Telégrafo Eléctrico

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1. Telégrafo Óptico 2. Telégrafo Eléctrico 2.1. Origen y Antecedentes El telégrafo eléctrico constituye una de las primeras aplicaciones industriales de la electricidad. Con el descubrimiento de las pilas eléctricas y de los fenómenos electromagnéticos, el sistema de comunicaciones a distancia recibió un gran impulso. Se puede decir que el telégrafo eléctrico nació en la primera mitad del siglo XIX para poder transmitir noticias a mayor velocidad que la del ferrocarril (que comenzó a desarrollarse por entonces), y de hecho, tuvo su primera aplicación en las primeras líneas ferroviarias. La electricidad electrostática ya era conocida hacía tiempo, pero su uso era muy limitado, ya que no este tipo de electricidad no podía ser generada y manejada en cantidades suficientes para aplicaciones prácticas, y era un fenómeno casi circunscrito a la experimentación en laboratorio. Pero con la invención de la botella de Leyden en 1746 por Kleist y Musscheubroek, que constituye la primera versión de un condensador eléctrico, se permitió almacenar mayores cantidades de electricidad estática, y con ello aparecieron los primeros prototipos de telegrafía eléctrica empleando la electricidad electrostática. Y todo ello años antes de que Volta inventase la primera pila eléctrica en 1802. El 17 de febrero de 1753 apareció en la revista Scott Magazine un artículo firmado por Charles Marshall (o Charles Morrison) desde Reufrew (Escocia), en el que describe con minuciosidad el primer aparato telegráfico electrostático. El sistema se componía de tantos pares de hilos metálicos, aislados entre sí, como letras del alfabeto, esto es, 26 pares de hilos. Cada uno de ellos acababa en las puntas de un extremo en una bolita de médula de saúco, que atraía electrostáticamente un papelito con la letra correspondiente cuando se aplicaba en el otro extremo del par la electricidad estática generada por una máquina electrostática (de tipo Wimshurst). El telégrafo de Charles Marshall no dejó de ser un experimento interesante, pues sólo consiguió comunicar dos habitaciones contiguas de su casa, todo ello debido a la poca

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1. Telégrafo Óptico2. Telégrafo Eléctrico

2.1.Origen y Antecedentes

El telégrafo eléctrico constituye una de las primeras aplicaciones industriales de la electricidad. Con el descubrimiento de las pilas eléctricas y de los fenómenos electromagnéticos, el sistema de comunicaciones a distancia recibió un gran impulso. Se puede decir que el telégrafo eléctrico nació en la primera mitad del siglo XIX para poder transmitir noticias a mayor velocidad que la del ferrocarril (que comenzó a desarrollarse por entonces), y de hecho, tuvo su primera aplicación en las primeras líneas ferroviarias.

La electricidad electrostática ya era conocida hacía tiempo, pero su uso era muy limitado, ya que no este tipo de electricidad no podía ser generada y manejada en cantidades suficientes para aplicaciones prácticas, y era un fenómeno casi circunscrito a la experimentación en laboratorio. Pero con la invención de la botella de Leyden en 1746 por Kleist y Musscheubroek, que constituye la primera versión de un condensador eléctrico, se permitió almacenar mayores cantidades de electricidad estática, y con ello aparecieron los primeros prototipos de telegrafía eléctrica empleando la electricidad electrostática. Y todo ello años antes de que Volta inventase la primera pila eléctrica en 1802.

El 17 de febrero de 1753 apareció en la revista Scott Magazine un artículo firmado por Charles Marshall (o Charles Morrison) desde Reufrew (Escocia), en el que describe con minuciosidad el primer aparato telegráfico electrostático. El sistema se componía de tantos pares de hilos metálicos, aislados entre sí, como letras del alfabeto, esto es, 26 pares de hilos. Cada uno de ellos acababa en las puntas de un extremo en una bolita de médula de saúco, que atraía electrostáticamente un papelito con la letra correspondiente cuando se aplicaba en el otro extremo del par la electricidad estática generada por una máquina electrostática (de tipo Wimshurst).

El telégrafo de Charles Marshall no dejó de ser un experimento interesante, pues sólo consiguió comunicar dos habitaciones contiguas de su casa, todo ello debido a la poca potencia y manejabilidad de la electricidad estática. Pero habría que esperar hasta 1774 para ver construido y funcionando el primer prototipo de telegrafía electrostática fabricado en Ginebra por el físico ginebrino P. Ch. Lesage. Se trataba de un sistema similar al descrito por Charles Marshall, pero con algunas variantes.

En 1797 el canario Agustín de Betancourt utilizó botellas de Leyden en sus experimentos, capaces de almacenar mayores cantidades de electricidad estática (generada por una máquina Wimshurst), y logró enviar mensajes telegráficos entre Madrid y Aranjuez a través de una línea de 9 hilos tendida sobre postes que se montó para ello. Los hilos estaban aislados entre sí con papel y una especie de laca o gutapercha. Tras este éxito se proyectó llevar esta línea hasta Cádiz, pero debido a las dificultades que ello conllevaba en a quella época (se requerían muchas estaciones intermedias con potentes máquinas electrostáticas y baterías de botellas de Leyden para reenviar los mensajes), Betancourt se decantó finalmente por la telegrafía óptica, construyendo la primera línea de telegrafía en España.

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El telégrafo eléctrico de Betancourt presentaba algunas características interesantes: La línea estaba constituida por 8 alambres de señal y uno de retorno, por lo que cualquier carácter transmitido era codificado como la transmisión de electricidad estática por unos hilos y por otros no, usando el hilo de retorno como hilo común para cerrar los circuitos eléctricos de los hilos de señal: Este esquema de transmisión de señales modernamente se podría decir que equivale a la transmisión de los caracteres alfanuméricos en forma de bytes (8 bits) por la línea: Podía enviar hasta 255 códigos diferentes por la línea, según se enviara señal eléctrica por unos hilos y por otros no.

El 16 de diciembre de 1795, el médico barcelonés Francisco Salvá y Campillo (1751-1828), estudioso de la electricidad, dio a conocer en la Academia de Ciencias de Barcelona sus resultados sobre electricidad aplicada a la telegrafía, en una memoria titulada "La electricidad aplicada a la telegrafía", siendo posteriormente invitado a hacer una demostración práctica en Aranjuez ante la Familia Real. En esta memoria incluso llegó a plantear la existencia de cables submarinos para la transmisión de señales eléctricas a través del mar.

Salvá consiguió unir en 1798 Madrid con Aranjuez, usando para ello la misma línea que había instalado Betancourt para su línea de telegrafía electrostática. Pero las transmisiones seguían empleando la electricidad estática, por lo que el sistema de Salvá tenía los mismos problemas que el de Betancourt para las largas distancias, y por ello tampoco prosperó. Pero aportó otras dos novedades interesantes: se podría transmitir señales por un solo alambre, usando la tierra como camino de retorno, y el uso de códigos para transmitir la información sobre un sólo hilo (algo similar a lo que Samuel Morse realizaría más tarde con su código Morse).

