Ayerza,Caras y Caretas, 29 de octubre de 1932

    La escena se despliega en torno al automvil, objeto fetiche de la sociedad de consumode los treinta y protagonista de todo un imaginario del crimen moderno. Con la luz

    irradiando desde el centro, un grupo de actores de rostro oculto, traje cruzado y

    sombrero apuntan sus armas largas a las siluetas de las vctimas, recortadas a contraluz.

    As recreaba Caras y Caretas los momentos ms espectaculares del crimen de Ayerza,

    16 Las condenas fueron: prisin perpetua para Romeo Capuani, Jos La Torre, Vicente y Pablo Di Grado(que ocultaron a la vctima) y Juan Vinti (que aparentemente la asesin), por secuestro extorsivo y

    homicidio calificado; diez aos a Pedro Gianni; nueve a Salvador Rinaldi (luego deportado a Italia) yMara Fabella; siete a Graciela Marino, como coautores de secuestro extorsivo. Aguirre,Historias de lamafia, p. 360.

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    cuando la escasa informacin sobre el caso permita mezclar libremente, en imgenes

    empapadas de resonancias cinematogrficas, noticia, ficcin y entretenimiento.

    Las exuberantes crnicas policiales de la prensa popular de los aos treinta desafan la

    sensibilidad del lector contemporneo. Su repertorio de recursos grficos y narrativos,

    ficticios y documentales, conflua en sinfonas cacofnicas que exhiban el caos de la

    ciudad mientras alimentaba la sensacin de confusin y pequeez del pblico mediante

    shocksperceptivos permanentes.17 Ese abigarrado collage de texto e iconografa tena su

    sede en diarios y revistas cuyas tiradas llegaban a los centenares de miles de ejemplares.

    El impacto de los diarios tabloide en sus primeras tres o cuatro dcadas desde el

    Daily News de 1919 - es algo que podemos imaginar con mucha dificultad, dice Luc

    Sante, llamando la atencin sobre la falta de competencia que en Estados Unidos (como

    en Argentina) los diarios populares enfrentaban para definir los trminos simblicos del

    crimen.18 Buenos Aires tena una aeja tradicin en este gnero. Aunque su historia nos

    es aun mal conocida, sabemos que remontaba al menos al diario Tribuna y que en la

    dcada de 1870 continu en La Revista Criminal, analizada por Mximo Sozzo en este

    volumen. Con la vuelta del siglo, los principales diarios desarrollaron una crnica del

    homicidio modelada sobre los grandes casos cubiertos por la prensa francesa,

    reproducidos gracias a la introduccin del telgrafo. Verdadera moda periodstica, esa

    crnica combin fuerte influencia de la literatura naturalista y prstamos abundantes (si

    no ortodoxos) de la terminologa medicalizada de la criminologa positivista.19 En la

    dcada de 1920, la espectacularizacin de la noticia del crimen adquiri dimensiones

    diferentes. La Nacin y La Prensa, pioneros de la nota roja finisecular, cedieron la

    cobertura estelar de estas noticias a nuevos diarios populares:La Razn, Ultima Hora y

    muy especialmente, Crtica, que hara de su show de la truculencia y el melodrama unaimagen de marca. La historia del crimen tambin se desarroll en los nuevos magazines

    17 Ben Singer ha visto en el hiperestmulo de la prensa sensacionalista un aspecto de la dimensinneurolgica de la emergencia de la modernidad, puntuada por losshocks fsicos y perceptivos del mediourbano. Ben Singer, Modernity, Hyperstimulus, and the Rise of Popular Sensationalism, en: LeoCharney y Vanessa R. Schwartz, Cinema and the Invention of Modern Life, Berkeley, University ofCalifornia Press, 1995, p. 72.18 Luc Sante, Introduction, in:New York Noir. Crime Photos From the Daily News Archive, NuevaYork, Rizzoli, 1999, p. 7. Aunque el formato tabloide fue relativamente excepcional en la Argentina (enBuenos Aires slo lo adoptaronEl Mundo y en los aos treinta el diario catlicoEl Pueblo), este tipo de

    diario constituy un referente de la prensa popular portea.19 He analizado la crnica finisecular del crimen en: Caimari,Apenas un delincuente, cap. 5. SobreTribuna: Alvaro Abs,El crimen de Clorinda Sarracn, Bs As, Sudamericana, 2003.

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    ilustrados: el ms importante, Caras y Caretas, le reserv un lugar a lo largo de toda su

    historia de cuatro dcadas, que se inici en 1898.20

    Como comprobaron rpidamente los editores, el gran potencial de entretenimiento de

    las historias del delito se multiplicaba cuando dichas historias incluan imgenes, esas

    fotografas ruidosas y chocantes separadas de los hechos por unas pocas horas. 21 Su

    modelo era el gran tabloide norteamericano, cuyos fotgrafos recorra la ciudad

    buscando el plato del da. Joseph Pulitzer, dueo del archipopularNew York Worldy

    pionero en la expansin de la penny press de principios del siglo, aseguraba que las

    fotos eran lo que permita lograr el objetivo de su diario: hablar a la nacin en lugar de a

    un selecto comit.22 Ms y ms competitivos, algunos de estos fotgrafos alcanzaron

    cierta mezclada celebridad. El ms famoso fue Arthur Fellig (Weegee), el primero en

    obtener un permiso para poseer una conexin a la radio policial que le permiti jactarse

    muchas veces de llegar a la escena del crimen antes que sus competidores. En una

    profesin en la que la suerte jugaba un papel central, Weegee llev hasta las ltimas

    consecuencias la obsesin por estar en el lugar indicado en el momento indicado. Su

    fantasa ltima era lograr fotografas del crimen mismo: Algn da voy a seguir a uno

    de estos sujetos de sombrero gris perla con mi cmara preparada, y voy a obtener la

    imagen del asesinato, adverta en su auto-celebratorio libro Naked City.23 Tal era

    tambin la fantasa de sus colegas de oficio, includos los que en Buenos Aires hacan

    malabares para lograr acceso a las imgenes del delito.

    La fotografa del crimen porteo tena antecedentes muy precoces en los grandes

    magazines ilustrados, comenzando por la pionera Caras y Caretas. All, el homicidio

    del momento conviva con los concursos de belleza infantil, las notas de sociedad, la

    20 Sobre Crtica: Sylvia Satta,Regueros de tinta. El diario CRTICA en la dcada de 1920, Bs As,Sudamericana, 1998, cap. 6; Caimari,Apenas un delincuente, cap. 6; sobre los inicios de Caras yCaretas: Eduardo Romano,Revolucin en la lectura.El discurso periodstico-literario de las primerasrevistas ilustradas rioplatenses, Bs As, Catlogos-El Calafate, 2004.21 La expansin de la fotografa estuvo vinculada a ciertos avances tcnicos: la introduccin de la lmparade flash, que permita mayor velocidad en el obturador, la progresiva transicin a la pelcula de acetatoque aceleraba la velocidad del film, las emulsiones ms sensibles, y la introduccin de cmaras ms

    pequeas que permitan disparar fotos en serie. Combinado a la nueva y ms rpida ptica, estosignificaba imgenes ms precisas y menos limitaciones. William Hannigan, News Noir, en:New York

    Noir, p. 19.22 Helen MacGill Hughes,News and the Human Interest Story, New Brunswick (EEUU), TransactionBooks, 1981, p. 221.23

    Weegee,Naked City, Nueva York, Da Capo Press, 1973, p. 78 (originalmente publicado en 1945).Sobre Weegee: V. Penelope Pelizzon y Nancy M. West Good stories from the Mean Streets: Weegeeand Hard-Boiled Autobiography, The Yale Journal of Criticism, vol. 17, n. 1, 2004, pp. 20-50.

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    celebracin de los avances de la ciencia, la stira poltica, las vistas de viaje, y mucho

    ms. Los fotgrafos de su crnica roja estaban en todas partes: retratando sospechosos,

    testigos, el arma asesina, el cadver, las manchas de sangre, los personajes oficiales y

    extra-oficiales de la pesquisa. Bajo el manto de su asociacin con un crimen, los objetos

    ms comunes de la ciudad - la fachada de una casa, un rbol, un auto o un zagun se

    imantaban de significados. Como a Weegee, a los fotgrafos de Caras y Caretas les

    faltaba solamente acceder a la imagen ms impactante, la del crimen mismo.

