Suplemento Cultural 26-03-2011

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ELIZABETH TAYLOR El adiós a los Ojos Violeta Jimmy Yes, bajo un cielo que no cobija Página 8 Una idea original de Rosauro Carmín Q. Guatemala, 26 de marzo de 2011 Suplemento Cultural Página 2 Juan Gabriel Vásquez, ganador del Premio Alfaguara Páginas 4 y 5 Las horas bajas de los Voladores de Papantla Página 7 El Huerto de los Olivos Página 3

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Suplemento Cultural 26-03-2011

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ELIZABETH TAYLOREl adiós a los Ojos Violeta

Jimmy Yes, bajo un

cielo que no cobijaPágina 8

Una idea original de Rosauro Carmín Q.

Guatemala, 26 de marzo de 2011

Una idea original de Rosauro Carmín Q.

Guatemala, 26 de marzo de 2011

Suplemento Cultural

Página 2

Juan Gabriel Vásquez,

ganador del Premio

AlfaguaraPáginas 4 y 5

Las horas bajas de

los Voladores de

Papantla Página 7

El Huerto de

los OlivosPágina 3

Taylor, cuyo nom-bre completo era Elizabeth Ro-semond Taylor, había nacido el 27 de febrero de

1932 en Hampstead, Londres, de padres estadounidenses.

En sus últimos años el rostro de “Una mujer marcada” fue titu-lar por graves problemas de salud, y volvía a las páginas sociales en la temporada de premios de Ho-llywood cuando auspició con su amigo Elton John eventos pompo-sos para recaudar millones de dó-lares en favor de la investigación del sida.

Su vida tuvo tanto drama como sus casi 50 papeles en el cine y fue lo que más despertó interés entre el público, que no se quiso perder ni un solo detalle de su vida amorosa y sus archiconocidas batallas con-tra el alcohol y las pastillas.

La carrera de casi medio siglo de Taylor le trajo dos Oscar: el primero por “Butterfi eld 8” (Una mujer marcada, 1960), y el segun-do por “¿Quién teme a Virginia Woolf” (1966), considerada su mejor obra.

En 2004, a la mujer curvilí-nea de los años 1960, de sonrisa perfecta y ojazos de película, se le diagnosticó una insuficiencia cardiaca congestiva, una patología que impide al corazón bombear sufi ciente sangre oxigenada para satisfacer las necesidades de los

demás órganos del cuerpo, lo que genera una sensación extraordina-ria de fatiga.

Fue esta misma dolencia la que aceleró su muerte a los 79 años. Taylor murió en el Hospi-tal Cedars Sinai de Los Ángeles, en el que había sido ingresada a mediados de febrero, rodeada de sus hijos Michael Wilding, Christopher Wilding, Liza Todd, y Maria Burton. Además, le so-brevivieron diez nietos y cuatro bisnietos.

La salud de la actriz venía sien-do objeto de intensa especulación.

La protagonista de “Cleopatra” (1963) fue operada de un tumor en el cerebro en 1997 y en 2006 negó en televisión que sufriera la enfer-medad de Alzheimer.

Pese a realizar pocas aparicio-nes públicas, fue una de las pocas estrellas en asistir al funeral de su amigo y cantante Michael Jackson en septiembre de 2009, periodo durante el cual empezó a usar una cuenta en Twitter para expresar refl exiones sobre el ídolo pop y mantener informados a sus fanáti-cos seguidores sobre sus recaídas médicas.

En octubre de ese mismo año, Taylor fue operada del corazón tras una seguidilla de problemas de salud que le habían difi cultado incluso caminar.

“Mi cuerpo es un desastre. Si lo miras en el espejo es completa-mente cóncavo. Me he convertido

Elizabeth Taylor, que murió el miércoles de esta semana a los 79 años, encarnó a la reina de Hollywood, una

belleza de ojos violetas más conocida por su amor tor-mentoso con el actor galés Richard Burton y sus ocho

matrimonios que por su desempeño como actriz, ofi cio que sin embargo le dio dos Oscar.

Desde la portada

ADIÓS A LIZ, OJOS VIOLETA

2 Suplemento Cultural Nueva Guatemala de la Asunción, 26 de marzo de 2011

en una de esas pobres mujeres que se tuercen a los lados”, aseguró a la revista W en 2004.

En abril de 2010, el rumor de que Taylor se había casado por no-vena vez con Jason Winters, repre-sentante de Janet Jackson, corrió como la pólvora en Hollywood.

Una vez más, la veterana de ojos violeta se sirvió de la red social para negar su supuesto matrimo-nio: “Los rumores sobre mi com-promiso de boda son simplemente falsos”, afi rmó la mujer que hasta sus últimas entrevistas se refirió a Richard Burton como su alma gemela.

Cuando en 2004 fue consultada si le temía a la muerte, la actriz, que en dos oportunidades casi muere de neumonía, aseguró sin vacilar: “No, realmente no”.

“La gente debe pensar ‘¡Mi Dios!, ¿aún sigue viva?’”, bromeó.

“Pero hay una cierta resistencia en mí que hace que siga luchando”, añadió.

Taylor, acostumbrada a dar qué hablar por sus tórridos romances, vivía casi a solas en su mansión del exclusivo barrio de Bel Air, en Los Ángeles.

“He aprendido a estar sola. Es-tar sin pareja no signifi ca estar sola. Tengo grandes amigos, e hijos y nietos. Y muchos recuerdos mara-villosos”, comentó Taylor, que se casó ocho veces, dos de ellas con Burton.

Al ser interrogada sobre sus pe-riodos más felices, la actriz señaló que hubo dos: los años comparti-dos con su segundo marido, el pro-ductor Michael Todd (“La vuelta al mundo en 80 días”), de quien en-viudó en 1958, y luego con Burton, cuyo idilio estuvo marcado por dos casamientos, el primero en 1964 -que duró 10 años, y el segundo en 1975, que duró un año.

“Creí que nunca me recupe-raría, ninguna de las dos veces”, aseguró.

FOTO LA HORA: AFP PHOTO

Elizabeth Taylor y su entonces esposo Richard Burton, en foto de diciem-bre de 1962. En esta se puede observar todo el encanto que deslumbró la pantalla grande y que la convirtió en una leyenda del séptimo arte.

FOTO LA HORA: AFP GABRIEL BOUYS

Una escultura de cera de Taylor, en su personifi cación en “Cleopatra”, una de sus películas más recordadas.

FOTO LA HORA: AFP GABRIEL BOUYS

Su estrella en el Paseo de la Fama de Ho-llywood.

2 Suplemento Cultural Nueva Guatemala de la Asunción, 19 de marzo de 2011 Suplemento Cultural 3Nueva Guatemala de la Asunción, 26 de marzo de 2011

Los cuatro evangelistas coinciden en describir este momento en forma similar. “Llegó Jesús con ellos a una propie-

dad llamada Getsemaní. Dijo a sus discípulos `siéntense aquí, mien-tras yo voy más allá a orar.” Oculto entre los milenarios olivos, Jesús hincó las rodillas a tierra y hundió la cabeza entre sus manos. Un rayo de luna lo bañó de luz. Su cuerpo desfallecía mientras decía: “Padre, si es posible, aleja de mí esta copa. Pero, no se cumpla mi voluntad sino la tuya.” El sudor se transfor-mó en sangre y varias gotas caye-ron al suelo, mientras un ángel del cielo lo tomó en sus brazos para fortalecerlo.

Los discípulos no velaron sino se durmieron. Era medianoche, cuando Judas guió a Malco para apresarlo. Judas le estampó un beso y Jesús les dijo: “¿A quién buscáis? –A Jesús el Nazareno. Ese soy yo. Malco le ató las manos con una cuerda y a golpes y empu-jones lo llevó a casa de Anás.

Los olivos fueron testigos de estas dos escenas y nueve olivos de ese tiempo, aun están de pie. De su fruto la aceituna, se extrae el aceite de oliva que, en el cristia-nismo es uno de los cuatro símbo-los importantes junto con el pan, el vino y el agua. Ya en el Éxodo, el Señor le dijo a Moisés: “Toma aromas escogidos. De mirra pura, quinientos ciclos; de cinamomo, doscientos cincuenta; de caña aro-mática, doscientos cincuenta; de canela, quinientos, en siclos del santuario, y un sextario de aceite de oliva. Preparas con ello el óleo para la unción sagrada, perfume aromático como lo prepara el per-fumista. Con él ungirás la Tienda de las Ci-tas y el Arca del Testimonio, la mesa con todos sus vasos, el candelabro con todos sus utensilios, el altar del incienso, el altar de los holocaustos con todos sus utensilios y la pila con su base. Así los consagrarás y serán co-sas muy santas.” (Éxodo 30: 22-38)

El aceite de oliva virgen es el preferido. Su pureza es por ser la primera montura en la almazara sin ningún agregado. Puro, sali-do de las prensas. Con aceite de oliva se un-gen las manos del sacerdote para dotarlo de autoridad. Se aplica en los bautismos para abrirle las puertas del Cristianismo y bajo el nombre de “Los Santos Oleos” se despide al ser humano a su paso por este mundo. El aceite de oliva se conservaba en ánforas o en la “Ampolla Sagrada” que un ángel del cielo trajo para el bautismo del rey Clodoveo.

