Teatro breve

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Antonio Avitia Hernández Piezas de teatro breve para estudiantes México, 2006

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Antonio Avitia Hernández

Piezas de teatro breve para

estudiantes

México, 2006

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Introducción

El texto teatral, en tanto obra artística, producto del talento y de la creatividad de su autor, no tiene

una regla definida en cuanto a su extensión. La mayoría de los textos de las obras dramáticas

clásicas están escritos en varios actos, siendo el acto teatral esa medida acordada y aceptada

como unidad mínima de representación, la cual, a su vez, no tiene una extensión definida y

obedece al capricho, plan o estructura creativa del dramaturgo.

Cuando una obra consta de varios actos, su montaje, dada su extensión, se complica, sobre todo

por su duración. Al intentar su puesta en escena con alumnos de una escuela de educación media,

básica o superior, los textos dramáticos largos resultan poco prácticos, si se consideran los

tiempos académicos y las múltiples actividades de los alumnos-actores en las escuelas del siglo

XXI.

A lo largo de la historia de la dramaturgia, a la par que las piezas de dos actos o más, también se

fueron generando, de manera paulatina, una suerte de piezas teatrales de corta extensión y

adecuada brevedad que, de acuerdo con su época y lugar de escritura, recibieron diversas

denominaciones. Así: kiogen, paso, acto, entremés, sainete, rutina, sketch, entreacto y juguete

cómico o dramático, entre otros, fueron los nombres genéricos que recibieron estas piezas

dramáticas, cómicas, melodramáticas y fársicas, cuya brevedad, haciendo un símil, podría

compararse con la prosa narrativa y se podría afirmar que la pieza de teatro breve es a la

dramaturgia lo que el cuento es a la narrativa en prosa.

Al momento de pensar en un montaje teatral, el docente-director teatral, tiene el problema de elegir

el texto a representar y puede decidirse por ensayar la dramaturgia y escribir su propio texto o

inducir y estimular a sus alumnos para que ellos mismos se expresen al escribir los actos teatrales

de su creatividad. Otra opción, la más usual, es la de montar un drama que ya haya sido escrito, en

cuyo caso, si el director teatral-docente se decide por una obra de extensión larga, es muy posible

que se vea en la necesidad de adaptar, recortar o hacer más breve el texto, para que sea acorde a

la funcionalidad y los tiempos y movimientos escolares de la vida de los alumnos, el plantel o el

lugar en el que se representará.

Sin embargo, las adaptaciones no siempre resultan muy afortunadas y, en ocasiones, las

mutilaciones de buena fe, además de alterar el sentido estético de la pieza original, pueden

aportar graves distorsiones o contrasentidos a la línea argumental y a la estructura dramática del

propio texto.

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Hasta donde se ha podido saber, la producción de textos de teatro breve no es de por sí muy

abundante, o bien muchas de las piezas presentan una gran diversidad de problemas para su

montaje, en términos de producción, o sus parlamentos son de difícil lectura o de por sí aburridos.

De esta manera, la localización de obras de teatro breve, que no representen dificultades

económicas o de producción insalvables, que su trama, además de tener algo de didácticos sea

legible, amena y atractiva para que no aleje a los alumnos del arte teatral, sino que los haga

enamorarse de esa fantástica y maravillosa relación entre el actor y el público, es una tarea que

dificulta sobremanera la labor del docente-director del arte teatral.

En Piezas de Teatro Breve para Estudiantes, los textos reunidos tienen como características más

notables: La facilidad del montaje escénico. Parlamentos legibles. Requerimientos mínimos de

producción y de fácil solución en cuanto a: iluminación, vestuario, música, escenografía, maquillaje,

sonido y efectos especiales. Del mismo modo, los textos tienen una gran creatividad e imaginación

en sus tramas.

En la presente compilación, que integra piezas breves de diversos géneros teatrales y de una gran

diversidad cultural e histórica, en lo que a su tiempo de creación corresponde, misma que cubre

desde el Renacimiento hasta diversas corrientes dramáticas del siglo XX, se hace accesible ese

pequeño acerbo que significa el primer acercamiento e iniciación del niño y el adolescente a los

apasionantes problemas del trabajo en equipo que implica la representación teatral.

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Farsa del Maese Pedro Pathelín

Farsa francesa del siglo XV

Anónimo

PERSONAJES:

Pathelín (el abogado)

Guíllemette (su mujer)

Borreguete (el pastor)

El juez

El vendedor de paños.

ESCENA PRIMERA

En casa de Pathelín

Pathelín, Guíllemette

PATHELÍN.- ¡Virgen Santa! por más que trabajo, araño y escarbo, no le saco un mal ochavo a mi

trabajo. ¡Y eso que no he hecho otra cosa en mi vida que pleitear!

GUILLEMETTE.- ¡Bien lo sé! No había pleito en que no metieras las narices, ni querella por la que

no acudieran a ti. ¡Quién habría de decir que ahora te llaman El Abogado Espérame Sentado.

PARTHELÍN.- Y fuera de modestias, en todo el país no podría encontrarse otro abogado mejor

enterado que yo… si no tal vez el alcalde…

GUILLEMETTE.- ¡Ah! Ese sabe latín. Dicen que ha sido seminarista en París.

PATHELÍN.- Yo le quitaré los humos a ése, en cuanto me lo proponga. Sé cantar la misa tan bien

como puede hacerlo un cura.

GUILLEMETTE.- ¡No te hacía falta tanto talento para pasar hambre! Yo no tengo vestido qué

ponerme y tú vas hecho una pena . ¡De poco nos sirve que sepas tanto! ¡Como el saber no se

come!

PATHELÍN.- ¡Cállate mujer! Te juro que, como me lo proponga, no te van a faltar vestidos ni

sombreros. ¡Saldremos adelante, demonio! ¡No hay mal que cien años dure! En menos que canta

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un gallo. Dios puede hacer cambiar nuestra suerte. Te digo que en cuanto me lo proponga, voy a

dejar tamañitos a todos mis compañeros.

GUILLEMETTE.- ¡Santiago me valga! Cierto que como engañabobos nadie podría darte lecciones.

PATHELÍN.- ¡Engañabobos…! Por el Sol que nos alumbra, mis honradas intervenciones.

GUILLEMETTE.- ¡Bueno, bueno! ¡Ven a decírmelo a mí!

PATHELÍN.- Mi conciencia…

GUILLEMETTE.- ¡Está bien, hombre! Si ya nos conocemos. No hay otro cerebro como el tuyo en

toda la parroquia.

PATHELÍN.- Me jacto de mis leales alegaciones…

GUILLEMETTE.- Mejor dirías, de tus embustes.

PATHELÍN.- ¡Bueno! ¡Como quieras! Has de saber amiga mía, que la mayor parte de esos

abogados que ves por ahí tan bien vestidos, no tienen estudios. ¡Pero ya hemos hablado bastante!

Me voy a dar una vuelta por la feria.

GUILLEMETTE.- ¿Por la feria?

PATHELÍN.- ¡Si, por la feria! ¿Te disgusta que traiga una pieza de tela o cualquier otra cosa de las

que hacen falta en la casa? Tú misma acabas de decirlo: no tenemos nada decente que ponernos.

GUILLEMETTE.-¿ Pero qué vas a hacer sin u mal ochavo en el bolsillo?

PATHELÍN.- Ése es mi secreto. Tú dime de qué color prefieres el paño que voy a traerte.

GUILLEMETTE.- Tráelo del color que quieras. “A caballo regalado no hay que mirarle el diente”.

PATHELÍN.- Dos varas y media para ti y tres o cuatro para mí que suman…

GUILLEMETTE.- Sí, echa cuentas, echa cuentas. ¿Quién piensas que te va a fiar?

PATHELÍN.-- ¡No te metas en donde no te llaman! El que me lo preste tendrá que esperarse por lo

menos hasta el día del juicio.

GUILLEMETTE.- ¡Apostaría a que no encuentras quién te escuche! ¡Bien segura estoy de que

andaremos desnudos este invierno!

PATHELÍN.- ¿Traeré un paño gris o verde…? Vale más decidirse en la feria misma. Me voy.

GUILLEMETTE.- Vete, vete, y no te olvides de echar un trago a mi salud, si encuentras quien te lo

convide.

PATHELÍN.- Lo traeré verde, será mejor… (Pathelín sale).

GUILLEMETTE.- ¿Adonde irá a buscarlo, dios mío? ¡Ojalá se dirija a algún comerciante que no

vea tres en un burro!

ESCENA II

Delante del puesto de telas

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Pathelín y el vendedor de telas

PATHELÍN (Saludando).- ¡Buenos días os dé Dios, Guillermo!

EL VENDEDOR.- Y a voz también, amigo. ¿Qué os trae por aquí?

PATHELÍN.- Tenía ganas de veros. ¿Y esa salud cómo marcha?

EL VENDEDOR.- No hay queja, gracias a Dios.

PTAHELÍN. Venga esa mano. ¿Cómo estáis?

EL VENDEDOR.- Bien, muy bien, para serviros. ¿Y vos?

PATHELÍN.-¡Por San Pedro Apóstol! Muy bien y deseando seros útil…¿Qué tal anda el negocio?

EL VENDEDOR.- Malejamente. Todo el mundo cree que los comerciantes ganamos lo que

queremos, pero hay que dar los artículos a un precio que no deja margen para nada.

PATHELÍN. Entonces bajarán un poco las cosas.

EL VENDEDOR.- No puede ser mucho…

PATHELÍN.- En fin, a Dios gracias, prosperáis en el oficio.

EL VENDEDOR.- Oficio de burros. Sin embargo, con ganancia o si ella, es el que heredé de mi

padre.

PATHELÍN.- “De tal palo tal astilla”. Vuestro padre y yo si que hacíamos buenas migas. No había

en su tiempo otro comerciante más listo ni más honrado. Bien os parecéis a él, sois su vivo retrato:

Las mismas facciones… y el mismo carácter. ¡Dios lo tenga en gloria!

EL VENDEDOR.- ¡Amén!

PATHELÍN.- Nadie puede adivinar el porvenir y, sin embargo, él me había predicho muchas cosas

que hoy se ven. ¡Ah! ¡Qué hombre…!

EL VENDEDOR.- Mi buen señor, tomad asiento.

PATHELÍN.- Tengo que deciros…

EL VENDEDOR.- Sentaos, por favor.

PATHELÍN.- Estoy bien así…

EL VENDEDOR.- Me niego a escucharos si no os sentáis. (El Vendedor alarga una silla. Pathelín

se sienta).

PATHELÍN.-Es su misma boca, su nariz, sus mismos ojos…¿a ver la barbilla…? (tocándole la

barbilla) en efecto ¡Una barbilla saliente! ¡Ah! Sois pintiparado a vuestro padre. ¡Es verdad que no

podéis negarlo! No podría haberse hecho un retrato más parecido ni más hermoso…Pero a

propósito de parecidos. ¿No ha muerto vuestra tía Lorenza?

EL VENDEDOR.- No, no.

PATHELÍN.- ¡Me alegro! Me estaba diciendo parea mis adentros: ¡Por la Virgen divina, qué bella y

graciosa la he conocido, alta y buen tipo…también igual que vos! No hay en todo el contorno

retoño que más salga al trono. Vuestro padre era un hidalgo bueno y valiente…como lo sois vos…

Os parecéis, a decir verdad, como dos granos de trigo. Tenéis el genio alegre como él. ¡Ojalá todo

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el mundo fuese lo mismo! (cogiendo una pieza de paño). Un género como éste sólo hubiera

consentido en venderlo a crédito y sin pedir nada a cuenta… ¡Ah! ¡Hermoso tejido! No he visto

nunca nada más bonito. Suave al tacto, grueso, flexible… (Extiende la pieza de tela).

EL VENDEDOR.- Está hecho con la lana de mis ovejas.

PATHELÍN.- ¡Buen trabajo! No, si ya lo he dicho: “De tal palo tal astilla”.

EL VENDEDOR. – Y qué hacer? Hay que trabajar para vivir.

PATHELÍN.- (Cogiendo otra pieza). Ésta parece gamuza pura.

EL VENDEDOR.- Es un paño de Ruen como no hay otro.

PATHELÍN.- Os confieso que me seduce. Os juro, por los clavos de Cristo, que no tenía la menor

intención de llevar tela, no necesito ahora. Al contrario, había guardado más de ochenta escudos

para comprar un terreno, pero estoy viendo que os voy a tener que destinar unos veinte o treinta,

porque este color me gusta con locura.

ELVENDEDOR.- ¿Escudos en oro?

PATHELÍN.-Más relucientes que soles. Cuánto más miro la tela más me gusta. Tengo ganas de

tener un traje de este color y mi mujer también.

ELVENDEDOR.- Es un paño caro pero de calidad inmejorable. Si queréis unas cuantas varas,

pronto os van veinte francos en ello.

PATHELÍN.- Eso es lo de menos. Gracias a Dios, dispongo de dinero y lo tengo guardado en sitio

bien seguro.

EL VENDEDOR.- Pues no tenéis más que decir cuántas varas os vais a llevar; toda la pieza está

a vuestra disposición, aunque no tengáis ahora ni un ochavo en el bolsillo.

PATHELÍN.- Ya lo sé. Muchas gracias.

EL VENDEDOR.- ¿qué le parece este paño azul…?

PATHELÍN.- Ante todo quisiera saber a qué precio sale la vara. Ahí va un ochavo por delante, para

las ánimas.

EL VENDEDOR.- Sois una bella persona y me resultáis simpático. ¿Queréis saber mi última

palabra?

PATHELÍN.- Sí.

EL VENDEDOR.- Os va a resultar tan sólo a veinticuatro sueldos la vara.

PATHELÍN.- ¡Por la Virgen Santa! ¡Veinticuatro sueldos! ¡No seré yo quien pague ese precio!

EL VENDEDOR.- Es lo que a mí me cuesta, palabra.

PATHELÍN.- Es demasiado caro.

EL VENDEDOR.- No sabéis lo que han subido los tejidos. Este invierno ha muerto casi todo el

ganado a causa del frío tan intenso.

PATHELÍN.- ¡Veinte sueldos!

EL VENDEDOR.- No puedo.

PATHELÍN.- ¡Veintidós!

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EL VENDEDOR.- Os juro que me es imposible dáoslo más barato. Id al mercado el sábado que

viene y preguntad el precio de la lana. Se está pagando a ocho lo que antes valía cuatro.

PATHELÍN.- ¡Bueno! ¡Qué se le va a hacer!

EL VENDEDOR.- ¿Cuánto necesitáis?

PATHELÍN.- Fácil es saber, ¿qué ancho tiene?

EL VENDEDOR.- El ancho corriente.

PATHELÍN.- Tres varas para mí, y para mi mujer, que es un poco más baja que yo, dos y media,

que hacen cinco y media.

EL VENDEDOR.- Total, sólo falta media vara para las seis.

PATHELÍN.- Pues llevaré las seis y con eso tendré también para un sombrero.

EL VENDEDOR.- (Midiendo el paño). Una, dos, tres…

PATHELÍN.- Más despacio.

EL VENDEDOR.- Bien, después lo mediréis vos.

PATHELÍN.- No hace falta; cuanto más se mide peor. ¡Vamos! ¿Cuánto es todo?

EL VENDEDOR.- Pues… a veinticinco sueldos la vara, las seis son nueve francos.

PATHELÍN.- ¡Bien! Pues ya que tengo vuestra confianza, pasaos por casa cuando gustéis (El

Vendedor frunce el entrecejo).-

EL VENDEDOR.- ¡Virgen Santa! ¡Qué trastorno me hace tener que ir por vuestra casa!

PATHELÍN.- Habláis como el Evangelio, es ciertamente un trastorno para vos, pero en cambio será

una ocasión para beber unas copas juntos.

EL VENDEDOR.- Cuando me ofrecen una copa nunca digo que no. Iré, pero ya sabéis que un

comerciante no debe estrenarse vendiendo de fiado.

PATHELÍN.- Id por allí. ¿Y si os pagase con los escudos de oro más relucientes que tenga y

además comierais con nosotros? Mi mujer está guisando un pato.

EL VENDEDOR.- (Aparte). No hay manera de negarse. (A Pathelín). ¡Bueno! Id por delante y

dentro de un momento estoy yo allí con el paño.

PATHELÍN.- ¡Para qué vais a molestaros! Mirad, puedo llevarlo muy bien debajo del brazo.

(Acompaña la acción a la palabra).

EL VENDEDOR.- De ningún modo, para eso estoy yo.

PATHELÍN.- ¡Por Santa Magdalena bendita! ¡Estaría bueno que fuerais detrás de mí como criado!

No me cuesta ningún trabajo llevarlo yo. Luego beberemos y comeremos lo que nos plazca.

EL VENDEDOR.- Por favor os pido que no dejéis de darme el dinero cuando vaya.

PATHELÍN.- De acuerdo, pero antes quiero que os sentéis en mi mesa y probéis el vino que

tenemos. Vuestro padre, que Dios tenga en gloria, sabía empinar el codo y tratarme como a un

buen amigo; pero vos sois rico y miráis por encima del hombre a un pobre hombre.

EL VENDEDOR.- ¡Por los clavos de Cristo!, el más pobre de los dos soy yo.

PATHELÍN.- ¡Bueno, adiós, adiós! No dejéis de venir pronto a echar unas copas.

EL VENDEDOR.- Y cobrar mis escudos.

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PATHELÍN.- Sería la primera vez que faltase a la palabra que he dado. (Alejándose del puesto y

aparte) ¡Escudos de oro! ¡Ya pueden ahorcarlo! Yo no le he dado ninguna palabra de pago, es él

quien ha hablado de escudos y de pagos. Que venga y ya verá los escudos que le doy. Buenas

piernas le dé Dios para correr todo lo que necesita. ¡Por San Juan bendito, que va a tener que

andar más que de aquí a Pamplona!

EL VENDEDOR.- (Solo). ¡Ya guardaré bien esos escudos…! No hay otro vendedor como yo. El

gran tonto me va a pagar veinticuatro sueldos la vara de un paño que no vale ni veinte.

ESCENA III

Pathelín, Guíllemette

En casa de Pathelín

PATHELÍN.- ¿A qué no aciertas lo que traigo? (Desenvuelve la tela).

GUILLEMETTE.-¡Virgen Santa! ¿Has ganado algún pleito? ¿De dónde has sacado eso? ¿Pero

cómo vamos a pagar esa tela? ¿Cuánto ha costado?

PATHELÍN.- Nada, ya está pagada, no te preocupes.

GUILLEMETTE.- ¿Pagada? ¿Con qué dinero, si no tenías ni un ochavo?

PATHELÍN.- con uno que me quedaba en el bolsillo.

GUILLEMETTE.- ¡Buena la has hecho! Habrás firmado algún papel comprometiéndote a pagar. El

plazo pasará pronto y luego vendrán a embargarnos lo poco que nos queda.

PATHELÍN.- Te digo que no ha costado más que un ochavo.

GUILLEMETTE.- Que me cuelguen si lo entiendo. ¿a quién se lo has comprado que te lo ha dejado

traer sin dinero?

PATHELÍN.- A un tal Guillermo, el vendedor de paños.

GUILLEMETTE.- ¿Pero de qué treta te has valido?

PATHELÍN.- Le di un ochavo para las ánimas y no pienso pagarle nada más.

GUILLEMETTE.- No me explico cómo ha querido prestártelo ese avaro, que no se fía ni de la

camisa que lleva puesta.

PATHELÍN.- Pues llenándole de adulaciones: empecé por darle la mano y hablarle de su padre

diciéndole que era la más bella persona que he conocido –aunque la verdad es que era un bribón-

y que no podía negar que era hijo suyo por lo que se le parecía en todas las buenas cualidades –

aunque si se le parece, por lo canalla-; le dije también que estabas guisando u pato y que viniera a

probarlo y a beber unas copas. En fin, le he prodigado tantos halagos que ha terminado por darme

fiadas seis varas de este hermoso paño.

GUILLEMETTE.- Pero para no pagárselas nunca.

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PATHELÍN.- Desde luego. Como no se las pague el Diablo.

GUILLEMETTE.- Esto me recuerda la fábula de la zorra y el cuervo. La zorra ve al cuervo

encaramado en lo altote una cruz con un queso en el pico y se dice para sus adentros: “A ver cómo

me las arreglo para coger el queso”. Entonces va a colocarse junto a la cruz y saludando

ceremoniosamente al cuervo le dice: “¡Qué hermoso plumaje tienes! ¡Tu canto está lleno de

melodía!”. El tono del cuervo al oír que alguien encomia de ese modo su voz, abre el pico para

cantar y deja caer el queso al suelo. La zorra lo agarra prestamente y se lo lleva más aprisa. Lo

mismo has hecho tú, y así tienes en tus manos unas cuantas varas de buen paño (se ríe a

carcajadas).

PATHELÍN.- Ahora vendrá a comer pato.

GUILLEMETTE.- ¿Y qué vamos a hacer?

PATHELÍN.- Estoy seguro de que vendrá pidiendo a gritos su dinero. Pero ya verás lo que vamos a

hacer: voy a meterme bajo la cama como si estuviera enfermo. Cuando venga le dirás

gimoteando: “Hablad bajota, por favor, hace seis semanas que está malo”. Y cuando te diga: “Esos

son cuentos, acaba de estar hablando conmigo”. Tú le contestarás: “no es ocasión de gastar

bromas, su vida está en peligro; harto tengo que cuidarlo”.

GUILLEMETTE.- Por mí no tengas cuidado, sabré hacer el papel; pero piensa que la justicia puede

echarte otra vez el guante como aquella vez…

PATHELÍN.- ¡Cállate! Sé muy bien lo que hago, tu has lo que te encargo.

GUILLEMETTE.- Acuérdate de aquel sábado que te pusieron en la picota por tus engaños y malas

jugadas.

PATHELÍN.- ¡Basta de darle a la lengua! Si queremos quedarnos con el paño, hay que estar

preparados para cuando venga. Voy a acostarme (Se mete en la cama, se pone un gorro de

dormir, echa las cortinas, por entre las cuales saca la cabeza a cada intervención suya). Y sobre

todo no pongas cara de risa; al contrario, tienes que llorar todo lo que puedas. Hay que hacerlo

bien para que no se dé cuenta de nada.

ESCENA IV

El vendedor, Guíllemette y Pathelín (Acostado)

EL VENDEDOR.- ¡Eh! ¡Maese Pedro! ¡Aquí estoy!

GUILLEMETTE.- (Abriendo la puerta). ¡Por Dios! ¡Qué es lo que queréis? Hablad más bajo.

EL VENDEDOR.- ¡Buenos días señora!

GUILLEMETTE.- ¡Chist! ¡Más bajo!

EL VENDEDOR.- ¡Qué pasa?

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GUILLEMETTE.- Por lo que más queráis, hablad más bajo.

EL VENDEDOR.- ¿Dónde está?

GUILLEMETTE.- ¿Y dónde puede estar, señor mío?

EL VENDEDOR.- ¿Pero quién?

GUILLEMETTE.- ¡Ay…! ¿Cómo os atrevéis a preguntarme dónde está? Parece que queréis

burlaros de este pobre mártir que lleva once semanas sin poder moverse del lecho.

EL VENDEDOR.- Pero ¿quién?

GUILLEMETTE.- ¡Chist!, ¡Más bajo! Me parece que ahora está durmiendo un poquito.

EL VENDEDOR.- Pero ¿quién? ¿De quién estás hablando?

GUILLEMETTE.- De Maese Pedro, de mi marido.

EL VENDEDOR.- Pero si ahora mismo le despachado seis varas de paño.

GUILLEMETTE.- ¿A él?

EL VENDEDOR.- No hace ni medio cuarto de hora. Y basta de bromas, vengo a cobrar mi dinero.

GUILLEMETTE.- La que no tiene ganas de bromas soy yo.

EL VENDEDOR.- ¡Bueno, mi dinero! Me deben nueve francos.

GUILLEMETTE.- Id con vuestros cuentos a otra parte, Guillermo, aquí no estamos para sufrir

burlas.

EL VENDEDOR.- Pongo a Dios por testigo de que se me deben nueve francos.

GUILLEMETTE.- ¡ay! Señor, aquí no tenemos ganas de reír.

EL VENDEDOR.- No pretendo reírme ni gastar bromas, sino que me paguen. Os ruego que digáis

a Maese Pedro que salga.

GUILLEMETTE.- Hablad bajo, por favor, que se va a despertar.

EL VENDEDOR.- Si queréis que hable bajo no tenéis más que darme el dinero.

GUILLEMETTE.- ¿Qué dinero queréis que os dé? ¿O es acaso que andáis pidiendo limosna?

EL VENDEDOR.- Quiero que me paguéis las seis varas de paño que acaba de llevarse de mi

tienda Maese Pedro.

GUILLEMETTE.- (Alzando la voz). ¡Mentís! ¡Ahorcados quisiera ver yo a los embusteros! ¿Cómo

va a llevarse nada de vuestra tienda un pobre hombre que hace once semanas que está clavado

en el lecho? (Empujándolo hacia fuera). Andad, dejadme en paz, que bastante tengo encima de mí.

EL VENDEDOR.- ¡Bueno, señora mía! Tanto recomendarme que hable bajo y ahora sois vos la

que chilláis.

GUILLEMETTE.- (Bajo). Es que me sacáis de mis casillas con vuestros inventos.

EL VENDEDOR.- Bueno, pues si queréis que me vaya y que me calle, pagadme.

GUILLEMETTE.- (Olvidándose y alzando de nuevo la voz). ¡Hablad bajo, diantre!

EL VENDEDOR.- ¡Vos sois la que le vais a despertar! ¿Vais a pagarme o no?

GUILLEMETTE.- ¡Bueno! Pero ¿qué es eso? ¿Estáis borracho?

EL VENDEDOR.- ¿Borracho yo? ¡Sé muy bien lo que me digo!

GUILLEMETTE.- ¡Por dios más bajo!

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EL VENDEDOR.- No me iré sin cobrar mis seis varas de paño ¡Por San Jorge!

GUILLEMETTE.- ¿Pero de dónde sacáis esas historias, señor mío? ¿a quién le habréis dado esas

varas de paño?

EL VENDEDOR.- A él mismo.

GUILLEMETTE.- ¡Si, bueno está el hombre para eso! No saldrá más de la cama, de modo que le

sobran todas las telas, azules o encarnadas; no necesita más que una blanca para salir de casa

con los pies hacia delante.

EL VENDEDOR.- Sé muy bien lo que me digo y no me marcharé hasta que no se me pague. ¡Ay!

¡Quién me manda a mí fiar a nadie!

PATHELÍN.- (Desde la cama). Guíllemette, un poco de agua de rosas. Levántame un poco la

almohada. ¿Me oyes? Tengo sed. Dame friegas en los pies.

EL VENDEDOR.- ¡Ah! Por fin se le oye hablar…

PATHELÍN.- (Fingiendo que delira). ¡Mala pécora! Ven acá, ¿quién te ha mandado abrir las

ventanas? ¡Ven a taparme! ¡Échame de aquí todas esas gentes tan negras! Marmará, carimari,

carimará. ¡Tráemelos! ¡Tráemelos!

GUILLEMETTE.- ¡Oh! ¡Cómo desvaría! ¿Has perdido la cabeza? (Retira las cortinas del lecho).

PATHELÍN.- ¡Ay! ¡Si tú estuvieras en mi pellejo! Mira un fraile negro volando. Agárralo y ponle la

estola de los endemoniados alrededor del cuello. ¡Míralo como sube! ¡Al gato! ¡Al gato! (Todo esto

agitándose mucho).

GUILLEMETTE.- ¿Estás loco? Por dios bendito, estate quieto.

PATHELÍN.- (Agotado). ¡Ay! Acercaos señor , y ved cómo está el pobre..

EL VENDEDOR.- ¿Pero está malo de veras? ¡Si ahora mismo estaba en la feria!

GUILLEMETTE.- ¿En la feria?

EL VENDEDOR.- (A Pathelín). ¿No os acordáis del paño que os he dado fiado? Necesito el dinero.

Maese Pedro.

PATHELÍN.- (Fingiendo creer que el vendedor es un médico y poniéndole el orinal debajo de las

narices). ¡Ay!, Maese Juan, mirad lo que ha salido de mi cuerpo. ¿Tendré que ponerme otra

lavativa?

EL VENDEDOR.- Eso corre de vuestra cuenta. Yo lo que necesito son mis seis escudos.

PATHELÍN.- ¡Ah! No me hagáis tomar más de esos chinarros negros y menudos que llamáis

píldoras. Me han roto las muelas y me han hecho devolverlo todo.

EL VENDEDOR.- (Mirando en el orinal). No, todo no. Aquí no están mis seis escudos.

GUILLEMETTE.- ¡Habían de ahorcar a todos los desalmados como vos…! ¡Salid de esta casa con

todos los Demonios!

EL VENDEDOR.- Por la gloria de mi padre que no me marcharé sin el paño o sin el dinero.

PATHELÍN.- ¿Cómo encontráis mi orina? ¿Creéis que hay señales en ella de que vaya a morirme?

¡Ay! Poned todo vuestro buen sentido para salvarme la vida.

GUILLEMETTE.- ¡Marchaos! ¡Vais a volverlo loco!

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EL VENDEDOR.- ¿Creéis que es tan sencillo convencerme de que pierda mis seis varas de paño?

Si no me pagáis inmediatamente…

GUILLEMETTE.- ¡Asesino1 ¡No atormentéis más a este hombre! ¿No estáis viendo que cree que

sois el médico? ¡Pobre hombre! ¡Cómo no va a desvariar después de once semanas de cama.

EL VENDEDOR.- Yo no puedo explicarme nada de esto. Hoy mismo hemos estado hablando en mi

tienda.

GUILLEMETTE.- ¡Ay! Señor mío, voy viendo que estáis un tanto tocado de la cabeza. Id a

descansar un poco que buena falta os hace. ¿Qué podrá decir la gente si permanecéis tanto

tiempo aquí?

EL VENDEDOR.- Eso es lo que menos me preocupa; además. ¿No estabais guisando un pato?

GUILLEMETTE.- ¡Vaya idea! ¿Creéis que esa comida es la más a propósito para u enfermo? ¡No

cabe duda que estáis loco!

EL VENDEDOR.- (Saliendo). Bueno, señora, perdonadme, yo creía con toda seguridad…

GUILLEMETTE.- ¿Vais a insistir todavía…?

EL VENDEDOR.- (Sale y vuelve a su tenderete comprobando lo que falta de la pieza). Vamos a

ver. Esta mujer va a terminar por volverme loco. Aquí faltan seis varas de tela…que son las que se

ha llevado Maese Pedro. Pero estaba tan malo… A menos que no sea todo una farsa… Claro que

sí. ¿Pues no le he visto yo llevarse el paño debajo del brazo? ¿Estoy soñando o estoy despierto?

Yo que nunca he fiado a nadie ¿lo habré hecho mientras dormía? ¡Por todos los Demonios! Sí, él

se ha llevado… No… El paño no está en la pieza… Ni en ninguna otra parte. ¿Estoy en mi sano

juicio? ¡Esto es cosa del diablo!

PATHELÍN.- ¡Por fin se ha marchado!

GUILLEMETTE.- Si, se ha ido murmurando que sé yo que oraciones.

PATHELÍN.- Entonces, ya puedo levantarme. (Hace un ademán de echarse fuera de la cama).

GUILLEMETTE.- (Impidiéndoselo). ¡Cuidado! ¿No ves que va a volver enseguida? ¡Vaya cara que

llevaba! (Se echa a reír a carcajadas).

EL VENDEDOR.- (Dirigiéndose a la puerta de Pathelín). Nada, nada, este picapleitos es el que se

ha llevado mi paño y quiere burlarse de mí. ¡Pero vamos a ver si lo consigue! (Llama a la puerta).

GUILLEMETTE.- (Con voz baja). ¡Escucha! Seguramente me ha oído reír.

PATHELÍN.- (También en voz baja). Haré como que estoy soñando. ¡Ábrele!

EL VENDEDOR.- (A Guíllemette). Mucho os reís… ¡Venga mi dinero!

GUILLEMETTE.- ¡Ay! ¡Virgen Santa! El pobre está delirando y dice cada desatino que a veces, en

medio de mi llanto no puedo contener una carcajada.

EL VENDEDOR.- Poco me importa si lloráis o reís. Yo vengo por mi dinero.

PATHELÍN.- (Haciendo que delira). Tenemos que ir al bautizo de los veinticuatro hijos de la reina

de las Guiternas; seremos los padrinos…

GUILLEMETTE.- ¡Ay amigo mío! Piensa en ponerte bien con Dios, y deja en paz a las Guiternas.

EL VENDEDOR.- ¡Vaya farsantes! ¡Mirad, a mí pagadme lo mío!

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GUILLEMETTE.- ¡Ya sabemos que estáis loco! ¡Cuántas veces vais a venir a decírnoslo!

¡Tendrían que ataros, porque bien se os ve en la cara que habéis perdido la razón!

EL VENDEDOR.- (Para sí mismo). ¡Anda, vuelve a fiar!

PATHELÍN.- (Da una especie de gruñido). ¡Madre de Dios! Me las piro, piroteando, por el mar,

marineando. Cigüeñica, cigüeñón, ya repican las campanas del campanurcio, las mojas acuden

corriendo, suena, requetesuena y no suena el dinero. (Señalando al Vendedor). ¡Ha! Tú entiendes

bien todo esto, ¿verdad amigo mío?

GUILLEMETTE.- ¡Ay Santo Dios! ¡Qué poco le queda! ¡No sé si llegarán a tiempo los

Sacramentos!

EL VENDEDOR.- La verdad es que no he visto jamás desvarío semejante… Y sin embargo yo diría

que ha estado en la feria, que ha hablado conmigo y que… Pero ¿habrá sido una alucinación…?

PATHELÍN.- ¿Quién está rebuznando ahí? Venid, venid, amigos míos, todos mis familiares, sed

testigos de que me quieren engañar. ¡Ah! ¡Uf! ¡Dadá! ¡Tararí! ¡Tarará…!

GUILLEMETTE.- ¡Dios mío, compadécete de él!

PATHELÍN.- ¡Por san Guinolé! ¡Que Dios te confunda! ¡Estera vieja! ¡Pedazo de salchichón! No te

hagas el tonto ¿Quieres beber? Vete comiendo esas pepitas de pera. ¿De dónde ha llegado?

Magíster, pater reverendissime, quemodi brulis ¿Quae nova? Parisius non sunt ova

(Irguiéndose). ¿Quid petit ille mercator?

GHILLEMETTE.- Ya lo veis, se está muriendo y aún habla en latín. ¡Mejor cristiano no lo hay! ¡Qué

pobre y desamparada me dejas, Pedro!

EL VENDEDOR.- (Aparte). Será mejor que me vaya antes que exhale el último suspiro. (A

Guíllemette). ¿Y no creéis que tal vez quiera confiaros un secreto antes de morir? Porque os juro

por mi vida que he creído firmemente que había sido él quien se ha llevado mi paño. ¡Adiós

señora! ¡Y que Dios me perdone! (Después de salir afuera). Esto es cosa del Diablo que sin duda

ha querido tentarme. ¡Dominus, Benedicite! Quiero salvar mi alma y que se quede el paño con

quien quiera.

PATHELÍN.- Ya se ha marchado el dichoso Guillermo, pero no va solo, que estoy seguro que lleva

debajo de su gorro una buena compañía de preocupaciones para esta noche.

GUILLEMETTE.- No dirás que no lo he hecho bien… he vuelto loco al pobre hombre.

PATHELÍN.- Los dos hemos trabajado maravillosamente. Ya estamos arreglados de ropa para el

invierno. Puedes empezar a cortar el paño cuando quieras.

ESCENA V

El vendedor, el pastor

En la tienda de paños

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Page 15: Teatro breve

EL VENDEDOR.- (Solo). ¿Pero que es lo que yo he hecho para que todos me engañen y me

roben? Ahora es mi criado Borreguete, el pastor, quien también quiere robarme.

EL PASTOR.- (Que llega en ese momento). Buenos días os dé Dios, amo.

EL VENDEDOR.- ¿Qué te trae por aquí truhán? ¡Vaya criado que tengo contigo! ¡Y vaya servicios

los que me haces!

EL PASTOR.- No tengo intención de causaros disgusto. Vengo porque un alguacil ha ido a

decirme:… No me acuerdo bien. Me ha hablado de vos y de mí… y de no sé qué queja que habéis

dado a la justicia… ¡Que si faltan ovejas… En fin, no he comprendido ni una palabra de todo lo que

me ha dicho.

EL VENDEDOR.- ¡Ah, granuja! ¡Que me ahoguen las aguas del diluvio si no hago que te metan en

la cárcel por orden del juez! Vas a pagarme juntas toda la carne y la lana que has vendido de mis

ovejas. Acuérdate que te lo juro por todos los Santos de la Corte Celestial que vas a pagarme las

seis varas… digo las ovejas que me has robado y los perjuicios que me vienes causando desde

hace diez años.

EL PASTOR.- ¡No hagáis caso de habladurías, señor, pues por la salvación de mi alma…

EL VENDEDOR.- ¡Que el diablo se la lleve! Antes del sábado tendrás que devolverme mis seis

varas de paño… digo todo lo que valen las ovejas que me has robado.

EL PASTOR.- ¿Qué paño? ¡Ay, amo mío! Creo que estáis enojado por otra cosa y queréis

pagarlas conmigo: yo soy un pobre criado y no puedo pleitear con vos; vamos a ponernos de

acuerdo…

EL VENDEDOR.- Déjame en paz! ¡Ya darás cuenta de tu conducta a la justicia!

EL PASTOR.- Adiós, señor, salud y suerte (Aparte). Necesito defenderme.

ESCENA VI

El pastor, Pathelín, Guíllemette

En casa de Pathelín

(El Pastor llama a la puerta)

PATHELÍN.- (En voz baja). Que el diablo me lleve si no está ahí otra vez.

EL PASTOR.- ¡Alabado sea Dios! Abridme y que Dios os guarde.

PATHELÍN.- (Abriendo después de reconocer la voz de Borreguete). Gracias, amigo. ¿Qué

queréis?

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Page 16: Teatro breve

EL PASTOR.- mi señor, es por un asunto… Quiero que me defendáis, porque yo no entiendo nada

de eso, pero aunque me veáis así mal vestido, os pagaré bien vuestro servicio.

PATHELÍN.-¿Qué eres, demandante o demandado?

EL PASTOR.- No lo sé; soy un pobre pastor de ovejas… con un jornal muy pequeño… ¡Tengo que

contarlo todo?

PATHELÍN.- Claro que sí. El abogado tiene que saberlo todo.

EL PASTOR.- La verdad, señor, es que a veces hay que atizar a los borregos algún que otro

estacazo, y que en ciertas ocasiones se me ha ido la mano y los he matado. Cuando mi amo los

veía muertos , yo le decía que les había atacado la morriña, aunque en verdad estaban tan sanos

como yo lo estoy ahora mismo. Él, por miedo a contagiar al resto del rebaño, me decía: “Llévatelo

aparte, no lo juntes con los otros, vete a enterrarlo bien lejos”. Pero yo se los llevaba al carnicero,

bien tranquilo de la enfermedad de que habían muerto. ¿Y qué queréis que os diga?, lo he repetido

tantas veces que un día se ha dado cuenta del engaño… Ya sé muy bien que no tengo razón, pero

¿no podríais encontrar algún argumento para defenderme?

PATHELÍN.- Ya lo creo que encontraré razones para que salgas absuelto. ¿Pero qué me darás si

logro poner al juez de parte tuya?

EL PASTOR.- ¡Ah! No será con ochavos con lo que os pague. Sino con oro contante y sonante.

PATHELÍN.- Entonces, no ya con el delito que me cuentas, sino con otro peor, te aseguro que

saldrás absuelto. Voy a poner mis cinco sentidos en defenderte. Ya me oirás hablar. ¡Cosa buena!

Pero ven acá, tienes que ser astuto y cauto. ¿Cómo te llamas?

EL PASTOR.- Thibault, El Borreguete.

PATHELÍN.- Borreguete, bastantes corderos lechales le has birlado a tu amo ¿verdad?

EL PASTOR.- unos treinta me habré comido en tres años.

PATHELÍN.- Pues tenía una buen a renta contigo tu amo. No creas que el asunto no se presenta

feo. ¿Crees que podrá encontrar testigos para probar los hechos? Porque ésa es la clave del

proceso.

EL PASTOR.- No han de faltarle testigos, no. Los encontrará por docenas que declararán en contra

mía.

PATHELÍN.- Pues es un caso bien difícil. ¿qué podríamos hacer…? ¡Escucha! Tienes que hacer

como que no me has visto ni conocido en toda tu vida. Sobre todo no abras el pico para nada.

Todo lo que hables será en perjuicio tuyo. Cuando estés delante del juez, responderás a todas sus

preguntas diciendo: “bee”, “bee”. Y luego, te digan lo que te digan, aunque te insulten y te

amenacen, tú no despegarás los labios más que para decir “bee”, “bee”. Yo diré: “Señor juez, ya se

está viendo que es un pobre idiota, sin sentido. Cree que está entre sus rebaños y habla como las

ovejas”. Así que, apréndetelo bien, por más que te digan, tú no salgas de tu “bee”. No se te ocurra

contestar más que como si fueses un borrego.

EL PASTOR.- Por la cuenta que me trae. Estaos tranquilo, que lo mismo al juez, que a voz, que a

cualquier otra persona que me hable, no le responderé más que “bee”.

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Page 17: Teatro breve

PATHELÍN.- Y así dejaremos perplejos a nuestros contrarios. Pero luego, enseguida tienes que

pagarme mis honorarios.

EL PASTOR.- Pedidme lo que tengáis por conveniente: pero ahora pensad antes que nada en mi

causa.

PATHELÍN.- ¡Bueno! El tribunal debe de estar a punto de empezar la sesión, pues el juez suele

llegar a las seis. ¡Vamos allá, pero cada uno por un lado distinto!

EL PASTOR.- Bien pensado, que nadie sepa que sois mi abogado.

PATHELÍN.- Todo marchará bien, pero tienes que ser exacto en el pago.

EL PASTOR.- No lo dudéis un momento, señor.

ESCENA VI

El juez, Pathelín, el vendedor, el pastor

El tribunal

PATHELÍN.- Señor Juez, que Dios os dé salud y lo que mejor deseéis.

EL JUEZ.- Bienvenido, señor. Cubríos y tomad asiento.

PATHELÍN.- Estoy muy bien aquí.

EL JUEZ.- Bueno, vamos a Empezar enseguida. ¡Demandante!

EL VENDEDOR.- (Entra sofocado). ¡Presente! Ruego a Vuestra Señoría que espere unos instantes

a que llegue mi abogado.

EL JUEZ.- No hay nada qué esperar ¿no sois vos el demandante?

EL VENDEDOR.- si, señor juez.

EL JUEZ.- ¿y el demandado? ¿Está aquí presente?

EL VENDEDOR.- (Señalando al pastor). ¡Ahí lo tenéis, señor! ¡No dice palabra!, pero sabe Dios lo

que estará pensando.

EL JUEZ.- Puesto que demandante y demandado se hallan presentes, podéis exponer vuestras

quejas.

EL VENDEDOR.- Señor, vengo a denunciaros los robos de ese miserable a quien he alimentado

desde la niñez, a quien luego he hecho pastor de mis rebaños, pero que en lugar de guardar m,is

ovejas, las ha diezmado para comérselas o vender su carne.

EL JUEZ.- Entendámonos ¿Le pagabais para guardar vuestros rebaños?

PATHELÍN.- ¿Y cómo iba a guardarlos sin que le pagasen?

EL VENDEDOR.- (Reconociendo a Pathelín). ¡Es él! ¡Dios me valga! ¡Es él sin duda! (Pathelín

oculta el rostro con la mano).

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Page 18: Teatro breve

EL JUEZ.- ¿Qué os sucede, Maese Pedro, os duelen las muelas?

PÁTHELÍN.- Si, me están doliendo como nunca. Por favor, decidle que acabe pronto de exponer su

asunto.

EL JUEZ.- (al vendedor). Concluid pronto.

EL VENDEDOR.- (Aparte). ¡Por los clavos de Cristo, es él! (A Pathelín). ¿Sois vos, Maese Pedro, a

quien he vendido seis varas de paño?

EL JUEZ.- (Al vendedor). ¿Pero qué está hablando de paño?

PATHELÍN.- (En tono declamatorio). Yerra, equivoca sus palabras, no sabe lo que dice, su

confusión lo delata.

EL VENDEDOR.- (Al Juez). Que me ahorquen, si no es él, señor Juez. ¡Mi paño, señor juez, mi

paño!

PATHELÍN.- (al Juez). Por lo que se ve, este hombre toma las cosas desde bien lejos. Sin duda

quiere decir que el paño de mi traje está hecho con lana que le han robado de sus ovejas.

EL VENDEDOR.- (A Pathelín). Lo que digo es que sois vos quien se ha quedado con mi paño.

EL JUEZ.- ¡Basta de digresiones! ¡Por todos los Diablos! ¿No sabéis acaso explicarnos vuestras

quejas sin tantos rodeos y despropósitos?

PATHELÍN.- (Aparte, riéndose). No puedo aguantar la risa. Está ya tan azorado que no sabe dónde

ha dejado el paño. (Al Juez). Llamadle la atención.

EL JUEZ.- Basta, volvamos a nuestras ovejas.

EL VENDEDOR.- Es que se me ha llevado seis varas: nueve francos.

EL JUEZ.- ¿Pero es que nos estáis tomando por tontos, o es que lo sois vos?

PATHELÍN.- Creo que quiere tomarnos un poco el pelo, con su cara de buena persona Pero hay

que escuchar también a la parte contraria.

EL JUEZ.- En efecto, hay que saber cómo se defiende el acusado. Vamos a ver: ¿Cómo te llamas?

EL PASTOR.- ¡Beee!

EL JUEZ.- Oye ¿Me tomas por una cabra? Responde como dios manda.

EL PASTOR.- ¡Beee!

EL JUEZ.- ¡Mala fiebre te devore! ¿Es que te estás burlando?

PATHELÍN.- Seguramente está mal de la cabeza, o cree que está todavía entre sus ovejas.

EL VENDEDOR.- (A Pathelín). No me cabe la menor duda de que sois el ladrón que se ha llevado

mi paño. (Al Juez). ¡Ah! Señor Juez, no sabéis con qué malicia…

EL JUEZ.- ¡Callaos, necio! Dejad ya de una vez lo accesorio y vamos a lo principal.

EL VENDEDOR.- Sí, señor Juez, la cosa me llega muy a lo vivo; sin embargo, no me referiré ahora

a eso, para no mezclar los dos asuntos. Así es que os digo que le despaché seis ovejas… digo

seis varas… a este Maese… digo a este pastor, que entonces debía de estar en el campo, y me ha

prometido que me daría seis escudos de oro cuando fuese a su casa. Pero luego me ha negado el

paño y el dinero que me debe… quiero decir que mi pastor hace tres años que me viene robando,

después de prometerme que me guardaría lealmente las ovejas… y ahora me niega el paño y el

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Page 19: Teatro breve

dinero… (A Pathelín). ¡Ah! Maese Pedro, verdaderamente… (El Juez hace un gesto de

impaciencia). Ese pícaro me roba la lana de mis ovejas y mata a las más sanas de un garrotazo en

la cabeza… Mientras que, prometiéndome seis escudos de oro, cogió el paño debajo del brazo y

se fue a su casa. Todavía estoy esperando que me pague.

EL JUEZ.- Todo lo que estáis diciendo no tiene pies ni cabeza. Tan pronto habláis de ovejas como

de escudos de oro o de paño. En suma, que no hay quién os entienda (A Pathelín). ¿Qué pensáis

vos, Maese Pathelín?

PATHELÍN.- Todo esto quiere decir, en opinión mía, que no paga a este pobre pastor.

EL VENDEDOR.- Mejor haríais callándoos. Tan verdad como que Dios nos está oyendo es que os

habéis quedado con mi paño. Yo sé muy bien donde me aprieta el zapato…

EL JUEZ.- ¿Pero qué Diablos dice?

EL VENDEDOR.- Vos, señor, sabéis el objeto de mi demanda.

ELJUEZ.- Cada vez lo sé menos. Pero vais a hacerme el favor de acabar de una vez ese

galimatías.

PATHELÍN.- Señor Juez. Estoy notando que ese pobre o pastor es incapaz de defenderse; con

vuestra venia yo quiero hablar en defensa suya.

EL JUEZ.- (Mirando al Pastor). Como queráis; pero me parece que os va a dar poco provecho esta

defensa.

PATHELÍN.- ¡Oh!, so es lo de menos; lo hago por caridad: no quiero que pueda perder su causa

por falta de un abogado que lo defienda. (al Pastor). Ven acá, amigo mío. ¿Me oyes?

EL PASTOR.- ¡Beee!

PATHELÍN.- ¿Qué quiere decir “beee…”? Responde, es en interés tuyo.

EL PASTOR.- ¡Beee!

PATHELÍN.- Pero hombre, contesta como cristo nos enseña. (Por lo bajo). Sigue, sigue así. (En

voz alta). ¿Es que no sabes hablar?

EL PASTOR.- ¡Beee!

EL JUEZ.- (Al Vendedor). Se necesita estar loco para venir a querellarse contra un pobre tonto de

nacimiento.

EL VENDEDOR.- (Al Juez). Tonto ese granuja… es más listo que vos.

EL JUEZ.- ¡Silencio! Respetad a la justicia.

PATHELÍN.- (Al Juez). Mandad a ese pobre desgraciado a que siga guardando sus ovejas, señor.

¿Desde cuándo se ha visto demandar a un tonto de esta especie?

EL VENDEDOR.- ¿Pero es que se le va a dejar ir sin oírme siquiera?

EL JUEZ.- (Al Vendedor). Naturalmente.¿Qué queréis que se haga con un tonto?

EL VENDEDOR.- ¡Ay!, señor, dejadme, al menos exponer mis razones. Todo lo que os digo no es

más que la pura verdad.

EL JUEZ.- No es más que una serie de majaderías sin ton ni son. El tribunal no puede continuar

escuchando a un loco y a un tonto.

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Page 20: Teatro breve

EL VENDEDOR.- ¿Quiere decir que los vais a absolver?

PATHELÍN.- Señor, ¿Habéis oído alguna vez pregunta más impertinente? No sé cuál de los dos es

más tonto. Entre ambos no tienen dentro de la cabeza ni media onza de seso.

EL VENDEDOR.- ¡Barato os ha salido mi paño, Maese Pedro! Bien os reconozco por la palabra,

por el traje y por el rostro. No estoy loco no, bien sabéis que me sobra la razón. (Al Juez). Dejadme

que os cuente todo, señor…

PATHELÍN.- Señor Juez, imponedle silencio. Por tres o cuatro viejos borregos que no valen cuatro

cuartos, no vais a estaros hasta las tantas.

EL VENDEDOR.- Ahora no hablo de borregos, sino de vos. Me habéis quitado seis varas de paño

obtenéis que devolvérmelas.

PATHELÍN.- ¿Cuándo vais a cesar de rebuznar?

EL VENDEDOR.- Os estoy pidiendo mí…

PATHELÍN.- (Al Juez). ¡Mandadle callar! Ya se ha debatido bastante el asunto. Supongamos que

le haya robado seis o diez borregos, pongamos la docena. Bien los merece después de haberle

guardado tanto tiempo ganado sin cobrar un ochavo. (Al Vendedor). Vos, entretanto, os habéis

enriquecido a costa de su trabajo.

EL VENDEDOR.- (Al Juez). Ya estáis viendo cómo tergiversa todo. Se le habla de paño y nos

contesta con borregos. (A Pathelín). ¿Y dónde están las seis varas de tela que os llevasteis debajo

del brazo?, ¿os habéis hecho a la idea de no devolvérmelas?

PATHELÍN.- (En tono patético). Señor Juez, ¿y vais a mandar ahorcar, por cinco o seis borregos

sarnosos, a un pobre desgraciado, indefenso y desnudo como un gusano?

EL VENDEDOR.- (Al Juez). No quiere que se hable del asunto, señor, ya lo estáis viendo; yo le

pido…

EL JUEZ.- Lo absuelvo y os prohíbo que volváis a demandarlo. ¡Vaya una bonita acción,

querellarse contra un tonto! (Al Pastor). Puedes irte con tus ovejas.

EL PASTOR.- ¡Beee!

EL VENDEDOR.- Protesto, apelo…

PATHELÍN.- (Al Juez). Mandadle callar.

EL VENDEDOR.- (A Pathelín). Es contra vos, que os habéis llevado mi paño con buenas palabras,

contra quien…

EL JUEZ.- ¡Basta! ¡No quiero oír más sandeces. (SE levanta y luego, dirigiéndose al Pastor).

Márchate amigo, estás absuelto y no tienes que aparecer más por aquí. ¿Tú entenderás…?

PATHELÍN.- (Al Pastor). Da las gracias, hombre.

EL PASTOR.- ¡Beee!

EL JUEZ.- Si, que se vaya, que se vaya.

EL VENDEDOR.- ¡Vaya un juicio!

EL JUEZ.- El único posible tratándose de tontos y de locos como vos. Me marcho ¿queréis cenar

conmigo Maese Pedro?

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Page 21: Teatro breve

PATHELÍN.- Gracias señor, pero tengo que hacer… no puedo. (El Juez se va).

ESCENA VIII

En el mismo lugar, los mismos, menos el juez

EL VENDEDOR.- (A Pathelín). ¿Decidme, es que no pensáis pagarme nunca?

PATHELÍN.- Pero, ¿el qué? Debéis estar confundido. No sé por quién me habéis tomado.

Miradme. (Se quita el sombrero). Esta calva es testimonio de mi profundo saber de mi seriedad.

EL VENDEDOR.- Sin embargo, la cara es la misma, tengo que dar crédito a lo que dicen mis ojos.

PATHELÍN.- (Muy cortésmente). ¡Oh! Sin duda me habéis confundido. ¿No será tal vez con Juan

de Joyón, que dicen que se me parece mucho.

EL VENDEDOR.- ¿Era él acaso el que estaba malo en vuestra casa?

PATHELÍN.- ¿Enfermo en mi casa? ¡Por Dios y todos los santos! Ya estáis viendo que se trata de

un error.

EL VENDEDOR.- Vos me habéis robado, Maese Pedro.

PATHELÍN.- (Con dignidad). Vais a terminar por enojarme de veras. ¿Ladrón? ¿Sabéis lo que

puede costaros esa palabra?

EL VENDEDOR.- Voy a ir a vuestra casa y ya veré si estáis allí.

PATHELÍN.- Es lo mejor que podéis hacer, a ver si de una vez salís de vuestro engaño.

EL VENDEDOR.- Pues sí, voy allá. (Se marcha).

ESCENA IX

Pathelín, el pastor

PATHELÍN.- Bueno, Borreguete.

EL PASTOR.- ¡Beee…!

PATHELÍN.- Muy bien, muy bien, lo has hecho perfectamente.

EL PASTOR.- ¡Beee…!

PATHELÍN.- Hemos ganado la partida. Me parece que no podrás tener queja de mis consejos

¿verdad?

EL PASTOR.- ¡Beee…!

PATHELÍN.- Yo también tengo que irme. Págame.

EL PASTOR.- ¡Beee…!

PATHELÍN.- No hay duda de que lo has hecho muy bien. Ya te digo que no necesitas seguir

balando. Págame y puedes marcharte y hablar todo lo que quieras.

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Page 22: Teatro breve

EL PASTOR.- ¡Beee…!

PATHELÍN.- ¡Basta de “beee…”! Habla como un cristiano y págame.

EL PASTOR.- ¡Beee…!

PATHELÍN.- ¿Tienes ganas de bromas? Anda déjate de más balidos y suelta lo que me has

prometido.

EL PASTOR.- ¡Beee…!

PATHELÍN.- No andes con burlas, porque te juro que tendrás que pagarme pronto y bien.

EL PASTOR.- ¡Beee…!

PATHELÍN.- ¡Ah, esa es tu palabra…! ¿Pues dí? ¿No te he ganado el juicio?

EL PASTOR.- ¡Beee…!

PATHELÍN.- ¿No tienes otro modo de pagarme? ¿De quién crees que vas a burlarte? Anda, que

estaba muy contento de ti, no hagas que tenga que desdecirme.

EL PASTOR.- ¡Beee…!

PATHELÍN.- ¿Ah, de qué me sirve mi experiencia si ahora un palurdo vestido de borrego se va a

burlar de mí? ¡Vamos, amigo!, basta de bromas, vente a cenar conmigo.

EL PASTOR.- ¡Beee…!

PATHELÍN.- ¡Por San Juan, que tienes razón! (Aparte volviéndose hacia el público). Yo que me

creía maestro de pícaros, modelo de vividores y artista consumado del engaño, he venido a ser

burlado por un pastor! (volviéndose al Pastor, que va buscando salida). ¡Ah! ¡Bribón! ¡Ya

encontraré un alguacil que te meta en la cárcel!

EL PASTOR.- Si es capaz de encontrarme, le perdono la humillación que me ha hecho (Sale

corriendo).

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Page 23: Teatro breve

La tierra de Jauja

Lope de Rueda

Paso Quinto muy Gracioso en el Cual se Introducen las Personas

Siguientes:

Honzigera (ladrón)

Panarizo (ladrón)

Mendrugo (simple)

HONZIGERA.- anda, anda, hermano Panarizo, no te quedes rezagado, que ahora es tiempo de

tender nuestras redes, que la burullada está en grandísimo sosiego y pausa, y las descuidadas.

¡Ah, Panarizo!

PANARIZO.- ¿Qué Diablos quieres? ¿Puedes dar mayores voces? Me dejaste empeñado en la

taberna ¿y ahora me rompes la cabeza a gritos?

HONZIGERA.- ¿Por dos negros dineros que bebimos te quedaste empeñado?

PANARIZO.- Pues, ¿si no los tenía?

HONZIGERA.- Si no los tenías, ¿qué remedio tuviste?

PANARIZO.- ¿Qué remedio había que tener, sino dejar la espada?

HONZIGERA.- ¿La espada?

PANARIZO.- La espada.

HONZIGERA.- Pues, ¿la espada habías de dejar, sabiendo a lo que vamos?

PANARIZO.- Mira, hermano Honziguera, provee que comamos, que yo vengo muerto de hambre.

HONZIGERA.- Yo mucho más; que por eso, hermano Panarizo, estoy aguardando aquí a un villano

que lleva de comer a su mujer, que la tiene presa, y trae una auténtica cazuela de ciertas viandas,

y le contaremos de aquellos cuentecillos de la tierra de Jauja, y él se embobará tanto en ello que

podremos llenar bien nuestras panzas. (Entra Mendrugo, simple, cantando).

MENDRUGO.- Mala noche me distes

María de Rión,

Con el bimbilindrón…

HONZIGERA.- ¡Hola, compañero!

MENDRUGO.- ¿Hablan vuestras mercedes conmigo, o con ella?

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Page 24: Teatro breve

HONZIGERA.- ¿Quién es ella?

MENDRUGO.- Una que está así de redonda, con sus dos asa y abierta por arriba.

PANARIZO.- En verdad, no hay quién acierte tan extraña pregunta.

MENDRUGO.- ¿Se dan por vencidos vuestras mercedes?

PANARIZO.- Si, por cierto.

MENDRUGO.- ¡Cazuela!

HONZIGERA.- ¿Qué, llevas una cazuela? (Se acercan a mendrugo y hurgan su canasta).

MENDRUGO.- Que no, deténganse, ¡váyanse al Diablo! ¡Qué ligeros son de manos!

PANARIZO.- Pues, dinos, ¿a dónde vas?

MENDRUGO.-voy a la cárcel, para todo aquello que se les ofrezca.

PANARIZO.- ¿A la cárcel? ¿Y a qué?

MENDRUGO.- Ahí está presa mi mujer.

HONZIGERA.- ¿Y por qué?

MENDRUGO.- Por cosas del aire; dicen las malas lenguas que por alcahueta.

PANARIZO.- Y dime: ¿tu mujer no tiene nada en su favor?

MENDRUGO.- Si señor; es muy trabajadora, y la justicia que hará todo lo que fuere de razón, y

ahora han ordenado entre todos que por ser mujer de bien y porque lo puede llevar le darán el

Obispado.

HONZIGERA.- ¡Obispado!

MENDRUGO.- Si, Obispado, y le ruego que ella lo sepa dirigir, que según dicten, de esta nos

hacemos ricos. Diga, señor ¿sabe usted que dan en estos Obispados?

PANARIZO.- ¿Sabes qué dan? Mucha miel, mucho zapato viejo, mucha borra, pluma y berenjena.

MENDRUGO.- ¡Válgame Dios! ¿Todo eso dan? Ya deseo verla Obispesa.

HONZIGERA.- ¿Para qué?

MENDRUGO.- Para ser yo el Obispeso

PANARIZO.- Mucho mejor sería, si tú pudieses conseguir que la hiciesen Obispesa de la tierra de

Jauja.

MENDRUGO.- ¡Cómo! ¿qué tierra es esa!

PANARIZO.- Muy extremada, a donde les pagan sueldo a los hombres por dormir.

MENDRUGO.- ¿Por su vida?

PANARIZO.- Si, de verdad.

HONZIGERA.- Ven acá, siéntate u poco y te contaremos las maravillas de la tierra de Jauja.

MENDRUGO.- ¿De dónde señor?

panadizo.- De la tierra en que azotan a los hombres porque trabajan.

PANARIZO.- ¡Oh, qué buena tierra! Cuénteme las maravillas de esa tierra por vida suya.

HONZIGERA.- ¡Sus! Ven acá; siéntate aquí en medio de los dos. Mira…

MENDRUGO.- Ya miro, señor…

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Page 25: Teatro breve

HONZIGERA.- Mira; en la tierra de Jauja hay un río de miel y junto a él otro de leche, y entre río y

río hay una fuente de mantequilla encadenada de requesones, y caen en aquel río de la miel, que

no parece sino que están diciendo: comedme, comedme.

MENDRUGO.- Más, pardiez, no era menester a mí convidarme tantas veces.

PANARIZO.- Escucha aquí, necio.

MENDRUGO.- Ya escucho, señor.

PANARIZO.- Mira; en la tierra de Jauja hay unos árboles que los troncos son de tocino.

MENDRUGO.- ¡Oh, benditos árboles! Dios os bendiga, amén.

PÁNARIZO.- Y las hojas son hojuelas, y el fruto de estos árboles son buñuelos, y caen en aquel río

de la miel, que ellos mismos están diciendo: máscame, máscame.

HONZIGERA.- Vuélvete acá.

MENDRUGO.- Diga, señor.

HONZIGERA.- mira; en la tierra de Jauja las calles están empedradas con yemas de huevos, y

entre yema y yema, un pastel con lonjas de tocino.

MENDRUGO.- ¿Y asadas?

HONZIGERA.- Y asadas, que ellas mismas te dicen: tragadme, tragadme.

MENDRUGO.- Ya parece que las trago.

PANARIZO.- Entiende, bobazo.

MENDRUGO.- Diga, que ya entiendo.

PANARIZO.- Mira: en la tierra de Jauja hay unos asadores de trescientos pasos de largo, co

muchas gallinas y capones, perdices, conejos, francolines…

MENDRUGO.- ¡Oh, cómo los como yo esos!

PANARIZO.- Y junto a cada ave un cuchillo, que no es menester más que cortar, que ello mismo

dice: engúlleme, engúlleme.

MENDRUGO.-¿Qué, las aves hablan?

HONZIGERA.- Óyeme.

MENDRUGO.- Que ya oigo, pecador de mí; me estaría todo el día oyendo cosas de comer.

HONZIGERA.- Mira; en la tierra de Jauja hay muchas cajas de confitura, mucho calabazate, mucho

acitrón, muchos mazapanes, muchos confites.

MENDRUGO.- Dígalo más pausado, señor, eso.

HONZIGERA.- Hay gragea, y unas limetas de vino, que él mismo se está diciendo: bébeme,

cómeme, bébeme, cómeme.

PANARIZO.- Ten cuenta.

MENDRUGO.- Hasta cuenta me he dado, señor, que me parece que engullo y bebo.

PANARIZO.- Mira; en la tierra de Jauja hay muchas cazuelas con arroz y huevo y queso.

MEDRUGO.- ¿Como ésta que yo traigo?

PANARIZO.- Que vienen llenas, u ofrezco al Diablo la cosa que valgan.

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Page 26: Teatro breve

MENDRUGO.- ¡Válgales el Diablo, Dios les guarde! ¿Y qué se han hecho estos mis contadores de

la tierra de Jauja? Ofrecidos sean a cincuenta zonzos: ¿y qué es de mi cazuela? Juro que ha sido

bellamente hecho. ¡Oh, válgales el de las patas largas! Si había tanto de comer en su tierra, ¿para

qué me comían mi cazuela? Pues yo juro que tengo que enviar tras ellos cuatro o cinco dineros de

hermandades para que los traigan a su costa.

.

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Page 27: Teatro breve

Las aceitunas

Paso

Lope de Rueda

PERSONAS

Toruvio (simple, viejo)

Águeda de Toruégano (su mujer)

Mencigüela (su hija)

Aloja (vecino)

Calle de un Lugar

TORUVIO.- ¡Válgame Dios, y qué tempestad ha hecho desde el resquebrajo del monte a acá, que

no parecía sino que el cielo se quería hundir y las nubes VENIR ABAJO! Pues decid ahora qué os

torna aparejado de comer la señora de mi mujer, así mala rabia la mate. ¿Oíslo, muchacha

Mencigüela? Si, todos duermen en Zamora. Águeda de Toruégano, ¿oíslo?

MENCIGÜELA.- ¡Jesús, padre! Y habéisnos de quebrar las puertas.

TORUVIO.- Mira qué pico, mira qué pico, ¿y adónde está vuestra madre, señora?

MENCIGÜELA.- Allá está en casa de la vecina, que le ha ido a ayudar a comer unas madejillas.

TORUVIO.- Malas madejillas vengan por ella y por vos; andad y llamadla.

ÁGUEDA.- Ya, ya el de los misterios; ya viene de hacer una negra carguilla de leña, que no hay

quien se averigüe con él.

TORUVIO.- Si carguilla de leña le parece a la señora; ¡juro al cielo de Dios que éramos yo y

vuestro ahijado a cargarla y no podíamos!

ÁGUEDA.- Ya, noramala sea, marido; ¿y qué mojado que venís?

TORUVIO.- Vengo hecho una sopa de agua. ¡Mujer, por vida vuestra que me deis algo de cenar!

ÁGUEDA.- Yo ¿qué Diablos os tengo que dar, si no tengo cosa ninguna?

MENCIGÜELA.- ¡Jesús, padre, y qué mojada que venía aquella leña!

TORUVIO.- Si, después dirá tu madre que es el alba.

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Page 28: Teatro breve

ÁGUEDA.- Corre, muchacha, aderézale un pare de huevos para que cene tu padre, y hazle luego

la cama; y os aseguro, marido, que nunca se os acordó de plantar aquel renuevo de aceitunas que

rogué que plantásedes.

TORUVIO.- ¿Pues en qué me he detenido, sino en plantalle como me rogastes?

ÁGUEDA.- Calla, marido, ¿y adónde lo plantaste?

TORUVIO.- Allí junto a la higuera breval, adonde si seos acuerda os di un beso.

MENCIGÜELA.- ¡Padre, bien puede entrar a cenar, que ya está aderezado todo!

ÁGUEDA.- Marido ¿no sabéis qué he pensado? Que aquel renuevo de aceitunas que plantastes

hoy, que de aquí a seis o siete años llevará cuatro cinco hanegas de aceitunas, y que poniendo

plantas acá y plantas acullá, de aquí a veinte y cinco o treinta años ternéis un olivar hecho y

derecho.

TORUVIO.- Eso es la verdad, mujer, que no puede dejar de ser lindo.

ÁGUEDA.- Mira, marido, ¿sabéis qué he pensado? Que yo cogeré la aceituna, y vos la acarreareis

con el asnillo, y Mencigüela la venderá en la plaza; y mira, muchacha, que te mando que no las des

menos el celemín de a dos reales castellanos.

TORUVIO.- ¿Cómo a dos reales castellanos? ¿no veis que es cargo de conciencia, y nos llevará el

almotacén cada día la pena?; que basta pedir catorce o quince dineros por celemín.

ÁGUEDA.- Callad, marido, que es el veduño de la casta de los de Córdoba.

TORUVIO.- Pues aunque sea de la casta de los de Córdoba, basta pedir lo que tengo dicho.

ÁGUEDA.- Hora que no quebréis la cabeza; ¡mira, muchacha, que te mando que no las des menos

el celemín de a dos reales castellanos!

TORUVIO.- ¿Cómo a dos reales castellanos? Ven acá, muchacha, ¿a cómo has de pedir?

MENCIGÜELA.- A como quisiéredes, padre.

TORUVIO.- A catorce o quince dineros.

MENCIGÜELA.- Así lo haré, padre.

ÁGUEDA.- ¿Cómo así lo haré, padre? Ven acá, muchacha, ¿a cómo has de pedir?

MENCIGÜELA.- A como mandáredes, madre.

ÁGUEDA.- A dos reales castellanos.

TORUVIO.- ¿Cómo a dos reales castellanos? Yo os prometo que si no hacéis lo que yo os mando,

que os tengo de dar más de doscientos correonazos. ¿A cómo has de pedir?

MENCIGÜELA.- A cómo decís vos, padre.

TORUVIO.- A catorce o quince dineros.

MENCIGÜELA.- Así lo haré, padre.

ÁGUEDA.- ¿Cómo así lo haré, padre? ¡Toma, toma!, hacé lo que yo os mando.

TORUVIO.- Dejad a la muchacha.

MENCIGÜELA.- ¡Ay madre!, ¡Ay padre!, que me mata.

ALOJA.- ¿Qué es esto, vecinos? ¿por qué maltratáis así a la muchacha?

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Page 29: Teatro breve

ÁGUEDA.- ¡ay, señor1, este mal hombre que quiera dar las cosas a menos precio y quiere echar a

perder mi casa; unas aceitunas que son como nueces.

TORUVIO.- Yo juro a los huesos de mi linaje, que no son ni aún como piñones.

ÁGUEDA.- Si son.

TORUVIO.- No son.

ALOJA.- Hora, señora vecina, haceme tamaño placer que os entréis allá adentro, que yo lo

averiguaré todo.

ÁGUEDA.- Averigüe, o póngase todo del quebranto.

ALOJA.- Señor vecino, ¿qué son las aceitunas? Sacadlas acá afuera, que yo las compraré, aunque

sean veinte hanegas.

TORUVIO.- Que no señor, que no es de esa manera que vuestra merced se piensa, que no están

las aceitunas aquí en casa, sino en la heredad.

ALOJA.-Pues traedlas aquí que yo os las compraré todas al precio que justo fuere.

MENCIGÜELA.- A dos reales quiere mi madre que e vendan el celemín.

ALOJA.- Cara cosa es ésa.

TORUVIO.- ¡No lo parece a vuestra merced1

MENCIGÜELA.- Y mi padre a quince dineros.

ALOJA.- Tenga yo una muestra de ellas.

TORUVIO.- Válgame Dios, señor, vuestra merced no m quiere entender. Hoy he yo plantado un

renuevo de aceitunas, y dice mi mujer que de aquí a seis o siete años llevará cuatro o cinco

hanegas de aceitunas, y que ella la cogería, y que yo la acarrease, y la muchacha la vendiese, y

ella que sí, y sobre todo esto ha sido la cuestión.

ALOJA.- ¡Oh, qué graciosa cuestión! Nunca tal se ha visto; las aceitunas no están plantadas, ¿y ha

llevado la muchacha tarea sobre ellas?

TORUVIO.- No llores, rapaza; la muchacha, señor, es como un oro. Hora andad, hija, y ponedme la

mesa, que yo os prometo de hacer un sayuelo de las primeras aceitunas que se vendieren.

ALOJA.- Hora, andad vecino, entraos allá adentro, y tené paz con vuestra mujer.

TORIVIO.- Adiós, señor.

ALOJA.- Hora por cierto, que cosas vemos en esta vida que ponen espanto. Las aceitunas no

están plantadas, y ya las habemos visto reñidas.

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Page 30: Teatro breve

Los habladores

Entremés

Miguel de Cervantes Saavedra

PERSONAJES

Un procurador

Sarmiento

Roldán

Doña Beatriz

Inés (Su criada)

Un alguacil

Un escribano

Un corchete

Salen un Procurador y Sarmiento, y detrás Roldán en hábito roto, cuera, espada y calcillas.

SARMIENTO.- Tome, señor procurador, que ahí van los doscientos ducados, y doy palabra a

vuesa merced que, aunque costara cuatrocientos, holgara que fuera la cuchillada de otros tantos

puntos.

PROCURADOR.- Vuesa merced ha hecho como un caballero en dársela, y como cristiano en

pagárselo; yo llevo el dinero, contento de que me descanse y él se remedie.

ROLDÁN.- ¡Ah, caballero! ¿Es vuesa merced procurador?

PROCURADOR.- Si soy; ¿qué manda vuesa merced?

ROLDÁN.- ¿Qué dinero es ese?

PROCURADOR.-Dámele este caballero para pagar la parte quien dio una cuchillada de doce

puntos.

ROLDÁN.- Y ¿cuánto es el dinero?

PROCURADOR.- Doscientos ducados.

ROLDÁN.- vaya vuesa merced con Dios.

PROCURADOR.- Dios guarde a vuesa merced.

ROLDÁN.- ¡Ah, caballero!

SARMIENTO.- ¿A mí, gentil hombre?

ROLDÁN.- A vuesa merced digo.

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Page 31: Teatro breve

SARMIENTO.- Y ¿qué es lo que manda?

ROLDÁN.- Cúbrase vuesa merced, que no hablaré palabra.

SARMIENTO.- Ya estoy cubierto.

ROLDÁN.- Señor mío, yo soy un pobre hidalgo, aunque me he visto en honra. Tengo necesidad, y

he sabido que vuesa merced ha dado doscientos ducados a un hombre a quien habrá dado una

cuchillada; y por si vuesa merced tiene deleite en darlas, vengo a que vuesa merced me dé una

adonde fuere servido, que yo lo harpé con cincuenta ducados menos que otro.

SARMIENTO.- Si no estuviera tan mohíno, me obligara a reír. ¿Vuesa merced dícelo de veras?

Pues venga acá; ¿piensa que las cuchilladas se dan sino a quien las merece?

ROLDÁN.- Pues ¿quién las merece como la necesidad? ¿No dice que tiene cara de hereje? Pues

¿dónde estará mejor una cuchillada que en la cara de un hereje?

SARMIENTO.- Vuesa merced no debe ser muy leído, que el proverbio latino no dice sino que

necesitas caret lege, que quiere decir que la necesidad carece de ley.

ROLDÁN.,- Dice muy bien vuesa merced, porque la ley no fue inventada para la quietud; y la razón

es el alma de la ley; y quien tiene alma, tiene potencia. Tres so las potencias del alma: memoria,

voluntad y entendimiento. Vuesa merced tiene muy buen entendimiento, porque el entendimiento

se conoce en la fisonomía, y la de vuesa merced es perversa por la concurrencia de Saturno y

Júpiter, aunque Venus le mira con cuadro, en la decanoria del signo ascendente del horóscopo.

SARMIENTO.- ¡Por el Diablo que aquí me trajo, esto es lo que yo había menester después de

haber pagado doscientos ducados por la cuchillada!

ROLDÁN.- ¿Cuchillada dijo vuesa merced? Está bien dicho. Cuchillada fue la que dio Caín a Abel

su hermano, aunque entonces no había cuchillos; cuchillada fue la que dio Alejandro magno a la

reina Patasilea, sobre quitarle a Zamora la bien cercada; y asimismo Julio César al conde don

Pedro Anzures sobre el jugar a las tablas con dos Gaiteros entre Cabañas y Olías, pero advierta

vuesa merced que las heridas se dan de dos maneras, porque hay traición y alevosía; la traición se

comete al rey; la alevosía contra los iguales, por las armas lo han de ser; y si yo riñere con ventaja;

porque dice Carranza en su filosofía de la espada y Terencio en la conjuración de Catilina…

SARMIENTO.- ¡Váyase al Diablo, que me lleva sin juicio! ¿No echa de ver que me dice

bernardinas?

ROLDÁN.- ¿Bernardinas dijo vuesa merced?, y dijo muy bien, porque es muy lindo nombre; y una

mujer que se llamase Bernardina, estaba obligada a ser monja de San Bernardo; porque si se

llamase Francisca no podía ser, que las franciscanas tienen cuatro efes; la F es una de las letras

del A B C; las letras del A B C son veintitrés; la K sirve en castellano cuando somos niños, porque

entonces decimos la K K, que se compone de dos veces esta letra K dos veces pueden ser de

vino; el vino tiene granes virtudes: no se ha de tomar en ayunas ni aguado, porque las partes raras

del agua penetran los poros y se suben al cerebro, y entrando puros…

SARMIENTO.- Téngase, que me ha muerto; y pienso que algún Demonio tiene revestido en esa

lengua.

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Page 32: Teatro breve

ROLDÁN.- Dice vuesa merced muy bien porque quien tiene lengua a Roma va. Yo he estado en

Roma y en La Mancha, en Transilvania y en la Puebla de Montalbán. Montalbán era un castillo, de

donde era el señor Reinaldos. Reinaldos era uno de los Doce Pares de Francia, y de los que

comían con el emperador Carlomagno en la mesa redonda, porque no era cuadrada ni ochavada.

En Valladolid hay una placetilla que llaman El Ochavo. Un ochavo es la mitad de un cuarto. Un

cuarto se compone de cuatro veces un maravedí. El maravedí antiguo valía tanto como ahora un

escudo. Dos manera hay de escudos: hay escudos de paciencia y hay escudos…

SARMIENTO.- ¡Dios me la dé para sufrirle ¡ Téngase, que me lleva perdido.

ROLDÁN.- Perdido dijo vuesa merced, y dijo muy bien, porque el perder no es ganar. Hay siete

maneras de perder: perder al juego, perder la hacienda, el trato, perder la honra, perder el juicio,

perder por descuido una sortija o un lienzo, perder…

SARMIENTO.- ¡Acabe con el Diablo!

ROLDÁN.- ¿Diablo dijo vuesa merced?, y dijo muy bien; porque el diablo nos tienta con varias

tentaciones; la mayor de todas es la de la carne. La carne no es pescado. El pescado es flemoso.

Los flemáticos no son coléricos. De cuatro elementos está compuesto el hombre: de cólera,

sangre, flema y melancolía. La melancolía no es alegría, porque la alegría consiste en tener

dineros. Los dineros hacen a los hombres; los hombres no son bestias; las bestias pacen; y,

finalmente…

SARMIENTO.- Y, finalmente, me quitará vuesa merced el juicio o poco podrá; pero le suplico en

cortesía me escuche una palabra, sin decirme lo que es palabra, que me caeré muerto.

ROLDÁN.- ¿Qué manda vuesa merced?

SARMIENTO.- Señor mío; tengo una mujer, por mis pecados, la mayor habladora que se ha visto

desde que hubo mujeres en el mundo. Es de suerte lo que habla, que yo me he visto muchas

veces resuelto matarla por las palabras, como otros por las obras. Remedios he buscado; ninguno

ha sido a propósito. A mí me ha parecido que si yo llevase a vuesa merced a mí casa, y hablase

con ella seis días de arreo, me la pondría de la manera que están los que comienzan a ser

valientes delante de lo que ha muchos días que lo son. Véngase vuesa merced; suplícoselo, que

yo quiero fingir que vuesa merced es mi primo, y con este achaque tendrá a vuesa merced en mi

casa.

ROLDÁN.- ¿Primo dijo vuesa merced? ¡Oh, qué bien dijo vuesa merced! Primo decimos al hijo del

hermano de nuestro padre; primo, a un zapatero de obra prima; prima es una cuerda de una

guitarra; la guitarra se compone de cinco órdenes. Las órdenes mendigantes son cuatro. Cuatro

son los que no llegan a cinco; con cinco estaba obligado a reñir antiguamente el que desafiaba de

común; como se vio en don Diego Ordóñez y los hijos de Arias González, cuando el rey don

Sancho…

SARMIENTO.- ¡Téngase, téngase por Dios, y véngase conmigo, que allí dirá lo demás!

ROLDÁN.- Camine delante vuesa merced, que yo le pondré esa mujer en dos horas muda como

una piedra; porque la piedra…

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Page 33: Teatro breve

SARMIENTO.-No le oiré palabra.

ROLDÁN.- Pues camine, que yo le curaré a su mujer. (Vanse Sarmiento y Roldán, y salen doña

Beatriz e Inés, su criada).

BEATRIZ.- ¡Inés! ¡Hola, Inés! ¿Qué digo? ¡Inés, Inés!

INÉS.- Ya oigo, señora, señora, señora.

BEATRIZ.- Bellaca, desvergonzada, ¿cómo me respondéis con ese lenguaje? ¿no sabéis vos que

la vergüenza es la principal joya de las mujeres?

INÉS.- Vuesa merced, por hablar, cuando no tiene de qué, me llama doscientas veces.

BEATRIZ.- ¡Pícara!; el número de doscientos es número mayor, debajo del cual se pueden

entender doscientos mil, añadiendo ceros. Los ceros no tienen valor por sí mismos…

INÉS.- Señora, yo lo tengo entendido; dígame vuesa merced qué tengo que hacer, porque

haremos prosa.

BEATRIZ.- Y la prosa es para que traigáis la mesa para que coma vuestro amo, que ya sabéis que

anda mohíno; y una mohína de casado es causa de que levante un garrote, y, comenzando por las

criadas, remate con el alma.

INÉS.- ¿Pues hay más de sacar la mesa? Voy volando. (Salen Sarmiento y Roldán).

SARMIENTO.- ¡Hola!, ¿no está nadie en está casa? Doña Beatriz, ¡hola!

BEATRIZ.- Aquí estoy, señor. ¿De qué venís dando voces?

SARMIENTO.- Mirad que traigo este caballero, soldado pariente mío, convidado. Acariciadle y

regaladle mucho, que va a pretender a la corte.

BEATRIZ.- Si vuesa merced va a la corte, lleve advertido que la corte no es para Carlos, tú

encogido; porque el encogimiento es linaje de bobería, y un bobo está cerca de ser desvalido, y lo

merece; porque el entendimiento es luz de las acciones humanas, y toda la acción consiste…

ROLDÁN.- Quedo, quedo, suplico a vuesa merced, que bien sé que consiste en la disposición de la

naturaleza, porque la naturaleza obra por los instrumentos corporales, y va disponiendo los

sentidos. Los sentido son cinco: andar, tocar, correr y pensar y no estorbar. Toda persona que

estorbase es de ignorantes, y la ignorancia consiste en no caer en las cosas. Quien cae y se

levanta. Dios le dé buenas Pascuas. Las Pascuas son cuatro: la de Navidad, la de Reyes, la de

Flores y la de Pentecostés. Pentecostés es un vocablo exquisito.

BEATRIZ.- ¿Cómo exquisito? Mal sabe vuesa merced de exquisitos. Toda cosa exquisita es

extraordinaria. La ordinaria no admira. La admiración nace de cosas altas. La más alta cosa del

mundo es la quietud, porque nadie la alcanza. La más baja es la malicia, porque todos caen en

ella. El caer es forzoso, porque hay tres estados en todas las cosas; el principio, el aumento y la

declinación.

ROLDÁN.- declinación DIJO vuesa merced, y dijo muy bien; porque los nombres se declinan, los

verbos se conjugan, y los que se casan se llaman con este nombre; y los casados son obligados a

quererse, amarse y estimarse, como lo manda la Santa Madre Iglesia; y la razón de esto es…

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Page 34: Teatro breve

BEATRIZ.- Paso, paso. ¿Qué es esto, marido? ¿Tenéis juicio? ¿Qué hombre ese que habéis traído

a mi casa?

SARMIENTO.- Por dios que me huelgo, que he hallado con que desquitarme. Dad acá la mesa

presto, y comamos, que el señor Roldán ha de ser huésped mío por seis o siete años.

BEATRIZ.- ¿Siete años? Malos años; ni una hora, que reventaré, marido.

SARMIENTO.- Él era harto mejor para serlo vuestro. ¡Hola, dad acá la comida!

INÉS.- ¿Convidados tenemos? Aquí está la mesa.

ROLDÁN.- ¿Quién es esta señora?

SARMIENTO.- Es criada de casa.

ROLDÁN.- Una criada se llama en Valencia, fadrina; en Italia, masara; en Francia, gazpirria; en

Alemania, filimiquia; en la Corte, sirvienta; en Vizcaya, moscorra, y entre pícaros, daifa. Venga la

comida alegremente, que quiero que vuesas mercedes me vean comer al uso de la Gran Bretaña.

BEATRIZ.- Aquí no hay qué hacer sino perder el juicio, marido, que reviento por hablar.

ROLDÁN.- ¿Hablar dijo vuesa merced? Dijo muy bien; hablando se entienden posconceptos; estos

se forman en el entendimiento. Quien no entiende, no siente; quien no siente, no vive; el que no

vive, es muerto; un muerto echadle en el huerto.

BEATRIZ.- ¡Marido, marido!

SARMIENTO.- ¿Qué quieres, mujer?

BEATRIZ.- Echadme de aquí este hombre con los Diablos, que reviento por hablar.

SARMIENTO.- Mujer, tened paciencia, que hasta cumplidos los dichos siete años no puede salir de

aquí; porque he dado mi palabra y estoy obligado a cumplirla o no seré quien soy.

BEATRIZ.- ¿Siete años? Primero veré yo mi muerte. ¡Ay, ay, ay!

INÉS.- Desmayóse, ¿Esto quiere ver vuesa merced delante de sus ojos? Verla ahí muerta.

ROLDÁN.- ¡Jesús!, ¿de qué le habrá dado este mal?

SARMIENTO.- De no hablar. (Dentro la Justicia).

ALGUACIL.- ¡Abran aquí a la Justicia, abran a la Justicia!

ROLDÁN.- ¡La justicia! ¡Ay, triste de mí!, que yo ando huido, y si me reconocen, me han de llevar a

la cárcel.

SARMIENTO.- Pues, señor, el remedio es meterse en esta estera vuesa merced, que las había

quitado para limpiarlas, y así se podrá librar, que yo no hallo otro. (Métese en la estera Roldán y

salen el Alguacil, el Escribano y Corchete).

ALGUACIL.- ¿Era para hoy el abrir esta puerta?

SARMIENTO.- ¿Qué es lo que vuesa merced manda, que tan furioso viene?

ALGUACIL.- El señor gobernador manda que, no obstante que vuesa merced ha pagado los

doscientos ducados de esa cuchillada, venga vuesa merced a darle la mano a este hombre y se

abracen y sean amigos.

SARMIENTO.- Querría comer ahora.

ESCRIBANO.- El hombre está aquí junto; y luego se volverá vuesa merced a comer despacio.

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Page 35: Teatro breve

SARMIENTO.- Vamos, y entretanto poned la mesa.

INÉS.- Vuelve en ti, señora, que si de no hablar te has desmayado, ahora que estás sola hablarás

cuanto quisieres.

BEATRIZ.- Gracias a Dios que ahora descansaré del silencio que he tenido. (Sale Roldán la

cabeza y, mirando a Beatriz, diga):

ROLDÁN.- ¿Silencio dijo vuesa merced?, y dijo muy bien; porque el silencio fue siempre alabado

de los sabios; y los sabios callan a tiempos y hablan a tiempos; porque hay tiempos de hablar y

tiempos de callar; y quien calla otorga, y el otorgar es de escrituras, y una escritura ha menester

tres testigos, y si es de testamento cerrado, siete, porque…

BEATRIZ.- Porque el Diablo te lleve, hombre, y quien acá te trajo. ¿Hay tan gran bellaquería? Yo

vuelvo a desmayarme. (Vuelven a salir todos).

SARMIENTO.- Ya se han hecho las amistades, quiero que vuesas mercedes beben con una caja.

¡Hola!, dad acá la cantimplora y aquella perada.

BEATRIZ.- ¿Ahora nos metéis en eso? ¿No veis que estamos ocupados sacando estas esteras.

(Muestra el palo), y tú con eso otro démosles hasta que queden limpias.

ROLDÁN.- Paso, paso, señoras; que bien entendí que hablaban mucho, pero no que jugaban de

mano.

ALGUACIL.- Oiga, ¿qué es esto? ¿No es aquel bellaco de Roldanejo el hablador que hace las

maulas?

ESCRIBANO.- El mismo.

ALGUACIL.- Sed preso, sed preso.

ROLDÁN.- ¿Preso dijo vuesa merced?, y dijo muy bien, porque el preso no es libre, y la libertad…

ALGUACIL.- ¡Que no, no, aquí no ha de valer la habladuría; vive Dios que habéis de ir a la cárcel!

SARMIENTO.- Señor alguacil, suplico a vuesa merced que por haberse hallado en mi casa, esta

vez no se lo lleve, que doy palabra a vuesa merced de darle con que se vaya del lugar en

curándome mi mujer.

ALGUACIL.- Pues ¿de qué la cura?

SARMIENTO.- Del hablar.

ALGUACIL.- y ¿cómo?

SARMIENTO.- Hablando; porque como habla tanto, la enmudece.

ALGUACIL.- Soy contento por ver ese milagro; pero ha de ser con condición, que si la diere sana,

me avise vuesa merced luego, porque la lleve a mi casa, que tiene mi mujer la propia enfermedad y

me holgaría que me la curase de una vez.

SARMIENTO.- Yo avisaré con lo que hubiere.

ROLDÁN.- Yo sé que la dejaré bien curada.

ALGUACIL.- ¡Vete, pícaro hablador!

SARMIENTO.- No me desagrada el verso.

ALGUACIL.- Pues si no le desagrada, oiga, que yo tengo alguna instancia de poesía.

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Page 36: Teatro breve

ROLDÁN.- Oiga, ¿poesía han dicho vuesas mercedes? Pues reparo que por dios que la han de

llevar de puño. (Hácense la salva y van diciendo las glosas):

ALGUACIL.- La condición del hablar,

más parece tentación

de quien nos suele tentar;

ni puede ser condición

en hombre que es muladar.

Parte a servir de atambor

con esa lengua, embaidor;

y pues con mayor ruido

suenas a un discreto oído,

“Vete, pícaro hablador”.

ESCRIBANO.- Después de muerto sé yo

que han de ponerle en lugar

de epitafio: “Aquí murió

quien muerto no ha de callar

tanto como vivo habló

INÉS.- Esa quiero yo acabar.

ESCRIABNO.- Diga, veamos.

INÉS.- Y pues de hablar el rigor

a un muerto pone temor,

a un monte, donde a ninguno

seas hablando importuno,

“Vete, pícaro hablador”.

SARMIENTO.- Va la mía:

¡Oh, tú que hablaste por veinte

y hablaste por veinte mil…!

BEATRIZ.- Yo la acabaré, detente.

ROLDÁN.- Por hablar: ¡traza sutil!

BEATRIZ.- Repare, señor pariente:

Vete adonde tu rumor

no suene para tu mengua;

y pues se sabe tu flor,

vete, enfermo de la lengua,

“Vete, pícaro hablador”.

ROLDÁN.- Oigan y reparen vuesas mercedes, que no será peor la mía:

Aquí he venido a curar

una mujer habladora,

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Page 37: Teatro breve

que nunca supo callar,

a quien pienso desde ahora

enmudecer con hablar.

Convídame este señor,

comencé yo en rigor,

aunque diga su mujer,

porno me dar de comer,

“Vete, pícaro hablador”.

(Vanse todos dándose vaya, con que se da fin).

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Page 38: Teatro breve

La cueva de Salamanca

Entremés

Miguel de Cervantes Saavedra

PERSONAJES

Pancracio

Leonarda

Cristina

El estudiante Carraolano

El sacristán Reponse

El barbero

Leoniso (Compadre de Pancracio)

(Salen Pancracio, Leonarda y Cristina)

PANCRACIO.- Enjugad, señora, esas lágrimas y poned pausa a vuestros suspiros, considerando

que cuatro días de ausencia no son siglos: yo volveré, a lo más largo, a los cinco, si Dios no me

quita la vida; aunque será mejor, por no turbar la vuestra, romper mi palabra, y dejar esta jornada;

que si n mi presencia se podrá casar mi hermana.

LEONARDA.- No quiero yo, mi Pancracio y mi señor, que por respeto mío voz parezcáis

descortés ; id en hora buena, y cumplid con vuestras obligaciones, pues las que os llevan son

precisas: que yo me apretaré con mi llaga, y pasaré mi soledad lo menos mal que pudiere. Solo os

encargo la vuelta, y que no paséis del término que habéis puesto. – Tenme, Cristina, que se me

aprieta el corazón. (Desmáyase Leonarda)

CRISTINA.- ¡Oh, qué bien hayan las bodas y las fiestas! En verdad, señor, que si yo fuera vuestra

merced, que nunca allá fuera.

PANCRACIO.- Entra, hija, por un vidro de agua para echársela en el rostro. Mas espera; diréle

unas palabras que sé al oído, que tienen virtud para hacer volver de los desmayos. (Dícele las

palabras; vuelve Leonarda diciendo):

LEONARDA.- Basta: ello es forzoso: no hay sino tener paciencia bien mío; cuanto más os

detuviéredes, más dilatáis mi contento. Vuestro compadre Leoniso os debe de aguardar ya en el

coche. Andad con dios: que él os vuelva tan presto y tan bueno como yo deseo.

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Page 39: Teatro breve

PANCRACIO.- Mi ángel, si gustas que me quede, no me moveré de aquí más que una estatua.

LEONARDA.- No, no, descanso mío; que mi gusto está en el vuestro; y por ahora, más que os

vais, que no os quedéis, pues es vuestra honra la mía.

CRISTINA.- ¡Oh, espejo del matrimonio! A fe que si todas las casadas quisiesen tanto a sus

maridos como mi señora Leonarda quiere al suyo, que otro gallo les cantase.

LEONARDA.- Entra, Cristinica, y saca mi manto; que quiero acompañar a tu señor hasta dejarle en

el coche.

PANCRACIO.- No, por mi amor; abrazadme, y quedaos, por vida mía. –Cristinica, ten cuenta de

regalar a tu señora, que yo te mando un calzado cuando vuelva, como tú le quisieres.

CRISTINA.- Vaya, señor, y no lleve pena de mi señora, porque la pienso persuadir de manera que

nos holguemos, que no imagine en la falta que vuestra merced le ha de hacer.

LEONARDA.- ¿Holgar yo? ¡Qué bien estás en la cuenta, niña! Porque, ausente de mi gusto, no se

hicieron los placeres ni las glorias para mí; penas y dolores, sí.

PANCRACIO.- Ya no lo puedo sufrir. Quedad en paz, lumbre de estos ojos, los cuales no verán

otra cosa que les dé placer hasta volveros a ver. (Éntrase Pancracio).

LEONARDA.- Allá darás, rayo, en casa de Ana Díaz Vayas, y no vuelvas; la ida de humo. Por dios,

que esta vez no os han de valer vuestras valentías ni vuestros recatos.

CRISTINA.- Mil veces temí que con tus extremos habías de estorbar su partida y nuestros

contentos.

LEONARDA.- ¿Si vendrán esta noche los que esperamos?

CRISTINA.- ¿Pues no? Ya los tengo avisados, y ellos están tan en ello, que esta tarde enviaron

con la lavandera, nuestra secretaria, como que eran paños, una canasta de colar, llena de mil

regalos y cosas de comer, que no parece sino uno de los serones que da el rey el Jueves Santo a

sus pobres; sino que la canasta es de Pascua, porque hay en ella empanadas, fiambreras, manjar

blanco, y dos capones que aun no están acabados de pelar, y todo género de fruta de la que hay

ahora; y, sobre todo, una bota de hasta una arroba de vino, de lo que una oreja, que huele que

trasciende.

LEONARDA.- Es muy cumplido, y lo fue siempre, mi Reponse, sacristán de las telas de mis

entrañas.

CRISTINA.- Pues ¿qué le falta a mi maese Nicolás, barbero de mis hígados y navaja de mis

pesadumbres, que así me las rapa y quita cuando le veo, como si nunca las hubiera tenido?

LEONARDA.- ¿Pusiste la canasta en cobro?

CRISTINA.- En la cocina la tengo, cubierta con un cernadero, por el disimulo. (Llama a la puerta el

Estudiante Carraolano, y, en llamando, sin esperar que le respondan, entra).

LEONARDA.- cristina, mira quién llama.

ESTUDIANTE.- Señoras, soy yo, un pobre estudiante.

CRISTINA.- Bien se os parece que sois pobre y estudiante, pues lo uno lo muestra vuestro vestido,

y el ser pobre vuestro atrevimiento. ¡Cosa extraña es ésta, que no hay pobre que espere a que le

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Page 40: Teatro breve

saquen la limosna a la puerta, sino que entran en las casas hasta el último rincón, sin mirar si

despiertan a quien duerme, o si no!

ESTUDIANTE.- Otra más blanda respuesta esperaba yo de la buena gracia de vuestra merced;

cuanto más que yo no quería ni buscaba otra limosna, sino alguna caballeriza o pajar donde

defenderme esta noche de las inclemencias del cielo, que, según se me trasluce, parece que con

grandísimo rigor a la tierra amenazan.

LEONARDA.- ¿Y de dónde bueno sois, amigo?

ESTUDIANTE.- Salmantino soy, señora mía; quiero decir, que soy de Salamanca. Iba a Roma con

un tío mío, el cual murió en el camino, en el corazón de Francia. Vine solo; determiné volverme a

mi tierra; robándome los lacayos o compañeros de Roque Guinarde, en Cataluña, porque él

estaba ausente; que, a estar allí, no consintiera que se me hiciera agravio, porque es muy cortés y

comedido, y además limosnero. Hame tomado a estas santas puertas la noche, que por tales

juzgo, y busco mi remedio.

LEONARDA.- ¡En verdad, cristina, que me ha movido a lástima el estudiante!

CRISTINA.- Ya me tiene a mí rasgadas las entrañas. Tengámosle en casa esta noche, pues de las

sobras del castillo se podrá mantener el real; quiero decir, que en las reliquias de la canasta habrá

en quien adore su hambre; y más, que me ayudará a pelar la volatería que viene en la cesta.

LEONARDA.- Pues ¿cómo, cristina, quieres que metamos en nuestra casa testigos de nuestras

liviandades?

CRISTINA.- Así tiene el talle de hablar por el colodrillo, como por la boca. --Venga acá, amigo:

¿sabe pelar?

ESTUDIANTE.- ¿Cómo si sé pelar? No entiendo eso de saber pelar, si no es que vuesa merced

motejarme de pelón; que no hay para qué, pues yo me confieso por el mayor pelón del mundo.

CRISTINA.- no lo digo yo por eso, en mi ánima, sino por saber si sabía pelar dos o tres pares de

capones.

ESTUDIANTE.- Lo que sabré responder es que yo, señoras, por la gracia de Dios, soy graduado

de bachiller por salamanca, y no digo…

LEONARDA.- De esa manera, ¿quién duda sino que sabrá pelar no sólo capones, sino gansos y

avutardas? Y, en eso del guardar secreto, ¿cómo le va? Y, a dicha, ¿es tentado de decir todo lo

que ve, imagina o siente?

ESTUDIANTE.- Así pueden matar delante de mí más hombres que carneros en el rastro, que yo

despliegue mis labios para decir palabra alguna.

CRISTINA.- Pues atúrese esa boca, y cósase esa alengua con una agujeta de dos cabos, y

amuélese esos dientes, y éntrese con nosotros, y verá misterios y cenará maravillas, y podrá medir

en un pajar los pies que quisiere para su cama.

ESTUDIANTE.- Con siete tendré demasiado: que no soy nada codicioso ni regalado. (Entran el

Sacristán Reponse y el Barbero).

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Page 41: Teatro breve

SACRISTÁN.- ¡Oh, que en hora buena estén los automedones y guías de los carros de nuestros

gustos, las luces de nuestras tinieblas, y las dos recíprocas voluntades que sirven de bases y

columnas a la amorosa fábrica de nuestros deseos!

LEONARDA.- ¡Esto sólo me enfada de él! Reponse mío; habla por tu vida, a lo moderno, y de

modo que te entienda, y no te encarames donde no te alcance.

BARBERO.- Eso tengo yo de bueno, que hablo más de llano q ue una suela de zapato; pan por

vino y vino por pan, o como suele decirse.