El 2 de febrero de 1804, en el mismo foro catalán, Salvá presentó otra memoria (que desde ese día ocupa un lugar de honor en la historia de la telegrafía) con novedades importantes, ya que ya incluye la aplicación de la pila de Volta, desarrollada entre ambas fechas. Fue la "Memoria segunda sobre el galvanismo aplicado a la telegrafía", y en ella resaltó las ventajas del telégrafo eléctrico sobre el óptico, por los inconvenientes de este último en caso de mal tiempo, la noche, y otras circunstancias desfavorables.

La aparición de la pila eléctrica de Volta en 1802, descubierta y desarollada por el físico italiano Alejandro Volta, dio un nuevo impulso a la telegrafía eléctrica, pues era una fuente de electricidad en cantidades mucho mayores y mucho más manejable que con la electricidad estática.

Tras presentar la memoria citada ante la Academia de Ciencias en Barcelona, Salvá ensayó ese año una especie de telégrafo electroquímico basado en la descomposición de una solución acuosa salina cuando por ella circula electricidad (fenómeno conocido como electrolisis). Esto da lugar al desprendimiento de burbujas de hidrógeno que surgen del electrodo negativo sumergido en la solución salina, y este desprendimiento fue la base para la creación de su nuevo telégrafo, ya que ponía en evidencia la circulación o no circulación de corriente eléctrica por un circuito eléctrico. El sistema telegráfico utilizaba una pila Volta y los conductores iban soportados sobre aisladores de vidrio, uniendo éstos el local de la Academia de Ciencias con las Atarazanas, cubriendo una distancia de un kilómetro.

Las experiencias de Salvá hoy dentro de la era espacial nos harían sonreír, pero hay que recordar que la técnica de aquellos tiempos, antes de la electricidad, se

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basaba en la transmisión óptica de señales, como podían ser el fuego, el humo, las banderas o brazos articulados colocados en lo alto de torreones. Sin embargo, lo más importante del pensamiento de Salvá quizá fue la visión anticipada de los problemas de instalación que plantearía la telegrafía eléctrica.

Basándose en el método de Salvá, se presentaron posteriormente nuevos y perfeccionados telégrafos electroquímicos. Así, en 1809, el profesor bábaro Dr. Samuel T. Sömmerring (1755-1830) también ensayó con telégrafos electroquímicos, pero sus ensayos no fueron mas allá de las prácticas de laboratorio. Sömmerring ensayó un telégrafo electroquímico que empleaba 35 hilos conectados a electrodos individuales de oro sumergidos en un acuario con agua acidificada y empleó las pilas de Volta para la transmisión de señales eléctricas por dichos hilos, señales que provocaban el burbujeo de los electrodos sumergidos en la solución ácida. Su telégrafo electroquímico funcionaba, pero no era práctico, ya que cada kilómetro de circuito requería un total de 35 Km de hilos. Sömmerring es conocido también por ser un prestigioso doctor que realizó diversos estudios sobre la anatomía humana. Análogamente, otro científico, Coxe, empleó en 1810 el efecto de la descomposición de sales metálicas en disolución por el paso de la electricidad para realizar otro telégrafo electroquímico.

2.2.Telégrafo de Agujas

Los denominados telégrafos de aguja se basan en el descubrimiento que realizó Oersted en 1820 sobre electromagnetismo al observar el movimiento de una aguja imantada al paso de corriente eléctrica por un conductor situado en sus proximidades. Este efecto es bien conocido actualmente: el paso de una corriente eléctrica por un conductor da lugar a un campo magnético capaz de afectar a una aguja imantada o brújula puesta muy cerca del conductor. Este método permitió, pues, poner de manifiesto la circulación de corriente eléctrica por un conductor de una manera sencilla y rápida.

A raíz de este descubrimiento, también en 1820, el físico francés Ampère propuso los reveladores telegráficos formados por agujas imantadas.

En 1832 Paul von Schilling-Cannstadt aplicó sobre el telégrafo electroquímico de Sömmerring (que como se ha dicho, está basado en el de Salvá) el descubrimiento de Oested para recibir las señales eléctricas del telégrafo y lo utilizó para mandar mensajes entre estaciones férreas. Ya desde 1830 circulaba el primer ferrocarril público entre Liverpool y Manchester, a una velocidad de 45 km/hora, y había que transmitir noticias que superaran dicha velocidad.

En 1833, en la antigua ciudad hanseática de Gotinga, los científicos alemanes Wilhelm Weber y Carl Friedrich Gauss construyeron el primer telégrafo de aguja electromagnética que unió el laboratorio de física de la Universidad y el Observatorio Astronómico de la ciudad, distantes 3 Km entre sí.

Este primer telégrafo consistía fundamentalmente en introducir o extraer una barra imantada de una bobina, lo cual originaba variaciones de corriente en la bobina por el fenómeno de inducción. En el otro extremo las corrientes eran detectadas al provocar el movimiento de una aguja imantada montada como galvanómetro, estableciéndose un alfabeto por las combinaciones de los desplazamientos a derecha e izquierda de la aguja.

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El circuito telegráfico empleado estaba constituido por dos alambres de cobre, pero posteriormente Steinheil, un alumno de Gauss residente en Munich (Alemania), dio un nuevo paso adelante al descubrir casualmente, ensayando con un telégrafo entre Nuremberg y Fürth, que un circuito telegráfico podía realizarse con un solo alambre conductor, usando la tierra como hilo de vuelta: se descubrió la conductividad eléctrica de la tierra, e introdujo la "toma de tierra" en los circuitos telegráficos, que pasaron a ser de un sólo hilo.

El británico William Futhergill Cooke (1806-1876), militar retirado por razones de salud, pasó a trabajar en el recién instalado ferrocarril de Liverpool a Manchester (en 1830), y tuvo ocasión de conocer el telégrafo de Schilling. En 1837 se alió con el también británico Charles Wheatstone, y construyeron un telégrafo de cinco agujas semejante al de Schilling, que se instaló en 1839 entre las estaciones férreas de Paddington, en Londres, y West Drayton por encargo de la compañía Great Western Railway. En 1845 patentaron otro modelo de sólo dos agujas, y en 1846 ambos fundaron la "Electric Telegraph Company", desarrollando una red de 6500 Km, siendos nombrados por la reina Victoria de Inglaterra caballeros por ser dos grandes precursores del telégrafo.

Telégrafo de agujas de Cooke y Wheatstone, 1837.

2.3.Telégrafo de Cuadrante

Los denominados telégrafos de aguja se basan en el descubrimiento que realizó Oersted en 1820 sobre electromagnetismo al observar el movimiento de una aguja imantada al paso de corriente eléctrica por un conductor situado en sus proximidades. Este efecto es bien conocido actualmente: el paso de una corriente eléctrica por un conductor da lugar a un campo magnético capaz de afectar a una aguja imantada o brújula puesta muy cerca del conductor. Este método permitió, pues, poner de manifiesto la circulación de corriente eléctrica por un conductor de una manera sencilla y rápida.

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A raíz de este descubrimiento, también en 1820, el físico francés Ampère propuso los reveladores telegráficos formados por agujas imantadas.

