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1 Tema 7: TOMA DE DECISIONES Libro 100. ADE.07.TomadeDecisiones Esteban Fernández Sánchez Borrador actualizado: Septiembre 2020 1. CONCEPTOS PREVIOS 2. TOMA DE DECISIONES INDIVIDUALES 2.1. Modelo racional 2.2. Modelo de racionalidad limitada 2.3. Decisiones heurísticas 2.3.1. Tres reglas heurísticas y algunos sesgos 2.3.2. Teoría prospectiva 2.4. Economía conductual 2.5. Estilos de toma de decisiones 3. TOMA DE DECISIONES EN GRUPO 3.1. Pensamiento grupal 3.2. Desacuerdo cognitivo (constructivo) 3.3. Técnicas grupales 3.4. Toma de decisiones individual frente a grupal 4. TOMA DE DECISIONES EN LA ORGANIZACIÓN 4.1. Modelo conductista 4.2. Modelo político 4.3. Modelo de proceso 4.4. Modelo cubo de basura 5. TOMA DE DECISIONES EN CIRCUNSTANCIAS ESPECIALES 5.1. Situaciones de crisis 5.2. Entornos de alta velocidad

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    Tema 7: TOMA DE DECISIONES

    Libro 100. ADE.07.TomadeDecisiones

    Esteban Fernández Sánchez

    Borrador actualizado: Septiembre 2020

    1. CONCEPTOS PREVIOS

    2. TOMA DE DECISIONES INDIVIDUALES

    2.1. Modelo racional

    2.2. Modelo de racionalidad limitada

    2.3. Decisiones heurísticas

    2.3.1. Tres reglas heurísticas y algunos sesgos

    2.3.2. Teoría prospectiva

    2.4. Economía conductual

    2.5. Estilos de toma de decisiones

    3. TOMA DE DECISIONES EN GRUPO

    3.1. Pensamiento grupal

    3.2. Desacuerdo cognitivo (constructivo)

    3.3. Técnicas grupales

    3.4. Toma de decisiones individual frente a grupal

    4. TOMA DE DECISIONES EN LA ORGANIZACIÓN

    4.1. Modelo conductista

    4.2. Modelo político

    4.3. Modelo de proceso

    4.4. Modelo cubo de basura

    5. TOMA DE DECISIONES EN CIRCUNSTANCIAS ESPECIALES

    5.1. Situaciones de crisis

    5.2. Entornos de alta velocidad

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    1. CONCEPTOS PREVIOS

    Todas las personas toman continuamente decisiones en su ámbito de responsabilidad.

    Unas veces lo hacen de forma planificada y otras inconscientemente. La toma de

    decisiones es el proceso de identificar y resolver problemas. Una buena decisión

    requiere utilizar un proceso estructurado, con independencia de la complejidad de la

    decisión y de las diferentes condiciones del entorno donde se enmarca. El éxito depende

    de la calidad de las decisiones que tomamos y la cantidad de suerte que tengamos.

    Tipos de decisiones. Los problemas que deben afrontar los gerentes condicionan

    muchas veces la decisión a tomar. Algunos problemas están bien estructurados, ya que

    son sencillos, conocidos, recurrentes y fáciles de definir. Otros problemas están mal

    estructurados, bien sea porque es la primera vez que se presentan, su naturaleza es muy

    compleja, son tan importantes que merece una solución a la medida o resulta muy difícil

    obtener información sobre ellos (Robbins y Coulter, 1996).

    Así como dividimos los problemas en dos categorías, podemos hacer lo mismo con las

    decisiones que contribuyen a solucionarlos. En este sentido, Simon (1960) las dividió en

    programadas y no programadas. Las programadas (o rutinarias) representan el camino

    más eficiente para manejar problemas bien estructurados. Si los problemas no están bien

    estructurados, los gerentes deben recurrir a las decisiones no programadas (figura 1).

    Las decisiones programadas son repetitivas, están correctamente definidas y cuentan

    con técnicas establecidas para resolver los problemas. Sus criterios de decisión son

    claros, está disponible la información relevante y las opciones se diseñan con facilidad.

    La solución suele ser evidente o se limita a la elección entre unas pocas alternativas

    conocidas y que han resultado adecuadas en el pasado. Por tanto, hay una certeza

    relativa de que la opción escogida tenga éxito. El motivo por el cual las decisiones

    programadas tienden a ser repetitivas, y viceversa, es que si un determinado problema

    se presenta con suficiente frecuencia, generalmente se elaborará una técnica que permita

    resolverlo cada vez que surja. Las decisiones programadas permiten ahorrar tiempo, por

    lo que los gerentes pueden dedicar su atención a otras actividades más importantes.

    Ahora bien, en cierto sentido, limitan la libertad de acción, porque hay menos margen

    para elegir qué hacer; la elección nos viene impuesta, ya que ha funcionado

    correctamente en el pasado para solucionar problemas idénticos o similares al que

    actualmente hay que resolver.

    Características Decisiones programadas Decisiones no programadas Tipo de decisión

    Frecuencia

    Objetivos

    Información

    Consecuencias

    Nivel organizativo

    Marco temporal de resolución

    Bases para solución

    Bien estructurada

    Repetitiva y rutinaria

    Claros, específicos

    Disponible de inmediato

    Menores

    Niveles inferiores

    Corto

    Reglas, procedimientos

    Mal estructurada

    Nueva e inusual

    Vagos

    Ambigua, incompleta

    Importantes

    Niveles superiores

    Relativamente largo

    Juicio y creatividad

    Figura 1: Características de las decisiones programadas y no programadas (Griffin y

    Moorhead, 2009)

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    Las técnicas tradicionales utilizadas por la organización para tomar decisiones

    programadas son: hábito, rutina (procedimientos operativos estándar) y estructura de la

    organización (Simon, 1960). El hábito es la más general de todas las técnicas

    disponibles para tomar decisiones programadas. La organización suministra en parte

    esos hábitos, bien por sí misma, recordando cómo se han venido haciendo las cosas, o

    bien contratando a nuevos empleados, que ya los han aprendido en las instituciones

    educativas o trabajando en otras organizaciones. Muchos de esos hábitos se apoyan en

    reglas, es decir, en declaraciones explícitas que informan qué se puede o no se puede

    hacer en una situación determinada, y que han sido interiorizados por los miembros de

    una organización. Los procedimientos operativos estándar son pautas de

    comportamiento escritas, formales, que especifican de forma precisa lo que debe

    hacerse en cada caso concreto. De esta forma, cumplen tres importantes funciones: a)

    adoctrinan a los nuevos miembros en las pautas habituales del comportamiento

    organizativo; b) recuerdan a los antiguos miembros pautas que se utilizan con tan escasa

    frecuencia que no acaban transformándose en hábitos y c) sacan a plena luz las pautas

    habituales de comportamiento, para que se puedan examinar, modificar y mejorar. Los

    procedimientos operativos estándar que se utilizan de forma frecuente se acaban

    convirtiendo en rutinas organizativas. La principal diferencia entre hábito y rutina es

    que el primero obedece a una acción individual y la segunda a una acción colectiva. La

    estructura de la organización es, en sí misma, una especificación parcial de los

    programas de toma de decisiones que establece un conjunto de supuestos y expectativas

    con respecto a qué miembros de la organización son responsables de ciertas clases de

    decisiones. La investigación operativa y el procesamiento electrónico de datos son

    igualmente herramientas con una importante contribución en la solución de las

    decisiones programadas.

    Las decisiones no programadas son nuevas, inusitadamente importantes en sí mismas y

    están mal delimitadas. Los criterios de decisión son difíciles de delinear. Las

    alternativas son confusas. En general, no existen técnicas establecidas para resolver un

    problema mal estructurado. Hay incertidumbre respecto de si la decisión tomada

    resolverá el problema. Algunas de las técnicas tradicionales utilizadas en la toma de

    decisiones no programadas son las siguientes (Simon, 1960): a) la selección de personas

    que demostraron capacidad para las mismas; b) el desarrollo posterior de sus facultades

    mediante la formación y la acumulación de experiencia y c) el establecimiento de

    unidades específicas en la organización para llevar a cabo la decisión (por ejemplo, un

    equipo ad hoc para solucionar un problema).

    La selección de personal es la principal técnica para mejorar la toma de decisiones no

    programadas en el seno de las organizaciones. Esta técnica se puede perfeccionar, en

    cierta medida, mediante la formación. Por otra parte, un diseño apropiado de la

    estructura organizativa facilita la toma de decisiones, tanto no programadas como

    programadas. Un principio importante del diseño organizativo, denominado por Simon

    (1960) ‘ley de Gresham de la planificación’, afirma que la actividad programada tiende

    a expulsar la actividad no programada. Por tanto, deben tomarse medidas especiales

    para la toma de decisiones no programadas, creando responsabilidades específicas en la

    organización y en sus centros de responsabilidad. Entre las nuevas herramientas para la

    toma de decisiones no programadas destacan las técnicas heurísticas.

    Las decisiones no programadas tienden a ser más importantes que las programadas, ya

    que son más complejas y difíciles de tomar, siendo probable que provoquen un gran

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    efecto sobre el desempeño de la organización. La alta dirección tiende a delegar las

    decisiones programadas al nivel operativo, ocupándose ella misma de tomar las no

    programadas, ya que exigen, en muchos casos, una visión integral de la empresa (figura

    2).

    Figura 2: Tipos de problemas, tipos de decisiones y nivel jerárquico (Robbins y

    Coulter, 1996)

    En cierto sentido, las decisiones programadas se vuelven tan rutinarias que ni siquiera

    se percibe que son decisiones. Es sólo en los asuntos extraordinarios, problemas mal

    estructurados, donde la mayoría de los gerentes creen que toman decisiones. En el corto

    plazo, es posible que sea muy eficiente programar y hacer rutinaria una decisión, pero, a

    largo plazo, esto podría traducirse en un serio inconveniente, debido a la descuidada

    aplicación de una vieja y eficiente decisión a un nuevo problema, que requiere una

    solución diferente.

    Participación en la toma de decisiones. La alta dirección con frecuencia toma las

    decisiones de forma bastante autocrática, sin consultar a las partes implicadas. Sin

    embargo, la toma de decisiones participativa tiene varias ventajas (Ashmos et al., 2002):

    Usa las destrezas y los conocimientos disponibles en la organización.