SACRISTÁN.- Si, qué diferencia ha de haber de un sacristán gramático a un barbero romancista.

CRISTINA.- Para lo que yo he menester a mi barbero, tanto latín sabe, y aun más, que supo

Antonio de Nebrija; y no se dispute ahora de ciencia, ni de modos de hablar; que cada uno habla, si

no como debe, a lo menos como sabe; y entrémonos, y manos a la labor, que hay mucho que

hacer.

ESTUDIANTE.- Y mucho que pelar.

SACRISTÁN.- ¿quién es este buen hombre?

LEONARDA.- Un pobre estudiante salamanqueso, que pide albergo para esta noche.

SACRISTÁN.- Yo le daré un par de reales para cena y para lecho, y váyase con Dios.

ESTUDIANTE.- Señora Sacristán Reponse, recibo ya agradezco la merced y la limosna; pero yo

doy mudo, y peló además, como lo ha menester esta señora doncella, que me tiene convidado; y

voto a… de no irme esta noche de esta casa, si todo el mundo me lo manda. Confiese vuestra

merced como mucho de enhoramala de un hombre de mis prendas, que se contenta con dormir en

un pajar; y si lo han por sus capones, péleselos el turco y cómanselos ellos, y nunca del cuero les

salgan.

BARBERO.- Este más parece rufián que pobre. Talle tiene de alzarse con toda la casa.

CRISTINA.- No medre yo, si no me contenta el brío. Entrémonos todos, y demos orden en lo que

se ha de hacer; que el pobre pelará y callará como en misa.

ESTUDIANTE.- Y aun como en vísperas.

SACRISTÁN.- Puesto me ha miedo el pobre estudiante; yo apostaré que sabe más latín que yo.

LEONARDA.- De ahí le deben nacer los bríos que tiene; pero note pese, amigo, de hacer caridad,

que vale para todas las cosas. (Éntranse todos, y sale Leoniso, compadre de Pancracio, y

Pancracio).

LEONISO.- Luego lo vi yo que nos había de faltar la rueda; no hay cochero que no sea temático; si

él rodeara un poco y salvara aquel barranco, ya estuviéramos a dos leguas de aquí.

PANCRACIO.-a mí no se me da nada; que antes gusto de volverme y posar esta noche con mi

esposa Leonarda, que en la venta; porque la dejé esta tarde casi para espirar, del sentimiento de

mi partida.

LEONISO.- ¡Gran mujer! ¡de buena os ha dado el cielo, señor compadre!

Dadle gracias por ello.

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Page 42: Teatro breve

PANCRACIO.- Yo se las doy como puedo, y no como debo; no hay Lucrecia que se le llegue, ni

Porcia que se le iguale: la honestidad y el recogimiento han hecho en ella su morada.

LEONISO.- Si la mía no fuera celosa, no tenía yo más que desear. Por esta calle está más cerca

mi casa: tomad compadre, por éstas, y estaréis seguro en la vuestra; y veámonos mañana, que no

me faltará coche para la jornada. Adiós.

PANCRACIO.- Adiós. (Éntranse los dos. Vuelven a salir el Sacristán y e barbero con sus guitarras;

Leonarda, Cristina y el Estudiante. Sale el Sacristán con la sotana alzada y ceñida al cuerpo,

danzando al son de su misma guitarra; y, a cada cabriola, vaya diciendo estas palabras):

SACRISTÁN.- ¡Linda noche, lindo rato, linda cena y lindo amor!

CRISTINA.- Señor Sacristán Reponse, no es este tiempo de danzar; dése orden en cenar, y en las

demás cosas, y quédense las danzas para mejor coyuntura.

SACRISTÁN.- ¡Linda noche, lindo rato, linda cena y lindo amor!

LEONARDA.- Déjale, Cristina; que en extremo gusto de ver su agilidad. (Llama Pancracio a la

puerta, y dice):

PANCRACIO.- Gente dormida, ¿no oís? ¡Cómo! ¿Y tan temprano tenéis atrancada la puerta? Los

recatos de mi Leonarda deben andar por aquí.

LEONARDA.- ¡Ay desdichada! A la voz, y a los golpes, mi marido Pancracio es éste; algo le debe

haber sucedido, pues él se vuelve. Señores, a recogerse a la carbonera: digo al desván, donde

está el carbón. –Corre, Cristina, y llévalos; que yo entretendré a Pancracio de modo que tengas

lugar para todo.

ESTUDIANTE.- ¡Fea noche, amargo rato, mala cena, peor amor!

CRISTINA.- ¡Gentil relente, por cierto! ¡Ea, vengan todos!

PANCRACIO.- ¿Qué Diablos es esto? ¿Cómo no me abrís, lirones?

ESTUDIANTE.- Es el toque, que yo no quiero correr la suerte de estos señores. Escóndanse ellos

donde quisieren, y llévenme a mí al pajar, que, si allí me hallan, antes pareceré pobre que adúltero.

CRISTINA.- Caminen, que se hunde la casa a golpes.

SACRISTÁN.- El alma llevo en los dientes.

BARBERO.- Y yo en los carcañares. (Éntranse todos y asómase Leonarda A la ventana).

LEONARDA.- ¿Quién está ahí? ¿Quién llama?

PANCRACIO.- Tu marido soy Leonarda mía; ábreme, que ha media hora que estoy rompiendo a

golpes estas puertas.

LEONARDA.- En la voz, bien me parece que oigo a mi cepo Pancracio; pero la voz de un gallo se

parece a la de otro gallo, y no me aseguro.

PANCRACIO.- ¡Oh recato inaudito de mujier prudente! Que yo soy, vida mía, tu marido pancracio:

ábreme con toda seguridad.

LEONARDA.- Venga acá, yo le veré ahora. ¿Qué hice yo cuando él se partió esta tarde?

PANCRACIO.- Suspiraste, lloraste y al cabo te desmayaste.

LEONARDA.- Verdad; pero, con todo esto, dígame: ¿qué señales tengo yo en mis hombros?

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Page 43: Teatro breve

PANCRACIO.- En el izquierdo tienes un lunar del grandor de medio real, con tres cabellos como

tres mil hebras de oro.

LEONARDA.- Verdad; pero ¿cómo se llama la doncella de casa?

PANCRACIO.- ¡Ea, boba, no seas enfadosa: Cristinica se llama! ¿Qué más quieres?

LEONARDA.- ¡Cristinica, Cristinica, tu señor es; ábrele, niña!

CRISTINA.- Ya voy, señora; que él sea muy bienvenido. --¿Qué es esto, señor de mi alma? ¿Qué

acelerada vuelta es esta?

LEONARDA.- ¡Ay, bien mío! Decídnoslo presto, que el temor de algún mal suceso me tiene ya sin

pulsos.

PANCRACIO.- No ha sido otra cosa sino que en un barranco se quebró la rueda del coche, y mi

compadre y yo determinamos volvernos, y no pasar la noche en el campo; y mañana buscaremos

en qué ir, pues hay tiempo. Pero ¿qué voces hay? (Dentro, y como de muy lejos, diga el

estudiante):

ESTUDIANTE.- ¡Ábranme aquí, señores; que me ahogo!

PANCRACIO.- ¿Es en casa o en la calle?

CRISTINA.- que me maten si no es el pobre estudiante que encerré en el pajar, para que durmiese

esta noche.

PANCRACIO.- ¿Estudiante encerrado en mi casa, y, en mi ausencia? ¡Malo! en verdad, señora,

que, si no me tuviera asegurado vuestra mucha bondad, que me causara algún recelo este

encerramiento. Pero ve, cristina, y ábrele; que se le debe de haber caído toda la paja a cuestas.

CRISTINA.- Ya voy. (Vase).

LEONARDA.- Señor, que es un pobre salamanqueso, que pidió que le acogiésemos esta noche,

por amor de Dios, aunque fuese en el pajar; y ya sabes mi condición, que no puedo negar nada

de lo que se me pide, y encerrámosle; pero veisle aquí, y mirad cuál sale. (Sale el Estudiante y

Cristina; él lleno de paja las barbas, cabeza y vestido).

ESTUDIANTE.- si yo no tuviera tanto miedo, y fuera menos escrupuloso, yo hubiera excusado el

peligro de ahogarme en el pajar, y hubiera cenado mejor, y tenido más blanda y menos peligrosa

cama.

PANCRACIO.- Y ¿quién os había de dar, amigo, mejor cena y mejor cama?

ESTUDIANTE.- ¿Quién? Mi habilidad, sino que el temor de la justicia me tiene atadas las manos.

PANCRACIO.- ¡Peligrosa habilidad debe de ser la vuestra, pues os teméis de la justicia!

ESTUDIANTE.- La ciencia que aprendí en la Cueva de Salamanca, de donde yo soy natural, si se

dejara usar si miedo de la Santa Inquisición, yo sé que cenara y recenara a costa de mis

herederos; y aún quizá no estoy muy fuera de usarla, siquiera por esta vez, donde la necesidad me

fuerza y me disculpa; pero no sé yo si estas señoras serán tan secretas como yo lo h sido.

PANCRACIO.- No se cure de ellas, amigo, sino haga lo que quisiere, que yo les haré que callen,; y

ya deseo en todo extremo ver alguna de estas cosas que dice que se aprenden en la Cueva de

Salamanca.

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Page 44: Teatro breve

ESTUDIANTE.- ¿No se contentará vuestra merced con que le saque de aquí dos Demonios en

figuras humanas, que traigan a cuestas una canasta llena de cosas fiambres y comederas?

LEONARDA.- ¿Demonios en mi casa y en mi presencia? ¡Jesús! Librada sea yo de lo que librarme

no sé.

CRISTINA.- El mismo Diablo que tiene el Estudiante en el cuerpo: ¡plega a Dios que vaya a buen

viento esta aparva! Temblándose está el corazón en el pecho.

PANCRACIO.- Ahora bien: si ha de ser sin peligro y sin espantos, yo me holgaré de ver esos

señores Demonios y a la canasta de las fiambreras; y torno a advertir, que las figuras no sean

espantosas.

ESTUDIANTE.- Digo que saldrán en figura del Sacristán de la parroquia y en la de un Barbero su

amigo.

CRISTINA.- ¿Más que lo dice por el Sacristán Reponse, y por maese Roque, el barbero de casa?

¡Desdichados de ellos, que se han de ver convertidos en Diablos! --Y dígame, hermano, ¿y estos

han de ser diablos bautizados?

ESTUDIANTE.- ¡Gentil novedad! ¿Adonde Diablos hay Diablos bautizados, o para qué se han de

bautizar los Diablos? Aunque podrá ser que estos lo fuesen, porque no hay regla sin excepción; y

apártense, y verán maravillas.

LEONARDA.- ¡Ay, sin ventura! Aquí se descose; aquí salen nuestras maldades a plaza; aquí soy

muerta.

CRISTINA.- ¡Ánimo, señora, que buen corazón quebranta mala ventura!

ESTUDIANTE.- Vosotros, mezquinos, que en la carbonera

Hallaste amparo a vuestra desgracia,

Salid, y en los hombros, con prisa y con gracia,

Sacad la canasta de la fiambrera;

No me incitéis a que de otra manera

Más dura os conjure. Salid; ¿qué esperáis?

Mirad que si a dicha el salir rehusáis,

Tendrá mal suceso mi nueva quimera.

Hora bien; yo sé cómo tengo que hacer con estos Demonios humanos: quiero entrar allá dentro, y

a solas hacer un conjuro tan fuerte, que los haga salir más que de paso, aunque la calidad de estos

Demonios, más está en saberlos aconsejar que en conjurarlos. (Éntrase el Estudiante).

PANCRACIO.- Yo digo que si este sale con lo que ha dicho, que será la cosa más nueva y más

rara que se haya visto en el mundo.

LEONARDA.- Si saldrá, ¿quién lo duda? Pues ¿habíamos de engañar?

CRISTINA.- Ruido anda allá dentro; yo apostaré que los saca; pero ved aquí do vuelve con los

Demonios y el apatusco de la canasta. (Salen el Estudiante, el Sacristán y el Barbero).

LEONARDA.- ¡Jesús! ¡Qué parecidos son los de la carga al Sacristán Reponse y al barbero de la

plazuela!

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Page 45: Teatro breve

CRISTINA.- Digan lo que quisieren; que nosotros somos como los perros del herrero, que

dormimos al son de las martilladas: ninguna cosa nos espanta ni turba.

LEONARDA.- Lléguense a que yo coma de lo que viene de la canasta, no tomen menos.

ESTUDIANTE.- Yo haré la salva y comenzaré por el vino. (Bebe). Bueno es: ¿es de Esquivias,

señor Sacridiablo?

SACRISTÁN.- De Esquivias es, juro a…

ESTUDIANTE.- Téngase, por vida suya, y no pase adelante. ¡Amiguito soy yo de diablos juradores!

Demónico, demónico, aquí no venimos a hacer pecados mortales, sino a pasar una hora de

pasatiempo, y cenar, y irnos con Cristo.

CRISTINA.- ¿Y los diablos han de cenar con nosotros?

PANCRACIO.- Si, que los Diablos no comen.

BARBERO.- Si comen algunos, pero no todos; y nosotros somos de los que comen.

CRISTINA.- ¡Ay, señores! Quédense acá los pobres Diablos, pues han traído la cena; que sería

poca cortesía dejarlos ir muertos de hambre, y parecen Diablos muy honrados y muy hombres de

bien.

LEONARDA.- Como no nos espanten, y si mi marido gusta, quédense en buen hora.

PANCRACIO.- Queden, que quiero ver lo que nunca he visto.

BARBERO.- Nuestro Señor pague a vuestras mercedes la buena obra, señores míos.

CRISTINA.- ¡Ay, qué bien criados, qué corteses! Nunca medre yo, si todos los Diablos son como

estos, si no han de ser mis amigos de aquí en adelante.

SACRISTÁN.- Oigan, pues, para que se enamoren de veras. (Toca el Sacristán, y canta; y ayúdale

el Barbero con el último verso nomás).

SACRISTÁN.- Oigan los que poco saben

Lo que con mi lengua franca

Digo del bien que en sí tiene

BARBERO.- La Cueva de Salamanca

SACRISTÁN..- Oigan lo que dejó escrito

De ella el Bachiller Tudanca

En el cuero de una yegua

Que dicen que fue potranca,

En la parte de la piel

Que confina con el anca,

Poniendo sobre las nubes

BARBERO.- La Cueva de Salamanca.

SACRISTÁN.- En ella estudian los ricos

Y los que no tienen blanca,

Y sale entera y rolliza

la memoria de esta manca.

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Page 46: Teatro breve

Siéntanse los que aquí enseñan

De alquitrán en una banca,

Porque estas bombas encierra

BARBERO.- La Cueva de Salamanca.

SACRISTÁN.- En ella se hacen discretos

Los moros de la Palanca;

Y el estudiante más burdo

Ciencias de su pecho arranca.

A los que estudian en ella,

Ninguna cosa les manca;

Viva, pues, siglo eternos

BARBERO.- La Cueva de Salamanca.

SACRISTÁN.- Y vuestro conjurador,

Si es a dicha de Loranca

Tenga en ella cien mil vides

De uva tinta y de uva blanca;

Y al diablo que le acusare,

Que le den con una tranca,

Y para el tal jamás sirva

BARBERO.- La Cueva de Salamanca.

CRISTINA.- Basta; ¿qué también los diablos son poetas?

BARBERO.- y aun todos los poetas son Diablos.

PANCRACIO.- Dígame, señor mío, pues los Diablos lo saben todo, ¿dónde se inventaron todos los

bailes de las Zarabandas, Zambapalo y Dello me pesa, con el famoso del nuevo Escarramán?

BARBERO.- ¿Adónde? En el infierno; allí tuvieron su origen y principio.

PANCRACIO.- Yo así lo creo.

LEONARDA.- Pues, en verdad, que tengo yo mis puntas y collar escarramanesco; sino que por mi

honestidad, y por guardar el decoro a quien soy, no me atrevo a bailarle.

SACRISTÁN.- Con cuatro mudanzas que yo le enseñase a vuestra merced cada día en una

semana, saldría única en el baile; que sé que le falta bien poco.

ESTUDIANTE.- Todo se andará; por ahora entrémonos a cenar, que es lo que importa.

PANCRACIO.- Entremos; que quiero averiguar sui los Diablos comen o no, con otras cien mil

cosas que de ellos cuentan; y, por Dios, que no han de salir de mi casa hasta que me dejen

enseñado en la ciencia y ciencias que se enseñan en la Cueva de Salamanca.

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Page 47: Teatro breve

El retablo de las maravillas

Entremés

Miguel de Cervantes Saavedra

PERSONAJES

Chanfalla, el autor

La Chirinos, la autora

El Rabelín

El gobernador

Benito Repollo

Juan Castrado

Pedro Capacho

Juana Castrada

Teresa Repolla

El autor

La autora

El músico

Un sobrino de Benito

Un furrier

El alcalde

Rabellejo

(Salen Chanfalla, el Autor, y La Chirinos, la Autora).

CHANFALLA.- No se te pasen de la memoria, Chirinos, mis advertimientos, principalmente los que

te he dado para este nuevo embuste, que ha de salir tan a luz como el pasado del llovista.

CHIRINOS.- Chanfalla ilustre, lo que en mí fuere tenlo como de molde; que tanta memoria tengo

como entendimiento, a quien de junta voluntad de acertar a satisfacerte, que excede a las demás

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Page 48: Teatro breve

potencias; pero dime: ¿de qué te sirve este Rabelín que hemos tomado? Nosotros dos solos, ¿no

pudiéramos salir con esta empresa?

CHANFALLA.- Habíamosle menester como el pan de la boca, para tocar los espacios que tardaren

en salir las figuras del Retablo de las Maravillas.

CHIRINOS.- Maravilla será si no nos apedrean por solo el Rabelín; porque, tan desventurada

criaturilla, no la he visto en todos los días de mi vida. (Entra El Rabelín).

RABELÍN.- ¿Hase de hacer algo en este pueblo, señor Autor? Que ya me muero porque vuestra

merced vea que no me tomo a carga cerrada.

CHIRINOS.- Cuatro cuerpos de los vuestros no harán un tercio, cuanto más una carga; si no sois

más gran músico que grande, medrados estamos.

RABELÍN.- Ello dirá; que en verdad que me han escrito para entrar en una compañía de partes, por

chico que soy.

CHANFALLA.- si os han de dar la parte a medida del cuerpo, casi será invisible. –Chirinos, poco a

poco estamos ya en el pueblo, y estos que aquí vienen deben ser, como lo son sin duda, el

Gobernador y los Alcaldes. Salgámosles al encuentro, y date un filo a la lengua en la piedra de la

adulación; pero no despuntes de agudo. (Salen el Gobernador, y Benito Repollo, alcalde, Juan

Castrado, regidor, y Pedro Capacho, escribano). Beso a vuestras mercedes las manos: ¿quién de

vuestras mercedes es el Gobernador de este pueblo?

GOBERNADOR.- Yo soy el Gobernador; ¿qué es lo que queréis, buen hombre?

CHANFALLA.- A tener yo dos onzas de entendimiento, hubiera echado de ver esa peripatética y

anchurosa presencia no podía ser de otro que del dignísimo Gobernador de este honrado pueblo;

que con venirlo a ser de las Algarrobillas, los deseche vuestra merced.

CHIRINOS.- En vida de la señora y los señoritos, si es que el señor Gobernador los tiene.

CAPACHO.- no es casado el señor Gobernador.

CHIRINOS.- Para cuando lo sea: que no se perderá nada.

GOBERNADOR.- Y bien, ¿qué es lo que queréis, hombre honrado?

CHIRINOS.- Honrados días viva vuestra merced, que así nos honra; en fin, la encina da bellotas; el

pero, peras; la parra, uvas y el honrado, honra, sin poder hacer otra cosa.

BENITO.- Sentencia ciceronianca, sin quitar ni poner un punto.

CAPACHO.- Ciceroniana quiso decir el señor alcalde Benito Repollo.

BENITO.- Siempre quiero decir lo que es mejor, sino que las más veces no acierto; en fin, buen

hombre, ¿qué queréis?

CHANFALLA.- yo, señores míos, soy Montiel, el que trae el Retablo de las Maravillas: hanme

enviado a llamar de la Corte los señores cofrades de los hospitales, porque no hay autor de

comedias en ella, y perecen los hospitales, y con vida se remediará todo.

GOBERNADOR.- Y ¿qué quiere decir Retablo de las Maravillas?

CHANFALLA.- Por las maravillosas cosas que en él se enseñan y muestran, viene a ser llamado

Retablo de las Maravillas, el cual fabricó y compuso el sabio Tontonelo debajo de tales paralelos,

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Page 49: Teatro breve

rumbos, astros y estrellas con tales puntos, caracteres y observaciones, que ninguno puede ver

las cosas que en él se muestran, que tenga alguna raza de confeso, o no sea habido y procreado

de sus padres de legítimo matrimonio; y el que fuere contagiado de estas dos tan usadas

enfermedades, despídase de ver las cosas jamás vistas ni oídas, de mi retablo.

BENITO.- Ahora echo de ver cada día se ven en el mundo cosas nuevas. Y ¡qué! ¿Se llamaba

Tontonelo el sabio que el Retablo compuso?

CHIRINOS.- Tontonelo se llamaba, nacido en la ciudad de Tontonela: hombre de quien hay fama

que le llegaba la barba a la cintura.

BENITO.- Por la mayor parte, los hombres de grandes barbas son sabihondos.

GOBERNADOR.- Señor regidor Juan Castrado, yo determino, debajo de su buen parecer, que esta

noche se despose la señora Teresa Castrada, su hija, de quien yo soy su padrino, y, en regocijo de

la fiesta, quiero que el señor montiel muestre en vuestra casa su Retablo.

JUAN.- Esos tengo yo por servir al señor Gobernador, con cuyo parecer me convengo, entablo y

arrimo, aunque haya otra cosa en contrario.

CHIRINOS.- La cosa que hay en contrario es que, si no se nos paga primero nuestro trabajo, así

verán las figuras como por el cerro de Ubeda. ¿Y vuestras mercedes, señores justicias, tienen

conciencia y alma en esos cuerpos? ¡Bueno sería que entrase esta noche todo el pueblo en casa

del señor Juan Castrado, o como es su gracia, y viese lo contenido en el tal Retablo, y mañana,

cuando quisiésemos mostrarle al pueblo, no hubiese ánima que le viese! No, señores, no, señores;

ante omnia nos han de pagar lo que fuere justo.

BENITO.- Señora autora, aquí no os ha de pagar ninguna Antona, ni ningún Antoño; el señor

regidor Juan Castrado os pagará más que honradamente, y si no, el Consejo. ¡Bien conocéis el

lugar, por cierto! Aquí, hermana, no aguardamos a que ninguna Antona pague por nosotros.

CAPACHO.- ¡Pecador de mí, señor Benito Repollo, y qué lejos da del blanco! No dice la señora

Autora que pague ninguna Antona, sino que le paguen adelantado y ante todas cosas, que eso

quiere decir ante omnia.

BENITO.- Mirad, escribano Pedro Capacho, haced vos que me hablen a derechas, que yo

entenderé a pie llano; vos, que sois leído y escribido, podéis entender esas algarabías allende, que

yo no.

JUAN.- ahora bien; ¿contentarse ha el señor Autor con que yo le dé adelantados media docena de

ducados? Y más, que se tendrá cuidado que no entre gente despueblo esta noche en mi casa.

CHANFALLA.- Soy contento; porque yo me fío de la diligencia de vuestra merced y de su buen

término.

JUAN.- Pues véngase conmigo, recibirá el dinero, y verá mi casa, y la comodidad que hay en ella

para mostrar el Retablo.

CHANFALLA.- Vamos, y no se les pase de las mientes las calidades que han de tener los que se

atrevieren a mirar el maravilloso Retablo.

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BENITO.- A mi cargo queda eso, y séle decir que, por mi parte, puedo ir seguro a juicio, pues tengo

el padre alcalde; cuatro dedos de enjundia de cristiano viejo rancioso tengo sobre los cuatro

costados de mi linaje: ¡miren si veré el tal Retablo!

CAPACHO.- Todos le pensamos ver, señor Benito Repollo.

JUAN.- No nacimos acá en las malvas, señor Pedro Capacho.

GOBERNADOR.- Todo será menester, según voy viendo, señores Alcalde, Regidor y Escribano.

JUAN.- Vamos, Autor, y manos a la obra; que Juan Castrado me llamo, hijo de Antón Castrado y

de Juana Macha; y no digo más, en abono y seguro que podré ponerme cara a cara y a pie quedo

delante del referido Retablo.

CHIRINOS.- ¡Dios lo haga! (Éntrase Juan Castrado y Chanfalla)

GOBERNADOR.- Señora autora, ¿qué poetas se usan ahora en la Corte, de fama y rumbo,

especialmente de los llamados cómicos? Porque yo tengo mis puntas y mi collar de poeta, y

pícome de la farándula y carátula. Veinte y dos comedias tengo, todas nuevas, que se ven las unas

a las otras; estoy aguardando coyuntura para ira ala corte y enriquecer con ellas media docena de

autores.

CHIRINOS.- A lo que vuestra merced, señor gobernador, me pregunta de los poetas, no le sabré

responder; porque hay tantos que quitan el sol, y todos piensan que son famosos. Los poetas

cómicos son los ordinarios y que siempre se usan, y así no hay para qué nombrarlos. Pero dígame

vuestra merced, por su vida: ¿cómo es su buena gracia? ¿Cómo se llama?

GOBERNADOR.- A mí, señora Autora, me llaman el licenciado Gomecillos.

CHIRINOS.- ¡Válgame Dios! ¿Y qué, vuestra merced es el señor licenciado Gomecillos, el que

compuso aquellas coplas tan famosas de Lucifer estaba malo y Tómale mal de fuera?

GOBERNADOR.- Malas lenguas hubo que me quisieron ahijar esas coplas, y así fueron mías

como el Gran Turco. Las que yo compuse, y no lo quiero negar, fueron aquellas que trataron del

diluvio de Sevilla; que, puesto que los poetas son ladrones unos de otros, nunca me precié de

hurtar nada a nadie: con mis versos me ayude Dios, y hurte el que quisiere. (Vuelve Chanfalla).

CHANFALLA.- Señores, vuestras mercedes vengan, que todo está a punto, y no falta más que

comenzar.

CHIRINOS.- ¿Está ya el dinero in corbona?

CHANFALLA.- Y aún entre las telas del corazón.

CHIRINOS.- Pues doite por aviso, Chanfalla, que el gobernador es poeta.

CHANFALLA.- ¿Poeta? ¡Cuerpo del mundo! Pues dale por engañado, porque todos los de humor

semejante son hechos a la mazacona, gente descuidada, crédula y no nada maliciosa.

BENITO.- Vamos, Autor; que me saltan los pies por ver esas maravillas. (Éntranse todos. Salen

Juana Castrada y Teresa Repolla, labradoras: la una desposada, que es la Castrada).

JUANA CASTRADA.- Aquí te puedes sentar, Teresa Repolla amiga, que tendremos el retablo

enfrente, y pues sabes las condiciones que han de tener los miradores del retablo, no te descuides,

que sería una gran desgracia.

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Page 51: Teatro breve

TERESA REPOLLA.- Ya sabes, Juana Castrada, que soy tu prima, y no digo más. ¡Tan cierto

tuviera yo el cielo como tengo cierto vero todo aquello que el retablo mostrase! ¡Por el siglo de mi

madre, que me sacase los mismos ojos de mi cara, si alguna desgracia me aconteciese! ¡Bonita

soy yo para eso!

JUANA CASTRADA.- Sosiégate, prima; que toda la gente viene. (Entran el Gobernador, Benito

Repollo, Juan Castrado, Pedro Capacho, el Autor y la Autora, y el Músico, y otra gente del pueblo,

y un Sobrino de Benito, que ha de ser aquel gentil hombre que baila).

CHANFALLA.- Siéntense todos; el Retablo ha de estar detrás de este repostero, y la Autora

también, y aquí el Músico.

BENITO.- ¿Músico es éste? Métanle también detrás del repostero, que, a trueco de no verle, daré

por bien empleado el no oírle.

CHANFALLA.- No tiene vuestra merced razón, señor alcalde Repollo, de desconcertarse del

músico, que en verdad que es muy buen cristiano, y hidalgo de solar conocido.

GOBERNADOR.- ¡Cualidades que son necesarias para ser buen músico!

BENITO.- De solar, bien podrá ser; más de sonar, abrenuncio.

RABELÍN.- ¡Eso se merece el bellaco que se viene a sonar delante de…!

BENITO.- ¡Pues por Dios, que hemos visto aquí sonar a otros músicos tan…!

GOBERNADOR.- quédese esta razón en el de del señor Rabel y en el tan del alcalde, que será

proceder en infinito; y el señor Montiel comience su obra.

BENITO.- Poca balumba trae este autor para tan gran Retablo.

JUAN.- Todo debe ser de maravillas.

CHANFALLA.- Atención, señores, que comienzo.-¡Oh tú, quien quiera que fuiste, que fabricaste

este Retablo con tan maravilloso artificio, que alcanzó renombre de las Maravillas: por la virtud

que en él se encierra, te conjuro, apremio y mando que luego incontinenti muestres a estos

señores algunas de tus maravillosas maravillas, para que se regocijen y tomen placer, sin

escándalo alguno! Ea, que ya veo has otorgado mi petición, pues por aquella parte asoma la figura

del valentísimo Sansón, abrazado con las columnas del templo, para derribarle por el suelo y tomar

venganza de sus enemigos. ¡Tente, valeroso caballero, tente, por la gracia de Dios Padre; no

hagas tal desaguisado, porque no cojas debajo y hagas tanta y tan noble gente como aquí se ha

juntado.

BENITO.- ¡Téngase, cuerpo de tal conmigo! ¡Bueno sería que, en lugar de habernos venido a

holgar, quedásemos aquí hechos plasta! ¡Téngase señor Sansón, pesia a mis males, que se lo

ruegan buenos!

CAPACHO.- ¿Veisle vos, Castrado?

JUAN.- Pues, ¿no le había de ver? ¿Tengo yo los ojos en el colodrillo?

CAPACHO.- Milagroso caso es éste: así veo yo a Sansón ahora, como el gran turco. Pues en

verdad que me tengo por legítimo y cristiano viejo.

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Page 52: Teatro breve

CHIRINOS.- ¡Guárdate, hombre, que salga el mismo toro que mató al ganapán en Salamanca!

¡Échate, hombre; échate, hombre; Dios te libre, Dios te libre!

CHANFALLA.- ¡Échense todos, échense todos! ¡Húcho ho!, ¡húcho ho!, ¡húcho ho! (Échanse

todos, y alborótanse).

BENITO.- El diablo leva en el cuerpo el torillo; sus partes tiene de hosco y de bragado; si no me

tiendo, me lleva de vuelo.

JUAN.- Señor autor, haga, si puede, que no salgan figuras que nos alboroten; y no lo digo por mí,

sino por estas muchachas, que no les ha quedado gota de sangre en el cuerpo, de la ferocidad del

toro.

JUANA CASTRADA.- Y ¡cómo, padre! No pienso volver en mí en tres días; ya me vi en sus

cuernos, que los tiene agudos como una lesna.

JUAN.- No fueras tú mi hija, y no lo vieras.

GOBERNADOR.- Basta, que todos ven lo que yo no veo; pero al fin habré de decir lo que veo, por

la negra hornilla.

CHIRINOS.- Esa manada de ratones que allá va, desciende por línea directa de aquellos que se

criaron en el arca de Noé; de ellos son blancos, de ellos albarazados, de ellos jaspeados y de ellos

azules; y, finalmente, todos son ratones.

JUANA CASTRADA.- ¡Jesús! ¡Ay de mí! ¡Ténganme, que me arrojaré por aquella ventana!

¿Ratones? ¡Desdichada! Amiga, apriétate las faldas, y mira que no te muerdan; y ¡monta que son

pocos! ¡Por el siglo de mi abuela, que pasan de milenta!

TERESA REPOLLA.- Yo soy la desdichada, porque se me entran sin reparo ninguno, un ratón

morenito me tiene asida de una rodilla: ¡socorro venga del cielo, pues en la tierra me falta!

BENITO.- Aun bien que tengo greguescos: que no hay ratón que se me entre, por pequeño que

sea.

CHANFALLA.- Esta agua, que con tanta prisa se deja descolgar de las nubes, es de la fuente que

da origen y principio al río Jordán. Toda mujer a quien tocare el rostro, se le volverá como de plata

bruñida, y a los hombres se les volverán las barbas como de oro.

JUANA CASTRADA.- ¿Oyes amiga? Descubre el rostro, pues ves lo que te importa. ¡Oh qué licor

tan sabroso! Cúbrase, padre, no se moje.

JUAN.- Todos nos cubrimos, hija.

BENITO.- Por las espaldas me he calado el agua hasta la canal maestra.

CAPACHO.- Yo estoy más seco que un esparto.

GOBERNADOR.- ¿Qué Diablos puede ser esto, que aun no me ha tocado una gota, donde todos

se ahogan? Más ¿si viniera y a ser bastardo entre tantos legítimos?

BENITO.- Quítenme de allí aquel músico; si no, voto a Dios que me vaya sin ver más figura.

¡Válgate el Diablo por músico aduendado, y que hace menudear sin cítola y sin son!

RABELÍN.- señor alcalde, no tome conmigo la hincha; que yo toco como Dios ha sido servido de

enseñarme.

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Page 53: Teatro breve

BENITO.- ¿Dios te había de enseñar, sabandija? ¡Métete tras la manta, si no, por Dios que te

arroje este banco!

RABELÍN.- El Diablo creo que me ha traído a este pueblo.

CAPACHO.- Fresca es el agua del santo río Jordán; y aunque me cubrí lo que pude, todavía me

alcanzó un poco en los bigotes, y apostaré que los tengo rubios como un oro.

BENITO.- Y aun peor cincuenta veces.

CHIRINOS.- Allá van hasta dos docenas de leones rapantes y de osos colmeneros; todo viviente

se guarde; que, aunque fantásticos, no dejarán de dar alguna pesadumbre, y aun de hacer las

fuerzas de Hércules, con espadas desenvainadas.

JUAN.- Ea, señor Autor, ¡cuerpo de nosla! ¿Y ahora nos quiere llenar la casa de osos y de leones?

BENITO.- ¡Mirad qué ruiseñores y calandrias nos envía Tontonelo, sino leones y dragones! Señor

Autor, o salgan figuras más apacibles, o aquí nos contentamos con las vistas, y Dios le guíe, y no

pare más en el pueblo un momento.

JUANA CASTRADA.- Señor Benito Repolló, deje salir ese oso y leones, siquiera por nosotras, y

recibiremos mucho contento.

JUAN.- Pues, hija, ¿de antes te espantabas de los ratones, y ahora pides osos y leones?

JUANA CASTRADA.- Todo lo nuevo aplace, señor padre.

CHIRINOS.- Esa doncella, que ahora se muestra tan galana y tan compuesta, es la llamada

Herodías, cuyo baile alcanzó en premio la cabeza del Precursor de la vida. Si hay quien la ayude a

bailar, verán maravillas.

BENITO.- ¡Esta si!, ¡cuerpo del mundo!, que es figura hermosa, apacible y reluciente! ¡Hi de puta,

y cómo que se vuelve la muchacha. –Sobrino Repollo tú que sabes de achaque de castañetas,

ayúdala, y será la fiesta de cuatro capas.

SOBRINO.- Que me place, tío Benito Repollo. (Tocan la zarabanda).

CAPACHO.- ¡Toma mi abuelo, si es antiguo el baile de la zarabanda y de la chacona!

BENITO.- Es, sobrino, ténselas tiesas a esa bellaca judía; pero, si ésta es judía, ¿cómo ve estas

maravillas?

CHANFALLA.- Todas las reglas tienen excepción, señor alcalde. (Suena una trompeta o corneta

dentro del teatro, y entra un Furrier de compañías).

FURRIER.- que luego, al punto, mande hacer alojamiento para treinta hombres de armas que

llegarán aquí dentro de media hora, y aun antes, que ya suena la trompeta; y adiós. (Vase).

BENITO.- Yo apostaré que los envía el sabio Tontonelo.

CHANFALLA.- No ha tal; que ésta es una compañía de caballos, que estaba alojada a dos leguas

de aquí.

BENITO.- Ahora yo conozco bien a Tontonelo, y sé que vos y él sois unos grandísimos bellacos, no

perdonando al músico; y mira que os mando que mandéis a Tontonelo no tenga atrevimiento de

enviar estos hombres de armas, que le haré dar doscientos azotes en las espaldas, que se vean

unos a otros.

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Page 54: Teatro breve

CHANFALLA.- ¡Digo, señor alcalde, que no los envía Tontonelo!

BENITO.- Digo que los envía Tontonelo, como ha enviado las otras sabandijas que yo he visto.

CAPACHO.- Todos las habemos visto, señor Benito Repollo.

BENITO.- No digo yo que no, señor Pedro Capacho, -No toques más, músico de entre sueños, que

te romperé la cabeza. (Vuelve el Furrier).

FURRIER.- Ea, ¿está ya hecho el alojamiento? Que ya están los caballos en el pueblo.

BENITO.- ¿Qué todavía ha salido con la suya Tontonelo? ¡Pues yo os voto a tal, autor de humos y

de embelesos, que me lo habéis de pagar!

CHANFALLA.- Séanme testigos que me amenaza el Alcalde.

CHIRINOS.- Séanme testigos que dice el Alcalde que lo que manda Su Majestad lo manda el sabio

Tontonelo.

BENITO.- Atontoneleada te vean mis ojos, plega a Dios Todopoderoso.

GOBERNADOR.- Yo para mí tengo que verdaderamente estos hombres de armas no deben ser

de burlas.

FURRIER.- ¿De burlas habían e ser, señor Gobernador? ¿Está en su seso?

JUAN.- Bien pudieran ser atontonelados; como esas cosas habemos visto aquí. Por vida del Autor,

que haga salir otra vez a la doncella Herodías, porque vea este señor lo que nunca ha visto; quizá

con esto cohecharemos para que se vaya presto del lugar.

CHANFALLA.- Eso en buena hora, y veisla aquí do vuelve, y hace de señas a su bailador a que de

nuevo la ayude.

SOBRINO.- Por mí no quedará, por cierto.

BENITO.- Eso sí, sobrino, cánsala, cánsala; vueltas y más vueltas; ¡vive Dios, que es un azogue la

muchacha! ¡Al hoy, al hoyo! ¡A ello, a ello!

FURRIER.- ¿Está loca esta gente? ¿Qué Diablos de doncella es ésta, y qué baile, y qué

Tontonelo?

CAPACHO.- Luego, ¿no ve la doncella herodiana el señor Furrier?

FURRIER.- ¿Qué diablos de doncella tengo que ver?

CAPACHO.- Basta: de ex illis es.

GOBERNADOR.- De ex illis es, de ex illis es.

JUAN.- De ellos es, de ellos el señor Furrier, de ellos es.

FURRIER.- ¡Soy de la mala puta que los parió; y, por Dios vivo, que, si echo mano a la espada,

que los haga salir por las ventanas, que no les dejaré hueso sano.

BENITO.- Nunca los confesos ni bastardos fueron valientes; y por eso no podemos dejar de decir:

de ellos es, de ellos es.

FURRIER.- ¡Cuerpo de Dios con los villanos! ¡Esperad! (Mete mano a la espada, y acuchíllase con

todos; y el Alcalde aporrea al Rabellejo; y la chirinos descuelga la manta y dice):

CHIRINOS.- El diablo ha sido la trompeta y la venida de los hombres de armas; parece que los

llamaron con campanilla.

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Page 55: Teatro breve

CHANFALLA.- El suceso ha sido extraordinario; la virtud del retablo se queda en su punto, y

mañana lo podemos mostrar al pueblo; y nosotros mismos podemos cantar el triunfo de esta

batalla, diciendo: ¡Vivan Chirinos y Chanfalla!

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Page 56: Teatro breve

El convidado

Entremés

Pedro Calderón de la Barca

PERSONAJES

Un vejete

Un barbero

Un soldado

Un boticario

Sabatina

Perico

Dos mujeres

(Sale el Vejete)

VEJETE.- ¿Qué haya en el mundo quien alquile casa

por donde nada de festejo pasa?

ve aquí, señor, que el día

que ésta alquilé, su dueño me decía:

“No hay cuarto más barato de su porte,

y esto, en el mejor sitio de la Corte,

porque se ven desde sus dos balcones

las salidas del rey, las procesiones,

las máscaras, las bodas,

las libreas de toros, y, en fin, todas

las novedades”. Y, creciendo el precio,

pensé yo, alegre entonces y ahora necio,

gozar de placeres,

y cuesta un alquiler mil alquileres,

pues apenas un mísero azotado

pasa, cuando ya tengo un convidado.

Hoy lo digan, pues vienen a mi casa

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Page 57: Teatro breve

doña Estupenda y doña Plegamasa

a ver la procesión, y han que quedarse

a comer, y aun esto bien llevarse

(que son damas) pudiera,

si, viendo lo que son, hoy no viniera

un soldado que ha dado

cada día en comerme medio lado,

contándome patrañas

de embarcaciones, sitios y campañas

con otros cuentos de mentiras llenos.

(Sale Sabatina vestida de fregona, y Perico, criado)

SABATINA.- Digo que son muy malos.

PERICO.- Son muy buenos.

VEJETE.- ¡Perico! ¡Sabatina! ¿Qué es eso?

¿Siempre entrambos de mohína?

habéis de andar.

SABATINA.- Tengo razón sospecho,

porque no me trae cosa de provecho.

PERICO.- Bueno es cuanto he traído.

SABATINA.- No es tal.

PERICO.- Si es tal.

VEJETE.- ¿Qué duelo tan reñido

es éste y tan cansado

entre la cocinera y el criado

que compra? ¿Qué has traído?

PERICO.- Unos pichones.

SABATINA.- Sacados de algún nido de gorriones.

PERICO.- Gazapos extremados…

SABATINA.- Tal que parecen gatos desollados.

PERICO.- Y unas pollas…

SABATINA.- Tan flacas que debieron de ser antes urracas.

VEJETE.- ¡Callad, por Dios! Que buenos demasiado

serán, y más para el señor soldado

que nos hace merced todos los días.

PERICO.- La culpa tienes tú de sus porfías,

pues si licencia dieras

para una burla, vieras

que nunca acá volvía.

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Page 58: Teatro breve

VEJETE.- Yo la doy.

SABATINA.- Pues la burla ha de ser mía.

PERICO.- Yo la tengo de hacer.

SABATINA.- O si no, vamos,

y cuál sale mejor después veamos.

VEJETE.- Norabuena.

PERICO.- Pues para la que tengo

de hacerle yo, tan solo te prevengo

que digas que has tenido

una pendencia hoy. (Vase).

SABATINA.- Y yo te pido

que dejes solamente

la silla en que se siente. (Vase).

VEJETE.- Está bien, ve volando.

Procura que estén hechos para cuando

vengan las convidadas

un pastelón y unas empanadas. (Sale el Soldado muy ridículo).

SOLDADO.- ¡Santa palabra! ¡Albricias, hijas mías!

Tenga usted, señor Matanga, buenos días.

VEJETE.- ¿Tan tarde, señor Sargento, por acá?

SOLDADO.- A ese propósito va un cuento:

A un clérigo reñía un cura

porque tarde celebraba

y un día: “No ha de vestirse

-le dijo- pues es la dada”.

El cura: “Que vengo tarde

viniendo al romper el alba”.

Aplico: si un pastel rompe

el albor de las mañanas,

no vengo tarde, pues vengo

cuando hacer el pastel mandas.

VEJETE.- Es que han de almorzar aquí

Unas señoras tapadas.

SOLDADO.- Huélgome porque conozcan

a un servidor esas damas.

VEJETE.- Antes al señor Sargento

le he de pedir que se vaya,

que no querrán descubrirse.

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Page 59: Teatro breve

SOLDADO.- Sí querrán, que cortesanas

señoras, con los sargentos

pocas veces se embarazan.

VEJETE.- Son mujeres de algún porte,

y tanto, que una desgracia

hoy me puede suceder

con el marido, en la casa

de una de ellas…

SOLDADO.- ¿Cómo es eso?

¿Desgracia a usted?

VEJETE.- Y bien rara.

SOLDADO…- No debe saber ese

marido que camarada

soy de usted, pues se le atreve

a disgustar, sin más causa

que enamorar su mujer.

Vamos allá, y a estocadas

le haré tener cortesía.

VEJETE.- Hasta saber en qué para

cuidadoso estoy, porque

no entrarán si gente hallan.

Váyase usted, señor Sargento…

SOLDADO.- ¡eso es bueno! ¿con qué cara

podré pasar en el mundo,

que en sabiendo que usted anda

de pesar, le deje? Antes

he de traer aquí mi cama,

porque ya ni noche ni día

dejarle tengo. (Salen dos Damas).

LAS DOS DAMAS.- ¡Ah de casa!

VEJETE.- (Aparte). Mire usted que ya llegan.

SOLDADO.- Mejor que mejor, porque hagan

seguridad, viendo que hay

quien las guarde las espaldas.

DAMA 1.- Señor Matanga, buenos días.

DAMA 2.- Las de usted, señor Matanga.

VEJETE.- Señora doña Estupenda,

señora doña Plegamasa,

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Page 60: Teatro breve

¡a esta pobre, humilde choza

tanto favor, honra tanta!

DAMA 1.- Nosotras somos las que,

favorecidas y honradas,

venimos a ser en ela

de ese brío y de esa gala.

SOLDADO.- (Aparte). (Para andar de sobresalto

muy sosegadas se hallan;

quizá es marido de paz

el hombre de quien se guardan.

LAS DOS DAMAS.- ¿Quién es este caballero?

SOLDADO.- Un criado de esta casa.

VEJETE.- El señor sargento es

mi amigo y mi camarada. (Salen Perico y el Barbero, el Boticario, con una pistola y

otro con una jeringa y otro con una vara y en ella una pelota)

PERICO.- Al tiempo que yo dispare

la pistola, tú en la cara (Al Barbero)

le has de dar con la jeringa

de almagre, y tú en las espaldas (Al Boticario)

con el bodoque.

BARBERO Y BOTICARIO.- Si haremos.

PERICO.- ¡Traidor! ¡Muera el que me agravia! (Danle y vanse)

SOLDADO.- ¡Jesús mil veces con fe1

DAMA 1.- ¡Qué desdicha!

DAMA 2.- ¡Qué desgracia!

VEJETE.- No os alborotéis, que es burla.

LAS DOS DAMAS.- ¿Burla?

VEJETE.- ¡Si!

LAS DOS DAMAS.- (Aparte). Pues esforzarla.

VEJETE.- El tiro erraron.

SOLDADO.- No, hirieron por cierto.

VEJETE.- A mí me tiraban.

SOLDADO.- A mí me acertaron

VEJETE.- Más siento, amigo del alma,

que os dé a vos que a mí.

SOLDADOS.- Yo, y todo.

una, dos, tres, cuatro balas,

cinco, seis, tengo en el cuerpo.

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Page 61: Teatro breve

DAMA 2.- Bien la sangre que derrama

Ya por la boca lo dice. (Salen los tres con estopas, platos y huevos)

PERICO.- Oyendo, señor, que en casa,

había esto sucedido,

al llamar corrí en volandas

al Barbero y Boticario,

y hice que uno y otro traigan

estopas, huevos y aceite.

VEJETE.- ¡Sabatina!

SABATINA.- ¡Señor!

VEJETE.- Saca unos paños.

SABATINA.- Yo no tengo

más que estos rodillos.

BARBERO.- Bastan.

En tanto yo le miro (A las mujeres).

usted, esos huevos bata,

haga usted vendas, y ahora, (A los hombres).

para que la sangre salga

ponedle cabeza abajo.

SOLDADO.- Más con aqueso me matan.

Que con eso otro, entre todos.

BARBERO.- Entre todos a moverle.

SOLDADO.- Movida tengas el alma y la vida.

BARBERO.- Desnudadle ahora.

SOLDADO.- Mis damas,

ya ven con el tiempo cuánto

las lavanderas se tardan,

no se escandalicen viendo

morena la ropa blanca.

BOTICARIO.- No habrá menester aqueso,

que es la herida en la garganta.

BARBERO.- diez puntos haré.

SOLDADO.- Con menos

una cátedra se alcanza

señor Cirujano. ¿Y ésa

es aguja o albarda?

BARBERO.- De todo tiene.

SOLDADO.- Parece que cose con una albarda.

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Page 62: Teatro breve

BARBERO.- Ya está cosido. Llegad

ahora esas cataplasmas. (Estropajeándole la cara).

SOLDADO.- ¿Por qué si es allá la herida

me embadurna aquí la cara?

BARBERO.- Porque no corra el humor.

Traigan al punto una manta

donde se eche y se sosiegue.

SOLDADO.- Eso haré de buena gana.

SABATINA.- La manta está aquí, señor. (Échanle).

BARBERO.- Nadie ahora le hable palabra,

ni coma en dos o tres días.

SOLDADO.- Esto está peor que estaba.

¿En dos o tres días no tengo

de comer?

BARBERO.- Ni una migaja.

SOLDADO.- ¡Señor Matanga!

VEJETE.- ¿Qué hay, amigo?

SOLDADO.- Merced me haga

de decir a esos señores

a quien debe amistad tanta

como errarle, que si acaso

sobraron algunas balas

me las tiren, que más quiero

morir muerte de campaña

que de sitiado por hambre.

VEJETE.- Yo espero en Dios que no haya

menester uno ni otro,

pues a más tarde mañana

o eso otro le enterraremos.

SOLDADO.- Agradezco la esperanza.

PERICO.- Mientras le habemos andado

cuidando de esta desgracia

pasado ha la procesión.

SABATINA.- Y aún la comida se pasa.

VEJETE.- Los duelos con pan son menos.

La mesa a esta parte saca,

porque hagamos compañía

al enfermo. (Sacan una mesa y sillas).

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Page 63: Teatro breve

SOLDADO.- Es excusada

cortesía; yo la haré

a ustedes.

BARBERO.- ¿Qué? ¿Se levanta?

Estése quedo.

SABATINA.- (Aparte). Corrida

estoy de que logrado haya

éste su burla, yo no. (Vase).

DAMA 1.- No permita que se vayan

estos señores sin que

tomen un bocado.

VEJETE.- Basta

que vos lo mandéis. Sentaos.

SOLDADO.- ¡Oh, pese a mi alma,

qué bien huele el guisadillo!

DAMA 2.- Señores, un brindis haya

a la salud del sargento.

TODOS.- Llena, Perico, esas tazas.

SOLDADO.- (Aparte). Ahora que caigo en ello:

a mí no me duele nada

por una parte y por otra.

Sucedida una desgracia

sin hacer caso, ponerse

a comer con flema tanta…

¡Vive cristo que aquí hay trampa!

¡Y cómo! Porque debajo

de todas las cataplasmas

no hay herida ni esto es sangre…

Ea ingenio, dame traza

Con que sin que por burlado

Me dé, del empeño salga. (Levántase y quítase los trapos).

¡Milagro, amigos, milagro!

TODOS.- ¿Qué es esto?

SOLDADO.- Llorando estaba

cuando oí una voz que dijo:

“Sano y bueno te levanta”,

y he aquí que sano y bueno

estoy, sin que apenas haya

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Page 64: Teatro breve

ni aún señales de la herida.

TODOS.- ¡Qué aventura tan extraña!

SOLDADO.- Ninguno su lugar deje,

porque esto es cosa que pasa

mil veces por mí, que tengo

cierta gracia, gratis dada,

de milagros.

TODOS.- Sin duda es santo.

SOLDADO.- Yo no digo nada, pero

algo hay de eso. Comamos

que después oirán bien raras

cosas de mis devociones.

PERICO.- (Aparte). ¡Que nada bastare para

que dejase de comer!

VEJETE.- ¿Qué podemos hacer? Saca

otra silla. (Sacan una silla que ha de tener unos cordeles, y, en sentándose los

atan a una garrucha y suben la silla con el Soldado).

SABATINA.- ¡Ya está aquí! (Aparte).

¡Logró el cielo mi esperanza!

SOLDADO.- Después, que ahora basta

que sepan que tengo cosas

de que doy al cielo gracias,

pues, sin merecerlo, en mí

obra maravillas altas.

DAMA 2.- No es la menor que al decirlo

de la tierra se levanta

con silla y todo.

TODOS.- Él es santo.

SOLDADO.- ¡Juro a Cristo que pensaba

que era de burlas serlo

Y va de veras!

TODOS.- Extraña cosa.

SOLDADO.- ¡Tan presto, Señor,

me tomasteis la palabra!

¡Pues no dejárades que

la mesa se levantara

antes que yo!

VEJETE.- ¡Quita, quita de aquí todo aquesto!

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Page 65: Teatro breve

SOLDADO.- Aguarda,

no le quites hasta que

vuelva yo de esta jornada.

SABATINA.- Tarde volverá usted de ella,

que ha de ver que de ahí no baja

hasta que palabra dé

de no entrar en esta casa.

SOLDADO.- Luego ¿no es milagro éste?

SABATINA.- Sí es, con esta circunstancia. (Cantando).

Todos los que viven

de convidados,

dicen que caballeros

son del milagro.

SOLDADO.- Según eso, al contrario

yo lo habré sido,

pues ha sido el milagro

no haber comido.

SABATINA.- Con que aqueste sainete

sirva de ejemplo

para los gorrones

y tramoyeros.

.

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Page 66: Teatro breve

Busu

Kiogen de teatro japonés

Anónimo

PERSONAJES

Amo

Taró Kaja

Jiró Kaja

(El Amo, Taró Kaja y Jiró Kaja entran al escenario por el puente. Taró Kaja y Jiró

Kaja se sientan en el escenario posterior. El amo se dirige entre tanto hacia la

columna del shite).

AMO.- Soy u señor de esta región. Me propongo hacer un viaje a las montañas por unos pocos

días. Llamaré pues a mis servidores para instruirlos sobre lo que deben hacer mientras dure mi

ausencia. Taró, ven aquí un momento.

TARÓ KAJA.- Heme aquí, amo. (Se incorpora y va hacia el amo. Al llegar hace una reverencia).

AMO.- llama también a Jiró.

TARÓ KAJA.- en seguida, mi amo. ¡Jiró Kaja, el amo te necesita!

JIRÓ KAJA.- Obedezco. (Se adelanta a su vez y se inclina ante el Amo).

TARÓ Y JIRÓ.- (Al unísono). Henos aquí, señor.

AMO.- Os he llamado porque iré a las montañas por algunos días y quiero que sepáis cuidar la

casa durante mi ausencia.

TARÓ.- Vuestra órdenes serán obedecidas, amo; pero siempre habéis llevado con vos a uno de

nosotros.

TARÓ Y JIRÓ.- (Al unísono). Querríamos que uno de nosotros os acompañara.

AMO.- No, no, nada de eso. Tengo algo muy importante que dejar a vuestro cuidado y no bastará

con uno. Esperen un instante.

TARÓ Y JIRÓ.- Bien Amo. (El amo se encamina hacia la columna de la flauta, donde recoge un

tonel redondo pintado en laca, de unos sesenta centímetros de diámetro; lo deposita en el centro

del escenario y retorna a su posición anterior).

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Page 67: Teatro breve

AMO.- He aquí un veneno mortal. Llamado busu. Bastaría el más leve roce de una brisa en esta

dirección para que muriesen el instante. Estén pues alerta.

TARÓ.- Si, Amo.

JIRÓ.- Perdón, Amo, pero os quisiera hacer una pregunta.

AMO.- ¿De qué se trata?

JIRÓ.- ¿Por qué guardáis en la casa tan terrible veneno?

AMO.- El busu ama a su amo y en tanto sea él quien lo manipule, no existe el menor peligro. Pero

si alguno de ustedes tan solo se aproxima, morirá de muerte repentina. Cuídense pues del viento

de esta dirección.

JIRÓ.- Si es así…

TARÓ Y JIRÓ.- (Al unísono). Entendimos, Amo.

AMO.- Parto pues.

TARÓ.- ¿Ya partís?

AMO.- Así es.

TARÓ.- Que tengáis un agradable viaje.

TARÓ Y JIRÓ.- (Al unísono). Y que volváis pronto.

AMO.- Bueno, bueno. (El Amo se dirige hacia el puente. Al llegar allí se sienta a la altura del primer

pino, indicando con ello que ha desaparecido de la escena. Taró y Jiró lo ven alejarse y luego se

sientan cerca de la columna del shite).

TARÓ.- Bien, el Amo ya se ha ido

JIRÓ.- Si, el Amo ya se ha ido.

TARÓ.- Ven para acá.

JIRÓ.- Voy para allá. (Se sientan cerca del tonel redondo).

TARÓ.- en sus viajes siempre ha llevado consigo a uno de nosotros. Me pregunto por qué nos dejó

a los dos para que cuidemos la casa.

JIRÓ.- Yo también me lo pregunto.

TARÓ.- como sea siempre es triste quedarse aquí solo, abandonado, pero ya que hoy somos dos,

podemos disfrutar de una agradable charla.

JIRÓ.- Por supuesto, charlemos un rato.

TARÓ.- ¡Oh! ¡Oh! (Se para y va hacia el primer pino).

JIRÓ.- ¿Qué pasa? ¿Qué pasa? (Lo sigue).

TARÓ.- ¡Llegó una ráfaga de aire desde el busu!

JIRÓ.- ¡Qué peligroso!

TARÓ.- Mejor sentémonos un poco más lejos.

JIRÓ.- Buena idea (Regresan al escenario)

TARÓ.- Es que me había olvidado del busu.

JIRÓ.- Es cierto, me había olvidado por completo.

TARÓ.- Sentémonos aquí.

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Page 68: Teatro breve

JIRÓ.- Sentémonos (Ambos se sientan detrás del tonel).

TARÓ.- Como dijiste antes, ¿por qué debe el amo guardar en la casa un veneno tan mortífero que

con el más leve soplo de aire puede provocar la muerte?

JIRÓ.- Por mucho que el busu ame a su amo, no alcanzo a comprender por qué lo guarda.

TARÓ.- Estoy pensando que me gustaría echarle una ojeada a ese busu, ¿qué me dices?

JIRÓ.- ¿Te has vuelto loco? ¿cómo te a atreves a mirar algo que con el más leve soplo que de allí

viniera nos podría traer la muerte repentina?

TARÓ.- Tengo una idea.

JIRÓ.- ¿Qué idea?

TARÓ.- Acerquémonos abanicando de este lado. Así no nos dará el viento que venga dellado del

tonel.

JIRÓ.- Buena idea.

TARÓ.- Ven para acá. (Van hacia el primer pino).

TARÓ.- Abaniquemos desde aquí.

JIRÓ.- De acuerdo.

TARÓ.- ¡Abanica, abanica bien fuerte! (Va hacia el tonel abanicando vigorosamente).

JIRÓ.- ¿Qué estoy haciendo? (Sigue detrás de Taró Kaja, abanicando).

TARÓ.- ¡Abanica, abanica bien fuerte!

JIRÓ.- ¡Estoy abanicando! (Llegan cerca del tonel).

TARÓ.- Voy a desatar el cordel que lo envuelve, de modo que abanica lo más fuerte que puedas.

JIRÓ.- Bien, de acuerdo.

TARÓ.- ¡Abanica, abanica!

JIRÓ.- ¿Qué estoy haciendo? ¡Abanicando! (Taró Kaja desata el cordel).

TARÓ.- ¡Ya desaté el cordel! ¡Ya desaté el cordel! (Sale corriendo hacia el puente).

JIRÓ.- ¿Has desatado el cordel? (Sigue a Taró Kaja).

TARÓ.- Ya está, ahora levantemos la tapa.

JIRÓ.- Bien.

TARÓ.- ¡Abanica, abanica!

JIRÓ.- ¡Estoy abanicando! (Los dos se adelantan hacia el tonel).

TARÓ.- (Levanta la tapa). ¡Ya está! (Huyen hacia el puente). ¡Qué alivio!

JIRÓ.- ¿Alivio de qué?

TARÓ.- Eso. Esa cosa. Veo que no es un animal, si no hubiera saltado afuera.

JIRÓ.- Tal vez se hace el muerto.

TARÓ.- Si, quizá se haga el muerto y nos quiera engañar. Tengo miedo, pero voy a echar un

vistazo.

JIRÓ.- Buena idea.

TARÓ.- Bueno, abanica de nuevo.

JIRÓ.- De acuerdo. (Se aproximan nuevamente al tonel).

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Page 69: Teatro breve

TARÓ.- ¡Abanica, abanica fuerte!

JIRÓ.- ¿Qué estoy haciendo? ¡Abanicando!

TARÓ.- (Llega al tonel). Voy a echar un vistazo, de modo que tú abanica lo más que puedas.

JIRÓ.- ¡Ten cuidado!

TARÓ.- ¡Abanica, abanica!

JIRÓ.- ¿Qué estoy haciendo?

TARÓ.- (Se asoma al tonel). ¡Lo he visto! ¡Lo he visto! (Huyen como antes hacia el puente).

JIRÓ.- ¿Qué viste?

TARÓ.- Una cosa negruzca y pastosa que parecía buena para comer.

JIRÓ.- ¿Qué? ¿Una cosa negruzca y pastosa que parecía buena para comer?

TARÓ.- Así es.

JIRÓ.- Entonces yo también iré a verla.

TARÓ.- Ve a verla pronto.

JIRÓ.- Ahora, abanica bien fuerte.

TARÓ.- Bien, de acuerdo.

JIRÓ.- (Adelantándose). ¡Abanica, abanica!

TARÓ.- ¡Abanico, abanico!

JIRÓ.- (Llegando al tonel). Voy a echar un vistazo, así que tú abanica bien fuerte.

TARÓ.- ¡Ten cuidado!

JIRÓ.- ¡Abanica, abanica!

TARÓ.- ¿Qué estoy haciendo?

JIRÓ.- (Se asoma al tonel). ¡Lo he visto, lo he visto! (Huyen como antes al puente).

TARÓ.- ¿Qué viste?

JIRÓ.- Tal como dijiste, una cosa negruzca y pastosa que parece buena para comer.

TARÓ.- ¿Sabes una cosa? Me gustaría probar ese busu. (Cierra el abanico y lo calza en la

cintura).

JIRÓ.- (Hace lo mismo con el abanico). ¿Estás loco? ¿Cómo puedes siquiera pensar en comer

algo cuando el más leve soplo que de allí viniera te podría fulminar?

TARÓ.- Debo estar embrujado por ese busu. No puedo pensar en otra cosa que en comerlo. Lo

probaré.

JIRÓ.- No debes hacerlo. (Se aferra a una de las mangas de Taró. Luchan).

TARÓ.- (Caminando). ¡Suéltame!

JIRÓ.- ¡No te soltaré!

TARÓ.- ¡Te digo que me sueltes!

JIRÓ.- ¡Y yo te digo que no te soltaré! (Taró consigue desprenderse de Jiró y se lanza hacia el

tonel. Se sirve de su abanico para extraer el contenido).

TARÓ.- (Cantando). Sacudiendo con pesar las mangas del adiós, aquí llego a la vera del busu.

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Page 70: Teatro breve

JIRÓ.- (se va al puente y mirando a Taró Kaja monologa mientras Taró canta). ¡Ah qué enormidad!

¡Ha ido hacia el busu, ojalá que no caiga fulminado! ¡ah! Tal como lo suponía; está comiendo. No

saldrá vivo de allí.

TARÓ.- ¡Oh, muero, me muero! (Cae).

JIRÓ.- Sabía… ¡Lo sabía! ¡Taró! ¿Qué ocurre? (Corre hacia él).

TARÓ.- ¡Me muero de tan delicioso que es! (Se incorpora).

JIRÓ.- ¿Qué? ¿De tan delicioso te mueres?

TARÓ.- Así es.

JIRÓ.- ¿Qué puede ser?

TARÓ.- ¡Es azúcar!

JIRÓ.- ¿Azúcar?

TARÓ.- Así es.

JIRÓ.- Si es azúcar, ¡Déjame probar! (Lleva el tonel hacia la columna de referencia).

TARÓ.- Come.

JIRÓ.- Gracias. ¡Es azúcar realmente! ¡Esto es delicioso! No se puede dejar de comer. (Come

sacando con su abanico el busu).

TARÓ.- ¡No te lo comas todo! ¡Déjame un poco! (Se lleva el tonel hacia la columna kaki)

JIRÓ.- Tú empezaste a comer antes que yo. Dame un poco más. (Le saca el tonel).

TARÓ.- ¡Déjame comer!

JIRÓ.- ¡Déjame comer!

TARÓ.- Entonces, comamos juntos.

JIRÓ.- Buena idea. (Colocan el tonel entre ambos y comen).

TARÓ.- Delicioso ¿verdad?

JIRÓ.- Realmente delicioso.

TARÓ.- El amo nos dijo que era busu, que era veneno, para que no lo comiéramos. Realmente

una actitud muy desagradable de su parte. ¡Comamos! ¡Comamos!

JIRÓ.- Fue muy desagradable de su parte decirnos que moriríamos instantáneamente. ¡Comamos!

¡Comamos!

TARÓ.- No puedo dejar de comer.

JIRÓ.- ¡Comamos! ¡Comamos!

TARÓ.- (Ademán de raspar en el fondo del tonel). ¡Oh, se acabó?

JIRÓ.- (El mismo ademán). ¡Sí, se acabó! (Ambos se levantan y calzan sus abanicos en la cintura.

Taró se dirige al la columna del waki y Jiró a la del shite).

TARÓ.- Bueno, puedes sentirte orgulloso de ti mismo.

JIRÓ.- ¿Sentirme orgulloso de qué’

TARÓ.- Pues te has comido todo el busu del amo. Cuando él regrese, se lo contaré todo.

JIRÓ.- ¿Qué dices? Si fuiste tú el que miró primero y el primero que empezó a comer el busu. Se

lo diré al amo ni bien regrese.

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Page 71: Teatro breve

TARÓ.- ¡Vamos! ¡si sólo estaba bromeando! Rompe ahora esa pintura en rollo.

JIRÓ.- ¿Rompiendo la pintura estoy disculpado?

TARÓ.- Así es.

JIRÓ.- Entonces la romperé. (Va hacia la columna del waki y mima el acto de rasgar una pintura).

Sarari, Sarari, Pattari.

TARÓ.- (Va hacia la columna del shite). ¡Bravo! Puedes sentirte orgulloso de tí mismo.

JIRÓ.- ¿Sentirme orgulloso de qué?

TARÓ.- Primero miraste el busu, luego te lo comiste y ahora rompes el cuadro del amo. Se lo diré

apenas llegue.

JIRÓ.- ¡¿Qué?! ¡Lo rompí porque tú me lo dijiste! ¡Se lo diré al amo!

TARÓ.- Estaba bromeando de nuevo. Rompe ahora ese bol de té.

JIRÓ.- ¡No! Ya basta.

TARÓ.- Eres un cobarde. Entonces rompámoslo juntos.

JIRÓ.- Así sí.

TARÓ.- Ven hacia acá.

JIRÓ.- Allá voy. (Van hacia la columna de referencia, fingen levantar un gran bol y arrojarlo al

suelo).

TARÓ y JIRÓ.- (Al unísono). Garari chin.

TARÓ.- (Vuelve a su lugar). ¡Se ha hecho añicos!

TARÓ.- (Vuelve a su lugar). Realmente se ha hecho añicos. Y ahora ¿qué excusa inventaremos?

TARÓ.- En cuanto regrese el amo, lo primero que debemos hacer es estallar en lágrimas.

JIRÓ.- ¿Servirán de algo las lágrimas?

TARÓ.- Por cierto que sí. El amo regresará pronto. Ven aquí.

JIRÓ.- Bueno. (Se dirigen hacia la parte posterior del escenario y se sientan. El amo se incorpora y

habla desde el primer pino).

AMO.- He terminado mis asuntos y pronto estaré de regreso. (Camina). Imagino que mis sirvientes

estarán esperando mi retorno. (En la columna del shite) ¡Ya estoy aquí! ¡Taró Kaja, Jiró Kaja, héme

aquí de regreso!

TARÓ.- ¡Ha regresado! Comienza a llorar… (Lloran).

AMO.- ¡Taró Kaja, Jiró Kaja! ¿Dónde están? ¿Qué pasa? En lugar de alegrarse de mi vuelta, están

llorando. ¿Qué ha sucedido?

TARÓ.- Jiró Kaja, cuéntale tú al amo.

JIRÓ.- Taró Kaja, cuéntaselo tú.

AMO.- Sea quien sea, quiero que me digan en seguida qué ha pasado.

TARÓ.- (Cabizbajo). Bueno… pues… lo que sucedió es que… Pensé que no debía dormirme para

cuidar bien la casa, pero lo cierto es que cada momento que pasaba me sentía más y más

somnoliento. Para mantenerme despierto luché un rato con Jiró Kaja, pero Jiró Kaja tiene tanta

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Page 72: Teatro breve

fuerza que estuvo a punto de enviarme al suelo de un golpe y yo, para no caerme, me así de esa

pintura y la hice pedazos, (señala en dirección de la columna del waki) según podéis ver.

AMO.- ¡Qué cosa tan horrible ha sucedido! (Mira asombrado la columna del waki). ¿Cómo pudiste

desgarrar una valiosa pintura de esa manera? ¡Esto no va a terminar así!

JIRÓ.- Pero yo también caí hacia atrás y rodé sobre el estante donde estaba el bol (señala hacia

la columna de referencia), y el bol se hizo añicos. (Los dos sirvientes lloran).

AMO.- ¡Es algo horrible! (Mira hacia la columna de referencia con asombro) También rompieron mi

precioso bol. ¡Esto no ha de quedar así!

JIRÓ.- Y sabiendo que a vuestro regreso no nos dejaríais con vida, decidimos comernos todo el

busu y morir. ¿No es así, Taró Kaja?

TARÓ.- Exactamente.

AMO.- (Se acerca al tonel y mira adentro). ¡Y se han comido el busu!

TARÓ.- (Cantando). Un bocado y la muerte no llegaba.

JIRÓ.- (Cantando también). Dos bocados y la muerte tampoco llegaba.

ARÓ.- (Cantando). Tres bocados, cuatro bocados…

JIRÓ.- (Cantando). Cinco bocados…

TARÓ.- (Cantando). Más de diez bocados. (Se levantan y comienzan a bailar abriendo el abanico).

TARÓ y JIRÓ.- (Cantando al unísono). Comimos hasta que no quedaron rastros y la muerte no

llegó, ¡qué suerte, la muerte no llegó! ¡Ah, cuánta inteligencia en esta cabeza! (Se acercan al Amo

agitando sus abanicos. Súbitamente le golpean desde atrás en la cabeza con los abanicos y huyen

riendo).

AMO.- ¿Qué habéis querido decir con eso de cuánta inteligencia en esta cabeza? (Levanta el

abanico).

TARÓ y JIRÓ.- (Al unísono) ¡Perdonad! ¡Perdonad! ¡Perdonad! (Mutis atravesando el puente).

AMO.- ¡Descarados! Aprésenlos. ¡No se irán así! ¡No se irán así! (Corre tras ellos).

Nota.- esta obra fue escrita para ser representada en los escenarios del teatro tradicional

japonés. Sin embargo, ello no impide que pueda ser adaptada para ser representada en los

escenarios de cualquier parte del mundo

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Page 73: Teatro breve

El casamiento a la fuerza

Comedia en un acto

Moliere

PERSONAJES

Esganarelo

Jerónimo

Dorimena, joven coqueta, prometida de Esganarelo

Alcantor, padre de Dorimena

Alcides, hermano de Dorimena

Licasto, amante de Dorimena

Pancracio, doctor Aristotélico

Marfurio, doctor Pirrónico

Dos Gitanas

El lugar de la acción es una plaza pública

ESCENA PRIMERA

Esganarelo (Hablando a los de su casa)

ESGANARELO.- Vuelvo en seguida. Cuidad de la casa, que todo marche bien. Si me traen dinero,

id a buscarme inmediatamente a casa de don Jerónimo; si vienen a pedírmelo, decid que he salido

y no volveré en todo el día.

ESCENA II

Esganarelo, Jerónimo

JERÓNIMO.- (Que ha oído las últimas palabras de Esganarelo). Es un orden muy prudente.

ESGANARELO.- ¡Ah! Don Jerónimo, que a tiempo os encuentro, ahora iba a buscaros.

JERÓNIMO.- ¿Queréis decirme por qué motivo?

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Page 74: Teatro breve

ESGANARELO.- Para comunicaros un proyecto que tengo, y pediros consejo.

JERÓNIMO.- Con mucho gusto. Me alegro de haberos encontrado; aquí podemos hablar con

entera libertad.

ESGANARELO.- Entonces haced el favor de escucharme. Se trata de una cosa de la mayor

importancia, que me han propuesto y conviene no hacer nada sin pedir consejo a los amigos.

JERÓNIMO.- s agradezco que me hayáis elegido para ello. No tenéis más que decirme de qué se

trata.

ESGANARELO.- Pero ante todo, os suplico que no tratéis de alargarme y me digáis claramente

vuestro parecer.

JERÓNIMO.- Así lo haré, puesto que me lo pedís.

ESGANARELO.- No hay nada más vituperable que un amigo que no nos hable con franqueza.

JERÓNIMO.- Tenéis razón.

ESGANARELO.- En estos tiempos se encuentran pocos amigos sinceros.

JERÓNIMO.- Es cierto.

ESGANARELO.- De modo, don Jerónimo, que me prometéis hablarme con toda sinceridad.

JERÓNIMO.- Os lo prometo.

ESGANARELO.- Jurádmelo.

JERÓNIMO.- Por vuestra amistad. Pero decidme de qué se trata.

ESGANARELO.- Quiero saber si creéis que haré bien casándome.

JERÓNIMO.- ¿Quién, vos?

ESGANARELO.- Si, yo, yo mismo en persona. ¿Qué opináis de eso?

JERÓNIMO.- ¿Qué edad tenéis?

ESGANARELO.- ¿Yo?

JERÓNIMO.- Si.

ESGANARELO.- A fe mía que no lo sé; pero tengo una salud inmejorable.

JERÓNIMO.- ¡Qué! ¿No sabéis vuestra edad?

ESGANARELO.- No, ¿quién piensa en ello?

JERÓNIMO.- Esperad un poco, por favor; ¿Cuántos años teníais cuando nos conocimos?

ESGANARELO.- Entonces no tenía más que veinte años.

JERÓNIMO.- ¿Cuánto tiempo pasamos juntos en Roma?

ESGANARELO.- Ocho años.

JERÓNIMO.- ¿Cuánto tiempo habéis vivido en Inglaterra?

ESGANARELO.- Siete años.

JERÓNIMO.- ¿Y en Holanda, donde estuvisteis después?

ESGANARELO.- Cinco años y medio.

JERÓNIMO.- ¿Cuánto hace que habéis regresado?

ESGANARELO.- Volví el cincuenta y seis.

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Page 75: Teatro breve

JERÓNIMO.- Del cincuenta y seis al sesenta y ocho, me parece que van doce años. Cinco en

Holanda, suman diecisiete; siete en Inglaterra son veinticuatro; ocho que pasamos en Roma, son

treinta y dos; y veinte que teníais cuando nos conocimos, hacen justamente un total de cincuenta y

dos años. De modo, amigo mío, que según vuestra propia confesión, tenéis ahora unos cincuenta y

dos o cincuenta y tres años.

ESGANARELO.- ¿Quién yo? Eso no es posible.

JERÓNIMO.- ¡Dios mío!, los números no mienten; y en vista de la cifra, debo deciros francamente,

como amigo, en la forma que me habéis hecho prometeros que os hablaría, que el matrimonio no

os conviene. Es una cosa que los jóvenes necesitan pensar concienzudamente antes de hacerla;

pero que las personas de vuestra edad no deben pensarla siquiera; y, si se dice que la mayor de

las locuras es casarse, no veo nada más desacertado que hacer esta locura a la edad en que se

debe ser más sensato. En fin, os digo claramente mi modo de pensar. No os aconsejo el

matrimonio; y me pareceríais el hombre más ridículo del mundo si, habiendo escapado hasta el

presente de la más pesada de las cadenas, fuerais ahora a cargar con ella.

ESGANARELO.- Por mi parte os digo que estoy decidido a casarme y que no haré el ridículo, ni

mucho menos, casándome con la mujer que he elegido.

JERÓNIMO.- ¡Ah! ¡Eso es otra cuestión! No me lo habíais dicho.

ESGANARELO.- Es una muchacha que me gusta, a la que quiero con toda el alma.

JERÓNIMO.- ¿La queréis con toda el alma?

ESGANARELO.- Indudablemente, y ya he pedido su mano al padre.

JERÓNIMO.- ¿Ya habéis pedido su mano?

ESGANARELO.- Si, es una boda que hay que fijar esta tarde; y ya he dado mi palabra.

JERÓNIMO.- ¡Oh! ¡Entonces casaos! No hay más que hablar.

ESGANARELO.- ¡No iba yo a abandonar mis proyectos! ¿Os parece don Jerónimo, que estoy en

condiciones de pensar en una mujer? Dejemos a un lado la edad que yo pueda tener;

atengámonos solamente a los hechos. ¿Hay un hombre de treinta años que parezca más lozano y

más fuerte que vos me veis? ¿No tengo todas mis facultades en mejores condiciones que nunca?

¿Ha visto alguien que necesite yo carroza o silla de manos para ir de un lado para otro? ¿No tengo

todavía mi dentadura como el que mejor la tenga? (Enseña sus dientes). ¿No hago

abundantemente cuatro comidas al día, y puede verse un estómago más fuerte que el mío? (Tose).

Hem, hem, hem. ¡Eh!, ¿qué decís de todo esto?

JERÓNIMO.- Que tenéis razón, que yo estaba equivocado. Haréis muy bien en casaros.

ESGANARELO.- Antes he odiado el matrimonio; pero ahora tengo poderosas razones para

decidirme. Además de la alegría de poseer una mujer hermosa, que me hará mil caricias, que me

llenará de mimos y que vendrá a darme ánimos cuando me rinda el cansancio; además de esta

alegría, digo, pienso que siguiendo soltero dejaré extinguirse en el mundo la raza Esganarelo; y

que casándome, podré verme revivir en otros; que tendré el placer de ver criaturas que habrán

salido de mí, unas caritas que se parecerán a su padre como dos gotas de agua, que correrán por

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Page 76: Teatro breve

casa, que me llamarán papá cuando vuelva de mis ocupaciones, y que me dirán las ocurrencias

más graciosas del mundo. Mirad, me parece que ya las estoy viendo, y que tengo una docena en

derredor mío.

JERÓNIMO.- No hay nada mejor que eso; y os aconsejo que os caséis cuanto antes.

ESGANARELO.- Perfectamente ¿me lo aconsejáis?

JERÓNIMO.- Sin duda alguna. No podríais hacer nada mejor.

ESGANARELO.- No sabéis lo que me alegra que me deis un consejo de verdadero amigo.

JERÓNIMO.- Pero, por favor, ¿cuál es la persona con quien vais a casaros?

ESGANARELO.- Dorimena.

JERÓNIMO.- ¿Esa joven Dorimena, tan agradable y tan bien vestida?

ESGANARELO.- Si.

JERÓNIMO.- ¿La hija del señor Alcantor?

ESGANARELO.- Exacto.

JERÓNIMO.- ¿Y la hermana de cierto Alcides, que tiene fama de espadachín?

ESGANARELO.- La misma

JERÓNIMO.- ¡Dios me valga!

ESGANARELO.- ¿Qué decís?

JERÓNIMO.- ¡Que es un buen partido! Casaos en seguida.

ESGANARELO.- ¿no he estado acertado en mi elección?

JERÓNIMO.- Sin duda alguna. ¡Ah! ¡Qué buena boda vais a hacer! ¡Daos prisa a contraer

matrimonio!

ESGANARELO.- Qué alegría me dais, al hablarme de este modo. Os agradezco vuestro consejo y

os invito esta noche a mi boda.

JERÓNIMO.- No faltaré; quiero ir vestido de máscara para haceros mayor honor.

ESGANARELO.- Servidor.

JERÓNIMO.- (Aparte). La joven Dorimena, hija de Alcantor, con Esganarelo, que sólo tiene

cincuenta y tres años. ¡Menudo matrimonio! (Se va repitiendo varias veces esta última frase).

ESCENA III

ESGANARELO.- (Solo). Este Matrimonio tiene que ser feliz, pues produce contento a todo el

mundo, y da risa a todos los que les hablo de él. Indudablemente soy el más afortunado de los

mortales.

ESCENA IV

Dorimena, Esganarelo

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Page 77: Teatro breve

DORIMENA.- (En el fondo de la escena, a un pequeño lacayo que la sigue). Vamos, muchacho,

llévame bien la cola y no andes jugando.

ESGANARELO.- (Aparte, al ver a Dorimena). Ahí viene mi novia. ¡Qué bonita es! ¡Qué ademanes y

qué tipo! ¿A quién es a que no le entran ganas de casarse viéndola? (A Dorimena). ¿A dónde vais,

preciosa, querida futura esposa de vuestro futuro esposo?

DORIMENA.- Voy a hacer algunas compras.

ESGANARELO.- ¡Bueno! hermosa mía, ahora es cuando vamos a ser dichosos los dos. Ya no

tendréis derecho a negarme nada; podré hacer con vos todo cuanto me plazca, sin que nadie se

escandalice. Vais a ser mía de pies a cabeza, y seré dueño de todo; de esos ojillos vivarachos, de

esa varicilla graciosa, de esos labios apetitosos, de esas orejitas de sueño, de esa linda barbilla, de

esos pechitos redondos, de…En fin, toda vuestra persona estará a mi disposición, y podré

acariciaros a mi antojo. ¿No estáis contenta de esta boda, amable muñequita mía?

DORIMENA.- Contenta del todo, os lo juro; pues, en fin, la severidad de mi padre me ha tenido

hasta ahora en la sujeción más enojosa del mundo. Hace no sé cuanto tiempo que estoy que rabio

por la poca libertad que me da, y cien veces he deseado casarme, para salir de una vez de la

cárcel en que me tiene, y poder hacer lo que me venga en gana. Gracias a Dios, que vos habéis

llegado muy oportunamente, y ahora es cuando voy a divertirme, como es de razón, del tiempo que

he perdido. Como sois hombre muy bien educado, y sabéis cómo hay que vivir, creo que juntos

haremos la mejor pareja del mundo, y que no seréis de esos maridos cargantes que quieren que

sus mujeres vivan como en clausura. Os confieso que no podía resistir semejante cosa y que la

soledad me desespera. Me gusta el juego, las visitas, las reuniones, los regalos y los paseos; en

una palabra, todas las cosas divertidas, y podéis estar encantado de haber dado con una mujer tan

alegre como yo. Nunca tendremos la menor discusión, y jamás os apartaré de hacer lo que se os

antoje, como espero, que, por vuestra parte, tampoco me disuadiréis de hacer lo que más me

plazca; pues, en mi opinión hay que observar una mutua complacencia y no merece la pena

casarse para fastidiarse el uno al otro. En fin, casados, viviremos como dos personas que saben

vivir. Ni la menor sombra de celos enturbiará nuestro pensamiento; y bastará con la persuasión que

tendréis de mi fidelidad, como con la que yo tendré de la vuestra. ¿Pero qué os sucede? Habéis

cambiado la cara.

ESCENA V

Jerónimo, Esganarelo

JERÓNIMO.- ¡Ah! Señor Esganarelo, me alegro mucho de encontraros todavía aquí; acabo de ver

a un joyero, que ha oído decir que buscabais una sortija con un buen diamante para hacer un

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Page 78: Teatro breve

regalo a vuestra esposa y me ha rogado insistentemente que venga a hablaros de parte suya y os

diga que tiene a la venta uno que es lo más perfecto del mundo.

ESGANARELO.- ¡Dios mío! No corre tanta prisa.

JERÓNIMO.- ¡Cómo! ¿Qué queréis decir? ¿Dónde está el entusiasmo que mostrabais ahora

mismo?

ESGANARELO.- Hace un momento que se me han ocurrido algunos pequeños escrúpulos sobre el

matrimonio. Antes de llevar más adelante las cosas, me gustaría pensar a fondo este asunto, y que

me explicasen un sueño que he tenido esta noche y que ahora mismo me ha venido a las mientes.

Ya sabéis que los sueños son como espejos, donde se descubre a veces todo lo que va a

sucedernos. Me parecía que estaba en un barco, en medio de un mar agitado y que…

JERÓNIMO.- Señor Esganarelo, tengo ahora un asuntillo que me priva de tener el gusto de

escucharos. No entiendo nada de sueños; y, en cuanto al razonamiento del matrimonio, tenéis dos

sabios vecinos nuestros, dos filósofos, que son hombres capaces de deciros todo cuanto se sabe

sobre esta cuestión. Como son de secta diferente, podéis examinar sus diversas opiniones sobre el

caso. En lo que de mí depende, me remito a lo que acabo de deciros, y estoy a vuestro servicio.

ESGANARELO.- (Solo). Tiene razón. Tengo que consultar con esas personas sobre la

incertidumbre en que me hallo.

ESCENA VI

Pancracio, Esganarelo

PANCRACIO.- (Volviéndose hacia el lado por donde ha entrado, y sin ver a Esganarelo). ¡Idos en

buena hora, sois un impertinente, amigo mío, un hombre ignaro de toda buena disciplina, digno de

ser expulsado de la república de las letras!

ESGANARELO.- ¡Ah!, ¡Bueno! Aquí llega uno muy a propósito.

PANCRACIO.- (Lo mismo, sin ver a Esganarelo). Si, te sostendré con vivos razonamientos, te

mostraré por Aristóteles, el filósofo de los filósofos, que eres un ignorante, un ignorantísimo,

ignorantificante e ignorantificado, por todos los casos y medios imaginables.

ESGANARELO.- (Aparte). Está riñendo con alguien. (A Pancracio). Señor…

PANCRACIO.- (Lo mismo sin ver a Esganarelo). Quieres entrar en razonamientos y ni siquiera

sabes los elementos de la razón.

ESGANARELO.- (Aparte). La cólera le impide verme. (A Pancracio). Señor…

PANCRACIO.- (Lo mismo sin ver a Esganarelo). Es una proposición condenable en todos los

terrenos de la Filosofía.

ESGANARELO.- (Aparte). Tiene que estar muy enfadado. (A Pancracio). Señor…

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Page 79: Teatro breve

PANCRACIO.- (Lo mismo sin ver a Esganarelo). Toto caelo, tota via aberras (traducción: entre tu

opinión y la verdad, esta la tierra y todo el cielo).

ESGANARELO.- Señor doctor, beso vuestras manos.

PANCRACIO.- Servidor.

ESGANARELO.- ¿Podría…?

PANCRACIO.- (Volviéndose al sitio por donde ha entrado). ¿Sabes bien lo que has hecho? Un

silogismo en balordo.

ESGANARELO.- Yo os…

PANCRACIO.- (Lo mismo). Si, defenderé esta proposición, pugnis et calcibus, unguibus et rostro

(traducción: A puñetazos, a patadas, a arañazos y a picotazos).

ESGANARELO.- Señor Aristóteles, ¿se puede saber lo que le enoja tanto?

PANCRACIO.- el motivo más justo del mundo.

ESGANARELO.- ¿De qué se trata?

PANCRACIO.- Un ignorante ha querido sostenerme una proposición errónea, una proposición

espantosa, enorme, execrable.

ESGARANELO.- ¿Puedo preguntar qué es?

PANCRACIO.- ¡Ah!, señor Esganarelo, todo anda patas arriba en estos tiempos, y el mundo ha

caído en una corrupción general. La más espantosa licencia reina en todas partes; y los

magistrados, cuya misión es mantener el orden en este estado, deberían avergonzarse por

soportar un escándalo tan intolerable como este del que quiero hablaros.

ESGANARELO.- ¿Pero qué es ello?

PANCRACIO.- ¿no es algo horroroso, algo que clama venganza del cielo, soportar que se diga

públicamente la forma de un sombrero?

ESGANARELO.- ¿Cómo?

PANCRACIO.- Sostengo que hay que decir la figura de un sombrero y no la forma, porque hay una

gran diferencia entre forma y figura. Forma es la disposición exterior de los cuerpos animados, y

figura la disposición exterior de los cuerpos inanimados, y puesto que el sombrero es un cuerpo

inanimado, hay que decir la figura de un sombrero y no la forma. (Volviéndose aún hacia el sitio

por donde ha entrado). Si, pedazo de ignorante, así es como hay que hablar; y estos son los

propios términos que emplea Aristóteles en el capítulo de la cualidad.

ESGANARELO.- (Aparte). Diríase que estamos perdidos. (A Pancracio). Señor doctor, no penséis

en todo eso. Yo…

PANCRACIO.- ¡Ignorante…!

ESGANARELO.- ¡Eh! ¡Dios mío! Yo…

PANCRACIO.- ¡Quererme sostener semejante proposición…!

ESGANARELO.- No tiene razón. Yo…

PANCRACIO.- ¡Una proposición condenada por Aristóteles!

ESGANARELO.- Es verdad. Yo…

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Page 80: Teatro breve

PANCRACIO.- En términos expresos.

ESGANARELO.- Tenéis razón. (Volviéndose por el lado por donde ha entrado Pancracio). Si, sois

un tonto y un desvergonzado, a querer discutir con un doctor que sabe leer y escribir. Asunto

terminado; os ruego que me escuchéis. Vengo a consultaros sobre un asunto que me preocupa.

Tengo pensamientos de unirme a una mujer para hacerla la compañera de mi vida. Es bella y bien

formada; me gusta mucho y a ella le encanta casarse conmigo. Su padre me ha concedido su

mano; pero temo un poco, lo que ya sabéis, la desgracia de la que nadie se compadece; y yo

quisiera rogaros que, como filósofo, me digáis vuestro parecer. ¡Eh! ¿Cuál es vuestra opinión sobre

el caso?

PANCRACIO.- Mejor que conceder que haya que decir la forma de un sombrero, consentiría en

que datur vacuum in rerum natura (traducción: El vacío se da en la naturaleza) y que no soy más que un

idiota.

ESGANARELO.- (Aparte). ¡Maldito sea este hombre! (A Pancracio). ¡Eh! Señor doctor, escuchad

un poco a la personas. Os están hablando durante una hora, y no respondéis, a lo que se os dice.

PANCARCIO.- Os pido perdón. Tengo la cabeza ofuscada por una justa cólera.

ESGANARELO.- ¡Bueno! dejad a un lado todo eso, y tomaos el trabajo de escucharme.

PANCRACIO.- ¡Sea! ¿Qué queréis decirme?

ESGANARELO.- Quiero hablaros de un asunto.

PANCRACIO.- ¿Y de qué lengua queréis serviros conmigo?

ESGANARELO.- ¿De qué lengua?

PANCRACIO.- Si.

ESGANARELO.- ¡Demonio!, de la lengua que tengo en la boca. Creo que no voy a ir a pedírsela al

vecino.

PANCRACIO.- Quiero deciros ¿De qué idioma, de qué lenguaje?

ESGANARELO.- ¡Ah!, Eso es otra cosa.

PANCRACIO.- ¿Queréis hablarme en italiano?

ESGANARELO.- No.

PANCRACIO.- ¿Español?

ESGANARELO.- No.

PANCRACIO.- ¿Alemán?

ESGANARELO.- No.

PANCRACIO.- ¿Inglés?

ESGANARELO.- No.

PANCRACIO.- ¿Latín?

ESGANARELO.- No.

PANCRACIO.- ¿Griego?

ESGANARELO.- No.

PANCRACIO.- ¿Hebreo?

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Page 81: Teatro breve

ESGANARELO.- No.

PANCRACIO.- ¿Sirio?

ESGANARELO.- No.

PANCRACIO.- ¿Turco?

ESGANARELO.- No.

PANCRACIO.- ¿Árabe?

ESGANARELO.- No, no; ¡francés, francés, francés!

PANCRACIO.- ¡Ah!, francés.

ESGANARELO.- Muy bien.

PANCRACIO.- Poneos entonces por este lado; pues esta oreja está destinada a las lenguas

científicas y extranjeras, y la otra es para la vulgar y materna.

ESGANARELO.- (Aparte). ¡Cuántas ceremonias hacen falta con esta gente!

PANCRACIO.- ¿Qué queréis?

ESGANARELO.- Consultaros sobre una pequeña dificultad.

PANCRACIO.- ¡Ah! ¡Ah!, sobre una dificultad de Filosofía sin duda.

ESGANARELO.- Perdonadme. Yo…

PANMCRACIO.- ¿Queréis saber si la substancia y el accidente son términos sinónimos o

equívocos referentes al ser?

ESGANARELO.- En absoluto. Yo…

PANCRACIO.- ¿Si la lógica es un arte o una ciencia?

ESGANARELO.- Nada de eso. Yo…

PANCRACIO.- ¿si la conclusión es la esencia del silogismo?

ESGANARELO.- No. Yo…

PANCRACIO.- ¿Si la esencia del bien reside en la apeticibilidad o en la conveniencia?

ESGANARELO.- No. Yo…

PANCRACIO.- ¿Si el fin puede conmovernos por su ser real o por su ser intencional?

ESGANARELO.- No, no, no, no, no, por todos los Diablos, no.

PANCRACIO.- Entonces explicad vuestro pensamiento porque yo no puedo adivinarlo.

ESGANARELO.- Eso es lo que yo quiero, explicaros, pero lo primero es que me escuchéis. Lo que

quiero deciros es que tengo deseos de casarme con una muchacha joven y guapa. Yo la quiero

mucho, y he pedido su mano a su padre; pero, como temo…

PANCRACIO.- (Al mismo tiempo y sin escuchar a Esganarelo). La palabra ha sido dada al hombre

para explicar su pensamiento; y lo mismo que los pensamientos son los retratos de las cosas,

también nuestras palabras son los retratos de nuestros pensamientos. (Esganarelo desesperado le

tapa la boca al doctor con la mano varias veces seguidas y el doctor continúa hablando en cuanto

Esganarelo le retira la mano). Pero esos retratos difieren de los demás retratos en que los demás

retratos se distinguen siempre de sus originales, mientras la palabra encierra en sí su original,

puesto que no es otra cosa sino el pensamiento explicado por un signo externo; de donde se

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Page 82: Teatro breve

deduce que los que piensan bien son asimismo los que piensan mejor. Explicadme, por lo tanto,

vuestro pensamiento por la palabra, que es el más inteligible de todos los signos.

ESGANARELO.- (Empuja al doctor hasta su casa y cierra la puerta para impedirle que salga). ¡Qué

peste de hombre!

PANCRACIO.- (Dentro de su casa). Si, la palabra es animi index et speculum (traducción.- Índice y

espejo del alma). Es el intérprete del corazón, es la imagen del alma. (Sube a asomarse a la ventana

y continúa). Es un espejo que nos presenta sencillamente los secretos más arcanos de nuestros

individuos; y, puesto que, a su tiempo, tenéis la facilidad del raciocinio, y de hablar, ¿a qué se

debe que no os sirváis de la palabra para hacerme oír vuestro pensamiento?

ESGANARELO.- Eso es lo que quiero hacer, pero vos no queréis escucharme.

PANCRACIO.- Ya os escucho, hablad.

ESGANARELO.- Digo, pues, señor doctor, que…

PANCRACIO.- Pero sobre todo, sed breve.

ESGANARELO.- Lo seré.

PANCRACIO.- Evitad la prolijidad.

ESGANARELO.- Pero, señ…

PANCRACIO.- Resumidme vuestro discurso con un apotema lacónico.

ESGANARELO.- Yo os…

PANCRACIO.- Menos ambages, menos circunlocución. (Esganarelo, furioso por no poder hablar,

coge piedras para tirárselas al doctor a la cabeza). ¿De modo que en vez de explicaros os

encendéis en ira? Vamos, sois aún más impertinente que el que ha querido sostenerme que hay

que decir la forma de un sombrero; y yo os probaré, en toda ocasión, por razones demostrativas y

convincentes y por argumentos in Bárbara que no sois ni seréis nunca más que una pécora, y que

yo soy y seré siempre, in utroque jure, el doctor Pancracio.

ESGANARELO.- ¡Demonio de charlatán!

PANCRACIO.- (Volviendo a salir al escenario). Hombre de letras, hombre de erudición.

ESGANARELO.- ¿Todavía?

PANCRACIO.- Hombre de suficiencia, hombre de capacidad; (Yéndose). Hombre consumado en

todas las ciencias: Naturales, Morales y Políticas. (Volviendo). Hombre sabio, sapientísimo, per

omnes modos et casus (traducción.- Por todos los modos y cosas imaginables). (Yéndose). Hombre que

posee, superlative, Fábulas, Mitologías e Historias (volviendo), Gramática, Poesía,. Retórica,

Dialéctica y Sofística (Yéndose), Matemática, Aritmética, Óptica, Onirocrítica (arte der interpretar los

sueños). Física y Matemática (volviendo), Cosmometría, Geometría, Arquitectura, Especuloria y

Especulatoria (Especuloria.- Arte de ver el porvenir en el espejo. Especulatoria.- Arte de interpretar los

fenómenos celestes), (Yéndose), Medicina, Astronomía, Astrología, fisionomía, Metoscopía,

Quiromancia, Geomancia, etcétera.

ESCENA VII

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Page 83: Teatro breve

ESGANARELO.- (Solo). ¡Al Diablo los sabios que no quieren escuchar a la gente! Ya me habían

dicho que su maestro Aristóteles no era más que un charlatán. Tengo que ir a buscar al otro que es

más tranquilo, más razonable, ¡Hola!

ESCENA VIII

Marfurio, Esganarelo

MARFURIO.- ¿Qué queréis de mí, señor Esganarelo?

ESGANARELO.- Señor doctor, tendría necesidad de vuestro consejo sobre el asuntillo de que se

trata, y he venido aquí con esa intención. (Aparte). ¡Ah! Esto va bien. Este escucha a todo el

mundo.

MARFURIO.- señor Esganarelo, hacedme el favor de variar el modo de hablar. Nuestra filosofía

ordena no enunciar proposiciones decisivas, hablar de todo con incertidumbre, mantener siempre

el juicio en suspenso; y por esta razón, no debéis decir: “He venido”, sino: “Me parece que he

venido”.

ESGANARELO.- ¿Me parece?

MARFURIO.- Si.

ESGANARELO.- ¡Demonio! Bien tiene que ser que me parece, puesto que es.

MARFURIO.- No hay consecuencia, puede parecéroslo, sin que la cosa sea verdadera.

ESGANARELO.- ¡Cómo! ¿No es verdad que he venido?

MARFURIO.- Es incierto, y tenemos que dudar de todo.

ESGANARELO.- ¿Qué? ¿No estoy aquí, y no me estáis hablando?

MARFURIO.- Me parece que estáis ahí, y me parece que os estoy hablando; pero no es seguro

que esto sea realidad.

ESGANARELO.- ¡Eh! ¡Diablo! Os estáis burlando. Estoy aquí y vos estáis ahí bien claramente, no

hay me parece en todo esto. Dejemos esas sutilezas, os lo ruego, y hablemos de mi asunto.

Vengo a deciros que tengo ganas de casarme.

MARFURIO.- No sé nada.

ESGANARELO.- Pero yo os lo digo.

MARFURIO.- Puede ser.

ESGANARELO.- La mujer que quiero tomar por esposa es muy joven y guapa.

MARFURIO.- No es imposible.

ESGANARELO.- ¿Haré bien o mal casándome con ella?

MARFURIO.- Lo uno o lo otro.

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Page 84: Teatro breve

ESGANARELO.- (Aparte). ¡Ah!, ¡ha! Ésta es otra música. (A Marfurio). Os pregunto si haré bien

casándome con la muchacha de quien os estoy hablando.

MARFURIO.- Según se dé la cosa.

ESGANARELO.- ¿Haré mal?

MARFURIO.- Tal vez.

ESGANARELO.- Por favor, respondedme como es debido.

MARFURIO.- Eso es lo que intento.

ESGANARELO.- Me atrae mucho esa mujer.

MARFURIO.- Quizás.

ESGANARELO.- Su padre me ha concedido su mano.

MARFURIO.- Puede ser.

ESGANARELO.- Pero temo que si me caso, me engañe.

MARFURIO.- La cosa es muy factible.

ESGANARELO.- ¿Qué pensáis vos de esto?

MARFURIO.- No existe imposibilidad.

ESGANARELO.- ¿Pero qué haríais vos en mi lugar?

MARFURIO.- No sé.

ESANARELO.- ¿Qué me aconsejáis que haga?