El olivo simboliza la paz. La paloma que retornó al Arca de Noé, trajo en su pico una rama de olivo. De lejanas tradiciones, el olivo desempeña varias funciones en la Semana Santa de Sevilla, donde es un ele-mento esencial de su liturgia. El Domingo de Ramos se reparten en las iglesias, ramas de olivo y sendos árboles no faltan en los pasos: La entrada triunfal a Jerusalén o de la Borriquita, principalmente el de la Oración en el Huerto de los Olivos, El beso de Judas y el Prendimiento.

Antiguamente en Andalucía, se ofrecía al forastero o convidado, un plato de acei-tunas en señal de hospitalidad. El olivo, la aceituna y el aceite, ocupan lugar especial el Domingo de Ramos y especialmente el Jueves Santo en el Triduo de la Pasión. Am-plios campos sevillanos, están sembrados de olivos. Por eso, Sevilla, sí tiene su huerto de los olivos.

En el trasvase sevillano de la Semana Santa por los franciscanos, no encontraron en el valle de Almolonga ni en el de Pan-choy, los elementos propios que sí tiene Sevilla y desde entonces, la Semana San-ta en la ciudad de Santiago de Guatemala, empezó a nutrirse de nuevos elementos que sustituyeran a los que no existían.

Las procesiones de luces en el amane-cer del Viernes Santo, sí se realizaron. Los indígenas de la Candelaria, sacaban en pro-cesión a su Jesús Nazareno con la Cruz a Cuestas, a la segunda hora del Jueves San-to y a las tres de la mañana lo hacían los de la Cofradía de Je-sús Nazareno de la Merced con su procesión que llamaron de “Nazarenos”. Las dos, iban alumbradas por cirios que porta-ban sus devotos y como acom-pañante espe-cial en la pro-cesión de “Na-zarenos”, iba el Hermano Pe-dro, cargado de pesado madero de las mismas dimensiones de la que cargó Je-sús en la Vía Sacra.

Mucho tiem-po después de los terremotos de Santa Marta, cuando los ve-cinos de la ciu-dad de Antigua Guatemala, re-tomaron su culto perdido y de nuevo la Se-mana Santa volvió a ser un acontecimiento pasional propio de la ciudad, se tomaron los elementos propios del lugar, para sustituir aquellos que se carecían. El Huerto de los Olivos fue ingeniosamente sustituido.

El Huerto, nació en el hogar antigüeño. Cada Viernes de Cuaresma, una mesa se

forraba con tela morada o roja. A lo largo y ancho de la base, se extendía chilca o trébol cortado en trocitos. Al centro se colocaba –de preferencia- la imagen de Jesús Naza-

reno enmarca-do. A los lados, sendos flore-ros con flo-res de dolores y candelabros con candelas de cera pura. Al centro, una bandeja con las mejores fru-tas y verduras adornadas con los símbolos pasionarios en papel dorado. En el entorno, se colocaban brotes de maíz y cebada sem-brados en botes de sardinas o recipientes ova-lados de maca-relas forrados con papel mo-rado. También, cruces con bro-tes de chan y sueltos, ramos de corozo que de inmediato esparcían su aroma en toda la casa.

Al medio-día, se quema-

ba sufi ciente y aromático incienso y la fami-lia al completo se hincaba a rezar.

Para las velaciones de Jesús Nazareno de la Merced y del Señor Sepultado de la Escuela de Cristo, el Lunes y el Miércoles Santo, se colocaba a la imagen en un trono y a su alrededor se encendías numerosas velas para alumbrar. Orquestas dirigidas por céle-

bres músicos –entre ellos- Mónico de León, amenizaban la velación con la interpretación de áreas clási-cas. El Padre Eugenio Novi –com-positor y autor de célebres piezas musicales- obsequiaba con cara-melos a las señoritas del coro de la Escuela de Cristo y muchas de sus obras fueron interpretadas en las velaciones.

En los inicios de mil novecien-tos, el Huerto familiar pasó a la igle-sia. Se elaboraba al centro del cru-cero. Sobre una alfombra de chilca o trébol, se colocaron en bandejas especiales frutas y verduras que los vecinos obsequiaban. Brotes de maíz, cebada y cruces de chan. Va-rios fl oreros y candelabros y en pe-queños taburetes, jaulas de canarios, cenzontles, pito reales y guardaba-rrancos que daba en préstamo don Manuel Hurtarte y don Isidoro Al-varez ofrecía peceras con mojarras rojas. La nave central se cubría con cortinajes de color morado o negro y en las orillas de cada forma, se adornaba de canutillos dorados. Ese trabajo lo realizaban artistas anó-nimos que, cada año cambiaban la forma de colocar los lienzos.

El Viernes de Dolores fue dedi-cado a la Sma. Virgen de Dolores de El Calvario, llamada por la devo-ción antigüeña: “La Reina del Pen-sativo”. Los sastres –en sus talleres de trabajo- le dedicaron un Huerto especial. En un cuadro grande se lucía la imagen de la Virgen de Do-lores y cada quien se esmeró en que el suyo fuera mejor. Sobresalía el del taller de don Luis García donde laboraban varios operarios. Estaba a la vista de los transeúntes y cada taller olía a corozo, a cera pura y a incienso. Esa tradición se perdió con el paso del tiempo.

Hoy en día es diferente. Allá en la dé-cada de los cincuenta, los devotos de Jesús Nazareno de la Merced, sustituyeron la al-fombra de chilca o trébol por una artística alfombra de serrín teñido y se agregaron al Huerto, cocos, melones, sandías, meloco-tones, naranjas, cañas de azúcar, sin faltar las canoas abiertas de corozo que con su aroma, se impregna el ambiente y se respira el ambiente propio de la Cuaresma y Se-mana Santa.

El Domingo de Ramos, era costumbre que las Hermandades de Pasión, obsequia-ran a los fi eles, ramos hechos de palma y ramas de laurel, que bendecidos, colocaban después atrás de la puertas para evitar los daños que ocasionara la tempestad y las ho-jas de laurel las usaban para sus guisos.

El Huerto de mejor lucimiento y con to-das las ofrendas posibles, fue el de Catedral. El Monumento abarcaba el altar mayor y al pie se elaboraba el Huerto. El Sacristán Julio Rodríguez, invitaba con antelación a los feligreses y amigos a que contribuyeran al Huerto y nadie se negó. Llegaron abun-dantes candelas de cera de una libra, fl ores a cuales mejores, frutas, verduras y brotes de maíz, cebada, cruces de chan y canoas de corozo. El sacristán fue un artista altarero con muchos años de experiencia y el Huerto excepcional se lució. Sus ayudantas fueron Matilde Torres y su hija Yolanda, dueñas de la Tipografía Torres. Entonces, los Ofi cios se iniciaban a las seis de la mañana y termi-naban dos horas después. Así que el Monu-mento estaba expuesto a los fi eles, durante el día Jueves Santo hasta la media noche.

A falta de un Huerto de los Olivos natu-ral en la ciudad de Antigua Guatemala, los devotos antigüeños crearon el suyo de ma-nera diferente y lo transformaron en ofren-da. Está formado por elementos propios del medio y como este aporte original a las celebraciones de Cuaresma y Semana San-ta, hay otros elementos que la distinguen y hacen única la Semana Santa de Antigua Guatemala, por lo que sólo admite un adje-tivo: Semana Santa Antigüeña.

La noche estaba oscura. La luna se escondía entre negros nubar-rones. Terminada la cena, Jesús junto con sus discípulos, aban-

donó el cenáculo y se encaminó al Huerto de Getsemaní al pie del Monte de los Olivos. Es aquí, donde se inicia el camino de sangre.

Por Mario Gilberto González R.

EL HUERTO DE LOS OLIVOS

Estampas Pasionarias

Viejos olivos que en nuestros días se pueden apreciar en el Huerto de Getsemaní. FOTO LA HORA: CORTESÍA KAREN DEL CARMEN AGUILAR

Un huerto de velación en La Antigua Guatemala. FOTO LA HORA: MARIO GILBERTO GONZÁLEZ R.

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JUAN GABRIEL VÁSQUEZ:“ESCRIBIMOS PORQUE LA REALIDAD

NOS PARECE IMPERFECTA”El colombiano Juan Gabriel Vásquez (Bogotá, 1973)ganó esta semana el Premio Alfaguara de novela, uno de los más pres-tigiosos de la literatura en español, dotado con 175 mil dólares, con “El ruido de las cosas al caer”, sobre la violencia y el

caos de su país en los últimos años. POR RITA DE MAESENEER Y JASPER VERVAEKE

La novela está “am-bientada en la Colom-bia contemporánea” y “narra el viaje de un hombre que busca en el pasado una explica-

ción de su situación y la de su país”, explicó ante la prensa en Madrid el presidente del jurado, el escritor vasco Bernardo Atxaga. Es una his-toria “conmovedora sobre el amor y superación del miedo” y “recrea una atmósfera original y atractiva”, “un espacio propio habitado por persona-jes que acompañarán durante mucho tiempo al lector”, destacó.