    Desarrolla el sentido de participación en los individuos dentro de la organización, lo que aumenta su motivación.

    Incrementa el flujo de información y los contactos entre los miembros de la organización, lo que conlleva una mayor coordinación.

    Favorece decisiones que reflejan la naturaleza real (y cambiante) del entorno de la organización.

    En general, las organizaciones tienden a implantar sistemas complejos de reglas y

    procedimientos, que garanticen que las decisiones organizativas sean predecibles y

    estandarizadas (Ashmos et al., 2002). Estos sistemas ahogan la participación real de sus

    miembros. Si se sigue la regla sencilla de “usar la participación”, las decisiones se

    toman y las acciones se llevan a cabo de forma menos predecible y cómoda, pero se

    adapta mejor a una situación en específico (figura 3).

    Estrategia

    gerencial basada

    en reglas y

    procedimientos

    Proceso de decisión simplificado

    Proceso de decisión simple

    Pocos tomadores de decisiones

    Pocos informantes

    Pocas interpretaciones

    Información estrecha

    Valores homogéneos

    Respuestas organizativas simples

    El objetivo es la adaptación

    Perspectiva estrecha de lo que es posible

    Se espera previsibilidad

    El cambio es visto como disruptivo

    Insensible al entorno

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    Conflictos mínimos con las reglas

    Estrategia

    gerencial basada

    en la

    participación

    Proceso de decisión ‘complejizado’

    Proceso de decisión complejo

    Múltiples tomadores de decisiones

    Múltiples informadores

    Múltiples interpretaciones

    Amplia información

    El conflicto con las reglas actuales es

    visible

    Respuestas organizativas complejas

    El objetivo es la co–evolución

    Perspectiva amplia de lo que es posible

    Cambio es parte de la co–evolución

    Emergencia es esperada

    Sensible al entorno

    Figura 3: Participación en la toma de decisiones organizativas (Ashmos et al., 2002)

    Condiciones para la toma de decisiones. El escenario en el que se mueven los

    gerentes al tomar las decisiones presenta cuatro estados posibles: certeza, riesgo,

    incertidumbre y ambigüedad. En condiciones de certeza, el gerente conoce claramente

    el objetivo (o problema a resolver) y cuenta con información completa, por lo que puede

    predecir con exactitud el resultado específico de cada acción. No obstante, la certeza

    total es poco habitual en la toma de decisiones. En condiciones de riesgo se cuenta con

    suficiente información para asignar la probabilidad que tenga cada alternativa para

    llevarnos a un estado de cosas deseado. La incertidumbre significa que los gerentes

    conocen los objetivos que desean alcanzar y cuentan con suficiente información sobre

    todas las alternativas plausibles, aunque no conocen las probabilidades asociadas de

    cada una de ellas. En estos casos, los gerentes deben ser muy creativos al generar las

    diferentes alternativas y usar el sentido común para determinar cuál es la mejor.

    LECTURA 1: PREFERENCIA POR EL RIESGO SOBRE LA INCERTIDUMBRE

    Supongamos dos urnas, 1 y 2. La urna 2 contiene un total de 100 bolas, 50 rojas y 50 azules. La urna 1

    también tiene 100 bolas, una mezcla de rojas y azules, de las que desconocemos la proporción.

    Los sujetos escogen uno de los dos juegos siguientes, donde cada uno conlleva un posible pago de 100$,

    dependiendo del color de la bola extraída:

    A1: una bola extraída de la urna 1, 100 euros si es roja, 0 euros si es azul.

    A2: una bola extraída de la urna 2, 100 euros si es roja, 0 euros si es azul.

    Posteriormente, a los mismos sujetos se les pide elegir entre estos dos juegos:

    B1: una bola extraída de la urna 1, 100 euros si es azul, 0 euros si es roja.

    B2: una bola extraída de la urna 2, 100 euros si es azul, 0 euros si es roja.

    A2 es típicamente preferida a A1, mientras que B2 es preferida a B1. Estas elecciones son inconsistentes:

    la elección de A2 implica considerar que menos del 50% de las bolas de la urna 1 son rojas, mientras que

    la elección B2 implica lo contrario. El experimento explica que a las personas no les gustan las situaciones

    donde se desconoce la distribución de la probabilidad del juego.

    Fuente: Ellsberg, D. (1961): “Risk, ambiguity, and the savage axioms”, Quarterly Journal of Economics,

    vol. 75, pp. 643–669.

    La ambigüedad significa que los objetivos o el problema no son claros, que es difícil

    definir las alternativas y que no se dispone de información sobre los posibles resultados.

    La ambigüedad se conoce como el problema ‘malvado’ de las decisiones (Daft, 2003) y

    posee las siguientes características: conflictos de los gerentes por los objetivos y las

    alternativas; circunstancias rápidamente cambiantes; información confusa y una

    conexión poco clara entre los elementos de la decisión. Los gerentes sienten ansiedad al

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    encarar la ambigüedad, ya que, por ejemplo, algunas veces ofrecen una solución sólo

    para descubrir que no definieron claramente el problema. Por fortuna, pocas decisiones

    son ambiguas. No obstante, cuando lo son, los gerentes deben tratar de identificar los

    objetivos y, posteriormente, diseñar escenarios razonables para las alternativas en

    ausencia de información.

    De todas formas, coloquialmente se confunden estos términos, o se utilizan con cierta

    imprecisión, pero, antes de decidir hay que tratar de transformar situaciones de

    ambigüedad en situaciones de incertidumbre, reconociendo todas las posibilidades, y

    estas en situaciones de riesgo, cuantificando todas las probabilidades. La ambigüedad, la

    incertidumbre y el riesgo están enmarcados por la ignorancia y por la certidumbre, la

    última muy poco frecuente, al contrario que la primera. La ignorancia que se conoce, de

    la que se es consciente, abre la puerta al aprender, pero la ignorancia que se desconoce,

    de la que no somos conscientes, es a veces una causa de la arrogancia: la arrogancia del

    ignorante (Tarrach, 2016).

    2. TOMA DE DECISIONES INDIVIDUALES

    La escuela de la Administración Clásica se apoya en el modelo racional (homo

    economicus) de toma de decisiones. Sus principios se asemejan mucho a los de la teoría

    económica. Posteriormente, Herbert Simon cuestionó este planteamiento, defendiendo

    el hombre administrativo frente al hombre racional (o económico). La economía

    conductual considera que no solo somos irracionales, sino previsiblemente irracionales

    (Ariely, 2008), y utiliza la heurística para funcionar con rapidez y eficacia.

    2.1. Modelo racional

    El modelo racional considera al ser humano un homo economicus (omnisciente y

    maximizador) caracterizado por actuar en su propio interés. La economía estándar

    presupone que somos racionales; que conocemos toda la información pertinente

    relacionada con nuestras decisiones, que podemos calcular el valor de las distintas

    opciones que afrontamos, y que cognitivamente nada nos impide sopesar las

    ramificaciones de cualquier potencial decisión (Ariely, 2008). El modelo racional es

    prescriptivo (no descriptivo), ya que recomienda a los decisores que lo usen como lista

    de verificación, o sea, como la forma más adecuada de tomar decisiones. Por tanto,

    otorga la máxima importancia al pensamiento lógico ayudando, de este modo, a evitar la

    obtención de conclusiones prematuras sobre la naturaleza del problema y sobre el curso

    de acción que debe adoptarse.

    Proceso de toma de decisiones. La decisión es una respuesta a un problema. Se trata de

    un proceso que abarca cuatro fases principales (Simon, 1960): inteligencia, diseño,

    selección y revisión (figura 4).

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    Figura 4: Proceso de toma de decisiones

    Etapa 1: Inteligencia. Esta etapa persigue encontrar ocasiones para tomar una decisión,

    lo que implica detectar un problema. El problema puede concretarse en una amenaza o

    una oportunidad. Las amenazas generalmente se presentan solas y los gerentes deben

    hacerles frente. Por regla general, en el ámbito empresarial son cuatro las situaciones

    que alertan sobre la existencia de una amenaza (Pounds, 1969):

    1. Desviación de la experiencia previa. Si el desempeño organizativo ha empeorado, es probable que exista un problema. Por ejemplo, la caída de las

    ventas o el aumento de los gastos respecto al ejercicio anterior puede reflejar un

    deterioro de la calidad del producto.

    2. Desviación del plan establecido. Si las previsiones o las expectativas de los gerentes no se consiguen, hay un problema. Por ejemplo, si un proyecto no

    cumple con la programación realizada, el gerente debe hacer algo para corregir

    la desviación y, así, no retrasar su finalización.

    3. Críticas del exterior. Muchas de las decisiones que suelen adoptar los gerentes entrañan problemas que afectan a terceros. Por ejemplo, los clientes se quejan de

    las demoras en las entregas o la mala calidad del producto.

    4. Amenazas de la competencia. Un desempeño superior de la competencia puede indicar la existencia de un mal funcionamiento de la organización.

    Las oportunidades, en contraste, deben buscarse, esto es, están a la espera de ser

    descubiertas. A menudo pasan desapercibidas, y se pierden por falta de atención. La

    identificación de la oportunidad suele ser una actividad informal y subjetiva donde la

    intuición juega un papel importante. Si bien resolver una amenaza permite restaurar la

    normalidad, el progreso necesariamente proviene de explotar oportunidades (Drucker,

    1964). Ahora bien, amenazas y oportunidades suelen aparecer entrelazadas, por lo que

    las organizaciones que dejan pasar las oportunidades pueden incluso ver amenazada su

    propia existencia, mientras que afrontar las amenazas permite detectar oportunidades:

    las amenazas vienen a ser oportunidades disfrazadas.