MARFURIO.- Lo que os plazca.

ESGANARELO.- Me desesperáis.

MARFURIO.- Yo me lavo las manos.

ESGANARELO.- ¡Váyase al Diablo el viejo soñador!

MARFURIO.- Será lo que tenga que ser.

ESGANARELO.- (Aparte). ¡Peste de verdugo! Te haré cambiar de nota, perro rabioso de filósofo.

(Propina unos bastonazos a Marfurio).

MARFURIO.- ¡Ay! ¡Ay! ¡Ay!

ESGANARELO.- Este es el pago de tu galimatías, y la única satisfacción que saco de él.

MARFURIO.- ¡Cómo! ¡Qué insolencia! ¡Ultrajarme de esta manera! ¡Atreverse a pegar a un filósofo

como yo!

ESGANARELO.- Corregid si os parece, este modo de hablar. Hay que dudar de todas las cosas y

vos no debéis decir que os he pegado, sino que os parece que os he pegado.

MARFURIO.- ¡Ah! Voy a presentar una querella, ante el comisario del barrio, por los golpes que he

recibido.

ESGANARELO.- Yo me lavo las manos.

MARFURIO.- Tengo el cuerpo lleno de cardenales.

ESGANARELO.- Es posible.

MARFURIO.- Tú eres el que me has tratado así.

ESGANARELO.- No existe imposibilidad.

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Page 85: Teatro breve

MARFURIO.- Obtendré un veredicto contra ti.

ESGANARELO.- No sé nada.

MARFURIO.- Y serás condenado en justicia.

ESGANARELO.- Será lo que tenga que ser.

MARFURIO. Ya verás.

ESCENA IX

ESGANARELO.- (Solo). ¡Cómo! No hay modo de obtener una palabra positiva de ese perro

hombre y al final sabe uno lo mismo que al principio. ¿Qué voy a hacer para salir de esta

incertidumbre sobre las consecuencias de mi boda? Nunca ha habido otro hombre con mayor

preocupación que la mía. ¡Ah! Ahí viene dos gitanas; necesito que me digan la buenaventura.

ESCENA X

Dos Gitanas, Esganarelo

(Las Gitanas entran cantando y bailando con sus panderos)

ESGANARELO.- Están bien contentas. Escuchad, muchachas, ¿podéis decirme la buenaventura?

GITANA 1ª.- Si resalao, podemos decírtela las dos.

GITANA 2ª.- No tienes más que enseñarnos tu mano abierta, con la cruz dentro, y te diremos algo

que te servirá de provecho.

ESGANARELO.- Pues ahí van las dos con lo que me pedís.

GITANA 1ª.- Tienes una buena fisonomía; señor mío, una buena fisonomía.

GITANA 2ª.- Si, una buena fisonomía; fisonomía de un hombre que será algo el día de mañana.

GITANA 1ª.- Te casarás dentro de poco, señor mío, te casarás dentro de poco.

GITANA 2ª.- Te casarás con una buena moza, una buena moza.

GITANA 1ª.- Si, una mujer que será querida y amada de todos.

GITANA 2ª.- Una mujer que te proporcionará muchos amigos, señor mío, muchos amigos.

GITANA 1ª.- Una mujer que traerá a tu casa la abundancia.

GITANA 2ª.- Una mujer que te dará un gran renombre.

GITANA 1ª.- Serás considerado por ella, señor mío, serás considerado por ella.

ESGANARELO.- Todo eso está muy bien. Pero ¿Podéis decirme si corro peligro de que me

engañe?

GITANA 2ª.- ¿De que te engañe?

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Page 86: Teatro breve

ESGANARELO.- Si.

GITANA 1ª.- ¿De que te engañe?

ESGANARELO.- Si, si corro peligro de que me engañe. (Las dos gitanas bailan y cantan).

¡Demonio! Eso no es contestarme. ¡Venid aquí! Os pregunto a las dos si me engañará.

GITANA 2ª.- ¿Engañado? ¿Vos?

ESGANARELO.- Si, ¿me engañará o no? (Las dos gitanas salen cantando y bailando).

ESCENA XI

ESGANARELO.- (Solo). ¡Malditas sean estas carroñas que me dejan con mi inquietud! Tengo que

saber absolutamente el destino de mi matrimonio; y para ello, quiero ir a ver a ese gran mago de

quien todos hablan tanto, y que, por su arte admirable, hace ver lo que se desea. Pero a fe mía,

que no necesito ir a buscar al adivino, porque aquí mismo voy a ver todo lo que podría preguntarle.

ESCENA XII

(Dorimena, Licasto; Esganarelo, escondido en un rincón)

LICASTO.- ¡Qué! Hermosa Dorimena ¿me estáis hablando en serio?

DORIMENA.- Fuera de bromas.

LICASTO.- ¿Entonces os casáis?

DORIMENA.- Me caso.

LICASTO.- ¿Y esta misma tarde es la boda?

DORIMENA.- Esta misma tarde.

LICASTO.- ¿Y podéis ser tan cruel como para olvidar el amor que os tengo y las alentadoras

promesas que me habéis hecho?

DORIMENA.- ¿Yo? En absoluto. Os guardaré siempre el mismo afecto, y mi casamiento no tiene

por qué inquietaros; es un hombre con quien me caso sin amor, y si decido aceptarlo, es sólo por

su riqueza. No tengo bienes de fortuna, vos tampoco, y ya sabéis que sin dinero, se pasa bastante

mal en este mundo; estoy decidida a tener dinero a costa de lo que sea. He aprovechado una

ocasión de salir de pobre; y lo he hecho con la esperanza de verme pronto libre de ese vejestorio.

Es un hombre que no va a vivir mucho; todo lo más, le calculo unos seis meses de vida. Os

garantizo que, dentro e ese plazo, lo mandaremos al otro barrio; no tendré que rezar mucho tiempo

para obtener el feliz estado de viuda. (A Esganarelo, a quien acaba de ver). ¡Ah! Estábamos

hablando de vos, y os estábamos poniendo en las nubes.

LICASTO.- Este señor es…

DORIMENA.- Si, este señor es el que me toma por esposa.

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Page 87: Teatro breve

LICASTO.- Permitidme, señor, que os felicite por vuestra boda, y os ofrezca al mismo tiempo mis

más humildes servicios. Os aseguro que os casáis con una mujer honestísima; y en lo tocante a

vos, señorita, me congratulo de lo inmejorable de la elección que habéis hecho. No podíais haber

encontrado otro hombre mejor, y el caballero tiene cara de ser un marido muy bueno. si, señor,

quiero honrarme con vuestra amistad y que juntos todos nos testimoniemos nuestro afecto con

vistitas y distracciones.

DORIMENA.- Es un honor inmerecido que os hacéis ambos. Pero, vamos, tengo muy poco tiempo,

ya tendremos el gusto de hablar más despacio.

ESCENA XIII

ESGANARELO.- (Solo). Estoy completamente arrepentido y creo que no estaría mal que fuese a

retirar mi palabra de casamiento. Llevo gastado ya algún dinero; pero más me vale perderlo que

exponerme a cosas todavía peores. Tratemos de zafarnos hábilmente de este compromiso. ¡Hola!

ESCENA XIV

Alcantor, Esganarelo

ALCANTOR.- ¡Ah! yerno mío, bienvenido seas.

ESGANARELO.- Señor, soy vuestro servidor.

ALCANTOR.- ¿Veníais a ultimar vuestra boda?

ESGANARELO.- Disculpadme…

ALCANTOR.- Os aseguro que me siento tan impaciente como vos.

ESGANARELO.- Otros motivos son los que me traen.

ALCANTOR.- Ya está todo dispuesto para la fiesta.

ESGANARELO.- No se trata de eso.

ALCANTOR.- Ya están contratados los músicos, encargado el banquete y mi hija encargada para

recibiros.

ESGANARELO.- No es eso a lo que vengo.

ALCANTOR.- En fin, vais a veros satisfecho y nada puede retrasar nuestra felicidad.

ESGANARELO.- ¡Dios mío! Se trata de otra cosa.

ALCANTOR.- Vamos, venid conmigo, yerno mío.

ESGANARELO.- Tengo dos palabras que deciros.

ALCANTOR.- ¡Por Dios! ¡No andemos con ceremonias! Venid pronto, si gustáis.

ESGANARELO.- Os digo que no. Quiero antes hablaros.

ALCANTOR.- ¿Queréis decirme algo?

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Page 88: Teatro breve

ESGANARELO.- Si.

ALCANTOR.- ¿Y qué es ello?

ESGANARELO.,- Señor Alcantor, cierto es que os he pedido la mano de vuestra hija y que vos me

la habéis concedido; pero he pensado que soy un poco viejo para ella y creo que no soy, de ningún

modo, el hombre que le conviene.

ALCANTOR.- Perdonadme, mi hija os encuentra bien, tal y como sois. Y estoy seguro de que vivirá

feliz a vuestro lado.

ESGANARELO.- No lo creo. A veces tengo rarezas tremendas, y la haría sufrir mucho con mi mal

humor.

ALCANTOR.- Mi hija es complaciente y veréis cómo se acomodará enteramente a vuestro

carácter.

ESGANARELO.- Padezco algunas enfermedades que podrían causarle repugnancia.

ALCANTOR.- una mujer honesta no siente nunca repugnancia por su marido.

ESGANARELO.- En fin ¿qué queréis que os diga? No os aconsejo que me la deis.

ALCANTOR.- ¿Estáis de broma? Preferiría morir mejor que faltar a mi palabra.

ESGANARELO.- ¡Dios mío! Por mí, estáis dispensado, y yo…

ALCANTOR.- Nada de eso. Os la he prometido y la tendréis, pese a todos los que la pretenden.

ESGANARELO.- (Aparte) ¡Qué Diablo!

ALCANTOR.- Mirad, tengo una estimación y una amistad hacia vos particularísima; y si un príncipe

viniera a pedirme mi hija, se la negaría para dárosla a vos.

ESGANARELO.- Señor Alcantor, os quedo obligado por el honor que me dispensáis, pero os

declaro que no quiero de ningún modo casarme.

ALCANTOR.- ¿Quién vos?

ESGANARELO.- Si, yo.

ALCANTOR.- ¿Y por qué razón?

ESGANARELO.- ¿Por qué razón? Porque no me siento en condiciones de casarme y porque

quiero imitar a mi padre, y a todos mis ascendientes que no han querido casarse jamás.

ALCANTOR.- Escuchad. La voluntad es libre; y a mí no me gusta obligar nunca a nadie. Vos os

habíais comprometido conmigo para casaros con mi hija, y todo está preparado para la boda; pero

puesto que queréis retirar vuestra palabra, voy a ver qué es lo que se puede hacer; y pronto

tendréis noticias mías.

ESCENA XV

ESGANARELO.- (Solo). Es bastante más razonable de lo que yo pensaba, y creí que me costaría

mucho más trabajo deshacer el compromiso. A fe mía, que cuando lo pienso, veo que he obrado

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Page 89: Teatro breve

muy cuerdamente al no seguir las cosas adelante; sin duda, iban a dar un paso del que me habría

arrepentido mucho tiempo. Pero ahí viene el hijo a darme la contestación.

ESCENA XVI

Alcides, Esganarelo

ALCIDES.- (Hablando con hipócrita amabilidad). Señor, soy vuestro más humilde servidor.

ESGANARELO.- Señor, yo lo soy vuestro de todo corazón.

ALCIDES.- (Siempre en el mismo tono). Mi padre me ha dicho, señor, que habías venido a

desligaros de vuestra palabra de casamiento…

ESGANARELO.- Si señor, lo siento, pero…

ALCIDES.- ¡Oh!, señor, no hay mal en ello.

ESGANARELO.- Me violenta mucho, os lo aseguro; y yo quería…

ALCIDES.- Eso no es nada, os digo. (Alcides presenta a Esganarelo dos espadas). Señor tomaos

la molestia de escoger, entre estas dos espadas, la que queráis.

ESGANARELO.- ¿Entre estas dos espadas?

ALCIDES.- Si, si os place.

ESGANARELO.- ¿Y para qué?

ALCIDES.- Señor, como os negáis a casaros con mi hermana después de la palabra dada, creo

que no tomaréis a mal el pequeño cumplido que vengo a haceros.

ESGANARELO.- ¿Cómo?

ALCIDES.- Otros, hubieran armado un escándalo y se pondrían furiosos contra vos; pero nosotros

somos personas a quienes no nos gusta llevar las cosas por la tremenda; y vengo a proponeros, si

os parece bien, que nos partamos el corazón juntos.

ESGANARELO.- Pues es un cumplido de mala catadura.

ALCIDES.-Vamos, señor, escoged, os lo ruego.

ESGANARELO.- Yo estoy a vuestro servicio, no tengo por qué partirme el corazón. (Aparte). ¡Qué

manera más desagradable de hablar!

ALCIDES.- Señor, es necesario que sea así, si gustáis.

ESGANARELO.- ¡Eh! Señor, meted en la vaina vuestro cumplido, os lo ruego.

ALCIDES.- Despachemos pronto, señor. Tengo un asuntillo que me aguarda.

ESGANARELO.- Que no quiero nada de eso, os digo.

ALCIDES.- ¿No queréis batiros?

ESGANARELO.- Ni lo pienso, os lo juro.

ALCIDES.- ¿Cosa decidida?

ESGARELO.- Cosa decidida.

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Page 90: Teatro breve

ALCIDES.- (Después de propinarle unos bastonazos). Al menos, señor, no tenéis por qué

quejaros; ya veis que he hecho las cosas ordenadamente. Vos faltáis a vuestra palabra, yo quiero

batirme con vos; vos os negáis a batiros, yo os doy unos bastonazos; todo esto entra dentro de las

fórmulas y sois demasiado sensato para no aprobar mi procedimiento.

ESGANARELO.- (Aparte). ¿Qué Diablo de hombre es este?

ALCIDES.- (Presentándole de nuevo las dos espadas). Vamos, señor, haced las cosas

convenientemente, y sin que haya que tiraros las orejas.

ESGANARELO.- ¿Todavía?

ALCIDES.- Señor, yo no obligo a nadie; pero es preciso que os batáis conmigo o que os caséis con

mi hermana.

ESGANARELO.- Señor, no puedo hacer ni lo uno ni lo otro, os lo aseguro.

ALCIDES.- ¿Decididamente?

ESGANARELO.- Decididamente.

ALCIDES.- Entonces, con vuestro permiso… (Alcides vuelve a sacudirle unos bastonazos).

ESGANARELO.- ¡Ay! ¡Ay! ¡Ay!

ALCIDES.- Señor, lamento muchísimo verme obligado a usar estos procedimientos con vos; pero

no los abandonaré, si os parece, hasta que me hayáis prometido batiros conmigo o casaros con mi

hermana. (Alcides levanta el bastón).

ESGANARELO.- ¡Bien! ¡Bien! ¡Me casaré, me casaré!

ALCIDES.- ¡Ah1, señor, me encanta ver que os ponéis en razón, y que las cosas se van a resolver

pacíficamente. Pues, al fin y al cabo, sois el hombre a quien más estimo del mundo, os lo juro; y

me hubiera llenado de desesperación verme en el caso de maltrataros. Voy a llamar a mi padre,

para decirle que estamos de acuerdo en todo. (Se va a llamar a la puerta de Alcantor).

ESCENA XVII

Alcantor, Dorimena, Alcides, Esganarelo

ALCIDES.- Padre mío, el señor es de lo más razonable. Ha querido resolver las cosas

pacíficamente, y podéis entregarle a mi hermana.

ALCANTOR.- Señor, os concedo su mano, no tenéis más que tomarla entre las vuestras. ¡Alabado

sea el cielo! Ya estoy libre del cuidado de mi hija, ahora os corresponde a vos, para lo sucesivo, el

preocuparos de ella. Vamos a divertirnos y a celebrar este feliz casamiento.

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Page 91: Teatro breve

Las preciosas ridículas

Acto único

Moliere

PERSONAJES

La Grange

Du Croisy

Gorgibus, probo burgués

Madelón, hija de Gorgibus

Cathos, sobrina de Gorgibus

Marotte, sirviente de las preciosas ridículas

El Marqués de Mascarilla, criado de La Grange

El vizconde de Jodelet, criado de Du Croisy

Dos portadores de litera, vecinas, violines.

La escena, en París, en la casa de Gorgibus

ESCENA PRIMERA

La Grange y Du Croisy

DU CROISY.- ¿Señor La Grange?

LA GRANGE.- ¿Qué?

DU CROISY.- Miradme un poco sin reíros.

LA GRANGE.- ¿Y bien?

DU CROISY.- ¿Qué decís de nuestra visita? ¿Estáis muy satisfecho de ella?

LA GRANGE.- A vuestro juicio, ¿tenemos motivo para estarlos los dos?

DU CROISY.- No del todo, en verdad.

LA GRANGE.- en cuanto a mí, os confieso que me tiene completamente escandalizado. ¿Se ha

visto nunca a dos bachilleras provincianas hacerse más las desdeñosas que estas y a dos

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Page 92: Teatro breve

hombres tratados con más desprecio que nosotros? Apenas si han podido decidirse a ordenar que

nos dieran unas sillas. No he visto jamás hablarse tanto al oído como hacen ellas, bostezar tanto,

restregarse tanto los ojos y preguntar tantas veces: “¿Qué hora es?” No han contestado mas que sí

o no a todo cuanto hemos podido decirles. ¿Y no confesaréis, en fin, que, aun cuando hubiéramos

sido las últimas personas del mundo , no podía tratársenos peor de lo que han hecho.

DU CROISY.- Paréceme que tomáis la cosa muy a pecho.

LA GRANGE.- La tomo, sin duda, y de tal suerte, que quiero vengarme de esta impertinencia. Sé

lo que ha motivado ese desprecio. El estilo precioso no sólo ha infestado París, sino que también

extendido por las provincias, y nuestras ridículas doncellas han absorbido su buena dosis. En una

palabra: son una mezcolanza de preciosas y de coquetas sus personas. Ya veo lo que hay que ser

para que le reciban a uno bien; y si me hacéis caso, les prepararemos una jugarreta que les hará

ver su necedad y podrá enseñarles a conocer un poco mejor el mundo.

DU CROISY.- ¿Y cómo, pues?

LA GRANGE.- Tengo cierto criado, llamado Mascarilla, que pasa, en opinión de mucha gente, por

una especie de cultilocuente, pues no hay nada más asequible hoy día que la cultilocuencia. Es un

maniático a quien se le ha metido en la cabeza alardear de hombre distinguido. Se precia, por lo

regular, de galante y de poeta, y desdeña a los otros criados, hasta llamarlos bestias.

DU CROISY.- ¿y qué pretendéis que haga?

LA GRANGE.- ¿Qué pretendo que hagas? Es preciso…Mas salgamos de aquí.

ESCENA II

Gorgibus, Du Croisy y La Grange

GORGIBUS.- Qué, ¿habéis visto a mi sobrina y a mi hija? ¿Marcha bien el negocio? ¿Cuál es el

resultado de esta visita?

LA GRANGE.- Esto es cosa que podréis saber mejor por ellas que por nosotros. Todo cuanto

podemos deciros es que os expresamos nuestro agradecimiento por el favor que nos habéis

dispensado y seguimos siendo vuestros humildes servidores.

DU CROISY.- Vuestros muy humildes servidores.

GORGIBUS.- (Solo). ¡Oiga! Parece que salen disgustados de aquí. ¿De dónde podrá venir su

descontento? Hay que enterarse un tanto de lo que es. ¡Hola!

ESCENA III

Gorgibus y Marotte

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Page 93: Teatro breve

MAROTTE.- ¿Qué deseáis, señor?

GORGIBUS.- ¿Dónde están vuestras amas?

MAROTTE.- En su aposento.

GORGIBUS.- ¿qué hacen?

MAROTTE.- Pomada para los labios.

GORGIBUS.- Ya es demasiado unto; decidles que bajen.

ESCENA IV

Gorgibus, solo

GORGIBUS.- Esas bribonas paréceme que tienen ganas de arruinarme con su pomada. No veo

por todas partes más que claras de huevo, leche virginal y mil otros chismes que no conozco. Han

consumido desde que estamos aquí, la grasa de una docena de cerdos, cuando menos, y vivirían

cuatro criados, a diario, con las pezuñas de carnero que emplean.

ESCENA V

Madelón, Cathos y Gorgibus

GORGIBUS.- ¿es muy necesario, realmente, hacer tanto gasto para engrasaros el hocico?

Decidme, por favor: ¿qué habéis hecho a esos caballeros que los he visto salir con tanta frialdad?

¿No os había recomendado que los recibierais como personas a quienes quería yo daros por

maridos?

MADELÓN.- ¿Y qué estima, padre mío, queréis que hagamos de la conducta irregular de esa

gente?

GORGIBUS.- ¿Qué tenéis que decir de ellos?

MADELÓN.- ¡Linda galantería la suya! ¡Cómo! ¿Empezar lo primero por el casamiento?

GORGIBUS.- ¿Y por dónde quieres entonces que empiecen? ¿Por el concubinato? ¿No es una

conducta de la que tenéis motivo para estar satisfechas, y tanto vosotras dos como yo? ¿Hay

nada más que agradecer que eso? Y ese lazo sagrado al que aspiran, ¿no es una prueba de la

honradez de sus intenciones?

MADELÓN.- ¡Ah, padre mío, lo que decís es propio del último burgués! Me avergüenza oíros

hablar de ese modo y debierais haceros enseñar un tanto el aire elegante de las cosas.

GORGIBUS.- No necesito ni aire ni canción. Te digo que el matrimonio es una cosa santa y

sagrada, que es obrar como gente honrada empezar por eso.

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Page 94: Teatro breve

MADELÓN.- ¡Dios mío! ¡Si todo el mundo se os semejase, se acabaría muy pronto una novela!

Bonita cosa sería si Ciro se casara primero con Mandané y Aroncio contrajera casamiento, sin

dificultad con Clelia.

GORGIBUS.- ¿Qué me viene a contar esta?

MADELÓN.- Padre mío, aquí está mi prima, que os dirá igual que yo: que el matrimonio no debe

nunca llegar sino después de las otras aventuras. Es preciso que un amante, para ser agradable,

sepa declamar los bellos sentimientos, exhalar lo tierno, lo delicado y lo ardiente, y que su esmero

consista en las formas. Primero, debe ver en el templo o en el paseo, o en alguna ceremonia

pública, a la persona de la que está enamorado, o si no, ser llevado fatalmente a casa de ella por

un pariente o un amigo y salir de allí todo soñador o melancólico. Esconderá cierto tiempo su

pasión al objeto amado, haciéndole, sin embargo, varias visitas, donde no deje de sacar a colación

un tema elegante que espolee a las personas de la reunión. Llegado el día, la declaración debe

hacerse generalmente en la avenida de algún jardín, mientras la compañía se ha alejado un poco,

y esta declaración ha de ir seguida de un pronto enojo, que se revele en nuestro rubor y que aleje

durante un rato al amante de nuestra presencia. Luego encuentra medio de apaciguarnos, de

acostumbrarnos insensiblemente al discurso de su pasión, de obtener de nosotras esa confesión

que tanto desagrada. Después de esto viene las aventuras, los rivales que se atraviesan ante una

inclinación arraigada, las persecuciones de los padres, lóselos cimentados en falsas apariencias,

las quejas, las desesperaciones, los raptos y todo lo demás. He aquí cómo se ejecutan las cosas

dentro de las maneras elegante, y con esas reglas, de las que no se podía prescindir en buena

galantería. Mas el llegar de buenas a primeras a la unión conyugal, hacer el amor tan solo al

concertar el contrato matrimonial y empezar justamente la novela por la cola, os repito, padre mío,

que no hay nada más vulgar que ese proceder, y me dan nauseas sólo de pensar en eso.

GORGIBUS.- ¿Qué Diablo de jerigonza estoy oyendo? Eso es, realmente, alto estilo.

CATHOS.- en efecto, tío: mi prima en el quid de la cosa. ¡El medio de recibir bien a gente que no

es completamente chabacana en galanterías! Estoy por apostar que no han visto nunca el mapa de

la Ternura, y que los Dulces Billetes, las Atenciones Delicadas, las Esquelas Galantes y los lindos

Versos, son tierras desconocidas para ellos. ¿No veis que su persona entera revela so y que

carecen de ese aire que da a primera vista una buena opinión de la gente? Venir de visita amorosa

con una pierna toda lisa, un sombrero desprovisto de plumas, una cabeza de cabellera irregular y

una chupa que padece indigencia de cintas. ¡Dios mío! ¿Qué amantes son esos? ¡Qué sobriedad

de atavíos y qué sequedad de conversación! No se puede soportar ni resistir. He notado asimismo

que sus valonas no sonde buena procedencia, y que falta más de medio pie de largo para que sus

calzas sean lo suficientemente anchas.

GORGIBUS.- Creo que están locas las dos; no logro entender nada de esta jerga. Cathos, y tú,

Madelón…

MADELÓN.- ¡Oh, por favor, padre mío, prescindid de estos nombres raros y llamadnos de otro

modo!

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Page 95: Teatro breve

GORGIBUS.- ¡Cómo! ¿Estos nombres raros no son los vuestros de pila?

MADELÓN.- ¡Dios mío, qué vulgar sois! Uno de mis asombros es que hayáis podido tener una hija

tan espiritual como yo. ¿Se ha dicho jamás en estilo distinguido Cathos o Madelón, y no me

confesaréis que bastaría con uno de estos nombres para desacreditar la más bella novela del

mundo?

GORGIBUS.- Escuchad: basta sólo con una palabra. No consiento en modo alguno que llevéis

otros nombres que los que os fueron dados por vuestros padrinos y madrinas, y en cuanto a esos

señores de que se trata, conozco sus familias y sus bienes, y quiero que os dispongáis a

aceptarlos por maridos. Me canso de teneros a mis espaldas, y la custodia de dos doncellas es una

carga demasiado pesada para un hombre de mi edad.

CATHOS.- Por lo que a mí se refiere, todo cuanto puedo deciros es que encuentro el matrimonio

una cosa completamente molesta. ¿Cómo puede sufrirse el pensamiento de acostarse con un

hombre totalmente desnudo?

MADELÓN.- Permitid que respiremos un poco el alto mundo de París, adonde acabamos de llegar.

Dejadnos forjar a gusto la trama de nuestra novela y no apresuréis tanto el final.

GORGIBUS.- (Aparte). No cabe duda, están rematadas. (Alto). Repito que no entiendo nada de

todas esas pamplinas; quiero ser amo absoluto, y para cortar toda clase de discursos, o estáis

casadas las dos muy pronto, o, ¡a fe mía!, que seréis monjas; lo juro de verdad.

ESCENA VI

Cathos y Madelón

CATHOS.- ¡Dios mío, querida, qué clavada tiene tu padre la forma en la materia! ¡Qué obtusa es

su inteligencia y qué obscura está su alma!

MADELÓN.- ¿Qué quieres, querida? Me abochorno por él. Cuéstame trabajo convencerme que

pueda yo ser realmente hija suya, y creo que, un buen día, alguna aventura vendrá a revelarme un

origen más ilustre.

CATHOS.- Sería muy de creer, y tiene todas las apariencias de ello; en cuanto a mí, cuando me

contemplo…

ESCENA VII

Cathos, Madelón y Marotte

MAROTTE.- Ahí está un lacayo que pregunta si estáis en casa; dice que su amo desea venir a

veros.

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Page 96: Teatro breve

MADELÓN.- Aprended, necia a expresaros con menos vulgaridad; decid: “Ahí está un

imprescindible que pregunta si os encontráis en adecuación de estar visibles” .

MAROTTE.- ¡Diantre! No entiendo el latín y no he aprendido como vos la filosofía en el Gran Ciro.

MADELÓN.- ¡Impertinente! ¡No hay modo de sufrir esto! ¿Y quién es el amo de ese lacayo?

MAROTTE.- Le ha llamado el marqués de Mascarilla.

MADELÓN.- ¡Ah, querida mía, un marqués! Si; id a decir que se nos puede ver. Es, sin duda, un

ingenio que habrá oído hablar e nosotras.

CATHOS.- Seguramente, querida.

MADELÓN.- Hay que recibirle en esta sala baja mejor que en nuestro aposento. Aviemos un poco

nuestros cabellos, por lo menos, y mantengamos nuestra reputación. ¡Pronto!, aportadnos aquí el

Consejero de las Gracias.

MAROTTE.- ¡Por vida de…! No sé qué animal es ese; hay que hablar en cristiano si queréis que os

entienda.

CATHOS.- Traednos el espejo, ignorante, y guardaos mucho de mancillar su luna con la

interposición de vuestra imagen. (Vase).

ESCENA VIII

Mascarilla y dos Portadores de Litera

MASCARILLA.- ¡Hola, portadores, hola! ¡Vaya, vaya, vaya, vaya! Paréceme que estos bergantes

tienen el propósito de destrozarme a fuerza de chocar contra los murtos y el empedrado.

PRIMER PORTADOR.- ¡Pardiez! Es que la puerta resulta estrecha. También habéis querido que

entrásemos hasta aquí.

MASCARILLA.- Ya lo creo. ¿Querríais ganapanes, que expusiera la robustez de mis plumas a las

inclemencias de la estación lluviosa y que fuera a imprimir mis zapatos en barro? Vamos, quitad

vuestra litera de aquí.

SEGUNDO PORTADOR.- Pagadnos si os place, señor.

MASCARILLA.- ¿Eh?

SEGUNDO PORTADOR.- Digo, señor, que nos deis dinero, si gustáis.

MASCARILLA.- (Dándole un bofetón). ¿Cómo, pícaro, pedís dinero a una persona de mi calidad?

SEGUDNO PORTADOR.- ¿Es así como se paga a la pobre gente? ¿Y vuestra calidad nos dará de

comer?

MASCARILLA.- ¡Ah, ah! ¡Ya os enseñaré a conoceros! ¡Atreverse esta canalla a burlarse de mí!

PRIMER PORTADOR.- (Cogiendo uno de los varales de su litera). Vamos, pagadnos prontamente.

MASCARILLA.- ¡Cómo!

PRIMER PORTADOR.- Digo que quiero el dinero, sin dilación.

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Page 97: Teatro breve

MASCARILLA.- Es razonable.

PRIMER PORTADOR.- Pronto, pues.

MASCARILLA.- ¡Diantre! Tú hablas como hay que hacerlo; pero el otro es un bribón que no sabe

lo que dice. Ten: ¿Estás contento?

PRIMER PORTADOR.- No; no estoy contento; habéis dado un bofetón a mi camarada, y…

(Alzando su vara).

MASCARILLA.- Poco a poco. Ten: ahí va, por el bofetón. Se consigue todo de mí por las buenas.

Id y volved a recogerme dentro de un rato para ir al Louvre y asistir a la entrada del rey en el lecho.

ESCENA IX

Marotte y Mascarilla

MAROTTE.- Señor, dentro de un momento vendrán mis amas.

MASCARILLA.- Que no se apresuren; estoy aquí situado cómodamente para esperar.

MAROTTE.- Ya llegan.

ESCENA X

Madelón, Cathos, Mascarilla y Almanzor

MASCARILLA.- (Después de haber saludado). Señoras mías, os sorprenderá, sin duda, la osadía

de mi visita; más vuestra reputación os acarrea este mal negocio, y el mérito posee para mí tan

poderosos encantos, que corro tras él por todas partes.

MADELÓN.- Si perseguís el mérito, no debéis cazar en nuestras tierras.

CATHOS.- Para ver el mérito en nosotras preciso es que lo hayáis aportado vos mismo.

MASCARILLA.- ¡Ah1 alego falsedad en vuestra palabra. La fama pone justamente de manifiesto lo

que valéis, y vais a dar pique, repique y capote a todo cuanto hay de galante en París.

MADELÓN.- Vuestra deferencia lleva demasiado adelante la liberalidad de sus alabanzas, y mi

prima y yo nos guardamos muy bien de tomar en serio la benevolencia de vuestra lisonja.

CATHOS.- Querida, habría que ofrecer silla.

MADELÓN.- ¡Hola Almanzor!

ALMANZOR.- Señora.

MADELÓN.- Pronto, acarreadnos aquí las comodidades de la conversación.

MASCARILLA.- Mas ¿habrá, al menos, aquí seguridad para mí? (Vase Almanzor).

CATHOS.- ¿Qué teméis?

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Page 98: Teatro breve

MASCARILLA.- Algún robo de mi corazón, cualquier asesinato de mi franqueza. Veo aquí ojos que

tienen aspecto de ser muy malas piezas, de atacar a las libertades y de tratar a un alma como el

turco al moro. ¡Cómo diablo! No bien se les acerca uno, se ponen en mortífera guardia. ¡Ah!

Desconfío a fe mía. Y voy a poner pies en polvorosa o exijo garantía burguesa de que no me harán

ningún daño.

MADELÓN.- querida mía, es un carácter jovial.

CATHOS.- Ya veo que es realmente un Amílcar.

MADELÓN.- no temáis nada; nuestros ojos no tienen malos propósitos y vuestro corazón puede

descansar con tranquilidad en su probidad.

CATHOS.- Mas, por favor, caballero, no seáis inexorable con este sillón que os tiende los brazos

hace un cuarto de hora; satisfaced un tanto el deseo que tiene de abrazaros.

MASCARILLA.- (Después de haberse atusado la cabellera y dado unos toques a sus cañones).

Pues bien, señoras mías, ¿qué decís de París?

MADELÓN.- ¡Ay! ¿Y qué podríamos decir? Habría que ser antípoda de la razón para no confesar

que París es el gran mostrador de las maravillas, el centro del buen gusto, del ingenio y de la

galantería.

MASCARILLA.- Por mi parte afirmo que, fuera de París, no hay salvación para las personas de

probidad.

CATHOS.- Es una verdad irrebatible.

MASCARILLA.- Está un poco embarrado pero tenemos la litera.

MADELÓN.- en verdad que la litera es un atrincheramiento maravilloso contra las injurias del barro

y del mal tiempo.

MASCARILLA.- ¿Recibís muchas visitas? ¿Qué ingenio os frecuenta?

MADELÓN.- ¡Ay! No somos aún conocidas; mas estamos en camino de serlo, y tenemos una

buena amiga particular que nos ha prometido aportarnos aquí todos esos señores de la

Compilación de Obras escogidas.

CATHOS.- Y a algunos otros que nos han mencionado también como árbitros soberanos de bellas

cosas.

MASCARILLA.- Yo serviré vuestros deseos mejor que nadie; todos ellos me visitan, y puedo decir

que no me levanto nunca sin media docena de ingenios alrededor.

MADELÓN.- ¡Ah Dios mío! Os quedaremos agradecidas hasta lo sumo si nos hacéis esa merced,

ya que, en fin, es preciso trabar conocimiento con todos esos señores si quiere una pertenecer al

buen mundo. Ellos son los que ponen en movimiento la reputación en París, y ya sabéis que hay

algunos cuyo solo trato basta para daros fama de inteligente, aunque no hubiera otra cosa. Mas,

por mi parte, lo que pienso, especialmente, es que, por medio de esas visitas espirituales, se

informa una de ciertas cosas que hay que saber necesariamente, y que son esenciales a un

espíritu acogido. Con ello se conocen a diario las pequeñas noticias galantes, las lindas relaciones

en prosa y verso. Se sabe en prosa y en verso. Se sabe a punto fijo que aquel ha compuesto la

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Page 99: Teatro breve

más bella obra del mundo sobre tal tema; que tal otro ha escrito la letra de tal aire; que este ha

hecho un madrigal sobre un goce; que el de más allá ha compuesto unas estancias sobre la

infidelidad; que el caballero tal escribió anoche una sextilla a la señorita cuál, cuya respuesta le ha

enviado ella esta mañana alrededor de las ocho; que tal autor ha formulado tal proyecto; que aquel

otro está en la tercera parte de su novela, y que tiene sus obras en las prensas. Eso es lo que da

realce en las reuniones, y si se ignoran esas cosas, no daría yo un sueldo por el ingenio que puede

tenerse.

CATHOS.- En efecto, encuentro es enaltecer el ridículo el que una persona se jacte de talento y no

sepa hasta la menor cuarteta que se hace cotidianamente, y, por mi parte, me sentiría altamente

sonrojada en caso de que vinieran a preguntarme si había yo visto algo nuevo y fuera negativa mi

respuesta.

MASCARILLA.- En verdad es afrentoso no ser los primeros en saber todo cuanto se hace, ero no

os inquietéis; quiero fundar en vuestra casa una academia del buen tono, y os prometo que no se

hará un solo verso en París que no sepáis de memoria antes que todos los demás. Por mi parte, tal

como me veis, me aplico a ello un poco cuando quiero, y veréis circular por las bellas callejas de

París, cual muestra de mi estilo, doscientas canciones, otros tantos sonetos, cuatrocientos

epigramas y más de mil madrigales, sin contar los enigmas y retratos.

MADELÓN.- Os confieso que me desvivo furiosamente por los retratos; no encuentro nada tan

galante como eso.

MASCARILLA.- Los retratos son difíciles y requieren un profundo ingenio; y ya veréis algunos de

mi estilo que no os disgustarán.

CATHOS.- Yo, por mi parte adoro con frenesí los enigmas.

MASCARILLA.- Eso ejercita el ingenio, y esta misma mañana he hecho cuatro que os daré a

resolver.

MADELÓN.- Loa madrigales son agradables cuando está bien hechos.

MASCARILLA.- Son mi habilidad especial, y me dedico ahora a escribir en madrigales toda la

historia romana.

MADELÓN.- ¡Ah! Será realmente algo de una perfecta belleza; me reservaréis u ejemplar, cuando

menos, si la hacéis imprimir.

MASCARILLA.- Os prometo reservároslos a cada una y de los mejor encuadernados. Ello está por

debajo de mi condición; mas lo hago solamente para dar a ganar a los libreros que me persiguen.

MADELÓN.- ¡Me imagino que será un gran placer verse impreso!

MASCARILLA.- Sin duda, Mas, a propósito, tengo que repetiros una improvisación que hice ayer

en casa de una duquesa amiga mía, a quien fui a visitar, pues soy endemoniadamente hábil en

improvisaciones.

CATHOS.- La improvisación s precisamente la piedra de toque del ingenio.

MASCARILLA.- Escuchad, pues.

MADELÓN.- Somos todo oídos.

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Page 100: Teatro breve

MASCARILLA.- ¡Oh, Oh! No estaba atento;

mientras os miro sin vil pensamiento,

vuestros ojos, furtivos, róbanme el corazón.

¡Al ladrón, al ladrón, al ladrón, al ladrón!

CATHOS.- ¡Ah Dios mío! Es llegar al más alto grado de la galantería.

MASCARILLA.- Todo cuanto hago tiene un aire de soltura; no huele a pedante.

MADELÓN.- Está a más de dos mil leguas de ello.

MASCARILLA.- ¿Habéis observado ese principio? ¡Oh, Oh! Es extraordinario. ¡Oh, Oh!, como un

hombre que cae de pronto en la cuenta. ¡Oh, Oh! Es la sorpresa. ¡Oh, Oh!

MADELÓN.- Si; encuentro admirable eso ¡Oh, Oh!

MASCARILLA.- Parece que no es nada.

CATHOS.- ¡Ah, Dios mío! ¿Qué decís? Estas son cosas que no tienen precio.

MADELÓN.- Sin duda, y mejor preferiría haber hecho ese “¡Oh, Oh!” que u poema épico.

MASCARILLA.- ¡Voto a bríos! Tenéis un gusto excelente.

MADELÓN.- ¡Vaya! No lo tengo del todo malo.

MASCARILLA.- Pero ¿no admiráis también ese “no estaba atento”, “no estaba atento”, no lo

advertía? Manera natural de hablar; “no estaba atento, mientras os miro, sin vil pensamiento”,

mientras inocente, sin malicia ni impureza, como un pobre carnero “os miro”, es decir, me

complazco en contemplaros, os observo, os examino; “vuestros ojos furtivos…” ¿qué os parece

esa palabra “furtivos”? ¿No está bien escogida?

CATHOS.- Perfectamente bien.

MADELÓN.- “Furtivos”, es decir, obrando a escondidas; perece como si fuera un gato que acaba

de coger un ratón; “furtivos”…

MADELÓN.- No puede haber nada mejor.

MASCARILLA.- “Róbanme el corazón”. Me lo <arrebatan, me lo quitan. “¡Al ladrón, al ladrón, al

ladrón, al ladrón!”

MADELÓN.- Preciso es confesar que eso tiene un tono espiritual y galante.

MASCARILLA.- Quiero repetiros el aria que he compuesto sobre eso.

CATHOS.- ¿Habéis aprendido música?

MASCARILLA.- ¿Yo? En absoluto.

CATHOS.- ¿Y cómo puede realizarse eso?

MASCARILLA.- La gente de calidad lo sabe todo sin haber aprendido nunca nada.

MADELÓN.- seguramente, querido.

MASCARILLA.- Escuchad, a ver si el aria es de vuestro agrado: “¡Tra, lara, la, lala, la!” La

brutalidad de la estación ha ultrajado furiosamente la delicadeza de mi voz, mas no importa;

tarareo a la soldadesca. (Canta). “¡Oh, Oh! No estaba atento, etc.”.

CATHOS.- ¡Ah!, vaya un aria apasionada. ¿No provoca la muerte?

MADELÓN.- Hay cromatismo en eso.

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Page 101: Teatro breve

MASCARILLA.- ¿No encontráis bien expresado el pensamiento en la canción? “¡Al ladrón!...” Y

luego como si gritara muy fuerte: ¡Al, al, al, al ladrón”. Y súbitamente como una persona sin aliento:

“¡Al ladrón!”

MADELÓN.- Eso es saber la entraña de las cosas, la verdadera entraña, la entraña de la entraña.

Todo es maravilloso, os lo aseguro; me entusiasman el aria y la letra.

CATHOS.- No he visto nunca nada de tal vigor.

MASCARILLA.- Todo cuanto hago se me ocurre espontáneamente, sin estudio.

MADELÓN.- La naturaleza os ha tratado como una verdadera madre apasionada, y sois su hijo

mimado.

MASCARILLA.- ¿en qué empleáis el tiempo?

CATHOS.- en nada absolutamente.

MADELÓN.- hemos estado hasta ahora en un ayuno espantoso de diversiones.

MASCARILLA.- Me ofrezco para llevaros uno de estos días a la comedia, si queréis, ya que van a

representar una nueva, y me agradaría que la viésemos juntos.

MADELÓN.- No podemos negarnos.

MASCARILLA.- Mas os pido que aplaudáis cuando es debido cuando estemos allí, pues me he

comprometido a hacer triunfar la obra; y el autor ha venido a rogármelo esta misma mañana. Es

costumbre aquí que vengan autores a nosotros, las personas de calidad, a leernos sus obras

nuevas y a conseguirles la fama, ¡y ya podéis imaginaros si, cuando decimos nosotros algo, se

atreve el patio a contradecirnos! Por mi parte, soy muy cumplidor, y cuando prometo algo a algún

poeta, grito siempre: “¡Esto es hermoso!”, antes que estén encendidas las candilejas.

MADELÓN.-No tenéis que decírmelo. París es un lugar admirable. Pasan en él, a diario, cien cosas

que se ignoran en provincias por muy espiritual que pueda una ser.

CATHOS.- Co esto basta; ya que estamos enteradas, será un deber nuestro alzar la voz como es

debido ante todo lo que digan.

MASCARILLA.- No sé si me equivocaré; mas tenéis todo el aspecto de haber hecho alguna

comedia.

MADELÓN.- ¡Bah! Pudiera ocurrir algo de lo que decís.

MASCARILLA.- ¡Ah!, a fe mía. Habría que verla. Entre nosotros, he escrito una que quiero hacer

representar.

CATHOS.- ¡Vaya! ¿Y a qué comediantes la entregaréis?

MASCARILLA.- ¡Linda Pregunta! A los grandes comediantes; sólo ellos son capaces de dar valor a

las cosas; los otros son unos ignorantes, que recitan como si hablasen; no saben hacer sonar los

versos y detenerse en el buen momento. ¿Y cómo se podría saber dónde está el bello verso, si el

comediante no se detiene en él y no nos advierte así que hay que provocar el murmullo?

CATHOS.- en efecto, hay maneras de hacer percibir a los oyentes las bellezas de una obra, y las

cosas sólo valen lo que se las hace valer.

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Page 102: Teatro breve

MASCARILLA.- ¿qué os parecen estas prendas menores? ¿Las encontráis congruentes con el

traje?

CATHOS.- Por completo.

MASCARILLA.- ¿Está bien escogida la cinta?

MADELÓN.- Furiosamente bien. Es puro Perdrigeon.

MASCARILLA.- ¿qué decís de mi encañonado?

MALEÓN.- Tiene un aspecto soberbio.

MASCARILLA.- Puedo alabarme al menos de que tiene una cuarta larga más que todos los que se

fabrican.

MADELÓN.- Hay que confesar que no he visto nunca llevar a tan alto grado la elegancia del atavío.

MASCARILLA.- Fijad un poco en estos guantes la reflexión de vuestro olfato.

MADELÓN.- Huelen rabiosamente bien.

CATHOS.- No he aspirado nunca un olor tan bien acondicionado.

MASCARILLA.- ¿Y este? (Da a oler los cabellos empolvados de su peluca).

MADELÓN.- Es de verdadera calidad: lo sublime se siente deliciosamente afectado por él.

MASCARILLA.- ¿No me decís nada de mis plumas? ¿Cómo las encontráis?

CATHOS.- Espantosamente bellas.

MASCARILLA.- ¿No sabéis que me cuesta un luis de oro cada pluma? Tengo la manía de

proveerme generalmente de todo lo más bello.

MADELÓN.- Os aseguro que simpatizamos vos y yo. Tengo una delicadeza furiosa por todo lo que

uso; y desde mi pelo hasta mis calcetines, no puedo tolerar nada que no provenga de una mano

maestra.

MASCARILLA.- (Con bruscas exclamaciones). ¡Ay, ay, ay! ¡Con cuidado! Maldita sea! Señoras

mías, está muy mal tratar así; tengo que quejarme de vuestro proceder, no es honrado.

CATHOS.- ¿qué sucede? ¿Qué os pasa?

MASCARILLA.- ¡Cómo1 ¡Las dos al mismo tiempo contra mi corazón! ¡Atacarme a derecha e

izquierda! ¡Ah! Eso es opuesto al derecho de gentes; no es igual la partida, y voy a gritar que me

matan.

CATHOS.- Hay que confesar que dice las cosas de una manera especial.

MADELÓN.- Tiene un estilo de una expresión admirable.

CATHOS.- Sentís más miedo que daño, y vuestro corazón grita antes que lo destrocen.

MASCARILLA.- ¡Cómo, Diablo!... Está destrozado desde la cabeza a los píes.

ESCENA XI

Cathos, Madelón, Mascarilla y Marotte

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Page 103: Teatro breve

MAROTTE.- Señoras, quieren veros.

MADELÓN.- ¿Quién?

MAROTTE.- El vizconde de Jodelet.

MASCARILLA.- ¿El vizconde de Jodelet?

MAROTTE.- Si, señor.

CATHOS.- ¿Le conocéis?

MASCARILLA.- Es mi mejor amigo.

MADELÓN.- Hacedle entrar prontamente.

MASCARILLA.- Hace algún tiempo que no nos hemos visto y me encanta esta aventura.

CATHOS.- Hele aquí.

ESCENA XII

Cathos, Madelón, Jodelet, Mascarilla, Marotte y Almanzor

MASCARILLA.- ¡Ah vizconde!

JODELET.- (Mientras se abrazan). ¡Ah marqués!

MASCARILLA.- ¡Cuánto me complace verte!.

JODELET.- ¡Qué alegría me da encontrarte aquí!

MASCARILLA.- Abrázame otra vez, te lo ruego.

MADELÓN.- (A Cathos). Mi buena prima, empezamos a ser conocidas. He aquí el gran mundo que

acude a visitarnos.

MASCARILLA.- Señoras mías, permitid que os presente a este caballero; a fe mía que es digno de

que le conozcáis.

JODELET.- Justo es venir a rendiros lo que se os debe; y vuestros encantos exigen sus derechos

señoriales sobre toda clase de personas.

MADELÓN.- Eso es llevar vuestra cortesía hasta los límites de la lisonja.

CATHOS.- Este día debe quedar señalado en nuestro almanaque como un día muy feliz.

MADELÓN.- (Al Almanzor). Vamos, mocito, ¿hay que repetiros siempre las cosas? ¿No veis que

hace falta el incremento de un sillón?

MASCARILLA.- No os extrañe ver así al vizconde; acaba de salir de una enfermedad que le ha

dejado el rostro pálido como veis.

JODELET.- Son los frutos de las vigilias en la corte y de las fatigas en la guerra.

MASCARILLA.- ¿No sabéis, señoras, que estáis viendo en el vizconde a uno de los hombres más

esforzados del siglo? Es un valiente de pelo en pecho.

JODELET.- No me cedéis en nada, marqués; ya sabemos también lo que sabéis hacer.

MASCARILLA.- Cierto es que ya nos hemos encontrado los dos en la refriega.

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Page 104: Teatro breve

JODELET.- Y en sitios donde hacía mucho calor.

MASCARILLA.- (Mirando a Cathos y a Madelón). Si; pero no tanto como aquí ¡Ay, ay, ay!

JODELET.- Nuestra amistad se hizo en la guerra, y la primera vez que nos vimos mandaba él un

regimiento de caballería en las galeras de Malta.

MASCARILLA.- Es cierto; pero vos estabais, sin embargo, en ese punto antes de ocuparlo yo, y

recuerdo que no era yo más que un simple oficial aún cuando ya mandabais vos dos mil caballos.

JODELET.- La guerra es una cosa muy bella; mas a fe mía, la corte recompensa hoy muy mal a la

gente de servicio como nosotros.

MASCARILLA.- Lo cual hace que quiera yo ahorcar el uniforme.

CATHOS.- Yo, por mi parte, siento una furiosa ternura por los hombres de espada.

MADELÓN.- También yo los amos; mas quiero que el ingenio dé realce a la bravura.

MASCARILLA.- ¿Te acuerdas, vizconde, de aquella media luna que arrebatamos a los enemigos

en el sitio de Arrás?

JODELET.- ¿qué significa so de media luna? Era una luna llena.

MASCARILLA.- Creo que tienes razón.

JODELET.- ¡No tengo más remedio que recordarlo, pardiez! Fui herido allí en la pierna por una

granada, y tengo aún las señales. Tocad un poco, por favor; así comprenderéis que herida fue

aquella.

CATHOS.- (Después de haberle tocado). En verdad que es grande la cicatriz.

MASCARILLA.- Prestadme un instante vuestra mano y tocad ésta: aquí, precisamente detrás de la

cabeza. ¿Lo notáis?

MADELÓN.- Si; noto algo.

MASCARILLA.- Es un mosquetazo que recibí en la última campaña que hice.

JODELET.- (Descubriendo su pecho). He aquí otra herida que me atravesó de parte a parte en el

ataque a Gravelinas.

MASCARILLA.- (Poniendo la mano en un botón de los calzones). Voy a mostraros una rabiosa

llaga.

MADELÓN.- No es necesario; lo creemos sin verla.

MASCARILLA.- Son las huellas honrosas que revelan lo que uno es.

CATHOS.- No dudamos de lo que sois.

MASCARILLA.- Vizconde, ¿tienes ahí tu carroza?

JODELET.- ¿Para qué?

MASCARILLA.- Llevaríamos a pasear a estas damas fuera de puertas y les haríamos un regalo.

MADELÓN.- No podemos salir hoy.

MASCARILLA.- Traigamos violines para danzar.

JODELET.- ¡A fe mía!, está bien pensado.

MADELÓN.- a eso si accedemos; pero haría falta algún incremento de compañía.

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MASCARILLA.- ¡Hola! ¡Champaña, Picard, Bourguignon, Cascarilla, Vasco, La Verdure, Lorenés,

Provenzal, La Violeta! ¡al diablo todos los lacayos! Estoy seguro de que no hay en Francia un

caballero peor servido que yo. Esos canallas me dejan siempre solo.

MADELÓN.- Almanzor, decid a la gente del señor que se vayan a buscar violines, y haced que

vengan esos señores y esas damas de aquí cerca para poblar la soledad de nuestro baile. (Vase

Almanzor).

MASCARILLA.- Vizconde, ¿qué decís de estos ojos?

JODELET.- ¿Y que te parecen a ti, marqués?

MASCARILLA.- Pues yo digo que les va a costar trabajo a nuestras libertades sacar de aquí las

bragas enjutas. Al menos, por mi parte, experimento extrañas sacudidas y mi alma pende de un

hilo.

MADELÓN.- ¡qué natural es todo lo que dice! Expresa las cosas del modo más agradable del

mundo.

CATHOS.- En verdad, hace un furioso derroche de ingenio.

MASCARILLA.- Para mostraros que es verdad, voy a haceros una improvisación ahora mismo

(Medita).

CATHOS.- ¡Eh! Os conjuro con toda la devoción de mi alma a que nos hagáis oír algo que haya

sido compuesto para nosotras.

JODELET.- Desearía yo hacer otro tanto; mas me encuentro un poco molesto de la vena poética

por la cantidad de sangrías que he practicado en ella estos días pasados.

MASCARILLA.- ¿Qué Diablos pasa? Hago siempre bien el primer verso; pero me cuesta trabajo

componer los demás. A e mía, esto es quizá harto apresurado; os haré despacio una

improvisación, que os parecerá la más bella del mundo.

JODELET.- Tiene un ingenio endemoniado.

MADELÓN.- Y galanura y estilo florido.

MASCARILLA.- Dime, vizconde; ¿hace mucho tiempo que no has visto a la condesa?

JODELET.- Hace más de tres semanas que no la he visitado.

MASCARILLA.- ¿No sabes que el duque ha venido a verme esta mañana y ha querido llevarme al

campo a correr el ciervo con él?

MADELÓN.- Aquí llegan nuestras amigas.

ESCENA XIII

Lucila, Celimena, Cathos, Madelón, Mascarilla, Jodelet, Marotte,

Almanzor y Violines

105

Page 106: Teatro breve

MADELÓN.- ¡Dios mío, amigas mías!, os pedimos perdón. Estos señores han tenido el capricho de

darnos las almas de los píes, y las hemos enviado a buscar para llenar los vacíos de nuestra

reunión.

LUCILA.- Os estamos, en verdad, muy reconocidas.

MASCARILLA.- No se trata mas que de un baile precipitado; mas uno de estos días os daremos

uno en debida forma. ¿Han venido los violines?

ALMANZOR.- si señor; aquí están.

CATHOS.- Vamos, queridas a vuestros sitios.

MASCARILLA.- (Bailando él solo, como preludio). ¡La, la, la, la, la, la, la, la!

MADELÓN.- Tiene un talle muy elegante.

CATHOS.- Y aspecto de danzar primorosamente.

MASCARILLA.- (Sacando a Madelón a bailar). Mi franqueza va a danzar la corriente lo mismo que

mis pies. A compás, violines, a compás. ¡Oh, qué ignorantes! No hay manera de bailar con ellos.

¡Que el diablo os lleve! ¿No sabéis tocar llevando el compás? ¡La, la, la, la, la, la, la, la! Con brío.

¡Oh violines de pueblo!

ESCENA XIV

Du Croisy, La Grange, Cathos, Madelón, Lucila, Celimena,

Mascarilla, Jodelet, Marotte y Violines

LA GRANGE.- (Con un palo en la mano). ¡Ah, ah, bergantes! ¿Qué hacéis aquí? Hace tres horas

que os buscamos.

MASCARILLA.- (Al sentirse golpeado). ¡Ay, ay, ay! ¡No me habéis dicho que los golpes estarían

incluidos también!

JODELET.- ¡Ay, ay, ay!

LA GRANGE.- ¡Es muy vuestro estilo, infame, querer echárosla de hombre importante!

DU CROISY.- Esto os enseñará a conoceros.

ESCENA XV

Cathos, Madelón, Lucila, Celimena, Mascarilla,

Jodelet, Marotte y Violines

MADELÓN.- ¿Qué quiere decir esto?

JODELET.- Es una apuesta.

CATHOS.- ¡Cómo, dejaros pegar de ese modo!

106

Page 107: Teatro breve

MASCARILLA.- ¡Dios mío! No he querido darme por entendido porque soy violento y me hubiera

enfurecido.

MADELÓN.- ¡Soportar una afrenta así, en nuestra presencia!

MASCARILLA.- No es nada; dejémoslo ahí. Nos conocemos desde hace largo tiempo, y entre

amigos no va uno a ofenderse por tan poca cosa.

ESCENA XVI

Du Croisy, La Grange, Madelón, Cathos, Celimena,

Lucila, Mascarilla, Jodelet y Violines

LA GRANGE.- A fe mía, bergante, no os reiréis de nosotros, os lo prometo. Entrad vosotros

(Entran tres o cuatro espadachines).

MADELÓN.- ¿Qué osadía es esta de venir a perturbarnos así en nuestra casa?

DU CROISY.- ¡Cómo, señoras mías! ¿Vamos a tolerar que nuestros lacayos sean mejor recibidos

que nosotros, que vengan a haceros el amor a costa nuestra y a disponer del baile?

MADELÓN.- ¿Vuestros lacayos?

LA GRANGE.- S; nuestros lacayos, y no es ni bonito ni honesto pervertiros como estabais

haciendo.

MADELÓN.- ¡Oh cielos, qué insolencia!

LA GRANGE.- Mas no sacarán partido de nuestras ropas para daros dentera, y si queréis amarles

será, a fe mía por sus lindos ojos. Pronto desnudadlos sin dilación.

JODELET.- ¡Adiós a nuestro boato!

MASCARILLA.- He aquí el marquesado y el vizcondado por los suelos.

DU CROISY.- ¡Ah, ah, pícaros! ¿Tenéis la osadía de entrar en competencia con nosotros? Iréis a

buscar en otro sitio con qué haceros agradables a los ojos de vuestras bellezas, os lo aseguro.

LA GRANGE.- Es ya demasiado esto de suplantarnos y de hacerlo además con nuestros propios

indumentos.

MASCARILLA.- ¡Oh fortuna, qué inconstancia la tuya!

DU CROISY.- Pronto, que les quiten hasta la menor prenda.

LA GRANGE.- Que se lleven todas esas ropas; daos prisa. Y ahora, señora, en el estado en que

se encuentran podéis proseguir vuestros amores con ellos hasta que os plazca; os dejamos en

completa libertad de hacerlo, y os aseguramos, el señor y yo, que no nos sentiremos nada celosos

por ello.

ESCENA XVII

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Page 108: Teatro breve

Madelón, Cathos, Jodelet, Mascarilla y Violines

CATHOS.- ¡Ah, qué sinvergüenza!

MADELÓN.- Me muero de despecho.

UNO DE LOS VIOLINES.- (A Mascarilla). ¿Qué es esto? ¿Quién va a pagarnos a nosotros?

MASCARILLA.- Preguntad al señor vizconde.

UNO DE LOS VIOLINES.- (A Jodelet). ¿Quién nos dará el dinero?

JODELET.- Preguntad al señor marqués.

ESCENA XVIII

Gorgibus, Madelón, Cathos, Jodelet,

Mascarilla y Violines

GORGIBUS.- ¡Ah bribones, en buen apuro nos ponéis por lo que veo! Y acabo de enterarme de

lindas cosas, realmente, por esos caballeros que salen.

MADELÓN.- ¡Ah, padre mío, nos han dado una broma sangrienta!

GORGIBUS.- ¡Si; es una broma sangrienta, resultado de vuestra impertinencia infames! Les ha

ofendido el trato que les habíais dado, y, sin embargo, desdichado de mí, tengo que tragarme la

afrenta.

MADELÓN.- ¡Ah! Juro que tomaremos venganza de ello o que moriré en el intento. Y vosotros,

bergantes, ¿osáis permanecer aquí después de vuestra insolencia?

MASCARILLA.- ¡Tratar de este modo a un marqués! Así es el muñido: la menor desgracia hace

que nos desprecien aquellos que nos querían. Vamos, camarada; vamos a buscar fortuna a otra

parte; bien veo que aquí no se ama más que la vana apariencia, y que no se considera nada a la

virtud totalmente desnuda.

ESCENA XIX

Gorgibus, Madelón, Cathos y Violines

UNO DE LOS VIOLINES.- Señor, pretendemos que nos paguéis al faltar ellos por lo que hemos

tocado aquí.

GORGIBUS.- (Golpeándolos). Si, si. Voy a pagaros y aquí tenéis la moneda con que quiero

hacerlo. Y vosotras tunantas, no sé qué me detiene para trataros de igual modo; vamos a servir de

mofa e irrisión a todo el mundo, y esto es lo que os habéis buscado con vuestras extravagancias.

Id a esconderos para siempre. (Solo). Y vosotros, causantes de su locura, necios desatinos,

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Page 109: Teatro breve

perniciosas diversiones de los espíritus ociosos, novelas, versos, canciones y sonetos. ¡así se os

lleven todos los Diablos!

Fin de

Las Preciosas Ridículas

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Page 110: Teatro breve

Contra engaños de Luzbel

el poder de San Miguel

Juguete Pastoril

I. T. Orellana

PERSONAJES

Luzbel

Gila

Florinda

Silvio

Bato

Bras

Un Ángel

San José

La Virgen

El Niño

Decoración de campo a todo foro. Un peñasco en el centro.

Otro poco más chico a poca distancia.

(Luzbel recorriendo la escena)

LUZBEL.- Toda esta gente sencilla

que se lleva de mentiras

y que mi poder macilla

blanco será de mis iras.

Una a una irá cayendo

víctima de alguna argucia,

pues mis palabras creyendo

sólo son hijas de astucia.

Nunca podré consentir

110

Page 111: Teatro breve

que haya otro poder que el mío

no podríamos dos vivir

y ese poder desafío.

Si viene cual se asegura

este mundo a redimir,

acabaría mi ventura

y me quedaría a sufrir.

Debo estorbar su venida

con mi poder sin segundo;

yo he de acabar son su vida

y seré dueño del mundo.

Veremos quién puede más,

Señor, hijo del Eterno,

no me rindo yo jamás,

que soy el Rey del Infierno.

Una zagala aquí viene,

válgame la maña artera,

con otro creo se entretiene,

no sabe lo que le espera.

(Florinda por el foro y Bras siguiéndola. Luzbel, escondido).

FLORINDA.- Te he dicho que no me sigas,

que mi padre nos espía.

BRAS.- Mi Florinda, eso no digas

porque pronto serás mía.

FLORINDA.- ¡Si mi padre da el permiso

y tu me quieres de veras,

cerramos el compromiso!

Háblale, a qué te esperas.

BRAS.- El cómo hacerlo no atino.

FLORINDA.- No te creía tan gallina.

(Luzbel saliendo de su escondite).

LUZBEL.- Yo me ofrezco a ser padrino.

BRAS.- (Aparte). Este si es persona fina.

FLORINDA.- ¿De dónde salió este tío?

LUZBEL.- Ayudaros quiero en todo.

FLORINDA.- (Aparte). No sé porqué desconfío…

BRAS.- A tí me entrego hasta el codo.

LUZBEL.- Este cayo redondito.

111

Page 112: Teatro breve

Sigamos con la zagala.

¿No quieres mi intercesión?

FLORINDA.- Mejor vaya en hora mala

Ave de mala intención. (Vase).

LUZBEL.- Esta de mí desconfía.

BRAS.- Mi Florinda, no te vayas.

LUZBEL.- Ven conmigo, soy tu guía

Triunfaré de estos canallas. (Se van).

(Gila saliendo por la izquierda y a poco Luzbel)

GILA.- A Bato dejo durmiendo.

Voy por agua y enseguida

al jacal vuelvo corriendo,

a preparar la comida.

Es un flojote de atar

que sólo piensa en comer,

no le gusta trabajar.

Esto mi honor compromete.

LUZBEL.- Yo puedo aliviar tus cuitas.

GILA.- ¿Y a usted aquí quién le mete?

LUZBEL.- Sé que vas por las peñitas.

GILA.- A traer agua, si señor.

LUZBEL.- Tu suerte puede cambiar

si hacerme quieres favor

y razón me puedes dar…

GILA.- ¿Qué le puedo yo decir?

LUZBEL.- Dicen que viene el Mesías

este mundo a redimir.

GILA.- Algo hay de esas profecías

y en toditas las aldeas

se preparan a cual más.

LUZBEL.- No digas cosas tan feas.

Te acompaño. ¿Dónde vas?

(Bato saliendo apresurado por la izquierda).

BATO.- No hace falta, monigote,

váyase pronto de aquí (Vase Gila).

Si no le aprieto el cogote.

LUZBEL.- ¿Tú quién eres, pronto, di?

BATO.- Yo soy quien soy, mentecato.

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Page 113: Teatro breve

LUZBEL.- Vamos, ¿quieres almorzar?

BATO.- ¿A quién has nombrado, a Bato?

LUZBEL.- Aquí tienes para empezar.

(Transfórmase el peñasco del centro, en mesa con varias viandas).

No te acerques todavía

Y responde sin enfado.

¿Es cierto, que de una María

nacerá el Dios humanado?

BATO.- Eso dicen dondequiera.

Viene aquí mi amigo Bras.

¿Te pasó la borrachera?

(Bras sale apresurado)

BRAS.- ¡Qué noticia! Ven sabrás,

Que un Niño dios va a venir

y hay que preparar regalos.

LUZBEL.- Déjate ya de mentir

o te regalo a ti palos.

BRAS.- ¿De quién es este banquete?

Cómo no me convidabas.

BATO.- (Aparte) Siempre este en todo se mete.

Como eres tan tragaldabas.

BRAS.- No dejas de ser grosero.

BATO.- Tú no te quedas atrás.

LUZBEL.- Hay para los dos, pavo entero.

BATO.- Ven, atranquémonos, Bras.

Echa un trago, mamarracho.

BRAS.- Que te acabas la botella.

BATO.- Sabes, me siento borracho.

BRAS.- A beber, no haya querella.

BATO.- ¡Vaya un vino más pesado…!

BRAS.- ¡Mi cabeza se voltea…!

BATO.- Siento u sueño amodorrado.

BRAS.- Todo mi ser se tambalea…

LUZBEL.- Esos tontos ya cayeron.

A mis cavernas irán.

(Caen pesadamente. Luzbel satisfecho).

De la ponzoña bebieron

pronto allí despertarán.

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Page 114: Teatro breve

Hay que continuar la obra,

Debo de estar escondido.

(Se esconde. Silvio y Florinda, entran por la derecha, luego Luzbel)).

FLORINDA.- Gila dilata de sobra.

SILVIO.- ¿Tú no sabes dónde ha ido?

FLORINDA.- Salió muy de madrugada.

SILVIO.- Bras y Bato, ¿dónde están?

FLORINDA.- Fueron a la Encrucijada,

creo que pronto volverán.

LUZBEL.- De esta aldea eres el patriarca

SILVIO.- Si señor, aquí he nacido.

LUZBEL.- Me he perdido en la comarca.

De muy lejos he venido.

¿Por aquí queda Belén?

FLORINDA.- ¿Vas acaso a ese lugar?

¿Quieres que informes te den?

Dilatarás en llegar.

SILVIO.- (Aparte). No sé porqué desconfío…

FLORINDA.- ¿Ya sabes la novedad?

SILVIO.- De este hombre, yo no me fío

(Desaparece Luzbel, y ven a Bato y a Bras enteramente caídos).

¡Bato, Bras! ¿Será verdad?

FLORINDA.- Muertos parece que están.

¡Qué caras tienen, Dios santo!

¿Por qué aquí se encontrarán?

SILVIO.- No debe pensarse tanto.

De estos manjares comieron

que abundantes se ve son

y de los vinos bebieron

sin medida y con tesón.

FLORINDA.- Mas, ¿dónde está el forastero?

SILVIO.- Desapareció el tunante.

Hay que llevarlos primero.

Con lo que he visto es bastante

y que se alivien yo espero.

Queda de ellos al cuidado

voy a traer a unos pastores.

(Aparece el Ángel en un grupo de nubes y los peñascos vuelven a su estado primitivo).

114

Page 115: Teatro breve

ÁNGEL.- Tente Silvio, que encargado

soy de noticias mayores.

En Belén, en un establo,

Ha nacido el Dios del cielo.

Ya vencido queda el Diablo,

marchad allí con anhelo.

En pesebre pobre y triste,

en este instante se ve,

el infante nada viste

y es el hijo de José.

En que me sigas confío.

SILVIO.- Iremos sin dilación.

ÁNGEL.- Vean que el Niño tiene frío.

SILVIO.- Pondremos nuestra atención

y de ropa haremos lío.

Pero, Bato no despierta

y Bras le hace compañía.

Mi sospecha sale cierta,

maleficio hubo en el día.

ÁNGEL.- No temas, que ya despiertos

están en este momento.

SILVIO.- Tus vaticinios son ciertos.

(Bato y Bras, levantándose).

BATO.- ¡Oh qué dicha, qué contento!

BRAS.- ¡Ay qué sueño más bonito!

BATO.- Mira Bras, hay que ir corriendo

a seguir a ese angelito

pues otro me estoy sintiendo.

BRAS.- Juntemos a los pastores,

yo no quepo en mí de gozo.

¡Marchemos ya, si señores,

que hay un niño muy hermoso!

FLORINDA.- ¿La noticia ya la saben?

BATO Y BRAS.- En sueños la hemos tenido.

SILVIO.- Preparémonos si quieren

estar presentes para el nacido.

No perdamos un momento.

GILA.- Si, corramos a las chozas.

115

Page 116: Teatro breve

FLORINDA.- No quepo en mí de contento.

BATO Y BRAS.- A preparar muchas cosas.

Pronto, pastores, marchemos

A Belén donde ha nacido,

el Dios niño que ha venido

sin pompas, lujo, ni honores.

Nuestra dicha es infinita

qué más podemos pedir,

de gozo el alma se agita,

viene el mundo a redimir.

Con gusto cantemos

del Mesías la venida,

su nacer celebremos

con el alma y la vida

(Cambia la decoración en el Portal de Belén y el Nacimiento. Los pastores ofrecen las dádivas que

van diciendo).

GILA.- Camisitas y mantillas

te dona mi corazón;

son mis dádivas sencillas,

de mi afecto es la expresión.

FLORINDA.- Hacia ti llega Florinda

con humildes vestiditos

que mi cariño te brinda.

Tómalos que son bonitos.

BATO.- De mi rebaño el mejor

corderito traigo aquí

mira este pobre pastor

que a adorarte viene a ti.

BRAS.- Soy un labriego sincero

que me tildan de flojito.

¡Niño hermoso, yo te quiero!,

y te traigo este chivito.

SILVIO.- Soy de los pastores fieles

quien te adora, Niño mío.

Aquí te traigo estas pieles

que te cubrirán del frío.

Este gran advenimiento

celebremos ya, pastores;

116

Page 117: Teatro breve

demostremos el contento

que vendrán tiempos mejores.

BATO.- En alegre contradanza

Formaremos las parejas.

Bailemos a nuestra usanza

niños, jóvenes y viejas.

BRAS.- Yo con Gila bailaré.

BATO.- Bueno… nomás un ratito.

GILA.- De Bras, pareja seré.

BATO.- Confórmate, pues, Batito.

SILVIO.- Rencillas no haya, pastores;

esta noche celebremos

pues recibimos favores

del dios que en pesebre vemos.

Niño Dios, José y María.

Madre del Divino Verbo.

Tú que nos das alegría

no te olvides de tu siervo.

Tus ojos tiende a la aldea

míranos con compasión

y sus moradores vean

que les das tu bendición.

CORO.- Cantemos, bailemos,

en alegre son.

el nacer celebremos

en toda la región.

Noche de gloria,

placer y contento;

guardemos memoria

del advenimiento.

(Forman grupos y bailan contradanza).

Telón.

117

Page 118: Teatro breve

Coloquio para celebrar la maravillosa aparición de Nuestra

Señora de Guadalupe

Anónimo

PERSONAJES

La Virgen de Guadalupe

Juan Diego

El Arzobispo Fray Juan de Zumárraga

y cuatro Ángeles

Coro

ESCENA PRIMERA

Un tablado con cuatro vigas abiertas, dos arriba formando un puente para que descuelguen a una

niña de doce años vestida de Guadalupana y parada en una nube con su ráfaga de rayos.

CORO.- (música y canto) Bendita seas, Madre ufana,

Niña linda, inmaculada,

De ángeles mil adorada,

Madre, Virgen Soberana.

(Descolgarán a la virgen y quedará en el viento como tres metros de alto. En el respaldo del

tablado formarán un cerrito provisional con macetas y en la cumbre matas de rosas de Castilla. Del

pie a la cima una calzada. Estando la virgen patente, quedará todo en silencio. Vendrá corriendo

Juan Diego, y al pasar le hablará la Virgen).

VIRGEN.- ¿A dónde Juan Diego vas

con paso tan presuroso?

si buscas dicha y reposo,

hoy mismo aquí lo tendrás.

(Juan Diego voltea buscando a la persona por todos lados)

JUAN DIEGO.- ¿Quién me lo habla tan bonita?

El persona no lo encuentro;

con tan dulce voz yo siento

118

Page 119: Teatro breve

gozo y placer infinito.

VIRGEN.- Yo soy la Reina del cielo,

Madre de Dios soberana,

vengo a amparar con anhelo

a la Nación Mexicana.

JUAN DIEGO.- ¿Madrecita, por qué están

junto a ti tanto niñito

que ten cantan tan bonito

y te adoran con afán?

VIRGEN.- Hija soy del Padre Eterno,

Del Santo Espíritu esposa,

Madre de Dios amorosa,

Y del triste, apoyo eterno.

JUAN DIEGO.- Yo quisiera Madre amada,

toda mi vida servirte,

adorarte, bendecirte,

y morir aquí a tus plantas.

VIRGEN.- ¡Bendiga Dios tu inocencia!

Mas ve a decir al Prelado,

que quiero un templo sagrado

al pie de esta prominencia.

JUAN DIEGO.- Madre, yo ya me olvidar;

al ver tu rostro divino,

que el pobre tío Bernardino

se lo quiere confesar.

VIRGEN.- ¿Por qué eres tan desconfiado?

Anda a hacer lo que te mando;

está bastante aliviado,

ya lo estuve yo curando.

JUAN DIEGO.- Ahora lo voy creyendo,

ya no lo tengo cuidado.

(Se va. Llega a palacio y habla con el Señor Arzobispo. Pondrán un altar provisional con velas

encendidas, ramilletes y en medio la Virgen Guadalupana. Cantarán la letanía dos ángeles en

cada lado y dos incensando a la Sacratísima Virgen. Acabada la letanía entrarán los dos ángeles

del incensario y saldrán con Juan Diego).

JUAN DIEGO.- Buenos días, gran señor.

ARZOBISPO.- Dios te bendiga Juan Diego.

¿Qué es lo que quieres, hijito?

119

Page 120: Teatro breve

JUAN DIEGO.- Se me apareció una Virgen

del Tepeyac en el cerro,

y quiere que le hagas un templo

para darle adoración.

ARZOBISPO.- Juan, ¿estás loco, o lo sueñas?

¿Qué Virgen habrá de ser?

para podértelo creer

dile que mande unas señas.

JUAN DIEGO.- ¡Ah! que el arzobispo flojito;

ya lo morzó poposcache;

ya me lo cansó un poquito,

ya se lo rompió el guarache.

ARZOBISPO.- Vete chismoso embustero,

ya me estás incomodando;

no me sigas enfadando

incrédulo, majadero.

(Juan Diego se baja del palacio enojado, diciendo)

JUAN DIEGO.- Yo la virgen voy visar,

voy la casa corriendito,

voy las gordas almorzar

para beber mi pulquito.

(Extraviando camino. Luego salen dos ángeles y lo sujetan de cada brazo hasta presentarlo a la

Virgen).

VIRGEN.- ¿Qué te dijo el gran pastor

del santuario soberano?

¿Tendrá la Hija del Creador

un gran templo mexicano?

JUAN DIEGO.- No me lo quiso creer,

to por saberlo te empeñas,

que si eres de buen proceder

que te lo mandes unas señas.

VIRGEN.- ¿Conocerá flores de Castilla

del Paraíso Celestial?

Será la seña o maravilla

de la reina sin igual.

Ven a la cumbre del cerro,

vamos los dos platicando;

verás el jardín verdadero

120

Page 121: Teatro breve

y los ángeles cantando.

CORO.- (Música y canto).- ¡Viva la virgen Sagrada,

refugio de pecadores ,

toda de ángeles rodeada

y llena de resplandores!

JUAN DIEGO.- Te lo diré, madrecita,

no te lo vayas cansar,

en el cerro no hay rositas,

nomás la piedra y nopal.

VIRGEN.- Mi religión va a florear,

sube conmigo muy breve,

estás flores se han de marchitar

en el siglo diecinueve.

JUAN DIEGO.- Dímelo, madrecita,

¿Allá en tu tierra lo cielo

lo siembra la milpita

para comer elotito?

VIRGEN.- Se alimentan los mortales

Porque son cuerpos humanos;

Más allá son celestiales

Y espíritus soberanos.

JUAN DIEGO.- Si habrá los borreguitos

yo los sabré trasquilar

para hacer buen frazadita

por frío que lo haga temblar.

VIRGEN.- Vestidas de mil colores

verás las almas, hijito;

al cielo tú irás, Juanito,

con tu corona de flores.

JUAN DIEGO.- Pero si lo habrá magueycito,

yo lo seré tlachiquero,

lo sé raspar con el fierro,

para que bebas pulquito.

(Llega a la cumbre del cerrito del Tepeyac).

CORO.- Mes de diciembre dichoso,

día martes por la mañana,

bajó al suelo venturoso

la Reina Guadalupana.

121

Page 122: Teatro breve

VIRGEN.- Estas rosas de Castilla

córtalas con cuidado,

llévalas al Obispado;

es la seña o maravilla.

Sólo al Señor Arzobispo

le entregarás estas flores;

y mirará muy patente

la Madre de Pecadores.

JUAN DIEGO.- Te lo pido un favorcito,

te lo suplica Juan Diego;

No te olvides del indito,

quiere irse contigo al cielo.

VIRGEN.- Concluye la linda historia

de mi sacra aparición,

y subirás a la gloria

de la celestial mansión.

JUAN DIEGO.- Voy a llevar las rositas,

Madre de mi corazón;

de tus sagradas manitas

quiero yo tu bendición.

VIRGEN.- Yo te bendigo hijo mío,

te cubriré con mi manto;

recibe la de mi Padre

y del Espíritu Santo.

(Juan Diego lleva el mensaje y corre hasta llegar a palacio).

JUAN DIEGO.- Ahora Señor Arzobispo,

yo no seré ya chismoso;

aquí le traigo en la tilma

una reliquia gloriosa.

ARZOBISPO.- Preséntamela al momento;

tu reliquia quiero ver

para rendirle acatamiento

porque es todo mi deber.

(Juan Diego suelta las puntas de su tilma, caen las flores al suelo, y queda la soberana Reina

estampada en el ayate. El Arzobispo se hinca rindiendo adoración).

CORO.- (Música y Canto).- Bendita la aparición;

Gracias te damos, Señora,

122

Page 123: Teatro breve

Patrona de la Nación,

de las almas defensora.

ARZOBISPO.- Bendita seas Madre ufana,

gracias doy en general,

porque bajaste a amparar

a la Nación Mexicana.

Salve Reina Soberana,

paloma maravillosa,

Hija del Eterno Padre

del Divino Verbo Madre,

del Santo Espíritu, esposa,

niña linda y agradable

CORO.- (Música y canto).- Gloria por siempre a María

feliz Nación Mexicana,

digamos con alegría;

¡Viva la Guadalupana!

(Se parará el Arzobispo, besará a la Santísima Virgen, luego le pedirá la sagrada tila al dichoso

Juan Diego),

ARZOBISPO.- Dame la tilma sagrada

para ponerla en el altar,

sin la culpa original

a esa Reina inmaculada.

ARZOBISPO.- Te daré ropa y dinero,

pronto, al contado y luego,

dame el retrato del cielo,

te lo suplico, Juan Diego.

JUAN DIEGO.- ¿Para qué lo quiero dinero?

me lo dijo madrecita

cuando corté la rosita

que me lo lleva a los cielos.

(Entrega Juan Diego la sagrada tilma; el Arzobispo la coloca en su oratorio, luego Juan Diego va

en unión de todo el clero a enseñarles en el cerro del Tepeyac las cuatro apariciones que en aquel

lugar se hiciera en Santa Catedral).

123

Page 124: Teatro breve

Mozart y Salieri

Alejandro S. Pushkin

ESCENA PRIMERA

SALIERI.- Se dice que en este mundo no existe la verdad. Y dudo incluso de que exista en el otro.

Esto me resulta tan evidente como una simple escala. He venido al mundo para amara el arte.

Siendo niño, solía escuchar embelesado, el órgano de nuestra vieja catedral sin poder contener las

lágrimas. Pronto rechacé los fútiles pasatiempos, y me disgustó todo lo que no tuviese relación con

la música. Me aparté de todo, consagrándome sólo a ella. Los primeros pasos son difíciles, y árido

el principio de la senda. No obstante, conseguí vencer los fracasos del principiante y consideré el

oficio como base del verdadero arte. Llegué a ser un técnico, un artesano; logré que mis dedos

adquiriesen la agilidad necesaria y respondiesen a mi oído musical. Disequé los sonidos como si

se tratase de u cadáver. Comprobé la armonía mediante el álgebra. Y sólo entonces me dejé

arrastrar por las delicias del ensueño de la creación. Comencé a crear…, pero no me atrevía aún a

anhelar la fama. Más de una vez, después de permanecer dos o tres días recluido en mi celda

silenciosa olvidando alimentarme y tras de haber saboreado la exaltación y las lágrimas propias de

la divina inspiración, echaba mi obra al fuegos contemplando fríamente, cómo desaparecían

transformados en humo los sones que había engendrado… Pero, ¿qué digo? Cuando apareció el

gran, el genial Gluck, revelándonos nuevos misterios, misterios sublimes, profundos, ¿acaso no

abandoné todo lo que había llegado a conocer y a amar, todo aquello en que tenía fe, para seguirlo

ciegamente lo mismo que un ser perdido que varía de rumbo aconsejado por un caminante que

acaba de encontrar? Gracias a mi perseverancia logré alcanzar un grado bastante elevado en el

arte infinito. La suerte me sonrió: otros comprendieron mis creaciones musicales. Y fui dichoso por

mi trabajo, los éxitos, la fama y la obra de amigos y colaboradores en nuestro arte sublime.

Nunca conocí la envidia. ¡Nunca, nunca! Ni cuando Puccini dejó maravillados a los parisinos, ni

tampoco al oír por primera vez los sones de Ifigenia. ¿Quién hubiera dicho que Salieri era un

envidioso digno de desprecio, que, sintiéndose impotente, mordía como una serpiente la dura

roca?

Pero ahora si. Debo reconocerlo. ¡Siento envidia! Siento envidia y sufro horriblemente. ¡Oh, Dios

mío! ¿Dónde está la justicia si la genialidad imperecedera, el divino don, no se le otorga el premio

al que, rebosante de amor, trabaja olvidándose a sí mismo, sino que iluminan el cerebro de un

demente, de un holgazán cualquiera...? ¡Oh, Mozart, Mozart...! (Entra Mozart).

MOZART.- ¡Cuánto siento que me hayas visto entrar! Quería sorprenderte y gastarte una broma…

SALIERI.- ¿Llevas mucho tiempo aquí?

124

Page 125: Teatro breve

MOZART.- No, he llegado en este momento… Tenía prisa por enseñarte una fruslería; pero, al

pasar a la bodega, oí un violín… ¡Querido Salieri, en tu vida habrás oído una cosa igual…! Era un

ciego que tocaba Voi che sapete, ¡qué manera de interpretar! ¡Qué maravilla! No he podido

resistir, he querido obsequiarte con su arte…, y aquí lo tienes. ¡Eh! ¡Adelante! (Entra un anciano

con un violín). ¡Tócanos algo de Mozart! (el viejo toca el aria de Don Juan. Mozart ríe).

SALIERI.- ¡Me parece imposible que puedas reír!

MOZART.- ¡Ah, Salieri! ¿Acaso no deseas reír tú también?

SALIERI.- ¡Desde luego, no! ¿Podría reír viendo marchar un cuadro de una Madonna de Rafael a u

pintor de brocha gorda? ¿O a Dante Alighieri profanado por un imitador servil…? ¡Vete! ¡Vete,

viejo!

MOZART.- ¡Espera! Toma. Para que bebas a mi salud. (El viejo se va). Salieri, veo que hoy estás

de mal humor… Ya volveré por aquí cualquier día.

SALIERI.- ¿Qué traías para enseñarme?

MOZART.- Una cosita sin importancia. Anoche no podía conciliar el sueño… Y tuve una idea…,

unos temas que he apuntado hoy… (Enseñándole el papel). Deseo saber tu opinión… Pero, no

estás bien dispuesto…

SALIERI.- Mozart, ¡qué injusto eres! ¿Me has visto algún día mal dispuesto para escucharte?

¡Siéntate y toca…! Te escucho…(Mozart se sienta al clavecín).

MOZART.- Figúrate a alguien… pero, ¡qué más da…! Podemos suponer que soy yo mismo…,

cuando era más joven… Supongamos que esto enamorado…, pero no mucho, ¿sabes…? Sólo un

poco… Imagínate que me acompaña una muchacha… o, si te parece mejor, un amigo…, y que ese

amigo eres tú, por ejemplo. Estoy alegre…, cuando, de pronto, veo algo fúnebre…, unas sombras

o algo por el estilo… Bien, ahora escucha… (Empieza a tocar).

SALIERI.- ¡Señor! ¿Has podido pararte junto a la bodega para escuchar a un violinista ciego

teniendo esto y viniendo aquí? ¡Oh, Mozart! ¡No eres digno de ti!

MOZART.- ¿Qué? ¿Te gusta…?

SALIERI.-¡Es profundo, amplio austero! ¡Eres un Dios, Mozart…! Lo eres sin sospecharlo tú

mismo…Estoy seguro.

MOZART.- No sé qué decirte…, tal vez….Pero mi divinidad tiene hambre en este momento.

SALIERI.- Comeremos juntos… ¿Sabes dónde? En la bodega del León de Oro… ¿Quieres?

MOZART.- Muy bien… Pero he de avisar a mi mujer para que no me espere… Sólo un instante…

(Sale).

SALIERI.- ¡Si, te esperaré! ¡Oh! ¡No puedo luchar más contra mi destino! Tengo que matarlo, de

otro modo… estamos perdidos… y no sólo yo, con mi escasa fama, sino todos los fieles al arte de

la música… ¿Qué utilidad nos ha de traer el que Mozart siga viviendo y que se haga cada vez más

célebre? ¿Acaso puedo lograr que mi arte sea más excelso? No. Y con su muerte el arte decaerá,

ya que no deja heredero alguno… ¿Y qué provecho sacará el mundo de Mozart? Vino a la tierra

como un querubín trayéndonos algunas canciones del paraíso para turbar nuestros míseros

125

Page 126: Teatro breve

deseos privados de alas y para desaparecer luego y dejarnos en el mayor abandono… ¡Que se

vaya, pues, cuanto antes! ¡Será mejor para nosotros! He aquí el veneno…, es el don póstumo de

mi Isora. Dieciocho años ha que lo llevo conmigo. ¡Cuántas veces la vida me ha resultado una

carga insoportable1 ¡Cuántas veces me he encontrado en la mesa frente a un enemigo…! Mas

nunca hice caso a la voz hechicera que me susurraba cosas terribles al oído…, a pesar de que no

soy pusilánime ni tengo la vida en gran estima. Siempre aplazaba mi resolución con la esperanza

de que la existencia podía ofrecerme aún dones inesperados…, de que tal vez llegase la noche de

inspiración creadora, de que yo fuese un nuevo Haydn, creador de cosas grandiosas, y entonces…

También pensaba que podía hallar algún día al peor de mis enemigos…, y, en ese caso, ¡Oh, don

de mi Isora!, no te habrías perdido sin provecho… ¡Y no me he equivocado! Por fin hallé a mi

enemigo… ¡Llegó la hora…! ¡Oh, don sagrado del amor!, hoy mismo estarás en la copa de la

amistad…

ESCENA II

(Un cuadro reservado en una bodega con un clavecín. Mozart y Salieri sentados a la mesa).

SALIERI.- ¿Por qué estás tan triste hoy?

MOZART.- ¿yo? No; no estoy triste.

SALIERI.- Pareces disgustado… La cena es exquisita… También el vino… ¿Por qué, pues, te

muestras tan taciturno y callado?

MOZART.- Te lo voy a confesar… Mi Réquiem me tiene muy preocupado…

SALIERI.- ¡Cómo! ¿Estás componiendo un Réquiem? ¿Desde cuándo?

MOZART.- Llevo tres semanas dedicado a él. Pero, ¿creerás que me ocurre algo muy extraño..?

¿No te lo he contado…?

SALIERI.- No.

MOZART.- Hace tres semanas volví muy tarde a mi casa. Me dijeron que alguien había preguntado

por mí. ¿Quién podía ser? Pasé la noche pensando en ello… Al día siguiente aquel desconocido

volvió a preguntar por mí pero tampoco me encontró en casa. ¿Qué podía querer de mí…? Al

tercer día, estaba sentado en el suelo jugando con mi hijo cuando me llamaron. Al salir de la

habitación vi a un hombre vestido de negro. Me saludó con gran cortesía y me encargo un

Réquiem. Sin detenerse más, se despidió. Me puse a la obra…, pero el desconocido no ha vuelto.

Por otra parte, eso me alegra. Si he de decir la verdad, sentía despenderme de mi composición

una vez acabada… Pero, al mismo tiempo…

SALIERI.- ¿Qué?

MOZART.- Me da vergüenza confesarlo.

SALIERI.- ¿Por qué?

126

Page 127: Teatro breve

MOZART.- No puedo apartar de mi mente la visión de aquel hombre vestido de negro… Tengo la

impresión de que me sigue por toas partes, como una sombra… en este momento noto como si

estuviera junto a nosotros.

SALIERI.- ¡qué tontería1 No seas chiquillo… es necesario que te distraigas… Beaumarchais me

dijo una vez: “Amigo Salieri: si te persiguen pensamientos tenebrosos, descorcha una botella de

champaña o lee Las Bodas de Fígaro…”.

MOZART.- ¡Ah, si…! Beaumarchais era amigo tuyo…, ya recuerdo. Escribiste tu Tarara para él…

¡Qué bonita obra…! ¡Qué hermoso tema…! Siempre los recuerdo, la, la, la… Pero, dime: ¿es cierto

que Beaumarchais envenenó a alguien?

SALIERI.- No creo…, era demasiado… grotesco , no hubiera sido capaz de hacerlo.

MOZART.- Era un genio lo mismo que tú y yo… Cero que la genialidad es incompatible con el

crimen… ¿no es cierto?

SALIERI.- ¿Crees eso? (Echa el veneno en la copa). ¡Bebamos…!

MOZART.- ¡A tu salud! Por la sincera amistad que une a Mozart y a Salieri, dos hijos predilectos de

la armonía. (Bebe).

SALIERI.- ¡Has bebido sin esperarme…!

MOZART.- (Arrojando la servilleta sobre la mesa). No quiero nada más… Ya estoy satisfecho…

(se acerca al clavecín). Voy a tocar... Es mi Réquiem. (Empieza a tocar). Pero, ¿lloras?

SALIERI.- Éstas son mis primeras lágrimas … Me siento alegre y triste al mismo tiempo…Es como

si hubiese cumplido con mi deber…o como si me hubiesen amputado un miembro doliente… ¡No

hagas caso der estas lágrimas, amigo Mozart… Sigue tocando… Toca, toca, invade mi alma con

esos sones sublimes…

MOZART.- ¡Oh, si todos comprendieran la armonía como tú! Pero no…, entonces no podría existir

el mundo… ¡En cambio, ahora, somos unos cuantos elegidos los que despreciamos lo que solo es

útil… ¿no te parece? Pero estoy cansado…; no me encuentro bien … Adiós, Salieri. Me voy a

dormir. (Sale).

SALIERI.- ¡Adiós! ¡Dormirás mucho tiempo…! Pero, ¿será cierto lo que ha dicho? Según sus

palabras, no soy genio… ¿Serán incompatibles la genialidad y el crimen? No…¡no puede ser! ¿Y

Bounarroti? ¿O se trata de una leyenda… y el creador del Vaticano no fue un asesino?

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Page 128: Teatro breve

La mañana de un hombre ocupado

Nicolás V. Gogol

PERSONAJES

Iván Petrovich

Criado

Criado II

Alejandro Ivanovich

Schreider

Katerina Alexandrovna

ESCENA PRIMERA

Despacho con varias librerías llenas de libros; en la mesa, papeles en desorden. Iván Petrovich,

hombre ocupado, entra vestido con batín, se estira y bosteza. Llama al timbre. Una voz contesta

desde la antesala: “¡En seguida!”. Iván Petrovich llama por segunda vez; de nuevo se oye la misma

voz: “¡En seguida!”. Iván Petrovich se impacienta y llama por tercera vez. Entra un criado.

IVÁN PETROVICH.- ¿Estás sordo?

CRIADO.- No, señor.

IVÁN PETROVICH.- ¿Por qué no acudes en seguida y me obligas a llamar tres veces?

CRIADO.- No podía dejar mi trabajo, estaba limpiando las botas.

IVÁN PETROVICH.- ¿Y qué hacía Iván?

CRIADO.- Estaba barriendo la habitación, ahora ha ido a la cuadra.

IVÁN PETROVICH.- ¡Tráeme el perrito! (El criado le acerca un perro). ¡Ziuziushka, Ziuziushka! ¡Te

voy a engalanar! (Le pone un papel en el rabo. Un criado entra apresuradamente).

CRIADO II.- ¡Alejandro Ivanovich!

IVÁN PETROVICH.- ¡Qué pase! (Deja con precipitación al perrito y abre el Código).

ESCENA II

Iván Petrovich y Alejandro Ivanovich (Quien es también un hombre ocupado)

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Page 129: Teatro breve

ALEJANDRO IVANOVICH.- ¡Buenos días, Iván Petrovich!

IVÁN PETROVICH.- ¿Qué tal, Alejandro Ivanovich?

ALEJANDRO IVANOVICH.- bien, gracias ¿Llego en un momento oportuno?

IVÁN PETROVICH.- ¡No, de ninguna manera! Ya sabe que siempre estoy ocupado. ¿A que hora

regresó usted a su casa?

ALEJANDRO IVANOVICH.- A las seis. Cuando pasaba por la Ofitsertskaia, pregunté al centinela:

“¿Qué hora es, amigo?”. “Acaban de dar las seis”, me contestó. Así fue como me enteré.

IVÁN PETROVICH.- ¡Toma! Yo volví casi a la misma hora. ¿Qué tal la partidita? ¡Je, je, je!

ALEJANDRO IVANOVICH.- ¡Je, je, je! Confieso que hasta he soñado con ella.

IVÁN PETROVICH.- ¡Je, je, je! No me podía explicar por qué Lukian Fedoscievich había puesto el

rey. Yo tenía la sota de espadas y observé que hacía rato había hecho un renuncio.

ALEJANDRO IVANOVICH.- ¡Hay que ver lo que duró la octava partida!

IVÁN PETROVICH.- Es verdad… (Tras un silencio). Guiñé el ojo a Lukian Fedoscievich para que

triunfara, pero no me hizo caso.

ALEJANDRO IVANOVICH.- No hubiera podido hacerlo.

IVÁN PETROVICH.- Olvida usted que tenia el siete de espadas.

ALEJANDRO IVANOVICH.- ¿Es posible? No lo recuerdo.

IVÁN PETROVICH.- Naturalmente, tenía el cuatro, que echó, y el siete.

ALEJANDRO IVANOVICH.- Perdone, Iván Petrovich, pero no podía tener mas que una de las dos.

IVÁN PETROVICH.- ¡Qué me dice, Alejandro Ivanovich! ¡Le aseguro que tenía las dos! Lo

recuerdo perfectamente: el cuatro y el siete.

ALEJANDRO IVANOVICH.- Sólo tenía el cuatro. Además, en ese caso hubiera triunfado,

reconózcalo.

IVÁN PETROVICH.- Estoy completamente seguro de lo que digo. Alejandro Ivanovich.

ALEJANDRO IVANOVICH.- Iván Petrovich, eso es imposible.

IVÁN PETROVICH.- Escuche, Alejandro Ivanovich. Lo mejor es que vayamos mañana a casa de

Lukian Fedoscievich. ¿Quiere?

ALEJANDRO IVANOVICH.- Bueno.

IVÁN PETROVICH.- le preguntaremos si tenía el siete de espadas.

ALEJANDRO IVANOVICH.- No tengo ningún inconveniente. A propósito, es extraño que Lukian

Fedoscievich juegue tan mal. Porque no se puede negar que es un hombre inteligente. Además,

es tan fino y tiene unos modales…

IVÁN PETROVICH.- Y es muy culto. ¡Pocos hombres como él hay en Rusia! ¿Ha visitado usted a

Su Excelencia?

ALEJANDRO IVANOVICH.- Si. Ahora vengo de allí. Esta mañana hacía fresquito. Tengo

costumbre de llevar camisetas de algodón; son mejores que las de franela, pero no abrigan

bastante. Por eso, me puse la pelliza. Cuando llegué a casa de Su Excelencia, aún estaba

dormido. Pero aguardé un poco y me recibió. Charlamos de diferentes cosas…

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Page 130: Teatro breve

IVÁN PETROVICH.- ¿Hablaron de mí?

ALEJANDRO IVANOVICH.- ¡Pues no faltaría más! Fue una conversación curiosísima.

IVÁN PETROVICH.- (Animándose). ¡Ah, sí! ¿Por qué?

ALEJANDRO IVANOVICH.- Espere, espere, se lo contaré todo en orden. Realmente fue divertido.

Entre otras cosas, su excelencia me preguntó por qué no me había dejado ver en tanto tiempo y se

interesó por el baile de anoche y por las personas que a él asistieron. “Excelencia, han estado

Paviel Grigorievich Borshchov e Ilia Vladimirovich Bubunitsin” le dije. A lo que él me contestó:

“Hum”. “También estuvo alguien que conoce Su Excelencia…”, añadí.

IVÁN PETROVICH.- ¿A quién se refería usted?

ALEJANDRO IVANOVICH.- ¡Espere! ¿Qué cree que me contestó a eso?

IVÁN PETROVICH.- No sé…

ALEJANDRO IVANOVICH.- ¿De quién se trata? ”De Iván Petrovich Barzukov”, le dije. Su

Excelencia replicó: “¡Hum! Es un funcionario que…”, (Mira hacia abajo). Estos techos están muy

bien pintados… ¿Los pintaron por cuenta de usted o de la casera?

IVÁN PETROVICH.-Esta casa es del Estado.

ALEJANDRO IVANOVICH.- No están nada mal. Esas cestitas, esas liras y esos tambores y

tamboriles resultan alegres y naturales.

IVÁN PETROVICH.- (Impaciente). ¿Qué dijo Su Excelencia?

ALEJANDRO IVANOVICH.- ¡Ah, sí! Se me olvidaba. ¿Qué fue lo que dijo…?

IVÁN PETROVICH.- ¡Hum! Es un funcionario…

ALEJANDRO IVANOVICH.- Eso es, eso es… Dijo: “Es un funcionario… que trabaja bajo mis

órdenes” Después, la conversación perdió interés, hablamos de cosas corrientes.

IVÁN PETROVICH.- ¿No dijo nada más de mí?

ALEJANDRO IVANOVICH.- No.

IVÁN PETROVICH.- (Aparte). Pues, no es mucho. ¡Dios mío! Si hubiese dicho: “Teniendo en

cuenta tales y cuales méritos de Barzukov, propongo que se le…”

ESCENA III

Dichos y Schreider (que aparece en la puerta)

IVÁN PETROVICH.- Pase, pase, haga el favor. ¿Trae el informe?

SCHREIDER.- Si; el de la Cámara y el del administrador para que los firme usted.

IVÁN PETROVICH.- (Leyendo mientras habla Schreider). “…Al señor administrador…” ¿Qué

significa esto? Los márgenes están torcidos. ¿Sabe lo que puede costar un descuido semejante?

(Lo mira fijamente).

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Page 131: Teatro breve

SCHREIDER.- Se lo advertí a Iván Ivanovich, pero me dijo que el Ministro no se iba a fijar es esa

pequeñez.

