Teresa de Lisieux, del Evangelio eterno

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Teresa de Lisieux, del Evangelio eterno FRANCISCO IBARMIA Este artículo consta de tres partes. Una introducción, en la que se trata de exponer las principales fuentes de la doctrina de la santa. En la segunda se recorren algunas etapas de su vida espiritual. En la última se explican los elementos fundamentales de su espiritualidad. Introducción Teresa del Niño Jesús, la carmelita que fallecía el 30 de sep- tiembre de 1897, a los veinticuatro años de edad, en el convento de Lisieux, víctima de la tuberculosis, es una de las grandes figuras de la espiritualidad moderna. No se trata de una joven de formación universitaria, que asimilara los tratados de oración y de ascética y que luego acertara a exponerlos con gracia y agi- lidad. Teresita no leyó mucho durante su corta vida. Nunca presume de erudita. Le preocupó la vivencia más que la teoría. Ella 10 afirma categóricamente l. Quizá se dejó influenciar por 1 Cf. CRG III,6. Citamos, por Emeterio G. SETIÉN, Teresa de Lisieux. Obras comple- tas. Burgos, 1980, 5." edición. UtHizamos las 'siguientes siglas: Ms A: Manuscrito autobiográfico dedicado a la Madre Inés. Ms B: Manuscrito autobiográfico dedicado a sor María del Sagrado Co- razón. Ms C: Manuscrito autobiográfico dedicado a .]a Madre María de Gon- zaga. REVISTA DE ESPIRITUALIDAD, 45 (1986), 521-552.

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Teresa de Lisieux, del Evangelio eterno

FRANCISCO IBARMIA

Este artículo consta de tres partes. Una introducción, en la que se trata de exponer las principales fuentes de la doctrina de la santa. En la segunda se recorren algunas etapas de su vida espiritual. En la última se explican los elementos fundamentales de su espiritualidad.

Introducción

Teresa del Niño Jesús, la carmelita que fallecía el 30 de sep­tiembre de 1897, a los veinticuatro años de edad, en el convento de Lisieux, víctima de la tuberculosis, es una de las grandes figuras de la espiritualidad moderna. No se trata de una joven de formación universitaria, que asimilara los tratados de oración y de ascética y que luego acertara a exponerlos con gracia y agi­lidad. Teresita no leyó mucho durante su corta vida. Nunca presume de erudita. Le preocupó la vivencia más que la teoría. Ella 10 afirma categóricamente l. Quizá se dejó influenciar por

1 Cf. CRG III,6. Citamos, por Emeterio G. SETIÉN, Teresa de Lisieux. Obras comple­

tas. Burgos, 1980, 5." edición. UtHizamos las 'siguientes siglas:

Ms A: Manuscrito autobiográfico dedicado a la Madre Inés. Ms B: Manuscrito autobiográfico dedicado a sor María del Sagrado Co­

razón. Ms C: Manuscrito autobiográfico dedicado a .]a Madre María de Gon­

zaga.

REVISTA DE ESPIRITUALIDAD, 45 (1986), 521-552.

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las enseñanzas antiinte1ectualistas de la Imitación de Cristo, que la joven leyó con asiduidad hasta casi aprenderla de memo­ria. Lo cierto es que llegó a la convicción de que lo importante es vivir. Pues lo que configura a la persona no son tanto los conocimientos que posee como las vivencias que adquiere. Lo que Teresita nos ha dejado ha sido la exposición de sus propias vivencias, vivencias muy ricas y muy próximas a las nuestras. Esta cercanía no procede solamente del hecho de que viviera hace aún pocos años, sino de que tuvo que enfrentarse con los mismos problemas con que nos encontramos nosotros. La Santa supo tomar frente a ellos una auténtica actitud cristiana y nos ha legado la historia de esa experiencia como un verdadero mo­delo de vida de fe. Ese es su mensaje.

Teresa de Lisiel.lx no siempre ha sido comprendida en su autenticidad. Algunos la han considerado como una niña que pasó por este mundo recibiendo caricias y sembrando sonrisas ingenuamente, como quien no se apercibe del aspecto trágico de la vida humana ni de los ásperos y difíciles caminos de la fe oscura. ¿Quién se ha fijado en las reflexiones del «bebé que piensa profundamente. Un bebé que es un anciano»? 2. ¿Cuántos son los que asustados con las <<nadas» y la «noche oscura» de San Juan de la Cruz van a refugiarse en el mensaje de Teresita y pretenden llegar sin dificultades, por el ascensor, a las cumbres de la santidad? Difícilmente se convencen los tales de que la noche en que se vio envuelta Teresita es mucho más horrible que la que describe el austero santo de las <<nadas».

Lo admirable de la santita es que vive el drama más espan­toso que puede soportar un creyente entre sonrisas, bromas y ac­tos de caridad. Las personas que vivieron a su alrededor no sospecharon ni remotamente lo que estaba pasando en el interior de aquella hermanita dulce y servicial, y muchos de los que leen sus obras se quedan también en la superficie de la alegría, sen-

C: Cartas. P: Poesías. O: Oraciones.

VC: Ultimas conversaciones. CRG: Consejos y !l'ecuerdos recogidos por sor Genoveva de la Santa

Faz. Editorial «El Monte Carmelo», Burgos, 1957.

2 VC prólogo.

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cillez y dulzura, sin calar el fondo del alma donde se desarrolla un terrible drama. Su experiencia es tan interesante que un gran teólogo ha dicho que Teresa de Llsieux debe subsistir entre nosotros con más razón que el mismo Padre de Foucau1d, pues su experiencia es más rica e instructiva para los hombres de nuestra generación. En este mundo, en el que cuesta cada vez más creer en Dios y en el Evangelio, en el que las tinieblas nos envuelven por todas partes, Teresita es un faro luminoso que nos señala el camino aseguir.

La santa de Lisieux no hace ninguna especulación teórica. Se enfrenta con los problemas que le presenta la vida y trata de tomar ante ellos la actitud que le inspira su fe basada en el Evangelio. Todas sus reflexiones están en función de su propia vivencia. Es una teología esencialmente funcional. Dado este carácter de su obra, las enseñanzas de la carmelita tienen sus limitaciones. No abarcan todos los campos de la existencia cris­tiana ni cada una de las situaciones en que se puede encontrar un creyente. Mas es también cierto que los problemas fundamen­tales son idénticos o muy afines en todas las pel'sonas, y por eso las experiencias de la joven carmelita arrojan luz sobre la mayo­ría de las dificultades de la vida de cualquier creyente de nues­tro tiempo.

A pesar de las limitaciones de toda vivencia concreta, la teología vivida tiene grandes ventajas sobre la sistemática. Es la más auténtica, la más real, pues no se basa en especulaciones o hipótesis, sino en la realidad tal como se da y se vive. Además, la vivencia posee una fuerza de convicción y de atracción, que generalmente los razonamientos más lógicos y brillantes no lle­gan a alcanzar.

Teresita dirá de su mensaje que «habrá en él para todos los gustos, menos para los que van por caminos extraordinarios» 3.

Una espiritualidad evangélica

Teresita no busca su camino partiendo de los libros. Ella, por lo menos en su época de madurez, parte de su propia expe-

J De 9.8.2.

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riencia e intuiciones y luego va a buscar el refrendo de sus hallazgos en algún libro o maestro.

En los primeros años de su infancia y juventud se nutrió de las enseñanzas propias de la espiritualidad de su tiempo, tal como se respiraban en el ambiente en que le tocó vivir. Luego empezó a leer algunos libros, pues prácticamente no tuvo más director espiritual que sus hermanas. Así nos 10 dice ella: «Desde hacía mucho tiempo yo me alimentaba con 'la flor de harina' contenida en la 1 mítaciól1... A los catorce años ... , las conferencias del abate Arminjon sobre el fin del mundo presente y los misterios de la vida futura» 4. « ¡Ah, cuántas luces he sacado de las obras de nuestro Padre San Juan de la Cruz! ... A la edad de diecisiete y dieciocho años no tenía otro alimento espirihtal. Pero más tarde, todos los libros me dejaron en la aridez, y aún continúo en este estado» 5. Pero todos estos autores no ejercieron en ella un influjo decisivo.

