Suplemento #3 REVISTA LA MANDRÁGORA AÑO 5

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Marzo, 2005 #3 Pág. 1 I. E. S. León Felipe – Benavente EN TORNO AL CENTENARIO por Salustiano Fernández III (Lecturas varias -continuación-) Iba diciendo que la novela del ingenioso hidalgo, en aquel comienzo del siglo XX, fue leída en España como símbolo de superación del pesimismo his- tórico. En sus peripecias cobraba sentido heroico la despeñada aventura de un pueblo «lleno de viento y sol» (y moscas), pero con la despensa vacía. Así se construyó el quijotismo del tercer centenario: viendo en ese libro divertido y cruel la “intrahistoria” hispánica, nuestro modo de ser a la vez únicos y universales. Don Quijote fue leído entonces no como una ficción de entretenimiento, sátira, burla o diversión, sino como el destilado existencial de lo ibérico. En fin, en la extraña figura del Caballero llegamos a ver como en cifra nuestra manera, para- fraseando a Heidegger, de “ser en el mundo”. Eso fue el noventayochismo: un acrisolado esfuerzo verbal, hecho por las mejores cabezas patrias, para iluminar con cohetería brillante la experiencia de un tétrico duelo, cuyo luto aún habría de prolongarse, pero ya en obligado mutismo, hasta el último cuarto del siglo XX, es decir, hasta la muerte del último espadón africano. Las luces de aquel tercer centenario, fuegos fatuos de una España descompuesta, brillaron con variados matices sobre el cielo del racio- nalismo europeo. Éste, subido a la ola del progreso material, sólo veía en don Quijote a un mentor para su voluntad deseosa de encarar cualquier «temeridad exorbitante». La industriosa Europa, a la que renovadas certezas científicas hacían concebir la historia como el despliegue inexorable de la razón, ideó ex- trañas fantasías de futuro en sus ratos libres, en sus ociosos week-end, mientras leía de modo romántico al ingenioso Caballero de los Leones. Podríamos decir enloqueció identificándose si no con sus hechos, sí con su esforzado espíritu y su «voluntad de aventura». En él vio representada la fuerza de una voluntad tenaz que quiere cambiar el mundo, sin pararse en consideraciones sobre obstá- culos ajenos ni deficiencias propias. «Dulcinea» se convirtió para la romantizada Europa en un imperativo moral y, aún más, en una posibilidad técnica. Susan Buck-Moors ha escrito: «El mito de la omnipotencia humana, la creencia de que el artificio humano puede dominar a la naturaleza y recrear el mundo a su imagen, son elementos centrales de la ideología de la dominación moderna». Walter Benjamin ha calificado esa fantasía como “infantil”. Y yo creo que es la misma que sostuvo con absoluta seriedad y convicción el moderno quijotismo, el que tomando impulso en el agitado romanticismo alemán llega a espesarse en torno a la celebración en España del tercer centenario, paseándose por el continente como símbolo de una voluntad indomable. Sin embargo, la burla de lo heroico y caballeresco, la inútil generosidad del valiente, el amor mundano como ciega e incluso tonta ilusión, la decrepitud de lo noble, la resistencia del mundo ante los deseos humanos, todas aquellas ideas desengañadas que tuvieron su parte necesaria en el origen del Quijote cervan- tino se vieron aupadas a un primer plano sólo diez años después de celebrarse aquel tercer centenario. Benjamin escribió por entonces: «La cotización de la experiencia ha bajado y precisamente en una generación que de 1914 a 1918 ha tenido una de las experiencias más atroces de la historia universal… Entonces se pudo constatar que las gentes volvían mudas del campo de batalla… Una generación que había ido a la escuela en tranvía tirado por caballos, se encontró indefensa en un paisaje en el que todo menos las nubes había cambiado, y en cuyo centro, en un campo de fuerzas de explosiones y corrientes destructoras, estaba el