IVÁN PETROVICH.- ¡Pequeñez! ¡Qué fácil es hablar así! También a mí me parece que el ministro

no se fijará. Pero, ¿Y si no fuese así?

SCHREIDER.- Podemos copiarlo, pero temo que nos retrasemos… Ya que usted cree que el

ministro no prestará atención…

IVÁN PETROVICH.- De acuerdo, el Ministro no se va a entretener en esas tonterías. Pero, ¿y si se

le ocurre fijarse en los márgenes?

SCHREIDER.- En este caso, voy a copiarlo inmediatamente.

IVÁN PETROVICH.- Esto es, “es este caso…” Hablo con usted porque es un hombre universitario.

No gastaría saliva hablando con otro.

SCHREIDER.- Me he atrevido a dejar los márgenes así porque el señor ministro…

IVÁN PETROVICH.- Lo que me dice es cierto, no trato de discutir con usted… Desde luego el

Ministro no ha de fijarse en esa pequeñez. Pero, y si de pronto… Entonces, ¿qué?

SCHREIDER.- Voy a copiarlo (se va).

ESCENA IV

IVÁN PETROVICH.- (se encoge de hombros y se vuelve hacia Alejandro Ivanovich). Ese joven

tiene pajaritos en la cabeza. Hace poco que ha salido de la Universidad, pero esto (Se señala la

frente) lo tiene vacío. No se puede imaginar, respetable Alejandro Ivanovich, cuánto trabajo me ha

costado poner todo en orden. ¡Si hubiese visto el estado en que estaban las cosas cuando tomé

posesión de mi cargo! Ni un solo funcionario sabía escribir decentemente. Figúrese que algunos

ponían una e y xcelencia en la línea siguiente. Era horrible. En cambio, ahora da gusto. Todos los

documentos están bien escritos.

ALEJANDRO IVANOVICH.- Con razón puede decirse que se ha ganado usted este puesto con el

sudor de su frente.

IVÁN PETROVICH.- (Suspirando). Eso es, con el sudor de mi frente. ¡qué le vamos a hacer! Así es

mi carácter. De no haberme esforzado, ahora no sería nadie. En mi pecho debería faltar espacio

para las medallas. ¿Qué quiere? Puedo hacer alusiones y lanzar indirectas, pero hablar

claramente, pedir algo para mí… ¡no, eso no va con mi manera de ser! Otros saben aprovecharse

de cada instante… Yo me rebajo a lo que sea, pero nunca a una vileza. (Suspira). Ahora

desearía… que al menos me concediesen una condecoración… no es que me interese demasiado,

sólo me gustaría tener una prueba de que la superioridad ha tenido una atención conmigo.

Alejandro Ivanovich, usted, que se magnánimo, cuando hable con Su Excelencia, aluda –si tiene

ocasión- al orden que reina en mi oficina. Es tan perfecto que no podría encontrarse en ningún otro

sitio…

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Page 132: Teatro breve

ALEJANDRO IVANOVICH.- con mucho gusto, siempre que se me presente una oportunidad…

ESCENA V

Dichos y Katerina Alexandrovna (Esposa de Iván Petrovich)

KATERINA ALEXANDROVNA.- ¡Oh! ¡Alejandro Ivanovich! ¡Dios mío! ¡Cuánto tiempo sin vernos!

Nos tenía usted olvidados… ¡Cómo está Natalia Fominishna?

ALEJANDRO IVANOVICH.- Ahora bien, gracias a Dios. Pero ha estado enferma.

KATERINA ALEXANDROVNA.- ¿Es posible?

ALEJANDRO IVANOVICH.- Tuvo un cólico muy fuerte. El médico le recetó un depurativo y una

cataplasma.

KATERINA ALEXANDROVNA.- Debería probar la homeopatía.

IVÁN PETROVICH.- Es maravilloso a lo que llega el progreso. Katerina Alexandrovna, hablas de

homeopatía, pero hay cosas aún más sorprendentes. Hace poco asistí a una representación y

figúrense que un chiquillo así (Indica con la mano), debía tener unos tres años, bailaba sobre una

cuerda. ¡Si lo hubiesen visto! Les aseguro que se me cortaba el aliento de emoción…

ALEJANDRO IVANOVICH.- ¿Y que me dice usted de Melas? ¡Qué bien canta!

IVÁN PETROVICH.- Es verdad. ¡Cuánto sentimiento…!

ALEJANDRO IVANOVICH.- Ya lo creo.

IVÁN PETROVICH.- Se ha fijado usted lo bien que hace esto… (Da unas cuantas vueltas por la

estancia con una mano puesta sobre los ojos).

ALEJANDRO IVANOVICH.- Tiene usted razón, es extraordinario… Pero, se está haciendo tarde,

no tardarán en dar las dos.

IVÁN PETROVICH.- ¿Qué prisa tiene usted, Alejandro Ivanovich?

ALEJANDRO IVANOVICH.- Es hora de que me vaya. Aún tengo que hacer tres visitas ante de

comer.

IVÁN PETROVICH.- Entonces adiós. ¿Hasta cuándo? ¡Ah1 Se me olvidaba, ¿Nos veremos

mañana en casa de Lukian Fedoscievich?

ALEJANDRO IVANOVICH.- ¡Sin falta! (Se despide).

KATERINA ALEXANDROVNA.- Adiós, Alejandro Ivanovich.

ALEJANDRO IVANOVICH.- (En la antesala, poniéndose la pelliza). No aguanto a este hombre. No

trabaja, cada día está más gordo y encima quiere dar la impresión de que ha hecho esto o

aquello… Ahora pretende que le den una condecoración. ¡Y la conseguirá! ¡La conseguirá! ¡Qué

canalla! Esos tipos son los que siempre llegan a tiempo. En cambio yo… yo… Llevo cinco años

más que él en mi cargo y aún no me han ascendido. ¡Qué ser tan repulsivo! Todo su afán es decir

que no quiere nada, que sólo le gustaría que la superioridad se fije en él… ¡Y me pide que

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Page 133: Teatro breve

interceda a favor suyo…! ¡A mí! ¡Ya verás el servicio que te prestaré, amigo! No conseguirás la

condecoración, ¡no la conseguirás! ¡No la conseguirás! (Se da repetidos golpes con el puño en la

palma de la mano y sale).

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Page 134: Teatro breve

Dos hombres en la mina

Ferenc Herczeg

PERSONAJES

Kop

Brádi

Oscura cavidad subterránea en la mina de carbón hundida. A la derecha escombros, a la izquierda

la entrada de una galería.

BRÁDI.- (En completa oscuridad yace en el suelo y reza en voz alta). El pan nuestro de cada día

dánosle hoy… Y perdónanos nuestras deudas así como nosotros perdonamos a nuestros

deudores y no nos dejes caer en la tentación… No nos dejes caer en la tentación… En la

tentación… (No sabe continuar).

(Ruido sordo, producido por un nuevo desplazamiento en alguna galería, que muere luego en las

entrañas de la tierra).

BRÁDI.- (Se incorpora rápidamente, aguza el oído, después habla despavorido). ¡Desprendimiento!

¡Otro desprendimiento! ¡Se hunde la montaña! (Vuelve a tumbarse emitiendo un sonido medio

suspiro medio bostezo). ¿Dónde está el señor ingeniero? ¿Dónde está el contramaestre? ¿Dónde

está Dios? Nadie…nadie… Solo en la noche… (Reza). No nos dejes caer en la tentación…(Con

tristeza). Ya no me acuerdo de cómo continúa. (Después de una pausa vuelve a sentarse de

golpe, atiende, habla con la voz ahogada). ¡Alguien! (Se pone en pie). ¡Alguien habla por aquí! (Se

acerca a la entrada). ¡Hay alguien en la galería! (aguza el oído, se santigua). ¡Jesús! ¿O es sólo mi

corazón? (Escucha). Uno, dos… (Tambaleándose). ¡Ahora se detiene! (A voz en grito). ¡Socorro!,

hombres! ¡Hermanos! ¡Por aquí! (Escucha). Nada… sólo mi corazón… pero no, sí: uno, dos…

(Espantado). ¡Jesús y María, si es el fantasma de la mina…! ¡Sólo no volverse loco! (Mirando hacia

la galería). ¡Una estrella, una estrella en la noche! ¡Una linterna en el recodo! (Reza). No nos dejes

caer en la tentación… (Se apoya agotado en la pared, aprieta las manos contra el corazón).

KOP.- (Desde lejos). ¡Eeeh!

BRÁDI.- (Incapaz en su emoción de gritar deja oír un ronquido).

(En el profundo silencio se oye el ruido de unos pasos sobre el suelo enlodado).

KOP.- (Entra de la izquierda levantando en alto su lámpara de seguridad, que está apagándose).

¡Eeeh!

BRÁDI.- (Resuella débilmente).

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Page 135: Teatro breve

KOP.- ¿quién gimotea aquí? ¿Hombre o animal? (Pasea la luz en derredor, la cual cae sobre el

rostro de Brádi. Durante un instante se miran fijamente). ¡Hombre!

BRÁDI.- (Con un suspiro). ¡Hombre!

KOP.- ¿Un hombre vivo aquí? ¿Estás solo?

BRÁDI.- (Emocionado y entusiasmado). Hombre, un pobre hombre pecador, un pobre minero…

¡Alabado sea el nombre del Señor! (Se santigua). El padre, el Hijo y el Espíritu Santo… te han

enviado con sus ángeles para que condujeras al pobre minero a la luz…

KOP.- (Seco). Bien, bien, no hay que redoblar enseguida las campanas… ¿Estás solo?

BRÁDI.- Solo en la noche… Y no sé siquiera lo que ocurrió conmigo… Lo que fue aquel espanto en

la mina…

KOP.- ¿qué iba a ser? Grisú, explosión… Algún bribón, fumador de pipa, nos hizo caer encima el

monte. ¿Dónde trabajabas al ocurrir la explosión?

BRÁDI.- En el pozo de San Esteban, para servirle.

KOP.- (Sorprendido). ¿En el San Esteban? ¿Estás en tus cabales? ¿Sabes lo que dices?

BRÁDI.- En el San Esteban. Descendí con el turno de noche, con el destacamento del

contramaestre Sárosi.

KOP.- (Mueve incrédulo la cabeza). ¿Y dónde están tus compañeros?

BRÁDI.- No lo sé. Me separó de ellos la galería derrumbada. Quizás hayan muerto todos.

KOP.- ¿Y tú?

BRÁDI.- La misericordia divina estuvo conmigo… El contramaestre Sárosi me mandó al depósito

para buscar dinamita… Entonces ocurrió y me salvé… Acababa de recoger seis cartuchos cuando

ocurrió…

KOP.- ¿Y cómo llegaste hasta aquí desde el depósito?

BRÁDI.- No lo sé, señor. De repente el monte empezó a bramar y a revolverse como un toro

enfurecido… Me lancé a la ciega oscuridad, algo me empujaba hacia delante… Como cuando

vuela uno en sueños… A través de las galerías, de los tajos, todo en la oscuridad… Me caí, volví a

levantarme… Tenía conmigo la dinamita, pero no me acordaba de ello. Es un milagro que no me

haya volado. Me di contra la viga, perdí el conocimiento y cuando volví en mí, estaba aquí en este

sitio… Desde entonces sigo aquí en la oscuridad. Cuando la miro durante mucho rato, empieza a

moverse y a lloriquear como si tuviese cien brazos y pies… A veces veo ojos encendidos y oigo

cánticos desde las entrañas del monte, suaves cantos infantiles… Se dice que la muerte canta así

en la mina y que si alguien lo oye, no vuelve a salir jamás…

KOP.- (Impaciente). ¡Deja ya esos cuentos de vieja!

BRÁDI.- (Confuso). Hace tanto tiempo que no he hablado con nadie…

KOP.- ¿Cómo te llamas’

BRÁDI.- Brádi, Mihály Brádi. Nací en Szoboszló.

KOP.- (Con desprecio). De bodoque eres del llano… Se nota que te criaste con espejismos y cerdo

en gelatina.

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Page 136: Teatro breve

BRÁDI.- (Un tanto ofendido). Mi padre era cura…

KOP.- Sangre de señores corrompida… ¡Oh, si no viese yo nunca más gente de esta en la mina!

¿Tienes lámpara?

BRÁDI.- Si, pero tuvimos que apagarlas todas cuando notamos el olor del gas. Y no pude volver a

encenderla porque en San Esteban todas las linternas van con llave.

KOP.- ¿Tienes aún gasolina?

BRÁDI.- Apenas falta algo.

KOP.- (Contento). Bien, la mía está agotándose. ¿Sabes dónde estás?

BRÁDI.- No lo sé, señor. Corrí como un loco.

KOP.- En el antiguo pozo de Eva.

BRÁDI.- (Asombrado). ¿En el Eva? (Se santigua). ¡Jesús María! ¿Cómo es posible? Bajé al san

Esteban… Con el contramaestre Sárosi… ¡Desde aquí son diez kilómetros!

KOP.- En la oscuridad debes haber dado con el túnel que enlaza al San Esteban con el Eva.

BRÁDI.- ¡Jesús y María! ¿Y cuánto tiempo hace que pasó la desgracia?

KOP.- Hace tres días exactamente.

BRÁDI.- ¿Tres días? Yo creía que una semana… En la oscuridad el tiempo se pudre como el agua

encharcada.

KOP.- ¿Tuviste algo de comer?

BRÁDI.- (Con sonrisa emocionada). Una vez leí una historia… -el libro era de la biblioteca del

Círculo-, un hombre, un joven picador se había quedado en la ratonera como yo… Durante tres

días no tuvo nada qué comer y ya creía que iba a perder su alma… Y entonces llegó cierta

persona. Parecía un capataz o entibador… Y por caminos desconocidos le condujo fuera de la

mina, al sol, y entonces le dijo: “Hermano, estás libre”. Y a éste, al salvador, no le vieron en la

cuenca ni antes no después.

KOP.- Oye llanero, a mí no me interesan tus cuentos de vieja.

BRÁDI.- Yo no te he visto hasta ahora y no sé quién eres. Tu cara es casi como la de mi difunto

hermano.

KOP.- Estas hablando necedades. Dí si tenías algo de comer.

BRÁDI.- (Descorazonado). Un poco sí… La patrona había hecho pastelillos salados y me metí

unos cuantos en el bolsillo.

KOP.- ¿Tienes todavía algo?

BRÁDI.- Me los comí… Ya al principio… Pero aún tengo fuerzas y si quieres ya podemos ir.

KOP.- ¿Ir? ¿Adónde?

BRÁDI.- ¡Fuera de aquí, al aire libre, al sol!

KOP.- ¿al sol? (Comprende el error de Brádi). ¡Ah, si!

BRÁDI.- (Con voz insegura). Quisiera volver a mi hospedaje…

KOP.- (Coloca su lámpara en el suelo y se sienta sin decir palabra).

BRÁDI.- (Le mira receloso, empieza a sospechar algo). Entonces ¿no vienes de ahí arriba?

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Page 137: Teatro breve

KOP.- (Esquiva su mirada). Vengo de abajo.

BRÁDI.- (Tímidamente). ¿No eres del equipo de salvamento?

KOP.- Soy prisionero como tú. Un prisionero de la mina. A mí también me cogió aquí el

hundimiento.

BRÁDI.- ¿Ah, si? Entonces…entonces… (Se enjuga la frente, se calla aturdido).

KOP.- (Mirando obstinadamente al suelo). No soy del salvamento. Cuando ocurrió aquello estaba

mirando las filtraciones de agua desde el pozo de Eva. Avisaron que el agua iba subiendo.

BRÁDI.- (Sin interés, sólo por decir algo). ¿Estás con las bombas?

KOP.- A veces también… Estaba en el piso segundo cuando el agua inundó la galería baja. Y

entonces ya no se podía volver al San Esteban… Di vueltas durante dos días, hasta que empezó a

acosarme la crecida…

BRÁDI.- ¿Y cómo conseguiste huir?

KOP.- Encontré el antiguo vertedero y he subido.

BRÁDI.- ¿No estaba cegado?

KOP.- Lo he limpiado.

BRÁDI.- ¿Tenías herramientas?

KOP.- Si, mis diez uñas. Fue un trabajo urgente, el agua me acosaba cada vez más… (Mirando

sus uñas). Mis diez uñas se han quedado allí, pero el vertedero está despejado.

BRÁDI.- ¿Qué comiste?

KOP.- Nada.

BRÁDI.- ¿Desde hace tres días? Eres un mozo duito si has aguantado así. ¿Dónde está ahora el

agua?

KOP.- En el piso primero.

BRÁDI.- ¿Sigue subiendo?

KOP.- Sesenta centímetros por hora.

BRÁDI.- Tu lo sabes todo. ¿Sabes también si nos puede alcanzar?

KOP.- Si puede.

BRÁDI.- ¿Puede?

KOP.- (Asiente silencioso con la cabeza).

BRÁDI.- (Con desesperación sorda). ¿Entonces ¿Entonces?

KOP.- Veremos lo que se puede hacer. (Ilumina escrutador la cavidad). ¡Mil diablos! Esto no tiene

buen aspecto.

BRÁDI.- (Sigue con vivo interés cada movimiento del otro). ¡No, no mientes al Diablo!

KOP.- (Sigue investigando la cavidad). Maldito aspecto tiene. Me parece que estamos en un

callejón sin salida. ¡Qué guarida de ratas es esta! No es ni socavón ni chimenea de ventilación…

¿Qué demonios será? (Se rasca el cogote). Lástima que pise yo por primera vez el pozo de Eva.

137

Page 138: Teatro breve

BRÁDI.- (Sombrío, caviloso). Detrás el agua, delante la montaña… (Levanta la cabeza). ¡Dios

nuestro Señor nos ayudará!

KOP.- A Dios nuestro Señor le importan más las leyes de la física que el pellejo de dos mineros.

BRÁDI.- (Optimista). ¡Pero los hermanos! ¡Los hermanos no nos abandonarán! Apostaría que en

este momento ya están cavando en busca nuestra.

KOP.- Cierto que están cavando. Lo malo es que no aquí, sino en el pozo de San Esteban, a diez

kilómetros. ¿A quién se le ocurrirá buscar hombres en el abandonado pozo de Eva? Nos tocará el

turno cuando hayan desescombrado el San Esteban… dentro de unos quince días.

BRÁDI.- ¿De quince días? Y el agua sube sesenta centímetros por hora… ¿Qué nos aguarda,

entonces?

KOP.- a lo mejor una honrosa muerte de minero.

BRÁDI.- (Con amargura sorprendente). ¿Muerte de minero? ¿ahogarse por unas miserables

coronas?

KOP.- ¿Cuántos años tienes?

BRÁDI.- Treinta y cuatro.

KOP.- ¿Y nunca has pensado hasta hoy en la muerte?

BRÁDI.- Si, he pensado alguna vez… Incluso quería matarme… Pero cuando el hombre la ve así,

frente a frente, es espantoso…

KOP.- Desde hace centenares de miles de años los hombres no hacen otra cosa que morir y no

obstante la muerte siempre les resulta una sorpresa.

BRÁDI.- La muerte… Pero ¿qué muerte? Ahogarse como una rata cuando se desborda la

alcantarilla… Por unas coronas… Los ricos mueren en la cama.

KOP.- Si, su ilustrísima el señor director murió el año pasado en la cama, de cáncer en el

estómago. ¿Te da envidia de su muerte?

BRÁDI.- Por lo menos antes había vivido bien.

KOP.- A la postre es igual cómo se ha vivido. Otro comerá tanto los champiñones como el tocino

rancio. Pero ahora abre bien los oídos. Yo soy nuevo aquí. Cuando entré en la empresa, el eva ya

no trabajaba.

BRÁDI.- Lo cerraron hace cinco años.

KOP.- ¿Trabajaste aquí?

BRÁDI.- Aquí empecé de mozo de vagoneta, luego continué de picador.

KOP.- Entonces conocerás el percal. ¡Escucha!

BRÁDI.- A mí me dijo siempre el contramaestre Sárosi…

KOP.- no me interesa la opinión de aquel idiota. Yo te pregunto y tú me contestas. ¡Estrújate los

sesos! (Con ahínco, casi hipnotizándole). Las caballerizas, ¿sabes dónde están las caballerizas?

Sales de las caballerizas, tuerces a la derecha, das unos pasos, ahora estás en el vertedero.

Subes por el vertedero. ¿Adónde llegas?

138

Page 139: Teatro breve

BRÁDI.- Subo… Espera. Por el vertedero…

KOP.- Tranquilo, piensa tranquilamente. Subes por el vertedero...

BRÁDI.- (Se tapa los ojos con la mano, luego levanta la vista). Llego a la galería principal.

KOP.- ¿Seguro? Sui sigues hacia la izquierda, la galería principal está en declive hasta el recodo.

Continuando más allá del recodo ¿adónde conduce el pasillo?

BRÁDI.- Pues… al exterior.

KOP.- ¿Al exterior? ¿Seguro?

BRÁDI.- A la falda del Monte del Pájaro carpintero… Allí está la antigua casa de la compañía.

KOP.- Allí no hay ningún edificio. Yo estuve en aquel lugar.

BRÁDI.- Bueno, ya no hay, pero hubo. Lo derribaron cuando cesó la explotación de este pozo. Era

una casa de madera.

KOP.- Tampoco vi ninguna boca en el monte.

BRÁDI.- La tapiaron. Una vaca se rompió la pata y entonces la tapiaron para evitar accidentes.

KOP.- ¿Viste las obras?

BRÁDI.- Trabajé yo mismo en ellas. Levantamos un muro de un metro de espesor. Luego vertimos

encima unas vagonetas de escombros.

KOP.- ¿Conoces el camino desde el recodo hasta la casa de la mina?

BRÁDI.- ¡Cómo no! Durante medio año conducía yo el caballo del tren.

KOP.- ¿Cuántos metros tiene el camino?

BRÁDI.- Pues no lo sé.

KOP.- lo recorrías durante medio año y ¿no lo sabes? Eres un minero atolondrado.

BRÁDI.- (Ofendido un poco). Pues yo soy así. (Pausa). Pero me acuerdo de una cosa. Nosotros

los muchachos de la vagoneta, cantábamos siempre una cancioncilla… La empezábamos en el

recodo y la cantamos al ritmo del traqueteo de las ruedas… Al terminar la tercera estrofa ya

estábamos fuera de la mina…

KOP.- La está diñando mi lámpara. ¿Dónde tienes la tuya?

BRÁDI.- (Se la entrega) No se puede abrir, no tengo la llave.

KOP.- Venga… (De espaldas al público hurga en la linterna). ¿Te acuerdas de aquella canción?

BRÁDI.- (Vergonzoso). Es una niñería; no sé cómo llegó a nosotros…

KOP.- (Enérgico). ¡Cántala, venga! Pero al ritmo con que solíais hacerlo en la vagoneta.

BRÁDI.- (Canta) Partieron tres huérfanos

con tres varas en la mano

para buscar a su madre

en el viejo cementerio.

¡Levántate, madre mía!

¡Se han roto los vestidos!

¡No puedo, hijos míos!

No me dejan estas piedras…

139

Page 140: Teatro breve

KOP.- (Una vez terminada la canción). ¿Dices que tiene tres estrofas?

BRÁDI.- Tres.

KOP.- Recorríais de doscientos cincuenta a doscientos sesenta metros con esta canción. Desde el

recodo hasta aquí son doscientos cincuenta y cinco metros. (Se levanta rápidamente, alza su

linterna que arde con luz amarillenta; la luz llena toda la cavidad). ¡Ahora ya sé qué hueco es éste!

Aquí tiene que estar el muro.

BRÁDI.- (Desde ahora no aparta la vista del rostro de Kop; habla sombrío, casi amenazador). Tú

no eres lo que yo creía. El señor no es minero. ¿quién es el señor?

KOP.- (No presta la menor atención, ilumina los escombros de la derecha). Aquí tiene que estar

¡Aquí! ¡Aquí está! ¡Es éste! ¡El muro! ¡Obra humana! ¡Estamos inmediatamente bajo la superficie!

¡Encima de nuestras cabezas, a unos pocos metros, crece la hierba, sopla el viento, caminan

hombres! (Consulta su reloj de pulsera). Ahora sale el sol. ¡A unos pocos metros de aquí hay luz,

libertad, vida! ¡No, no pereceremos aquí! Sería una vergüenza que dos mineros… Nosotros que

luchamos contra las rocas de Dios no nos asustaremos de una miserable tapia. ¿Coge tus

herramientas!

BRÁDI.- (Totalmente cambiado observa tétrico a Kop). ¡No hay!

KOP.- Tendrás tu pico, tu martillo…

BRÁDI.- Los he perdido.

KOP.- ¿Tienes al menos una maldita cuña?

BRÁDI.- Nada.

KOP.- ¿Qué minero eres si abandonas tus herramientas? ¡Eso s cobardía, inutilidad!

BRÁDI.- El señor también ha perdido las suyas.

KOP.- Mi herramienta es la cabeza y ésta sigue en su lugar.

BRÁDI.- ¿Es usted ingeniero?

KOP.- (No le atiende, está sumido en sus pensamientos); de repente con nueva esperanza). Dijiste

que te mandaron por dinamita… Y que cogiste seis cartuchos… ¿Dónde están?

BRÁDI.- (Evasivo). Están bien.

KOP.- Entonces he ganado la batalla. Con seis cartuchos de dinamita cataré el monte como una

sandía… ¡Hala, los cartuchos!

BRÁDI.- ¡Primero contésteme el señor!

KOP.- ¿Qué te pasa? ¿Desvarías?

BRÁDI.- Tengo que saber cómo se llama usted.

KOP.- No me digas. ¿Tengo que presentarme? Bien. Soy el ingeniero jefe Kop.

BRÁDI.- ¿Kop? Naturalmente. Ya me parecía… ¡El famoso ingeniero jefe Kop!

KOP.- (Sarcásticamente). ¿De modo que soy famoso?

BRÁDI.- Lleva aquí sólo un mes, pero su fama se ha extendido ya por toda la colonia: el ingeniero

jefe Kop, el desollador…

140

Page 141: Teatro breve

KOP.- ¡Oh, si hubiera desollado al maldito tunante que encendió el último su pipa en la mina?

Pondría las manos en el fuego a qué fue un fumador de pipa quien encendió el infierno bajo

nosotros. No quieren comprender los estúpidos, los animales, que ellos necesitan más disciplina

que nosotros.

BRÁDI.-…El famoso Kop, a quien teme la gente como el caballo la fusta; el severo ingeniero jefe,

que caminaba por encima de nuestras cabezas como dios, ahora se ha quedado en la ratonera.

¡Ja, ja, ja!

KOP.- da gracias a dios porque se haya quedado aquí, pues de otra maneras te pudres aquí solo

como una lombriz aplastada.

BRÁDI.- Sabe Dios que ya no temo tanto a la muerte desde que sé que el señor es el famoso Kop.

Es una cosa disparatada, señor mío: la vida del ingeniero jefe está en mis manos.

KOP.- ¿en tus manos? ¿Otra vez te pesan los espejismos en el cerebro?

BRÁDI.- Si no quiero no le doy los cartuchos.

KOP.- Y te ahogas como una rata de cloaca.

BRÁDI.- Y el señor ingeniero conmigo.

KOP.- ¿Ah, si? Hace un momento eras un guiñapo y ahora ¿te rebelas contra mí? ¿Qué te pasa,

hombre?

BRÁDI.- Arrastraba cargas, caminaba con riendas, era un animal de tiro durante toda mi vida,

sentía en mi espalda el látigo de los amos, y ahora puedo pisotear con mi herradura al más duro, al

más altivo entre los señores… Por esto cambio gustosamente el par de años miserables con que

pudiera alargar aún mi vida.

KOP.- ¿Te atreves a encararte conmigo?

BRÁDI.- ¡Si, hasta con el mismísimo Diablo! Porque ha ocurrido algo grande conmigo. La suciedad,

la carbonilla, se han desconchado de mi alma y soy el de antes, antes de venir a la mina… En

otros tiempos fui soldado, llevaba armas, era un hombre libre… ¡Ahora voy a recuperar mi honor,

mi amor propio, y pasaré por encima de quien se interponga en mi camino!

KOP.- ¿Por qué este odio desenfrenado? Yo no te hice nuca nada.

BRÁDI.- El señor no me hizo nunca nada porque no sabía siquiera que yo existía. Pero el señor

estaba entre las rocas que me oprimían el pecho, me ahogaban la respiración, me me rebajaban a

una vida animal… ¿de dónde este odio? Este odio es mi honor, mi amor propio; este odio me

convierte en persona humana.

KOP.- ¡Estás loco! ¡Venga, los cartuchos! ¡Te lo ordeno!

BRÁDI.- ¡Se reventó e caballo, ya puedes chasquear el látigo, ahora ya no hay ingeniero jefe ni

picador. Somos dos hombres en las entrañas de la tierra, dos hombres desnudos! De los dos el

mejor es el más fuerte. ¡Ahora soy yo el mejor, el señor, el ingeniero jefe!

KOP.- (Con frialdad). Te equivocas. Yo sigo siendo el ingeniero jefe. (Saca un revólver del bolsillo).

Mira, seis balas de acero…

BRÁDI.- ¿Quiere matarme a tiros?

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Page 142: Teatro breve

KOP.- Sería lo más razonable. Semejante bestia sólo puede dañar a sí mismo y a los demás. Pero

si obedeces te vas a salvar. ¡Cuidado! Al primer movimiento sospechoso disparo. ¡Vengan los

cartuchos!

BRÁDI.- (Ensimismado). Están aquí. (Levanta algo del rincón y despacio intenta acercarse a Kop).

KOP.- ¡Alto! Al primer movimiento… Allí, debajo del entibo…

BRÁDI.- Bajo el entibo… (Va la entrada y de repente arroja por ella el objeto que tenía en la

mano). ¡Ja, ja, ja!

KOP.- ¿De qué ríes tan estúpidamente?

BRÁDI.- ¿Oíste cómo chapotearon en el agua? ¡Ya está aquí el agua!

KOP.- ¿Los cartuchos?

BRÁDI.- ¡en remojo! ¡Bucee usted si quiere!

KOP.- ¿Los has tirado al agua?

BRÁDI.- Ya no volarán montañas ni calarán sandías.

KOP.- (Le contempla atónito, se acerca a la salida, clava la mirada en la oscuridad, luego hace un

gesto de desesperación y murmura). No puede ser… Se acabó. (Se adelanta con la pistola en la

mano y durante largo rato mira sombrío a Brádi).

BRÁDI.- ¡Dispare! ¡Dispare ya!

KOP.- (Titubea un momento, de repente arroja el arma a la galería y vuelve la espalda a Brádi).

BRÁDI.- (Admirado). ¡Ajá! (Pausa). ¿Abandonas la lucha?

KOP.- (Muy bajo). Si.

BRÁDI.- (Turbado). ¿Qué te pasa? ¿Por qué la has tirado?

KOP.- (Se pasa la mano por la frente como si despertara de un profundo sueño). No se puede

aguantar esta vergüenza, este odio… Dos hombres, dos moribundos, cuando ya les acepillan los

ataúdes, se clavan aún los dientes el uno al otro…

BRÁDI.- Tienes miedo, ¿verdad?

KOP.- Tengo miedo… Pero no de la muerte, sino al odio satánico que llena esta mazmorra… No

es el grisú el que derrumba las rocas e inunda las minas, sino el odio… (Señala e suelo). ¿Ves

esta raya negra?

BRÁDI.- (Intimidado, bajo). ¡El agua! ¿Tan pronto?

KOP.- ha venido más de prisa. Se desliza furtivamente como una serpiente negra… ¡Es la muerte!

¡La muerte lenta, penosa! Dentro de una hora te llegará hasta el tobillo… Luego sube hasta tu

rodilla, hasta tu cadera, hasta tu garganta…

BRÁDI.- (Pensativo). La muerte no es tan mala… No habrá que picar más piedras ni levantarse de

madrugada en invierno; se podrá dormir sin sueños… No es mala la muerte. ¡Sólo el morir! Se

apagará nuestra linterna… estaremos a oscuras… co el agua hasta el cuello… lucharemos por el

último rincón… perdiendo la razón entre gritos… (Se estremece).

KOP.- No. Prometamos que moriremos como hombres, como camaradas. Nos estrechamos la

mano, nos decimos adiós y juntos, cogidos del brazo, traspasaremos el negro umbral.

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Page 143: Teatro breve

BRÁDI.- ¿Podrás hacerlo?

KOP.- Sí.

BRÁDI.- Quizás yo pueda también si me hablas. Háblame cuando veas que me vuelvo loco de

miedo, llámame hermano… Entonces me ablando en seguida porque no tuve nunca a nadie.

¿Sigue creciendo el agua?

KOP.- Sigue.

BRÁDI.- ¿Sueles rezar…?

KOP.- (Calla).

BRÁDI.- Rezar se aprende de la madre. De la madre o de nadie.

KOP.- Yo no he conocido a mi madre.

BRÁDI.- La mía fue una mujer infeliz.

KOP.- ¿y tu padre?

BRÁDI.- (Áspero). ¿Qué te importa?

KOP.- Seremos compañeros durante muchos miles de años… No está de más saber con quién

compartimos el lecho.

BRÁDI.- Mi padre era cura. Una historia fea y triste… Siendo cura se mató.

KOP.- ¿cómo viniste a la mina?

BRÁDI.- no había quien me enseñara a trabajar. Yo buscaba lo más fácil: quería ser militar,

marinero, explorador en África, u hombre famoso y libre… Y por fin me hice acarreador y picador

en la mina… Es extraño, hace mucho que se me olvidaron esas cosas, me cubrió el polvo del

carbón, pero ahora veo otra vez claramente el pasado.

KOP.- Yo no nací señorito. Soy hijo de minero.

BRÁDI.- (Sorprendido). ¿Tú? ¿Cómo llegaste a tanto?

KOP.- Quería saber a toda costa de dónde venía el carbón y adónde iba a parar. Yo empecé de

pinche, pero me fugué para ir a la escuela. Era una vida de perros… Yo limpiaba las botas de los

mayores, dormía en el suelo, era su criado y su mano… Y llegué a ser el primero entre ellos.

BRÁDI.- A mí me quitó todo la vida. No sabía defenderme. Tú lo hiciste de otra manera; la

agarraste por la garganta y le arrancaste todo lo que necesitabas. (Mirando de reojo el agua).

Ahora ya me da pena que tengas que morir conmigo. ¿Te gustaría vivir?

KOP.- Me hubiera gustado. Trabajaba en una nueva perforadora. Me hubiera gustado verla

trabajar. Es ridículo, pero lo que más me duele es no volver a ver mi máquina. Perfora sesenta

centímetros más por hora que la Fábry.

BRÁDI.- (Con reconocimiento). Y la Fábry no es mala tampoco… (Pausa). ¿Te gusta el oficio?

KOP.- Es lo único que me gusta. Las montañas están llenas de rayos de sol petrificados, y abajo,

en el valle, humea el bosque de chimeneas fabriles, y los hornos abren sus bocas hambrientas…

Nosotros alimentamos a los gigantes del trabajo… ¡Es un oficio bonito! Lo quería, quizás

demasiado. Fui una rueda en la gran maquinaria de la mina, y me endurecí como el acero. El

ingeniero jefe reprimía en mí al hombre.

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Page 144: Teatro breve

BRÁDI.- Perdona, hermano, mi insensatez causó la desgracia. Pero yo era siempre así: me reía

de los golpes, pero si me hacían cosquillas con una paja en mala hora, hervía mi sangre.

KOP.- Si un hombre odia a otro, ambos tiene la culpa. Yo hablaba siempre de justicia. Pero ¿qué

es la justicia? Lo que me conviene. La justicia divide a los hombres, los convierte en jueces y reos.

Habría que buscar alguna otra cosa. Algo que sea más que la justicia, algo que una a los hombres.

BRÁDI.- Si yo, trastornado, no hubiera tirado los cartuchos ¿nos habríamos liberado?

KOP.- ¿Para qué hablar de eso?

BRÁDI.- Caminé atolondrado por el mundo… Me gustaría decirle adiós con los ojos videntes…

(Observa el agua). ¡Nos habríamos salvado?

KOP.- (Asiente con la cabeza). Sí, en cinco minutos.

BRÁDI.- (Tranquilo). Aquí están los cartuchos.

KOP.- (No comprende). ¿Los cartuchos?

BRÁDI.- (Levanta una funda de cuero del rincón). Aquí están, secos… El detonante está en orden

también.

KOP.- (Sin comprenderle). ¿Los cartuchos?

BRÁDI.- Yo no hacía comedia; yo estaba decidido. Pero quería saber quién eras. Si no hubieras

sido quien eres, entonces habrías muerto y yo contigo. Pero ahora me parece que sería una

lástima morir.

KOP.- (Coge con ambas manos la funda que tiene Brádi, le sacude el llanto, apoya su cabeza en

el hombro de Brádi).

BRÁDI.- (Después de una pequeña pausa, conmovido). ¡Señor ingeniero! ¡Señor ingeniero!

¡Mande usted! ¿Qué tengo que hacer? ¡el agua sube!

KOP.- (se domina con su antigua energía, pero a través de ella se nota la emoción). ¡Sube? ¡Que

suba! ¡En tres minutos partiremos en dos esta cáscara de huevo!

BRÁDI.- ¡La partiremos y entre llamas surgirán dos hombres de las tinieblas!

(TELÓN)

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Page 145: Teatro breve

Petición de mano

Juguete cómico en un acto

Antón Chéjov

PERSONAJES

Stepan Stepanovich Chubucov (propietario)

Natalia Stepanova (su hija)

Iván Vasilievich Lomov (propietario, vecino de Chubucov. Es un hombre de

aspecto saludable y algo grueso)

La acción se desarrolla en la finca de Chubucov

ESCENA PRIMERA

Salón en Casa de Chubucov.

(Chubucov, después Lomov, que viste de frac y guantes blancos)

CHUBUCOV.- (Saliendo al encuentro de Lomov que entra). ¿A quién veo? ¡Iván Vasilievich!

¡Cuánto me alegro! (Le estrecha la mano). ¡Qué sorpresa, amigo1 ¿Qué tal está?

LOMOV.- Bien, gracias. Y usted, ¿qué tal anda?

CHUBUCOV.- Vamos tirando, querido. Siéntese, por favor... Tenía usted olvidados a sus vecinos.

Eso no está bien. Pero, ¿A qué se debe esta visita tan ceremoniosa? ¿Cómo viene de frac y

guantes? ¿Es que va a hacer alguna visita de cumplido?

LOMOV.- Solamente vengo a su casa, respetable Stepan Stepanovich.

CHUBUCOV.- ¿Por qué trae frac, entonces? Enteramente como si viniera a felicitar por el Año

Nuevo.

LOMOV.- Verá de lo que se trata. (Lo toma del brazo). Respetable Stepan Stepanovich, he venido

para pedirle un favor. Reiteradas veces he tenido el honor de dirigirme a usted pidiéndole ayuda y

siempre..., pero, perdóneme, me turbo... Voy a tomar un poco de agua, respetable Stepan

Stepanovich. (Bebe agua).

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Page 146: Teatro breve

CHUBUCOV.- (Aparte). Viene a pedirme dinero. ¡No se lo daré! (A Lomov). ¿De qué se trata,

amigo?

LOMOV.- Escuche, respeta... ble... Stepanich... Stepan Stepanovich... Cómo verá, estoy muy

turbado... Quiero decir que usted, solo usted puede ayudarme, aunque no me lo merezca...,

aunque no tenga derecho a contar con su ayuda...

CHUBUCOV.- ¡Oh, no se ande con tantos preámbulos, amigo mío! Dígame enseguida de lo que se

trata. ¡Ande!

LOMOV.- Ahora mismo. Enseguida... Vengo a pedir la mano de su hija Natalia Stepanovna.

CHUBUCOV.- (Con alegría). ¡Cielos! ¡Iván Vasilievich! Repita lo que acaba de decir, no lo he oído

bien.

LOMOV.- Tengo el honor de pedir...

CHUBUCOV.- (Interrumpiéndolo). Querido amigo... Me alegro mucho... (Lo abraza y lo besa). Hace

tiempo que lo deseaba. Este ha sido siempre mi mayor deseo. (Derrama unas lágrimas). Siempre

lo he querido como a un hijo, amigo mío. ¡Dios le conceda la paz y el amor! Éste ha sido mi mayor

deseo... ¿Por qué me he quedado parado como un estúpido? La alegría me ha atontado por

completo. Voy a llamar a Natalia...

LOMOV.- (Emocionado). Respetable Stepan Stepanovich, ¿cree usted que puedo esperar que me

acepte?

CHUBUCOV.- ¿Cómo no iba a aceptar aun buen mozo como usted? No se preocupe, ya verá, está

enamorada como una gatita... Ahora mismo vuelvo.

ESCENA II

Lomov solo

LOMOV.- Tengo frío... Tiemblo como en un examen. Pero lo principal es decidirse. Si uno piensa,

vacila, habla y espera el ideal o un amor verdadero, no se casará nunca... ¡Brrr...! ¡Qué frío! Natalia

Stepanovna es una ama de casa excelente, bastante agraciada y tiene cultura... ¿Qué más

necesito? Los oídos me zumban por la emoción... Es imposible seguir siendo soltero... en primer

lugar, tengo treinta y cinco años, es decir, estoy en una edad crítica. En segundo, necesito una vida

ordenada y metódica... Padezco del corazón, tengo taquicardia, soy irascible y tímido... Ahora, por

ejemplo, me tiemblan los labios y tengo un tic nervioso en el párpado derecho... Pero lo peor es lo

mal que duermo. Apenas me acuesto y cojo e sueño, siento unos pinchazos en el lado izquierdo y

me empieza a doler un hombro y la cabeza... Me levanto de un salto, como un loco, paseo un ratito

y me vuelvo a acostar. Pero en cuanto me duermo, vuelven los pinchazos... Y así unas veinte

veces...

146

Page 147: Teatro breve

ESCENA III

Natalia Stepanovna y Lomov

NATALIA STEPANOVNA.- (Entrando). ¡Ah! ¿Es usted? ¡Hola, Iván Vasilievich! Imagínese que

papá me ha dicho: “Ha llegado un comerciante con unas mercancías”.

LOMOV.- ¡Buenos días, respetable Natalia Stepanovna!

NATALIA STEPANOVNA.- Perdone que esté con delantal y en ese negligé... Estamos

desgranando guisantes para ponerlos a secar. ¿Por qué no ha venido a vernos en tanto tiempo?

Siéntese... (Se sientan). ¿Quiere desayunar?

LOMOV.- No, gracias, ya he desayunado...

NATALIA STEPANOVNA.- Puede fumar... Aquí tiene cerillos... Hace un tiempo espléndido y eso

que ayer llovió tanto que los trabajadores estuvieron sin hacer nada todo el día. ¿Cuánto han

segado ustedes? Figúrese que he mandado segar todo el prado y, ahora lo siento, temo que se

pudra el heno. Hubiera sido mejor esperar. Pero, ¿qué veo? ¿Viene usted de frac? ¡Qué novedad!

¿Va a algún baile? A propósito, tiene usted mejor aspecto... Fuera bromas, ¿por qué viene tan

elegante?

LOMOV.- (Turbándose). Verá, respetable Natalia Stepanovna... Se trata de... Le ruego que me

escuche... Naturalmente se sorprenderá y hasta se enfadará, pero he... (Aparte) ¡Qué frío tengo!

NATALIA STEPANOVNA.- ¿De qué se trata? (Pausa). ¿Eh?

LOMOV.- Procuraré ser breve. Como usted sabe, Natalia Stepanovna, hace mucho tiempo que

tengo el honor de conocer a su familia; la conozco desde mi infancia. Mi difunta tía y su marido, de

quienes heredé las tierras, siempre trataron con mucho respeto a su padrecito de usted y a su

difunta madrecita. Los Lomov y los Chubucov estuvieron siempre en las mejores relaciones, unas

relaciones casi familiares... Además, como sabrá, mis tierras empiezan donde acaban las de

ustedes. Mis Praderas del Toro lindan con su Bosque de Los Álamos.

NATALIA STEPANOVNA.- Perdone que lo interrumpa. ¿Por qué usted dice mis Praderas del

Toro?...¿Acaso son suyas?

LOMOV.- si, claro...

NATALIA STEPANOVNA.- ¡Pero si son nuestras!

LOMOV.- Son mías, respetable Natalia Stepanovna.

NATALIA STEPANOVNA.- Esto es una novedad para mí. ¿Por qué son suyas?

LOMOV.- Me refiero a las Praderas del Toro que forman un triángulo entre el Bosque de los

Álamos de ustedes y el pantano.

NATALIA STEPANOVNA.- Si, si, si... Pues, son nuestras...

LOMOV.- No, se equivoca, respetable Natalia Stepanovna, son mías.

NATALIA STEPANOVNA.- ¿Desde cuándo, Iván Vasilievich? Procure recordar...

147

Page 148: Teatro breve

LOMOV.- ¿Cómo desde cuándo? Según recuerdo, siempre fueron nuestras...

NATALIA STEPANOVNA.- ¡De ninguna manera! ¡Perdone!

LOMOV.- Los documentos lo atestiguan, respetable Natalia Stepanovna. En tiempos, las Praderas

del Toro estuvieron el litigio, es verdad. Pero nadie ignora que ahora me pertenecen a mí. Esto es

indiscutible. Verá, la abuelita de mi tía cedió esas praderas por un tiempo ilimitado a los

campesinos del abuelito de su padre, en pago de los ladrillos que le fabricaban. Éstos se

beneficiaron de las Praderas del Toro alrededor de cuarenta años y se acostumbraron a

considerarlas como suyas, pero, después, cuando salió el decreto...

NATALIA STEPANOVNA.- No es cierto lo que dice. Las tierras de mi abuelo y mi bisabuelo

llegaban hasta el pantano. No merece la pena discutir. Es desagradable...

LOMOV.- Le enseñaré los documentos, Natalia Stepanovna...

NATALIA STEPANOVNA.- ¿Bromea usted o quiere exasperarme...? ¡Qué sorpresa! Poseemos

unas tierras desde hace más de trescientos años y, de pronto, nos comunican que no son

nuestras. Perdone, Iván Vasilievich, pero no puedo creer a mis oídos... Me tienen sin cuidado esas

praderas. Apenas tienen cinco desiatinas de tierra y no valdrán más allá de trescientos rublos. Lo

que me indigna es la injusticia. No puedo tolerarla.

LOMOV.- Le ruego que me escuche. Los campesinos del abuelito de su padre de usted, como le

acabo de decir, fabricaban ladrillos para la abuelita de mi tía. Ésta, que deseaba darles gusto...

NATALIA STEPANOVNA.- No sé que me cuenta de sus abuelitas ni de sus tías. Las Praderas son

nuestras y basta.

LOMOV.- ¡Son mías!

NATALIA STEPANOVNA.- ¡Son nuestras! Ya puede ponerse frac y repetírmelo durante dos días

seguidos, que no me convencerá... No quiero nada de usted, pero tampoco estoy dispuesta a

perder lo mío... ¡Ya lo sabe!

LOMOV.- Natalia Stepanovna, no necesito para nada esas praderas, pero es por principio. Si

quiere, se las regalaré.

NATALIA STEPANOVNA.- Soy yo quien podría regalárselas a usted. ¡Son mías! ¡Qué extraño,

Iván Vasilievich! Hasta la fecha lo habíamos considerado como un buen vecino. El año pasado le

prestamos nuestra trilladora mecánica y, debido a eso, tuvimos que trillar en el mes de noviembre.

En cambio, usted nos trata como si fuésemos unos gitanos. ¡Viene a regalarme mis propias tierras!

¡Perdone, pero eso no es de vecinos! Y es más, me parece una insolencia...

LOMOV.- Entonces, según usted, ¿soy un usurpador? Señorita, nunca me he apropiado de tierras

ajenas y no permitiré que nadie me acuse de ello... (Se levanta precipitadamente y bebe agua).

¡Las Praderas del Toro me pertenecen!

NATALIA STEPANOVNA.- ¡Eso no es verdad! ¡Son nuestras!

LOMOV.- ¡Son mías!

NATALIA STEPANOVNA.- ¡Mentira! ¡Y se lo he de demostrar! ¡Hoy mismo enviaré a los segadores

a las Praderas del Toro.

148

Page 149: Teatro breve

LOMOV.- ¿Qué?

NATALIA STEPANOVNA.- ¡Hoy mismo irán allí los segadores!

LOMOV.- ¡Los echaré!

NATALIA STEPANOVNA.- ¡No se atreverá!

LOMOV.- (Llevándose la mano al corazón). Las Praderas del Toro son mías. ¿Entiende? ¡Son

mías!

NATALIA STEPANOVNA.- ¡Más bajo, por favor! ¡Puede alborotar todo lo que plazca en su casa,

pero le ruego que guarde compostura en la mía!

LOMOV.- Señorita, si no fuese por esta horrible taquicardia, si no tuviese esos latidos en las

sienes, le hablaría de otro modo. (Gritando). ¡Las Praderas del Toro me pertenecen!

NATALIA STEPANOVNA.- ¡Le repito que son nuestras!

LOMOV.- ¡Son mías!

NATALIA STEPANOVNA.- ¡Son nuestras!

LOMOV.- ¡Son mías!

ESCENA IV

Dichos y Chubucov

CHUBUCOV.- (Entrando). ¿Qué ocurre? ¿Por qué gritan así?

NATALIA STEPANOVNA.- Papá, di a este caballero a quién pertenecen las Praderas del Toro:

¿son nuestras o suyas?

CHUBUCOV.- (A Lomov). ¡Jovencito, las Praderas del Toro son nuestras!

LOMOV.- Pero, Stepan Stepanovich, ¿cómo pueden ser de ustedes? Sea razonable al menos

usted. La abuelita de mi tía cedió esas tierras temporalmente a los campesinos de su abuelito de

usted. Estos se beneficiaron de ellas alrededor de cuarenta años y se acostumbraron a

considerarlas como suyas, pero cuando salió el decreto...

CHUBUCOV.- Permítame, mi apreciado amigo... Olvida que los campesinos no le pagaban a su

abuelita precisamente porque esas Praderas estaban en litigio... Y ahora hasta los gatos saben

que son nuestras. Al parecer, no conoce usted el plano...

LOMOV.- ¡Le demostraré que las Praderas son mías!

CHUBUCOV.- No podrá hacerlo, querido amigo.

LOMOV.- ¡Se lo demostraré!

CHUBUCOV.- Amigo mío, ¿por qué grita así? Con gritos no se arregla nada. No quiero nada suyo,

pero tampoco estoy dispuesto a ceder lo que m pertenece. ¿A santo de qué? Ya que se propone

arrebatarnos las Praderas, se las regalaré a los campesinos. ¡Ya lo sabe!

LOMOV.- ¡No entiendo nada! ¿Qué derecho tiene usted de regalar una propiedad ajena?}

149

Page 150: Teatro breve

CHUBUCOV.- Perdone, yo sé si tengo derecho de hacerlo o no. Jovencito, no estoy acostumbrado

a que me hablen en ese tono. Le doblo en edad, así, pues, le ruego que se serene y hable con

calma...

LOMOV.- ¿Cree que soy tonto? ¿Pretende burlarse de mí? ¡Dice que le pertenecen mis tierras y

encima me exige que hable tranquila y amistosamente! ¡Stepan Stepanovich, los buenos vecinos

no proceden así! ¡Es usted un usurpador!

CHUBUCOV.- ¿Qué? ¿Qué ha dicho?

NATALIA STEPANOVNA.- ¡Papá, manda inmediatamente a los segadores a las Praderas del Toro!

CHUBUCOV.- (A Lomov). ¿Qué ha dicho usted, señor?

NATALIA STEPANOVNA.- ¡Las Praderas del Toro son nuestras! ¡No pienso cambiar de parecer!

LOMOV.- ¡Ya lo veremos! Entablaré un juicio para demostrarles que son mías.

CHUBUCOV.- ¿Un juicio? Puede llevar el asunto a los tribunales..., señor. ¡Puede hacerlo! Lo

conozco perfectamente, solo busca ocasión para querellarse... ¡Tiene un carácter endemoniado!

¡Todos sus familiares han sido unos embrollones! ¡Todos!

LOMOV.- ¡Le ruego que no ofenda a mi familia! Los Lomov han sido siempre muy honrados.

Ninguno se ha visto enjuiciado por disipador como su tío de usted.

CHUBUCOV.- ¡Los Lomov son unos locos!

NATALIA STEPANOVNA.- ¡Unos locos! ¡Unos locos!

CHUBUCOV.- Su abuelo bebía como un carretero y su tía la menor, Nastasia Mijailovna, huyó con

un arquitecto...

LOMOV.- Su madre estaba contrahecha. (Se lleva la mano al corazón). Me ha dado un pinchazo...

¡Mi cabeza... ! ¡Cielos! ¡Agua!

CHUBUCOV.- Su padre era un jugador y un comilón.

NATALIA STEPANOVNA.- ¡Y su tía una cotilla!

LOMOV.- Se me ha dormido la pierna izquierda... ¡Es usted un intrigante...! ¡Oh, mi corazón...!

Nadie ignora que en las elecciones... se me nubla la vista... ¿Dónde está mi sombrero?

NATALIA STEPANOVNA.- ¡Qué vileza! ¡Esto es horrible!

CHUBUCOV.- Es usted un pícaro, un hipócrita, un embrollón...

LOMOV.- ¿Dónde está mi sombrero? ¡Ay, el corazón...! ¿Dónde ir? ¿Dónde está la puerta?

¡Oh...! ¡Me muero...! Me parece... Se me ha dormido la pierna... (Va hacia la puerta).

CHUBUCOV.- (A Lomov). ¡No vuelva a poner los píes en mi casa!

NATALIA STEPANOVNA.- ¡Vaya a los tribunales! ¡Ya veremos quién sale ganando! (Lomov sale

tambaleándose).

ESCENA V

Chubucov y Natalia Stepanovna

150

Page 151: Teatro breve

CHUBUCOV.- ¡Que se vaya al Diablo! (Se pasea agitado).

NATALIA STEPANOVNA.- ¡Qué bribón! Después de esto, es imposible creer en los buenos

vecinos.

CHUBUCOV.- ¡Canalla! ¡Espantapájaros!

NATALIA STEPANOVNA.- ¡Qué sinvergüenza! Se apodera de unas tierras ajenas y encima arma

escándalos.

CHUBUCOV.- ¡Y ese duende, ese guiñapo, se atreve a hacer declaraciones! ¡Declaraciones!

NATALIA STEPANOVNA.- ¿Qué dices?

CHUBUCOV.- Venía a pedir tu mano.

NATALIA STEPANOVNA.- ¿A pedir mi mano? ¿Por qué no me lo has dicho antes?

CHUBUCOV.- Por eso venía de frac. ¡Qué tipo!

NATALIA STEPANOVNA.- ¿A pedir mi mano? ¿Una declaración? ¡Ay! (Se desploma en una

butaca). ¡Que vuelva! ¡Que vuelva! ¡Ay! ¡Que vuelva!

CHUBUCOV.- ¿Quién?

NATALIA STEPANOVNA.- ¡Pronto! ¡Pronto! ¡Me mareo! ¡Pronto! (Le da un ataque de histerismo).

CHUBUCOV.- ¿Qué ocurre? ¿Qué te pasa? (Se lleva las manos a la cabeza). ¡Qué desgraciado

soy! ¡Me pegaré un tiro! ¡Me ahorcaré! ¡Han acabado conmigo!

NATALIA STEPANOVNA.- ¡Me muero! ¡Que vuelva!

CHUBUCOV.- ¡Sí! ¡Sí! Ahora mismo. ¡No grites! (Se va corriendo).

NATALIA STEPANOVNA.- (Gimiendo). ¿Qué hemos hecho? ¡Que vuelva! ¡Que vuelva!

CHUBUCOV.- (Entra corriendo). ¡Ahora vendrá! ¡Que el Diablo se lo lleve! ¡Uff! Pero tendrás que

hablarle tú misma..., yo no quiero...

NATALIA STEPANOVNA.- (Gimiendo). ¡Que vuelva!

CHUBUCOV.- (Grita). Ya te he dicho que ahora viene. ¡Oh, Dios mío! ¡Qué misión la de ser padre

de una hija adulta! Me suicidaré, no me queda más remedio que suicidarme... He insultado y he

echado de casa a este hombre... y has sido tú...

NATALIA STEPANOVNA.- No, fuiste tú.

CHUBUCOV.- Siempre soy yo el culpable. (Lomov aparece en la puerta). Bueno, háblale tú misma.

(Se va).

ESCENA VI

Natalia Stepanovna y Lomov

LOMOV.- (Entra extenuado). ¡Qué horrible taquicardia...! Se me ha dormido una pierna... Tengo

pinchazos...

151

Page 152: Teatro breve

NATALIA STEPANOVNA.- Perdone Iván Vasilievich. Nos hemos acalorado un poco... Ahora

recuerdo que las Praderas del Toro son de usted.

LOMOV.- ¡Cómo me late el corazón...! Mis Praderas... Se me nubla la vista...

NATALIA STEPANOVNA.- Son suyas... , son suyas...., Siéntese... (Se sientan). No teníamos

razón...

LOMOV.- Es por principio... no me importan esas tierras, pero tengo principios.

NATALIA STEPANOVNA.- Claro, tiene razón... Bueno, cambiemos de conversación.

LOMOV.- Además, tengo pruebas. La abuelita de mi tía cedió a los campesinos del abuelo de su

padre de usted...

NATALIA STEPANOVNA.- ¡Basta! ¡Basta...! (Aparte). No sé por dónde empezar... (A Lomov).

¿Cuándo piensa usted ir de caza?

LOMOV.- Respetable Natalia Stepanovna, empezaré la caza del urogallo en cuanto terminemos

con la cosecha. A propósito, ¿se ha enterado usted de la desgracia que me ha ocurrido? Mi perro

Ugadai se ha quedado cojo. Lo conoce, ¿verdad?

NATALIA STEPANOVNA.- ¡Pobrecillo! ¿Y qué le ha pasado?

LOMOV.- No sé... Se ha debido torcer una pata o tal vez lo hay mordido algún perro... (Suspira)

¡Es el mejor perro que tengo! ¡Y no hablemos del dineral que me costó! Pagué por él ciento

veinticinco rublos a Mironov.

NATALIA STEPANOVNA.- Pagó demasiado, Iván Vasilievich.

LOMOV.- No creo, tenga en cuenta que se trata de un perro magnífico.

NATALIA STEPANOVNA.- Otkatai costó a papá ochenta y cinco rublos, y reconocerá usted que no

se puede comparar siquiera con Ugadai...

LOMOV.- ¿Cómo? ¿Otkatai mejor que Ugadai? ¿Qué me dice? (Se echa a reír). ¡Otkatai mejor

que Ugadai!

NATALIA STEPANOVNA.- ¡Claro que es mejor! Desde luego, es algo joven, pero le aseguro que ni

Volchanevski tiene mejores perros.

LOMOV.- Perdone, Natalia Stepanovna, olvida usted que tiene la mandíbula inferior algo más corta

que la superior, y esos perros no suelen ser buenos corredores.

NATALIA STEPANOVNA.- ¿La mandíbula inferior más corta que la superior? ¡Es la primera vez

que lo oigo!

LOMOV.- Le aseguro que sí.

NATALIA STEPANOVNA.- ¿Acaso se las ha medido usted?

LOMOV.- Esos perros no sirven para correr...

NATALIA STEPANOVNA.- En primer lugar, nuestro Otkatai es de raza, es hijo de Zapriagai y de

Stameska, y en cuanto al suyo, no se sabe... Además, es viejo y deforme...

LOMOV.- ¿Viejo? Pues, no lo cambiaría yo por cinco perros como Otkatai... Ugadai es un perro

magnífico, y Otkatai... ¡Es ridículo discutir...! Cualquier mendigo tiene un perro como Otkatai, los

hay a montones...

152

Page 153: Teatro breve

NATALIA STEPANOVNA.- Iván Vasilievich, enteramente parece que se ha apoderado de usted el

espíritu de la contradicción. Tan pronto inventa que se ha apoderado de usted el espíritu de la

contradicción. Tan pronto inventa que le pertenecen las Praderas del Toro, como que Ugadai. Es

mejor que Otkatai. Me disgusta que se diga una cosa por otra. Usted sabe perfectamente que

Otkatai es cien veces mejor que... el estúpido de Ugadai... ¿Para qué decir lo contrario?

LOMOV.- Natalia Stepanovna, ¿se imagina que soy ciego o imbécil? Convénzase que Otkatai

tiene la mandíbula superior saliente.

NATALIA STEPANOVNA.- ¡Eso no es cierto!

LOMOV.- ¡Le digo que sí!

NATALIA STEPANOVNA.- (Gritando). ¡Es mentira!

LOMOV.- ¿Por qué grita, señorita?

NATALIA STEPANOVNA.- Y usted, ¿por qué dice disparates? ¡Es indignante! ¡Ya es hora de

pegar un tiro a Ugadai y usted pretende compararlo a Otkatai.

LOMOV.- Perdone, no puedo seguir esta discusión. Tengo taquicardia...

NATALIA STEPANOVNA.- Los cazadores que más discuten son los que menos entienden de

perros.

LOMOV.- ¡Es cien veces peor! ¡Ojalá reviente! Mis sienes..., mi ojo..., mi hombro...

NATALIA STEPANOVNA.- Ugadai no tiene necesidad de reventar, ya está medio muerto...

LOMOV.- (Sollozando). ¡Cállese! ¡Me va a estallar el corazón!

NATALIA STEPANOVNA.- ¡No me callaré!

ESCENA VII

Dichos y Chubucov

CHUBUCOV.- (Entrando). ¿Qué pasa?

NATALIA STEPANOVNA.- Papá, sinceramente, en conciencia, ¿cuál de los dos perros es mejor,

Otkatai o Ugadai?

LOMOV.- Stepan Stepanovich, le suplico que sólo diga una cosa: Otkatai tiene la mandíbula

superior saliente, ¿si o no?

CHUBUCOV.- Aun cuando así fuese, no tendría nada de particular. No hay un perro mejor en toda

la provincia.

LOMOV.- Puede decir lo que le plazca, mi Ugadai s el mejor.

CHUBUCOV.- No se altere, querido amigo... Permítame... No cabe duda de que Ugadai es un

perro con cualidades, pero si quiere saber la verdad, tiene dos grandes defectos: es viejo y tiene el

hocico corto.

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Page 154: Teatro breve

LOMOV.- Perdone, tengo taquicardia... Recuerde que en las praderas de Marusjkin Ugadai iba

junto a Rasmajai, el perro del Conde; en cambio Otkatai quedó rezagado.

CHUBUCOV.- Porque el montero del Conde le dio un latigazo...

LOMOV.- Se lo merecía. Todos los perros perseguían al zorro, mientras que Otkatai se pudo a

hostigar a un carnero...

CHUBUCOV.- ¡Mentira...! Querido amigo, soy muy impulsivo. Le ruego que dejemos esta

discusión. El montero del Conde dio un latigazo a Otkatai por envidia... Todos le envidian.

Tampoco usted está libre de pecado, caballero. En cuanto ve que alguien tiene un perro mejor que

Ugadai... empieza que si esto... que si lo otro... Tengo buena memoria; me acuerdo de todo.

LOMOV.- Yo también.

CHUBUCOV.- (Haciéndole burla). Yo también... ¿De qué se acuerda?

LOMOV.- Tengo taquicardia... Se me ha dormido una pierna... No puedo...

NATALIA STEPANOVNA.- (Haciéndole burla). Tengo taquicardia... ¡Vaya un cazador! En lugar de

cazar zorros, debería perseguir cucarachas en la cocina. ¡Tiene taquicardia!

CHUBUCOV.- ¡Toma, es verdad! ¡Vaya un cazador! Con su taquicardia, debería estar en casita y

no tambalearse sobre la silla de montar. Hay que cazar como es debido, amigo, y no discutir y

hostigar a los perros de los demás. Soy muy impulsivo, es mejor que dejemos esta discusión.

Usted no es cazador, ni nada que se le parezca.

LOMOV.- ¿Lo es usted acaso? ¿Usted va de caza sólo por hacerle la rosca al Conde y pro

intrigar...? ¡Mi corazón...! ¡Es usted un intrigante!

CHUBUCOV.- ¿Cómo? ¿Intrigante yo? (Grita). ¡Cállese!

LOMOV.- ¡Intrigante!

CHUBUCOV.- ¡Necio! ¡Estúpido!

LOMOV.- ¡Carcamal!

CHUBUCOV.- ¡Cállate o te mato como a una perdiz! ¡Soplón!

LOMOV.- Todo el mundo sabe que... su difunta mujer le daba palizas... ¡Ay!, mi corazón... Mi

pierna...Mis sienes... Veo chispas... ¡Me mareo...! ¡Me mareo...!

CHUBUCOV.- ¡Estás bajo el tacón de tu ama de llaves!

LOMOV.- ¡Ya! ¡Ya! ¡Me ha estallado el corazón...! Se me ha dormido el hombro... ¿Qué me pasa?

¡Me muero! (Se desploma en un sillón). ¡Un médico! (Pierde el conocimiento).

CHUBUCOV.- ¡Chiquillo! ¡Imberbe! ¡Soplón! ¡Me mareo...! (Bebe agua). ¡Me mareo...!

NATALIA STEPANOVNA.- ¡Vaya un cazador! ¡No sabe ni montar a caballo! (A su padre). Papá,

¿qué le pasa? ¡Papá! ¡Mira, papá! (Grita). ¡Iván Vasilievich! ¡Se ha muerto!

CHUBUCOV.- ¡Me mareo...! ¡Se me corta la respiración...! ¡Aire!

NATALIA STEPANOVNA.- ¿Ha muerto? (Tira a Lomov de una manga). ¡Iván Vasilievich! ¡Iván

Vasilievich! ¿Qué hemos hecho? ¡Ha muerto! (Se desploma en un sillón). ¡Un médico! ¡Un médico!

(Le da un ataque de histerismo).

CHUBUCOV.- ¡Oh...! ¿Qué pasa? ¿Qué te ocurre?

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Page 155: Teatro breve

NATALIA STEPANOVNA.- (Gimiendo). ¡Ha muerto...! ¡Ha muerto...!

CHUBUCOV.- ¿Quién? (Mirando a Lomov). ¡Es verdad, ha muerto! ¡Cielos! ¡Agua! ¡Un médico!

(Acerca un vaso a los labios de Lomov). ¡Beba...! No bebe... Esto significa que ha muerto... ¡Qué

desgraciado soy! ¿Por qué no me pegaría un tiro? ¿Por qué no me habré degollado? ¿Qué

espero? ¡Un cuchillo! ¡Una pistola! (Lomov se mueve). Parece que revive... ¡Beba agua...! Así...

LOMOV.- Veo chispas... niebla... ¿Dónde estoy?

CHUBUCOV.- ¡Casaos cuanto antes y al Diablo! Mi hija accede. (Junta las manos de Lomov y las

de Natalia). Mi hija accede. Os bendigo a los dos, pero ¡Dejadme en paz!

LOMOV.- ¿Cómo? ¿Qué? (Se levanta). ¿A quién?

CHUBUCOV.- ¡Mi hija accede! Ea, daos un beso y...¡Al Diablo!

NATALIA STEPANOVNA.- (Gimiendo). Está vivo... Sí; sí, accedo...

CHUBUCOV.- Dale un beso.

LOMOV.- ... ¿Cómo? ¿A quién? (Natalia Stepanovna y Lomov se besan). ¡Cuánto me alegro!

Pero... ¿de qué se trata...? ¡Ah, sí, ya entiendo...! Mi corazón... Veo chispas... soy feliz, Natalia

Stepanovna... (Le besa la mano). Se me ha dormido una pierna...

NATALIA STEPANOVNA.- Pero... sea como sea, reconozca, al menos ahora que Otkatai es mejor

que Ugadai.

LOMOV.- Le aseguro que es peor.

NATALIA STEPANOVNA.- Nada de eso. ¡Es mejor!

CHUBUCOV.- ¡Ya empieza la felicidad conyugal! ¡Que traigan champaña!

LOMOV.- ¡Es peor!

NATALIA STEPANOVNA.- ¡Es mejor! ¡Mejor! ¡Mejor!

CHUBUCOV.- (Trata de chillar más alto) ¡Traed champaña! ¡Traed champaña!

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Page 156: Teatro breve

Los clavos de plata

Nicolás Bela

PERSONAJES

Pat O’Connor

Ana (su mujer)

Alicia (su hermana)

Señora O’Malley

Catalina O’Malley

Señora O’Hara

Señora O’Sullivan

Doctor

Señor Daly (carpintero)

La Acción se Desarrolla en un pequeño lugar de Irlanda. La Época es

Convencional

ESCENA PRIMERA

Antes de levantarse el telón, se oye música irlandesa que va desvaneciéndose. Cuando el

escenario aparece ante los espectadores, Pat O’Connor se halla incorporado en el lecho, ana, su

mujer, está sentada a la izquierda ante una mesa, haciendo cálculos. Cada vez que se absorbe en

reflexiones, mordisquea el lápiz. A la derecha, Alicia, la hermana de Pat, está limpiando y doblando

unas ropas. Durante el diálogo, se oyen campanas que tocan a vísperas.

PAT.- Los O’Malley tuvieron dos sacerdotes. ¡Yo quiero tres!

ANA.- No seas testarudo, Pat; bastará con dos.

PAT.- ¡No me contradigas en el lecho de muerte, mujer! (A su hermana). Ana no tiene respeto

alguno por las últimas voluntades de su marido.

ANA.- Trato de ahorrar dinero.

156

Page 157: Teatro breve

PAT.- ¡Haciendo un entierro miserable! Al morir, debo salvar el honor de la familia, debo hacer todo

lo que pueda por recobrarla reputación del nombre de los O’Connor...

ALICIA.- (Aduladora). Nosotras también queremos lo mismo ¡Tendrás tres caballos, con penachos!

Peter O’Malley sólo tuvo dos.

ANA.- Cuestan ocho chelines.

ALICIA.- Tendrás un coro con diez voces; los O’Malley sólo tuvieron seis. Tendrás dos violinistas;

ellos no tuvieron más que uno. Y tendrás dos gaiteros; ellos no tuvieron ninguno.

PAT.- ¡No me vengas con cuentos! Yo llevé el cordón del paño mortuorio en el entierro de mi buen

amigo Peter O’Malley, sé que tuvo dos gaiteros. ¡Quiero que mi entierro sea mejor que el suyo!

Tres curas, ¿lo oyes? ¡No voy a morir para que un O’Malley ensombrezca la reputación de mi

familia!

ALICIA.- (Conciliadora). Se cumplirán tus deseos, Pat. Tendrás caballos, coche, flores, cantores, el

mejor ataúd, velas...

ANA.- Cuatro velas costarán una fortuna.

ALICIA.- Tendrás dos plañideras.

ANA.- (Leyendo las notas). Tendremos que pagar a la señora O’Hara con un jarro de whisky

O’Connor, y a la señora Sullivan, con un jamón ahumado.

PAT.- ¿Cómo...? ¿Un jarro de whisky mío a esa mujer? ¿Y un jamón ahumado? ¿Qué os

proponéis? ¿Matarme?

ALICIA.- Eso es lo que tenemos que pagar, Pat.

PAT.- ¡Prefiero condenarme antes que dar un jarro de mi whisky a esa mujer!

ALICIA.- Pues eso es lo que pagó la señora O’Malley a las plañideras.

PAT.- ¿Pago eso? Bueno, bueno.

ANA.- ¡Es terrible! Fíjate, todo junto asciende a... (Masculla). Siete Libras, diez chelines y seis

peniques.

PAT.- ¿Siete libras, diez chelines y seis peniques?

ANA.- Sin el velatorio.

PAT.- ¿Sin el velatorio? ¡Tened piedad de mi pobre alma moribunda! ¿no podéis suprimir algún

gasto?

ANA.- sólo podríamos prescindir de algún adorno del ataúd.

PAT.- ¡No, por Dios, no lo hagáis! He de tener el mejor entierro y el duelo más ruidoso de este

condado, ya que es lo último que voy a hacer en la tierra.

ALICIA.- ¡Entonces tendrás que pagar un jarro de whisky a la señora O’Hara!

PAT.- Bueno, pero tendrá que llorar bien y muy alto.

ANA.- Puedes estar seguro de que será así.

PAT.- Quiero que todos oigan que lloran por mí. Quiero que los cantores canten muy alto, que los

violinistas toquen muy fuerte, que se oiga bien a los gaiteros. (Llaman a la puerta).

ANA.- Así lo harán.

157

Page 158: Teatro breve

ALICIA.- (Yendo hacia la puerta). Será el doctor. (Sale y casi inmediatamente vuelve acompañada

del médico). Pase, por favor.

DOCTOR.- Buenos días, buenos días. ¿Cómo se encuentra el enfermo?

PAT.- (Tosiendo). Tengo...

ANA.- Está muy mal, doctor. No puede espirar.

DOCTOR.- (Ausculta el corazón del enfermo con un estetoscopio). ¡Hum...! Bien. Su marido podría

salvarse si le trajeran un balón de oxígeno.

ANA y ALICIA.- ¿Qué...? ¿Salvarse?

DOCTOR.- Sí, sí, pero tienen que traerlo enseguida.

ALICIA.- ¡Oh! Entonces... ¿podrá salvarse?

ANA.- ¿Cuánto costaría eso?

DOCTOR.- Una o dos libras al día. (Recoge el instrumental y lo guarda en el maletín).

ANA.- ¡Dos libras al día!

´PAT.- Es sumamente cara esa medicina, la más cara de las que he oído hablar. ¿Tuvo Peter

O’Malley un balón de oxígeno de esos?

DOCTOR.- ¿Peter O’Malley? No; el señor O’Connor, no.

PAT.- Entonces lo tendremos nosotros.

ALICIA.- Si; es necesario.

ANA.- ¿Cuánto tiempo hemos de tenerlo?

DOCTOR.- Dos días, quizá tres o cuatro; quizá diez. Pero un día es lo mínimo.

ANA.- ¡Dios mío! ¡A dos libras por día!

ALICIA.- Y... ¿Es seguro que Pat se pondrá bien si le traemos el balón de oxígeno?

DOCTOR.- No puedo decir tanto. Pero, confío en que la inmediata aplicación dl oxígeno ayudará a

salvarle la vida. Y, eso es lo más importante, ¿verdad?

PAT, ANA y ALICIA.- Sí.

DOCTOR.- Después, tendrá que cuidarse mucho para reponerse.

PAT.- ¿No puedo tomar unos traguitos de whisky mientras tanto?

DOCTOR.- No; en absoluto. Cuando esté bien, sí. Ahora le perjudicaría mucho, pero no creo qu le

haga daño después... si sobrevive a la crisis.

ANA.- ¿Cuánto tardará en ponerse bien?

DOCTOR.- Si todo marcha normalmente, dos meses. Y luego, durante una temporada, nada de

trabajar. Téngalo muy presente.

PAT.- No habrá inconveniente.

DOCTOR.- Bueno, me voy. Diré que manden el balón de oxígeno enseguida. En cuanto llegue, me

avisan. Vendré inmediatamente. ¡Adiós, y ánimo!

PAT.- ¿Está usted seguro de eso? De que no me convine beber, ¿me entiende?

DOCTOR.- Absolutamente seguro. Un solo trago lo mataría. (Sale acompañado de Alicia).

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Page 159: Teatro breve

PAT.- ¡Que se vaya al Diablo! (Saca una botella de debajo de la almohada y echa un buen trago.

Alicia vuelve y enciende una vela junto ala cama).

ANA.- ¡Un balón de oxígeno ahora! ¿Cómo vamos a pagarlo? Si esto dura varios días, nos

arruinaremos.

ALICIA.- ¡Y no es seguro que Pat viva!

ANA.- Eso dijo el doctor.

ALICIA.- En este caso, sería malgastar el dinero, sería como tirarlo por la ventana.

ANA.- Tendremos que suprimir todos los extraordinarios del entierro, Pat.

ALICIA.- (Cogiendo el papel y el lápiz de Ana y echando la cuenta). ¡Ay! ¡Será un entierro pobre!

¡Sin penachos, sin cantores, con un solo cura...! Será el hazmerreír de todo el pueblo. Pensad en

lo que dirá la señora O’Malley.

PAT.- Yo quiero un entierro grandioso.

ANA.- (Acercándose a la cama). Pues, no puedes tener un entierro grandioso y además un balón

de oxígeno.

ALICIA.- No; no puede ser.

PAT.- Entonces, ¡Quiero un balón de oxígeno!

ANA.- Muy bien. Tendrás el balón de oxígeno.

ALICIA.- Para el honor de nuestra familia sería muchísimo mejor que te murieras ahora mismo.

PAT.- ¡Quiero un balón de oxígeno!

ANA.- No piensas más que en ti mismo.

PAT.- A vosotras os irá mejor si vivo y gano algún dinero.

ANA.- Nosotras mismas lo podemos ganar. Podemos dirigir la destilería y la granja.

PAT.- Yo dirigiré mi destilería. ¡Quiero el balón de oxígeno! (Grita con furor creciente y es presa de

un ataque). ¡Aire... el balón de oxígeno... para ganar más dinero! (Se desploma y muere. Ana se

apresura a escuchar si late el corazón).

ANA.- ¡Alabado sea Dios! Ha muerto. (Le cierra los ojos).

ALICIA.- (Quita el pañuelo que Pat lleva en el cuello y se lo ata en torno a la cara para apretarle las

mandíbulas). La paz en nuestra familia se ha restablecido gracias a la sabiduría del

Todopoderoso...

ANA.- ... Que se lo ha llevado...

ALICIA.- Así podremos salvar nuestra reputación. (Se oyen a distancia jigas irlandesas durante el

resto de la escena).

ANA.- Tenemos que empezar enseguida.

ALICIA.- ¿Qué haremos primero?

ANA.- Buscar el dinero que Pat ha escondido.

ALICIA.- He revuelto la casa de arriba abajo. He buscado por todos los rincones, todas las grietas y

todos los escondrijos...

ANA.- Yo también.

159

Page 160: Teatro breve

ALICIA.- Tenemos que revolverlo todo. Examinar las habitaciones, los muebles, las paredes, el

suelo...

ANA.- Pero, antes hay que arreglar las cosas del entierro.

ALICIA.- Desde luego. Y el velatorio.

ANA.- Pat ha querido que los parientes, amigos y conocidos que asistan al duelo vayan al entierro

hartos de comer y de beber whisky.

ALICIA.- ¿Después del velatorio? ¡Estarán borrachos!

ANA.- No; con e famoso whisky O’Connor sólo estarán satisfechos.

ALICIA.- Bueno, ahora ¡manos a la obra! Tenemos que alquilar las plañideras...

ANA.- Avisar al sacerdote...

ALICIA.- Al médico...., al carpintero, al hombre de las velas..., encargar el ataúd... (Cogen sus

chales y se los ponen).

ANA.- A loa gaiteros...

ALICIA.- Contratar a la mujer para hacer el pan...

ANA.- Y a otra para guisar...

ALICIA.- ¡Tendremos un gran duelo! (Salen apresuradamente).

ESCENA II

Igual que la escena anterior. La cama está retirada y adosada a la pared. En el centro de la

habitación. Pat yace en el ataúd. Cuatro gruesas velas arden en las esquinas, hay paños negros y

flores a la cabecera del féretro y más flores alrededor. La mesa y las sillas están alineadas a lo

largo de la pared. Al levantarse el telón, las dos mujeres alquiladas, la señora O’Hara y la señora

O’Sullivan, están sentadas cada una a un lado del féretro llorando con su estilo sintético y

profesional. Desde la habitación contigua llega un murmullo de voces y se oye música fúnebre.

SEÑORA O’HARA.- (Llorando sin cesar). ¡Qué hermoso funeral!

SEÑORA O’SULLIVAN.- (Tan artista del llanto como su compañera). ¡Ay! Es un funeral más

hermoso de cuantos he conocido.

SEÑORA O’HARA.- ¿No le han pagado todavía?

SEÑORA O’SULLIVAN.- Sí, con un espléndido jamón. ¿Y a usted?

SEÑORA O’HARA.- Con un jarro de whisky. Se lo llevó a casa mi hermana.

SEÑORA O’SULLIVAN.- El whisky O’Connor es bueno.

SEÑORA O’HARA.- (Entre sollozo y sollozo). Es verdad. Y la comida también.

SEÑORA O’SULLIVAN.- No sé por qué no nos dejan salir un rato.

SEÑORA O’HARA. Tenemos derecho a tomar parte en el velatorio. (Mira con impaciencia por la

rendija de la puerta).

SEÑORA O’SULLIVAN.- Ya es hora de que tomemos un bocado.

160

Page 161: Teatro breve

SEÑORA O’HARA.- Y de que echemos un trago.

SEÑORA O’SULLIVAN.- Esas dos mujeres tienen que ver lo que cada uno come.

SEÑORA O’HARA.- Así es. Cuentan los bocados y los tragos.

SEÑORA O’SULLIVAN.- No me importa que me miren a la boca. ¡Voy a comer!

SEÑORA O’HARA.- Si no vienen dentro de cinco minutos, saldré.

SEÑORA O’SULLIVAN.- Aquí están. (Entran Ana y Alicia vestidas de luto).

ANA.- Gracias, señora O’Hara, gracias señora O’Sullivan. Ahora pueden ir al velatorio. (El llanto de

las dos mujeres cesa como por encanto. Salen).

ALICIA.- Ésta es la única habitación de la casa que nos queda por registrar. El dinero tiene que

estar aquí.

ANA.- Empieza... busca en el colchón. Yo miraré los cofres. (Las dos buscan febrilmente).

ALICIA.- ¿Qué va a pasar si no encontramos el dinero?

ANA.- Será la ruina. Nuestra reputación caerá por los suelos. (Ana suelta violentamente la tapa del

cofre y se dirige hacia la cómoda. Pat vuelve en sí. Mira sorprendido en torno suyo y se da cuenta

de lo que ha pasado. Se rasca la nariz. Cuando advierte el traje nuevo, los zapatos, las flores hy

las velas, su cara resplandece, Pero, al comprender lo que buscan las mujeres, decide hacerse el

muerto).

ANA.- ¡Aquí no está! El dinero que tenemos no nos alcanzará.

ALICIA.- Y todo el pueblo está en nuestra casa.

ANA.- ¡Oh, si la señora O’Malley supiera!

ALICIA.- Esa bruja ha traído a toda su familia. Y por si fuera poco también están aquí los

O’Learyss, los Doyles, los MacIldownies, los O’Days y los Brannigans. Y ese retoño de los

O’Malley, que ha vuelto de los Estados Unidos con esos ademanes y esas gracias... Seremos el

hazmerreír de todo el mundo... ¡Oh, Virgen Santa, ayúdanos! (Silencio). ¡Dios mío!

ANA.- ¿Qué pasa?

ALICIA.- ¡Se nos ha olvidado encargar los clavos de plata!

PAT.- (Irguiéndose vivamente). ¡Esto es una vergüenza! (Enfurecido vuelve a echar la cabeza

sobre la almohada).

ALICIA.- (Volviéndose). ¡Bendito sea Dios! ¿Qué ha sido esto? (Se dirige al féretro).

ANA.- ¿De qué hablas? Yo no he oído nada.

ALICIA.- Juraría que... (Llaman a la puerta).

ANA.- ¿Quién es? (Alicia abre la puerta, mira, y la cierra de nuevo).

ALICIA.- ¡Hablando del ruin de Roma...! Es la hija de los O’Malley.

ANA.- Déjala pasar. (Alicia abre la puerta. Entra Catalina O’Malley. Es joven y alada...Disfruta

plenamente de su primer velatorio. Lleva un vaso en la mano).

CATALINA.- ¡Hola! ¿Cómo están? Usted es probablemente, la señora O’Connor. ¡Qué orgullosa

debe estar! ¡Qué reunión, qué velatorio, qué duelo! Soy Catalina, la hija de la señora O’Malley. He

estado trabajando en los Estados Unidos...

161

Page 162: Teatro breve

ANA.- ¡Si, mi pequeña Catalina! ¿Cuánto has crecido!

ALICIA.- ¡Estás hecha una mujer!

CATALINA.- (Va hacia el féretro dándose polvos en la nariz). Esto es una cosa magnífica. ¡Qué

cadáver tan hermoso! ¡Qué lástima! ¡Con lo animado que era! Gastaba el dinero como un príncipe,

cuando lo tenía, porque el muy condenado estaba siempre a la cuarta pregunta. (Ríe. Mira a las

mujeres. Su risa hiela. Se acerca a ellas. Pat hace esfuerzos para no estornudar). Nunca había

visto una cosa así. ¡Cuánta comida! ¡Qué abundancia de bebida! En América no ha velatorios. Aquí

todo es muy bonito y muy primitivo. (Pat estornuda).

ALICIA, ANA Y CATALINA.- ¡Jesús! (Se miran sorprendidas).

ALICIA.- ¿Fuiste tú?

ANA.- ¿Fuiste tú?

CATALINA.- Creí que habían sido ustedes. (Todas se vuelven y miran a Pat).

ALICIA.- ¡Dios nos ampare! Por un momento he creído...

ANA.- ¡Y yo!

CATALINA.- Yo, también. (Toma un buen trago del vaso y va hacia la puerta). En un velatorio

pueden suceder tantas cosas... Bueno, tengo que volver allí. ¡Esto es maravillosos! Mi madre está

amarilla de envidia.

ANA.- ¿De veras?

CATALINA.- ¡Este duelo es muy superior al de mi padre...!

ALICIA.- Eres muy amable.

CATALINA.- ¡Oh, es un duelo muy hermoso! A propósito. ¿Van a poner clavos de plata en la caja?

ANA.- ¿Clavos de plata?

ALICIA.- Lo he preguntado a mi madre. Mi padre llevó dos en su ataúd. (Sale haciendo un

movimiento de cabeza).

ANA.- ¡Malditos clavos de plata!

ALICIA.- Si encontráramos el dinero, los clavos de plata serían lo de menos.

ANA.- ¿Lo de menos? Hablas como si hubieras pagado todas las cuentas. Pat ha escondido tan

bien el dinero, que si no lo encontramos ahora, será el fin del buen nombre de los O’Connor.

ALICIA.- Eso no puede ser. Si fuera así, mi hermano habría muerto para nada.

PAT.- (Incorporándose). ¡Oh! ¿Es posible?

ANA Y ALICIA.- ¡Oh, Pat! ¡Su espíritu! ¡El Señor tenga piedad de nosotros! ¡El espíritu de Pat!

PAT.- No soy ningún espíritu.

ANA.- (Tocándole tímidamente). ¿Estás vivo?

PAT.- (Moviendo la cabeza). He oído lo que acabas de decir.

ANA.- ¿Estás vivo? Entonces. ¿Para qué hemos gastado todo ese dinero? En este momento

numerosas personas engullen nuestros mejores manjares y tragan nuestro mejor whisky. ¡Y todo

eso en balde!

ALICIA.- ¡Viejo testarudo! Te niegas a que tu alma te abandone cuando es por tu buen nombre.

162

Page 163: Teatro breve

ANA.- Piensa en el dinero que has hecho derrochar.

PAT.- ¿Yo? ¡Estás loca! Mira esas velas propias de un arzobispo. Mira esas flores que sólo sirven

para marchitarse. Mira esta almohada que sólo sirve para pudrirse en la sepultura. (Saca la

almohada y se la coloca sobre la cabeza). ¿Quién tira el dinero? ¿Por qué has ordenado que

salieran de aquí esas dos mujeres a las que han pagado para que lloren?

ANA.- Te atreves a acusarme cuando sólo por complacerte, he gastado a manos llenas para tu

duelo?

ALICIA.- ¿Quién Diablos eres para hablarnos así?

ANA.- ¡En vez de agradecernos que te hacemos el mejor duelo que se ha visto en Irlanda!

ALICIA.- ¿Es así como agradeces las cosas?

ANA.- ¿Qué se puede esperar de un hombre que está a punto de malgastar todo ese dinero por

volver a la vida? (Se echa a llorar y Alicia la consuela).

PAT.- Cállate, cállate, y dame un trago.

ANA.- Dale un trago. (Alicia va a hacerlo, pero la detiene una pregunta de Pat).

PAT.- ¿Cuánta gente hay en el velatorio?

ALICIA.- Cincuenta y cuatro y el padre McCoy.

PAT.- (Complacido y un tanto horrorizado) ¿Hay comida abundante?

ANA.- Nuestro mejor cerdo, corderos, cuatro pavos, dos gansos, diez gallinas...

PAT.- ¿Y whisky!

ANA.- Veinte cuartos del nuevo y veinte del viejo

PAT.- ¡Maravilloso! ¡maravilloso!

ANA.- Necesitaremos más dinero.

PAT.- ¿Cómo?

ALICIA.- No puedes resucitar ahora, Pat, tienes que seguir muerto.

PAT.- ¡Dame un trago!

ANA.- Te daremos un trago si nos dices dónde has escondido el dinero.

PAT.- ¡Dame un trago!

ANA.- Anda Alicia. Dale una botella.

ALICIA.- No se la daré hasta que no nos diga dónde está el dinero.

PAT.- ¡El whisky, mi propio whisky, está corriendo como agua en esa habitación y os negáis a

darme un trago! ¡No puedo tolerarlo!

ALICIA.- Necesitamos el dinero. (Ana la incita. Alicia se dispone a dar la botella a Pat cuando se

oye un golpe en la puerta. Alicia la abre y retrocede. Entra la señora O’Malley. Es una mujer de

echo voluminoso. Lleva la cara a medio cubrir con un pañolón. Mira a su alrededor con mirada

crítica. Su hija Catalina la sigue. Pat se tiende rápidamente en el ataúd y Ana se echa a llorar).

SEÑORA O’MALLEY.- Reciba mi más sentido pésame, querida Ana. Y usted también, querida

Alicia. Sé cuánto lo sienten. Hace poco he pasado por lo mismo.

CATALINA.- ¡Azucenas por todas partes!

163

Page 164: Teatro breve

SEÑORA 0’MALLEY.- No hay rosas ni claveles, sólo azucenas y flores silvestres. Además están

algo marchitas.

CATALINA.- ¡Cuatro velas, lo mismo que papá!

SEÑORA O’MALLEY.- Dos sin encender. ¡Ana sabe ahorrar! (Pat frunce el ceño. Alicia trata de

colocarse entre él y las visitantes). La caja es casi tan gruesa como la de mi pobre marido.

ANA.- Es más gruesa. Tiene más de media pulgada.

SEÑORA O’MALLEY.- (Examinando a Pat de cerca). Pat O’Connor es un hombre guapo hora que

está muerto. ¿Dónde está su sortija de oro? ¡Supongo que no le habrá hecho falta para pagar los

gastos del duelo!

ANA.- (Poniendo la mano ante la cara de la señora O’Malley). La tengo aquí, en mi dedo (el

movimiento ha sido tan brusco que la señora O’Malley retrocede por miedo a recibir un puñetazo).

SEÑORA O’MALLEY.- Lleva su mejor traje. Veo que ha seguido usted mi ejemplo y ha comprado a

su esposo un buen par de zapatos negros.

CATALINA.- ¿Qué es lo que huele tan bien?

ALICIA.- La brillantina.

ANA.- El frasco me costó un chelín...

ALICIA.- Y la hemos gastado toda para honrar a nuestro difunto.

SEÑORA O’MALLEY.- ¡Muy bien! Sería un duelo perfecto, a no ser porque le faltan los clavos de

plata. (Pat agarra a Alicia fuertemente por la blusa y la empuja para que conteste a la señora

O’Malley)

ALICIA.- ¿Los clavos de plata? Los tendremos también. No hemos podido encontrar al señora

Daly.

SEÑORA O’MALLEY.- ¿Qué no ha podido encontrarlo? Pero si está aquí, en su propia casa. Voy a

llamarlo. (abre la puerta y llama). ¡Señor Daly!

ANA.- Lo hemos buscado por toda la ciudad.

ALICIA.- No estaba en su taller. (Entra el señor Daly. Es un hombre cincuentón, fornido, de grueso

cuello y brazos cortos. Está completamente borracho. Lleva en un mano un vaso de whisky y en la

otra, un gran pañuelo rojo con el que se enjuga el sudor de su rostro de apoplético.

Tambaleándose se acerca al féretro y alza el vaso).

SEÑOR DALY.- Levanto este vaso de buen whisky a la salud de mi amigo. Pat O’Connor. ¡Ejem!

¡Hum! No por su salud, pues ya no la necesita, el muy afortunado. Quiero decir por la salvación de

su alma pecadora. Siempre le dije que la bebida acabaría con él. Pat, tú eres testigo: ¿No te dije

que el licor te destrozaría el hígado? Y así ha sido, Pat. Así ha sido. (Toma un trago e

inmediatamente escupe). ¡Uf! ¡Qué asco! ¡Qué horror!

PAT.- (Incorporándose de pronto). ¡Borracho! ¡Gruñón! (Se recuesta)

SEÑOR DALY.- ¡Dios santo!

ANA.- ¿Qué ha pasado?

SEÑOR DALY.- Me pareció que Pat me había mirado.

164

Page 165: Teatro breve

SEÑORA O’MALLEY.- Está usted borracho.

SEÑOR DALY.- Estaré borracho, pero Pat me ha mirado.

SEÑORA O’MALLEY.- ¡Qué disparates dice, señor Daly! Pat O’Connor no volverá a abrir los ojos

hasta que San Gabriel toque la trompeta.

SEÑOR DALY.- Si los abre antes, ganaré una prenda.

SEÑORA O’MALLEY.- (Hace un gesto con la cabeza apreciando el licor). ¡Qué bueno es el whisky

O’Connor!

SEÑOR DALY.- ¿Me... me ha llamado usted?

SEÑORA O’MALLEY.- Si, la señora O’Connor no tiene clavos de plata para el ataúd de su querido

esposo.

CATALINA.- ¿Clavos de plata? ¿Para qué?

SEÑORA O’MALLEY.- Si el ataúd no lleva clavos de plata, los espíritus malos atormentarán al

difunto en la sepultura. Los clavos de plata son una salvaguardia contra el Demonio.

ALICIA.- Podemos poner uno en cada lado de la caja. ¿Tiene usted aquí clavos de plata, señor

Daly?

SEÑOR DALY.- Sí. Y muy hermosos. (Saca un par de clavos de plata del bolsillo).

ANA.- ¿Cuanto cuestan?

SEÑOR DALY.- A cinco chelines.

ANA.- ¿Un par?

SEÑOR DALY.- La pieza.

ANA.- ¡Oh! ¿Cuántos clavos compró usted señora O’Malley?

SEÑORA O’MALLEY.- La caja de mi querido esposo llevaba dos.

ANA.- ¿Dos? (Pat hace señas con los dedos para que compre siete. Ana se coloca entre él y los

visitantes).

ALICIA.- La señora O’Malley compró dos, entonces nosotros...

ANA.- Lo pensaremos, señor Daly. Se le llamará cuando haga falta. Y ahora déjenos solas con

nuestro pobre Pat. Queremos rezar.

SEÑORA DALY.- Harán bien en rezar mucho. Ese viejo avaro lo necesita.

CATALINA.- ¿Quiere que le enviemos al padre MacCoy?

ANA.- No. (A la señora O’Malley). El padre está esperando que lleguen los otros dos sacerdotes.

(La señora O’Malley, el señor Daly y Catalina salen).

PAT.- (Incorporándose). ¡Devuélveme mi anillo de oro, ladrona de sepulturas! (Ana le entrega el

anillo, y Pat se lo pone en el dedo). ¡Tú, tú...! Llama a Daly y pídele los clavos de plata.

ANA.- No los tendrás. No voy a tirar el dinero en esas tonterías.

PAT.- ¡Mujer! Tendré clavos de plata. ¡Cuatro! ¡O’Malley llevó dos!

ANA.- ¡Patricio Dionisio O’Connor! Esto indica lo despilfarrador que eres. Sólo un manirroto

gastaría dinero en cosas tan inútiles.

PAT.- ¡Se trata de mi entierro y gastaré lo que me plazca! ¡El dinero es mío!

165

Page 166: Teatro breve

ANA.- ¡Te van a oír en la sala! No mujas como un búfalo.

PAT.- ¡Mugiré todo lo que quiera! ¡Estoy en mi casa y en mi propio duelo!

ALICIA.- Está en juego el honor de la familia.

ANA.- Y mi dinero también.

PAT.- ¡Llamad a Daly y encargadle clavos de plata! (Salta del féretro).

ANA.- Por unos miserables clavos venderías la herencia de tu viuda. (Sale).

ALICIA.- Vuelve a meterte en la caja, Pat.

PAT.- (Se mete en el ataúd, ayudado por Alicia). Muy bien, muy bien, pero todavía tengo ganas de

beber.

ALICIA.- Te daremos de beber, no te preocupes. (Entra Ana).

ANA.- He encargado los clavos de plata. Ahora, dinos dónde está el dinero.

PAT.- Dame un trago.

ANA.- Alicia, trae una botella de whisky y un vaso.

PAT.- No te preocupes del vaso, trae la botella.

ALICIA.- (Junto a la puerta). Quiero ver el dinero, Ana. (Sale).

PAT.- (Arrojando la almohada contra Alicia en l momento en que sale). Muy bien, muy bien.

ANA.- (Recogiendo la almohada y acercándose al ataúd). Dime dónde está el dinero.

PAT.- Escucha mujer, cómo van a ocurrir las cosas: Me llevarán al cementerio y me pondrán en la

sepultura, nadie sabrá nada y el entierro tendrá gran éxito. Luego, por la noche, Alicia y tú iréis a

sacarme. Traeréis herramientas para abrir la caja y sacar los clavos. De segunda mano valdrán por

lo menos dos libras y seis chelines. Entonces, me iré a Dublín. Con el dinero que tengo, ¡viviré

como príncipe!

ANA.- Y cuando se te acabe, ¿qué vas a hacer?

PAT.- Alicia y tú me enviaréis más.

ANA.- ¿De lo que ganamos con nuestro sudor?

PAT.- De mi granja y mi destilería.

ANA.- entonces ¿no piensas trabajar?

PAT.- Ni pizca. ¡Ya he trabajado bastante! Necesito descansar. Ven, mujer, ayúdame. (Ana le

ayuda a salir del ataúd. Se estira). ¡Qué bien se está ahí! ¡Qué caja tan cómoda! Está bien hecha y

la madera es fina. (Le lastima un zapato). Este zapato me está matando; me destroza el pie. (Alicia

entra con la botella). ¡Deprisa, deprisa! ¡Bendita seas, hermana, bendita seas! (Coge la botella y

echa un gran trago).

ALICIA.- No bebas demasiado. Te matará. Recuerda lo que dijo el doctor. (A Ana). ¿Cogiste el

dinero?

ANA.- No. Quiere quedarse con él y llevárselo a Dublín.

ALICIA.- ¿Y cómo va a ir a Dublín?

ANA.- Esta noche, después del entierro. Quiere que lo desenterremos. Luego, vivirá de su dinero.

No piensa trabajar y pretende que le mandemos más cuando se le acabe.

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Page 167: Teatro breve

ALICIA.- ¿Eso es lo que pretendes, Pat? (Pat hace un movimiento de cabeza afirmativo). Bueno,

pero nos dejarás un poco.

PAT.- (Cogiéndose el pie). Este zapato me hace daño. Me lo quitaré. (Se sienta en el féretro y

empieza a quitarse el zapato; cuando lo consigue se coge los dedos con expresión de alivio. Las

dos mujeres lo miran con impaciencia). ¡Ah, es el dinero lo que queréis! (Se levanta y va hacia la

cómoda; las dos mujeres lo siguen excitadas). ¡Hoy es un gran día! ¡Nunca lo olvidaremos! ¿Viste

la cara de la señora O’Malley? Estaba amarilla... Creí que iba a reventar. (Busca en un cajón, lo

cierra y se acerca mucho a las mujeres). ¡Hum! ¿Dónde puse ese dinero? (Se dirige de nuevo a la

cómoda, y, tras de una breve búsqueda, saca una bolsa llena de billetes). ¡Palomitas! ¡Aquí está el

dinero! (Aparta dos fajos iguales que entrega a las mujeres, coloca el resto en la bolsa y se la mete

en el bolsillo interior de la levita). Ahora, todo está dispuesto. (Volviendo al féretro). ¡Que empiece

el duelo! ¡Venga música, cantos, incienso, rezos! Quiero que lloren las mujeres y que los hombres

vayan en pos de mi ataúd. Por la noche, me sacaréis y ¡a Dublín! ¡Dios mío! (Se sienta en el borde

del féretro). ¡Dame la botella, Alicia!

