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Revista de Criminología, Psicología y Ley. Vol. 1 Nª 1 Febrero 2019
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SUICIDIO. LA CONDENA DE LOS PEONES DEL
NARCOTRÁFICO
María Pastor Bardisa
Universidad de Alicante
RESUMEN
Las tasas de suicidios en centros penitenciarios suelen ser superiores a las que se dan
entre la población general debido a que estos individuos, privados de su libertad, se
encuentran sometidos a unas condiciones físicas y psíquicas completamente inhumanas
que forman un gran cúmulo de factores de riesgos que aumentan las probabilidades de
presentar conductas suicidas. Esta taciturna realidad se agrava cuando las prisiones son
las de Colombia, el “Narcoestado” por excelencia. Pues ya no solo se alude a las
condiciones de vida en ellas, sino que se añade el surgimiento de la guerra contra las
drogas liderada por políticas criminales de tolerancia cero, cuyo mayor impacto fue a
parar a los centros penitenciarios (y no a la detención de los “cabecillas”). El objetivo
fue realizar una revisión bibliográfica para tener conocimiento del perfil de la población
penitenciaria en Colombia que tiene más probabilidad de presentar conductas suicidas
en atención a los factores de riesgo tanto personales como situacionales, prestando
especial énfasis al narcotráfico como precursor de esta realidad. Para ello se consultaron
las bases de datos Web of Science (Scielo Citation Index), Psycinfo, Dialnet y Criminal
Justice Database. Los resultados nos indican que la gran mayoría de las personas
privadas de libertad comprenden edades entre los 18 y 35 años, y se encuentra en esta
situación por delitos relacionados con el ciclo de la droga. Alrededor de un 75% de éstas
presentan un riesgo moderado – alto de suicidio, siendo la conducta más frecuente los
intentos de suicidio. Se concluye que el perfil de la población penitenciara colombiana
que presenta un mayor riesgo de ejecutar conductas suicidas son los reclusos de entre
20 y 25 años pertenecientes a las clases más bajas de la sociedad, con déficits en sus
recursos de adaptación y afrontamiento y que han tenido una participación mínima en
el ciclo de la droga.
Palabras clave: suicidio, narcotráfico, Colombia, población penitenciaria, factores de
riesgo
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ABSTRACT
The rates of suicides in prisons tend to be higher than those among the general
population because these individuals, deprived of their freedom, are subjected to
completely inhuman physical and mental conditions, that form a large number of risk
factors that increase the chances of presenting suicidal behavior. This taciturn reality is
aggravated when the prisond are those of Colombia, the “Narcoestado” for excellence.
Because of not only the conditions of life in them are alluded to, but also the emergence
of the war on drugs led by criminal policies of zero tolerance, whose greatest impact
was to stop in prisions (and not detention of the “ringleaders”). The objective was to
carry out a bibliographic review to have knowledge of the profile of the prison
population in Colombia that is more likely to present suicidal behaviors in response to
both personal and situational risk factos, paying special attention to drug trafficking as
a precursor of this reality. For this, the Web of Science databases (Scielo Citation Index),
Psycinfo, Dialnet and Criminal Justice Database were consulted. The results indicate
that the great majority of people deprived of liberty comprise ages between 18 and 35
years, and is this situation for crimes related to drug cycle. About 75% of these have a
moderate to high risk of suicide, the most frequent behavior being suicide attempts. It is
concluded that the profile of the Colombian prison population that presents a greater
risk of executing suicidal behaviors are the inmates between 20 and 25 years old
belonging to the lower clases of society, whit déficits in their resources of adaptation
and coping and who have had a minimal participation in the drug cycle.
Key words: suicide, drug trafficking, Colombia, prison population, risk factors.
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INTRODUCCIÓN
Aun hoy en día resulta complicada la tarea de diferir entre términos como delincuencia
organizada, crimen organizado, banda criminal, guerrilla, mara, mafia, asociación
criminal, delito de organización, red criminal etc. Por ello, a los investigadores les resulta
tedioso conceptualizar una definición unánime de criminalidad organizada. Además, han
de lidiar con la dualidad del crimen organizado como una faceta de la realidad social y
como una construcción social (Lampe, 2002, p.191).
A pesar de ello, a nivel internacional se encuentran dos definiciones de “crimen
organizado”. La primera se encuentra en la Convención de las Naciones Unidas contra la
delincuencia organizada transnacional, A/RES/55/25, de 15 de noviembre de 2000. De
acuerdo con su artículo 2a, puede considerarse organización criminal o grupo delictivo
organizado como “un grupo estructurado de tres o más personas que exista durante cierto
tiempo y que actúe concertadamente con el propósito de cometer uno o más delitos graves
o delitos tipificados con arreglo a la presente Convención con miras a obtener, directa o
indirectamente, un beneficio económico y otro beneficio de orden material”. En el mismo
artículo en su apartado b define delito grave como “conducta que constituya un delito
punible con una privación de libertad máxima de al menos cuatro años o con una pena
más grave”. La segunda definición fue realizada unos años después en la Decisión Marco
2008/841/JAI del Consejo de la Unión Europea de 24 de octubre de 2008 relativa a la
lucha contra la delincuencia organizada. Su artículo 1.1 define organización delictiva
como “una asociación estructurada de más de dos personas, establecida durante un cierto
período de tiempo y que actúa de manera concertada con el fin de cometer delitos
sancionables con una pena privativa de libertad o una medida de seguridad privativa de
libertad de un máximo de al menos cuatro años o con una pena aún más severa, con el
objetivo de obtener, directa o indirectamente, un beneficio económico u otro beneficio de
orden material”.