mínimo, quebradizo, cuerpo humano». En aquellos años, Europa des- pertó de lo que había creído un sueño de progreso y descubrió de repente como una pesadilla. Pero incluso en aquellos momentos recordó para darse ánimos que también don Quijote, en su primera salida, se encontró un mundo trastocado a fuerza de encantamientos y que su flaca figura apenas se defendía tras una celada de cartón. En 1920, sólo dos años después de acabada la terriblemente moderna Primera Guerra Mundial, León Felipe aún alcanzaba a ver al Caballero de La Mancha entre el humo levantado por las toneladas de bombas, y así escribía en sus Versos y oraciones del caminante: Por la manchega llanura se vuelve a ver la figura de don Quijote pasar… Acto seguido le pedía al caballero: …hazme un sitio en tu montura y llévame a tu lugar. Y terminaba el poema: Ponme a la grupa contigo, caballero del honor, ponme a la grupa contigo y llévame a ser contigo pastor. El poeta, cansado de guerreras aventuras, ya sólo deseaba la de ir a ser pastor, como Don Quijote al final de su vida. Pero hubieron de llegar otras guerras infames para que, en 1938, el mismo León Felipe declarase el fin del Quijote-Voluntad-y-Esfuerzo, llegando a llamar- le el «poeta prometeico», o dicho con otras palabras, un eterno fracaso, y escri- biera desde su estrenado exilio mexicano: «Ya no hay locos, amigos, ya no hay locos. Se murió aquel manchego, aquel estrafalario fantasma del desierto y… ni en España hay locos. Todo el mundo está cuerdo, terrible, monstruosamente cuerdo». Poco después, aún habría de mostrarse sobre el escenario europeo la monstruosa cordura del nacional-socialismo, una mezcla fatal de racionalismo tecnológico, mitología arcaizante y simbología futurista. El Caballero-Voluntad echaría el resto en pleno corazón del siglo XX. Años más tarde, en 1951, con nuestro país aislado, puesto contra la pared y de espaldas al mundo, el portugués Miguel Torga recorría España y anotaba en su diario que el Quijote es «la mayor marca geodésica de que tenemos memo- ria». Y seguía diciendo: «No conozco ningún otro libro tan nítidamente plantado. Sólo la Biblia comienza con una localización así. Pero la Palabra del Génesis es Tierra en Don Quijote. Tierra de Castilla la Nueva, seca, calcinada, en la que las patas de Rocinante todavía hoy siguen levantando polvo». Para terminar la entrada del diario con este largo párrafo que transcribo: «Cuando pensamos en el telón de fondo de las grandes creacio- nes de la humanidad, no es precisamente su color local lo que nos convence. Aunque tengan referencias concretas, lo cierto es que en- cajarían en cualquier paisaje. Pero Cervantes, temiendo tal vez que ese gran duelo del espíritu que iban a tener que librar el hidalgo y su escudero pudiese transformarse en un desafío demasiado abstrac- to, se tomó el cuidado de señalar debidamente en el mapa del mun- do el campo exacto en que los personajes tendrían que moverse. Y, por los siglos de los siglos, otros peregrinos como yo, vendrán a encuadrar en la desolación de esos horizontes interminables el perfil de aquel flaco soñador. Naciendo en un suelo inhóspito y rasgando con la punta el satén del cielo vacío, su lanza se entiende mejor. Es una especie de azucena de hierro y de palo, alucinada entre la maldad de los hombres y la indiferencia de Dios». “Nuestro” Quijote había vuelto a casa..., pero del vecino. Había de ser una sensibilidad hermana la que encontrara la lanza del “flaco soñador” plantada, y con bien echadas raíces, en el surco reseco de Castilla. Allí había estado siem- pre hendiendo un cielo tan azul como vacío. Y allí empezaría a filmarla sólo cua- tro años después de las palabras de Torga el genial Orson Welles, observando con ojo maestro la Tierra de don Quijote, ese “suelo inhóspito” que registraba en su diario el médico transmontano. (continuará) Orson Welles