En 1832 Paul von Schilling-Cannstadt aplicó sobre el telégrafo electroquímico de Sömmerring (que como se ha dicho, está basado en el de Salvá) el descubrimiento de Oested para recibir las señales eléctricas del telégrafo y lo utilizó para mandar mensajes entre estaciones férreas. Ya desde 1830 circulaba el primer ferrocarril público entre Liverpool y Manchester, a una velocidad de 45 km/hora, y había que transmitir noticias que superaran dicha velocidad.

En 1833, en la antigua ciudad hanseática de Gotinga, los científicos alemanes Wilhelm Weber y Carl Friedrich Gauss construyeron el primer telégrafo de aguja electromagnética que unió el laboratorio de física de la Universidad y el Observatorio Astronómico de la ciudad, distantes 3 Km entre sí.

Este primer telégrafo consistía fundamentalmente en introducir o extraer una barra imantada de una bobina, lo cual originaba variaciones de corriente en la bobina por el fenómeno de inducción. En el otro extremo las corrientes eran detectadas al provocar el movimiento de una aguja imantada montada como galvanómetro, estableciéndose un alfabeto por las combinaciones de los desplazamientos a derecha e izquierda de la aguja.

El circuito telegráfico empleado estaba constituido por dos alambres de cobre, pero posteriormente Steinheil, un alumno de Gauss residente en Munich (Alemania), dio un nuevo paso adelante al descubrir casualmente, ensayando con un telégrafo entre Nuremberg y Fürth, que un circuito telegráfico podía realizarse con un solo alambre conductor, usando la tierra como hilo de vuelta: se descubrió la conductividad eléctrica de la tierra, e introdujo la "toma de tierra" en los circuitos telegráficos, que pasaron a ser de un sólo hilo.

El británico William Futhergill Cooke (1806-1876), militar retirado por razones de salud, pasó a trabajar en el recién instalado ferrocarril de Liverpool a Manchester (en 1830), y tuvo ocasión de conocer el telégrafo de Schilling. En 1837 se alió con el también británico Charles Wheatstone, y construyeron un telégrafo de cinco agujas semejante al de Schilling, que se instaló en 1839 entre las estaciones férreas de Paddington, en Londres, y West Drayton por encargo de la compañía Great Western Railway. En 1845 patentaron otro modelo de sólo dos agujas, y en 1846 ambos fundaron la "Electric Telegraph Company", desarrollando una red de 6500 Km, siendos nombrados por la reina Victoria de Inglaterra caballeros por ser dos grandes precursores del telégrafo.

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2.4.Telégrafos Escritores, Telégrafo Morse

Se conoce con este nombre a los aparatos telegráficos que conservan un registro del texto transmitido y recibido sobre una cinta de papel.

La aparición de un nuevo método simplificó considerablemente la transmisión y la recepción: el sistema Morse.

Samuel Finley Breeze Morse (Charlestown, Massachusetts 1791- Nueva York 1872), fue un joven norteamericano del estado de Massachussets, que en sus años de estudiante (en la actual Universidad de Yale) descubrió en él cierta vocación para la pintura y decidió dedicarse a ella, pero también estaba atraído por los recientes descubrimientos y experimentos respecto a la electricidad. Por una temporada, trabajó en Boston para un editor y luego viajó a Inglaterra para estudiar pintura en la ciudad de Londres, y se convirtió en un retratista y escultor de éxito. Su cuadro más conocido es el retrato de La Fayette que pintó en 1825, y se convirtió en pintor de escenas históricas. Cuando regresó a su país notó que las pinturas de escenas históricas no gustaban entre sus paisanos, por lo que dio un giro especializándose como retratista. Ya en 1825 en Nueva York era uno de los retratistas más importantes del país y era parte de los grupos intelectuales más distinguidos. En 1826 fue uno de los fundadores y primer presidente de la Academia Nacional de Dibujo. Fue profesor de literatura del Arte y Dibujo en la Universidad de Nueva York, pero también estaba muy interesado por las propiedades de los electroimanes.

Cuando estudiaba en Yale observó que si se interrumpía un circuito recorrido por una corriente eléctrica se producían unas chispas en el interruptor, y se le ocurrió que esas interrupciones podían llegar a usarse como un medio de comunicación. Esta posibilidad lo obsesionó desde entonces.

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Morse viajó a Europa en dos ocasiones, en 1811-1815 y en 1829-1832, y en este último viaje se puso al día en el campo de la telegrafía eléctrica del momento. Con esta base ideó su sistema de telegrafía eléctrica cuando regresaba de Londres a Nueva York en 1832 en el barco de vapor Sully, pero hasta 1837 no hizo público su invento.

Al llegar a tierra de aquel viaje en 1832 ya había diseñado un incipiente telégrafo y comenzó a desarrollar la idea de un sistema telegráfico de alambres con un electromagneto incorporado. El 6 de enero de 1833, Morse realizó su primera demostración pública con su telégrafo. A la edad de cuarenta y un años, se internó en la tarea de construir un telégrafo práctico y despertar el interés del público y del gobierno en el aparato para luego ponerlo en marcha. En 1835 apareció el primer modelo telegráfico que desarrolló Morse. Dos años más tarde abandonó la pintura para dedicarse completamente a sus experimentos, lo cual oscurecería rotundamente sus méritos como pintor.

Morse se asoció con Alfred Vail, hombre de gran pericia mecánica, que le ayudó decisivamente a desarrollar sus aparatos, dando como resultado un gran equipo telegráfico, que fué adoptado por todo el mundo por su sencillez y simplicidad de manejo.

Un tal Jackson, conocido y paisano de Morse, quiso reivindicar la paternidad del invento, alegando haber confiado su invento a Morse a bordo del barco Sully en el viaje que hicieron ambos de regreso de Europa en 1832.

Las tres características principales del sistema ideado por Morse son: el método de "puntos y rayas" para definir las letras y los números, llamado código Morse; la posibilidad de utilización de un solo conductor de línea, con retorno de la corriente por tierra; y, sobre todo, la gran simplicidad de los elementos de transmisión y recepción, con su característico zumbido, que, por su duración, se traduce en puntos y rayas: Los códigos de señales ideados por Morse consistían en la transmisión sucesiva de uno o varias señales eléctricas de distinta duración, si bien el sistema actual de señales constituidas por impulsos eléctricos de muy corta duración, denominadas "puntos", y de duración algo mayor, denominadas "rayas", es posterior y de origen europeo, como se indica más adelante.

En 1838 Morse había perfeccionado ya su código de señales. Intentó implantar líneas telegráficas primero en Estados Unidos y luego en Europa pero ambos intentos fracasaron. Por fin, Morse consiguió que ante el Congreso de su país se presentara un proyecto de ley para proporcionarle 30.000 dólares designados a construir una línea telegráfica de 60 km de longitud. Varios meses después el proyecto fue aprobado, y la línea se extendería a lo largo de 37 millas entre las ciudades de Baltimore y Boston.

El 24 de mayo de 1844 Morse transmitió desde la Corte Suprema de los Estados Unidos en Washington a su asistente Alfred Vail en Baltimore (Maryland) el primer mensaje que se hizo tan famoso: "What that God wrought" ("¡Lo que Dios ha hecho!", una cita bíblica en Números 23:23 ). El 1 de enero de 1845, tras haber recibido una subvención del Senado norteamericano, se inauguró la línea telegráfica instalada entre el Capitolio de Washington y Baltimore. Poco tiempo después la transmisión de una noticia política y de importancia transcendental fue la que determinó la adopción definitiva por el gobierno norteamericano del telégrafo Morse.