    Cuando estallaron los grandes casos de secuestro, haca varios aos que este obstculo

    era sorteado mediante la publicacin de escenificaciones abiertamente ficcionales, un

    recurso periodstico inspirado en la prctica de reconstruccin policial/judicial del

    crimen para los fines del proceso.24 Asaltos y asesinatos eran narrados en dos o tres

    escenas protagonizadas por actores que empuaban armas de fuego con la cara cubierta.

    La tradicional crnica roja, organizada en torno a la pesquisa, estaba mutando en un

    relato en el que el crimen era el centro, y a menudo la exclusividadde la noticia. Esta

    evolucin de la crnica era parte de una tendencia ms general de Caras y Caretas a

    recurrir a escenificaciones fotogrficas para representar instancias de violencia urbana

    con potencial espectacular: como las escenas de asaltos, las fotos que relataron el

    atentado al presidente Yrigoyen, o las que mostraban el momento exacto en el que un

    tren atropellaba a un auto que cruzaba las vas, apostaban a la multiplicacin del efecto

    de asombro yshockque produca la inmediatez de la imagen de la tragedia misma. Las

    representaciones fotogrfico-ficcionales de la violencia urbana incorporaban al viejo

    ejercicio periodstico del entretenimiento los nuevos lenguajes del espectculo. Y stos

    no eran otros que los lenguajes del cine: el medio que, reconocan muchos, mejor

    representaba el ambiente moderno de cambio y caos. Figuras enmascaradas, extras y

    montajes escnicos en bancos, domicilios particulares y calles del centro, recreaban paralos lectores los crmenes sensacionales de la gran ciudad.

    24 Ocasionalmente, la reconstruccin periodstica y la estatal eran la misma, y los lectores imaginaban elcrimen con las mismas fotografas con las que trabajaba la polica y la justicia.

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    Caras y Caretas, 14 de enero de 1933 Caras y Caretas, 4 de enero de 1930

    Sin la menor duda, los fotgrafos ms audaces - y los editores ms osados - eran los de

    Crtica, el diario ms emparentado al espritu del tabloid norteamericano. Con una

    tirada que superaba entonces los cien mil ejemplares diarios, mostraba el cadver del

    carnicero que se haba suicidado colgndose como una res, el de la anciana asesinada

    por asfixia, y tambin la cara de la mujer tajeada por su amante. Para cubrir el vaco de

    la imagen del crimen, Crtica convocaba a sus artistas plsticos: en sus pginas, la

    tragedia slo cobraba imaginariamente la forma dada por el ilustrador, dice Marcela

    Gen en su anlisis de los periodistas del dibujo.25 Las enormes ilustraciones

    hablaban por s mismas, o insertas en montajes que reconstruan la historia combinando

    dibujo con imgenes documentales obtenidas por los fotgrafos.

    25 Los dos dibujantes principales de la crnica policial de Crtica eran el caricaturista poltico DigenesMono Taborda, fallecido en 1926, autor de algunas imgenes legendarias del Peludo Yrigoyen, y el

    prestigioso Pedro de Rojas, ilustrador espaol que oper como mediador entre las tradiciones de prensailustrada europeas y las del Plata. En 1923, Crtica deca: en sus treinta y cinco aos de vida [Rojas] hareconstrudo ya ocho mil quinientos hechos graves (); Marcela Gen, Periodistas del dibujo.Representaciones de crmenes y delincuentes en el diario Crtica. Buenos Aires, 1925, Revista virtual

    IntercambiosNo. 6. Revista de Derecho Penal de la Especializacin de Derecho Penal y Criminologa-

    Facultad de Ciencias Jurdicas y Sociales, Universidad de La Plata, Junio 2003.http://www.jursoc.unlp.edu.ar. Un colorido perfil de Taborda en: Helvio Botana,Memorias. Tras losdientes del perro, Bs As, Pea Lillo, 1985, p. 44.

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    Crtica, 6 de octubre de 1932 Crtica, 24 de septiembre de 1932

    En los aos treinta, Crtica haba agregado a este concierto grfico un gnero nuevo: lahistorieta, tambin puesta a relatar los tramos de accin espectacular que escapaban a

    los fotgrafos: catstrofes ferroviarias, la fuga de los presos de la Crcel de Encausados

    o Una Dramtica Sucesin de Escenas Impresionantes eran narrados en series

    cotidianas de imgenes en secuencia.26 La historieta, entonces, tambin participaba del

    espectculo del crimen: el secuestro de Favelukes, el asesinato de Alzogaray, el

    fusilamiento de Ayerza, y escenas de muchos casos ms fueron materia de los cmics

    policiales de Crtica.

    Crtica, 23 de septiembre de 1932

    Como vimos, la gran crnica finisecular del crimen haba seguido el modelo de la

    crnica roja francesa, que llegaba a las redacciones de Buenos Aires gracias al flamante

    26 Crtica, 3 de octubre de 1932, p. 7. Para mediados de la dcada, la historieta argentina y lastraducciones de cmics norteamericanos circulaban masivamente en diarios y revistas, sin contar la

    difusin deEl Tony, primera publicacin consagrada al gnero que gan las calles en 1928. Un anlisispionero de este material en: Oscar Masotta,La historieta en el mundo moderno, Bs As, Paids, 1970, p.142.

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    telgrafo y era traducida para los diarios locales.27 Treinta aos ms tarde, el periodismo

    policial miraba a Estados Unidos. O mejor: a las historias del crimen mediadas por una

    cultura popular cada vez ms dominada por las industrias norteamericanas del

    entretenimiento. Circulaba en historietas, s. Y tambin, en traducciones de la literatura

    policial dura y la ficcin pulp. En los primeros aos de la dcada de 1930, indican J.

    Lafforgue y J. Rivera, se configura en Buenos Aires un pblico masivo consumidor de

    novelas detectivescas y policiales. El Magazine Sexton Blake, publicacin quincenal

    inspirada en lospulps norteamericanos e impulsada a partir de 1929 por la Editorial Tor,

    fue seguido de la Coleccin Misterio, distribuida por la misma editorial y ms tarde

    refundida en la Serie Wallace. Ambas colecciones pusieron al alcance de la mano

    traducciones de los nuevos autores del gnero. Las ms populares fueron las novelas del

    britnico Edgar Wallace - las mismas que inspiraron a Arlt su comparacin con los

    ribetes espectaculares del caso Favelukes. Su frmula estaba lejos de la sofisticada

    trama detectivesca de enigma, del policial resuelto en la biblioteca inglesa: Delito,

    sangre y tres asesinatos por captulo. El tiempo es as de enloquecido, deca el propio

    Wallace.28

    Por debajo y por encima del mundo de la historieta y la literatura policiales, en un juego

    de influencias mutuas capilarizado a muchos niveles, estaba el universo de Hollywood,

    que en las dcadas de 1930 y 1940 llev a la pantalla tantos ejemplos de esta ficcin.