ALICIA.- (Cogiendo la botella del sitio en que la había dejado Pat). Te matará.

PAT.- ¡Por Dios! ¡Si ya estoy muerto! (Sostiene la botella). Bebo este noble licor por mí mismo, por

mi familia, por mi mujer, por mi hermana y por todos los O’Connor (Silencio). ¡Y que la peste se

lleve a todos los O’Malley! (Bebe. Ana aprieta los labios para dominar el impuso de detenerlo).

¡Dios mío! ¡Iré a Dublín! (Canta). ¡Bailad, bailad, caballitos míos!

ANA.- ¡No cantes! (Pat desfallece. Las dos mujeres lo colocan en el féretro).

ALICIA.- ¡Chist!

PAT.- (Poniéndose cómodo). Me encuentro bien, me encuentro muy bien. ¡Hip!

ALICIA.- Domina ese hipo.

PAT.- No puedo.

ANA.- Ponte la almohada en la boca.

PAT.- Me ahogaría.

ANA.- Ciérrale la boca. (Mientras Ana le coloca la almohada, Alicia le sostiene la boca cerrada).

PAT.- Tápate la boca y verás si te gusta. (Murmurando como adormilado). Quiero dormir... ¡hip!

¡Me encuentro bien. Quiero ir a mi propio duelo...

ANA.- ¡Duerme! (A Alicia). Quítale el otro zapato; con uno sólo no está bien. (Alicia le quita el

zapato y lo coloca debajo de la cama, junto al otro).

PAT.- No lo olvides, por la noche... Ahora, voy a echar un sueñecito. (Se vuelve para estar

cómodo. No tarda en empezar a roncar).

ALICIA.- Está dormido.

ANA.- Démonos prisa. (Buscan el dinero en el bolsillo de Pat. Ana es más ligera. Se echa a reír al

abrir la bolsa y contar los billetes. Alicia la mira con ansiedad).

ALICIA.- ¿Cuánto hay?

ANA.- Unas cien libras.

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Page 168: Teatro breve

ALICIA.- ¿Cien libras?

ANA.- Y quería levárselas a Dublín.

ALICIA.- ¿No irás a devolvérselas?

ANA.- ¿Para que las derroche? ¡Nada de eso! Toma la mitad. Me quedaré con la otra. (Reina u

silencio. Las dos mujeres se miran y se les ocurre la misma idea).

ALICIA.- (Con expresión sombría). Clavaremos la caja.

ANA.- ¿No quería clavos de plata? ¡Que los tenga!

ALICIA.- ¡Espera! El anillo de boda. (Quita el anillo de la mano de Pat y se lo da a Ana).

PAT.- (Adormilado mira en torno suyo). Dadme de beber... dadme los clavos de plata...

ANA.- ¡Chist, chist! ¡Pat, estate quieto! El entierro va a empezar enseguida.

PAT.- ¿Me sacaréis? ¡El mejor funeral que se ha visto en Irlanda!

ANA.- Te sacaremos. (Ajusta el pañuelo de Pat de modo que la boca queda muy apretada).

ALICIA.- ¡Estate quieto! ¡Por el buen nombre de nuestra familia! (Pat rezonga).

ANA.- Ahora, podemos empezar. (Va a la puerta y llama) ¡Señor Daly! Ya puede traer los clavos

¡Que empiece la música! (Resuena la música. Entran el señor Daly, la señora O’Malley, Catalina,

la señora O’Hara, la señora O’Sullivan, el sacerdote y otros visitantes. Ana y Alicia cogen

rápidamente la tapa y cierran el ataúd con la ayuda del señor Daly, que se tambalea).

ANA.- Esmérese, señor Daly.

SEÑOR DALY.- Eso quiero, señora O’Connor. Quiero lucirme en mi trabajo. (Da vueltas en torno al

féretro, coloca los clavos y los clava sin dejar de hablar al mismo tiempo). ¡Vaya! Esto sí ue es un

trabajo magnífico. Pat O’Connor era un hombre como es debido ¡Dios lo tenga en la gloria!

ANA.- Gracias, señor Daly.

SEÑOR DALY.- (A la señora O’Malley). ¿Quiere acompañarme a tomar una copa, señora O’Malley,

(Todos, excepto Ana y Alicia, salen en medio de la música y el murmullo de las conversaciones.

Desde el interior del ataúd se oye un débil ruido).

ANA.- Puedes golpear la caja todo lo que te plazca. No se ha de abrir hasta el Día del Juicio.

ALICIA.- Patricio Dionisio O’Connor. Dios te conceda el eterno descanso, cosa que nunca nos diste

en vida.

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Page 169: Teatro breve

El sistema del doctor Alquitrán y el profesor Pluma

Obra en un acto según un cuento de Edgar Allan Poe

Andrés de Lorde

PERSONAJES

Doctor Alquitrán (45 años)

Profesor Pluma (60 años)

Enrique (30 años)

Juan (28 años)

Roberto (25 años)

Loquero Primero

Loquero Segundo

Loquero Tercero

Señora Alegre (45 años)

Señorita Eugenia (18 años)

Loquero Jefe (40años)

Despacho de un médico alienista. Un ventanal al fondo. Una puerta a la izquierda; cuando se abre,

deja ver un largo corredor. A la derecha, una puerta baja; cerca de esta última, una chimenea

sobre la que se encuentran algunos aparatos eléctricos, libros, una botella de agua, etcétera. La

mesa, muy desordenada. En un rincón de la pieza, una gran librería. Sillas, sillones, etcétera.

Tarde de verano; sol fuerte.

ESCENA PRIMERA

Enrique y Juan

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Page 170: Teatro breve

Al levantarse el telón, gran silencio en la escena. Luego se oye llamar en la puerta de la izquierda.

Nuevo silencio. Vuelven a llamar. La puerta de la izquierda se abre lentamente. Un hombre asoma

la cabeza, mira dentro de la habitación y entra, luego, volviéndose y hablando a alguien que le

sigue.

ENRIQUE.- Nadie...

JUAN.- (Que a su vez ha entrado en el gabinete). ¡Seguimos si encontrar a nadie! (Vuelve a cerrar

maquinalmente la puerta tras de sí).

ENRIQUE.- Anda uno por aquí como Pedro por su casa.

JUAN.- ¡Vaya una manera de gobernar un establecimiento de esta clase...! Todas las puertas

están abiertas. ¡Los locos podrán escaparse cuando quieran!

ENRIQUE.- Esperemos aquí... Ya vendrá alguien... (Mirando a su alrededor). Este debe ser el

despacho del Director... (Un silencio. Examinan la habitación, la biblioteca, los instrumentos

eléctricos).

JUAN.- (De pronto jovialmente). Oye, chico. ¿No nos habremos equivocado...? ¡Mira que si

hubiéramos entrado por error en otro sitio...! ¡Sería gracioso!

ENRIQUE.- ¡Si que sería gracioso! (Se echan a reír. Unos gritos espantosos que se oyen fuera,

vienen de repente, a interrumpirles).

JUAN.- (Sobresaltado). ¿Qué será eso?

ENRIQUE.- (Después de haber escuchado y haberse dirigido a la ventana). Son los locos...

JUAN.- Los locos... ¿Tú crees?

ENRIQUE.- ¿Y quién crees que sea? (Los gritos se hacen más fuertes; se oye un vocerío

espantoso).

JUAN.- ¡Qué griterío...! Pero, ¿qué es lo que puede suceder?

ENRIQUE.- (Adelantándose hacia la ventana y asomándose). Desde aquí no se ve nada... Hay un

patio grande abajo. (Inclinándose más hacia fuera). ¡Qué alto es esto...! (Cerrando de nuevo la

ventana). Seguramente son los locos que promueven el escándalo... Con frecuencia aúllan de este

modo, sobre todo, en tiempo de tormenta... y hay una pesadez en la atmósfera... (Se seca la frente

con el pañuelo).

JUAN.- (Secándose también el sudor y sentándose en una esquina de la mesa). ¡Insoportable!

ENRIQUE.- ¡Si los oyeras cuando suena un trueno..! ¡Es algo espeluznante! ¿Nunca has visitado

un manicomio? No creas que es tan fácil entrar aquí.

JUAN.- ¡Ah! ¡No cabe duda...! La puerta de entrada estaba abierta de par en par... Hemos subido

las escaleras, cruzando de parte en parte todo el establecimiento sin encontrar una rata...

ENRIQUE.- (Interrumpiéndole). Quiero decir que el director... –un tipo muy original- sólo autoriza

las visitas ocasionalmente... Por fortuna, vengo provisto de una carta de recomendación para él...

(Registrándose los bolsillos). Con tal que no la haya perdido. (Encontrándola). No, aquí está...

170

Page 171: Teatro breve

Supongo que con esto seremos bien recibidos... que nos enseñarán todo... Tengo que hacer por lo

menos un par de artículos para mi periódico...

JUAN.- (Sonriendo). O tres... ¡Ah pícaro...! (Interrumpiéndose). ¡Chitón... Escucha... Viene

alguien... (Se descubren, toman una actitud correcta. Largo silencio. Se miran con asombro).

JUAN.- Pues no... y sin embargo, me había parecido oír ruido, ahí al lado... (Escuchando). Si hay

alguien...

ENRIQUE.- (Adelantándose). ¿Crees tú?

JUAN.- (Empujándolo hacia la puerta derecha). No cabe duda... (Enrique atraviesa la habitación,

se dirige hacia la puerta y llama).

UNA VOZ.- (Detrás de la puerta). ¿Eh? ¿Quién está ahí?

ENRIQUE.- (en voz alta). Perdón... a quién podríamos dirigirnos para...

ESCENA II

Los mismos, el doctor Alquitrán

(En este momento la puerta se abre, Alquitrán entra bruscamente y vuelve a cerrar la puerta con

violencia; se queda pegado a ella. Está condecorado con la Legión de Honor. Tiene voz y

ademanes bruscos)

ALQUITRÁN.- ¿Quiénes son ustedes? ¿Quiénes son ustedes?

ENRIQUE.- (Retrocediendo, así como Juan, ante la aparición). Usted perdone... hemos atravesado

todo el establecimiento sin encontrar a nadie que pudiera informarnos...

JUAN.- (Continuando). Desearíamos hablar con el señor Director...

ALQUITRÁN.- (Violentamente). ¿El Director...? ¿Para qué le quieren ustedes?

ENRIQUE.- Es para visitar el establecimiento... Venimos recomendados por el doctor Richard...

Aquí tiene usted una carta suya. (Le tiende la carta).

ALQUITRÁN.- ¡Ah! ¡Ah! Muy bien... Muy bien... (Coge la carta que lee y la arroja sobre la mesa,

estrujándola). Ya veo de qué se trata... (Sonriente). Ustedes querrían obtener autorización para

visitar el establecimiento, ver a los locos...

JUAN.- Tendríamos verdadero gusto en ello.

ENRIQUE.- ¿Podemos ver al señor Director?

ALQUITRÁN.- (Solemne). ¿Al señor Director? Pero si soy yo, señores ¿Quién quieren ustedes que

sea?

ENRIQUE.- ¡Perdón...! Ignoraba a quién tenía el honor de hablar...

171

Page 172: Teatro breve

ALQUITRÁN.- (Poniéndose muy amable). Tengan la bondad de sentarse, señores... (Les indica

unas sillas).

ENRIQUE.- No quisiéramos molestarle...

ALQUITRÁN.- Nada de eso, señores, nada de eso... Estoy encantado de ponerme asu entera

disposición.

ENRIQUE.- Gracias, señor...

JUAN.- Es usted demasiado amable... (Juan y Enrique se sientan. Alquitrán, con gesto de gran

fatuidad, se instala en el sillón colocado detrás de la mesa del despacho).

ALQUITRÁN.- Les escucho, señores...

ENRIQUE.- Señor Director, sabemos que son muy pocos los privilegiados que usted se digna

admitir para visitar detenidamente el establecimiento que con tanta autoridad dirige usted hace

tantos años...

ALQUITRÁN.- (Repitiendo). Desde hace años.

ENRIQUE.- Mi amigo y yo somos redactores del Diario de París y querría, sí usted me lo permite,

tomar algunas notas sobre su establecimiento, y sobre los enfermos que están a cargo de usted, y

al propio tiempo, si no le molesta, pedirle algunos datos sobre usted y sobre sus trabajos, de su

método de tratamiento, si famoso sistema...

ALQUITRÁN.- (Con mucho énfasis). Señores... me enorgullece mucho que hayan tenido ustedes la

idea de visitarme, y que se interesen por una institución que me es tan entrañable y que absorbe

toda mi vida desde que me han traído aquí... el sistema del cual han oído ustedes hablar... –y que

me ha costado muchos esfuerzos y sinsabores...- es, en efecto, de mi invención... Lo creo

destinado a actuar poderosamente sobre el cerebro de los alienados... (Con énfasis creciente).

¡Ah! Los locos, señores míos... ¡Quién podría narrar sus sufrimientos y sus miserias...! Hasta el

presente se les ha tratado como a alimañas perjudiciales, como a animales curiosos, y no como a

enfermos. (Cada vez más enfático). ¡Compadezcámoslos! ¡Prodiguémosles todos nuestros

cuidados, señores! ¡Es un deber de humanidad! ¡La ciencia también nos lo exige...!

ENRIQUE.- (Aparte). ¡Qué charlatán!

ALQUITRÁN.- Yo, simple sabio retirado del mundo, no creo pecar de inmodesto diciéndoles que

hasta ahora he obtenido curaciones verdaderamente interesantes. Estoy recogiendo datos y

observando casos, para someterlos a la Facultad de Medicina... (Insistiendo). Sí, señores, a la

Facultad de Medicina... incluso podría citarles... (En este momento se oyen como gemidos que

parecen venir de la habitación de la derecha. Se interrumpe, mira hacia ese lado, y escucha). ¡Ah!

¡Todavía se le oye...! (Los gemidos se hacen más claros. Se levanta). Perdón, señores... (Se dirige

hacia la puerta de la derecha y, plantándose bruscamente delante, dice en voz alta). ¡Pero cuándo

va usted a callarse, amiguito...! ¡Cuándo va usted a terminar de quejarse...! (Como si respondiese

de pronto a alguien). Mire usted, eso me trae sin cuidado... El jefe soy yo, ¿me oye usted...? ¡Y no

usted...! ¡Le ordeno que se calle al instante...! (Da algunos fuertes puñetazos en la puerta, y luego

172

Page 173: Teatro breve

volviéndose hacia Juan y Enrique que le miran con asombro). Hay que hablar así... Perdónenme,

se los ruego... es un pobre loco a quien no consigo calmar...

JUAN.- (Asustado). ¡Ahí, al lado...! ¿Un loco?

ALQUITRÁN.- Si, lo he traído ahí para vigilarlo... ¡Oh! No puedo dejarlo ni un minuto. Únicamente

yo tengo alguna influencia sobre él... Es el más peligroso de todos... Sí, señores, el más peligroso.

(Una pausa). Pero ¿qué estábamos diciendo?

ENRIQUE.- Hablábamos de los admirables resultados de sus sistema...

ALQUITRÁN.- (Paseando nerviosamente, mientras Enrique toma notas y Juan, inquieto, echa

miradas de vez en cuando hacia la puerta de la derecha). ¡Ah! Sí, mi sistema... Pues bien, señores,

mi sistema ya deben de conocerlo ustedes en líneas generales ya que no en detalle... Mi sistema –

puesto que así lo llaman generalmente por ahí como si se tratase, señores míos, de un invento

práctico- mi sistema... (Se oyen nuevos gemidos en la habitación de la derecha. Se detiene

bruscamente y mira en dirección a la puerta). ¡Ya empieza otra vez! ¡Qué bestia...! (Furioso). ¡Y,

sin embargo tiene que cesar esto! (Atraviesa rápidamente la escena y desaparece por la

habitación de la derecha, cuya puerta cierra tras sí con violencia inaudita).

ESCENA III

(Una pausa. Los periodistas se miran el uno al otro)

ENRIQUE.- ¡Qué tipo más raro...!

JUAN.- Una cabeza curiosa... Inteligente...

ENRIQUE.- Si, pero ¡qué charlatán...! ¡Mi sistema!, se le llena la boca diciéndolo.

JUAN.- Está encantado de que hayamos venido a entrevistarle... ¡Has sabido hacerlo bien! (En

este momento, se oye un grito espantoso, seguido de una risa estridente. Ambos periodistas se

ponen de pie, asustados. Aparece Alquitrán muy tranquilo).

ESCENA IV

Los mismos, Alquitrán

ALQUITRÁN.- No es nada, señores... no es nada... (Sonriendo). No nos molestará más... He

logrado calmarlo... ¡Qué bestia...! Miren ustedes cómo me ha arañado... ¡Cuidado que es bruto ese

animal...! (Enseña las manos).

JUAN.- Pero si tiene usted las manos hechas una lástima...

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Page 174: Teatro breve

ENRIQUE.- Llenas de arañazos...

ALQUITRÁN.- (Secándose con el pañuelo). ¡Oh! Esto no es nada... Ya he visto bastantes casos

peores, desde que estoy aquí.

JUAN.- Con enfermos como éste, correrá usted, muy a menudo, verdadero peligro...

ALQUITRÁN.- ¡Sí, hay casos...! Este enfermo, que es muy inteligente, cuando no se halla en

estado de crisis, tiene una manía de la que nada ni nadie ha podido curarle hasta el presente, a

pesar de los años que lleva recluido. A toda costa, quiere ser doctor y dirigir el establecimiento...

(Ofreciéndoles unos pitillos que hay en la mesa). ¡Me tiene un odio feroz! No hace media hora,

había arrastrado a los otros alienados a una sublevación... Los demás enfermos, que le temen

enormemente, le obedecen como a un jefe, y han caído sobre nosotros de improviso... Querían

encerrarnos en sus celdas. Nos ha costado un trabajo enorme hacerlos entrar en razón... Ha sido

una verdadera batalla entre ellos y nosotros.

ENRIQUE.- (A Juan). Esos eran los gritos que hemos oído a poco de entrar...

ALQUITRÁN.- (Continuando con tono bonachón). En fin, ahora están encerrados y bien

encerrados... En cuanto al Director, como todo el mundo lo llama en el establecimiento, lo he

metido ahí (Señalando la habitación de la derecha). Para que esté tranquilo... Pero mete un

escándalo tan grande... Y a mí me horroriza el ruido... (Repitiendo con una voz extraña). ¡Sí,

señores, me horroriza el ruido...! (Una pausa, se sienta). Ha habido que castigarlo muy

severamente... a pesar de mi repugnancia por esta clase de castigos... (Emocionado).

¡Verdaderamente, me ha dado mucha lástima...!

ENRIQUE.- ¿Ha mandado usted que le pongan camisa de fuerza?

ALQUITRAN.- (Volviéndose a levantar bruscamente). ¡Ah! ¡No me hable usted de eso...! ¿Vamos a

ver, por qué me habla usted de eso?

ENRIQUE.- (Sin saber qué responder). ¿Yo creía que...?

ALQUITRÁN.- (Furioso). ¡La camisa de fuerza...! ¡Eso es horrible! ¡Es monstruoso...! ¡Me saca de

quicio...!

ENRIQUE.- (Para arreglarlo). Ya sé que no es usted partidario de esos métodos de represión

severa...

ALQUITRÁN.- ¡Métodos bárbaros! ¡Indignos...!

JUAN.- Pero, sin embargo, en ciertos casos...

JUAN.- O las duchas...

ALQUITRÁN.- (Dando un puñetazo sobre la mesa). ¡Vamos a ver señores qué están ustedes

diciendo...! ¡Las duchas...! ¡Eso es todavía peor que la camisa de fuerza! ¡Esa agua fría que se

desploma, de pronto, sobre el cuerpo y sobre la cabeza... (Estremeciéndose). ¡Brrr! ¡Es como si se

fuera a echar gasolina a la lumbre! Ya se ve que no saben ustedes lo que es eso... ¡Ah! ¡Más vale

no hablar de ello! Se lo suplico. (Se coge la cabeza entre las manos, como si le doliese. Un largo

silencio azorante. Juan y Enrique se miran estupefactos. Perecen preguntarse: ¿Qué le pasa a

este hombre?).

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Page 175: Teatro breve

ENRIQUE.- (Después de una pausa). ¿Podría usted, señor Director, darnos algunos detalles del

nuevo método que emplea usted...?

ALQUITRÁN.- (Poniéndose de pronto, otra vez, amable y tranquilo). No faltaba más, señores

míos...Para so han venido ustedes... (En este momento se abre la puerta de la izquierda y se ve

aparecer a un viejecito de aspecto tímido seguido de un joven y dos mujeres; entran despacio uno

tras otro, sin decir una palabra, y sonrientes. Alquitrán se interrumpe al verlos) ...Aquí tienen

ustedes al Profesor Pluma... y a Don Roberto... Tendré mucho gusto en presentárselos a ustedes,

son para mí excelentes amigos y preciosos colaboradores. (A los periodistas que se han puesto de

pie). No se molesten ustedes, por favor... no se molesten.

ESCENA V

Los mismos, Roberto, Pluma, la señora Alegre y la señorita Eugenia

(Cada uno de los personajes, a excepción de Alquitrán y de los dos periodistas, debe mostrar un

tic o una manía, poco marcada. La señora Alegre se pasa frecuentemente por las narices la flor

que lleva en la mano. La señorita Eugenia pestañea nerviosamente; Pluma mira al techo

sonriendo, Roberto se busca en los bolsillos como el que ha perdido algo y después se queda

inmóvil como una estatua).

ALQUITRÁN.- (Saliendo presurosamente al encuentro de los recién llegados). Buenos días

señores... Señoras, pueden ustedes entrar... No teman nada. Estos caballeros son unos

periodistas que han oído hablar de nuestro establecimiento y desean visitarlo...

SEÑORA ALEGRE.- (Muy presumida, con una rosa en la mano, haciendo una gran reverencia).

¿De veras, caballeros, vienen ustedes a ver a los locos? ¿Les interesan estas cosas? (Los

periodistas sonríen y saludan).

ALQUITRÁN.- Permítanme ustedes, señores míos, que les presente al célebre Profesor Pluma,

buen amigo mío y colaborador distinguidísimo...

PLUMA.- (Saludando de modo grotesco). ¡Mi querido director...! ¡Caballeros...!

ALQUITRÁN.- (Continuando las presentaciones). Aquí mi amigo Don Roberto... y estas señoras...

Pero, por favor, siéntense ustedes... Dentro de poco, les llevaremos a ver a nuestros pobres

enfermos, cuando estén un poco más tranquilos.

PLUMA.- (Repitiendo). ¡Más tranquilos...! (Todos se sientan).

SEÑORA ALEGRE.- ¡Ah! Deseo, con toda mi alma, que a estos señores les agrade la visita... Por

mi parte, no puedo ver a un loco delante de mí.

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Page 176: Teatro breve

JUAN.- (A Enrique por lo bajo). ¿Y qué hace aquí esta buena señora?

EUGENIA.- (A la señora Alegre). ¡Sí que es una curiosa diversión!

ENRIQUE.- (Bajo a Juan, señalando a Alquitrán). Seguramente son su mujer y su hija.

EUGENIA.- ¡Ay! ¡La locura! ¡Qué enfermedad más espantosa...!

PLUMA.- (Repitiendo). ¡Espantosa!

SEÑORA ALEGRE.- ¡Ay! Ustedes, los sabios, deberían encontrar un remedio a este terrible azote

de la humanidad.

ALQUITRÁN.- (En tono solemne). Estamos tratando de encontrarlo.

PLUMA.- (Repitiendo). Estamos tratando de encontrarlo.

JUAN.- (Aparte mirando a Pluma). Qué tipo más raro es este viejo Profesor.

ENRIQUE.- (A Alquitrán para halagarlo). Pero, señor, gracias a su sistema...

JUAN.- Sistema admirable...

ENRIQUE.- Maravilloso.

ALQUITRÁN.- (Con modestia). ¡Ah! ¡Señores, no merezco esos elogios...! En todo caso no soy yo

solo el que los merece... Asocien ustedes a mi obra, a mi muy querido amigo y eminente

colaborador, el Profesor Pluma.

PLUMA.- (Volviendo a saludar grotescamente). Mi querido Director.

ALQUITRÁN.- el método empleado por mí para el tratamiento de los enfermos –método que he

llamado de dulzura- es de mi invención... Pero este método ha sido seriamente modificado, por mi

ilustre amigo, en ciertas partes... (Señala al Profesor Pluma). El tratamiento al que sometemos a

nuestros pacientes, señores, es lo más sencillo del mundo... Consiste en llevarles la corriente. No

sólo no contradecimos sus manías, sino que las favorecemos... y así hemos podido llevar a cabo

un cierto número de curaciones radicales... Aproximadamente un sesenta por ciento...

JUAN.- (Escribiendo). ¿Un sesenta por ciento?

ENRIQUE.- (Escribiendo también). ¿Han llegado ustedes, en verdad, a esta proporción?

ALQUITRÁN.- ¡Desde luego...! No hay razonamiento que impresione más la débil razón de los

locos que la reducción al absurdo... Por ejemplo, hemos tenido enfermos que se creían gallinas...

Entonces el tratamiento consistía en aceptar su manía y dar al enfermo, durante toda una semana,

los alimentos propios de esta clase de aves... Gracias a este método, bastaba un poco de trigo y

de avena para operar milagros... Trigo... Avena... (Se ríe). ¡Ah! ¡Ah! (Todos se echan a reír).

JUAN.- (Riéndose también). ¡Es de lo más curioso...!

ENRIQUE.- (Lo mismo). ¡Formidable...! ¿Y en este momento tiene usted muchos enfermos, señor

Director?

ALQUITRÁN.- Una media docena en total.

JUAN.- ¿Nada más?

ALQUITRÁN.- Pero cada uno vale por tres, pueden ustedes creerme... sólo estos seis nos han

dado más trabajo...

ENRIQUE.- Y entre estos seis hay más hombres que mujeres seguramente.

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Page 177: Teatro breve

ALQUITRÁN.- Son todos hombres... Y bien robustos, puedo asegurárselo a ustedes ¡Ah! ¡Ah! (Se

echa a reír ruidosamente. Pluma, Roberto, la señora Alegre y Eugenia se echan también a reír

más fuerte aún, si cabe).

JUAN.- (Bajo, aparte). ¿Y por qué se reirán de ese modo?

ENRIQUE.- (A Alquitrán). Siempre había oído decir que había mayor número de locos entre las

mujeres que entre los hombres...

SEÑORA ALEGRE.- (Con remilgo). ¡Ay, señor mío! ¿Qué está usted diciendo? Esa es una

afirmación tan falsa como amable para nuestro sexo...

ALQUITRÁN.- Soy enteramente de su misma opinión, señora Alegre.

SEÑORA ALEGRE.- Y usted, señorita Eugenia, ¿coincide también conmigo?

EUGENIA.- Completamente, señora Alegre. Habría que ser un animal para sostener lo contrario.

ALQUITRÁN.- (Vivamente, riéndose). A propósito de animal, figúrense ustedes: tenemos aquí un

paciente que tiene metido en la cabeza que es un burro.

ROBERTO.- (Que no ha dicho todavía una palabra, se levanta de pronto y salta delante de los

periodistas). Es un enfermo muy molesto... Cuesta mucho trabajo dominarlo... Durante mucho

tiempo no ha querido comer mas que cardos... continuamente estaba coceando con sus talones...

así, señores míos, miren... así. (Empieza a dar patadas imitando las coces y riéndose a

carcajadas, hace blanco de sus patadas a la señora Alegre).

SEÑORA ALEGRE.- (Furiosa levantándose). Roberto, le agradecería muchísimo que se

contuviera... Sus bromas son de muy mal gusto... acaba usted de estropearme mi vestido de

seda... Estos caballeros lo habrían comprendido perfectamente sin necesidad de estas

demostraciones... (Se sienta otra vez volviendo la espalda a la reunión).

ROBERTO.- (Volviéndose a sentar gravemente). Le pido mil perdones, señora Alegre... No he

tenido, en absoluto, la intención de molestarla...

ALQUITRÁN.- (Interrumpiendo). Mi querido Roberto, el hombre de quien usted habla es un

enfermo de mucho cuidado, pero no puede compararse al que todos hemos conocido, excepto

estos señores, naturalmente... Me refiero al que creía que era una botella de champaña y que en

cuanto hablaba se metía el dedo en la boca para hacer pan... pan... Y luego pschi... pschi... (Imita

el ruido de una botella al destaparse y da un enorme puñetazo en la mesa que llena de sobresalto

a los periodistas)... como cuando salta el tapón de la botella. ¡Ah! ¡Ah! (Se ríe con toda el alma y

los demás le imitan).

JUAN.- (Bajo a Enrique). Me están fastidiando con tanta risa...

ENRIQUE.- (Bajo también). ¿Pero qué les pasa para reírse de ese modo?

ROBERTO.- (Retorciéndose de risa). ¿Y Bouvier?

PLUMA.- (Riéndose a carcajadas). ¡Ah! ¡Sí! ¡Bouvier!

ALQUITRÁN.- (Redoblando sus risas). ¡Bouvier, la peonza...! Se le llamaba La Peonza porque

tenía la manía de que era una peonza de las que hacen girar con zumbel...

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Page 178: Teatro breve

ROBERTO.- Se morirían ustedes de risa, señores míos, si le hubieran visto dar vueltas como una

peonza... Se pasaba las horas enteras dando vueltas sobre la punta de un pie. (Se levanta y

agachado empieza a imitar este movimiento sin dejar de reírse, luego se queda inmóvil, de pronto

como movido por un resorte). También hemos tenido a Julio Deshouliéres, que era

verdaderamente un caso muy curioso... Figúrense ustedes, señoras, que se había empeñado en

que era una calabaza. Y no dejaba en paz al cocinero para que lo pusiera a hervir... ¡Que lo

hirviese, señores...! ¡Ah! ¡Ah...! (Vuelve a sentarse muerto de risa lo mismo que la señora Alegre,

Eugenia, Pluma y Alquitrán).

JUAN.- (Bajo a Enrique). Esto no me gusta nada...

ENRIQUE.- (Bajo a Juan). No, ni a mí tampoco...

EUGENIA.- (Levantándose bruscamente y dirigiéndose a los periodistas con un aire extraño,

mientras estos retroceden con sus sillas, asustados). El señor Merlín, por lo menos, tenía una

manía mucho más sensata: era una cosa de sentido común y procuraba complacer a los que le

conocían... Había descubierto, después de maduras reflexiones, que, por un error, le habían

convertido en gallo; pero como gallo que era, se conducía razonablemente y agitabas las alas así...

(Empieza a imitar con los brazos el movimiento de las alas de un gallo). Ki-ki-ri-ki... Ki-ki-ri-ki...

ENRIQUE.- (Levantándose dice por lo bajo a Juan). Deben estar locos, no cabe duda...

JUAN.- (Lo mismo). Eso me está pareciendo...

ALQUITRÁN.- (Levantándose colérico y dando un puñetazo en la mesa). Señorita Eugenia,

hágame el favor de contenerse. Si no puede usted conducirse decentemente, como corresponde a

una joven distinguida, debe retirarse...

TODOS.- (Al mismo tiempo, excepto Eugenia, que, con la cabeza baja permanece inmóvil en el

centro de la habitación). ¡Tiene razón el señor Director...! ¡Tiene razón el señor Director...! ¡Tiene

razón el señor Director!

JUAN.- (Bajo a Enrique). Mira, vámonos... Esto no me gusta nada.

ENRIQUE.- (Dirigiéndose a Alquitrán). ¡Señor, esto va resultando una broma pesada...! (En ese

momento se oye claramente un trueno).

ALQUITRÁN.- (Asustado cogiendo del brazo a Enrique). ¿Qué ruido es ese?

ENRIQUE.- (Desasiéndose). ¡Es que hay tormenta...!

ALQUITRÁN.- (Con espanto). ¡Tormenta!

SEÑORA ALEGRE.- (Espantada y gimoteando). ¡Tormenta...! ¡Ay, Dios mío...! (Se oculta la cara

con las manos y va a esconderse en un rincón de la habitación detrás de un sillón).

EUGENIA.- ¡Tormenta, Dios Santo...! ¡Qué miedo! (Empieza también a gemir y se tira en el suelo

boca abajo). ¡Ah!

PLUMA.- (Temblando y castañeteando los dientes, se esconde n la chimenea, con la cabeza

metida dentro). ¡Tormenta...! ¡Quiero guarecerme...!

ROBERTO.- (Haciendo muecas de terror). ¡Estamos perdidos! (Trepa como un gato sobre la

chimenea, con la cara pegada al espejo. En este momento la escena se oscurece, la habitación se

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Page 179: Teatro breve

ilumina por el resplandor de un rayo y pocos segundos después estalla el trueno. Todos los locos

se ponen a aullar; Juan y Enrique permanecen inmóviles, llenos de espanto).

ALQUITRÁN.- (Saltando sobre la mesa y gesticulando en medio de lamentos). ¡Silencio...!

¡Silencio...! Van ustedes a atraer los truenos por aquí... ¡Les mando que se callen...! ¡Cuándo

querrán callarse...! ¡Sus gritos no nos servirán de nada! ¡Yo soy el que manda! ¿Me oyen...?

¡Silencio!

JUAN.- (A Enrique). ¡Vámonos; aquí corremos peligro!

ENRIQUE.- (A Juan). Están a cada cual más loco.

JUAN.- ¿Dónde nos hemos metido? (Atraviesa rápidamente la habitación para alcanzar la puerta

de la izquierda, cuando, de pronto, Alquitrán salta al suelo y les intercepta el camino).

ALQUITRÁN.-(En tono de burla). No tengan ustedes miedo... Ahora ha entrado suavemente... Ya

lo tenemos... Tenemos al trueno... No lo ahuyenten... Hay que cerrar la puerta. (Cierra con la llave

y se la echa en el bolsillo). ¡Ahora ya tenemos el trueno...! (Señalando a Juan). ¡Sujetadlo! ¡Ya no

se nos puede escapar...!

JUAN.- (Debatiéndose tendido sobre la mesa en donde le han echado). ¡Déjenme! ¡Socorro!

¡Socorro...! (Se entabla una lucha).

ENRIQUE.- (Luchando contra la señora Alegre y Eugenia que han saltado sobre él y le arañan

dando gritos). ¡Dejen ustedes en paz a ese hombre...!

JUAN.- (Debatiéndose en la mesa). ¡Socorro...! ¡Enrique!

PLUMA.- ¡Ah! ¡Ah! (Se echa a reír).

ENRIQUE.- (Sin dejar de luchar contra las mujeres). ¡Malditos locos...! ¡Ah...!

ROBERTO.- (Señalando la ventana). Si, por la ventana...

JUAN.- (Debatiéndose –sostenido en el aire por Alquitrán, Roberto y Pluma- se agarra

desesperadamente a las cortinas de la ventana que se desgarran). ¡Socorrooo...!

ENRIQUE.- (Se desprende, por fin, de las mujeres que rompen a reír y van hacia el balcón. Corre

hacia la puerta de la izquierda y trata de abrirla). ¡Está cerrada...! (Golpeando con el puño).

¡Socorro...! ¿Es que no va a venir nadie...? (Con toda la fuerza de sus pulmones). ¡Socorrooo...!

(Se dirige hacia los locos que han arrastrado a Juan hasta el balcón para arrojarlo por él. En este

momento, llaman violentamente a la puerta de la izquierda y se oyen varias voces detrás de ella).

VOCES.- (Fuera). ¡Abran! ¡Abran!

ENRIQUE.- (Que trata de defender a Juan). La puerta está cerrada. ¡Hay que forzarla...! ¡Pronto...!

¡Socorro...!

JUAN.- ¡Los locos nos han encerrado! ¡Socorro! (En este momento, la puerta cede e irrumpen

varios loqueros. Los locos asustados por la voz de sus guardianes, han soltado a Juan y se han

refugiado en un rincón de la sala).

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Page 180: Teatro breve

ESCENA VI

Los mismos, el loquero jefe y tres subordinados

LOQUERO JEFE.- (Entrando). ¿Qué pasa...?

LOQUERO 1°.- Se están matando unos a otros.

LOQUERO 2°.- (Saltando sobre Pluma y sobre Roberto). Aquí hay algunos: Pluma... Roberto...

LOQUERO 1°.- (Cogiendo a Roberto). Alquitrán está también...

LOQUERO 2°.- (Agarrando a Alquitrán). Los más peligrosos...

LOQUERO 1°.- No está todos...

LOQUERO 3°.- Los otros han debido escaparse...

LOQUERO JEFE.- Ya los encontraremos después... Llévense a esos... Los hombres a las celdas...

Las mujeres a la ducha... Y sobre todo nada de malos tratos... No tienen ellos la culpa de lo que ha

sucedido... Esto nos enseñará a vigilarlos mejor. (Los locos salen agarrados por los guardianes

dando gritos diversos. Pluma se ríe. Roberto imita al tapón de la botella de champaña, y las

mujeres el canto del gallo. A Enrique y a Juan). ¿Y ustedes qué hacían aquí...? (al Alquitrán que se

debate entre dos guardias). ¡Ah! ¡Poquito a poco! Alquitrán... o mando que le pongan la camisa de

fuerza... ¡Sea usted razonable...! (Fijándose en la condecoración de Alquitrán). ¡Anda! ¿Ahora

resulta que está usted condecorado...? ¿De dónde ha cogido eso...? ¡Llévenselo, llévenselo!

ALQUITRÁN.- (A los guardas que se lo llevan en vilo). ¡Yo soy aquí el jefe! ¿Me oyen ustedes...?

¡El jefe! (Sus voces se van perdiendo poco a poco en la lejanía).

ESCENA VII

Juan, Enrique, el loquero jefe

ENRIQUE.- ¡Gracias a que han llegado ustedes a tiempo...! (Señalando a Juan, que se ha

desplomado en una silla con el raje roto y la cara ensangrentada). ¡Agua...! ¡Pronto!

LOQUERO JEFE.- (Cogiendo una botella de agua de encima de la chimenea). ¿Pero quiénes son

ustedes?

ENRIQUE.- (Prestando sus cuidados a Juan, ayudado por el loquero jefe). Somos periodistas...

veníamos a visitar el establecimiento... Hemos encontrado todas las puertas abiertas...

LOQUERO JEFE.- Lo creo... Los locos acaban de sublevarse. Nos han encerrado en sus celdas...

Felizmente, uno de mis hombres ha podido escaparse y ponernos en libertad...

JUAN.- ¡Por poco no lo cuento...!

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Page 181: Teatro breve

ESCENA VIII

Los Mismos, Loquero Primero, Segundo y Tercero

LOQUERO 1°.- ¡Ya está, jefe!

LOQUERO 2°.- ¿Iremos en busca de los otros?

LOQUERO JEFE.- ¡Oh no deben andar muy lejos...! De todas formas, avisen ustedes a la policía.

(En el momento en que los loqueros van a retirarse, les llama). Bueno pero ¿saben ustedes dónde

se encuentra nuestro Director? (Todos los guardas se miran).

LOQUERO 1°.- El señor Maillard...

LOQUERO 2°.- ¡Es verdad!

LOQUERO 3°.- Lo habrán encerrado como a nosotros...

LOQUERO 2°.- A menos que no haya tenido tiempo de escapar...

LOQUERO 1°.- Y de ir a pedir socorro a la ciudad para ponernos en libertad.

LOQUERO JEFE.- (Muy inquieto). ¡Dios mío! ¡Con tal de que no le haya sucedido nada...!

¡Busquen...! ¡Busquen ustedes por todas partes...!

ENRIQUE.- (Que les ha escuchado, se adelanta de pronto). ¡Espero! Cuando hemos entrado aquí,

se oía ruido detrás de esa puerta... He llamado antes a ella... Es por donde ha salido Alquitrán...

LOQUERO JEFE.- (Con asombro). ¡Siga! ¡siga!

ENRIQUE.- Y mientras hablábamos con él, hemos oído gemidos...

LOQUERO JEFE.- (Señalando la puerta). ¿Qué procedían de ahí?

JUAN.- (Levantándose). ¡Sí! Y, entonces, nos ha dejado bruscamente y ha entrado en esa

habitación dos veces...

LOQUERO JEFE.- Es una cámara oscura que sirve de laboratorio fotográfico.

ENRIQUE.- Cuando salió de ahí venía lleno de arañazos...

LOQUERO JEFE.- (Asustado). ¡Ay, dios mío! (Se precipita en la habitación de la derecha, seguido

de los loqueros. Largo silencio; Enrique y Juan permanecen helados de espanto, con los ojos

clavados en la puerta. Luego los loqueros vuelven a salir de la cámara con el rostro pálido de

horror).

JUAN.- (Dirigiéndose a ellos). ¿Qué hay?

ENRIQUE.- (Lo mismo). ¿Qué pasa?

LOQUERO 2°.- ¡Es horrible...!

LOQUERO JEFE.- (Desconcertado). ¡Que vayan a buscar a la policía! ¡Que venga un médico...!

(En este momento, se ve salir de la habitación, arrastrado por el Loquero 3°, el cuerpo inanimado

del Director. A lo lejos se oyen los gritos penetrantes de los locos seguidos de cánticos y

carcajadas)

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Page 182: Teatro breve

Así mintió él al esposo de ella

George Bernard Shaw

Son las ocho de la noche. Están corridas las cortinas y se han encendido las luces de la sala del

departamento de Ella en Cromwell Road. Su enamorado, un hermoso joven de dieciocho años, en

traje de etiqueta y capa, con un ramo de flores y un sombrero de copa en la mano hace su entrada

en el salón. La puerta está cerca de un ángulo de la habitación y, cuando él aparece en el salón, el

hogar queda en la pared más cercana a su derecha y el piano de cola sobre la pared opuesta, a su

izquierda. Cerca del hogar una mesita de adorno sostiene un espejo de mano, un abanico, un par

de guantes largos y un ligero velo de blanca lana, como para cubrir una cabellera femenina. Al otro

lado de la habitación, cerca del piano, una cómoda banqueta cuadrada delicadamente tapizada. La

habitación ha sido amueblada de acuerdo con el estilo más en boga en South Kensingnton: es

decir, se parece en lo posible a un salón de exposición, e intenta demostrar la posición social y el

poder adquisitivo de sus dueños, aunque no pueda brindarles comodidad. Él es, repitámoslo, un

joven muy hermoso, que se mueve como en un sueño, que camina como el aire. Deposita sus

flores cuidadosamente en la mesita, junto al abanico; se quita la capa y, como no queda jugar

sobre la mesa, la coloca sobre el piano; pone encima su sombrero; camina hacia el hogar, extrae y

examina su reloj; vuelve a guardarlo; advierte los objetos sobre la mesa; sus ojos se iluminan como

si viera los cielos abriéndose ante él; se acerca y toma el velo con amas manos, enterrando en él

su nariz con suave voluptuosidad y lo besa; besa los guantes uno tras otros, besa el abanico;

exhala un estremecido suspiro de éxtasis; se sienta en la banqueta y oprime las manos contra los

ojos para apartar la realidad y soñar un poquito; baja las manos y menea la cabeza con un

sonrisita de reproche por su destino; distingue una mota de polvo en su calzado y rápido y

cuidadoso la quita con el pañuelo; se incorpora y toma el espejo de mano de la mesa para

cerciorarse con grave ansiedad del estado de su corbata y vuelve a examinar su reloj cuando entra

Ella, muy turbada. Como se ha vestido para el teatro, tiene modales acariciantes muy mimosos; y

como usa muchos brillantes, aparenta ser una mujer joven y hermosa; pero la dura verdad es que

ella, vestido y pretensiones a un lado, es una mujer ordinaria de South Kensingnton, que anda muy

cerca de los 37, es muy inferior en distinción física y espiritual al apuesto joven que, presuroso,

deposita el espejos Sobre la mesa en cuanto Ella llega.

ÉL.- (Besando su mano). ¡Por fin!

ELLA.- Henry: algo espantoso ha sucedido.

ÉL.- ¿Qué?

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Page 183: Teatro breve

ELLA.- He perdido tus poemas.

ÉL.- Eran indignos de ti. Te escribiré otros.

ELLA.- No, gracias. Se acabaron los poemas para mí. ¡Oh, cómo pude ser tan loca, tan arrebatada,

tan imprudente!

ÉL.- ¡Doy gracias al cielo por tu locura, tu arrebato, tu imprudencia!

ELLA.- (Impaciente). Oh, sé sensato, Henry. ¿No ves qué cosa terrible es esto para mí? ¡Supónte

que alguien encontrara esos poemas? ¿Qué pensaría?

ÉL.- Pensaría que un hombre amó una vez a una mujer con tal devoción como nunca otro hombre

amara a una mujer. Pero nos sabrán quién es el hombre.

ELLA.- ¿De qué me servirá, si todos sabrán quién es la mujer?

ÉL.- Nunca lo sabrán.

ELLA.- ¡Que no lo sabrán! Pero sí mi nombre, mi nombre tonto y ridículo está en todos esos

versos. ¡Oh, si por lo menos me hubieran bautizado Mary Jean, Gladys Muriel, Beatrice,

Francesca, Guinevere, o algo vulgar! ¡Pero Aurora! ¡Aurora! Soy la única Aurora en todo Londres; y

todo el mundo lo sabe. Cero que soy la única Aurora en todo el mundo entero. ¡Y es tan

terriblemente fácil rimar con mi nombre! Oh, Henry, ¿por qué no trataste de frenar tus sentimientos

en consideración a mí? ¿Por qué no te contuviste un poquito?

ÉL.- ¿Dedicar mis poemas a ti... con reservas? ¡Y tú me pides eso!

ELLA.- (Con superficial ternura). Sí, querido, claro que fue muy amable de tu parte; y sé que es mi

culpa tanto como la tuya. Yo debí comprender que tus versos nunca debieron dirigirse a una mujer

casada.

ÉL.- ¡Ah, cómo desearía haberlos dedicado a una mujer soltera! ¡Cómo lo deseo!

ELLA.- Por cierto que no tienes ningún derecho a desear nada por el estilo. Esos poemas son del

todo inapropiados para quien no sea una mujer casada. Ahí está la dificultad. ¿Qué pensarán de

mí mis cuñadas?

ÉL.- (Penosamente sacudido). ¿Tú tienes cuñadas?

ELLA.- Si, claro que las tengo. ¿Me creías un ángel?

ÉL.- (Mordiéndose los labios). Si, lo creía. El cielo me ayude, si, lo creo, o lo creía, o...(Casi lo

ahoga un sollozo).

ELLA.- (Enterneciéndose y apoyando una mano acariciadora en su hombro). Escúchame, querido.

Es muy conmovedor de tu parte que vivas conmigo en un sueño y me ames y y todo lo demás;

pero eso no puede impedir que mi esposo tenga parientes desagradables, ¿no te parece?

ÉL.- (Animándose). ¡Ah, claro que son los parientes de tu esposo: se me olvidaba! Perdóname,

Aurora. (Toma la mano que ella apoya en su hombro y la lleva a sus labios. Ella se sienta en la

banqueta. Él permanece de espaldas a la mesa y desde allí le sonríe fatuamente).

ELLA.- Teddy no tiene otra cosa que parientes. Son ocho hermanos, seis hermanastras y un sinfín

de hermanos... claro que sus hermanos no me preocupan. Si tú supieras la más pequeña cosa

acerca del mundo. Henry, sabrías que en una familia grande, aunque las hermanas se peleen

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Page 184: Teatro breve

entre sí constantemente como demonios, basta que uno de sus hermanos se case para que todas

se vuelvan contra su desventurada cuñada y se dediquen el resto de sus vidas, con perfecta

unanimidad, a persuadirle de que su esposa es indigna de él. Hasta pueden hacerlo en su propia

cara sin que ella se dé cuenta siquiera, porque siempre existen esas mezquinas bromas familiares

que nadie comprende sino ellos. La mitad de las veces no se sabe siquiera de qué están hablando:

te pone salvaje. Debería haber una ley prohibiendo a la hermana de un hombre casado la entrada

en su casa. Estoy segura de que Georgina robó esos poemas de mi costurero, como que estoy

sentada aquí.

ÉL.- supongo que no los entenderá.

ELLA.- ¿Ah, con que no? Los entenderá demasiado bien. Adivinará más maldad de la que jamás

hubo en ellos. ¡Esa vulgar gata antipática!

ÉL.- (Yendo hacia ella). ¡Oh, no, no pienses eso de la gente! No pienses más en ella. (La toma de

la mano y se sienta en la alfombra a sus pies). Aurora: ¿recuerdas la noche aquella en que me

senté aquí a tus pies y te leí esos poemas por primera vez?

ELLA.- No debí permitírtelo. Ahora me doy cuenta. Cuando pienso en Georgina sentada a los pies

de Teddy leyéndole esos poemas por primera vez, siento que voy a volverme loca.

ÉL.- Si, tienes razón. Sería un sacrilegio.

ELLA.- ¡Oh, no es el sacrilegio lo que me importa!: ¿qué pensará Teddy? ¡Qué hará? (Apartando

repentinamente la cabeza de él de sus rodillas). Parece que ni por un momento piensas en Teddy.

(Ella se pone en pie de un salto, más y más agitada).

ÉL.- (Supino en el suelo, porque ella le ha hecho perder el equilibrio). Para mí Teddy no significa

nada, y Georgina menos aún.

ELLA.- Pronto verás que tiene que importarte. Si crees que una mujer no puede hacer daño porque

no es más que una chismosa, ridícula, andrajosa, te equivocas grandemente. (Recorre la

habitación con brincos de impaciencia. Él se incorpora lentamente y se quita el polvo de las

manos. De pronto ella corre hacia él y se arroja en sus brazos). Henry, ayúdame. Ayúdame a salir

de esto y te bendeciré mientras viva. ¡Oh, qué desdichada soy! (Solloza ahogada en su pecho).

ÉL.- ¡Y yo... qué feliz soy!

ELLA.- (Arrebatándose a su abrazo). No seas egoísta.

ÉL.- (Humilde). Sí: merezco tu reproche. Aunque si yo corriera el riesgo contigo, seguiría tan feliz a

tu lado que olvidaría el peligro en que estuviéramos.

ELLA.- (Aplacada y palmeando sus manos tiernamente). ¡Oh, eres un muchacho encantador,

Henry!; pero (Irritada, apartando de sí la mano de él). No me sirves para el caso. Quiero tener a

alguien que me diga lo que tengo que hacer.

ÉL.- (Con tranquila convicción). Tu corazón te lo dirá en el momento oportuno. He meditado

profundamente en todo esto; y sé lo que tenemos que hacer, tarde o temprano.

ELLA.- No, Henry. Yo no haré nada que no sea correcto, que no sea honesto. (Se desploma en la

banqueta con expresión inflexible).

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Page 185: Teatro breve

ÉL.- si no fueras así, dejarías de ser Aurora. Nuestra conducta es perfectamente intachable,

perfectamente íntegra, perfectamente pura y verdadera. Nos amamos. Yo no me avergüenzo de

ello: estoy dispuesto a salir y proclamarlo por todo Londres, con la misma tranquilidad con que se

lo diría a tu esposo cuando comprendas –como enseguida comprenderás- que ése es el único

camino honorable que puede hollar tu pie. Salgamos juntos esta noche y vayamos a nuestra propia

casa, esta misma noche, sin encubrimientos, sin vergüenza. ¡Recuerdas que le debemos alguna

consideración a tu marido! Aquí somos sus huéspedes: él es un hombre honorable: ha sido gentil

con nosotros: tal vez haya amado como mejor se lo permitiera su naturaleza prosaica y su sórdido

ambiente comercial. Nosotros le debemos la sinceridad de no enterarse de la verdad por boca de

una chismosa. Vayamos ahora a su encuentro tranquilamente, mano en mano, digámosle adiós y

salgamos de esta casa sin encubrimientos ni subterfugios, libre y honradamente, con todo honor y

respeto.

ELLA.- (Mirándole fijamente). ¿Y a dónde iríamos?

ÉL.- No nos apartaremos ni en un ápice del curso ordinario y natural de nuestras vidas. Íbamos al

teatro cuando la pérdida de los poemas n os obligó a tomar inmediatas medidas. Pues iremos al

teatro; pero dejaremos aquí tus brillantes, porque no podemos permitirnos ese lujo y porque no los

necesitamos.

ELLA.- (Mohína). Ya te dije que detesto los brillantes; pero Teddy insiste siempre en colgármelos

por todas partes. No necesitas darme un sermón de sencillez.

ÉL .- Nunca pensé hacerlo queridísma: sé bien que esas trivialidades no significan nada para ti.

¿Qué estaba diciendo...? ah, sí. En vez de regresar aquí después del teatro, vendrás conmigo a mi

casa –de ahora en adelante nuestra casa--, y a su debido tiempo, cuando te hayas divorciado, nos

someteremos a cualquier ociosa ceremonia legal que desees. Yo no atribuyo ninguna importancia

a la ley: mi amor no fue creado por una ley, ni puede ser ceñido o destruido por ella. Eso es

bastante sencillo... y dulce, ¿verdad? (Toma las flore de encima de la mesa). Aquí hay unas flores

para ti; yo tengo las entradas; le pediremos a tu esposo que nos ofrezca el carruaje para probar

que no hay malicia ni rencor entre nosotros. ¡Ven!

ELLA.- (Abatida, recibiendo las flores sin mirarlas siquiera, y contemporizando). Teddy no ha

llegado aún.

ÉL.- Pues tomemos esto con calma. Vayamos al teatro como si nada hubiese sucedido, y al

regreso se lo diremos. Ahora o dentro de tres horas: hoy o mañana: ¿qué importa, con tal de que

todo se haga honestamente, sin vergüenza ni temores?

ELLA.- ¿Para dónde son las entradas..., Lohengrin?

ÉL.- Traté de conseguirlas; pero hoy no había más localidades para Lohengrin. (Extrae de su

bolsillo dos entradas para el Court Theatre).

ELLA.- ¿Qué compraste entonces?

ÉL.- ¿Necesitas preguntármelo? ¿Hay alguna otra función que nosotros podamos soportar,

excepto Cándida?

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Page 186: Teatro breve

ELLA.- (Poniéndose de pie en un salto) ¡Cándida! No, no volveré a verla, Henry. (Arrojando las

flores sobre el piano). Esa obra ha sido la causante de todo el daño. Ahora lamento haberla visto;

deberían prohibirla.

ÉL.- (Asombrado). ¡Aurora!

ELLA.- Sí: lo dije y lo repito.

ÉL.- ¡Ese divino poema de amor! ¡El poema que nos dio el valor de hablarnos, que nos reveló lo

que en verdad sentíamos el uno por el otro, que...!

ELLA.- Precisamente. Puso en mi cabeza unos pensamientos que nunca se me debieron ocurrir.

Me imaginé que era Cándida...

ÉL.- (Asiendo sus manos y mirándola ansioso). Tenías razón. Tú eres Cándida.

ELLA.- (Arrebatándole las manos). ¡Oh, fruslerías! Y yo imaginé que tú eras Eugene.

(Observándole críticamente). Mirándolo bien, te le pareces bastante, además. (Con enfado se deja

caer en el asiento más próximo, que resulta ser el taburete del piano. Él se le acerca).

ÉL.- (Encarecidamente). Aurora: si Cándida hubiera estado enamorada de Eugene, habría salido

con él hacia la noche, sin titubear un momento.

ELLA.- (Con idéntica seriedad). Henry: ¿Sabes tú qué le falta a esa obra?

ÉL.- No le falta nada.

ELLA.- Pues, sí. Le falta una Georgina. Si Georgina hubiera estado allí para crear dificultades, esa

obra haría sido una comedia verídicamente humana. Ahora te diré algo que jamás te confesé.

ÉL.- ¿Qué?

ELLA.- Llevé a Teddy a ver la obra. Pensé que le haría bien; y, si hubiera estado despierto, así

hubiera sido. Georgina vino también con nosotros; y debías oírla después, hablando del asunto.

Dijo que la ora era absolutamente inmoral y que ella conocía la clase de mujer que alentaba a os

muchachos a sentarse en la alfombra de la chimenea para declararle su amor. Lo que quería era

envenenar la mente de Teddy contra mí.

ÉL.- Seamos justos con Georgina, queridísma...

ELLA.- Primero que se lo merezca. ¡Justos con Georgina...nada menos!

ÉL.- Ella ve el mundo de ese modo. Es su castigo.

ELLA.- ¿Cómo puede ser su castigo si le gusta? Será mi castigo cuando ella traiga ese cuaderno

de poemas y se lo muestre a Teddy. Quisiera que tuvieras algún sentido común. Que

comprendieras un poquito mi posición.

ÉL.- (Apartándose del piano y paseándose con aire de impertinencia). Querida mía: a decir verdad

no me importan Georgina ni Teddy. Todas estas disputas pertenecen a un plano en el que soy,

como bien dices, completamente inútil. He considerado su precio y no le temo a las consecuencias.

Después de todo, ¿qué podemos temer? ¿Dónde está la dificultad? ¿Qué puede hacer Georgina?

¿Qué puede hacer tu marido? ¿Qué pueden hacer los demás?

ELLA.- ¿Propones acaso que vayamos derecha y violentamente a Teddy y le digamos que nos

marchamos?

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Page 187: Teatro breve

ÉL.- Sí. ¿Hay algo más sencillo?

ELLA.- ¿Y crees por un momento siquiera que él consentiría, como ese imbécil de marido de la

ora? Teddy te mataría.

ÉL.- (Deteniéndose repentinamente e imprimiendo a su vez un tono de absoluta seguridad). Tú no

comprendes estas cosas, mi adorada: ¿cómo podrías? En cierto sentido, no soy como el poeta de

la obra. Me inspiré en el ideal griego y no descuidé la cultura del cuerpo. Tu esposo haría un

tolerable peso pesado de segunda categoría... eso entrenado y si fuera diez años más joven. Pero

así como están las cosas, si un estallido de pasión lo llevara a un gran esfuerzo, apenas podría

defenderse quince segundos. Yo, más activo, podría mantenerme fuera de su alcance durante

esos quince segundos; y después me le echaría encima y no habría remedio.

ELLA.- (Incorporándose, se aproxima a él consternado). ¿Qué quieres decir con ese echarte

encima y sin remedio?

ÉL.- (Amable). No preguntes, queridísma. De todos modos, te aseguro que no necesitas

preocuparte por mí.

ELLA.- ¿Y Teddy? ¿Quieres decir que vas a golpear a Teddy delante de mí como algún bruto

boxeador?

ÉL.- Toda esa alarma es innecesaria, queridísma. Créeme, nada sucederá. Tu marido sabe que

soy capaz de defenderme. Y bajo tales circunstancias, nada sucede jamás. Por supuesto que yo

no tomaré la iniciativa. El hombre que alguna vez te amó es sagrado para mí.

ELLA.- (Suspicaz). ¿Ya no me ama? ¿Te ha dicho algo?

ÉL.- No, no. (La toma tiernamente en sus brazos). Queridísima, queridísma: ¡qué inquieta estás!

¡Qué extraño en ti! Todas estas preocupaciones son propias de un plano inferior. Asciende

conmigo a regiones superiores. ¡Ah, la altitud, la soledad, el mundo del alma...!

ELLA.- (Eludiendo su mirada penetrante). No, cállese: es inútil, señor Apjohn.

ÉL.- (Retrocede). ¡Señor Apjohn!

ELLA.- Discúlpame: quise decir Henry, por supuesto.

ÉL.- ¿Cómo pudo pensar en mí y llamarme señor Apjohn? Yo nunca pienso en usted como la

señora Bompas: para mí usted siempre es Cándi... quiero decir Aurora, Aurora, Auro...

ELLA.- Sí, sí: todo eso está muy bien señor Apjohn. (Él está a punto de interrumpirla otra vez, pero

ella no lo permite). No, es inútil; repentinamente he comenzado a pensar en usted como el señor

Apjohn, y me parece ridículo seguir llamándole Henry. Creí que usted no era sino un muchacho, un

niño, un soñador. Creí que tendría usted demasiado temor de hacer algo. Y ahora quiere golpear a

Teddy y destruir mi hogar y llevarme al oprobio y armar un horrible escándalo en los periódicos. ¡Es

cruel, indigno, cobarde!

ÉL.- (Con grave extrañeza). ¿Tiene usted miedo?

ELLA.- ¡Oh, claro que tengo miedo! Y también usted lo tendría si tuviera sentido común. (Ella se

aproxima al hogar, se vuelve de espaldas a él y golpea con un pie nervioso en los morillos).

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Page 188: Teatro breve

ÉL.- (Observándola con profunda gravedad). El amo perfecto desecha todo temor. Yo no temo. Y

usted, señora Bompas, usted no me ama.

ELLA.- (Volviéndose hacia él con un suspiro de alivio). ¡Oh, gracias, gracias! Puedes ser muy

amable cuando quieres.

ÉL.- ¿Por qué las gracias?

ELLA.- (Alejándose de la chimenea para acercarse afable a él). Por llamarme señora Bompas otra

vez. Ahora veo que quieres razonable y comportarte como un caballero. (Él se desploma en la

banqueta, oculta el rostro en las manos y gime). ¿Qué sucede?

ÉL.- Una o dos veces en mi vida he soñado que era exquisitamente feliz y bienaventurado. Pero,

¡oh...! ¡El recelo al primer perturbar de la conciencia, la estocada de la realidad, los encerrados

muros de la alcoba, la amarga, amarga desilusión del despertar! ¡Y esta vez...oh, esta vez creí que

estaba despierto!

ELLA.- Escúcheme Henry: ya no tenemos tiempo para todas esas fanfarronerías. (Él se pone de

pie como impulsado por un resorte poderoso y, regañando entre dientes, pasa a su lado,

acercándose a la mesilla de la chimenea). ¡Oh, cuidado!: casi me golpea con la cabeza en la

barbilla.

ÉL.- (Con furiosa cortesía). Le pido disculpas. ¿Qué pretende que haga? Estoy a su disposición.

Estoy dispuesto a comportarme como un caballero, si es usted tan gentil de explicarme

exactamente qué es lo que desea.

ELLA.- (Algo atemorizada). Gracias, Henry: estaba segura de que usted lo haría. ¿No está enojado

conmigo, verdad que no?

ÉL.- Siga. Siga, pronto. Déme algo en qué pensar o haré... haré... (Repentinamente le arrebata el

abanico y está a punto de quebrarlo con sus puños cerrados).

ELLA.- (Corriendo hacia él y apoderándose del abanico, con ruidoso lamento). No quiere mi

abanico... no, no. (Él afloja lentamente el apretón mientras ella, inquieta, trata de arrebatarle el

abanico de las manos). No, sinceramente, ése es u ardid estúpido. No me gusta. No tiene derecho

a hacer eso. (Abre el abanico y descubre que las varillas se han estropeado). Oh, ¿cómo puede

ser tan desconsiderado?

ÉL.- Le pido perdón, ya le compraré uno nuevo.

ELLA.- (Querellosa). Nunca podrá encontrar uno igual. Y era uno de mis favoritos.

ÉL.- (Cortante). Entonces tendrá que arreglárselas sin él: eso es todo.

ELLA.- No es lo más amable que se puede decir después de quebrar mi abanico favorito, ¿no le

parece?

ÉL.- Si supiera usted qué a punto estuve de quebrar a la esposa favorita de Teddy para ofrecerle

luego los trozos, se sentiría feliz de hallarse aún con vida en vez de... de... aullar por cinco chelines

de marfil. ¡Maldito abanico!

ELLA.- ¡Oh! ¿Cómo se atreve a blasfemar en mi presencia? Ni que fuera usted mi marido.

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Page 189: Teatro breve

ÉL.- (Vuelve a desplomarse en la banqueta). Éste es algún sueño horrible. ¿Qué ha sido de usted?

Usted no es mi Aurora.

ELLA.- ¡Oh! Pues si viene ahora con ésas, ¿qué ha pasado con usted? ¿Cree que yo la hería

alentado sabiendo que era usted un pícaro?

ÉL.- ¡Oh!, no me arrastre...., no..., no, Ayúdeme a hallar mi camino de regreso a las alturas.

ELLA.- (Arrodillándose a su lado y suplicando). Si sólo fuera usted razonable, Henry. Si sólo tratara

de recordar que estoy al borde de la ruina, en vez de repetir con la mayor tranquilidad del mundo

que todo es muy sencillo.

ÉL.- Así me parece.

ELLA.- (Saltando enloquecida). Si vuelve a decir eso, haré algo de lo que después tendré que

arrepentirme. Aquí estamos, al borde de un tremendo precipicio... Claro que es muy sencillo

cruzarlo y dejarlo atrás. ¿Pero no puede sugerir algo más agradable?

ÉL.- No puedo sugerir nada ya. Frías brumas han caído sobre mí: nada puedo ver sino las ruinas

de nuestro ensueño. (Se incorpora con profundo suspiro).

ELLA.- ¿No puede? Pues yo sí. Ya veo a Georgina estregando esos poemas en las narices de

Teddy. (Enfrentándole decidida). Y le advierto, Henry Apjohn, que usted me ha metido en ese lío y

usted tendrá que sacarme de él.

ÉL.- (Cortés, pero sin esperanzas). Todo lo que puedo decirle es que estoy enteramente a su

servicio. ¿Qué desea que haga?

ELLA.- ¿Conoce a alguna otra mujer que se llame Aurora?

ÉL.- No.

ELLA.- De nada sirve decir que no de ese modo terco y frío. Debe conocer a alguna otra Aurora en

alguna otra parte.

ÉL.- Usted misma dijo antes que era la única Aurora en el mundo. Y (Alzando sus puños cerrados

en un repentino vuelco emocional), ¡oh, Dios! ¡Era la única Aurora para mí! (Se aleja de ella,

ocultando el rostro).

ELLA.- (Mimándole) Si, si, querido: por supuesto. Es muy gentil de su parte; y yo lo sé apreciar,

claro que sí; pero, éste no es el momento oportuno. Escúcheme: supongo que se sabía usted esos

poemas de memoria.

ÉL.- Si, de memoria. (Alzando el rostro y mirándola con repentina sospecha). ¿Y usted?

ELLA.- Oh, yo nunca pude memorizar un solo verso; además, he estado tan ocupada que no he

tenido tiempo de leerlos todos; aunque tengo intenciones de hacerlo en cuanto disponga de un

momento; se lo prometo fielmente, Henry. Pero ahora trate de recordar exactamente. ¿Aparece el

apellido Bompas en alguno de los poemas?

ÉL.- (Indignado). No.

ELLA.- ¿Está usted completamente seguro?

ÉL.- Claro que estoy seguro. ¿Cómo podría usar un apellido así en un poema?

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Page 190: Teatro breve

ELLA.- Bueno, no veo por qué no. Rima con rompas, y eso me parece bastante apropiado

actualmente, ¡Dios lo sabe! Pero usted es poeta y debería saber...

ÉL.- Ahora... ya no importa.

ELLA.- Importa y mucho, se lo aseguro. Si no parece la palabra Bompas en los poemas, podremos

decir que estaban dedicados a otra Aurora y que usted me los mostró porque también yo me llamo

Aurora. Tendrá que inventarse otra Aurora para la ocasión.

ÉL.- (Muy fríamente). ¡Oh, si no desea más que una mentira...!

ELLA.- Claro que usted como hombre de honor..., como caballero..., no diría usted la verdad,

¿verdad?

ÉL.- Perfectamente. Usted ha quebrado mi espíritu y profanado mis sueños. Mentiré, insistiré y

juraré por mi honor: ¡oh, sí!, haré el papel de caballero, no tema.

ELLA.- Sí, claro, écheme todas las culpas a mí. ¡No sea perverso, Henry!

ÉL.- (Animándose con esfuerzo). Tiene mucha razón, señora Bompas: le pido disculpas. Debe

usted excusar mi mal genio. Estoy sufriendo los dolores del desarrollo, por lo visto.

ELLA.- ¡Dolores del desarrollo!

ÉL.- El proceso de pasar de la juventud romántica a la madurez cínica generalmente requiere

quince años. Cuando se condensa en quince minutos, el cambio es demasiado repentino y los

dolores del desarrollo son un lógico resultado.

ELLA.- ¡Oh...! ¡Este no es momento para discurrir! Arreglado, entonces; será usted bueno y

amable, y sostendrá ante Teddy que existe otra Aurora.

ÉL.- Si, ya soy capaz de cualquier cosa. Yo no le hubiera dicho la verdad a medias, y ahora

mentiré a medias. Me portaré como un perfecto caballero.

ELLA.- ¡Ah, muchacho querido! Ya sabía que aceptaría. Yo... ¡Sh...! (Corre hacia la puerta, la

mantiene entreabierta y escucha jadeante).

ÉL.- ¿Qué sucede?

ELLA.- (Pálida de temor). Es Teddy; le oigo golpetear el nuevo barómetro. Si estuviera

preocupado, no se acordaría. Quizá Georgina no le dijera nada. (Se retira furtivamente hacia la

chimenea). Finja que nada ha sucedido. Déme mis guantes, rápido. (Él se los tiende. Ella se calza

un guante rápidamente y empieza a abotonarlo con ostentosa despreocupación). Aléjese más de

mí, rápido. (Él, tenaz, se aleja de ella hasta que el piano le impide ir más lejos). Si yo me prendiera

el guante y usted tarareara una canción, ¿no le parece que...?

ÉL.- El cuadro de nuestra sería perfecto. Por amor de Dios, señora Bompas, deje en paz ese

guante; somos la imagen de la culpabilidad. (Entra el esposo, un fornido ciudadano cervigudo, bien

ataviado, de barbilla enérgica, aunque de mirada alegre y boca confiada. Tiene aspecto grave,

pero sin señal de desagrado; casi se diría lo contrario).

EL ESPOSO.- ¡Hola! Creí que estarían en el teatro.

ELLA.- Estaba preocupada por ti, Teddy. ¿Por qué no viniste a casa a cenar?

EL ESPOSO.- Recibí un recado de Georgina. Quería que fuese a verla.

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Page 191: Teatro breve

ELLA.- ¡Pobre Georgina querida! En toda la semana no he podido ira a visitarla. Espero que no

tenga nada.

EL ESPOSO.- Nada, salvo la natural ansiedad por mi bienestar... y el tuyo. (Ella lanza una mirada

aterrorizada a Henry). A propósito, Apjohn, me gustaría conversar con usted esta noche, si Aurora

nos permite un momento.

ÉL.- (Formal). Estoy a su disposición.

EL ESPOSO.- No hay apuro. Después del teatro será lo mismo.

ÉL.- Habíamos decidido quedarnos.

EL ESPOSO.- ¡Verdad...! Pues, entonces, ¿le parece que pasemos a mis aposentos?

ELLA.- No es necesario. Yo voy a guardar mis brillantes, ya que no vamos al teatro. Alcánzame

mis cosas, ¿quieres?

EL ESPOSO.- (Al tenderle el velo y el espejo). Bueno, aquí tendremos más espacio.

ÉL.- (Mirando a su alrededor y encogiéndose de hombros despreocupadamente). Yo también

prefiero más espacio.

EL ESPOSO.- ¿Así que no tienes inconveniente, Rory?

ELLA.- De ningún modo. (Sale. Cuando los dos hombres están solos, Bompas, con deliberación,

extrae los poemas de un bolsillo superior, los contempla meditativamente y luego mira a Henry,

queriendo atraer su atención sin palabras. Henry se niega a comprender, tratando de parecer

despreocupado).

EL ESPOSO.- ¿Puedo preguntarle si le resultan conocidos estos manuscritos?

ÉL.- ¿Manuscritos?

EL ESPOSO.- Si, ¿Quiere verlos mejor? (Los coloca justo debajo de las narices de Henry).

ÉL.- (Con repentina comprensión y grata sorpresa). ¡Ah, son mis poemas!

EL ESPOSO.- ¡Así tengo entendido!

ÉL.- ¡Qué vergüenza! ¿Con que la señora Bompas se los ha dado a leer...? Debe tenerme ahora

por un asno completo. Los escribí hace años, después de leer los Cantos antes del Amanecer, de

Swinburne. Nada me satisfizo entonces hasta que pude devanar toda una serie de versos al Sol

Naciente. La Aurora, ¿sabe usted?; la Aurora de dedos rosados. Son todos a propósito de la

Aurora. Cuando la señora Bompas me dijo que se llamaba Aurora, no pude resistir la tentación de

prestárselos para que los leyera. Pero no conté con la lectura de sus ojos indiferentes.

EL ESPOSO.- (Sonriente). Apjohn, eso es verdaderamente ingenioso de su parte. Está usted

hecho para la literatura, y el día llegará en que Rory y yo estemos orgullosos de contarle entre

nuestras relaciones. He oído historias mucho más inverosímiles de hombres con mucha más

experiencia.

ÉL.- (Con ademán de enorme sorpresa). ¿Sugiere usted que no cree lo que he dicho?

EL ESPOSO.- ¿Espera usted acaso que lo crea?

ÉL.- No veo por qué. No le comprendo.

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Page 192: Teatro breve

EL ESPOSO.- ¡Vamos! No menosprecie su propio ingenio, Apjohn. Yo creo que usted me

comprende muy bien.

ÉL.- Le aseguro que estoy perplejo. ¿No quiere ser más explícito?

EL ESPOSO.- ¡No exagere la nota, amigo...! Sin embargo, voy a ser tan explícito como para decirle

que si usted cree que estos poemas han sido dirigidos, no a una mujer viviente, sino a una hora

escalofriantemente fría del día, en que usted jamás en su vida estuvo fuera de su cama, es usted

poco justo con su poca capacidad literaria... que yo admiro y aprecio, créame, como el que más .

¡Vamos, reconozca la verdad! Usted dedicó esos poemas a mi mujer. (Una lucha interior se

entabla en Henry y le impide responder). Claro que sí. (Arroja los poemas sobre la mesa y se dirige

al hogar, donde se planta sólidamente, riendo por lo bajo y esperando una reacción).

ÉL.- (Formal y cuidadoso). Señor Bompas, le doy mi palabra de que está usted equivocado.

Excuso decirle que la señora Bompas es una dama de conducta intachable, que nunca ha

depositado en mí un pensamiento indigno. El hecho de que ella le haya mostrado mis poemas...

EL ESPOSO.- Eso no es verdad. Llegaron a mi poder sin que ella lo supiera. No fue ella quien me

los mostró.

ÉL.- ¿No demuestra eso su perfecta inocencia? Ella se los hubiera mostrado inmediatamente si se

le hubiera ocurrido su infundada idea.

EL ESPOSO.- (Agitado). Apjohn, sea usted honesto. No abuse de sus dotes intelectuales.

Sinceramente, ¿sugiere que me estoy comportando como un tonto?

ÉL.- (Anhelante). Créame que sí; usted se equivoca. Yo le aseguro, por mi honor de caballero, que

nunca he experimentado por la señora Bompas el más leve sentimiento, fuera de la estimación

corriente y la consideración debida a una agradable relación.

EL ESPOSO.- (Cortante mostrando su mal humor por primera vez). ¡Oh, conque ésas tenemos!

(Abandona la chimenea y se acerca lentamente a Henry, mirándole de arriba a abajo con creciente

resentimiento).

ÉL.- (Apurándose a aseverar la impresión creada con su mendacidad). Nunca hubiera soñado con

dedicarle esos poemas. Me parecería absurdo.

EL ESPOSO.- (Enrojeciendo de un modo siniestro). ¿Y porqué absurdo?

ÉL.- (Encogiéndose de hombros). Pues, sucede que yo no admiro a la señora Bompas... en ese

sentido.

EL ESPOSO.- (Estallando junto al rostro de Henry). Permítame decirle que la señora Bompas ha

merecido la admiración de hombres mucho mejores que usted, cachorro enjabonado.

ÉL.- (Muy turbado). No veo la razón para insultarme así. Yo le aseguro, por mi honor de...

EL ESPOSO.- (Demasiado furioso para tolerar su réplica y empujando a Henry cada vez más

cerca del piano). ¡Usted no admira a la señora Bompas...! ¡Usted no soñaría siquiera con escribir

poemas dedicados a la señora Bompas! Mi esposa no está bastante bien para que usted la admire,

¿no es así? (Ferozmente). ¿Quién es usted, quiere decirme, para creerse tan francamente

superior?

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Page 193: Teatro breve

ÉL.- Señor Bompas, yo puedo hacer concesiones con sus celos...

EL ESPOSO.- ¿Celos? ¿Supone acaso que estoy celoso de usted? No, ni de diez como usted.

Pero si cree que he de quedarme aquí y permitirle que insulte a mi esposa en mi propia casa, se

equivoca.

ÉL.- (Muy incómodo, con la espalda apoyada en el piano y Teddy dominándolo

amenazadoramente). ¿Cómo puedo convencerle? Sea razonable. Le digo que mis relaciones con

la señora Bompas son relaciones de perfecta frialdad..., de indiferencia...

EL ESPOSO.- (Desdeñoso). Repítalo, repítalo. Y usted está orgulloso de eso, ¿no es verdad?

¡Bah!, usted no se merece ni que le arroje de aquí a puntapiés. (Repentinamente Henry ejecuta un

salto rápido y adopta la actitud del boxeador que ha logrado zafarse, cambiando así lugares con

Teddy, que está ahora entre Henry y el piano).

ÉL.- Mire, yo no voy a soportar esto.

EL ESPOSO.- ¡Ah, entonces tiene algo de sangre en el cuerpo! ¡Bien hecho!

ÉL.- Esto es ridículo. Le aseguro que la señora Bompas es muy...

EL ESPOSO.- Por lo visto, la señora Bompas no significa nada para usted. Pero yo le diré quién es

la señora Bompas. Es la mujer más elegante del grupo más elegante de South Kensingnton, y la

más hermosa, y la de más talento, y la más atractiva para los hombres experimentados que

reconocen lo bueno con solo mirarlo, sea lo que sea para esos cachorros engreídos y esos

poetastros envanecidos a quienes nada les parece bastante bueno. La señora Bompas es recibida

por la mejor sociedad, y, puesto que usted no lo reconoce, quiere decir que usted no lo es. Tres de

nuestros más sobresalientes actores-directores teatrales le han ofrecido cien esterlinas semanales

por actuar en las tablas con oras de repertorio, y creo que ellos saben tan bien como usted de qué

se trata. El único miembro, del actual gabinete que puede llamarse un hombre bien parecido ha

descuidado los problemas nacionales por bailar con ella, aunque regularmente no pertenecemos a

su círculo. Uno de los poetas profesionales más sobresalientes de Bedford Park le dedicó un

soneto que vale por toda su hojarasca de aficionado. En Ascot, durante la última temporada, el

primogénito de un duque se disculpó conmigo por no venir a saludarme, alegando que sus

sentimientos hacia la señora Bompas no correspondían a sus deberes de huésped mío; y esto le

honraba a él y a mí también. Pero (Con furia creciente). Ella no está bastante bien para usted, por

lo visto. Usted la considera con frialdad, con indiferencia, y tiene el valor de decírmelo en la cara.

Por un alfiler le aplastaría la nariz, para enseñarle buenos modales. Presentarle a usted una mujer

bella es como ofrecerle perlas a un cerdo (gritándole). ¡A un cerdo!, ¿me oye?

ÉL.- (Con una falta deplorable de urbanidad). Vuelva a llamarme cerdo y le daré una en la barbilla

que le dejará la cabeza zumbando más de una semana.

EL ESPOSO.- (Explotando). ¿Qué? (El esposo se echa sobre Henry con furia de toro. Este se

coloca en guardia con la pose de un boxeador bien entrenado y se escabulle con astucia; pero

desgraciadamente olvida la banqueta que está detrás de él. Cae de espaldas por encima de ella,

empujándola sin querer contra las tibias de Bompas, que cae también al suelo, encima de Henry.

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Page 194: Teatro breve

La señora Bompas, con un cuchillo, entra corriendo en la habitación e irrumpe entre los tendidos

campeones. Se sienta en el suelo para pasar su brazo derecho bajo el cuello de su esposo).

ELLA.- No lo harás, Teddy, no lo harás. Te matará: es campeón de boxeo.

EL ESPOSO.- (Vengativo). ¡Ya le daré yo al campeón ése! (Luchando en vano por librarse del

abrazo).

ELLA.- Henry, no permita que peleen. Prométame que no pelearán.

ÉL.-(Tristemente). Tengo un tremendo chichón en la nuca. (Trata de incorporarse).

ELLA.- (Tendiendo su brazo izquierdo para asirle del traje de etiqueta y obligándole a sentarse,

mientras con el otro brazo tiene asido a Teddy). No lo dejaré hasta que me prometa; no los dejaré

hasta que me prometan no pelearse. (Teddy intenta incorporarse, pero ella nuevamente le obliga a

sentarse). Teddy, ¿me prometes, verdad? Sí, si. Sé bueno, prométeme.

EL ESPOSO.- Nunca, a menos que retire lo dicho.

ELLA.- Sí, él lo hará, lo hará ¿Retira lo dicho, Henry...? Diga que sí, se lo ruego.

ÉL.- (Salvajemente). Si. Retiro lo dicho. (Ella suelta el saco. Henry se incorpora, y Teddy también).

Retiro lo dicho, todo, sin reservas.

ELLA.- (Desde la alfombra). ¿Y a mí... nadie me ayuda a levantarme? (Entre ambos la toman por

los brazos y la ayudan a incorporarse). Y ahora... ¿quieren darse la mano y ser buenitos?

ÉL.- (Temerario). No haré nada por el estilo. Me he saturado de mentiras por culpa suya, y la única

recompensa que recibo es un porrazo en la nuca del tamaño de una manzana. Ahora volveré por el

buen camino y diré toda la verdad.

ELLA.- ¡Henry, por amor de Dios...!

ÉL.- Es inútil. Su esposo es un tonto y un bruto.

EL ESPOSO.- ¿Qué ha dicho?

ÉL.- Digo que usted es un tonto y un bruto, y si se me acerca le volveré a decir lo mismo. (Teddy

empieza a quitarse el saco para la lucha). Esos poemas fueron dedicados a su esposa; cada una

de sus palabras eran para ella, para ella y nadie más. (El enojo desaparece del semblante de

Bompas. Radiante, vuelve a ponerse el saco). Los escribí porque la amaba. Para mí era la mujer

más hermosa del mundo, y se lo dije una y otra vez. Yo la adoraba, ¿me oye? Le dije que usted no

era más que un sórdido mercachifle, absolutamente indigno de ella; y eso es usted.

EL ESPOSO.- (Tan conmovido que apenas puede creer a sus propios oídos). ¡No lo dice usted en

serio!

ÉL.- Sí, en serio; y hay mucho más todavía: le pedí a la señora Bompas que abandonara esta casa

conmigo..., que lo abandonara a usted..., que se divorciara de usted y se casara conmigo. Le

supliqué y le imploré que lo hiciéramos esta misma noche. Fue su negativa lo que terminó todo

entre nosotros. (Mirándole desdeñoso). ¡Lo que ella ve en usted sólo Dios lo sabe!

EL ESPOSO.- (Rebosante de arrepentimiento). Mi querido amigo, ¿por qué no me lo dijo antes? Le

pido mil perdones. ¡Vamos, no me guarde rencor, déme la mano! Rory, haz que me dé la mano.

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Page 195: Teatro breve

ELLA.- Por mí, Henry. Después de todo... ¡es mi esposo! Perdónelo. Déle la mano. (Henry,

aturdido, deja que ella le tome la mano y la tienda a Teddy).

EL ESPOSO.- (Estrechándola cordialmente). Tiene que reconocer que ninguna de sus heroínas

literarias puede superar a mi Rory. (Se vuelve hacia ella y la palmea e el hombro con tierno

orgullo). ¡Eh, Rory? No pueden resistirte. ¡Ninguno de ellos puede resistirte! Todavía no he

conocido un hombre que pudiera resistirte más de tres días.

ELLA.- No seas tonto, Teddy. Espero que no se haya lastimado, Henry. (Tantea la nuca de Henry.

Él se estremece). ¡Oh, pobre muchacho, qué porrazo! Voy a pedir vinagre y vendas. (Se acerca a

la campanilla y llama).

EL ESPOSO.- ¿Me haría usted un gran favor, Apjohn? Me cuesta pedírselo, pero sería una

verdadera gentileza para con nosotros dos.

ÉL.- ¿En qué puedo servirle?

EL ESPOSO.- (Tomando los poemas). ¿Me permite publicar estas poesías? Lo haré en el mejor de

los estilos. Excelente papel, lujosa encuadernación, todo de primera clase. Son hermosos sus

poemas, y me gustaría mostrarlos entre algunos amigos íntimos.

ELLA.- (Vuelve corriendo desde la campanilla, encantada con la idea, y se sitúa entre ellos). ¡Oh,

Henry, si no tiene usted inconveniente... acceda!

ÉL.- ¡Oh, no! No tengo inconveniente. Ya estoy por encima de todo inconveniente. He crecido

demasiado esta noche.

ELLA.- ¿Qué edad tiene usted, Henry?

ÉL.- Esta mañana tenía dieciocho. Ahora... ¡Diablos... estoy repitiendo esa maldita obra... (Extrae

de su bolsillo las entradas para Cándida y las rompe con rencor).

EL ESPOSO.- ¿Cómo llamaremos al libro? Para Aurora... o algo por el estilo, ¿eh?

ÉL.- Yo lo llamaría Así Mintió Él al Esposo de Ella.

195

Page 196: Teatro breve

La vidente

Rutina de payasos

Anónimo

PERSONAJES

Payaso y

Augusto

El payaso trae puesto el smoking sobre el traje de escena. Tiene guantes y sombrero de copa.

Saluda y luego apoya el sombrero sobre la mesita, se quita ceremoniosamente los guantes y

saluda de nuevo.

PAYASO.- Señoras y señores, tengo el honor de presentarles a la célebre vidente, señorita

Rocoborononi, disculpen, Ricpobibobino. (Se confunde, hace chasquear los dedos de impaciencia,

sigue). La más grande vidente de quien todo el mundo habla. La señorita Ricobiroboni es la más

extraordinaria vidente de nuestra época. Dotada de poderes superlúdicos y fantásticos, la señorita

Ricobino los hará asistir a unos experimentos muy interesantes. (Saluda y voltea hacia los

bastidores). Con ustedes... ¡La señorita Ricobini...! (Aparece el Augusto quien trae un vestido de

noche de cola, escotado y sin mangas. Tiene en la cabeza una peluca roja con un moño negro.

Avanza para saludar, pero se tropieza con la cola del vestido y pierde el equilibrio).

PAYASO.- (Ceremonioso). Señorita Ricobini. (Le ofrece una silla). Por favor, siéntese. (Al público).

Antes que nada, la vamos a dormir. (Le acaricia las mejillas, apoya sus dedos en los párpados y

hace unos signos misteriosos en la frente).

AUGUSTO.- (Sorprendido). Pero, ¿qué hace?

PAYASO.- La duermo.

AUGUSTO.- ¡Ah, no! Y ¿cuáles son sus intenciones?

PAYASO.- Cállese. (Continúa con sus exorcismos, luego le sopla la cara y finalmente lo mira

profundamente en los ojos, mientras hace unas muecas grotescas). Duérmase.

AUGUSTO.- ¡No tengo ganas! ¡Me da miedo! (Se levanta y se quiere ir).

PAYASO.- (Lo detiene por la cola del vestido). No tenga miedo. (Lo obliga a sentarse y se pone a

bailar a su alrededor mientras realiza unos gestos para hipnotizarlo). Pff, pff.

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Page 197: Teatro breve

AUGUSTO.- (Se agita en la silla, da unos manotazos sobre las piernas y se pone a reír

estruendosamente). ¡No tiene idea de cómo se ve chistoso!

PAYASO.- (Avanza con pasos breves, casi de danza mientras le transmite su fluido magnético).

¡Pff, pff! (El Augusto tiene un estremecimiento cada vez que le llega el fluido, luego curioso, se

acurruca sobre la silla con las piernas cruzadas para ver qué sigue). ¡Duérmase...! (El Payaso

sigue rozando con las manos los brazos desnudos del otro).

AUGUSTO.- (Se muere de la risa). ¡Ji, ji, ji! ¡No haga cosquillas!

PAYASO.- (Cada vez más diabólico). ¡No! (Sigue con sus gestos hipnotizador. El otro ha cambiado

postura, ve al payaso pero ya no se mueve. Comienza a doblar la cabeza). Estamos listos. Todavía

un poco, pff, pff. (El Augusto cierra los ojos). Señorita Ricobini, ¿está dormida?

AUGUSTO.- (Con voz estentórea). ¡Si! (El Payaso, para asegurarse de que duerme, le levanta una

pierna, luego la otra, finalmente las dos. Una de las piernas está desnuda. El Augusto, que en esta

maniobra casi se cae al piso protesta). Oiga, ¿qué le pasa...? ¿Qué hace...? ¿Enseña gimnasia?

(Se baja el vestido para esconder la pierna desnuda). Qué maneras son éstas.

PAYASO.- (Furioso). ¡Basta..! (Le da una bofetada al Augusto, que lo pone a dormir. Al público).

Señoras y señores, para evitar cualquier truco, ¿hay alguien entre ustedes que amablemente me

pueda prestar un pañuelo? (El Augusto, después de un momento de vacilación, le ofrece el que

trae puesto en el cuello. El Payaso se enoja). Se lo suplico, quédese quieto. (Persuasivo). Es una

broma.

AUGUSTO.- (Conciliador). Ah, ¿es una broma! Me lo hubiera dicho antes.

PAYASO.- Así es, se trata de un juego... para divertirnos. Relájese y duérmase. (Obedece. Se

voltea hacia el público, saluda con la cabeza, cierra los ojos y se pone a roncar fuerte. El Payaso

mientras tanto dobla el pañuelo, se coloca a sus espaldas y le venda la frente).

AUGUSTO.- (Despierto). ¡Más abajo! (Le anuda el pañuelo alrededor del cuello). ¡Me ahorca...!

(Cuando le coloca el pañuelo sobre la boca, el otro protesta) ¡Más arriba! (Ahora tiene un solo ojo

vendado). ¡Así no es! (Se acomoda el pañuelo).

PAYASO.- (Regresa frente al Augusto). ¡Muy bien! (Apoya las manos en sus ojos). Contésteme.

¿Qué es lo que ve?

AUGUSTO.- (Se encoge de hombros y luego se da de manotazos sobre las piernas enojado).

Primero dígame, ¿Cómo le hago para ver?

PAYASO.- (Al público). Señoras y señores, el experimento marcha sobre ruedas. (Triunfante). La

señorita Ricobini no ve absolutamente nada. Comenzaremos el estudio de los fenómenos de

transmisión del pensamiento, con unos experimentos muy sencillos. (Se aleja del Augusto, para

tomar su bastón). Sujeto, dígame ¿Qué tiene en la cabeza esta señora?.

AUGUSTO.- (Serio). Mugre.

PAYASO.- (Reacciona furioso y le propina un bastonazo). ¡No sea grosero con el público! Repito la

pregunta. Sujeto, dígame ¿qué tiene en la cabeza esta señora?

AUGUSTO.- Unos broches para el pelo.

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Page 198: Teatro breve

PAYASO.- (Satisfecho). Broches para el pelo. ¡Formidable, magnífico, extraordinario! Y aquella

señora ¿qué tiene en la mano, además de su bolso?

AUGUSTO.- Un programa.

PAYASO.- ¿Qué programa?

AUGUSTO.- El programa de mano de nuestra función (En este caso el Augusto y el Payaso,

Previamente, se pondrán de acuerdo sobre el objeto adivinado).

PAYASO.- ¡Extraordinario, magnífico, formidable! Y... Dígame, ¿qué está haciendo aquel señor?.

AUGUSTO.- Está filmando (Previamente se pondrán de acuerdo si se trata de una cámara

fotográfica o de video, lo que resulte más conveniente).

PAYASO.- ¿Y qué está filmando?

AUGUSTO.- La función.

PAYASO.- ¿Y cómo filma?

AUGUSTO.- Con una cámara de video.

PAYASO.- ¡Magnífico, extraordinario, formidable, maravilloso! El aplauso espontáneo y caluroso

del público para la Vidente... (El público ríe y aplaude). Ahora ponga usted mucha, pero mucha,

muchísima atención. En la calle de al lado, un señor está hablando con su vecina. Concéntrese

bien y díganos: ¿En qué idioma esta hablando ese señor con su vecina?

AUGUSTO.- (Duda). Eh, erh... este.. Mhhh... ¿en español?

PAYASO.- ¡Ma...ravilloso, extraordinario, magnífico, formidable...! (Satisfecho). Efectivamente, la

gente de al lado está hablando en idioma español. ¿no es así respetable público? (Alguien del

público responde que sí). Ahora, Sujeto, ponga mucha atención y dígame rápidamente ¿Qué tiene

en la cabeza aquella señora? Conteste inmediatamente.

AUGUSTO.- Un montón de pelo.

PAYASO.- ¡Adivinó...! ¡Adivinó...! Respetable publico. De qué color es el cabello de la señora que

ha adivinada. Usted debe saberlo. Hágaselo saber al público.

AUGUSTO.- Verde.

PAYASO.- ¡Vamos, concéntrese en su trabajo, voy a repetir la pregunta, ¿De qué color es el

cabello de la señora? Piense, concéntrese y dígame rápidamente. Ahora sígame.

AUGUSTO.- (Se detiene a medio camino). Y ¿ a dónde vamos?

PAYASO.- Piense... piense... ¿De qué color son los cabellos de esta otra señora?

AUGUSTO.- Negros.

PAYASO.- ¡Fabuloso, extraordinario, magnífico, sobresaliente! Los cabellos de la señora son

efectivamente Negros... (Toma el pañuelo y se seca la frente, la cara y el cuello. Mientras tanto, el

Augusto se levanta la venda, pero en cuanto el Payaso se voltea, el Augusto se vuelve colocar la

venda cubriéndole los ojos). Señoras y señores, damas y caballeros, haremos unos ejercicios

todavía más difíciles para los cuales hago un llamado a toda su atención. (Saca del bolsillo una

caja de cerillos, enciende uno y lo acerca a la mano del Augusto) ¿Qué es esto?

AUGUSTO.- (Sacude la mano con fuerza). Es fuego.

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Page 199: Teatro breve

PAYASO.- (Busca un alfiler en la solapa de su smoking). ¿Y esto? (El Augusto duda. Entonces el

Payaso le pica el trasero)

AUGUSTO.- Un alfiler.

PAYASO.- (Hurga en el bolsillo del saco y saca un reloj que hace un gran tic - tac). ¿Qué tengo en

la mano?

AUGUSTO.- Un reloj.

PAYASO.- ¡Increíble, maravilloso, extraordinario! ¡Efectivamente! ¡si! ¡un reloj! Ahora haremos

unas operaciones de Matemáticas ¿Cuántos son dos más dos?

AUGUSTO.- Cuatro.

PAYASO.- ¡Perfecto el ejercicio, muy bien! (A los espectadores). ¿Alguien de entre el público

quiere ser tan amable de venir a escribir un número sobre este pizarrón? (Se presenta un

espectador. En un pequeño pizarrón, el Payaso le ruega escribir un número del uno al cinco. El del

público escribe cualquier número del uno al cinco. El Payaso enseña el pizarrón al público. El

vidente duda. Entonces el Payaso toma su bastón o pega-pega de payaso y le da en la cabeza

tantos golpes como el número que está en el pizarrón).

AUGUSTO.- (Grita el número, de acuerdo a los golpes que ha recibido).

PAYASO.- (Ofrece el pizarrón a otro espectador). Señor, por favor escriba otro número. (El aludido

piensa y luego pone un número de cuatro cifras. El Payaso ve el número y luego se rasca la

cabeza, perplejo. Regresa a su lugar, mientras lanza feas miradas al espectador que puso el

número. Enseña el pizarrón al público, sacude la cabeza y se pone ceñudo. No sabe cómo

solucionar la situación. De cualquier manera toma su pega-pega y cuenta los golpes en la cabeza

del Augusto). Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho...

AUGUSTO.- (Protesta y se quita la venda, se levanta, y furioso toma el pizarrón entre las manos).

¿Quién puso este númerotototote? (Levanta la cola del vestido y finge querer perseguir al

espectador que puso el número en alguna parte de la sala).

PAYASO.- (Se interpone, lo acompaña a sentar y le vuelve a colocar la venda en su lugar). Ahora

si, por favor díganos exactamente el número que está pintado en el pizarrón.

AUGUSTO.- (Sin dudar, dice exactamente el número que está apuntado en el pizarrón).

PAYASO.- (Al público). Señoras y señores, damas y caballeros, respetable público. Ahora

abandonaremos estos ejercicio de telepatía, telekinesis y televisión para dedicarnos a algo aún

más difícil, la P. E. S. Que en lenguaje vulgar significa Percepción Extra Sensorial (Preocupada el

Augusto levanta la venda. El Payaso se acerca a un palero y apoya una mano en su cabeza).

Sujeto con poderes extrasensoriales y percepción telekinética, dígame ¿Qué se encuentra debajo

de mi mano?

AUGUSTO.- (Sin dudarlo). ¡Un... Menso...!

PAYASO.- (Señalando a una persona que tiene mucho cabello). Atención, por favor, dígame usted

¿Cuántos cabellos tiene este señor?

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Page 200: Teatro breve

AUGUSTO.- El señor tiene cuatro millones ochocientos treinta mil doscientos cuarenta y tres

cabellos.

PAYASO.- (Señalando a una niña casi adolescente). Perfecto. Extraordinario, vean ustedes damas

y caballeros la capacidad de la P E S de nuestra médium. Ahora piense bien, concéntrese y

dígame. ¿Cuál es el estado civil de la señorita?

AUGUSTO.- El estado civil de la señorita es el de soltera.

PAYASO.- E...norme, damas y caballeros. Superior. (Señalando a la muñeca de un hombre que

tiene reloj). Ahora para hacer patente su capacidad extra sensorial al respetable público, dígame

qué es lo que tiene este señor en la muñeca.

AUGUSTO.- Una esclava de oro.

PAYASO.- (Enojado). Concéntrese bien, parece que hay malas interferencias de comunicación

entre la médium y yo. Fíjese bien en la pregunta. ¿Dígame qué es lo que tiene el señor en la

muñeca, tiene poco TIEMPOOO!

AUGUSTO.- (Pensando y forzándose). Mhhh, este erh a ver qué será. Ahhh, ya sé. El señor tiene

una canilla.

PAYASO.- (Muy enojado le da tres golpes con el pega-pega). No, no, no y no Ponga más atención

a su trabajo. Tómese su TIEMPO, deje pasar unos SEGUNDOS, pero no se tarde MINUTOS y

mucho menos HORAS, contésteme ¿qué tipo de aparato que mide el tiempo es el que lleva el

señor en la muñeca?

AUGUSTO.- Mhhh, es que no sé. Tiempo, segundos, minutos, horas... Ahhh, claro, por supuesto,

el señor tiene en la muñeca un reloj.

PAYASO.- El aplauso espontáneo y caluroso del respetable público... a esta extraordinaria,

monumental y magnífica demostración de Percepción Extra Sensorial. Señoras y señores, la

señorita Ricobini estará muy contenta de atenderlos a ustedes al término de la función. Ella por

medio de sus extraordinarios poderes les contestará con mucho gusto todas sus dudas sobre su

pasado, su presente y su porvenir. Ahora, brindémosle un caluroso aplauso a la señorita Ricobini.

(El Payaso saluda y se va sin preocuparse del Augusto quien sigue haciéndose el dormido).

AUGUSTO.- (Al verlo salir, grita). Oye, ¡bien podrías haberme despertado, antes de irte! (Los dos

se juntan para saludar y agradecer los aplausos del público).

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Page 201: Teatro breve

El canario

Georges Neveux

PERSONAJES

El Señor

La Señora

Calle. Dos ventanas, en la planta baja. En la de la izquierda, un señor toca la flauta y canta.

SEÑOR.- (cantando). Si en lugar de corazón

un tren latiese en mi pecho,

a ciento veinte por hora

corriera mi tren en celo.

Y en una estación perdida,

¡Ay amor!, por encontrarte,

a veces se detendría.

¡Ay amor!, amor que corres,

sin amante y sin marido,

con dos maletas por alas

y por rienda un pañuelito.

Un pañuelo que aletea

en el anden olvidado,

¡Ay amor!, que corre y vuela,

¡Ay amor!, desmemoriado.

(Aparece una dama joven, que atraviesa la escena. Lleva dos pequeñas maletas en la mano).

SEÑORA.- ¡Taxi, taxi! Voy a perder mi tren. Es el tercer día que pierdo el tren.