Vásquez nunca ha ocultado que cuando en 1996 viajó de Colom-bia a París, soñaba con perseguir el mito de los autores del boom.Confi esa el autor que al cabo de tres años en la capital francesa y uno en las Ardenas belgas, esa misma ambición inconmensurable infl uyó en su decisión de radicarse en Bar-celona. Desde entonces Vásquez se ha ido convirtiendo en una de las fi guras más emblemáticas de una nueva generación de escritores ibe-roamericanos.

- Pregunta: Para referirse a su situación de escritor latinoame-ricano residente en el extranjero, en su libro de ensayos propone la noción de ‘literatura de inquili-nos’. ¿Puede comentar cómo ve este concepto?

- Respuesta: La idea surgió por mi cansancio ante otros conceptos usa-dos en nuestros países para defi nir a los que escriben desde fuera. Los latinoamericanos hemos tenido que enfrentarnos mucho a la idea de la literatura del exilio o de la diáspo-ra. Son ambas palabras con unas connotaciones que me incomodan mucho. Yo no soy un exiliado políti-co: puedo volver a mi país cada vez que quiero. De hecho, me alimento de ese contacto anual con Colombia para escribir mis fi cciones. Cargar con esa defi nición de literatura del exilio me parecía robar algo que no me pertenecía, porque tengo amigos,

compañeros novelistas, que sí están en la situación de no poder volver a sus países. En una especie de bús-queda para hablar de la experiencia del escritor expatriado me encontré con que V.S. Naipaul había usado el arcaísmo inglés inquiline. Entre sus definiciones algunos diccionarios incluyen una que es muy simple: ‘el animal que vive en el lugar de otro’. Es lo que yo soy: alguien que por razones de conveniencia intelectual, emocional, moral, ha decidido esta-blecer una distancia con el lugar de donde viene, con el hogar, la única certeza, como dice el poema de T.S. Eliot. Mi idea era que estando fuera de mi país la escritura se haría rea-lidad con menos resistencias y ma-yores elementos de juicio, y aprove-chando una mayor contaminación. Desde luego es algo que no hemos inventado ni yo ni mi generación, ni tampoco los del boom, que eran todos novelistas expatriados: Cortá-zar, García Márquez, Vargas Llosa y Fuentes escribieron sus grandes no-velas fuera de sus países. Parece es-tar en la raíz de una cierta metafísica del escritor latinoamericano.

- P.: ¿Hasta qué punto esta mis-ma tradición latinoamericana ex-plica su paso por París?

-R.: En París no sólo se habían escrito algunas de las grandes nove-las latinoamericanas, como La casa verde o Rayuela, sino también algu-nas de las novelas en lengua inglesa que más me han marcado, en parti-cular el Ulysses de Joyce. La ciudad está en mi mitología personal desde que comencé a leer de manera seria e instrumental –los escritores sole-mos leer sobre todo lo que nos pue-de enseñar a resolver un problema, lo que nos puede dar una respues-ta técnica–. París era un lugar de acogida de varias literaturas, entre las cuales están la de la generación perdida −Hemingway, Fitzgerald− y, por supuesto, la latinoamericana. De hecho esa relación entre París y la literatura latinoamericana ya se produce en 1904-1905 con la lle-

gada de Rubén Darío. Luego, como es sabido, Darío entró en tensión con esa ciudad: había ido allí para que ese ombligo del mundo poético le diera la carta de identidad como poeta. Pero se encontró con que, por ejemplo, Valéry Larbaud, en un texto muy bonito por lo demás, le recriminó que se dedicara a escribir poemas sobre los boulevards de Pa-rís, mientras lo que quieren leer es la selva, la pampa, las montañas, la Latinoamérica exótica. Esta tensión entre Europa y los latinoamerica-nos siempre ha existido y la viví. Tanto esto como el darme cuenta de mis pocas posibilidades como novelista −estaba todavía terrible-mente inmaduro en ese momento− contribuyó a que yo también pasara por un desencanto de París y deci-diera buscar otro lugar de residen-cia. Desde entonces he tenido una especie de reconciliación con París y ahora estamos en una luna de miel un poco rara, porque he vuelto con frecuencia, encontrando sin proble-mas, ahora sí, todas esas cosas que fui buscando originalmente.

- P.: Después vivió once meses en las Ardenas belgas, la ‘Bélgica profunda’. ¿Qué imagen se ha lle-vado de allí?

- R.: Una imagen que me hizo de-dicarle más de la mitad de un libro de fi cción [Los amantes de Todos los Santos]. Ese año que pasé en una casa en medio de las colinas de las Ardenas, fue probablemente el más importante de mi vida como escritor. Llegué allí porque quería irme de París, pero no quería volver a Colombia. En un estado de ab-soluta desorientación personal, fui acogido en Bélgica por una pareja mayor, unos muy buenos amigos. Me permitieron quedarme en su casa en las Ardenas mientras resol-vía mi situación mental. Allí traté de compenetrarme lo más posible con una forma de vida muy distinta de lo que yo había vivido: salir de cacería, trabajar con caballos. Fue un mundo que me resultaba abso-

En primera persona

lutamente extraño, en el cual pude vivir con una impunidad total, pues allí no había nadie que me mirara. Fue un año de no estar en el mundo, de vivir en una especie de utopía un poco rara. Durante este tiempo comprendí muchas cosas del tipo de escritor que quería ser, a quién quería parecerme. Fue un año en el ‘desierto’, un año para descubrirme a mí mismo, según el cliché fi lo-sófi co.

- P.: La siguiente etapa y la últi-ma, por ahora, ha sido Barcelona. ¿A qué se debe esta elección?

-R.: Analizando estos movimien-tos de una manera un poco sicoa-nalítica y autofl agelante, tienen mu-cho que ver con un afán de ponerme en dificultades gratuitas. Cuando decidí salir de mi país, no fui a los lugares cuya lengua hablaba o cuya cultura había conocido por mi edu-cación. Al llegar a París no hablaba francés y no conocía absolutamente a nadie. Asimismo, en Barcelona sólo conocía a una persona, el es-critor Enrique de Hériz. Escogí la ciudad simplemente porque quería postergar mi regreso a Colombia de la mejor manera posible. Pensé −tal vez con una noción de la vida ya más práctica− que la calidad de las editoriales y la crítica literaria sobre la literatura latinoamericana podía hacer que Barcelona fuera un desti-no para mí. Probablemente, si en los años sesenta Vargas Llosa, García Márquez, Donoso y Bryce Echeni-que no hubiesen escogido Barcelo-na sino Madrid, habría acabado en la capital. Aunque evidentemente la literatura latinoamericana ha cam-biado mucho, hay muchos lugares del mundo donde se siguen exigien-do las mariposas amarillas, las mu-jeres hermosas que vuelan por los aires, o la novela del dictador, todos esos maravillosos hallazgos de la generación del boom que se convir-tieron, precisamente por lo maravi-llosos, en clichés. Pero Barcelona no es uno de esos lugares. La lectura de la literatura latinoamericana en

España, en general, y en Barcelo-na, en particular, ha evolucionado mucho. Es un placer sentir que, con mis tres libros escritos en Barcelo-na, he podido colaborar un poco en este cambio de perspectiva, de lo que es o no es, o debe ser o no debe ser la literatura latinoamericana.

- P.: También escribe frecuente-mente en periódicos tanto espa-ñoles como colombianos. ¿Cómo concibe esa labor periodística?

- R.: Tiene dos vertientes. Por un lado, soy periodista cultural. Me gusta participar en el debate lite-rario de la actualidad escribiendo reseñas en los suplementos de los diarios. Creo que, si se practica con cierto cariño y cierta generosidad, la reseña puede ser una muy menu-da obra de arte. Esto está más en la tradición anglosajona de escritores-críticos como John Updike o Martin Amis. Como dice Amis, reseñar los libros de los contemporáneos es la mejor manera de crear un buen am-biente para la recepción de la propia literatura, de sembrar un territorio donde ésa tenga alguna cabida. En este sentido a veces somos grose-ros proselitistas de la propia obra. Sin embargo, la reseña también es un ejercicio de altruismo y creo que por eso no la practican todos los es-critores: es difícil dedicar un tiempo y una concentración sostenidos a un libro de otro. Por otro lado, soy columnista, opinador profesional. Me permite tratar cosas de las que no se ocupa mi fi cción y contribuir de alguna manera al debate políti-co en Colombia. Intercalo entre las columnas políticas columnas sobre cultura, en las que hablo de libros que en Colombia no necesariamen-te se conozcan. En el aspecto po-lítico, el trabajo del columnista es absolutamente distinto de la labor del novelista. El novelista escribe para averiguar, desde la ignorancia. Un columnista escribe porque cree que sabe algo y quiere compartirlo. Sentir una vez por semana que sé algo es muy agradable, es el único

momento de certidumbre que ten-go. A este respecto, estar fuera es un handicap muy brutal, porque no dispongo de toda la información necesaria. Por otra parte, el gran columnista colombiano Antonio Caballero, una especie de concien-cia moral del país, vivió en Madrid durante veinte años y fueron años en los que nadie estaba tan enterado de la política bogotana como él. Así que, pese a las difi cultades, no es imposible. Además, creo que todas las sociedades tienen una especie de inercia del pensamiento que arrastra a la gente de dentro. Un novelista norteamericano que admiro mucho, Edgar Doctorow, dice que EE.UU. es una sociedad ideológica, pero que los que están dentro no se dan cuenta, porque comparten todos la misma ideología. Se puede aplicar a todos los países: existe una espe-cie de pensamiento predominante y siempre es necesario alguien que esté fuera y que lleve la contraria, aunque se equivoque.