Una organización criminal ha de contener una estructura interna en la que participen más
de dos o tres personas para que pueda darse una interacción entre ellas en aras a la
discriminación de numerosas tareas con el fin de cometer conjuntamente un mismo delito.
Esta división del trabajo es compleja, y normalmente requiere de una jerarquía para una
correcta organización de las mismas. Este grupo estructurado y complejo ha de tener cierta
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continuidad y permanencia en el tiempo con el propósito de cometer más delitos, a través
de los cuales pretenden beneficiarse principalmente de manera económica, ya sea directa
o indirectamente. Como norma general, las organizaciones criminales son complejas, la
planificación que realizan de sus crímenes es de alto nivel, lo que supone una división
rigurosa de trabajo a través de niveles de mando o jerarquía, es decir, tienen una estructura
interna. Al cometer el delito no se disocian, sino que se mantienen a lo largo del tiempo
para la comisión de nuevos crímenes, gozan de una gran estabilidad. Los miembros de
estos grupos suelen ser identificados desde fuera, es decir, que mantienen una imagen,
una identidad grupal. De estos miembros, hay unos pocos (los que se posicionan en lo
más alto de esa jerarquía) que poseen gran capacidad para imponer sobre otros, ya sean
miembros de su grupo o no, su autoridad con tan sólo la amenaza y la intimidación gracias
a la reputación que se han creado (Rivera, 2011).
El objetivo principal del crimen organizado es el de obtener el máximo beneficio posible
(económico) e ir expandiéndose, con el fin de dominar el máximo territorio posible. Por
ello, no es de extrañar que se halle vinculado principalmente al ámbito político, mediante
el cual logran cubrir sus actividades con un velo de legalidad. La compleja organización
y la fugaz expansión de este tipo de crimen obliga a dejar en un segundo plano el término
“tráfico de drogas” para dotar a la denominada “narcoactividad” el papel principal, debido
al énfasis que pone en la capacidad de organizar a centenares de individuos partícipes en
ella. Una parte importante de los beneficios que obtiene el crimen organizado proviene de
la narcoactividad, especialmente a día de hoy por actuar a nivel transnacional. (Torres-
Vásquez, 2013).
La criminalidad organizada no es un fenómeno novedoso en territorio colombiano, pues
la violencia forma parte de su historia, concretamente desde la Colonia:
Al descubrir los españoles lo jugoso que podría ser el negocio del narcotráfico,
fomentaron la ampliación de los cultivos de coca y generalizaron su consumo entre
la masa indígena. Con razón señala la tratadista de Remedios de la Peña Begué
que „durante la Colonia, el comercio de coca fue uno de los negocios más
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lucrativos. Los españoles vieron en su cultivo una de las entradas más ricas del
reino y lo aumentaron considerablemente‟ (Arango y Child, 1984, p. 29).
El uso de la hoja de coca y otras plantas ha formado parte del estilo de vida de algunas
comunidades indígenas de América del Sur, pero la demanda mundial de drogas
psicoactivas durante las décadas de 1960 y 1970 incrementó la producción y
procesamiento de éstas en Colombia. Así, el tráfico de droga se asentó en una Colombia
que ya se resentía después de varias décadas de agitación política, debido a una guerra
civil no declarada entre liberales y conservadores que el país sufrió durante los años 40 y
50, dejando tras de sí una inestable situación en la que predominaba la violencia constante,
condición ideal para que se instaurase una subcultura de contrabando y violencia, siendo
el tráfico de cocaína el nuevo negocio ilícito rentable.
Colombia puede ser concebida como el mayor “narcoestado” a nivel mundial en tanto en
cuanto a pesar de comenzar con carácter principalmente nacional, ante la insaciable
demanda de drogas ilegales ha de cruzar sus fronteras, adquiriendo un nuevo y veloz
carácter internacional. Se ha de destacar que no surgió como una sociedad secreta como
sucede con las mafias sicilianas, sino más bien como un acuerdo comercial perfectamente
estudiado y estructurado, de manera que estaba abierto al público con el fin de que todos
y cada uno de los distintos sectores sociales fueran capaces de vincularse al mismo. La
delincuencia organizada en Colombia se alzó de esta manera para involucrarse en todos
los estratos de la sociedad con el único objetivo de tomar el control total del país para la
mayor rentabilidad económica de la élite criminal. La principal figura que se encargó del
afloramiento de esta “nueva” empresa fue Pablo Emilio Escobar Gaviria, jefe del cártel
de Medellín, pero no solo tuvo ese título, sino que su reputación y poder era tal que logró
convertirse además en suplente del Congreso de la República en 1982. La facilidad de
corromper al Estado colombiano y la capacidad de imponer su moral (sus reglas del juego)
a los ciudadanos hizo que Colombia se sumiera en una profunda espiral de violencia,
donde los delitos cometidos por los criminales ubicados en el monopolio quedasen
impunes debido a su participación, y control, de la esfera pública (especialmente del
sector legal y del sector del capitalismo financiero), obteniendo apoyo de las propias
autoridades y del mismísimo gobierno.
