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Extracto del libro: HIDROLOGÍA DE CONSERVACIÓN DE AGUAS: Captación de precipitaciones horizontales y escorrentías en zonas secas. 2009. Coords.: J. Navarro, A. Martínez de Azagra y J. Mongil. Ed: Univ. de Valladolid. Capítulo 1.2 - Las precipitaciones. Aportaciones hídricas extraordinarias a partir de las precipitaciones horizontales y los árboles fuente. J. Navarro 1 1.2.2.- Importancia de las precipitaciones horizontales en los recursos hídricos A) El proceso de interceptación La cubierta vegetal, fundamentalmente el bosque, realiza una función de interceptación de las precipitaciones que puede ser considerada en ocasiones como una pérdida o como una ganancia de agua en un sistema hidrológico (interceptación negativa e interceptación positiva respectivamente). En el proceso de interceptación negativa (figura 11), la vegetación mediante su tronco, ramas y follaje captura el agua de lluvia o nieve, frena la velocidad de caída de las gotas, retrasa y disminuye, en parte, su llegada al suelo. En la cubierta aérea queda almacenada cierta cantidad de agua que, por efecto del viento y de la temperatura ambiente, va a evaporarse durante y posteriormente a la precipitación. Otra parte de la misma atravesará las copas de los árboles o arbustos (agua de trascolación), mientras que otra fracción resbala por el tronco conformando la escorrentía fustal. Debido a este proceso de interceptación, la cantidad de precipitación que alcanza el suelo durante un aguacero o nevada (precipitación neta) es menor bajo el bosque que en un raso, produciéndose una redistribución de las precipitaciones bajo el dosel arbóreo (Lee, 1980; Martínez de Azagra y Navarro Hevia, 1996; Chang, 2003). La fracción de precipitación evaporada desde la cubierta vegetal es la fracción interceptada y es considerada en el balance hídrico como una pérdida de agua del sistema, ya que resulta una sustracción de las precipitaciones que se miden habitualmente con los pluviómetros normalizados. No obstante, esta pérdida de agua del sistema hidrológico depende de diversos factores como ya demostró Aussenec, entre 1965 y 1967 (López Cadenas y Blanco Criado, 1978), en sus experiencias con Pinus sylvestris, Picea abies, Fagus sylvatica y Carpinus betulus, en el arboreto de Amance Nancy (Francia). Básicamente éstos son: la intensidad de la precipitación y su duración: a mayor valor de ambas menor interceptación. La especie predominante en el bosque: a nivel mundial se observa que las coníferas perennifolias suelen interceptar más precipitación que las frondosas caducifolias. La morfología de la hoja (acicular o escamiforme en coníferas frente Precipitación incidente Agua de trascolación Escorrentía fustal Figura 11: Proceso de interceptación de la lluvia. Agua de Trascolación: precipitación que traspasa la copa. Escorrentía Fustal: lluvia que resbala por el tronco

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Extracto del libro: HIDROLOGÍA DE CONSERVACIÓN DE AGUAS: Captación de precipitaciones horizontales y escorrentías en zonas secas. 2009. Coords.: J. Navarro, A. Martínez de Azagra y J. Mongil. Ed: Univ. de Valladolid.

Capítulo 1.2 - Las precipitaciones. Aportaciones hídricas extraordinarias a partir de las precipitaciones horizontales y los árboles fuente. J. Navarro

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1.2.2.- Importancia de las precipitaciones horizontales en los recursos hídricos

A) El proceso de interceptación La cubierta vegetal, fundamentalmente el bosque, realiza una función de interceptación de las precipitaciones que puede ser considerada en ocasiones como una pérdida o como una ganancia de agua en un sistema hidrológico (interceptación negativa e interceptación positiva respectivamente).

En el proceso de interceptación negativa (figura 11), la vegetación mediante su tronco, ramas y follaje captura el agua de lluvia o nieve, frena la velocidad de caída de las gotas, retrasa y disminuye, en parte, su llegada al suelo. En la cubierta aérea queda almacenada cierta cantidad de agua que, por efecto del viento y de la temperatura ambiente, va a evaporarse durante y posteriormente a la precipitación. Otra parte de la misma atravesará las copas de los árboles o arbustos (agua de trascolación), mientras que otra fracción resbala por el tronco conformando la escorrentía fustal. Debido a este proceso de interceptación, la cantidad de precipitación que alcanza el suelo durante un aguacero o nevada (precipitación neta) es menor bajo el bosque que en un raso, produciéndose una redistribución de las precipitaciones bajo el dosel arbóreo (Lee, 1980; Martínez de Azagra y Navarro Hevia, 1996; Chang, 2003). La fracción de precipitación evaporada desde la cubierta vegetal es la fracción interceptada y es considerada en el balance hídrico como una pérdida de agua del sistema, ya que resulta una sustracción de las

precipitaciones que se miden habitualmente con los pluviómetros normalizados. No obstante, esta pérdida de agua del sistema hidrológico depende de diversos factores como ya demostró Aussenec, entre 1965 y 1967 (López Cadenas y Blanco Criado, 1978), en sus experiencias con Pinus sylvestris, Picea abies, Fagus sylvatica y Carpinus betulus, en el arboreto de Amance Nancy (Francia). Básicamente éstos son: ◊ la intensidad de la precipitación y su duración: a mayor valor de ambas menor

interceptación. ◊ La especie predominante en el bosque: a nivel mundial se observa que las

coníferas perennifolias suelen interceptar más precipitación que las frondosas caducifolias. La morfología de la hoja (acicular o escamiforme en coníferas frente

Precipitación

incidente

Agua de

trascolación

Escorrentía

fustal

Figura 11: Proceso de interceptación de la lluvia. Agua de Trascolación: precipitación que traspasa la

copa. Escorrentía Fustal: lluvia que resbala por el tronco

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a las frondosas planifolias), la rugosidad del tronco, el tipo de ramificación (colgante, erecta o patente), la edad y el estado fitosanitario son características que inciden en la mayor o menor captura de agua.