-P.: ¿Qué nos puede comentar sobre su ensayística?

- R.: Ante todo, los ensayos reco-gidos en El arte de la distorsión son una confesión de incertidumbre: al igual que en mis novelas, en mis ensayos escribo sobre lo que des-conozco, sobre las dudas que tengo. Y, como sospecho le sucede a todo novelista, mis dudas sobre el arte de la novela son cada vez mayores. ¿Por qué escribimos novelas? ¿Para qué las leemos? ¿Cuál es el lugar de esta actividad tan misteriosa que consiste en preocuparse por el des-tino de gente que nunca ha existido? ¿Cómo se construyen estos univer-sos, cómo funciona este proceso de crear algo de la nada, como decía Faulkner en su discurso del Premio Nobel? Con la probable excepción de la física nuclear, escribir una no-vela de verdad −no una novela for-mulaica de las que se hacen por ra-zones económicas− me parece una de las cosas más difíciles que puede hacer un ser humano.

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JUAN GABRIEL VÁSQUEZ:“ESCRIBIMOS PORQUE LA REALIDAD

NOS PARECE IMPERFECTA”El colombiano Juan Gabriel Vásquez (Bogotá, 1973)ganó esta semana el Premio Alfaguara de novela, uno de los más pres-tigiosos de la literatura en español, dotado con 175 mil dólares, con “El ruido de las cosas al caer”, sobre la violencia y el

caos de su país en los últimos años. POR RITA DE MAESENEER Y JASPER VERVAEKE

La novela está “am-bientada en la Colom-bia contemporánea” y “narra el viaje de un hombre que busca en el pasado una explica-

ción de su situación y la de su país”, explicó ante la prensa en Madrid el presidente del jurado, el escritor vasco Bernardo Atxaga. Es una his-toria “conmovedora sobre el amor y superación del miedo” y “recrea una atmósfera original y atractiva”, “un espacio propio habitado por persona-jes que acompañarán durante mucho tiempo al lector”, destacó.

Vásquez nunca ha ocultado que cuando en 1996 viajó de Colom-bia a París, soñaba con perseguir el mito de los autores del boom.Confi esa el autor que al cabo de tres años en la capital francesa y uno en las Ardenas belgas, esa misma ambición inconmensurable infl uyó en su decisión de radicarse en Bar-celona. Desde entonces Vásquez se ha ido convirtiendo en una de las fi guras más emblemáticas de una nueva generación de escritores ibe-roamericanos.

- Pregunta: Para referirse a su situación de escritor latinoame-ricano residente en el extranjero, en su libro de ensayos propone la noción de ‘literatura de inquili-nos’. ¿Puede comentar cómo ve este concepto?

- Respuesta: La idea surgió por mi cansancio ante otros conceptos usa-dos en nuestros países para defi nir a los que escriben desde fuera. Los latinoamericanos hemos tenido que enfrentarnos mucho a la idea de la literatura del exilio o de la diáspo-ra. Son ambas palabras con unas connotaciones que me incomodan mucho. Yo no soy un exiliado políti-co: puedo volver a mi país cada vez que quiero. De hecho, me alimento de ese contacto anual con Colombia para escribir mis fi cciones. Cargar con esa defi nición de literatura del exilio me parecía robar algo que no me pertenecía, porque tengo amigos,

compañeros novelistas, que sí están en la situación de no poder volver a sus países. En una especie de bús-queda para hablar de la experiencia del escritor expatriado me encontré con que V.S. Naipaul había usado el arcaísmo inglés inquiline. Entre sus definiciones algunos diccionarios incluyen una que es muy simple: ‘el animal que vive en el lugar de otro’. Es lo que yo soy: alguien que por razones de conveniencia intelectual, emocional, moral, ha decidido esta-blecer una distancia con el lugar de donde viene, con el hogar, la única certeza, como dice el poema de T.S. Eliot. Mi idea era que estando fuera de mi país la escritura se haría rea-lidad con menos resistencias y ma-yores elementos de juicio, y aprove-chando una mayor contaminación. Desde luego es algo que no hemos inventado ni yo ni mi generación, ni tampoco los del boom, que eran todos novelistas expatriados: Cortá-zar, García Márquez, Vargas Llosa y Fuentes escribieron sus grandes no-velas fuera de sus países. Parece es-tar en la raíz de una cierta metafísica del escritor latinoamericano.

- P.: ¿Hasta qué punto esta mis-ma tradición latinoamericana ex-plica su paso por París?

-R.: En París no sólo se habían escrito algunas de las grandes nove-las latinoamericanas, como La casa verde o Rayuela, sino también algu-nas de las novelas en lengua inglesa que más me han marcado, en parti-cular el Ulysses de Joyce. La ciudad está en mi mitología personal desde que comencé a leer de manera seria e instrumental –los escritores sole-mos leer sobre todo lo que nos pue-de enseñar a resolver un problema, lo que nos puede dar una respues-ta técnica–. París era un lugar de acogida de varias literaturas, entre las cuales están la de la generación perdida −Hemingway, Fitzgerald− y, por supuesto, la latinoamericana. De hecho esa relación entre París y la literatura latinoamericana ya se produce en 1904-1905 con la lle-

gada de Rubén Darío. Luego, como es sabido, Darío entró en tensión con esa ciudad: había ido allí para que ese ombligo del mundo poético le diera la carta de identidad como poeta. Pero se encontró con que, por ejemplo, Valéry Larbaud, en un texto muy bonito por lo demás, le recriminó que se dedicara a escribir poemas sobre los boulevards de Pa-rís, mientras lo que quieren leer es la selva, la pampa, las montañas, la Latinoamérica exótica. Esta tensión entre Europa y los latinoamerica-nos siempre ha existido y la viví. Tanto esto como el darme cuenta de mis pocas posibilidades como novelista −estaba todavía terrible-mente inmaduro en ese momento− contribuyó a que yo también pasara por un desencanto de París y deci-diera buscar otro lugar de residen-cia. Desde entonces he tenido una especie de reconciliación con París y ahora estamos en una luna de miel un poco rara, porque he vuelto con frecuencia, encontrando sin proble-mas, ahora sí, todas esas cosas que fui buscando originalmente.

- P.: Después vivió once meses en las Ardenas belgas, la ‘Bélgica profunda’. ¿Qué imagen se ha lle-vado de allí?

- R.: Una imagen que me hizo de-dicarle más de la mitad de un libro de fi cción [Los amantes de Todos los Santos]. Ese año que pasé en una casa en medio de las colinas de las Ardenas, fue probablemente el más importante de mi vida como escritor. Llegué allí porque quería irme de París, pero no quería volver a Colombia. En un estado de ab-soluta desorientación personal, fui acogido en Bélgica por una pareja mayor, unos muy buenos amigos. Me permitieron quedarme en su casa en las Ardenas mientras resol-vía mi situación mental. Allí traté de compenetrarme lo más posible con una forma de vida muy distinta de lo que yo había vivido: salir de cacería, trabajar con caballos. Fue un mundo que me resultaba abso-

En primera persona

lutamente extraño, en el cual pude vivir con una impunidad total, pues allí no había nadie que me mirara. Fue un año de no estar en el mundo, de vivir en una especie de utopía un poco rara. Durante este tiempo comprendí muchas cosas del tipo de escritor que quería ser, a quién quería parecerme. Fue un año en el ‘desierto’, un año para descubrirme a mí mismo, según el cliché fi lo-sófi co.

- P.: La siguiente etapa y la últi-ma, por ahora, ha sido Barcelona. ¿A qué se debe esta elección?