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Revista del IES León Felipe de Benavente (Zamora) Suplemento nº 3 dedicado al Cuarto Centenario del Quijote

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Marzo, 2005 #3

Pág. 1 I. E. S. León Felipe – Benavente

EN TORNO AL CENTENARIOpor Salustiano Fernández

III(Lecturas varias -continuación-)

Iba diciendo que la novela del ingenioso hidalgo, en aquel comienzo del siglo XX, fue leída en España como símbolo de superación del pesimismo his-tórico. En sus peripecias cobraba sentido heroico la despeñada aventura de un pueblo «lleno de viento y sol» (y moscas), pero con la despensa vacía. Así se construyó el quijotismo del tercer centenario: viendo en ese libro divertido y cruel la “intrahistoria” hispánica, nuestro modo de ser a la vez únicos y universales. Don Quijote fue leído entonces no como una ficción de entretenimiento, sátira, burla o diversión, sino como el destilado existencial de lo ibérico. En fin, en la extraña figura del Caballero llegamos a ver como en cifra nuestra manera, para-fraseando a Heidegger, de “ser en el mundo”.

Eso fue el noventayochismo: un acrisolado esfuerzo verbal, hecho por las mejores cabezas patrias, para iluminar con cohetería brillante la experiencia de un tétrico duelo, cuyo luto aún habría de prolongarse, pero ya en obligado mutismo, hasta el último cuarto del siglo XX, es decir, hasta la muerte del último espadón africano. Las luces de aquel tercer centenario, fuegos fatuos de una España descompuesta, brillaron con variados matices sobre el cielo del racio-nalismo europeo. Éste, subido a la ola del progreso material, sólo veía en don Quijote a un mentor para su voluntad deseosa de encarar cualquier «temeridad exorbitante». La industriosa Europa, a la que renovadas certezas científicas hacían concebir la historia como el despliegue inexorable de la razón, ideó ex-trañas fantasías de futuro en sus ratos libres, en sus ociosos week-end, mientras leía de modo romántico al ingenioso Caballero de los Leones. Podríamos decir enloqueció identificándose si no con sus hechos, sí con su esforzado espíritu y su «voluntad de aventura». En él vio representada la fuerza de una voluntad tenaz que quiere cambiar el mundo, sin pararse en consideraciones sobre obstá-culos ajenos ni deficiencias propias. «Dulcinea» se convirtió para la romantizada Europa en un imperativo moral y, aún más, en una posibilidad técnica. Susan Buck-Moors ha escrito: «El mito de la omnipotencia humana, la creencia de que el artificio humano puede dominar a la naturaleza y recrear el mundo a su imagen, son elementos centrales de la ideología de la dominación moderna». Walter Benjamin ha calificado esa fantasía como “infantil”. Y yo creo que es la misma que sostuvo con absoluta seriedad y convicción el moderno quijotismo, el que tomando impulso en el agitado romanticismo alemán llega a espesarse en torno a la celebración en España del tercer centenario, paseándose por el continente como símbolo de una voluntad indomable.

Sin embargo, la burla de lo heroico y caballeresco, la inútil generosidad del valiente, el amor mundano como ciega e incluso tonta ilusión, la decrepitud de lo noble, la resistencia del mundo ante los deseos humanos, todas aquellas ideas desengañadas que tuvieron su parte necesaria en el origen del Quijote cervan-tino se vieron aupadas a un primer plano sólo diez años después de celebrarse aquel tercer centenario. Benjamin escribió por entonces: «La cotización de la experiencia ha bajado y precisamente en una generación que de 1914 a 1918 ha tenido una de las experiencias más atroces de la historia universal… Entonces se pudo constatar que las gentes volvían mudas del campo de batalla… Una generación que había ido a la escuela en tranvía tirado por caballos, se encontró indefensa en un paisaje en el que todo menos las nubes había cambiado, y en cuyo centro, en un campo de fuerzas de explosiones y corrientes destructoras, estaba el mínimo, quebradizo, cuerpo humano». En aquellos años, Europa des-pertó de lo que había creído un sueño de progreso y descubrió de repente como una pesadilla. Pero incluso en aquellos momentos recordó para darse ánimos que también don Quijote, en su primera salida, se encontró un mundo trastocado a fuerza de encantamientos y que su flaca figura apenas se defendía tras una celada de cartón.

En 1920, sólo dos años después de acabada la terriblemente moderna Primera Guerra Mundial, León Felipe aún alcanzaba a ver al Caballero de La Mancha entre el humo levantado por las toneladas de bombas, y así escribía en sus Versos y oraciones del caminante:

Por la manchega llanurase vuelve a ver la figurade don Quijote pasar…

Acto seguido le pedía al caballero:…hazme un sitio en tu monturay llévame a tu lugar.

