Teresa de Ávila, la santa del éxtasis

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    Ren Flp-Miller

    Teresa de vilaLa santa de los xtasis

    1948

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    ADVERTENCIA DEL EDITOR

    Ren Flp-Miller naci en 1891 en Caransebes, un pueblo de lavieja Hungra, actualmente incorporado a Rumana, y falleci en 1963, en

    Hanover (New Hampshire), Estados Unidos.

    Flp-Miller es un escritor no catlico. Su padre, boticario, era

    miembro de la Iglesia Evanglica Protestante, cuya familia haba

    emigrado de Alsacia, por sus creencias hugonotas y puritanas. Su madre

    era devota de la Iglesia Ortodoxa Rusa. Fue la magnificencia y sombro

    misticismo de la Iglesia Ortodoxa lo que le indujo a Flp-Miller a

    interesarse por el misticismo. Periodista y escritor prolfico, sus librosabarcan los mbitos de la filosofa, la psiquiatra, la medicina y la

    literatura.

    Flp-Miller se ha destacado en el estudio e interpretacin de los

    grandes santos que conmovieron al mundo: Francisco de Ass, Ignacio

    de Loyola, Agustn

    En este libro, a travs de las pginas de Teresa, la santa del xtasis,

    saturadas de palpitante admiracin por la Doctora de Avila, vemos

    desfilar la vida de Teresa, que nacida en marzo de 1515, hereda de sumadre, la bella doa Beatriz de Ahumada, lectora del Amads, la vida

    imaginacin viajera, y de su padre don Alfonso, lector de vidas de santos,

    el ansia de conquistar el cielo. Infancia y adolescencia son revividas por

    Flp-Miller, hasta cuando a los diecisiete aos Teresa huy del hogar

    para ingresar en el convento de las Carmelitas de la Encarnacin, donde

    le sobreviene el primer ataque de su enfermedad, las pequeas muertes,

    como ella las llama y por cuyo camino llega a la santidad. Teresa es

    combatida y sus visiones son puestas en duda, pero grandes personajes,entre ellos Francisco de Borja, la protegen y secundan en su empeo de

    fundar conventos recorriendo los caminos de Espaa como paloma

    mensajera de inextinguible fe.

    Por tratarse de un escritor no catlico, es lgico que la

    interpretacin de los sucesos de la biografiada resulte un tanto peculiar,

    sorprendente y llamativa. Aunque la obra, debido en parte a su carcter

    divulgativo, simplifique en exceso los acontecimientos, incurriendo a

    veces en errores histricos y cronolgicos, no deja por ello de tener ungran encanto y belleza.

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    Con santa Teresa aparece en el crculo de los santos una mujer cuyasantidad le fue impuesta por Dios. Su experiencia divina le lleg en unestado de arrobamiento exttico y la abrum con un vigor que pudierallamarse csmico.

    En la vida singular de esta santa, los acontecimientos naturales se

    entrecruzaron con los sobrenaturales, los rdenes mundanos y celestialesestablecieron contacto entre s, las visiones surgieron de la percepcin, elsonido de las voces humanas fue sustituido por los llamamientos divinos yla frgil forma corprea sirvi, en los instantes de xtasis, como recipientede la exuberancia de Dios.

    En Teresa nos encontramos con un habitante de los dos reinos, elcielo y la tierra, que fueron para ella un solo hogar, y que se mueveconstantemente de aqu para all desde los lmites materiales de unapequea ciudad espaola hasta el espacio infinito de la eternidad. Lacampana del convento daba las horas; pero se acallaba repentinamentepara Teresa; el tiempo cesaba; la eternidad la rodeaba. Y a menudo erasolamente un relmpago que separaba su rutina diaria de la inmvilquietud en Dios.

    El contraste entre lo natural y lo sobrenatural, que tansorprendentemente se manifiesta en la existencia dual de Teresa, apareceintensificado, adems, por la poca de progresiva secularizacin en quenaci.

    Los castillos, catedrales, conventos y monasterios, las ciudades yplazas de armas fortificadas, que haban protegido la introspectiva quietudde la vida medieval contra el asalto de las tentaciones mundanas, sehallaban an en pie con sus murallas, torres y claustros, pero parecanahora sobrevivir simplemente como recuerdos de lo que ellos haban sidoen el pasado.

    El siglo de Teresa ya no era parte de la era de transicin de la EdadMedia a los tiempos modernos; era en todos los aspectos el despuntar de

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    un nuevo perodo. En el espacio de pocas dcadas y fueron stasprecisamente las de la vida de Teresa las energas expansivas de laactividad moderna acrecentaron la dimensin de la Tierra. La Amrica delNorte habla sido descubierta poco antes, conquistado Mxico por Hernn

    Corts y atravesado el istmo de Panam; Magallanes haba navegado entorno de la extremidad meridional del Nuevo Mundo y descubierto lasFilipinas. La Tierra comenzaba a tomar la forma de una esfera y lostesoros que los conquistadores llevaban a la patria desde ultramaraumentaban las riquezas del Viejo Mundo.

    El poder era el ideal de la vanidad mundana triunfadora. Era la pocaen que naci la idea de la dominacin mundial o, si se quiere, delimperialismo moderno. Esta tendencia de secularizacin ejerci su hechizo

    tambin sobre los esfuerzos espirituales del hombre. Hizo que no mirara yaen lo interior de s mismo, sino en derredor suyo. Y lo que vio allabsorbi su atencin e incit a su espritu a investigar y a examinar. LaTierra, el aqu y lo actual, haba ocupado el lugar de los cielos lejanos.

    Fueron descubiertos insospechados continentes del conocimientohumano y tesoros de sabidura para uso de los tiempos venideros.

    El siglo XVI vea el mundo como la tangible realidad de bienesconquistados, continentes descubiertos, ocanos surcados y tesoros

    logrados para el goce sin cuidados, pero tambin como un mundo de laciencia, como la vislumbre de la verdad acerca de las cosas.

    Y esta poca, cuando el mundo exterior llevaba a cabo tales triunfosgloriosos en todas sus esferas, fue precisamente aquella en que triunfos nomenos gloriosos eran obtenidos por Teresa de vila en el mundo interior:un mundo sin espacio y, sin embargo, ms extenso; sin oro y bienes; y nopor ello el menos rico; sin conquistas, pero no obstante, en posesin demayor seguridad; sin tiempo, pero de ms duradera perduracin; sin forma

    tangible, pero no por eso menos verdadero que el recin conquistado globoterrestre.

    La Victoria de Magallanes el primer buque que naveg alrededorde la Tierra haba vuelto, justamente despus de una ausencia de variosaos, a su puerto de partida en Espaa, cuando una monja, volviendo deuna excursin en derredor del mundo del alma, apareci en su celda desdela eternidad del enajenamiento exttico para unirse a sus compaeros en ellocutorio de su convento en vila.

    Los conquistadores haban visto Amrica, la India, Java, Panam;ella haba visto el infinito. Naves cargadas de oro regresaban a la Puerta de

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    Oro, en la desembocadura del Guadalquivir, desde los nuevos mundosconquistados; ella volva a la Tierra, desde las visiones del reino de loscielos, cargada de bienaventuranza, tesoro que la bodega de ningn buquepodra transportar.

    A un mundo dominado por el poder, ella opuso su mundo interior,conquistado con imponente arrebato y gobernado por una tan completadestitucin de s mismo, que era el fundamento de su verdadero reino deDios.

    A un mundo que se entregaba a la distraccin y a las conversacionesfrvolas, trajo ella noticias de otro en el cual la concentracin suma, laoracin espiritual, no hablada, confera la ms alta bienaventuranza.

    Su verdad era una anttesis de la nueva verdad cientfica. La

    percepcin de los sentidos era el camino de los hombres de ciencia haciaella; la razn que juzga haca las veces de freno y los experimentosofrecan la prueba. La visin fuera de la esfera de los sentidos era elcamino de Teresa para la certeza; el sentimiento inmenso, su restriccin, yla experiencia mstica suministraba la prueba.

    Un mundo tangible y un mundo de visiones se enfrentaban entre scomo rivales. Coprnico haba explorado el Universo por medio de susclculos astronmicos. Haba llegado a la conclusin de que el Sol es el

    centro de nuestro mundo. La Tierra haba sido desestimada. Era un simplesatlite y no ya el centro de la creacin. El hombre tampoco era ya el seorde la creacin, sino simplemente el gobernante de la Tierra.

    Santa Teresa haba explorado el universo del alma por medio de susvisiones extticas y llegado a la conclusin de que el centro esencial,alrededor del cual giran los soles y las tierras, se encuentra en lasprofundidades del alma humana. En emulacin con el descubrimientocopernicano del Sol como el centro de la creacin, Teresa descubri laastronoma del alma y hall a Dios, el creador y el sol de los soles, en elalma del hombre. Y ste era el alfa y omega de todo lo que existe.

    Kepler, contemporneo de Teresa, descubri las leyes de la gravedadpara los cuerpos materiales; ella, en cambio, los descubri para el alma.

    Vesalio, el joven anatomista de Basilea, abri un cadver humano yestudi los rganos internos. Teresa, la monja de vila, puso aldescubierto la nica cosa imperecedera en el hombre: su alma. Servet

    descubri la pequea circulacin, que mantiene la vida orgnica; Teresa, lagran circulacin de la ilustracin divina, que sustenta el alma.

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    El primer reloj de precisin haba sido construido poco antes. Lacarrera del tiempo comenzaba a ser medida en minutos y, por vez primera,las campanas de la iglesia repicaban a cada cuarto de hora. Mas Teresaexperiment la indivisibilidad del tiempo que no transcurre, porque la

    eternidad es su medida.El siglo, arrebatado en un delirio de fra razn, fue desafiado por unamonja espaola, que se elev a la grandeza sobrehumana en el embelesode las visiones eternas.

    El poder universal de la Iglesia haba sido sacudido cruelmente. En elao de la muerte de Teresa, Lutero proclam su cisma. Calvino hizo deGinebra una segunda Roma. Enrique VIII haba instituido su propiaiglesia, y Mara, reina de los escoceses, se someta humildemente a los

    dictados del hertico Juan Knox.Las viejas formas de la piedad dogmtica haban perdido mucho de

    su rigor bajo el embate de la ciencia y de los otros medios desecularizacin. En defensa del catolicismo empuaban los reyes las armasy los predicadores populares trataban de fortalecer la fe por medio de lasamenazas de castigo y tormento infernal en el reino de ultratumba. En elconcilio de Trento, los cardenales, obispos y telogos se reunieron paraestablecer una nueva codificacin del dogma catlico. Un ejrcito de

    disciplinados soldados de Dios fue dirigido por Ignacio de Loyola en lagran batalla decisiva contra las fuerzas de la Reforma. Los doctores de laIglesia citaban a sus autoridades sagradas o procuraban, por los mediosms oportunos de las pruebas nacionales de Dios, robustecer la vieja fe.

