Texto de Apoyo - Teología Fundamental

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BIBLIOTECA DE INICIACIÓN TEOLÓGICA Cuestiones fundamentales de la Ciencia Teológica puestas al alcance del lector de cultura media. Una divulgación de calidad, rigurosa y asequible, al servicio de un conocimiento más profundo de nuestra fe. . TÍTULOS PUBLICADOS l. Madre de Dios y Madre nuestra 10. Moral Fundamental 2. La vida de la Gracia 11. Historia de la Iglesia 3. Conocer la Biblia 12. Teología Fundamental 4. El Derecho de la Iglésia 13. jesucristo, nuestro Salvador 5. Los Siete Sacramentos 14. Dios Uno y Trino 6. La Iglesia 15. Moral Especial 7. Cristianos en la sociedad 16. Creó Dios en un principio 8. El más allá 17. Teología espiritual 9. Iniciación a la Teología 18. Liturgia Jutta Bmggraf (1952-2010) fue doctora en Teologlli por la Univer· sidad de Navarra, y en Psicopedagogía por la Universidad dE Colonia. Enseñó Teología Dogmática en la Facultad de Teología de la Universidad de Navarra. ISBN 978·84'321-3383-1 111111111111111111111111111111 Jutta Burggraf , l.OLOGIA AMENTAL i:V[anual de Iniciación /

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Texto de Apoyo - Teología Fundamental

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  • BIBLIOTECA DE INICIACIN TEOLGICA

    Cuestiones fundamentales de la Ciencia Teolgica puestas al alcance del lector de cultura media.

    Una divulgacin de calidad, rigurosa y asequible, al servicio de un conocimiento ms profundo de nuestra fe.

    ----~------------ .

    TTULOS PUBLICADOS l. Madre de Dios y Madre nuestra 10. Moral Fundamental 2. La vida de la Gracia 11. Historia de la Iglesia 3. Conocer la Biblia 12. Teologa Fundamental 4. El Derecho de la Iglsia 13. jesucristo, nuestro Salvador 5. Los Siete Sacramentos 14. Dios Uno y Trino 6. La Iglesia 15. Moral Especial 7. Cristianos en la sociedad 16. Cre Dios en un principio 8. El ms all 17. Teologa espiritual 9. Iniciacin a la Teologa 18. Liturgia

    Jutta Bmggraf (1952-2010) fue doctora en Teologlli por la Univer sidad de Navarra, y en Psicopedagoga por la Universidad dE Colonia. Ense Teologa Dogmtica en la Facultad de Teologa de la Universidad de Navarra.

    ISBN 97884'321-3383-1

    111111111111111111111111111111

    Jutta Burggraf

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    l.OLOGIA AMENTAL

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  • BIBLIOTECA CENTRAL

    Facultad da Teologa Pontfi - . B. . IC/a Y Cvil de Lima Jbioteca Central

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  • JUTTA BURGGRAF

    TEOLOGA FUNDAMENTAL

    Manual de Iniciacin

    Sptima edicin

    EDICIONES RIALP, S. A. MADRID

  • 2012 by herederos de JUTTA BURGGRAF 2012 by EDICIONES RIALP, S. A., Alcal, 290, 28027 Madrid

    www.rialp.com

    Primera edicin: diciembre 2001 Sptima edicin: diciembre 2012

    Con aprobacin eclesistica del Arzobispado de Madrid, diciembre 200 l.

    llustracin cubierta: Annimo s. XVIII, pintura al fresco Abanassi (Bulgaria).

    No est permitida la reproduccin total o parcial de este libro, ni su tratrun.iento informtico, ni la transmisin de uinguruo. forma o por cualquier medio, ya sea elect:rnioo, meclinico, por furocopia, por registro u otros mtodos, sin el penniso previo y por escrito de los tii;U]ares del Copyright. Dirjase a CEDRO (Centro Espaol de DeJ:echos Reprogcificos, www.cedro.m:g) sl neccsi.tllreproduci.r, fotocopiar o escanear algn fragmento de esta obra.

    ISBN: 978-84-321-3383-1 Depsito legal: M-4D.481-2012 Impreso en Publidisa - Sevilla

    NDICE

    Captulo l. QU ES LA TEOLOGA FUNDAMENTAL?...... 13 I. Una reflexin previa ........................................... 13

    l. siempre dispuestos .. . . . . . . . .. .. .. ... . .. . . . ... . . .. ... . . . . 14 2. dar respuesta (apologia) ............................... 15 3. a todo el que os pida>> ................................... 16 4. la razn (lagos) de vuestra esperanza>> ............ 17

    II. El origen de la Teologa Fundamental ................. 18 l. El origen del planteamiento ........................... 19 2. El comienzo de la ciencia ..................... .......... 20

    III. El objeto de la Teologa Fundamental ................. 21 IV: El mtodo de la Teologa Fundamental ............... 23

    l. El carcter esencialmente teolgico . .. . . . ... . . ... . . 24 2. La dimensin dialogal .................................... 26

    Captulo !l. EL DESEO DE DIOS Y SUS CONSECUENCIAS .. 29 L La palabra de Dios .............................................. 29

    IL La revelacin csmica ......................................... 32 l. El camino a partir del mundo .. . .. .. . .. . . . . . .. . . . . . . . 34 2. El camino a partir del hombre ................. ...... 37

  • III. El misterio de Dios ............................................. 42 2. Testimonio del amor misericordioso .............. 91 l. El Dios accesible y oculto .............................. 42 3. El testimonio del Hijo ................................... 94 2. Imgenes y comparaciones . . . . . . . ... . ... . . .. . . . . . . ... . . 44 4. La Resurreccin, piedra angular del misterio de

    Cristo ............................................................ 96 Captulo III. LA REVELACIN, CAMINO DE DIOS AL III. La Iglesia como razn para creer en Cristo .......... 100

    HOMBRE.................................................................... 47 l. Cristo en la Iglesia ...... .. .. .... ...... .. .. ...... .. .. .... .. . 1 00 I. Autocomunicacin divina ................................... 47 2. La santidad de la Iglesia ................................. 102

    l. Entrega sin reservas .. .... .. .. .. .. .. .. .... .... .... .... ...... 48 3. La contribucin de los cristianos a la credibili-2. Procedencia inmediata de Dios .. ...... .... .... .... .. 50 dad eclesial .. .. .. .. .... .... .... .... .... .. ...... .... .. .... .. ..... 1 04