◊ La espesura del bosque: a mayor espesura mayor interceptación. ◊ Las condiciones ambientales: viento y temperatura.

Por ejemplo, los bosques de pinos en Alemania interceptan tanto como el 94% de la precipitación pluvial de baja intensidad, pero sólo el 51% de alta intensidad. Las cifras equivalentes para los bosques tropicales lluviosos son el 85% y el 12 % respectivamente. En los hayedos alemanes, el 43% de la precipitación pluvial de verano es interceptada, mientras que durante el invierno la interceptación se reduce a un 23% (Morgan, 1984). En la cuenca experimental de Los Acebos, en la vertiente norte de los Montes de Valsaín, en Segovia (España), Minaya et al. (1997) encontraron que Pinus sylvestris interceptaba entre el 14 y el 18’6% de las precipitaciones de lluvia y nieve, la lluvia de trascolación era entre el 81’1 y el 85’8% del total, mientras que la escorrentía fustal apenas alcanzaba el 0’3 %. En dos encinares (Quercus ilex) del Montseny, también en España, Rodrigo y Ávila (1997) encontraron que esta frondosa perennifolia mediterránea interceptaba alrededor del 22’4 % de la precipitación, el agua de trascolación se hallaba en torno al 74’6 % y la escorrentía fustal alrededor del 4%, aunque estas cifras se hallaban muy influenciadas por los tipos e intensidad de precipitación. Conviene señalar que también las especies arbustivas de zonas semiáridas ejercen una notable interceptación de las precipitaciones, que puede ser comparable a la de algunos árboles. Muy interesante es el trabajo de Belmonte y Romero (1999) en condiciones ambientales mediterráneas al estudiar la interceptación de matorrales de tomillo (Thymus vulgaris), romero (Rosmarinus officinalis), cada (Juniperus oxycedrus) y pinares de carrasco (Pinus halepensis) en Murcia (España). En sus experiencias encontraron que las pérdidas por interceptación en años pluviométricos medios (266-335’6 mm) fueron del 28% para pino, enebro y tomillo y de un 26% para el romero. Cabezas et al. (1991) han estudiado el comportamiento de Ulex eriocladus, Cytissus scoparius y Cistus crispus y han encontrado tasas medias de interceptación entre el 27’6% y el 52’9% con lluvias que oscilan entre 1’7 mm y 21’9 mm; aunque estos valores de lluvias son muy pequeños, se observa la capacidad de interceptación de los matorrales o arbustos, y que también debe ser tenida en cuenta a la hora de manejar los recursos hídricos de una zona en función de las cubiertas vegetales de las laderas. Por otro lado, en zonas semiáridas, la incidencia de años secos, reduce la biomasa de las especies y por lo tanto a la capacidad de interceptación del sistema; por lo cual, los modelos a emplear para evaluar la interceptación en diferentes bosques al establecer un balance hídrico, deben tener en cuenta este aspecto. Mientras en zonas húmedas, la biomasa y, por lo tanto, la interceptación puede ser bastante uniforme, no sucede así en los ambientes mediterráneos, donde la pluviometría anual, generalmente escasa, afecta a la densidad de la cubierta vegetal y al dosel arbóreo (Belmonte y Romero, 1999). Sin embargo, aunque cada especie vegetal frente a un determinado tipo de precipitaciones puede proporcionar una respuesta variable, aproximadamente, a nivel general, se admite que entre el 10% y el 20% de la precipitación anual se pierde por la interceptación del dosel arbóreo (Chang, 2003), aunque en ámbitos mediterráneos se puedan superar estas cifras (Belmonte y Romero, 1999).

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B) La Interceptación positiva Ahora bien, esto no siempre puede ser enfocado de este modo. En relación a las precipitaciones horizontales (rocío, escarcha y niebla), la vegetación intercepta también agua como consecuencia de la condensación (rocío) o deposición de cristales de hielo (escarcha), o captura de gotas de agua (niebla) (figura 12).

Esta interceptación puede ser realmente abundante bajo ciertas condiciones meteorológicas, geográficas y topográficas, ocasionando finalmente un goteo continuo de agua al suelo que constituye un incremento del recurso hídrico bastante notable en algunas regiones (Pinche, 1986; Schemenauer et al., 1987; Espejo, 1992; Acosta, 1996; UNESCO, 2005) y con calidad adecuada para el abastecimiento humano (Schemenauer y Cereceda, 1992; Espejo et al., 1996). Como estos aportes, no pueden medirse con los pluviómetros convencionales, han pasado desapercibidos o no se han tenido en