    As como sus guionistas se basaban en las historias de la literatura policial de moda, los

    periodistas del crimen (y no pocos escritores) adoptaron recursos narrativos del cine. El

    lugar dominante que tena este medio como vehculo de representacin de emociones

    fuertes apenas necesita ser demostrado: baste un simple vistazo a las comparaciones

    constantes entre la trama desatada por los secuestros y la de los films que se estrenaban

    en las salas porteas: Suceso de cinematogrficos aspectos, Motivo autntico para

    27 La novela naturalista y los conceptos de la criminologa positivista, en su vertiente antropolgicalombrosiana, permearon la crnica del crimen desarrollada enLa Nacin yLa Prensa en los aos delentresiglo. Los sujetos que la protagonizaban, a menudo inmigrantes pobres, eran regularmenteexaminados mediante la antropometrasui generis del periodismo. Caimari,Apenas un delincuente, cap.5.28 El policial de enigma y la novela negra se difundieron en la dcada del cuarenta gracias a la SerieAmarilla de Tor, que en ejemplares baratos puso en circulacin las traducciones de J. S. Fletcher, SaxRohmer, Wallace, y tambin Conan Doyle, Edgar Allan Poe, Gaston Leroux y Georges Simenon. Paraentonces, los grandes maestros del hardboiled, Raymond Chandler y Dashiell Hammett, tambin habansido publicados en castellano, en diversas colecciones del gnero y en la revistaLeopln. Cuando Borges

    y Bioy Casares lanzaron la legendaria serie El Sptimo Crculo, en 1945, iniciaron un largo proceso dedignificacin intelectual de un gnero por entonces ya muy difundido en Buenos Aires. Jorge Lafforgue Jorge B. Rivera,Asesinos de papel. Ensayos sobre narrativa policial, Bs As, Colihue, 1996, pp. 14-15.

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    un film emocionante, Golpe de audacia verdaderamente cinematogrfico. La

    comparacin tambin funcionaba en sentido inverso, pues los sucesos y personajes

    delictivos de la realidad eran presentados en relacin a su potencial de traduccin al cine

    o la literatura: al relatar (en historieta) la fuga de un delincuente de la crcel de Rawson,

    Crtica titulaba El Cinematgrafo Perdi una de las Escenas Ms Interesantes al Dejar

    de Filmar la Fuga de Claps; y desde su columna en El Mundo, Roberto Arlt lamentaba

    que el ladrn Torriglia utilizara su gran capacidad inventiva para planear golpes dignos

    de la imaginacin de Edgar Wallace, en lugar de conseguirse un editor y canalizar dicho

    potencial escribiendo novelas policiales.29 Algunos tramos de los casos eran

    directamente plasmados, Como un Film, en sucesiones de pequeos dibujos montados

    en una cinta que imitaba al celuloide: as circul la historia del fracasado rescate de

    Favelukes en el Delta, encarnada en personajes de pesquisa jvenes e inexpresivos, con

    rasgos esbozados en esquema de madera. Los investigadores vestidos de sombrero e

    impermeable que buscan a Favelukes recuerdan ms al insobornable Dick Tracy que a

    los cuestionados investigadores locales que intentaban rastrear al mdico en el Tigre.

    Como un film, Crtica, 28 deseptiembre de 1932

    El grotesco film de la pesquisa del Delta, Crtica, 7de octubre de 1932

    29 Crtica, 23 de septiembre de 1932, p. 5; Roberto Arlt, Un protagonista de Edgar Wallace,El Mundo,23 de julio de 1937, p. 6.

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    Parte de un proceso general de la cultura popular, la evolucin de la noticia del crimen

    constituye un captulo de la vertiginosa mundializacin del cine, y con l, de la cultura

    estadounidense. Nos detenemos solamente en un elemento de este fenmeno que atae a

    los protagonistas de la crnica policial cinematografizada, y a un nuevo tipo de

    crimen de moda. Los grandes protagonistas del periodismo policial no son los sujetos

    pobres y patologizados del 900: el homicida pasional, la mujer que defiende su honor, el

    inmigrante que mata a su concubina en el conventillo han cedido el lugar estelar a un

    modelo de delincuente que es propio de los treinta. Bien vestido, organizado en bandas,

    sus armas y sus automviles sugeran profesionalismo, modernidad y acceso a la ltima

    tecnologa. Y un dato ineludible: las imgenes que los representan recuerdan a las

    pelculas de gngsters.

    Proyectar sobre estos gngsters criollos los atributos de sus equivalentes

    hollywoodenses es un ejercicio inevitable pero riesgoso, ya que entre estas imgenes y

    nuestra mirada median varias generaciones de pelculas de pistoleros que han dado

    origen a toda una constelacin de asociaciones en torno a la ropa, las armas y los

    automviles de los aos treinta. Pero sera un error suponer que los contemporneos

    miraban esas fotografas libres de tales estereotipos, pues la evidencia contraria es

    abrumadora. Es que cuando se incorpor el cine sonoro, en 1929, las pelculas de

    Hollywood que constituan el 90% de las proyectadas en Argentina- se transformaron

    en una moda fulminante y en una fuente de modelos sociales que abarc a vastsimos

    sectores. Esos primeros aos de los talkies fueron tambin los del auge de las

    pelculas de gngsters, cuando periodistas comerciales y productores cinematogrficos

    norteamericanos tomaron y desarrollaron la figura del delincuente organizado, y en

    particular la del pistolero urbano, producto de la era de la prohibicin y la Depresin.

    Esos personajes modernos, a la vez empresariales y glamorosos, consumidores debienes sofisticados elegantemente vestidos, rodeados de bellas mujeres con las que se

    desplazaban por las calles de Chicago en automviles de lujo, fueron los protagonistas

    de un folklore de poca.30 El Heraldo del Cinematografista, publicacin dirigida a

    exhibidores de pelculas de Buenos Aires, recomendaba sistemticamente las pelculas

    de gngsters para proyeccin en cines populares, popularidad que deba mucho a las

    posibilidades abiertas por el sonido, que permita mayor verosimilitud en las escenas

    30 David Ruth,Inventing the Public Enemy. The Gangster in American Culture, 1918-1934, Chicago, TheUniversity of Chicago Press, 1996.

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    introduciendo el chirrido de los autos a gran velocidad, o el repiqueteo de las

    ametralladoras destrozando todo a su paso.31 La vistosa pelea final con ametralladoras

    que coronaba Los misterios de Chicago aumentaba su valor comercial, deca El

    Heraldo. En el ao previo a los secuestros, se estrenaron en Buenos Aires ms de

    cincuenta pelculas policiales, incluyendo no pocas de gngsters - Los misterios de

    Chicago, La voz suprema, El testigo, etc. Los porteos tambin vieron los grandes

    clsicos del gnero: El enemigo pblico, Pequeo Csar y Scarface.32 Como en

    tantas capitales latinoamericanas, entonces, todas las pelculas del subgnero

    pistolero, relevantes e irrelevantes, fueron proyectadas en los flamantes cines de

    Buenos Aires a poco de su estreno en Estados Unidos. Y como en aquel pas, adonde

    fueron sometidas a una creciente censura moral, la moda causaba preocupacin: La

    Prensa vea en la fascinacin por el crimen de Chicago la peligrosa difusin de las artes

    del bandolerismo ante pblicos de hombres, mujeres y nios. Cuando en julio de 1932

    le lleg el turno a Scarface -la mejor pelcula de este gnero- el pblico porteo

    estaba tan habituado a los recursos del cine de gngsters que los especialistas se

    preguntaban por el xito de la obra ante una audiencia algo cansada de estos argumentos

    y escenarios.33

    Entretanto, el periodismo adopt muy permisivamente el trmino gngster para hablar

    de una variedad de fenmenos locales que iban del viejo crimen organizado en redes

    tnicas a los matones de la poltica sucia de la provincia de Buenos Aires, pasando por

    toda una gama de asaltantes profesionales, semi-profesionales y simples imitadores

    amateurs. Periodistas y policas descontaban por igual la inspiracin de los propios

    criminales en los modelos gansgteriles: Los delincuentes criollos, que suelen imitar a

    los norteamericanos, realizan ya, como ellos, los ms audaces asaltos y crmenes, deca

    Crtica, mientras laRevista de Polica denunciaba las metodologas a la yanki de losnuevos delincuentes: el uso de autos veloces y armas modernas, los wnchesters y los

    revlveres de gran calibre. A ellos se deban los espectaculares asaltos a bancos, los

    ataques a camiones de transporte de caudales, y una nueva forma de delito que se

    31El Heraldo del Cinematografista, 13 de abril de 1932, p. 163. Agradezco a Clara Kriger su ayuda paraubicar esta fuente.32 Aunque las pelculas estrenadas eran en su mayora norteamericanas, no faltaron producciones

    francesas basadas en las novelas de Gaston Leroux, inspiradas en el personaje del detective Arsne Lupiny el fascinante delincuente parisino de pre-guerra, Fantmas.33El Heraldo, 27 de julio de 1932.