A partir del año 1892 empieza a descubrir los tesoros de la Escritura, principalmente del Evangelio. Aludiendo a los años anteriores, en que buscaba alimento en otros campos, escribe: «pues aún no había hallado los tesoros escondidos en el Evan­gelio» 6. Pero una vez que dio con esta mina, no pensó en re­currir a otra fuente. Allí fue encontrando el refrendo de sus intuiciones y nuevas luces que le abrieron horizontes insospe­chados. «Pero 10 que me sostiene durante la oración es, por encima de todo, el Evangelio; hallo en él todo lo que necesita mi pobrecita alma. Siempre descubrió en él luces nuevas, senti­dos ocultos y misteriosos» 7. «En cuanto a mí, ya no hallo nada en los libros, si no es en el Evangelio» 8. Llegó a familiarizarse de tal manera con el texto evangélico que parecía 10 tenía siem­pre presente. Una de sus novicias da este testimonio: «Los libros de la Sagrada Escritura, particularmente los santos Evangelios, hacían sus delicias; sus sentidos ocultos se le volvían luminosos, los interpretaba admirablemente. En sus conversaciones, en mis direcciones con ella, siempre venían algunos pasajes de estos

4 Ms A f. 47 r. 5 Ms A f. 83 1'.

6 Ms A f. 47 r. 7 Ms A f. 83 v. 8 ve 15.53.

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libros divinos como fuente para apoyar lo que ella me decía. Pao

recía que los sabía de memoria» (sor María de la Trinidad). De esta manera la joven y audaz religiosa pretendía justificar

sus ideas originales. Lo que pensaba y enseñaba no dejaba de ser novedoso, pero ella lo veía como algo real y seguro. Tan convencida estaba de que era Jesús quien la instruía, que llega a afirmar: «El, que en los días de su vida mortal llegó a exclao

mar en un transporte de alegría: 'Os bendigo, Padre mío, porque habéis ocultado estas cosas a los sabios y a los prudentes, y se las habéis revelado a los más pequeños', quería hacer brillar en mí su misericordia» 9. Su hermana dirá: «Llevó su atrevimiento hasta buscar y hallar un camino completamente nuevo, el de la infancia espiritual» 10. Así se comprende que un sacerdote, que asistía a la canonización de la carmelita en el Vaticano, susurra­ra a un compañero suyo: «Vamos a canonizar el Evangelio». Era el Evangelio doctrina segura, pero la monjita lo interpretó con bastante originalidad. Ahí está su aportación al acervo doctrinal de la tradición de la Iglesia.

ETAPAS PRINCIPALES DE SU PROCESO ESPIRITUAL

A) Buscando el camino

Crisis de cl'ecimiento.-Teresa, como muchas jóvenes, pasó en su adolescencia por unas crisis muy profundas, que fue superando poco a poco. Transcurrieron varios años antes que alcanzara lo que ella llama la paz y nosotros llamamos madurez, que es la consciente y serena contemplación de la vida y sus problemas reales y la adaptación responsable a ellos.

La primera crisis le vino de sus grandes aspiraciones. Pare­cían sueños, pero la joven pretendía ardientemente convertirlos en realidad. Pensaba que tenía que llegar a ser famosa haciendo algo grande en la vida. No podía resignarse a quedarse en la mediocridad y el anonimato. Entonces no se pensaba tanto en los artistas, pero entusiasmaban a los jóvenes de ambos sexos los héroes nacionales. El patriotismo y el recuerdo de las grandes

9 Ms A f. 49 r; cf. C 107. 10 CRG lII,30.

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gestas pasadas arrebataban a la juventud. Teresa se entregó a la lectura de los libros de historia. Al describir varios años más tarde lo que había pasado por ella en aquel período de su vida, como ya estaba serena en su camino definitivo, da a entender que descubrió pronto su vocación, la posibilidad de realizar sus sueños. Pero parece que de hecho la empresa fue más larga y di­fícil. «Leyendo -nos dice ella- las hazañas de las heroínas francesas, en particular de la venerable Juana de Arco, tenía deseos de imitarlas. Me parecía sentir en mí el mismo ardor que las animaba a ellas, la misma inspiración celestial. Por en­tonces recibí una gracia que siempre he considerado como una de las más grandes de mi vida, pues en aquella edad no recibía las ilustraciones divinas de que ahora me veo inundada. Se me ocurrió pensar que había nacido para la gloria, y buscando el modo de alcanzarla, Dios me inspiró los sentimientos que acabo de escribir. Me hizo comprender también que mi gloria quedaría oculta a los ojos de los mortales, que consistiría ¡¡¡en llegar a ser santa! ! ! » 11. Nunca renunció al ideal de las glorias mili­tares. Aún mucho más tarde se expresa en estos términos: «Siento en mi alma el valor de un cruzado, de 1.111 zuavo ponti­ficio. Quisiera morir en un campo de batalla en defensa de la Iglesia» 12. La grave enfermedad que sufrió y que parecía tan misteriosa, probablemente era una depresión nerviosa por sentir­se frustrada, pues no veía, en un principio, el modo de realizar sus aspiraciones. Tardó algún tiempo en descubrir el camino. Una vez que se convenció de que podía obtener la gloria por la que suspiraba recobró la paz, pero no la calma. Su prisa, que parecía irracional, por entrar en el Carmelo estaba relacionada con esa aspiración a la gloria, pues había llegado a la convic­ción de que había de lograrla en los claustros del Cm·melo. Aun hallándose ya entre las cuatro paredes del convento continúa pensando en que ella iba a ser la que diera gloria a la familia. Así escribe a su padre: «Sí, seguiré siempre siendo tu 'reinecita' y procuraré labrar tu gloria haciéndome una gran santa» 13. Se ve que para ella la santidad no es todavía una respuesta al amor de Dios, sino un camino para llegar a la fama. La vocación

11 Ms A f. 32 r. 12 Ms A f. 2 v. 13 e 53.

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religiosa, la posibilidad de sobresalir y llamar la atención por su santidad, aquietaron sus sueños de grandeza. Más tarde com­prendería que el verdadero sentido y razón de ser de la santidad no es precisamente el de convertirla en heroína y blanco de admiración de la gente. Todavía hay que interpretar en esta perspectiva la manifestación que hizo al confesor de querer llegar a ser tan santa como Santa Teresa 14.

Por fin ha dado con el camino donde podrá llegar a realizar todas sus aspiraciones, pero aún le queda por descubrir la natu­raleza de este camino. Es un descubrimiento que se irá realizan­do poco a poco 15.

Los escrúpulos constituyeron otra causa de crisis en el espí­ritu de la joven Teresa Martín. Es un fenómeno que aparece frecuentemente en las almas que desean darse al Señor, pero no acaban de comprender cuál es nuestra condición y qué actitud hay que tomar ante Dios. En los tiempos de Teresa había tam­bién otro elemento que agravaba el problema. El jansenismo ejercía aún gran influencia en las personas piadosas. Se hablaba mucho del Dios terrible, de su actitud justiciera, de la facilidad con que se puede caer en el pecado mortal y condenarse. En el retiro que el abate Domin predicó a las niñas que se preparaban para la primera comunión, les habló de cuánto hay que temer a Dios, de la primera comunión sacrílega, etc. Teresita escuchó todas estas pláticas. Al fin hizo una confesión general. Ella nos dice: «La confesión general me dejó en el alma una gran paz, y Dios no permitió que la más ligera nube viniese a turbarla» 16.

Al año siguiente, en el retiro de preparación para la confir­mación, les habló el mismo sacerdote. Teresita comenta: «Lo que nos ha dicho era horrible; nos ha hablado del pecado mor­tal, de su fealdad, del juicio particular, de la necesidad de hacer una buena confesión». Por el momento no pasa nada. La alegría de la fiesta hace que estas horripilantes doctrinas no hagan mella en el alma de la niña. Pero conforme va corriendo el tiempo, la imaginación y la inteligencia de la adolescente no dejan de trabajar. Va penetrando el sentido y las consecuencias de lo que ha oído. Ese bombardeo de posibilidades y de ejemplos de

14 e 86, n. 7. 15 ef. Ms A f. 71 1'.

16 Ms A f. 34 v.

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casos terroríficos desencadena en la niña una espantosa tempes­tad de escrúpulos. Es ella la que nos 10 cuenta: «El año que siguió a mi primera comunión se deslizó, casi por completo, sin penas interiores para mi alma. Sin embargo, durante el retiro de mi segunda comunión me vi asaltada por la terrible enfermedad de los escrúpulos ... Es necesario haber pasado por este martirio para comprenderlo. Es indecible 10 que sufrí durante año y me­dio. Todos mis pensamientos y mis acciones más sencillas se me convertían en motivos de turbación» 17.

El ambiente jansenista que se respiraba en la piedad y pre­dicación de aquella época constituyeron una dura prueba para la joven y la tuvieron cohibida durante años. El contraste entre las convicciones íntimas que iba adquiriendo y 10 que se ense­ñaba no dejaban de inquietarla. Los retiros predicados le deja­ron un recuerdo muy penoso, y aún más tarde, estando ya en el Carmelo, solía sufrir lo indecible durante ellos. «Ordinariamen­te, los retiros predicados me resultan todavía más penosos que los que hago sola» 18. Esta confesión revela que aun en los retiros privados se ponía a meditar sobre temas más o menos tradicionales, pues, por 10 visto, se consideraban obligatorios. Su hermana nos dice: «Ella sufría mucho cuando en las instruc­ciones se hablaba de la facilidad con que se puede caer en el pecado mortal, incluso por un simple pensamiento. ¡Le parecía tan difícil ofender a Dios, a quien tanto se ama! Durante los ejercicios yo la veía pálida y deshecha: no podía ni comer ni dormir, y hubiese enfermado si esto hubiese durado». María de los Angeles declara: «Esta frase: 'Nadie sabe si es digno de amor o de odio', le hizo un día derramar muchas lágrimas».