cuenta en la elaboración de los balances hídricos, a excepción de ciertos físicos, meteorólogos, hidrólogos y ecólogos; sin embargo, desde la antigüedad, la observación de este fenómeno ha supuesto en ocasiones una fuente de agua extraordinaria para abastecer a ciertos pueblos o para cultivar en zonas deficitarias de lluvia (Gioda et al., 1993b; Acosta, 1996). Cananeos, nabateos, árabes, fenicios, griegos y romanos aprovecharon en ocasiones estas precipitaciones (Ruiz de la Torre, 1997; Laureano, 2005) como también lo hicieron los bimbaches de El Hierro, en Canarias, antes de la llegada de los españoles, y algunas culturas precolombinas y posteriores en Perú y Chile (Leal, 1991; Gioda et al., 1993a;). En este caso, el fenómeno de interceptación actúa como una ganancia de agua en el sistema hidrológico, en ocasiones, superando con creces las aportaciones de las lluvias ordinarias y constituyendo a nivel local una fuente de valor innegable (Lee, 1980; Schemenauer et al., 1988; Acosta, 1996). De este modo, durante los trabajos de reconstrucción de los pinares de la isla de El Hierro, los ingenieros de montes, Ceballos y Ortuño, inspirados en la mítica historia del Garoé, el árbol fuente que abastecía a los nativos herreños, dispusieron captaciones de agua de escurrido por tronquitos de brezos que, recogida en bidones, era destinada a saciar la sed de los obreros forestales. Por otra parte, la presencia de las precipitaciones horizontales es de gran importancia para la presencia y distribución de ciertas especies vegetales (Spurr y Barnes, 1982). Así, Laurus azorica, Sambucus palmensis, Myrica faya, Euphorbia mellifera o Ilex canariensis son especies típicas de la laurisilva, que no pudieron adaptarse a las nuevas condiciones de aridez que a finales del Terciario se hicieron preponderantes en la Región Mediterránea, y quedaron relegadas a zonas de alta pluviometría y humedad relativa, como las expuestas a los vientos alisios de las islas occidentales Canarias (Tapia et al., 1997; Martín y Wildpret, 2004). En el desierto africano de Namibia, la Welwitschia mirabilis es un endemismo que se debe a las nieblas

Figura 12: Captación de niebla por un plátano de sombra en Palencia (enero 2008). Se observa el suelo mojado bajo la copa y las gotas de agua

que precipitan por una rama en el primer plano.

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frecuentes en la zona, gracias a los 40 - 50 mm de precipitación que éstas aportan al año (Martin, 2004). En el oasis nebuloso de Erkowit (Sudán) existen claras diferencias en la distribución de la vegetación y en la presencia de musgos, líquenes y helechos en las zonas expuestas a las neblinas procedentes del mar Rojo (Kassas, 1956). Respecto al rocío, Chaptal (1928) indicaba que la aportación de rocío en Francia en una noche superaba los 0’2 mm y que en una hectárea de la zona sur se podrían recoger más de 10 mm al año, con una media de 100 días de rocío. Lloyd y Dreibelbis (1957) indican cómo en sus experiencias con lisímetros del USDA, en Coshocton (Ojayo), la mayor cantidad de rocío depositado en un día sobre cultivos fue de 2 mm; la mayor cantidad en un mes fue de 35 mm en agosto de 1951, y la cantidad de agua aportada al suelo por el rocío durante un año ascendió a 254 mm. Estos autores encontraron que del total del agua que alcanzaba el suelo en sus cultivos, el 80% se debía a la lluvia y a la nieve, mientras que el 20% restante se debía al rocío. Las experiencias de Arvidsson sobre captura de rocío por diversas plantas en Egipto, durante 1954-55, mostraron que especies como el Tamarix articulata dieron una considerable aportación al suelo de agua de rocío bajo las copas, mientras que éstas retenían poca cantidad; otras especies como Casuarina stricta, en cambio, fueron muy poco eficaces en la captura de rocío. En la ciudad española de Ávila, los días de rocío y escarcha suponen unos 160, y se estima que la aportación mínima por estos hidrometeoros al suelo en una zona rasa es de 80 mm, lo que significa una aportación de 0’5 mm/día. Como el bosque presenta una superficie de exposición al menos cinco veces superior al raso, en él se recogerían más de 400 mm; según los cálculos de López Cadenas y Blanco Criado (1978), como el bosque extendería el número de días de rocío y escarcha por sus menores temperaturas, esta cifra llegaría a 475 mm, lo cual supone una aportación de 3950 m3/ha. Siguiendo estas estimaciones, algunas mediciones realizadas en áreas rasas y pinares de la provincia han ofrecido diferencias favorables al bosque de 150 mm/año (López Cadenas, 1990). A nivel genérico, según Llobera y Valladares (1989) las aportaciones al suelo por rocío en el litoral mediterráneo español estarían comprendidas entre los 30 y los 40 mm anuales, lo que significa alrededor de la décima parte de la precipitación anual. Son de destacar especialmente los resultados obtenidos por Beysens et al., en este mismo libro (apartado 1.5), sobre captura de rocío para abastecimiento de agua en Bisêvo (Croacia), y en Sayara y Panandhro (India). Spurr y Barnes (1987) reflejan los resultados de varias experiencias acometidas en EE.UU., Europa y Japón en relación a las nieblas: así, Isaac (1946) encontró que, en una colina a 3 km del Océano Pacífico, en Oregón, la precitación era un 25% mayor bajo los árboles que en los claros del bosque debido al goteo de la niebla, mientras que a 8 km hacia el interior, la precipitación en el bosque era un tercio menor por la ausencia de nieblas y el efecto de la interceptación negativa; Oberlander (1965), en la península de San Francisco, registró valores superiores a 1500 mm por goteo de niebla bajo cinco árboles, en 40 días sin lluvias, durante el verano; en las montañas bávaras del sur de Alemania, Baumgartner (1958) observó que el 42% de la precipitación anual (2000 mm) era capturada a partir de la niebla; en la zona forestal de nieblas de la costa sudeste de Hokkaido, Hort (1953) encontró que el bosque podía capturar 3400 litros por hectárea y hora, mientras que las zonas herbáceas no llegaban a más de un sexto de dicha cantidad. En Western Oregon, Harr (1982) comprobó que la precipitación total bajo un anciano bosque de abeto Douglas fue de 1739 mm en cuarenta semanas, 387 mm más que en

