Taibo, Carlos - Los Olvidados Entre Los Olvidados [2006]

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Los olvidados entre los olvidados

Carlos Taibo: Los olvidados entre los olvidados

Los olvidados entre los olvidadosCarlos Taibo. Profesor de Ciencia Poltica en la Universidad Autnoma de Madrid. Ha publicado, entre otros, los siguientes libros: La Unin Sovitica de Gorbachov (Madrid, Fundamentos, 1989); La Unin Sovitica (1917-1991) (Madrid, Sntesis, 1999, 2 ed.); Crisis y cambio en la Europa del Este (Madrid, Alianza, 1995); Las transiciones polticas en la Europa central y oriental (Madrid, Los Libros de la Catarata, 1998); La explosin sovitica (Madrid, Espasa, 2000); La desintegracin de Yugoslavia (Madrid, Los Libros de la Catarata, 2000); Cien preguntas sobre el nuevo desorden (Madrid, Punto de Lectura, 2002); Guerra entre barbaries. Hegemona norteamericana, terrorismo de Estado y resistencias (Madrid, Punto de Lectura, 2002), Estados Unidos contra Iraq (Madrid, La Esfera, 2003), Hacia dnde nos lleva Estados Unidos? (Madrid, Ediciones B, 2004) y Rusia en la era de Putin (Los Libros de la Catarata, 2006). Escribe sobre poltica internacional en El Pas, en los peridicos del grupo Vocento, en La Vanguardia y en El Peridico de Catalua, y es comentarista habitual en la cadena SER. Colabora con medios de informacin alternativos, como Rebelin.org.El Pas // 23-10-2006

Fuente: elpais.com/articulo/opinion/olvidados/olvidados/elpepiopi/20061023elpepiopi_5/Tes/Me engaara si afirmase que entre nosotros se ha celebrado a bombo y platillo el septuagsimo quinto aniversario de la Segunda Repblica. A la certificacin de que el recordatorio ha sido, muy al contrario, infelizmente modesto, me permitir agregar la de que no consta que muchos de quienes han tenido a bien acometer la honrossima tarea de rescatar lo que aquellos aos fueron hayan incluido en sus consideraciones a los libertarios de entonces. Cierto es que anarquistas y anarcosindicalistas, los olvidados de los olvidados, mantuvieron una relacin comnmente tensa con las instituciones republicanas.No es mi deseo idealizar lo que nuestros anarquistas fueron en aquellos aos convulsos. En sus organizaciones -no conviene confundir a la CNT con un movimiento libertario mucho ms amplio- se revel a menudo una notable distancia entre un puado de dirigentes y una base ms bien dcil y pasiva, se hicieron valer agudas divisiones y eventuales nfulas autoritarias, se manifest por doquier un insurreccionalismo poco meditado y gan peso con frecuencia indeseada una mitologa revolucionaria sin mayor sustento. Pero ste es el momento de subrayar que, aun con esas y otras rmoras, nuestros libertarios exhibieron virtudes nada desdeables, tanto ms si se contemplan desde la atalaya de hoy.

Con medios irrisorios, mostraron una admirable capacidad de movilizacin y, aun con las carencias que queramos, dieron rienda suelta a una vigorosa apuesta por la democracia de base, plasmada, por ejemplo, en hondas disputas internas que protagonizaron grupos de afinidad y sindicatos. Aprestaron, en fin, organizaciones de masas sin contar apenas para ello con liberados y sin disfrutar de los recursos dispensados por el Estado, conforme a un modelo del que bueno sera tomasen nota muchas de las hiperburocratizadas instancias de nuestros das.

Anarquistas y anarcosindicalistas acometieron, por otra parte, un formidable esfuerzo alfabetizador y culturizador, plasmado en un sinfn de revistas, libros y enciclopedias, de ateneos libertarios y de escuelas.