    LECTURA 2: ERRORES EN LA TOMA DE DECISIONES

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    En la fase de inteligencia, los gerentes cometen a menudo una serie de errores que se traducen en una

    toma de decisiones inadecuada. Algunos gerentes ignoran el problema y evitan actuar. Ello obedece a que

    consideran que si no lo resuelven satisfactoriamente, su reputación se resentirá. También pueden

    considerar que otros solucionarán el problema o, incluso, que con el tiempo desaparecerá. Esto puede

    ocurrir cuando el problema es demasiado complejo, por lo que tienden a postergarlo y a realizar

    actividades menos arriesgadas. El planteamiento del problema se ve amenazado por la pereza, esto es, por

    la tendencia a plantearlo en la forma más obvia, utilizando la primera idea o la que siempre se ha puesto

    en práctica. Determinados gerentes padecen desidia, es decir, no pasan a la acción si no tienen una razón

    válida para ello. Son personas que reaccionan incluso con prontitud ante los problemas, pero que no

    hacen nada para tratar de prevenirlos. Estas personas se apoyan en la idea de que ‘si no está roto, no lo

    arregles’, cuando el comportamiento correcto sería ‘si no lo arreglas, se romperá’. La desidia, además de

    conllevar una ausencia de acción, aboca en una conducta derrotista. Algo similar ocurre cuando el gerente

    paraliza la acción debido a un análisis desmesurado de la situación, considerando insuficiente la

    información disponible por abundante y prolija que esta sea. Este comportamiento, denominado ‘parálisis

    por el análisis’, retrasa sobremanera la toma de decisiones. En el extremo opuesto, algunos gerentes se

    ‘orientan a la acción’, actúan sin reflexionar metódicamente sobre la naturaleza del problema y, en

    consecuencia, no dedican suficiente tiempo al análisis y evaluación de otras alternativas viables. Este

    comportamiento, si bien permite abordar los problemas de inmediato, posiblemente dé lugar a actuaciones

    ineficientes.

    Fuente: Hammond, J. S.; Keeney, R. L. y Raiffa, H. (1999): Smart Choices: A Practical Guide to Making

    Better Decisions, Harvard Business School Press, Boston, Massachusetts.

    Una vez descubierto el problema, hay que diagnosticar las causas. Las causas, a

    diferencia de los síntomas, casi nunca son evidentes. Normalmente se comienza

    preguntando “¿por qué?” hasta cinco veces, ya que un análisis cuidadoso de un hecho

    mostrará que tiene más de una causa (Ohno, 1988). Respondiendo cinco veces “por

    qué” existe el problema es posible identificar las verdaderas causas que están en su raíz.

    De este modo, se pretende evitar la tendencia a considerar que el primer elemento

    descubierto sea la causa original del problema.

    A continuación, los gerentes formulan los ‘criterios de decisión’, es decir, lo que será

    importante para resolver el problema. Por ejemplo, en la compra de un automóvil, estos

    podrían incluir el precio, el tamaño, el fabricante o el modelo, entre otros muchos

    criterios de decisión. Todas las personas que toman decisiones se guían por unos

    criterios, expresados de forma explícita o no, que reflejan lo que realmente valoran. No

    tener en cuenta un criterio determinado, hará que pierda todo su significado. Los

    criterios no tienen todos similar importancia. Por tanto, hay que asignarles prioridades,

    o pesos, con el objeto de otorgarles el valor debido en la toma de decisiones (una forma

    sencilla es dar al criterio más importante un valor de 10 y luego ponderar el resto

    utilizando esa referencia). Así pues, los criterios de decisión determinan lo que es

    relevante para el tomador de decisiones. Dado que los criterios de decisión permitirán

    guiar todo el proceso decisorio (desde la definición de las alternativas hasta su análisis),

    así como justificar la decisión tomada, cumplen las siguientes funciones (Hammond et

    al., 1999): a) especifican qué información buscar, b) explican la elección a la

    organización y c) determinan la importancia de una decisión y, por tanto, cuánto tiempo

    y esfuerzo merece. No obstante, cualquier decisión, con independencia de los criterios

    adoptados, debe tomarse considerando los recursos y las capacidades organizativas,

    además de basarse en un diagnóstico de las causas reales de los síntomas que muestra el

    problema.

    La manera de definir el problema representa en sí misma una elección crucial. Un

    problema bien planteado está medio resuelto. No debe cometerse el error de resolver

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    con precisión un falso problema. En efecto, es mucho mejor tener una solución

    aproximada de un problema real, que una solución óptima de un falso problema. Cinco

    recomendaciones para evitar resolver con precisión un problema falso son las siguientes

    (Mitroff, 1998):

    Escoger bien a los interesados (individuos implicados en el problema). No tomar nunca una decisión ni emprender una acción importante sin cuestionar por

    lo menos un supuesto acerca de un interesado crítico. Hay que considerar por lo

    menos a dos interesados que puedan oponerse a las decisiones o acciones.

    Ampliar las opciones. No aceptar nunca una descripción única de un problema importante. Resulta vital producir por lo menos dos opciones distintas de

    cualquier problema que se considere crucial. Por otra parte, las opciones deben

    ser alternativas legítimas, no opciones falsas.

    Plantear correctamente el problema. No producir nunca formulaciones de problemas importantes redactadas en función de variables únicamente técnicas o

    únicamente humanas. Hay que esforzarse por producir por lo menos una

    formulación en función de variables técnicas y una en función de variables

    humanas.

    Ampliar los límites del problema. No trazar nunca los límites de un problema importante de forma demasiado estrecha. Es conveniente ampliar el alcance de

    tales problemas hasta su zona de seguridad y un poco más allá.

    Estar preparado para manejar las paradojas. No tratar nunca de resolver un problema importante fragmentándolo en diminutas partes aisladas. Igualmente

    hay que localizar y examinar el sistema amplio en que se sitúa el problema. En

    muchos casos las interacciones entre los componentes del problema son más

    importantes que el problema mismo.

    Etapa 2: Diseño. Durante la etapa de diseño, el gerente investiga, desarrolla y analiza las

    posibles alternativas (cursos de acción) que permiten resolver el problema previamente

    formulado. Algunas alternativas pueden basarse en experiencias pasadas y otras ser

    diseñadas a la medida. Quienes buscan soluciones preparadas utilizan ideas que han

    observado o intentado con anterioridad, o bien siguen el consejo de quienes han

    enfrentado dificultades similares. Por otro lado, las soluciones a medida se diseñan para

    resolver problemas específicos, si bien es posible diseñarlas a la medida para cualquier

    reto planteado. A continuación se presentan algunas recomendaciones para una

    generación de alternativas eficaz (Whetten y Cameron, 2011):

    1. Se pospone la evaluación de cada alternativa propuesta. Antes de la evaluación se debe intentar proponer todas las alternativas posibles.

    2. Todos los individuos implicados en el problema deben proponer alternativas. Una amplia participación mejora la calidad de la solución y la aceptación del

    grupo.

    3. La subversión y las críticas son dañinas para la organización y el proceso de generación de alternativas.

    4. Las alternativas se construyen a partir de otras. Las malas ideas pueden volverse buenas si se combinan o se modifican considerando otras ideas.

    5. Las soluciones alternativas son congruentes con los objetivos o políticas organizativas.

    6. Las alternativas toman en consideración las consecuencias a corto y largo plazos.

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    7. Las alternativas resuelven el problema que se ha definido. Es probable que exista otro problema importante, pero debe ignorarse si no afecta de manera directa al

    problema bajo consideración.

    Las alternativas factibles son siempre muchas más que las que se tienen en cuenta. En

    parte, ello se debe a que los gerentes no reflexionan mucho sobre las alternativas

    potenciales, pues suponen que conocen todas las opciones disponibles. Además, muchas

    decisiones se toman recurriendo a alternativas demasiado cortas de miras o mal

    configuradas, habitualmente por la influencia de la pereza o de la rutina. En ocasiones,

    esas alternativas son modificaciones mínimas y de escasa importancia de alternativas

    previas. Escoger la primera opción disponible es un error, aunque recurrir a alternativas

    presentadas por otras personas también puede llevar a decisiones incorrectas (Hammond

    et al., 1999).

    Muchos equipos de toma de decisiones cometen el error de contemplar una única

    opción, y tomar la decisión de “sí o no” la ponen en marcha. Nutt (1993a) descubrió que

    las decisiones “sí o no” a largo plazo fracasaban un 52% de las veces, frente a un 32%

    de las decisiones con dos o más alternativas. Una explicación es que cuando un gerente

    defiende una opción única, pasa la mayor parte del tiempo preguntándose: ¿cómo puedo

    hacer esto? ¿cómo consigo que mis compañeros me apoyen?, mientras que desatienden

    preguntas cruciales: ¿hay una mejor manera de hacerlo?¿qué más podríamos hacer?

    Kathleen (1989a) descubrió que los directivos que sopesan más opciones, en realidad

    también toman decisiones más rápidamente. Es un descubrimiento contraituitivo, pero

    existen al menos tres explicaciones (Heath y Heath, 2013). Primero, comparar

    alternativas ayuda a los gerentes a entender el ‘paisaje’: qué es posible y qué no, con

    qué variables hay que contar. Esa comprensión genera la confianza para tomar una

    decisión rápida. Segundo, tomar múltiples alternativas en consideración debilita las

    intrigas en la organización. Con más opciones, la gente se implica menos en todas ellas,

    lo que les deja libres para cambiar de opinión a medida que aprenden. Tercero,

    sopesando múltiples opciones, los dirigentes se dan a sí mismos un plan alternativo

    intrínseco. Si falla una opción quedan otras.

    Etapa 3: Selección. Una vez identificadas las alternativas, el siguiente paso consiste en

    evaluar cada una de ellas en relación con los criterios de decisión formulados. A

    continuación se ponderan las alternativas, es decir, se multiplica el valor asignado a

    cada criterio de las alternativas por el peso del criterio, intentando predecir las

    consecuencias de lo que sucedería en caso de poner en práctica cada una de las

    opciones. Una vez hecho esto, se elige una alternativa (o combinación de ellas), que se

    convertirá en la decisión a tomar. Ante la tendencia natural de seleccionar la primera

    solución satisfactoria propuesta, este paso merece especial atención. Algunas

    características de una buena evaluación son las siguientes (Whetten y Cameron, 2011):

    1. Las alternativas se evalúan con base en un estándar óptimo y no con base en uno suficientemente bueno. Se debe determinar qué es lo mejor y no sólo lo que

    servirá.

    2. La evaluación de alternativas se realiza de manera sistemática para que cada una reciba la consideración debida. La evaluación incompleta impide la selección de

    alternativas óptimas. Por lo tanto, se debe asignar el tiempo necesario para la

    evaluación.