Le costó mucho sobreponerse a esta corriente y adquirir la verdadera paz. Había que romper el cortocircuito entre su con­ciencia y la ley, y abrirse al Dios misericordioso y comprensivo. Entrar por el camino de la vida teologal.

El P. Pichon trató de tranquilizarla y animarla asegurándole que nunca había cometido un pecado mortal. Próxima ya a la muerte recordará el bien que le hizo esta afirmación: «El P. Pi­chon me trataba demasiado como a una niña; sin embargo,

17 Ms A f. 39 'ro 18 Ms A f. 80r.

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también me hizo bien cuando me dijo que no hahía cometido pecado mortal alguno» 19.

Aun después de entrar en el convento se sentía, a veces, asaltada por la tentación del temor y perdía la paz interior. Un día que fue a visitar a una religiosa anciana, ésta adivinó la turbación de la joven y le dio este consejo iluminador: «Servid a Dios con paz y alegría. Acordaos, hija mía, de que nuestro Dios es el Dios de la paz» 20.

El temor al pecado y la preocupación por evitarlo, que apa­rece como elemento primordial en muchos de sus escritos de este tiempo, se explica por ese replegarse sobre sí misma, por ese cortocircuito entre la conciencia y la ley, pues aún no había llegado al trato directo con Dios-Amor misericordioso.

El billete que llevaba sobre su pecho el día dc su profe­sión empieza así: «¡Oh, Jesús, divino Esposo mío, que nunca pierda yo la segunda vestidura de mi bautismo! Llévame antes que cometa la más ligera falta voluntaria» 21. En el acto de ofrenda, que hace más tarde, la primera preocupación es la de amar a Dios y hacerle amar; salvar almas 22. Es que aquÍ Teresa ha salido ya de sí misma. Se ha abierto a Dios ya los hermanos. Ha superado los escrúpulos y la paz reina en su alma.

Quien la orientó y la asegll1'ó en este camino fue el P. Alejo Prou, en el curso de unos ejercicios que predicó a la comunidad en octubre de 1891. Por aquellos días, según su propia confe­sión, la hermana Teresa era presa de grandes inquietudes inte­riores, «hasta llegar a preguntarme a veces si existía el cielo». Los escrúpulos e inquietudes, que alejan de Dios, suelen produ­cir esos deseos de que no exista Dios ni el cielo, pues se le presentan inaccesibles. Así dan origen a tentaciones contra la fe. Algo de esto sucedía en el alma de la pobre hermanita. El confesor la comprendió y le abrió nuevos horizontes. Lo que necesitaba la monjita era olvidarse de sí y de sus problemas y no contar más que con Dios. «Me lanzó -dice ella- a velas desplegadas por los mares de la confianza y del amor, que me atraían tan fuertemente, pero por los que no me atrevía a nave-

19 ue 4.7.4. 20 Ms A f. 78 r. 21 O 2. 2201.

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gar» 23. La formación y el ambiente influían en ella, y no osaba presentarse y sentirse ante Dios en esta actitud de confianza. La intervención del franciscano fue fundamental y definitiva. La san­tita casi moribunda recordará: «Siento una honda gratitud hacia el P. Alejo; me hizo mucho bien» 24. La M. Inés testifica: «A partir de este retiro se entregó totalmente a la confianza de Dios y buscó en los libros sagrados la aprobación de su auda­cia. Repetía la hase de San Juan de la Cruz: Esperanza de cielo tanto alcanza cuanto espera».

Con la superación de la doble crisis entra Tel'esita en su camino definitivo. Llegará a ser una gran santa. No tendrá para ello necesidad de encontrarse en circunstancias excepcionales. En la oscura soledad del convento tendrá suficiente campo para desplegar su fuerza y su audacia. Pero la audacia consistirá en olvidarse de sí misma y arrojarse confiada en los brazos del Dios Amor.

B) A la conquista de la santidad

Ya hemos visto que la joven carmelita aspiraba a la santidad y se convenció de que la tenía a su alcance. Sus ansias afloran por todas partes. «Quiero ser santa. Encontré el otro día una frase que me gustó mucho, no me acuerdo ya del santo que la dijo; era ésta: 'No soy perfecto, pero QUIERO llegar a ser­lo'» 25. La M. Gonzaga le indica: «Tenéis que llegar a ser una segunda Teresa».

Se propone como meta alcanzar una santidad sin límites. Escribe a su hermana: «Lo que ella tal vez ignora es el amor que Jesús le tiene, amor que le pide TODO. Nada hay que pue­da serIe imposible, no quiere poner límite a la santidad de su lirio. ¡SU límite es no tenerlo!» 26. Ya antes había escrito a la misma: «Jesús te pide TODO, TODO, TODO, como se 10 puede pedir a los más grandes santos» 27. La ardorosa jovencita

23 Ms A f. 80 v. 24 ve 4.7.4. 25 e 24. 26 e 58. 27 e 32.

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está dando ya con el camino por el que sus aspiraciones se con­vertirán en realidad.

El día de Navidad de 1886 había sufrido una transformación, que ella califica de milagrosa. La llamará la «gracia de Navi­dad». Después de muchos esfuerzos sin resultado aparente se vio liberada de su hipersensibilidad como por ensalmo. Desde aquel día se sentía otra. Había pasado en un instante de su con­dición de niña mimada y egoísta a la de adulta responsable y abierta a los demás. «En esta noche en que él (Jesús) se hace débil y paciente por mi amor, a mí me hizo fuerte y valerosa ... Desde aquella noche bendita ... marché ... de victoria en victo­ria, y comencé, por decirlo aS1, una canera ele gigante. La obra que yo no había conseguido realizar en diez años, Jesús la consumó en un instante. Yo podía decirle, como los apóstoles: 'Señor, he estado toda la noche sin coger nada'. Más misericor­dioso todavía conmigo que con sus discípulos, Jesús mismo cogió la red, la echó y la sacó llena de peces ... » Poco más adelante explica en qué consistió el cambio que experimentó: «Hizo de mí una pescadora de almas. Sentí gran deseo de trabajar por la conversión de los pecadores ... Sentí, en una palabra, que en­traba en mi corazón la caridad, la necesidad de olvidarme de mí misma por complacer a los demás» 28.

La joven, pletórica de vida y de ilusiones, está ya en ruta. Aún no tiene experiencia suficiente de fracasos para tomar con­ciencia de su pobreza, de su miseria, de su impotencia. «La santidad hay que conquistarla a punta de espada», escribe a su hermana, citando unas palabras del P. Pichon 29.

Van surgiendo muchas dificultades en el camino, pero ella no se arredra. Está convencida de que las grandes aspiraciones que Dios le inspira no pueden quedar frustradas. «Celina, ¿pien­sas que Santa Teresa recibió más gracias que tú? Por mi parte, no te diría que pusieses tu mirada en su santidad seráfica, sino que fueses perfecto como tu Padre celestial es perfecto. ¡Ah, Celina', nuestros deseos infinitos no son, pues, sueños ni quime­ras, ya que Jesús mismo nos impuso este mandamiento!» 30.

28 Ms A f. 45. 29 e 65. 30 e 86, n. 7.

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Las armas para conquistar la santidad

1. La humildad.-En los primeros años de su vida religio­sa surge un problema que le preocupa y le hace sufrir. En la vida de comunidad no es la joven postulante objeto de las aten­ciones y consideraciones que le prodigaban en su casa, donde, se puede decir, era verdaderamente mimada. Las humillaciones y fracasos empiezan ya antes de ingresar en el convento, sobre todo con los obstáculos que encuentra para entrar antes de Navidad. Pero donde se multiplican y se hacen más punzantes es cuando ya se incorpora a la comunidad religiosa.

La falta de atenciones y el ser considerada como la última de la casa, que ignora las costumbres y el ritmo de vida de la comunidad y la manera de tratarse las religiosas entre sí, bas­tante diferente de la que había experimentado en su familia, le ocasionaban muchos sufrimientos. Pero era una prueba inevita­ble y había que aceptar los hechos con realismo y tratar de construir sobre ellos. La M. Inés le sugiere una imagen, que le ayudará a encontrar su puesto y saber cómo comportarse. La postulante debe considerarse como un «granito de arena», en la que nadie repara y todas la pisotean. Al poco de ingresar en el convento escribe a su hermana María: «Pedid que vuestra hijita sea siempre un granito de arena muy oscuro, muy escondido a todas las miradas, que sólo Jesús pueda verlo. Que se haga cada vez más pequeño, que se reduzca a nada» 31. El día de su profesión pedirá al Señor verse siempre «pisada y olvidada, como un granito de arena» 32, y a la M. Inés: «Rogad para que el grano de arena se convierta en un ATOMO, visible sólo a los ojos de Jesús» 33. Lleva el sentido de esas humillaciones hasta sus últimas consecuencias. En abril de 1890 escribe: «¡Oh, cómo desea él (el granito de arena) ser reducido a nada, desco­nocido de todas las criaturas! ¡El pobrecito no desea ya nada, nada más que el OLVIDO! Sí, deseo ser olvidada, y no sola­mente de las criaturas, sino también de mí misma. Quisiera ser del todo reducida a la nada, que no tuviera yo deseo alguno».

31 e 28. 32 o 2. 33 e 51.