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Hoy, el narcotráfico se extiende como una red casi imposible de controlar. Como se ha
mencionado, el crimen organizado en Colombia es muy sofisticado ya que tiene una
estructura muy sólida organizada jerárquicamente en la que “la élite”, un pequeño comité
central, toma las decisiones y fomenta actividades de corrupción para lograr su impunidad
legal. Una práctica importante es la del empleo de la violencia, la cual podemos ubicar en
dos planos: el primero sería el de su protección, y el segundo para mantener bajo control
la logística feudal del mercado de las drogas ilegales recurriendo a las amenazas y actos
terroristas (de ahí que parte de sus acciones recibiesen el nombre de narcoterrorismo)
(Torres-Vásquez, 2013).
En cuanto a su estructura, es tal la complejidad de sus actividades que requiere de un
conjunto de redes y subredes interaccionando entre sí para evitar que el ciclo de la droga
llegue a detenerse, garantizando así su buen funcionamiento, reproducción y expansión.
A grandes rasgos se puede diferenciar entre una capa base y una capa intermedia (entre
la capa base y la “élite”). La primera estaría formada por aquellos individuos, en su
mayoría pertenecientes a los estratos más bajos de la sociedad, encargados principalmente
de todas las actividades de producción, distribución y comercialización, se denominan
redes de producción y tráfico de drogas. La segunda capa sería aquella que soporta las
actividades de seguridad y corrupción (extorsión, intimidación, actos terroristas, etc.),
buscando la supervivencia de la organización mediante el acceso al poder y la inmunidad
jurídica. Queda a cargo de sicarios al servicio de los cárteles, grupos armados
paramilitares o guerrilleros, escoltas y bandas criminales que trabajan específicamente
para narcotraficantes. Pero conforme los narcotraficantes ampliaban su “empresa”, iban
incorporando personal nuevo como abogados, políticos, banqueros, ingenieros y
empresarios legales con el objetivo de dotar a su negocio de una apariencia legal. En esta
capa intermedia interactúan las redes de defensa y corrupción (López y Segura, 2015).
La expansión de las redes no se caracteriza por ser paulatina, sino más bien todo lo
contrario, fue tal su celeridad que a finales de la década de los 70 y principios de los 80
ya se convirtió en el tema principal de la agenda política en materia de drogas de los
Estados Unidos, debido a un incontrolable flujo de las mismas ante la insaciable y
creciente demanda de los estadounidenses. Lo cual supuso un aumento en el grado de
organización y un mayor reclutamiento sobre todo de campesinos (más mano de obra
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barata), además de guerrilleros para proteger las nuevas cosechas, abogados para que
interviniesen en los nuevos asuntos legales que emanaban de los EE.UU, testaferros
encargados de fomentar la corrupción mediante sobornos y asesinos a sueldo para
eliminar directamente a los enemigos (en su mayoría políticos) que no se dejaron
corromper y que, además, les acusaban públicamente de ser los criminales que eran,
pidiendo por ello que pagaran las consecuencias de sus actos.
Aquel “centro de mando” era intocable, de ahí la famosa y tétrica proposición del jefe del
cártel de Medellín y figura popular en la política del país: “plata o plomo”. El poder
económico, el poder de la corrupción y la violencia a la hora de conseguir sus metas era
incuestionable. La policía y el ejército colombiano no eran capaces de combatir ante
semejante sociedad incivil, ante un país aterrorizado gobernado por criminales. Fue
entonces cuando se aprobó la extradición de los narcos colombianos a los EE.UU. Los
grandes jefes del narcotráfico se unieron para luchar contra tal política por el temor a ser
enjuiciado y encarcelado en EE.UU, “mejor una bomba en Colombia que una cárcel en
los Estados Unidos”, ese fue el lema del cártel de Medellín en los años 80 ante la
extradición, tomando a la población colombiana como rehén a través del narcoterrorismo.
De este modo, las iniciativas legislativas que fueron sucediéndose a lo largo de esos años
tomaron un carácter fuertemente prohibicionista y represivo. Las distintas estrategias de
lucha contra las drogas se han sustentado en la tolerancia cero, es decir, desde la detención
del mismo consumidor hasta los grandes narcos, mostrando un potente impacto en el
sistema carcelario, así como datos estadísticos “eficientes” que inspiran confianza en la
jurisdicción debido al aumento de detenciones y condenas de delitos relacionados con el
ciclo de la droga. Sin embargo, no todos los individuos partícipes de este negocio
recibieron el mismo castigo. Parece ser que recayó todo el peso de la ley en un
determinado sector social (Londoño y Restrepo, 2011). La agenda político-criminal fue
cada vez más represiva, pero no por ello más efectiva. A consecuencia de ello, se deducen
dos escenarios: el primero, dado el carácter estructuralmente selectivo del sistema penal
(Baratta, 2004, p.340-341), el foco de atención en cuanto a detenciones estaría centrado
en aquellos individuos que tienen un nivel de participación menor en el ciclo de la droga
y provienen de los estratos socio- demográficos más bajos, con el fin de inflar las
estadísticas carcelarias para dotar de
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nueva confianza y efectividad a la jurisdicción. Dicho de otro modo, sería un derecho
penal esencialmente simbólico (Díez Ripollés, 2003). El segundo puede concebirse como
una consecuencia del primero, y es que debido a las ansias de inflar las estadísticas, y
gracias a la facilidad a la hora de detener a cierto grupo de individuos caracterizados por
una tremenda vulnerabilidad, no es de extrañar que se dé un encarcelamiento masivo, lo
cual, conlleva al sobrecupo de los centros penitenciarios colombianos y como
consecuencia a unas condiciones inhumanas de hacinamiento (Londoño y Restrepo,
2011).