Y terminaba el poema:Ponme a la grupa contigo,caballero del honor,ponme a la grupa contigoy llévame a ser contigopastor.El poeta, cansado de guerreras aventuras, ya sólo deseaba la de ir a ser

pastor, como Don Quijote al final de su vida.Pero hubieron de llegar otras guerras infames para que, en 1938, el mismo

León Felipe declarase el fin del Quijote-Voluntad-y-Esfuerzo, llegando a llamar-le el «poeta prometeico», o dicho con otras palabras, un eterno fracaso, y escri-biera desde su estrenado exilio mexicano: «Ya no hay locos, amigos, ya no hay locos. Se murió aquel manchego, aquel estrafalario fantasma del desierto y… ni en España hay locos. Todo el mundo está cuerdo, terrible, monstruosamente cuerdo». Poco después, aún habría de mostrarse sobre el escenario europeo la monstruosa cordura del nacional-socialismo, una mezcla fatal de racionalismo tecnológico, mitología arcaizante y simbología futurista. El Caballero-Voluntad echaría el resto en pleno corazón del siglo XX.

Años más tarde, en 1951, con nuestro país aislado, puesto contra la pared y de espaldas al mundo, el portugués Miguel Torga recorría España y anotaba en su diario que el Quijote es «la mayor marca geodésica de que tenemos memo-ria». Y seguía diciendo: «No conozco ningún otro libro tan nítidamente plantado. Sólo la Biblia comienza con una localización así. Pero la Palabra del Génesis es Tierra en Don Quijote. Tierra de Castilla la Nueva, seca, calcinada, en la que las patas de Rocinante todavía hoy siguen levantando polvo». Para terminar la entrada del diario con este largo párrafo que transcribo:

«Cuando pensamos en el telón de fondo de las grandes creacio-nes de la humanidad, no es precisamente su color local lo que nos convence. Aunque tengan referencias concretas, lo cierto es que en-cajarían en cualquier paisaje. Pero Cervantes, temiendo tal vez que ese gran duelo del espíritu que iban a tener que librar el hidalgo y su escudero pudiese transformarse en un desafío demasiado abstrac-to, se tomó el cuidado de señalar debidamente en el mapa del mun-do el campo exacto en que los personajes tendrían que moverse. Y, por los siglos de los siglos, otros peregrinos como yo, vendrán a encuadrar en la desolación de esos horizontes interminables el perfil de aquel flaco soñador. Naciendo en un suelo inhóspito y rasgando con la punta el satén del cielo vacío, su lanza se entiende mejor. Es una especie de azucena de hierro y de palo, alucinada entre la maldad de los hombres y la indiferencia de Dios».

“Nuestro” Quijote había vuelto a casa..., pero del vecino. Había de ser una sensibilidad hermana la que encontrara la lanza del “flaco soñador” plantada, y con bien echadas raíces, en el surco reseco de Castilla. Allí había estado siem-pre hendiendo un cielo tan azul como vacío. Y allí empezaría a filmarla sólo cua-tro años después de las palabras de Torga el genial Orson Welles, observando con ojo maestro la Tierra de don Quijote, ese “suelo inhóspito” que registraba en su diario el médico transmontano.

(continuará)Orson Welles

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La Mandrágora del «León Felipe» -- Suplemento IV Centenario del Quijote #3 − Marzo ~ 2005

EL QUIJOTE de NICOLÁS (es continuación del #2)

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(continuará)

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Personajes y esscenas del Quijote, según Orlando

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Pág. 5 I. E. S. León Felipe – Benavente

DEBATE: ¿Se puede/debe leer el Quijote

en edades tempranas?

Con esta segunda aportación continúa el debate sobre si es pertinente que los chicos y chicas de secundaria, y en especial los más pequeños, lean directamente el Quijote de Cervantes o, por el contrario, sólo alguna versión adaptada a su edad de dicha obra.

RESPUESTA A MANUEL GUILLÉN

Fui, en mi adolescencia, una temible polemista, ya no lo soy. No tenía intención de aceptar el