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y algunos días más tarde vuelve al mismo tema: «Que el granito de arena esté siempre en el lugar que le corresponde, es decir, bajo los pies de todos. Que nadie piense en él, que su existencia sea, por decirlo así, ignorada ... El grano de arena no desea ser humillado, eso es todavía demasiado glorioso, pues para ello sería necesario ocuparse de él. El no desea más que una cosa: ¡ser OLVIDADO, ser tenido en nada!» 34.

Otra imagen que emplea es de ser «la pelotita» o «el jugue­tito» del Niño Jesús. Quiere decir estar dispuesta a aceptar todo 10 que Dios dispone, aunque sea contrario a sus aspiraciones y deseos; es la disponibilidad a las exigencias misteriosas y con frecuencia dolorosas de Jesús.

Pero los sufrimientos y humillaciones que vienen de Dios se aceptan más fácilmente que los que vienen de las personas con quienes se convive. En el caso de la monjita, de las religiosas de la comunidad. Durante el retiro para la toma de hábito pasó a su hermana un billete en que le decía: «Pedid a Jesús que sea generosa durante mi retiro. ¡El me ACRIBILLA a alfilera­zos, la pobre pelotita no puede más, está por todas partes llena de agujeros que la hacen sufrir más que si tuviera sólo uno grande! ... Mas las criaturas, ¡oh, las criaturas! ... ¡La pelotita se estremece!... ¡ Cuando es el dulce amigo quien punza, él mismo, a su pelotita, el sufrimiento no es sino dulzura, es tan dulce su mano! ... ¡Pero las criaturas!... Las que me rodean son muy buenas, pero hay en ellas un no sé qué, que me repe­le ... » 35. Así se humilla y sufre la pobre postulante en el con­vento.

2. La generosidad en lo pequeño.-Durante este primer pe­ríodo de su vida religiosa va descubriendo los secretos del cami· no de la santidad. Su gran preocupación es la de ser fiel a Jesús en todo, aun en las cosas más insignificantes. Comprende cuál es el sentido de la fidelidad a la observancia de las leyes y cos­tumbres del monasterio. Por fidelidad a la Regla corta la palabra que estaba escribiendo al oír el toque de la campana. No en­cuentra consuelo en la oración. La sequedad se convierte en su pan de cada día. Todo se le hace cuesta arriba. Escribe a su her­mana: «Sí, la vida cuesta, es penoso comenzar el día de traba-

" e 81 y 84. 35 e 51.

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jo ... ¡Si, al menos, se sintiese a Jesús! ¡Oh, con qué gusto se haría todo por El! Pero no, El parece estar a mil leguas ... » 36.

Sufre gran aridez durante el retiro para la profesión. «Pero no comprendo -escribe a su hermana- el retiro que estoy hacien­do, no pienso en nada. En una palabra, estoy en un subterráneo muy oscuro» 37.

Durante el mismo retiro redacta otro billete en que va des­cribiendo a su hermana el subterráneo en el que ha entrado y tiene que recorrer. Tal parece que va a ser su condición para el resto de su vida. En este estado de aridez, al compararse con los grandes santos, que recibieron extraordinarias gracias de ora­ción, se siente como un pajarillo junto a unas águilas gigan­tescas. ¿Tendrá que renunciar a sus aspiraciones de escalar la cima de la santidad? ¿Habrá, tal vez, otros caminos que llevan a la misma cima? La joven novicia no se desalienta. Comprende que la santidad está en el amor y no en los medios que se emplean para conseguirla. Ella, por lo que se ve, no va a ser un alma llamada a las gracias de oración. Tendrá que vivir y mani­festar su amor a Jesús por medio de una vida de fidelidad heroi­ca llevada aun a las cosas más pequeñas. Así se mantendrá en una constante tensión amorosa. Tendrá que renunciar a ciertas maneras de concebir la santidad y los caminos que conducen a ella. Quizá se verá obligada a prescindir de los planes que se había fijado ella misma teniendo en cuenta el testimonio y la experiencia de otros santos. En ese caso, no podrán servirle de guía. Ella tendrá que ser original y abril' nuevos caminos. La joven, soñadora de grandezas y, al mismo tiempo, extraordinaria­mente realista, toma otra ruta, la que cree que Dios ha trazado para ella. Llega a una conclusión fundamental: las manifesta­ciones de la santidad y los medios que conducen a ella no están prefijados, como de ordinario se piensa.

Cuando se preparaba para la toma de hábito, su hermana SOl' Inés se la figuraba llena de consuelos espirituales, pero la postulante la saca de su error con estas palabras: «El cordero se equivoca creyendo que el juguetito de Jesús no está en tinie­blas, está abismado en ellas. Tal vez esas tinieblas sean lumino­sas, pero, no obstante, son tinieblas. Una fuerza y una paz muy

36 e 32. 37 e 90.

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grande son su único consuelo, y además cree estar como Jesús quiere que esté: he ahí su alegría, pues de otra manera sería tristeza» 3B.

Ante esta situación de no poder sentirse un alma mística, de alta oración, la pobre novicia llega a la conclusión de que Jesús la quiere así y no le queda más rectll'so que el de entre­garse a El por medio de una vida de fidelidad aun en las cosas más pequeñas. Así podrá ejercitar su amol' en un grado heroico, como los grandes santos. Para llegar a ser una gran santa no necesita un marco extraordinario ni medios excepcionales. Los instrumentos y materiales para levantar el gran edificio están a su alcance. Pero hay que proctll'ar aprovechar todo. No hay que perder ripio. La meta no es una santidad de pocos quilates. Es la santidad grande, heroica, pel'O conseguida por medios que no faltan nunca aun en la vida más prosaica.

La nueva orientación supone una actitud de humildad; hay que renunciar a la brillantez y desasirse de ciertos planes en cuanto a la manera de concebir la santidad, a la que siempre se sintió llamada por Dios. Así va descubriendo la santidad de la pequeñez y de la humildad. No una santidad pequeña, sino la grande, pero lograda por el uso heroico de medios peque­ños y humildes para los criterios tradicionales, mas no menos eficaces para llegar a la cima.

3. El sufrimiento.-Teresita tuvo una experiencia muy pre­coz del sufrimiento y pronto apreció su valor. Tomando literal­mente sus recuerdos, después de la primera comunión tuvo el presentimiento de que le tocaría sufrir mucho. «Sentí -dice ella- nacer en mí un gran deseo de sufrir y, al mismo tiempo, la íntima convicción de que Jesús me tenía reservado un gran nú­mero de cruces. Me sentí inundada de tan grandes consuelos, que los considero como una de las mayores gracias que he reci· bido en mi vida. El sufrimiento se convirtió para mí en un sueño dorado» 39. Siendo novicia escribió a su hermana: «No creamos poder amar sin sufrir, sin sufrir mucho. Nuestra pobre naturaleza está ahí, y está para algo. Ella es nuestra riqueza, nuestro instrumento de trabajo, nuestro medio de vida ... » 40.

6

38 e 54. 39 Ms A f. 69 v. 40 e 65.

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Más tarde explicaría así el lugar que el sufrimiento ocupó en su vocación: «Sí, el sufrimiento me tendió los brazos, y yo me arrojé en ellos con amor ... A los pies de Jes(¡s Hostia, en el examen que precedió a mi profesión, declaré lo que venía a ha­cer en el Carmelo: 'He venido para salvar almas y, sobre todo, para orar por los sacerdotes'. Cuando se desea un fin hay que emplear los medios necesarios para alcanzarlo. Jes(¡s me hizo comprender que las almas me las quería dar por medio de la cruz. y mi anhelo de sufrir creció a medida que el sufrimiento mismo aumentaba» 41.

La enfermedad de su padre sería ocasión de un sufrimiento desgarrador. Refiriéndose a su recaída al día siguiente de haber asistido a la toma de hábito, escribe: «Como la de nuestro divino Maestro, su gloria (la del padre) de un día fue seguida de una pasión dolorosa, y esta pasión no fue sólo para él. Así como los dolores de Jes(¡s atravesaron como una espada el corazón de su divina Madre, así también sintieron nuestros corazones los su­frimientos de aquel a quien más tiernamente amábamos en la tierra» 42.

Ella podrá afirmar: «Mi alma se ha madurado en el crisol de las pruebas exteriores e interiores». Hacia el fin de su vida se dirige al Señor con estas palabras: «Os doy gracias, ¡oh Dios mío! , por todos los favores que me habéis concedido, en particular por haberme hecho pasar por el crisol del sufri­miento» 43.

4. El amar.-Está convencida de que las obras deslumbran­tes no son necesarias, ni siquiera una larga vida de trabajos. Lo importante es el amor. «El amor todo lo puede; las cosas más imposibles no le parecen difíciles. Jesús no mira tanto la gran­deza de las obras, ni siquiera su dificultad, cuanto el amor con que tales obras se hacen» 44. Durante el retiro de profesión escri· be: «Me parece que el amor puede suplir una larga vida» 45.