    Santa Teresa puso por escrito lo que haba aprendido en la apaciblesoledad de su celda, ms all del caos del tiempo y del espacio, allende eldogma y la demostracin racional, ms all de su propia comprensin y dela percepcin de sus sentidos. Escribi sobre las visitas de su Seor

    invisible y sobre Su voluntad, que l le comunicaba con palabrasinaudibles.

    La Iglesia decadente sac de ella nuevas energas, una vitalidadnueva que emanaba de las ms hondas profundidades de la experiencia dela fe, desde la verdadera fuente de toda piedad, desde el contacto directocon Dios.

    Para la Iglesia de esta poca, Cristo se haba convertido simplemente

    en un rtulo alegrico, en un objeto de la creencia y en un tema paradebates teolgicos. Por medio de Teresa, la Iglesia supo, una vez ms, deCristo como una realidad viviente, del Cristo a quien los discpulos vieron

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    en el camino a Emas, a quien Saulo de Tarso haba encontrado en sucamino a Damasco, el Cristo en quien haba empezado la fe de la Iglesia, yconforme a cuyo espritu haba sido renovada por san Francisco de Ass.

    vila, en donde naci santa Teresa en marzo de 1515, era unapequea ciudad de Castilla la Vieja, uno de esos monumentos de piedraque haban sobrevivido, en los tiempos modernos, como un recuerdo delpasado.

    Est situada en las colinas de la Sierra de Guadarrama, a orillas delAdaja, y haba sido durante toda la Edad Media, con sus fuertes murallas,

    un poderoso baluarte de la cristiandad espaola contra los amenazadoresataques de los moros. Sus calles eran estrechas y sinuosas. Sus casas,construidas de piedras oscuras, haban sido los hogares de caballeros quedorman con las espadas junto al lecho, pues tenan que hallarse prontos,cuando la campana de alarma repicara, para lidiar con los salteadoresinfieles. Y en todas partes de la ciudad haba iglesias, monasterios ymonumentos sagrados. Apenas haba una piedra que no hubiese sidosantificada o por el martirio o por el milagro. vila era una ciudad de

    piedras y santos. vila, cantos y santos, como reza el proverbio.Durante cien aos no haba sido taida la campana de alarma en latorre. La guerra moderna, con sus ejrcitos permanentes y las tcticas delas mecanizadas armas de fuego haba hecho superflua la caballera. Laarmadura de los caballeros se haba reducido a un ropaje extravagante paralos torneos, y la espada al cinto formaba parte slo de su atavo de seores.

    Empero, entre quienes vivan detrs de las pesadas murallas de losedificios fortificados de vila, haba muchos cuyos corazones continuaban

    siendo bastiones del pasado. El padre de Teresa, el noble castellano donAlonso Snchez de Cepeda, era uno de ellos. En hombres como l, elfervor caballeresco de la fe, fundado en una tradicin de siglos, habapreservado su antiguo espritu combatiente y adquirido un carcter hostilhacia las tendencias modernas, en las cuales reconoca a un nuevo enemigosurgido de entre las filas del mismo Cristianismo.

    Don Alonso era un hombre que viva, al igual que sus antepasados,adhirindose tenazmente a su fervorosa concepcin del honor, gobernando

    su casa y enseando a sus hijos de conformidad con el ejemplo que laausteridad de aqullos haba establecido. Pensaba, juzgaba y obraba como

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    lo hicieron sus abuelos; y apreciaba los libros edificantes: vidas de santos ycrnicas de los hroes medievales.

    La madre de Teresa, doa Beatriz de Ahumada, joven esposa de donAlonso en segundas nupcias, era de un carcter distinto. La rutina de su

    vida, su porte exterior, diferan solamente muy poco de sus antepasadosmujeres, quienes, durante siglos, haban observado los deberes de madresy esposas en las casas de vila, a la vez hogar y fortaleza. Pero en sussueos de vigilia esta hermosa y vivaz mujer dejaba secretamente laamurallada ciudad y, libre de toda carga domstica, viajaba por los sietemares, vea lejanas islas y tierras, y era protagonista de toda suerte deaventuras mundanas. Su itinerario por los reinos desconocidos era trazadopara ella por aquellas novelas a la moda que las prensas, recientemente

    instaladas en Sevilla, lanzaban profusamente. Su gua era el hermoso ymelanclico caballero Amads de Gaula, a quien Cervantes iba a herir, unsiglo ms tarde, con el arma implacable de su irona; pero que en la pocaestaba guiando o, por mejor decir, descarriando a muchas almas intrpidas.El compilador de la novela de Amads, el corregidor espaol GarciOrdez de Montalvo, dominaba el arte de alargar indefinidamente lasaventuras de su hroe. Doa Beatriz, siempre enfermiza y cada vez msfrecuentemente confinada en su lecho, devoraba las entregas, a medida que

    iban apareciendo, con vida impaciencia.Don Alonso, en su biblioteca, se absorba en la lectura de obras dereligin que lo aproximaban al cielo, doa Beatriz, en su lecho de enferma,lea muchos libros profanos que la ligaban ms al mundo. En el espacio,los mundos de sus sueos eran tan distintos como el cielo y la tierra, perola poca en la cual sus almas se sentan como en su patria era la misma: laEdad Media. Absorto en el Flos Sanctorum, el piadoso don Alonsoaspiraba al cielo de la santidad medieval. El mundo a travs del cual

    viajaba Beatriz en seguimiento de las aventuras de Amads no era deningn modo el del siglo que apuntaba, que la voluntad de conquista y lased de saber empezaban a explorar, sino un mundo lleno de espantables y ala vez atractivas aventuras, de peligros de viaje, de monstruos del mar, deconflictos de amor, exactamente como fueran urdidos en la imaginacin delos espritus medievales.

    Don Alonso observaba la costumbre de sus padres, cuando lea sushistorias de santos, cada noche, para edificacin de su familia. Doa

    Beatriz satisfaca simplemente su inclinacin, cuando refera a sus hijos,en ausencia del padre, las hazaas ms recientes de su admirado hroe. Las

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    historias ejemplares del padre y las entretenidas de la madre formaron ladespierta imaginacin de Teresa en el mismo grado y marcaron su carctercon cierta dualidad, en la cual las aspiraciones celestiales estabancombinadas con los intereses del mundo.

    Teresa era una nia de imaginacin viva e inusitada. Podatransformar su ambiente de acuerdo con su propio mundo ideal. El patio decolumnatas, que era, por tradicin, el centro de todas las actividades deuna casa espaola, tena que satisfacer los caprichos prontamente mu-dables de la nia de siete aos y convertirse, en constante cambio deescenario, ya en el mar que se embraveca o en la tierra lejana de lafantasa con Amads de Gaula, ya en el campo de batalla, en dondepiadosos caballeros luchaban valientemente contra los infieles, o en la

    ermita y los lugares de sacrificio de los santos mrtires. Y sus compaerosde juego eran cuadrilleros, o gobernantes o combatientes de la fe,monstruos marinos, brbaros idlatras o genios benignos.

    La gran habilidad de Teresa para imaginar nuevos juegos, suvivacidad y sus ocurrencias pueriles, la hacan el gua natural de susnumerosos hermanos y primos. Ella era siempre el hermoso ymelanclico caballero, el hroe victorioso de la fe, el duende salvador o elsanto que padeca una muerte de mrtir, atado a una columna del patio.

    Pero un da la fantasa pueril de Teresa apart el ltimo obstculoque restaba entre la realidad y el juego. Decidi entonces abandonarsecretamente el hogar, juntamente con su hermano preferido, Rodrigo, quela aventajaba en pocos aos, e irse al pas de los moros, que de elloestaba segura se encontraba en alguna parte fuera de las puertas de laciudad de vila, para sufrir, en manos del gobernante de los infieles, lamuerte de mrtir.

    Los dos fugitivos lograron abandonar la casa sin ser notados.

    Salieron fuera de las murallas de la ciudad y tornaron el camino deSalamanca. Caa ya la tarde y los piececitos se arrastraban penosamenteadelante. Teresa no habra de desanimarse. En su imaginacin no habaninguna distancia que no pudiera ser cubierta. Justamente detrs delprximo matorral, el blanco castillo del prncipe de los moros surgira a lavista. Pero en lugar del castillo de su imaginacin, el cercano matorralpuso de improviso a los nios cara a cara con la realidad, que se acercabacabalgando, bajo la apariencia de un primo de su padre. ste regresaba al

    hogar desde sus campos, que se extendan fuera de los lmites de la ciudady, cuando se enter del aventurado plan de los nios, los reprendi

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    severamente y los llev de retorno a casa de sus padres inquietos.

    Despus de esta desafortunada aventura, Teresa imagin un juegonuevo de monjas y monjes, como un sustituto del de Espaoles y moros,que haba sido hasta ah su pasatiempo favorito. La columnata del patio

    hizo las veces de claustro; la capilla fue dispuesta en el centro del patio; ya ambos lados de ste se hallaban las celdas, en las cuales los compaerosde juego se colocaban, las monjas a la derecha y los monjes a la izquierda;all desechaban todo alimento, rezaban y permanecan silenciosos.

    A los diez aos, Teresa era una muchacha delgada, de aire algntanto indmito, con profundos ojos oscuros y una expresin seria, quesuavizaba la sonrisa amistosa de sus hoyuelos en las mejillas y la barbilla.Haba hecho voto de que llegara a ser realmente la monja que ahora

    pretenda ser en sus juegos y de que inducira a sus hermanos y primos,con su ejemplo, a abrazar tambin una vida espiritual de renuncia almundo.

    A la edad de catorce aos era ya una precoz seorita, y se sonreacondescendientemente de la devota pequea cosa que haba sido. Sucuerpo delgado de antes haba perdido su angulosa tosquedad ydesarrollado la blanda redondez de las formas femeninas. Su ensortijadocabello oscuro, sus rectas y casi rojizas cejas y sus grandes ojos tirando a

    negros, cuya seriedad pareca ahora que podra resistir apenas la pcaraburla de sus hoyuelos, conferan a su rostro juvenil un encanto peculiardifcil de resistir. Su innata intrepidez haba perdido su puerilidad y sehaba desarrollado en la ardiente y pronta vivacidad de una doncella, cuyabelleza cautivaba a cuantos encontraba. Cuando rea y gustaba dehacerlo muy a menudo, su jovialidad era de tal pureza primaveral, queaun los ms taciturnos no podan dejar de compartirla.