-R.: Analizando estos movimien-tos de una manera un poco sicoa-nalítica y autofl agelante, tienen mu-cho que ver con un afán de ponerme en dificultades gratuitas. Cuando decidí salir de mi país, no fui a los lugares cuya lengua hablaba o cuya cultura había conocido por mi edu-cación. Al llegar a París no hablaba francés y no conocía absolutamente a nadie. Asimismo, en Barcelona sólo conocía a una persona, el es-critor Enrique de Hériz. Escogí la ciudad simplemente porque quería postergar mi regreso a Colombia de la mejor manera posible. Pensé −tal vez con una noción de la vida ya más práctica− que la calidad de las editoriales y la crítica literaria sobre la literatura latinoamericana podía hacer que Barcelona fuera un desti-no para mí. Probablemente, si en los años sesenta Vargas Llosa, García Márquez, Donoso y Bryce Echeni-que no hubiesen escogido Barcelo-na sino Madrid, habría acabado en la capital. Aunque evidentemente la literatura latinoamericana ha cam-biado mucho, hay muchos lugares del mundo donde se siguen exigien-do las mariposas amarillas, las mu-jeres hermosas que vuelan por los aires, o la novela del dictador, todos esos maravillosos hallazgos de la generación del boom que se convir-tieron, precisamente por lo maravi-llosos, en clichés. Pero Barcelona no es uno de esos lugares. La lectura de la literatura latinoamericana en

España, en general, y en Barcelo-na, en particular, ha evolucionado mucho. Es un placer sentir que, con mis tres libros escritos en Barcelo-na, he podido colaborar un poco en este cambio de perspectiva, de lo que es o no es, o debe ser o no debe ser la literatura latinoamericana.

- P.: También escribe frecuente-mente en periódicos tanto espa-ñoles como colombianos. ¿Cómo concibe esa labor periodística?

- R.: Tiene dos vertientes. Por un lado, soy periodista cultural. Me gusta participar en el debate lite-rario de la actualidad escribiendo reseñas en los suplementos de los diarios. Creo que, si se practica con cierto cariño y cierta generosidad, la reseña puede ser una muy menu-da obra de arte. Esto está más en la tradición anglosajona de escritores-críticos como John Updike o Martin Amis. Como dice Amis, reseñar los libros de los contemporáneos es la mejor manera de crear un buen am-biente para la recepción de la propia literatura, de sembrar un territorio donde ésa tenga alguna cabida. En este sentido a veces somos grose-ros proselitistas de la propia obra. Sin embargo, la reseña también es un ejercicio de altruismo y creo que por eso no la practican todos los es-critores: es difícil dedicar un tiempo y una concentración sostenidos a un libro de otro. Por otro lado, soy columnista, opinador profesional. Me permite tratar cosas de las que no se ocupa mi fi cción y contribuir de alguna manera al debate políti-co en Colombia. Intercalo entre las columnas políticas columnas sobre cultura, en las que hablo de libros que en Colombia no necesariamen-te se conozcan. En el aspecto po-lítico, el trabajo del columnista es absolutamente distinto de la labor del novelista. El novelista escribe para averiguar, desde la ignorancia. Un columnista escribe porque cree que sabe algo y quiere compartirlo. Sentir una vez por semana que sé algo es muy agradable, es el único

momento de certidumbre que ten-go. A este respecto, estar fuera es un handicap muy brutal, porque no dispongo de toda la información necesaria. Por otra parte, el gran columnista colombiano Antonio Caballero, una especie de concien-cia moral del país, vivió en Madrid durante veinte años y fueron años en los que nadie estaba tan enterado de la política bogotana como él. Así que, pese a las difi cultades, no es imposible. Además, creo que todas las sociedades tienen una especie de inercia del pensamiento que arrastra a la gente de dentro. Un novelista norteamericano que admiro mucho, Edgar Doctorow, dice que EE.UU. es una sociedad ideológica, pero que los que están dentro no se dan cuenta, porque comparten todos la misma ideología. Se puede aplicar a todos los países: existe una espe-cie de pensamiento predominante y siempre es necesario alguien que esté fuera y que lleve la contraria, aunque se equivoque.

-P.: ¿Qué nos puede comentar sobre su ensayística?

- R.: Ante todo, los ensayos reco-gidos en El arte de la distorsión son una confesión de incertidumbre: al igual que en mis novelas, en mis ensayos escribo sobre lo que des-conozco, sobre las dudas que tengo. Y, como sospecho le sucede a todo novelista, mis dudas sobre el arte de la novela son cada vez mayores. ¿Por qué escribimos novelas? ¿Para qué las leemos? ¿Cuál es el lugar de esta actividad tan misteriosa que consiste en preocuparse por el des-tino de gente que nunca ha existido? ¿Cómo se construyen estos univer-sos, cómo funciona este proceso de crear algo de la nada, como decía Faulkner en su discurso del Premio Nobel? Con la probable excepción de la física nuclear, escribir una no-vela de verdad −no una novela for-mulaica de las que se hacen por ra-zones económicas− me parece una de las cosas más difíciles que puede hacer un ser humano.

4 Suplemento Cultural Nueva Guatemala de la Asunción, 26 de marzo de 2011 Suplemento Cultural 5Nueva Guatemala de la Asunción, 26 de marzo de 2011

JUAN GABRIEL VÁSQUEZ:“ESCRIBIMOS PORQUE LA REALIDAD

NOS PARECE IMPERFECTA”El colombiano Juan Gabriel Vásquez (Bogotá, 1973)ganó esta semana el Premio Alfaguara de novela, uno de los más pres-tigiosos de la literatura en español, dotado con 175 mil dólares, con “El ruido de las cosas al caer”, sobre la violencia y el

caos de su país en los últimos años. POR RITA DE MAESENEER Y JASPER VERVAEKE

La novela está “am-bientada en la Colom-bia contemporánea” y “narra el viaje de un hombre que busca en el pasado una explica-

ción de su situación y la de su país”, explicó ante la prensa en Madrid el presidente del jurado, el escritor vasco Bernardo Atxaga. Es una his-toria “conmovedora sobre el amor y superación del miedo” y “recrea una atmósfera original y atractiva”, “un espacio propio habitado por persona-jes que acompañarán durante mucho tiempo al lector”, destacó.

Vásquez nunca ha ocultado que cuando en 1996 viajó de Colom-bia a París, soñaba con perseguir el mito de los autores del boom.Confi esa el autor que al cabo de tres años en la capital francesa y uno en las Ardenas belgas, esa misma ambición inconmensurable infl uyó en su decisión de radicarse en Bar-celona. Desde entonces Vásquez se ha ido convirtiendo en una de las fi guras más emblemáticas de una nueva generación de escritores ibe-roamericanos.

- Pregunta: Para referirse a su situación de escritor latinoame-ricano residente en el extranjero, en su libro de ensayos propone la noción de ‘literatura de inquili-nos’. ¿Puede comentar cómo ve este concepto?

- Respuesta: La idea surgió por mi cansancio ante otros conceptos usa-dos en nuestros países para defi nir a los que escriben desde fuera. Los latinoamericanos hemos tenido que enfrentarnos mucho a la idea de la literatura del exilio o de la diáspo-ra. Son ambas palabras con unas connotaciones que me incomodan mucho. Yo no soy un exiliado políti-co: puedo volver a mi país cada vez que quiero. De hecho, me alimento de ese contacto anual con Colombia para escribir mis fi cciones. Cargar con esa defi nición de literatura del exilio me parecía robar algo que no me pertenecía, porque tengo amigos,

compañeros novelistas, que sí están en la situación de no poder volver a sus países. En una especie de bús-queda para hablar de la experiencia del escritor expatriado me encontré con que V.S. Naipaul había usado el arcaísmo inglés inquiline. Entre sus definiciones algunos diccionarios incluyen una que es muy simple: ‘el animal que vive en el lugar de otro’. Es lo que yo soy: alguien que por razones de conveniencia intelectual, emocional, moral, ha decidido esta-blecer una distancia con el lugar de donde viene, con el hogar, la única certeza, como dice el poema de T.S. Eliot. Mi idea era que estando fuera de mi país la escritura se haría rea-lidad con menos resistencias y ma-yores elementos de juicio, y aprove-chando una mayor contaminación. Desde luego es algo que no hemos inventado ni yo ni mi generación, ni tampoco los del boom, que eran todos novelistas expatriados: Cortá-zar, García Márquez, Vargas Llosa y Fuentes escribieron sus grandes no-velas fuera de sus países. Parece es-tar en la raíz de una cierta metafísica del escritor latinoamericano.

- P.: ¿Hasta qué punto esta mis-ma tradición latinoamericana ex-plica su paso por París?