reto lanzado por tu artículo, pero me venció la tentación de comprobar si era menos estúpida ahora, en años más serenos. Ya no me irritan, como entonces, las opi-niones contrarias a la mía, aunque no daría mi vida por defender tu derecho a expresarlas, porque aprecio más la vida que las ideas. Quiero también mucho, como los quise siempre, a los libros, y, por eso, he sido siempre contraria a imponer su lectura, porque sé por experien-cia que cuando te obligan a hacer algo, no disfrutas haciéndolo; el deber resulta siempre penoso, y que conste que soy asquerosamente responsable, que siempre cumplo escrupulosamente (algunos dicen, maniáticamente) con mis deberes. Por lo tanto, la razón fundamental que me lleva a considerar que no debe obligarse a los muchachos a leer “El Quijote” no es que no lo en-tiendan, sino el temor de que aca-ben odiándolo. Dices que te parece infantil el argumento en contra de forzar al menor (o, mejor, al inma-duro, porque hay menores muy ca-paces de leerlo con gusto), a leer la obra maestra de Cervantes en su versión original, por-que no entienden los términos y expresiones por unas u otras razones. Y dices, contra este argumento, que un idioma no lo constituyen los términos, y este sí que es un argumento simplista. Por supuesto que una lengua es mucho más que su léxico; hasta a los chimpancés a los que se enseña a hablar se les enseña, además, una lógica rudimentaria que les permita formar pequeñas y simples frases, porque sólo con palabras no podrían expresarse, pero también les enseñan las palabras, sin ellas sería absolutamente imposible hacerlo. En tus clases de griego, estoy segura, tú no enseñas sólo gramática, proporcionas también vocabulario, y seguro que también explicas la procedencia y evolución de esos términos, para que quede bien claro su significa-do. No me cabe duda de que no crees que yo, que no sé chino (para seguir con tu ejemplo), sería capaz de leer un libro en ese idioma con sólo unos conocimien-tos, tan profundos como quieras, de su gramática. Eso

no implica que pretenda que para leer un libro haya que conocer a la perfección el significado, en todas las acepciones posibles, de todas las palabras que tiene. Si así fuera, nadie podría entender un libro, porque no hay nadie que pueda tener ese tipo de conocimiento. Cada persona es un ser único; hasta los gemelos univi-telinos tienen, y eso aunque su vida haya transcurrido en la más estrecha proximidad, experiencias distintas, y (porque percibimos en función de nuestra experiencia vital) perciben de forma diferente, es decir, interpretan a su manera única la realidad. Cada lectura es, pues, tan singular como la persona que la hace. No pretendo, por si eso es lo que estás pensando, que todos deba-mos entender lo mismo al leer “El Quijote” o cualquier otro libro. Yo misma lo he leído en diferentes etapas de mi vida y, cada vez que lo leo, lo aprecio más, porque lo entiendo mejor y capto matices que se me escaparon en lecturas hechas cuando era menos “sabia” (y entien-do “sabio” en su sentido más clásico, heracliteano, no como “erudito”, sino como “racional”).

He tenido, y sigo teniendo, el hábito de la lectura, aunque ahora ya no leo tan vorazmente, y ese deseo de saber me ha llevado a algo tan absurdo como es leer libros que no estaba capacitada para entender, debido a mi corta edad, y consiguiente inmadurez mental, como: “La divina comedia” de Dante (quince años), el “Fausto” de Goethe (quince años), la “Biblia” -Antiguo

y Nuevo Testamento- (dieciséis años), podría seguir la relación, pero no quiero que interpretes esto como pueril vanidad, porque no me envanezco de ello, al contrario, me arrepiento de mi vanidad adolescente. Tuve que releer, más tarde, esos libros para poder disfrutar realmente de ellos, y que quede claro que, cuando los leí por primera vez, conocía , si no todos (cosa imposible), al menos una parte muy importante de los significados de los términos que leía. Por cierto, nadie me obligó a leerlos, y yo achaco a eso el hecho de que no acabara aborreciendo la lectura.

Como estoy convencida de que el amor por los libros debe despertarse en edades tempranas, estoy segura también de que esa es una labor que debe hacerse en casa, mucho antes de la edad escolar, y que es tarea de los padres. Mi madre lo hizo, obedeciendo al deseo de mi padre (fallecido antes de que yo pudiera conocerlo); nos inculcó a mi hermano y a mí ese amor antes, incluso, de que aprendiéramos a andar. Eso no quiere decir que yo considere imposible que se pueda influir, en este sentido, sobre personas mayores, y que la labor del maestro, en el sentido más amplio del término, sea inútil, es sólo más difícil. Por mi parte, no renuncio a intentarlo, y lo hago a mi manera: sugiriendo lecturas, nunca obligando, y “predicando con el ejemplo”.

EMPERATRIZ LOSADA

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Pág. 6 I. E. S. León Felipe – Benavente

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EL ROMANTICISMO-Es un movimiento artístico que tuvo lugar en el

siglo XIX.-Este movimiento artístico afecta a todas las

manifestaciones de la vida artística y se opone al clasicismo dominante.