    A los siete aos Teresa haba suspirado por la muerte del mrtir, pero

    a los catorce no poda pedir nada mejor a la vida que el ser cortejada yadmirada. A los diez aos haba escogido la vestidura de monja como unatavo para el resto de su vida, pues deseaba agradar a Dios. Ahora notena otro pensamiento que el de acrecentar su belleza por medio de laelegancia y de los ademanes afectados, pues quera agradar al mundo.Senta inclinacin por el color anaranjado y lo llevaba siempre que poda,pues el naranjo haba sido recientemente introducido en Europa y eraconsiderado todava como un lujo reservado para el gusto melindroso de

    una minora.Su despierta imaginacin se complaca ahora en la invencin de

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    nuevas extravagancias y distracciones. El patio no era ya un campo debatalla para los combatientes de la fe; se haba convertido en el patio derecreo para gentiles caballeros, genuinos y verdaderos, y no el fruto de laansiosa fantasa de Teresa. En ella se haba despertado la mujer y por

    algn tiempo su vida sigui un curso normal.La severa etiqueta espaola, que no toleraba ningn contacto entrelos jvenes de distinto sexo, a menos que fuesen parientes, se hallaba anen vigor en su poca. Pero haba de estar reducida a desempear cada vezms el papel de una alegre comadre, o mediadora, a quien la joven a sucuidado lograba engaar a cada momento. Todos los gentiles caballerossolteros de vila descubrieron de pronto que se hallaban de algn modoemparentados con Teresa y rivalizaban entre ellos por bailar la primera

    danza con su hermosa prima, o por una sonrisa de la doncella o por unamirada alentadora.

    La devota jovencita haba logrado una perfecta maestra en el arte deanimar con miradas prometedoras a todos y a cada uno de loscompetidores, hasta que un da encontr al primo que iba en adelante atener un derecho exclusivo a todas sus miradas y sonrisas. Este fue elcomienzo del primer amor de la muy cortejada beldad y estaba muyconforme con el patrn de la poca.

    En el siglo XVI el amor haba dejado de ser simplemente un sueoromntico de bienaventuranza y se haba convertido en un asuntosumamente real. El ngel tutelar del primer amor de Teresa no fue unahada benvola, sino una prima de ms edad, de una rama de la familiaCepeda venida a menos. Esta prima saba ms de la vida que Teresa y eramuy versada en los asuntos del amor. Ahora bien, fue ella quien tom a sucargo el pasar a hurtadillas los primeros billetes amorosos del admiradorde Teresa, burlando la vigilancia de don Alonso en su hogar fortificado. La

    prima entregaba las respuestas de Teresa y adopt las necesariasdisposiciones para una cita secreta.

    Las gruesas paredes que ahogaban todo ruido exterior y la austeridadantigua defendan el hogar de Cepeda contra las aberraciones de la nuevapoca que despuntaba. Y ahora la fuerza extraa de los tiempos modernosiba a sembrar su semilla justamente en el suelo de la casa de los Cepeda.La hija de don Alonso no permaneci insensible al nuevo espritu y condespreocupada exuberancia y alegra de vivir se rodeaba de un grupo de

    jvenes, a quienes los esplendores de la mundanidad tenan bajo suhechizo.

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    En el patio de los Cepeda el nuevo siglo bailaba la vuelta, esamisma danza que la juventud de Sevilla, embriagada de vida, bailaba en laPuerta de Oro. En el hogar de don Alonso la nueva era retozaba yjugueteaba, pues se hallaba cansada de la solemnidad del pasado. Una

    nueva generacin coqueteaba y se burlaba sin inquietarse por las amenazasde los tormentos del infierno y de la retribucin. Los rostros de todas estasjvenes bellezas de vila resplandecan con el mismo carmes artificialque las mujeres de Sevilla aplicaban a sus mejillas cuando iban a la Puertade Oro a dar la bienvenida a los navos que volvan con los hombres y eloro.

    Teresa de Cepeda, la hija de don Alonso, estuvo a punto de sacrificarsu virtud a la licenciosa edad nueva, que se haba introducido en el patio

    interior de la plaza fuerte de los Cepeda con la mscara de una parienta yhuspeda. Pero antes de que llegara el tiempo que la prima haba fijadopara el primer encuentro clandestino, prevaleci la rgida disciplina deTeresa, quien, asustada de su propio descuido, confes todo a su padre.

    En esta poca, la valetudinaria madre de Teresa no estaba ya entre losvivos. Mara, la hija mayor de don Alonso, que poda haber guiado conmaternal advertencia a su joven hermana, estaba prxima a casarse y tenasus propios problemas. No haba ninguna mujer madura en la casa

    fortaleza de los Cepedas que pudiera haber ayudado a una doncellajoven e inexperta a evitar todos los peligros y aagazas de los difcilesaos de la adolescencia. Don Alonso decidi, en vista de ello, confiar elcuidado de su hija a las monjas agustinas de vila. Su convento-escuelaera una de las pocas instituciones que restaban donde segua prevaleciendola disciplina y la severidad medievales. Cuarenta monjas protegan con vi-gilancia y cuidado el bienestar y la virtud de las pupilas que acudan a suescuela.

    El rojo carmes artificial fue quitado de la cara de Teresa. Susvestidos de color anaranjado, reemplazados por el traje ms modesto delconvento. El garbo de su porte disciplinado por la danza tuvo queadaptarse a la cadencia solemne de las procesiones en derredor delclaustro. En vez de las traviesas coqueteras y melindres, deba haber rezoy devocin, y los relatos edificantes de la superiora eran el nicosucedneo de las agradables esquelas del primo y los chismes de susamigos. Teresa sintiese, al principio, profundamente desgraciada en su pia-

    dosa prisin.Sin embargo, su naturaleza enrgica e impetuosa no poda continuar

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    siempre en su estado de desmayada tristeza; antes de que transcurrieramucho tiempo supo acomodarse lo mejor posible a lo que no poda seralterado. Aprendi a llevar con garbo su sencillo hbito monjil; no seresinti ya por las solemnes procesiones; rezaba como le ensearon que lo

    hiciera, y escuchaba pacientemente las historias ejemplares de la superiora.Conservaba an su jovialidad llena de atractivo. Desarmaba a cuantos larodeaban, y de los rostros ms austeros, de los labios ms firmementeapretados arrancaba una palabra amistosa o una sonrisa alentadora.

    Al cabo de pocas semanas Teresa era la favorita de las monjasagustinas, un rayo de luz en los sombros comedores del convento. Yacabado el primer ao de enclaustramiento, como los das del segundo sedeslizaran rpidamente y se aproximaba el fin de su estancia en el

    convento, lo que significaba que iba pronto a retomar al mundo, las buenasmonjas se valieron de toda suerte de piadosas estratagemas para inducir aTeresa a que tomara el velo y se quedara con ellas.

    Pero Teresa no senta deseos de proceder de tal modo. A pesar de sudocilidad, slo aguardaba el momento de poder dejar el opresivo hbitomonstico, vestir el traje de antao y reanudar la vida mundana: oraba porque llegase el da en que se acabaran las invariables oraciones y pudierareanudar su vida interrumpida de admirada beldad en el baile y de artista

    de la coquetera.Era muy contraria a hacerme monja, confes en poca posterior, y

    aada que el mero pensamiento de ello la infunda aversin. Verdad esque se haba apasionado por el convento, pero nicamente como alguienpuede aficionarse por una posada a lo largo del camino. Su hogar estabafuera, en el mundo, y todo lo que se propona hacer ahora era ser pacientey esperar hasta que su aprendizaje terminara y pudiera volver a su vida enmedio de las gentes.

    Entonces el curso de esta vida, que estaba a punto de llegar a ser lade una tpica dama espaola, qued repentinamente interrumpido y en sulugar se inici la de una santa. Su comienzo no fue sealado por unairradiacin de luz sobrenatural, ni por una efusin de jbilo celestial ogozosa exuberancia; se caracteriz por un tremendum, con algo detemor, en la oscuridad de la noche, con debilidad mortal, irremediablelamentacin e insufrible dolor.

    Teresa acababa de cumplir diecisis aos. Hasta entonces haba sidouna muchacha sana, nada voltaria o tornadiza. Estaba llena de proyectospara un futuro feliz y, puesto que sus das en la escuela conventual tocaban

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    a su trmino, atenda a sus deberes con redoblado celo. Un da, en mediode su rutina habitual, fue sbitamente vencida por la enfermedad.Comenz sta con un acceso de extrema debilidad, que apenas le permitamantenerse en pie. Luego, un punzante dolor hiri de parte a parte su

    pecho, se extendi prontamente hasta la boca del estmago, el cuello y losmiembros y, por ltimo, por todo el cuerpo. Pens que iba a morir en aquelmomento y lugar.

    As estuvo, desventurada criatura, estremecindose de dolor yprocurando intilmente huir de las crueles garras que la atenazaban. Surostro se inflamaba; su respiracin se hizo fatigosa y anhelante. La vida, ensu cuerpo, pareca estar pronta para arrojar todo en una desesperadaresistencia final. Palabras barbotadas, no articuladas conscientemente,

    salan de su boca; despus slo emiti dolorosos gemidos. Las monjas sehallaban persuadidas de que su muerte era inevitable.

    Pero fue solamente un primer ataque. Pocos minutos despus, losdolores se apaciguaron tan repentina e inesperadamente como habanvenido. Su rostro se relaj; los ojos brillaron esplndidamente; surespiracin se hizo enteramente normal; sus mejillas tuvieron otra vez sanocolor. Teresa se levant y habl como de costumbre, pudiendo empezarnuevamente su tarea diaria, que el repentino asimiento haba interrumpido.

    Exteriormente todo sigui de nuevo su curso normal, pero en sucorazn Teresa no pudo hallar reposo: el recuerdo de la espantosaexperiencia la persegua. Se hallaba espantada por el mero pensamiento deque en cualquier ocasin y en todas partes podran sus fuerzas abandonarlaotra vez; que su cuerpo pudiera ser transformado nuevamente en unmanojo de nervios crispados por el dolor y el mundo circundante serseparado de sus sentidos. La luz del da no era ya lo que haba sido:llevaba una envoltura de tinieblas. Y sobre todos sus planes en cuanto a

    futura felicidad y alegra se cerna all el constante peligro de un renovadoataque.

    Sus temores se justificaban. Poco despus sobrevino otra vez elataque. Y se repiti muchas veces en lo sucesivo. Y cada vez la sorprendadel mismo modo subitneo. Teresa conoci entonces que haba cadovctima de una maligna enfermedad.

    Mas precisamente este mal espantoso iba a constituir la primera fasede su santidad. Su tormento era el heraldo de una inopinadabienaventuranza. Teresa tena que soportarlo como enfermedad dolorosaantes de que pudiera ser una predestinada de Dios.

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    Lo mismo que en los procesos primarios de la naturaleza, losterremotos anuncian el estremecimiento de la corteza terrestre por la fuerza

    volcnica que forma una nueva estructura, la marea es anticipada porgrandes movimientos de las aguas; los dolores del parto preceden a losnacimientos; del mismo modo, de conformidad con idntica ley misteriosa,los espasmos fsicos sealan frecuentemente el comienzo de una nuevaformacin espiritual en una forma ms elevada de existencia. As la fla-queza es la marea que retrocede en las vidas de los hombres y anuncia lavenida de la pleamar de Dios; y por anlogo modo en las vidas piadosas yseglares la santidad y la grandeza nacen a menudo a travs de las fatigasdel dolor y de la enfermedad.

    El gran poeta Novalis se pregunt: No es la enfermedad, confrecuencia, el principio de lo mejor en los hombres?

