Tema 2 tercera_parte

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Sociología de las Profesiones Marta Jiménez Jaén TEMA 2: "DIVISIÓN DEL TRABAJO Y ESPECIALIZACIONES PROFESIONALES " TERCERA PARTE: PROFESIONALIZACIÓN/DESPROFESIONALIZACIÓN, MERCANTILIZACIÓN, BUROCRATIZACIÓN Y PROLETARIZACIÓN DEL TRABAJO PROFESIONAL Los procesos de incorporación de los profesionales a las grandes corporaciones y al Estado han generado un debate sobre sus efectos sobre el trabajo y la autonomía profesional. Según sea la orientación del autor, se pueden distinguir tres grandes líneas de análisis: la desprofesionalización, la burocratización y la proletarización. 1. La hipótesis de la desprofesionalización En el marco del estructural-funcionalismo, el análisis gira en torno a la tesis de la desprofesionalización. Según M. Guillén: La hipótesis de la desprofesionalización puede resumirse del modo siguiente: el monopolio profesional del conocimiento se está erosionando a causa de la mejora del nivel educativo de la población, la división del trabajo profesional (especialización), la aspiración de los consumidores de controlar a los profesionales y de alcanzar justicia ocupativa, la agregación de clientes en entornos burocráticos y el uso de computadores. A consecuencia, los profesionales pierden poder, autonomía y autoridad. Esta conclusión teórica no ha encontrado, sin embargo, ningún fundamento empírico. La convergencia entre el nivel de conocimiento de los profesionales y del público en general no está causando una falta de confianza importante por parte del consumidor. Los computadores no parecen ser tan útiles como sostienen los teóricos de la desprofesionalización, puesto que clientes tan poderosos como las grandes empresas o el gobierno todavía prefieren contratar o alquilar los servicios de profesionales para abordar áreas problemáticas como los asuntos legales o la salud de los empleados. “ 1 El punto de partida de estos análisis sigue tomando como referencia las tesis de los rasgos y los procesos de profesionalización, de modo que se considera que las profesiones dejan de serlo cuando alguno/s de los rasgos que definen el tipo ideal de las profesiones pierde contenido: cuando se pierde autonomía, o se produce un proceso de afiliación sindical, o se orientan las actuaciones y la organización profesional desde el afán de lucro frente a la orientación de servicio, o la formación deja de estar bajo el control de la profesión. Una parte importante de los propios colegios profesionales suscriben estos planteamientos, sustentando estrategias que tienden a la defensa de las particulares condiciones (y los privilegios, en muchos casos) de los grupos profesionales. Los rasgos profesionales se defienden como singulares para estos grupos, no para el conjunto del trabajo asalariado, y en realidad las luchas frente a la desprofesionalizaciónha sido más característica de aquellas ocupaciones que, en realidad, nunca han conseguido el reconocimiento pleno como grupos profesionalesy sin embargo aspiran a serlo: es el caso fundamentalmente de las semiprofesiones. 1 Guillén, M. (1990): "Profesionales y burocracia: desprofesionalización, proletarización y poder profesional en las organizaciones complejas", REIS , nº 51, p. 43.

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Sociología de las Profesiones

Marta Jiménez Jaén

TEMA 2: "DIVISIÓN DEL TRABAJO Y ESPECIALIZACIONES PROFESIONALES" TERCERA PARTE: PROFESIONALIZACIÓN/DESPROFESIONALIZACIÓN,

MERCANTILIZACIÓN, BUROCRATIZACIÓN Y PROLETARIZACIÓN DEL TRABAJO PROFESIONAL

Los procesos de incorporación de los profesionales a las grandes corporaciones y al Estado han generado un debate sobre sus efectos sobre el trabajo y la autonomía profesional. Según sea la orientación del autor, se pueden distinguir tres grandes líneas de análisis: la desprofesionalización, la burocratización y la proletarización.

1. La hipótesis de la desprofesionalización En el marco del estructural-funcionalismo, el análisis gira en torno a la tesis de la desprofesionalización. Según M. Guillén:

“ La hipótesis de la desprofesionalización puede resumirse del modo siguiente: el monopolio profesional del conocimiento se está erosionando a causa de la mejora del nivel educativo de la población, la división del trabajo profesional (especialización), la aspiración de los consumidores de controlar a los profesionales y de alcanzar justicia ocupativa, la agregación de clientes en entornos burocráticos y el uso de computadores. A consecuencia, los profesionales pierden poder, autonomía y autoridad. Esta conclusión teórica no ha encontrado, sin embargo, ningún fundamento empírico. La convergencia entre el nivel de conocimiento de los profesionales y del público en general no está causando una falta de confianza importante por parte del consumidor. Los computadores no parecen ser tan útiles como sostienen los teóricos de la desprofesionalización, puesto que clientes tan poderosos como las grandes empresas o el gobierno todavía prefieren contratar o alquilar los servicios de profesionales para abordar áreas problemáticas como los asuntos legales o la salud de los empleados. “

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El punto de partida de estos análisis sigue tomando como referencia las tesis de los rasgos y los procesos de profesionalización, de modo que se considera que las profesiones dejan de serlo cuando alguno/s de los rasgos que definen el tipo ideal de las profesiones pierde contenido: cuando se pierde autonomía, o se produce un proceso de afiliación sindical, o se orientan las actuaciones y la organización profesional desde el afán de lucro frente a la orientación de servicio, o la formación deja de estar bajo el control de la profesión. Una parte importante de los propios colegios profesionales suscriben estos planteamientos, sustentando estrategias que tienden a la defensa de las particulares condiciones (y los privilegios, en muchos casos) de los grupos profesionales. Los rasgos profesionales se defienden como singulares para estos grupos, no para el conjunto del trabajo asalariado, y en realidad las luchas frente a la “desprofesionalización” ha sido más característica de aquellas ocupaciones que, en realidad, nunca han conseguido el reconocimiento pleno como “grupos profesionales” y sin embargo aspiran a serlo: es el caso fundamentalmente de las semiprofesiones.

1 Guillén, M. (1990): "Profesionales y burocracia: desprofesionalización, proletarización y poder profesional en las

organizaciones complejas", REIS, nº 51, p. 43.

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El problema de estos planteamientos viene dado por el carácter abstracto y ahistórico que, en sí misma, tiene la propia definición del profesionalismo del que parten estos planteamientos. De hecho, podemos observar algunos problemas del propio marco teórico.