-Predomina el sentimiento frente a la razón , esto lleva a la exaltación de las pasiones y a la defensa de la libertad.

-Hay una defensa del individualismo y de la subjetividad.

CARACTERÍSTICAS FORMALES DE LA PINTURA ROMÁNTICA:

-Emplea colores brillantes y fuertes, ya que el co-lor es un elemento clave.

-Se usan luces efectistas y teatrales que acen-túan la expresividad.

-La composición se realiza mediante líneas cur-vas para dar un mayor dinamismo.

-Los temas son muy variados.-Hay una exaltación de la libertad y del patrio-

tismo.

- Dibujante, grabador y escultor francés. Considerado el mejor ilustrador de libros de su país.

- De formación autodidacta, a los once años realizó sus primeras litografías y a los quince colaboraba con la revista “Journal pour rire” en el diseño de figuras grotescas.

- Ilustró muchos libros destacando Don Quijote (1862), la Biblia (1866 ) y Orlando Furioso (1879).

- Contribuyó a popularizar en Europa el libro ilustrado de gran formato.

- En Londres observó directamente la miseria de las clases populares que plasmó en xilografías de gran realismo social e impresionaron a Van Gogh.

-Su obra tiene una clara tendencia a lo grotesco, resaltando el aspecto comercial y popular del romanticismo por lo raro.

-Realiza sus estampas con una luminosidad que anuncia el Simbolismo (movimiento artístico de finales del s.XIX de tendencia idealista en el que los artistas querían plasmar sus sueños y fantasías a través de símbolos y de una rica decoración).

-También se dedicó a la pintura, pero sin tanto éxito como en el grabado.

Ángel Cerdera

GUSTAVO DORÉ (1832-1883)

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La Mandrágora del «León Felipe» -- Suplemento IV Centenario del Quijote #3 − Marzo ~ 2005

Pág. 7 I. E. S. León Felipe – Benavente

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Page 8: Suplemento #3 REVISTA LA MANDRÁGORA AÑO 5

Pág. 8 I. E. S. León Felipe – Benavente

La Mandrágora del «León Felipe» -- Suplemento IV Centenario del Quijote #3 − Marzo ~ 2005

LA FILOSOFÍADE

EL QUIJOTEpor Emperatriz Losada

III En el capítulo XXII de la primera parte, nos cuenta Cervantes, quiero decir, Cide Hamete Benengeli, cómo, prosiguiendo con sus aventuras, se topan don Quijote y Sancho con hasta doce hombres a pie, ensartados como cuentas en una gran cadena de hierro, por los cuellos, y todos con esposas a las manos, ansimismo con ellos dos hombres de a caballo y dos de a pie; los de a caballo, con escopetas de cuerda, y los de a pie, con dardos y espadas. Enterado por Sancho de que los hombres encadenados son galeotes, gente forzada del Rey, don Quijote se asombra de que el Rey haga fuerza a ninguna gente, es decir, de que el rey, aunque sea para condenar sus delitos, prive de su libertad a la gente, y ve en esta una ocasión para ejercer su oficio de caballero andante y desfacer fuerzas y socorrer y acudir a los miserables. Cuando oigo eso tan habitual de “parece mentira que estas cosas ocurran en nuestro tiempo”, siempre pienso que no ha habido en la historia siglo más cruel que el siglo XX, pero también pienso que si los anteriores no lo fueron tanto es porque no tuvieron los medios destructivos de que ahora disponemos, no porque fueran mejores. D e s g r a c i a d a m e n t e , en cuanto a la moral, parece que no hemos avanzado nada, aunque, afortunadamente, hemos progresado mucho en ética y ahora, por lo menos, sabemos que está mal lo que antes se aceptaba como absolutamente legítimo. Estoy segura de que, con el tiempo, las ideas, aunque lentamente, hacen su efecto, acaban por empapar las mentes y mejoran la vida y las relaciones sociales de la gente. Es decir, sé que, de forma inmediata, la razón no tiene mucho que hacer frente a las pasiones y sé que, cuando estas estallan colectivamente, el resultado es desastroso para la humanidad, pero sigo confiando en el triunfo final de la sensatez. El cristianismo, entre las cosas buenas que aportó a la mejor convivencia de esta agresiva especie humana, nos dio el sentido de la dignidad igual de todos, de la igualdad de derechos, entre los que ocupa un lugar predominante el derecho a la libertad. Este sentido de la dignidad humana es muy vivo en don Quijote, y así nos lo manifiesta no sólo en esta, sino en múltiples ocasiones. España tiene el mérito de haber sido el primer país que elaboró una “ley de gentes” que fue la primera y, por desgracia demasiado precoz, declaración universal de los derechos humanos. Llevó a la ejecución de esta ley, fundamentalmente, el celo con que fray Bartolomé de las Casas defendió a los nativos americanos, movido por la compasión que le producía ver la crueldad con que los trataban los conquistadores españoles. Fue esa misma compasión la que lo llevó a sugerir que se sustituyera a los pobres “indios” por negros africanos en los trabajos más duros, por ser estos de constitución más resistente, siendo