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las zonas rasas próximas al bosque. Este dato contabilizaría en un año un 41% más de precipitación en el bosque que en las zonas aclaradas (Chang, 2003); también, en los estudios de Ekern (1964) bajo los bosques de pinos de la Isla Norfolk, en Hawai, se recogieron de media 3300 mm anuales frente a 1270 mm en los claros (Chang, 2003). Juvik y Nullet (1993) en sus experiencias sobre interceptación de la niebla por la vegetación en los altos bosques secos de Hawai encontraron que el agua capturada proporcionaba una fuente significativa de humedad, particularmente durante los meses de verano. Bruijnzeel y Proctor (1993) recogen datos de bosques en zonas de nieblas, en diversas partes del mundo, donde el porcentaje de incremento de la precipitación horizontal respecto a la lluvia incidente oscila desde un 4% hasta un 103%, con valores diarios de captura de niebla entre 0’2 mm a 4 mm. Según informa la UNESCO (2005), en los bosques de la costa oeste estadounidense, de Sequoia sempervirens, nada menos que entre el 25% y el 40% del agua procede de la captura de la niebla por los mismos. De acuerdo con Gioda et al. (1993a) otras zonas que proporcionan abundante lluvia por la presencia de nieblas continuas son: Serra Malagueta, en Cabo Verde, donde las lluvias normales proporcionan 699 mm mientras que con las nieblas se llegan a 4176 mm; en la Montaña de La Mesa, por encima de El Cabo, en África del Sur, donde a los 1940 mm de lluvia hay que añadir 1354 mm por nieblas. También Tobón y Gil (2007) señalan la importancia de las nieblas en los Páramos Andinos de Colombia, al registrar tasas de interceptación por la vegetación de hasta 0’5 mm/h en los episodios de niebla durante sus experiencias, aunque estas tasas, según los autores, dependían de la densidad de la niebla y de la morfología de las cubiertas vegetales con las que se trabajaba. Schemenauer et al. (1988) reflejan como en Cordon Sarcos (Chile) se alcanzan coberturas de arbustos en el desierto de Atacama que superan el 87%, con aportaciones anuales de niebla entre 150 y 190 mm, mientras la precipitación anual apenas ronda los 100 mm. No obstante conviene señalar que, en general, se puede hablar de bosques de nieblas, bosques de nubes o bosques nebulosos, en dos sentidos (Hamilton et al., 1993): uno en los que las nieblas aportan gran cantidad de agua y humedad, así como una importante disminución de la radiación solar y de la evapotranspiración, tanto de zonas con pluviometría alta (e.g., > 1500 mm anuales), emplazados a una elevada altitud (e.g., > 800 – 1200 m hasta 2400-3300 m) en montañas tropicales (bosques de nubes) (Bruijnzeel y Proctor, 1993; Vázquez-García, 1993), como los que aparecen en zonas de menor altitud y con una menor pluviometría anual, en zonas secas o islas (bosques de niebla o nebulosos). En éstos últimos, la aportación de la precipitación horizontal es realmente significativa en relación a las precipitaciones verticales, ya que éstas no suelen ser demasiado altas. Son estas formaciones, las que nos parecen más interesantes de destacar, desde nuestro punto de vista, por el significado hidrológico que representa en estas áreas el aporte hídrico por la interceptación de niebla. De acuerdo con Ohsawa (1993), el verdadero bosque de niebla, el cual es principalmente sustentado por la humedad de las nubes, es fácilmente reconocible porque se halla rodeado de zonas áridas muy contrastadas, del tipo de la sabana o el desierto. Algunos ejemplos de bosques o de cubiertas vegetales singulares ligadas a la presencia de precipitaciones horizontales, en consonancia a la definición precedente, han sido expuestas principalmente por Gioda et al. (1993a, c, d; 1997), Acosta (1996), Soto (2000) y Cereceda et al. (2004), y son:

• Parque Nacional de Fray Jorge (Chile), donde la precipitación anual ronda los 120 mm, pero la niebla o Camanchaca aporta cuatro veces más, alrededor de 500 mm.

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• Bosque relicto de Santa Inés (Chile), que junto con el anterior resulta una de las manifestaciones más interesantes de cómo la niebla puede contribuir a la vida en estos ambientes áridos.

• Parque Nacional de Paposo, Quebrada La Chimba y Parque Nacional

de Pan de Azúcar (norte de Chile) donde también resulta espectacular la influencia de la camanchaca.

• También en la Cordillera de la costa chilena, Cereceda et al. (2004)

citan la presencia de tres oasis vegetales con especies y coberturas muy diferenciables en el resto del área, producto de las nieblas de la región: Alto Patache, Los Pajonales y el oasis de Chipana. Durante siete años de medidas en Alto Patache con atrapanieblas se recogieron nada menos que 7’8 l/m2 y día de agua procedente de este hidrometeoro.