Todo esto manifiesta que la joven Teresa va descubriendo su camino. No renuncia a sus aspiraciones, busca nuevos métodos o modos para realizarlas. Los medios que encuentra a mano serán

41 Ms A f. 69 V. 42 Ms A f. 73 1'. 43 O 1: 44 e 40. 45 e 89.

T

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TERESA DE L1SIEUX 537

suficientes. Todo está en la manera de utilizados. La grandeza no está en los medios mismos; está, más bien, en la actitud e in­tensidad con que uno los emplea.

Cristocentrisrno de esta etapa

Teresita no hace planteamientos metafísicos acerca de Dios y de su naturaleza, ni se pierde en disquisiciones dogmáticas. Le preocupa, más bien, el conocimiento funcional de Dios. ¿Qué es, cómo es Dios para conmigo? ¿Cómo me encuentro con El en la vida real de cada día?

La espiritualidad de la pequeña carmelita se centra princi­palmente en la humanidad del Hijo. Es el Dios cercano, accesi­ble, que infunde confianza. En cierta ocasión dijo a la M. Inés: « ¡Qué dicha, Madre mía, que Dios se haya hecho hombre para que podamos amarle! ¡Oh!, qué bien lo ha hecho; si no, no nos atreveríamos».

Su devoción al Hijo de Dios encarnado se concreta en tres devociones o advocaciones: el Niño Jesús, la Santa Faz y Jesús Esposo. Desarrolla principalmente las dos primeras. Dice que sus títulos nobiliarios son: «del Niño Jesús y de la Santa Faz» 46.

Las devociones de sor Teresa no son abstractas y teóricas. Están relacionadas con su vida concreta y real, con sus proble­mas, y las vive en función de ellos.

El Niño Jesús.-El Niño Jesús aparece como el Dios cercano, el Dios al que uno puede acercarse con confianza. El Niño no le atemoriza como el Dios terrible y justiciero que se predicaba en su tiempo. Luego descubrió a través de esta devoción otra faceta de Dios. El Niño Jesús simboliza el carácter inestable, imprevisible, ilógico y «caprichoso» de Dios, como el de un niño que no razona ni se comporta con la lógica de los adultos. Ella descubre al Dios misterioso e incomprensible al tratar de obtener el permiso para entrar en el Carmelo. Le parecía que esta pre­tensión era santa y justa. Merecía ser aprobada, y en buena ló­gica Dios no se la podía rehusar. Al no obtener la respuesta

46 e 101.

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esperada cae, o le hacen caer, en la cuenta de que Dios no se conduce según nuestra lógica y que tenemos que resignarnos y plegarnos a sus designios. Entonces ella se considera como el «juguetito» del Niño Jesús, que puede ser tratado por éste a su antojo. Veamos cómo se explica ella misma: «Desde hacía algún tiempo yo me había ofrecido al Niño Jesús para ser su juguetito. Le había dicho que no me tratase como a un juguete caro que los niños se contentan con mirar sin atreverse a tocarlo, sino como a una pelotita sin ningún valor ... En una palabra, yo quería divertir al pequeíio Jesús, complacerle, entregarme a sus caprichos infantiles ... » 47.

Emplea las expresiones de ser el «juguete» y la «pelotita» del Niño Jesús principalmente en su correspondencia con la M. Inés, que fue quien le sugirió estas imágenes 48. En la oración al Niño Jesús exclama: « ... me abandono a tus divinos capri­chos ... » 49. Sor Genoveva resume su pensamiento en estos tér­minos: « ... Mi sueño es el de ser un juguetito inútil en las manos del Niño Jesús ... ; soy un capricho de ]esusin» 50.

Con imágenes que parecen infantiles y banales expone uno de los problemas más fundamentales y difíciles de la vida del creyente: la disponibilidad y entrega ciega, incondicional e irra­cional a los designios de Dios, que con frecuencia nos parecen caprichos ilógicos, infantiles.

La Santa Paz.-La devoción a la Santa Faz configura bási­camente su espiritualidad. Así 10 afirma ella misma poco antes de morir al hacer a su hermana la siguiente confidencia: «Estas palabras de Isaías: '¿Quién creyó en vuestra palabra? ... No hay en él ni esplendor ni belleza ... , etc.', han constituido el fondo de mi devoción a la Santa Faz, o por mejor decirlo, el fondo de toda mi piedad. Yo también deseaba estar sin belleza, pisar sola el vino en el lagar, desconocida de toda criatura» 51. Sor Genoveva dice: «Esta devoción fue para sor Teresa del Niño Jesús el coronamiento y completo desarrollo de su amor hacia la santa humanidad de Jesús. La Santa Faz era el espejo donde

47 Ms A f. 64 r. 48 Cf. C 15; 18; 50; 51; 54. En ,la 156 aparece como algo ya lejano. 49 O 5. so CRG 111,2. 51 UC 5.8.9.

T I

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ella veía el alma y el corazón de su Amado, donde ella le con­templaba todo entero... Señaló a sus novicias la Santa Faz de Jesús como un libro de donde sacaba la ciencia del amor, el arte de las virtudes ... » 52.

Ya desde el año 1885, Teresita, niña de doce años, se ins­cribió en la Cofradía de la Santa Faz. Pero fue en el Cm'melo donde comprendió el profundo sentido y contenido teológico de esta devoción. EllO de enero de 1889 aparece por primera vez como apellido al firmar una carta: «Teresa del Niño Jesús de la Santa Faz», La enfermedad de su padre y las humillaciones que esta desgracia ocasionó a la familia sirvieron de catalizadores para descubrir los tesoros de esta devoción. Ella dice que debió a su hermana este descubrimiento 53, Pero la florecilla no se con­tentó con escuchar y recibir, Profundizó su sentido de una mane­ra admirable a la luz de algunos textos de la Escritura 54,

La imagen de la Santa Faz la acompañó dmante el resto de su vida y, sobre todo, en los momentos más cruciales 110 dejaba de mirarla. En su profesión pegó a la fórmula una viñeta de la Santa Faz. Llevó siempre esta viñeta sobre su corazón. Traía en su breviario una estampa, que exhibió en la foto que le saca­ron el 7 de junio de 1897, pegada sobre un cartón. Durante la oración, la solía colocar en el banco, a su lado. Esta misma ima­gen pendía de las cortinas de la enfermería en los últimos días de vida 55.

Ella ve en la Santa Faz cómo nos ama Jesús. El Jesús do­liente ilumina el camino del sufrimiento; da claridad en la noche de la fe 56. «Bajo esos rasgos desfigurados reconozco vuestro amor infinito», exclama la santita 57. Se siente comprendida por Jesús porque El también ha sufrido 58. Durante su última enfer­medad dice: «No he cesado de mirar a la Santa Faz. He rechaza­do muchas tentaciones. ¡Ah, he hecho muchos actos de fe! 59.

La Santa Faz le ayudó a comprender el sentido cristiano del

52 CRG III,35. 53 Ms A f. 71 1'.

54 cr. C 88; 95; 116, etc. 55 cr. DC 5.8.7; 5.8.9; 6.8.1; 18.9.2. 56 C 63; 81; 91. 57 O 9. 58 P 23. 59 De 6.8.1.

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sufrimiento e incluso el de la oscuridad de la fe. Ella quería vivir sin recibir atenciones especiales, ni siguiera de parte de Dios, como Jesús durante la Pasión.

Jesús Esposo.-A partir del matrimonio de su prima Juana, la monjita emplea la imagen de Jesús Esposo. Recuérdese cómo redactó el texto de invitación a las bodas de Teresa Martín con el Hijo de Dios 60. Aun antes aparece alguna que otra vez, cuando presenta la profesión religiosa como un desposorio con Jesús 61.

Vuelve a aparecer en varios otros escritos: en la historia de un alma, en algunas cartas. Pero este aspecto de su espiritualidad no lo desarrolla mucho, aunque emplea el término que había recogido de la tradición, pues era muy corriente considerar la profesión religiosa como un desposmio con Jesús.

La santita no explota esta imagen porque no coincidía con su experiencia humana. Ella fue y se sintió siempre niña en la familia. Aunque experimentó la necesidad de amar y de ser amada 62, nunca pensó en ser esposa. Ante Dios se sentía igual que ante su Padre: como niña, como hija. Por eso su espiritua­lidad no es de desposorio ni de amistad, sino de infancia.

Los santos que desarrollan la espiritualidad de Jesús Esposo encuentran las imágenes en el Cantar de los Cantares. Teresita también cita este libro, pero la fuente principal de sus ideas e imágenes está en el Evangelio, donde Dios es presentado prin­cipalmente como Padre y el hombre como hijo. La joven Teresa se dejó influir por la experiencia familiar, por el hecho de tener un padre ideal, según sus criterios, y, por otra parte, por la lectura del Evangelio, que nos enseña a invocar a Dios llamán­dole «Padre nuestro».

C) La gratuidad de la santidad

La vehemente monjita, sumida en la aridez, no ceja en sus intentos. Espera llegar a la perfección y sigue realizando conti­nuos esfuerzos sin sentir gusto en ellos, pero sin aflojar. La san-

60 Ms A f. 77 v. 61 Por ejemplo, O 2: ,billete que llevaba sobre su pecho el día de 1a

profesión. 62 Ms A f. 77 r.