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Morse debió enfrentarse a la oposición de supersticiosos que culpaban a su invento de todos los males del mundo. Además, el invento estaba siendo desarrollado simultáneamente en otros países y por otros científicos, por lo que Morse se vio envuelto en largos litigios para obtener los derechos de su sistema, derechos que le serían reconocidos en 1854 por la Corte Suprema de los Estados Unidos.

Con su invento, Morse ganó una gran fortuna con la que compró una extensa propiedad, y en sus últimos años se dedicó a hacer obras filantrópicas, aportando sumas considerables a escuelas como Vassar College y la Universidad de Yale además de otras asociaciones misioneras y de caridad.

2.5.Funcionamiento del Sistema Telegráfico Morse

El aparato telegráfico de Morse constaba de dos órganos de trabajo: El manipulador y el receptor.

El manipulador (Keyer en inglés) consiste en esencia de una palanca metálica de primer género que tiene su punto de apoyo conectado a uno de los hilos de la línea. Esta palanca puede ser basculada entre dos contactos, uno de los cuales está conectado a través de la batería de corriente continua al otro hilo de la línea, y el otro está conectado al órgano receptor de la propia estación. Mediante unos resortes se mantiene levantada la empuñadura de esta palanca del manipulador, quedando establecido el circuito del receptor, y sólo cuando era accionada la palanca por el operador, abre el circuito del receptor propio, quedando éste excluido de la línea, y cierra el circuito por el otro contacto, enviándo a la estación distante un impulso de corriente eléctrica, que será registrado por el órgano receptor de la estación distante.

 

Manipulador telegráfico del sistema de telegrafía eléctrica Morse. En M se conecta uno de los hilos de línea, que queda conectado a la palanca metálica. R es el contacto que cierra el circuito sobre el equipo receptor (sobre el otro hilo de línea), y A es el contacto que envía los impulsos de corriente eléctrica hacia la línea. S es el muelle o resorte

que mantiene la palanca en posición de reposo cuando no es usada, cerrando la línea sobre el equipo receptor.

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Manipulador telegráfico original de Morse. Diseñado por su ayudante Alfred Vail, empleaba una lámina elástica como resorte de tensión que actúa sobre la palanca.

El receptor era otra palanca de primer género, uno de cuyos brazos es la armadura de un electroimán de dos bobinas, y cuyo otro brazo tiene un estilete que en reposo se mantiene separado (gracias a unos resortes de tensión) pero enfrentado a muy corta distancia a una cinta de papel que va desenrollándose de un tambor que es accionado por un mecanismo de relojería. Cuando el electroimán (conectado a línea a través de la posición de reposo del manipulador) recibe un impulso de corriente, atrae su armadura, y esto hace bascular la posición del estilete, el cual llega a apoyarse sobre la cinta de papel y presionarla sobre un cilindro entintado: Esto da lugar a que en la cinta quede reflejado un trazo cuya longitud dependerá de la duración del impulso recibido: Los "puntos" y "rayas" aparecen claramente diferenciados por la longitud de los trazos (así como la separación entre éstos).

Receptor escritor de Morse, modelo del año 1846 empleado en Estados Unidos.

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Esquema de funcionamiento del telégrafo eléctrico de Morse. En reposo, la palanca del manipulador cierra la línea telegráfica sobre el dispositivo receptor. Al actuar el manipulador, la palanca bascula de posición, y desconecta el receptor de la línea, a la vez que por su otro

contacto, que se cierra, conecta la batería a la línea, circulando por ésta un impulso de corriente (mientras esté actuado el manipulador) que será recibido en la estación del otro extremo de la línea y hará actuar su receptor (siempre que el manipulador asociado esté en posición de

reposo).

El electroimán del receptor podía funcionar conectado directamente a la línea telegráfica si ésta era muy corta, pero en líneas telegráficas más largas éstas ya presentan una resistencia eléctrica alta, y la corriente que circulaba por ellas correspondientes a las señales transmitidas era insuficiente para actuar los electroimanes de los equipos receptores, que eran relativamente poco sensibles. Este inconveniente se resolvió conectando a la línea en la estación receptora un electroimán muy sensible en lugar del electroimán del receptor, electroimán que actuaba un contacto asociado cuando recibía los impulsos telegráficos. A través de

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este contacto se establecía un circuito eléctrico que excitaba el electroimán del equipo receptor. Como este dispositivo de electroimán más sensible que operaba un contacto eléctrico tenía como funcion repetir los impulsos recibidos (para aplicarlos en este caso al equipo receptor), se denominó relay (relevador) o relé, dispositivo repetidor de señales.

Análogamente, cuando se trataba de líneas muy largas, la resistencia de la línea es ya muy elevada y las señales enviadas desde un extremo eran muy debilitadas por la alta resistencia de la línea y no tenían potencia suficiente para excitar los relés de los equipos receptores. Este gran inconveniente se solucionó fraccionando la línea en tramos más cortos. Los tramos se unían con estaciones repetidoras constituidas por muy sensibles relés, donde cada relé, al recibir los impulsos telegráficos, al excitarse operaban por su contacto el siguiente tramo de línea, repitiendo y transmitiendo sobre este tramo los impulsos recibidos del tramo anterior. Está claro en estos casos la función de los relés como dispositivos repetidores de señales.

Conjunto de telégrafo impresor de Morse, empleado en los años 1890-1915 en las estaciones telegráficas: A la derecha, el manipulador, a la izquierda el receptor escritor.

2.5.1. El Alfabeto Morse

En cuanto al alfabeto ideado por Morse, basado en combinaciones de puntos (dots) y rayas (dash) concretas para codificar cada caracter alfabético y numérico, Morse realizó un estudio largo, cuidado e inteligente de la lengua inglesa, a partir del cual dedujo cuáles eran las letras de uso más frecuente en este idioma, y asignó a éstas los códigos más breves, mientras que a las letras menos usadas asignó los códigos más largos. Este alfabeto, introducido en 1844, fue inmediatamente adoptado, al contrario de lo que había ocurrido con su equipo transmisor-receptor.

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Respecto al código Morse, el usado actualmente difiere bastante del ideado por Samuel Morse, ya que éste evolucionó a lo largo del tiempo. En el siglo XIX incluso eran distintos el código telegráfico empleado por los operadores americanos (el realmente ideado por Morse), y los empleados por los operadores europeos, que encontraban el código Morse original bastante propenso a errores. En efecto, en el primer sistema telegráfico de Morse el receptor era un simple electroimán con muelle de retroceso, que actuaba con los impulsos eléctricos recibidos por la línea, por lo que sólo se escuchaban acústicamente sonidos de golpeteo ("toc") cuando el receptor recibía un impulso. Puesto que ello no diferenciaba impulsos largos de impulsos cortos (rayas y puntos), la raya se realizaba transmitiendo un punto seguido de un espaciamiento más largo de lo normal hasta el siguiente punto del carácter. Así, por ejemplo, las letras "o" e "i" se codificaban con dos puntos, y se diferenciaban en el espaciado entre ambos puntos, más largo en la letra"o" y más breve en la letra "i".