La vida en las prisiones colombianas es realmente dura. La resocialización y los
programas de educación penitenciaria han quedado fuera de escena, consecuencia del alto
grado de populismo punitivo. La cárcel se convierte en un depósito de personas (Acosta,
1996; Baratta, 1991; Matthews, 2003; Sozzo, 2007), que contrario a la idea rehabilitadora,
destruye al preso y hasta su familia (Coyle, 2005). El proceso de privación de libertad
lleva al individuo a elevados niveles de estrés, desde el primer momento en el que es
detenido hasta que finalmente ingresa en prisión. Al momento de su entrada ha de
comenzar a adaptarse ya no solo físicamente, sino también psicológicamente. Esta última
es la más importante, pues cuanto mayor es el número de estresores (internos o externos
al individuo) y menor es la capacidad y calidad de las estrategias de afrontamiento, junto
con una personalidad vulnerable, mayor es la probabilidad de que el individuo cometa
actos autolíticos. Indudablemente, en estas personas recluidas en centros penitenciaros
colombianos, el simple hecho de estar ahí supone un gran factor de riesgo, pues la tasa de
suicidios en prisión es mayor que la reportada en la población en general (Hayes, 1995;
Marijuán, 1997).
El objetivo de este trabajo fue realizar una revisión bibliográfica sobre la literatura
científica nacional e internacional, sobre la logística propia que caracteriza la
criminalidad organizada en Colombia y los factores de riesgo del suicidio en los centros
penitenciarios colombianos. Se pretende conocer el alcance, a nivel social, e impacto, a
nivel psicológico, que han tenido las políticas criminales prohibicionistas en la guerra
contra las drogas.
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METODOLOGÍA
Se realizó una exhaustiva revisión bibliográfica de la literatura científica nacional e
internacional, durante los meses de Diciembre de 2017 y Febrero de 2018, sobre dos
temáticas claramente diferenciadas: la logística propia que caracteriza la criminalidad
organizada en Colombia y los factores de riesgo del suicidio en los centros penitenciarios
colombianos.
Las bases de datos utilizadas para la búsqueda bibliográfica incluyeron Web of Science
(Scielo Citation Index), Psycinfo, Dialnet y Criminal Justice Database. En un primer
momento, el período de búsqueda se concretó desde 1990 hasta la actualidad. Sin
embargo, al observar la información obtenida se decidió reducir el periodo temporal,
desde el año 2000 hasta hoy, con el fin de adquirir información lo más actual posible.
Se utilizaron las siguientes palabras claves: estructura criminal, narcotráfico, Colombia,
situación carcelaria, narcotráfico, prisión, situación penitenciaria, jóvenes, reclutamiento,
presos, población penitenciaria, perfil, estadísticas oficiales, trafico drogas, corrupción,
impunidad, población marginal, menores, psicología, psicopatología, riesgo suicidio,
estresor, edad, suicidio, política droga, profiling, sentence, criminal structure,
psychology, risk factor‟s, drug, suicide, crime. Además, de los artículos encontrados en
los que se podría observar un número de citas superior de 15 o 20, se revisó su lista de
referencias con la intención de identificar posibles estudios alternativos que pudiesen ser
pertinentes para el estudio.
A la hora de seleccionar los artículos más relevantes se utilizaron los siguientes criterios
de inclusión y exclusión: El principal criterio de inclusión fue que los artículos incluyesen
referencias en cuanto a la situación de la población penitenciaria de Colombia, y no de
otros países de Sudamérica. Éstos debían ser de investigación y pertenecer a revistas
científicas. En tal caso, descartamos principalmente aquellos que fueron tesis doctorales,
principalmente por su extensión. Debían contener información acerca de la situación
general de la política de drogas en Colombia, temas como el narcotráfico o el
narcoterrorismo, pero sin llegar a profundizar en cárteles en concreto o sólo en el conflicto
armado colombiano. Además, como se pretendía focalizar la atención en la población
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penitenciaria total, es decir, tanto hombres como mujeres y tanto sindicados (preventivos)
como condenados, y su modo de vida en prisión, se tuvo que excluir aquellos artículos
que hicieran referencia a bandas criminales o pequeños grupos guerrilleros con miembros
menores de 18 años debido a que son inimputables. Se excluyeron además aquellos que
daban una visión puramente dogmática del Derecho Penal en Colombia. Finalmente, se
incluyeron todos aquellos estudios que abarcasen nociones ya no solo del propio acto de
suicidio, sino tanto de pensamientos como intentos suicidas y sus posibles
desencadenantes.