    Lo mismo que Teresa, el despreocupado y alegre hijo del mercaderJuan Bernardone fue separado por la enfermedad de sus enredos mundanosy guiado en su camino para llegar a ser san Francisco de Asia, il Poverello.El caballero Iigo Lpez de Recalde, cuya vida haba sido consagrada a lasvanidades del mundo, comprob, en el curso de su penosa segunda

    convalecencia, que las ambiciones mundanas son de ningn valor y trocsus designios terrenos por las miras celestiales de su nueva vida, por mediode la cual se convirti en san Ignacio de Loyola. Del mismo modo queTeresa, muchos santos se prepararon en la total oscuridad de una noche deenfermedad y de dolor para su viaje a lo largo del resplandeciente caminohacia las glorias celestiales. El apstol Pablo, que contempl al Seor enuna visin, soportaba sus debilidades como una espina en la carne. Unrepentino ataque de una enfermedad no bien determinada haba derribado a

    Sel, el perseguidor de los cristianos, en su camino de Damasco. Luego elSeor se le habla aparecido. Herido de ceguera, se hallaba tendido en sucuarto en una posada al borde de un camino. Entonces, repentinamente laluz surgi de dentro de l y el ciego Sal se convirti en el vidente Pablo.

    Santa Hildegarda de Bingen, gran antecesora espiritual de Teresa enel siglo XII escribi una vez: Por espacio de casi una vida luch contra lasvisiones que el Seor me enviaba, hasta que el divino azote me arroj porltimo en mi lecho de enferma. Entonces, incitada por el mucho

    sufrimiento, comenc a escribir, y mientras proclamaba mi visin,recuper mi fuerza y me levant de mi lecho.

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    Para muchos grandes profetas, reformadores y fundadores de unanueva fe, el dolor y el sufrimiento fueron un gran don de la gracia divina.Pero lo que haba comenzado como insoportable tortura, se convirti alcabo en bendicin, y, de aqu en adelante, cada ataque fue portador para l

    de nuevas revelaciones y de una gracia nueva. En pocas en que seconceba la grandeza como grandeza en la fe, la enfermedad engendrsantos, profetas y fundadores de nuevas creencias; en pocas en que lagrandeza se manifest en realizaciones artsticas y cientficas, el productode la enfermedad fue igualmente, mudas veces, un hombre de genio en elarte o en la ciencia. El dolor lleg a ser una tensin angustiosa que podaser libertada en la obra creadora y la materia extraa de la enfermedadobraba como un doloroso estimulante, semejante al grano de arena que seintroduce en la ostra y convierte en el principio y ncleo de una perla.

    Para el poeta Alfredo de Musset la enfermedad signific lainspiracin. Heine, que pas muchos aos de su perodo creador como uncadver viviente en su colchn-sepulcro, la ensalz como el primermvil de toda creacin. El poder fecundo del dolor se manifiesta en lasvidas de un gran nmero de hombres creadores, y la biografa de casi todoslos genios es un tratado sobre la ligazn entre el sufrimiento y la creacin.

    Los inmortalesPenses de Pascal se destacan sobre un oscuro fondo

    de interminables enfermedades. Detrs de los barrotes de su celda, enmedio de espantosos ataques y prolongados perodos del ms profundoletargo, Augusto Comte construy la maravillosa estructura depensamiento de suFilosofa positiva.

    Vicente van Gogh escribi en una carta a su hermano: Cuanto msme siento lacerado, dbil y enfermo, tanto ms llego a ser un artista, puespor efecto de la enfermedad consigo pensamientos en abundancia para miobra. Y, ciertamente, en el caso de van Gogh, la enfermedad fue el

    estimulante que hizo posible, del realmente dotado copista de Millet, elgenio ms grande de la pintura moderna.

    Una enfermedad, muy semejante a la que arraig la santidad deTeresa, dio a Dostoievski el bendito poder para producir sus ms grandesobras. Quien examinase la historia de la enfermedad y de la produccin deDostoievski bien podra tomarla por una historia del sufrimiento y santidadde Teresa. Una enfermedad extraa e intolerable me ha torturadosiempre, escribe Dostoievski. Muchas veces senta que deba en un

    momento morir, y despus me sobrevena algo semejante a la muerteverdadera: un ataque que comnmente terminaba en un estado de letargo.

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    Aunque Dostoievski sufri grandemente con estos ataques durante toda suvida, tuvo conciencia de la fuerza creadora implcita en ellos y aludi a losmismos como su enfermedad sagrada. En tales momentos anot,siento como si el cielo hubiese descendido a la tierra para devorarme.

    Vosotros, hombres de buena salud, no podis juzgar qu sentimientos debendicin puede comunicar semejante enfermedad. No dara la bendicinde un segundo tal por todos los goces de la vida.

    *

    Cuando la salud de Teresa decay en la escuela, don Alonso la lleva su hogar, pues esperaba que, fuera de la disciplina del convento, la jovense restablecera ms rpidamente; pero el resultado apetecido no aconteci.

    La casa-fortaleza, a la cual volva la paciente, no era ya la misma.Una sombra quietud pesaba tristemente sobre ella. El crculo vivaz que lahaba rodeado en aos anteriores ya no exista. La mayor parte de susprimas haban dejado Avila. Trabajaban para casas comerciales de Sevillao siguieron a los conquistadores hacia pases lejanos. De sus hermanos,slo los dos ms jvenes, Lorenzo y Antonio, haban permanecido en elhogar. La mayor parte de sus amigas estaban casadas y se haban mar-chado con sus esposos a las grandes ciudades. Juana, su favorita, se habaquedado en Avila, pero defraudada por la vida, haba tomado el velo.

    En esta poca Teresa frisaba en los diecisis aos. El espejo lemostraba el mismo rostro fascinador de otro tiempo. Con algunos polvos ycoloretes y una sonrisa podra haber llenado el patio en un momento conuna nueva serie de corteses caballeros y de amigos que la admiraran. Lasinterrumpidas diversiones de su doncellez podran haber continuado, perosu apariencia dichosa, su despreocupada sonrisa, haban sido alejadas por

    su enfermedad. Permaneca doliente y desalentada, contemplandodistradamente el patio, que se le apareca como el oscuro y estrecho deuna prisin, pues el patio continuaba siendo lo que la imaginacin deTeresa pona en l. Recordaba las conversaciones frvolas y exentas de cui-dados de los aos transcurridos y se vea de nuevo como una beldad muycortejada y pletrica de vida. Pero un instante despus, su espritu sedetena en su presente situacin y una desdichada joven, vencida por laenfermedad, meda a grandes pasos, desesperadamente, de un mundo a

    otro, el patio de la prisin.El agudo contraste entre el pasado y el presente le daba unconocimiento ms doloroso de su lastimoso estado. El silencio mortal de la

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    casa-fortaleza segua recordndole cun cruelmente la haba defraudado laenfermedad en todos sus sueos y esperanzas juveniles. Con su deprimidadisposicin de nimo, la muchacha enferma caa ms prontamente vctimade los ataques, que volvan ahora con frecuencia siempre en aumento.

    Don Alonso era la nica persona con la que Teresa tena contacto y,no cabalmente, el ms apropiado: La vida apartada que llevaba en sutranquila y solitaria casa haba acentuado sus propensiones introspectivas.Pasaba los das casi completamente en su biblioteca y se consagrabaexclusivamente a sus libros de devocin. Aunque idolatraba a su hija, nosaba absorto en las historias de hroes y santos hallar el camino haciael corazn de una joven, cuyo problema era simplemente que su vida sehaba roto. La ilustracin que obtena de sus autores piadosos no podra

    haber sido de ayuda para su melanclica hija. Y cuando los ataquesvinieron, los afront con impotencia y turbacin.

    Decidi confiar la muchacha al cuidado de su hija mayor, Mara,quien viva en una pequea propiedad en Castellanos. Esperaba que elambiente rural, juntamente con los cuidados amorosos de Mara, podranmejorar el estado de salud de Teresa.

    Tan pronto como lo permiti la condicin de. Teresa, don Alonso lapuso sobre una mula y emprendi la excursin, que requera dos das. En

    el camino se detuvieron en Hortigosa, donde viva Pedro de Cepeda, elhermano mayor de don Alonso.

    All, en una de las habitaciones ms pequeas de su esplndidamansin, el to de Teresa haba llevado durante aos la vida severamenteasctica de un hombre entregado a Dios. Don Pedro slo se interesaba porla vida de ultratumba, mientras que su inters por la vida de aqu abajo sehaba desvanecido completamente; cuando hablaba de las cosas de estemundo, lo haca slo en cuanto pudieran servirle en su preparacin para el

    gran viaje hasta. Dios. Su conversacin con los inesperados huspedesvers nicamente sobre las cosas sagradas.

    San Jernimo, el sabio ermitao del siglo IV, era el modelo elegidopor don Pedro. De los escritos admonitorios de san Jernimo tomaba lanorma para todos sus actos. Alarg a su sobrina uno de aquellos pesadosvolmenes y le pidi que leyera unos cuantos pasajes que habasealado para edificacin de todos ellos.

    Teresa senta cierto resentimiento contra tales textos, que lerecordaban su infancia, y slo por pura cortesa al principio satisfizo lapeticin de su to. Pero mientras lea su inters se despert y, poco

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    despus, escuchaba a su propia voz con la misma devota atencin que suauditorio. La voz que ahora lea las palabras de san Jernimo no era ya lapesadamente montona de antes, sino una voz de piadosa concentracin.Una joven espantada y sufriente lea el mensaje del reino de los cielos

    como un consuelo para el enfermo y doliente. Y cuando al otro da sesepararon, Teresa suplic a su to le prestara un volumen de los escritos deJernimo, que deseaba llevar consigo en su excursin campestre.

    Al principio, el ambiente rural no pareci obrar el esperadorestablecimiento. Ni los tiernos cuidados de su hermanastra, ni lasdistracciones de la vida campesina pudieron restituir su jovial disposicin.Las palabras consoladoras de sus parientes la atormentaban; slo era felizcuando la dejaban a solas en su cuarto, absorta en su libro de san Jernimo.

    Sus palabras de promesa acerca del reino de los cielos, dirigidas a quienesse esforzaran aqu abajo en llevar una vida que agradara a Dios,resucitaron en ella el viejo sueo de vestir el hbito de monja. Sinembargo, su pasado amor por la vida y la mundanidad no se hallaba deltodo extinguido; estaba solamente enferma, aunque no de gravedad, y, tanpronto como tuvo la ms leve esperanza de mejora, se rebel contra laintimidada paciente, dispuesta a buscar asilo en un convento.

    Luego, un da, Teresa en sus lecturas lleg hasta las amenazas de san

    Jernimo sobre los tormentos y el castigo del infierno. Todas las cosas queun frustrado cazador de la vida haba estado implorando el deseo de seradmirada, la coquetera, las inquietudes del amor callado, aun los msinocentes excesos en el vestido y el gesto, todo era enumerado all ycondenado como pecados sin remisin que conducen al infierno. Y si laretrica de san Jernimo haba sido impresionante cuando describa, conmelosa ternura, qu goces pueden prometer los cielos a quienes dan laespalda al mundo, lo era an ms cuando describa con regaadora furia

    los tormentos infernales que aguardaban a los que haban consagrado susvidas a los intereses del mundo. Teresa se sinti espantada en lo vivo.