Por ello los operadores europeos pronto desarrollaron un sistema de puntos y rayas, más adecuado para los receptores telegráficos de impresión en cinta de papel, siendo uno de los más conocidos el código empleado por el imperio prusiano hacia 1852, que ya era más parecido al actual. Basado en este código, en 1859 se instituyó el "Código Europeo" o "Código Continental", que ya es casi el actual. Las variaciones que siguieron a éste código afectó principalmente a las señales que representan los diez dígitos (cifras 0 a 9). Antes del código Morse Europeo ningún código Morse de los empleados representaban las distintas cifras de manera parecida al Código Morse actual, salvo el código Bain, derivado del código Davy de 1839, y que fue empleado en muchas líneas telegráficas de Estados Unidos antes de 1848. En el código Bain las cifras 1 a 5 se codifican igual que las actuales, no así las cifras 6 a 0. Finalmente en 1912 se unificó el código Morse internacional (el empleado actualmente), y las cifras 6 a 0 se codificaron invirtiendo los códigos Bain de las cifras 1 a 5.

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Código telegráfico internacional, año 1922

2.6.Contexto Histórico

2.7. Influencias

A mediados del siglo XIX la aparición del telégrafo producirá una transformación acelerada en la transmisión de las noticias e influirá en la prensa escrita. Antes del telégrafo las noticias llegaban por barco a través de los periódicos y de la correspondencia particular. Cuando los barcos navegaban a vela, las noticias llegaban con retraso, según las distancias. Se acortó el tiempo que tardaban en llegar cuando hizo su aparición el barco de vapor, aproximadamente en 1840. Este sistema produjo un aceleramiento en la circulación de las noticias e informaciones, pues las líneas regulares de barcos de vapor transportaban la correspondencia e impresos en forma más acelerada que los barcos de vela.

La comunicación telegráfica aplicada a los medios de información masiva, corno los periódicos, trajo enormes consecuencias en la elaboración de éstos, que buscaron la manera de obtener la prioridad de las noticias. Surgen así, a fines del siglo pasado, las primeras agencias de noticias que, mediante convenios con los periódicos, les suministran noticias de todos los rincones del mundo. La Argentina se incorpora rápidamente a este sistema, lo que hace que el país viva casi al mismo ritmo del mundo en la información.

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2.7.1. Oferta y Demanda Telegráfica, 1855-1900. La socialización del Telégrafo

Si el telégrafo óptico nació con una marcada naturaleza áulica, política o militar y en todo caso fue concebido para un uso restringido de carácter oficial, no sucedió lo mismo con el telégrafo eléctrico. Desde sus orígenes estuvo llamado a convertirse en un servicio público. Al fin y al cabo su empleo fue más variado. Partiendo de su utilización oficial el telégrafo eléctrico diseña un contexto de uso en el que se entremezcla la política, la economía, el periodismo y el ámbito de lo privado.

El 1º de marzo de 1855 se abrió al servicio público la única línea de telegrafía eléctrica existente en esa fecha, que unía Madrid con Irún. Desde el año anterior en que comenzó a funcionar sólo lo hizo para transmitir los despachos oficiales y los del propio servicio telegráfico. Una de las causas que aceleró la apertura al servicio público de esta línea, además de las lógicas demandas de los sectores comercial y financiero, fueron los acuerdos suscritos con Francia, el 24 de noviembre de 1854 y 31 de enero de 1855, en los que se sentaron las bases de la correspondencia telegráfica internacional privada.

Los telegramas oficiales tenían un régimen de franquicia más riguroso que el de Correos. Solamente podían cursarlos la Casa real, ministros del gobierno, capitanes generales y gobernadores militares y civiles, ampliando excepcionalmente su uso a gran número de autoridades civiles y militares. Estos despachos eran los únicos que podían trasmitirse en clave cifrada, si bien esta modalidad se usaba con moderación, como lo muestra la estadística del año 1875: de los 127.591 despachos oficiales expedidos sólo 13.190 fueron cifrados. A partir de 1878 se aprobó una nueva modalidad de correspondencia oficial: la conferencia telegráfica, por medio de la cual las autoridades podían mantener un diálogo telegráfico entre ellas. Al año siguiente se calculó que el número de horas que fueron utilizadas por este servicio fue de 558, manteniéndose sobre cifras parecidas hasta la construcción de las redes interurbanas de teléfonos en los últimos años del siglo (ver cuadro nº 45). Comparativamente con otros países europeos, la correspondencia telegráfica oficial se mantuvo dentro de unos cauces normales, sin llegar por ejemplo a las cotas de Bélgica, que en 1890 superó el cincuenta por ciento del total de telegramas interiores expedidos.

Los telegramas privados estuvieron sujetos a una detallada normativa, recogida en los diferentes reglamentos y tarifas que se aprobaron desde 1856. En este año se publicó el primer Reglamento para regular la correspondencia telegráfica. En él se recoge la posibilidad de suspensión del servicio público y la total prohibición de cursar telegramas privados en clave, así como la de enviar mensajes que atentaran contra la seguridad pública o las buenas costumbres. El régimen tarifario era similar al que había tenido el correo hasta unos años antes. Se dividía, la única línea existente, en zonas según los kilómetros de distancia entre las estaciones telegráficas (ver cuadro nº 46). El sistema tarifario vigente hasta 1861 además de complejo constituía un obstáculo para la socialización del telégrafo. Los precios eran disuasorios, por lo que la utilización del telegrama quedaba limitado a las instituciones gubernamentales, las operaciones comerciales y actividades empresariales de una cierta envergadura. La política tarifaria cambio pronto de signo, a imagen y semejanza de lo sucedido en el Correo, el Gobierno optó por una política continuada de abaratamiento de las tarifas. Las razones de este cambio son variadas. De una parte, la demanda de la sociedad civil por utilizar el nuevo medio de comunicación, particularmente

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el mundo de los negocios y de la bolsa, así como el naciente periodismo de noticias articulado en torno a las agencias y las empresas periodísticas, que demandaban un abaratamiento de los costes. De otro, el propio interés del Estado, una vez superadas las iniciales reticencias sobre la utilización del telégrafo por los particulares, fundamentalmente por razones políticas de control de la información. En efecto, el Gobierno comprendió con prontitud que la socialización del servicio mediante el abaratamiento de las tarifas significaría un incremento de los ingresos, que revertiría en la financiación de la construcción de la red telegráfica. La primera medida en esta dirección fue la uniformización de las tarifas interiores en 1861, lo que supuso, además de una simplificación de la política tarifaria, un sensible abaratamiento del telégrafo. A partir de esta fecha se asiste a un sostenido incremento del tráfico telegráfico. Tomando como base 100 el año 1860, el incremento del tráfico telegráfico privado en 1870 se sitúa en 293,3; en 1880 en 667,4; en 1890 en 1.244,1 y en 1900 en 1.475,6 (ver cuadro nº 49). Los datos hablan por sí mismos del proceso de socialización del telégrafo entre 1860 y 1900, y de la influencia que en ello tuvo la política tarifaria adoptada a partir de 1861, amén de los efectos derivados de la extensión de la red telegráfica española.