-R.: En París no sólo se habían escrito algunas de las grandes nove-las latinoamericanas, como La casa verde o Rayuela, sino también algu-nas de las novelas en lengua inglesa que más me han marcado, en parti-cular el Ulysses de Joyce. La ciudad está en mi mitología personal desde que comencé a leer de manera seria e instrumental –los escritores sole-mos leer sobre todo lo que nos pue-de enseñar a resolver un problema, lo que nos puede dar una respues-ta técnica–. París era un lugar de acogida de varias literaturas, entre las cuales están la de la generación perdida −Hemingway, Fitzgerald− y, por supuesto, la latinoamericana. De hecho esa relación entre París y la literatura latinoamericana ya se produce en 1904-1905 con la lle-

gada de Rubén Darío. Luego, como es sabido, Darío entró en tensión con esa ciudad: había ido allí para que ese ombligo del mundo poético le diera la carta de identidad como poeta. Pero se encontró con que, por ejemplo, Valéry Larbaud, en un texto muy bonito por lo demás, le recriminó que se dedicara a escribir poemas sobre los boulevards de Pa-rís, mientras lo que quieren leer es la selva, la pampa, las montañas, la Latinoamérica exótica. Esta tensión entre Europa y los latinoamerica-nos siempre ha existido y la viví. Tanto esto como el darme cuenta de mis pocas posibilidades como novelista −estaba todavía terrible-mente inmaduro en ese momento− contribuyó a que yo también pasara por un desencanto de París y deci-diera buscar otro lugar de residen-cia. Desde entonces he tenido una especie de reconciliación con París y ahora estamos en una luna de miel un poco rara, porque he vuelto con frecuencia, encontrando sin proble-mas, ahora sí, todas esas cosas que fui buscando originalmente.

- P.: Después vivió once meses en las Ardenas belgas, la ‘Bélgica profunda’. ¿Qué imagen se ha lle-vado de allí?

- R.: Una imagen que me hizo de-dicarle más de la mitad de un libro de fi cción [Los amantes de Todos los Santos]. Ese año que pasé en una casa en medio de las colinas de las Ardenas, fue probablemente el más importante de mi vida como escritor. Llegué allí porque quería irme de París, pero no quería volver a Colombia. En un estado de ab-soluta desorientación personal, fui acogido en Bélgica por una pareja mayor, unos muy buenos amigos. Me permitieron quedarme en su casa en las Ardenas mientras resol-vía mi situación mental. Allí traté de compenetrarme lo más posible con una forma de vida muy distinta de lo que yo había vivido: salir de cacería, trabajar con caballos. Fue un mundo que me resultaba abso-

En primera persona

lutamente extraño, en el cual pude vivir con una impunidad total, pues allí no había nadie que me mirara. Fue un año de no estar en el mundo, de vivir en una especie de utopía un poco rara. Durante este tiempo comprendí muchas cosas del tipo de escritor que quería ser, a quién quería parecerme. Fue un año en el ‘desierto’, un año para descubrirme a mí mismo, según el cliché fi lo-sófi co.

- P.: La siguiente etapa y la últi-ma, por ahora, ha sido Barcelona. ¿A qué se debe esta elección?

-R.: Analizando estos movimien-tos de una manera un poco sicoa-nalítica y autofl agelante, tienen mu-cho que ver con un afán de ponerme en dificultades gratuitas. Cuando decidí salir de mi país, no fui a los lugares cuya lengua hablaba o cuya cultura había conocido por mi edu-cación. Al llegar a París no hablaba francés y no conocía absolutamente a nadie. Asimismo, en Barcelona sólo conocía a una persona, el es-critor Enrique de Hériz. Escogí la ciudad simplemente porque quería postergar mi regreso a Colombia de la mejor manera posible. Pensé −tal vez con una noción de la vida ya más práctica− que la calidad de las editoriales y la crítica literaria sobre la literatura latinoamericana podía hacer que Barcelona fuera un desti-no para mí. Probablemente, si en los años sesenta Vargas Llosa, García Márquez, Donoso y Bryce Echeni-que no hubiesen escogido Barcelo-na sino Madrid, habría acabado en la capital. Aunque evidentemente la literatura latinoamericana ha cam-biado mucho, hay muchos lugares del mundo donde se siguen exigien-do las mariposas amarillas, las mu-jeres hermosas que vuelan por los aires, o la novela del dictador, todos esos maravillosos hallazgos de la generación del boom que se convir-tieron, precisamente por lo maravi-llosos, en clichés. Pero Barcelona no es uno de esos lugares. La lectura de la literatura latinoamericana en

España, en general, y en Barcelo-na, en particular, ha evolucionado mucho. Es un placer sentir que, con mis tres libros escritos en Barcelo-na, he podido colaborar un poco en este cambio de perspectiva, de lo que es o no es, o debe ser o no debe ser la literatura latinoamericana.

- P.: También escribe frecuente-mente en periódicos tanto espa-ñoles como colombianos. ¿Cómo concibe esa labor periodística?

- R.: Tiene dos vertientes. Por un lado, soy periodista cultural. Me gusta participar en el debate lite-rario de la actualidad escribiendo reseñas en los suplementos de los diarios. Creo que, si se practica con cierto cariño y cierta generosidad, la reseña puede ser una muy menu-da obra de arte. Esto está más en la tradición anglosajona de escritores-críticos como John Updike o Martin Amis. Como dice Amis, reseñar los libros de los contemporáneos es la mejor manera de crear un buen am-biente para la recepción de la propia literatura, de sembrar un territorio donde ésa tenga alguna cabida. En este sentido a veces somos grose-ros proselitistas de la propia obra. Sin embargo, la reseña también es un ejercicio de altruismo y creo que por eso no la practican todos los es-critores: es difícil dedicar un tiempo y una concentración sostenidos a un libro de otro. Por otro lado, soy columnista, opinador profesional. Me permite tratar cosas de las que no se ocupa mi fi cción y contribuir de alguna manera al debate políti-co en Colombia. Intercalo entre las columnas políticas columnas sobre cultura, en las que hablo de libros que en Colombia no necesariamen-te se conozcan. En el aspecto po-lítico, el trabajo del columnista es absolutamente distinto de la labor del novelista. El novelista escribe para averiguar, desde la ignorancia. Un columnista escribe porque cree que sabe algo y quiere compartirlo. Sentir una vez por semana que sé algo es muy agradable, es el único

momento de certidumbre que ten-go. A este respecto, estar fuera es un handicap muy brutal, porque no dispongo de toda la información necesaria. Por otra parte, el gran columnista colombiano Antonio Caballero, una especie de concien-cia moral del país, vivió en Madrid durante veinte años y fueron años en los que nadie estaba tan enterado de la política bogotana como él. Así que, pese a las difi cultades, no es imposible. Además, creo que todas las sociedades tienen una especie de inercia del pensamiento que arrastra a la gente de dentro. Un novelista norteamericano que admiro mucho, Edgar Doctorow, dice que EE.UU. es una sociedad ideológica, pero que los que están dentro no se dan cuenta, porque comparten todos la misma ideología. Se puede aplicar a todos los países: existe una espe-cie de pensamiento predominante y siempre es necesario alguien que esté fuera y que lleve la contraria, aunque se equivoque.

-P.: ¿Qué nos puede comentar sobre su ensayística?

- R.: Ante todo, los ensayos reco-gidos en El arte de la distorsión son una confesión de incertidumbre: al igual que en mis novelas, en mis ensayos escribo sobre lo que des-conozco, sobre las dudas que tengo. Y, como sospecho le sucede a todo novelista, mis dudas sobre el arte de la novela son cada vez mayores. ¿Por qué escribimos novelas? ¿Para qué las leemos? ¿Cuál es el lugar de esta actividad tan misteriosa que consiste en preocuparse por el des-tino de gente que nunca ha existido? ¿Cómo se construyen estos univer-sos, cómo funciona este proceso de crear algo de la nada, como decía Faulkner en su discurso del Premio Nobel? Con la probable excepción de la física nuclear, escribir una no-vela de verdad −no una novela for-mulaica de las que se hacen por ra-zones económicas− me parece una de las cosas más difíciles que puede hacer un ser humano.

6 Suplemento Cultural Nueva Guatemala de la Asunción, 26 de marzo de 2011

APRENDA A MANEJAR “LA FUERZA”

“Que la Fuerza esté con ustedes”, dice el maestro Qui Do Quan a sus alum-nos, al iniciar la primera clase en una Es-cuela de Jedis in-augurada por dos chilenos que quieren replicar a los guerreros de la famosa película “Star Wars” (“La Guerra de las Galaxias”). “La agresión es parte del lado oscuro. Si van a pegarle a alguien están agrediendo, entonces la Fuerza debe ser usada sólo desde el lado claro, ya que es sólo para defenderse”, explica por su parte Sergio Angeloni o “maestro yodai”, un profesor de lenguaje de 44 años, a un grupo de seis alumnos que lo escuchan con atención.POR MIGUEL SÁNCHEZ

An g e l o n i y William Be-rrueta, un ex-perto maestro de Tae Kwon

Do y yoga que se hace llamar “maestro Qui Do Quan”, son los dos únicos profesores de esta escuela, que replica una iniciativa similar que funcio-na en Nueva York.

Ambos lucen un largo abrigo café con capucha. Debajo visten un pantalón y una chaqueta de tela grue-sa que se cruza y ata con un cinturón, y por encima de los hombros caen dos fl e-cos, emulando los trajes que usan los caballeros Jedis de la célebre saga cinematográ-fi ca de George Lucas, creada en la década de los 70 y que tiene faná-ticos en todo el mundo.