• Los Yungas o bosques de neblinas alrededor de La Paz en Bolivia. • Reserva Nacional de Lachay (Perú), donde la precipitación anual ronda

los 173 mm, mientras que la niebla aporta entre tres y ocho veces más agua generando sobre una topografía ondulada, Las Lomas, una agrupación botánica denominada del mismo modo. Las Lomas de Atiquipa y Taimara destacan dentro de estos bosques de nieblas.

• Desierto de Namibia, donde existe una vegetación en las llanuras

arenosas a partir de las filtraciones del agua de niebla (40-50 mm anuales) en una zona rocosa superior expuesta.

• La ecorregión denominada desierto costero nublado de la Península

Arábiga, que alberga parte del Sultanato de Omán y Yémen, y donde apenas llueven 50 mm; en esta zona frecuentada por las nieblas, se presenta un bosque, de Acacia tortilis, A. ehrenbergiana y Prosopis cinenaria, de características muy singulares en relación a las condiciones inhóspitas de las tierras áridas del interior (WWF, 2001).

• El bosque subtropical o laurisilva canaria, cuyo exponente más

espectacular es el Parque Nacional de Garajonay (Islas Canarias) declarado Patrimonio Mundial de la Humanidad por la UNESCO en 1986.

En las Islas Canarias, por ejemplo, los vientos alisios engendran bancos de estratocúmulos que originan el conocido “mar de nubes”, que produce una nubosidad notable y nieblas persistentes en las vertientes septentrionales de las islas centrales y occidentales, por encima de los 500 m hasta los 1500 m. Estas nieblas permiten la existencia de una vegetación denominada como “monte verde” compuesta por la laurisilva canaria y el fayal-brezal (figura 13). Mientras los datos de precipitación vertical definen en estas cotas un ombroclima subhúmedo y húmedo (600 - 800 mm), si se tiene en cuenta la abundante precipitación horizontal (al menos el doble de la vertical), se llega a alcanzar un ombroclima hiperhúmedo (Wildpret y del Arco, 1987; Gioda et al., 1993a, 1993c). Las mediciones realizadas en la isla de Tenerife por Ceballos y Ortuño (1952), en el observatorio de Posadas de las Vacas, mostraron que mientras las precipitaciones verticales aportaban 955’5 mm, las precipitaciones totales (verticales más

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horizontales-nieblas-) bajo el arbolado de la laurisilva ascendieron nada menos que a 3038 mm. Otros ensayos destacados que muestran un mayor aporte de agua por las nieblas en la isla de Tenerife son los de Kämmer, entre 1969 y 1972. En uno de ellos recogió 666 mm de lluvia incidente en un claro frente a 3222 mm bajo Pinus canariensis por efecto de las nieblas (Marzol, 2005). Resulta particularmente interesante la relación niebla/lluvia, para diferentes especies y altitudes, obtenida en las experiencias de Santana, del ICONA, en Tacoronte, en 1983 (Marzol, 2005). Los resultados se muestran en la tabla 3. También la distribución del haya (Fagus sylvatica) en el macizo de Ayllón, en el Montseny o en los puertos de Beceite, en España, se ve potenciada por el aporte extra de agua de las nieblas (Savé et al., 2005).

Figura 13: Cliserie altitudinal de la vegetación en la Isla de Tenerife (Islas Canarias) según la exposición a los vientos alisios: 1.- Tabaibales y Cardonales semiáridos. 2.- Sabinares,

acebuchares y lentiscares termo-infracanarios semiáridos-secos. 3.- Laurisilva subhúmeda. 4.- Fayal-brezal subhúmedo. 5.- Pinares canarios secos. 6.- Retamales y codesales cumbreños. 7.-

Comunidades orocanarias (basado en Wildpret y del Arco, 1987). Además de estos efectos, las precipitaciones horizontales pueden ayudar a las plantas a mantener un buen estado fisiológico a través de la absorción directa en periodos secos (Spurr y Barnes, 1982) o son responsables de movimientos higroscópicos de ciertas plantas y musgos que dependen del rocío por ejemplo para su diseminación. La crucífera norteafricana (Anastatica hierochuntica), la rosa de Jericó, y la compuesta Asteriscus pygmaceus dejan sus frutos en libertad al ser humedecidos por el rocío (Strasburguer et al., 1981); también, las precipitaciones horizontales contribuyen a humedecer la hojarasca y reducir su inflamabilidad, así como a proporcionar agua edáfica o generar escorrentía fluvial y subterránea (Acosta, 1996; FAO, 2003). Respecto a esto último, el profesor Fuster indica que en los Riscos de Famara, en

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200 -300 m

400 -500 m

INFRACANARIO

TERMOCANARIO

MESOCANARIO

SUPRACANARIO

OROCANA

BARLOVENTO SOTAVENTO

Alisios

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Lanzarote (Islas Canarias), las nieblas son la causa de las mayores y mejores aportaciones de agua subterránea (Ruiz de la Torre, 1997).

