Teología del espíritu santo

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Teología del Espíritu Santo Creer en el Espíritu Santo es profesar que ese Espíritu, Persona distinta pero inseparable del Padre y del Hijo, es UN SOLO Y MISMO DIOS con Ellos. En el Símbolo Niceno-constantinopolitano se profesa: “Creo en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida, que procede del Padre (y del Hijo), que con el Padre y el Hijo recibe UNA MISMA ADORACIÓN Y GLORIA, y que habló por los profetas”. 1. La palabra hebrea “RUAJ”, que se usa para significar “espíritu”, quiere decir primeramente SOPLO, VIENTO, o ALIENTO, etc. Cuando se habla, la palabra sale como envuelta en el aliento. Así se imagina el autor sagrado del capítulo primero del Génesis a Dios creador; y por eso, comienza hablando de Dios, de su aliento o Espíritu que aleteaba o que incubaba sobre el caos para comunicar la vida, al estilo del ave que cubre el nido con sus alas, aliento que sale al pronunciar ese Dios su Palabra creadora.

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Teología del Espíritu Santo, Tercera persona de la Santísima Trinidad

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Teología del Espíritu Santo

Creer en el Espíritu Santo es profesar que ese Espíritu, Persona distinta pero inseparable del Padre y del Hijo, es UN SOLO Y MISMO DIOS con Ellos.

En el Símbolo Niceno-constantinopolitano se profesa: “Creo en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida, que procede del Padre (y del Hijo), que con el Padre y el Hijo recibe UNA MISMA ADORACIÓN Y GLORIA, y que habló por los profetas”.

1. La palabra hebrea “RUAJ”, que se usa para significar “espíritu”, quiere decir primeramente SOPLO, VIENTO, o ALIENTO, etc. Cuando se habla, la palabra sale como envuelta en el aliento. Así se imagina el autor sagrado del capítulo primero del Génesis a Dios creador; y por eso, comienza hablando de Dios, de su aliento o Espíritu que aleteaba o que incubaba sobre el caos para comunicar la vida, al estilo del ave que cubre el nido con sus alas, aliento que sale al pronunciar ese Dios su Palabra creadora.

La traducción “soplo” da a los hechos narrados y a los textos bíblicos un realismo, un relieve, que nuestra palabra “espíritu” difícilmente puede sugerir. Los 378 empleos de ruah en el Antiguo Testamento se distribuyen en tres grupos de importancia cuantitativa sensiblemente igual: es el viento, soplo del aire; es la fuerza viva en el hombre,

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principio de vida, sede del conocimiento y de los sentimientos; es la fuerza de vida de Dios por la que él obra y hace obrar.

Ruah (soplo) no implica una oposición a “cuerpo” o “corporal”. En la Biblia, la ruah no es algo desencarnado; es más bien, la animación de un cuerpo. Se opone a “carne”, pero “carne” no es idéntica a “cuerpo”, es la realidad puramente terrestre del hombre, caracterizada por la debilidad y por su carácter perecedero.

Si hablamos en griego (pneuma), decimos que Dios es inmaterial, etc. Si hablamos en hebreo (ruah), decimos que Dios es un huracán, una tempestad, un poder irresistible. Por supuesto, el sentido puramente lexicológico no es suficiente para precisar la significación real de una palabra.

El Espíritu (soplo) es, en primer lugar, lo que hace actuar de manera que se realice el plan de Dios en la historia.

2. En todo lugar y en todo tiempo en que hubo, hay y habrá seres humanos, estuvo, está y estará presente el ESPÍRITU SANTO en el que el Padre, por su Hijo, buscó, busca y buscará de múltiples maneras la salvación de todos ellos, ya que todos esos seres humanos están expresamente incluidos, desde toda eternidad, en el PLAN-JESUCRISTO (Ef 1,3ss). Dicha presencia salvífica del ESPÍRITU SANTO en toda la historia de la humanidad, desde el comienzo de ésta hasta el fin del mundo, se debe al Misterio Pascual de Jesucristo. La Iglesia, en el Concilio Vaticano II, después de afirmar que todos los cristianos debemos asociarnos al Misterio Pascual de Jesucristo mediante los sacramentos (GS 22,4), añade lo siguiente: “Esto vale no sólo para los cristianos, sino también para TODOS LOS HOMBRES de buena voluntad, en cuyo corazón obra la gracia de manera invisible. Porque, como Cristo murió POR TODOS y como la vocación última del hombre es una sola, a saber, la divina, debemos sostener que EL ESPÍRITU SANTO

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OFRECE A TODOS LA POSIBILIDAD de que se asocien a este Misterio Pascual de un modo conocido de Dios” (GS 22,5).