1.1. Problemas vinculados a la falta de "autonomía"

Como vimos en el tema 1, la "autonomía" constituye uno de los rasgos que definen específicamente la forma de funcionamiento de los profesionales y sus organizaciones. Siguiendo a Tenorth

2, este rasgo es concebido en relación a los "clientes" (sus juicios no pueden de ninguna forma

"socavar los fundamentos de las actividades profesionales") y frente a cualquier intento de control ejercido por "profanos" o instancias de control externo, como pueden ser el Estado, las empresas o, especialmente las organizaciones representativas de una clase social (sobre todo cuando han adoptado forma sindical) o un partido político

3.

Desde esta perspectiva se defiende, entonces, que la "autonomía" es específica de las profesiones (no necesariamente la disfrutan otras ocupaciones) y ello se debe a la "complejidad" que caracteriza a las actividades de este tipo, que requieren altos niveles de conocimientos teóricos y prácticos: constituye una condición necesaria para que el profesional adopte las decisiones oportunas en cada situación concreta que se le presente en su práctica profesional, así como para que pueda renovar y mejorar dicha práctica. Y también se requiere autonomía en el control de los profesionales, a través de organizaciones específicas (fundamentalmente, "colegios profesionales"), porque sólo a través de ellas es posible realizar una valoración de su actividad y competencia en términos estrictamente "técnicos", sin contaminaciones de tipo ideológico, afectivo, político,...

No obstante, dentro del mismo enfoque estructural, esta visión "aséptica" y "neutralista" del auto-control (que, en definitiva es en lo que se traduce la autonomía) en cierto modo ha resultado problemática. Así, por ejemplo, Barber muestra su disconformidad con la defensa a ultranza de una autonomía absoluta de los profesionales, sobre todo en lo referido al auto-control, porque supone que no se asegura el cumplimiento de uno de los fundamentos de la existencia misma de las profesiones: su funcionalidad social. Según este autor:

"Una satisfactoria teoría parsonsiana de las profesiones prestaría atención a (los) problemas del auto-control. En la sociedad moderna diferenciada, todas las actividades especializadas (como los negocios y las profesiones) tienen consecuencias ramificadas que, por su propia razón de ser, afectan vitalmente a la sociedad en general y, por tanto, son actividades que deben ser controladas por la sociedad en general y por procesos políticos"

4

En los análisis sobre las semiprofesiones en general, esta confrontación entre la "autonomía profesional" y el "control social" permanece latente. Hemos de tener en cuenta que, desde la perspectiva funcionalista, ocupaciones como las relaciones laborales, la educación, la enfermería, o el trabajo social, cumplen una función clave en la sociedad: parece irrenunciable, por ello, admitir que la sociedad se dote de algún mecanismo que permita salvaguardar la "funcionalidad" de sistemas como el educativo, los servicios sanitarios o sociales y, por ende, la congruencia entre las funciones de estas ocupaciones, el sistema de valores institucionalizado y las aspiraciones de la sociedad en sus ámbitos

2 Tenorth, E.-H. (1988): “Profesiones y profesionalización. Un marco de referencia para el análisis histórico del

enseñante y sus organizaciones”, monográfico de la Revista de Educación, nº 285, p. 81. 3 Jiménez Jaén, M. (2000): El sindicalismo en la enseñanza desde la LGE: 1970-1976, La Laguna, Servicio de

Publicaciones de la ULL. 4 Barber, B. (1985): "Beyond Parson's Theory of Professions", en Alexander,J. (ed.): Neofuntionalism, Londres, Sage,

p. 216.

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de actuación. El dilema se plantea, entonces, en términos de admitir, en todo caso, la existencia de unos "mecanismos" de control social que operen de forma que no pongan en peligro la necesaria autonomía de expertos como los graduados sociales, el profesorado, las enfermeras o las trabajadoras sociales.

Las respuestas a este dilema no han sido unívocas. Si bien tiende a reconocerse que, en líneas generales, estas ocupaciones tienen poca autonomía en su desempeño "profesional", tampoco ello supone siempre defender la idea de que esa autonomía debe ser absoluta. En general, la propia estructuración tradicional de los diversos sistemas educativos, sanitarios y sociales en Occidente, donde de formas diversas siempre se incluyen organismos de control donde no sólo participan los profesionales, constituye un contexto que de alguna forma hace inconcebible (o impopular, como afirma Kimball

5 para el caso de la educación) la defensa de un status de autonomía absoluta y

excluyente. Así, la posición más compartida entre quienes denuncian la falta de autonomía de este tipo de ocupaciones es la de vincular esta situación al hecho de que se desempeñen en el seno de unas instituciones burocráticas y jerarquizadas, criticando su subordinación a formas diversas de controles burocráticos y administrativos

6. Se trata, por tanto, de cuestionar las formas burocráticas que ha

asumido el control y los extremadamente limitados márgenes de iniciativa que éstos le permiten disfrutar, pero admitiendo la idea de que algunos límites han de existir.

Sin embargo, quienes se mueven en esta idea de una "autonomía limitada" no tienen en cuenta que, partiendo del enfoque parsonsiano no tiene cabida el control "profano", en la medida en que no se fundamenta en criterios "técnicos"; eso, al menos, es lo que opina Kimball, para quien el principal obstáculo que actualmente impide la "profesionalización" de colectivos como el profesorado es precisamente la existencia de un control "público" ejercido por los consejos locales sobre las decisiones relativas a su trabajo

7.

Pero lo que es obviado por los autores que, de una forma u otra, consideran que es escasa la autonomía profesional y formulan propuestas para que ésta se vea incrementada, es lo que constituye la contradicción de fondo que subyace al propio planteamiento estructural en torno a esta cuestión: si se admite que la autonomía no es un objetivo en sí, sino que es una "necesidad", derivada de la propia complejidad que caracteriza las actividades profesionales, y que sólo es defendible en la medida en que es una condición que asegura la "funcionalidad" de esas actividades a nivel social, ¿cómo es posible que los sistemas jurídicos, educativos, sociales y en cierto modo de los cuidados sanitarios, donde la autonomía profesional ha sido escasa, hayan sido funcionales a pesar de todo? ¿cómo es posible que el control "profano" haya tenido algún efecto si el fundamento de la negación del mismo es la inaccesibilidad de los contenidos de la "profesión" para los no formados en ella? En el estrecho margen del enfoque estructural no queda claro, en definitiva, si la "autonomía" constituye verdaderamente una necesidad para que los servicios sean "funcionales" o si, al contrario, como plantean algunos teóricos neoweberianos, constituye ésta un objetivo en sí, al margen de los requerimientos "técnicos" de la actividad. En el enfoque estructural, no obstante, se intenta resolver el dilema bien desarrollando el problema de la "integridad" del "saber" (es decir, tratando de definir una "base de conocimientos" que no dé lugar a dudas sobre hasta dónde llegan los controles "sociales" y en qué cuestiones sólo pueden decidir los profesionales, bien cuestionando la visión de que los profesionales no tengan autonomía (es decir, afirmando que los controles "profanos" realmente no

5 Kimball, B. (1988): “The problem of teacher`s authority in light of the structural analysis of professions”,

Educational Theory, vol. 38, nº 1, p. 9. 6 Ver, por ejemplo: Solomon, B. (1961): "A Profession Taken for Granted", Sociological Review, nº 61, pp. 286-299.