SEÑOR.- Y es el tercer día que repito la misma canción, al verla pasar.

SEÑORA.- ¡Taxi, taxi!

SEÑOR.- Tres días seguidos que la oigo gritar, ¡taxi, taxi!, a pesar de que nunca pasa un taxi por

esta calle.

SEÑORA.- ¡Taxi, taxi! Sólo tengo once minutos.

SEÑOR.- Ayer, por lo menos, tenía quince, ¡y aún así perdió el tren!

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Page 202: Teatro breve

SEÑORA.- Le prohíbo que me dirija la palabra. Hace tres días que usted me sigue por todas

partes. Ya estoy harta.

SEÑOR.- ¿Yo? ¿Yo la sigo? ¡Señora, jamás salgo de mi casa!

SEÑORA.- Es eso precisamente, lo que le reprocho. Saberse seguida por un hombre visible y

corpóreo, no es nada del otro mundo. Oímos sus pasos detrás de nosotras, a diez metros de

distancia. Es como si se hubiera comprado un eco y lo sacásemos a pasear, atado con un lazo.

Eso es todo. Pero un hombre que todo el día nos sigue, únicamente con el pensamiento, eso ¡eso

es insoportable! Sabemos que no marcha detrás de nosotras y, sin embargo, volvemos la cabeza.

Dan ganas de rascarse la espalda. ¡Estoy harta! ¡Taxi!

SEÑOR.- Ya no le quedan sino nueve minutos.

SEÑORA.- ¡Nueve minutos! ¡Son muchos, nueve minutos! Usted no se imagina el número de

cosas que se pueden hacer en nueve minutos. En nueve minutos acepté casarme con un hombre

que apenas conocía. Y nueve minutos antes de la ceremonia, decidí no casarme.

SEÑOR.- Y hoy, nueve minutos antes de tomar el tren, vuelve a perderlo.

SEÑORA.- ¡Taxi! Tiene usted razón, es la fatalidad.

SEÑOR.- Y entonces, ¿qué va a hacer?

SEÑORA.- Volveré mañana. No por usted. Por el tren. Y no haré sino pasar. No me dé las gracias.

(Se va).

SEÑOR.- ¡Señora!

SEÑORA.- (Deteniéndose). ¿Señor?

SEÑOR.- ¿Por qué quiere partir?

SEÑORA.- No soy yo la que quiere. A mí me gustaría deshacer mis maletas y no correr de un

cuarto del hotel a la estación, de la estación a un cuarto de hotel. Todo eso me produce un

cansancio horrible.

SEÑOR.- ¿Quizá le gustaría más tener una plancha eléctrica?

SEÑORA.- ¿Una plancha eléctrica?

SEÑOR.- Cuando se tiene una plancha, se compra una mesa. Cuando se tiene una mesa, hace

falta una silla. Y apenas se tiene una silla, hace falta un apartamento con puertas que se abren y

se cierran. Y un marido para cerrar y abrir todas esas puertas.

SEÑORA.- ¿De veras?

SEÑOR.- Es indispensable. Usted encontrará todo eso en las Nuevas Galerías, primera calle a la

izquierda.

SEÑORA.- (Soñando). Si, quizá tiene usted razón. Después de todo, poseer una plancha debe ser

hermoso.

SEÑOR.- Entonces, ¿por qué parte usted?

SEÑORA.- No me atrevo a decírselo.

SEÑOR.- Puede hacerme confidencias, puesto que no me conoce. Hablar a u desconocido es

como halarse a sí mismo. ¡Cuénteme!

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Page 203: Teatro breve

SEÑORA.- Soy muy desdichada.

SEÑOR.- ¿Ama a alguien?

SEÑORA.- Por que eso.

SEÑOR.- ¿Alguien la ama, a pesar suyo?

SEÑORA.- Ah, señor, es peor que eso. Hay gente que no tiene memoria, hay gente que no tiene

proyectos. Yo, no tengo corazón. Y no es una manera figurada de hablar; exactamente es eso lo

que me pasa. Un médico me auscultó, luego un segundo, después un tercero; todos con

estetoscopios, periscopios, estatésfonos y teléfonos: ¡Y no tengo corazón! Tengo otra cosa.

SEÑOR.- ¿Otra cosa en lugar de corazón?

SEÑORA.- Un canario.

SEÑOR.- ¡Un canario! Y yo que tengo horror a los pájaros enjaulados. Cada vez que veo uno, abro

la jaula y el pájaro echa a volar. El impulso es más fuerte que yo.

SEÑORA.- ¡Señor, haga usted que mi canario se escape! Le juro que la vida de una mujer se

vuelve imposible, apenas tiene un canario en lugar de corazón.

SEÑOR.- Es evidente.

SEÑORA.- Si tuviese un perro, estaría tranquila. Un perro es fiel, no nos abandona. Se instala,

hecho una pelota, en un cojín y no da guerra. Cuando hay invitados, se hace el interesante; luego,

va a acostarse. ¡Sería maravilloso tener un perro en lugar de corazón! Pero un canario...

SEÑOR.- Le confieso que...

SEÑORA.- (Interrumpiendo). ¿Sabe usted lo que es un canario?

SEÑOR.- Pues es... es un...

SEÑORA.- (Interrumpiendo). No, señor, no es solamente un pajarito amarillo que hace cui, cui, cui,

alzando el pico; es un personaje extraordinario, que tiene alas y las abre y quiere volar allá,

siempre más allá.

SEÑOR.- Ahora me explico las maletas.

SEÑORA.- ¡Ay, mis maletas!

SEÑOR.- Y sus nueve minutos.

SEÑORA.- ¿Mis nueve minutos?

SEÑOR.- Si, los nueve minutos que, primero, le bastaron para casarse y, después, para no

casarse. Todo queda claro: es el canario.

SEÑORA.- ¡Ay, el canario!

SEÑOR.- Si no tuviese usted el canario, ¿tendría todavía deseos de tomar un tren?

SEÑORA.- Ni tren, ni barco, ni nada.

SEÑOR.- ¿Compraría la plancha eléctrica?

SEÑORA.- Con todas sus puertas y ventanas.

SEÑOR.- ¿Y el marido que las abre y las cierra?

SEÑORA.- ¿Por qué no?

SEÑOR.- Entonces, ¡los tres estamos salvados!

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Page 204: Teatro breve

SEÑORA.- Cómo, ¿cuáles tres?

SEÑOR.- Usted, yo y el canario. Vamos a liberarnos los unos a los otros; no será difícil. Bastará

con abrir la jaula. El canario encontrará el aire libre, usted su plancha eléctrica y yo abriré todas las

puertas de la casa. Al fin comprendo por qué me sentía atraído por usted: se trataba, una vez más,

de dar libertad al canario.

SEÑORA.- Explíquese usted.

SEÑOR.- Mi vecino de pajarera es médico y ahora precisamente da consulta. Es una bendición

para mí. Y para usted. Señora: el doctor la espera.

SEÑORA.- ¿Y cómo es ese médico?

SEÑOR.- Laureado por la Facultad de Tolosa.

SEÑORA.- No es eso lo que le preguntaba.

SEÑOR.- Acaba de escribir una tesis sobre las vitaminas.

SEÑORA.- Es muy interesante, pero...

SEÑOR.- (Recordando con esfuerzo). Es un hombre alto... tirando a rubio, con ojos... azules.

SEÑORA.- Los canarios son muy sensibles a los ojos azules. Antaño, los pajareros eran de ojos

azules. ¡Bueno, me decido! Dejo mis maletas frente a su ventana y toco la puerta del doctor.

Vuelvo enseguida.

SEÑOR.- Quisiera pedirle otra cosa...

SEÑORA.- Nos veremos más tarde.

SEÑOR.- Quisiera...

SEÑORA.- No me detenga, que siento que mi canario bate las alas.

SEÑOR.- Señora...

SEÑORA.- ¡No, tengo miedo de echarme a volar! Hasta la vista, señor. (Entra en la casa. El señor

mira las maletas y se dirige a ellas).

SEÑOR.- (Cantando). Maletas, maletas

ya no más suspiros,

maletas, maletas,

por el tren perdido.

Sin moverse un punto,

maletas, maletas,

viajarán conmigo,

soñarán despiertas.

Descansad, maletas,

entornad los párpados,

que el viaje de amor

es de ojos cerrados.

(Se oye el ruido de un tren. Una de las maletas se echa a bailar, murmurando).

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Page 205: Teatro breve

PRIMERA MALETA.- ¡No, no, y no!

SEÑOR.- (Enojado). ¿Qué?

SEGUNDA MALETA.- (Moviéndose). ¡No, no, no y no!

SEÑOR.- ¿Pero qué? ¿Qué pasa?

LAS DOS MALETAS.- (Cantando). El ruido del tren

que pasa a lo lejos

nos ha despertado.

Corazón viajero

ni cantos ni amores

Lo hacen prisionero.

SEÑOR.- ¡Eso no, señoras maletas! No hablen más de partir. Bastante trajo me ha costado

detener a su dueña.

LAS MALETAS.- (Cantando). Andenes, carreras,

danzas de vagones,

patios desolados,

vagas estaciones

al alba entrevistas,

ruido de furgones

¡rieles que cantan

nuestros corazones!

SEÑOR.- ¡Un poco más de seriedad, señoras! Comprendo que el ruido de un tren les haga perder

la cabeza, pero les ruego que piensen en que no se trata de una aventura sin importancia. (Se

pone unos guantes blancos). Tengo la honra de pedirles la mano de su dueña.

LAS MALETAS.- ¡Déjenos reflexionar!

SEÑOR.- ¿Reflexionar? ¿Y para qué? En mi casa van a ser felices, muy felices. Les prometo que

en verano dejaré la ventana abierta para que puedan escuchar dos veces al día el paso del tren.

LAS MALETAS.- ¿Lo jura usted?

SEÑOR.- Lo juro.

LAS MALETAS.- Entonces, ¡si!

SEÑOR.- (Se quita los guantes). Gracias. (El ruido del tren se hace más y más débil).

LAS MALETAS.- (Débilmente). Volvió a suceder,

el tren ya se fue,

se pierde en la noche

su canto de hierro.

Dormiremos hoy,

¡mañana, al anden!

SEÑOR.- Muy bien. Duerman, duerman, es lo mejor, ¡Dios mío, qué difícil es conquistar a una

mujer dueña de tantas maletas. (Sale. Toma las maletas. Cuando se dispone a llevarlas a su casa,

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Page 206: Teatro breve

resuena un grito tras la ventana del médico. El Señor queda inmóvil, con las maletas en la mano).

¿Qué pasa ahora? (Se abre la ventana del doctor. Aparece la joven dama).

SEÑORA.- Me he salvado.

Señor.- ¿Su corazón?

SEÑORA.- Aquí está. (Le presenta una jaula con un canario).

SEÑOR.- (Viendo al canario). Desde el principio me imaginé que usted tenía un corazón adorable.

Además, óigalo. (El canario canta).

SEÑORA.- (Escucha con atención). ¡Qué extraño! No lo reconozco.

SEÑOR.- Uno jamás conoce su propio corazón.

SEÑORA.- Y no comprendo una palabra de lo que me dice.

SEÑOR.- En cambio, yo lo entiendo muy bien. (El canario vuelve a cantar. El Señor interrumpe al

canario y discute con él). ¿Ah, sí? ¿En serio? No, no... es imposible... no hay nada qué hacer. Me

rehúso. No hablemos más.

SEÑORA.- ¿Qué es lo que dice?

SEÑOR.- Me pide que abra a puerta de su jaula. Pero, por primera vez en mi vida, me siento con

autoridad frente a un pájaro. (Al canario). Te quedarás en tu jaula, amigo mío. (A la Señora). Usted

se queda, ¿verdad? Ya está decidido. Lo prometió.

SEÑORA.- Nunca más partiré.

SEÑOR.- ¿Se quedará aquí, en esta casa?

SEÑORA.- Para siempre. El doctor me persuadió. Me quedo con él.

SEÑOR.- ¡No fue eso lo convenido! De ninguna manera. Yo me... yo le... (Deja las maletas). Yo

había pedido su mano.

SEÑORA.- Seré su vecina. Eso es ya la mitad del matrimonio.

SEÑOR.- ¡Y pensar que a me disponía a llevar sus maletas a mi casa!

SEÑORA.- Tráigalas aquí.

SEÑOR.- ¿A casa de mi vecino de pajarera, convertido en mi rival? Jamás. No me doy por

vencido. Retaré a duelo a ese doctor. Señora: siento que tengo un sable en lugar de corazón.

SEÑORA.- Déme mis maletas y yo le daré un recuerdo.

SEÑOR.- ¡Con qué prisa vivimos! Hace once minutos apenas nos conocíamos y ahora ya estamos

en la hora de los recuerdos.

SEÑORA.- Entonces, ¿sí?

SEÑOR.- Aquí están sus maletas. (Se las da). Y ahora, mi recuerdo.

SEÑORA.- ¿Qué desea? Escoja.

SEÑOR.- Yo quisiera... (Duda).

SEÑORA.- ¡Ande, dígalo pronto!

SEÑOR.- El canario.

VOZ DE HOMBRE.- (En el interior). ¡Amanda, Amanda!

SEÑORA.- Adiós, señor.

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Page 207: Teatro breve

SEÑOR.- Por lo menos déme su canario. Lo he ganado a pulso.

SEÑORA.- ¿Qué hará con él?

SEÑOR.- Colgaré la jaula en mi ventana. No podré vivir, dormir y respirar sin usted. La escucharé

cantar noche y día.

SEÑORA.- Aquí está (Le da la jaula y cierra la ventana).

SEÑOR.- (Con la jaula en la mano). Y ahora que estamos solos, canta, mi canario (Silencio).

¡Anda, canta, canta! Si tienes pico, es para cantar. (El canario canta el mismo son, pero más triste).

¿Qué...? No, de ninguna manera. Es imposible. No insistas. (El canario insiste). Después de todo,

tienes razón. (Abre la jaula). ¡Si tienes alas, son para volar! (El canario se va). ¡Adiós canario!

(viéndolo desaparecer). No hay duda: cuando una mujer tiene un canario en lugar de corazón, lo

mejor es dejarlo donde está.

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Page 208: Teatro breve

Los fusiles de la madre Carrar

Bertold Brecht

Los Fusiles de la Madre Carrar fue escrita en 1937, sobre una idea del dramaturgo irlandés John

Synge. La acción trascurre en España, durante la guerra civil. El estreno tuvo lugar ese mismo año

en París, con Heléne Weigel en el papel de la Madre Carrar.

PERSONAJES

Teresa Carrar

José, su hijo menor

Pedro Jaqueras, obrero

El herido

Manuela

El cura

La anciana Señora Pérez

Dos pescadores

Mujeres y niños

Una noche de abril de 1937, en una casa de pescadores de Andalucía. Una habitación con las

paredes blanqueadas. En un rincón, un gran crucifijo negro. Teresa Carrar, una mujer de cincuenta

años, está amasando el pan. Su hijo José, de quince años, trabaja una talla al lado de la ventana

abierta. Se oye a lo lejos ruido de cañones.

LA MADRE.- ¿Ves todavía la barca de Juan?

JOSÉ.- Sí.

LA MADRE.- ¿Está todavía encendida la lámpara?

JOSÉ.- Sí.

LA MADRE.- ¿No ha salido ninguna otra embarcación?

JOSÉ.- No. (Pausa).

LA MADRE.- Es extraño. ¿Cómo puede ser que no haya salido ninguna otra?

JOSÉ.- ¡Pero si lo sabes!

LA MADRE.- (Pacientemente). Si te lo pregunto es porque no lo sé.

JOSÉ.- No ha salido nadie, fuera de Juan, porque tienen otras cosas que hacer que estar

pescando.

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LA MADRE.- ¡Ah! (Pausa).

JOSÉ.- Tampoco Juan hubiera salido si las cosas dependieran de él.

LA MADRE.- Justamente. No dependen de él.

JOSÉ.- (Tallando con fuerza). No. (La Madre pone la masa en el horno, se limpia las manos y toma

una red para componerla).

JOSÉ.- Tengo hambre.

LA MADRE.- Tú no estás de acuerdo conque tu hermano salga a pescar.

JOSÉ.- Porque eso podría hacerlo yo y Juan debería estar en el frente.

LA MADRE.- Pensé que querrías ir tú también. (Pausa).

JOSÉ.- Quién sabe si los barcos con las provisiones conseguirán burlar el bloqueo de los ingleses.

LA MADRE.- Cuando este pan esté horneado, no tendré más harina. (José cierra la ventana). ¿Por

qué cierras la ventana?

JOSÉ.- Ya son las nueve.

LA MADRE.- ¿Y qué?

JOSÉ.- A las nueve vuelve a hablar aquel perro por radio y los Pérez prenden su aparato.

LA MADRE.- (Rogándole). Abre de nuevo la ventana. Con la luz de aquí adentro y el reflejo de los

vidrios no puedes ver bien.

JOSÉ.- ¿Pero por qué tengo que estar sentado vigilando? No se va a escapar. Tu único miedo es

que vaya al frente.

LA MADRE.- No seas insolente. Ya es bastante triste tener que estar angustiada por ustedes.

JOSÉ.- ¿Qué quiere decir ustedes?

LA MADRE.- Tú no eres ni un pelo mejor que tu hermano. Peor, más bien.

JOSÉ.- Ésos encienden la radio exclusivamente por nosotros. Ésta es ya la tercera noche. Ayer vi

cómo abrieron la ventana a propósito, para que oyéramos.

LA MADRE.- Estos discursos son la misma cosa que los de Valencia.

JOSÉ.- ¿Por qué no dices que son mejores?

LA MADRE.- Bien sabes que no me parecen mejores. ¿Por qué voy a estar de parte de los

generales? Detesto cualquier derramamiento de sangre.

JOSÉ.- ¿Y quién comenzó? ¿Fuimos nosotros acaso? (La Madre calla. El Joven ha abierto de

nuevo la ventana. De lejos se oye anunciar: ¡Atención, atención! Aquí habla Su Excelencia el

general Queipo del Llano. Luego se oye fuerte y tajante la voz habitual del general del micrófono

que dirige su discurso nocturno al pueblo español.

VOZ DEL GENERAL.- Un día de éstos, amigos míos, tendremos que hablar con vosotros

seriamente. Y lo haremos desde Madrid, aun cuando lo que quede de la ciudad no tenga ya el

aspecto de Madrid. El señor obispo de Canterbury tendrá motivos para derramar sus lágrimas de

cocodrilo. Nuestros bravos moros tendrán muchas cuentas que ajustar.

JOSÉ.- ¡Cochino!

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VOZ DEL GENERAL.- Amigos míos, el así llamado Imperio Británico, ese coloso con pies de

arcilla, no podrá impedir la destrucción de la capital de un pueblo perverso, que tiene el

atrevimiento de enfrentar la irresistible reivindicación nacional. ¡Nosotros barreremos de la faz de

la tierra a ese vil populacho!

LA MADRE.- Nosotros no somos agitadores y no enfrentamos a nadie. Si gobernaran ustedes

probablemente lo harían. Tú y tu hermano son unos exaltados. Igual que tu padre, y seguramente

no me gustaría que fueran distintos. Pero esto no es una broma: ¿No oyes los cañonazos?

Nosotros somos gente pobre, y los pobres no pueden permitirse la guerra. (Golpean a la puerta.

Entra el obrero Pedro Jaqueras, hermano de Teresa. Se ve que ha cambiado mucho).

EL OBRERO.- Buenas noches.

JOSÉ.- ¡Tío Pedro!

LA MADRE.- ¿Qué te trae por aquí, Pedro? (Le da la mano).

JOSÉ.- ¿Vienes de Motril, tío Pedro? ¿Cómo andan las cosas allí?

EL OBRERO.- Oh, no muy bien. Y ustedes, ¿cómo se encuentran aquí?

LA MADRE.- (Ambigua) Puede ir.

JOSÉ.- ¿Partiste hoy de allá?

EL OBRERO.- Si.

JOSÉ.- Son cuatro horas largas, ¿verdad?

EL OBRERO.- Y también más, porque las calles están llenas de refugiados que quieran llegar a

Almería.

JOSÉ.- Pero Motril, ¿resiste?

EL OBRERO.- No sé qué habrá sucedido hoy. Anoche, aún se resistía.

JOSÉ.- ¿Y por qué te fuiste?

EL OBRERO.- Necesitamos muchas cosas para el frente. Se me ocurrió darme un salto para ver

cómo andaban ustedes.

LA MADRE.- ¿Tomas un vaso de vino? (Se lo sirve). El pan estará listo dentro de media hora.

EL OBRERO.- ¿Dónde está Juan?

JOSÉ.- Pescando.

EL OBRERO.- ¿De veras?

JOSÉ.- Puedes ver su lámpara desde la ventana.

LA MADRE.- Y... ¡hay que vivir!

EL OBRERO.- Claro. En la calle oí la voz del general del micrófono. ¿Quién lo escucha aquí?

JOSÉ.- Son los de enfrente, los Pérez.

EL OBRERO.- ¿Encienden la radio para oír esas cosas?

JOSÉ.- No, no es gente de Franco. No lo hacen porque les interese, como tú crees.

EL OBRERO.- ¿Ah, no?

LA MADRE.- (Al Muchacho) ¿No pierdes de vista a tu hermano?

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JOSÉ.- (volviendo de mala gana a la ventana) Quédate tranquila, que no se caído de la barca. (El

obrero ha bebido su vaso de vino y se sienta junto a su hermana. La ayuda a remendar la red).

EL OBRERO.- ¿Cuántos años tiene Juan ahora?

LA MADRE.- Veintiuno, en septiembre.

EL OBRERO.- ¿Y José?

LA MADRE.- ¿Tienes que hacer algo en particular por los alrededores?

EL OBRERO.- Nada especial.

LA MADRE.- Hace tanto tiempo que no venías por aquí.

EL OBRERO.- Dos años.

LA MADRE.- ¿Cómo se encuentra Rosa?

EL OBRERO.- Con reumatismo.

LA MADRE.- Esperaba que hubiese venido a visitarme.

EL OBRERO.- Tal vez Rosa está un poco disgustada por lo del funeral de Carlos. (La Madre

Calla).

EL OBRERO.- Pensó que podrías habernos avisado. Sin lugar a dudas que hubiéramos venido

para el funeral de tu marido, Teresa.

LA MADRE.- Y, sucedió así, de improviso.

EL OBRERO.- ¿Pero cómo fue? (La Madre calla).

JOSÉ.- Una bala en los pulmones.

EL OBRERO.- (Sorprendido). ¿Pero cómo?

LA MADRE.- ¿Qué significa pero cómo?

EL OBRERO.- Si aquí, dos años atrás, todo estaba tranquilo.

JOSÉ.- Pero en Oviedo había insurrección.

EL OBRERO.- ¿Cómo fue a parar Carlos a Oviedo?

LA MADRE.- Y... Fue.

EL OBRERO.- ¿Desde aquí?

JOSÉ.- Si, cuando los diarios publicaron lo del levantamiento.

LA MADRE.- (Con amargura): Así como otros van a América para jugarse la última carta. Como

hace los locos.

JOSÉ.- (Levantándose). ¿Quieres decir que era un loco? (La Madre deja la red con manos

temblorosas y sale).

EL OBRERO.- ¿Ha sido un golpe brutal para ella, verdad?

JOSÉ.- Sí.

EL OBRERO.- Habrá sido terrible no volver a verlo.

JOSÉ.- Lo vio; había regresado. Pero eso fue lo peor de todo. En Asturias consiguió tomar el tren,

allí le hicieron un vendaje de emergencia en el pecho, bajo la blusa, y partió. Cambió dos veces de

tren y murió en la estación. Aquí, una noche, se abrió de golpe la puerta y entraron vecinas y se

apoyaron contra la pared, balbuciendo el Ave María, como cuando se trae un ahogado. Luego lo

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llevaron adentro en una lona y lo dejaron sobre el piso. Desde aquel entonces va a la iglesia. A la

maestra de la escuela, como se sabía que era una roja, le cerró la puerta en la cara.

EL OBRERO.- ¿Pero ahora, es verdaderamente devota?

JOSÉ.- (Asintiendo): Juan cree que todo sucedió porque los vecinos hablaban demasiado de ella.

EL OBRERO.- ¿Qué decían?

JOSÉ.- Que era ella la que lo empujó.

EL OBRERO.- ¿Y de veras lo hizo? (El joven se encoge de hombros. Vuelve la Madre, mira cómo

va el pan y se sienta de nuevo junto a la red).

LA MADRE.- (Al Obrero que quiere ayudarla otra vez). Deja, es mejor que bebas tu vino y

descanses. Te has levantado temprano. (El Obrero toma su vaso y vuelve a la mesa).

LA MADRE.- ¿Quieres pasar la noche aquí?

EL OBRERO.- No, no tengo mucho tiempo. Debo regresar en el día. Pero me lavaré un poco.

(Sale).

LA MADRE.- (Haciendo señas al muchacho para que se acerque): ¿Te dijo para qué ha venido?

JOSÉ.- No.

LA MADRE.- ¿Seguro que no? (El Obrero vuele con una palangana y una toalla. Se lava).

LA MADRE.- ¿Y los viejos López? ¿Viven todavía?

EL OBRERO.- Solo él (Al muchacho). Aquí fueron muchos al frente, ¿no?

JOSÉ.- Quedaron algunos.

EL OBRERO.- Allá han ido también muchos católicos.

JOSÉ.- Aquí también fueron algunos.

EL OBRERO.- ¿Pero un fusil lo tendrán todos?

JOSÉ.- No, no todos.

EL OBRERO.- Eso no está bien. Los fusiles son ahora la cosa más importante. ¿Pero es que no

los hay en el pueblo?

LA MADRE.- (Inmediatamente): No.

JOSÉ.- Hay todavía algunos, pero los tienen escondidos. Los entierran como si fueran papas. (La

Madre lo mira).

EL OBRERO.- ¡Ah! (El Muchacho se aleja de la ventana y va hacia el fondo).

LA MADRE.- ¿A dónde vas?

JOSÉ.- A ningún lado.

LA MADRE.- Vuelve a la ventana. (El Muchacho, obstinado, permanece en el fondo de la

habitación).

EL OBRERO.- ¿Qué sucede?

LA MADRE.- ¿Por qué te has alejado de la ventana? ¡Contéstame!

EL OBRERO.- ¿Hay alguien afuera?

JOSÉ.- (Ronco): No. (Se escuchan afuera voces de chicos que gritan).

VOCES DE NIÑOS.- Juan no quiere se soldado

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Porque está muy asustado.

Tanto le teme al cañón

Que se esconde bajo el colchón.

(Por la ventana se ven los rostros de tres niños).

LOS NIÑOS.- ¡Buh ...!

LA MADRE.- (Se levanta y va hacia la ventana): Si os agarro os pongo el traste morado, ¡mocosos

de porquería! (Habla de nuevo hacia el interior de la habitación) ¡Son los Pérez de nuevo! (Pausa).

EL OBRERO.- Antes jugabas a las cartas. José. ¿Hacemos una partidita? (La Madre se sienta al

lado de la ventana. El Muchacho toma las cartas. Comienza el juego).

EL OBRERO.- ¿Trampeas todavía?

JOSÉ.- (Ríe). ¿Lo hacías antes?

EL OBRERO.- Creo que sí. De cualquier manera es mejor que corte yo. Todo está permitido, ¿de

acuerdo? En la guerra todos los trucos se valen. (La Madre mira con desconfianza).

JOSÉ.- ¡Malas cartas!

EL OBRERO.- Gracias por avisarme. ¡Ajá! Y ahora me sales con un as de triunfo. ¡Qué fanfarrón!

Pero te va a costar caro. Otra carta con la artillería pesada y ahora yo saco mis modestas reservas,

y me llevo todo. (Gana la partida).Así aprenderás. Arriesgar está bien. Tú eres audaz, hijo mío,

pero no bastante prudente.

JOSÉ.- El que no arriesga, no gana.

LA MADRE.- Esos proverbios se los ha enseñado el padre. Un hombre bravo se juega entero.

¿Verdad?

EL OBRERO.- Si, se juega nuestro pellejo. Don Miguel de Ferrante, en cierta oportunidad, jugando

con el coronel, perdió setenta campesinos. Quedó arruinado y por el resto de su vida tuvo que

conformarse con doce servidores. ¡Y ahora jugó de verdad el as de espadas!

JOSÉ.- Tuve que jugar así. (Gana un punto). Era mi única posibilidad.

LA MADRE.- Están hechos de ese modo. Su padre saltaba de la barca cuando la red se

enganchaba.

EL OBRERO.- ¿Tal vez no tendría muchas redes?

LA MADRE.- Tampoco tenía muchas vidas. (En el umbral ha aparecido un hombre con uniforme

de miliciano, la cabeza vendada y un brazo en cabestrillo).

LA MADRE.- ¡No te quedes ahí, Pablo, entra!

EL HERIDO.- Me dijo que podía volver por el vendaje, señora Carrar.

LA MADRE.- Está de nuevo completamente empapado. (Sale corriendo).

EL OBRERO.- ¿Dónde te sucedió?

EL HERIDO.- En Monte Solluve.(La Madre vuelve con una camisa que rasga en pedazos. Hace un

nuevo vendaje, pero siempre observando a los que están en la mesa).

LA MADRE.- ¡Has vuelto a trabajar!

EL HERIDO.- Con el brazo derecho solamente.

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LA MADRE.- Pero si te dijeron que no debías hacerlo.

EL HERIDO.- Sí, sí. Dicen que esta noche quebrarán el frente. No tenemos más reservas. ¿Será

posible que hayan pasado?

EL OBRERO.- (Inquieto). No, no creo. Se oirían los cañonazos en otro lado.

EL HERIDO.- Es cierto.

LA MADRE.- Si te hago daño, dímelo. No he estudiado de enfermera, trato de hacerlo lo más

suavemente posible.

JOSÉ.- ¡En Madrid no pasarán!

EL HERIDO.- ¿Quién sabe?

JOSÉ.- Sí que lo sabemos.

EL HERIDO.- Pero ha destrozado una camisa entera, señora Carrar. No tendría que haberlo

hecho.

LA MADRE.- ¿Quieres que te vende con un trapo de piso?

EL HERIDO.- No, pero tampoco veo que tenga para regalar.

LA MADRE.- Mientras viva, todo va bien. Pero para el otro brazo no alcanzaría.

EL HERIDO.- (Ríe). Entonces debo estar más atento la próxima vez. (Se levanta. Al obrero). ¡Con

tal de que no pasen esos perros! (Sale).

LA MADRE.- ¡Ese ruido de cañones!

JOSÉ.- Y nosotros, saliendo a pescar.

LA MADRE.- Pueden estar menos contentos todavía de tener sus cuatro miembros enteros. (Se

oye afuera ruido de camiones y catos que se acercan y luego se desvanecen. El obrero y José se

acercan a la ventana y observan en la oscuridad).

EL OBRERO.- Son las Brigadas Internacionales. Las llevan a la batalla de Motril. (Se oye el refrán

de La Brigada Thaelmann: Lejos está mi patria...).

EL OBRERO.- Son los alemanes. (Se oyen algunos compases de La Marsellesa).

EL OBRERO.- Los franceses. (La Varsoviana).

EL OBRERO.- Los polacos. (Bandiera Rossa).

EL OBRERO.- Los italianos. (Hold the Fort).

EL OBRERO.- Los americanos. (Los Cuatro Generales).

EL OBRERO.- Y ahí pasan los nuestros. (Se apaga el ruido de cantos y camiones. El obrero y el

joven vuelven a la mesa).

EL OBRERO.- Esta noche es la decisiva. Ahora tengo que marcharme. Fue la última jugada, José.

LA MADRE.- (Acercándose a la mesa). ¿Quién ha ganado?

JOSÉ.- (Con soberbia). ¡Él!

LA MADRE.- ¿Entonces no te preparo la cama?

EL OBRERO.- No, debo irme. (Permanece, sin embargo, sentado).

LA MADRE.- Saluda a Rosa. Y que no me guarde rencor. Ninguno de nosotros sabe qué sucederá

todavía.

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Page 215: Teatro breve

JOSE.- Te acompaño un trecho.

EL OBRERO.- No hace falta. (La Madre mira por la ventana).

LA MADRE.- ¿Te hubiera gustado ver también a Juan?

EL OBRERO.- Lo hubiera visto con gusto, claro. Pero no volverá tan temprano, ¿verdad?

LA MADRE.- (Intranquila). Debe estar muy lejos. Casi a la altura del cabo. (Vuelve al centro de la

pieza). Podríamos ir a buscarlo. (En la puerta aparece una joven).

JOSÉ.- Buenos días, Manuela. (En voz baja al Obrero). Es la amiga de Juan, Manuela. Éste es tío

Pedro.

MANUELA.- ¿Dónde está Juan?

LA MADRE.- Juan trabaja.

MANUELA.- Creíamos que lo había mandado al jardín de infantes a jugar a la pelota.

LA MADRE.- No, ha ido a pescar. Juan es pescador.

MANUELA.- ¿Porqué no concurrió a la reunión de la escuela? Había otros pescadores también.

LA MADRE.- No perdió nada allí.

JOSÉ.- ¿De qué reunión se trataba?

MANUELA.- Se resolvió que todos aquellos que puedan hacerlo viajarán esta noche al frente. Pero

ustedes sabían muy bien de qué se trataba. Nosotros le advertimos a Juan.

JOSÉ.- ¡No puede ser! De otro modo Juan no hubiera ido a pescar. ¿PO es que tal vez te

advirtieron a ti, Madre? (La Madre calla y se ocupa solamente del horno).

JOSÉ.- Es que ella no le avisó. (A la Madre) ¡Ahora comprendo por qué lo has mandado a pescar!

EL OBRERO.- No debías haber hecho eso, Teresa.

LA MADRE.- Dios ha dado menesteres a cada uno de los hombres. Mi hijo es pescador.

MANUELA.- ¿Es que quiere ponernos en ridículo ante todo el mundo? Por donde voy me señalan

con el dedo. El solo nombre de Juan me hace sentir mal. ¿Pero qué clase de gente son ustedes

entonces?

LA MADRE.- Somos gente pobre.

MANUELA.- El gobierno ha ordenado que todos los hombres aptos tomen las armas. No me diga

que no lo leyó.

LA MADRE.- Lo leí. Gobierno de aquí, gobierno de allá. Nos quieren llevar al matadero. Pero esa

no es una razón para que yo, voluntariamente, cargue a mis hijos en una carretilla y los lleve al

matadero.

MANUELA.- No, usted esperará hasta que los pongan contra la pared. En mi vida he visto

semejante necedad. La gente como usted tiene la culpa de que hayamos llegado a esta situación y

que ese puerco de Llano se permita hablar de esa manera.

LA MADRE.- (Débilmente). No admito que se usen esas palabras en mi casa.

MANUELA.- (Fuera de sí). ¡Tal vez ya está del lado de los generales!

JOSÉ.- (Impacientado). ¡No! Pero no quiere que combatamos.

EL OBRERO.- Permanecer neutrales, ¿no es así?

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LA MADRE.- Ya sé que quisieran ver mi casa convertida en un nido de conspiradores. ¡Hasta que

no vean a Juan contra la pared, no se darán paz!

MANUELA.- ¡Y de usted se decía que había ayudado a su marido cuando fue a Oviedo!

LA MADRE.- (en voz baja). ¡Cierra la boca! ¡Yo o ayudé a mi marido! ¡A hacer eso, nunca! Sé que

se me culpa de todo, ¡pero todo es mentira, todo! Nada más que sucias mentiras. Cualquiera

puede atestiguarlo.

MANUELA.- Nadie quería culparla, señora Carrar. Siempre la hemos tratado con el mayor respeto.

Todos asíamos que Carlos Carrar era u héroe. Pero que tuvo que abandonar furtivamente su casa

por la noche, lo sabemos solo ahora.

JOSÉ.- ¡Mi padre no salió de casa por la noche, furtivamente, Manuela!

LA MADRE.- Cállate, José.

MANUELA.- Dígale a su hijo que no quiero saber más nada de él. Y que no es necesario que cada

vez que me vea me esquive por miedo a que se le pregunte cómo es que todavía no está donde

debería estar. (Sale).

EL OBRERO.- No deberías haber permitido que se marchara de ese modo. Antes no lo hubieras

hecho, Teresa.

LA MADRE.- Soy como fui siempre. Seguramente habrán apostado que llevarían a Juan al frente.

De todos modos, ahora voy a llamarlo. O mejor, llámalo tú, José, espera, iré yo misma. Enseguida

vuelvo. (Sale).

EL OBRERO.- Dime, José, tú no eres por cierto tonto, y no es necesario decírtelo detalladamente.

¿Dónde están?

JOSÉ.- ¿Qué?

ELOBRERO.- Los fusiles.

JOSÉ.- ¿De mi padre?

EL OBRERO.- Deben estar aquí. No puede ser que tomara el tren con todo aquello cuando partió.

JOSÉ.- ¿Has venido a llevártelos?

EL OBRERO.- ¿A qué he venido si no?

JOSÉ.- No te los dará jamás. Los ha escondido.

EL OBRERO.- ¿Dónde? (El joven indica un rincón. El Obrero se levanta y va hacia el lugar

señalado, cuando oye pasos).

EL OBRERO.- (Vuelve en seguida a sentarse). Quiero ahora. (La Madre entra con el cura del

pueblo. Es un hombre alto y fuerte, con el hábito gastado)

EL CURA.- Buenas noches, José. (Al Obrero). Buenas noches.

LA MADRE.- Este es un hermano mío, de Motril, padre.

EL CURA.- Encantado de conocerle. (A la Madre). Debo pedirle disculpas porque vengo de nuevo

a molestarla. ¿Podría usted mañana a mediodía echar una mirada en casa de los Turillo? Los

pequeños se han quedado solos ahora, porque la Turillo se marchó al frente junto al marido.

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LA MADRE.- Lo haré con gusto.

EL CURA (Al Obrero). ¿Cómo es que anda usted por estos lados? He oído decir que las

comunicaciones con Motril se han hecho difíciles.

EL OBRERO.- Aquí todavía está muy calmo ¿no?

EL CURA.- ¿Cómo decía usted? Ah, sí.

LA MADRE.- Pedro, creo que el señor cura te ha preguntado algo. ¿Cómo es que te encuentras

aquí?

EL OBRERO.- Se me ocurrió venir a visitar a mi hermana.

EL CURA.- (Mirando a la Madre, persuasivo). Fue una buena idea. Se habrá dado cuenta de que

no lleva una vida fácil.

EL OBRERO. Espero que sea una buena feligresa.

LA MADRE.- Le ruego que acepte un vaso de vino. El señor cura se ocupa de los pequeños que

tienen sus padres en el frente. Debe haber andado todo el día dando vueltas, ¿verdad? (Le

alcanza el vaso de vino).

EL CURA.- (Se sienta y toma el vaso de vino). Querría saber solamente dónde podré encontrar

otro par de zapatos. (En ese preciso instante comienza a oírse de nuevo la radio de los Pérez. La

Madre va a cerrar la ventana).

EL CURA.- o se moleste, señora Carrar. Me han visto entrar. La tienen conmigo porque no voy a

las barricadas. Y entonces, de cuando en cuando, me hacen oír alguno de esos discursos.

EL OBRERO.- ¿Le da mucho fastidio?

EL CURA.- Francamente, sí. Pero deje abierta la ventana.

VOZ DEL GENERAL.- “... Pero nosotros conocemos las malditas mentiras con las cuales estos

señores tratan de ensuciar la causa nacional. Nosotros no pagamos al obispo de Canterbury tan

bien como le pagan los rojos, pero, en compensación, podemos recordarles los diez mil curas a los

cuales sus honorables amigos les cortaron el cuello. Que este señor me permita decirles –y que

me perdone si no acompaño mis palabras con un cheque-, que el Ejército Nacional, en su marcha

victoriosa, ha encontrado, sí, bombas y depósitos llenos de fusiles en cantidad, pero nunca un cura

con vida”. (El Obrero ofrece al cura su paquete de cigarrillos. Sonriendo, el cura toma uno, a pesar

de no ser un fumador).

VOZ DEL GENERAL.- “... Y es bueno que la causa sepa vencer sin necesidad de los señores

obispos. Mientras se pueda contar con buenos aviones, y con hombres como el general Franco, el

general Mola...” (La transmisión se interrumpe bruscamente).

EL CURA.- (Bonachón). Gracias a Dios, los propios Pérez no pueden soportar más de tres frases.

Yo creo que semejantes discursos no pueden causar buena impresión.

EL OBRERO.- Se dice, sin embargo, que es el Vaticano el que propaga esas mentiras.

EL CURA.- Eso no lo sé. (Dolorido). Según mi parecer, no son cosas que atañen a la Iglesia, esos

de hacer que lo blanco parezca negro y lo negro blanco.

EL OBRERO.- (Mirando al muchacho). Claro que no.

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LA MADRE.- (Apurada).- Mi hermano combate en la milicia señor cura.

EL OBRERO.- De Málaga.

EL CURA.- ¿Es espantoso allá, verdad? (El Obrero fuma en silencio).

LA MADRE.- Mi hermano no me juzga una buena española. Piensa que debería dejar que Juan se

fuera al frente.

JOSÉ.- Y también a mí. Es allí donde deberíamos estar.

EL CURA.- Usted sabe, señora Carrar, que juzgo su comportamiento justificado por sentimientos

honestos. El bajo clero en muchas ciudades apoya al gobierno legal. De las dieciocho diócesis de

Bilbao, diecisiete se han declarado en favor del gobierno. No pocos de mis colegas está en el

frente, algunos han caído ya. Personalmente, no soy precisamente un combatiente. Dios no me ha

dado el poder de llamar con voz tonante a mis feligreses para combatir contra ... (busca la palabra)

una causa cualquiera. Para mí cuenta la palabra del Señor: ¡No matarás! No soy un hombre rico.

No poseo un monasterio y comparto lo poco que tengo con los parroquianos. Esto es

probablemente lo único que en este momento puede dar a mis palabras algún valor.

EL OBRERO.- Claro,. Pero la cuestión reside en saber si usted, realmente, no es un combatiente.

Quiero que me comprenda bien. Por ejemplo: si a un hombre a quien están por matar y quiere

defenderse, usted le detiene el brazo con estas palabras: ¡No matarás!, de modo que puedan

degollarlo como a un pollo, en mi opinión también usted está participando, a su manera, en esa

lucha. Usted sabrá disculparme si digo lo que pienso.

EL CURA.- Mientras tanto, participo del hambre.

EL OBRERO.- ¿Y de qué manera piensa usted que podremos recuperar ese pan nuestro de cada

día, por el cual ruega usted a Dios en sus oraciones.

EL CURA.- No lo sé, solo puedo rezar.

EL OBRERO.- Entonces le interesará saber que anoche Dios volvió a echar atrás las naves con las

provisiones.

JOSÉ.- ¿Es cierto? ¡Madre, las naves tuvieron que volverse atrás!

EL OBRERO.- Sí, eso es la neutralidad... (Repentinamente). ¿También usted es neutral?

EL CURA.- ¿Qué entiende por ello?

EL OBRERO.- Bueno... estar con la “no intervención”. Si usted participa de la “no intervención”,

aprueba en el fondo cada baño de sangre en que esos generales sumen al pueblo español.

EL CURA.- (Levantando las manos a la altura de la cabeza en señal de rechazo): No, no los

apruebo.

EL OBRERO.- (Mirándolo con los ojos entrecerrados): Tenga las manos levantadas por un

momento. En esa posición salieron cinco mil de los nuestros en Badajoz de las casas asediadas. Y

en esa posición fueron fusilados.

LA MADRE.- ¿Cómo puedes hablar así, Pedro?

EL OBRERO.- Es que acabo de comprobar que la posición que se adopta al desaprobar alguna

cosa se asemeja espantosamente a la que se asume cuando uno capitula, Teresa. He leído

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muchas veces que las personas que inocentemente se lavan las manos, suelen hacerlo en tinas

tintas en sangre. Se lo advierte luego, por las manos.

LA MADRE.- ¡Pedro!

EL CURA.- No se preocupe, señora Carrar, en estos tiempos, los espíritus está que arden. Todos

razonaremos con mayor tranquilidad cuando todo esto haya pasado.

EL OBRERO.- ¿Cree usted que debemos ser barridos de la faz de la tierra porque somos un

pueblo perverso?

EL CURA.- ¿Quién dice eso?

EL OBRERO.- El “general del micrófono”. ¿No lo escuchó usted hace un momento? Usted escucha

muy poco la radio.

EL CURA.- (En tono despreciativo): ¡Oh!, el general ...

EL OBRERO.- No diga “¡Oh, el general!” El general ha concentrado toda la resaca de España para

borrarnos de la faz de la Tierra, sin contar los moros, los italianos y los alemanes.

LA MADRE.- También eso es vergonzoso, que hayan traído gente que solo combate por la paga.

EL CURA.- ¿No cree usted que también en el otro bando puede haber personas sinceramente

convencidas? (Pausa).

EL CURA.- (Mira el reloj) Todavía tengo que pasar por lo de Turillo.

EL OBRERO.- ¿No cree usted que las Cortes, en las que el Gobierno tenía una aplastante

mayoría, fueron elegidas según las más honestas reglas del juego?

EL CURA.- Si que lo creo.

EL OBRERO.- Hace un rato, cuando hablé de un hombre que quiere defenderse y a quien se le

detiene el brazo, quise decir literalmente eso, porque, en verdad, no nos quedan más que nuestros

brazos desnudos.

LA MADRE.- (Interrumpiendo). No vuelvas a comenzar. No tiene sentido.

EL CURA.- El hombre ha nacido con los brazos desnudos, todos lo sabemos. El creador no lo hace

salir del seno materno con la mano armada. Conozco la doctrina según la cual toda la miseria del

mundo se debe al hecho de que el pescador y el obrero – usted es obrero, me parece – solo

cuentan con sus brazos desnudos para procurar el sustento. Pero en ningún lugar de Las

Escrituras está dicho que este mundo sea un mundo perfecto; al contrario, es un mundo lleno de

miseria, de pecado y de opresión. Bendito pues, quien ha sido enviado para sufrir en este mundo

con el brazo desarmado, porque podrá dejarlo al menos sin armas en la mano.

EL OBRERO.- Bien hablado. No quiero decir nada en contra de estas palabras que suenan tan

bien. Quisiera que causaran alguna impresión en el general Franco. Lo malo es que el general

Franco, armado como está hasta los dientes, no tiene ningún deseo de abandonar la Tierra.

Tiraríamos todas las armas tras él, si se decidiera a dejarla. Sus aviadores han arrojado un

manifiesto, lo he recogido hoy del suelo, en Motril. (Saca el manifiesto del bolsillo. El Cura, la

Madre y el Muchacho lo miran).

JOSÉ.- (A la Madre). Ves. También aquí dicen que destruirán todo.

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LA MADRE.- (Leyendo). Pero no pueden hacerlo).

EL OBRERO.- Claro que pueden. ¿Qué opina usted, padre?

EL CURA.- (Dudando). Creo que tal vez técnicamente podrían hacerlo. Pero si he comprendido

bien a la señora Carrar, ella piensa que esto no es solo un asunto de aviones. Con esta clase de

manifiesto quieren intimidar, para hacer entender a la población la gravedad de la situación; pero

llevar a cabo semejante amenaza por razones militares, ya es otra cosa.

EL OBRERO.- No he comprendido del todo bien.

JOSÉ.- Yo tampoco.

EL CURA.- (Más incierto aún). Creo que me expresé claramente.

EL OBRERO.- sus palabras son claras pero es su significado lo que no nos resulta claro ni a José

ni a mí. ¿Piensa usted que no nos bombardearán? (Pequeña pausa).

EL CURA.- Pienso que es una amenaza.

EL OBRERO.- Que no se llevará a cabo.

EL CURA.- No.

LA MADRE.- Por lo que veo, quieren evitar precisamente derramamientos de sangre y aconsejan

no levantar la mano contra ellos.

JOSÉ.- ¡Los generales, evitar derramamientos de sangre!

LA MADRE.- (Mostrando el manifiesto). Pero aquí dice: “Quien deponga las armas se salvará.

EL OBRERO.- Entonces quiero hacerle otra pregunta, padre. ¿Cree usted que quien deje las

armas no será fusilado?

EL CURA.- (Mira en torno como buscando ayuda). Significa que el general Franco continúa

profesando su fe cristiana.

EL OBRERO.- ¿Significa que mantendrá su promesa?

EL CURA.- (Violento). ¡Tiene que mantenerla, señor Jaqueras!

LA MADRE.- Al que no combata no le sucederá nada.

EL OBRERO.- Padre... (Disculpándose), no sé su nombre...

EL CURA.- Francisco.

EL OBRERO.- (Continuando)... Francisco, realmente no quería preguntar qué es lo que, en su

opinión, debe hacer el general Franco, sino lo que hará. ¿Entiendo mi pregunta?

EL CURA.- Sí.

EL OBRERO.- Usted comprende que esta pregunta se la formulo al cristiano, o si lo prefiere, al

hombre que no posee un monasterio, según su propia expresión, y que dirá la verdad cuando está

en juego un asunto de vida o muerte. Porque se trata de esto, ¿no es verdad?

EL CURA.- (Sumamente intranquilo). Lo entiendo.

EL OBRERO.,- Tal vez le pueda simplificar la pregunta si le recuerdo los sucesos de Málaga.

EL CURA.- Sé a qué se refiere. ¿Pero está seguro de que en Málaga no hubo resistencia?

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Page 221: Teatro breve

EL OBRERO.- Usted sabe que cincuenta mil fugitivos, hombres, mujeres y niños, que se

encontraban en el camino a doscientos kilómetros de Almería, fuero segados por los cañones de

los barcos, por las bombas y las ametralladoras de los aviones de Franco.

EL CURA.- Eso podría ser una noticia inventada.

EL OBRERO.- ¿Cómo la de los curas fusilados?

EL CURA.- Como la de los curas fusilados.

EL OBRERO.- ¿Entonces no fueron asesinados? (El Cura calla).

EL OBRERO.- La señora Carrar y sus hijos no levantan la mano contra el general Franco.

¿Entonces la señora Carrar y sus hijos están a salvo?

EL CURA.- Según el juicio humano...

EL OBRERO.- ¿Sí? ¿Según el juicio humano?

EL CURA.- (Agitado). ¡No pretenderá usted que yo se lo garantice!

EL OBRERO.- No. Usted sólo debe dar su opinión. ¿Están seguros la señora Carrar y sus hijos?

(El Cura calla).

EL ORERO.- Creo que hemos comprendido su respuesta. Usted es un hombre honesto.

EL CURA.- (Levantándose, confundido). ¿Entonces, señora Carrar, puedo contar con usted para

que vaya a visitar a los pequeños de los Turillo?

LA MADRE.- (También ella confundida e intranquila). Les llevaré además de comer. Le agradezco

su visita. (El Cura sale, saludando con una inclinación de cabeza al Obrero, al Joven, y a la

Madre. Ésta lo acompaña).

JOSÉ.- Ahora has escuchado lo que siempre repiten. Pero no te vayas sin los fusiles.

EL OBRERO.- ¿Dónde están? ¡Rápido! (Van hacia el fondo, retiran a un costado un cajón grande

y abren una trampa en el piso).

JOSÉ.- Pero ella volverá enseguida.

EL OBRERO.- Pongamos los fusiles del otro lado de la ventana. Después los retiraré de allí.

(Toman rápidamente los fusiles. Cae una pequeña bandera desgarrada, en la cual estaban

envueltos).

JOSÉ.- ¡Todavía está la pequeña bandera de entonces! Me extraña que hayas podido quedarte

sentado, tan tranquilo, con el apuro que hay.

EL OBRERO.- Necesitaba esto. (Prueban los fusiles. El joven, de pronto, saca de su bolsillo un

birrete de miliciano y se lo pone con aire de triunfo).

EL OBRERO.- ¿De dónde lo has sacado?

JOSÉ.- Hice un cambio. (Con una Mirada hacia la puerta lo vuelve a meter en el bolsillo).

LA MADRE.- (Entrando). ¡Deja los fusiles! ¿Para esto viniste?

EL OBRERO.- Sí. Los necesitamos, Teresa. No podemos parar a los generales con las manos

vacías.

JOSÉ.- Después de escuchar al Padre, ya sabes cómo está la situación.

221

Page 222: Teatro breve

LA MADRE.- Si has venido aquí sólo por los fusiles, no vale la pena que esperes más. y si no nos

dejas tranquilos en esta casa, tomo a mis hijos y me voy de aquí.

EL OBRERO.- Teresa, ¿has mirado nuestro país en el mapa? Vivimos como sobre un plato rajado.

Bajo la rajadura está el mar y en el borde del plato, los cañones apuntando. Por encima de

nosotros, los bombarderos. A menos que te arrojes contra los cañones, ¿a dónde puedes ir? (Ella

se acerca, le arrebata los fusiles y se los lleva en sus brazos).

LA MADRE.- ¡Pedro, estos fusiles no puedes llevártelos!

JOSÉ.- ¡Pero es que debes dárselos, mamá; aquí solamente se enmohecerán!

LA MADRE.- ¡Cállate, José! ¿Qué puedes saber tú? (El Obrero se ha sentado nuevamente y

enciende un cigarrillo).

EL OBRERO.- Teresa, tú no tienes derecho a secuestrar los fusiles de Carlos.

LA MADRE.- (Envuelve los fusiles). Con derecho o sin derecho, no te los voy a dar. Ustedes no

pueden levantar el piso y llevarse contra mi voluntad las cosas que yo tengo e mi casa.

EL OBRERO.- o se trata de algo que te pertenezca y que sea necesario en tu casa. No quiero decir

delante de tu hijo lo que pienso de ti, y es mejor no halar de lo que pensaría tu marido. Él combatió.

Comprendo que hayas perdido la razón por temor a perder tus hijos. Pero nosotros no podemos

pararnos en mientes.

LA MADRE.- ¿Qué quieres decir?

EL OBRERO.- Quiero decir que no me voy sin los fusiles. Puedes estar segura.

LA MADRE.- Entonces tendrás que matarme.

EL OBRERO.- No lo haré. No soy el general Franco. Hablaré con Juan. Y así los obtendré.

LA MADRE.- (Rápidamente). Juan no regresa.

EL OBRERO.- Pero si tú misma lo llamaste.

LA MADRE.- No lo llamé. No quiero que te vea, Pedro.

EL OBRERO.- Me lo imaginaba. Pero yo también tengo voz. Puedo bajar a la playa y llamarlo.

Será suficiente una frase, Teresa, conozco a Juan. No es un cobarde. No podrás sujetarlo.

LA MADRE.- (Muy serena). ¡Deja en paz a mis hijos, Pedro! Les he dicho que me ahorcaré si se

marchan. Sé que es un pecado ante Dios y que me traerá condenación eterna. Pero no puedo

hacer otra cosa. Cuando murió Carlos, cuando murió así, acudí al Padre, de otra manera me

hubiera suicidado. Sabía muy bien que la culpa también era mía, aun cuando Carlos fuera el peor

de los dos, con su impetuosidad y su inclinación a la violencia. Pero el fusil no mejora las cosas.

Eso lo comprendí cuando lo trajeron aquí y lo dejaron en el piso. No estoy con los generales y es

una vergüenza que se pueda suponerlo. Pero si me mantengo serena y combato mi vehemencia

tal vez nos salvemos. Es solamente un cálculo. Muy poco es lo que pido. No quiero ver más esta

bandera, ya somos bastante desgraciados. (Camina silenciosamente hacia la pequeña bandera, la

toma y la rompe. Luego se inclina rápidamente, recoge los pedazos y se los guarda en el bolsillo).

EL OBRERO.- Hubiera sido mejor que te hubieses ahorcado, Teresa. (Golpean. Entra la señora

Pérez, una anciana vestida de negro).

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Page 223: Teatro breve

JOSÉ.- (Al Obrero). La vieja señora Pérez.

EL OBRERO.- (En voz baja). ¿Qué clase de gente es?

JOSÉ.- Buena gente. Los de la radio. Hace una semana perdieron la hija en el frente.

SEÑORA PÉREZ.- Esperé hasta que vi que se marchaba el Padre. Deseaba venir un rato para

disculpar a mi gente. Quería decirle que no me parece justo que le creen dificultades por su modo

de pensar. (La Madre calla. Pero se levanta y va a sentarse con su red sobre el cajón donde están

los fusiles, dejando así lugar a la señora Pérez).

SEÑORA PÉREZ.- Usted está preocupada por sus hijos, señora Carrar. La gente no piensa nunca

qué difícil es educar a los hijos en estos tiempos. Yo traje al mundo siete. (Se vuelve hacia el

Obrero, al cual no ha sido presentada). Ya no so tantos ahora que Inés ha muerto. Dos no pasaron

del 98 y el 99. Andrés sé dónde está, la última vez que escribió desde Río. En América del Sur. A

los viejos nos parece que todo lo que ha venido después de nosotros es un poco endeble.

LA MADRE.- Pero a Fernando lo tiene aún.

SEÑORA PÉREZ.- Sí.

LA MADRE.- (Confusa). Disculpe, no quise mortificarla.

SEÑORA PÉREA.- (Tranquila). No tiene por qué disculparse. Sé que no quiso ofenderme.

JOSÉ.- (En voz baja al Obrero). Ese está con Franco.

SEÑORA PÉREZ.- (Sin inmutarse). Nosotros ya no halamos de Fernando. (Luego de una pequeña

pausa). Sabe, usted no podrá comprender a mi gente si no piensa en el dolor que nos produjo la

muerte de Inés.

LA MADRE.- Todos queríamos mucho a Inés. (Al Obrero). Le enseñó a leer a Juan.

JOSÉ.- A mí también.

SEÑORA PÉREZ.- Algunos creen que usted está con los del otro bando. Pero yo los desmiento

siempre. Nosotros sabemos bien cuál es la diferencia entre el pobre y el rico.

LA MADRE.- No quiero que mis hijos sean soldados. No son carne de matadero.

SEÑORA PÉREZ.- Usted lo sabe señora Carrar, yo lo digo siempre. Para los pobres no existe

seguro de vida. Quiero decir que siempre son golpeados, de una manera u otra. A la gente pobre,

señora Carrar, no la salva la prudencia. Nuestra Inés fue siempre la mas tímida de mis hijos. ¡Si

supiera lo que le costó a mi marido enseñarle a nadar!

LA MADRE.- Pienso que aún debería estar con vida.

SEÑORA PÉREZ.- ¿Pero cómo?

LA MADRE.- ¿Por qué su hija que era nuestra maestra, tuvo que tomar un fusil y ponerse a pelear

contra los generales?

EL OBRERO,.- ¡Que estaban financiados por el Santo Padre!

SEÑORA PÉREZ.- Ella decía que quería seguir siendo maestra.

LA MADRE.- ¿Y no podía hacerlo en Málaga, en su escuela? ¡Qué generales ni generales!

SEÑORA PÉREZ.- Nosotros hablamos de esto con ella. Su padre se privó de fumar durante siete

años y sus hermanos no tuvieron una gota de leche en todo ese tiempo, para que ella pudiera

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Page 224: Teatro breve

llegar a ser maestra. E Inés nos decía que ahora no estaba dispuesta a enseñar que dos más dos

son cinco y que el general Franco era un enviado de Dios.

LA MADRE.- Si Juan viniera a decirme que estando los generales no puede seguir pescando le

diría que se ha vuelto loco. ¿Pero acaso los capitalistas dejarán de quitarnos la piel cuando no

haya más generales?

EL OBRERO.- Creo que sería más difícil para ellos si tuviésemos fusiles.

LA MADRE.- ¿Entonces otra vez los fusiles? ¿Habrá que seguir matando?

EL OBRERO.- ¿Quién dice eso? Si los tiburones te atacan, ¿eres tú quien emplea la violencia?

¿Hemos sido nosotros los que fuimos hacia Madrid, o es el general Mola el que ha venido hacia

nosotros cruzando las montañas? Durante dos años tuvimos un poco de luz apenas un fulgor, ni

siquiera una claridad crepuscular, pero ahora quieren sumirnos nuevamente en la noche. Y si fuera

sólo eso. Las maestras no podrán enseñar que dos más dos son cuatro, y por si fuera poco, serán

exterminadas si alguna vez lo han dicho. ¿No has oído decir esta noche que nos barrerán de la

tierra?

LA MADRE.- Únicamente los que hayan empuñado las armas. No se me echen todos encima. Mis

hijos me miran como si fuera de la policía. Si se acaba la harina, leo en sus rostros que la culpa es

mía. Y si llegan los aviones, apartan la mirada como si yo los hubiera mandado. ¿Y por qué calla el

Padre cuando debería hablar? Se me considera una loca cuando digo que los generales son

hombres muy malos, sí, pero no un terremoto con el que es imposible discutir. ¿Por qué viene a

sentarse en mi casa, señora Pérez, y me hala de esas cosas? ¿Cree que no sé por mí misma todo

eso que usted dice? ¡Su hija ha muerto, y ahora les toca a los míos! ¿Eso es lo que quiere,

verdad? ¡Me invade la casa como un cobrador de impuestos, pero yo ya he pagado!

SEÑORA PÉREZ.- (Se levanta). Señora Carrar, yo no quería enfurecerla. No pienso, como mi

marido, que habría que obligarla a hacer alguna cosa. Teníamos una buenísima opinión de su

marido y quería pedirle disculpas si los míos la molestan. (Sale, haciendo una inclinación de

cabeza al Obrero y al}Joven. Pausa).

LA MADRE.- Lo peor es que con su testarudez nos llevan a decir cosas que no pensamos. Yo no

tengo nada en contra de Inés.

EL OBRERO.- (Furioso). ¡Claro que estás en contra de Inés! ¡Desde el momento que no la

ayudaste, estabas en contra! Luego dices que no estás con los generales; y esto tampoco es

cierto, quieras que no. Si no estás con nosotros, estás de parte de ellos. No puedes permanecer

neutral, Teresa.

JOSÉ.- (Se acerca de pronto a la Madre). Amos, Madre, de todas maneras es inútil. (Al Obrero).

Ahora se ha sentado sobre el cajón para que no nos llevemos los fusiles. Entrégalos, Madre.

LA MADRE.- Será mejor que te limpies la nariz, José.

JOSÉ.- Mamá, quiero marcharme con tío Pedro. Yo no espero a que nos maten como a cerdos. No

puedes prohibirme combatir, como me prohibiste fumar. Felipe, que es mucho menos listo que yo

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Page 225: Teatro breve

para tirar piedras, ya está en el frente, y Andrés, que tiene un año menos, ya ha caído. No dejaré

que todo el pueblo se ría de mí.

LA MADRE.- Sí, lo sé. El pequeño Pablo ofreció a un camionero su topo muerto si lo llevaba al

frente. ¡es ridículo!

EL OBRERO.- ¡No es ridículo!

JOSÉ.- Dile a Ernesto Turillo que puede quedarse con mi barca pequeña. ¡Vamos, tío Pedro!

(Quieren irse).

LA MADRE.- ¡Tú te quedas!

JOSÉ.- No, me voy. Puedes decir que necesitas a Juan, pero a mí no me necesitas.

LA MADRE.- Si retengo a Juan, no es porque quiera que vaya a pescar para mí. Y a ti no te dejo ir.

(Corre hacia él y lo abraza). Puedes fumar si quieres, puedes ir a pescar solo, no te diré nada, y

puedes ir con la barca de papá.

JOSÉ.- ¡Suéltame!

LA MADRE.- ¡No, tú te quedas aquí!

JOSÉ.- (Deshaciéndose de ella con fuerza). No, me voy. ¡Rápido, toma los fusiles, tío!

LA MADRE.- ¡Oh! (Suelta al muchacho y se aleja, cojeando, apoyando el pie con cuidado).

JOSÉ.- ¿Qué tienes?

LA MADRE.- ¡Qué te importa lo que tengo, vete! ¡Has vencido a tu madre, de cualquier manera!

JOSE´.- (Desconfiado). ¡Si ni siquiera hemos luchado! ¡No puede haberte sucedido nada!

LA MADRE.- (Masajeándose el pie). ¡No, vete!

EL OBRERO.- ¿Quieres que te lo coloque en su lugar?

LA MADRE.- No, tienes que irte, Vete de mi casa. ¡Empujas a mis hijos para que se me echen

encima!

JOSÉ.- (Furioso). ¡Ahora resulta que me he arrojado sobre ella! (Pálido de rabia, va hacia el

fondo).

LA MADRE.- Te volverás un delincuente. ¿Por qué no me quitas hasta el último pedazo de pan del

horno? Podrán atarme con una cuerda a la silla. ¿Son dos, no?

EL OBRERO.- No enrede las cosas, por favor.

LA MADRE.- También Juan está loco, pero no usaría la fuerza con su madre. ¡Se lo hará pagar

caro Juan, cuando venga! (Se levanta de golpe y va hacia la ventana, olvidándose de renguear; el

joven señala indignado sus pies).

JOSÉ.- ¡El pie ha sanado de golpe!

LA MADRE.- (Confundida). ¡Búrlate de mí también! (Mira por la ventana. Luego, de pronto). No

comprendo; no veo la lámpara de Juan.

JOSÉ.- (Refunfuñando). Y qué, ¿quieres que haya desaparecido?

LA MADRE.- ¡Ha desaparecido de verdad! (El muchacho va hacia la ventana, mira y dice con voz

extraña al Obrero).

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Page 226: Teatro breve

JOSÉ.- Si, ha desaparecido. La última vez que lo vi estaba mar adentro, cerca del cabo. Bajo la

playa. (Sale rápidamente).

EL OBRERO.- Estará regresando.

LA MADRE.- Entonces debería verse la lámpara.

EL OBRERO.- ¿Y qué puede suceder?

LA MADRE.- Yo sé lo que puede suceder. Ella lo alcanzó con el bote.

EL OBRERO.- ¿Quién, la muchacha? No.

LA MADRE.- ¡Pero claro, han ido a buscarlo! (Agitándose cada vez más). ¡Ha sido un plan, se

pusieron de acuerdo! Toda la noche estuvieron mandando gente aquí, uno tras otro, para que yo

prestara atención. ¡Son todos asesinos!

EL OBRERO.- (Un poco en roma y un poco con rabia). Al Padre por lo menos no lo mandaron.

LA MADRE.- No se darán paz hasta que no los hayan enviado a todos a la guerra.

EL OBRERO.- ¿Supongo que no creerás que se ha ido al frente?

LA MADRE.- ¡Lo han asesinado, pero él no es mejor que ellos! ¡Huir de noche! ¡No quiero volverlo

a ver!

EL OBRERO.- ¡Ya no te comprendo, Teresa! ¿Pero no ves que no puedes hacerle un daño mayor

que impedirle combatir? No te lo agradecerá.

LA MADRE.- (Como ausente). Si le impedí que fuera a combatir, no fue por mí.

EL OBRERO.- No combatir por nosotros. Teresa, no significa no combatir. Significa combatir por

los generales.

LA MADRE.- Si ha hecho eso, si ha entrado a la milicia, entonces lo maldigo. Que lo hieran las

bombas de sus aviones, que lo aplasten los tanques. Así se dará cuenta que no se puede burlar de

Dios. Y que un pobre no puede hacer nada contra los generales. No lo he dado a luz para que

destruya a sus semejantes apostado detrás de una ametralladora. Si en el mundo hay injusticia, yo

no enseñe a participar en ella. Si regresa, no le abriré la puerta, aunque diga que ha vencido a los

generales. Le diré a través de ella que no quiero recibir en mi casa a nadie que esté manchado con

sangre. Me lo arrancaré de mi pecho, como se amputa un pie gangrenado. Lo haré. Ya me han

llevado uno, él también creía tener suerte. Pero nosotros no tenemos suerte. Tal vez lleguen a

entenderlo antes de que los generales terminen con nosotros. Quien a hierro mata, a hierro muere.

(Delante de la puerta se oyen voces. Luego ésta se abre y entran tres mujeres, con las manos

cruzadas sobre el pecho y rezando el Ave María. Se apoyan contra la pared y dos pescadores

entran sosteniendo el cuerpo de Juan sobre una vela ensangrentada. Los sigue, blanco como un

cadáver, José. Lleva en la mano la boina del hermano. Los pescadores dejan al muerto en el

suelo; uno de ellos lleva la lámpara de Juan. Mientras la Madre permanece sentada y rígida, y las

mujeres rezan en voz alta, los pescadores explican en voz baja al Obrero lo que ha ocurrido).

PRIMER PESCADOR.- Fue una de sus balandras pesqueras armadas con ametralladoras. Al

pasar dispararon contra él.

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Page 227: Teatro breve

LA MADRE.- ¡No puede ser! ¡Es un error! ¡Si había ido a pescar! (Los pescadores callan. La Madre

cae al suelo. El Obrero la levanta ).

EL OBRERO.- No hará sentido nada. (La Madre se arrodilla junto al muerto).

LA MADRE.- ¡Juan! (Se oye durante algún tiempo el murmullo de las mujeres y el ruido de los

cañones a lo lejos).

LA MADRE.- ¿Puede ponerlo sobre el cofre? (El Obrero y los pescadores lo levantan y lo ponen

sobre el cofre. La vela queda en el suelo. Los rezos de las mujeres se vuelven más claros y más

fuertes. La Madre toma de la mano a José y con él se dirige hacia el muerto).

EL OBRERO.- (A los pescadores). ¿Estaba solo? ¿No había salido ninguna otra barca?

PRIMER PESCADOR.- No,. Pero él estaba en la playa. (Señala a otro pescador).

SEGUNDO PESCADOR.- Ni siquiera le preguntaron nada. Lo iluminaron con los reflectores y

luego su lámpara cayó dentro de la barca.

EL OBRERO.- ¿Y él no gritó nada?

SEGUNDO PESCADOR.- Yo lo habría oído. (La Madre se adelanta con la boina de Juan).

LA MADRE.- (Serena). La culpa es de la boina.

PRIMER PESCADOR.- ¿Por qué?

LA MADRE.- Está raída. Un rico no usa cosas así.

PRIMER PESCADOR.- ¡Pero no es posible que disparen sobre todos los que llevan una boina

raída en la cabeza!

LA MADRE.- Claro que sí. No son hombres. Son lepra y tiene que ser quemados como lepra. (A

las mujeres que rezan amablemente). Les ruego que se marchen. Todavía tengo muchas cosas

que hacer, y además tengo a mi hermano conmigo. (La gente sale).

PRIMER PESCADOR.- La barca la hemos amarrado. (Cuando quedan solos la Madre levanta la

vela y la mira).

LA MADRE.- He roto la primera bandera. Pero me han traído otra. (La arrastra hacia el fondo y

cure al muerto. En ese momento el ruido de los cañones se oye más próximo).

JOSÉ.- (Atontado). ¿Qué es?

EL OBRERO.- (Muy agitado). ¡Se abrieron paso en el frente! Tengo que irme enseguida.

LA MADRE.- (Yendo hacia el horno, fuerte). Saquen los fusiles. Prepárate, José. También el pan

está listo. (Mientras el Obrero toma los fusiles, ella mira el pan, lo saca del horno, lo envuelve en

un lienzo y se acerca a los dos. Toma uno de los fusiles).

JOSÉ.- ¿Tú también quieres venir?

LA MADRE.- Sí, por Juan. (Caminan hacia la puerta).

TELÓN

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Page 228: Teatro breve

La cantante calva

Eugéne Ionesco

PERSONAJES

La señora Smith

El señor Smith

Mary

La señora Martin

El señor Martin

El capitán de bomberos

El salón de la familia Smith, inglesa, teje sentada en un sillón inglés. A su lado, en otro sillón, el

señor Smith fuma su pipa inglesa y lee un periódico inglés. Un gran reloj inglés da veintinueve

campanadas inglesas.

SEÑORA SMITH.- ¡Vaya! Las nueve. Comimos sopa, pescado, papas fritas, ensalada inglesa. Los

niños bebieron agua inglesa. Comimos bien hoy. Es porque habitamos en los alrededores de

Londres y nuestro nombre es Smith.

SEÑOR SMITH.- (Prosigue su lectura y chasquea la lengua).

SEÑORA SMITH.- Las papas son muy buenas con la manteca, el aceite de la ensalada no estaba

rancio. El aceite del tendero de la esquina es de mucho mejor calidad que el aceite del tendero de

enfrente; hasta es mejor que el aceite del tendero del otro lado. Pero no quiero decir que el aceite

de ellos sea malo.

SEÑOR SMITH.- (Prosigue su lectura y chasquea la lengua).

SEÑORA SMITH.- Si embargo, siempre el aceite del tendero de la esquina es el mejor.

SEÑOR SMITH.- (Prosigue su lectura y chasquea la lengua).

SEÑORA SMITH.- Mary coció bien las papas esta vez. La última vez no las coció bien. No me

gustan más que bien cocidas.

SEÑOR SMITH.- (Prosigue su lectura y chasquea la lengua).

SEÑORA SMITH.- El pescado estaba fresco. Chupé los huesitos. Tomé dos veces. No tres veces.

Me hace ir al excusado. Tú también tomaste tres veces. Sin embargo, la tercera vez tomaste

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Page 229: Teatro breve

menos que las dos primeras veces, mientras que yo tomé mucho más. Yo comí mejor que tú esta

noche. ¿Cómo es posible? Habitualmente eres tú quien come más. No es apetito lo que te falta.

SEÑOR SMITH.- (Chasquea la lengua).

SEÑORA SMITH.- Sin embargo, la sopa estaba quizás un poco demasiado salada. Tenía más sal

que tú. Ja, ja, ja. También tenía demasiados puerros y no bastantes cebollas. Lamento no haber

aconsejado a Mary que le añadiera u poco de anís estrellado. La próxima vez lo haré.

SEÑOR SMITH.- (Prosigue su lectura y chasquea la lengua).

SEÑORA SMTIH.- Nuestro hijo haría querido beber cerveza, le habría gustado llenarse el buche,

se te parece. ¿Viste, en la mesa, cómo miraba la botella? Pero yo le serví en su vaso agua de

garrafa. Tenía sed y la bebió. Elena se me parece: Es buena ama de casa, económica, toca el

piano. Nunca pide beber cerveza inglesa. Es como nuestra pequeña, que no bebe más que leche y

no come más que caldo. Se ve que no tiene más que dos años. Se llama Peggy.

La tarta de frijoles estuvo formidable. Quizás debimos tomar a los postres un vasito de vino de

Borgoña australiano, pero no llevé el vino a la mesa para no dar a los niños una mala prueba de

glotonería. Es preciso enseñarles a ser sobrios y mesurados en la vida.

SEÑOR SMITH.- (Prosigue su lectura y chasquea la lengua).

SEÑORA SMITH.- La señora Parker conoce a un tendero rumano llamado Popesco Rosenfeld, que

acaba de llegar de Constantinopla. Es un gran especialista en yoghurt. Es diplomado de la escuela

de fabricantes de yoghurt de Andrinópolis. Iré mañana a comprarle una gran marmita de yoghurt

rumano folklórico. No es frecuente que tengamos semejantes cosas aquí, en los alrededores de

Londres.

SEÑOR SMITH.- (Prosigue su lectura y chasquea la lengua).

SEÑORA SMITH.- El yoghurt es excelente para el estómago, los riñones, la apendicitis y la

apoteosis. Es lo que me ha dicho el doctor Mackenzie King, que atiende a los niños de nuestros

vecinos, los Johns. Es un buen médico. Se puede tener confianza en él. Nunca recomienda otros

medicamentos que aquellos que él mismo ha experimentado. Antes de hacer operar a Parker, él

mismo se hizo operar del hígado sin estar enfermo para nada.

SEÑOR SMITH.- Pero entonces ¿cómo es que el doctor se saló y Parker murió?

SEÑORA SMITH.- Porque la operación tuvo éxito con el doctor y no lo tuvo con Parker.

SEÑOR SMITH.- Entonces Mackenzie no es un buen doctor. La operación debió tener éxito en los

dos, o los dos debieron sucumbir.

SEÑORA SMITH.- ¿Por qué?

SEÑOR SMITH.- Un médico concienzudo debe morir con el enfermo si no pueden sanar juntos. El

capitán de un arco perece con el arco, en las olas. No le sobrevive.

SEÑORA SMITH.- No se puede comparar un enfermo con un barco.

SEÑOR SMITH.- ¿Por qué no? El barco también tiene sus enfermedades. Por lo demás, tu doctor

está tan sano como un barco. He aquí por qué debió perecer al mismo tiempo que el enfermo

como el doctor y su barco.

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Page 230: Teatro breve

SEÑORA SMITH.- ¡Ah!, no lo había yo pensado. Quizás es justo. Y entonces ¿qué conclusión

sacas?

SEÑOR SMITH.- Que todos los doctores no son más que charlatanes. Y todos los enfermos

también. Sólo la Marina es honesta en Inglaterra.

SEÑORA SMTH.- Pero no los marinos.

SEÑOR SMITH.- Naturalmente (Pausa).

SEÑOR SMITH.- (Siempre con su periódico). Hay una cosa que no comprendo. ¿Por qué en la

rúbrica del estado civil, en el diario, se da la edad de las personas fallecidas, y nunca la de los

recién nacidos? Es un contrasentido.

SEÑORA SMITH.- Pues yo nunca me lo he preguntado.

(Silencio. El reloj suena siete veces).

(Silencio. El reloj suena tres veces)

(Silencio. El reloj suena. No suena).

SEÑOR SMITH.- (Con su periódico). Vaya, aquí dice que Bobby Watson murió.

SEÑORA SMITH.- ¡Dios mío., el pobre! ¿Cuándo murió?

SEÑOR SMITH.- ¿Por qué pones esa cara de asombro? Ya lo sabías. Murió hace dos años. Te

acuerdas, fuimos a su entierro, hace año y medio.

SEÑORA SMITH.- Claro que me acuerdo. Me acordé en seguida, pero no comprendo por qué tú te

asombraste tanto al ver eso en el periódico.

SEÑOR SMITH.- No estaba en el periódico. Ya hace tres años que hablamos de su defunción. Me

acordé por asociación de ideas.

SEÑORA SMITH.- ¡Lástima! ¡Estaba tan bien conservado!

SEÑOR SMITH.- Era el más lindo cadáver de Gran Bretaña. No parecía tener su edad. ¡Pobre

Bobby! Hacía cuatro años que había muerto y todavía estaba caliente. Un verdadero cadáver vivo.

¡Y qué alegre era!

SEÑORA SMITH.- La pobre Bobby.

SEÑOR SMITH.- Quieres decir el pobre Bobby.

SEÑORA SMITH.- No. Pienso en su mujer. Se llamaba como él, Bobby, Bobby Watson. Como

tenían el mismo nombre, no se les podía distinguir a uno de otro cuando se les veía juntos. No fue

sino después de la muerte de él cuando pudo verdaderamente saberse quién era uno y quién era

el otro. Sin embargo, aún ahora, hay gentes que la confunden con el muerto y le presentan sus

condolencias. ¿Tú la conoces?

SEÑOR SMITH.- No la he visto más que una vez, por casualidad, en el entierro de Bobby.

SEÑORA SMITH.- Yo no la he visto nunca. ¿Es bonita?

SEÑOR SMITH.- Tiene rasgos normales y, sin embargo, no puede decirse que sea bonita. Es

demasiado grande y demasiado fuerte. Sus facciones no son normales, y sin embargo puede

230

Page 231: Teatro breve

decirse que es muy bonita. Es un poco demasiado pequeña y demasiado flaca. Es profesora de

canto. (El reloj suena cinco veces. Larga pausa).

SEÑORA SMITH.- ¿Y cuándo piensan casarse?

SEÑOR SMITH.- La primavera próxima, a más tardar.

SEÑORA SMITH.- Tendremos sin duda que ir a la oda.

SEÑOR SMITH.- Tendremos que hacerles un regalo de bodas. Me pregunto cuál.

SEÑORA SMITH.- ¿Por qué no ofrecerles uno de los siete platos de plata que nos dieron de regalo

de bodas y que nunca han servido para nada? (Pausa).

SEÑORA SMITH.- Es triste que haya quedado viuda tan joven.

SEÑOR SMITH.- Felizmente no tuvieron hijos.

SEÑORA SMITH.- ¡Sólo eso les faltaba! ¡Niños! ¡Pobre mujer, qué habría hecho!

SEÑOR SMITH.- Todavía es joven. Muy bien puede volver a casarse. El duelo le sienta bien.

SEÑORA SMITH.- Pero ¿Quién se encargaría de los niños? Bien sabes que tienen un niño y una

niña. ¿Cómo se llaman?

SEÑOR SMITH.- Bobby y Bobby, como sus padres. El tío de Bobby Watson, el viejo Bobby

Watson, es rico y quiere al muchacho. Él podría muy bien encargarse de la educación de Bobby.

SEÑORA SMITH.- Sería natural. Y la tía de Bobby Watson, la vieja Bobby Watson, podría muy

bien, a su vez encargarse de la educación de Bobby Watson, la hija de Bobby Watson. Así, la

mamá de Bobby Watson, podría volver a casarse. ¿Tiene a alguien en perspectiva?

SEÑOR SMITH.- Sí, un primo de Bobby Watson.

SEÑORA SMITH.- ¿Quién? ¿Bobby Watson?

SEÑOR SMITH.- ¿De qué Bobby Watson hablas tú?

SEÑORA SMITH.- De Bobby Watson, el hijo de Bobby Watson, el otro tío de Bobby Watson, el

muerto.

SEÑOR SMITH.- No, no es ése, es otro. Es Bobby Watson, el hijo de la vieja Bobby Watson, la tía

de Bobby Watson el muerto.

SEÑORA SMITH.- ¿Quieres decir Bobby Watson, el agente viajero?

SEÑOR SMITH.- Todos los Bobby Watson son agentes viajeros.

SEÑORA SMITH.- ¡Qué duro oficio! Y sin embargo, se hacen buenos negocios.

SEÑOR SMITH.- Sí, cuando no hay competencia.

SEÑORA SMITH.- ¿Y cuándo no hay competencia?

SEÑOR SMITH.- El martes, el jueves y el sábado.

SEÑORA SMITH.- Ah, ¿tres días por semana? ¿Y qué hace Bobby Watson durante ese tiempo?

SEÑOR SMITH.- Descansa. Duerme.

SEÑORA SMITH.- ¿Pero por qué no trabaja esos tres días en que no hay competencia?

SEÑOR SMITH.- Yo no puedo saberlo todo. No puedo responder a todas tus preguntas idiotas.

SEÑORA SMITH.- (Ofendida). ¿Dices eso para humillarme?

SEÑOR SMITH.- (Sonriente). Bien sabes que no.

231

Page 232: Teatro breve

SEÑORA SMITH.- Los hombres son todos iguales. Se quedan ahí, todo el día, con el cigarro en la

boca, o se polvean y se pintan los labios cincuenta veces al día, si no es que se disponen a beber

sin parar.

SEÑOR SMITH.- ¿Y qué dirías si vieras a los hombres como las mujeres, fumar todo el día,

polvearse, pintarse los labios, beber whisky?

SEÑORA SMITH.- Pues a mí qué me importa. Pero si dices esos parea molestarme, bien sabes

que no me gusta esa clase de bromas (Arroja los calcetines y enseña los dientes. Se levanta).

SEÑOR SMITH.- (Se levanta y se dirige tiernamente a su mujer). ¡Oh!, mi pollito asado, ¿por qué

escupes fuego? Bien sabes que lo digo en broma (La abraza). ¡Qué ridícula pareja de viejos

enamorados hacemos! Ven, vamos a acostarnos y a hacer la mente.

ESCENA II

Los mismos y Mary

MARY.- (Entrando). Yo soy la criada. He pasado una tarde muy agradable. Fui al cine con un

hombre y vi una película con mujeres. A la salida del cine fuimos a beber licores y leche y luego

leímos el periódico.

SEÑORA SMITH.- Espero que hayas pasado una tarde muy agradable, que hayas ido al cine con

un hombre y que hayas bebido licores y leche.

SEÑOR SMITH.- ¡Y el periódico!

MARY.- La señora y el señor Martin, sus invitados, están a la puerta. Me agradaban. No se

atrevían a entrar solos. Tenían que cenar con ustedes esta noche.

SEÑORA SMITH.- ¡Ah, si! Les esperábamos. Y teníamos hambre. Como o venían, censamos sin

ellos. No hemos comido nada en todo el día. Tu no debiste ausentarte.

MARY.- Usted fue quien me dio permiso.

SEÑOR SMITH.- No lo hicimos adrede.

MARY.- (Estalla de risa. Luego llora. Sonríe). Me compré una bacinica.

SEÑORA SMITH.- Querida Mary; abra usted la puerta y haga entrar al señor y la señora Martin por

favor. Nosotros vamos a vestirnos enseguida. (el señor y la señora Smith salen a la derecha. Mary

abre la puerta izquierda, por la cual entran el señor y la señora Martín).

MARY.- ¿Por qué vienen tan tarde? No son educados. De preciso ser puntuales. ¿Comprendido?

Siéntense de todos modos y esperen ahora. (Sale). (Los Martin se sientan frente a frente sin

hablar. Se sonríen con timidez).

SEÑOR MARTIN.- Dispénseme, señora, me parece que ya la he encontrado en alguna parte.

SEÑORA MARTIN.- A mí también, señor, me parece que ya lo he encontrado en alguna parte.

SEÑOR MARTIN.- ¿No la habré visto, señora en Manchester, por casualidad?

232

Page 233: Teatro breve

SEÑORA MARTIN.- Es muy posible. ¡Yo soy originaria de la ciudad de Manchester! Pero no me

acuerdo muy bien, señor; no podría decir si le he visto ahí o no.

SEÑOR MARTIN.- ¡Qué curioso, Dios mío! ¡Yo también soy originario de la ciudad de Manchester,

señora!

SEÑORA MARTIN.- ¡Qué curioso!

SEÑOR MARTIN.- ¡Qué curioso! Sólo que yo, señora, dejé la ciudad de Manchester hace cinco

semanas, alrededor.

SEÑORA MARTIN.- ¡Qué curioso! ¡Qué extraña coincidencia! ¡Yo también, señor, dejé la ciudad

de Manchester hace alrededor de cinco semanas!

SEÑOR MARTIN.- ¡Yo tomé el tren de media después de las ocho de la mañana, que llega a

Londres un cuarto antes de las cinco, señora!

SEÑORA MARTIN.- ¡Qué curioso! ¡Qué raro! ¡Y qué coincidencia! ¡Yo tomé el mismo tren, señor,

yo también!

SEÑOR MARTIN.- ¡Dios mío, qué curioso! ¡Entonces, señora, quizás la vi en el tren!

SEÑORA MARTIN.- ¡Es posible, no está excluido, es plausible y después de todo por qué no!

¡Pero yo no lo recuerdo, señor!

SEÑOR MARTIN.- Yo viajaba en segunda, señora. No hay segunda en Inglaterra, pero de todos

modos yo viajaba en segunda.

SEÑORA MARTIN.- ¡Qué raro, qué curioso y qué coincidencia! Yo también, señor, viajaba en

segunda.

SEÑOR MARTIN.- ¡Qué curioso! ¡Quizás nos encontramos en segunda clase, querida señora!

SEÑORA MARTIN.- La cosa es muy posible y no del todo excluida. ¡Pero yo no me acuerdo muy

bien, querido señor!

SEÑOR MARTIN.- ¡Mi lugar era en el carro número ocho, sexto compartimiento, señora!

SEÑORA MARTIN.- ¡Qué curioso! Mi lugar también era en el carro ocho, sexto compartimiento,

¡Querido señor!

SEÑOR MARTIN.- ¡Qué curioso y qué rara coincidencia! Quizás nos encontramos en el sexto

compartimiento, ¡querida señora!

SEÑORA MARTIN.- ¡Es muy posible, después de todo! ¡Pero yo no me acuerdo, querido señor!

SEÑOR MARTIN.- A decir verdad, querida señora, yo tampoco me acuerdo pero es posible que

nos hayamos percibido allí, y si lo pienso bien, la cosa me parece hasta posible.

SEÑORA MARTIN.- ¡Oh, claro, seguro, verdaderamente, señor!

SEÑOR MARTIN.- ¡Qué curioso! ¡Yo tenía el lugar número tres, cerca de la ventana, querida

señora!

SEÑORA MARTIN.- ¿Oh, Dios mío? ¡Qué curioso y qué raro! Yo tenía el lugar número seis, cerca

de la ventanilla, frente a usted, señor.

SEÑOR MARTIN.- ¿Oh Dios mío, qué curioso y qué coincidencia! Estábamos, pues, frente a

frente, querida señora. ¡Ahí es donde debimos vernos!

233

Page 234: Teatro breve

SEÑORA MARTIN.- ¿Qué curioso! ¿Es posible, pero yo no me acuerdo, señor!

SEÑOR MARTIN.- A decir verdad, querida señora, yo tampoco me acuerdo. Sin embargo, es muy

posible que nos hayamos vito en esa ocasión.

SEÑORA MARTIN.- Es verdad, pero yo no estoy segura, señor.

SEÑORA MARTIN.- ¿No fue usted, querida señora, la dama que me pidió que pusiera su valija en

la red, y enseguida me dio las gracias y me permitió fumar?

SEÑORA MARTIN.- ¡Pues sí, debí ser yo, señor! ¡Qué curioso, qué curioso y qué coincidencia!

SEÑOR MARTIN.- Qué curioso, qué raro y qué coincidencia. Pues bien, ¿entonces quizá nos

conocimos en ese momento señora?

SEÑORA MARTIN.- ¡Qué curioso y qué coincidencia! ¡Es muy posible, querido señor! Sin

embargo, no creo acordarme.

SEÑOR MARTIN.- Yo tampoco, señora, (Un silencio. El reloj suena 2 – 1).

SEÑOR MARTIN.- Desde que llegué a Londres, vivo en la calle Brownfield, querida señora.

SEÑORA MARTIN.- ¡Qué curioso, qué raro! Yo también, desde que llegué a Londres, vivo en la

calle Brownfield, querido señor.

SEÑOR MARTIN.- ¡Qué curioso! Pero entonces, pero entonces, quizá nos encontramos en la calle

Brownfield, querida señora.

SEÑORA MARTIN.- ¡Qué curioso, qué raro! ¡Es posible, después de toso! Pero yo no me acuerdo,

querido señor.

SEÑOR MARTIN.- Yo vivo en el número 19, querida señora.

SEÑORA MARTIN.- ¡Qué curioso, yo también vivo en el número 19, querido señor!

SEÑOR MARTIN.- Pero entonces, pero entonces, pero entonces, pero entonces, pero entonces,

quizá nosotros vivamos en esa casa, querida señora.

SEÑORA MARTIN.- Es muy posible, pero yo no me acuerdo, querido señor.

SEÑOR MARTIN.- Mi departamento está en el quinto piso y es el número ocho, querida señora.

SEÑORA MARTIN.- ¡Qué curioso, Dios mío! ¡Qué raro y qué coincidencia! Yo también vivo en el

quinto piso, departamento ocho, querido señor.

SEÑOR MARTIN.- (Soñador). ¡Qué curioso, qué curioso, qué curioso y qué coincidencia! Sabe

usted que en mi recámara tengo una cama. Mi cama está cubierta por una colcha verde. Pero esta

recámara con la cama y la colcha verde, se encuentra a fondo del corredor, entre el excusado y la

biblioteca, querida señora.

SEÑORA MARTIN.- ¡Qué coincidencia, Oh, Dios mío, qué coincidencia! Mi recámara también tiene

una cama con una colcha verde y se encuentra al fondo del corredor, entre el excusado, querido

señor, y la biblioteca.

SEÑOR MARTIN.- ¡Qué raro, curioso, extraño! Entonces, señora, habitamos en la misma recámara

y dormimos en el mismo lecho, querida señora. ¡Quizá es ahí donde nos hemos encontrado!

SEÑORA MARTIN.- ¡Qué curioso y qué coincidencia! Es muy posible que nos hayamos

encontrado ahí, y quizás anoche mismo. Pero yo no me acuerdo, querido señor.

234

Page 235: Teatro breve

SEÑOR MARTIN.- Yo tengo una hijita, mi hijita, vive conmigo, querida señora. Tiene dos años, es

rubia, tiene un ojo blanco y un ojo rojo, es muy linda, se llama Alicia, querida señora.

SEÑORA MARTIN.- ¡Qué extraña coincidencia! Yo también tengo una hijita que tiene dos años con

un ojo blanco y un ojo rojo, es muy linda y también se llama Alicia, querido señor.

SEÑOR MARTIN.- (Con voz arrastrada y monótona). ¡Qué curioso y qué raro! ¡Qué coincidencia!

Quizás es la misma, querida señora.

SEÑORA MARTIN.- ¡Curioso! Es muy posible, querido señor. (Un largo momento de silencio. El

reloj suena 29 veces).

SEÑOR MARTIN.- (después de haber reflexionado largamente se levanta y sin prisas se dirige

hacia la señora, que, sorprendida por el aire del SEÑOR MARTIN, se ha levantado también

suavemente. El señor Martin, con la misma voz rara, monótona, vagamente cantando). Entonces,

querida señora, creo que no hay duda, ya nos hemos visto, y usted es mi propia esposa… ¡Isabel,

te he vuelto a encontrar!

SEÑORA MARTIN.- (Se acerca al señor Martin sin prisa, se besan sin expresión. El reloj suena

una vez muy fuerte. El golpe del reloj también es tan fuerte que hará sobresaltar a loa

espectadores. Los esposos Martin no lo escuchan). ¡Eres tú darling! (Se sientan en el mismo sillón,

se abrazan y se duermen. El reloj suena muchas veces. Mary, en puntillas, con un dedo en los

labios, entra suavemente en escena y se dirige al público).

MARY.- Isabel y Donald son ahora demasiado felices para poder oírme. Puedo, pues, revelarles a

ustedes un secreto. Isabel no es Isabel, Donald no es donald. He aquí la prueba: La niña de que

habla Donald no es la hija de Isabel, no es la misma persona. La hijita de Donald tiene un ojo

blanco y otro rojo como la hijita de Isabel. Pero en tanto que la hija de Donald tiene el ojo blanco de

la derecha y el ojo rojo a la izquierda, la hija de Isabel tiene el ojo rojo ala derecha y el blanco a la

izquierda. Así, pues, todo el sistema de argumentación de Donald se derrumba al tropezar con este

último obstáculo, que anula toda su teoría. A pesar de las coincidencias extraordinarias que

parecen ser pruebas definitivas, al no ser Donald e Isabel los padres de las mismas criaturas, no

son Donald e Isabel. A él le gustaría creer que él es Donald, y a ella le gustaría creer que él es

Donald. A ella le gustaría creer que él es Donald y a ella que es Isabel; se engañan amargamente.

¿Pero quién es el verdadero Donald ¿ ¿Quién es la verdadera Isabel? ¿Quién tiene interés en

hacer durar esta confusión? Yo no sé nada. No tratemos de saberlo. Dejemos las cosas como

están. (Da unos pasos hacia la puerta, luego se vuelve y se dirige al público). Mi verdadero nombre

es Sherlock Holmes. (Sale). (El reloj suena todo lo que quiere. Después de numerosos instantes.

El señor y la señora Martin se separan y vuelven a tomar los lugares que tenían al principio).

SEÑOR MARTIN.- Olvidemos, darling, todo lo que ha pasado entre nosotros, y ahora que nos

hemos vuelto a encontrar, tratemos de no perdernos más y vivamos como antes.

SEÑORA MARTIN.- Si, darling, todo lo que ha pasado entre nosotros, y ahora que nos hemos

vuelto a encontrar, tratemos de no perdernos más y vivamos como antes.

235

Page 236: Teatro breve

SEÑORA SMITH.- ¡Buenas noches, queridos amigos! Perdonen que les hayamos hecho esperar

tanto. Pensamos que debíamos rendirles los honores a que tienen derecho, y desde que supimos

que querían darnos el placer de venir a vernos sin anunciar su visita, nos apresuramos a vestir

nuestros trajes de gala.

SEÑOR SMITH.- (Furioso). No hemos comido nada en todo el día. Hace cuatro horas que los

esperábamos. ¿Por qué llegaron tarde? (El señor y la señora Smith se sientan frente a sus visitas.

El reloj subraya las réplicas con más o menos fuerza, según el caso. Los Martin, ella sobre todo,

parecen embelesados y tímidos. Por eso, la conversación se enlaza con dificultad y las palabras, al

principio, salen con pena. Hay al principio un largo silencio y luego otros silencios y vacilaciones).

SEÑOR SMITH.- Hummm. (Silencio).

SEÑORA SMITH.- Hummm Hummm Hummm. (Silencio).

SEÑORA MARTIN.- Hummm Hummm Hummm. (Silencio).

SEÑOR MARTIN. - Hummm Hummm Hummm. (Silencio).

SEÑORA SMITH.- ¡Oh! Decididamente. (Silencio).

SEÑOR MARTIN.- Todos estamos resfriados. (Silencio).

SEÑOR SMITH.- Sin embargo, no hace frío. (Silencio).

SEÑORA SMITH.- No hay corrientes de aire. (Silencio).

SEÑOR MARTIN.- ¡Oh!, no, felizmente. (Silencio).

SEÑOR SMITH.- Vaya, vaya, vaya. (Silencio).

SEÑOR MARTIN.- ¿Sufre usted? (Silencio).

SEÑORA SMITH.- No. Se enmienda. (Silencio).

SEÑOR MARTIN.- ¡Oh!, señor, a su edad no debiera usted… (Silencio).

SEÑOR MARTIN.- El corazón no tiene edad. (Silencio).

SEÑOR MARTIN.- Es cierto. (Silencio).

SEÑORA MARTIN.- Eso dicen. (Silencio).

SEÑORA MARTIN.- También dicen lo contrario. (Silencio).

SEÑOR SMITH.- La verdad está entre los dos. (Silencio).

SEÑOR MARTIN.- Es cierto. (Silencio).

SEÑORA SMITH.- (A los esposos Martin). Ustedes que viajan tanto, deberían siempre tener cosas

interesantes que contarnos.

SEÑOR MARTIN.- (A su mujer). Di, querida, ¿qué has visto hoy?

SEÑORA MARTIN.- No vale la pena, no me creerían.

SEÑOR SMITH.- No vamos a poner en duda su buena fe.

SEÑORA SMITH.- Nos ofendería usted si lo pensara.

SEÑOR MARTIN.- (A su mujer). Los ofenderías, querida, si lo pensaras.

SEÑORA MARTIN.- (Graciosa). Pues bien, hoy asistí a una cosa extraordinaria. Una cosa

increíble.

SEÑOR MARTIN.- Dilo, bien, querida.

236

Page 237: Teatro breve

SEÑOR SMITH.- ¡Ah, vamos a divertirnos!

SEÑORA SMITH.- Por fin.

SEÑORA MARTIN.- Pues bien, hoy, al ir al mercado para comprar las verduras, que están cada

vez más caras…

SEÑORA SMITH.- ¡A dónde vamos a dar!

SEÑOR SMITH.- ¡No interrumpas, querida, es feo!

SEÑORA MARTIN.- Vi en la calle, junto a un café, a un señor bien vestido, como de 50 años, o no,

que…

SEÑOR SMITH.- ¿Que qué?

SEÑORA SMITH.- ¿Que qué?

SEÑOR SMITH.- (A su mujer). No interrumpas, querida, es desagradable.

SEÑORA SMITH.- Querido, tú eres quien interrumpió primero, ¡idiota!

SEÑOR MARTIN.- Sht, sht. (A su mujer). ¿Qué hacía el señor?

SEÑORA MARTIN.- Pues bien, van a decir que invento; tenía una rodilla en tierra y estaba

inclinado.

SEÑOR MARTIN.- ¡Oh!

SEÑOR SMITH.- ¡Oh!

SEÑORA SMITH.- ¡Oh!

SEÑORA MARTIN.- Sí, inclinado.

SEÑOR SMITH.- ¡No es posible!

SEÑORA SMITH.- Sí, inclinado. Me acerqué a él para ver lo que hacía…

SEÑOR SMITH.- Y bien.

SEÑORA SMITH.- Se ataba las agujetas del calzado.

LOS TRES.- Fantástico.

SEÑOR SMITH.- Si no fuera usted, no lo creería.

SEÑOR MARTIN.- ¿Por qué no? Cuando uno circula ve cosas todavía más extraordinarias. Así, yo

hoy vi en el metro, sentado sobre un banco, a un señor que leía tranquilamente su periódico.

SEÑORA SMITH.- ¡Qué original!

SEÑOR SMITH.- Quizá fuera el mismo. (Se oye llamar a la puerta de entrada)

SEÑOR SMITH.- ¡Vaya! Llaman.