Tabla 3: Agua recogida de niebla y su relación con la lluvia, en función de la altitud y la

especie (Santana, 1984, en Marzol, 2005)

Altitud (m) especie Agua colectada

(l/m2) Relación niebla/lluvia

940 1000 1090 1260 1350

brezo laurel

pino insigne pino canario pino canario

24’8 93’6 68’4 54’8 75’6

0’6 2’5 1’8 1’5 2’0

Por último, conviene destacar que el agua interceptada tapona los estomas de la vegetación, lo cual retrasa y disminuye las pérdidas por transpiración vegetal, ya que antes de iniciarse este proceso, debe evaporarse previamente el agua interceptada (Law, 1957; López Cadenas y Blanco Criado, 1987; Chang, 2003). Tras lo expuesto y en relación a la importancia reconocida que tienen en la producción de agua dulce los bosques de nieblas o nubosos, el Comité de Montes de la FAO (2003) expuso: “en las zonas de bosques nubosos, los rodales maduros y viejos deben ser objeto de protección y ordenación para mantener los caudales de agua durante los periodos secos”. De hecho, la red fluvial del Parque de Garajonay, en La Gomera, por ejemplo, cuenta, gracias a los aportes de las nieblas en el monte verde, con cuatro corrientes de agua permanente y un elevado número de nacientes que conforman el segundo sistema fluvial de Canarias (Fernández López, 2004), cuando resulta conocido el grave problema existente en las Islas Afortunadas para abastecer de agua potable a las poblaciones isleñas.

1.2.3.- Los árboles fuente, su valor como suministro de agua. En las regiones donde las nieblas son suficientemente persistentes para permitir el desarrollo de una vegetación forestal singular o los denominados bosques nubosos, ha habido, en ocasiones, un aprovechamiento sostenido de la lluvia goteante que se generaba a partir de la niebla y la interceptación de los árboles. El ejemplo más espectacular es el del Garoé o árbol fuente a partir del cual, los bimbaches, los nativos indígenas de la isla de El Hierro (Islas Canarias), se abastecían de agua. Este árbol,

Figura 14: Lugar donde se ubicaba el antiguo Árbol Fuente, el Garoé, y dónde hoy

se levanta otro en su recuerdo (Foto: cortesía de Alfredo Ordóñez)

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Extracto del libro: HIDROLOGÍA DE CONSERVACIÓN DE AGUAS: Captación de precipitaciones horizontales y escorrentías en zonas secas. 2009. Coords.: J. Navarro, A. Martínez de Azagra y J. Mongil. Ed: Univ. de Valladolid.

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emplazado en un barranco al noreste de la isla, recogía las gotas de agua del permanente “mar de nubes” generado por los alisios. El goteo continuo era recogido al pie del árbol en una alberca dividida en dos partes: una para las personas y otra para el ganado. Bartolomé de las Casas, cronista de las Indias en el siglo XVI, escribía: “En lo alto de este árbol siempre hay una nubecilla y el Garoé deja caer unas gotitas de agua que los hombres encauzan hacia una modesta fuente; gracias a ella, viven durante los periodos de sequía extrema, seres humanos y animales…” (Gioda et al., 1993a). Según el texto que se expone actualmente donde se ubicaba este mítico árbol (fig. 14), parece que la primera referencia, digna de crédito, es la de Fray Juan de Abreu Galindo en su libro de 1602, “Historia de la Conquista de las Siete Islas de Canaria”, quien escribe: “Este lugar y término donde está este árbol se llama Tigulahe. El cual es una cañada que va por un valle arriba desde la mar a dar a un frontón de un risco, donde está nacido en el mismo risco el Árbol Santo, que dicen llamarse en su lengua garoe; el cual por tantos años se ha conservado sano, entero y fresco; cuyas hojas destilan tanta y tan continua agua, que da de beber a la isla toda (…) y no se sabe qué especie de árbol sea, mas de que quieren decir que es til. Está sólo, sin que de su especie haya otro árbol allí. (…) La manera que tiene en el destilar el agua este Árbol Santo o garoe, es que todos los días por las mañanas se levanta una nube o niebla del mar, cerca de este valle, la que va subiendo con el viento Sur o Levante de la marina por la cañada arriba, hasta dar en el frontón: y, como halla allí este árbol espeso de muchas hojas, asiéntese en él la nube o niebla y recógela en sí, y vase deshaciendo y distilando por las hojas todo el día, como suele hacer cualquier árbol que, después de pasado el aguacero, queda destilando el agua que recogió”. Supuestamente el Garoé fue derribado por un fuerte temporal en 1610, según relatan Sánchez García (1984) y Gioda et al. (1993a; 1994). Este árbol se piensa que corresponde a una laurácea, la Ocotea foetens, denominada comúnmente como til. Otros ejemplos de árboles fuentes en el mundo han sido expuestos por Sánchez García (1984), Gioda et al. (1993a), por Acosta (1996) o Marzol (2005). De entre ellos destacamos los siguientes: ◊ En el Sultanato de Omán, en la región de Dhofar, y cerca de Salalah, existen tres

árboles fuente, dos olivos (Olea europaea) y un arbusto del género Rhamnus, que desde finales de 1980, recogen unos 180 litros de agua de niebla al día durante el monzón. Se están utilizando, para rellenar una cisterna de 70 m3 que se llena sin problemas con las nieblas y brumas típicas que trae el monzón.

◊ Los ágaves de Cabo Verde han mostrado que llegan a proporcionar 20 litros al día

en los periodos favorables, tras cuarenta años de observaciones. ◊ En Lachay, a un centenar de kilómetros al norte de Lima, en Perú, existen

evidencias de que la cultura de Chavín, se abasteció de cultivos como el aguacate, la guayaba, etc., a partir del aprovechamiento de las nieblas de la zona hace casi 3.000 años. Actualmente la actividades agrícolas y ganaderas de las poblaciones que allí viven siguen dependiendo de la presencia de las nieblas. También en las Lomas de Atiquipa y Taimara hay evidencias de canalización de los arroyos generados por la infiltración del agua de niebla en el suelo, al ser ésta capturada por los bosques de arrayán y tara en las zonas más altas donde se concentra la

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Extracto del libro: HIDROLOGÍA DE CONSERVACIÓN DE AGUAS: Captación de precipitaciones horizontales y escorrentías en zonas secas. 2009. Coords.: J. Navarro, A. Martínez de Azagra y J. Mongil. Ed: Univ. de Valladolid.