En el siguiente diagrama de flujo se puede observar que durante el período de búsqueda
bibliográfica se identificó un total de 946 referencias bibliográficas en las bases de datos
consultadas. De todos ellos se revisaron 423 para la lectura del resumen, de los cuales
fueron seleccionados 47 para la lectura completa del texto. Aplicando los criterios de
inclusión y exclusión a fin de que fueran adecuados y lo más actuales posibles se
incluyeron 20, entre los que finalmente fueron seleccionados 6 para la realización de este
estudio.
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Diagrama de Flujo:
Referencias
identificadas en bases
de datos
N = 946
Referencias
Seleccionadas para
lectura de resumen
N = 423
Excluidas
N = 376
Referencias para
lectura de texto
completo
N = 47
Excluidas
N = 27
Referencias
seleccionadas
N = 20
Excluidas
N = 14
Referencias
seleccionadas para el
estudio
N = 6
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RESULTADOS
Durante las últimas décadas del siglo XX, la denominada delincuencia organizada
comenzó a proliferar de una manera alarmante por el perfeccionamiento y la expansión
de sus redes criminales, en especial del narcotráfico. Se transformó en un tipo de
delincuencia muy sofisticada en tanto en cuanto un importante sector del capitalismo
financiero apoyó el ingreso de beneficios provenientes de la actividad ilícita de
organizaciones criminales. En consecuencia los altos cargos criminales del negocio del
tráfico de droga, entre otros, fueron capaces de introducirse en el poder público. Cuando
consiguieron empoderarse en los cargos públicos, la corrupción e impunidad se reflejaban
en la gran mayoría de sus crímenes, quedando Colombia inmersa en una espiral de
violencia.
Para combatir tal realidad, Colombia decidió seguir la agenda de lucha contra el tráfico
de drogas que los Estados Unidos habían desarrollado, la cual asentaba sus bases
fundamentales en la tolerancia cero. Este sistema tuvo un fuerte impacto en la población
penitenciaria colombiana. Según las bases estadísticas del Instituto Nacional
Penitenciario y Carcelario (INPEC) sabemos que:
- Colombia es el segundo país con más personas privadas de libertad, y va en
aumento.
- El tráfico, fabricación o porte de estupefacientes es la tercera modalidad delictiva
de las personas encarceladas en Colombia.
- La mayor parte de la población penitenciaria comprende edades de entre los 18 y
35 años.
- El número de hombres privados de libertad es significativamente mayor que el
número de mujeres, sin embargo se aprecia una mayor composición de mujeres
en delitos relacionados con drogas. En los hombres hay más variedad en la
tipología delictiva.
Se aprecia cómo la población penitenciaria colombiana, tanto sindicada como condenada,
por actos relacionados con este tipo de actividades ilícitas sigue un perfil determinado, es
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decir, no son los miembros de “la élite”, los dueños de ese monopolio, los que van a
prisión sino aquellos que tienen una participación menor en el ciclo de la droga.
Debido al endurecimiento progresivo de las políticas contra el tráfico de drogas, la
población penitenciara se encuentra en constante aumento. Al no invertirse lo suficiente
para la construcción de nuevos centros penitenciarios que puedan abarcar tal número de
individuos, nos encontramos con una saturación de los cupos de todos estos
establecimientos. Esto se traduce en una sobrepoblación carcelaria y por lo tanto en
condiciones de hacinamiento como consecuencia de ese constante crecimiento de la
población interna.
La privación de libertad conlleva en primer lugar a un aislamiento prolongado de la
persona, con su respectiva pérdida de fuentes de apoyo del exterior y la ruptura de lazos
familiares y sociales. En segundo lugar, ha de darse un proceso de adaptación psicológica
del interno al centro, en el que las estrategias de afrontamiento del mismo y su
personalidad van a ser determinantes para su evolución personal. Esto afecta a su estado
de salud física y psíquica, en la mayoría de una manera problemática, que desemboca en
la depresión y la desesperanza. Otro factor a tener en cuenta es la propia dinámica del
centro penitenciario, en la cual hay altos niveles de violencia carcelaria y una rígida
jerarquía.
Si se toman en consideración estos factores, no es de extrañar que el riesgo de suicidio en
estos centros penitenciarios se ubique en un rango moderado-alto, siendo la conducta más
frecuente el intento de suicidio, seguida del propio suicidio consumado. Se ha de destacar
que este tipo de conducta suicida predomina en internos jóvenes, entre los 20 y 25 años,
con un nivel tanto educativo como socioeconómico precario, en su mayoría hombres y en
los primeros meses de reclusión.
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Tabla 1. Resultados
Título Autor(es) Año Diseño Luga
r
Objetiv
o
Muestr
a
Resultado
El sistema penitenciario y carcelario
El Fracaso de
la
Resocializació
n en Colombia
Norberto
Hernánd
ez
Jiménez
201
8
Cuantitativ
o,
analítico,
descriptivo
Cárceles y
Penitenciarias
adscritas al Instituto
Nacional
Penitenciario y
Carcelario de
Colombia (INPEC)
Analizar las
condiciones de vida en
prisión y el
funcionamiento
de
l tratamiento
penitenciario en
Colombia en relación al
fin resocializador de la
pena
-
colombiano destaca por su
hacinamiento, consecuencia del
constante crecimiento de la población
interna. Todo ello contribuye a unas
condiciones de vida inhumanas e
inconstitucionales que imposibilitan la
resocialización del interno.