Los dos crearon la primera Escuela de Je-dis que funciona en Chile, que nació en 2009 luego de que se dieran cuenta en una exhibición que las lu-chas presentadas en Star Wars podían mezclarse con técnicas de artes marciales, brindando a los niños un espacio lú-dico donde aprender la sabiduría Jedi, “un ico-no de la nobleza, el va-lor y habilidad”, según la descripción del blog

de la institución.La escuela cuenta hoy

con 30 alumnos, entre 6 y 12 años. Cada clase dura un poco más de un hora y se realiza una vez por semana. Al fi nal de tres años, tras el paso por una serie de disci-plinas de artes marciales y yoga y de conocimiento de la fi losofía Jedis, los alum-nos egresan como caballe-ros Jedis, los protagonistas de la afamada “Star Wars”.

El curso comienza con ejercicios físicos o asanas, que se utilizan en yoga, y lue-go se da paso a una parte teó-rica en que se explica que un Jedi utiliza siempre la Fuerza para conocimiento y como

defensa. Nunca para atacar.Sin embargo el momento

más esperado es cuando los ni-ños toman sus espadas y prac-tican los famosos movimien-tos de los Jedis, basados en algunas artes marciales como el Kung Fu o el Kendo.

“La espada son de uso de exhibición. No son para duelos ni para golpearse”, les advierte Berrueta.

Las espadas que utilizan los maestros -y que emboban a los niños- son dos répli-cas exactas de las utilizadas en las películas -incluido el verde del láser y el sonido que emiten en la saga-, que Berrueta adquirió en Estados Unidos, donde pagó por cada

una cerca de 250 dólares.La escuela se montó en una

modesta casa de la localidad de Quilpué, en la región de Valpa-raíso, a unos 120 km al oeste de Santiago. El curso vale unos 75 dólares mensuales.

En un principio, fue ob-jeto de burla por parte de personas que se mofaban del exacerbado fanatismo que despierta esta saga en adultos y niños, según cuen-ta Berrueta, pese a lo cual el número de “padawans” o aprendices de Jedis se ha duplicado en el último año, con alumnos que en su ma-yoría han heredado el fana-tismo de sus padres.

“Quería estudiar las cosas Jedi y saber todo de los Jedis. Me gustan las luchas y las clases son súper entretenidas. Quie-ro ser como Luke Skywalker”, comen-tó Cristopher Flores, de 10 años, haciendo referencia al protago-nista de Star Wars.

“Soy fanático des-de muy chico de ‘Star Wars’, al igual que mi hijo. Lo traje para que aprenda todas las dis-ciplinas”, manifestó Danilo Flores, padre de Cristopher, mien-tras ve cómo su hijo se convierte en un Jedi.

Chile

ARTE PRECOLOMBINO IMPONE TRES RÉCORDS

Una excepcional colección de arte preco-lombino, que incluía una escultura de una divinidad maya que logró un récord mundial y misteriosas fi guras del estado mexicano de Guerrero, fue adjudicada

esta semana en París por más de siete millones de euros, por encima de las previsiones.

El remate de la colección amasada durante 30 años por un industrial suizo, Henry Law, totalizó 7.452.914 euros (unos 10,6 millones de dólares), comprobó la AFP en la sala de ventas Druot, donde pujaron desde modestos coleccionistas hasta representantes de insti-tuciones europeas.

La venta de esta colección de 200 obras, en la que destacaban hieráticas fi guras de piedra de la cultura mezcala halladas en Guerrero (oeste de México), es-taba estimada en unos 4 millones de euros, cerca de 6 millones de dólares, dijo Jacques Blazy, experto de arte precolombino que colaboró con la subasta.

La hermosa escultura policroma de un dios maya del periodo clásico tardío (550-950 A.D) rompió el récord mundial para una obra maya al venderse a casi tres millones de euros (4,2 millones de dólares), indi-có Blazy, que no dio precisiones sobre el comprador.

“Solo podemos decir que el comprador de la ‘Gran divinidad sentada’, fue un europeo, que pagó 2.912.000 euros”, agregó.

También una fi gura olmeca, en serpentina verde y blanca, del periodo preclásico (300-100 antes de Cris-to), impuso un récord mundial al venderse por 900.000 euros (1,28 millones de dólares), indicó Blazy.

El tercer récord de la subasta lo impuso “El yugo de tres caras”, representación votiva de un cinturón utili-zado para el juego de pelota, de la cultura de Veracruz, que subió hasta 283.500 euros (403.000 dólares), el precio más alto por una escultura de esa cultura.

“Hubo muchos compradores europeos, y no tantos estadounidenses, debido al nivel bajo del dólar”, indicó una fuente de las fi rmas Binoche y Bergé et Associés, organizadores de la venta, que cobraron un 25% de la cifra total del remate a título de comisiones.

La colección dispersada este lunes era una de las más importantes de arte prehispánico que existían en el mundo, según Blazy, que recordó que Law decidió desprenderse de su colección después de sufrir un robo en su casa de Ginebra.

Las fi guras que más llamaban la atención en la co-lección eran las de mezcala, en piedra semipreciosa, ha-lladas en el oeste de México, en una región donde no se construyeron templos, y que cautivó la imaginación de los poetas surrealistas André Breton y Tristan Tzara.

Una escultura chontal en serpentina verde claro, que perteneció a Tristan Tzara provocó muchas pujas y fue adjudicada a 226.800 euros.

La subasta fue un buen indicador de “la buena sa-lud del mercado del arte precolombino”, señaló Bla-zy, que destacó que es un mercado “pequeño, íntimo”, en comparación con el del arte impresionista, moder-no o contemporáneo.

Había también piezas que atraían a jóvenes coleccio-nistas, como Quentin, un enamorado del arte precolombi-no, que se presentó como un piloto de avión de 28 años.

El joven, que desembolsó 3.000 euros (4.200 dó-lares) por tres pequeñas piezas de la cultura mezcala, contó que su abuelo había coleccionado arte prehispá-nico, y que él seguía la tradición.

La subasta se produjo en medio de las tensiones diplomáticas franco-mexicanas, luego de que el pre-sidente Nicolas Sarkozy decidiera dedicar el Año de México en Francia a Florence Cassez, la francesa condenada por la justicia mexicana a 60 años de cár-cel por complicidad en secuestros, lo que llevó a la anulación de ese ambicioso programa.

La venta se desarrolló sin problemas. No fue así en setiembre y diciembre del 2008, cuando dos subastas de piezas arqueológicas mexicanas debieron ser sus-pendidas luego de que las obras fueron confi scadas a petición de México antes de su subasta en París.

Los policías de la Ofi cina Central de Lucha contra el Tráfi co de Bienes Culturales (OCBC) confi scaron las piezas en base a una comisión rogatoria internacio-nal de México y las retuvieron a la espera del resulta-do de una investigación sobre su procedencia.

La investigación duró 19 meses, tras lo cual la po-licía devolvió las piezas a sus propietarios.

Subastas

POR ANA MARÍA ECHEVERRÍA

William Berrueta (C), más conocido como “Kiodo”, es el instructor de la Academia Chilena de la Fuerza, que ya tiene 20 estudiantes para enseñar meditación, relajación y uso de la espada láser.

FOTO LA HORA: AFP Martin BERNETTI

FOTO LA HORA: AFP Martin BERNETTI

Kiodo enseña el manejo de la espada láser.

Suplemento Cultural 7Nueva Guatemala de la Asunción, 26 de marzo de 2011

CULTO AL CURANDERO “NIÑO FIDENCIO”

En marzo de cada año el poblado de Espinazo, enclavado en una zona desértica del norte de México, recibe hasta 100

mil visitantes, nacionales y extran-jeros, que buscan ser sanados por el santo “Niño Fidencio”, un curandero muerto hace casi 70 años.

La vida de esta comunidad de unos 1.200 habitantes, envuelta en los vientos del desierto y a unos 80 km de Monterrey, no sería la misma sin la leyenda de Fidencio Constati-no Sintora, conocido como “El Niño Fidencio”, elevado a la categoría de santo en el imaginario popular.

“Llegamos a recibir hasta cien mil personas durante una semana, peregrinos que vienen de México, del sur de Estados Unidos y también de Centroamérica porque la fe es muy grande y muy extensa”, cuenta Fabiola López, rectora de la denomi-nada Iglesia Fidencista cristiana.

La comunidad religiosa es re-conocida desde 1993 formalmente por el ministerio de Gobernación (Interior) y cuenta con unos 600 mi-nistros.

La fe en el “Niño Fidencio” ha sobrevivido a más de siete décadas de su muerte y familias enteras de peregrinos recorren los sitios de Es-pinazo considerados sagrados, como el cerro de la Campana, la tumba del curandero la iglesia y el ‘charquito’, una pileta de aguas lodosas donde se sumergen con la esperanza de aliviar sus males.