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tidad hay que conquistarla; hay que ganarla a fuerza de obras con la satisfacción que produce el saber que se está dando algo a Dios. Pero llega un momento en que, no sabemos cómo ni por qué, experimenta un cambio en el modo de entender su acti­tud de cara a Dios y lo que ella debe aportar para llegar a la ansiada meta. Escribe a su hermana: «El mérito no consiste en hacer mucho o en mucho dar, sino en amar mucho. Se ha dicho que es mucho más dulce dar que recibir, y es verdad; pero cuando Jesús quiere reservarse para sí la dulzura de dar, no sería delicado negarse. Dejémosle tomar y dar todo lo que quie­ra, la perfección consiste en hacer su voluntad, y el alma que se entrega enteramente a él es llamada por Jesús mismo 'su madre, su hermana' y toda su familia, y en otra parte: 'Si algu­no me ama guardará mi palabra (es decir, hará mi voluntad), y mi Padre le amará, y vendremos a él y haremos en él nuestra morada'. ¡Oh, Celina, qué fácil es complacer a Jesús, cautivarle el corazón! No hay que hacer más que amarle, sin mirarse una a sí misma, sin examinar demasiado sus propios defectos» 63,

Teresita toma una actitud pasiva en el sentido de que renun­cia a la iniciativa en cuanto a lo que tiene que obrar, a 10 que ha de ofrecer o dar a Jesús. Será éste el que vaya prodigando su amor e indicando qué género de respuesta espera. Lo que pide es amor, y el amor consiste en hacer su voluntad, en someterse a sus planes, y no en adelantarse a ofrecerle cosas. Eso sí, es necesario corresponderle. Pero nuestra acción será siempre una respuesta amorosa a 10 que Jesús nos presenta y requiere. Una sumisión perfecta a su voluntad es la única respuesta válida, que nos introduce en el ámbito de su familia.

Este descubrimiento constituye una novedad notable. El ca­mino de la santidad no es un recorrido prefijado de antemano ni una empresa que está ya definida y que hay que llevar a cabo con una serie de actividades y obras que se van sucediendo, cada una de las cuales corresponde a una etapa del recorrido, a un grado de perfección.

Para Teresita no hay más que un punto de referencia: Jesús y su voluntad. No hay que preocuparse de qué camino va uno a seguir ni de qué obras ha de practicar, ni siquiera es convenien-

63 e 121.

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te examinar el estado de ánimo de uno. Se debe atender sola­mente a Jesús y procurar interpretar y hacer su voluntad en cada momento y situación. La perfección consiste en esta disponibi­lidad constante a la voluntad de Dios. Es indiferente que lo que Dios pide a uno sea una empresa sencilla y oscura o brillante y costosa. Lo que cuenta es la finalidad con entusiasmo o sin él, con gusto o con repugnancia, pero sin nunca desfallecer. No hay que pensar en dar al Señor grandes cosas, sino más bien en recibir sus gracias, agradecérselas y responder a su llamada cues­te lo que cueste, coincida o no con nuestros gustos y aspira­ciones.

Más tarde, cuando empieza a escribir su autobiografía, hace una exposición admirable del plan de Dios y de la manifestación de su amor en las diversas vocaciones que El distribuye. Para la joven carmelita, la perfección no consiste en que Dios le lleve a uno por un camino o por otro; consiste en que cada uno sepa aceptar el suyo propio y dejarse conducir por El. «La perfección consiste en hacer su voluntad, en ser lo que El quiere que sea­mas» 64. «En efecto, los directores hacen progresar en la perfec­ción imponiendo un gran número de actos de virtud, y llevan razón; pero mi director, que es Jesús, no me enseña a contar mis actos, me enseña a hacerlo todo por amor, a no negarle nada, a estar contenta cuando El me ofrece una ocasión de probarle que le amo» 65. Dos años y medio antes de su muerte expone así su nueva interpretación del camino de la santidad y su actitud frente a él: «Ese deseo (el de llegar a ser una gran santa) podría parecer temerario si se tiene en cuenta lo débil e imperfecta que yo era, y lo soy todavía después de siete años pasados en religión. No obstante, sigo sintiendo la misma con­fianza audaz de llegar a ser una gran santa, pues no me apoyo en mis méritos, no tengo ninguno, sino en aquel que es la Virtud, la Santidad misma. El solo, contentándose con mis dé­biles esfuerzos, me elevará hasta sí, y cubriéndome con sus méri­tos infinitos, me hará santa» 66.

64 Ms A f. 2. 65 e 121. 66 Ms A r. 32 t.

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UI1 caminito del todo nuevo

Cuando Teresita, enferma ya de muerte, relata cómo ha llega­do a descubrir su camino de confianza y abandono, no detalla fechas. Solamente expone el proceso. Ya hemos visto que, al escribir a su hermana cuatro años antes, iba comprendiendo que la santidad era posible para todos, estaba al alcance de cual·, quiera, pues no estaba condicionada por unas actividades a rea­lizar ni unas cualidades que uno debiera poseer, sino que con­siste en responder cada uno desde su puesto y con lo que uno es y con los medios a su alcance, a las exigencias de Dios. y esto 10 pueden realizar todos sin excepción. Pero con esto no quedaba todo suficientemente explicado. La santita pasa a ex· poner con más claridad algunos de los aspectos de la perfec­ción cristiana tal como ella la entiende. Veamos el planteamiento que hace de su propio problema de llegar a ser una santa y cómo halla la solución: «Sabéis, Madre mía, que siempre he deseado ser santa. Pero ¡ ay!, cuantas veces me he comparado con los santos, siempre he comprobado que entre ellos y yo existe la misma diferencia que entre una montaña cuya cima se pierde en los cielos y el oscuro grano de arena que a su paso pisan Jos caminantes. Pero en vez de desanimarme, me he dicho a mí misma: Dios no podría inspirat1ne deseos irrealizables, por tanto, a pesar de mi pequeñez, puedo aspirar a la santidad. Acrecerme es imposible; he de soportarme a mí misma tal y como soy, con todas mis imperfecciones. Pero quiero. hallar el modo de ir al cielo por un caminito muy recto, muy corto; por un caminito del todo nuevo. Estamos en el siglo de los inventos. Ahora no hay que tomarse ya el trabajo de subir los peldaños de una escalera; en las casas de los ricos el ascensor la suple ventajosamente. Pues bien, yo quisiera encontrar también un ascensor para elevarme hasta Jesús, ya que soy demasiado pequeña para subir la ruda escalera de la perfección. Entonces busqué en los Sagrados Libros la indicación del ascensor, objeto de mi deseo, y hallé estas palabras salidas de la boca de la Sabiduría eterna: Si alguno es pequeñito, que venga a l11Jí •••

¡Como una madre acaricia a su hijo, así 10 consolaré Yo! ¡Os llevaré en mi regazo y os meceré sobre mis rodillas! » 67.

67 Ms e f. 2-3.

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El ser pequeño, el no sentirse llamado a llevar a cabo em­presas brillantes y llamativas, y débil para pl'acticar la virtud heroicamente no es ningún inconveniente. «i El ascensor que ha de elevarme al cielo son vuestros brazos, oh Jesús! Por eso, no necesito crecer, al contrario, he de permanecer pequeña, empe­queñecerme cada vez más» 68.

Sor Teresa del Niño Jesús de la Santa Faz ha dado con el camino definitivo. La santidad no es de iniciativa humana, es obra de Dios. Nadie dehe pretender adelantarse a darle consejos o normas. Hay que ponerse a su disposición. Hay que dejarle obrar. La santidad consiste «en ser 10 que Dios quiere que sea­mos». No hay necesidad de métodos humanos ni metas fijas. Que él actúe según su beneplácito. Ese es el «caminito» por el que Jesús conducirá a los que se abandonan a El.

Elementos básicos del caminito

1. La pobreza espiritual.-EI tema de la pobreza espiritual es uno de los más fundamentales del Evangelio. Jesús lo expuso en diversas ocasiones. El problema quizá más difícil con el que se enfrenta el creyente es éste de la pobreza espiritual. Lo que esta virtud nos exige es que reconozcamos que la salvación es gratuita, que confesemos humildemente que Dios nos da todo gratis, y que, por tanto, nosotros no podemos ni debemos pre­sentarle ningún derecho ni exigencia justificada. El texto evan­gélico en el que más clara y directamente se plantea este proble­ma es la parábola del fariseo y publicano 69. El fariseo cree poder adquirir la justificación por las obras, por el fiel cumplimiento de los mandamientos, que en la parábola se supone, y, sobre todo, por las obras de supererogación, con las que él piensa da a Dios algo que no le debía en justicia. Puede sentirse seguro ante Dios y satisfecho de sí mismo. El publicano, por el con­trario, no tiene nada que presentar a Dios, y todo 10 espera de su misericordia. La humildad con que se reconoce pobre y se resigna a aceptar todo como un don gratuito le hace acreedor a la justificación.