    11. La Revelacin como accin y palabra de Dios ..... 53 l. Revelacin en la accin .................................. 53 2. Revelacin en la palabra .................... ............. 54

    III. Carcter personal de la Revelacin ...................... 56 l. El misterio de Dios Amor .............................. 57 2. Actuacin salvfica ......................................... 58

    Captulo VI. LA TRANSMISIN DE LA REVELACIN....... 108 l. Los Apstoles, eslabones entre Cristo y la Iglesia .. 109

    l. La eleccin de los Doce ................................. 109 2. La misin de los Doce ................................... 11 O

    11. La Tradicin apostlica ....................................... 113

    Caprulo N. LAs ETAPAS DE LA REVELACIN .................. 61 l. El Dios del Antiguo Testamento ......................... 62

    l. La Revelacin primitiva ................................. 62 2. La eleccin de Abraham ................................. 64 3. La formacin del pueblo de Israel .................. 65

    II. El Dios del Nuevo Testamento ............................ 69 l. El Dios de Jesucristo ........ .............................. 69 2. El Verbo encarnado ....................................... 72

    l. La predicacin de los Doce ............................ 113 2. El depsito de la fe ........................................ 115

    III. La sucesiva comprensin del depsito de la fe ..... 117 l. Una tarea para toda la Iglesia ......................... 117 2. La funcin especfica del Magisterio .............. 119

    N. El desafo de la inculturacin .............................. 121 l. Respeto hacia las culturas ............................... 122 2. La trascendencia de la Revelacin .................. 123.

    3. Amor paterno ................................................ 75

    Captulo V. RAzONES PARA CREER ................................ 80 l. Signos y milagros ................................................ 81

    l. Los signos en el Antiguo Testamento ............. 82

    Captulo VII: LA FE CRISTIANA - ENCUENTRO DEL HOMBRE CON DIOS ........................................ .......... 127

    I. La fe y la inteligencia .......................................... 128 l. El

  • III. Un don de Dios .......................................... ........ 139 l. La {
  • RMi se

    TMA

    Juan Pablo II, Encclica Redemptoris Missio Concilio Vaticano II, Constitucin Sacrosanctum Concilium Juan Pablo II, Carta Apostlica Tertio Millennio Ad-veniente

    UR Concilio Vaticano II, Decreto Unitatis redintegratio UUS Juan Pablo II, Encclica Ut unum sint

    Las abreviaturas del Antiguo y del Nuevo Testamento correspon-den a las siglas de Sagrada Biblia, EUNSA, Pamplona.

    Captulo I

    QU ES LA TEOLOGA FUNDAMENTAL?*

    l. Una reflexin previa

    En los comienzos de la Iglesia, San Pedro invit a algu-nas comunidades cristianas que vivan en diversas regio-nes de Asia Menor a dar testimonio de su fe en Jesucristo: (Estad) siempre dispuestos a dar respuesta a todo el que os pida razn de vuestra esperanza>> 1 Esta tarea sealada por el Apstol constituye el ncleo mismo de la Teologa Fundamental. Para comprender el texto, conviene tener en cuenta la situacin en la que ha sido escrito. Nos en-contramos en torno al ao 64 67, fecha en que posible-mente tuvo lugar el martirio de San Pedro2 Buena parte

    * Agradezco al Prof. Dr. Csar Izquierdo sus valiosas orientaciones y el material que con generosidad ha puesto a mi disposicin para el con-junto de este trabajo.

    1 1 Pe 3, 15. 2 Segn las investigaciones actuales, tampoco puede descartarse una

    fecha algo posterior.

  • de aquellos cristianos a los que escribi el gran Apstol, eran conversos del paganismo. Se encontraban en medio de una sociedad alejada de Dios, expuestos a un doble peligro: uno interior que haca difcil la perseverancia en la fe, y otro exterior que era la amenaza de muerte. Cuando un cristiano se mantena fiel a Cristo y actuaba segn sus creencias, en aquel ambiente adverso, podia ser no slo discriminado, sino tambin perseguido e incluso ejecutado. El objetivo fundamental de San Pedro parece ser, por tanto, dar una doble respuesta en esta compleja situacin. Por un lado, quiere consolar a los suyos y exhor-tarles a mantenerse firmes en medio de las adversidades3 Y por otro, les aconseja explicar hondamente la propia actitud a los dems, con el fin de que stos los compren-dan cada vez mejor.

    Vamos a considerar los cuatro aspectos fundamentales de esta exhortacin.

    l. siempre dispuestos>>

    Se trata de una tarea permanente. Dondequiera que se encuentren los cristianos, tienen que estar dispuestos a dar testimonio de su fe. Lo hacen, en un principio, por su mera presencia en las encrucijadas del trabajo, en la vida pblica y privada, con su modo ordinario de pensar y ac-

    3 Cf. una nota explicatoria a este texto: Es::os versculos( ... ) parecen salir al paso de los que pudieran sorprenderse por sufrir persecuciones, a pesar de hacer el bien. La coherencia de vida ser ocasin de que quienes calumnian queden confundidos y puedan rectificar.>> Sagrada Biblia. Nuevo Testamento, EUNSA, Pamplona 1999, p. 926.

    ruar, juzgar y reaccionar. Si procuran ser coherentes con su fe y agradar en cada situacin a su Padre Dios, con-vierten toda su existencia en un gran apostolado, en una llamada permanente a los dems a seguir, con ellos, los caminos del amor. En otras palabras, todo cristiano se encuentra involucrado en una gran aventura apostlica, y se le pide tener la audacia de colaborar en esta empresa, manifestando sus creencias con naturalidad a los dems. As se reconocer a los seguidores de Jesucristo en primer lugar por su modo de ser y de comportarse, y slo en un segundo momento por lo que dicen acerca de sus creen-cias. Tambin la sabidura popular afirma: Bscate un maestro al que puedas apreciar ms por lo que ves de l que por lo que oyes de b

    2. dar respuesta (apologa)>>

    La palabra griega apologa significa una defensa contra acusaciones o sospechas. En la literatura universal, por ejemplo, conocemos la famosa Apologa que escribi Pla-tn con respecto a Scrates, o tambin la Apologa pro Vzta sua, en la que John Henry Newman afirma la honra-dez de sus intenciones. En el siglo !, con vistas a las perse-cuciones que amenazan a los cristianos, San Pedro se re-fiere ciertamente a una defensa que pueda adquirir validez ante un tribunal. Instruye a los suyos sobre cmo han de reaccionar cuando se les insulte o injurie: no con agitacin y afectos, sino con argumentos slidos que ex-pliquen la propia actitud y apelen a la razn de los adver-sarios. Aunque la fe cristiana no se puede , s

  • se puede mostrar que nuestras creencias no son absurdas, y que es ms razonable creer que no creer.