Lortie, D.: "The Balance of Control and Autonomy in Elementary School Teaching", en Etzioni,A. (ed.) (1969): The Semi-Professions and their Organization, New York, Free Press. Banks, O. (1973): Aspectos sociológicos de la educación, Madrid, Narcea, 1983. Shipman, M.D.: Sociología escolar, Madrid, Morata. 7 Opus cit., pp. 7-9.

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han tenido efecto)8. No obstante, lo esencial del enfoque se pretende que quede inalterado, esto es, la

idea de que la autonomía sigue siendo una condición irrenunciable de las profesiones porque, en palabras de Tenorth, "el trabajo de alta cualificación implica situaciones de una `actividad laboral indeterminada'"

9 que requieren márgenes de iniciativa que no se pueden socavar. Así, se mantiene

también la ocultación de algo que, desde nuestro punto de vista, constituye probablemente el núcleo del problema de la autonomía: las implicaciones políticas que acompañan a esta característica (que resultan inevitables, en la medida en que constituye un privilegio que se supone sólo tienen derecho a disfrutar determinados colectivos), el no tener en cuenta que ésta se ha convertido en el eje de luchas políticas que no sólo atañen a los profesionales sino que han afectado, con implicaciones diferentes, a los distintos sectores laborales y, más aún, que han tenido que ver con conflictos laborales que sobrepasan los límites del sistema educativo o de los servicios sociales, jurídicos e incluso sanitarios.

1.2. Problemas vinculados a la "base de conocimientos"

En no pocas ocasiones -y partiendo de reflexiones diversas sobre el status profesional- los análisis estructurales han centrado el problema de la "profesionalización" en la "base de conocimientos" atribuible a ciertas actividades.

Esta preocupación, explicable en la medida en que la "base de conocimientos" constituye en esta perspectiva el fundamento de la "autoridad" de los profesionales en su materia, se ha tratado de abordar de forma diversa entre los distintos autores, siendo enorme, al menos a niveles aparienciales, la dispersión teórica en esta temática

10. Sin embargo, como planteábamos en el caso de la definición

de "profesión", se pueden constatar ciertas confluencias entre los distintos planteamientos, especialmente en lo que se refiere a la conceptualización del saber y de la propia actividad profesional.

Así, en términos generales se puede afirmar que en estos análisis se participa de una concepción implícita sobre el saber y la ciencia confluyentes con los presupuestos positivistas en este terreno, especialmente en lo que se refiere a la consideración de la ciencia como un corpus monolítico de conocimientos: sólo una visión de este tipo puede justificar la centralidad que en este enfoque se asigna a los conocimientos de los profesionales en la explicación -y legitimación- de su carácter "específico" frente a otros grupos ocupacionales. Cuando se accede a definir la "base de conocimientos" de una profesión, se está partiendo de la idea de que existen un saber y unas destrezas que unívocamente pueden -y deben- ser asumidos y aplicados por los componentes de la misma; esta "unidad", que viene asociada al carácter sistemático y generalizado de los saberes científicos, distingue a éstos del "saber hacer" asistemático que pueden poseer los "aficionados".

A pesar de que han sido relevantes los debates que se han desarrollado en torno a las concepciones epistemológicas que sustentan estas formulaciones, en los que se han vertido críticas por

8 En esta línea se define, por ejemplo, Tenorth, quien plantea la necesidad de acceder a una reinterpretación del

concepto de autonomía que no parte de la consideración de que son excluyentes el estatus de empleado y la profesionalización. Para este autor, habría que redefinir en términos más precisos los distintos tipos de autonomía que se pueden presentar asociados a las diferentes condiciones en que actualmente se realizan las actividades profesionales (burocratizadas, liberales,...). Ver: Tenorth, E.-H. (1988): opus cit., p. 81. Meyer, J. - Rowan, B. (1978): "The Structure of Educational Organizations", en Meyer, M. (ed.): Environments and Organizations, San Francisco, Jossey Bass, pp. 78-109. 9 Tenorth, E-H. (1988): opus cit., p. 81.

10 Según K. Densmore, en realidad esta dispersión se debe en gran medida a la escasez de estudios empíricos que

permitirían aclarar no teórica, sino realmente, qué destrezas poseen en la actualidad los docentes. Ver: Densmora, K. (1987): "Professionalism, Proletarianization and Teacher Work", en Popkewitz, TH. (ed.): Critical Studies in Teacher Education. Its Folklore, Theory and Practice, London, The Falmer Press, p. 133.

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el carácter evolutivo, acrítico y ahistórico que se asigna a la ciencia y al saber en este enfoque, nos parece que revisten especial interés para nuestro trabajo los debates más específicamente centrados en el papel estrictamente "funcional" que se asigna a la "ciencia" con respecto a la configuración de los procesos profesionalizadores.

Tal como hemos visto hasta ahora, y haciéndonos eco de las palabras de Kimball11

, se puede afirmar que el análisis estructural ha producido una definición de las profesiones que incorpora dos características, la "ciencia" y el "gremio", entre las que se establece una relación de legitimación

12 que

se explica en términos "funcionales", esto es, se considera que la constitución del gremio y su acceso a la "autoridad" social sobre sus funciones derivan de "...la emergencia inicial de un cuerpo de conocimientos concerniente a una función social importante"

13.

Sin embargo, esta explicación "funcional", planteada en términos simples, ha sido cuestionada a la luz del análisis de distintas experiencias históricas de profesionalización de ciertas ocupaciones. El principal problema que se plantea es que, como recoge Tenorth:

"...tratándose de la situación actual, el análisis meramente funcional no tiene en cuenta que la profesionalización no se basa tan sólo en las motivaciones de los profesionales y en las expectativas de la sociedad o de un cliente, sino también en los intereses del status profesional. La función social de las profesiones relativamente privilegiadas, que destacan por su prestigio y sus ingresos económicos, hace que todos los grupos basados en la actividad profesional aspiren a un status similar mediante la profesionalización."

14

Según este autor, entonces, la constitución de un "gremio" no siempre ha tenido su origen en la existencia de un corpus científico de conocimientos, sino que ha podido ser forzada la definición de este corpus para justificar el que determinados grupos pudieran acceder a los privilegios que la sociedad ha asignado a ciertas profesiones.