“Cada vez tenemos más visitan-tes y se debe principalmente a que no cobramos por nuestro servicios, e in-cluso a las personas más necesitadas se les alimenta mediante la coopera-ción de muchas personas y se les da albergue”, explica Gerardo Gonzá-lez, responsable de asuntos jurídicos de la Iglesia Fidencista.

La economía del pueblo en estos días también gira en torno a la fi gura del ‘santo niño’ pues en las calles los pobladores pelean la atención de los clientes para ofrecerles comida, ropa o fi guras religiosas.

Los fi eles del “Niño Fidencio” aseguran que medía 1,80 m, una gran estatura para su época, que ja-más se desarrolló sexualmente, era lampiño y su tono de voz era infan-til. También se le atribuyen poderes extrasensoriales desde su infancia, como el leer la mente y pensamien-tos de quienes lo rodeaban.

Como curandero, se cuenta que operaba cesáreas y tumores con tro-zos de vidrio, que sacaba muelas con pinzas eléctricas o extirpaba ca-taratas con espinas de maguey y sin necesidad de sedar a sus pacientes, que, cuenta la leyenda, jamás sentían dolor alguno.

Las historias sobre los poderes curativos del “Niño Fidencio” llega-ron hasta el mismo presidente mexi-cano de la época, Plutarco Elías Ca-lles, quien lo visitó el 8 de febrero de 1928 para que lo atendiera de un mal que le provocaba llegas en la piel.

México

SE PIERDE LA ESENCIA DE LOS VOLADORES DE PAPANTLAEl milenario rito mexicano de los Voladores de Pa-pantla, represen-tados el fi n de se-mana en la Cumbre Tajín, y protegido como Patrimonio de la Humanidad, podría perder su espiritualidad si se lo considera un mero espectáculo indígena, temen algunos de sus maestros.POR MELINA ZURITA

Miles de perso-nas se acercaron al municipio de Papantla (Vera-cruz, este) para

la Cumbre Tajín, un festival cul-tural que combina la tradición de los voladores con actuaciones comerciales como Miguel Bosé o Calle 13.

Papantla se encuentra cerca de la zona arqueológica de El Tajín y allí viven desde hace más de 900 años indígenas totonacas que han asombrado al mundo con la danza de los voladores, que la Unesco designó en 2009 como Patrimonio Inmaterial de la Humanidad.

El presidente de Guatemala, Álvaro Colom, visitó el sába-do una escuela de voladores de Papantla, ritual que también se practica en algunas zonas de Cen-troamérica, y emplazó a “com-partir más entre nuestras culturas ancestrales”.

“Es un rito sagrado, milena-rio, antiguo, profundo y lleno de significados. No es un espectá-culo”, señaló a la AFP Francisco Hernández, maestro tradicional de la escuela de niños voladores del centro de arte indígena de Pa-pantla.

Hernández lamenta que el ri-tual se haya simplificado hasta el punto de que se tenga por un atractivo más en zonas turísticas como las pirámides de Teotihua-can (centro) o playas como Puerto

México

Vallarta y Zihuatanejo, ambas sobre el Pacífi co.Los voladores realizan su danza en grupos de cinco

miembros, ataviados con ropas rojas y adornos con los colores del arco iris.

Uno de ellos se sienta en lo alto de un mástil de unos 25 metros y toca melodías con una fl auta mientras los otros se dejan caer del poste y colgados de una cuerda giran simulando que son estrellas alrededor del sol, en dirección a los cuatro puntos cardinales.

Hernández trabaja con niños, incluso desde los seis años, y les inculca los conocimientos de la cosmovisión indígena.

“El sentido de la escuela no es subir y volar sino que conozcan el sentido espiritual que conllevan los elemen-tos”, afi rma.

La danza está asociada a la fertilidad y su objeto es expresar el respeto profesado hacia la naturaleza y el universo espiritual. El poste en el que se apoyan los vo-ladores debe ser un tronco de un árbol recién cortado en el bosque después de implorar perdón al dios de la montaña.

Los maestros tratan de que la tradición se siga trans-mitiendo a las próximas generaciones y de cerrar la bre-cha cultural abierta por la migración.

“Se va perdiendo porque muchos jóvenes son moder-

nos y la tradición se va. Pero pode-mos recuperarla a través de los niños que van creciendo”, estimó a la AFP Flor Ramírez, coordinador de la es-cuela de niños voladores.

“Se van a otros lugares y olvidan sus costumbres. Regresan con las ideas de otro mundo ya no con las de la tradición toponeca”, lamenta Hernández.

Actualmente existen unos 600 voladores en Veracruz, una cifra que ha ido creciendo en los últimos años, explicó por su parte el maestro Mar-celino García.

Hernández apunta que los prac-ticantes de la danza “tienen el com-promiso de respetar las reglas y las formas” del rito, que prohíbe la par-ticipación de mujeres más allá de la confección de los trajes.

“De acuerdo a la tradición totona-ca, la mujer no participa dado que no puede fecundar a otra mujer ni a otro hombre”, argumentó el maestro.

Los voladores son una de las grandes atracciones de la Cumbre Tajín 2011, que el sábado ofreció un concierto del cantante español Mi-guel Bosé con unos 45.000 asistentes y este domingo presenta a los puerto-rriqueños Calle 13.

Hace apenas dos o tres dé-cadas ser joven era m

ás fácil: el m

undo estaba polarizado y entonces sólo había dos opciones, y uno decidía ser de izquier-da o de derecha, guerrillero o m

ilitar (o, al m

enos, pro), hacer arte compla-

ciente o contestatario, ser cuadrado o derecho. En ese m

undo magnético

hasta los indecisos tenían su justifi ca-ción: era la represión la que los inhibía a expresar sus verdaderas preferencias o la que determ

inaba la dirección de sus evasiones, pero en todo caso era sufi ciente para no hacer del tem

a un asunto dem

asiado complicado. Los jó-

venes de hoy, en cambio, tienen m

iles de opciones, pero la indecisión alcan-za en ellos niveles de tortura: el cielo no los cobija, los árboles no les dan som

bra y responden a la libertad in-m

ovilizándose en las pequeñas jaulas de sus hábitos y rutinas consum

istas y dom

ésticas. La pintura del joven Jim

my Yes

(Cuyotenango, 1980) parece surgir de esa situación existencial. Y no se trata sólo de sus tem

as, que de alguna mane-

ra dicen en clave poética todo lo que se agita en su interior y para lo cual le fal-tan las palabras pero no las im

ágenes. Se trata de cierta actitud artística genui-na que busca un cauce para su energía todavía sin dirección, pero que no en-cuentra en el m

undo un catalizador que la actualice y que la convierta en fuente ya no de su m

onólogo interno sino de

Más que los sueños y las ilusiones, a la juventud la caracteriza la sensibilidad. Los

jóvenes, en efecto, pretenden cambiar el m

undo no por un exceso de energía y entusiasmo

sino porque el mundo, tal com

o lo encuentran en el despertar de su conciencia, les hiere, les lastim

a la sensibilidad estética y social: les duele y les despierta una inmitigable sed

de justicia. Pero también es la edad de la creación y la generosidad, y la confi anza que

depositan los jóvenes en los poderes humanos de creación es tan grande com

o las heridas que les causa el m

undo: la palabra, el arte, la razón son para ellos armas sufi cientes para

hacer una revolución —y las blanden con contagioso fervor incendiario. Por Juan B. Juárez

JIMMY YES, BAJO UN CIELO

QUE NO COBIJA

un diálogo consecuente e ilumina-

dor. Pero veamos sus cuadros.

Jimm

y Yes pinta pájaros. A veces solos, com

o perdidos en un fondo infi nito y alucinado. La m

ayoría de las veces, en jaulas colocadas a la som

bra de un árbol m

ás solitario aún en el paisaje que se abre bajo el cielo alto e inal-canzable. La som

bra de ese árbol resplandeciente, paradójicam

en-te, los ilum

ina: no los protege con

su sombra sino que, se diría, los

expone como espectáculo. A

fue-ra, el sol o la luna, ajenos a los pájaros, las jaulas y el árbol soli-tario, ponen en el cielo prism

as que descom

ponen el cielo en deli-cadas geom

etrías lumínicas. Tres

espectáculos sobrepuestos: el del cielo, el del árbol en el paisaje y el del concierto de pájaros enjau-lados, esté últim

o muy arm

ónico pero de una tristeza que es m

ás

conmovedora aún por los trinos

que adivinamos tristes de algún

pájaro en libertad.Yo he visto a Jim

my Yes ob-

servando absorto a los sanates del parque; no m

e cuesta imaginárm

e-lo haciendo lo m

ismo en los cam

-pos de Cuyotenango. Tam

bién lo he visto pintar, igualm

ente absorto, com

o uniendo mentalm

ente los extrem

os de una metáfora fugaz.

Espero que no desespere.

Suplemento Cultural 8N

ueva Guatemala de la Asunción, 26 de marzo de 2011

Galería de artistas