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    difunda en Buenos Aires: el robo a los chauffeurs de taxis.34 Acaso la novedad

    tecnolgica ms emblemtica fuese la ametralladora, cuya rapidez y poder destructivo la

    transformaron en smbolo de la tecnologizacin de la delincuencia moderna, ms all de

    su escasa utilizacin real. As era interpretada esta novedad en los tiroteos entre los

    pistoleros de Avellaneda: en manos de los hombres de la banda del caudillo Barcel, las

    ametralladoras mimetizaban al servicio de la poltica criolla los cdigos del mundo de la

    alta delincuencia norteamericana, como se infera de la contigidad de las fotos de Al

    Capone y su imitador rioplatense, el matn Ruggierito. Tiroteos por el control del

    juego -emergentes de lgicas de poder territorial propias de ciertas localidades del

    conurbano bonaerense en las que se mezclaba lo poltico, lo delictual y la corrupcin

    estructural de la polica eran descritos por Crtica como un eco de las batallas entre los

    rivales de la mafia de Chicago. El pistolero de la gran ciudad estadounidense, que

    llegaba por la literatura, la historieta y, sobre todo, el cine, haba desplazado al gran

    homicida parisino. Su modernidad operativa, tcnica y esttica se mezclaba de muchas

    maneras con los viejos estereotipos del malevo suburbano de pauelo en el pescuezo.

    Este gngster criollo, reconocible en dos o tres rasgos distintivos, se filtraba en los

    vacos de informacin de la crnica del crimen para protagonizar, una tras otras, las

    escenificaciones dibujadas y fotogrficas del crimen violento en Buenos Aires.35

    La explcita escenificacin, el recurso a un gnero despojado de pretensiones realistas

    como la historieta y la permeabilidad al modelo cinematogrfico explotaban tan

    libremente los mrgenes interpretativos de los mal conocidos hechos que instalaba una

    suerte de complicidad permisiva con el lector, mediatizando la relacin con la verdad

    ms all de los lmites habituales, de por s importantes.36 Quizs por eso mismo, esta

    imgenes plantean un evidente distanciamiento en la relacin establecida con la figura

    del delincuente: en la sociedad de los treinta, la historia del transgresor y las razonesdetrs de su delito preocupaban menos que su espectacular performance. Los pistoleros

    urbanos son un tipo social, un mismo personaje estilizado, sin rostro, parte gngster,

    34 Entre fines de los aos 20 y 1933, laRevista de Policapublic numerosos artculos sobre elcrecimiento de estas prcticas delictivas en la ciudad de Buenos Aires.35 Ver, por ejemplo: No existe el menor indicio sobre los asesinos del farmacutico, Crtica, 30 dediciembre de 1932, p. 4. El pauelo en el pescuezo, que apareca en tantas escenificaciones fotogrficasde Caras y Caretas, era el rasgo vestimentario sealado por Manuel Glvez en su descripcin de loscompadritos del ms bajo populacho de Buenos Aires;Recuerdos de la vida literaria (I), Bs As,

    Taurus, 2002 (1944), p. 179.36 Sobre las limitaciones de los relatos periodsticos del crimen, tal como son concebidos por susconsumidores: Jack Katz, What Makes Crime News?,Media, Culture and Society, 9 (1987), p. 74.

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    parte matn criollo. Trivializacin de los personajes del crimen al servicio del

    espectculo? Sin duda: junto a los siniestros retratos de los homicidas del pasado, que

    los periodistas rodeaban de datos antropomtricos y retazos de informacin patolgica,

    el peso ideolgico de esta representacin es ms dbil. Pero el gngster criollo tampoco

    est desprovisto de sentido moral: por definicin, el nuevo criminal organizado no

    delinqua por honor ni por pasin, y mucho menos por necesidad econmica: era un

    delincuente racional. Pero en ltima instancia, sus motivaciones no importaban. Las

    particularidades de su rostro eran irrelevantes, y tambin las explicaciones mdicas y

    psiquitricas de su inclinacin al delito. La frenologa y la antropometrasui generis del

    periodismo policial pertenecan a una vertiente grfica que no era pertinente en un

    contexto de fijacin en la escenificacin del crimen. Recin recuperara su lugar central

    cuando se pas del crimen al criminal.

    La sinuosa pesquisa policial en torno al caso Ayerza se cerr en febrero de 1933, y con

    ella, las incgnitas sobre la identidad de sus asesinos, poniendo lmites precisos a los

    recursos puestos en juego en su representacin. Segn se hablara del responsable

    ideolgico y capo mximo de la famosa red mafiosa rosarina, Juan Galiffi (Chicho

    Grande), o de los ms modestos responsables materiales del crimen, Juan Vinti y los

    hermanos Di Grado, los retratos se configuraron siguiendo dos regmenes simblicos

    diferentes.

    La figura de Galiffi fue modelada sobre la de Al Capone, que presida sobre el

    imaginario gangsteril de los treinta. Comparacin casi inevitable, ya que se trataba, a fin

    de cuentas, de dos grandes exponentes del transplante de prcticas mafiosas en la gran

    ola inmigratoria al nuevo mundo, que inclua la prctica del secuestro extorsivo,

    profundamente arraigado en la cultura siciliana. Como su alter ego, Chicho Grandehaba recorrido una trayectoria de Sicilia a Amrica que lo haba transformado de pobre

    campesino en exitosoself-made man, triunfante en el business del crimen moderno de la

    Chicago argentina. Tal era la trama del film diablico que relataba en Crtica la vida

    de Galiffi - una vez ms, inserto en una cinta que imitaba al celuloide.37 Galiffi era el

    nuevo enemigo pblico, denominacin otorgada por la Comisin General contra el

    37 El epgrafe: La vida de Don Chicho ha superado la fantasa. En un film diablico ha pasado los

    mejores aos de su vida. Ahora, la polica portea le sigue los rastros. Como en Chicago, Contra AlCapone, Crtica, 9 de octubre de 1932, p. 2. otro titular: Segn las constancias policiales en un self-made men (sic) del delito, Crtica, 27 de febrero de 1933, p. 4.

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    Crimen de Chicago en 1930 y difundida en todo el mundo por la pelcula homnima al

    ao siguiente.38 Otra pelcula inspirada en la vida de Capone, Scarface, fue estrenada

    en Buenos Aires dos meses antes del secuestro de Abel Ayerza. Eternamente

    obsesionado por el mundo del crimen, la tecnologa y las utopas de enriquecimiento

    vertiginoso, Roberto Arlt no poda ser inmune a los encantos de los gngsters de

    pelcula. A fines de la dcada, sus reseas de episodios del delito norteamericano

    estaban salpicadas de palabras en ingls y personajes del hampa que usaban

    ametralladoras, corbatas de seda, fumaban cigarros y se llamaban Tony Berman o

    Frank Lombardo. Al Capone era un tema recurrente en sus aguafuertes deEl Mundo.