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“garúa” o niebla. Antiguas terrazas y construcciones agrícolas prehispánicas son testimonio de ello.

◊ Hermógenes Gonçalves, un agricultor de isla Brava, en Cabo Verde, bebió agua

de niebla durante la sequía de 1942, a raíz de los aportes procedentes de las nieblas de un gran ágave (Furcraea gigantea). Por día de niebla se obtenían entre 10 y 20 litros.

◊ También en el archipiélago de Cabo Verde, los habitantes han empleado la

palmera datilera (Phoenix dactilifera) como atrapanieblas. ◊ En la isla de El Hierro, en Canarias, a partir de la historia del Garoé, se han

empleado, por el antiguo Instituto de Conservación de la Naturaleza (ICONA), diversos ejemplares de enebros o sabinas para colectar agua para los peregrinos de la fiesta de Virgen de los Reyes, en la zona de la Cruz de los Reyes a 1353 m de altitud. El jefe forestal, Zósimo Hernández, quien plantó un nuevo ejemplar de Garoé en su antigua ubicación, aprovechó una sabina (Juniperus phoenicea) de 8 m como captador de agua para abastecer un depósito de 40 m3 con el que satisfacer la sed de los peregrinos. Para sorpresa de todos, pronto quedó repleto. Ello hizo que, posteriormente, esos depósitos tuvieran que ampliarse a dos más de 80 m3. No obstante, antes de todo ello, el ganadero herreño Juan Fernández, apodado “Juan Bartolo”, daba de beber diariamente a su ganado con el agua recogida por otra sabina emplazada al pie de la montaña de Humilladeros y que fue la que sirvió de ejemplo para los trabajos del ICONA.

◊ Según Marzol (2005), Tadeo Casañas, en 1948, se abastecía del agua de niebla

que goteaba de catorce brezos (Erica arborea) obteniendo 14 l /minuto durante las horas nocturnas; y en la fuente de la LLanía, a 1300 m de altitud, se obtiene agua de un brezo de 4’5 m de alto y 3’5 m de copa, cuya base se ha cementado para recoger el agua en un depósito de 80 m3.

◊ En el oasis nebuloso de Erkowit (Sudán), entre 600 y 1000 m de altitud, cerca del

mar Rojo, bajo un dosel de acacias parasoles (Acacia spirocarpa) crece abundante pasto justo bajo las copas, mientras que entre los árboles, la vegetación es muy rala. La causa de esta diferencia se ha demostrado que se debe al goteo de las acacias sobre el suelo durante los días de niebla. De este modo, las acacias trabajan como auténticos aspersores regando el suelo bajo su sombra.

◊ Por último, en el desierto de Atacama, junto a la costa, donde se producen

frecuentes nieblas, que en aymara los habitantes llaman camanchaca, algunas especies como el Prosopis tamarugo o el falso pimentero (Schinus molle), son capaces de capturar las gotitas de niebla y regar el suelo como se ha descrito anteriormente. El pimentero es capaz de abastecer ricas comunidades de cactus gigantescos, “quiscos”, a su alrededor (Leal, 1991).

◊ Aunque en este caso no se trata de árboles fuente, conviene comentar lo que

cuenta Leal (1991), sobre el aprovechamiento de la camanchaca por los indios Changos de Pisagua. Éstos colocaban pieles extendidas de lobo marino en las laderas de barlovento de las montañas costeras y el agua capturada era conducida a través de un canal y luego vendida a los mineros del interior.

Como se puede observar, los árboles fuente son un hecho antiguo y real en numerosos puntos del planeta donde existen bosques nebulosos o de nieblas, o donde la presencia de estos hidrometeoros permiten el establecimiento y desarrollo de

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Extracto del libro: HIDROLOGÍA DE CONSERVACIÓN DE AGUAS: Captación de precipitaciones horizontales y escorrentías en zonas secas. 2009. Coords.: J. Navarro, A. Martínez de Azagra y J. Mongil. Ed: Univ. de Valladolid.

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cubiertas vegetales singulares. El hombre, observando los procesos que se dan en la naturaleza, en concreto, las nieblas goteantes, ha sido capaz de obtener, en diferentes ocasiones, lugares y momentos de su historia, un recurso hídrico persistente y de gran calidad, para saciar su sed y sustentar una agricultura y ganadería de subsistencia. Entre todos los ejemplos, uno de los más valiosos, por los testimonios que nos han llegado hasta nuestros días, es el del Árbol Fuente o Árbol Santo de la isla de El Hierro, el Garoé. Por ello, y dado lo hermoso de su historia, en el siguiente apartado se expone un resumen de la leyenda que acompaña a este mítico árbol canario.