  • 11

    3. Las alternativas se evalúan en términos de los objetivos de la organización y de las necesidades y expectativas de los individuos implicados. Se deben cumplir

    los objetivos organizativos, pero también hay que tener en cuenta las

    preferencias individuales.

    4. Las alternativas se evalúan en términos de sus probables efectos. Se consideran los efectos directos y colaterales sobre el problema, al igual que los efectos a

    corto y largo plazos.

    5. La alternativa que se elige finalmente se plantea de manera explícita. Esto sirve para garantizar que todos los implicados comprendan la solución y coincidan en

    ella, además de que podría revelar ambigüedades.

    La gente tiende a buscar información que le confirme lo que desea creer, en lugar de

    buscar aquello que pueda cuestionar sus esperanzas. Contrariamente a las reglas de los

    filósofos de la ciencia, que aconsejan contrastar hipótesis intentando refutarlas, la gente

    (y los propios científicos con bastante frecuencia) busca datos que puedan ser

    compatibles con las creencias que actualmente tiene. Este sesgo confirmatorio favorece

    la aceptación acrítica de sugerencias y la exageración de la probabilidad de

    acontecimientos extremos e improbables (Kahneman, 2011). Tres métodos para

    combatir el sesgo de la confirmación son los siguientes (Heath y Heath, 2013). En

    primer lugar, podemos facilitar a la gente que discrepe de nosotros. En segundo lugar,

    podemos hacer que aflore la información contraria. En tercer lugar, podemos

    asegurarnos planteándonos lo contrario.

    Etapa 4: Revisión. Una vez tomada la decisión, los gerentes la ponen en práctica y,

    posteriormente, verifican si la alternativa seleccionada resuelve el problema planteado.

    La alternativa elegida debe ponerse en práctica. Esta es la fase de la ejecución, que

    también se la conoce como ‘táctica’. En esta fase puede haber importantes dosis de

    creatividad, aunque de un tipo más aplicado. Como se suele decir, el diablo está en los

    detalles. En ocasiones, la ejecución debe llevarla a cabo quien tomó la decisión, pero, en

    otras, se delega en terceros, como cuando un equipo de alta dirección adopta un acuerdo

    y los mandos intermedios lo ponen en práctica. Una correcta ejecución conlleva seguir

    diversos pasos (Seibold, 1979):

    1. Determinar cómo percibirán la decisión las personas afectadas. Conviene evaluar las fuentes y las razones de posibles resistencias a la decisión.

    2. Ordenar cronológicamente, quizás con el apoyo de un diagrama de flujo, los pasos necesarios para llegar a una decisión totalmente operativa.

    3. Enumerar los recursos y actividades necesarias para poner cada paso en práctica. 4. Calcular el tiempo necesario para cubrir cada una de las etapas. 5. Asignar responsabilidades a individuos específicos respecto de cada una de

    ellas.

    Utilizar cualquier solución para un problema requiere que seamos sensibles ante la

    posible resistencia de los individuos que se verán afectados. Casi todos los cambios

    generan cierta resistencia. En general, la participación de los individuos implicados en

    la solución incrementa su aceptación en la puesta en práctica y disminuye su resistencia

    (Black y Gregersen, 1997).

    Conviene acotar el tiempo para poner en práctica la decisión, si no ésta se debilita,

    como lo demuestra el experimento de Tversky y Shafir (1992): ofrecieron a unos

    estudiantes una recompensa de cinco dólares por realizar una encuesta. Cuando se les

  • 12

    dio una fecha límite de cinco días, el 66 por ciento de los estudiantes completó la

    encuesta y reclamó su recompensa. Cuando no se les propuso fecha límite, sólo el 25

    por ciento cobró el dinero.

    Poner en práctica la solución suele ser más eficaz cuando se realiza en pequeñas etapas

    o incrementos. Weick (1984) introdujo la idea de ‘pequeños triunfos’, en la que las

    soluciones a los problemas se llevan a cabo poco a poco. La idea consiste en ejecutar

    una parte de la solución que sea fácil de cumplir y luego hacer público su éxito;

    después, poner en práctica otra parte de la solución que sea fácil de lograr y hacer el

    resultado público otra vez; y así se continúa ejecutando la solución de manera gradual

    para lograr pequeños triunfos. Esta estrategia disminuye la resistencia de los que se

    oponen (por lo general, no vale la pena discutir por los pequeños cambios), fomenta el

    apoyo cuando los demás observan un progreso (ocurre un efecto de aprovechamiento en

    cadena), y reduce los costes (un fracaso no es el fin de una carrera profesional y no

    requiere grandes asignaciones de recursos para garantizar el éxito). También ayuda a

    asegurar la persistencia y perseverancia al poner en marcha la solución.

    En el mundo real podemos influir frecuentemente en los resultados, y el pensamiento

    positivo puede mejorar el rendimiento. Creer que podemos conseguir algo, aun cuando

    creerlo sea un tanto exagerado, puede conducir a una mejoría en el rendimiento

    (Rosenzweig, 2014).

    Hacer un seguimiento de la decisión, no sólo asegura una ejecución eficaz, sino que

    también tiene una función de retroalimentación al proporcionar información que podría

    utilizarse para mejorar la solución del problema. Si la decisión funciona, debe

    mantenerse y, quizás, aplicarse en otras partes de la organización. Dos causas explican

    el fracaso de la decisión: a) puede que la puesta en práctica necesite más tiempo,

    recursos, esfuerzos o consideraciones o b) puede que la decisión sea errónea.

    En vez de buscar el derecho a elegir por el mero hecho de poder decidir, deberíamos

    centrarnos en construir una mejor experiencia de la toma de decisiones para nosotros

    mismos, una que nos permita recoger los beneficios de elegir y nos evite sus sinsabores.

    He aquí cuatro recomendaciones rápidas (Iyengar, 2010):

    Limita tus opciones a una cifra manejable. Una buena cantidad es siete, +/–2, pero puedes querer menos opciones cuando hay muchos factores para tener en

    cuenta o más cuando ya tienes experiencia en tomar este tipo de decisiones.

    Recuerda, si no eres capaz de diferenciar entre opciones es que no las necesitas

    todas: trátales como si fueran una.

    Cultiva la confianza en tus opciones aprovechando los consejos del experto y recomendaciones personalizadas. A veces no es posible, o ni siquiera

    recomendable, limitar tus opciones. En estos casos, confía en la gente y en los

    sistemas que saben más que tú y que pueden procesar la información con mayor

    eficacia.

    Clasifica las opciones que tienes disponibles, o busca proveedores que lo hagan por ti. Eso te permitirá jugar a ser un experto, ver con más claridad cómo un

    conjunto de opciones difiere de otro, y entender las cualidades y los

    componentes relevantes de cada opción.

    Prepárate empezando con una cantidad menor de opciones y con decisiones más fáciles, y avanza poco a poco hacia decisiones mayores y más complejas. De la

    misma forma que si no supieras nadar no saltarías a la parte más profunda de la

  • 13

    piscina, no debes lanzarte a tomar decisiones que te provocan inquietud.

    Empieza por lo que te resulta cómodo, por donde tocas el suelo con los pies, y

    ve aumentando la dificultad gradualmente, lanzándote cada vez más lejos. No

    sólo te sentirás más seguro, sino que irás adquiriendo conocimientos y a la larga

    mejorarás tu rendimiento.

    Supuestos del modelo racional. Este proceso de toma de decisiones adopta algunos

    principios del pensamiento racional, cuyos supuestos son los siguientes. En primer

    lugar, tomar una buena decisión requiere identificar todas las opciones razonables, ya

    que si no se incluye una opción deseable o probable, la decisión final puede no ser la

    mejor. Cuantas más alternativas (a ser posible todas las existentes) se tengan en cuenta

    mejor. Una decisión racional es una decisión que se toma sobre la base de tener acceso a

    toda la información pertinente disponible, pero no de la irrelevante. En segundo lugar,

    las personas están capacitadas para clasificar las alternativas de acuerdo con sus

    preferencias (a menudo, su valor económico). En tercer lugar, las personas racionales se

    mueven por objetivos. Una vez sabemos lo que queremos tratamos de conseguirlo. En

    cuarto lugar, la finalidad de una decisión racional es conseguir la utilidad óptima para la

    persona. La utilidad es el valor que una consecuencia concreta tiene para una persona,

    por lo que se trata de un concepto psicológico subjetivo. En quinto lugar, las personas

    racionales tienen preferencias y son consistentes con ellas. Una persona puede escoger

    entre peras o manzanas o darle igual cualquier fruta. En sexto lugar, las decisiones de

    las personas racionales son coherentes, es decir, una decisión racional sigue el principio

    de transitividad (si A>B y B>C entonces A>C).

    En situaciones de escasa competencia y problemas suficientemente conocidos y no muy

    complejos, los gerentes suelen emplear procedimientos racionales en la toma de

    decisiones (Dean y Sharfman, 1993). Por otra parte, el modelo racional ayuda a dividir

    analíticamente el proceso de decisión y sirve como marco conceptual para nuevos

    modelos (Stanovich, 1999). Además, se ha constatado que la calidad de las decisiones

    mejora cuando los gerentes utilizan procesos racionales (Dean y Sharfman, 1996).

    Críticas al modelo. El modelo racional es un modelo lineal y simplista; no siempre son

    necesarios todos los pasos y tal vez haya que repetir alguno de ellos antes de poner en

    práctica la alternativa elegida. Por otra parte, la presión del tiempo, la existencia de un

    gran número de factores internos y externos que afectan a toda decisión y la naturaleza

    mal definida de muchos problemas, hace que el análisis racional y sistemático sea

    virtualmente imposible. De igual modo, existen preferencias variables, ya que los

    sujetos sometidos a experimentos de laboratorio podían ser inducidos a afirmar que

    preferían la opción A a la opción B, y también afirmar que preferían B a A (Lichtenstein

    y Slovic, 1973). La gente no siempre persigue maximizar la ganancia, como lo

    atestiguan los múltiples experimentos realizados con el Juego del Ultimátum y su

    variante el Juego del Dictador. En realidad, hay una cantidad muy limitada de

    racionalidad disponible en el proceso de toma de decisiones. Simon (1957) lo planteó de

    forma brillante: las decisiones se toman con criterio de ‘racionalidad limitada’.