Los grandes ingresos derivados del tráfico
de
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La
Delincuencia
Organizada
Transnacional
Henry
Torres-
Vásquez
201
3
Analítico
deductivo
Colombia
Analizar las
características de la
delincuencia
organizada
transnacional y cómo
afecta a la seguridad.
drogas ilícitas y posiciones de poder en
cargos públicos permiten a los altos
cargos criminales el mantenimiento del
negocio a través de la corrupción y la
impunidad para miembros privilegiados.
Políticas de
drogas y
situación
carcelaria en
Colombia
Rodrigo
Uprimny
Yepes y
Diana
Esther
Guzmán
201
0
Analítico
cuantitati
vo y
cualitativ
o
Colombia,
(entrevistas en el
Centro de Reclusión
de Mujeres El Buen
Pastor)
Mostrar algunas de las
formas en que las
políticas de drogas
impactan en el sistema
carcelario del país.
La política de represión de drogas no
parece tener efectos en cuanto al
“exterminio” del tipo penal. Las
consecuencias de estas políticas
represivas se reflejan en el sistema
carcelario donde la mayoría de las
personas son detenidas
por una participación menor en el ciclo
de la
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droga (98%), las cuales se caracterizan
por tener precarias condiciones socio-
económicas. El hacinamiento en las
prisiones es un modo de
vida.
Richard
N = 60
internos
(68,3%
hombres;
31,7%
mujeres)
El intento de suicidio es la conducta más
frecuente (76,7%). Se pudo establecer la
existencia de relaciones estadísticamente
significativas entre el tipo de conducta
suicida y el género. Se supo que la etapa
inicial del encarcelamiento es el lapso de
mayor riesgo en la aparición del intento
suicida (41,7%)
Larrota- Establecer cuáles de las
Castillo, variables propias del
Características
del
Comportamien
to suicida en
cárceles de
Colombia
Marianela
Luzardo-
Briceño,
Kelly
Rangel-
Noriega,
201
4
Cuantitati
vo
correlacio
nal
,
transversal
Cárceles y
Penitenciarias
adscritas al Instituto
Nacional
Penitenciario y
Carcelario de
Colombia
(INPEC)
contexto penitenciario y
carcelario (tiempo,
modo y lugar) aparecen
con mayor frecuencia
relacionadas con
pensamientos,
intentos
Sandra suicidas y suicidio
Vargas- consumado.
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Cifuentes
Óscar
Medina
Analítico
Descripti
vo
Transvers
al
Relacion
al
Riesgo
Suicida Y
Pérez,
Deisy
Más del 75% de los internos presentaban
riesgo
Depresión En
Un
Viviana N = 34 suicida moderado o alto; el 56% reporta
Grupo De
Internos
De Una Cárcel
Del
Cardona
Duque,
201
1
Cárcel del
departamento
de Quindío (Colombia)
caracterizar el riesgo
suicida
y depresión en internos
(varones
de
18 a 51
sintomatología depresiva grave y
moderada. Se
halló importante correlación entre
estas dos
Quindío Stephanie años) variables.
(Colombia) Catherine
Arcila
López
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Riesgo De
Suicidio En
Prisión Y
Factores
Asociados: Un
Estudio
Exploratorio En
Cinco Centros
Penales De
Bogotá.
José
Ignacio
Ruiz, Ingrid
Gómez,
Mary Luz
Landazabal,
Sully
Morales,
Vanessa
Sánchez
2002
Explorator
io
descriptiv
o
correlacion
al
Cinco Centros
Penales de Bogotá
(Colombia):
Cárcel
Model
o, Penitenciaria
Central La Picota,
Reclusión de Mujeres
El Buen Pastor,
Cárcel Distrital y
Cárcel para
Policías de
Facatatia.
Conocer y realizar una
descripción de la
presencia de
indicadores de riesgo de
suicidio y su asociación
con variables relevantes
con la experiencia
de
l encarcelamiento
N = 416
internos
(326
hombres;
90
mujeres)
Se encontró que el riesgo de suicidio se
asociaba con menor edad, una mayor
dificultad para ajustarse a las normas del
centro y con la existencia en el pasado de
enfermedades físicas y de dificultades
sexuales.
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DISCUSIÓN
En el presente trabajo se buscó conocer la logística propia que caracteriza la criminalidad
organizada en Colombia y los factores de riesgo del suicidio en los centros penitenciarios
colombianos, con el fin de determinar el alcance a nivel social e impacto a nivel
psicológico que han tenido las políticas criminales prohibicionistas en la guerra contra las
drogas.