Esta tesis ha sido incorporada al enfoque estructural sólo en términos parciales, tendiendo a considerarse las "motivaciones del status profesional" como limitadas, no exclusivas y, en todo caso, como desviaciones del modelo de profesionalización "puro". Así, por ejemplo, Daheim -que, según Tenorth, ha sido uno de los defensores principales de la explicación "funcional"- plantea que pueden existir estas motivaciones en algunas fases del proceso profesionalizador de ciertas ocupaciones, pero nunca han estado presentes en sus fases iniciales

15. Tenorth, por su parte, parece suscribir más bien la

idea de que estas motivaciones han presidido algunos procesos profesionalizadores (los "autodirigidos"), pero no la totalidad (existen procesos "no dirigidos")

16.

Desde otras perspectivas, sin embargo, esta explicación constituye uno de los puntos débiles más cuestionables de la teoría estructural de las profesiones. Es este el caso de muchos de los autores de inspiración neoweberiana que, como veremos, han tratado de poner de manifiesto que ha sido el uso "político" e "ideológico" del discurso científico el que ha prevalecido históricamente en la configuración de los distintos grupos profesionales.

11

Opus cit., p. 4. 12

"La ciencia sirve para legitimar la autoridad del gremio y el gremio ejerce autoridad sobre la función social a la que pertenece la ciencia" (ibídem). 13

Ibídem. 14

Tenorth, H-E. (1988): opus cit., p. 82. 15

Ver: Daheim, H.: "Professionalisierung. Begriff und einige latente Makrofunktionen", citado por Tenorth, H-E.: ibídem. 16

Ibídem, p. 83.

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Con todo, si bien constituye un acierto resaltar el carácter político-ideológico, y no sólo "funcional", que ha acompañado a la constitución de la "profesionalidad" de diversos colectivos, otras perspectivas de análisis se han desarrollado en una línea que apunta al cuestionamiento de esta visión de las semiprofesiones como inmersas en un proceso de progresiva "monopolización" de conocimientos. Esta es precisamente la fuente de problemas de la que parten los autores neomarxistas su situación es la de verse sometidos a un proceso de "descualificación".

Pero, sin adentrarnos ahora en estas críticas, hay algo que queda en evidencia del enfoque estructural y que probablemente constituya su principal error en el análisis de los profesionales: el distanciamiento entre sus análisis teóricos y la dinámica real actual e histórica de estos colectivos, que permite caracterizar a esta perspectiva más como una teoría del "deber ser" ("normativa", en palabras de Tenorth

17) que del "ser", concibiendo a los colectivos profesionales como grupos cuyas conductas y

compromisos se orientan básicamente desde los procesos autodirigidos de "socialización profesional", pretendiendo que es la ocupación el fundamento casi exclusivo de su identidad como agentes sociales, una identidad que, a su vez, se muestra como unívoca y congruente con las "funciones" que la sociedad formalmente les asigna.

Asumir como punto de partida la identidad "profesional" supone, por tanto, considerar que se ubican en una posición funcionalmente específica en la sociedad, al margen de las clases sociales. Esta idea se defiende, además, admitiendo los planteamientos de Parsons que tendían a concebir el quehacer sociológico como, fundamentalmente, elaboración/definición de modelos teóricos abstractos ("sistemas"), que permitieran concebir las estructuras y el funcionamiento de las sociedades más allá de las circunstancias históricas en las que éstas se presentan. No sólo se parte, en definitiva, de una visión neutralista del conocimiento (como ajeno a las dinámicas sociohistóricas de cada sociedad), sino que se aplica su visión de la cultura como un conjunto de normas y valores unitariamente asumidos por la sociedad, con un papel cohesionador, para la cual los procesos educativos cumplen, supuestamente sin conflictos ni contradicciones, un doble papel: como espacio de selección de los más capaces y de socialización de los individuos en los valores y normas establecidos. Se nos muestra, así, a los colectivos profesionales, como grupos que, por su socialización profesional, comparten actitudes, visiones del mundo y de su propio quehacer "profesional", al margen de las opciones culturales, políticas e ideológicas que puedan asumir en momentos históricos particulares

18.

2. La tesis de la burocratización y la proletarización

El segundo desarrollo de los análisis se centra en los planteamientos neoweberianos sobre la burocratización. Desde esta perspectiva, la salarización y dependencia burocrática de los profesionales supone una pérdida de autonomía. Según Derber

19, ya desde los años cincuenta del siglo XX empiezan

a aparecer reflexiones sobre el fenómeno de la burocratización como un proceso que conlleva la pérdida de autonomía profesional. Remite a las reflexiones de Ch. Wright Mills en 1951, quien desarrolló una primera aproximación a la idea de que la burocratización podría implicar la proletarización, afirmando que

17

Ibídem, p. 88. 18

Cabrera, B.- Jiménez Jaén, M. (1991): "Quem sao e que fazem os docentes? Sobre o "conhecimento" sociológico do professorado", Educaçao & Realidade, nº 4, p. 193. 19

Derber, Ch. (1982): Professionals as Workers: Mental Labor in Advanced Capitalism, Boston, G.K.Hall and Co. Traducción: Marta Jiménez Jaén.

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“los requerimientos de especialización burocrática reducen drásticamente la amplitud y el alcance del trabajo profesional, transformando al profesional “libre” en un técnico especializado y limitado. La autonomía profesional así se convierte en una libertad o discrecionalidad constreñida a opciones técnicas. Al mismo tiempo los profesionales burocratizados pierden la habilidad crítica para fijar los objetivos o directrices de su propio trabajo. Como otros empleados, los profesionales en las burocracias desarrollan directrices, a menudo en el seno de equipos estrechamente coordinados caracterizados por una división del trabajo altamente desarrollada e institucionalmente especificada. La administración establece y dirige los proyectos y fines del equipo, y los profesionales consecuentemente pierden control sobre la política organizativa global y las condiciones de su propio trabajo. En la visión de Mills, los profesionales han renunciado a las formas más preciosas de autonomía en su trabajo. Los profesionales tradicionalmente se han diferenciado de otros trabajadores en su exigencia exclusiva de teoría y conocimientos amplios, licenciándolos para controlar los objetivos políticos y éticos, pero esta reducción burocrática de la libertad profesional a mera discreción técnica supone una herida de muerte a la identidad profesional”.

En la obra citada de 1982, Derber se hace eco también de otros autores. Oppenheimer planteó que

“la lógica de las estructuras burocráticas genera proletarización porque toda burocracia crea divisiones del trabajo altamente desarrolladas que fragmentan las tareas de todos los empleados y crean, entre los profesionales, funciones y descripciones del oficio estrechamente especializadas. Además toda burocracia concentra el poder en élites administrativas que, a través de las regulaciones, los procedimientos operativos estandarizados, programas de perfeccionamiento y otras técnicas, mantienen el control sobre los fines y objetivos de todos sus empleados, así como sobre el ritmo y los procesos de trabajo.”