    3. a toda el que os pida

    San Pedro describe el cristianismo como una religin de dilogo: los cristianos estn dispuestos a dialogar con todas, sin excluir a nadie. Cada uno, ciertamente, ha de realizar este dilogo primero en su propio interior. l mismo es el primero que necesita razones para creer. Ha de esforzarse, por tanto, en alcanzar una armona entre fe y razn, una cierta estabilidad intelectual y espiritual, que le permita dar respuesta a otro.

    En esta lnea se ha dicho que la Teologa Fundamental (que puede considerarse como el esfuerw por responder a esta invitacin bblica) tiene un doble destinatario: el creyente y el otro. Hay que dar al primero las razo-nes>> de su creencia; y al segundo, las razones>> para po-der al menos tomar en consideracin el reto de la fe.

    Los otros pueden estar ms o menos cercanos a no-sotros. El Concilio Vaticano II (siguiendo al Papa Pablo VI) expone los diversos

  • cristiano autntico no es, a primera vista, una persona piadosa>>, sino una persona feliz8 Si la siruacin lo exige, ha de ser capaz adems, de expresar con palabras el por-qu de su esperanza.

    La comprensin de este texto bblico nos sita ante la persecucin y el martirio que viva la Iglesia. En este con-texto aparece la Teologa Fundamental: no busca la pol-mica o la condenacin, sino la fuerza de la verdad, vivida coherentemente, que sabe abrirse a la evangelizacin. Queda claro que el Apstol se dirige a todos los que per-tenecan a aquellas primeras comunidades en Asia Menor y no slo a unos pocos expertos en teologa.

    11. El origen de la Teologa Fundamental

    Si consideramos la exhortacin de San Pedro, nos da-mos cuenta de que hay un doble origen de la Teologa Fundamenta!9. En cuanto que esta disciplina se refiere a unas actitudes o disposiciones bsicas de los cristia-nos, que se adquieren con un cierto esfuerzo espiritual e intelectual, se habla del origen de su planteamiento10 Y en cuanto que es una parte de la Teologa Sistem-

    8 Cf. CCE 995:

  • 2. El comienzo de la ciencia

    La Teologa Fundamental tiene una historia reciente. Nace de la Apologtica -defensa de la fe-, a la que co-mienza a reemplazar a partir del siglo XIX, y plenamente en el siglo XX. No se trata slo de un cambio de nombre, sino de una nueva orientacin y comprensin de la tarea que se quiere realizar. Los telogos ven cada vez ms claramente la necesidad de legitimar la fe, en un discurso tambin vlido a los ojos de los no creyentes, pero sin la pretensin de situarse en una posicin metdicamente asptica, sin prescindir de la fe. Adems, quieren dirigirse a los hombres de su tiempo, profundamente marcados por la evolucin de la cultura, de la ciencia y del pensamiento filosfico y religioso. En esta nueva situacin, el ciclo de la Apologtica queda agotado, y surge entonces algo que contina el esfuerzo de aqulla pero que a la vez es distinto. Es la Teologa Fundamental.

    La nueva disciplina aparece por primera vez en los do-cumentos oficiales de la Iglesia como una de las partes de la teologa en la Constitucin Deus Scientiarum Dominus de Po XI' 1 Posteriormente, sin embargo, desaparece, hasta el punto de que el Concilio Vaticano II (1962-1965) no la nombra12 Slo varios lustros despus se vuelve a hablar de la Teologa Fundamental, precisamente en 1976, ao en el que se publica un documento sobre la formacin teolgica de los futuros sacerdotes. En este do-

    11 PO XI: Constitucin Deus Scientiarum Dom-i'nus (24-V-1931), n. 27.

    12 Su contenido, sin embargo, est expresado en la Constitucin Dei Verbum.

    cumento, la Teologa Fundamental viene descrita con al-gn detenimiento. A continuacin se des-cribe su carcter introductorio al misterio de Cristo y a la entera teologa, su naturaleza de teologa de dilogo, su relacin con la cultura, la historia y ellenguaje13

    El documento de 1976, sin embargo, pas bastante inadvertido, quiz porque poco despus apareci una nueva regulacin de los estudios eclesisticos. La Consti-tucin Apostlica Sapientia Christiana de 1979 considera la Teologa Fundamental como una de las disciplinas obligatorias, despus de la Sagrada Escritura, ya que se ocupa de las bases mismas de todos los dems tratados teolgicos14 Tambin la Encclica Pides et Ratio de Juan Pablo II la nombra explcitamente, afirmando:

  • gica. Expone aquellas realidades bsicas que son , y que
  • mitirse, de modo subordinado y adicional, tambin un planteamiento apologtico, en cuanto que se quiere de-fender la fe con las fuerzas de la razn. Pero nunca hay que olvidar que, al dialogar con los otros, se debe evitar el peligro de fomentar una ambigua , que pretenda negar lo especfico cristiano y relativizar la fe con respecto a otras confesiones y reli-gtones.

    En suma podemos decir que la Teologa Fundamental nos lleva a seguir un mtodo esencialmente teolgico (con aportaciones apologticas), enriquecido por una fuerte dimensin dialogal.

    l. El carcter esencialmente teolgico

    En la Constitucin Dogmtica sobre la fe, Dei Filius, el Concilio Vaticano I se ocup especialmente de las rela-ciones entre fe y razn. Afirm que el asentimiento de la fe a la Revelacin est racionalmente justificado sobre la base de argumentos extrlnsecos21 Debido a las circuns-tancias del tiempo, opt por una postura ms bien racio-nal y en defensa de la apologtica.