Los datos obtenidos de estos estudios sugieren que, efectivamente, se podría hablar de un
perfil característico propio de la población privada de libertad en Colombia. Este país se
encuentra en lo alto del ranking de la población carcelaria con 244 reclusos por cada
100.000 habitantes, y cada año ha ido en aumento debido al carácter represivo y
prohibicionista de las políticas criminales, en especial aquellas relacionadas con la
denominada “guerra a las drogas” basadas en la tolerancia cero. Las edades de los
individuos privados de libertad son relativamente variadas, encontrándose un rango
dominante que comprende edades de entre los 18 años a los 35 años. Sin embargo, dentro
de este mismo rango se puede observar que hay un mayor número de reclusos cuyas
edades quedan más cercanas a los 18 años, concentrándose este subgrupo entre los 20 y
25 años.
Una gran parte de la población penitenciaria se encuentra en estos centros por delitos
como: homicidio, hurto, fabricación o tráfico de armas y tráfico, fabricación o porte de
estupefacientes. Como se puede apreciar, estas tipologías delictivas forman parte del
extenso y complejo ciclo de la droga, el cual es, desgraciadamente, el principal motor de
este país. Se ha de destacar que el número de hombres presos es muy superior al de
mujeres, pero tal y como afirman Yepes y Gúzman (2010) “la mayoría de las mujeres
reclusas han perdido su libertad por drogas” (p. 45). Especialmente por tener un papel de
“mula” para transportar y transferir las sustancias psicotrópicas sin que éstas sean
detectadas (y aquellas que acaban presas son las “suertudas”, pues otras no llegan ni a
eso, quedándose sin vida, por sobredosis, en algún punto de la ruta que les ha sido
marcada).
Llama la atención que la mayoría de las personas privadas de libertad por algún delito en
relación al tráfico de drogas sean jóvenes. Sin embargo, se aprecia cierta coherencia en
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ello debido a que éstos pertenecen a las redes de producción y tráfico de drogas, las cuales
están formadas por individuos provenientes de los estratos más bajos de la sociedad.
Dentro del ciclo de la droga, son la parte menos importante, más débil, más vulnerable y
de muy fácil reemplazamiento debido a que el reclutamiento de los mismos es un “trabajo
sencillo”. Suelen vivir en barrios pobres con altas tasas de criminalidad, donde la
violencia no solo se ve, sino que se vive desde la infancia, es el pan de cada día en sus
hogares. A ello se suma la gran disponibilidad de armas y drogas ilegales, el alto nivel de
desempleo y las grandes trabas para acudir a la escuela. Puesto que la familia y la escuela
son los principales agentes de socialización en la infancia y adolescencia, es irrebatible
que estos jóvenes presenten una gran vulnerabilidad e inestabilidad personal al alcanzar
la edad adulta, lo que les hace ser una “presa fácil”. De modo que son los agentes que
participan en las fases finales del ciclo los que se apropian de la mayor parte de las
ganancias (López y Segura, 2015, p.186). Además, se ha de destacar el espíritu capitalista
de los miembros que forman la élite de este negocio, pues son quienes poseen los medios
de producción y con ello la capacidad de tener bajo su mandato a aquellos que se ganan
la vida vendiendo su fuerza de trabajo. Y es que al ser el único objetivo de la élite la
ganancia de dinero a cualquier costa, la base (estas redes de producción y tráfico de
drogas) no es percibida como un conjunto de personas, sino como un gran medio
fácilmente reemplazable, cosificando así al individuo de esta red. Todo ello hace que la
tarea de deshacerse y buscar nuevos “empleados” para la “empresa” sea bastante factible.
El constante aumento de la población penitenciaria, a consecuencia de aquello, ha
provocado que se sobrepasen de largo los cupos asignados a cada centro penitenciario, lo
que se traduce en una situación de sobrepoblación, hacinamiento y un tremendo deterioro
de las condiciones de vida, las cuales llegan a ser realmente inhumanas. Esto unido a una
serie de factores, tanto internos como externos al individuo, hacen de la prisión un
ambiente “ideal” para el surgimiento de conductas suicidas. Por ello, no es de extrañar
que la tasa de suicidios en prisión sea mayor que la reportada en la población en general
(Hayes, 1995; Marijuán, 1997) debido al cúmulo de factores de riesgo que recaen sobre
las personas que se encuentran privadas de su libertad ya que les deja en una posición de
mayor vulnerabilidad y por lo tanto de mayor riesgo hacia la tendencia de realizar este
tipo de conductas autolesivas.
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Se ha de destacar que cuando se habla de conducta suicida no solo se abarca el propio acto
del suicidio (cuando el individuo se inflige su propia muerte con ese objetivo), sino que
comprende todo un proceso. Éste comienza con pensamientos negativos fruto de ansiedad,
depresión, distrés, etc. a los cuales les siguen intentos de suicidio, bien porque falla el
mecanismo mediante el cual pretendía fallecer o bien por propio desistimiento, y finalmente
la muerte autoinfligida o suicidio. Sin embargo, aun siendo muy elevada la tasa de suicidios
en las prisiones es el intento de suicidio, con un 76,7%, la conducta que con mayor
frecuencia se presenta en prisión (Larrota et al., 2014).