Otros autores a los que nos remite son Blau y Schoenherr, que llegan a similares conclusiones respecto a la relación entre burocratización y autonomía profesional:

“Blau plantea que a pesar de que los profesionales son más libres que otros empleados respecto a las normas escritas y la estricta autoridad jerárquica que constituyen las bases del control administrativo en las burocracias tradicionales, son cada vez más vulnerables a lo que él denomina formas indirectas de control administrativo desarrolladas en los sistemas burocráticos contemporáneos. Estos controles indirectos no se basan ni en normas escritas ni en una férrea supervisión sino en medidas más sutiles como la promoción, el ascenso, la movilidad, así como en el control sobre la adquisición y el uso de tecnología en la organización. La administración intenta de este modo controlar a los profesionales por la implementación de procedimientos operativos

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estandarizados que nunca pueden explicitarse en manuales escritos o mandatos de supervisión, pero que son reforzados a través de evaluaciones de resultados que afectan a la seguridad del empleo, producen méritos o promociones, y por medio del control del hardware y software tecnológico apropiado y administrado por la organización”.

20

Un autor relevante para Derber en el análisis de la burocratización es Richard Edwards21

que, aunque no se centra exclusivamente en los profesionales, defiende que el control burocrático ha emergido como la estrategia más novedosa y más importante de control administrativo en el capitalismo avanzado:

“El control burocrático se distingue de anteriores sistemas administrativos organizados en torno al control por la supervisión personal o por la maquinaria de la cadena de montaje debido a que se institucionaliza el control en las normas impersonales, en los procedimientos y mecanismos de evaluación y promoción de la empresa burocrática. Tal control, menos intrusista y arbitrario que las formas anteriores, e investido con la simbología de la legalidad, neutralidad y meritocracia, representa una forma de autoridad más consistente con las concepciones de los profesionales sobre su propio estatus y cualificación. Sin embargo, éste efectivamente proletariza a los profesionales así como los vincula a una división del trabajo concebida por la administración e institucionalizada en las descripciones y procedimientos del trabajo. El control burocrático también somete a los profesionales a los objetivos organizativos y los procedimientos técnicos diseñados por el presupuesto administrativo y las decisiones políticas y son reforzados por los procedimientos de promoción y evaluación aplicados a todos los profesionales empleados.”

22

Sin embargo, para Derber el trabajo que más explícitamente sienta las bases para el análisis de las implicaciones de la salarización y racionalización del trabajo profesional es el que desarrolló, desde una perspectiva marxista, H. Braverman en su obra Trabajo y capital monopolista

23.

En su obra se ofrece una interpretación sobre el proceso de racionalización capitalista del trabajo, de acuerdo con una interpretación de las tesis de Marx (que estudiamos en la primera parte de este tema) en la que se considera que la división capitalista del trabajo ha implicado la descualificación de los trabajadores, su separación de la concepción (y relegamiento a la mera ejecución) y el sometimiento al control del capital en su proceso de trabajo. Braverman, además, vincula dichos procesos al análisis de clase de los agentes sociales. Centra sus análisis en los grupos de agentes en situación de permanente expansión en el capitalismo avanzado (profesionales, científicos, ideólogos, técnicos, burócratas, trabajadores de servicios,...), planteando que el desarrollo capitalista ha producido nuevos fenómenos en el mundo de la producción:

20

Ibídem. 21

Ver Edwards, R. (1983): "Conflicto y control en el lugar de trabajo", en Toharia, L. (comp.): El mercado de trabajo: teorías y aplicaciones, Madrid, Alianza. 22

Derber, Ch. (1982): opus cit. 23

Braverman, H. (1980): Trabajo y capital monopolista, México, Nueva Visión.

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1) La expansión de los sectores no productivos (banca, hostelería, comercio, informática,

burocracia, sistemas educativos, sanidad,...), que lleva aparejada una sustancial transformación en el mundo del trabajo en un doble sentido: la expansión de los colectivos de trabajadores no directamente vinculados a la producción entendida en términos clásicos, y la tendencia a la salarización de las funciones y trabajos vinculados a esos servicios.

2) Sobre todo, Braverman trata de mostrar que esta expansión y salarización se ha visto acompañada de una sustancial transformación de los procesos de trabajo en estos sectores: no sólo se han asalariado, sino que la lógica racionalizadora del capital en la producción se ha extrapolado a estos trabajos y en su interior se han producido también procesos de descualificación, separación entre concepción y ejecución y pérdida de control sobre el trabajo.

3) Estos procesos son interpretados por Braverman como un proceso de proletarización de los colectivos sometidos a la racionalización capitalista, considerando que la gestación de la clase obrera se produjo no sólo por la salarización de los artesanos, sino que se consumó a través de los procesos de descualificación y sumisión del trabajo al capital. Si ello fue así, entonces la salarización y sumisión en otros ámbitos laborales debe conducir a preguntarse por la situación de clase de los nuevos colectivos asalariados.

Sus aportaciones han sido claves en el análisis sociológico de las profesiones, aplicando esta

conceptualización a diversos colectivos profesionales. En particular, Braverman se refiere al trabajo administrativo, en el que analiza los efectos de la aplicación de los principios del taylorismo.

La situación del oficinista en el marco del capitalismo competitivo era bien distante de la de los trabajadores manuales: “Pero en un sentido amplio, en términos de función, autoridad, pago, categoría del empleo (un puesto de oficina era generalmente un empleo de por vida), perspectivas, para no mencionar status e incluso ropa, los oficinistas estaban más cerca del patrón que del trabajo en la fábrica”

24.

El tamaño del colectivo era, además, reducido. Su composición empieza a aumentar a finales del siglo XIX, adquiriendo ya dimensiones relevantes en la década de los 60 del siglo XX (13% en Inglaterra, 18% en USA). Además, se ve modificada su composición en dos aspectos: el sexo y el salario relativo. Se ha producido, básicamente, un proceso de feminización, al tiempo que se han ido aproximando sus salarios, en un sentido descendente, a los de los trabajadores manuales

25.

Para Braverman, el trabajo de oficinista antes de producirse estas modificaciones era comparable a un oficio:

“Maestros de oficios, tales como tenedores de libros o jefes de oficinas, mantenían control sobre el proceso en su totalidad y los aprendices o jornaleros –oficinistas ordinarios, empleados copistas, mandaderos- aprendían el oficio en aprendizajes de oficina y en la marcha ordinaria de los acontecimientos mientras avanzaban hasta los niveles altos por promoción”

26.