1.2.4.- La leyenda de la princesa Moneiba y del Garoé o árbol santo de la isla de El Hierro De acuerdo con Darias y Padrón (1980), antes de la toma de las Islas Canarias por los españoles, aproximadamente a finales del siglo XIV, y en la Isla del Hierro, entonces conocida como Ombrion o Pluvialia, habitaban los bimbaches. Éste era un pueblo bastante pacífico, dedicado al pastoreo, a la recolección de frutos y a la pesca; se vestían con pieles de oveja y habitaban en viviendas de piedra seca, sin argamasa, de planta circular y cubiertas de palos y ramaje. “Fuera de la bebida espirituosa que colígese extraían de ciertas plantas silvestres, no tenían otra que el agua que recogían cristalina de su famoso árbol Garoé o Garsé - (figura 15) - y en varias charcas de barrancos o en otros que abrían en tierra impermeable, de que queda elocuente muestra en los

actuales depósitos de tefirabe” (Darias y Padrón, 1980). Parece ser, según narra González Déniz (2000) que a las costas de Pluvialia o Pluvalia llegaron unos normandos1 que quisieron hacerse con la isla. Durante su estancia, intentaron reducir a los bimbaches, pero muchos escaparon refugiándose en el bosque de la laurisilva. Los normandos se hallaban sorprendidos de la resistencia de los nativos, ya que en sus reconocimientos por la isla no fueron capaces de encontrar corrientes de agua dulce con los que mitigar su sed. Sus reservas de agua se acababan, mientras que los bimbaches no presentaban síntomas de necesidad de tan preciado recurso, lo que

1 Según Darias y Padrón (1980), el primer conquistador de las Islas fue el genovés Lanzarote Mailosel, quien se

estableció en la isla de Lanzarote en 1312. Se dedicó al comercio con los indígenas de las islas hasta que éstos lo expulsaron en 1332. Los descendientes del conquistador genovés, “señores que fueron de las islas de Maloisel (Baja Normandía), conservaban en 1632, los documentos que acreditan el anterior hecho”. De modo que esta circunstancia puede corroborar la narración de González Déniz basada en la visita de piratas normandos en fechas bastante próximas.

Figura 15: Grabado procedente de Darias y Padrón (1980), que representa una escena de la

recogida de agua bajo el Garoé.

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Extracto del libro: HIDROLOGÍA DE CONSERVACIÓN DE AGUAS: Captación de precipitaciones horizontales y escorrentías en zonas secas. 2009. Coords.: J. Navarro, A. Martínez de Azagra y J. Mongil. Ed: Univ. de Valladolid.

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hacía sospechar a los normandos de que el agua en la isla estuviera en alguna cueva o pozo oculto que ellos no eran capaces de encontrar. En la fantástica narración de González Déniz (2000), éste expone: “Cuando algún extranjero llegaba a la isla, se le daba agua, pero nunca se le decía de dónde procedía. El secreto del árbol del agua era guardado bajo pena de muerte, pues los bimbaches sabían que de aquel til dependía la vida de todo el pueblo bimbache”. Los bimbaches tenían una hermosa doncella, Moneiba, que iba a casarse con Augerón, el joven hermano y sucesor del rey Armiche, de acuerdo a los ritos y tradiciones de los indígenas. Sin embargo, Moneiba se enamoró de un marino normando, llamado Maciot. Ambos mantenían su amor en secreto, pero llegó un momento en que Maciot le dijo a Moneiba que si no hallaban pronto agua, tendrían que abandonar la isla. La princesa, entristecida por tal circunstancia, y viéndose incapaz de renunciar a su amado, traicionó a los suyos revelando a Maciot la presencia del Árbol Fuente, el Garoé, en un barranco, en lo alto de la isla. Maciot, lo comunicó a sus jefes, y los normandos encontraron el Árbol Santo, pudiendo así reducir definitivamente a los bimbaches. La princesa Moneiba, cayó en desgracia entre los suyos y al conocerse su traición, murió despeñada desde los acantilados de la isla. Esta historia, aunque aquí muy resumida, se narra muy parecida, pero sustituyendo a los normandos por españoles, por el americanista belga Teodoro de Bry (Marzol, 2005) y es digna de una buena película, al mejor estilo animado de Walt Disney. La misma representa la importancia del Garoé entre los bimbaches, a la vez que los entresijos de las relaciones entre diferentes culturas; por otro lado, al no haber dejado los bimbaches testimonios escritos, las descripciones posteriores de Juan de Abreu o de Bartolomé de las Casas, junto con los restos arqueológicos y algunas palabras de origen bimbache, abren un amplio horizonte de imaginación y fantasía, al que han contribuido diversas crónicas y relatos de viajeros, cronistas o historiadores locales (Marzol, 2005): su existencia se halla íntimamente ligada a la magia y encanto que el mar de nubes de la isla herreña y la laurisilva poseen. Nada más lejos de estos comentarios, resulta el hecho de que una parte de los bosques nubosos o los bosques umbrosos de las nieblas, o bosques nebulosos, se conocen como bosques de elfos, bosques nubosos de duendes, resaltando, como se ha dicho, el carácter mágico de los procesos, de las formaciones vegetales y los paisajes asociados a ellos. Desde estas líneas, y tras lo expuesto, no queda más que subrayar la imperiosa necesidad de proteger al máximo los bosques nebulosos y seguir investigando y recogiendo las historias asociadas a ellos, en otras regiones de nuestro planeta. Es muy probable, que en otras zonas del mundo, todavía hoy podamos descubrir un patrimonio histórico y cultural, tan mítico y bello, como la leyenda de la Princesa Moneiba de los Bimbaches y el Árbol Fuente del Garoé. Es nuestra obligación, buscarlo, rescatarlo y transmitírselo a las generaciones venideras como testimonio fiel de lo que un día significó la integración absoluta del Hombre con la Naturaleza.