    Los valores (incluidos los de carácter ético), además del simple interés económico,

    influyen en la toma de decisiones, así como los sentimientos o el afecto (Etzioni, 1988).

    De hecho, valores y antecedentes de los gerentes filtran la información, además de

    influir en el tipo de problemas y oportunidades que eligen para trabajar (Guth y Tagiuri,

  • 14

    1965). Por ejemplo, los gerentes preocupados por el medio ambiente, quizá busquen con

    ahínco problemas y oportunidades con implicaciones ecológicas.

    Los antecedentes de quién toma las decisiones, su posición en la organización, sus

    intereses y experiencias pasadas le inducen a centrar la atención sobre ciertos problemas

    frente a otros. De hecho, los hábitos de los gerentes orientan su comportamiento,

    aunque se relacionen poco o nada con la economía, los valores morales o los

    sentimientos (Camic, 1985). Las relaciones sociales de los gerentes, especialmente las

    mantenidas con su familia, orientan su comportamiento, ya que muchas acciones son de

    naturaleza social (Granovetter, 1985). Además, cada industria crea su propia

    racionalidad institucionalizada (Fligstein, 1992), lo que lleva a organizaciones de

    diferentes industrias a disponer de sus propios criterios de racionalidad. Incluso gerentes

    de distintos departamentos de una organización definen el mismo problema en términos

    diferentes (Dearborn y Simon, 1958), ya que cada uno suele ser más sensible a la parte

    del asunto que se relaciona con su especialidad. Por ejemplo, los gerentes de marketing

    suelen demandar altos niveles de inventarios (inventarios pequeños es sinónimo de

    problemas), mientras que los gerentes de finanzas prefieren inventarios reducidos para

    disminuir los costes de almacenamiento.

    El entorno en que las organizaciones operan puede virar de cortés a hostil (Morril,

    1991), lo cual influye en el proceso de toma de decisiones. Incluso las culturas

    nacionales afectan el proceso de interpretación de la información para la toma de

    decisiones (Schneider, 1989). Muchas culturas suelen desalentar la asunción de riesgos

    y la innovación, induciendo a perpetuar la situación actual. Otras potencian la

    participación y la influencia de los demás en contraste con la confianza y la capacidad

    personal (Radford et al., 1991). Asimismo, el lastre del statu quo es mayor cuando hay

    varias alternativas en vez de sólo una (Hammond et al., 1999).

    Algunas veces, las opciones que determinan el resultado en el contexto organizativo se

    toman de manera informal e intuitiva antes de que se realice la evaluación de las

    consecuencias de la decisión (Alexander, 1979), es decir, los que toman las decisiones

    primero actúan y, más tarde, intentan justificar racionalmente las decisiones que han

    tomado (Soelberg, 1967). En igual sentido, los tomadores de decisiones tienden a

    comprometerse prematuramente con una alternativa específica en las primeras etapas

    del proceso de decisión. En consecuencia, prejuzgan el proceso hacia la elección de esa

    alternativa (Nutt, 1984). De hecho, los gerentes a menudo toman decisiones sin

    referencia explícita al impacto del problema en los beneficios o en otros resultados

    medibles (Stagner, 1969).

    Las organizaciones se componen de intereses divergentes, que hacen difícil, si no

    imposible, orientar el esfuerzo hacia un objetivo común. En situaciones ambiguas y

    contradictorias, las decisiones son, en su mayor parte, resultado de influencias de poder

    y políticas (Cyert y March, 1963), por lo que difícilmente puede hablarse de una toma

    de decisiones racional de forma estricta.

    Errores en los que incurre el tomador de decisiones. A veces, el decisor se comporta

    como un experto. Los expertos aborrecen estar equivocados. Son renuentes a admitir el

    error; les pierde no lo que creen, sino el modo en que lo creen (Tetlock, 2005). Los

    expertos son erizos (en terminología de Isaiah Berlin) instruidos que tienen una teoría

    sobre el mundo; explican aconteceres concretos dentro de un marco presuntamente

  • 15

    coherente y confían plenamente en sus previsiones, por lo que se erizan con excitación

    contra aquellos que no ven las cosas a su manera. Para los erizos, una predicción fallida

    está casi siempre fuera del momento o muy cerca de la verdad. Son dogmáticos y claros.

    Los zorros, por el contrario, piensan de un modo más complejo. Reconocen que la

    realidad emerge de las interacciones de muchos agentes y fuerzas diferentes, incluso el

    ciego azar, que con frecuencia genera procesos imprevisibles de gran calado. No

    consideran que una línea maestra guíe la marcha de la historia. Los zorros puntúan

    mejor que los erizos al hacer predicciones, pero con resultados muy pobres (Tetlock,

    2005).

    Los errores de predicción son inevitables porque el mundo es impredecible. La excesiva

    confianza subjetiva no puede servir como indicador de acierto alguno (la confianza

    escasa puede tener más valor informativo).

    En algunos casos, el decisor es víctima de la falacia de la planificación. La falacia de la

    planificación describe planes y previsiones que a) se acercan de manera poco realista a

    un escenario que representa el mejor de los casos, y b) pueden mejorarse consultando

    estadísticas de casos similares (Kahneman y Tversky, 1979a). Al predecir los resultados

    de proyectos arriesgados, el directivo toma decisiones basadas en un optimismo ilusorio

    más que en una consideración racional de ganancias, pérdidas y probabilidades.

    Sobreestima los beneficios y subestima los costes. Construye escenarios para el éxito

    mientras pasa por alto el potencial de errores y cálculos equivocados. Como resultado,

    promueve iniciativas que difícilmente tienen cabida en un presupuesto, o en el plazo que

    le dan, o en el rendimiento esperado o simplemente no puede completar (Kahneman,

    2011). Si tenemos en cuenta lo poco que sabemos, la confianza que tenemos en nuestras

    creencias es absurda.

    A su vez, somos víctimas de un sesgo retrospectivo que sostiene que, tras el

    acontecimiento de un hecho, tendemos a pensar que siempre supimos que el resultado

    obtenido era probable, cuando no directamente una condición inevitable. Baruch

    Fischhoff fue el primero en demostrar el efecto “sabía todo lo que iba a ocurrir” o sesgo

    de la retrospección (Kahneman, 2011). En un experimento, si un posible acontecimiento

    se había producido, los encuestados exageraron la probabilidad que le habían asignado

    anteriormente. Y si el posible acontecimiento no se había producido, los participantes

    recordaron equivocadamente que siempre lo habían considerado improbable (Fischhoff

    y Beyth, 1975).

    Una vez que adoptamos una nueva visión del mundo (o de una parte de él),

    inmediatamente perdemos buena parte de nuestra capacidad para recordar lo que

    solíamos creer antes de que nuestro pensamiento cambiara. La retrospección es

    particularmente cruel con quienes toman decisiones en nombre de otros como los

    médicos, los directivos o los políticos, entre otros. Cuando los resultados son malos, los

    clientes suelen culpar a sus agentes por no haber visto el aviso que tenían escrito

    delante, olvidando que estaba escrito con una tinta invisible que solo después se hará

    visible. Las acciones que al principio parecen prudentes pueden parecer después a la luz

    de los resultados irresponsables o negligentes (Kahneman, 2011). Este sesgo de la

    retrospección induce a los observadores a evaluar el carácter de una decisión no por lo

    adecuado de la misma, sino según sea bueno o malo su resultado (Baron y Hershey,

    1988).

  • 16

    También incurrimos en la ilusión de validez, que surge cuando aceptamos

    intelectualmente un hecho como falso (la entrevista de personal no permite discernir

    quiénes serán unos buenos candidatos el puesto de trabajo), pero continuamos sintiendo

    y actuando como si cada una de las predicciones específicas que nos proporcionan el

    hecho (la entrevista de personal) fuese válida. El conocimiento de un hecho no repercute

    en nuestras impresiones ni en nuestras acciones posteriores (Kahneman, 2011). La

    confianza subjetiva es un juicio no es una evaluación razonada de la probabilidad de que

    tal juicio sea correcto. La confianza es un sentimiento que refleja la coherencia de la

    información y la facilidad cognitiva de su procesamiento.

    Por otra parte, todos tendemos a desarrollar un sesgo cognitivo, al creer que somos

    mejores que la media. La pregunta ¿Es usted mejor que el conductor promedio? Es

    difícil de responder, ya que requiere una estimación de la calidad media de los

    conductores. Sin embargo, las personas se comparan a sí mismas con el promedio sin

    pensar siquiera en cual es dicho promedio. El resultado final es que la gente tiende a ser

    demasiado optimista sobre su capacidad relativa para una actividad que realiza

    medianamente bien (Kahneman, 2011). La ilusión de aptitud está profundamente

    arraigada en la cultura industrial. Los hechos que amenazan tales asunciones básicas –

    amenazando los medios de vida y la autoestima de las personas– simplemente no son

    asimilados. La mente no lo digiere.

    Las ilusiones de validez y aptitud se sustentan en una poderosa cultura profesional.

    Sabemos que las personas pueden mantener una fe inquebrantable en una afirmación,

    por absurda que sea, cuando se sientan respaldados por una comunidad de creyentes con

    su misma mentalidad (Kahneman, 2011).

    El riesgo que asumen los emprendedores optimistas sin duda contribuye al dinamismo

    económico de una sociedad capitalista, aunque los más arriesgados terminen

    desilusionados. Los siguientes sesgos cognitivos desempeñan un papel importante en el

    optimismo empresarial (Kahneman, 2011);

    Nos concentramos en nuestro objetivo, ancla o plan, e ignoramos las tasas base pertinentes, y así incurrimos en la falacia de la planificación.

    Nos concentramos en lo que queremos y podemos hacer, sin atender a los planes y las aptitudes de otros.

    Al explicar el pasado y predecir el futuro, nos concentramos en el papel causal de la aptitud e ignoramos el papel de la suerte. De ahí que fácilmente incurramos

    en la ilusión de control.

    Nos concentramos en lo que conocemos e ignoramos lo que no conocemos, lo cual nos hace confiar demasiado en nuestras creencias.