    Poco tiempo despus sufri otro grave ataque. Mara pas la nocheentera junto a su lecho de enferma. Pareca hallarse en estado agnico y suhermana se sinti presa de gran desesperacin. A la maana siguienteabandon Teresa su cuarto y, para sorpresa de todos, pareca otra persona.Como si su enfermedad se hubiese desvanecido sin dejar rastro, produjo denuevo la impresin de una joven despreocupada. Nadie comprendi la

    razn de esta repentina transformacin. La misma Teresa explic, en pocamuy posterior, que las amenazas de san Jernimo de castigo en el infierno

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    haban hecho por ella lo que sus promesas de gozo celestial no habanpodido. El temor del infierno indujo a la irresoluta joven a elegir entre losgoces celestiales y los mundanos. Decidi volver la espalda al mundo ypartir en su camino hacia el cielo. Una vez que hubo resuelto hacerse

    monja, la dejaron dolores y sufrimientos. Fue como si las pequeasmuertes de su enfermedad hubiesen servido nicamente de punzanteadvertencia sobre lo inminente de los peligros del infierno. Su melancola,que arroja una sombra sobre su alma, haba desaparecido tambin. La luzcelestial, hacia la cual pugnaba todo su ser, no saba de sombras. Y eldolor y la enfermedad, la vida y la muerte, todo se transfiguraba en suresplandor.

    Antes, en otro tiempo, Teresa haba pensado en llegar a ser monja;

    pero despus, en el perodo de adultez, consciente de su belleza y encanto,haba desechado la idea como infantil y ridcula. Sin embargo, ahora que laenfermedad le haba enseado acerca de lo transitorio de las glorias delmundo, cuando las amenazas del infierno haban infundido en su almainexplicable terror, nada podra hacerla desistir de su voto.

    Por temor de que su plan pudiera ser otra vez desbaratado, lomantuvo en el ms riguroso secreto. Despus de su vuelta a Avila, admitinicamente en sus confidencias a su amiga ntima, Juana, pues sta era, a

    su vez, monja, y podra ayudarla a realizar su determinacin.Para no atraer la atencin del diablo, que se halla acechando por

    todas partes en el mundo, escondido en el consejo de los amigos lo mismoque en los dudosos espritus de los bienintencionados parientes, Teresa sevali de una piadosa estratagema. Para que nadie pudiera sospechar de susintenciones, participaba en las actividades sociales, hablaba, sonrea ycoqueteaba como en otros tiempos. Pero estaba firmemente resuelta a deciradis al mundo. Una vez un caballero manifest en trminos

    inequvocos su admiracin por sus bien proporcionadas piernas y ella leredarguy con una pronta salida: Mirad bien, que puede ser vuestraltima oportunidad! Todos los presentes se echaron a rer y presumieronque pensaba en el matrimonio, y que su advertencia era una alusin a supronta unin con otro pretendiente. En esa poca, sin embargo, la doncellade Avila haba completado ya sus preparativos para vestir el modestohbito de las novias de Cristo.

    Tan pronto como Juana hubo puesto fin a los arreglos necesarios, de

    modo que Teresa tuviese simplemente que presentarse en el conventocarmelita de la Encarnacin para ser recibida como novicia, decidi

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    informar a su padre del paso que se propona dar.

    Don Alonso qued anonadado. Era, sin duda, un buen cristiano;admiraba grandemente a los santos y a los mrtires, y sus vidas desacrificio le inspiraban y edificaban. Mas, por otra parte, era tambin un

    buen padre, ligado a su hija con amor temporal. El cristiano y el padre quehaba en l entraron en conflicto, y el ltimo prevaleci y protestvehementemente contra la decisin de Teresa. Don Alonso estaba enbuenos trminos con Dios. Le daba a l todo lo que le deba y an ms,pero no era posible que el Seor le exigiera el sacrificio de su hija.

    Teresa haba sido siempre una hija obediente, mas el infierno erapara ella un asunto muy serio y las rdenes ms estrictas de don Alonso nopodran inducirla a desistir de su proyecto. Para eludir la vigilancia de su

    padre hizo ahora, a la edad de diecisiete aos, lo que haba hecho ya antescuando tena siete: huy del hogar paterno. Entonces haba persuadido a suhermano Rodrigo a escapar con ella a tierra de moros; ahora llevabaconsigo a su hermano ms joven, Antonio, en su fuga del mundo.

    Una maana temprano, Antonio y Teresa dejaron sigilosamente lacasa fortificada. Se separaron a la puerta del monasterio de Santo Toms,donde yaca enterrado el gran inquisidor Torquemada. Antonio entr ysolicit de los hermanos dominicos que le admitieran como novicio. Te-

    resa continu hasta el convento carmelita de la Encarnacin, unos pocoskilmetros fuera de la ciudad, donde su amiga Juana estaba aguardndola.

    Antonio fracas tan pronto como hubo cruzado el umbral delmonasterio. Era en Santo Toms donde don Alonso iba a confesarse, y losdominicos fueron lo bastante cautos para avisarle, a fin de averiguar si ladecisin de Antonio reciba su aprobacin. Un rato despus don Alonsoapareca en el monasterio y restitua a su hogar al desertor.

    Gracias a la previsin y habilidad de Juana, el plan de Teresa fuemucho mejor preparado. Don Alonso fue avisado tambin del paso dadopor su hija, pero lleg al convento slo a tiempo para ver cmo loshermosos rizos de Teresa eran cortados y cmo trocaba su vestidomundano de color anaranjado por el blanco velo de la monja carmelita. Sehall ante un hecho consumado y cuanto pudo hacer fue otorgar su tardabendicin.

    *En el convento carmelita de la Encarnacin, aislado del mundo por22

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    gruesas paredes, Teresa se crey a cubierto de todas las tentaciones.Estaba llena de la ms grande de las alegras escribi en pocaposterior acerca de su entrada en el convento y Dios convirti la acedade mi alma amargada en la mayor ternura. Era celosa y jovial en el

    cumplimiento de sus deberes como novicia: sumisin a su intentadaliberacin; su celda era un verdadero hogar, y el renunciamiento la llenabade acabada alegra.

    Con todo eso, muy poco dur la felicidad inicial de su noviciado. Eltemor del infierno, que la haba impulsado a tomar el velo, y el fervor conque prosegua su camino hacia el cielo, avivaron sus ojos por lo que estabaaconteciendo en su derredor. Para gran consternacin suya comprob queel lugar adonde haba huido an estaba situado en el mundo del que se

    propona escapar.El principal enemigo era el nuevo espritu de los tiempos. Sin dudalas paredes de la Encarnacin eran gruesas y elevadas, pero separaban alconvento del mundo exterior en el espacio nicamente, no en el tiempo. Yentonces, como ahora, el tiempo significaba cambio, cambio en las cosas yen los pensamientos; era un poder que lo penetraba todo, que todo loabrazaba. Dentro y fuera de la Encarnacin la poca haba cambiado desdela Edad Media hasta los tiempos modernos. Ninguna pared ni muralla

    podan interceptar al tiempo. No quedaba lugar fuera de su alcance y nadiepoda huirle. La vida bulliciosa del mundo y la contemplativa en elconvento, la distraccin y el renunciamiento se encontraban aqu y all enel mismo siglo; haban sido afinadas al mismo diapasn de vida.

    Las paredes de la Encarnacin eran medievales, mas las reclusas quevivan detrs de ellas eran hijas de los tiempos modernos. El veloperteneca a la Edad Media, pero las mujeres que lo llevaban eran del sigloXVI. Las oraciones, misas, devociones, observancias, todos los elementos

    de la rutina que regulaba la vida diaria de las carmelitas, procedan de lostiempos medievales, pero la vida de este modo ordenada era la de lasmonjas en el ao de 1536. El espritu de la Edad Media haba dictado lasformas de la oracin; la msica medieval, compuesto los himnos del coro.Sin embargo, las que rezaban las oraciones y entonaban los cnticos eranmonjas de la Edad Moderna.

    La pequea capilla, con su techo agrietado, a travs del cual la lluviasola gotear sobre las cabezas y los hombros de las monjas que oraban,

    guardaba fidelidad al viejo voto de pobreza y abnegacin; pero en lasceldas de la Encarnacin, verdaderamente pequeas viviendas de dos

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    habitaciones, las hermanas saban cmo vivir una vida de renunciamientocon tranquilidad y sin echar de menos ciertas comodidades: no poseannada, mas aceptaban pequeos beneficios. Sus tnicas eran remendadas,pero llevaban collares, brazaletes y anillos. Como novias de Cristo, todas

    eran iguales ante Dios, pero las de noble nacimiento conservaban el ttulode doa. Las comidas eran preparadas para observar todos los ayunosprescritos, pero eran tentadoras y copiosas y, entre plato y plato, se servanlas monjas toda suerte de bocados escogidos y de golosinas.

    Las piadosas hermanas se haban consagrado al Seor con castidad ysumisin, pero de cuando en cuando tenan su da libre y aun unasprolongadas vacaciones, que podan pasar como quisieran con parientes oamigos, afuera, en el mundo.

    Y as como las pupilas del convento podan ir a ver el mundo, delmismo modo ste poda visitar el convento. La separacin del ambienteexterior no consista ya en retirarse ingenuamente de ste, sino ms bien enun juego del escondite. El hogar de las silenciosas carmelitas haba abiertosus puertas al culto moderno de la charla y de la familiaridad. Uno de losaposentos de la Encarnacin haba sido subarrendado al mundo. En lo altode la escalera se encontraban las celdas y algunos escalones llevaban a lasala de visitas abajo, donde las monjas podan recibir a visitas de ambos

    sexos. Haba en el locutorio, por supuesto, un enrejado de metal, queseparaba a las monjas de sus visitantes profanos, pero era una divisin queseparaba nicamente a los cuerpos en el espacio y que poda ser atravesadapor la vista y el odo. A travs de l podan entablar amistosa conversacinel silencio del convento y el bullicio mundanal, el renunciamiento y lacodicia. Y en el mudable espejo de las conversaciones era reflejado elmundo con todas sus vanidades y tentaciones,

    En la quietud de su celda Teresa conversaba con Dios y se senta

    segura; pero todas las veces que tena que aparecer en el locutorio sehallaba enfrentada con el mundo, que se haba propuesto esquivar. Y notard en comprobar que tambin su corazn era semejante a un convento,con las celdas y la devocin arriba y un locutorio escaleras abajo. Sutranquilidad de espritu desapareci entonces, y vio que se hallaba todavaal alcance de las garras del infierno.