    Celebridad cuidadosa de su imagen pblica, amigo de jueces y hombres de la alta

    poltica, objeto de atencin de todos los fotgrafos, organizador de grandes fiestas de

    agasajo, el pistolero retratado por el fascinado Arlt tambin tena tiempo para ocuparse

    de los menos afortunados.39

    Junto al estereotipo Galiffi-Capone se insinuaba otro, desprovisto de todo matiz

    seductor: el de los ejecutores directos del crimen. Los secuestros y asesinatos de la

    mafia eran reservados, por encargo, a sus miembros ms modestos, habitualmente

    inmigrantes de reciente radicacin. El cautiverio del joven Ayerza, descubra la opinin

    pblica despus de meses de especulacin, haba transcurrido en manos de la familia Di

    Grado, propietaria de una verdulera de Rosario. (Los secuestradores de Favelukes

    tampoco eran pistoleros de pelcula, sino simples albailes). Sus fotografas no seguan

    las convenciones de iluminacin y encuadre del policial de Hollywood, sino las de la

    oficina de identificacin policial, con los rostros de frente arrebatados por el flash. Mal

    38 La denominacin enemigo pblico tambin fue adoptada para hablar del Pibe Cabeza, a su vez

    comparado a John Dillinger, lder de la Dillinger Band que asaltaba bancos en los aos de la Depresin.Osvaldo Aguirre,Enemigos pblicos. Los ms buscados en la historia criminal argentina, Bs As,Aguilar, 2003, cap. 5. Aguirre muestra que las representaciones del Pibe Cabeza tambin era hbridas,mezclando elementos del pistolero urbano y del gaucho matrero. 38 Capone tambin fue el referente de losdelincuentes retratados en las primeras pelculas policiales argentinas. En Fuera de la ley (1937,Manuel Romero), el protagonista se mezclaba con una banda de ladrones y secuestradores luego de leeruna biografa del enemigo pblico nmero uno de Estados Unidos.39

    Roberto Arlt, Un argentino entre gangsters. Cuento policial,El Hogar, 26 de febrero de 1937, pp. 6-7. Roberto Arlt, Est Loco o se Hace el Loco Al Capone?,El Mundo, 12 de febrero de 1938, p. 3. 39

    Sylvia Satta ha identificado esta zona de los intereses de Arlt a fines de los aos treinta;El escritor... , p.189. La fascinacin por el idioma de los delincuentes norteamericanos y los ambientes del harboiledfuecomn a muchos escritores de la poca. Uno de los grandes novelistas del gnero, James Hadley Chase(pseudnimo de Ren Brabazon Raymond), que era ingls, situ cerca de la mitad de su centenar de

    novelas en escenarios norteamericanos que apenas conoca, reproduciendo los climas buscados mediantemapas y diccionarios delslangdel hampa de aquel pas.

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    afeitados, los delincuentes exhiban gorros y atuendos que no se diferenciaban de los de

    otros inmigrantes de origen rural. A pesar de su enriquecimiento ilcito, el mafioso

    segua siendo un analfabeto de modales, grosero que limpia el psimo vino de sus

    labios con la manga del saco descolorido y roto.40 Las mujeres regordetas de mejillas

    enrojecidas y atuendo de entrecasa que haban sido sus cmplices tambin

    desarticulaban la esttica del crimen-show. O ms bien, imponan un cambio de su

    lenguaje.

    Cuando la crnica dio el salto de la estilizada ficcin del crimen a la ms cruda realidad

    de sus detalles, volvi a las bien probadas herramientas que desde haca cuatro dcadas

    el periodismo robaba de los archivos de la ciencia. Este giro implicaba una vuelta al

    rostro del delincuente como fuente de claves interpretativas de su criminalidad, un

    ejercicio que los criminlogos haban desechado haca tiempo, pero que el periodismo

    sensacionalista resucitaba regularmente. Como ha sido demostrado, la descripcin

    periodstico-cientfica del sujeto ajeno a la comunidad siempre haba sido un ejercicio

    en estigmatizacin, y en 1933 este ejercicio cobraba sentidos muy precisos gracias a un

    contexto de lectura particularmente cargado.41 Esos eran los rostros que colmaban de

    contenido a un peligro a la comunidad hasta entonces imaginado slo confusamente en

    un mar de estmulos representacionales. Encarnaban, tambin, los argumentos de un

    imaginario anti-inmigratorio remozado en el contexto de crisis liberal, y especialmente

    aquel argumento tan caro a la crtica nacionalista: el de la irresponsable generosidad de

    la clase dirigente ante la mala inmigracin.

    Transformados en objeto pblico de observacin, los rostros de los asesinos de Ayerza

    fueron descifrados utilizando datos etnogrficos, lingsticos y psicopatolgicos. El

    viejo tema (mdico y sociolgico) de la simulacin recuper vigencia, para referirse alas estratagemas de los asesinos en el ocultamiento de su exterioridad a la comunidad

    que los haba acogido - el repliegue en los lazos personales construdos en la regin de

    origen (Agrigento, Sicilia), los indescifrables tatuajes, el lunar identitario, semi-oculto

    en la mano o el prpado. Esta galera de rostros funcionaba en contrapunto con la

    fotografa de la vctima que publicaron todos los medios grficos: los rasgos finos y

    40 El maffioso, Crtica, 27 de febrero de 1933, p. 4. La Cmara fotogrfica en Corral de Bustos,La

    Razn, 24 de febrero de 1933, p. 17.41 He analizado los poderes estigmatizadores de la criminologasui generis del periodismo en:Apenas undelincuente, Cap. 5.

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    reposados de Ayerza, vestido de saco y corbata, eran un cono permanente junto a las

    ms horrendas noticias de las violencias perpetradas por las caras arrebatadas y

    desencajados de sus asesinos.

    Las Caras y los Ojos Trgicos de losAsesinos de Abel Ayerza, Crtica,febrero de 1933

    Abel Ayerza fue secuestrado el 21 de octubreCaras y Caretas, 4 de marzo de de 1933

    En esa oposicin de rostros propios y ajenos estaba inscripto el tema del ataque al

    ncleo de la comunidad nacional, que gobern el desenlace del caso y orden su

    interpretacin ideolgica. Otra imagen lo corrobor ms eficazmente aun. El

    esclarecimiento de la investigacin revel que Abel Ayerza haba sido ejecutado en los

    maizales del Corral de Bustos, en Crdoba, por uno de esos rsticos personajes ahora

    conocidos por todos. Ninguna arenga nacionalista poda sintetizar ms eficazmente los

    peligros para el alma argentina implcitos en las blandas generosidades del liberalismo

    cosmopolita. La ejecucin del joven uriburista de rancia estirpe catlica de espaldas,

    con las manos atadas ante el inmigrante rstico que le apuntaba con un rifle, fue

    retomada, una y otra vez, en crnicas, fotografas escenificadas, ilustraciones,

    historietas.

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    Melodrama policial y morfologa de un crimen

    SPEAKER: - Y se march tranquilamente a llevara su diario la noticia despampanante de la victoriasobre la temible banda de maffiosos y la restitucin

    del nio a los esposos Vally. Se agot la edicin.

    Radioteatro Ronda Policial

    Paradigma de la era del periodismo comercial, la figura del cronista de moral dudosa,

    dispuesto a explotar sin piedad las facetas melodramticas de los casos ms sencillos,

    pobl los radioteatros de misterio, el cine y la literatura policial. En este sentido, el gransecuestro era un bello crimen. Introduca un temor desconocido, un nuevo asombro.

    Su localizacin espacial, la identidad de sus vctimas y su morfologa hacan de l una

    gran historia. A pesar de su prctica recurrente, vimos, las referencias al secuestro

    haban mantenido un carcter marginal, que solamente cambi con el rapto del mdico

    en pleno centro de Buenos Aires y la captura del hijo dilecto de la elite portea en el

    campo: hechos que desafiaban todo sentido comn sobre los lugares y ocasiones donde

    poda temerse un crimen, y sobre la identidad de sus vctimas. Un arraigado universo dereferencia era violentado, y este cambio impona la noticia mucho ms all de los

    diarios especializados, en los editoriales de la prensa seria y bienpensante. Como

    Favelukes y Ayerza, todos estaban amenazados. Ya no haba lugar seguro, ocasin

    previsible, ni perpetrador reconocible. Esta cita de Crtica parece un eco de los

    editoriales deLa Prensa,La Nacin oEl Mundo:

    El delito puede estar agazapado en cualquier humilde o vistoso peatn. Eltriunfo o la impunidad de los secuestradores del doctor Favelukes puededeterminar el surgimiento, en esa categora de delincuentes, de nuevos autores.Llegar entonces el momento en que, para cualquier habitante de la urbe, existauna amenaza pendiente sobre su cabeza, supeditada tan slo a los designios dela casualidad ().42

    El secuestro tambin desestabilizaba la visin dual de una ciudad con zonas

    oscuras/peligrosas y otras luminosas/seguras en la que se apoyaba todo un imaginario

    del bajo fondo. La hiptesis del crimen ms aberrante en los lugares ms respetables y

    en las situaciones ms inesperadas proyectaba su potencial inhibidor de interaccin

    42 Crtica, 5 de octubre de 1932, p. 2. Art

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    social sembrando dudas sobre la naturaleza verdadera de las ms anodinas relaciones

    interpersonales. Nociones sobre la relacin entre crimen y territorio tambin entraban en

    crisis, ya que las bandas movilizadas en automvil haban dejado de estar asociadas a un

    espacio preciso, real o imaginado, y la saga de Ayerza mostraba que el peligro poda

    desplazarse fcilmente de provincia en provincia, de lo urbano a lo rural, siguiendo las

    nuevas rutas nacionales.