    Pero, aunque esta postura sea fruto de nobles aspira-ciones, no se puede negar que puede llevar a ciertos peli-

    21 Cf. CONCILIO VATICANO 1: Constitucin Dogmtica Dei Filius (24-N-1870): Para que el obsequio de nuestra fe fuera conforme a la ra-zn, quiso Dios que a los auxilios internos del Espritu Santo se juntaran argumentos externos de su Revelacin, a saber, hechos divinos y, ante todo, los milagros y las profecas que ( ... ) son signos certsimos y acomo-dados a la inteligencia de todos, de la Revelacin divina.)) c. 3.

    gros. Cuando se pone un acento excesivo en la argumen-tacin racional, se puede perder el sentido del misterio que, primariamente, necesita expresarse por s mismo22

    Los primeros telogos fundamentales albergaban, por esto, un cierto recelo frente a todo lo que pudiera ser esti-mado como apologtico. Pero pronto se dieron cuenta de que en la prctica es casi inevitable acudir tambin a este mtodo, sobre todo al tratar de la credibilidad (que subraya el aspecto humano tanto de la fe como de la Revelacin). As muchos telogos fundamentales han retornado de una u otra forma a la problemtica de fondo de la apologtica, ya que quieren responder a la invitacin bblica de

  • que regula el saber de la fe24 Presta particular atencin al conocimiento de la Sagrada Escritura, al testimonio de la Tradicin, a las ensefanzas del Magisterio, as como al modo en que estas realidades han sido vividas y explica-das en la Iglesia a lo largo de la historia.

    Esra forma teologal de la Teologa Fundamental se ha-lla en la lnea de la Constitucin Dei Verbum, porque va de la accin de Dios a la recepcin humana25

    2. La dimensin dialogal

    El cristianismo nace de un dilogo esencial entre Dios y el hombre que se prolonga en el corazn de cada creyente: Dios toma la iniciativa y habla; el hombre escucha y res-ponde. Comienza a enrabiar un dilogo entre fe y razn en la propia reflexin creyente. Pero un cristiano no vive una fe individual ni slo interior. En la medida en que la fe afecra a su entera existencia, le impulsa a salir de la pura in-dividualidad y dirigirse a los otros>>. La existencia humana est formada de interioridad y exterioridad, dimensin personal y social, pensamiento y accin, y con todas esras dimensiones se siente el hombre en una relacin necesaria. Sabe, adems, que la fe es anuncio de la salvacin a la que estn llamados todos los hombres, y descubre pronto su di-mensin social y apostlica (misionera, evangelizadora)26.

    24 Cf. J. MORALES: 25 Cf. DVl-6. 26 Cf. C. IZQUIERDO URB!NA: Teologl Fundamenta~ cit., p. 25. Esta

    salvacin no consiste en la liberacin de peligros externos, sino en la transformacin interior que convierte al hombre hacia Cristo, le da la gracia y le hace entrar en la vida ntima de Dios.

    El Apstol San Pablo (haciendo suyo el salmo 116, 10) afirma: 27. Hace referencia a la actitud de los pri-meros cristianos, que se niegan a obedecer a la autoridad cuando sra quiere reducirlos al silencio: 28. En el horiwnte de estos textos se puede com-prender que los documentos ms recientes del Magisterio desraquen 29 como ra-rea importante de la Teologa Fundamental. El documento sobre la formacin teolgica de los futuros sacerdotes (de 1976), por ejemplo, la llama y ex-plica: 30. El Papa Juan Pablo II sigue en la misma lnea cuando expone que esta nueva disciplina hace re-ferencia ." Por esto se ha dicho que la Teologa Fundamental es un lugar de "dilogo", de "fron-tera", no slo con las otras religiones, sino rambin con las diversas formas de atesmo especulativo y prcticm>32.

    De hecho, el Magisterio de la Iglesia est desarro-llando, desde hace unas dcadas, una honda antropologa

    27 2 Co4, 13. 28 Hch4, 20. 29 R FISICHELLA: Introduccin a la teologl fondamental cit., p. 59. 30 S. CONGREGAON PARA LA EDUCACIN CATLICA: La forma-

    cin teo!gica de los foturos sacerdotes (22-II-1976), II, 6 y n. 108. 31 JUAN PABLO Il: Constitucin Apostlica Sapientia christiana. Or-

    dinatones, art. 51. 32 R FISICHELLA: Introduccin a la teologia fondomental, cit., p. 47.

    CE tambin E CRIZ y A BLANCO: da Teologa Fundamental ... es te-mtica y metodolgicamente dialgica>>. Revelacin, fi y credibilidad, Ma-drid 1998, p. 14.

  • y espiritualidad del dilogo. ste no sustituye el anun-cio33, sino que es anuncio en su forma de humildad: es el anuncio evanglico que se hace 34. Quiere servir a la Revelacin de J ess35 En este sentido dijo Juan Pablo II en un gran encuentro ecum-nico: 36

    33 Cf. PONTIFICIO CONSEJO PARA EL DIALOGO INTERRELIGIOSO: Carta a los Presidentes de las Conferencias Episcopales acerca de la Espritua-lidadde!Didwgo, !999. NMI56.

    34 JUAN PABLO U: Cruzando el umbral de la esperanza, Barcelona 1994, p. 128.

    35 Cf. PONTIFICIO CONSEJO PARA EL DIALOGO INTERRELIGIOSO: Didwgv y Anuncio, !99!.

    36 JUAN PABW II: El dilogo entre cristianos no tiene marcha atrs, Ze-nit (Agencia Internacional de Informacin de Roma), 12-V-1999.

    Captulo II

    EL DESEO DE DIOS Y SUS CONSECUENCIAS

    I. La palabra de Dios

    Quien escucha a Dios sabe ms sobre el mundo y so-bre s mismo que una persona que slo cuente con sus propias fuerzas y luces. Esta afirmacin vale tambin si se la invierte: quien busca un conocimiento profundo sobre la realidad que le rodea y la propia existencia, es invitado a considerar la revelacin divina.