A la hora de elegir, el Estado prefirió asegurar un incremento de la demanda, mediante una política de precios baratos que a largo plazo garantizase el aumento de los ingresos. En las tres últimas décadas del siglo las tarifas permanecieron inalterables. Esta situación adquiere un mayor relieve si lo comparamos con la evolución de las rentas personales. Así se observa una onda de larga duración entre 1855 y 1936 en la que el coste unitario del telegrama ocupa cada vez un porcentaje menor de las rentas personales. Esta es la clave de la socialización del servicio. A lo largo de la segunda mitad del siglo se detecta una mayor utilización por parte de las clases medias. Paulatinamente se va superando la función elitista que el telégrafo tuvo en sus primeros tiempos. Del mundo institucional político el telégrafo se introdujo en el mundo empresarial; de ahí pasó a las clases medias para desembocar, durante el primer tercio del siglo XX, en la primera utilización por parte de las clases populares, eso sí de manera ocasional. Existe una evidente correlación entre el abaratamiento o la congelación de las tarifas, la ampliación longitudinal de la red y la apertura de nuevas oficinas. Tarifas más baratas y mayor número de puntos para la emisión y recepción de telegramas son causa y consecuencia de la socialización del servicio. Mayor número de telegramas significaba ingresos más elevados para el Estado, que fueron reinvertidos en la extensión y mejora técnica de la red.

Los telegramas dirigidos a las localidades donde estaban enclavadas las estaciones telegráficas (sólo catorce en la primera línea Madrid-Irún) tenían que pagar 2 reales (rs.) más por la entrega a domicilio de los mismos. Si el destinatario vivía en un radio de diez kilómetros se le podía entregar el telegrama por el ordenanza de la estación, previo pago por el expedidor de 2 rs. Para todos los demás destinos el telegrama se reexpedía por correo certificado, por lo que se cobraban 2,5 rs. También se contemplaba la posibilidad de entregar varias copias de un mismo despacho en distintos domicilios de la misma localidad, pagando un recargo de 4 rs. por cada copia entregada.

Durante la segunda mitad del siglo XIX se dictaron distintas disposiciones que variaron las tarifas, sobre todo las de la correspondencia destinada al extranjero, a la vez que ampliarán las modalidades de despachos telegráficos. Entre las más importantes cabe destacar la aprobada en 1861, a través del artículo 5º de la Ley General de Presupuestos del 11 de enero de dicho año: "El precio de transmisión de un despacho desde cualquier estación telegráfica a cualquiera otra del reino en la península,

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será de 5 rs. mientras no exceda de diez palabras, con el aumento de otros 5 rs. por cada serie de diez palabras más o fracción de ella." Solamente quedaban fuera de este acuerdo los telegramas enviados o recibidos entre la Península y las Baleares, a través del cable submarino tendido el año anterior, que tendrían que pagar una sobretasa de 2,50 reales por cada diez palabras o fracción.

Los usuarios del telégrafo pudieron acogerse ya en esas fechas a tres servicios adicionales: el acuse de recibo, los telegramas colacionados y la respuesta pagada. Por el primer servicio y previo pago de 3 reales el expedidor recibía en su domicilio un despacho telegráfico con la indicación de la hora en que su telegrama hubiera sido entregado al destinatario o la hora en la que se hubiera certificado por correo, si tal destinatario no residiese en la localidad donde se encontrara la estación telegráfica. Por el telegrama colacionado, el expedidor recibía la repetición íntegra por parte de la estación destinataria del telegrama enviado, pagando lo mismo que por el telegrama sencillo, si bien este tipo de telegramas no duro más que unos pocos años. Por último, cabía la posibilidad de pagar la respuesta del destinatario, poniendo un límite de palabras para el telegrama de respuesta.

Tres años más tarde se bajaron nuevamente las tarifas, esta vez a 4 reales por cada diez palabras o fracción de diez, a la vez que se establecía la obligatoriedad de utilizar sellos de telégrafos, que se vendían como los de correos en los estancos. En esta ocasión se añadía la modalidad del telegrama certificado por el cual el expedidor recibía el acuse de recibo firmado por el destinatario del despacho. La utilización de estas modalidades de telegramas queda reflejada en el cuadro número 47.

Las tarifas de la correspondencia telegráfica para el extranjero mantienen durante todo el siglo una gran complejidad. Por el Convenio Telegráfico de París de 1865 se aprobaron una serie de acuerdos básicos entre los países europeos, por los que se fijaban dos tipos de tasas: terminales, para cada país expedidor y destinatario, y la de tránsito para cada uno de los países intermedios, con la particularidad de que cada país establecía la cuantía de cada una de dichas tasas. En la Conferencia de Berlín de 1885 se dividió territorialmente la correspondencia internacional en dos grandes regiones: la europea y la extraeuropea. La primera con un único valor para cada uno de los dos tipos de tasas: 10 céntimos de franco francés la terminal y 8 céntimos la de tránsito.

La ejemplificación del tipo de usuario de los primeros años de la década de 1870 se representa en el cuadro número 48. La correspondencia telegráfica de esos años muestra el notable grado de socialización alcanzado por el telégrafo. En primer lugar conviene señalar su importancia política. El considerable incremento de los telegramas cifrados, de uso exclusivamente oficial, en el año 1873, es decir durante la I República, en el que las alteraciones políticas fueron considerables como consecuencia del movimiento cantonalista y del recrudecimiento de la guerra carlista revelan la importante vertiente de orden público y militar del telégrafo. En ese año se registra un incremento del 341 por ciento respecto de 1871 y del 375 por ciento respecto de 1875, mientras disminuyen los telegramas de noticias políticas y financieras.

A partir de 1881, el gobierno autorizó el uso de lenguajes secretos, siempre que los expedidores y destinatarios presentaran ante los funcionarios de las oficinas telegráficas los vocabularios y las claves necesarias para interpretarlos. Este derecho sería derogado en varias ocasiones, la primera de ellas el 6 de agosto de 1883, cuando se produjo el levantamiento republicano de la guarnición de Badajoz, restableciéndose la posibilidad de

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telegrafiar en clave dos meses después. Las rebajas de las tarifas nacionales e internacionales posibilitaron un incremento continuo del uso del telégrafo durante todo el siglo, pues la desigual y lenta extensión del servicio telefónico en nuestro país no frenará el incremento del telégrafo hasta la década de 1930 (véase cuadro nº 49).