    Acaso el rasgo ms singular de este nuevo crimen fuese su extensin en el tiempo,

    que permita fijar la atencin en el horror de su accin. El secuestro encerraba una

    historia en sentidos nuevos, pues el parntesis entre el rapto y el desenlace introduca

    una espera, una dinmica que inclua imaginariamente al lector en la trama de suspenso.

    A la vez, su extensin cronolgica generaba jugosas posibilidades para el escrutinio de

    sus vctimas y la escenificacin melodramtica de su padecimiento.

    Una amplia literatura sociolgica ha establecido fuera de toda duda que ciertos crmenes

    reciben, y siempre han recibido, una atencin desproporcionada de la prensa, y ninguno

    ms sobrerrepresentado en los diarios que el homicidio.43 Por su relacin cronolgica

    con la noticia, que comenzaba cuando ya estaba consumado, el homicidio permita hilar

    elementos muy diversos en una historia que comenzaba con el desenlace trgico y

    reconstrua la secuencia retrospectivamente, desde el asesinato hacia la causa, desde el

    cuerpo de la vctima hacia el del delincuente. El gran secuestro, en cambio, se haca

    pblico antes de su desenlace final. Sus peripercias transcurran en una temporalidad

    extendida, que se desarrollaban da a da en relativa sincrona con su lectura. Su trama

    tena final incierto: por primera vez, una crnica del crimen admita un final feliz, y,

    por eso mismo, un potencial indito de involucramiento de las audiencias. La multitud

    que se agolp para dar la bienvenida a un Dr Favelukes transformado simultneamenteen vctima y celebridad, o la que acompa al cajn de Ayerza en su periplo de Crdoba

    al cementerio de Recoleta, eran el emergente visible de una espera colectiva que haba

    sido guiada por los medios grficos.

    43 Un trabajo seminal en este sentido, origen de un vasto debate sobre los alcances de esta discrepancia:James Davis, Crime News in Colorado Newspapers, The American Journal of Sociology, vol. 57, N 4,enero 1952, pp. 325-330. En un estudio posterior, sobre los diarios de St Louis, Jones demostr que los

    crmenes contra las personas reciban 35 veces ms atencin que crmenes contra la propiedad, y que elhomicidio recba 90 veces ms cobertura que cualquier otra ofensa mayor. E. T. Jones, The press asmetropolitan monitor,Public Opinion Qarterly, 40: pp. 239-44.

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    La apertura a futuro del secuestro abri la crnica policial a otra vertiente de la cultura

    popular: la de los saberes ocultos, que an conservaba su vigor.44 La historia de este

    crimen era esencialmente la de las peripecias de una ansiosa incertidumbre, de la

    bsqueda desesperada de su vctima en todos los rincones del pas, de los rumores sobre

    su paradero y su destino final. Astrlogas, mediums y videntes eran rutinariamente

    convocadas a la crnica policial de Crtica y de no pocos diarios del interior, para apelar

    a sus dotes de adivinacin y comunicacin a distancia. La carta astral de los

    secuestrados, su horscopo, y las ms diversas predicciones sobre su localizacin y

    destino fueron incorporados a la crnica, para deleite de unos y horror de otros.

    Ms importante: el secuestro se transform en un gran melodrama nacional, trascurrido

    en tiempo real con protagonistas reales. La historia del crimen se desplaz hacia los

    dramatis personae.45 La espera del desenlace del caso Favelukes - la primera gran

    espera del primer gran secuestro - abri la invitacin a una vigilia colectiva que

    acompaaba la agona de sus protagonistas. Sobre una imagen de la fachada de la casa

    del secuestrado obtenida por los fotgrafos de Crtica, los ilustradores del diario

    dibujaron un angustiado concilibulo familiar en torno a la mesa del comedor, la

    sufriente esposa desvelada en la cama matrimonial, los nios de la pareja durmiendo

    inocentemente en su cama infantil.46

    44

    En la dcada de 1920, la fascinacin por lo milagroso se haba visto alimentada por los milagrostecnolgicos de la comunicacin: lejos de desalentar los saberes ocultos, la radio - propone Beatriz Sarlo -haba confirmado la vigencia de lo maravilloso moderno. Beatriz Sarlo, La imaginacin tcnica.Sueos modernos de la cultura argentina, Bs As, Nueva Visin, 1997, p. 135 y ss45 Roland Barthes identifica en este foco en los personajes dramticos un elemento estructural delfaitdivers. Su anlisis estructuralista del gnero, profundamente ahistrico, ha generado fuertes crticas entrelos historiadores del gnero. Roland Barthes: Estructura del suceso, in: Daniel Link (comp.),El juegode los cautos. Literatura policial de Edgar A. Poe a P. D. James , Bs As, La Marca, 2003, p. 127. Lacrtica al anlisis barthesiano en: Dominique Kalifa, Crime et culture au XIXe sicle, Paris, Perrin, 2005,cap. 6.46 Una noche de guardia a la espera del mdico, mientras todos velan, Crtica, 6 de octubre de 1932, p.1. Los cronistas mismos llamaban la atencin sobre el potencial de folletinizacin del secuestro deFavelukes: Tenemos ya consumado el secuestro. La polica trabaja con empeo para esclarecerlo. La

    familia de la vctima sufre el desasosiego moral explicable por la suerte que pueda haber corrido el DrFavelukes. Hay como refuerzo el matiz sentimental: los padres, los hijos y la esposa de la vctima unidosen una misma ansiedad, en el mismo dolor, en la misma inquietud., Crtica, 6 de octubre de 1932, p. 1.

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    Crtica, 6 de octubre de 1932 Crtica, 5 de octubre de 1932

    El suspenso del secuestro fijaba la atencin en el desarrollo del crimen y en el

    sufrimiento de sus vctimas, desplazando las dimensiones ms modernas y tcnicas de la

    crnica policial, sintetizadas en el modelo de la pesquisa. El secuestro no era una

    historia de huellas, testigos y peritos. Aun cuando dichas dimensiones estuviesen

    presentes, el motor del relato estaba en la agona de padres, madres, amigos y vecinos

    en vela: en la emocin, no en la reconstruccin racional y distanciada. Las impersonales

    autoridades a cargo del caso circulaban entre estos inocentes seres sufrientes, que no

    eran representados segn las convenciones sintticas del cmic, sino en dibujos

    cargados de sentimentalismo propios del folletn

    Esta interpelacin emocional fue potenciada porque el secuestro se transform en una

    historia de familiares. Aun cuando su contacto con la prensa era escaso, las madres,

    padres, esposas e hijos que esperaban presidan por sobre una multitud de personajes

    secundarios. Las vctimas fsicas del crimen no eran pensadas en s mismas, sino en

    relacin al sufrimiento de los parientes que las esperaban de vuelta en casa: las crisis de

    nervios y desmayos de la joven esposa de Favelukes, la inocencia de los nios que

    preguntaban por su pap, la alegra de la madre del mdico Hijo Mo! Madre! Un

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    Si grande es nuestra congoja, ms grande aun es la indignacin ante elespectculo que nos describe la imagen de esta salvaje tortura moral: mientrasun hombre es reducido a la impotencia por el apetito feroz del bajo fondo, elcorazn de una madre, las entraas de una santa madre sangran desgarradas porel zarpazo de las fieras. Esto es lo que a todos nos emociona, aun a los hombresque ya estamos acostumbrados a la sorpresa y a la traicin en la lucha diariacontra los desechos de la humanidad. No hay valor, no hay coraje posible paracontener el empuje del sollozo que hace temblar nuestros labios.48

    El drama de las familias violentadas transcurra en momentos en que se depositaban en

    la institucin familiar muchas expectativas de regeneracin de la nacin. Estos casos se

    recortaban sobre un fondo de reactualizacin del entrelazamiento entre familia y nacin,

    de reactivacin de imgenes nostlgicas de la familia nuclear, transformada en una

    dimensin esencial de la bsqueda de alternativas a la crisis del orden poltico y la

    conflictividad social.49

    La herida al orden moral abierta por el secuestro y asesinato de Abel Ayerza no se

    cerrara nunca. O mejor dicho: su cierre slo poda pensarse en trminos de las (dbiles)

    herramientas simblicas de una justicia que era escrita (y por eso, opaca al escrutinio

    popular), y que estaba pautada por un Cdigo Penal que haba abolido el castigo de la

    muerte. Este atentado a lo ms respetable de la familia argentina dejaba tras s un

    potente excedente emocional, convertido en pasin punitiva.