Con el paso del tiempo esta situación se ve modificada, insertándose un proceso de división de tareas y especialización en un doble sentido:

24

Ibídem, p. 339. 25

Ibídem, p. 340. 26

Ibídem, p. 343.

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- Especialización por departamentos que se ocupan de estas funciones por separado dentro de la propia empresa.

- Surgimiento de empresas especializadas en las tareas parciales, empresas enteramente separadas del proceso de producción, especializadas en el propio trabajo de oficina: banca, seguros, agencias de publicidad,...

Las mismas funciones directivas que anteriormente realizaba el capital y, en todo caso, el gerente, “se han convertido ellas mismas en procesos de trabajo. Son llevadas a cabo por el capital en la misma forma que conduce los procesos de trabajo en la producción: con trabajo asalariado comprado en gran escala en el mercado de trabajo y originado en amplias máquinas de “producción” de acuerdo a los mismos principios que gobiernan la organización del trabajo fabril”

27. Además, estos

sectores adquieren cada vez más importancia en la sociedad capitalista. Con estos procesos, empezó a surgir la necesidad de sistematizar y controlar estos procesos de trabajo:

“Conforme cambió esta situación, las asociaciones estrechas, la atmósfera de obligación mutua, y el grado de lealtad que caracterizaban a la oficina pequeña se transformaron de un deseo principal en un riesgo positivo, y la administración patronal empezó a cortar esos lazos y sustituirlos con la disciplina impersonal de la organización moderna”

28.

Esto supuso la aplicación de los métodos de organización científica a la oficina. Los primeros practicantes “aplicaron a la oficina los conceptos básicos del sistema de Taylor, comenzando con la fragmentación del arreglo bajo el que cada oficinista hace su trabajo conforme a los métodos de trabajo tradicionales: criterio independiente y ligera supervisión general, usualmente por parte del tenedor de libros. En adelante el trabajo se debería hacer como lo prescribía el gerente de oficina, y sus métodos y duraciones de tiempo debían ser verificadas y controladas por la gerencia sobre las bases de sus propios estudios de cada trabajo”

29. “Su efecto fue someter el trabajo de cada empleado de oficina, no

importa cuán experimentado fuera, a la interferencia de la gerencia. En esta forma, la gerencia empezó a ejercer su hasta entonces casi no usado y esporádicamente ejercitado derecho de control sobre el proceso de trabajo”

30.

Posteriormente, las modificaciones se centraron en los instrumentos de trabajo: máquinas de escribir, tinta y papel de escritorio... son estudiados de modo que su uso permitiera una mayor productividad y control. Posteriormente, se apostó por una amplia remodelación de las máquinas y materiales empleados, principalmente a través de la informática. Las consecuencias de la división del trabajo y de la automatización son para Braverman bien claras:

- Conversión del trabajo de oficina en trabajo manual, dado que se ve sometido a un proceso de separación entre la concepción (en manos de unos pocos gerentes) y ejecución (realizada por el grueso de los trabajadores de oficina): “La eliminación del pensamiento del trabajo del oficinista toma así la forma, al principio, de reducción del trabajo mental a una ejecución repetitiva del mismo pequeño marco de funciones. El trabajo es todavía ejecutado en el cerebro, pero el cerebro es usado como el equivalente de la mano del obrero en la producción tomando y dejando una sola pieza de “datos” una

27

Ibídem, p. 346. 28

Ibídem, p. 350. 29

Ibídem, p. 353. 30

Ibídem, p. 355.

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y otra vez. El siguiente paso es la eliminación total del proceso del pensamiento –o al menos en tanto en cuanto siempre ha estado removido del trabajo humano- y el incremento de las categorías de oficina en las que tan sólo se ejecuta trabajo manual”

31.

- Transferencia de control sobre el proceso de trabajo a la gerencia y a la maquinaria. La informática es un tipo de maquinaria similar a la introducida por el capital en las fábricas, y Braverman destaca que se usa en las oficinas con las mismas implicaciones políticas que la maquinaria fabril: no se desmantela la división del trabajo, aunque hay condiciones técnicas para ello; el ritmo mecánico de trabajo se convierte cada vez más en un arma de control disponible para la gerencia de la oficina; y se reducen las cualificaciones y con ello el coste y esfuerzo de aprendizaje.

Finalmente, para Braverman todo esto conduce a una transformación del carácter de clase de este colectivo. Pone en cuestión los análisis que sitúan a este colectivo en la “clase media” porque considera que no tienen en cuenta las transformaciones citadas de los procesos de trabajo: estas transformaciones conducen a la “proletarización de los trabajadores de cuello blanco”, por la asimilación de sus condiciones de trabajo a las de la fábrica:

“El problema del llamado empleado o trabajador de cuello-blanco que tanto preocupó a las primeras generaciones de marxistas y que fue blandido por los antimarxistas como prueba de la falsedad de la “proletarización”, ha sido clarificado en esta forma sin ninguna ambigüedad por la polarización del empleo de oficina y el crecimiento en un polo de una inmensa masa de “obreros asalariados”. La tendencia aparente hacia una amplia “clase media” no proletaria se ha resuelto en la creación de un gran proletariado en forma nueva. En sus condiciones de empleo, esta población trabajadora ha perdido todas las anteriores superioridades que tenía sobre los obreros de la industria, y en sus escalas de pago ha sido reducida hasta el fondo mismo”

32.

Sin embargo, las tesis de H. Braverman han sido sometidas a debate dentro de la propia perspectiva marxista. Partiendo de una lectura matizadamente diferente de las aportaciones de Marx sobre la división capitalista del trabajo en la producción, Derber introduce una nueva conceptualización de la tesis de la proletarización:

“Nuestra discusión acerca de la proletarización de los profesionales asalariados requiere un cuidadoso refinamiento del concepto de proletarización y, especialmente, del significado de la pérdida de control sobre el proceso de trabajo que supuestamente caracteriza al trabajo dependiente y no autoempleado. Marx teorizó que el trabajador, forzado a vender su fuerza de trabajo a otros, perdió control sobre el proceso de su trabajo y sobre el uso final de su producto. Lo primero refleja el derecho de los que compraron su trabajo a “organizar” (o ‘administrar’) la producción imponiendo su propio concepto de cómo organizar y ejecutar las tareas. La pérdida de control sobre la disposición del producto refleja a su vez los derechos del empresario a definir lo que se va a producir y las condiciones bajo las cuales se va a vender, incluyendo el precio, los mercados, así como los propósitos sociales.

31

Ibídem, p. 366. 32

Ibídem, p. 409.