En un magma que a duras penas casaba con las pulsiones primitivistas y retardatarias que tantos gustan de identificar, y aun a merced de la dominante vocacin obrerista, abrieron debates cuya actualidad, tres cuartos de siglo despus, no ha mermado. Llevados del designio de crear un mundo nuevo sin aguardar a la toma del palacio de invierno, y desdeosos del poder y sus oropeles, no dudaron en hacer frente a las gentes de orden -entre ellas, por cierto, muchos republicanos- y sus privilegios, lo que acarre comnmente una dursima represin. sta se convirti a la postre en una escuela impagable que dio sus frutos, en julio de 1936, en la forma de una respuesta contundente ante el alzamiento militar y, despus, se diga lo que se diga, en la de un compromiso consistente con la tarea de ganar la guerra, desplegado al tiempo que un experimento revolucionario, el de las colectivizaciones, revelaba una inequvoca conciencia sobre la distancia entre la socializacin de la propiedad y su mera estatalizacin. Anarquistas y anarcosindicalistas padecieron tambin, en suma, la represin franquista de la posguerra.

Pero al cabo no es todo eso lo importante. Cuando procuramos rescatar la memoria de lo ocurrido, con unos y otros, en el decenio de 1930 inequvocamente lo hacemos para invocar el vigor contemporneo -la actualidad y la respetabilidad- de muchas de las ideas que entonces se defendieron. Aunque el buen juicio invita a subrayar las notables diferencias que existen entre lo que los libertarios fueron por aquel entonces y lo que hoy son tantas iniciativas que han visto la luz en sociedades muy alejadas en el tiempo y en el espacio, no faltan las lneas de continuidad. Si es verdad que los movimientos libertarios son ahora dbiles entre nosotros -y ello pese al rebrote, al que habr que prestar atencin, de un anarcosindicalismo estimulado por el entreguismo y la burocratizacin de los sindicatos al uso-, no lo es menos que las ideas anarquizantes tienen un ascendiente creciente que en una de las lecturas posibles no es ajeno al hecho de que aqullas salieron indemnes de la quiebra de unos sistemas, los de tipo sovitico, con los que de siempre haban guardado las distancias.

Testimonio de lo anterior lo ha sido la influencia del pensamiento libertario en el discurso y en la conducta de lo que dimos en llamar nuevos movimientos sociales, y entre ellos el pacifismo, el feminismo y el ecologismo. La huella de aqul se aprecia tambin, con todo, en una pltora de iniciativas que, tras reclamarse de la autogestin, la descentralizacin y la desjerarquizacin, repudian una sociedad asentada en la competicin descarnada, en agresivas operaciones contra el medio natural y en la absurda identificacin entre consumo y bienestar. Pero, ms cerca an en el tiempo, el ascendiente que nos ocupa se palpa en unos movimientos antiglobalizacin que han crecido en un escenario planetario marcado por la explotacin, la represin y las exclusiones. Importa subrayar que la vena libertaria no se deriva en este caso de una lectura ideolgica de los clsicos del anarquismo acometida por los activistas, sino, antes bien, de una certificacin vivencial de cules son los problemas que la jerarqua, los liberados y las separaciones generan en organizaciones que dicen ser emancipadoras.

Al amparo de muchas de las manifestaciones de esos movimientos -que de nuevo, en el Norte como en el Sur, desdean todo lo que huela a toma del poder-, han renacido, por aadidura, la dimensin solidaria del apoyo mutuo y la apuesta por el trabajo voluntario, muy lejos de los espasmos individualistas con los que con abusiva frecuencia se ha identificado al anarquismo contemporneo. El relativo, e inevitable, abandono del obrerismo a ultranza del pasado en modo alguno debe identificarse con un hedonismo claudicante.

Hace unos meses, El Pas reprodujo la necrolgica con la que el New York Times glos la figura de Paul Avrich, el profesor estadounidense que nos acerc al anarquismo ruso del primer tercio del siglo XX. El autor annimo de ese breve texto tuvo a bien subrayar que Avrich disenta de la extendida imagen del anarquista como alguien violento y amoral. No es sa la imagen que albergamos quienes, y creo somos muchos, nos sentimos orgullosamente obligados a mostrar nuestro respeto y nuestra admiracin por los libertarios de antao. Bien que nos gustara estar a su altura.

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