3. En el Antiguo Testamento hay muchas alusiones al Espíritu de Dios, aunque los lectores anteriores a Jesucristo no se imaginaron jamás que se tratara de una inefable “PERSONA”.

El soplo-espíritu (el Espíritu) recibe diversos calificativos en consonancia con los efectos que se derivan de ese principio. Por ello, la Biblia habla de espíritu de inteligencia (Ex 28,3), de sabiduría (Dt 31,3; 34,9;35,31), pero también de celos (Nm 5,14). Pero el calificativo que más nos interesa es el de espíritu o soplo de Dios, que expresa el sujeto por cuyo poder son producidos diversos efectos en el mundo, en el hombre, en los que reciben el don de jefe, de profeta, de hombre religioso, etc. En ocasiones, “el espíritu del Señor” (de Dios) es una circunlocución que expresa a Dios mismo, por ejemplo en Is 40,13.

Al menos desde el símbolo bautismal de san Cirilo de Jerusalén (hacia el 348), pero ya anteriormente en Justino e Ireneo, nuestras confesiones de fe presentan al Espíritu Santo como “el que habló por los profetas”. Pero los targumos judíos atribuyen frecuentemente al Espíritu el título “espíritu de profecía”. De hecho, se atribuye la palabra profética al soplo de Dios, a una “inspiración”, si no en los siglos IX-VII antes de Cristo, al menos durante la época deuteronómica, pero de manera clara en el exilio, especialmente en Ezequiel.

El libro de Isaías emplea unas cincuenta veces la palabra ruah, el de Ezequiel cuarenta y seis veces.

Especialmente en el “primer Isaías” se anuncia que sobre el futuro MESÍAS “reposará el Espíritu del Señor” (Is 11,1-2). En el “segundo Isaías”, Dios promete poner SU ESPÍRITU sobre su SIERVO (Is 42,1). Finalmente, el “tercer Isaías” pone en labios del futuro MESÍAS estas palabras: “El Espíritu de Yahvé está sobre mí, por cuanto que me ha ungido Yahvé. A anunciar la buena nueva a los pobres…” (Is 61,1-2; lea Lc 4,17-21 donde Jesús en la sinagoga de Nazaret dice que eso de Isaías se ha cumplido en Él).

El profeta Ezequiel habla de un “Espíritu Nuevo” que pondrá el Señor Yahvé en los de su pueblo (Ez 11,19); el Señor Yahvé infundirá su

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Espíritu en ellos para que se conduzcan según sus preceptos y observen y practiquen sus normas (Ez 36,26-27; 37,1-14).

Según Joel, Yahvé derramará su espíritu en toda carne, hasta en los siervos y en las siervas lo derramará (Joel 3,1-12).

4. Desde el primer momento de la encarnación, el Hijo eterno del Padre fue ungido en su humanidad por el Espíritu Santo. Este fue dado sin medida a ese Hijo del Padre, hecho hombre, es decir, a Jesús de Nazaret (Jn 3,34).

Ya desde el principio del IV Evangelio, Jesús se muestra en posesión del Espíritu, no porque el Espíritu le haya sido dado o lo haya recibido, sino porque el Espíritu permanece sobre Jesús.

La figura del Bautista se muestra al comienzo de su presentación sin conocer a Jesús: “Yo no lo conocía” (Jn 1,31); si se decía que el Bautista no conocía a Jesús se alude a una ignorancia inicial de la condición mesiánica de Jesús. El conocimiento de Jesús como Mesías le viene al Bautista por la contemplación que le es otorgada: “he contemplado al Espíritu bajando del cielo como paloma y permaneció sobre él” (Jn 1,32). Al decir que permanece sobre Jesús, se sugiere una presencia del Espíritu no transitoria o momentánea, sino una presencia que dura y permanece.