    En suma, no somos tan racionales como racionalizadores, pues utilizamos la razón para

    dar sentido a nuestras creencias y acciones después de los acontecimientos.

    2.2. Modelo de racionalidad limitada

    Herbert Simon (1916–2001), Premio Nobel de Economía en 1978, cuestionó el modelo

    racional y propuso una alternativa, a la que denominó racionalidad limitada. De acuerdo

    con sus planteamientos, los supuestos de racionalidad perfecta son contrarios a los

    hechos. No se trata tampoco de una cuestión de aproximación, ya que ni siquiera

  • 17

    describen remotamente los procesos que usan los seres humanos para la toma de

    decisiones en situaciones complejas. Los decisores no pueden ser perfectamente

    racionales, al menos por tres razones (Simon, 1957):

    1. La racionalidad exige un conocimiento y una anticipación completa de las consecuencias de cada alternativa. La realidad nos dice que el conocimiento de

    las consecuencias es siempre parcial.

    2. Dado que estas consecuencias pertenecen al futuro, la imaginación debe suplir la falta de experiencia al asignarles valores. No obstante, sólo es posible anticipar

    de manera imperfecta los valores y nunca a priori los conocemos con absoluta

    certeza.

    3. La racionalidad exige una elección entre todas las posibles alternativas. En el mundo real sólo se nos ocurren unas pocas de estas posibles alternativas.

    Así pues, una persona se comporta de forma racional, aunque sólo de modo limitado, ya

    que no puede capturar, procesar y transmitir toda la información disponible. De todo

    ello se deriva el concepto de ‘hombre administrativo’ como modelo contrapuesto al

    ‘hombre económico’ de la economía clásica. En contraste con el modelo prescriptivo

    racional, el modelo descriptivo de Simon plantea que la toma de decisiones se

    caracteriza por: a) información incompleta, b) soluciones satisfactorias y c) decisiones

    intuitivas.

    Información incompleta. La racionalidad limitada restringe la cantidad de información

    que procesan los gerentes. Ello hace que utilicen una cantidad de información

    manejable, no óptima. A veces, esta práctica dificulta a los decisores identificar todas

    las variables factibles (Simon, 1957). Por otra parte, la información a veces es ambigua:

    su significado no está claro, ya que puede ser interpretada de muchas maneras.

    En la época actual, Internet y las nuevas tecnologías propician el acceso a una ingente

    cantidad de información de una manera tan rápida, universal y barata que no puede

    sorprendernos que todo el mundo se queje de la saturación informativa. Esta riqueza de

    información provoca, en palabras de Simon (1997), una pobreza de atención. Por tanto,

    el problema para el decisor consiste en seleccionar las informaciones que desea analizar,

    provenientes de una gran diversidad de fuentes que lo zarandea. Así pues, la tarea crítica

    no consiste en generar, almacenar o distribuir información, sino en localizar, filtrar y

    comunicar información útil, de modo que las demandas de procesamiento de

    información sobre los componentes del sistema humano y mecánicos no superen en

    gran medida sus capacidades. Actualmente, el recurso escaso no es, pues, la

    información, sino la atención que le dedicamos.

    Soluciones satisfactorias. Las personas usan soluciones satisfactorias porque no

    cuentan con el tiempo, la información o la capacidad necesaria para manejar la

    complejidad inherente al uso de un proceso racional. La elección de una solución

    satisfactoria radica en elegir aquella opción que alcanza el nivel de aspiraciones del

    decisor, sin que ello signifique que sea la mejor. Satisfacer significa una búsqueda de

    alternativas que se detiene en aquella que resulta adecuada, por lo que explora una

    muestra limitada de todas las opciones posibles.

    LECTURA 3: MODELO RETROSPECTIVO

  • 18

    Este modelo plantea que, en ocasiones, las personas intentan racionalizar sus elecciones con carácter

    retrospectivo. Así, cuando se enfrentan a una decisión, no resulta extraño que tengan una alternativa

    preferida a priori. En consecuencia, lo más probable es que inicien un proceso ‘a la inversa’, en el que su

    único objetivo es buscar toda aquella información que justifique y apoye dicha preferencia. Dicho de otra

    manera, la decisión ya la han tomado de antemano. Lo que pretenden es buscar argumentos que la hagan

    parecer la mejor de las posibles a los ojos de sí mismos y de los demás.

    Cuando Soelberg observaba el funcionamiento de los procesos de selección en los estudiantes de

    Administración de Empresas de último curso, percibió que en muchos casos los estudiantes identificaban

    a un ‘favorito implícito’ (es decir, la alternativa preferida) casi desde el inicio del proceso. Por ejemplo,

    un estudiante podía identificar como favorita una empresa localizada en Arizona. Sin embargo, seguía

    buscando alternativas y rápidamente elegía la mejor alternativa entre las restantes, que se conoce como

    ‘candidata de confirmación’. En nuestro ejemplo, el estudiante eligió una empresa localizada en

    California. A continuación, el estudiante intentaba desarrollar reglas de decisión que demostraran de

    manera inequívoca que la favorita implícita (Arizona) era superior a la candidata de confirmación

    (California). Para ello, recurría a la ‘distorsión perceptiva’ de la información, es decir, resaltaba las

    características positivas de su favorita implícita más que las de la opción alternativa. Así, el estudiante

    descarta el criterio de mejor tiempo de vacaciones, sabiendo que la política de vacaciones de la empresa

    de Arizona es menos atractiva que la de la empresa de California. Sin embargo, ponderó más el criterio de

    la vivienda, sabiendo que el alquiler era más bajo en Arizona. Por último, tras derivar una regla de

    decisión claramente beneficiosa a su favorita implícita, el estudiante anuncia la decisión de aceptar el

    trabajo en Arizona. En definitiva, el proceso es el siguiente: a) se establecen los objetivos; b) se identifica

    la alternativa preferida: la favorita implícita; c) se buscan otras alternativas hasta que se encuentra la

    mejor de ellas (por detrás de la preferida): la candidata de confirmación; d) se busca tanto información

    como criterios de decisión que demuestren inequívocamente que la favorita implícita es superior a la

    candidata de confirmación: este proceso conlleva distorsiones perceptivas; e) se establece una regla de

    decisión claramente favorable a la favorita implícita y f) se anuncia la decisión. Todo el proceso está

    diseñado para que se justifique, de una manera aparentemente científica, una decisión ya tomada por mera

    intuición. De esta forma, el individuo se convence de que está actuando de forma racional y de que está

    tomando una decisión importante de manera lógica y razonada. Paradójicamente, Soelberg observó que

    casi siempre el favorito implícito fue superior al candidato de confirmación en tan sólo una o dos

    dimensiones. No obstante, en general, quienes tomaban las decisiones describieron sus reglas de decisión

    como multidimensionales. Por ejemplo, en el caso de las dos empresas en California y en Arizona, las

    ofertas de trabajo eran muy semejantes, en tanto que sus ofertas de sueldo, prestaciones y perspectivas de

    promoción también eran casi idénticas. No obstante, el estudiante afirmaría que la empresa de Arizona

    superaba a la otra en diversas partidas.

    Fuente: Soelberg, P. O. (1967): “Unprogrammed decision making”, Industrial Management Review, vol.

    8, pp. 19–29.

    Decisiones intuitivas. En una situación de gran complejidad o ambigüedad, se necesita

    el criterio y la experiencia para incorporar elementos intangibles, tanto en la etapa de

    identificación del problema como en la de su solución (Issack, 1978). Muchos factores

    intangibles –como la preocupación de un gerente por el apoyo de otros gerentes, el

    temor al fracaso y las actitudes sociales– influyen en la selección de la mejor opción.

    Estos factores no pueden cuantificarse de forma sistemática, por lo que la intuición guía

    la elección de una solución. La perspectiva de la racionalidad limitada se asocia a

    menudo con las decisiones intuitivas, que se apoyan en la experiencia y el criterio, más

    que en la lógica secuencial o en un razonamiento explícito (Simon, 1987). Así pues, la

    intuición representa una comprensión rápida de una situación, aunque sin pensamiento

    consciente (Simon, 1987). No es arbitraria ni irracional, porque se funda en años de

    práctica y en la experiencia personal acumulada en el subconsciente, permitiendo

    identificar inmediatamente soluciones sin realizar cálculos lentos y tediosos.

    Las principales características de la intuición son las siguientes (Dane y Pratt, 2007): se

    produce fuera del pensamiento consciente; recurre a asociaciones integrales, basadas en

    relaciones entre fragmentos de información independientes; es un proceso rápido, y

  • 19

    tiene una carga afectiva, lo que significa que suele involucrar emociones. La intuición

    inteligente es el resultado de la práctica reflexiva. En un entorno de negocios tan

    acelerado e inseguro como el actual, la intuición adquiere una importancia cada vez

    mayor. La investigación muestra que es más probable que los gerentes respondan a

    nivel intuitivo ante lo que perciben como una amenaza, que ante lo que consideran una

    oportunidad para la organización (Jackson y Dutton, 1988).

    Cuando los gerentes usan su intuición, pueden percibir y comprender con más rapidez

    los problemas y tener corazonadas sobre qué opción resolverá el problema, lo que

    acelerará el proceso de toma de decisiones (Behling y Eckel, 1991). Ahora bien,

    también pueden tomar decisiones con base en lo que creen que es correcto más que en

    lo que pueden documentar con datos objetivos.

    2.3. Decisiones heurísticas

    De acuerdo con Kahneman (2011), la distinción entre la intuición y el razonamiento ha

    llevado a definir dos tipos de procesos cognitivos: uno rápido, inconsciente, emocional,

    fácil y automático; y otro reflexivo, lento, lógico, consciente, difícil y voluntario; que

    conocemos como Sistema 1 o automático, y Sistema 2 o analítico, respectivamente.

    Todos sabemos que las personas sacan diferentes conclusiones a partir de los mismos

    datos, en función de sus prejuicios y creencias previas. Pero lo que demuestra

    Kahneman es que no lo hacemos porque nuestro pensamiento tranquilo del Sistema 2

    esté distorsionado. Más bien el Sistema 1 se precipita a sacar una conclusión sin basarse

    en ningún auténtico razonamiento.