    En tales instantes comenz a dudar del acierto en su eleccin delconvento carmelita de la Encarnacin como cuartel general de su vida

    religiosa. Y estas dudas en su espritu fueron el primer indicio de que sehallaba en ella latente la gran reformadora de la orden del Carmen que

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    Teresa estaba predestinada a ser en poca posterior. Por de pronto, sinembargo, no era ms que una pequea novicia, cuyo deber se reduca a serhumilde y obediente. Las concesiones que la Orden Carmelita haca a loshbitos del mundo haban sido otorgadas par el Sumo Pontfice en la

    llamada Regla Mitigada, y una pequea novicia no poda ser ms papistaque el Papa. Lo que suceda en la Encarnacin era la costumbreconsagrada por los tiempos, y todas las hermanas, desde la priora abajo, lerendan homenaje. La fuerza de la concesin ahogaba las dudas de Teresay es probable que se hubiese sometido a la rutina establecida, esto es, quesu vida se hubiese convertido en la de la tpica monja espaola de supoca, si la enfermedad no hubiera intervenido por segunda vez, sacndolade la senda trillada del sistema acatado.

    Despus de profesar sus votos como monja, sus ataques anterioresvolvieron con acrecentada violencia y la abrumaron con la furiaimplacable de los elementos de la naturaleza. Ninguna parte de su cuerpopermaneci insensible; ninguna funcin qued inmune; ningn miembro,ni msculo, ni nervio estuvo a salvo del ardiente dolor. Y la agona de suspequeas muertes se asemejaba an ms a la agona verdadera de la granmuerte inevitable.

    Las monjas, espantadas, la llamaban por su nombre, mientras ella

    permaneca inmvil. La sacudan, friccionaban su piel, la levantaban; peroeran vanos todos sus esfuerzos. Su cuerpo permaneca fro y rgido, comosi fuese cadver.

    A medida que los ataques volvieron, la enfermedad fue extendiendosu zarpazo sobre la vida entera de Teresa. Algunos de sus rganos jamsestuvieron completamente libres de dolor. Y de un ataque al siguiente latregua se acortaba cada vez ms. Al principio fue cosa de semanas; porltimo, slo de das.

    Teresa arrostraba estas terribles visitas con impotente desesperacin.En otro tiempo haba prestado atencin al aviso que su enfermedad parecatransmitir: haba dejado el mundo para ingresar en el convento; ahora, porsegunda vez y con acrecentada brutalidad, obstrua su camino, contrariabasus planes y la exclua de la apacible quietud de la rutina monstica.

    Teresa se hallaba predestinada a realizar grandes cosas. Iba aconvertirse en la santa del xtasis y su enfermedad era un factor quecontribua al desarrollo de su santidad. Pero esta santidad, madurando bajoel velo del dolor, era todava invisible para los ojos profanos.

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    Don Alonso retir a su hija del convento y llam junto al lecho de laenferma a los mejores mdicos de Castilla. Vinieron hombres doctos

    solemnemente revestidos de togas y birretes, con los escritos de Galeno enuna mano y el imprescindible orinal en la otra. De acuerdo con losmtodos prevalecientes de diagnstico, tentaron el pulso y examinaron laorina con docta pedantera. Procedieron luego a consultar la obra deGaleno su autoridad inapelable y disputaron mutuamente, enabstrusas discusiones, acerca de la causa del estado de la paciente. Mascon toda su dilatada pltica, no pudieron descubrir ningn defectoorgnico y resultaban del todo ineficaces sus conclusiones y deduccioneshipotticas para explicar los periodos de delirio, el encogimiento de losmsculos, las convulsiones y la tensa rigidez, que caracterizaban laenfermedad de Teresa. Era evidentemente un caso no previsto en lostratados de medicina, y las prescripciones que el examen silogstico de losdoctores aconsejaba no trajeron el menor alivio.

    En vista de que la ciencia haba fracasado tan lastimosamente, donAlonso decidi confiar el tratamiento de su hija a una curadora lega, vulgocurandera. Una de Becedas, a la cual consult, gozaba de la reputacin de

    haber curado innumerables casos desesperados. Era una especie denaturista y ejerca nicamente en primavera, cuando las hierbascomenzaban a brotar. Entonces era el comienzo del invierno, y por ende,se decidi que Teresa pasara en el campo con su hermana Mara los mesesque restaban. La excursin se vio nuevamente interrumpida en Hortigosay, otra vez, la breve estancia en la residencia de don Pedro obr un cambiodecisivo en la evolucin del mal de Teresa. Fue una de esas pequeascoincidencias que parecen subordinadas siempre a una necesidad mayor.

    El piadoso to dio, esta vez, a su doliente sobrina un libro del monjefranciscano espaol Francisco de Osuna. Se propuso ella leerlo en su viajea Castellanos y lleg a ser su gua en su viaje hasta Dios. Su ttulo era Eltercer abecedario, y en lugar de la oracin verbal, que se haba convertidoen una rutina formal, enseaba una forma mental no hablada de la oracin:la oracin de recogimiento. Dios carece de habla. l es la esencia de laquietud, enseaba este mstico discpulo de san Francisco, y sloaquellos que se acerquen a l en silencio pueden ser escuchados y les serdada una respuesta. Era una especie de abec espiritual de un lenguajesilencioso, que Osuna denominaba la lengua madre del Cielo.

    Cuando durante su estancia en el campo los ataques cedan a veces,26

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    Teresa practicaba el abec mstico y la dominaba el mismo gozosoestmulo que experimentan los nios mientras aprenden a deletrear lasletras en su primera cartilla. Y su placer era verdaderamente el de un nioque est a punto de superar los rudimentos del deletreo y piensa vagamente

    que las letras coinciden con las palabras y frases, que tienen sentido ycoherencia y que son la llave para un mundo en el cual puede uno entrar afuerza de constante prctica. Su boca, acostumbrada a la palabra hablada,no era capaz todava de orar en silencio y llamar a Dios por su nombre nomundano; su odo inexperto no poda comprender an el lenguaje noexpresado del Seor; ni sus ojos haban adquirido todava la habilidad paraver lo que es invisible. El primer rayo de luz que para ello eman del librode Osuna fue simplemente un destello en la oscuridad de su cuarto deenferma, pues en la vida de Teresa la enfermedad era hasta ahora msfuerte que la santidad.

    Al llegar la primavera Teresa emprendi su proyectado viaje aBecedas. La cura era una suerte de terapia medieval de conmocin yconsista principalmente en tentativas drsticas para excitar al organismoentero. Toda clase de hierbas, vomitivos y purgantes fueron utilizados paralimpiar el cuerpo. Pero como la curandera juzgaba a la enfermedad como aun maligno demonio que se haba alojado en la paciente, aadi a sus

    purgantes naturales todo gnero de mejunjes exorcistas, que preparmediante frmulas mgicas, donde entraban uas de ranas de primavera,alas pulverizadas de las primeras moscas y heces frescas de culebras.

    No obstante, el demonio de la enfermedad de Teresa no slo no sedej intimidar por toda la hechicera de la curandera, sino que redobl suoposicin y pareci encolerizarse por la no autorizada intervencin de labruja en sus propios asuntos privados. Los procedimientos de la curanderaresultaran ms desastrosos que la enfermedad misma.

    Yo no s cmo lo soport, escribi Teresa en su Vida. Estuve enaquel lugar tres meses con grandsimos trabajos, porque la cura fue msrecia que peda mi complexin. A los dos meses, a poder de medicinas, metena casi acabada la vida; y el rigor del mal de corazn, de que me fui acurar, era mucho ms recio, que algunas veces me pareca con dientesagudos me asan de l, tanto que se temi que era rabia; con la falta grandede virtud, porque ninguna cosa poda beber, si no era bebida, de grandehasto, calentura muy continua, y tan gastada, porque casi un mes me haba

    dado una purga cada da, estaba tan abrasada, que se me comenzaron aencoger los nervios con dolores tan incomportables que da ni noche

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    ningn sosiego poda tener; una tristeza muy profunda.

    Cuando en el verano de 1537 el padre de Teresa la trajo de nuevo alhogar, en vila, era una ruina humana la que entraba en la casa-fortalezade los Cepedas. Teresa anhelaba la muerte, como nica liberacin de su

    tormento, y pidi hacer su confesin. El cario supersticioso indujo a donAlonso a negarse a su splica. Tema que tal confesin, concebida como elpaso preliminar hacia la muerte, pudiera de algn modo mgico apresurarla muerte misma.

    Privada del ltimo consuelo que el sacramento podra haberleotorgado, la paciente entr en un estado de excitacin que ningn cuerponi espritu podan soportar por largo tiempo. Esa misma noche sufri unataque que sobrepas en furia a todos los que haba experimentado antes.

    Sus convulsiones vinieron a parar en un delirio de dolor insufrible. Seenfureci consigo misma y sus uas se clavaron profundamente en sucarne. En su angustia vocifer y se mordi la lengua. El estertor de lamuerte pareci salir de sus azulados labios, pero el tormento prosiguihasta que, por ltimo, cay en estado comatoso, en el cual permaneci frae inmvil como si hubiese sido finalmente relevada de todo sufrimientohumano.

    Un da y una noche transcurrieron sin que hubiese la ms leve seal

    de vida en su postrado cuerpo. Los doctores procuraron tomar su pulso,pero no pudieron tentarlo. La mano que asan estaba inanimada y helada.El espejo, que colocaron ante su boca, permaneci sin empaarse por elaliento de la vida. Est muerta!, dijeron, y dieron el caso por acabado.

    Mi hija no est muerta!, exclam don Alonso, como si hubieseperdido el entendimiento. No era posible que Dios le castigara tanseveramente.

    Pas una segunda noche, pero Teresa continuaba exnime. Era yatiempo de comenzar los preparativos para el funeral. Su cuerpo deba serlavado y amortajado, encendidas las velas, a derecha e izquierda, en lacabecera del fretro.

    Dos hermanas de la Encarnacin oraban y observaban la velacin. Ala maana siguiente las monjas cavaron un sepulcro en el cementerio delconvento; en la capilla fue oficiada una misa por el alma de la muerta y lasmonjas entonaron solemnes himnos fnebres.

    Por la tarde la priora de la Encarnacin concurri al hogar de donAlonso para disponer el traslado del cuerpo de Teresa al convento. Con laobstinacin de un padre amoroso, don Alonso se neg a que fuese

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    colocado en el atad. Mi hija no est muerta!, exclamaba an ahora, enque el cuerpo estaba pronto para ser sepultado. El dolor y la pesadumbreparecan haber nublado su entendimiento. La priora tuvo que desistir, sinpoder realizar su propsito.

    A la noche siguiente, la tercera desde el ataque, el hermano msjoven de Teresa velaba. Hacia el amanecer fue vencido por el sueo.Cuando despert vio que el fretro estaba en llamas, una de las velas habaardido y cado sobre la mortaja. En su espanto llam a los criados, quieneslograron apagar el fuego. De este modo se evit que el cuerpo de Teresafuese consumido por las llamas.