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Fruto del conocimiento que el Bautista adquiere de Jesús es la proclamación que hace de él, mostrándolo como Mesías al presentarlo como “Cordero de Dios” (Jn 1,29), o “Hijo de Dios” (Jn 1,34), pero todo fundado en la permanencia del Espíritu (Jn 1,33); además, lo presenta como “aquel que bautiza en Espíritu Santo” (Jn 1,31).

Por ser Jesús el poseedor del Espíritu es por lo que lo puede donar. El hecho de la donación del Espíritu ya lo insinuó el Bautista en su primer testimonio sobre Jesús al decir de él “que bautiza en Espíritu Santo” (Jn 1,33) en referencia a toda su actividad reveladora en palabras y obras. Aún lo encontramos de modo más explícito en el último testimonio del Bautista sobre Jesús (Jn 3,31-36). En la teología joanea jamás se dice que Dios da el Espíritu a Cristo… la bajada del Espíritu sobre Jesús no está descrita como si el Espíritu divino invadiese la persona de Jesús; es más bien una señal que lo revela a Juan bautista.

Jesús da sin medida el Espíritu porque lo posee sustancialmente en sí mismo (Jn 3,34), pero la donación del Espíritu está unida a las palabras de Dios: “Aquel que Dios ha enviado habla palabras de Dios, porque no da el Espíritu con medida” (Jn 3,34); por ser enviado de Dios habla cuanto ha escuchado de Dios. Así al hablar palabras de Dios, al comunicarlas, comunica también el Espíritu de Dios.

La donación del Espíritu por parte de Jesús la tenemos confirmada por la interpretación del evangelista de unas palabras de Jesús pronunciadas el último día de la fiesta de los Tabernáculos (Jn 7,37b-38). En ellas se da el anuncio de la donación del Espíritu; pero en este texto existe la dificultad de una doble lectura por razón de la posibilidad de una doble puntuación del texto. Al optar por la puntuación “El que tenga sed venga a mí y beba. El que cree en mí, como dijo la Escritura, brotarán de su seno ríos de agua viva”, los textos se refieren al creyente; sin embargo, la mayoría de los exégetas se inclinan por puntuar el texto así: “El que tenga sed venga a mí, y beba el que cree en mí. Como dijo la Escritura, brotarán de su seno ríos de agua viva”. En esta lectura, los textos de la Escritura (tal vez Ez 47,1; Zac 14,8) se refieren a Jesús: de su íntimo

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brotarán los ríos de agua viva; lo cual se confirmaría en la escena de su costado abierto (Jn 19,34)

El sentido de las palabras de Jesús (Jn 7,37b-38) en la fiesta de los Tabernáculos, fiesta del agua, es una invitación a venir a él y beber; es una orientación sapiencial de Jesús al presentar su palabra como agua que se bebe.

En la interpretación del evangelista sobre las palabras de Jesús (Jn 7,37b-38) tal vez pueda causar sorpresa cuanto afirma: “no era aún el Espíritu” (Jn 7,39); sin embargo, con estas palabras no excluye la presencia del Espíritu ya en la vida de Jesús. En realidad, el Espíritu se daba ya en la vida de Jesús mediante su palabra que eran “Espíritu y vida” (Jn 6,63).

El mismo día de la resurrección, en la aparición de Jesús a los discípulos en el cenáculo, el evangelista cuenta el gesto de Jesús con ellos: «Sopló y les dijo: "Recibid el Espíritu Santo, a quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados"» (Jn 20,22-23). Como Dios con su aliento comunicó la vida (Gen 2,7; Ez 37,9), también Jesús con su aliento de vida realizará la donación del Espíritu como expresión de la nueva vida que trae el Espíritu. Queda ratificado con las palabras de Jesús: “recibid el Espíritu Santo” (Jn 20,22). Antes del retorno al Padre, los discípulos ya están en posesión del Espíritu, pues Jesús mismo dice que estaba junto a ellos (Jn 14,17); pero una vez vuelto Jesús al Padre, será más abundante el envío del Espíritu que haga presente al Jesús ausente.