    Una de las funciones principales del sistema analítico es la de corregir las respuestas del

    sistema automático. La mayoría de las decisiones que tomamos a diario son mediadas

    por el sistema automático, y son generalmente adecuadas para las conductas de nuestras

    vidas. Sería imposible vivir si tuviéramos que razonarlo todo. En ocasiones, una

    respuesta rápida del sistema automático es corregida por la intervención del sistema

    analítico que lo supervisa, pero de forma laxa. El Sistema 1 no siempre es el enemigo de

    la razón. Este sistema ha evolucionado porque a menudo necesitamos hacer juicios

    rápidos y apresurados, cuando no tenemos tiempo para sentarnos a reflexionar. La

    heurística consiste en atajos cognitivos, y la clave estriba en que estos no habrían

    evolucionado si no fueran normalmente eficaces. Los sesgos nos quitan autonomía en el

    momento de tomar decisiones, ya que estas pueden ser influidas y manipuladas por

    aquellos que los conocen.

    Nuestras elecciones y acciones están dirigidas, en la mayoría de las situaciones, más por

    los procesos no conscientes que por los conscientes. La heurística es un atajo que nos

    permite funcionar con rapidez y eficacia. Aunque a veces aplicamos la heurística de

    manera consciente, esta también opera en el subconsciente, provocando opiniones y

    presentimientos instantáneos. Puede que no nos demos cuenta de que la estamos

    usando, y aunque seamos conscientes, podemos creer que nos beneficia cuando, en

    realidad, nos perjudica. Los errores en la aplicación de la heurística se conocen como

    sesgos en la toma de decisiones. En suma, esta idea capital generó toda una escuela,

    denominada enfoque heurístico y sesgado (la heurística se refiere a las reglas de fuerte

    base empírica para tomar decisiones; el sesgo es una predisposición hacia el error).

  • 20

    Figura 5: Diferentes procesos de toma de decisiones

    Así pues, dependiendo del problema a solucionar, tenemos diferentes tipos de

    decisiones, que oscilan desde las rutinarias al proceso racional, si bien en los últimos

    años acaparó mucha notoriedad la heurística (figura 5). El proceso racional es un

    modelo prescriptivo que sirve como marco de referencia conceptual para la toma de

    decisiones ayudando a mejorar la calidad de las mismas. La heurística implica la

    utilización de corazonadas, buenas suposiciones (conjeturas) y experiencia en la toma

    de decisoines. Una rutina es una serie de instrucciones en una secuencia predeterminada

    que lleva a una solución única. Las rutinas son muy útiles para los problemas bien

    definidos y muy estructurados.

    2.3.1. Tres reglas heurísticas y algunos sesgos

    La heurística incluye normas generales o atajos derivados de la experiencia utilizados

    para reducir las exigencias del procesamiento de información de forma automática, sin

    pensamientos conscientes (Tversky y Kahneman, 1974). Cuando se trata de pensar,

    todos somos esencialmente perezosos y dependemos de reglas generales procesadas de

    manera automática (heurística), que nos ahorra la molestia de tener que hacer cálculos.

    En general, la heurística reduce la incertidumbre inherente al proceso de decidir. Son

    reglas empíricas eficientes, pues permiten ahorrar esfuerzos cognitivos ayudando a dar

    respuestas rápidas a preguntas difíciles. En muchos casos, no obstante, el uso de la

    heurística hace que la gente cometa errores predecibles (sesgos) que reducen la calidad

    de la decisión. Tres reglas heurísticas básicas permiten evaluar probabilidades y

  • 21

    pronosticar valores (Tversky y Kahneman, 1974): la disponibilidad, la representatividad

    y el anclaje. Se trata de guías cognitivas generales usadas de manera intuitiva.

    Representatividad. La heurística de representatividad surge del carácter asociativo de

    nuestra cognición que recurre a analogías. Es la tendencia a juzgar que una persona,

    cosa o acontecimiento es un miembro de la clase a cuyos miembros estereotipados se

    parece, sin tener en cuenta otra información que influiría en sus apreciaciones

    estadísticas, como los tamaños relativos de todas las clases de las que podría ser

    miembro (Kahneman y Tversky, 1972). Así pues, el ser humano subestima la

    importancia de la información de base, al formarse una composición de los hechos

    (Tversky y Kahneman, 1974). Por ejemplo, cuando le describen a una persona y le

    preguntan si es agricultor o bibliotecario, la gente no tiene en cuenta si en la comunidad

    a la que pertenece hay, por ejemplo, 10 bibliotecarios y 1.000 agricultores. En

    consecuencia, es mucho más probable que –independientemente de la descripción

    realizada– la persona sea agricultor. Al recurrir a la heurística de la representatividad, la

    gente comete el error (sesgo) de no tener en cuenta la probabilidad previa que tiene una

    persona elegida al azar de pertenecer a una determinada clase, como ser un agricultor o

    un bibliotecario. Sin embargo, si no se realiza ninguna descripción de la persona, sí se

    tiene en cuenta la situación de partida. Ahora bien, si se realiza la descripción, incluso

    después de que los sujetos hayan sido informados de las proporciones reales de una y

    otra clase, no suelen cambiar de opinión una vez que la expresaron. Por tanto, cuando

    los estereotipos son falsos, la heurística de la representatividad inducirá al error,

    específicamente si hace que las personas ignoren la información de la tasa base (en el

    caso de bolas en una urna, la proporción de bolas de un tipo particular; por ejemplo, las

    bolas de color rojo respecto al total).

    Las personas también son insensibles a la dimensión del suceso. La ley de los grandes

    números afirma que, en un experimento aleatorio, la frecuencia relativa de un resultado

    se aproxima cada vez más a su probabilidad teórica a medida que aumenta el número de

    pruebas que se realizan, y converge en este valor para un número infinito de pruebas.

    Por eso podemos inferir una probabilidad a partir de un número grande de pruebas. No

    obstante, las personas en vez de utilizar la ley de los grandes números, suelen razonar

    apoyándose en una ley de pequeños números: principio psicológico que se refiere a la

    tendencia a creer estadísticamente verdadero para un número pequeño de pruebas

    aquello que es solo aproximadamente verdadero para un número de pruebas muy grande

    (y, rigurosamente verdadero sólo para series que se aproximan al infinito). La ley de los

    pequeños números se refiere a que las personas tienden a subestimar la variabilidad en

    muestras pequeñas, considerándolas representativas de la población en general. Los

    resultados extremos (altos y bajos) son más probables en muestras pequeñas que en

    muestras grandes. Cuanta más pequeña sea la muestra, más probable es que no sea

    representativa de la población general (Tversky y Kahneman, 1971). El error consiste en

    suponer que una muestra pequeña representa una población. Por ejemplo, si le

    preguntan a una persona cuál es la probabilidad de que en un hospital el 66% de los

    niños nacidos en un día sean varones, obviamente la respuesta no puede ignorar el

    tamaño del hospital. En los de mayor tamaño la probabilidad es pequeña, debido a la ley

    de los grandes números: la mitad de los nacidos son varones y la mitad mujeres. Sin

    embargo, en un hospital pequeño, es más probable encontrar ese porcentaje de varones.

    Pues bien, el encuestado no presta atención a este hecho, lo que describe la tendencia

    humana a llegar rápidamente a conclusiones a partir de muestras pequeñas. Parece que

    la gente espera que las muestras se parezcan a la distribución de la que proceden. O en

  • 22

    otras palabras, la gente subestima la magnitud real de las fluctuaciones de las muestras.

    Las muestras grandes son más precisas que las muestras pequeñas que, normalmente,

    arrojan resultados extremos con más frecuencia que las grandes. En general, prestamos

    más atención a los contenidos de los mensajes que a la información sobre su fiabilidad,

    y como resultado terminamos adoptando una visión del mundo que nos rodea más

    simple y coherente de lo que justifican los datos (Kahneman, 2011).

    El principio de representatividad tiende a violar la regla de las probabilidades conjuntas,

    que indica que no es lógicamente posible que dos hechos sean más probables que uno

    de ellos considerado de forma aislada. Por ejemplo, supongamos que Linda tiene 31

    años, es soltera, extrovertida, muy brillante y licenciada en filosofía. En sus tiempos de

    estudiante, estuvo profundamente comprometida con asuntos de discriminación y

    justicia social, y participó también en manifestaciones antinucleares. ¿Cuál de las

    siguientes afirmaciones sobre Linda es más probable? 1) Es cajera de un banco y 2) es

    cajera de un banco y activista del movimiento feminista. Tversky y Kahneman (1982)

    denominaron falacia de la conjunción al error de seleccionar el segundo enunciado, ya

    que la gente no reconocía que todo lo que es A y B debe ser también A. La falacia

    puede explicarse asumiendo que los juicios que emite la gente se basan en la heurística

    de representatividad. Juzgamos la probabilidad de que un individuo pertenezca a una

    categoría por el grado en el cual el individuo se asemeja (es representativo) al

    estereotipo de la categoría, ignorando la tasa base. Linda es más representativa de los

    miembros del sector feminista que de los de las cajeras de banco. Es por tanto, más

    representativa de las cajeras de banco activas en ese movimiento que de las cajeras de

    banco en general. Las historias más coherentes no son necesariamente las más

    probables, pero son plausibles, y el incauto confunde fácilmente las nociones de

    coherencia, plausibilidad y probabilidad (Kahneman, 2011).

    Sean dos lotes de productos, uno con 8 artículos y otro con 11 artículos (8 idénticos a

    los del primer lote más 1 de calidad inferior y 2 deteriorados). En una evaluación

    conjunta que permite la comparación de los dos lotes, los participantes valoran más el

    lote con 11 productos. En una evaluación simple, donde a los participantes se les

    muestra solo uno de los dos lotes, los resultados se invierten: los participantes dieron al

    primer lote un valor más alto que al segundo. Sabemos por qué sucedió esto. Los lotes

    se presentan según normas y prototipos. El valor medio de los artículos es mucho más

    bajo en el segundo lote que en el primero porque nadie desea artículos deteriorados. Si

    el valor medio domina la evaluación, no es sorprendente que el primer lote sea el más

    valorado. Christopher Hsee, de la Universidad de Chicago, llamó al patrón resultante

    menos es más (Kahneman, 2011).