SEÑORA SMITH.- Debe ser alguien. Voy a ver. (Va a ver, abre y regresa). ¡Nadie! (Vuelve a su

lugar).

SEÑOR MARTIN.- Voy a darles otros ejemplos. (Llaman).

SEÑORA SMITH.- Debe ser alguien. Voy a ver. (Va a ver, abre y regresa). ¡Nadie! (Vuelve a su

lugar).

SEÑOR MARTIN.- (Que ha olvidado en que iba). ¡Este…!

SEÑORA MARTIN.- Decías que ibas a dar otro ejemplo.

SEÑOR MARTIN.- Ah, sí. (Llaman).

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Page 238: Teatro breve

SEÑOR MARTIN.- Vaya, llaman.

SEÑORA SMITH.- La primera vez no había nadie. La segunda, tampoco, ¿Por qué crees que haya

alguien ahora?

SEÑOR SMITH.- Porque han llamado.

SEÑORA MARTIN.- Eso no es una razón.

SEÑOR MARTIN.- ¿Cómo? Cuando se oye llamar a la puerta es que hay alguien a la puerta que

llama para que le abran la puerta.

SEÑORA MARTIN.- No siempre. Acabas de verlo.

SEÑOR MARTIN.- La mayor parte de las veces, sí.

SEÑOR MARTIN.- Cuando yo voy a la casa de alguien, llamo para entrar. Pienso que todo el

mundo hace lo mismo y que cada vez que llaman es que hay alguien.

SEÑORA SMITH.- Eso es cierto en teoría. Pero en la realidad las cosas pasan de otro modo.

Acabas de verlo.

SEÑORA MARTIN.- Su mujer tiene razón.

SEÑOR MARTIN.- ¡Oh, ustedes las mujeres siempre se defienden una a la otra!

SEÑORA SMITH.- Bueno, pues voy a ver. Dirás que soy terca, pero vas a ver como no hay nadie.

(Va a ver, abre la puerta y vuelve a cerrarla). Ya ves, no hay nadie. (Vuelve a su lugar). ¡Ah! Estos

hombres que siempre creen tener razón y nunca la tienen. (Vuelven a llamar a la puerta).

SEÑOR SMITH.- Vaya, llaman. Debe ser alguien.

SEÑORA SMITH.- (En una crisis de cólera). No me mandes abrir la puerta. Ya has visto que es

inútil. La experiencia nos enseña que cuando se oye llamar a la puerta es que nunca hay nadie.

SEÑORA MARTIN.- ¡Nunca!

SEÑOR MARTIN.- Eso no es seguro.

SEÑOR SMITH.- Hasta es falso. La mayor parte de las veces, cuando se oye llamar a la puerta es

que hay alguien.

SEÑORA SMITH.- No quiere desdecirse.

SEÑORA MARTIN.- Mi marido también es muy terco.

SEÑOR SMITH.- Hay alguien.

SEÑOR MARTIN.- No es imposible.

SEÑORA SMITH.- (A su marido). No.

SEÑOR SMITH.- Sí.

SEÑORA SMITH.- Te digo que no. En todo caso, no vas a molestarme por nada. Si quieres ir a

ver, ve tú mismo.

SEÑOR SMITH.- Voy. (La Señora Smith se encoge de hombros).

SEÑORA MARTIN.- (Alza la cabeza).

SEÑOR SMITH.- (Va a abrir y exclama). ¡Ah! How do you do? (Lanza una Mirada a la Señora

Smith y a la Señora Martin, que están sorprendidas). Es el Capitán de los Bomberos.

238

Page 239: Teatro breve

BOMBERO.- (Con un enorme casco brillante y uniforme). Buenos días, señoras y señores. (Todos

están un poco asombrados; la Señora Smith vuelve la cabeza y no responde a su saludo). Buenos

días, Señora Smith, parece usted enfadada.

SEÑOR SMITH.- Es que, ve usted… mi mujer está un poco humillada porque no tuvo razón.

SEÑOR MARTIN.- Ha habido, señor Capitán Bombero, una controversia entre la señora y el señor

Smith.

SEÑORA SMITH.- (Al Señor Martin). Eso no le importa a usted. (al Señor Smith). Te ruego que no

mezcles a los extranjeros en nuestras querellas familiares.

SEÑOR SMITH.- ¡Oh, querida, eso no es muy grave! El Capitán es un viejo amigo de la casa. Su

madre me hacía la corte y a su padre yo lo conocía. Me había pedido en matrimonio a mi hija

cuando yo tuviera una. Murió esperándolo.

SEÑOR MARTIN.- Eso no es culpa de él ni de usted.

BOMBERO.- En fin, ¿de qué se trata?

SEÑORA SMITH.- Mi marido pretende…

SEÑOR SMITH.- No, eras tú la que pretendía.

SEÑOR MARTIN.- Sí, sí, ella…

SEÑORA MARTIN.- No, es él.

BOMBERO.- No se enfaden. Cuéntemelo, señora Smith.

SEÑORA SMITH.- Pues bien, es esto. Me apena mucho hablarle francamente, pero un bombero es

también un confesor.

BOMBERO.- ¿Y bien?...

SEÑORA SMITH.- Disputábamos porque mi marido decía que cuando se oye llamar a la puerta

siempre hay alguien.

SEÑOR MARTIN.- La cosa es plausible.

SEÑORA SMITH.- Y yo decía que cuando llaman es que no hay nadie.

SEÑORA MARTIN.- La cosa puede parecer extraña.

SEÑORA SMITH.- Pero está aprobado, no por demostraciones teóricas, sino por hechos.

SEÑOR SMITH.- Es falso, puesto que ahí está el Bombero. Él llamó, yo abrí y él estaba ahí.

SEÑORA MARTIN.- ¿Cuándo?

SEÑOR MARTIN.- Pues en seguida.

SEÑORA SMITH.- Sí, pero no fue sino después de la cuarta llamada cuando hallamos a alguien. Y

la cuarta vez no cuenta.

SEÑORA MARTIN.- Siempre, sólo las tres primeras cuentan.

SEÑOR SMTIH.- Señor Capitán. Permítame hacerle a mi vez algunas preguntas.

BOMBERO.- Hágalas.

SEÑOR SMITH.- ¿Cuando abrí y le vi, era usted quien había llamado?

BOMBERO.- Sí, era yo.

SEÑOR SMITH.- ¿Estaba usted a la puerta? ¿Llamaba usted para entrar?

239

Page 240: Teatro breve

BOMBERO.- no lo niego.

SEÑOR SMITH.- (A su mujer, victoriosamente). ¿Ya vez? Yo tenía razón. Cuando se oye llamar es

que alguien llama. No vas a decir que el Capitán no sea alguien.

SEÑORA SMITH.- Claro que no. Te repito que hablo solamente de las tres primeras veces, puesto

que la cuarta no cuenta.

SEÑORA MARTIN.- ¿Y cuando llamaron la primera vez era usted?

BOMBERO.- No, no era yo.

SEÑORA MARTIN.- ¡Ya vez! Llamaban y no había nadie.

SEÑOR MARTIN.- ¿Era quizás otro?

SEÑOR MARTIN.- ¿Hacía mucho que estaba usted a la puerta?

BOMBERO.- Tres cuartos de hora.

SEÑOR SMITH.- ¿Y no vio a nadie?

BOMBERO.- A nadie. Estoy seguro.

SEÑORA MARTIN.- ¿Oyó usted llamar la tercera vez?

BOMBERO.- Sí, tampoco era yo. Y no había nadie.

SEÑORA SMITH.- ¡Victoria! Yo tenía razón.

SEÑOR SMITH.- (A su mujer). No tan pronto. (al Bombero). ¿Y qué hacía usted a la puerta?

BOMBERO.- Nada. Estaba ahí. Pensaba en muchas cosas.

SEÑOR MARTIN.- (Al Bombero). ¿Pero la tercera vez no era usted, quién llamó?

BOMBERO.- Sí, era yo.

SEÑOR SMITH.- Pero cuando abrieron, no lo vieron.

BOMBERO.- Sí, porque me escondí, por broma.

SEÑORA SMITH.- En broma, señor Capitán, el asunto es demasiado triste.

SEÑOR MARTIN.- En suma, siguen sin saber si cuando llaman a la puerta hay alguien o no.

SEÑORA SMITH.- Nunca hay nadie.

SEÑOR SMITH.- Siempre hay alguien.

BOMBERO.- Voy a ponerles de acuerdo. Los dos tienen algo de razón. Cuando llaman a la puerta,

a veces hay alguien y a veces no hay nadie.

SEÑOR MARTIN.- Eso me parece lógico.

SEÑORA MARTIN.- Yo lo creo también.

BOMBERO.- Las cosas son sencillas, en realidad (a los esposos Smith). Abrácense.

SEÑORA SMITH.- Ya nos abrazamos hace rato.

SEÑOR MARTIN.- Se abrazarán mañana. Tienen todo el tiempo.

SEÑORA SMITH.- Señor Capitán, ya que nos ha ayudado a aclarar todo esto, póngase cómodo,

quítese el casco y siéntese un momento.

BOMBERO.- Perdónenme, pero no puedo quedarme mucho tiempo. Me quitaré el casco pero no

tengo tiempo para sentarme. (Se sienta sin quitarse el casco). Les confieso que vine para muy otra

cosa. Estoy en servicio.

240

Page 241: Teatro breve

SEÑORA SMITH.- ¿Y qué hay de su servicio, señor Capitán?

BOMBERO.- Voy a rogarles que perdonen mi indiscreción. (Muy embarazado). Euh… (Señala con

el dedo a los Martin). ¿Puedo… delante de ellos?

SEÑORA MARTIN.- No se arredre.

SEÑOR MARTIN.- Somos viejos amigos. Ellos nos cuentan todo.

SEÑOR SMITH.- Diga.

BOMBERO.- Pues bien, es esto. ¿Hay un incendio en su casa?

SEÑORA SMITH.- ¿Por qué nos pregunta eso?

BOMBERO.- Porque… Perdónenme, tengo orden de extinguir todos los incendios en la ciudad.

SEÑORA MARTIN.- ¿Todos?

BOMBERO.- Si, todos.

SEÑORA SMITH.- (Confusa). Pues no sé… No creo. ¿Quiere que vaya a ver?

SEÑOR SMITH.- Olfateo que no debe haber nada. No huele a asado.

BOMBERO.- (Dolido). ¿Nada? No tendrán un fueguito de chimenea, algo que arda en el granero o

en la bodega? ¿Un principio de incendio al menos?

SEÑORA SMITH.- Escuche, no quiero causarle pena, pero creo que aquí no hay por el momento.

Le prometo avisarle en cuanto haya algo.

BOMBERO.- No deje de hacerlo. me hará un gran servicio.

SEÑORA SMITH.- Prometido.

BOMBERO.- (A los Martin).- ¿Y en casa de ustedes nada arde tampoco?

SEÑORA MARTIN.- no, desgraciadamente.

SEÑOR MARTIN.- (Al Bombero). Los negocios andan más bien mal en este momento.

BOMBERO.- Muy mal. Casi no hay nada. Una chimenea, una granja, Nada serio. Eso no rinde, y

como no hay rendimiento, la prima de producción es deleznable.

SEÑOR SMITH.- Nada anda bien. En todo es igual. El comercio, la agricultura, este año es como

los incendios, no camina.

SEÑOR MARTIN.- No hay trigo, no hay fuego.

BOMBERO.- Ni inundación tampoco.

SEÑÓRA SMITH.- Pero hay azúcar.

SEÑOR SMITH.- Es porque lo traen del extranjero.

SEÑOR MARTIN.- Los incendios es más difícil. Demasiados impuestos. De todos modos hay, pero

también es muy raro, uno o dos asfixias con gas. Así un joven se asfixió la semana pasada, había

dejado abierto el gas.

SEÑORA MARTIN.- Se le habrá olvidado.

BOMBERO.- No, pero creyó que era su peine.

SEÑOR SMITH.- Esas aficiones son siempre peligrosas.

SEÑORA SMITH.- ¿Ha ido usted a ver al vendedor de cerillas?

BOMBERO.- No hay nada que hacer, está asegurado contra incendios.

241

Page 242: Teatro breve

SEÑOR MARTIN.- Vaya pues a ver, de mi parte, al Vicario de Wakefield.

BOMBERO.- No tengo derecho de extinguir el fuego en casa de los sacerdotes. El Obispo se

enojaría. Extinguen sus fuegos ellos mismos o lo hacen extinguir por las vestales.

SEÑOR SMITH.- Trate de ver a Durand.

BOMBERO.- Tampoco puedo. No es inglés. Sólo está naturalizado y los naturalizados tienen

derecho tener casas, pero no a hacerlas extinguir si se queman.

SEÑOR SMITH.- Sin embargo, cuando estalló el fuego el año pasado, de todos modos lo

extinguieron.

BOMBERO.- Lo hizo él solo, clandestinamente. ¡Oh, yo no iré a denunciarlo!

SEÑOR MARTÍN.- Yo tampoco.

SEÑORA SMITH.- Puesto que no está usted apremiado, señor Capitán, quédese un rato, nos dará

mucho gusto.

BOMBERO.- ¿Quiere que le cuente anécdotas?

SEÑORA SMITH.- ¡Oh, sí, claro, es usted encantador! (Lo abraza).

SEÑOR SMITH.- Señor… (al señor Martin). Sí, siendo anécdotas, bravo. (Aplauden). Y lo que es

todavía más interesante es que las historias de bomberos son verdaderas todas y vividas.

BOMBERO.- Yo0 hablo de cosas que he experimentado yo mismo. La naturaleza, nada más que la

naturaleza. No los libros.

SEÑOR MARTIN.- Exacto. La verdad no se encuentra en los libros sino en la vida.

SEÑORA SMITH.- ¡Comience!

SEÑOR MARTIN.- ¡Comience!

SEÑORA MARTIN.- Silencio, comience.

BOMBERO.- (Tose muchas veces). Perdónenme, no me miren así. Me apenan. Ya saben que soy

tímido.

SEÑORA SMITH.- Es encantador. (Lo abraza).

BOMBERO.- Voy a tratar de comenzar, pero prométanme no escuchar.

SEÑORA MARTIN.- Pero si no escuchamos, no lo oiremos.

BOMBERO.- No había pensado en eso.

SEÑORA SMITH.- Ya se lo dije, es un niño.

SEÑOR MARTIN.- (Al señor Smith). Oh, el niñito. (Lo abrazan).

SEÑORA MARTIN.- ¡Valor!

BOMBERO.- Pues bien, ahí va: (Tose y comienza con una voz temblorosa de emoción). El perro y

el buey, fábula experimental: Una vez un buey le preguntó a otro perro: ¿Por qué no te has tragado

la trompa? Perdón, respondió el perro. Es porque había creído que eras elefante.

SEÑORA MARTIN.- ¿Cuál es la moraleja?

BOMBERO.- Usted debe encontrarla.

SEÑOR SMITH.- Tiene razón.

SEÑORA SMITH.- (Furiosa). Otra.

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Page 243: Teatro breve

BOMBERO.- Un becerrito había comido demasiados vidrios molidos. En consecuencia se vio

obligado a parir. Dio a luz una vaca. Sin embargo, como el becerro era hombre, la vaca ano podía

llamarle mamá. No podía decirle papá tampoco porque el becerro era demasiado pequeño.

Entonces el becerro se vio obligado a casarse con una persona, y el ayuntamiento tomó entonces

todas las medidas dictadas por las circunstancias a la moda.

SEÑOR SMITH.- A la moda de Caen.

SEÑOR MARTIN.- Como las tripas.

BOMBERO.- ¿Usted la conocía?

SEÑORA SMITH.- Salió en todos los periódicos.

SEÑORA MARTIN.- Pasó no lejos de nuestra casa.

BOMBERO.- Voy a contarles otra. El gallo. Una vez un gallo quiso hacer el perro. Pero no tuvo

oportunidad porque lo reconocieron en seguida.

SEÑÓRA SMITH.- Y en cambio, al perro que quiso hacer el gallo, nunca lo reconocieron.

SEÑOR SMITH.- Voy a contarles una: La serpiente y el Zorro. Una vez, una serpiente se acercó a

un zorro y le dijo: Me parece que te conozco. El zorro le respondió: yo también. Entonces, dijo la

serpiente, dame dinero. Un zorro no da dinero, respondió el astuto animal, que para escapar saltó

a un valle profundo lleno de fresales y de miel de pollo. La serpiente ya lo esperaba allí, riendo con

risa mefistofélica. El zorro sacó su cuchillo gritando: voy a enseñarte a vivir, y luego huyó. No tuvo

oportunidad. La serpiente fue más viva, con un puñetazo bien escogido golpeó al zorro en plena

frente, que se rompió en mil pedazos gritando; ¡no!, yo no soy tu hija.

SEÑORA MARTIN.- Es interesante.

SEÑOPRA SMITH.- No está mal.

SEÑOR MARTIN.- (Estrecha la mano del señor Smith). Felicitaciones.

BOMBERO.- (Celoso). No es gran cosa. Y además ya la conocía.

SEÑOR SMITH.- Es terrible.

SEÑORA SMITH.- Pero no fue verdad.

SEÑORA MARTIN.- Sí, desgraciadamente.

SEÑOR MARTIN.- (a la señora Smith). Le toca a usted, señora.

SEÑORA SMITH.- Sólo conozco una. Voy a contársela. Se llama El Buqué.

SEÑOR SMITH.- Mi mujer siempre ha sido romántica.

SEÑORA MARTIN.- Es una verdadera inglesa.

SEÑORA SMITH.- Es así: Una vez, un novio le llevó un ramo de flores a su novia, que le dijo

gracias; pero antes que ella le hubiera dicho gracias, él, sin decir palabra, le quitó las flores que le

había dado para darle una buena lección, y diciéndole las recojo; le dijo adiós, recogiéndolas, y se

alejó por aquí y por allá.

SEÑOR MARTIN.- ¡Oh encantador! (Abraza o no abraza a la señora Smith).

SEÑORA MARTIN.- Tiene usted una mujer, señor smith, de quien todo el mundo está celoso.

243

Page 244: Teatro breve

SEÑOR SMITH.- Es cierto. Mi mujer es la inteligencia misma. Es hasta más inteligente que yo. En

todo caso es mucho más femenina; eso dicen.

SEÑORA SMITH.- (Al Bombero). Otra más, Capitán.

BOMBERO.- Oh, no, ya es muy tarde.

SEÑOR MARTIN.- De todos modos…

BOMBERO.- Estoy muy cansado.

SEÑOR SMITH.- Háganos el favor.

SEÑOR MARTIN.- Se lo ruego.

BOMBERO.- No.

SEÑORA MARTIN.- Tiene usted corazón de hielo. Estamos sobre ascuas.

SEÑORA SMITH.- (Cae de rodillas). Se lo suplico.

BOMBERO.- Sea.

SEÑOR SMITH.- (Al oído de la señora Martin). ¡Acepte! Nos va a dar la lata.

SEÑORA MARTIN.- ¡Sht!

SEÑORA SMITH.- Ni modo. Fue además cortés.

BOMBERO.- El catarro. Mi cuñado tenía, por el lado paterno, un primo hermano, cuyo tío paterno

tenía un suegro cuyo abuelo paterno se había casado en segundas nupcias co una joven indígena,

cuyo hermano había encontrado, en uno de sus viajes, a una muchacha de quien se había

prendado y con la cual tuvo un hijo, que se casó con una farmacéutica intrépida, que no era otra

cosa que la sobrina de un oficial desconocido de la Marina Británica, y cuyo padre adoptivo tenía

una tía que hablaba corrientemente el español, y que era quizás una de las nietas de un ingeniero

muerto joven, nieto él mismo de un propietario de viñedos, de los que se sacaba un vino mediocre

pero que tenía un primo casero, ayudante, cuyo hijo había desposado a una joven muy linda

divorciada, cuyo primer marido era hijo de un sincero patriota que había sabido criar en el deseo de

hacer fortuna a una de sus hijas, que pudo casarse con un cazador que había conocido en

Rothschild, y cuyo hermano, después de haber cambiado muchas veces de oficio, se casó y tuvo

una hija cuyo bisabuelo, maligno, gastaba lentes que le había dado un primo suyo, cuñado de un

portugués, hijo natural de un carpintero, no demasiado pobre, cuyo hermano de leche había

tomado por mujer a la hija de un antiguo médico rural, él mismo hermano de leche de un lechero, él

mismo hijo natural de otro médico rural, casado tres veces seguidas, cuya tercera mujer…

SEÑOR MARTIN.- Yo conocía esa tercera mujer; si no me equivoco. Comía pollo.

BOMBERO.- No era la misma.

SEÑORA SMITH.- ¡Sht!

BOMBERO.- Digo: cuya tercera mujer era hija de la mejor comadrona de la región, la cual, viuda

desde joven…

SEÑOR SMITH.- Como mi mujer.

BOMBERO.- Había vuelto a casarse con un vidriero lleno de empuje, que le había hecho a la hija

de un jefe de la estación un hijo que había sabido abrirse camino en la vida…

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Page 245: Teatro breve

SEÑORA SMITH.- Camino de hierro.

SEÑOR MARTIN.- Como en la baraja.

BOMBERO.- Y se había casado con una tendera de nueve estaciones, cuyo padre tenía un

hermano, alcalde de una pequeña ciudad, que había tomado por mujer a una institutriz rubia, cuyo

primo, pescador de anzuelo…

SEÑORA MARTIN.- ¿De anzuelo parejo?

BOMBERO.- Había tomado por mujer a otra institutriz rubia, también llamada María, cuyo hermano

se había casado con otra María, también institutriz rubia…

SEÑORA MARTIN.- Puesto que es rubia, no puedes ser otra cosa que María.

BOMBERO.- Y cuyo padre había sido educado en Canadá por una vieja que era sobrina de un

cura, cuya abuela pescaba a veces en invierno, como todo el mundo, un catarro.

SEÑORA SMITH.- Curiosa historia. Casi increíble.

SEÑOR MARTIN.- Para el catarro, son buenas las friegas.

SEÑOR SMITH.- Es una preocupación inútil, pero absolutamente necesaria.

SEÑORA MARTIN.- Perdóneme, señor Capitán, pero no he entendido muy bien su historia. Al final,

al llegar a la abuela del cura, se hace oscura.

SEÑOR SMITH.- Siempre es oscura la pata del cura.

SEÑOR SMITH.- Oh, sí, capitán, vuelva a empezar. ¡Todos se lo pedimos!

BOMBERO.- ¡Ah, no sé si podré! Estoy en servicio. Depende de la hora que sea.

SEÑORA SMITH.- Aquí no tenemos la hora.

BOMBERO.- ¿Pero el reloj?

SEÑOR SMITH.- Anda mal. Tiene espíritu de contradicción. Indica siempre lo contrario de la hora

que es.

MARY.- (Entrando). Señora, señor.

SEÑORA SMITH.- ¿Qué quieres?

SEÑOR SMITH.- ¿Qué vienes a hacer aquí?

MARY.- Perdónenme el señor y la señora -y estas señoras y señores- yo quisiera, a mí vez,

contarles una anécdota.

SEÑORA MARTIN.- ¿Qué dice?

SEÑOR MARTIN.- Yo creo que la criada de nuestros amigos está loca. Ella también quiere copntar

una anécdota.

BOMBERO.- ¿Por quién se toma? (La mira). ¡Oh!

SEÑORA SMITH.- ¿Usted por qué se mete?

SEÑOR SMITH.- Póngase en su lugar Mary.

BOMBERO.- ¡Oh! ¡Pero si es ella! ¡No es posible!

SEÑOR SMITH.- Y usted.

MARY.- ¡No es posible! ¡Aquí!

SEÑORA SMITH.- ¿Qué significa todo esto?

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Page 246: Teatro breve

SEÑOR SMITH.- ¿Son ustedes amigos?...

BOMBERO.- Y en qué forma. (Mary se arroja al cuello del Bombero).

MARY.- Dichosa de encontrarte ¡al fin!

SEÑOR Y SEÑORA SMITH.- ¡Oh!

SEÑOR SMITH.- Es demasiado fuerte, aquí, en nuestra casa, en los alrededores de Londres.

SEÑORA SMITH.- No es decente.

BOMBERO.- Es que ella extinguió mis primeros fuegos.

MARY.- Soy su chorrito de agua.

SEÑOR MARTIN.- Si es así, queridos amigos, estos sentimientos son explicables, humanos,

honorables…

SEÑORA MARTIN.- Todo lo que es humano es honorable.

SEÑORA SMITH.- De todos modos no me gusta verla aquí, entre nosotros…

SEÑOR SMITH.- No tiene la educación necesaria.

BOMBERO.- Oh, ustedes tienen demasiados prejuicios.

SEÑORA MARTIN.- Yo creo que, en resumen, una criada, aunque no me importe, no es más que

una criada.

SEÑOR MARTIN.- Aunque pueda a veces ser buena detective.

BOMBERO.- Suéltame.

MARY.- No hagas caso. No son tan malos.

SEÑOR SMITH.- Hum, hum, son enternecedores, pero también un poco… un poco…

SEÑOR MARTIN.- Sí, ésa es la palabra.

SEÑOR SMITH.- Un poco demasiado videntes….

SEÑOR MARTIN.- Hay un pudor británico, perdóneseme que una vez más precise mi

pensamiento, incomprendido por los extranjeros, aun especialistas, gracias al cual, para

expresarme así… en fin, no lo digo por ustedes.

MARY.- Yo quería contarles.

SEÑOR SMITH.- No cuentes nada.

MARY.- ¡Oh, sí!

SEÑORA SMITH.- Vamos Mariquita; váyase dulcemente a la cocina a leer sus poemas delante del

espejo…

SEÑOR MARTIN.- ¡Vaya! Sin ser criada, yo también leo poemas delante del espejo.

SEÑORA MARTIN.- Esta mañana, cuando te miraste al espejo, no te viste.

SEÑOR MARTIN.- Es porque todavía no estaba ahí.

MARY.- Yo podría, de todos modos, recitarles un pequeño poema.

SEÑORA SMITH.- Mariquita, es usted espantosamente testaruda.

MARY.- Entonces voy a recitarles un poema, ¿verdad? Es un poema que se intitula El Incendio,

en honor del capitán.

INCENDIO

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Page 247: Teatro breve

Los policandros brillaban en el bosque

Una piedra se incendió

El castillo se incendió

la selva se incendió

los hombres se incendiaron.

Los pájaros se incendiaron

los peces se incendiaron

el agua se incendió

el cielo se incendió

la ceniza se incendió

el humo se incendió

el fuego se incendió

todo se incendió

se incendió, se incendió.

(La sacan a empellones).

SEÑORA MARTIN.- Me dio frío en los huesos.

SEÑOR MARTIN.- Sin embargo, hay cierto calor en esos versos…

BOMBERO.- Me parece maravilloso.

SEÑORA SMITH.- Vamos, vamos…

SEÑOR SMITH.- Exagera usted.

BOMBERO.- Escuchen… Es verdad… Todo eso es muy subjetivo… pero ésa es mi idea del

mundo. Mi sueño. Mi ideal… y eso me recuerda que debo partir. Ya que ustedes no tienen la hora

y 16 minutos exactamente, tengo un incendio al otro extremo de la ciudad. Es preciso que me

vaya. Aunque no sea otra cosa.

SEÑORA SMITH.- ¿Qué va a ser? ¿Un fueguito de chimenea?

BOMBERO.- No, ni siquiera. Un fuego de paja y un ardorcito de estómago.

SEÑOR SMITH.- Entonces, lamentamos su partida.

SEÑORA SMITH.- Ha sido usted muy divertido.

SEÑORA MARTIN.- Gracias a usted hemos pasado un verdadero cuarto de hora cartesiano.

BOMBERO.- (Se dirige a la salida, luego se detiene). A propósito, ¿y la cantante calva? (silencio

general. Bochorno).

SEÑORA SMITH.- Se peina siempre del mismo modo.

BOMBERO.- ¡Ah, entonces, adiós, señores, damas!

SEÑOR MARTIN.- Buena suerte y buen fuego. (Se va. Todos lo acompañan hasta la puerta y

vuelven a sus lugares).

SEÑORA MARTIN.- Yo puedo comprar una navaja de bolsillo para mi hermano, pero usted no

puede comprar a Irlanda para su abuelo.

SEÑOR SMITH.- uno camina con los pies, pero se calienta con electricidad o con carbón.

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Page 248: Teatro breve

SEÑOR MARTIN.- El que vende hoy un buey, mañana tendrá un huevo.

SEÑORA SMITH.- En la vida, es preciso mirar por la ventana.

SEÑORA MARTIN.- Uno puede sentarse en la silla, mientras que la silla no tiene.

SEÑOR SMITH.- Es necesario siempre pensar en todo.

SEÑOR MARTIN.- El techo está arriba, el piso abajo.

SEÑORA SMITH.- Cuando digo sí, es un modo de hablar…

SEÑORA MARTIN.- A cada cual su destino.

SEÑOR SMITH.- Tomad un círculo, acariciadlo, se volverá vicioso.

SEÑORA SMITH.- El maestro de escuela enseña a leer a los niños, pero la gata amamanta a sus

pequeños cuando son pequeños.

SEÑORA MARTIN.- En tanto que la vaca nos da sus colas.

SEÑOR SMITH.- Cuando estoy en el campo, me gusta la soledad y la calma.

SEÑOR MARTIN.- Todavía no es usted bastante viejo para eso.

SEÑORA SMITH.- Benjamín Franklin tenía razón: usted es menos tranquilo que él.

SEÑORA MARTIN.- ¿Cuáles son los siete días de la semana?

SEÑOR SMITH.- Monday, Tuesday, Wednesday, Thursday, Friday, Saturday, Sunday.

SEÑOR MARTIN.- Edward is a clerk; his sister Nancy is a typist, and his brother William a shop-

assistant.

SEÑORA SMITH.- ¡Vaya familia!

SEÑOR MARTIN.- Yo prefiero un pájaro en un campo que un calcetín en un…

SEÑOR SMITH.- Mejor un filete en un chalet, que leche en un palacio.

SEÑOR MARTIN.- Yo no sé bastante de español para hacerme entender.

SEÑORA MARTIN.- Te daré las pantuflas de mi suegra si me das el ataúd de tu marido.

SEÑOR SMITH.- Busco un padre monofisita para casarlo con nuestra criada.

SEÑOR MARTIN.- El pan es un árbol mientras que el pan es también un árbol, y del encino nace

un encinito todas las mañanas al alba.

SEÑORA SMITH.- Mi tío vive en el campo, pero eso no le concierne a la partera.

SEÑOR MARTIN.- Es papel es para escribir, el gato para la rata. El queso para garabatear.

SEÑORA SMITH.- El automóvil va muy aprisa, pero la cocinera prepara mejor los platos.

SEÑOR SMITH.- No sean guajolotes, mejor besen al conspirador.

SEÑOR MARTIN.- Charity begins at home.

SEÑORA SMITH.- Yo aguardo a que el acueducto venga a verme a mi Molino.

SEÑOR MARTIN.- Se puede probar que el progreso social es mejor con azúcar.

SEÑOR SMITH.- ¡Abajo la boleada! (Todos callan estupefactos. Se nota cierto enervamiento. Los

golpes del reloj son más nerviosos. Las réplicas que siguen deben decirse primero con un tono

glacial, hostil. La hostilidad y el enervamiento irán en aumento. Al final de la escena, los cuatro

personajes deberán hallarse de pie, muy cerca unos de otros, gritando sus líneas, levantando los

puños y a punto de echarse mutuamente encima).

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Page 249: Teatro breve

SEÑOR MARTIN.- No se saca brillo a los lentes con grasa negra.

SEÑORA SMITH.- Sí, pero con dinero se puede comprar lo que se quiera.

SEÑOR MARTIN.- Me gusta más matar un conejo que cantar en el jardín.

SEÑOR SMITH.- Cacatúas, cacatúas, cacatúas, cacatúas, cacatúas, cacatúas, cacatúas,

cacatúas, cacatúas, cacatúas..

SEÑORA SMITH.- ¡Qué cagada, qué cagada, qué cagada, qué cagada, qué cagada, qué cagada,

qué cagada, qué cagada, qué cagada, qué cagada!

SEÑOR MARTIN.- ¡Qué cascada de cagadas, qué cascada de cagadas, qué cascada de cagadas,

qué cascada de cagadas, qué cascada de cagadas, qué cascada de cagadas, qué cascada de

cagadas, qué cascada de cagadas, qué cascada de cagadas, qué cascada de cagadas!

SEÑOR SMITH.- Los perros tienen pulgas, los perros tienen pulgas.

SEÑORA MARTIN.- ¡Cactus, cóccix, carnudos, cochinos!

SEÑORA SMITH.- Cagador, tú nos encacas.

SEÑOR MARTIN.- Prefiero poner un huevo que robar un buey.

SEÑORA MARTIN.- (Abriendo la boca). ¡Ah, oh! ¡Ah, oh! Déjenme rechinar los dientes.

SEÑOR SMITH.- ¡Caimán!

SEÑOR MARTIN.- ¡Vamos a abofetear a Ulises!

SEÑOR SMITH.- Yo me voy a habitar mi Cagna en mis cacaoteros.

SEÑORA MARTIN.- Los cacaoteros de las cacaoteras no dan cacahuates, dan cacao. Los

cacaoteros de las cacaoteras no dan cacahuates, dan cacao. Los cacaoteros de las cacaoteras no

dan cacahuates, dan cacao.

SEÑORA SMITH.- Los ratones tienen cejas, las cejas no tienen ratones.

SEÑORA MARTIN.- ¡No toques mi babucha!

SEÑOR MARTIN.- No bullas la babucha.

SEÑOR SMITH.- Toca la mosca, no mosques la toca.

Señora martin.- La mosca tasca.

SEÑORA SMITH.- Mosca tu bosca.

SEÑOR MARTIN.- Mosca el cazamosca, mosca el cazamosca.

SEÑOR SMITH.- ¡Escamocheador, escamocheado!

SEÑORA SMITH.- ¡Santa Nitucha!

SEÑOR MARTIN.- ¡Hinchas la hucha1

SEÑOR SMITH.- ¡Eso me embucha1

SEÑORA MARTIN.- Santa Nitucha, toca mi cartucho.

SEÑORA SMITH.- ¡No lo toques, está roto!

SEÑOR MARTIN.- ¡Sully!

SEÑOR SMITH.- ¡Prudhomme!

SEÑORA SMITH y SEÑOR MARTIN.- ¡Francois!

SEÑORA MARTIN y SEÑOR SMITH.- ¡Prudhomme francois!

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Page 250: Teatro breve

SEÑORA MARTIN.- ¡Glugluteadores, glugluteadoras!

SEÑOR MARTIN.- ¡Marieta, culo de marmita!

SEÑORA SMITH.- ¡Krishnamurti, Krishnamurti, Krishnamurti!

SEÑOR MARTIN.- ¡El papa derrapa! ¡El papa no tiene sopapo, el sopapo tiene un papa!

SEÑORA MARTIN.- ¡Balzac, Balzac, Bazaine!

SEÑOR MARTIN.- ¡Bizarro, bellas Artes, besos!

SEÑOR SMITH.- ¿a, e, i, o, u, a, e, i, o, u, a, e, i, o, u, i?

SEÑORA MARTIN. - ¡b, c, d, f, g, l, m, n, p, r, s, t, v, w, x, z!

SEÑOR MARTIN.- ¡Del codo al pecho, del pecho al codo!

SEÑORA SMITH.- (Imitando al tren). Teuff, teuff, teuff, teuff, teuff, teuff, teuff, teuff, teuff, teuff, teuff,

teuff.

SEÑOR SMITH.- ¡No es!

SEÑORA MARTIN.- Por

SEÑOR MARTIN.- a-

SEÑORA SMITH.- llá.

SEÑÓR SMITH.- Es

SEÑORA MARTIN.- por

SEÑOR MARTIN.- a-

SEÑORA SMITH.- quí. (Todos juntos, en el colmo del furor, aúllan al oído de los otros. Se extingue

la luz. En la oscuridad se oye en ritmo cada vez más rápido).

TODOS.- No es por allá, es por aquí, no es por allá, es por aquí, no es por allá, es por aquí, no es

por allá, es por aquí, no es por allá, es por aquí, no es por allá, es por aquí. (Las palabras cesan

bruscamente. Luz. Los Martin están sentados como los Smith al principio de la pieza. Ahora los

Martin dicen las réplicas de los Smith mientras cae lentamente el telón).

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Page 251: Teatro breve

En alta mar

Un acto

Slawomir Mrozek

PERSONAJES

El náufrago gordo

El náufrago mediano

El náufrago delgado

El cartero

El lacayo

La acción transcurre en un solo acto sin cambio de escenografía. El escenario representa una

balsa en alta mar. Los tres náufragos llevan elegantes trajes negros, camisas blancas, corbatas

correctamente anudadas. De los bolsillos de los sacos asoman pañuelos blancos. Los náufragos

están sentados en tres sillas. Sobre la balsa hay un baúl grande.

EL GORDO.- Tengo hambre.

EL MEDIANO.- comería algo gustosamente.

EL DELGADO.- ¿Se terminaron las provisiones?

EL GORDO.- Las provisiones están completamente agotadas. No queda absolutamente nada.

EL DELGADO.- Pensé que aún quedaba u poco de ternera con arvejas.

EL GORDO.- No quedó nada.

EL MEDIANO.- ¡Comer!

EL DELGADO.- Yo también podría comer algo.

EL GORDO.- ¿alfo? Sean realistas, señores, digan mejor…

EL MEDIANO.- Me da lo mismo.

EL DELGADO.- Usted mismo dijo que las provisiones estaban agotadas. Entonces ¿qué quiso

decir?

EL GORDO.- Tenemos que comer, pero no algo, sino alguien.

EL MEDIANO.- (Mira a la derecha, a la izquierda y detrás suyo). No veo a nadie…

EL DELGADO.- Yo tampoco veo a nadie, salvo… (Se interrumpe de golpe. Pausa).

EL GORDO.- Tenemos que comernos a uno de nosotros.

EL MEDIANO.- Comamos a uno.

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Page 252: Teatro breve

EL DELGADO.- (Aprueba rápidamente). Si, si, comamos a uno.

EL GORDO.- Señores, al fin de cuentas no somos chicos. Me permito advertirles que no podemos

gritar todos juntos “comamos”. En esta situación uno de nosotros tiene que decir: “Por favor,

señores, sírvanse”.

EL MEDIANO.- ¿Quién?

EL DELGADO.- ¿Quién?

EL GORDO.- Eso es precisamente lo que quise preguntarles. (Silencio incómodo). Apelo a vuestro

espíritu de camaradería, a vuestra buena educación.

EL MEDIANO.- (Señala de repente algo que surca el aire como si le interesara muy

especialmente). ¡Una gaviota, una gaviota!

EL DELGADO.- Quizás no sea muy correcto lo que voy a decir, pero debo confesar que soy

terriblemente egoísta. Ya en la escuela primara comía solo mi merienda.

EL GORDO.- Eso no está nada bien… pero si no hay remedio deberemos sortear.

EL MEDIANO.- ¡Excelente!

EL DELGADO.- Es la mejor solución.

EL GORDO.- El sorteo se realizará según el siguiente sistema. Uno de ustedes dice un número

cualquiera. Luego el siguiente dirá otro número. Después yo también digo un número y si la suma

de los tres resuelta impar estos significa que yo seré comido. En cambio, si la suma llega a dar un

número par, será comido uno de ustedes.

EL MADIANO.- No, en realidad yo soy enemigo de los juegos de azar.

EL DELGADO.- Pero usted podría equivocarse…

EL GORDO.- No confían en mí. ¡Qué lástima!

EL MEDIANO.- Busquemos otra salida, al fin de cuentas somos gente civilizada. El sorteo es un

resabio de tiempos superados.

EL DELGADO.- una superstición vulgar.

EL GORDO.- Bueno ¡entonces convoquemos a elecciones libres!

EL MEDIANO.- No es mala idea (Al Gordo). Si a usted le parece nosotros dos podemos formar una

unión electoral, un bloque. Esto simplificaría la cosa.

EL DELGADO.- El parlamentarismo pasó de moda.

EL GORDO.- Pero no existe otro camino. ¿O quiere usted una dictadura? Eventualmente yo

aceptaría el poder.

EL DELGADO.- ¡No, no, abajo la tiranía!

EL GORDO.- ¡Entonces elecciones libres!

EL MEDIANO.- Con voto secreto.

EL DELGADO.- ¡Pero sin alianzas electorales! Cada uno se propone como candidato

independiente.

EL GORDO.- (Se levanta y saca una galera del baúl). Aquí hay un sombrero. Las tarjetas con el

nombre del candidato se depositarán aquí.

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Page 253: Teatro breve

EL DELGADO.- No tengo nada para escribir.

EL MEDIANO.- Le ayudaremos con mucho gusto.

EL GORDO.- (Sacando una lapicera del bolsillo). ¡Sírvase!

EL MEDIANO.- (Se frota las manos). ¡A las urnas! ¡A las urnas!

EL DELGADO.- ¡Un momento! Si organizamos elecciones libres como gente moderna, no

podemos pasar por alto la etapa previa de la campaña electoral. En todo el mundo civilizado esta

etapa precede al acto de votar.

EL GORDO.- si usted quiere…

EL MEDIANO.- ¡empecemos con la propaganda, pero rápido!

EL GORDO.- (Se levanta, pone su silla en el centro de la balsa). Declaro abierto el acto. ¿Quién

sube primero a la tribuna?

EL MEDIANO.- (Al Delgado). ¿Quiere usted?

EL DELGADO.- Prefiero hablar después… nunca fui buen orador.

EL GORDO.- Pero usted es el promotor del proyecto.

EL MEDIANO.- ¡Sí! Usted hizo que las masas creyesen en estas reuniones políticas. Entonces le

toca empezar.

EL DELGADO.- Si ustedes insisten… (Sube a la silla que sirve de tribuna. Los otros dos náufragos

se paran frente a él. El Gordo saca del bolsillo un cartel de tela sostenido por dos palitos y entrega

uno al Mediano. Lo despliegan por encima de sus cabezas. Se lee la inscripción: “Queremos

Comer”). Eh… señores.

EL MEDIANO.- (Lo interrumpe). Somos gente sencilla. No queremos zalamerías.

EL GORDO.- ¡Bien! ¡Abajo las palabras almibaradas!... Queremos la verdad desnuda.

EL DELGADO.- Colegas, nos hemos reunido aquí...

EL MEDIANO.- ¡Al grano!

EL GORDO.- Queremos comenzar la faena.

EL DELGADO.- Nos hemos reunido aquí para buscarle solución al palpitante problema del

abastecimiento. Colegas, yo no debiera ser considerado como candidato. Tengo mujer e hijos.

Todas las tardes a la hora del crepúsculo acostumbraba hamacar a mis chicos en el jardín mientras

mi mujer sentada a mi lado tejía hasta que el sol ocultaba sus últimos rayos. Estimados colegas,

evoquen esta imagen tierna y pacífica y díganme si no se sienten conmovidos.

EL MEDIANO.- Estos argumentos no vale. Cuando se trata del bien común hay que acallar los

sentimientos. Los chicos pueden hamacarse solos.

EL GORDO.- ¡Incluso mejor!

EL MEDIANO.- ¡Sí! ¡Al jardín de infantes con ellos! Allí hay calesitas y hamacas. No, los chicos…

no son argumentos.

EL DELGADO.- Pero ¡colegas! Yo siempre tuve proyectos sublimes. Admito que quizás no haya

hecho todo lo necesario para realizarlos. Que no he alcanzado lo que soñaba. Pero siento que aún

no es demasiado tarde. Aún puedo mejorar. Prometo, pues, solemnemente, no descuidarme, no

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Page 254: Teatro breve

desfallecer en los esfuerzos para alcanzar mi meta. Admito haber dado algunos pasos en falso. No

tuve suficiente fe en mí mismo. Después aparecieron la pereza y la resignación pero aún puedo

repararlo. Lo juro, ¡todo será reparado! Voy a entrenar mi voluntad, voy a templar mi carácter, voy a

adquirir conocimientos para alcanzar todo aquello que todavía tengo por delante. Aún llegaré a

hacer carrera.

EL MEDIANO.- ¡Más fuerte!

EL DELGADO.- Aún haré carrera.

EL GORDO.- Eso es subjetivismo.

EL MEDIANO.- ¡Queremos comer!

EL GORDO.- ¡Todos juntos! ¡Tres, cuatro!

EL GORDO y EL MEDIANO.- (En coro). ¡Que-re-mos co-mer! ¡Que-re-mos co-mer!

EL DELGADO.- (Al borde del colapso, casi llorando). Sin embargo, yo no se los recomiendo,

decididamente. (Baja de la tribuna).

EL MEDIANO.- (Le pasa el cartel y sube a la tribuna). Comensales. (El Gordo aplaude, el Delgado

se une vacilante a los aplausos). Yo no soy un intelectual y no me gusta el palabrerío. Pero cuando

se trata de dar una mano se puede contar conmigo. Siempre sentí vocación por el arte culinario y

eso que no me importa la comida. Soy un hombre modesto, sin mayores pretensiones y, para decir

la verdad, no me gusta comer. No soy nada exigente. Y, sobre todo, como muy poco, poquísimo.

Pero ¡qué digo! En realidad no como nada. Hace unos años solía comer un bocado cada dos o tres

días. Pero después renuncié, dejé de comer totalmente. Tengo, sin embargo, verdadera pasión por

la preparación de platos exquisitos. Y no hay cosa más grata para el buen cocinero, una vez

terminado el trabajo, que ver cómo los demás comen y cómo paladean la comida. Es la única

retribución que deseo. Quiero precisar que mi especialidad son los platos de carne. Mis salsas

tienen fama mundial. Eso es todo. (El Gordo aplaude, el Delgado parece apático y no reacciona. El

Mediano baja de la silla dejando el lugar al Gordo. Éste sube a la tribuna).

EL MEDIANO.- ¡¡Viva!! (Se interrumpe cuando el Gordo apoya la mano en la cadera y mira a su

alrededor como si estuviera rodeado por una gran muchedumbre).

EL GORDO.- (Levanta la mano para el saludo). ¡Hambrientos, os saludo!

EL MEDIANO.- ¡Viva! ¡Que viva! ¡Viva! ¡Heil!

EL GORDO.- (Le hace callar con un gesto de su mano). Seré breve, como conviene a un soldado.

En primer lugar no quisiera influir en ustedes. Deben decidir solos. Estoy a sus órdenes y vuestra

voluntad es sagrada para mí. Yo como lo que se me ofrece. Segundo: hablemos sin vueltas. Soy

indigesto. Toda mi vida he sido duro. Además tengo dos costillas de hierro. He sido operado de un

riñón y quiero advertirles que una de mis piernas es más corta que la otra. Asimismo, debo

mencionar de paso que posiblemente tengo triquinosis. Tercero: No me gusta hacer demagogia.

Quiero las cosas claras. Si no soy elegido, cedo voluntariamente a mi colega el jamón y los

riñones. En realidad a mí me basta con la lengua, pero al que pretendiera comerla le declaro sin

rodeos: no renunciaré a la lengua.

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Page 255: Teatro breve

EL MEDIANO.- ¡Bravo! ¡Bravo! ¡Lo que el líder mande!

EL GORDO.- Eso sería todo. No me gustan las peroratas y no confío en los intelectuales y

afeminados. Y ahora. ¡Adelante!

EL MEDIANO.- ¡Viva! ¡Bravo, bravo! ¡Viva, viva, viva! (El Gordo baja de la tribuna, los otros

enrollan el cartel).

EL GORDO.- (Al Delgado). ¿Está contento ahora?

EL DELGADO.- Usted se ha superado. Solo… sabe… en realidad yo no puedo comer riñones…

simplemente no me caen bien… si a usted no le importa preferiría…

EL MEDIANO.- (Se cuadra ante el Gordo). ¡Permítame que lo felicite! Su discurso me ha

conmovido profundamente y en lo que se refiere a la lengua estoy completamente de acuerdo con

usted.

EL GORDO.- Bueno, ¡a votar! Ya hemos cumplido con la campaña electoral. (Pone la galera en el

centro de la balsa. Se separan en tres direcciones distintas y escriben dándose las espaldas, sobre

sus tarjetitas. El Gordo y el Mediano se dan la vuelta para mirar al Delgado. El gordo se acerca a él

y trata de mirar por encima de su hombro. El Delgado se da cuenta a tiempo y cubre el papel con

la mano. Luego devuelve la lapicera al Gordo).

EL DELGADO.- ¡Muchísimas gracias!

EL GORDO.- ¡Ha sido un placer! Si quiere corregir algo, estoy a su disposición. (El Gordo va a la

otra punta de la balsa. Ahora escriben él y el Mediano. El Delgado sigue dándoles la espalda y

mira el mar. Luego los tres se dan vuelta a la vez. Se acercan al centro de la balsa y arrojan las

tarjetas dentro de la galera). Bueno, ahora hagamos el recuento de votos.

EL MEDIANO.- ¡Estoy ansioso! Estas elecciones me abrieron el apetito.

EL DELGADO.- Podría ser un poco más discreto. (El Gordo mete la mano en la galera, levanta la

mirada y la fija largamente en el Delgado). ¡Pasa algo!

EL MEDIANO.- ¿Cuál es el resultado?

EL GORDO.- Señores, tenemos que anular las elecciones.

EL MEDIANO.- ¿Cómo? Tengo hambre.

EL DELGADO.- ¿Usted quiere sabotear estas elecciones libres y democráticas?

EL GORDO.- Hay cuatro tarjetas en la galera. Cuatro. (El Gordo y El Mediano miran fijamente al

Delgado).

EL DELGADO.- Es lo que yo dije: el parlamento ya pasó de moda.

EL MEDIANO.- ¿Qué haremos ahora?

EL GORDO.- Una típica crisis de gobierno. Quizás habría que nombrar sencillamente un candidato.

EL DELGADO.- Pero, ¿quién lo propone?

EL GORDO.- Estoy dispuesto a asumir la responsabilidad.

EL DELGADO.- ¡Estupendo! Eso es lo que iba a proponer… ¡No, no, ni pensarlo!

EL MEDIANO.- ¡Qué dilema! Con la democracia no vamos a ninguna parte, la dictadura encuentra

resistencias. Pero, tenemos que salir del paso.

255

Page 256: Teatro breve

EL GORDO.- en estos casos sólo una personalidad dispuesta al riesgo y al sacrificio puede salvar

la situación. La historia nos enseña que siempre han sido voluntarios los que encontraron la salida

cuando fallaban los métodos convencionales. (Se prepara para decir un discurso). Querido y

estimado colega…

EL DELGADO.- No, no, le advierto que no escucho.

EL MEDIANO.- ¡Atención!

EL GORDO.- ¡Distinguido y muy apreciado amigo! Todos sabemos que a la larga no pueden

ocultarse las cualidades de abnegación, amor al prójimo y camaradería. Desde el primer momento

advertimos, mi colega y yo, que había algo en usted que lo diferenciaba de nosotros, y este algo es

justamente la generosidad congénita, el anhelo irresistible de servir al bienestar general, la buena

voluntad… ¿No es cierto, estimado colega?

EL MEDIANO.- (Solícito). En mi vida he visto un hombre mejor.

EL GORDO.- Nos sentimos felices de que la comunidad esté finalmente en condiciones de tener

una oportunidad de poder satisfacer su anhelo más íntimo y sus secretas esperanzas. Su deseo

más ferviente es dejar en nuestra memoria el recuerdo de una personalidad estimada, querida,

sabrosa…

EL DELGADO.- No quiero.

EL MEDIANO.- Cómo, ¿usted no quiere ser voluntario?

EL DELGADO.- ¡No!

EL GORDO.- ¡Usted traiciona a la comunidad, se burla de la confianza de sus compañeros! ¿No

quiere?

EL DELGADO.- ¡No!

EL MEDIANO.- ¡Abominable!

EL GORDO.- ¿Rechaza definitivamente nuestro ofrecimiento?

EL DELGADO.- ¡Categóricamente! No siento vocación por la grandeza.

EL MEDIANO.- ¡Yo no le dirijo la palabra! Lo creía un hombre honesto, un patriota de nuestra balsa

y ahora se revela como un bribón. Adiós. (Va hasta el borde de la balsa y da la espalda al

Delgado).

EL GORDO.- Nos ha decepcionado. El honor no significa nada para usted. Pero quizás nos pueda

sugerir otra salida. Estamos dispuestos a escuchar.

EL DELGADO.- (Dándose ánimos). ¿Una salida? ¡Muy bien! Desde chico mi mayor aspiración ha

sido siempre la justicia. ¡Quiero justicia, nada más!

EL GORDO.- Me asombra.

EL DELGADO.- ¿Por qué?

EL GORDO.- ¿Qué seguridad tiene que la justicia no se vuelva en su contra , quiero decir, que se

pronuncie a favor suyo y lo designe candidato?

EL DELGADO.- ¡Es muy sencillo!

Desde chico fui muy desgraciado. Todo me salía mal, todo conspiraba contra mí, de donde…

256

Page 257: Teatro breve

EL GORDO.- De donde usted infiere que la justicia ahora debería compensarlo por su desgracia

anterior.

EL DELGADO.- Sí.

EL GORDO.- Llama la atención que aquellos que siempre buscan pleitos sean los primeros en

quejarse por falta de una justicia universal. Con este criterio sólo quieren ocultar su propia

incapacidad.

EL DELGADO.- ¡Yo insisto! Estoy de acuerdo con la condición de que se proceda con justicia.

EL GORDO.- ¿Es decir, con la condición que no se lo coman a usted?

EL DELGADO.- Esto es una imputación… Yo quiero justicia, nada más.

EL GORDO.- Sentémonos señores. Es un problema difícil, pero tiene solución.

EL MEDIANO.- Yo, con éste, no hablo más. (Todos ocupan los mismos lugares que en el

comienzo).

EL GORDO.- (Al Mediano). Estimado colega, ¿usted tiene madre?

EL MEDIANO.- (Vacilando). ¿Cómo decirlo? … ¿Y usted jefe?

EL GORDO.- (Levanta los ojos al cielo). Desgraciadamente, he sido huérfano desde el comienzo.

¡Mis pobres padres!

EL MEDIANO.- (Rápido). Es justamente lo que quería decir. En realidad nunca tuve padres.

EL GORDO.- (al Delgado). ¿Y usted?

EL DELGADO.- Yo tengo una mamita que en este momento llora por mí en su soledad. ¡Pobre

mamá!

EL GORDO.- Me parece que desde el punto de vista de la justicia el asunto está claro. ¿Podría

usted, a conciencia, poner las manos sobre huérfanos de padre y madre? Hasta los salvajes

consideraban la orfandad como la peor de las injusticias. ¡No, querido señor! Sí se comiera a uno

de nosotros, huérfanos, sería burlarse de la justicia, de la justicia más elemental. No es suficiente

con ser huérfanos, ¡además debemos ser comidos!

EL DELGADO.- (Estupefacto). Pero…

EL GORDO.- Estimado señor, está clarísimo. Usted tiene una mamita, es decir, siempre le fue

mejor en la vida. ¿No le parece que sería el momento de pagar la deuda moral que tiene para con

los huérfanos, con todos aquellos que no supieron nunca qué era la ternura materna, el calor del

hogar, los placeres del bienestar? Y eso que en momentos en que, según sus propias palabras, su

mamita está llorando por usted.

EL DELGADO.- (Buscando argumentos desesperadamente). Pero, ¿y si mi mamá ya hubiera

muerto? Últimamente no se sentía bien y hace tanto tiempo que no he ido a mi casa…

EL GORDO.- Habla como un niño. ¿Qué pruebas tendríamos para admitirlo? No existe una prueba

ni por asomo.

EL MEDIANO.- ¡Justamente!

EL DELGADO.- No hay límites para la fantasía del artista y el juego de la imaginación. Su señora

mamá seguramente goza de perfecta salud. Dios le de larga vida. Nuestros padres en cambio…

257

Page 258: Teatro breve

(Al Mediano). ¿Recuerda las largas tardes de otoño cuando en la más tierna infancia seguíamos

descalzos a los transeúntes para venderles fósforos?

EL MEDIANO.- (Cubriéndose los ojos con la mano). ¡No me lo haga recordar! Más vale dejar esas

tristes experiencias sumidas en la penumbra del pasado.

EL GORDO.- ¿Recuerda usted aquel pariente lejano, el gobernador? ¿Ese avaro que nos quitaba

a nosotros, los mendigos, el último pedacito de tocino para ponerlo como cebo en la ratonera?

EL MEDIANO.- (Gimiendo). ¡Oh, los espectros del pasado!

EL GORDO.- (Levanta los brazos ante el Delgado como si quisiera decir: “Usted ve, no hay nada

qué hacer”).

EL DELGADO.- Disculpe, me parece que oigo una voz que viene del mar. (Escucha).

EL GORDO.- Se aparta del tema. Aparentemente la miseria humana no despierta ningún

sentimiento en usted. ¡Oh, estos niños mimados, criados en el egoísmo! (Se oye débilmente una

voz).

EL MEDIANO.- (Acusador). ¡Él tenía una pelota cuando era chico!

El gordo.- Una pelota y un oso de felpa. (Se oye con más claridad la voz).

VOZ.- ¡Socorro! S.O.S.

EL DELGADO.- ¡Pero de veras! (Ahora se escucha con más claridad).

VOZ.- ¡Socooorrrooo!

EL GORDO.- Efectivamente, alguien se acerca nadando… La mala suerte siempre persigue a los

huérfanos.

EL MEDIANO.- (Se levanta y mira al mar). Jefe ¿y si fuera alguien con víveres? Parece que nada

con un solo brazo y que en el otro lleva algo. (El Gordo y el Delgado se levantan y se acercan al

Mediano, que está cerca del borde de la balsa).

EL DELGADO.- ¡Nada es imposible! ¡Podría suceder que un campesino que va con su lechón al

mercado se caiga al agua! Nadando con sus últimas fuerzas, estrecha con un brazo el lechón, su

única fortuna.

EL GORDO.- Cada vez se lo ve con mayor claridad.

EL MEDIANO.- Es alguien de uniforme. Esta gente suele comer en la cantina.

VOZ.- (Muy cerca). ¡Socorro! (Del mar sale un cartero en uniforme completo, con gorra y una gran

cartera de cuero. El Mediano lo ayuda a subir as la balsa).

EL CARTERO.- ¡Muchas gracias!

EL GORDO.- ¿No tiene nada para comer?

CARTERO.- Nada en absoluto. A mí también me gustaría merendar. Todavía no había

desayunado cuando fui arrastrado por la corriente (Reconociendo al Delgado). ¡Ah, es usted! Qué

extraña coincidencia.

EL GORDO.- (Desconfiado). ¿Los señores se conocen?

CARTERO.- ¡Por supuesto! Hace nueve años que le llevo cartas a este señor. No sabía que

estaba en alta mar. ¡Una casualidad increíble! Tengo un telegrama para usted.

258

Page 259: Teatro breve

EL DELGADO.- ¿Un telegrama para mí?

CARTERO.- Justamente iba a entregárselo a su casa junto al mar cuando me arrastró la ola.

Gracias a Dios no soy mal nadador. (Busca en su cartera). ¡Aquí está!

EL DELGADO.- (Se apresta a leer el telegrama). Permítanme un instante.

EL GORDO.- (Muy desconfiado al Cartero). ¿Es auténtico ese uniforme?

CARTERO.- Auténtico, aunque un poco mojado. Usted sabe, cuando uno cae al agua…

EL DELGADO.- ¡¡¡Viva!!

EL GORDO.- ¿Qué pasa?

EL DELGADO.- (Dominándose). Acabo de recibir un duro golpe del destino. Mi madre no vive más.

EL MEDIANO.- ¡Justo ahora!

EL DELGADO.- En este sentido me permito hacerles notar que ahora yo también soy huérfano.

Tenemos que retomar el hilo de nuestras conversaciones y volver a plantear el problema de quién

de nosotros está en condiciones de ser comido.

EL GORDO.- Protesto. ¡Esto es un fraude! Seguro que usted se ha confabulado con el cartero.

CARTERO.- (Solemne). Señor, está insultando a un funcionario público.

EL GORDO.- ¿cuánto le pagó? Quizás eran amigos desde la infancia.

EL DELGADO.- Sus acusaciones carecen de fundamento. Pregúntele al cartero si yo me cité con

él.

EL GORDO.- Excelente. Preguntémosle. Si confiesa, usted será comido sin apelación. Si se niega

comeremos al Cartero.

CARTERO.- ¿qué significa esto? Apenas llego y ya me quieren comer… ¡es increíble!

EL GORDO.- Justamente. Usted es el más apropiado. Todavía está fresco.

EL MEDIANO.- Jefe, mejor comamos a los dos Cartero a la provenzal. Con uno hacemos el plato

fuerte y con el otro matahambre y postre. Una parte se podría poner en salmuera y así se

conservará para más tarde. O si no con uno hacemos el relleno del otro. Una exquisitez.

EL DELGADO.- (Esperanzado). Puede que el señor Cartero no sea huérfano de padre y madre

como nosotros, abandonados y sin domicilio… podríamos preguntarle.

EL GORDO.- (Reflexiona sobre el menú). Tal vez el segundo se podría prensar para obtener algún

vino. Pero, me pregunto, ¿qué clase de Borgoña se podría sacar de un Cartero?

CARTERO.- (Asiente con vivacidad). Usted tiene toda la razón. Como Borgoña no podría satisfacer

la más modesta exigencia; como Cartero, en cambio, soy de primera calidad.

EL MEDIANO.- Un auténtico “vin du Postillón” no es despreciable.

EL DELGADO.- (Al Cartero). Si declara en falso y afirma que nosotros nos habíamos citado, me

quejaré a la Dirección de Correos.

CARTERO.- No debe preocuparse, mi conducta durante treinta años de servicio ha sido siempre

impecable.

EL GORDO.- ¡No perdamos más el tiempo! ¿Ha hecho usted un arreglo con este señor? ¡sí o no!

Si usted afirma que la noticia sobre la muerte de su mamá era fraguada, recibirá los riñoncitos y

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Page 260: Teatro breve

quizá también parte del jamón. Si la noticia en cambio responde a los hechos, nosotros tres,

huérfanos, lo comeremos en su calidad de Cartero. El correo es una institución para todos los

ciudadanos y como tal tiene que servirlos.

EL DELGADO.- Le suplico, ¡manténgase firme!

CARTERO.- ¡No tenga miedo! Soy un Cartero de buena cepa y a mí no me corrompen con

riñoncitos.

EL GORDO.- Podríamos también ofrecerle una rodillita. Pero nada más. Ni con la mejor voluntad

del mundo.

EL CARTERO.- ¡No! (Muestra su insignia). ¿Ve estas dos cornetas cruzadas? Nada vale tanto

para mí como el honor de estas dos cornetas. Hasta la vista, señores. (Se tira al agua).

EL DELGADO.- ¡No, no! ¡Quédese un poco! ¡Explíquele al menos que soy inocente! ¡No nos

abandone! (Agita el telegrama). Pero los estimados colegas habrán podido convencerse ahora que

desde el punto de vista de la justicia estamos en la misma situación. Todos somos huérfanos.

EL GORDO.- (Indiferente al Mediano). Ponga la mesa, por favor. Encontrará todo lo necesario en

el baúl.

EL DELGADO.- (Retrocediendo). ¿Cómo? ¿Huérfanos a un huérfano?

EL GORDO.- ¡No olvide que existe además otra justicia, la histórica!

EL DELGADO.- ¿Cómo debo interpretarlo?

EL MEDIANO.- (Mientras tanto ha abierto el baúl). Jefe, ¿necesitaremos también el colador?

EL GORDO.- que todos hayamos perdido a nuestros padres de ninguna manera significa que

estemos en un mismo plano. ¡Examinemos ahora el problema! ¿Quiénes eran nuestros padres?

EL DELGADO.- ¡Por Dios! ¡Sencillamente padres!

EL GORDO.- ¡Ah, ah! ¿Qué era su padre?

EL MEDIANO.- ¿Y el molde para pasteles?

EL DELGADO.- ¿Mi padre? Empleado de oficina. ¿Por qué?

CARTERO.- (Surgiendo del mar y sujetándose en el borde de la balsa). Disculpe, el recibo, por

favor. Con todas estas charlas sobre la comida del hombre por el hombre olvidé lo más importante.

EL DELGADO.- ¿Dónde tengo que firmar?

CARTERO.- ¡Aquí, por favor! (El Delgado firma el recibo). Tuve que volver a nadar un buen trecho.

¡Hasta siempre! (Se aleja nadando).

EL GORDO.- Así que su padre era empleado de oficina. Lo imaginé. ¿Y usted sabe lo que fue mi

padre?

EL DELGADO.- ¡No!

EL GORDO.- Un simple leñador analfabeto. Aquí, mi camarada ni siquiera tuvo padre. Su mamá lo

parió de pena por su indecible miseria. ¡Sí, señor! Su padre llenaba formularios al servicio de la

aristocracia, sentado cómodamente en una oficina limpia y caliente. Mi papá, en cambio, cortaba

los pinos destinados ala producción de papel para que su padre tuviera donde escribir las

notificación de embargo que le llevaban a la pobre madre de mi colega, quien ni siquiera tuvo

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Page 261: Teatro breve

padre. ¿No tiene vergüenza? (El Mediano toma del baúl distintos enseres de cocina y los dispone

sobre la balsa. Saca una picadora de carne y la prueba dándole varias vueltas a la manija).

EL DELGADO.- (Resignado a argumentar en la forma que el Gordo le impuso). Pero con todo esto

yo no tengo nada que ver.

EL GORDO.- Justamente por eso denominamos a la justicia que nos ordena comerlo ahora,

justicia histórica.

VOZ.- ¡Señor conde, señor conde!

EL GORDO.- ¿Qué pasa ahora? (Sobre el borde de la balsa aparece la cabeza de un viejo lacayo

con patillas grises).

EL LACAYO.- ¡Señor conde, qué suerte, por fin lo encuentro!

EL GORDO.- ¿Qué significa esto?

EL LACAYO.- (Conmovido hasta las lágrimas). ¿El señor conde no me reconoce? Si yo le

enseñado al señor conde a andar sobre un pony cuando el señor conde todavía era el pequeño

señoriíto conde.

EL GORDO.- ¡Fuera!

EL LACAYO.- ¡qué suerte que mis viejos ojos vuelvan a ver al señor conde! En el palacio están

todos preocupados. Cuando recibimos la noticia de que el barco en que viajaba el señor conde

había naufragado, no pude contenerme. Donde quiera que esté el señor conde, ahí quiero también

estar yo; su destino también será el mío. Por eso me tiré al mar y nadé hasta encontrar al señor

conde. ¡Oh! ¡Qué felicidad!

EL GORDO.- ¡Jean, usted suelta la balsa en el acto y se ahoga!

EL LACAYO.- ¡Siempre a sus órdenes, señor conde! ¡Qué suerte, qué suerte! (Desaparece).

EL DELGADO.- ¡Pero no, hombre! ¡No la suelte! ¡Acérquese! Se ahogó.

EL GORDO.- (Como si no hubiera pasado nada). Usted mismo se da cuenta, la justicia histórica…

EL DELGADO.- (Agitado). ¡Sí, me doy cuenta! Vivía usted en un palacio y cabalgaba en un pony.

EL GORDO.- ¿Yo? ¿En un pony? ¡Mi padre no podía permitirse ni un conejo! Por favor, no me

transfiera sus recuerdos de infancia.

EL DELGADO.- ¡Pero es el colmo! ¿Quiere usted decir que yo tuvo un pony?

EL GORDO.- ¡Naturalmente! Si usted mismo acaba de admitirlo.

EL DELGADO.- ¡Pero es inconcebible! Declaro solemnemente que nunca tuve nada que ver con

ningún pony.

EL GORDO.- ¡Y yo menos aún! Para mi pobre padre hasta la palabra “pony” era desconocida.

Como que era un analfabeto.

EL MEDIANO.- (Parado ante los enseres de cocina, escucha atentamente con un sartén en la

mano). Pobre pony, nadie quiere reconocerlo. (Al Delgado). ¿No lo siente por el animal? Le debe

una infancia feliz…

EL DELGADO.- Pero este lacayo…

EL GORDO.- ¿Qué lacayo? (Al Mediano). Querido colega, ¿ha visto usted algún lacayo?

261

Page 262: Teatro breve

EL MEDIANO.- ¿Yo, dónde?

EL GORDO.- Estimado señor, yo no lo puedo tratar como un interlocutor responsable; usted

padece de alucinaciones.

EL MEDIANO.- ¡Pobre loco!

EL GORDO.- Como sujeto irresponsable, debe usted confiar en hombres que saben lo que

quieren. Usted tiene que ser excluido de la sociedad; el mejor camino para ello es que la sociedad

lo consuma. ¡Por favor, querido colega, ponga la mesa!

EL MEDIANO.- ¿Pongo también las cucharillas de té?

EL GORDO.- ¡Por supuesto! Habrá varios platos. (El Mediano pone las cucharillas de té).

EL MEDIANO.- ¿Uno o dos cuchillos por persona?

EL GORDO.- ¡Dos! (El Mediano pone dos cuchillos).

EL MEDIANO.- ¿Servilletas?

EL GORDO.- ¡Por supuesto! Es lo que corresponde. Al fin y al cabo somos hombres civilizados.

(Mientras tanto el delgado retrocede hacia la punta de la balsa, llevándose una silla y poniéndose a

cubierto detrás de una silla. El Mediano despliega un mantel sobre la balsa y pone cubiertos para

los dos con aire profesional. El Gordo ha dejado de observar al Delgado. Sigue la actividad del

Mediano y da, de cuando en cuando, indicaciones para poner una que otra cosa de determinada

manera. El Delgado, detrás de su silla, lo mira intimidado).

EL DELGADO.- (Temeroso). Por favor…

EL GORDO.- (Sin hacerle caso). ¡El cuchillo un poco más a la derecha!

EL DELGADO.- ¡Oiga! ¡Usted!... ¡Estoy envenenado!

EL GORDO.- La compotera, por favor, más al centro.

EL DELGADO.- ¡Palabra de honor! En realidad no pensaba decirlo, pero a pesar de todo

lamentaría por los señores…

EL GORDO.- (Toma un tenedor y lo mira). Hay que repasarlo.

EL DELGADO.- ¡No es que quieras escabullirme! Lo digo sólo como un favor. A mí también me

gusta la buena comida, pero la gula puede perder al hombre. Si no estuviera envenenado no

tendría nada en contra, les aseguro que no. Pero es mi deber advertirles…

EL GORDO.- Podemos empezar.

EL MEDIANO.- ¡Sí, jefe! (Saca del baúl un cuchillo grande y una piedra de afilar; afila el cuchillo.

Los dos accesorios tienen que ser auténticos para que al afilar se produzca el correspondiente

ruido desagradable).

EL DELGADO.- (Retrocede hasta el borde de la balsa). No digo que sea incurable. Si ustedes

esperan un poco seguro que pasará. Me acuesto uno o dos días y estaré desintoxicado. Me

quedaré acá en la punta para no estorbar a los señores. Ni bien me sienta mejor, aviso. No me

quiero escabullir. (El Mediano afila el cuchillo con ritmo. El Gordo mira una vez más los cubiertos,

inclina la cabeza apreciando, va al baúl, saca unas flores y un jarrón, mete las flores en el jarrón y

262

Page 263: Teatro breve

lo pone lúyelo sobre el mantel. Se aleja unos pasos y examina el efecto con los ojos cerrados. Está

contento).

EL DELGADO.- (Cada vez menos seguro). En realidad no tardaré siquiera dos días. Como máximo

veinticuatro horas. ¿No conocen el refrán que dice: “Guarda para mañana lo que podrías comer

hoy”? ¡Ah, ah!... (El mediano prueba con el dedo el filo del cuchillo). Puede ser que me arregle con

un par de horas; tal vez alcance una horita…

EL GORDO.- ¡Bueno! Ya es hora. (El mediano se acerba un paso al Delgado).

EL DELGADO.- (Apresurado). Sí, sí, tiene razón. ¿Pero me permitirán los señores un consejo

totalmente desinteresado?

EL GORDO.- ¿Sobre qué asunto?

EL DELGADO.- Entre profesionales, un consejo puramente culinario. A saber… ¿no le parece

oportuno que me lavara antes los pies? (El Mediano interroga con la mirada al Gordo).

EL GORDO.- ¡Efectivamente! No lo había pensado. (Al Mediano). ¿Qué opina usted?

EL MEDIANO.- (Vacilante). ¿Qué sé yo?... Pero si después empieza a crujir entre los dientes…

quizás sea mejor que se lave los pies.

EL DELGADO.- (Se arremanga rápidamente los pantalones). ¡Precisamente! ¡Una verdad

comprobada! La higiene es la base de la alimentación sana. (Se rasca la pierna). A simple vista las

bacterias no se ven, pero siento cómo me pellizcan.

EL GORDO.- ¡Correcto! La limpieza corporal no hace daño a nadie. Al contrario, garantiza la salud

y una larga vida. En seguida le doy una toalla. (El Delgado se sienta al borde de la balsa y pone las

piernas en el agua. Se lava y chapotea).

EL DELGADO.- Así que decidieron de manera irrevocable que yo… a mí…

EL GORDO.- Creía que esto ya estaba aclarado hace rato.

EL DELGADO.- Recién usted dijo algo sobre el espíritu de sacrificio…

EL GORDO.- Sí, señalaba que era algo muy hermoso.

EL DELGADO.- (Escucha ávidamente). ¿Y qué más?

EL GORDO.- bueno, recién mencioné todo: el espíritu de sacrificio, la abnegación, la entrega…

EL DELGADO.- Sí, todo eso es cierto.

EL GORDO.- (Con la toalla del Delgado). ¡Ya ve usted!... Y hace un instante no me quiso creer.

EL DELGADO.- Probablemente no estaba todavía bastante maduro, bastante esclarecido… Pero

ahora reconozco que hay algo en todo esto.

EL GORDO.- (Animándole). Nunca es demasiado tarde.

EL DELGADO.- Cuando intenté rechazar sus argumentos, revelaba un modo bajo de pensar.

EL GORDO.- Por lo visto no está perdido hasta la médula si los sentimientos nobles empiezan a

aflorar en su espíritu. ¿No le conviene ocuparse de la otra pierna?

EL DELGADO.- En seguida, sólo un poco más entre los dedos. Pero, para volver a nuestro tema,

tengo que decirle que otro ser mejor ha nacido en mí. Por otra parte, si me permite la pregunta,

¿usted está bien decidido?

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Page 264: Teatro breve

EL GORDO.- (Impaciente). ¡Pero señor!

EL DELGADO.- ¡Claro, claro! ¿De qué estábamos hablando? ¡Ah, sí! ¡De otro ser mejor! En verdad

es algo totalmente distinto ser comido como simple víctima, pasivamente, a ser comido como un

hombre esclarecido movido por su propia necesidad de entrega, por un impulso noble de una

vocación íntima. Pero dígame, bajo palabra de honor, ¿la cosa está decidida?

EL GORDO.- ¡Palabra de honor!

EL DELGADO.- Entonces no hay nada que hacerle. Sí; ¿qué es lo que quería decir? ¡Ah! Sí. Esto

produce una satisfacción interior, un sentimiento de libertad, de independencia.

EL GORDO.- Por fin lo veo razonar. (Al Mediano). Querido colega, ¡alcáncele el jabón, por favor!

EL DELGADO.- (Acalorándose). ¡No piensen que soy un objeto sin voluntad! Eso no le gusta a

nadie.

EL GORDO.- Puede estar seguro que lo apreciaremos. Usted estará en nuestro estómago, quiero

decir, en nuestra memoria, como un héroe, como una figura luminosa y desinteresada. Me parece

que la pierna izquierda quedó ahora bastante limpia.

EL DELGADO.- (Cada vez con más fervor). ¡Muy cierto! Y la derecha de todos modos está

bastante limpia. ¡Déme la toalla, por favor, y listo!

EL GORDO.- No, tendría que ocuparse un poco también de la pierna derecha.

EL DELGADO.- ¡Como usted quiera!

EL GORDO.- Sí, realmente quizá sea mejor.

EL DELGADO.- Yo sólo he tomado la gran decisión. Fui el primero que tuve la idea de sacrificarme

por la comunidad.

EL MEDIANO.- (Observando con ojo crítico). Un poco de detergente no vendría mal.

EL GORDO.- Con jabón también sale. Podemos esperar un poquito más.

EL DELGADO.- ¿Esperar? ¡Con el hambre que tienen los compañeros! ¡No, nunca! (Quiere

levantarse pero el Gordo lo vuelve a sentar).

EL GORDO.- ¡No pierda la paciencia, en seguida estará listo!

EL DELGADO.- Ahora que veo claro ya no me importan las piernas. ¡Pueden quedar sucias!

EL GORDO.-(Pasándole la toalla). Aquí tiene la toalla, y ahora podemos comenzar. (El delgado se

levanta y va al centro de la balsa).

EL DELGADO.- Señores, les agradezco. Por fin me siento un hombre integral. He descubierto los

ideales que siempre me faltaron.

EL GORDO.- ¡no hay de qué, ha sido un placer!

EL DELGADO.- Sabré mostrarme digno. ¿Cuál es, en fin, la situación? Somos tres, y yo solo salvo

a los demás. ¡Permítanme, por último, una breve alocución sobre la libertad!

EL GORDO.- ¿Tiene para mucho?

EL DELGADO.- No. Sólo unas pocas palabras.

EL GORDO.- ¡adelante, entonces! (El Delgado aparta una silla y sube a ella como al comienzo,

durante la campaña electoral).

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Page 265: Teatro breve

EL DELGADO.- ¡Libertad, esto no significa nada! Sólo la verdadera libertad significa algo. ¿Por

qué? Porque es la verdadera y por eso la mejor. Pero ¿dónde encontramos la verdadera libertad?

Pensemos lógicamente. Si la verdadera libertad no es lo mismo que la libertad común, ¿dónde se

encuentra entonces? Es claro y evidente. La verdadera libertad se encuentra sólo ahí donde no se

encuentra la libertad común.

EL MEDIANO.- Jefe, ¿dónde está la sal?

EL GORDO.- No interrumpa en un momento como éste. (Aparte). Abajo, en el baúl.

EL DELGADO.- Y por ello justamente… (El Mediano se dirige al baúl, mira adentro, vuelve

corriendo hacia el Gordo). Y por ello justamente… (Repite esta frase sin cesar como un disco

rayado pero no de manera tan monótona, con distintas acentuaciones, como si buscara

desesperadamente lo que quiere decir).

EL MEDIANO.- (Excitado. Con media voz pero en forma clara). ¡Jefe, he encontrado la carne de

ternera con arvejas!

EL GORDO.- ¡Shh! ¡Escóndala rápido!

EL DELGADO.- Y por ello justamente…

EL MEDIANO.- honestamente preferiría las arvejas, ¿me explico, jefe?

EL GORDO.- Pero yo no tengo ganas de arvejas, y además…

EL DELGADO.- Por ello justamente…

EL MEDIANO.- ¿Además qué?

EL GORDO.- (Señalando al Delgado). Además que… no podemos defraudarlo ahora que es tan

feliz.

TELÓN

265

Page 266: Teatro breve

Historia del hombre que se convirtió en perro

Oswaldo Dragún

PERSONAJES

Actriz

Actor 1º

Actor 2º

Actor 3º

ACTOR 2º.- Amigos, la tercera historia vamos a contarla así…

ACTOR 3º.- Así como nos la contaron esta tarde a nosotros.

ACTRIZ.- Es la “Historia del hombre que se Convirtió en Perro”.

ACTOR 3º.- Empezó hace dos años, en el banco de una plaza. Allí, señor…, donde usted trataba

de adivinar el secreto de una hoja.

ACTRIZ.- Allí donde, extendiendo los brazos, apretamos al mundo por la cabeza y los pies y le

decimos: “¡Suena, acordeón, suena!”

ACTOR 2º.- Allí lo conocimos. (Entra el Actor 1º) Era… (Lo señala). Así como lo ven, nada más. Y

estaba muy triste.

ACTRIZ.- Fue nuestro amigo. Él buscaba trabajo, y nosotros éramos actores.

ACTOR 3º.- Él debía mantener a su mujer, y nosotros éramos actores.

ACTOR 2º.- Él soñaba con la vida, y despertaba gritando por la noche. Y nosotros éramos actores.

ACTRIZ.- Fue nuestro gran amigo, claro. Así como lo ven… (Lo señala). Nada más.

TODOS.- ¡Y estaba muy triste!

ACTOR 3º.- Pasó el tiempo. El otoño…

ACTOR 2º.- El verano…

ACTRIZ.- El invierno…

ACTOR 3º.- La primavera…

ACTOR 1º.- ¡Mentira! Nunca tuve primavera.

ACTOR 2º.- El otoño…

ACTRIZ.- El invierno…

ACTOR 3º.- El verano. Y volvimos. Y fuimos a visitarlo, porque era nuestro amigo.

ACTOR 2º.- Y preguntamos: “¿Está bien?” Y su mujer nos dijo…

ACTRIZ.- No sé.

ACTOR 3º.- ¿Está mal?

266

Page 267: Teatro breve

ACTRIZ.- No sé.

ACTORES 2º y 3º.- ¿Dónde está?

ACTRIZ.- En la perrera. (Actor 1º. En cuatro patas)

ACTORES 2º y 3º.- ¡Uhhh!

ACTOR 3º.- (Observándolo).

Soy el director de la perrera,

y esto me parece fenomenal.

Llegó ladrando como un perro

(requisito principal);

y si bien conserva el traje,

es un perro, a no dudar.

ACTOR 2º.- (Tartamudeando).

S-s-soy el v-veter-r-inario,

y esto-to-to es c-claro p-para mí.

Aun-que p-parezca un ho-hombre,

es un p-pe-perro el q-que está aquí.

ACTOR 1º.- (Al público). Y yo, ¿qué les puedo decir? No sé si soy hombre o perro. Y creo que ni

siquiera ustedes podrán decírmelo al final. Porque todo empezó de la manera más corriente. Fui a

una fábrica a buscar trabajo. Hacía tres meses que no conseguía nada, y fui a buscar trabajo.

ACTOR 3º.- ¿No leyó el letrero? “NO HAY VACANTES”.

ACTOR 1º.- Sí, lo leí. ¿No tiene nada para mí?

ACTOR 3º.- Si dice: “No hay vacantes”, no hay.

ACTOR 1º.- Claro. ¿No tiene nada para mí?

ACTOR 3º.- ¡Ni para usted ni para el ministro!

ACTOR 1º.- ¡Ahá! ¿No tiene nada para mí?

ACTOR 3º.- ¡No!

ACTOR 1º.- Tornero…

ACTOR 3º.- ¡NO!

ACTOR 1º.- Mecánico…

ACTOR 3º.- ¡NO!

ACTOR 1º. - S…

ACTOR 3º. - N…

ACTOR 1º. - R…

ACTOR 3º.- N…

ACTOR 1º.- F…

ACTOR 3º.- N…

ACTOR 1º.- ¡Sereno! ¡Sereno! ¡Aunque sea de sereno!

267

Page 268: Teatro breve

ACTRIZ.- (Como si tocara un clarín). ¡Tutú, tu-tu-tú! ¡El patrón! (Los actores 2º y 3º hablan por

señas).

ACTOR 3º.- (Al público). El perro del sereno, señores, había muerto la noche anterior, luego de

veinticinco años de lealtad.

ACTOR 2º.- Era un perro muy viejo.

ACTRIZ.- Amén.

ACTOR 2º.- (al actor 1º). ¿Sabe ladrar?

ACTOR 1º.- Tornero.

ACTOR 2º.- ¿Sabe ladrar?

ACTOR 1º.- Mecánico…

ACTOR 2º.- ¿Sabe ladrar?

ACTOR 1º.- Albañil…

ACTORES 2º y 3º.- ¡NO HAY VACANTES!

ACTOR 1º.- (Pausa). ¡Guau…, guau!…

ACTOR 2º.- Muy bien, lo felicito…

ACTOR 3º.- Le asignamos diez pesos diarios de sueldo, la casilla y la comida.

ACTOR 2º.- Como ven, ganaba diez pesos más que el perro verdadero.

ACTRIZ.- Cuando volvió a casa me contó del empleo conseguido. Estaba borracho.

ACTOR 1º.- (A su mujer). Pero me prometieron que apenas un obrero se jubilara, muriera o fuera

despedido, me darían su puesto. ¡Divertite, María, divertite! ¡Guau…, guau!... ¡Divertite, María,

divertite!

ACTOPRES 2º y 3º.- ¡Guau…, guau!... ¡Divertite, María, divertite!

ACTRIZ.- Estaba borracho, pobre…

ACTOR 1º.- Y a la otra noche empecé a trabajar… (Se agacha en cuatro patas).

ACTOR 2º.- ¿Tan chica le queda la casilla?

ACTOR 1º.- No puedo agacharme tanto.

ACTOR 3º.- ¿Le aprieta aquí?

ACTOR 1º.- Sí.

ACTOR 3º.- Bueno, pero vea, no me diga “sí”. Tiene que empezar a acostumbrarse. Dígame:

“¡Guau…, guau!...

ACTOR 2º.- ¿Le aprieta aquí? (El Actor 1º no responde). ¿Le aprieta aquí?

ACTOR 1º.- ¡Guau…, guau!

ACTOR 2º.- Y bueno… (Sale).

ACTOR 1º.- Pero esa noche llovió, y tuve que meterme en la casilla.

ACTOR 2º.- (Al Actor 3º) Ya no le aprieta…

ACTOR 3º.- Y está en la casilla.

ACTOR 2º.- (Al Actor 1º). ¿Vio como uno se acostumbra a todo?

ACTRIZ.- Uno se acostumbra a todo…

268

Page 269: Teatro breve

ACTORES 2º Y 3º.- Amén…

ACTRIZ.- Y él empezó a acostumbrarse.

ACTOR 3º.- Entonces, cuando vea que alguien entra, me grita: “¡Guau…, guau! A ver…

ACTOR 1º.- (El Actor 2º pasa corriendo). ¡guau…, guau!... (El Actor 2º pasa sigilosamente).

¡Guau…, guau…, guau!... (El Actor 2º pasa agachado). ¡Guau…, guau…, guau!... (Sale).

ACTOR 3º.- (al Actor 2º). Son diez pesos por día extras en nuestro presupuesto…

ACTOR 2º.- ¡Mmm!

ACTOR 3º.-…Pero la aplicación que pone el pobre loas merece…

ACTOR 2º.- ¡Mmm!

ACTOR 3º.- Además, no come más que el muerto…

ACTOR 2º.- ¡Mmm!

ACTOR 3º.- ¡Debemos ayudar a su familia!

ACTOR 2º.- ¡Mmm! ¡Mmm! ¡Mmm! (Salen).

ACTRIZ.- Sin embargo, yo lo veía muy triste, y trataba de cosolarlo cuando él volvía a casa. (Entra

Actor 1º). ¡Hoy vinieron visitas!...

ACTOR 1º.- ¿Sí!

ACTRIZ.- Y de los bailes en el club, ¿te acordás?

ACTOR 1º.- SÍ.

ACTRIZ.- ¿Cuál era nuestro tango?

ACTOR.- No sé.

ACTRIZ.- ¡Cómo que no! Percanta que me amuraste... (El Actor 1º está en cuatro patas). Y un

día me trajiste un clavel... (Lo mira y queda horrorizada). ¿Qué estás haciendo?

ACTOR 1º.- ¿Qué?

ACTRIZ.- Estás en cuatro patas... (Sale).

ACTOR 1º.- ¡Esto no lo aguanto más! ¡Voy a hablar con el patrón! (Entran los Actores 2º y 3º).

ACTOR 3º.- Es que no hay otra cosa...

ACTOR 1º.- Me dijeron que un viejo se murió.

ACTOR 3º.- Sí, pero estamos de economía. Espere un tiempo más, ¿eh?

ACTRIZ.- Y esperó. Volvió los tres meses.

ACTOR 1º.- (Al Actor 2º). Me dijeron que uno se jubiló...

ACTOR 2º.- Sí, pero pensamos cerrar esa sección. Espere un tiempito más, ¿eh?

ACTRIZ.- Y esperó. Volvió a los dos meses.

ACTOR 1º.- (Al Actor 3º). Déme el empleo de uno de los que echaron por la huelga...

ACTOR 3º.- Imposible. Sus puestos quedarán vacantes...

ACTORES 2º Y 3º.- ¡Como castigo! (Salen).

ACTOR 1º.- Entonces no pude aguantar más... ¡Y planté!

ACTRIZ.- ¡Fue nuestra noche más feliz en mucho tiempo! (Lo toma del brazo). ¿Cómo se llama

esta flor?

269

Page 270: Teatro breve

ACTOR 1º.- Flor...

ACTRIZ.- ¿Y cómo se llama esa estrella?

ACTOR 1º.- María.

ACTRIZ.- (Ríe). ¡María me llamo yo!

ACTOR 1º.- ¡Ella también... ella también! (Le toma una mano y la besa).

ACTRIZ.- (Retira su mano). ¡No me muerdas!

ACTOR 1º.- No te iba morder... Te iba a besar, María...

ACTRIZ.- ¡Ah!, yo creía que me ibas a morder... (Sale). (Entran Actores 2º y 3º).

ACTOR 2º.- Por supuesto...

ACTRO 3º.- ... Y a la mañana siguiente...

ACTORES 2º y 3º.- Debió volver a buscar trabajo.

ACTOR 1º.- Recorrí varias partes, hasta que en una...

ACTOR 3º.- Vea, este... No tenemos nada. Salvo que ...

ACTOR 1º.- ¿Qué?

ACTOR 3º.- Anoche murió el perro del sereno.

ACTOR 2º.- Tenía treinta y cinco años, el pobre...

Actores 2º y 3º.- ¡El pobre!...

ACTOR 1º.- Y tuve que volver a aceptar.

ACTOR 2º.- Eso sí, le pagábamos quince pesos por día. (Los Actores 2º y 3º dan vueltas).

¡Hmm!... ¡Hmm!... ¡Hmm!...

ACTORES 2º y 3º.- ¡Aceptado! ¡Que sean quince! (Salen).

ACTRIZ.- (Entra). Claro que cuatrocientos cincuenta pesos no nos alcanzan para pagar el

alquiler...

ACTOR 1º.- Mirá, como yo tengo la casilla, mudate vos a una pieza con cuatro o cinco muchachas

más, ¿eh?.

ACTRIZ.- No hay otra solución. Y como no nos alcanza tampoco para comer...

ACTOR 1º.- Mirá, como yo me acostumbré al hueso, te voy a traer la carne a vos, ¿eh?

ACTORES 2º y 3º.- (Entrando). ¡El directorio accedió!

ACTOR 1º y ACTRIZ.- El directorio accedió... ¡Loado sea! (Salen los Actores 2º y 3º).

ACTOR 1º.- Yo ya me había acostumbrado. La casilla me parecía más grande. Andar en cuatro

patas no era muy diferente de andar en dos. Con María nos veíamos en la plaza... (V a hacia ella).

Porque vos no podéis entrar en mi casilla; y como yo no puedo entrar en tu pieza... Hasta que una

noche...

ACTRIZ.- Paseábamos. Y de repente me sentí mal...

ACTOR 1º.- ¿Qué te pasa?

ACTRIZ.- Tengo mareos.

ACTOR 1º.- ¿Por qué?

ACTRIZ.- (Llorando). Me parece... que voy a tener un hijo...

270

Page 271: Teatro breve

ACTOR 1º.- ¿Y por eso llorás?

ACTRIZ.- ¡Tengo miedo... tengo miedo!

ACTROR 1º.- Pero, ¿por qué?

ACTRIZ.- ¡Tengo miedo... tengo miedo! ¡No quiero tener un hijo!

ACTOR 1º.- ¿Por qué, María? ¿Por qué?

ACTRIZ.- Tengo miedo... que sea... (Musita “perro”. El Actor 1º la mira aterrado, y sale corriendo y

ladrando. Cae al suelo. Ella se pone en pie). ¡Se fue... se fue corriendo! A veces se paraba y a

veces corría en cuatro patas...

ACTOR 1º.- ¡No es cierto, no me paraba! ¡No podía pararme! ¡Me dolía la cintura si me paraba!

¡Guau!... Los coches se me venían encima... La gente me miraba... (Entran los actores 2º y 3º).

¡Váyanse! ¿Nunca vieron un perro?

ACTOR 2º.- ¡Está loco! ¡Llamen a un médico! (Sale).

ACTOR 3º.- ¡Está borracho! ¡Llamen a un policía! (Sale).

ACTRIZ.- Después me dijeron que un hombre se apiadó de él y se le acercó cariñosamente.

ACTOR 2º.- (Entra). ¿Se siente mal, amigo? No puede quedarse en cuatro patas. ¿Sabe cuántas

cosas hermosas hay para ver de pie, con los ojos hacia arriba? A ver párese... Yo le

ayudo...Vamos, párese...

ACTOR 1º.- (Comienza a pararse, y de repente): ¡Guau... guau! (Lo muerde). ¡Guau... guau!...

(Sale).

ACTOR 3º.- (Entra). En fin, que cuando, después de dos años sin verlo, le preguntamos a su

mujer: “¿Cómo está?”, nos contestó...

ACTRIZ.- No sé.

ACTOR 2º.- ¿Está bien?

ACTRIZ.- No sé.

ACTOR 3º.- ¿Está mal?

ACTRIZ.- No sé.

ACTORES 2º y 3º.- ¿Dónde está?

ACTRIZ.- En la perrera.

ACTOR 3º.- Y cuando veníamos para acá, pasó al lado nuestro un boxeador...

ACTOR 2º.- Y nos dijeron que no sabía leer, pero que eso no importaba porque era boxeador.

ACTOR 3º.- Y pasó un conscripto...

ACTRIZ.- Y pasó un policía...

ACTOR 2º.- Y pasaron... y pasaron... y pasaron ustedes. Y pensamos que tal vez podría

importarles la historia de nuestro amigo...

ACTRIZ.- Porque tal vez entre ustedes haya ahora una mujer que piense: “¿No tendré... no

tendré...? (Musita: “perro”).

ACTOR 3º.- O alguien a quien le hayan ofrecido el empleo de perro del sereno...

ACTRIZ.- Si no es así, nos alegramos.

271

Page 272: Teatro breve

ACTOR 2º.- Pero si es así, si entre ustedes hay alguno a quien quieran convertir en perro, como a

nuestro amigo, entonces... Pero, bueno, entonces esa... ¡esa es otra historia!

(Telón)

Fin de “Historia del Hombre que se Convirtió en Perro”

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Page 273: Teatro breve

Estudio en blanco y negro

Virgilio Piñera

Una plaza. Estatua en el centro de la plaza. En torno a la estatua, cuatro bancos de mármol. En

uno de los bancos se arrulla una pareja. Del lateral derecha sale un Hombre que se cruza con otro

Hombre que ha salido del lateral izquierda exactamente junto a la estatua. Al cruzarse se

inmovilizan y se dan vuelta como si se hubieran reconocido. La acción tiene lugar durante la

noche.

HOMBRE 1º.- Blanco...

HOMBRE 2º.- ¿Cómo ha dicho?

HOMBRE 1º.- He dicho blanco.

HOMBRE 2º.- (Denegando con la cabeza). No... no... no...no... Blanco, no; negro.

HOMBRE 1º.- He dicho blanco, y blanco tiene que ser.

HOMBRE 2º.- Así que esas tenemos... (Pausa). Pues yo digo negro. Cámbielo si puede.

HOMBRE 1º.- Y lo cambio. (Alza la voz). Blanco.

HOMBRE 2º.- Alza la voz para aterrorizarme, pero no irá muy lejos. Yo también tengo pulmones.

(Gritado). Negro.

HOMBRE 1º.- (Ya violento, agarra a Hombre 2º por el cuello). Blanco, blanco, blanco.

HOMBRE 2º.- (A su vez agarra por el cuello a Hombre 1º, al mismo tiempo que se libra del apretón

de este con un brusco movimiento). – Negro, negro, negro.

HOMBRE 1º.- (Librándose con igual movimiento del apretón del Hombre 2º, frenético). Blanco,

blanco, blancooooo...

HOMBRE 2º.- (Frenético). Negro, negro, negroooo... (Las palabras “blanco” y “negro” llegan a ser

ininteligibles. Después sobreviene el silencio. Pausa larga. Hombre 1º ocupa un banco. Hombre 2º

ocupa otro banco. Desde el momento en que ambos hombres empezaron a gritar, los novios han

suspendido sus caricias y se han dedicado a mirarlos con manifiesta extrañeza).

NOVIO.- (A la Novia). Hay muchos locos sueltos...

NOVIA.- (Al Novio, riendo). Y dilo... (Pausa). El otro día...

NOVIO.- (Besando a la Novia). Déjalos. Cada loco con su tema. El mío es besarte. Así. (Vuelve a

hacerlo).

NOVIA.- (Al Novio, un tanto bruscamente). Déjame hablar. Siempre que voy a decir algo me comes

a besos. (Pausa). Te figuras que soy nada más que una muñequita de carne...

NOVIO.- (Contemporizando). Mima, yo no creo eso.

273

Page 274: Teatro breve

NOVIA.- (Al Novio, más excitada). Sí que lo crees. Y más que eso. (Pausa). El otro día me dijiste

que los hombres estaban para pensar y las mujeres para gozar.

NOVIO.- (Riendo). ¡Ah, vaya! ¿Eso es lo que tenías guardado? Por eso dijiste: “El otro día...”

NOVIA.- (Moviendo la cabeza). No, no es eso. Cuando dije “el otro día” es que ia a decir... (Se

calla).

NOVIO.- (Siempre riendo). Acaba por decirlo.

NOVIA.- (Con mohín de pudor). Es que me da pena.

NOVIO.- (Enlazándole la cintura con ambos brazos). Pena con tu papi...

NOVIA.- Nada, que el otro día un loco se me declaró, y si no llega a ser por un perro lo paso muy

mal. Figúrate que... (Se calla).

NOVIO.- (Siempre riendo). ¿Qué hizo el perro? ¿Lo mordió?

NOVIA.- No, pero le ladró, el loco se asustó y se mandó a correr.

NOVIO.- (Tratando de besarla de nuevo). Bueno, mima, ya lo dijiste. Ahora déjate dar besitos por

tu papi. (Une la acción a la palabra).

HOMBRE 2º.- (Mostrando el puño a Hombre 1º lo agita por tres veces). Negro.

HOMBRE 1º.- (Negando por tres veces con el dedo índice en alto). Blanco.

NOVIO.- (A la novia). Esto va para largo. Mima, vámonos de aquí. (La coge por la mano).

NOVIA.- (Negándose). Papi, ¡qué más te da!... Déjalos que griten.

NOVIO.- (Resignado). Como quieras. (Con sensualidad). ¿Quién es tu papito rico?

NOVIA.- (Con sensualidad). ¿Y quién es tu mamita rica?

HOMBRE 1º.- (Se para, se acerca a la pareja, pregunta en tono desafiante). ¿Blanco o negro?

NOVIO.- (Creyendo habérselas con un loco). Lo que usted prefiera, mi amigo.

HOMBRE 1º.- Lo que yo prefiera, no. ¿Blanco o negro?

NOVIO.- (Siempre en el mismo temperamento). Bueno, la verdad es que no sé...

HOMBRE 1º.- (Enérgico). ¡Cómo que no sabe! ¿Blanco o negro?

NOVIA.- (Mirando ya a Hombre 1º, ya a su Novio de súbito). Blanco.

NOVIO.- (Mirando a su Novia y dando muestras de consternación). ¿Blanco?... No; blanco, no;

negro.

NOVIA.- (Excitada). Qué te crees tú eso. He dicho blanco.

NOVIO.- (Persuasivo). Mima, ¿me vas a llevar la contraria? (Pausa). Di negro, como tu papi lo

dice.

NOVIA.- (Con mohín de disgusto). ¿Y por qué te voy a dar el gusto? Cuando el loco preguntó, yo

dije blanco. (Pausa). Vamos a ver: ¿por qué también no dijiste blanco?

NOVIO.- (Siempre persuasivo, pero con violencia contenida). Mima, di blanco, complace a tu papi.

¿Qué más te da decirlo?

NOVIA.- Pídeme lo que quieras, menos que diga negro. Dije blanco, y blanco se queda.

NOVIO.- (Ya violento). ¿De modo que le das la razón a ese tipejo y me la quitas a mí? Pues vete

con él.