El aumento más espectacular se dio entre 1860 y 1880, período en el que el crecimiento económico corre parejo al abaratamiento de tarifas y al considerable aumento de líneas y estaciones telegráficas. En cuanto al tráfico interior, resulta notable la desigualdad existente entre las estaciones de las capitales de provincias y las situadas en el resto de las localidades, que apenas absorben el cinco por ciento de la correspondencia. Los datos de 1880 nos aproximan a la desproporción geográfica en la utilización del telégrafo. En ese año el 31,5 por ciento del flujo telegráfico total correspondía a Madrid y el 15,6 por ciento a Barcelona. El movimiento de las diez capitales con más tráfico (Madrid, Barcelona, Sevilla, Valencia, Málaga, Cádiz, Santander, Bilbao, Zaragoza y Coruña) suponía el 85,8 por ciento del total nacional. Datos que son indicativos del grado de integración alcanzado y de las desigualdades territoriales vigentes en España durante esta época. En el tráfico internacional la desproporción era aún más acusada: quince países intercambiaban con España el 98,7 por ciento de los telegramas recibidos y expedidos, repartiéndose el resto de la correspondencia entre veinticinco países. Resultados que ponen de manifiesto las vinculaciones políticas y sobre todo económicas de nuestro país con el exterior. Francia era el país con el que se intercambiaba más correspondencia telegráfica: 90.357 telegramas expedidos y 97.966 recibidos en 1880. Gran Bretaña se situaba en segundo lugar con 37.241 expedidos y 36.950 recibidos. El tercero en la lista era Portugal: 25.819 expedidos y 22.817 recibidos.

La aparición del telégrafo determinó el enorme desarrollo del mundo periodístico durante la segunda mitad del siglo XIX. Gracias al telégrafo surgieron las primeras grandes agencias de noticias, tanto en el ámbito nacional como internacional. Durante la década de los cuarenta los directores de los principales periódicos norteamericanos habían creado dos agencias: la New York Associated Press para las noticias nacionales y la Harbour News Association para las noticias extranjeras. En Francia la agencia Havas, fundada en 1835, si bien no podía utilizar directamente la extensa red del telégrafo óptico, sí se benefició a partir de 1838 del uso preferencial del correo y de la comunicación prioritaria por parte del gobierno de todas aquellas noticias recibidas por el telégrafo óptico, que pudieran ser de interés para los periódicos. A partir de 1851 la Havas haría uso del telégrafo eléctrico con una serie de ventajas tarifarias y prioridades a la hora de transmitir. También en la mitad de siglo nacieron las agencias alemanas Wolf y Reuter, pasando esta última a tener su sede principal en Londres.

Aparte de una serie de tímidos intentos, la primera agencia española de noticias que se constituyó fue la de Nilo Fabra en 1865, que dos años después tendría distribuido por España y Portugal un número considerable de corresponsales. Nilo Fabra se había acogido a lo dictado en el decreto de 30 de mayo de 1864 que autorizaba la concesión de estaciones telegráficas a municipios y particulares, con la obligatoriedad de que a cargo de los aparatos estuviera siempre un funcionario del Cuerpo de Telégrafos. El rápido incremento de las noticias periodísticas le hizo asociarse a las tres grandes agencias europeas Havas, Reuter y Wolf, que a su vez se asociaron con la recién creada agencia norteamericana, Associated Press. En 1870, la agencia de Nilo Fabra pasó a ser una filial de la Havas. En 1874 una nueva normativa estipuló que las estaciones y los aparatos telegráficos de las concesiones particulares

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estuvieran a cargo de sus propietarios, pagando por ello un canon anual fijo al margen del volumen de correspondencia emitida y recibida. Esta medida multiplicó las agencias de prensa en nuestro país, si bien el monopolio internacional de las agencias antes mencionadas dieron al traste con las nuevas empresas. Sin el telégrafo no hubiera sido posible el nacimiento del periodismo de información. En España un periódico de estas características como La Correspondencia de España fue tributario del telégrafo eléctrico, como años más tarde lo fue El Imparcial, a finales de la década de los sesenta, o los grandes periódicos de información a finales de siglo, en un momento en el que se consolida la prensa de opinión gestionada con criterios empresariales.

Entre 1860 y 1890 se sitúa el proceso de socialización del telégrafo eléctrico en España. Entre ambas fechas el tráfico telegráfico interior ha registrado un incremento del 1.232 por ciento, de los 259.909 telegramas de 1860 se ha pasado en 1890 a 3.202.905, siendo el tráfico privado el que representa un mayor crecimiento absoluto: de los 227.421 telegramas de 1860 se llega a 2.829.246 en 1890. Respecto del tráfico oficial la tasa de crecimiento es similar, aunque su volumen es considerablemente menor: de los 32.488 telegramas oficiales de 1860 se pasa a los 373.659 de 1890. Una vez sobrepasado el umbral de socialización del servicio las tasas continúan su incremento, aunque a un ritmo menor. Entre 1860 y 1870 la tasa de crecimiento registrada alcanzó un 198,5 por ciento; de 1870 a 1880 la tasa fue de un 120,9 por ciento; entre 1880 y 1890 se situó en un 86,9 por ciento; para descender a tasas más moderadas en años posteriores: un 18 por ciento entre 1890 y 1900, y un 12,3 por ciento entre 1900 y 1910. En esas fechas la red básica de la telegrafía española estaba plenamente estructurada, en otras palabras la red radial había quedado completada. El telégrafo se había incorporado como un instrumento más, uno de los más importantes, de la red de comunicaciones española.

3. Evolución del Telégrafo

Sobre la base del telégrafo original desarrollado por Morse, investigadores y técnicos de mediados del siglo XIX, y siempre con el propósito de conseguir una mayor velocidad en la transmisión, introducieron diversas modificaciones que tuvieron diferente acogida y éxito, en razón de la complejidad mecánica añadida. La transmisión múltiple y un elevado nivel de automatización lo han hecho pervivir hasta nuestros días.

Una de ellas fue desarrollada por el propio Alfred Vail, socio de Morse, que desarrolló en 1856 el sonajero o "Sounder" para sustituir el relé del receptor telegráfico. El sounder permitía la recepción del código Morse a oído, y ello fue desarrollado por el hecho de que pronto algunos operadores bien entrenados aprendieron a decodificar las señales Morse sólo por el ruido que hacía el electro del receptor al funcionar. Aunque esto al principio no satisfajo a sus jefes, estos operadores seguían prefiriendo la escucha acústica a la impresión en cinta de los telegramas, y finalmente sus jefes reconocieron que la recepción humana (a oído) era superior a la impresión en cinta, ya que ésta debía ser leída e interpretada posteriormente, proceso mucho más lento y engorroso que la recepción y decodificación a oído de los telegramas recibidos.

El sounder se utilizó durante casi 130 años de forma profesional, a pesar de los avances técnológicos del siglo XIX y XX. Básicamente un sounder es un equipo receptor en el que el electroimán doble actúa sobre la armadura de una palanca metálica ligera que bascula entre dos topes situados uno en cada extremo de la palanca. Al recibir un impulso, el electroimán actúa sobre la armadura de la palanca atrayéndola, lo que hace que el extremo de ésta golpee primero a uno de sus dos topes, generando un "clic" audible, a a vez que este movimiento almacena energía en

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un pequeño muelle. Al cesar el impulso cesa la atracción de la palanca y este muelle hace retroceder ésta a su posición de reposo, golpeando el otro extremo el segundo tope y generando así un nuevo "clic" audible.

El nivel sonoro de ambos clics ha de ser similar para conseguir una recepción efectiva a oído, y el volumen se ajusta ajustando la tensión del muelle así como el espaciado entre los topes y el extremo de la palanca (que también afecta a la velocidad máxima de transmisión). El sounder estaba montado sobre una base de madera, que actuaba como amplificador mecánico del sonido.