5. La Iglesia es el CUERPO MÍSTICO DE CRISTO y EL ESPÍRITU

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SANTO es EL ALMA de esa Iglesia porque Él es quien la anima, quien la vivifica (LG 7,7).

Para san Pablo, el Espíritu realiza una tarea divisiva en la construcción de la Iglesia. “Todos fuimos bautizados en un solo Espíritu para formar un solo cuerpo” (1ª Cor 12,13). El que se une al cuerpo glorioso de Cristo, totalmente penetrado por el Espíritu, por la fe viva, el bautismo, el pan y la copa de la última cena, se convierte realmente, de manera espiritual, en miembro de Cristo: forma un cuerpo con Él en el plano de la vida filial que promete la herencia de Dios.

En la celebración de CUALQUIER SACRAMENTO, profesa la Iglesia, es el Espíritu Santo el que sale inmediatamente a nuestro encuentro para que seamos sumergidos por primera vez (si se trata del BAUTISMO) en la INEFABLE TRINIDAD o para que seamos sumergidos de nuevo en LA MISMA (si se trata del sacramento de la Conversión y reconciliación después de haber cometido pecados mortales) o para sumergirnos más (si se trata de los demás sacramentos).

Cuando ese Espíritu se une íntimamente con nosotros en el sacramento del Bautismo (y en el de la Conversión y reconciliación después de haber cometido un pecado mortal) nos transforma inmediatamente en hermanos de Jesucristo e hijos del Padre; en los demás sacramentos, esa unión y esa transformación se intensifican.

Ese Espíritu Santo es la fuente y el realizador, en nosotros, de todas las virtudes; solamente EN, CON y POR el ESPÍRITU SANTO, podemos nosotros orar, cree y esperar en la Inefable Trinidad, amarla, ser justos, ser mansos, ser humildes, etc. (lea por ejemplo Rom 8,26; Gal 4,6; 1ª Cor 12,3.9; Rom 5,5; 15,13.30; Col 1,8).

6. ¿Personalidad del Espíritu? Para san Pablo, el Espíritu no es una simple fuerza: es Dios mismo en cuanto comunicado, presente y activo en nosotros. Es Dios como amor activo en nosotros (Rom 5,5).

Muchos pasajes orientan el espíritu en el sentido de una personalidad propia del Pneuma divino

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que “escudriña las profundidades de Dios” (Gal 4,6). Entra activamente en la historia de la salvación o en su realización haciéndonos conocer la voluntad salvífica de Dios (1ª Cor 2,10-14), funda una comunión entre Dios y los hombres, entre los hombres (2ª Cor 13,13), testimonia a nuestro espíritu que somos hijos de Dios (Rom 8,16), grita en nosotros ¡Abba! ¡Padre! (Gal 4,6) e interviene ante Dios en favor nuestro (Rom 8,26 ss). Expresiones que no pueden ser entendidas en un sentido puramente simbólico; un sujeto que actúa de esta manera debe ser una persona autónoma y libre. Este carácter personal aparece claramente señalado en 1ª Cor 12,11, donde Pablo presenta al Espíritu distribuyendo los dones de la gracia “como él quiere”. Concibe también el Pneuma divino como una persona cuando habla de su habitación en los fieles (1ª Cor 3,16; 6,19). Dios está presente en el Pneuma como en el Hijo porque él es Dios mismo (1ª Cor 3,16; cf. 14-15). Como Espíritu “que viene de Dios” (1ª Cor 2,12) es para nosotros “don” (Rom 5,5), pero no como una cosa, sino como alguien que dona, porque Dios se entrega a sí mismo en el Pneuma (1ª Tes 4,8). Por último, las fórmulas de tríada en las que el Pneuma (Ruah) se presenta en igualdad con Dios (ho Theos = el Padre) y Cristo (sobre todo 1ª Cor 12,4-6; 2ª Cor 13,13) no indican una simple comunidad de acción, sino una igualdad de tres Personas en el ser.

Tomado de:

CABA RUBIO, José. Teología joanea: salvación ofrecida por Dios y acogida por el hombre. Editorial BAC.

CONGAR, Yves. El Espíritu Santo. Editorial Herder – Barcelona.

LOPERA ECHEVERRI, Filadelfo, Pbro. Explicación del Catecismo de la Iglesia Católica para el Pueblo de Dios.