    Secuestro, espectculo e ideologa penal

    En Martita Ofelia. Romances para ciegos, el jesuita antiliberal Leonardo Castellani

    denunciaba, a propsito del caso Stutz (1938), el despliegue de recursos adivinatorios,

    astrolgicos y psicomtricos que se desarrollaba con cada secuestro. Como la

    insolencia de los diarios que relataban crmenes atroces en dibujos animados, el papelque reclamaban las ciencias ocultas no era ms que un ejemplo del concierto grotesco

    que llevaba hasta abismos desconocidos el horror moral abierto por el crimen. All

    estaban los signos de la degradacin ltima de la cultura argentina a manos del

    48La Nacin, 25 de febrero de 1933, p. 5. Caras y Caretas, que public un retrato de la madre de Ayerza

    superpuesto a las imgenes del multitudinario sepelio de su hijo, deca: Mientras todo el pas vibra devaronil indignacin ante el crimen cobarde, estpido y brutal, en el recogimiento del respetable hogarafligido, un corazn de madre llora en silencio su terrible dolor. Caras y Caretas, 4 de marzo de 1933, p.7.49

    Isabella Cosse, Filiacin ilegtima y familia en la Argentina de la primera mitad del siglo XX. Unaaproximacin desde la produccin y la interpretacin estadstica,Estudios Sociales, Ao XV, 29, segundosemestre, 2005, pp. 137-159.

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    liberalismo, deca Castellani. Otro referente de la reaccin catlica, Monseor Gustavo

    Franceschi, suscriba a estos oscuros diagnsticos.50

    No hay de qu sorprenderse: en su esencia, este disgusto no era diferente del que

    siempre haba motivado crticas al sensacionalismo por parte de sectores educados de la

    opinin pblica, disgusto que exceda apliamente al pensamiento reaccionario, para

    incluir a las vanguardias y muchos intelectuales de izquierda. El aumento del crimen,

    por otra parte, era un viejo tema de la crtica a la modernidad, el sntoma inequvoco de

    la espiral moral descendente de la sociedad urbanizada.

    Algunos pensadores de la reaccin antiliberal retomaron al crimen como tema de

    aquella crtica al proyecto modernizador argentino, que en la dcada del treinta alcanz

    su momento ms potente. As, los grandes secuestros y el carnaval periodstico que los

    rode fueron asociados a la inmoralidad de una sociedad con escuelas sin Dios; la

    identidad de los delincuentes, a la irresponsable bienvenida a los malos extranjeros; la

    pobre resolucin de los casos, a la corrupcin de los polticos de comit. Las vctimas

    del secuestro podan ser pensadas (y fueronpensadas) como mrtires de la politiquera

    decadente del sistema democrtico. Un aspecto sustantivo de esta visin residi en el

    vnculo establecido entre laicismo, democracia liberal y penalismo. En el clima de

    reaccin, cobr nuevos bros el viejo ataque catlico a la criminologa positivista, que

    haba abandonado la nocin de culpa para centrar su anlisis en las causas socio-

    biolgicas de la criminalidad: Hay que dejar entrar de nuevo en el enteco sistema

    jurdico policial del positivismo las grandes nociones de culpa, responsabilidad,

    penitencia, reivindicacin social, persona humana y conciencia humana.51 Tales fueron

    los temas del debate que en el Senado precedi la aprobacin del proyecto de Cdigo

    Penal de 1933.

    El caso Ayerza constituye un momento importante de la historia de la relacin entre

    opinin pblica y mundo jurdico. Si la restauracin de la pena de muerte se transform

    en una hiptesis probable - nunca volvera a estar tan cerca de regresar a nuestras leyes

    penales esto debi mucho al clima de opinin que el caso dej tras s. Dos meses

    50

    Leonardo Castellani, Martita Ofelia y otros cuentos de fantasmas, Bs As, Penca, 1944, p. 33 y ss.Franceschi se refiere al tema en el prlogo al mismo libro, pp. 13-25.51 Ibidem, p. 45.

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    despus del secuestro (y antes de conocer el destino del joven raptado), el Poder

    Ejecutivo envi al Congreso un proyecto de reforma del Cdigo Penal. Propona la

    introduccin de la figura de institucionalizacin pre-delictual y la expulsin de

    extranjeros en estado peligroso. A esta lista, la comisin legislativa agreg la

    restauracin de la pena de muerte.52 Este proyecto haba sido precedido de innumerables

    editoriales clamando por el desmantelamiento de la legislacin penal inspirada en las

    concepciones de la criminologa positivista. La terrible leccin, deca La Razn, era

    que haba que terminar de una vez por todas con el sentimentalismo absurdo de

    criminalistas excesivamente cientficos, y erradicar las dulcificadas leyes punitivas

    producidas por el reformismo penal de principios del siglo. Menos proclive a los

    grandes editoriales, Caras y Caretas opt por una campaa fotogrfica compuesta de

    escenas de asalto a mano armada, y dos grandes dibujos. Dando el salto explcito de la

    ficcin-entretenimiento a la amenaza fsica al ciudadano, y de sta a la ley penal, los

    oscuros delincuentes organizados apuntan sus armas al lector, alertndolo sobre la

    reticencia del Congreso a sancionar leyes penales ms duras. La pena de muerte era la

    fuerza espectral deteniendo secuestros y asesinatos.53

    52 El proyecto, discutido en el Senado a tres meses del tumultuoso sepelio de Ayerza, tomaba elementosdel bagaje positivista, como el concepto de defensa social y la legalizacin del derecho a la

    institucionalizacin pre-delictual de individuos diagnosticados como peligrosos. A la vez, combinabadichas propuestas con una restauracin de la pena de muerte de giro expiacionista, en todo ajena a lamatriz terica del positivismo penal.53La Nacin yLa Prensa tambin editorializaron en favor del endurecimiento de las penas a expensas dela legislacin excesivamente cientificista. La urgencia de las reformas,La Nacin, 7 de diciembre de1932, p. 6; El proyecto de reforma del Cdigo Penal,La Prensa, 7 de diciembre de 1932, p. 11. Laterrible leccin,La Razn, 23 de febrero de 1933, p. 1. Ver tambin el editorial: Influye en el desbordede la delincuencia la lenidad de nuestra ley penal,El Mundo, 26 de octubre de 1932, p. 4. En un libroescrito bajo la sombra del caso Ayerza, Rodolfo Moreno (h), autor del Cdigo de 1922, denunciaba la

    presin vocinglera de la opinin pblica en favor de la sancin de leyes penales. La relacin causal entrela abolicin de la pena capital y los casos que los lectores seguan en los diarios era una ilusin, sostenaMoreno, porque no parta de la observacin directa de los procesos sino de una multitud de mensajesrepetitivos que los porteos obtenan de fuentes muy ajenas al mbito jurdico. Rodolfo Moreno,El

    problema penal, Buenos Aires, Talleres Grficos Argentinos de L.J. Rosso, 1933, p. 10. RodolfoRivarola,La justicia en lo criminal. Organizacin y procedimiento, Bs As, Felix Lajouane, 1899, p. 48.