 

 

 Conjunto constituido por el manipulador telegráfico

(derecha) y un receptor "sounder" (izquierda)

El rápido desarrollo de la telegrafía en aquella época hizo que los operadores telegrafistas de la época debieran de transmitir gran cantidad de mensajes, y pronto aparecería una enfermedad profesional lamada "Telegrapher's Paralysis" o "Brazo de cristal", hoy llamada "Síndrome del tunel carpal" o "Síndrome del carpiano rígido" (Carpal Tunnel Syndrome, CTS en siglas inglesas). Este síndrome es una especie de parálisis de las articulaciones de la muñeca, y que creaba una invalidez total para desarrollar el oficio. Este problema surgió en la Norteamérica de los años 1850-1860's, años en los que se crearon en Estados Unidos muchas pequeñas ciudades como

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consecuencia del crecimiento de las redes de ferrocarril al extenderse éstas por todo el país, desde el este hacia el oeste. Cada red de ferrocarril incorporaba su propia red telegráfica, que además servía de red de comunicaciones pública, y sustituían con ventaja a los Pony Express (la famosa red de mensajería a caballo que se instauró por aquellos años para enlazar el este con el oeste norteamericano).

Desde principios de la invención del telégrafo eléctrico por Samuel Morse en 1836 (patentado en 1840) y sus primeras transmisiones en 1844, los operadores de las líneas telegráficas operaban con una llave telegráfica manual o manipulador, que se operaba empujándola verticalmente (operando sobre un pomo unido a la barra de la llave). Dado que un operador telegrafista podía llegar a enviar entre 20 y 25 ppm (palabras por minuto) de modo continuo durante tiempos del orden de media hora, tras el cual debía hacer un descanso, era normal que el brazo y la muñeca se resintieran de ello, y con el tiempo, podía causar daños temporales o permanentes a los cartílagos, tendones, músculos y nervios de la mano con que operaba la llave, que conducían a este síndrome sin cura alguna, y que sufrieron la gran mayoría de los miles de telegrafistas de las oficinas de telégrafos de Estados Unidos durante esos años.

Ello motivó que se buscaran nuevos diseños de los manipuladores telegráficos para paliar este grave inconveniente. Los primeros fueron los manipuladores conocidos como "camelback" o de giba de camello, que se caracterizan por tener una especie de joroba en su barra principal en la zona donde pivota ésta, característica que los distingue claramente. No fue tanto una innovación decorativa, sino que se buscaba una mayor comodidad y practicidad en su operación, reduciendo el cansancio del operador, e intentando con ello suprimir la aparición del citado síndrome.

 

 Uno de los primeros manipuladores de tipo "Camelback"

Pero no fue hasta 1888 cuando el ingeniero norteamericano Jesse H. Bunnell inventó un manipulador de barra que pivotava horizontalmente (y no verticalmente), que era operada lateralmente mediante una empuñadura. Fue el inicio de los manipuladores horizontales, los cuales sí evitaban el síndrome del túnel carpal.

3.1.Telégrafos de impresión

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Este tipo de telégrafos se caracteriza porque al transmitir se imprime el mensaje, lo que ocurre al mismo tiempo en el receptor.

Este sistema fue patentado en 1855 por el profesor David Edwin Hughes, es conocido como de "Telégrafo de tipos" o "Teleimpresor". Hughes fue un genio de su época, era de nacionalidad inglesa (nacido en Londres en 1831), pero su familia emigró a EE.UU. cuando aún era niño, estableciéndose en Virginia en 1838 y después en Kentucky desde 1850, donde empezó su carrera académica ese año a la edad de 19 años. Su teleimpresor fue su gran aportación a la ciencia y las telecomunicaciones. En 1876 Graham Bell patentaba el teléfono y se iniciaba la telefonía, a la que en esos primeros años de la incipiente telefonía el profesor Hughes aportó algunos importantes avances que mejoraron los primeros aparatos telefónicos.

El teleimpresor de Hughes estaba dotado de un teclado similar al de un piano, y podía transmitir e imprimir hasta 60 palabras por minuto, frente a las 25 por minuto del sistema Morse. Fue adoptado por compañías telegráficas de Estados Unidos (1857), Francia (1862), Inglaterra (1863), Prusia (1865) y España (1875). Es el tipo más perfecto de los aparatos impresores de movimiento sincrónico que se empleó en líneas de tráfico medio.

Los teleimpresores fueron los primeros que imprimieron los despachos telegráficos en caracteres claros, es decir, caracteres alfanuméricos ordinarios y por tanto legibles, no siendo por tanto necesaria su posterior traducción, como ocurría con los despachos telegráficos en código Morse.

Cada aparato teleimpresor disponía de una rueda de tipos (caracteres alfanuméricos) cuyo giro era accionado y controlado mediante un mecanismo de relojería. En una línea con teletipos, en los teleimpresores de cada extremo sus ruedas de tipos giran con velocidades absolutamente iguales entre sí, accionadas por el mecanismo de relojería. Por ello, si las dos ruedas tienen el mismo punto de partida en el mismo momento, ambas presentarán siempre la misma letra en el mismo punto del espacio, esto es, giran totalmente sincronizadas: Cuando en la estación de origen se encuentra una letra o tipo en el punto más bajo de la rueda, la misma letra se halla igualmente en el punto más bajo en la estación de llegada y, si en este mismo momento se envía un impulso de corriente que, a través de un electroimán receptor, produzca la proyección de una cinta de papel contra la rueda (cuyos tipos están entintados), esta letra es la que se imprime en la cinta. Al cesar el impulso de corriente, el electroimán desactúa y adicionalmente provoca el avance en una posición de la cinta de papel, quedando lista para imprimir el siguiente tipo a continuación del anterior cuando el electroimán receptor vuelva a recibir un nuevo impulso procedente de la estación transmisora.

Otro telégrafo impresor fue desarrollado por Wheatstone, era un telégrafo automático, basado en una cinta perforada en la cual los puntos estaban representados por dos perforaciones hechas en perpendicular (una sobre otra) y las rayas por dos perforaciones pero puestas en diagonal, es decir, con "un espacio" de diferencia.

En definitiva, los teleimpresores eran telégrafos mucho más complicados y costosos que el de Morse, pero ofrecía a cambio una mayor velocidad de transmisión, casi el triple, y además tenía una particularidad: Cuando se transmitía, el receptor de la estación transmisora también imprimía el mensaje, por lo que servía de comprobación del mensaje transmitido.

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Telégrafo impresor de Hughes

Conclusión

Con la utilización y evolución del telégrafo a través del tiempo se fueron observando cambios en la forma de comunicación de la sociedad, aunque en sus inicios su uso estaba restringido a aplicaciones militares, comunicación de noticias de emergencia o envío de mensajes entre ciudades cercanas con los primeros telégrafos ópticos, la evolución hacia el telégrafo eléctrico permitió no solo expandir los límites de distancia, sino también el del tamaño de los mensajes, permitiendo la socialización del mismo, con la clara influencia sobre diversos aspectos de la sociedad como ser el comercio y la prensa.