    El trmino , en general, significa desvelar, qui-tar el velo que esconde algo, manifestar lo que permane-ca oculto o invisible. En este sentido se utiliza, por ejem-plo, en fotografa. Aqu lo empleamos para significar la manifestacin que Dios hace a los hombres de cosas que antes les estaban escondidas, y que pueden refetirse tanto a Dios mismo como al mundo.

    Si miramos al Antiguo Testamento podemos descubrir que no hay un trmino especfico equivalente a lo que so-

  • lemos llamar revelacin, ni tampoco un concepto general que se corresponda con l; pero hay diversos modos con-cretos de referirse a la intervencin de Dios en la historia de nuestro mundo. Entre ellos, el que ms claramente re-presenta una revelacin de Dios al hombre es el hablar divino, la palabra de Dios.

    Palabra, en hebreo, es de bar (o dabar). Este trmino hace alusin, por un lado, a la idea de un >5

    Los Padres de la Iglesia conceban el mundo como una gran teofana>>, una gran manifestacin de Dios. Habla-ban incluso de una cosmologa sacramental>>. 6 Esto sig-nifica que el universo es un signo de la presencia y belleza divinas. Constituye, en cierto modo, una revelacin na-tural o csmica de Dios que habla en las criaturas y a tra-vs de las criaturas. Sin embargo, no se trata de una pala-bra dirigida explcitamente al hombre como lo ser la Revelacin sobrenatural o histrica7 Se trata slo de un primer paso, grandioso e importante. Una persona que percibe el misterio de la creacin, puede alcanzar con la luz de su entendimiento la existencia, la majestad y po-

    5 Sal19, 2-5. 6 Cf. COMIT PARA EL JUBILEO DEL AO 2000: El Espiritu del Seor,

    Madrid 1997, p. 44s. 7 Dios ha hablado al hombre de dos modos esencialmente diversos

    entre si Y> sin embargo, estrechamente unidos: por la obra de la creacin y por JesucristO, teniendo que aadir a este ltimo modo, como prehistoria de Cristo, la actividad de Dios en el Antiguo Testamento, que era prepa-racin de l.

    Conscientes de las notables diferencias entre la revelacin natural o csmica y la revelacin histrica o sobrenatural (de la que trataremos en el prximo capitulo), algunos autores prefieren hablar de la manifestacin de Dios en la creacin, en vez de emplear el trmino revelacin. CE R LATOURELLE: Revelacin, en el Diccionario de Teologa Fundamental, ed. por R. Latourelle, R. Fisichella y S. Pi-Ninot, Madrid 1992, p. 1286.

  • tencia del Creador, y puede dar una respuesta de alabanza a Dios: 8

    II. La revelacin csmica

    La fe contiene, como hemos visto, una serie de verda-des que son alcanzables filosficamente, con la luz de nuestra razn; su conocimiento constituye un presu-puesto necesario para acoger la Revelacin histrica. Es-tas verdades culminan en el conocimiento natural de Dios. El Concilio Vaticano I (1869-1870) afirma solem-nemente:

  • del absoluto. Las llamadas pruebas>> que muestran la ra-cionalidad de la fe en Dios u, por lo tanto, no sustituyen la fe por un saber, sino que, a la inversa, invitan a la fe, fortalecen en la fe y dan razn de ella. Nos llevan a reco-nocer la existencia de una va realmente preparatoria para la fe, que puede desembocar en la acogida de la Revela-cin. Cuando tenemos en cuenta los propios principios y la autonoma de la razn, podemos confiar en que la fe hallar siempre slida confirmacin en la experiencia hu-mana y en el pensamiento.

    Cmo podemos llegar entonces a Dios mediante la razn? Se distinguen comnmente dos grandes caminos, a travs del mundo y del hombre12

    l. El camino a partir del mundo

    La primera forma, la ms antigua, de las pruebas de Dios se basa en la realidad del mundo. Podemos observar que nuestro mundo est en constante movimiento y en cambio permanente. Ahora bien, todo lo que se mueve es movido por otro. Adems percibimos que en el mundo

    11 Evidentemente, no se trata de pruebas como las que nos resultan f.uniliares por las ciencias naturales o las matemticas. Dios no es un he-cho sensible que est abierto a una demostracin general. Sin embargo, se puede invitar al hombre a que recorra el camino del discurso racional. Santo Toms de Aquino, uno de los ms grandes telogos de la Edad Me-dia, que contribuy particularmente a forjar estas pruebas de la existencia de Dios, no en vano nos habla de vas.

    12 Cf. CCE 31-35. Catecismo Catlico para Adultos. La fe de la Iglesia, publicado por la CONFERENCIA EPISCOPAL ALEMANA, 3a ed., Madrid 1990, pp. 18-33.

    reina una gran armona, un orden impresionante. Algu-nos cientficos hablan de la . De dnde procede todo? De dnde proviene en particular este orden? Se puede seguir preguntando con-tinuamente. Una causa acta sobre la otra; todo est con-dicionado por todo. Resulta claro que aqu no se puede proceder indefinidamente. En alguna parte tiene que ha-ber una primera causa, un primer comienzo del movi-miento y del cambio. Es posible remitirse a un tomo ori-ginal o a una clula primera de la vida. Pero esto no basta. Porque de dnde procede este principio y de dnde re-cibe esa inmensa energa para hacer salir de s toda la evo-lucin posterior? No se trata solamente de explicar cmo ha llegado a ser el mundo. Sobre esto puede decir muchas cosas la ciencia actual. Se trata de explicar tambin por qu hay>> algo en general. Si se remite aqu slo a la ma-teria original, nada se explica. Porque no se explica la ma-teria original por s misma. La materia est sometida al cambio y, por lo tanto, es sumamente imperfecta.

    El fundamento ltimo slo puede ser algo que sea en s perfecto y completo, que exista por s mismo como la ple-nitud ms pura del ser y de la vida. Pero es esto justamente lo que pensamos cuando hablamos de Dios. Slo en Dios tiene la realidad del mundo su fundamento; sin l carece-ra de razn de ser y, en consecuencia, de sentido. Sin l, en definitiva, nada existira. Como la realidad existe y como presenta un orden con sentido, tiene tambin sen-tido creer que Dios existe como fundamento del ser y del orden del mundo. Si alguien tuviera un gran saco lleno de letras de plstico y lo vaciara, todas las letras caeran en un montn. Puede ser que, por casualidad, caigan de tal ma-

  • nera que aparezca sobre el suelo una gran obra literaria, por ejemplo el de Cervantes? Una persona que niega la creacin, acepta esto y mucho ms.