274

Page 275: Teatro breve

NOVIA.- (Con igual violencia). ¡Ah!, ¿sí? ¿Con que chantaje? Pues oye: ¡blanco, blanco, blanco,

blanco! (Grita hasta desgañitarse, terminando en un acceso de llanto. Se deja caer en el banco

ocultado la cara entre las manos).

HOMBRE 1º.- (Se arrodilla a los pies de la Novia, saca un pañuelo, le saca las lágrimas, le toma,

se las besa, con voz emocionada y un tanto en falsete): ¡Gracias, señorita, gracias! (Pausa. Se

para gritando): ¡Blanco!

NOVIA.- (Mirando extrañada). ¿Quién le dio vela en este entierro? (Pausa). ¡Negro, negro, negro!

NOVIO.- (Se sienta junto a la Novia, le coge las manos, se las besa). Gracias, mami; gracias por

complacer a tu papi. (Hace por besarla, pero ella hurta la cara).

NOVIA.- ¡Qué te crees tú eso! ¡Blanco, blanco!

HOMBRE 1º.- (A la Novia). Así se habla.

NOVIO.- (al Hombre 1º, agresivo). Te voy a partir el alma…

HOMBRE 2º.- (llegando junto al Novio). Déle dos bofetadas, señor. Usted es de los míos.

NOVIO.- (a Hombre 2º). No se meta donde no lo llaman.

HOMBRE 2º.- (Perplejo). Señor, usted ha dicho, como yo, negro.

NOVIO.- (A Hombre 2º) ¡Y qué! Pues digo blanco. ¿Qué pasa?

NOVIA.- (Amorosa). Duro y a la cabeza, papi. Te quiero mucho.

NOVIO.- (A la Novia). Sí, mami; pero eso es aparte. No le permito a ese tipejo que hable en mi

nombre. Si digo negro es porque yo mismo lo digo.

NOVIA.- (Al Novio). Pero ahora mismo acabas de decir blanco.

NOVIO.- (A la Novia). Por llevarle la contraria, mami; por llevársela. (Pausa). Desde un principio

dije negro, y si tú me quieres también debes decir negro.

NOVIA.- (Categórica). Ni muerta me vas a oír decir negro. Hemos terminado. (Adopta una actitud

desdeñosa y mira hacia otro lado).

NOVIO.- (Igual actitud). Bueno, cuando te decidas a decir negro me avisas. (se sienta en otro

banco. Hombre 1º y Hombre 2º ocupan los dos bancos restantes. La escena se oscurece hasta un

punto en que no se distinguirán las caras de los actores. Se escuchará, en sordina, cualquier

marcha fúnebre por espacio de diez segundos. De nuevo se hace luz).

NOVIO.- (Desde su banco, a la Novia). ¿Cómo se llama este parque?

NOVIA.- (Con grosería, sin mirarlo). Ni lo sé ni me importa.

NOVIO.- (Se para, va al banco de su novia, se sienta junto a ella). Vamos, mami, no es para

tanto… (Trata de abrazarla).

NOVIA.- (Se lo impide). Suelta… Suelta…

HOMBRE 1º.- (Desde su banco). Este es el Parque de los Mártires.

NOVIA.- (Sin mirar a Hombre 1º). No me explico, sólo se ve un mártir.

HOMBRE 1º.- (A la Novia). Se llama Parque de los Mártires desde hace veinticinco años. Hace

diez erigieron la estatua ecuestre. Es la del general Montes.

275

Page 276: Teatro breve

HOMBRE 2º.- (Se para y camina hacia el banco donde están los novios). Perdonen que intervenga

en la conversación. (Pausa) Sin embargo, les interesará saber que el general Montes fue mi

abuelo.

HOMBRE 1º.- (Se para, camina hacia el banco donde están los novios. A Hombre 2º). ¿Es cierto,

como se dice, que el general murió loco?

HOMBRE 2º.- Muy cierto. Murió loco furioso.

HOMBRE 1º.- (A Hombre 2º). Se dice que imitaba el ladrido de los perros. ¿Qué hay de verdad en

todo esto?

HOMBRE 2º.- (A Hombre 1º). No sólo de los perros, también de otros animales. (Pausa). Era un

zoológico ambulante.

HOMBRE 1º.- (A Hombre 2º). La locura no es hereditaria.

HOMBRE 2º.- (A Hombre 1º). No necesariamente. Que yo sepa, en mi familia ha sido el único

caso.

NOVIA.- (A Hombre 2º). Perdone, pero soy tan fea como franca. Para mí, usted es un loco de atar.

HOMBRE 2º.- (Con suma cortesía y un dejo de ironía). Perdón, señorita; su opinión es muy

respetable. Ahora bien: siento defraudarla. No estoy loco. Me expreso razonablemente.

NOVIA.- (A Hombre 2º). ¿Cuerdo usted? ¿Cuerdo se dice? ¿Y cuerdo se cree? (Pausa). ¿Así que

usted llega a un parque, se para y grita “¡Negro!”, y cree estar cuerdo? (Pausa). Pues mire, por

menos que eso hay mucha gente en el manicomio. (Pausa. A Hombre 1º). Y usted no se queda

atrás. Entró por allí (Señala el lateral derecho). Gritando “¡Blanco!”.

HOMBRE 1º.- (a la Novia). Siempre es la misma canción. Si uno grita blanco o cualquier otra cosa,

en seguida lo toman por loco. (Pausa). Pues sepa que me encuentro en pleno goce de mis

facultades mentales.

HOMBRE 2º.- (A la Novia). Igual cosa me ocurre a mí. Nadie, que yo sepa, está loco por gritar

blanco, negro u otro color. (Pausa). Vine al parque; de pronto me entraron unas ganas locas de

gritar algo. Pues grité: “¡Blanco!” y no pasó nada, no se cayó el mundo.

NOVIO.- (A Hombre 2º).- ¿Qué no pasó nada? Pues mire: mi novia y yo nos hemos peleado.

HOMBRE 2.- Lo deploro profundamente. (Pausa). Ahora bien: le diré que eso es asunto de

ustedes. (A Hombre 1º). ¿Vive por aquí?

HOMBRE 1º.- No, vivo en la playa; pero una vez por mes vengo a efectuar un pago en ese edificio

de la esquina. (Señala con la mano). Usted comprenderá que el tramo es más corto atravesando el

parque. (Pausa). Y usted, ¿vive en este barrio?

HOMBRE 2º.- Allí, en la esquina. (Señala con la mano). Es la casa pintada de azul. ¿La ve? La de

dos plantas. En ella murió el general.

NOVIO.- (Nervioso, a ambos Hombres). ¡Oigan! Ustedes ahí muy tranquilos conversando después

de haber encendido la candela…

HOMBRE 1º.- (Mirando a hombre 2º y después mirando al Novio). ¿La candela?... No entiendo.

276

Page 277: Teatro breve

NOVIO.- ¡Pues claro! Se pusieron a decir que si blanco, que si negro; nos metieron en la discusión,

y mi novia y yo, sin comerlo ni beberlo, nos hemos peleado por ustedes.

HOMBRE 2º.- (Al Novio). Bueno, eso de sin comerlo no beberlo se lo cuenta a otro. Usted se

decidió por negro.

NOVIO.- Porque ella dijo blanco. (Pausa. A la Novia). A ver, ¿Por qué tenía que ser blanco?

NOVIA.- (Al Novio). ¿Y por qué tenía que ser negro? A ver, dime.

NOVIO.- (A la Novia). Mami, no empieces…

NOVIA.- (Al Novio). ¡Anjá! Con que no empiece… ¿Y quién empezó?

NOVIO.- (A la Novia). Mira, mami, yo lo que quiero es que no tengamos ni un sí ni un no. ¿Qué

trabajo te cuesta complacer a tu papi?

NOVIA.- (Al Novio). Compláceme a mí. Di blanco. Anda, dilo.

NOVIO.- (A la Novia). Primero muerto y con la lengua cosida. Negro he dicho y negro seguiré

diciendo.

HOMBRE 1º.- (Al Novio). Qué se cree usted eso. Es blanco.

NOVIO.- (Se levanta desafiante). ¿Qué te pasa? Está bueno ya, ¿no? No me desmoralices más a

mi novia. (A la Novia). Mami, di que es negro.

NOVIA.- (Se levanta hecho una furia. Al Novio). No, no y mil veces no. Es blanco y seguirá siendo

blanco.

HOMBRE 1º.- (Cuadrándose y saludando militarmente). Es blanco. (Al Novio, presentándole el

pecho abombado). Puede matarme, aquí está mi corazón; pero seguiremos diciendo blanco. (A la

Novia). ¡Valor, señorita!

NOVIO.- (Al Hombre 1º). Y yo te digo que es negro y te voy a hacer tragar el blanco.

HOMBRE 2º.- (Gritando). ¡Negro, negro!

NOVIA.- (Gritando). ¡Blanco!

NOVIO.- (Gritando). ¡Negro!

HOMBRE 1º.- (Gritando). ¡Blanco!

HOMBRE 2º.- (Gritando). ¡Negro! (Ahora todos gritan indistintamente “blanco” “negro”. Las

palabras ya no se entienden. Agitan los brazos).

HOMBRE 3º.- (Entrando por el lateral izquierda, atraviesa el parque gritando): ¡Amarillo! ¡Amarillo!

¡Amarillo! (Los cuatro personajes enmudecen y se quedan con la boca abierta y los brazos en alto).

HOMBRE 3º.- (Vuelve sobre sus pasos, siempre gritando): ¡Amarillo! ¡Amarillo! ¡Amarillo!

(Desaparece. Telón).

277

Page 278: Teatro breve

Fábula de los cinco caminantes

Iván García

Al abrirse la cortina la escena está vacía. Representa un camino en el desierto, que va desde la

izquierda hacia la derecha (sin que esto tenga nada que ver con la política). El sol es de un

amarillo blancuzco que molesta. El cielo está teñido de mandarina o zapote; una mezcla de estos

dos colores sería lo más adecuado. No hay ningún detalle decorativo. Por la izquierda (como es

natural en un camino de esta índole) llegan Fórtido, muy alto y fuerte, con un látigo en la mano;

Mínimo, pequeño y esmirriado, que arrastra con paso de tortuga una linda carretita con toldote;

Cárnido, gordote, y Orátulo, estilizado, los cuales están sentados cómodamente en el vehículo, y

Resoluto, romántico, que viene detrás con los brazos cruzados. Estos cinco personajes visten igual

en lo fundamental: apretadas mallas negras y apretadas camisetas de mangas largas del mismo

color, Fórtido, con cara de verdugo y la cabeza rapada, lleva medallas prendidas en el torso.

Mínimo, demacrado y con los cabellos ralos que le caen sobre el rostro y el cuello en absurdos

mechones, usa un largo saco deshilachado o algo que lo recuerde. Cárnido está tocado con un

sombrero de copa; de un cinto cuelgan bolsas de dinero, y en la mano luce un abanico de nácar.

Orátulo corona su cabeza con una mitra y sobre sus hombros cuelga una estola religiosa.

Resoluto, con hirsutos cabellos rojos, viste una camisa roja sin abotonar y atada a la cintura por

sus dos extremos…

La entrada de los personajes puede estar acompañada por una marcha antimarcial, verdadera

conjunción de disonancias desordenadas colocadas en perfecto orden.

CÁRNIDO.- (Abanicándose furiosamente). ¡Ah!... Lento, lento, muy lento.

ORÁTULO.- (Hierático). Sí, demasiado lento.

REVOLUTO.- (Irónico y con rabia). Lento.

CÁRNIDO.- ¿De qué hablábamos?

ORÁTULO.- Del mundo.

CÁRNIDO.- Tiene usted razón… Si consideramos que Amenhotep, llamado también Ekhnatón,

inició la decadencia de aquel Egipto por ser un buen padre de familia y dedicarse a la Literatura,

como si consideramos que también Grecia se convirtió en un almacén de ruinas, precisamente

porque descuidó la familia y se olvidó de la cultura, y si consideramos que al Cristo lo lavaron por

cristiano, tendremos que reconocer que a Juana de Arco la quemaron porque no era cristiana. Pero

como eso se prestaría a discusiones, porque ahora la señora o señorita esa está en el santoral,

nos quedaremos con Copérnico, que lo quemaron, y con los monjes budistas, que se queman por

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Page 279: Teatro breve

propia iniciativa, lo cual no tiene nada que ver con la cultura del Nilo… ¿Verdad que esto no hay

quién lo entienda?

ORÁTULO.- No. Pero, a pesar de todo, está muy claro.

CÁRNIDO.- Es lo que digo… (Nuevamente se abanica). ¡Ah!... Este sol inclemente, este aire

reseco; es un viaje agotador, insoportable… ¿Verdad?... ¿No piensa usted lo mismo Orátulo?

ORÁTULO.- Lo mismo, lo mismo… Pero sé que con la ayuda de Dios resulta llevadero.

CÁRNIDO.- Ya; la fe… Con ella todo se hace fácil.

ORÁTULO.- No tan fácil, no tan fácil, pero se hace. Es lo que usted no comprende. Debería rezar

con mayor frecuencia.

CÁRNIDO.- Ya rezo bastante. Solo que no me agrada exagerar las cosas. A mí me gusta comer, y

el arte de masticar lleva su tiempo. Mírese usted, mírese usted, en cambio, lo demacrado que está.

Es una verdad que debe comprenderse: no todos somos santos.

ORÁTULO.- No sugiera barbaridades. Yo no soy santo.

CÁRNIDO.- ¿Me lo va a decir a mí?... Lo es.

ORÁTULO.- ¡Qué no que no lo soy! ¿No ve que no llevo aureola? ¿O es que tal vez llevo aureola?

CÁRNIDO.- ¿A ver?... (Orátulo inclina la cabeza y Cárnido la examina). No, no la tiene.

ORÁTULO.- Es una lástima, ¿verdad?... De tener una aureola sería un santo, y de ser un santo ya

hace tiempo que hubiera hecho un milagro para solucionar este asunto.

CÁRNIDO.- ¿Este asunto?... ¿Cuál asunto?

ORÁTULO.- No se haga usted el tonto, mi querido Cárnido. Este asunto del viaje.

CÁRNIDO.- ¡Ah, sí! El viaje… El viaje… (Se abanica otra vez). Lento, lento, muy lento.

REVOLUTO.- Claro que sí que vamos lentos. ¿Cómo no vamos a ir lentos? ¿Cómo podríamos ir

rápidos?... Abusadores.

ORÁTULO.- Aunque no hablemos de eso, estoy seguro de que algún día llegaremos a alguna

parte, y eso es una gran ayuda. La fe me indica, y la esperanza, y la caridad también, aunque en

menor cuantía. Y entonces, no cabe duda, cuando estemos allí todo tendrá que arreglarse, ya sea

con caricias o empujones. ¡Ah!... (Hace una señal de la cruz, que tiene algo de saludo árabe).

Cada noche le ruego a San… a San…, a San… Bueno, ahora no recuerdo; al patrón de los

caminantes que quieren llegar a alguna parte, no importa cuál sea… (Repentinamente se

preocupa). No es que me esté poniendo chocho. Es que hay tantos santos, que me confundo…

(Con angustia creciente) Y cada día aparecen más, y la liturgia la cambian, y vienen los caníbales

de todas partes, y el hombre no quiere salvarse, y los cañones disparan agua bendita, y las monjas

se ponen faldas cortas, aunque no quisieran que se les vieran las piernas, y yo me vuelvo loco,

loco, loco… Dentro de mil o dos mil años no sabré dónde tengo puestos los pies… (Parece que va

a gritar, pero de pronto pasa a la calma). Extraño, ¿no?... Tantos santos y el mundo no logra

caminar bien… (En tono sociable). Como le decía, todas las noches le rezo a San… (Un fugaz

gesto de desesperación), al bendito santo ese, y… (Con felicidad interior), espero. Todas las

noches rezo y me llega la esperanza… La noche y la esperanza… (Otra vez sociable). ¡Ah!, esos

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sí, porque es un santo de primera categoría. La cosa se pone difícil cuando amanece, cuando

crece el día. El sol se planta allá arriba, blanco e inclemente, y ya no puedo concentrarme en las

profundidades teológicas. Todo se acaba, sí; pero algún día llegaremos a alguna parte, en

cualquier hora del día o de la noche. Hay que rezar, hay que rezar, aunque no ocurran milagros.

Hay que rezar, porque si no… (Como si fuera a llorar). ¿Cómo vamos a pasar las noches “per

saecula saeculaorum”?

CÁRNIDO.- En realidad, la noche no es mi problema. Mi problema es el día. De día se come,

¿comprende?, y mi plato preferido es el filete, no muy cocido, pero tampoco muy crudo. Estoy

convencido de que así nunca podré lograr milagros, pero lo que es una buena digestión, sí. Ya

comprenderá que yo no tengo problemas con el sueño. No hay mejor medicamento para los

nervios que una buena dosis de calorías diarias. Además está la oscuridad. La oscuridad se presta

mucho para el descanso, o por lo menos para cerrar los ojos y hacer creer a los demás que se está

durmiendo. Si debo ser sincero, algunas veces lo que hago es pensar. ¡Ah!, pienso en la comida

del día siguiente. No vaya a creer, también me gusta el pollo a la “barbecue”, pero confieso que el

caviar no es de mis preferidos.

REVOLUTO.- Cadáveres… Esa es la comida predilecta. Cadáveres con el estómago vacío. (La

carreta ha llegado, al fin, al centro de la escena. Mínimo cae agotado, y nadie parece notarlo).

ORÁTULO.- Hay una santa para los desesperados, aunque también podría ser un santo. ¡Bah!,

peo el sexo no importa. Lo fundamental es que existe. Pues bien: esa santa o ese santo tiene que

estar en alguna parte, tal vez al final de este camino. No me atrevería a asegurarlo, porque puede

que haya otra cosa: bacinillas colgando de hilos dorados por ejemplo. No sé… Dicen las Sagradas

Escrituras que… Bueno, las Sagradas Escrituras dicen tantas cosas, que lo mejor que puede

sucedernos es que algún día lleguemos al lugar adonde debemos llegar… ¿No está de acuerdo

conmigo, Cárnido?

CÁRNIDO.- Sí, en todos los puntos, mi buen amigo. Desgraciadamente… (Otra vez se abanica).

Todo esto es muy lento.

REVOLUTO.- Si ustedes dos se bajaran de esa maldita carreta, no digo que hubiéramos llegado,

pero por lo menos estaríamos más allá. ¿Dónde estamos?... Yo no lo sé. Pero si todos ayudaran

estaríamos en otro sitio, aunque yo tampoco sé dónde. Reconozco, con la sinceridad que me

caracteriza, que no lo sé. Pero ustedes también deben reconocer que no lo saben, aunque ninguna

sinceridad los caracterice. Por eso digo que ya está bueno de favoritismos y a empujar todo el

mundo. Vamos, vamos, bájense.

CÁRNIDO.- ¿Se ha dado usted cuenta?... Este mundo está lleno de locos. A nadie le regalan la

gasolina ni tampoco los cheques de Banco se hacen con papel de inodoro. Lo que uno se gana

trabajando honradamente, cualquier p… quiere quitárselo, solo porque usa camisa atada a la

cintura. Y lo peor de todo es que, con todas las víctimas y los aplausos y los discursos y la mierda,

lo único que se puede sacar en claro es que vamos muy lentos.

ORÁTULO.- Yo diría más que lento: nos hemos detenido.

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Page 281: Teatro breve

CÁRNIDO.- ¿Detenido?... No es posible. Solo las procesiones se detienen en las calles, y cuando

los aviones se detienen en el aire, se caen… ¿Detenido?... A ver… Sí, sí ese bárbaro se ha

acostado a descansar. (Histérico). ¡Bárbaro, bárbaro, bárbaro! ¡Levántate, ladrón! ¡Fusílenlo,

descuartícenlo; ladrón!... ¡Oh Dios!... ¡Fórtido, Fórtido, a tu labor! El látigo. El látigo. A tu labor.

(Fórtido grita como una bestia).

ORÁTULO.- Que Dios perdone la violencia. (Fórtido hace restallar el látigo sobre las carnes de

Mínimo. Este trata de levantarse y no puede. Se arrastra. Grita a cada latigazo. Fórtido parece que

danza).

REVOLUTO.- (Que también podría decirse que danza). ¡Basta, basta, basta!... ¡No puede más, no

puede más, no puede más!... (El látigo y la danza se detienen).

CÁRNIDO.- ¿Cómo?

REVOLUTO.- Que ya no puede más.

CÁRNIDO.- (En un grito). ¿Qué ya no puede más?... ¡Orátulo!...

ORÁTULO.- (Dándose golpes en el pecho). “Kirie eleison, Christie eleison… Kirie eleison, Christie

eleison… Kirie eleison, Christie eleison… Kirie eleison…”

CÁRNIDO.- Amén. (Se baja rápidamente de la carreta, y en cuclillas observa a Mínimo). ¡Grave,

grave, grave!... ¡A ver!... (Le levanta la cabeza, le abre la boca, y con el mango del abanico le da

repetidas veces en los dientes). Sí es su costumbre. Estas cosas solo deberían representarse en

las tablas, pero no a la luz del día, cuando pueden ocasionarle a uno un infarto de miocardio. No,

señor. Los organismos internacionales deberían ocuparse de esas cosas. Ya el honrado

ciudadano, patriota, militarista y ferviente creyente no puede vivir en paz. Sí, deberían ocuparse, si

no fuera porque lo internacional no es lo nacional y podrían llamarnos intervencionistas. No crea,

hay que cuidarse de las apariencias, aunque digan que las apariencias engañan. (De una de las

bolsas de su cinturón ha sacado un pequeñísimo pedazo de carne y se lo tira a Mínimo). Toma.

(Mínimo devora el pedazo de carne tal y como haría un perro).

ORÁTULO.- Damos gracias al Señor por habernos salvado una vez más de la desgracia. Tu poder

es infinito, Señor. Mucho más grande que un barco trasatlántico, y además eres inteligente. ¿Cómo

nos las arreglaríamos sin ese pobre siervo tuyo?... ¡Ah!, pero se conoce que Tú tienes los ojos bien

abiertos, ¿o es solo un ojo?... No, no. Tienen que ser dos. Aunque en las estampitas solo pongan

uno bien abierto, tienen que ser dos, aunque estén entrecerrados. Pero no importa, aunque sean

dos, o una docena, de todas maneras te damos las gracias de rodillas…

REVOLUTO.- ¡Venirme a mí con cuentos!... Dios es igual a mierda y teorema y concluido. No creo

en ese señor, como tampoco creo que los huevos sean digestivos cuando hieden. ¿Por qué no

mejor aprender el manejo de las ametralladoras, aunque las ametralladoras tampoco sean

digestivas? Hablen, hablen. ¿Pueden alguien responderme a eso?

MÍNIMO.- Si…, sencillo… Yo…, hambre… (Se queja).

CÁRNIDO.- Ya comiste. Déjate de papeluchos baratos y levántate. Aun queda mucho tiempo para

la llegada de la noche, y tenemos que seguir.

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Page 282: Teatro breve

MÍNIMO.- (Sin levantar la cara del suelo). Seguir…, sí… Seguir… Llegar…

CÁRNIDO.- Vamos, vamos, vamos. Levántate. Contaré hasta tres, y si cuando acabe aún no lo

has hecho, con mucho gusto repetiré la orden a nuestro querido y dilecto amigo Fórtido.

REVOLUTO.- Usted no contará hasta nada. En primer lugar, porque no sabe, y en segundo lugar,

porque no sabe. Hay también un tercer lugar, pero no me interesa destacarlo ahora porque queda

muy lejos.

CÁRNIDO.- Tenemos que seguir.

REVOLUTO.- Pues tome usted los palos y las correas y comience a empujar. Si quiere que no se

le ensucie la chistera, con mucho gusto se la aguanto. El abanico también puedo aguantárselo,

aunque no sé lo que dirá la gente si me ve con él.

CÁRNIDO.- (A Orátulo, que está sobre la carreta, arrodillado). ¿Usted qué cree?... ¿No le parece

que las fronteras son el único medio de conservar nuestra independencia, a pesar de la improbable

devaluación del oro como patrón de la moneda internacional? (Con un escalofrío). Y si el oro se

devalúa, ¿cómo haremos para encontrar nuevamente nuestra alma? (Cada vez más nervioso). Las

piscinas se compran con dinero, las mansiones se compran con dinero, con dinero, con dinero, con

dinero. Monedas color de inconciencia, papeletas color de diversión, dólares, rublos, marcos y

francos, libras y liras, y todos ellos sentados a la mesa con caras de inocencia, con caras de almas

buenas; nuestras almas que no viven, pero suenan.

Son tan bellos los turistas con sus pantalones cortos y sus medias largas, con sus camisas

rameadas y sus cámaras terciadas… (En un grito). ¡Las fronteras y las guerras, las cuerdas para

linchar los negros, robos, crímenes, lo que sea!... (Susurrando). Nuestras almas… (Mundano).

Pero no me ha respondido. Diga, diga, ¿a usted qué le parece?

ORÁTULO.- Me parece… Me parece que Dios es grande y misericordioso. Él es la salvación del

mundo.

REVOLUTO.- Aunque lo sea. Lo único que importa es este hombre. Lo digo y lo repito: este

hombre no se parará de ahí hasta que haya descansado… No se parará de ahí hasta que haya

descansado… No se parará de ahí hasta que haya descansado… No se parará de ahí…

CÁRNIDO.- Basta.

REVOLUTO.- Hasta que haya descansado. Algún día podrá quedarse durmiendo hasta las diez de

la mañana, o las once, o las doce, como lo hago yo, aunque no lo diga.

CÁRNIDO.- ¡Qué palabras tan huecas, qué palabras tan huecas! ¿Cómo podrían dar vueltas esas

ruedas si no se les hala?... La verdad es que también darían vuelta si se las empuja, pero ese no

es el caso, ese no es el caso.

REVOLUTO.- Y si a usted le gusta verlas girar, ¿por qué no se ciñe las correas?

CARNIDO.- ¡Y tú que tanto gritas!..., me asquea entrar en el plano de lo personal, pero no queda

otro remedio… Tú que tanto gritas, ¿por qué no lo ayudas?... Anda, ponte en su lugar. Ponte,

ponte, ponte… No te prometo aguantarte la camisa porque soy alérgico al color ese, pero te daré

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voces de aliento, te lo juro. Yo sé cómo dar fuerzas con mis palabras, y también sé que dos y dos

son cinco, aunque los científicos se empeñen en demostrar lo contrario.

REVOLUTO.- Eso lo sé yo también. Pero lo que usted ignora es que los perros nacen con los ojos

cerrados y que yo no soy perro. Tampoco soy un niño, que nace con los ojos abiertos pero no ve.

Tengo tan buenos dientes como Mínimo, pero eso no tiene nada que ver con los caballos, ni los

burros, ni las mulas, ni las mujeres de los obreros. Claro que a usted le gustaría que fuera yo quien

arrastrara la carreta, pero yo no estoy de acuerdo, y ahí es donde se presenta el problema. ¿Cree

que soy un tonto?... Pues no lo soy. Sé muy bien que si me pongo entre esos dos palos y tomo las

correas, no pasarán cien años antes que esté tan extenuado, listo e inservible como ese pobre

infeliz de quien ya hemos hablado. No, no, no y mil veces no. Me niego a desperdiciar las fuerzas

que hacen posible nuestra lucha. Gracias a ellas este hombre está vivo o medio vivo, aunque a

ustedes les moleste. Gracias a ellas ustedes tienen quien los arrastre, aunque a mí me molesta.

Gracias a ellas…

CARNIDO.- Basta de palabras. El silencio es más conveniente, sobre todo cuando nos conviene. Y

ahora me conviene… Cada uno a su puesto y a continuar la marcha. Ya está bueno de pérdidas de

tiempo. El tiempo es oro, y el oro es oro.

REVOLUTO.- Nadie se mueva. Aquí estoy yo para defender l justicia, la patria, la nación, la

bandera y todas esas cosas que nos enseñan en las escuelas… (Hay un pequeño movimiento

general). Nadie se mueva.

CARNIDO.- ¿Rebeliones a mí?... ¿Y con qué fuerzas?... Fuertes son los boxeadores, y nunca en la

historia han tumbado un gobierno, ni un rascacielos, ni una mata de palma, ni nada. ¡Bah, pero qué

nenito!

REVOLUTO.- Lo he dicho y lo repito: no pasarán, no pasarán, no pasarán, no pasarán, no

pasarán…

CARNIDO.- ¡Fórtido, a tu labor!... Hazle probar el látigo. (Fórtido grita como una bestia).

ORÁTULO.- Que Dios perdone la violencia.

REVOLUTO.- Que no se atreva… (Fórtido grita nuevamente y hace restallar el látigo, esta vez

dirigido a Revoluto y, ¿por qué no?, también a Mínimo, alternadamente. Danzan y se arrastran).

CÁRNIDO.- ¡Pega, pega, pega!...

REVOLUTO.- Ya. (Corre a esconderse detrás de la carreta. La danza se detiene).

ORÁTULO.- Demos gracias al Señor por habernos salvado una vez más de la desgracia. Tu poder

es infinito, Señor, y por so yo te canto: “Aleluya, aleluya, aleluya, aleluya, aleluya…”

REVOLUTO.- (Con auténtico dolor. Sacando la cabeza). ¡Paz…, Justicia…, Libertad!... Secretos de

la vida. Palabras y palabras. No me quiten las palabras. Ya sé que nuestro mundo no es un reloj

suizo ni una máquina electrónica, pero cuando estamos en la cuna nuestra madre nos canta:

“Duérmete, mi niño; duérmete, mi amor…” (Desesperado). Yo quiero más, yo quiero más, yo quiero

más… No me quiten las palabras. Yo quiero más… (Tranquilo y sollozando). Pero estamos tan

solos… ¡Tan solos!... ¡Tan solos!... ¿Sabían?... Todos estamos solos…

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ORÁTULO.- (En voz baja). Cállate… No es que me esté poniendo chocho; es simplemente, que no

puedo recordar.

CÁRNIDO.- (Un poco más alto). Cállate… El dinero y las fronteras… los turistas y el alma.

REVOLUTO.- (Con voz estentórea). Solos…

CÁRNIDO.- (En un grito). Fórtido… El látigo… (Fórtido une su grito al de Cárnido y hace restallar el

látigo. Revoluto también grita y se esconde).

ORÁTULO.- (Moviendo los brazos, como quien se despereza dolorosamente). ¡Solos, solos,

solos!... No, Dios mío, solos no… ¿Qué tú me has dicho?... ¡Solos no! (Como en una salmodia).

Bienaventurados los que están afligidos, porque ellos serán consolados… Bienaventurados los

mansos, porque ellos poseerán la tierra… Bienaventurados los que tienen hambre y sed de

justicia, porque ellos serán saciados… Bienaventurados los pobres de… Los pobres… A los pobres

los tendréis siempre… (Con alegría mística). ¡No estoy solo! Los pobres están conmigo, conmigo,

conmigo… Tu inteligencia es grande, Señor; Tú me has dado los pobres para que me

acompañen… ¡Ah!, la edad, la edad, la edad…

CÁRNIDO.- (Hastiado). Continuemos.

MÍNIMO.- (Entre quejidos). Puedo…, yo… no…. Puedo…, yo… no…

ORÁTULO.- ¡Pobrecito, pobrecito!... Bienaventurado tú, ahora lo comprendo… La edad se ha

marchado. Estoy lleno de la inteligencia divina. La inteligencia divina me reboza. Hasta podría decir

la letanía completa de todos los santos y santas, vírgenes y viudas mártires, si no fuera tan larga. Y

ya lo dice la liturgia: No es bueno cansar, porque el que se cansa se sienta, y el que se sienta no

camina, y el que no camina es porque está cansado… (Ha bajado de la carreta y se arrodilla al

lado de Mínimo). ¿Estás cansado, hijo mío?

MÍNIMO.- ¿No lo oyes?... (Se queja).

ORÁTULO.- Lo comprendo. La justicia de Dios necesita de tu cansancio para poder darte la gloria,

aunque no sea la gloria lo que esperas al final del camino. Porque ¿quién sabe dónde está el final

ni de qué color es?... Cada uno lleva su cruz, hijo mío, y los que no, llevan un filete a medio

cocinar. El mundo es perfecto, como tiene que serlo por ser obra de Dios. Y cuando uno se

encuentra con algo perfecto, tiene que tener fe, aunque nos duela la barriga o nos produzca

náuseas.

MÍNIMO.- Yo tengo fe… pero no puedo… Las piernas… se niegan a soportarme. (Se queja sin

parar). No puedo.

CÁRNIDO.- ¿Lo ve, lo ve? Es un insurrecto.

ORÁTULO.- ¡Silencio!... ¿A ver, a ver, hermano querido?... Apóyate en mí… (Lo ayuda a ponerse

en pie).

CÁRNIDO.- No le haga usted cariñitos, que se me pervierte más de lo que está.

ORÁTULO.- ¡Silencio!... ¿A ver, a ver? Ya está.

MÍNIMO.- No… puedo.

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ORÁTULO.- Ya estás de pie; camina… (Lo suelta y Mínimo cae como caería un poste de

alumbrado, pero acompañado de una sirena). ¡Dios mío!... Es verdad que no puede.

CÁRNIDO.- ¿Y le vas a creer?

MÍNIMO.- (Ab libitum, como un contrabajo). Tengo hambre… Tengo hambre… Tengo hambre…

Hambre… Hambre…

ORÁTULO.- Hay un santo para los que han perdido las fuerzas, que se llama… que se llama…

Pero ese no es el asunto. La verdad es que está agotado, y si está agotado es porque usted lo ha

hecho trabajar mucho. ¿Quién ha visto que sea necesario construir pirámides, o templos a

Minerva, o capitolios? ¿Quién ha visto que tengan que construirse catedrales góticas o magníficos

templos masónicos?... ¡Ya, ya, ya!... Ya se lo había dicho, o había pensado decirlo… Es usted un

bárbaro inhumano.

MÍNIMO.- Eso (Y continúa con su queja de contrabajo).

CÁRNIDO.- No te metas en mis negocios si no quieres que yo me meta con tu Dios. Porque quiero

que sepas que si es verdad que hay montañas altas, también hay valles bajos, y eso no impide que

la tierra sea redonda. Al menos, eso dicen.

ORÁTULO.- La tierra es cuadrada y, además, este es un ser humano que tiene un alma humana

que debe salvarse.

CÁRNIDO.- Muy bien; ocúpese usted del alma, que yo me ocupo del ser. ¿Acaso me inmiscuyo

cuando usted le hace cumplir sus obligaciones para con Dios?... No, ¿verdad?... Todas las noches,

como usted ha ordenado, reza sus cien rosarios, sus trescientos credos, las once mil oraciones de

las once mil vírgenes (que aunque usted se empeña en decir que son más, yo estoy seguro que

son menos) y las plegarias especiales para cada uno de los mártires y viudas del santoral. Y

aunque eso no me deja dormir y de paso no lo deja dormir a él, yo nunca me he quejado. Que la

salve, que la salve, que la salve usted su alma. Pero lo que es el cuerpo, el cuerpo, el cuerpo…

ORÁTULO.- (Que le levanta los dedos al quejumbroso Mínimo, sin poder lograr que queden

arriba). El cuerpo no funciona… No tiene fuerzas… No tiene fuerzas… Nada de fuerzas… ¡Dios

mío…, Dios mío…, permíteme salvarlo!... (Se levanta y abre los brazos en cruz). ¿Qué va a decir la

gente?... No es que yo dude de Ti. Ya sabes que no, te lo he dicho tantas veces… Pero los

demás… No a todos les gusta el olor de las ceras y de las azucenas. Algunos hasta son alérgicos

a esos olores. No tienen la culpa. Ellos no pidieron nacer así. Además, tienes que considerar que la

Tierra no es redonda y que los hombres tienen los ojos en la cara para no darse topetazos en la

nariz. No te pido que termines con este viaje. Eso forma parte de tus cosas, y Tú con tus cosas

eres muy exclusivista. Pero, al menos, danos un poco de potestad. No seas avaro, que a Ti te

sobre. Que podamos dar al pan sabor de filete, que no se necesiten las estatuas, que podamos

inventar el motor y muchas otras cosas. ¿Me oyes o no me oyes?

REVOLUTO.- ¡Ja!

ORÁTULO.- Espero que, además de un ojo o dos, también tengas un oído o dos oídos, y, quién

sabe, una boca, o dos bocas… Dios… Dios…

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Page 286: Teatro breve

REVOLUTO.- No te va a escuchar por una razón muy sencilla: no está ahí.

MÍNIMO.- (Gritando de repente). Lo único que tengo es hambre, y el hambre no se come. (A partir

de este momento, todos comenzarán a hablar al mismo tiempo y a danzar progresivamente, como

si pidieran lluvia. Terminarán gritando).

CÁRNIDO.- Incendios siderales y dinero… dinero, más dinero que hombres, esa es la solución…

Dinero…, aunque Dios no pueda escuchar… Dinero…, aunque los rascacielos no rasquen los

cielos… Dinero…, aunque el alma sea una papa calienten boca desdentada… ¡Dinero, dinero,

dinero!... (Etcétera).

REVOLUTO.- Libertad… Que los cielos se desplomen… Libertad… Que las piedras reinen sobre

los hombres… Libertad… Aunque caiga la lluvia y se ahoguen las vacas y los toros… Libertad…

No me interesan las medallas ni el dinero… ¡Libertad, libertad, libertad!... (Etcétera).

MÍNIMO.- La tierra no se come… Hambre… El aire no se come… Hambre… Los hombres no se

comen… ¡Hambre, hambre, hambre!... (Etcétera).

FORTIDO.- Medallas… Medallas… Medallas… ¡Medallas, medalla, medallas!... (Etcétera). (Entre

palabra y palabra grita como acostumbra).

ORÁTULO.- Sálvanos… Sálvanos… Sálvanos… ¡Sálvanos, sálvanos, sálvanos!… (Etcétera). (Al

llegar los gritos y la danza su clímax, hay un silencio chillón). ¿Eres sordo? (Después de una

pausa, la escena se oscurece entre ruidos de truenos que bien podrían confundirse con latas –un

cambio impresionante, de todas formas-. Cinco veces ampliada se escucha la voz de Dios, que

dice: “Me tienen harto”. Más truenos. “Hagan lo que les dé la gana”. Escándalo final, y la

escena, lentamente, se normaliza. Otra pausa).

CÁRNIDO.- ¿Qué pasó?

ORÁTULO.- Es Dios, que ha hablado.

REVOLUTO.- (Sacando nuevamente la cabeza por detrás de la carreta). Cara… Entonces, estaba

ahí… Y yo que pensaba que…

MÍNIMO.- (Apoyándose en los codos). ¿Oyeron?... Dijo que… hiciéramos lo que nos diera la

gana… ¿Eso, tal vez, quiere decir que…?

ORÁTULO.- Dios ha hablado.

MÍNIMO.- (A Orátulo). Tú que sabes de esas cosas…, ¿eso quiere decir tal vez que...?

ORÁTULO.- Que nos da potestad.

MÍNIMO.- ¿Para qué cosas?

ORÁTULO.- No sé; supongo que para todas.

MÍNIMO.- ¿Para comer también?

ORÁTULO.- Supongo que para todas.

MÍNIMO.- Dios mío… quiero comer. (Atada con una gorda soga aparece desde arriba una cesta

con comida. Mínimo se lanza sobre ella, y devora).

REVOLUTO.- ¡Es increíble!...

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Page 287: Teatro breve

CÁRNIDO.- Si, increíble… Los peligros de nuestra situación actual son comparables a una disputa

con navajas entre nuestros antecesores Adán y Eva, o un poco más cerca, a lo que hubiera

sucedido si a un pájaro carpintero se le hubiera antojado construir su guarida en el fondo del arca

de Noé. Eso, aparte de que estoy convencido de que es muy peligroso jugar al balompié con la

bomba de hidrógeno, sobre todo si se usan zapatos con clavos, y, por tanto, considerando mi

posición privilegiada, mi amor a la tranquilidad, mis várices y mis callos, recomiendo a todos que se

lean “Las mil y una noches” árabes antes de decidir no importa lo que sea.

ORÁTULO.- “Laetitia… Laetitia… Laetitia…” Te damos las gracias Seños por tu magnanimidad.

CÁRNIDO.- ¿Cómo?... ¿Hablas de magnanimidad y de dar las gracias?... Pero mira que andas

despistado… ¿No se te ha ocurrido pensar que su repentina e inesperada concesión puede ser

producto del miedo?

ORÁTULO.- ¿Miedo, Dios?

CÁRNIDO.- Sí. Miedo, miedo… Observa que su intervención ha llegado cuando en el mundo

amenazaba con desatarse una guerra atómica.

ORÁTULO.- ¿Y qué puede importar a Dios cualquier tipo de bomba?

CÁRNIDO.- El humo de toda una Tierra ardiendo resulta nocivo para cualquier respiración, aunque

sea una respiración sagrada, pues dígase lo que se diga, es una respiración, con todo y que sea

un poco más fuerte que las demás. Y como yo siempre he sido de la opinión de que no se debe

llorar sobre la sangre derramada, y, dicho sea de paso, sobre la sangre vertida, porque se forma un

lodazal, comienzo las peticiones, porque supongo que no faltan cosas para pedir… Dios mío, yo

quiero…

FÓRTIDO.- No, yo primero… Yo quiero, Dios mío…

CÁRNIDO.- Yo primero…

FÓRTIDO.- Yo primero…

CÁRNIDO.- Yo primero…

FORTIDO.- Yo primero…

ORÁTULO.- ¡Silencio!... ¡Formalidad!... Cada uno a su turno, que hay para todos.

CÁRNIDO.- Yo primero, que soy el más viejo.

ORÁTULO.- ¿Qué quieres?

CÁRNIDO.- Yo… Yo… (Se pone mimoso como un niño). ¡Dios mío!... Yo quiero dinero, mucho

dinero. (De arriba cae una lluvia de dinero, que Cárnido se tira a recoger). ¿Y… dónde lo pongo?

(Del mismo sitio caen bolsas, que son llenadas con prontitud).

ORÁTULO.- ¿Y tú?

FÓRTIDO.- Señor Dios, general en jefe de todos los ejércitos, comandante supremo,

respetuosamente se le ordena…

ORÁTULO.- Sin formalidades.

FÓRTIDO.- Medallas… Muchas medallas… Dios mío… Yo quiero medallas… (Caen medallas y

Fórtido se las cuelga de todas partes)

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Page 288: Teatro breve

ORÁTULO.- Y yo…, yo…, Señor…, humilde como siempre, me conformo con…, con… Señor, yo

quiero un báculo que me reafirme como gobernante de tu grey. (El báculo baja, atado por una

soga).

REVOLUTO.- (Que subrepticiamente se ha subido a la carreta). ¡Ja, ja!... ¡Victoria!...

CÁRNIDO.- ¿Eh?... ¿Qué pasa?

REVOLUTO.- Dios, yo quiero el poder… Ya tengo el poder. Él me lo ha dado.

CÁRNIDO.- Estás equivocado.

REVOLUTO.- ¿No escucharon sus palabras?... Estaba harto y me ha dado el poder. Sabe que

conmigo las cosas se arreglarán. Ya ano habrá más valses en Viena ni más té a las cinco para los

ingleses. Los autos de todas marcas se venderán a siete centavos, y todos los hombres se lavarán

los pies con agua de Colonia, y las mujeres también. Este milagro ha sido hecho para mí.

Especialmente para mí… Ven, ven, ven, Mínimo querido; ya has sufrido demasiado. El día de tu

regeneración llegó con mi toma del poder. Desde ahora podrás ir sentado a mi lado en la carreta.

MÍNIMO.- (Devorando los restos). Espera… Espera, voy.

CÁRNIDO.- La problemática mundial me indica, como no es posible dudarlo, que lo mejor que se

puede hacer en los terribles casos de crisis nerviosas es no meter las manos en la boca de un

perro, sobre todo si se trata de la mano derecha, porque en otro caso… (Se rasca la cabeza). ¿He

entendido mal, o estos dos pretenden cogerse nuestros puestos?

MÍNIMO.- (Todavía con la boca llena, se sube a la carreta). Aquí estoy, aquí estoy…

ORÁTULO.- Me temo que ha entendido bien.

CÁRNIDO.- Pero ¡es horrible…., con mis monedas!

ORÁTULO.- Con mi báculo de oro, porque es de oro.

FÓRTIDO.- Con mis medallas.

REVOLUTO.- Menos cháchara, y a continuar el camino. Rapidez y eficiencia… Rapidez y

eficiencia… Rapidez y eficiencia… Ahora aprenderá lo que es ganarse el pan con el sudor de su

frente, sin criticar el sudor que cae en la masa. Tú, Cárnido, ponte entre los palos y toma las

correas; es tu turno para halar. Como Orátulo es menos fuerte, simplemente manejará el látigo.

CÁRNIDO.- Me niego.

ORÁTULO.- Yo también… Un hombre con mi poder espiritual, dando a probar el látigo. Ni que

fuera con vainilla, cerezas y nueces picadas. Yo exijo un sillón de oro con brazos para que me

lleven en andas. Traigan esclavos de Nubia o de América, o, por lo menos, traigan idiotas de

cualquier parte del mundo. No pueden olvidar que si algo tenemos es gracias a mí, que serví de

intermediario.

REVOLUTO.- Menos cháchara, he dicho y lo repito: menos cháchara…, menos cháchara…, menos

cháchara…, menos cháchara…

MÍNIMO.- Ya está bueno.

REVOLUTO.- De acuerdo… Toma el látigo y oblígalos a obedecer. (Mínimo se tira y va hacia

Fórtido).

288

Page 289: Teatro breve

CÁRNIDO.- No pasarán.

REVOLUTO.- Quítale el látigo. (Lo hace).

CÁRNIDO.- (A Fórtido). Quítale el látigo. (Lo hace).

REVOLUTO.- Quítale el látigo. (Lo hace).

CÁRNIDO.- Quítale el látigo. (Lo hace).

REVOLUTO.- ¿Sabes que me estoy cansando?

CÁRNIDO.- Creías que iba a ser fácil, ¿eh?

REVOLUTO.- No me importa lo que sea, ni de qué lado de la Luna caiga, o si es verde o amarillo.

Pero quiero que sepas, ignorante ciclópeo de las estepas saladas del sur, que esto lo conseguiré

como sea, por arriba, por abajo, por delante o por detrás, y aunque tenga que pasar por sobre tu

cadáver… Oye, y ahora que lo digo… Es una buena idea.

CÁRNIDO.- ¿Cuál?

REVOLUTO.- Que te mueras… ¡Ja, ja!... Dios mío, quiero su cadáver. (Acorde sordo. Cárnido se

desploma).

ORÁTULO.- “Requiescant in pace”. (Hace sobre él la extraña señal de la cruz y se arrodilla a su

lado).

REVOLUTO.- (Después de tomar un gran impulso, salta sobre el cuerpo). Ya pasé por sobre su

cadáver… Y ahora ya han visto hasta dónde alcanza mi poder. Soy un volcán al que no detiene

ningún tipo de paredes o de rejas; así es que, como un buen consejo, a olvidarse de los pañales y

de Dreud, y a ponerse los “overoles”… Que mueran los psiquiatras… Mínimo, quítale el látigo.

ORÁTULO.- Dios tenga piedad de nosotros.

REVOLUTO.- Amén… ¡Tú, Fórtido, de prisa, ocupa el lugar que te corresponde en el nuevo orden!

Eres el más fuerte y, por tanto, es tu deber cargar con la carreta.

FÓRTIDO.- ¿Quién?... ¿Yo?...

REVOLUTO.- Sí, tú… Y si no lo haces, quiero que lo sepas, te azotaré con el mismo látigo con que

lastimabas a mi pobre compañero… ¡Cómo te quiero, Mínimo!

FÓRTIDO.- A mí, nunca, nadie me ha pegado.

REVOLUTO.- Por la primera vez se empieza.

FÓRTIDO.- ¿A mí, el más fuerte?... ¿El que ha sido la base del poder?... Nunca, nunca, nunca.

REVOLUTO.- Azótalo, Mínimo, azótalo.

FÓRTIDO.- No… Quiera Dios que te mueras, Revoluto. (El mismo acorde y la misma caída).

ORÁTULO.- “Requiescant in pace”. (Se arrastra de rodillas a su lado y hace sobre él la señal de la

cruz árabe).

FÓRTIDO.- Es increíble cómo a estos estúpidos se les suben los humos a la cabeza. Se les da una

pequeña oportunidad y ya se creen los reyes del mundo. ¿Cuándo se ha visto un hombre con tres

piernas? ¿Cuándo se ha visto que los árboles crezcan con la raíces hacia arriba? ¿Cuándo se ha

visto a un recién nacido fumando tabaco?... Nunca, ¿verdad?... Pues, entonces, ¿quién puede

imaginarse que yo me voy a rebajar tirando de una carreta?

289

Page 290: Teatro breve

ORÁTULO.- (Levantándose). Con lo cual considero la misa terminada… “Ite missa est…”

FÓRTIDO.- Amén… Pero no perdamos más tiempo. Se hace tarde y supongo que aún falta mucho

por andar. Nunca he entendido muy bien esto de este viaje, pero supongo que es necesario, y la

verdad es que sería muy aburrido permanecer en el mismo lugar, sin “cabarets”, ni prostitutas, ni

botellas de cerveza, aunque estén vacías, ni nada… Y ya dicho lo que he dicho, considerando que

nuestra situación es muy similar a la de antes, no nos queda más que hacer las cosas como antes,

aunque ahora un poco más alivianados de nuestra carga que antes. La naturaleza es sabia y los

tomates son rojos. Siempre lo pensé… Andando.

MÍNIMO.- ¡Espera, espera, espera!... Voy a enseñarte un acto de prestidigitación… Ta, ta, ra, ra…

(No se sabe de dónde saca un pañuelo blanco. Fórtido, entusiasmado, se encuclilla para

observarlo). Ta, ta, ra, ra… (Sin que se sepa cómo, convierte el pañuelo en una sarta de pañuelos

de colores). Bonito, ¿no?

FÓRTIDO.- (Como un niño). ¡Precioso, precioso, precioso!

MÍNIMO.- Pues Dios quiera que te mueras tú también. (Un tercer acorde y una tercera caída).

ORÁTULO.- “Requiescant in pace” (Cae de rodillas y repite la ceremonia).

MÍNIMO.- Espero que comprendas, mi querido Orátulo. No me quedaba otro remedio. Tú sabes

que cuando se nace se busca el seno de la madre por instinto. Nadie nos tiene que decir que es

ahí de donde tenemos que alimentarnos, al igual que nadie nos tiene que explicar cómo se mete

uno en un ataúd. Y eso es un punto importante de la lógica. Se da duro con las manos, pero con un

látigo duele mucho más, y aunque a uno se le caen los dientes cuando niño, más tarde le vuelven

a salir. Malo es cuando se le caen a uno las muelas de puro viejo, y con eso no hay necesidad de

ser dentista para saberlo… ¿Comprendes?

ORÁTULO.- Dios tenga piedad de nosotros… Pero lo que pienso es que dos y dos son cuatro, y

que uno y uno solo hacen dos, y que si a dos quitamos uno, no queda casi ninguno… ¿Ahora qué

vamos a hacer?

MÍNIMO.- Tú y yo siempre nos hemos llevado muy bien. No creo que exista ningún problema.

Como buenos amigos, los dos solos seguiremos el camino (Orátulo se levanta, y ambos se ponen

de espaldas). ¿Qué hora es?

ORÁTULO.- La de volver a comenzar.

MÍNIMO.- Entonces, comencemos.

ORÁTULO.- ¿Quién la llevará?

MÍNIMO.- ¿Qué?

ORÁTULO.- La carreta.

MÍNIMO.- ¿Quién?

ORÁTULO.- Yo…, yo no estoy acostumbrado a hacerlo… No tengo fuerzas.

MÍNIMO.- Yo…, yo estoy muy cansado por haberlo hecho durante mucho tiempo… (Los dos se

enfrentan al mismo tiempo). ¿Quieres que te enseñe un acto de prestidigitación?

ORÁTULO.- No, no me gustan.

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Page 291: Teatro breve

MÍNIMO.- ¿Y una historia?... Conozco una… ¿Quieres que te la cuente?

ORÁTULO.- No me divierten las historias.

MÍNIMO.- Estoy seguro que te gustará. Voy a contártela… (Hace un hermoso gesto con los

brazos). Sucede que en una ocasión, un anciano de siete años pasó por la siguiente prueba: Se

encontró encerrado en una gran habitación redonda, con puertas de todos lados, y escuchó una

voz que le dijo: “Detrás de una de esas puertas está el secreto de la vida. Te daré tres

oportunidades. Si encuentras la que es, serás feliz, y contigo todo el género humano”. El niño de

setecientos años meditó y abrió la primera; detrás de ella encontró un hombre ahorcado; abrió la

segunda, y detrás de ella encontró un hombre decapitado; abrió la tercera, encontrando detrás de

ella un hombre electrocutado. Se echó a llorar, y la voz, compadecida, le dijo: “Te daré una nueva

oportunidad”. Y el perro abrió una cuarta puerta, encontrando un nuevo cadáver. Lloró

nuevamente, y le fue concedida otra oportunidad: lo mismo; abrió la sexta y lo mismo, abrió la

séptima y lo mismo, abrió la octava y lo mismo, abrió la novena y lo mismo, abrió la décima y lo

mismo, abrió la decimoprimera y lo mismo, abrió la decimosegunda y lo mismo, abrió la

decimotercera y lo mismo, abrió la decimocuarta y lo mismo, abrió la decimoquinta y lo mismo,

abrió la decimosexta y lo mismo, abrió la decimoséptima y lo mismo, abrió la decimoctava y lo

mismo, abrió la decimonovena y lo mismo, abrió la vigésima y lo mismo, y… Eran veintiuna

puertas, y solo le quedaba una. Lloró como un cocodrilo, hasta que la voz, para que no fuera a

manchar el piso con el salitre de sus lágrimas, le dijo: “Eres insoportable cocodrilo. Está bien…

¡ábrela!” El anciano dio un paso; dio otro paso, y otro. Agarró el picaporte con cuidado, y con

cuidado comenzó a hacerlo girar… Los goznes chillaban y él sudaba empavorecido… Al fin,

después de muchas dudas, se dijo: “Hay que ser valiente y decidirse”, y de un empujón abrió la

puerta, y allí estaba un grande y hermoso hombre, que le dijo…

ORÁTULO.- (En un grito). Que te mueras. Dios quiera que así sea. (Y el acorde se repite, esta vez

con mayor fuerza, con la consiguiente caída). “Requiescant in pace…” (Mira hacia arriba con

disimulo). Señor, yo no he tenido la culpa, o sí la he tenido, pero no me quedaba otra alternativa.

Los antibióticos se utilizan cuando hay una infección, por más cariño que le tengamos a los

microbios. ¿Qué otra cosa podía hacer? (Enfrentando el vacío). Yo soy tu intermediario. ¿Acaso

querías que muriera?... De no haberlo matado, él me hubiera asesinado a mí; eso no podrás

negarlo… Tenía que ser así. Tu palabra debe prevalecer sobre los mortales, aunque para ello sea

necesario destruir a todos los mortales, yo soy el conductor de tu palabra…, yo soy el conductor de

tu palabra. (Silencio cargante). Contesta… (Espera unos segundos, y luego baja la cabeza). Día de

ira… La tierra ha sido reducida a cenizas… Después de todo, así tenía que ser; los mortales han

cumplido su misión: han muerto. (Va hacia los cuerpos y los sienta. Los contempla en silencio, y

luego mueve la cabeza en sentido negativo). Ahora debo emprender el viaje… Todavía es de día…

Vamos, ¡valor! (Va a la carreta y se ciñe las correas. Trata de hacerla mover, pero no puede.

Lentamente se desciñe. Permanece indeciso. De la carreta toma un gran libro negro. Dirige

nuevamente su mirada hacia arriba). Tu pensamiento, Señor… Al menos, él debe seguir

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Page 292: Teatro breve

adelante… (Carga el libro sobre sus hombros con visible esfuerzo, y emprende el camino. A punto

de salir se detiene. Se vuelve lentamente y camina hacia el centro de la escena. Ya en él, pone el

libro en el suelo y se sienta sobre él. Junta las manos entre sus piernas, y dos lágrimas corren por

sus mejillas. Susurra): Para jugar barajas se necesitan dos… Se necesitan dos, se necesitan dos,

se necesitan dos… (Grita). No puedo… No puedo… (Llora, hinca sus rodillas y abre los brazos).

Señor... Señor… Un último favor. Prometo envejecer con dignidad. Prometo alimentarme con pan

sin levadura y bautizar el vino con una mitad de agua. Prometo, te prometo… (Pausa). Devuélvelos

a la vida, y por lo que más quieras… quítanos la potestad… que nos diste… (Hay un silencio, y

luego los truenos y la oscuridad, igual que la primera vez. La voz de Dios dice: “Son insoportables”.

Más truenos. “Lo concedo”. Otra tanda de truenos, y la normalidad. Los personajes se levantan y

se colocan como al principio, después de abandonar lo concedido por Dios en el centro de la

escena). La Muerte ha muerto, y la creación despierta.

MÍNIMO.- No puedo más… Tengo hambre…, mucha hambre…

REVOLUTO.- Explotadores…, abusadores…, asesinos…

CÁRNIDO.- ¡Silencio!

REVOLUTO.- ¡Que no, que no y que no! Mientras haya agua, yo tendré saliva. Caminaremos por

cualquier desierto con botas o con zapatillas de “ballet”, vestidos de diablos cojuelos o de monja de

clausura. Lo que importa…

CÁRNIDO.- ¡Silencio, he dicho! (Acompañado de u grito. Fórtido hace restallar el látigo).

Continuemos… (Mínimo comienza a arrastrar). ¿De qué hablábamos?

ORÁTULO.- Del mundo.

CÁRNIDO.- Tiene usted razón… Si consideramos que los ejércitos comen demasiado y que por

eso es mejor mandarlos al campo de batalla, tendremos que llegar a la conclusión de que ni

Amenhotep, ni Copérnico, ni Juana de arco, y ni siquiera los monjes budistas, tenían razón, de lo

cual se desprende que es mucho mejor guerrear en las ciudades. Porque quiero que sepa que eso

no altera en nada mi opinión: la comida debe ser mejorada, y le juro que trataremos eso en la

próxima reunió de las Naciones Desunidas, digan lo que digan. Después de todo ¿qué me importa

que me llamen intervencionista? Las cosas son así y así tienen que ser.

REVOLUTO.- ¿Así?... ¿Así?... Hijos de la gran p… (Han salido, y solo quedan en escena el cielo,

el sol, la arena y los milagros abandonados. La cortina se cierra, sin comentarios. Tal vez la

marcha del principio).

FIN DE

“FÁBULA DE LOS CINCO CAMINANTES”

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Page 293: Teatro breve

El soldado raso

Luis Valdez

PERSONAJES

Johnny

La Mamá

El Jefito

Cecilia

La Muerte

El Hermano

MUERTE.- (Entra cantando). Me voy de soldado raso, / voy a ingresar a las filas, / con los valientes

muchachos / que dejan madres queridas, / que dejan novias llorando…

¡Ay, ay, ay, ay! Pos que a todo dar para mí que haya guerra. Quihubo raza, yo soy La Muerte ¿qué

nuevas, no?

Bueno, no se escamen porque no vine a llevarme a nadie, vine a contarles una historia, la historia

del soldado raso. Simón, la historia del soldado raso, tal vez ustedes lo conocieron, eh. No hace

mucho tiempo murió en Viet Nam. (Entra Johnny arreglándose el uniforme). Este es Johnny, el

soldado raso. Mañana se va para Viet Nam, pero esta noche. Bueno esta noche se va a divertir

¿verdad? Miren su cara. ¿Saben lo que está pensando? (Johnny mueve los labios). “Ahora si soy

un hombre” (Entra La Mamá). Esta es La Jefita. Está preocupada por su hijo, como todas las

madres. “Bendito sea Dios”, está pensando (La Mamá mueve los labios). Ojalá y no le pase nada a

mi hijo. (La Mamá toca a Johnny en el hombro).

JOHNNY.- ¿Ya está la cena Jefa?

MAMÁ.- Si hijo ya merito. ¿Pero porqué te vestiste así, no te vas hasta mañana?

JOHNNY.- Pos ya sabe, va a venir Cecilia y todo.

MAMÁ.- Ay que m’hijo, me traes mil novias pero nunca te casas.

JOHNNY.- Pos a ver cuando le caigo con una surprais, ‘amá (Le besa la frente y la abraza).

MUERTE.- ¡Órale! Qué tierno ¿No? Pero guacha a La Jefita. Escuchen lo que está pensando.

MAMÁ.- Ahora sí, mi hijo es un hombre. Se mira tan simpático en ese uniforme.

JOHNNY.- Bueno, se está haciendo tarde, al rato vuelvo con Cecilia.

MAMÁ.- Si hijo, vuelve pronto (Sale Johnny). Dios te cuide corazón de tu madre. (Johnny entra a

escena nuevamente y comienza a caminar).

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Page 294: Teatro breve

MUERTE.- Afuera, en la calle, Johnny empieza a pensar en su familia, en su novia, su barrio, su

vida.

JOHNNY.- Chihuahua, pobre Jefita, mañana va a ser muy duro para ella, también para mí… fue

duro cuando estuve acuartelado, ero ahora Viet Nam, ¡’Ta cabrón men! El Jefito también. No voy a

estar aquí para ayudarle, no me estaba haciendo rico en el jale, pero era algo, muna alivianada

siquiera. El Carnalito no puede trabajar todavía porque está en la escuela, y espero que no la deje

también y termine. A mí nunca me cayó ese jale pero yo sé que al Carnalito le gusta, él sí tiene que

ser alguien en esta vida, yo… pos yo creo que me casaré con Cecilia y tendremos una bola de

chavalos. Me acuerdo cuando la vi por primera vez en el Rainbow, ni podía bailar con ella porque

me había echado mis birrias. La siguiente semana sí estuvo suave porque desde entonces…

¿Hace cuánto fue eso?... ¿Junio?… No fue en julio. Cuatro meses. Ahora me quiero ranar con ella,

sus padres no me quieren, yo lo sé, me creen un vago. Tal vez cambien de opinión cuando regrese

de Viet Nam. ¡Simón, el veterano de guerra! A lo mejor me hieren en combate y regreso con un

chingatal de medallas. Qué pensarán de eso los batos de por acá (Escenas de barrio). Pinche

barrio. Aquí he vivido toda mi vida. Ahora me voy a Viet Nam. Va a estar cabrón eh man, a lo mejor

hasta me matan allá, si así es, me regresarán en una caja… Cubierta con una bandera… un

funeral militar, como el que le hicieron a Pete Gómez. Todos llorando… la Jefita… Qué chingaos

estoy pensando man, ¡Estoy re’ pinche loco!

MUERTE.- Loco pero no pendejo… eh, él sabía qué tipo de funeral quería y así lo tuvo… féretro

militar, muchas flores, la bandera gringa, mujeres llorando, música de trompeta y un saludo con un

rifle al final, ¿o era el adiós? No hay pedo, ustedes saben lo que quiero decir, todo de primera

clase.

Órale pues, la escena que sigue (Escena en la casa).

De nuevo en la casa su Jefito está llegando (Entra el papá).

PAPÁ.- Vieja, ya vine ¿Ya está la cena?

MAMÁ.- Sí viejo, espérate nomás que llegue Juan ¿Qué compraste?

PAPÁ.- Traje una canasta de Coors.

MAMÁ.- ¿Cerveza?

PAPÁ.- ¿Pues porqué no? Mira si ésta es la última noche de mi hijo que…

MAMÁ.- ¿Cómo que la última noche? No hables así hombre.

PAPÁ.- Digo que la última noche en casa. Tú me comprendes, hip, hip.

MAMÁ.- ¿Andas tomando, verdad?

PAPÁ.- Y si ando, qué te importa, nomás me eché unas cuantas heladas con mi compadre, es

todo… Por mira… Ahora sí que parió la burra seca, mi hijo se va a la guerra, y no quieres que

tome. Si hay que celebrar mujer.

MAMÁ.- ¿Celebrar qué?

PAPÁ.- Que mi hijo ya es todo un hombre. Y bien macho el cabrón, así es que no me alegues,

tráeme de cenar.

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Page 295: Teatro breve

MAMÁ.- Espérate a que venga Juan.

PAPÁ.- ¿Dónde está? ¿No está aquí? ¿Qué salió de vago el desgraciado? ¡Juan, Juan!

MAMÁ.- Te digo que fue a traer a Cecilia, que va a cenar con nosotros, y por favor no hables tantas

cochinadas, hombre. Qué dirá la muchacha si te oye hablar así.

PAPÁ.- Con una jodida, mujer. ¿Pos de quién es esta pinche casa? ¿No soy yo el que paga la

renta? ¿El que compra la comida? No me hagas enojar o te va muy mal, no le hace que ya tengas

un hijo soldado.

MAMÁ.- Te lo pido cálmate, te lo pido por tu hijo eh, cálmate (Sale la Mamá).

PAPÁ.- ¡Bah, cálmate! Nomás así quiere que me calme. Y quién me va a callar el hocico ¿Mi hijo el

soldado? Mi hijo…

MUERTE.- Los pensamientos del Jefito regresan a una tibia tarde de julio, Johnny de ocho años de

edad corre hacia él entre las viñas. VOZ: ‘Apá ya pisqué veinte tablas, papá. Uy, veinte tablas,

mocoso. (Entra el hermano).

HERMANO.- ¿Apá, está Johnny?

MUERTE.- Este es el Carnalito de Juan.

PAPÁ.- ¿Y tú, de dónde vienes?

HERMANO.- Allá andaba en el cantón de Polo. Tiene una moto nuevecita.

PAPÁ.- Tú nomás te la llevas jugando ¿no?

HERMANO.- Yo no hice nada.

PAPÁ.- No me rezongues.

HERMANO.- (Encoge los hombros). ¿Ya vamos a cenar?

PAPÁ.- Yo no sé, ve a preguntarle a tu madre. (Sale el Hermano).

MUERTE.- Mirando a su hijo menor el Jefito se pone a pensar de él. Sus pensamientos giran en el

siempre vicioso círculo de la derrota, mutilado con más derrota.

PAPÁ.- Ese muchacho ya debía andar trabajando. Ya tiene sus catorce años cumplidos, yo no sé

porqué la ley los obliga a que vayan a la escuela hasta los dieciséis, al cabo no va a llegar a nada.

Mejor que se meta a trabajar conmigo pa’ que me ayude a la familia.

MUERTE.- Simón, se sale de la escuela y en tres o cuatro años, me lo llevo como me llevé a Juan.

¿Qué loco, no raza? (Juan regresa con Cecilia).

JOHNNY.- Buenas noches ‘apá.

PAPÁ.- ¡Hijo! Buenas noches. Ay pos mira, ya andas de soldado ora vez.

JOHNNY.- Traje a Cecilia a cenar con nosotros.

PAPÁ.- Pos que entre, que entre.

CECILIA.- Muchas gracias.

PAPÁ.- Qué bien se mira mi hijo ¿verdad?

CECILIA.- Sí señor.

PAPÁ.- Pos sí. Ya se nos va de soldado raso… bueno vamos a ver… uy hijo. ¿No gustas una

cervecita?

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Page 296: Teatro breve

JOHNNY.- Si, señor, ¿pero no hay una silla primero para Cecilia?

PAPÁ.- ¡Cómo no! Si aquí tenemos de todo. Déjame traer. Vieja. Ya llegó la visita. (Sale).

JOHNNY.- ¿Cómo te sientes?

CECILIA.- Bien, te quiero.

MUERTE.- Esta por supuesto es la novia de Juan. Buena, ¿no? Qué lástima que nunca podrá

casarse con ella. Si, ya se le declaró esta noche y toda la cosa, y ella aceptó, pero ella no sabe qué

les espera. Escuchen lo que está pensando.

CECILIA.- Cuando nos casemos, ojalá que todavía tenga su uniforme. Nos veremos tan bien

juntos, yo con mi vestido de novia y él así. Chihuahua, cómo quisiera que mañana fuera la boda.

JOHNNY.- ¿Qué estás pensando?

CECILIA.- Nada.

JOHNNY.- Ándale.

CECILIA.- De veras.

JOHNNY.- Chale, lo vi en tus ojos.

CECILIA.- No es nada.

JOHNNY.- Tienes miedo.

CECILIA.- ¿Miedo de qué?

JOHNNY.- De que me voy a Viet Nam.

CECILIA.- No… digo sí, en cierta forma, pero no estaba pensando en eso.

JOHNNY.- ¿Qué era?

CECILIA.- (Pausa). Estaba pensando que ojalá la boda fuera mañana.

JOHNNY.- ¿De veras?

CECILIA.- Sí.

JOHNNY.- ¿Sabes qué? Yo también quisiera que fuera mañana. (La abraza).

MUERTE.- Y ahora él está pensando también ¿de acuerdo? Pero no en lo mismo que ella estaba

pensando. ¡Qué raza! (El Papá y el Hermano entran con cuatro sillas).

PAPÁ.- Aquí vienen las sillas, no que no (Al Hermano). A ver tú ayúdame a mover la mesa, ándale.

JOHNNY.- ¿Necesita ayuda ‘apá?

PAPÁ.- No hijo, yo y tu hermano la movemos (Mueven una mesa imaginaria). Ahí ‘ta. Y dice tu

‘amá que se vayan sentando porque ya está la cena. Hizo tamales, fíjate.

JOHNNY.- Tamales.

HERMANO.- Son del Kentucky fried chicken eeeh.

PAPÁ.- Tú cállate el hocico, mira, no le haga caso, cecilia, este cabrón, digo… este güerco siempre

anda con sus babosadas.

MAMÁ.- (Entrando con un plato imaginario). Aquí vienen los tamales. Cuidado porque la olla está

caliente, eh. Oh Cecilia. Buenas noches hija.

CECILIA.- Buenas noches señora, ¿le puedo ayudar en algo?

MAMÁ.- No, ya está todo listo. Siéntate por favor.

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Page 297: Teatro breve

JOHNNY.- ‘Amá, ¿por qué hizo tamales?

MAMÁ.- Pos ya sé cómo te gustan tanto.

MUERTE.- Un fugaz pensamiento pasa por la mente de Johnny.

JOHNNY.- Qué a todo dar men, yo debería irme a la guerra todos los días.

MUERTE.- Y, en este lado de la mesa, el Carnalito está pensando.

HERMANO.- (Pensando). Y qué tiene de bueno que él vaya a la guerra. Tamales (Hablando). A mí

me gustan los tamales.

PAPÁ.- ¿Quién te dijo que abrieras la boca? ¿Gustas una cerveza hijo?

JOHNNY.- (Asiente con la cabeza). Gracias, Jefe.

PAPÁ.- ¿Y usted Cecilia?

CECILIA.- (Sorprendida). No señor, gracias.

MAMÁ.- Juan, hombre, no seas tan imprudente. Cecilia no tiene edad para tomar. ¿Qué dirán sus

padres? Hice Kool-Aid hija, ahorita traigo una jarra. (Sale).

MUERTE.- ¿Saben qué está pensando el Carnalito? Piensa:

HERMANO.- Le ofreció una cerveza a la Cecilia y hace apenas tres años estaba en el octavo

grado. Cuando yo tenga diecisiete años voy a enlistarme en el servicio y a ponerme bien pedo.

PAPÁ.- ¿Cuántos años tienes Cecilia?

CECILIA.- Dieciocho.

MUERTE.- Mintió, por supuesto.

PAPÁ.- Oh, pos qué caray, si ya eres una mujer, ándale hijo, no dejes que se te escape.

JOHNNY.- No la dejaré.

MAMÁ.- (Entrando). Aquí está el Kool Aid y los frijoles.

JOHNNY.- ‘Amá, tengo algo que decirles, ¿te quieres sentar por favor?

MAMÁ.- ¿Qué es?

PAPÁ.- (Al Hermano). Dale la silla a tu madre.

JOHNNY.- Siéntese ‘amá.

MAMÁ.- ¿Qué es hijo? (Se sienta).

MUERTE.- Qué juegos tan chistosos juega la gente. ¡No! La madre pregunta, pero ella ya sabe lo

que va a decirle su hijo, también el papá y hasta el carnalillo, todos están pensando. Él va a

decirnos: yo y Cecilia nos vamos a casar.

JOHNNY.- Yo y Cecilia nos vamos a casar.

MAMÁ.- Ay, m`hijo.

PAPÁ.- No hombre.

HERMANO.- ¿De veras?

MAMÁ.- ¿Cuándo hijo?

JOHNNY.- Cuando regrese de Viet Nam.

MUERTE.- De pronto, un pensamiento para por la mente de todos. ¿Y si no regresa? Pero lo

hacen a un lado.

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Page 298: Teatro breve

MAMÁ.- Ay m’hija. (Abraza a Cecilia con propiedad).

PAPÁ.- Felicitaciones hijo. (Abraza a Johnny).

MAMÁ.- (Abraza a Johnny). Hijo de mi alma. (Llora).

JOHNNY.- Eh Jefa espérese, guárdese eso para mañana, ya pues amá.

PAPÁ.- Hija. (Abraza a Cecilia con propiedad).

HERMANO.- Eh Johnny, por qué no me voy yo a Viet Nam y tú te quedas para la boda, yo no le

tengo miedo a la Muerte.

MAMÁ.- ¿Por qué dices eso muchacho?

HERMANO.- Se me salió.

PAPÁ.- Ya se te salió mucho, ¿no crees?

HERMANO.- Lo dije si querer (sale).

JOHNNY.- Fue accidental ‘apá.

MAMÁ.- Sí pues, fue accidental, por favor viejito vamos a cenar en paz, mañana se va Juan.

MUERTE.- El resto de la cena, pasa sin ningún problema, ellos hablan sobre la boda, los tamales,

el clima, hasta que llega la hora de irse a la fiesta.

PAPÁ.- ¿Qué va a haber party?

JOHNNY.- Un poco de baile nomás, allá en la casa del Sapo.

MAMÁ.- ¿Cuál sapo, hijo?

JOHNNY.- Sapo mi amigo.

PAPÁ.- No te vayas a emborrachar, eh.

JOHNNY.- Chale, Jefe, va a ir Cecilia conmigo.

PAPÁ.- ¿Ya les pediste permiso a sus padres?

JOHNNY.- SI Señor, y a las once tiene que estar en su casa.

PAPÁ.- Está bien. (Johnny y Cecilia se levantan).

CECILIA.- Gracias por la cena, señora.

MAMÁ.- Ay, hija, no hay de qué.

CECILIA. - The tamales where really good.

JOHNNY.- Sí, ‘amá, estuvieron a todo dar.

MAMÁ.- Si hijo ¿te gustaron?

JOHNNY.- Estuvieron muy sabrosos, gracias, eh. (La abraza).

MAMÁ.- Cómo que gracias, eres mi hijo. Váyanse pues que se hace tarde.

PAPÁ.- ¿No quieres usar la troquita hijo?

JOHNNY.- No gracias ‘apá, ya traigo el carro de Cecilia.

CECILIA.- No es mío, es de mi papá, nos lo prestaron para ir al baile.

PAPÁ.- Parece que dejaste buena impresión, eh.

CECILIA.- Muy buena, ellos dicen que desde que entró al servicio se hizo más responsable.

MUERTE.- (Al público). ¿Oyeron eso? Óiganlo otra vez.

CECILIA.- Ellos dicen que desde que entró al servicio se hizo más responsable.

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Page 299: Teatro breve

MUERTE.- Así me gusta…

PAPÁ.- Qué bueno, entonces nomás nos queda ir a pedirle la mano a Cecilia ¿No, vieja?

MAMÁ.- Si Dios quiere.

JOHNNY.- Ahí nos vemos, pues.

CECILIA.- Buenas noches.

PAPÁ.- Buenas noches, hija.

MAMÁ.- Cuidado en el camino, hijos.

JOHNNY.- No se apure Jefa, nos vemos al rato.

CECILIA.- Bye. (Johnny y Cecilia salen, la Mamá se para en la puerta).

PAPÁ.- (Sentándose otra vez). Pues sí, viejita, ya se nos hizo hombre el Juanito. Qué pronto pasan

los años ¿no?

MUERTE.- El Jefito piensa en la guerra de Corea, fue más o menos cuando nació Johnny y

quisiera tener experiencia sobre la guerra para darle consejos; él no fue a la guerra de Corea, no

fue reclutado y nunca, quién sabe por qué, se enlistó en el ejército. (La Mamá voltea y ve a la

Muerte).

MAMÁ.- ¡Chín! Creo que me vio.

PAPÁ.- ¿Qué te pasa? (La Mamá ve hacia donde estaba la Muerte). Contéstame, pus qué te traes,

(Pausa) oyes, pos si no estoy aquí pintado. Háblame.

MAMÁ.- Acabo de ver a la Muerte.

PAPÁ.- ¿Muerte? Estás loca.

MAMÁ.- Es cierto, salió Juan ‘orita cuando voltié y allí estaba la Muerte, parada sonriéndose. Ave

María Purísima, si acaso le pasa algo a Juan.

PAPÁ.- Cállate el hocico, qué no ves que es de mala suerte. (Ellos salen y la Muerte vuelve a

entrar. Y ya en la terminal de los camiones).

MUERTE.- Al día siguiente Johnny va a la terminal de los autobuses, Grey Hound. El Padre, la

Madre, el Carnalito y la Novia van a despedirlo, la estación está llena de soldados y marineros, hay

también viejos y en una banca duerme plácidamente un borrachito. De pronto se escucha un

anuncio por los altoparlantes.

The Los Ángeles bus is now receiving passengers at gate two for Kingsburg, Tulare, Delano,

Bakersfield, and Los Ángeles connections in L. A. points east and south. (Cecilia toma a Johnny

del brazo).

PAPÁ.- Hace ya muchos años que no me pasiaba por el esteche.

MAMÁ.- ¿Tienes tu tikete hijo?

JOHNNY.- Ay no, tengo que ir a comprarlo.

CECILIA.- Yo voy contigo.

PAPÁ.- ¿Traes dinero hijo?

JOHNNY.- Si, yo tengo. (Camina con Cecilia hacia la Muerte a la ventanilla de los boletos) Un

boleto.

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Page 300: Teatro breve

MUERTE.- ¿Para dónde?

JOHNNY.- Para Viet Nam… Digo, para Oakland.

MUERTE.- ¿Viaje redondo, o de ida nada más?

JOHNNY.- De ida, nada más.

MUERTE.- Exactamente, de ida nada más. (Johnny toma su boleto y se va. De pronto voltea

bruscamente hacia donde estaba la Muerte. Para ese momento la Muerte ya ha cambiado de sitio).

CECILIA.- ¿Qué te pasa?

JOHNNY.- Nada (Van hacia donde están los padres de Johnny).

MUERTE.- Durante media hora hablan de cosas sin importancia, repiten varias veces cosas que ya

se dijeron. Cecilia le promete que le será fiel, que lo esperará; momentos después es la hora de

irse. (La Muerte anuncia). Pasajeros con destino a Oakland Viet Nam, favor de abordar su autobús

por la puerta número 4, es hora de salida.

JOHNNY.- Ese es mi camión.

MAMÁ.- Ay, mi hijito.

PAPÁ.- Cuídate mucho pues, eh hijo.

JOHNNY.- No se apure Jefe.

CECILIA.- Te quiero Johnny (Lo abraza).

MUERTE.- (Anuncia). El autobús con destino a Oakland Viet Nam, hace un último llamado,

pasajeros con este destino favor de abordar el autobús que se encuentra al final de la estación.

Buen viaje y gracias por preferir nuestros servicios.

JOHNNY.- Ya me voy. (Todos se abrazan llorando, se despiden, Johnny sale. Al igual que los

demás, Cecilia y la Mamá lloran. Canción).

MUERTE.- Johnny se fue derecho a Viet Nam, para nunca regresar, no quería ir, pero se fue,

nunca pensó en rehusarse, cómo podía negarle algo al gobierno de los Estados Unidos, a su

familia. Y además, quién quiere ir a la cárcel, no, mejor era ir a Viet Nam, pues de ahí había la

posibilidad de regresar vivo… tal vez herido pero vivo. Así pues se jugó el albur y lo perdió. Pero

antes de que muriera vio muchas cosas en Viet Nam, cosas que le abrieron los ojos y le escribió a

su mamá acerca de ellas. (Johnny y la Mamá entran en el escenario por lados opuestos, él viste

uniforme de combate).

JOHNNY.- Dear Jefita.

MAMÁ.- Querido hijo.

JOHNNY.- Le escribo esta carta.

MAMÁ.- Recibí tu carta.

JOHNNY.- Para decirle que estoy bien.

MAMÁ.- Y doy gracias a los cielos que estés bien.

JOHNNY.- ¿Cómo están todos?

MAMÁ.- Pos aquí todos estamos bien, también gracias a Dios.

300

Page 301: Teatro breve

JOHNNY.- ‘Amá, acá suceden muchas cosas que yo antes ignoraba, no sé si me es permitido

contárselas. Pero le voy a hacer la lucha… Ayer atacamos una aldea, cerca de los cultivos de

arroz, teníamos órdenes de matar a todos, que porque eran comunistas Viet Congs. Cuando

entramos a la aldea mis compañeros empezaron a disparar… Yo vi a uno matar a un viejo y a una

vieja. Mi sargento mató a un niño pequeño como de unos siete años de edad, después mató a su

mamá y a una mujer que salió llorando, había sangre por todas partes. No recuerdo qué pasó

después. Pero mi sargento me ordenó que disparara y creo que lo hice. Que Dios me perdone por

lo que hice, pero yo no quise venir para acá, dicen que lo tenemos que hacer para defender

nuestra patria.

MAMÁ.- Hijo, me da pena con lo que nos escribes, hablé con tu padre y también se puso muy

triste. Pero dice que así es la guerra. Te recuerda que estás peleando contra comunistas… Tengo

una vela prendida y todos los días le pido a Diosito Santo que te cuide por allá por donde andas y

que regreses a nuestros brazos bueno y sano.

JOHNNY.- ‘Amá, la otra noche tuve un sueño. Soñé… que tomaba por asalto una de las huches…

Así les llamamos a las casas de los vietnamitas. Entré disparando mi M-1, porque sabía que la

aldea estaba controlada por los comunistas. Maté a tres luego, luego. Cuando los vi, me di cuenta

que era mi ‘apá, el carnalito y usted Jefita. No sé cuánto más pueda aguantar en este infierno. Por

favor dígale al Sapo y a todos los demás batos del barrio cómo está la situación por acá, no los

deje… (De pronto la Muerte dispara sobre Johnny. Este cae y la Mamá grita sin ver a Johnny).

MUERTE.- Johnny murió en combate en noviembre de 1965 en Chuy Lay, su cuerpo quedó tirado

en el campo de batalla por dos días y luego lo llevaron a la playa y lo pusieron en un congelador,

en un congelador para acomidas, dos semanas después fue entregado a su familia para que lo

sepultaran. (La Muerte endereza el cuerpo de Johnny, toma su casco y su rifle, el Papá, la Mamá,

el Carnalito y Cecilia hacen fila al lado de Johnny salen llorando. Sale la Muerte después con el

casco de Johnny puesto el rifle en el hombro y arrastrando la bandera de los Estados Unidos.

Johnny se levanta lentamente se voltea y sale)

301

Page 302: Teatro breve

La mordida

León Felipe

PERSONAJES

Juglarón

Simplicio

Hombre del ganso

Portero primero

Portero segundo

El Rey

Consejero

El verdugo

Duendecillos

JUGLARÓN.- (A los Duendecillos). ¡La Mordida!, la mordida, señores, se llama este cuento… El

escenario… rápido… rápido, muchachos… ágiles como el viento. (Los Duendecillos se mueven

como hormigas y arman el escenario en un santiamén. El pretil donde se ensancha un camino.

Abajo se supone el valle. Allá lejos el palacio del Rey y en el cielo un sol grande a la altura de las

siete de la mañana. Mientras arman este tinglado los Duendecillos, el Juglarón le dice al público):

Éste es un cuento anónimo sin autor y sin fecha.

Viejo como el miedo. En él se dice que “La Mordida”, que todos creíamos que era una invención

mexicana, es más antigua que la historia. Nació en el tiempo oscuro y escondido en que aún no se

conocía el calendario y los relatos comenzaban siempre como” las parábolas: “Había una vez…”

“Por aquellos días…” “In illo tempore…” Quiero decir que nació en la época de Mari-Castaña. Mari-

Castaña es una vieja historiadora, a la que le han atribuido muchos embustes y patrañas.

Calumnias todo. Mari-Castaña es más veraz y respetable que la historia metódica. Suya es esta

sentencia:

Si atentamente miras

has de hallar en la vida atrocidades…

Las historias repletas de mentiras…

y las fábulas llenas de verdades.

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Page 303: Teatro breve

Ella me ha contado este puentecito… Pero ya está compuesto el escenario. (Los Duendecillos han

desaparecido) Este es el camino que va hacia la aventura… Allá abajo está el valle, y aquel palacio

es el del Rey. Son las siete de la mañana como lo marca el sol, de un día poético del mundo en la

línea jocosa de cualquier meridiano de la tierra. Ya empieza la música. Silencio. Aquí llega

Simplicio. Va a comenzar el cuento. (Entra Simplicio con unos graciosos pasos de ballet. Lleva una

bolsa de monedas en su mano, que hace sonar al ritmo de la música de fondo. Baila y tararea esta

copla “La Canción de la Bolsa”)

SIMPLICIO.- Tin… Tirín…Tin…

Aquí dentro está el sol.

El que acuesta a la luna

bajo una colcha de arrebol.

(Entra el Hombre del Ganso que marcha hacia el mercado, con una cesta al brazo. Asombrado se

sienta en el pretil. Pausa).

HOMBRE.- ¿Quién es este loco? Parece un duendecillo. (Simplicio pasa bailando junto al Hombre

del Ganso, agitando la bolsa y repitiendo su canción).

SIMPLICIO.- Tin… Tirín…Tin…

Aquí dentro está el sol.

El que mata la noche

y alegra el corazón.

(Pasando de nuevo ante el Hombre del Ganso, lo saluda con una graciosa reverencia). ¡Buenos

días amigo!

HOMBRE.- (Levantándose y volviéndole la cortesía). Buenos días.

SIMPLICIO.- Tin… Tirín…Tin…

Aquí dentro está el sol.

El que mata la noche

y alegra el corazón.

HOMBRE.- ¿Qué ruido es ése?... ¿De dónde llega esa argentina pastorela?

SIMPLICIO.- (Pasando en su danza junto al Hombre del Ganso). Tin… rin… tin… tin… rin… tin…

¿Te gusta mi danza? (No deja de bailar).

HOMBRE.- Me gusta más tu canción.

SIMPLICIO.- ¿Cuál canción? He cantado varias.

HOMBRE.- La canción de tu bolsa. (Simplicio para de bailar y se acerca al Hombre del Ganso con

la bolsa en alto).

SIMPLICIO.- Todo mi caudal. Ayer murió mi padre, y mis hermanos me entregaron mi hacienda…

Aquí está… en esta bolsa pequeña de estambre… Yo era el tonto de la casa… me llamaban

Simplicio… y un día mis hermanos me dijeron: Tú no sabes más que bailar. Toma esta bolsa y vete

a buscar fortuna por el mundo… Y aquí estoy ahora, bailando sobre la joroba de la tierra y bajo la

luciérnaga del sol… Tin… Tirín… Tin…

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Page 304: Teatro breve

HOMBRE.- Y, ¿qué piensas hacer?

SIMPLICIO.- Aspiro a ser juglar.

HOMBRE.- No es mucho.

SIMPLICIO.- O consejero del Rey.

HOMBRE.-…Demasiado…

SIMPLICIO.- ¿Y tú quién eres?

HOMBRE.- Un campesino que no sabe bailar ni cantar.

SIMPLICIO.- ¿Y qué sabes hacer?

HOMBRE.- Sé ordeñar una cabra y una vaca… sé cebar un ganso… hacer leche y foie gras.

SIMPLICIO.- ¿Qué llevas en tu cesta?

HOMBRE.- Nada para ti… voy al mercado.

SIMPLICIO.- (Vuelve a su danza). Tin… Tirín… Tin…

HOMBRE.- No es un duende… ed un simple… (Reflexionando). Un simple y una bolsa… Así

empiezan los grandes negocios del mundo. (Pausa). Tengo un hermoso ganso aquí en mi cesta…

Si quieres, te lo vendo. (Saca el ganso y alzándolo con la mano derecha). Es un soberbio ganso ,

digno de la mesa de un príncipe. Cebado ha sido para el Rey.

SIMPLICIO.- (Tomando el ganso). Hermoso ganso, en verdad es hermoso… ¡Oh, pobre ganso

muerto! Podría hacerte una elegía.

“¡Oh, pobre ganso muerto!”

Como todos los gansos del mundo,

tiene un raquítico cerebro,

tu enjundia está en tu hígado

y en las curvas cebadas de tu cuerpo.

Suculento es tu ganso, te lo compro, te doy por él mi bolsa… Aquí la tienes… (Le entrega la bolsa

al Hombre, le arrebata el ganso y comienza a danzar con el ganso en los brazos. Es “La danza del

ganso”. La otra, era “La danza de la bolsa”. La música de fondo marcará la diferencia de los ritmos.

Simplicio mientras danza tararea una canción):

Cua… cua… cua…

El higadito de este ganso

guarda un riquísimo foie-gras.

Cua… cua… cua…

En las entrañas de este ganso

hay un diamante colosal.

¿Qué casa es aquella que se alza allá lejos, sobre el cerro?

HOMBRE.- el palacio del Rey.

SIMPLICIO.- El palacio del Rey. Caminaré hacia allá. Quiero regalarle mi hermoso ganso al Rey.

HOMBRE.- Mezquino regalo para un Rey.

SIMPLICIO.- ¿No dijiste que lo habías cebado para el Rey?

304

Page 305: Teatro breve

HOMBRE.- Fue un modo de decir… para alabar la mercancía… Ahora ya no me importa. Es un

ganso, uno de tantos gansos como hay en este mundo.

SIMPLICIO.- Yo te di por él toda mi hacienda.

HOMBRE.- Necio fuiste.

SIMPLICIO.- No. Que dentro de este ganso está ahora mi fortuna. Buenos días amigo. (Sale

cantando).

Cua… cua… cua…

En las entrañas de este ganso

hay un diamante colosal.

HOMBRE.- (Viéndolo alejarse). En verdad que es un simple… Y de los simples vivimos los

despiertos. (Se sienta en el pretil. Abre la bolsa y contando avaramente las monedas dice:) ¡Uf!...

¡Si hay más de treinta onzas!

OSCURIDAD

Escenario Segundo

DECORADO:

(La puerta de entrada del Palacio del Rey. Es una puerta ojival con un gran aldabón).

LOS DUENDECILLOS.- (Se han encargado de su transformación. Entra Simplicio danzando y

cantando).

SIMPLICIO.- Cua… cua… cua…

En las entrañas de este ganso

hay un diamante colosal.

Esta es la puerta del Palacio del Rey…

Y éste es el aldabón…

Llamaré recio…

Pon… pon…pon…

(Se abre la puerta y aparece el gran portero, el Portero Primero. Debe ser compendio de todos los

porteros, incluido San Pedro… ese portero ducho en cobrar alcabalas).

PORTERO PRIMERO.- ¿Quién eres tú?

SIMPLICIO.- Simplicio.

PORTERO PRIMERO.- ¿Nada más?

SIMPLICIO.- Simplicio, nada más.

PORTERO PRIMERO.- Y, ¿qué buscas aquí?

SIMPLICIO.- Vengo a regalarle toda mi hacienda al Rey.

305

Page 306: Teatro breve

PORTERO PRIMERO.- Y, ¿a cuánto monta tu hacienda, rapaz?

SIMPLICIO.- A este ganso tan solo.

PORTERO PRIMERO.- Poca cosa es un ganso.

SIMPLICIO.- Tiene dentro un misterio que vale más que el Sol.

PORETRO PRIMERO.- ¿Qué misterio?

SIMPLICIO.- Sólo puedo decírselo al Rey.

PORTERO PRIMERO.- (Tomando el ganso). Es un hermoso ganso. (Devolviéndole el ganso).

Mas, si quieres que te deje pasar, tendrás que darme la mitad.

SIMPLICIO.- Y ¿cómo voy a darte la mitad del ganso si ha de llegar entero al Rey?

PORTERO PRIMERO.- Déjame que te explique. Tú le llevas entero el ganso al Rey. El Rey, como

es costumbre, te dará una substanciosa recompensa… Pues bien, de esa recompensa tendrás que

darme la mitad…

SIMPLICIO.- ¿La mitad?

PORTERO PRIMERO.- ¡La mitad! ¿Convenido?

SIMPLICIO.- ¡Convenido!

PORTERO PRIMERO.- Pasa entonces. (Entra Simplicio. La puerta queda medio entreabierta. El

Portero señalándole hacia la izquierda): Sube aquella escalera. Cuando llegues arriba, toma el

corredor de la derecha y avanza hasta la tercera puerta. Allí está el trono del Rey.

SIMPLICIO.- Gracias. Eres un gran portero. Cuando te mueras irás a ser el ayudante de San

Pedro.

PORTERO PRIMERO.- No aspiro a tanto.

SIMPLICIO.- Entonces el portero mayor del Infierno.

PORTERO PRIMERO.- No te olvides de lo convenido.

SIMPLICIO.- No me olvidaré.

PORTERO PRIMERO.- ¡La mitad!

SIMPLICIO.- La mitad.

OSCURIDAD

Escenario Tercero

DECORADO:

La puerta del Trono. Hay un letrero que dice: “Ésta es la puerta del Trono”. Custodiándola hay otro

portero, el Portero Segundo. Llega Simplicio y lo saluda reverentemente.

SIMPLICIO.- ¡Buenos días!

PORTERO SEGUNDO.- ¿Qué buscas tú aquí?… ¿Qué desea el mocoso?

SIMPLICIO.- (Mostrando el ganso). Traigo este regalo para el Rey.

PORTERO SEGUNDO.- Es un soberbio ganso. Pesa lo menos doce libras.

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Page 307: Teatro breve

SIMPLICIO.- Digno de un Rey. Para el Rey fue cebado. Así me lo dijo el mercader.

PORTERO SEGUNDO.- (Devolviéndole el ganso). Mas, si quieres que te deje entrar al Trono, a

regalarle el ganso al Rey, tienes que darme la mitad de la recompensa que te otorgue.

SIMPLICIO.- ¿La mitad?

PORTERO SEGUNDO.- ¡La mitad! ¿Convenido?

SIMPLICIO.- ¡Convenido! ¿Tengo que firmarte alguna cédula?

PORTERO SEGUNDO.- No es necesario… Basta con tu palabra. Entra. Allí está el Rey.

SIMPLICIO.- ¿La mitad?

PORTERO SEGUNDO.- La mitad. (Entra Simplicio por la puerta del Trono).

OSCURIDAD

Escenario Cuarto

DECORADO:

El Trono. El Rey está sentado e el sitial. A un lado, el Consejero y al otro, el Verdugo. (Entra

Simplicio, y los dos porteros, un poco a hurtadillas, se colocan a cada lado de Simplicio).

SIMPLICIO.- (Frente al Rey dice respetuosamente). Señor… he comprado este ganso para nuestro

gracioso soberano. (Uno de los porteros se lo lleva al Rey, que lo toma y lo ve clon gran atención).

REY.- Es un hermoso ganso.

SIMPLICIO.- El que me lo vendió dijo que era un ganso de príncipes, cebado para el Rey. Yo he

dado por él toda mi hacienda. Quise tener el honor y el placer de regalárselo a nuestra ilustre

Majestad…

REY.- Eres un siervo atento… y te agradezco tu regalo. (Pausa).

SIMPLICIO.- Señor…

REY.- Pide lo que quieras y te lo otorgaré.

SIMPLICIO.- Señor.

PORTERO PRIMERO.- (Susurrándole a la oreja). Pide dos onzas de oro.

PORTERO SEGUNDO.- (Susurrándole a la oreja). Pide dos diamantes.

SIMPLICIO.- Señor…

REY.- Vamos, di lo que quieres.

SIMPLICIO.- Sólo quiero… que me des cien azotes.

REY.- ¿Cien azotes?... Es un loco o un cínico juglar.

CONSEJERO.- Tal vez sea un masoquista.

SIMPLICIO.- Cien azotes, nada más.

REY.- Pero…

SIMPLICIO.- Señor, cien azotes quiero. Esa es mi voluntad, respetadla, Señor.

307

Page 308: Teatro breve

REY.- (Dirigiéndose al Verdugo). Bien, bien… Señor Verdugo. Aprestad vuestras correas, y

empezad. (El Verdugo sacude sus disciplinas de cuero y viene a tomar por el brazo a Simplicio,

pero este escurriéndose se acerca más al Trono para explicar).

SIMPLICIO.- Antes, quiero decir algo a vuestra Majestad.

REY.- ¡Habla!

SIMPLICIO.- Tengo una deuda sagrada que antes de que me azoten debo honradamente saldar.

REY.- ¿Qué deuda?^

SIMPLICIO.- Este Portero… (Señala al Portero Primero) para que a vuestro palacio me dejara

pasar, me exigió la mitad de la recompensa que me dierais. Y este otro (Por el Portero Segundo)

para que hasta el Trono me permitiese entrar me exigió la otra mitad. La recompensa entera es de

ellos y yo no se la puedo negar. Ahora, en buena justicia, decidle al Verdugo en qué nalgas debe

los azotes descargar.

REY.- Agudo eres y con tu ingenio agudo medrarás. ¿Cómo te llamas?

SIMPLICIO.- Simplicio me llaman mis hermanos, y Simplicio, Señor, me tendréis que llamar.

REY.- Simplicios como tú, necesito en mi reino. Desde hoy en adelante… serás mi Consejero. A

éstos, que les den la recompensa que pidieron… Y tú, Simplicio, amigo, tendrás que buscar otros

porteros.

SIMPLICIO.- (Al público). ¿Y existirán en este mundo unos porteros que no vivan de la alcabala

vergonzosa que en México llamamos “La Mordida”?

OSCURIDAD

308

Page 309: Teatro breve

Índice

Página

Introducción_______________________________________________________2

Farsa del Maese Pedro Pathelín. Farsa francesa del siglo XV. Anónimo________4

La tierra de Jauja. Lope de Rueda_____________________________________23

Las aceitunas. Paso. Lope de Rueda__________________________________27

Los habladores. Entremés. Miguel de Cervantes Saavedra_________________30

La cueva de Salamanca. Entremés. Miguel de Cervantes Saavedra__________38

El retablo de las maravillas. Entremés. Miguel de Cervantes Saavedra________47

El convidado. Entremés. Pedro Calderón de la Barca______________________56

Busu. Kiogen de teatro japonés. Anónimo_______________________________66

El casamiento a la fuerza. Comedia en un acto. Moliere____________________73

Las preciosas ridículas. Acto único. Moliere_____________________________91

Contra engaños de Luzbel el poder de San Miguel. Juguete Pastoril.

I. T. Orellana____________________________________________________110

Coloquio para celebrar la maravillosa aparición de

Nuestra Señora de Guadalupe. Anónimo______________________________118

Mozart y Salieri. Alejandro S. Pushkin_________________________________124

La mañana de un hombre ocupado. Nicolás V. Gogol____________________128

Dos hombres en la mina. Ferenc Herczeg_____________________________134

Petición de mano. Juguete cómico en un acto. Antón Chéjov______________145

309

Page 310: Teatro breve

Los clavos de plata. Nicolás Bela____________________________________156

El sistema del doctor Alquitrán y el profesor Pluma. Obra en un acto

según un cuento de Edgar Allan Poe. Andrés de Lorde___________________169

Así mintió él al esposo de ella. George Bernard Shaw____________________182

La vidente. Rutina de payasos. Anónimo______________________________196

El canario. Georges Neveux________________________________________201

Los fusiles de la madre Carrar. Bertold Brecht__________________________208

La cantante calva. Eugéne Ionesco___________________________________228

En alta mar. Un acto. Slawomir Mrozek________________________________251

Historia del hombre que se convirtió en perro. Oswaldo Dragún____________266

Estudio en blanco y negro. Virgilio Piñera______________________________273

Fábula de los cinco caminantes. Iván García___________________________278

El soldado raso. Luis Valdez________________________________________293

La mordida. León Felipe___________________________________________302

310