Teresita captó el sentido y alcance de esta parábola y procuró

68 Ms e f. 3 r. 69 Le 18,9-14.

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colocarse en el puesto que le correspondía, en el del publica­no 70. En una estampa que llevaba en el breviario había copiado las palabras del publicano: «¡Oh Dios, ten compasión de este pecador! ».

También intuyó el profundo sentido de otras expresiones evangélicas como: «recibir el reino de Dios como niños», lo que supone sentirse siempre «siervos inútiles», «quedarse en el último lugar», considerarse obrero de la «hora undécima» 71. La escena de la pecadora humilde y confiada la cautivaba 72.

El admirable planteamiento que hace San Pablo de este tema en su doctrina de la justificación por la fe no pasó desaperci­bido a la precoz carmelita. Había transcrito estas palabras; (Dichosos aquellos a quienes Dios justifica sin las obras, pues al que trabaja, el salario no se le cuenta como gracia, sino como una deuda ... Reciben, pues, un don gratuito los que sin hacer obras son justificados por la gracia en virtud de la redención, cuyo autor es Jesucristo» 73.

Pero la santita de Lisieux no se contenta con repetir los textos. Los interpreta y halla en ellos nuevos sentidos.

Hemos visto que percibió con una lucidez extraordinaria el sentido de los textos referentes a la predilección de Jesús por los pequeños, los pobres y los pecadores, y la necesidad de hacerse pequeño para ser acogido por El. Siempre la fascinó la figura del publicano de la parábola. Le encantaban sus palabras y su gesto de quedarse atrás humildemente. En su última enfermedad, con ocasión de recibir la comunión, recita, acompañada de toda la coml1l1idad, el «Yo pecador» profundamente conmovida. «Al igual que el publicano -dice ella-, me sentía una gran peca­dora» 74.

El atributo divino que mejor ha comprendido ella ha sido el de la misericordia. En los tres últimos años de su vida la palabra «misericordia» y el adjetivo «misericordioso» brotan constante­mente de sus labios y de los puntos de su pluma. Ella explica el porqué de esta proliferación: «Comprendo, sin embargo, que no todas las almas pueden parecerse: es necesario que haya

70 Of. Ms C f. 6 r; f. 36 v; C 215; UC 12.8.3. 71 Cf. UC 6.8.8; 23.6; CRG H,46; C 215; CRG VI,38. 72 Cf. Ms A f. 38 v; Ms C f. 36 v; C 201; 220. 73 CRG H,30. 74 UC 12.8.3.

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diferentes tipos, a fin de honrar especialmente cada una de las perfecciones divinas. A mí me ha dado su misericordia infinita y a través de ella contemplo y adoro las demás perfecciones divi­nas. Entonces todas se me presentan radiantes de amor» 75.

La faceta de la obra divina que ella descubre es la de que el hombre ha sido creado para ser el objeto de la misericordia divi­na. Esto explicaría el porqué de la condición actual del hombre, su vida en la oscuridad de la fe, sin poder prácticamente evitar el pecado; el sentirse impotente y decepcionado de sí mismo.

La monjita hace este razonamiento: Dios le ha inspirado la idea de ofrecerse como víctima al Amor Misericordioso. Ser vÍCtima del Amor quiere decir convertirse en objeto de ese amor, hacerse amigo de Dios, dejarse amar por El de modo que pueda volcar sobre ella el amor de su corazón, que pueda desahogar con ella su necesidad de amar.

«Es una verdadera osadía pretender que Dios pueda elegir como consorte a una criatura tan pobre y débil. No obstante, es esta misma debilidad la que me inspira la audacia de ofre­cerme como víctima a tu amor, ¡oh, Jesús! ... Pero a la ley del temor ha sucedido la ley del amor, y el amor me ha escogido a mí, débil e imperfecta criatura ... ¿No es acaso digna del Amor esta elección? Sí. Para que el amor quede plenamente satisfecho es necesario que se abaje hasta la nada y que trans­forme en fuego esta nada» 76.

Esta idea de que el amor para realizarse plenamente debe abajarse es una de las intuiciones más profundas y fecundas de Teresa 77. Es que para nuestro modo de evaluar el amor, su modalidad más admirable es la de la misericordia: el amor que se humilla y perdona. El hombre débil y pecador es el lugar de acción de la misericordia divina. Entre seres perfectos, como las Personas de la Santísima Trinidad, no se puede ejercitar el amor como misericordia. Causa la impresión, y creo que es eso 10 que ha sentido Teresita, por 10 menos en el plano psicológico y sen­timental, de que Dios no podía realizarse plenamente como Amor en la vida trinitaria, pues le faltaría la posibilidad de desarrollar esa modalidad de misericordia. En cierta ocasión, Teresita hizo

75 Ms A f. 83 V. 76 Ms B f. 3 V. 77 ef. Ms A f. 2 v.

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esta confidencia a su hermana Celina: «Hasta podría crear almas tan perfectas que no tuviesen ninguna de las debilidades de nuestra naturaleza. Mas no; El cifra sus complacencias en las pobrecitas criaturas débiles y miserables... ¡Sin duda que esto le gusta más» 78. Por 10 que se ve, ella piensa que Dios se siente más complacido en perdonarnos a nosotros que en amar a seres más puros, que no tienen necesidad de misericordia.

Es un pensamiento audaz. Pero si lo consideramos bien, ¿no viene a revelar algo de esto el hecho de que Dios haya llegado hasta la locura de la encarnación para acercarse a nosotros y ha­cerse con nuestra amistad, para convertirnos en partícipes de su vida, en consortes de las Tres Personas?

2. La humildad.-La mayor humillación para el hombre, humillación que muchos no quieren aceptar, es saber que Dios lo salva gratuitamente y no por sus méritos. La santita de Lisieux profundiza este pensamiento y lo lleva hasta las últimas conse­cuencias. Todo consiste en permanecer «niña» ante Dios. Su hermana le pidió que le explicara el sentido de esta expresión. Ella le respondió: «Es reconocer uno la propia nada, esperarlo todo de Dios, como un niñito lo espera todo de su padre ... Ser pequeño significa, además, no atribuirse a sí mismo las virtudes que se practican ... Por último, es no desanimarse por las faltas, porque los niños caen a menudo, pero son demasiado pequeños para hacerse mucho daño» 79. En consecuencia, la verdadera in­fidelidad, el pecado grave, consistiría en: « ... entretenerme vo­ltmtariamente en un pensamiento de orgullo. Si me dijese a mí misma, por ejemplo: He adquirido tal virtud, estoy segura de poder practicarla. Porque eso sería apoyarse una en sus propias fuerzas, y cuando se llega a tanto, se corre el riesgo de caer en el abismo ... » 80. En cierta ocasión, al ver que su hermana lloraba de despecho porque creía que nunca iba a llegar a ser una reli­giosa perfecta y practicar la virtud con brillantez, le escribió un billetito en que le decía: « ... 110 busquemos nunca 10 que parece grande a los ojos de las criaturas... La única cosa que no se desea es el último lugar: este último lugar es 10 único que no

78 CRG I1,21. 79 UC 6.8.8. 80 UC 7.8.4.

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es vanidad... Sí, basta humillarse, soportal' con dulzura las propias imperfecciones: he ahí la verdadera santidad ... » 81.

A un misionero, al que parecían demasiado elevadas las me­tas que le proponía la monjita, ésta le explica su pensamiento: « .. , ¡Ah, hermano mío, qué poco conocidos son la bondad y el amor misericordioso de Jesús!, .. Es verdad que para gozar de estos tesoros es necesario humillarse, reconocer la propia nada, y es lo que muchas almas no quieren hacer» 82,

Esta humildad no es fatalista; es amorosa. Requiere sentirse totalmente dependiente de Dios. Pero el Dios misericordioso ofrece más garantías y seguridad que las que pudiéramos desear nosotros mismos si fuésemos autónomos. Más poder y más inte­rés y amor que los que Dios pone a nuestro servicio no es posible concebir. Así razona la «pequeñísima» monjita de Lisieux, que de ningún modo quiere independizarse de su Padre misericor­dioso.

3. Confianza y abandoJ1o.-La dependencia total, de modo que uno no pueda disponer de sí ni hacer planes por su cuenta y contar con los medios necesarios para llevarlos a cabo, resulta deprimente. Para que el hombre pueda realizarse y sentirse feliz en esas condiciones necesita estar seguro de que se encuentra ante un Dios bondadoso en cuyas manos se puede poner uno sin ninguna preocupación ni inquietud. El hecho fundamental es comprobar que Dios es realmente bueno. Si se tiene esta segu­ridad, no hay dificultad alguna para ponerse ciega e incondi­cionalmente en sus manos y dejarse conducir por El. El que verdaderamente cree en la bondad de Dios, confía en El y se abandona a El. No tiene necesidad de garantías externas. Le basta la incomparable garantía de la Persona misma. Por tanto, podríamos definir la confianza teologal como el abandono, la entrega ciega e incondicional que uno hace de sí mismo a alguien cuyos planes no conoce perfectamente, pero en cuyo poder y amor cree. Entonces no se le ponen condiciones ni se le exigen programas ni garantías. Lo que importa y de lo que todo depende es creer en el amor que Dios nos tiene, en su amor gratuito. La primera vez que Teresita emplea la palabra abandono es en la

81 e 215. 82 e 231.