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    Lo que el Congreso no quiere ver:la ley de defensa socialCaras y Caretas, 14 enero 1933

    Pena de muerte, Caras yCaretas, 29 de julio 1933

    Aun cuando se trataba de un momento excepcional, la presin social para modificar las

    leyes penales era un fenmeno muy conocido (y criticado) por juristas y legisladores.

    Asimismo, otros momentos de presin de la sociedad por el endurecimiento de la

    legislacin son conocidos por caso, la reaccin ante el atentado anarquista en el Teatro

    Coln, en junio de 1910, que en un clima de gran exaltacin precipit la sancin de la

    Ley de Defensa Social. Este y otros ejemplos sugieren un vnculo estrecho entre una

    expectativa de represin estatal que es esencialmente contrarrevolucionaria, y el

    conflicto poltico y social. No obstante, la potencialidad del crimen comn como punto

    de condensacin de cuestiones polticas y sociales apenas ha sido considerada en la

    historiografa.

    El desenlace del caso Ayerza desestabiliz los debates del mundo penal, organizados

    desde la sancin del Cdigo de 1922 en torno a las virtudes y defectos de dicha pieza

    legal. Si bien la iniciativa de reforma del Poder Ejecutivo era una respuesta poltica a la

    onda expansiva de los secuestros, su origen era mucho ms lejano y sus motivaciones

    ms complejas. Se trataba del ltimo de una serie de intentos de reformar un Cdigo

    criticado desde su misma sancin por la tibieza de la incorporacin de los preceptos

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    jurdicos del positivismo (contra lo que decan los diarios, ste haba tenido muchas

    dificultades para pasar de los programas cientficos a la ley penal) y por la falta de

    previsiones con respecto a la nueva delincuencia profesional. Luego de tantos intentos

    fracasados de reforma, deca el miembro informante de la comisin, Arancibia

    Rodrguez, los senadores se hallaban sitiados por las demandas urgentes de la opinin

    pblica. La culpa del destino de Ayerza estaba en las blanduras del reformismo penal y

    criminolgico, y en ltima instancia, en el liberalismo mismo, que haba abierto las

    puertas a las fuerzas que amenazaban a la sociedad: Y sin olvidarse adems que si la

    ciencia no tiene patria, las leyes s la tienen, y que hoy ms que nunca deben dictarse

    con criterio netamente nacionalista.54 El debate se confundi rpidamente con

    discusiones precedentes sobre la amenaza de una revolucin social, en la que los

    secuestradores sicilianos y otros delincuentes organizados se fundieron en el mismo

    colectivo, los enemigos de la nacin, que inclua a comunistas y anarquistas

    expropiadores.

    Aunque su importancia prctica era nfima, pues en la Argentina se haba practicado

    muy raramente cuando la opcin aun exista en las leyes, la restauracin de la pena de

    muerte estuvo en el centro de la discusin, cumpliendo una funcin metafrica de

    maximizacin del castigo.55 El proyecto de 1933 fue aprobado en el Senado, pero al

    igual que sus antecesores, nunca lleg a reemplazar al Cdigo Penal vigente: una vez

    corrido del mbito de las noticias al de la ley, el potente efecto de opinin pblica se

    tradujo en debates prcticos y doctrinarios sobre la pena de muerte y la

    institucionalizacin predelictual, que reaviv viejos alineamientos y objeciones

    prcticas insuperables, impidiendo la sancin en Diputados. Por su incoherencia terica

    y el cargado contexto ideolgico en el que naci, el proyecto de 1933 figura en los

    manuales de derecho como un captulo aberrante de la historia de la codificacinpenal.56

    54 Congreso Nacional, Cmara de Senadores,Diario de Sesiones, Cmara de Senadores, 22 de junio de1933, p. 338. El punto mximo de ideologizacin de los trminos de la discusin fue alcanzado en eldiscurso del senador Villafae. Alfredo Palacios fue el principal opositor al proyecto.55 La restauracin de la pena de muerte era impulsada por el ministro de Justicia, Manuel Iriondo, y fueapoyada por mayora en un Senado que nunca haba sido partidario de su abolicin. La Academia deDerecho y Ciencias Sociales, y otras asociaciones jurdicas, tambin se manifestaron a favor de lamedida.56 Eugenio R. Zaffaroni, Tratado de Derecho Penal. Parte General I, Bs As, EDIAR, 1995, p. 436;

    Sebastin Soler,Derecho Penal Argentino, T. I., Bs As, Tipogrfica Editora, 1951, p. 116. El anlisispormenorizado del debate en: Jos Peco,La reforma penal en el Senado en 1933, La Plata, Instituto deCriminologa de la UNLP, 1934.

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    La saga de los secuestros cre un clima de opinin hostil al reformismo penal

    decimonnico, mucho ms all del estrecho crculo de juristas e idelogos de la

    reaccin catlica. Ms aun: ella gener una serie de imgenes que cristalizaron

    eficazmente la asociacin entre reformismo penal y decadencia poltica. Al fijar la

    atencin en una violacin prolongada del orden moral, el secuestro logr ese efecto de

    tensin emotiva que por razones comerciales el periodismo buscaba desde haca tiempo.

    Sin buscarlo, esta operacin gener una corriente de indita cohesin social en relacin

    a los significados de un crimen, en un clamor que reuni a medios de prensa

    tradicionalmente divergentes en ideologa y pblico lector. La historia del secuestro

    haba mostrado una gran capacidad para desplegar los temores ms profundos, erigiendo

    a sus vctimas en modelos de la familia argentina -el hijo, el esposo y padre y, sobre

    todo, la madre.

    Las imgenes del estado que subyacan a estos folletines del sufrimiento contribuyeron

    a la cristalizacin de este estado de opinin. A los abismos morales propios de toda

    crnica policial, el secuestro agregaba un relato en cmara lenta de las ineficiencias,

    contradicciones y lagunas de las agencias del estado. La contigidad del sufrimiento y la

    frustracin, de la emocin extrema y los vaivenes (tcnicos, jurisdiccionales, polticos)

    que marcaron la pesquisa, era una exhibicin cotidiana de la impotencia de las clases

    dirigentes y sus instituciones, un espectculo que acaso expona sus debilidades mejor

    que las denuncias de corruptelas de comit o los escndalos electorales. El contexto de

    profundo desprestigio de la clase poltica tambin daba el marco de sentido a las

    visiones de la polica que emanaban de la saga de los grandes crmenes del treinta. Su

    conocida historia de complicidad con el delito y las prcticas clandestinas del fraude

    pareca estar vinculada, de maneras oscuras, a las fallas para resolver una historianacional de vida y muerte, de padres e hijos.57 Visiones expiacionistas del castigo,

    encarnadas en una pena de muerte en las que las instituciones tenan un lugar imaginario

    dbil, desplazaron a aquel penalismo que en nombre de la ciencia haba rechazado las

    nociones cristianas de culpa, responsabilidad y penitencia, a cambio de un proyecto

    reformista de institucionalizacin intensa y prolongada del delincuente. Junto a las

    57

    En el caso de la polica bonaerense, era conocida su complicidad en las trampas electorales, el juego yla prostitucin; en el santafesino, a sospechas similares se agregaba la de connivencia con viejas redesmafiosas.

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    urgencias y dramatismos del gran crimen, las propuestas de la criminologa y las largas

    terapias penitenciarias aparecan insertas en un diagnstico que las asociaba a los vicios,

    impotencias y debilidades morales de la democracia. Detrs del exceso estimulatorio y

    las discontinuidades e incoherencias estticas y narrativas, el corazn argumental de

    esta historia generaba un impulso profundamente retributivo. Sintetizado en el reclamo

    de la pena de muerte como metfora satisfactoria de la expiacin, ese impulso encontr

    unidos a la derecha nacionalista y a una opinin pblica habitualmente denostada por

    sus aristocratizantes lderes. La lgica de mdicos y psiquiatras perda la batalla por el

    sentido comn, cuando la espectacularizacin del secuestro reinstal el viejo tema de la

    culpa y el castigo.