    Por espacio de da y medio su sepultura haba estado preparada en elcementerio del convento, concluidos todos los actos preliminares para el

    entierro. Las hermanas estaban irritadas por este desusado retardo, y lapriora se encamin, por segunda vez a casa de don Alonso para reclamar elcuerpo, que perteneca al convento. Entr resueltamente en la cmaramortuoria y, con el espanto que es de imaginar, encontr a Teresa aquien haba credo muerta y pronta para ser sepultada tranquilamentesentada en el fretro. En sus prpados haba an gotas de cera cadas de lasvelas al derretirse, y hablaba con don Alonso en un tono de voz claro ynatural, rogndole que le permitiera hacer su confesin. Era como si

    estuviera terminando la frase que el ataque haba interrumpido, como si elperiodo de cuatro das de insensibilidad absoluta no la hubiera, en modoalguno, afectado. Ahora la priora, que haba venido a reclamar el cuerpomuerto de una de sus monjas, no poda hacer otra cosa que cumplir losdeseos de Teresa, que haba vuelto justamente a la vida, e ir a llamar a supadre confesor.

    Cuando Teresa hubo hecho su confesin y participado delsacramento, sinti un gran alivio en el alma. Su debilidad fsica, sin

    embargo, permaneci invariable. Y en su autobiografa ofrece una vvidadescripcin de los efectos devastadores que haba causado este ltimoataque: Qued de estos cuatro das de parasismo de manera, que slo elSeor puede saber los incomportables tormentos que senta en m. Lalengua hecha pedazos de mordida, la garganta de no haber pasado nada yde la gran flaqueza que me ahogaba, que aun el agua no poda pasar. Todome pareca estaba descoyuntada, con grandsimo desatino en la cabeza.Toda encogida, hecha un ovillo, porque en este par el tormento de

    aquellos das, sin poderme menear, ni brazo, ni pie, ni mano, ni cabeza,ms que si estuviera muerta, si no me meneaban; slo un dedo me parece

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    poda menear de la mano derecha. Pues llegar a m, no haba cmo, porquetodo estaba tan lastimado, que no lo poda sufrir. En una sbana, una de uncabo y otra de otro, me meneaban.

    En este estado, de conformidad con sus deseos, fue llevada al

    convento el domingo de Ramos del ao 1537. A la que esperaban muertarefiere recibieron con alma, ms el cuerpo peor que muerto, para darpena verle. El extremo de flaqueza no se puede decir, que slo los huesostena ya.

    Durante ocho meses yace Teresa en la enfermera del convento,totalmente inmovilizada y atormentada por dolores implacables. Porltimo, cuando los padecimientos cedieron un tanto y pudo arrastrarse opoco menos, fue llevada a su celda, donde pas ms de tres aos en estado

    de parlisis parcial y de dolorosas contracciones. No haba seales demejora. Durante esos tres aos llev la vida de una invlida.

    Finalmente Teresa se vio libre del tullimiento causado por laenfermedad, pero aun entonces continu sufriendo toda clase de otrasincomodidades e infortunios. En especial escribe, tuve veinte aosvmitos por las maanas, que hasta ms de medioda me acaeca no poderdesayunarme; algunas veces ms tarde. Despus ac, que frecuento ms amenudo las comunicaciones, es a la noche, antes que me acueste, con

    mucha ms pena, que tengo yo de procurarle con plumas u otras cosas.Porque, si lo dejo, es mucho el mal que siento, y casi nunca estoy, a miparecer, sin muchos dolores, y algunas veces bien graves, en especial en elcorazn; aunque el mal que me tomaba muy continuo, es muy de tarde entarde.

    *

    Los mdicos modernos achacaran al atraso de la medicinaescolstica el hecho de que sus colegas del siglo XVI consideraran laenfermedad de Teresa como un misterio inexplicable. En esa poca, losfsicos o facultativos no posean un conocimiento muy exacto de la es-tructura del organismo; no saban nada acerca de las hormonas; no sehallaban provistos de detectores de ondas cerebrales, de cardigrafos,rayos X, registradores metablicos y todos los dems medios dediagnstico que permiten a la medicina moderna rastrear las enfermedades

    ms recnditas.Pero suponiendo todava que ninguno de estos medios pudiera

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    ofrecer un resultado eficaz en el caso de una enfermedad como la deTeresa, la medicina moderna no estara an dispuesta a aceptar la derrota.Pues cuando un fenmeno patolgico no puede ser atribuido a una causafisiolgica, el caso puede entrar todava en los dominios de la ciencia

    psiquitrica, la cual puede descubrir que un desorden psquico es el factoretiolgico de la enfermedad orgnica. Hay registrados en la experienciaclnica de la psiquiatra moderna un nmero considerable de casos en loscuales ciertos estados de conciencia o de excitacin psquica hanprovocado cambios anatmicos o funcionales en los tejidos y rganos.

    Nuestra ciencia contempornea resumira los sntomas de laenfermedad de Teresa poco ms o menos como signe: sus convulsioneseran contracciones tnicas; la rigidez de sus msculos, una forma de

    tetanizacin muscular; la sensacin de sofocamiento, que haca tan difcilpara ella el deglutir, un globus hysterices; su dolor incomportable,indicativo de hiperestesia; sus frecuentes periodos de desfallecimiento,resultado de los desrdenes nerviosos del sistema circulatorio; y suenfermedad entera, que persisti en ella desde la adolescencia hasta sumadurez femenina, un ejemplo clsico de las perturbacionespsicofisiolgicas que pueden ser observadas, a veces, en las mujeres, entrela pubertad y la menopausia. En el diagnstico final podra haber all, a lo

    sumo, algn desacuerdo en cuanto a si el caso de Teresa era histeria ohisteroepilepsia. Por lo que toca al mejor tratamiento posible, no habraninguna duda tampoco. Consistira en una cura de agua fra, con luminal ydilatn como drogas, y posiblemente, el psicoanlisis.

    Con todo eso, el ms cuidadoso anlisis mdico errara el blanco:clasificara una enfermedad, pero no el fenmeno oculto detrs de ella.Esto pertenece a una esfera extraa a la jurisdiccin de la ciencia mdica.Lo que llega a hacerse patente en la vida de santa Teresa es la dependencia

    mutua de la enfermedad y la grandeza creadora. El suyo es uno de loscasos en que el vocablo enfermedad, como tal, no puede explicar nada. Elfenmeno patolgico simplemente oscurece el milagro. Y una meradescripcin patolgica de santa Teresa es cabalmente tan inadecuada,cuando es concebida como una tentativa para determinar su verdaderanaturaleza, como todas las patografas que intentan explicar la grandeza desan Pablo, de Lutero, Mahoma o Dostoievski desde un punto de vistaexclusivamente mdico.

    Un mdico moderno realmente eximio, Carlos Luis Schleich, cuyonombre no slo se halla ligado a sus trabajos que hacen poca en la

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    psiquiatra, sino que es famoso por su descubrimiento de la anestesiaespinal, se encuentra entre los raros hombres de ciencia contemporneosque han llegado a reconocer que la nomenclatura mdica no puede abarcarni explicar los fenmenos ocultos bajo los sntomas de histeria. Para l,

    sta es simplemente una expresin simblica de algo que no es, por otraparte, observable en la naturaleza. En su opinin, la histeria significa queel espritu ha conseguido la preeminencia sobre la materia, que estprocurando formar un organismo segn su propia imagen. En la base delos fenmenos que llamamos histeria hay un complejo de ideas concebidoen el espritu, pero que obra en el cuerpo. La esencia verdadera de estaenfermedad puede ser comprendida, segn Schleich, solamente sobre labase del principio metafsico que existe debajo de toda creacin. Elmundo, con sus mltiples formas, fue creado segn el modelo de una ideaplstica. Y eso es precisamente lo que puede ser visto en la histeria, pormedio de un poderoso microscopio, por decirlo as, que nos permiteestudiar la vida y el crecimiento en la naturaleza algo ms exactamente queson capaces de hacerlo el simple ojo y el sano sentido comn, segn frasecorriente.

    Si se examina cuidadosamente la enfermedad de Teresa, llega a serinequvocamente manifiesto que hay activo en ella un principio ms alto y

    esto hasta tal punto, que la enfermedad y la santidad aparecen, a veces,simplemente como dos manifestaciones distintas de una sola y mismafuerza creadora.

    De este modo, la vida de Teresa representa un tipo muy singular deexistencia piadosa, en la que el sufrimiento est subordinado a la grandezay en la que la paciente comunica su sugestin a la santa. Los dolorespunzantes que la arrancaban de un goce mundano de la vida dirigensus pensamientos en la direccin de la bienaventuranza celestial y, cuanto

    ms a menudo es eliminada su voluntad personal en los perodos dedeliquio fsico, tanto ms rpidamente se abre camino para la conduccinpor medio de la suprapersonal voluntad de Dios.

    *

    La enfermedad, en el caso de Teresa, no se manifest slo en lapurificacin y la menopausia, sino que hizo a todos y a su cuerpo entero

    ms receptivos, ms sensitivos y prontos para las experienciassuprasensibles. Su enfermedad abri una brecha en las murallas corporalesde su existencia y, a travs de ella, pudieron introducirse fuerzas

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    superiores. De criando en cuando escribe un sentimiento de lapresencia de Dios me penetraba inesperadamente, de suerte que no podade ningn modo dudar o que ni estuviese dentro de m, o que yo fueseenteramente absorbida por l. Esta sensacin lleg a ser, cada vez ms, la

    fuerza decisiva en la vida de Teresa, y culmin, por ltimo, en ese estadode maravilloso embeleso, que ningn ser engendrado puede alcanzar pormedios puramente creados, dado que tal estado de existencia se encuentrafuera del dominio de los sentidos. Teresa vio en l lo que ningn ojo puedever; oy lo que ningn odo puede escuchar, y penetr lo que ningnentendimiento puede sondear.

    Acerca de estas cosas escribi Teresa en Las moradas: Parcele,que toda junta ha estado en otra regin muy diferente de esta que vivimos,

    a donde se le muestra otra luz tan diferente de la de ac, que si toda su vidaella la estuviera fabricando junto con otras cosas, fuera imposiblealcanzarlas; y acaece que en un instante le ensean cosas juntas, que enmuchos aos que trabajara en ordenarlas con su imaginacin ypensamiento, no pudiera de mil partes de una.

    Al procurar describir estos arrobamientos, dice Teresa de ellos:Porque muy presto algunas veces se siente un movimiento tan aceleradodel alma, que parece es arrebatado el espritu con una velocidad que pone

    harto temor, en especial a los principios... Lo que es verdad es que con lapresteza que sale la pelota de un arcabuz, cuando le ponen el fuego, selevanta en lo interior un vuelo (que yo no s otro nombre que ponerle), queaunque no hace ruido, hace movimiento tan claro, que no puede ser antojoen ninguna manera. Y en estos estados es dada, a veces, tal superioridad alas fuerzas interiores sobre aquellas de dentro, al alma sobre su cuerpo, alcielo sobre la tierra, que las leyes de la naturaleza son interrumpidas, latierra no obedece a la gravedad, de suerte que, cuando el alma emprende el

    vuelo hacia el cielo, el cuerpo es alzado levemente del suelo. Losacontecimientos extraordinarios en el alma van encadenados con otrosextraordinarios en la materia: el xtasis es complementado por lalevitacin.