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carta en que habla de la grahtidad de la santidad. Si el amor de Dios no fuera grahJito, no podríamos confiar en El ni abando­narnos en sus brazos. Lo que nos da confianza es el saber que nos ama siempre, a pesar de nuestras infidelidades.

En cierta ocasión, la santita escribió a su hermana: «Jesús te ama con un amor tan grande que si lo vieras caerías en un éxtasis de felicidad que te causaría la muerte. Pero no ves y su­fres» 83. Al principio de su autobiografía hace esta confesión: «Siempre se me ha mostrado el Señor compasivo y lleno de dulzura. Lento en castigar y abundante en misericordia» 84. Más adelante, en el mismo escrito, dice: «De lo que estoy cierta es de que la misericordia de DIos me acompañará siempre» 85. Poco antes de morir revela estos sentimientos: «Desde mi tierna in­fancia me han encantado estas palabras de Job: 'Aunque Dios me matara, seguiría esperando en El'. Pero he tardado mucho en llegar a este grado de abandono. Ahora ya estoy en él; Dios me ha hecho llegar a El, me ha tomado en sus brazos y me ha puesto en El» 86. Este abandono supone que uno renuncia a sus planes y se deja conducir por Dios. Cuando se llega a este estado, se puede decir: «Al presente, no tengo ya ningún deseo. Ya no deseo ni el sufrimiento ni la muerte, aunque sigo amándolos: el amor es lo único que me atrae. Al presente, sólo el abandono me guía, y no tengo otra brújula» 87. Ya para ella «el camino es el abandono del niñito que se duerme sin miedo en los brazos de su padre» 88.

El pecado no debe constituir ningún obstáculo para llegar a esta actitud de confianza y abandono. Ya nos lo advierte la santita en más de una ocasión. «Desde que me fue dado com­prender, de este modo, el amor del Corazón de Jesús, confieso que El ha desterrado todo temor de mi corazón. El recuerdo de mis faltas me humilla, me lleva a no apoyarme nunca en mi propia fuerza, que no es más que debilidad; pero más que nada, este recuerdo me habla de misericordia y amor. Cuando uno arroja sus faltas, con una confianza enteramente filial, en el

83 e 124. 84 Ms A f. 3 v. ss Ms A f. 84 V. 86 De 7.7.6. B7 MI> A f. 83 r . .. Ms B f. 1 r.

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,,;Q, .• ...,".b,' .... ¿cómo no van a ser consumidos para siem­.una d~ sus poesías canta: «Vivir de amor es disipar

::frllllle!IO, aven.tar el recuerdo de pasadas caídas ... Y allí, Jesús, canto confiada y alegre: ¡Vivir de amor! » 90.

4. La perfecci6n.-La santa, reconociendo su propia debi­lidad e imperfección, se dio cuenta de que la perfección no es absoluta. Las almas, «aun las más santas, no serán perfectas sino en el cielo» 91. Pero lo más importante de su pensamiento no es esta constatación. Lo interesante es su concepto de la santidad. Está en relación con 10 que piensa de la misericordia de Dios y su ejercicio con los hombres. Dios va a ejercitar su misericor­dia no sólo hasta la conversión de cada uno, sino hasta el último instante de la vida. Por eso nunca faltarán imperfecciones en nosotros. Hay que reconocer y aceptar amorosamente esta mise­rable condición nuestra.

Teresita dice repetidas veces, aun poco antes de su muerte, que ella es imperfecta, y no solamente eso, sino que está con­tenta de ello. «No siento pena alguna al ver que soy la debilidad misma; antes al contrario, me glorío de ello y cuento con des­cubrir en mí nuevas imperfecciones» 92. Menos de tres meses an­tes de su muerte confesaba con sencillez: «También yo tengo debilidades, pero me alegro de ello ... ; por ejemplo, me siento contrariada por una tontería que he dicho o hecho. Entonces entro dentro de mí misma y me digo: '¡Ay, me encuentro, pues, en el mismo peldaño que antes!' Pero me digo esto con gran dulzura y sin tristeza. ¡Es tan dulce sentirse débil y peque­ño! »93. Poco antes de terminal' su carrera en este mundo de­claró: «Experimento una vivísima alegría no sólo cuando se me juzga imperfecta, sino, sobre todo, cuando yo misma sé que lo soy» 94. Después de haber manifestado cierto disgusto por el gesto de una hermana hace esta declaración: «¡Oh, cuán dichosa

69 e 220. 90 P 17. 91 Ms e f. 28 .r. 92 Ms e f. 15 r. 93 De 5.7.1. 94 De 3.8.6.

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soy de verme imperfecta y con tanta necesidad de la misericor­dia de Dios en el momento de la muerte! » 95.

Cuán lejos está la pequeña carmelita de Lisieux de considerar que las almas santas deben convertirse en unos autómatas bajo la acción del Espíritu Santo. Según ella, serán siempre imper­fectas, y por su amorosa y humilde confianza en el momento de la muerte, serán totalmente purificadas por el amor misericor­dioso de Dios.

La muerte de amor que ella espera no se realizará entre transportes de gozo, sino entre densísimas tinieblas y tentaciones contra la fe. Pero en el fondo de esas tinieblas arde una confian­za ilimitada y una caridad purísima. «Después de todas las gracias ... espero su misericordia infinita» 96.

5. En el corazón de la Iglesia.-La dimensión eclesial es una de las características más salientes de la espiritualidad de Teresita. Por eso el Papa Pío XI la proclamó Patrona universal de las Misiones. Ella percibió y expuso esta dimensión de la vida contemplativa con una lucidez, unas imágenes y una pro­fundidad teológica que se pueden calificar de geniales.

A raíz de la «gracia de Navidad» se le reveló el carácter eclesial de la vida cristiana. Durante su viaje a Roma se conven­ció de que su vocación sería la de «conservar la sal destinada a las almas» ofreciéndose por los sacerdotes. Cuando le pregun­taron por qué deseaba abrazar la vida religiosa en el Carmelo, respondió: «He venido para salvar almas y especialmente para rogar por los sacerdotes» 97.

En los claustros del Carmelo continuó reflexionando sobre el tema. Quería saber qué lugar le correspondía, por su vocación, en el Cuerpo Místico de ·la Iglesia. Un año antes de su muerte dio cuenta de su descubrimiento en estos términos: «Comprendí que si la Iglesia tiene un cuerpo compuesto de diferentes miem­bros, no le faltaría el más necesario, el más noble. Comprendí que la Iglesia tenía U/1 corazón, y que este corazón estaba ar­diendo de AMOR. Entonces, en el exceso de mi alegría delirante, exclamé: ¡Oh, Jesús, amor mío! Por fin he hallado mi voca-

95 ue 29.7.3. 96 e 201. 97 Ms A f. 69 v.

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clOn, ¡mi vocación es el AMOR! Sí, he hallado mi puesto en la Iglesia ... , en el corazón de la Iglesia, mi Madre; yo seré el amor» 98.

Fiel discípula, en este caso, de San Juan de la Cruz, ha comprendido que el contemplativo está presente e influye en la Iglesia por el amor. « ¡Oh, Jesús mío, te amo! Amo a la Iglesia, mi Madre. Recuerdo que el más pequeño movimiento de PURO AMOR le es más útil que todas las demás obras juntas» 99.

Llegó a hacerse una idea muy clara de cómo, en virtud de la comunión de los santos, un alma que se entrega generosamente al servicio de Jesús arrastra consigo otras muchas: « ... Jesús me inspiró un modo sencillo de cumplir mi misión. Me hizo com­prender el sentido de estas palabras de los Cantares: 'Atráeme, correremos tras el olor de tus perfumes'. ¡Oh, Jesús! No es, pues, ni siquiera necesario decir: '¡Al atraerme a mí, atrae también a las almas que amo!' Esta simple palabra 'atráeme' basta. Lo comprendo, Señor: Cuando un alma se ha dejado cautivar por el olor embriagador de vuestros perfumes, no podría correr sola; todas las almas que le son queridas se sienten llevadas tras de ella» 100.

No se daba por satisfecha con el trabajo realizado durante su vida terrena. Esperaba continuar su labor desde el cielo. Al constatar que su breve vida tocaba ya a término, declara: «". Pero presiento, sobre todo, que mi misión va a empezar: mi misión de hacer amar a Dios como yo le amo, de dar a las almas mi caminito. Si Dios me escucha, pasaré mi cielo en la tierra hasta el fin del mundo. Sí, quiero pasar mi cielo haciendo bien en la tierra ... » 101. Espera obtener de Dios abundantes gra­cias. «Será como una lhtvia de rosas» 102,

Así son de ilimitadas las aspiraciones y los planes apostólicos de la pequeña carmelita contemplativa.

9. Ms B f. 3 v. 99 Ms B f. 4 v; ef. C 191 y 219. 100 Ms e f. 34; ef. Ms e f. 35 v-36; VC 15.7.5; 4.8.8; CRG IV,24. 101 ve 17.7. 102 VC 9.6.3; ef. e 216; 224; 225; CRG IV,28.