    Ciertamente, podemos gozar de la armona profunda del universo en que vivimos. En l podemos admirar su orden esencial, pues estamos seguros de la rbita que re-corrern los astros una y otra vez. Sin embargo, somos cada vez ms conscientes de que no conocemos todas las leyes de la naturaleza. Podemos observar tambin una cierta tensin existente en el universo. Durante millones de aos, un nmero significativo de factores de inseguri-dad han tenido un rol importante en el desarrollo del cosmos y lo seguirn teniendo. En el universo observa-mos continuamente cambios y modificaciones: hay ex-plosiones que originan ininterrumpidamente nuevas sn-tesis. La creacin divina sobrepasa nuestra capacidad de comprensin y manifiesta una grandiosa libertad.

    La opcin por Dios significa una opcin por la liber-tad y contra el primado de la materia. El que cree en Dios afirma que el espritu y la libertad no aparecen slo al fi-nal de una larga evolucin, sino que estn ya en el co-mienzo, e incluso que el espritu libre es el poder que todo lo hace, todo lo sostiene, todo lo determina y todo lo ordena segn medida, nmero y peso13 El Espritu de Dios est en el fondo de lo creado.

  • ras. Toda respuesta suscita nuevos interrogantes. Estamos continuamente aprendiendo. Nuestra ignorancia parece cada vez mayor que nuestro saber.

    Con especial intensidad se plantea la pregunta por el sentido del hombre en la experiencia del sufrimiento, ya sea el sufrimiento propio o el ajeno: en la enfermedad in-curable, en la preocupacin, la soledad o el fracaso. Qu sentido tiene que tantos hombres sufran sin culpa? Por qu hay tanta hambre, tanta miseria e injusticia en el mundo? Por qu tanto odio, envidia, mentira y violen-cia? Por ltimo, la experiencia de la muerte nos puede paralizar, por ejemplo, cuando un amigo, un conocido o familiar se va de entre nosotros, o cuando nos enfrenta-mos con la idea de nuestra propia muerte. A veces nos sentimos completamente solos ante nuestra libertad y res-ponsabilidad. Qu hay despus de la muerte? De dnde vengo, a dnde voy? Qu queda de aquello por lo que he trabajado tanto?

    Tampoco en nuestra bsqueda de la felicidad pode-mos alcanzar la plenitud. Es cierto que hay momentos en los que nos sentimos sumamente satisfechos: cuando nos sale bien un trabajo, cuando estamos con una persona querida, al realizar una buena obra, en el sacrificio por los dems, en el deporte y en el juego, el arte y la ciencia. Pero pronto comprobamos que estos momentos pasan; son como una promesa que nunca acaba de cumplirse. La felicidad puede desvanecerse en el momento menos pensado. Pueden producirse desengaos amargos. Cuando hemos conseguido una mera podemos sentir una cierta frustracin: no es esto lo que hemos buscado, sino mucho ms. Nada en este mundo puede serlo todo para

    el hombre. Porque todo lo que encontramos es finito y li-mitado, imperfecto y pasajero. Qu pensar entonces? Qu sentido tiene la vida? Cul es la autntica felicidad humana?

    En el hombre no se da slo la experiencia de la finitud, sino tambin la esperanza de la infinitud. Aun conscien-tes de la breve duracin de la vida, no dejamos de trabajar, de luchar y de buscar la felicidad. Nuestro esfuerzo se proyecta hacia adelante, apunta a algo que pueda realizar-nos en plenitud. Persigue algo total. Pensamos en algo ms que en la experiencia pasajera de la felicidad terrena. Esto significa que trascendemos todo lo que se puede ex-perimentar y conseguir, que estamos constantemente en camino, nunca realizados, que tenemos siempre hambre y sed de ms verdad, ms justicia y ms felicidad. La rea-lizacin de este deseo insaciable de una plenitud ltima, de una justicia perfecta y una verdad infalible es algo que el hombre no puede alcanzar por s solo. Todo intento se-ra en vano.

    Podemos descubrir, adems, algo incondicionado y ab-soluto en nuestro interior, por ejemplo, en la voz de la conciencia, que continuamente se hace escuchar en lo ms hondo de nuestro corazn advirtiendo, aprobando, reprendiendo. Es cierto que muchas formas de vida estn condicionadas histricamente. Sin embargo, es absoluta la orientacin radical a hacer el bien y evitar el mal. Ten-dramos que renunciar a nosotros mismos para no pro-testar contra las injusticias que claman al cielo, como, por ejemplo, el asesinato de una persona pacfica. Espera-mos firmemente que el criminal no triunfe al final sobre su vctima inocente. Aunque en ninguna parte del

  • mundo encontremos la justicia perfecta, e incluso no po-damos contar con poder realizarla alguna vez, no pode-mos abandonar la lucha por ella.

    Lo incondicionado y absoluto se nos revela tambin en el amor. En una persona amada todo puede volverse nuevo de repente. En un instante puede parecernos que se suspende el curso de la historia; desde el centro mismo del tiempo tocamos la eternidad. Pero tambin el amor humano puede llegar a decepcionar, porque en l se expe-rimentan los limites y la relatividad de la unin. Ansia-mos lo infinito, lo eterno y lo absoluto y no lo podemos alcanzar en esta vida. Tarde o temprano, el ser humano llega a un punto en el que su deseo de unin no logra verse satisfecho.

    Vivimos as en cierta tensin entre nuestra propia fini-tud e imperfeccin, por una parte, y el deseo de lo infi-nito, absoluto y perfecto, por otra. Podemos experimen-tar la soledad ms radical y, a la vez, las ansias ms sinceras de ser comprendidos y aceptados completa-mente. Toda la existencia humana es un grito hacia un T,, advierte el Cardenal Ratzinger. Nos encontramos en una cierta situacin paradjica. Tendemos hacia una per-feccin ltima que no podemos darnos nosotros mismos.