    Lo que aqu acontece no corresponde a lo interior de la naturaleza: esrota la coherencia del mundo fsico; el tiempo se disuelve en la eternidad;y la naturaleza se abre paso hacia lo sobrenatural. No obstante, todo acaecetodava dentro del dominio del espacio y del tiempo creados. Una monja

    carmelita del siglo XVI, en el convento de la Encamacin de vila, esalzada hacia el cielo, en tanto que su cuerpo se halla suspendido sobre el

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    suelo. La paradoja llega a ser realidad: la naturaleza humana se vuelvedivina. La enfermedad suministra la dinmica tangible: y es tambin elabismo de sufrimiento y de muerte sobre el cual la naturaleza ejecuta susalto a lo sobrenatural.

    Al tiempo que el mal suspende todas las funciones de la vidaorgnica, una interrupcin se sigue, la cual da origen a una nueva forma deexistencia: la del xtasis, dotada de poderes sobrenaturales. Cuando losojos del cuerpo son cegados a la luz de la naturaleza creada, porque elembate de la enfermedad ha cerrado los prpados sobre ellos, un nuevo ojose abre entonces, que puede percibir el esplendor de Dios. Cuando laenfermedad ensordece el odo fsico, el alma misma llega a ser capaz depercibir las inaudibles palabras que la voz del Creador articula. Cuando la

    insensibilidad empaa los espejos de la percepcin fsica, aparece noreflejada e inmaterializada la ltima esencia de las cosas. Cuando la raznes nublada por el acometimiento de la enfermedad fsica, la revelacinpuede empezar entonces a decir verdades que sobrepujen a la razn.Cuando el corazn cesa de latir con ritmo propio de este mundo, un nuevocorazn aparece entonces que late obedeciendo a los ritmos de Dios.

    Los repentinos ataques o arrebatos de Teresa, con sus sbitoscambios de la vida a la muerte, disciplinaron su cuerpo para los cambios

    ms elevados de la existencia natural a los xtasis sobrenaturales. Laresurreccin, el milagro de todos los mitos, y como consecuencia eldesprecio de la muerte y el anhelo de una vida ms elevada, adquirieron elcarcter de verdad histrica. De las pequeas muertes de una monjaespaola naci santa Teresa, la santa del xtasis.

    Tena alrededor de diecisiete aos Teresa cuando sufri el primerataque de su enfermedad, cuarenta y tres cuando experiment el primerarrobamiento exttico. Haba pasado por innumerables pequeas

    muertes antes de que, por ltimo, la santidad pudiera emanar cristalizadade la enfermedad y la maravillosa bienaventuranza del tormento fsico.

    Durante estos veinticinco aos de casi continuo sufrimiento y dolor,su santidad fue simplemente una pequea chispa oscilante en medio de laoscuridad de una noche interminable. Aun cuando resplandeci finalmenteen una llama ms brillante, su luz conserv un crculo oscuro como unvestigio de la enfermedad de la cual habla brotado. Sus transportesextticos presentaban todos los sntomas de sus ataques morbosos y slo

    diferan de ellos en que sucedan en esferas sobrenaturales. Relatos de tes-tigos presenciales, como el del hermano sacristn de Toledo, sealan que,

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    en sus xtasis, Teresa no tena ningn dominio sobre sus sentidos, que supulso cesaba de latir, que su respiracin se interrumpa, que todo su cuerpose pona tan rgido que no poda provocarse en l ningn movimiento, ysus manos y pies estaban fros como si la vida la hubiese abandonado.

    Casi toda su vida fue una sucesin de das de sufrimiento, de nochesde dolor y de letargos semejantes a la muerte. Al principio recurri Teresaal auxilio de los hombres en su lucha contra los malestares. Pero despusde cierto tiempo abandon las medicinas de los doctores y confi en lamedicina de los santos, que no procuran alejar la enfermedad sino queensean cmo soportarla.

    El ejemplo del sufridor de la Biblia y, an ms, las palabras de Cristoen el Evangelio de san Mateo: Y el que no tome su cruz y siga en pos de

    M, no es digno de Mi, fueron la fuente de su fuerza e hicieron posible,por ltimo, que su tormento dejara de punzarla cual enfermedadincomportable y perdiese su poder atemorizador. Admiti que era parte desu destino y lo acept humildemente.

    El peligro verdaderamente grande en la vida de Teresa no estabaacechando en el cuarto de la enferma, sino en el locutorio. No eran losdolores, sino las distracciones lo que obstrua su camino hacia la santidad.No era la enfermedad, sino la mejora la que abra las puertas del cuarto de

    dolor y la situaba frente al problema decisivo: el mundo.Esto vino a suceder en el ao 1540.

    Teresa se restableci de un da para otro despus que los doctoreshubieron abandonado su caso como incurable. AI despertar una maanacomprob que sus miembros no se hallaban ya paralizados y que podalevantarse y caminar como en otro tiempo. Ella misma atribuy estamejora inesperada a la fuerza de la oracin. Hay modernos hombres deciencia, como por ejemplo, Alexis Carrel, que convienen en que la oracinconcentrada puede acumular energas curativas, que influyen en tal gradosobre el organismo, que las perturbaciones funcionales y los defectoscorporales son anulados. Las monjas de la Encarnacin, que haban dejadoa Teresa, el da antes, como a una invlida en su celda, pensaron en unmilagro de Dios cuando la vieron caminar espontneamente hasta ellas.

    Teresa fue restituida a la vida del convento, pudo atender a susdeberes de monja, tomar parte en las devociones de la comunidad, cantar

    en el coro y visitar el locutorio. Volvi, rodeada por el halo de una reli-giosa en quien se haba cumplido un milagro. Todos recordaban eldomingo de Ramos de haca tres aos, cuando Teresa, a quien los doctores

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    haban juzgado muerta, volva a la vida y era llevada envuelta en unsudario, a travs de las calles de vila, hasta el convento de laEncarnacin. Durante todo el tiempo de su total parlisis, la ciudad enterahaba tomado un activo inters en el lastimoso destino de la incurable

    monja. Y ahora poda ella ser vista otra vez tras de la reja del locutorio,movindose por todas partes como las dems, gracias al poder de laoracin. Un milagro haba acontecido en el convento de la Encarnacin.Cada visitante poda verlo con sus propios ojos y poda escuchar cmohaba sucedido todo de los propios labios de Teresa.

    No parece sino natural que los avileses o abulenses se precipitaran alconvento. Todos acudieron, los parientes y amigos, los fieles que deseabanhallar la confirmacin de su fe, los curiosos y los escpticos que esperaban

    descubrir un piadoso fraude. A las puertas de la Encarnacin, largas filasde gente de toda traza y condicin aguardaron pacientemente su turno.

    La priora no tard en comprobar las grandes ventajas que podanprovenir para la Encarnacin de este giro inesperado de losacontecimientos. Teresa era un ejemplo viviente del poder de la fe. Elconvento de las carmelitas era pobre, y si Dios lo haba escogido como elescenario de Su milagro, l se propona distinguirlo patentemente pormedio de un testimonio especial de Su gracia. En una poca en que los

    ricos preferan invertir su dinero en el comercio y en el cambio, slo unsuceso extraordinario poda inducidos a ser liberales y caritativos. De estemodo, Teresa fue incitada y aun intimada a aparecer frecuentemente en ellocutorio, si bien ello pudiera ser en perjuicio de sus ejercicios dedevocin. El clculo piadoso result acertado. Teresa se convirti en unobjeto de exhibicin sagrado, en una importante fuente de entradas para laEncarnacin.

    La monja asista sus nuevos deberes con pronta sumisin y hasta con

    un espritu de satisfecha complacencia. Sin embargo, las dudas que duranteel perodo de su noviciado haban estado atormentndola, prevalecieronotra vez, advirtindola, con siempre acrecentada insistencia, de que elmundo estaba tendindole nuevamente una trampa, pues en el locutorio erarodeada por gentes que se pasmaban nicamente del milagro visible de lamejora, sin sospechar nada acerca del mucho ms grande milagroinvisible de las visiones msticas, que no podan ser alejadas de la soledady quietud de su celda.

    Su experiencia interior de la santidad hubo de competir con suexistencia en el locutorio, el indescriptible, invisible milagro mstico, slo

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    de Dios conocido, debi de rivalizar con el milagro descriptible ydemostrable de su mejora. Era evidente que la monja mstica, en su tran-quila celda, se hallara en conflicto, tarde o temprano, con la atraccin delconvento, exhibida en el locutorio. Era un factor externo, una treta

    diablica del destino, que hacia gravitar la situacin sobre una sola cabeza.La fuerza que arrastraba a las gentes de vila siempre de nuevo allocutorio de la Encarnacin, atrayndolas con fascinacin que nuncadecaa, era la belleza natural de Teresa, que su enfermedad haba servidonicamente para acrecentar. Su fino rostro, en el cual parecan estarsonriendo juntamente una muchacha de veintids aos y un ngel, suetreo encanto y la magia de sus palabras, en la que la inteligenciamundana de un ser humano iba unida a le experiencia sobrenatural de un

    alma que ha experimentado la muerte, eran las delicias de todos losvisitantes, Haba, en todo esto, un elemento excitante, que haca dellocutorio del convento un lugar de cita de la vida social de vila, conTeresa como centro.

    Pero la belleza de la mujer iba a pagar su tributo. Quien gusta a losdems siente el placer de agradar. Al principio, Teresa se habaencaminado al locutorio con espritu de piadosa sumisin, pero pocodespus permaneca all porque le resultaba difcil resistir al placer de ser

    admirada. En el locutorio era una servidora del mundo, no slo encumplimiento de su voto de obediencia, sino tambin en obsequio de supropio gusto. Y justamente entonces, el mundo, con todas sus realidades,manifestaciones y experiencias, presentaba el ms agudo contraste con loque era revelado a Teresa en la soledad de su celda. Nunca hasta entoncesel arte de la conversacin se haba referido tan exclusivamente a las cosasdel mundo, ni haba sido determinado hasta tal punto por la confusin y eldesvanecimiento de los fenmenos terrenales. Apenas transcurra un da

    sin acontecimientos sorprendentes. La gente viva en tensin constante y elritmo de sus charlas se acompasaba a sus propias vidas. En determinadoinstante, la noticia del descubrimiento de una nueva ley csmica llenaba elentendimiento de sorprendida admiracin; un minuto despus era la nuevade que un buque con un cargamento de oro haba llegado a Sevilla, lo queexcitaba las imaginaciones. De aqu a poco las gentes eran conmovidas porun nuevo poema mstico que trataba de la pasin de Cristo; e,inmediatamente despus, su inters era suscitado por una naranja que un

    visitante haba llevado consigo mostrndola en el locutorio como unadelicada curiosidad. Un minuto antes estos hombres y mujeres habanescuchado con aliento contenido el fallo ms reciente de la Inquisicin y

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