    La falacia del jugador consiste en suponer –erróneamente– que en un mecanismo

    gobernado por el azar un acontecimiento esté relacionado con los anteriores, aunque

    estos acontecimientos sean estadísticamente independientes. Jugando a la ruleta rusa, si

    el último número en salir ha sido negro, el 75 por ciento de la gente apuesta al rojo,

    pensando que es más probable que salga. Este comportamiento ocurre al creer que una

    secuencia de ganancias debe seguir a una secuencia de pérdidas para compensar o, en

    otras palabras, para adecuarse a la ley de los promedios (hacer que la actual secuencia

    de ganancias y pérdidas sea más representativa del patrón a largo plazo). Este

    argumento es una falacia porque, independientemente de las veces que haya caído de

    cara una moneda, la probabilidad de que, por ejemplo, salga cara en la siguiente tirada

    sigue siendo de un medio.

  • 23

    Si se pide a la gente que juzgue cuál de las siguientes secuencias es más probable que se

    produzca en las tiradas de una moneda equilibrada

    CXCXXC o CCCCCC

    casi siempre eligen la primera secuencia. Las dos son igualmente probables. Cada una

    es solo una de las 64 secuencias posibles de caras y cruces en seis tiradas de una

    moneda equilibrada. Ahora bien, la primera secuencia parece más al azar (más

    representativa de nuestra concepción de un proceso aleatorio) que la segunda, por lo que

    la gente la considera más probable. Tenemos un estereotipo de la ‘aleatoriedad’ que es

    diferente de la verdadera aleatoriedad. Los procesos aleatorios producen muchas

    secuencias que convencen a las personas de que el proceso no es aleatorio después de

    todo (Kahneman, 2011). La siguiente broma ilustra la falacia del jugador (Debelli,

    2011): un matemático lleva consigo en cada vuelo una bomba de equipaje de mano. “La

    probabilidad de que haya una bomba en el avión es muy baja –dice–, y la probabilidad

    de que haya dos bombas es casi de cero”. La estadística arroja muchas observaciones

    que parecen pedir explicaciones causales, pero que ellas mismas no nos guían hacia

    tales explicaciones (Kahneman, 2011).

    El fenómeno conocido como regresión a la media es la tendencia estadística de los

    resultados o las conductas extremas a volver hacia el promedio. Por ejemplo, los hijos

    de padres excepcionalmente muy altos tienden a tener una altura menor. Sin embargo,

    intuitivamente suele considerarse que un producto debe ser representativo del agente

    que lo produjo. Una consecuencia perniciosa de este sesgo es su influencia en nuestras

    estimaciones de los elogios y de los castigos. Los psicólogos han demostrado que los

    elogios y otros refuerzos positivos son mucho más eficaces que el castigo para enseñar

    las destrezas que se pretende. Sin embargo, es improbable obtener esta deducción de la

    experiencia si se olvida la importancia de la regresión a la media, pues,

    independientemente de que una persona sea alabada o censurada, es probable que una

    buena actuación suya vaya seguida de una peor a la vez que una mala actuación de una

    mejor. Por lo tanto, una persona que elogie las actuaciones correctas posiblemente

    extraerá erróneamente la conclusión de que los elogios generan perversamente una

    actuación peor, mientras que la persona que censure una mala actuación probablemente

    atribuirá a sus censuras la mejora del comportamiento. Esta evolución paralela de los

    elogios, las censuras y la actuación podría llevar al convencimiento erróneo de que las

    censuras surten efecto, mientras que los elogios no. Lo mismo ocurre con la

    proposición: las mujeres muy inteligentes tienden a casarse con hombres menos

    inteligentes que ellas. Si la correlación entre la inteligencia de los cónyuges es menos

    que perfecta (y si, considerando los valores medios, hombre y mujeres no difieren en

    inteligencia), entonces es matemáticamente inevitable que mujeres muy inteligentes se

    casen con hombres que serán de media menos inteligentes que ellas (y viceversa,

    naturalmente). La regresión a la media que aquí se observa no puede ser más interesante

    o más explicable que la correlación imperfecta. La regresión a la media tiene una

    explicación, pero no es una causa (Kahneman, 2011).

    Disponibilidad. Es el proceso de juzgar la frecuencia de los ejemplos por la facilidad

    con que vienen a la mente (Tversky y Kahneman, 1973). Al tomar una decisión o emitir

    un juicio buscamos en la memoria y utilizamos lo que está accesible, y esto genera un

    sesgo. La información en nuestro banco de memoria influye en las cosas en que nos

  • 24

    fijamos y consideramos importantes y esto, a su vez, afecta a nuestras preferencias. Este

    supuesto se basa en la experiencia de toda una existencia y, en apariencia, resulta

    bastante razonable.

    La heurística de la disponibilidad puede estar sesgada. La gente usa en primer lugar

    datos o recetas fáciles de conseguir y, sobre esta base, se toman decisiones, a menudo

    con resultados desastrosos. Así, la simple repetición de información falsa en los medios

    de comunicación la hace más accesible y provoca que los individuos consideren lo falso

    como verdadero.

    LECTURA 4: REDUCCIÓN DE SESGOS Y ERRORES

    Algunas recomendaciones que ayudan a tomar buenas decisiones son las siguientes:

    1. Céntrese en los objetivos. Sin objetivos no se puede ser racional, no sabrá qué información necesita, no

    sabrá cuál es la información relevante, tendrá problemas para elegir entre alternativas, y es mucho más

    probable que se arrepienta de las decisiones que ha tomado.

    2. Busque información que contradiga sus creencias. Cuando analizamos de forma explícita las diversas

    formas en que podríamos estar equivocándonos, dificultamos nuestras propias tendencias a pensar que

    somos más listos de lo que realmente somos.

    3. No intente encontrar significado en sucesos aleatorios. La mente culta ha sido formada para buscar

    relaciones de causa y efecto. Cuando ocurre algo, nos preguntamos por qué ha ocurrido. Y, cuando no

    podemos encontrar ninguna razón, a menudo nos la inventamos. Hay que aceptar que en la vida se

    producen acontecimientos que no podemos controlar. Pregúntese si se pueden explicar los patrones de

    forma significativa o si son una mera coincidencia. No intente extraer significado de las meras

    coincidencias.

    4. Aumente sus opciones. Su elección final no puede ser mejor que la mejor de sus opciones que haya

    elegido. Esto hace que tenga que aumentar el número de alternativas y que tenga que utilizar la

    creatividad para desarrollar una amplia gama de opciones diversas.

    Fuente: Robbins, S. P. (2004): Decide and Conquer Make Winning Decisions and Take Control of Your

    Life, Financial times/Prentice Hall, Upper Saddle River.

    El mundo que nos imaginamos no es una réplica precisa de la realidad, nuestras

    expectativas sobre la frecuencia de los acontecimientos están distorsionadas por la

    prevalencia y la intensidad emocional de los mensajes que nos llegan (Kahneman,

    2011). Las ideas y las imágenes aterradoras nos vienen con particular facilidad y las

    ideas fluidas y vívidas de peligros exacerban el temor. Como el ser humano deduce las

    probabilidades de un suceso de su propia experiencia, o de lo que puede recordar, y

    dado que a todos nos afectan exageradamente los sucesos dramáticos, se magnifican las

    probabilidades de acontecimientos raros, aunque catastróficos. A todo lo que es

    estridente o ruidoso le atribuimos una probabilidad muy elevada. A todo lo que es

    silencioso o invisible, una muy baja. Lo espectacular, estridente y ruidoso está más

    disponible para el cerebro que lo contrario. Nuestro cerebro piensa dramáticamente, no

    cuantitativamente (Dobelli, 2011). Así, se piensa que en Nueva York hay más

    asesinatos que suicidios (a pesar de que las estadísticas nos dicen lo contrario) porque

    los asesinatos están más disponibles en la memoria (Tversky y Kahneman, 1981). En

    este sentido, una buena forma de aumentar el temor de la gente a que ocurra algo malo

    es recordar un incidente similar en el que las cosas acabaron mal; una buena forma de

    aumentar la confianza es recordarle alguna situación parecida en que todo salió bien.

    El exceso de confianza al estimar una cantidad surge porque nos basamos en

    información que recordamos y construimos una historia coherente en la que la

    estimación tiene sentido. Tener en cuenta la información que no recordamos –o que

    nunca hemos conocido– es imposible. Construimos la mejor historia posible partiendo

  • 25

    de la información disponible, y si la historia es buena, la creemos. Paradójicamente, es

    más fácil construir una historia coherente cuando nuestro conocimiento es escaso,

    cuando las piezas del rompecabezas no pasan de unas pocas. Nuestra consoladora

    convicción de que el mundo tiene sentido descansa sobre un fundamento seguro:

    nuestra capacidad casi ilimitada para ignorar nuestra ignorancia (Kahneman, 2011).

    Cada persona recuerda sus esfuerzos y contribuciones individuales con mucha más

    claridad que las del otro, y la diferencia de disponibilidad lleva a una diferencia en la

    frecuencia juzgada. Eso hace que un cónyuge sobreestime su contribución personal a la

    relación o que muchos miembros de un equipo de trabajo sienten que han hecho más

    que el resto y que los demás no agradecen lo suficiente sus contribuciones personales

    (Kahneman, 2011).

    La correlación ilusoria asocia la frecuencia con que se presentan dos sucesos con un

    fuerte vínculo asociado entre ellos (cuando este es fuerte, se llega a la conclusión de que

    los acontecimientos han sido equiparados, aunque no sea así). Por ende, es posible que

    se sobrestime la asociación entre características físicas (por ejemplo, orejas grandes) y

    delincuencia, a pesar de que no existan evidencias de dicha asociación (Furnham, 1997).

    Anclaje. Para decidir, las personas suelen elegir, en primer lugar, una estimación

    preliminar –un ancla– y, a continuación, realizan ajustes de acuerdo con la información

    adicional relevante. El sesgo se produce porque los ajustes suelen ser insuficientes. El

    efecto anclaje nos conduce a una conclusión guiados por un dato que no debería ser

    relevante para dicha conclusión. Permitimos que un dato irrelevante contamine nuestro

    proceso de toma de decisiones. Al consi