así el responsable de la esclavitud de los negros en América, buen ejemplo del refrán castellano que dice que “el infierno está empedrado de buenas intenciones”. Don Quijote quiere saber las razones concretas que han llevado a estos presos a su triste situación y, educadamente, se las pide a sus guardianes, que lo remiten a los mismos reos. Sigue luego el relato, jocoso a veces, melancólico otras, de los delitos por parte de ellos. Algunos galeotes cuentan cómo han sido sometidos a tortura para obligarlos a confesar sus delitos y don Quijote acepta con naturalidad, como lo hubiera hecho cualquiera en su época, que se torture a un ser humano, y es que la ética no está lo suficientemente avanzada entonces como para condenar por inmoral el hecho de la tortura. Aquí tenemos un ejemplo de cómo la reflexión racional acerca de la moral va, poco a poco, mejorando esta; porque, aunque la tortura siga existiendo, al menos ya no es legal, lo cual hace suponer que es menor, porque no está generalizada. Uno de los forzados asegura que no estaría allí de haber tenido el dinero suficiente para “untar” al escribano y para haber avivado el ingenio del procurador. Una vez oí a la directora de una cárcel decir, sin ironía, que las cárceles no se han hecho para los pobres, y que lo prueba el hecho de que cuando algún rico entra en ellas no permanece allí mucho tiempo. No hace falta que nos lo jure, todos lo sabemos. En la época de don Quijote, como ahora, el dinero sigue siendo determinante en los asuntos humanos. También oí una vez a un sacerdote decir, y también sin sorna, cuando se reprochaba a la Iglesia Católica que mantuviera la interdicción del divorcio al mismo tiempo que anulaba matrimonios ricos,

en los que no se daban las condiciones exigidas para la anulación, que la Iglesia no era responsable, que la cuestión era que esta gente tenía dinero para pagar abogados habilidosos. Comprendo que se represente a la justicia como una mujer con los ojos vendados, es para que no se muera de vergüenza. Pero tampoco en este caso se escandaliza don Quijote o, al menos, no nos lo manifiesta, supongo que no porque dé el hecho por bueno, sino porque, siendo tan habitual, los comentarios sobran ya. De fustigar esta y otras perversas costumbres ya se encargó, por otra parte, entre otros no tan ingeniosos, Quevedo. Prosigue el relato de las desventuras de los condenados y le toca el turno a un anciano al que han condenado por alcahuete y hechicero. Don Quijote, fiel a sí mismo, es decir, a su natural magnanimidad, que le lleva siempre a ver el lado positivo de la humanidad, malinterpreta el calificativo y hace un panegírico del oficio de alcahuete, entendido como mediador entre familias que quieren casar a sus hijos. En su discurso, lamenta don Quijote que este honorable oficio esté en manos de gente idiota y de poco entendimiento, como son mujercillas, de

poco más o menos, pajecillos y truhanes, de pocos años y de poca experiencia. Está, de nuevo, utilizando Cervantes a don Quijote como representante de ideas anticuadas, porque, en múltiples ocasiones a lo largo de la obra, nos deja claro que él está a favor de que las uniones matrimoniales se hagan con el consentimiento libre de la pareja, a la que sólo debe mover el amor. Esta es una de las cosas que está ya firmemente asentada en el ánimo de todos, y he estado a punto de afirmar que lo mismo pasa con la manera de considerar la superstición de la hechicería, que hasta el anticuado caballero rechaza como imposible, pero, tal y como están las cosas hoy respecto a este asunto, me temo que nos hace falto otro Cervantes que riendo destruya esa costumbre.

(continuará)