  • fianza fundamental en la realidad, que le ayuda a vivir, amar y trabajar.

    Mientras el Concilio Vaticano I habla de la cognoscibi-lidad de Dios a travs de las criaturas en general, el Conci-lio Vaticano II (1962-1965) concreta esta doctrina con respecto al hombre. Parte de la idea de que al hombre slo se le puede comprender sobre la base de su origen y fin en Dios:

  • y ahondar continuamente en el conocimiento de Dios. Tu rostro buscar, Seor, no me escondas tu rostro>>25 Cuanto ms se aventura un hombre en la bsqueda de Dios, tanto ms insatisfactorias le resultarn todas las anteriores res-puestas. Un ejemplo impresionante de este hecho nos lo ofrece la Biblia en la figura de Job. Le alcanzaron los ms duros golpes del destino; lo perdi todo: sus bienes, su sa-lud, su familia. No puede comprender a Dios y rie con l. Pero al final tiene que reconocer que no se puede discutir con Dios, que no se puede penetrar su misterio. Por eso permanece en silencio y confiesa: Habl de grandezas que no entenda, de maravillas que superan mi comprensim>26

    El que cree tiene conciencia del misterio inescrutable de Dios y del hombre. Por consiguiente, no necesita disi-mular la dificultad de muchas preguntas ni tampoco ar-monizar las disonancias de la vida humana, con frecuen-cia estridentes; sabe soportarlas, porque no pretende dar una solucin al misterio.

    2. Imdgenes y comparaciones

    El que cree est convencido de que el misterio de Dios es la nica respuesta posible al misterio del hombre. Sin embargo, lo que conocemos sobre Dios son solamente imgenes y comparaciones. A travs de ellas alcanzamos a vislumbrar oscuramente, como desde lejos, su misterio. As lo dicen las palabras del apstol San Pablo: 27

    25 Sal27, 8-9. 26 ]ob42, 3. 27 1 Cor !3, 12.

    y comparacin>> significan que nuestras im-genes y conceptos pueden enunciar sobre Dios. No podemos hablar de Dios ms que sirvindonos del lenguaje de nuestro mundo. Por supuesto, Dios es infini-tamente ms grande que nuestras imgenes y conceptos. Es aquello por encima de lo cual no puede pensarse nada ms grande; es incluso ms grande que todo lo que puede pensarse (San Anselmo de Canterbury). En el fondo, to-dos nuestros conceptos e imgenes expresan, ms bien, lo que Dios no es que lo que es (Santo Toms de Aquino). Dios no se adapta a ningn sistema y no funda ninguna concepcin del mundo cerrada en s misma. Al contrario, cada conocimiento sobre l desemboca en una verdad mayor. Podemos descubrir un mundo cada vez ms ex-tenso y profundo.

    La fe en Dios hace saltar todos los esquemas de nues-tras concepciones de la vida, para hacerle sitio al misterio cada vez ms grande de Dios y del hombre. Por eso, el Concilio IV de Letrn (1215) proclam: 28 Puede ayudarnos recordar que ese Concilio describi todo nuestro cono-cimiento sobre Dios como anlogo. El trmino griego analogla, que aparece en el original bblico del Libro de la Sabidurcl9, puede significar proporcin, parecido y concordancia, y tambin plenitud. Si decimos, por ejem-plo, que Dios es nuestro Padre, expresamos de alguna

    28 DzS 806: quia inter creatorem et creaturam non potest similirudo notari, quin in ter eos maior sit dissimilitudo notanda.>>

    29 Cf. Sab 13, 5.

  • manera que Dios es Padre en el sentido ms profundo y ms autntico de la palabra. Es un Padre infinitamente bueno, justo y carioso, mucho ms que todos los padres buenos de este mundo30. Es, realmente, el 31.

    Todo lo que nosotros decimos y pensamos de Dios slo resulta vlido cuando se afirma en un sentido entera-mente nico, infinitamente perfecto. Todos los concep-tos e imgenes que aplicamos a Dios son slo como una flecha indicadora. En ninguno de ellos a Dios. Todos nos remiten ms bien al camino que a l conduce. Son iniciaciones a un misterio al que, en el fondo, slo podemos adorar. Deben disponernos de continuo para prestar atencin a lo que Dios tiene que decirnos con sus palabras y obras en la historia.

    30 Dios, pensado y sentido con categoras del padre de quien se tiene experiencia sobre la tierra, permanece en su nivel trascendente. La tras-cendencia no disminuye su paternidad. Al contrario: podremos decir, in-cluso, que Dios multiplica su divinidad por su paternidad y su paterni-dad por la divinidad: se tiene as un Dios infinitamente Padre y un Padre que es tal hasta el infinito.}) COMIT PARA EL JUBILEO DEL AO 2000: Dios, Padre misericordioso, Madrid 1998, p. 135.

    31 Ex34, 6.- Cf. Ps 103 (102) y 145 (144).

    Captulo m LA REVELACIN, CAMINO DE DIOS AL HOMBRE

    I. Autocomunicacin divina

    Cuando interpretamos correctamente la revelacin na-tural, podemos comprobar que el mundo no est cerrado sobre s mismo, y menos an el hombre; ambos estn or-denados a Dios. El fin ltimo de la creacin es que Dios, Creador de todos los seres, se haga 1. Pero no llegamos a este conocimiento sino con esfuerw y dificultad y quiz despus de muchos errores, debido a que nuestra inteligencia est oscurecida y nues-tra voluntad est debilitada por el pecado. Cuando con-tamos con nuestras solas fuerzas naturales, podemos an-dar por un camino bello, pero largo y, en ocaswnes, peligroso.