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Estas dos formas de que los trabajadores pierdan el control de su trabajo se refieren, más ampliamente, a los medios y los fines de su trabajo. La pérdida de control sobre el propio proceso de trabajo (los medios), tiene lugar cada vez que la dirección somete a sus trabajadores a un plan técnico de producción y/o a un ritmo o secuencia de trabajo donde ellos no tienen voz para su creación, y puede denominarse proletarización técnica. El grado de proletarización técnica puede variar significativamente, según el grado de especialización y de fragmentación impuesto por el plan de producción de la empresa y la extensión en que sean rutinizadas las tareas hasta la unidad más pequeña. La proletarización técnica puede conceder a los trabajadores un nivel más alto o más bajo de discreción y de habilidad en el desarrollo de su trabajo.”

33.

Para Derber, Braverman sólo se centró en la proletarización técnica y no en la primera (a la que él denomina proletarización ideológica), así como no considera la posibilidad de formas distintas de avance de la proletarización técnica, centrándose exclusivamente en las formas avanzadas de la misma. Para el autor es importante resaltar la especificidad de las distintas fases del proceso de sumisión del trabajo al capital, planteando que no necesariamente el acceso a una tiene por qué suponer, en todos los ámbitos, el acceso a la otra. Es decir, que los trabajadores, por ejemplo, pueden perder control sobre los objetivos y el producto final de su trabajo y no sobre la forma del mismo.

Los análisis del autor, en definitiva, plantean la necesidad de resaltar la especificidad de los efectos y la forma misma del proceso racionalizador de los trabajos profesionales. Su tesis básica, frente a Braverman y sus seguidores, radica en defender que la racionalización de estos trabajos realmente se desarrolla poniendo en funcionamiento sistemas de control específicos que, si bien tienen aspectos en común con los aplicados por el capital en la producción, no son del todo equiparables. Así, Derber plantea que en los trabajos profesionales:

- La forma predominante de control se corresponde con la proletarización ideológica, es decir, con la desposesión de los profesionales del control sobre los fines de su trabajo, que genera “un tipo de trabajador cuya integridad es amenazada por la expropiación de sus valores o del sentido de sus propósitos más que de sus habilidades. Reduce el dominio de libertad y creatividad a problemas técnicos; así, produce trabajadores, no importa con qué nivel de cualificación, que actúan como técnicos o funcionarios. Los aspectos morales, sociales y tecnológicos son sutilmente situados fuera del alcance del trabajador, así como éste pierde el control de su producto y su relación con la comunidad”

34.

- Por otro lado, aunque se admite la posibilidad de que los profesionales se vean sometidos también a la “proletarización técnica”, la pérdida de control sobre los modos de ejecución de su trabajo no ha llegado a equipararse a las formas avanzadas que han conducido a la descualificación del proletariado industrial y puede asumir, además, contenidos específicos según las profesiones.

Otro elemento que separa a ambos autores son las consideraciones sobre las respuestas que los profesionales han desarrollado frente a la pérdida de control. Los seguidores de Braverman (aunque se suele destacar que Braverman olvidó este aspecto), suelen interpretar las fórmulas organizadas en torno al profesionalismo y la aparición de sindicatos entre los trabajadores profesionales como fórmulas de resistencia equiparables a las desarrolladas por los trabajadores

33

Derber, Ch. (1982): opus cit., p. 169. 34

Ibídem.

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manuales frente al capital en la producción. También suelen interpretar en este mismo sentido las distintas formas de respuesta individual (tanto conscientes como inconscientes: la ineficacia del funcionariado). Sin embargo, para Derber lo más generalizado entre los profesionales no es tanto la resistencia como la acomodación, destacando dos formas de respuestas acomodaticias entre los profesionales sometidos a la proletarización ideológica:

- “Desensibilización ideológica”, consistente en desvincular el trabajo propio de toda reflexión y planteamiento ideológico: se refuerza una tendencia a desconsiderar la dimensión moral o social del trabajo, pasando a prestar atención exclusivamente al interés por hacer el trabajo conforme a los criterios científicos y técnicos establecidos.

- “Cooptación ideológica” que, a diferencia de la anterior, implica no tanto abandonar el interés ético por el trabajo como asumir, identificarse con los fines y usos que le asigna la administración.

Derber considera, en definitiva, que los trabajadores profesionales, aunque pierden control sobre los fines de su trabajo, son relativamente invulnerables a la descualificación; en todo caso, cuando ésta se da, se orienta “hacia una subordinación radicalmente distinta de la del proletariado industrial”; él prefiere aludir a la posibilidad del surgimiento de un sistema de control organizativo postindustrial, diferenciado de los desplegados para los trabajadores manuales, uno de cuyos elementos podría ser el intento de integrar a los profesionales asegurándoles una “relativa autonomía técnica”

35

3. Las aportaciones de A. Gramsci Según R. Díaz Salazar

36, “en los diversos proyectos que Gramsci elaboró para centrar su

reflexión carcelaria, la cuestión de los intelectuales aparece siempre en un lugar central muy unida a la temática del Estado.” En particular, elaboró una serie de reflexiones sobre los intelectuales y las masas sociales.

La identidad definitoria de los intelectuales, como ya vimos en la primera parte del tema, no

hay que buscarla en su actividad intrínseca, sino en el conjunto de relaciones sociales en el que desarrollan su función: no existen los no-intelectuales, ya que todos los hombres son filósofos de algún modo, pero no todos ejercen la función de intelectual en la sociedad. Gramsci tiene una concepción ampliada de los intelectuales; éstos no son sólo los productores de cultura o de filosofía, sino todos aquellos que desarrollan funciones organizativas en la producción, la política, la Administración, la cultura, etc. Con la industrialización del mundo moderno se amplía la función intelectual y aparecen nuevas capas de intelectuales: técnicos, economistas, etc. La extensión de la educación y de la democracia también incide en esta ampliación, provocando incluso el fenómeno de la desocupación de estratos intelectuales medios.

Por lo general los intelectuales no tienen una relación inmediata con el mundo de la

producción; ellos se desenvuelven, sobre todo, en las superestructuras (los servicios sociales, jurídicos, educativos, políticos), de las que son “funcionarios”. En la organización de estas “superestructuras” es en donde éstos desarrollan su misión en estrecha dependencia de la clase a la que sirven para extender su dominio. Gramsci señala que siempre existe un vínculo “orgánico” (es decir, de vinculación, identificación, colaboración desde sus funciones y su conocimiento) entre las clases y los intelectuales;

35

Ibídem. 36

Díaz Salazar, R. (1991): El proyecto de Gramsci, Barcelona, Anthropos, pp. 163 y ss.