Pero realmente ¿qué supone entrar en prisión?, ¿es simplemente estar allí, bajo un techo,
con comida, agua y una cama esperando tu (posible) libertad?, ¿o es algo más?, ¿qué hay
detrás de toda una condena tan sumamente cuantiosa e incluso exagerada?, ¿qué hay
detrás de toda una vida aislado del mundo exterior? Principalmente supone una ruptura
biográfica en la vida del individuo con la posterior e inevitable ruptura psíquica por la
gran inestabilidad que le supone la adquisición de su nuevo rol de “recluso”.
El ingreso a prisión ocasiona un impacto psicológico muy fuerte, una pérdida de su
bienestar emocional y un completo desajuste mental. Y es desde el inicio del proceso
judicial donde queda sometido bajo una gran tensión que germina una tremenda
inestabilidad emocional, por lo que quedan afectadas tanto la salud psíquica como física.
Además, consecuente a la situación de aislamiento se da una ruptura con el exterior, lo
que supone una preocupación constante por el bienestar de su familia, especialmente de
sus hijos. Esta ruptura de cada uno de los lazos sociales mantenidos converge en la
afectación de las relaciones interpersonales e intrapersonales, agravando así el proceso de
adaptación al medio carcelario.
El día a día en prisión es realmente duro ya que han de lidiar con estresores cotidianos
como la subcultura carcelaria basada en la jerarquización de la violencia. En las prisiones
colombianas conviven a menudo miembros de distintas bandas criminales como
guerrilleros y paramilitares, y no es poco común que se enzarcen día sí y día también en
peleas que terminan por enfrentar a todos con todos. El miedo, la desesperanza y la
inseguridad se respiran continuamente junto al hedor por la falta de medios e higiene que
inunda la atmósfera de estas prisiones. En estos lugares no se vive,
se sobrevive, o al menos se intenta sobrevivir. En tanto en cuanto las vejaciones (abusos
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y agresiones físicas, sexuales y verbales) no son solo obra de los propios funcionarios,
sino de sus propios compañeros de celda, que van a parar a los blancos favoritos: los más
jóvenes del rebaño (que parece ser que tengan una diana en la espalda).
Un factor que se ha de destacar es que en el marco normativo colombiano la multa está
considerada como pena principal, lo que quiere decir que si puedes pagarla puedes obtener
tu libertad. Por esta razón si en algún momento es detenido algún miembro que no
pertenezca a las redes base, sale de inmediato de prisión (si es que llega a entrar). Pero
como se ha podido analizar, éste no es el perfil de la población penitenciaria colombiana.
¿Cómo van a pagar una multa de miles y miles de pesos aquellos que por no tener
suficiente plata como para sustentar a sus familiar han de introducirse en este perverso
negocio? Es obvio, no pueden pagarla, por ello ingresan en prisión con penas
excesivamente altas en proporción al delito cometido. Aunque esto no es lo peor. El
sistema penitenciario colombiano es de carácter progresivo, con una serie de fases de
seguridad que el preso ha de ir superando para alcanzar la libertad a poder ser como
condicional (Hernández Jiménez, 2018). Para ello, es necesario que goce de ciertos
beneficios penitenciarios y que haya realizado algunas de las actividades de
resocialización propuestas. ¿Realmente consiguen esa ansiada libertad condicional?
Tristemente, se ha de rechazar esta opción, pues este supuesto “sistema progresivo” queda
estancado en las primeras fases que, curiosamente, son las de máxima seguridad y las de
menor acceso a esos beneficios y actividades. Al verse el individuo en esta situación de
enquistamiento por tener que cumplir la condena integra con todo el esfuerzo que supone
el sobrevivir ahí día a día, en cierto modo se encuentra justificado el hecho de que la
mayoría de los intentos de suicidio ocurran en los primeros meses de reclusión.
Además, como se ha indicado antes son en su mayoría individuos jóvenes, lo que les
hace ser psicológicamente frágiles, con escasos recursos de afrontamiento y déficits en
sus mecanismos de adaptación. Y ello se traduce como un peor ajuste a las normas del
centro. Por lo que se puede apreciar que a menor edad y mayor tiempo íntegro de
reclusión, mayor vulnerabilidad e inestabilidad (por no poder adaptarse y afrontar los
estresores diarios) y mayor riesgo de presentar conductas suicidas.
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El suicidio también se asocia con la desesperación, el desánimo, la infelicidad, la baja
autoestima, la desesperanza, etc., todos ellos síntomas de la depresión. Pese a que de
primera mano, y como es lógico, lo podamos relacionar de una manera directa, los
estudios revisados no lo hacen exactamente así. En ellos se ha podido ver como la
depresión no es un factor único y directo, sino más bien un síntoma más de todo el
conjunto. Y para justificarlo, consideran que en ocasiones el suicidio puede ser un
intento del individuo por tomar el control sobre su vida, una vida que ya no le
pertenece, pues se encuentra en un ambiente totalmente descontrolado en el cual no
depende nada de él. Como el asesino en serie que decide entregarse para tener un acto
de control final sobre su “juego ya descontrolado”, el preso decide que el suicidio va
ser su último acto, un acto que le dará un total control sobre una vida que ya no es la
suya, pues siente que su alma ya pertenece a la prisión y que, por ello, está perdida. Es
una total privación de libertad, tanto física como psíquica. El suicidio es su verdadera
condena y un eterno castigo para su familia.
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