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de ahí que éstos sean necesarios tanto para la reproducción del capitalismo como para la difusión de la ideología burguesa. La pervivencia o la destrucción del Estado capitalista está ligada a la actividad de los intelectuales. Desde estas premisas puede captarse que la centralidad de la reflexión gramsciana sobre esta temática gire en torno a las relaciones entre intelectuales y masas.

Desde la consideración de la influencia de la Iglesia en la escisión entre el “pueblo” y la

cultura, Gramsci desarrolló la crítica de los intelectuales <puros>, es decir, los que –como sucede en el discurso “oficial” de los colectivos profesionales- se muestran a la sociedad como ajenos a los conflictos que atraviesan la vida social: para nuestro autor tanto los intelectuales liberales como los eclesiásticos participan del error de creerse autónomos e independientes de la lucha de clases. Aunque se separen e intenten distinguirse de las masas, de hecho son expresión del grupo social burgués, al cual le suministran la ideología necesaria para su dominio. “La mayoría de los intelectuales se abstraen de las situaciones de clase y de las funciones de clase. Se autoconciben como casta y categoría social históricamente ininterrumpida y permanecen alejados del pueblo, al que psicológicamente desprecian y para el cual son <extranjeros>. No conocen las necesidades, sentimientos y aspiraciones de las masas, ni se sienten responsables de la educación nacional de éstas. La inexistencia de una comunidad de sentimientos y aspiraciones entre intelectuales y masas provoca la ausencia de un bloque nacional intelectual-moral y puede considerarse como uno de los mayores fracasos sociales, cuyo indicador más elocuente es el abismo entre la cultura de la clase culta y la cultura de las masas.”

37

La tipología gramsciana alcanza su mayor grado de relevancia con la distinción establecida

entre intelectuales orgánicos e intelectuales tradicionales, la cual constituye el punto central de la reflexión realizada en los Quaderni sobre este tema. Para Gramsci cada nuevo tipo de sociedad crea nuevas superestructuras y produce nuevos intelectuales que se encargan de que éstas funcionen de una determinada manera. Cada grupo social tiene sus propios intelectuales, a los que se denomina <orgánicos> en cuanto sirven a los intereses del grupo social al que están unidos: “Todo grupo social, al nacer sobre el terreno originario de una función esencial en el mundo de la producción económica, se crea conjunta y orgánicamente uno o más rangos de intelectuales que le dan homogeneidad y conciencia de la propia función, no sólo en el campo económico, sino también en el social y en el político.”

38 Históricamente las clases dominantes han podido extender su dominio gracias a la labor de

sus intelectuales orgánicos. El empresario capitalista ha creado también sus intelectuales.

“El proletariado necesita dotarse de intelectuales orgánicos para lograr su emancipación. Debe aprender de la historia de las clases subalternas que el campesinado no conquistó su liberación por no haber sabido producir o asimilar intelectuales orgánicos. Los intelectuales políticos del proletariado elevarán a las masas, conectarán a los grupos sociales inferiores con los superiores, y de este modo cambiarán el panorama ideológico de la época. Dentro de la organización del proletariado tienen como misión elevar la cultura obrera, educar la conciencia de clase, y articular y defender los intereses de los trabajadores. Por la actividad de sus intelectuales orgánicos, las clases subalternas pueden convertirse en dirigentes y responsables de la actividad de masas y transformar todo el mundo social de pensar y de ser de una sociedad.”

39

37

Ibídem. 38

Ibídem. 39

Ibídem.

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La noción de intelectual orgánico es la que mejor ayuda a entender la concepción gramsciana de la misión de los intelectuales en la sociedad, así como su convicción de que las masas no se transforman sin los intelectuales –en el sentido amplio que da a este término.

Para captar la importancia política, y no meramente teórica, de los intelectuales orgánicos hay

que ver la labor que éstos realizan en el mantenimiento del poder de clase y en la perpetuación de las relaciones de dominación entre las clases mediante la ejecución de dos funciones: a) lograr el consenso <espontáneo> y el asentimiento de las masas a una política de clase; b) organizar el aparato de coerción que asegura legalmente la disciplina social. Los profesores, periodistas, sacerdotes, funcionarios, diputados, jueces, economistas, técnicos, etc., mediante su actuación en las superestructuras, constituyen las células vivas de la sociedad civil y la sociedad política. Este conjunto de intelectuales organizan la función económica, hacen corresponder la concepción del mundo a la dirección socio-política y económica del grupo dominante, organizan la concepción de la clase dominante en visión común para todos los ciudadanos, y convierten las leyes de una clase en disciplina social común. Mediante el moldeamiento de las masas a unos intereses y la homogeneización y conjunción de la clase dominante, ciertos intelectuales orgánicos se revelan como empleados, legitimadores, y artífices del poder de la clase que se adueña del estado. Igual que un determinado tipo de intelectuales intervienen en la dirección y organización de un bloque de poder, otros intelectuales orgánicos están llamados a romper dicho bloque y a crear otro nuevo, organizando un nuevo tipo de acción política y cultural de las clases subalternas; de este modo encarnan la figura del dirigente (especialista + político).

Desde un punto de vista que retoma en gran medida ciertas vertientes del pensamiento gramsciano sobre los intelectuales y la cultura, se percibe que los profesionales, por ser intelectuales, están en una situación privilegiada (con la que no cuentan, ni por asomo, los trabajadores manuales de la producción ni otros colectivos de trabajadores intelectuales) para acceder a concepciones de la vida y del mundo alternativas a las que vienen impuestas o predominan en la sociedad. Concebirlos como "intelectuales" en este sentido nos permite afirmar que tienen muchas posibilidades (según Gramsci, la obligación moral y política

40) de analizar, interpretar y comprender la sociedad en su conjunto. En este

sentido, su situación permite resistir y generar respuestas a los sistemáticos intentos por parte de la Administración por controlar el contenido de su trabajo y sus concepciones sociales.

En definitiva, al analizar la situación de los profesionales en la actualidad, debemos tener presente que sus intereses particulares ni son los únicos elementos configuradores de sus posicionamientos sociales, políticos e ideológicos, ni éstos se definen pura y exclusivamente en relación a los márgenes de autonomía que les asigna el Estado en su trabajo. Los profesionales, en cuanto intelectuales, poseen concepciones del mundo elaboradas, desarrollan procesos de comprensión críticos y autónomos, se sitúan prácticamente de acuerdo a los mismos, a sus expectativas e ideales y a lo que interpretan como sus intereses en el conflicto económico y social, ideológico y político existente dentro de las instituciones, pero también, y sobre todo, fuera de ellas.

40

Gramsci, A. (1975): Quaderni del Carcere, Torino, Einaudi Ed., Vol. III, p. 1542.

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