    1 AG2. 1 Co 15, 28.

  • Adems, este camino no lleva a la plenitud de la ver-dad. Porque existe otro orden de realidades que el hom-bre no puede de ningn modo alcanzar por sus propias fuerzas, y que nos sera imposible conocer si no nos hu-bieran sido comunicadas, ya que no pueden deducirse de los fenmenos que nos rodean. Pero Dios, que es su-mamente bueno y misericordioso, ha salido a nuestro encuentro y nos ha dicho otra palabra clara y evidente. Se ha dirigido a nosotros de un modo que trasciende su manifestacin en la creacin. Nos ha comunicado quin es, y nos ha dado una nueva luz para compren-dernos a nosotros mismos y comprender el mundo. sta es la Revelacin sobrenatural o Revelacin propia-mente dicha.

    l. Entrega sin reservas

    Dios se ha acercado a nosotros, nos ha abierto su co-razn>> y, de alguna manera, nos ha dado a conocer su propia intimidad, su mundo interior. El motivo de esta actuacin es el amor que mueve a Dios a comunicar su vida ms all de s mismo. Santo Toms de Aquino afirma: Es el amor lo que causa la Revelacin de los mis-terios>>2. Y el Concilio Vaticano II concreta: 3

    2 SANTO TOMAS DE AQUINO: Explicacin del Evangelio de San Juan, 14, 4.

    3 DV2!.

    El Antiguo y el Nuevo Testamento atestiguan esta rea-lidad en muchos lugares: Dios, que est oculto a los hom-bres y que \ nos comunica su propio misterio, 5 Por eso, el hombre no camina hacia el vaco cuando se entrega a la bsqueda de sentido y felicidad. Dios no est sentado en su trono, como un monarca oriental de la Antigedad, no permanece en una lejana inalcanzable. Por el contrario, sale a nuestro encuentro, se nos entrega. Nos revela no slo que existe, sino que es Yahv, > u, una vida de pro-

    4 1 Tm 6, 16. 5 Rm 16, 25. Cf. Ef1, 9. 6 Ed, 14 y 34, 6. 7 DV2. 8 Cf. CCE234. 9 CCE237. 1 Cf. 1 Jo 4, 8.16. 11 Cf. CCE 257.

  • funda amistad y entrega sin reservas. Este Dios Amor es a la vez nuestro Dios12 Es el Dios de nuestra esperanza13

    En un sentido ms amplio, la Revelacin abarca tambin las realidades que no son inaccesibles a la sola razn, pero aclara, explica y asegura nuestros conocimientos naturales. Dios nos habla no slo sus obras, sino tambin

  • para la vida espiritual y eterna una funcin semejante a la que tiene el pan para la vida corporal y cotidiana. Por su-puesto que lo que l otorga a la vida espiritual es ms de-semejante que semejante al papel que el pan desempea en nuestra vida natural. Por la semejanza, Jesucristo puede expresar su significacin para el hombre diciendo que l es el pan. Por ausencia de esta semejanza no po-dra decir, en cambio, que es la piedra de la vida. Las pro-piedades y funciones naturales del pan constituyen, por tanto, el supuesto para que sea un insrtumento apto para la Revelacin divina.

    Esta Revelacin nos abre nuevos horizontes. Crea un punto de apoyo, fuera>> de nuestro mundo, desde el que resulta ms fcil juzgar rectamente los aconteci-mientos de la vida. Ofrece as la posibilidad de discernir entre las ambigedades que encontramos a nuestro alre-dedor y esclarece toda nuestra realidad. Nos hace ver el mundo en su profundidad y belleza, como un paisaje durante una puesta de sol. No es que veamos las pra-deras, colinas, rboles y casas que veamos antes y ade-ms el sol, sino que vemos todo baado>> por la luz so-lar. As, la persona que recibe una luz de lo alto -y que acepta la Revelacin divina-, ve todo en relacin con el amor de Dios y slo as ve las cosas como realmente son. La Revelacin ofrece perspectivas para una com-prensin ms completa del mundo y del hombre. Y so-bre todo cumple nuestro ms ntimo anhelo de vivir con pleno sentido>>16

    16 R. GUARDINI: La existencia del cristiano, Madrid 1997, p.l?. Cf. DV2.

    U. La Revelacin como accin y palabra de Dios

    Dios se nos revela mediante hechos y palabras que no pueden ser separados unos de otras, pues estn ntima-mente ligados entre s y se esclarecen mutuamente. Toda accin divina tiene carcter de palabra y todo hablar de Dios tiene carcter de accin. Sin embargo, la distincin est justificada, ya que la Revelacin destaca unas veces la accin y otras veces la palabra.

    1. Revelacin en la accin

    Cuando Dios se revela en la accin, hace historia. Esta historia es distinta de la historia hecha por los hombres en uso de su libertad. Es historia sagrada. A ella pertene-cen los acontecimientos que, a diferencia de los sucesos de la historia humana, no tienden inmediatamente a de-sarrollar la vida cultural, social, poltica y econmica, sino a ordenar, de un modo directo, las relaciones del hombre con Dios. A pesar de la diferencia, existe una estrecha re-lacin entre la historia sagrada y la historia humana. Aqulla se realiza dentro de sta y dentro de sus formas, de manera que puede ser fechada segn los acontecimien-tos de la historia civil. Adems, dado que ayuda a los hombres a encontrar a Dios -e intenta liberarles del or-gullo, del egosmo y de la ambicin de poder-, ejerce un influjo positivo sobre las naciones, y contribuye a que se haga un orden ms justo y ms grato a Dios. La historia sagrada tiene, por tanto, una gran importancia para el de-sarrollo de la humanidad, aunque a ella pertenecen tam-

  • bin procesos que no tienen significacin inmediata para la marcha de la poltica y de la cultura.

    La accin histrica de Dios no es ciega, es una accin llena de sentido. Es una obra hecha por el Espritu Santo17 Sabemos que el Espritu es una Persona divina, a la que queremos adorar. Pero siempre hay que tener muy presente que el Espritu Santo es ante todo el Espritu del Hijo y del Padre, esto es, el mbito en el cual entramos en relacin personal con Dios, de modo semejante a como decimos que tener el espritu de un determinado maestro es lo que nos permite entender el sentido de sus lecciones.

    En la historia sagrada se revela de alguna manera la de Dios, su intimidad divina. Por los he-chos visibles podemos barruntar quin es Dios y quines somos nosotros. Dios revela, por ejemplo, su misericor-dia no slo asegurando que es misericordioso (aunque tambin lo revela as), sino sobre todo y primariamente obrando con misericordia. La accin histrica divina se convierte as en signo en que se manifiestan los pensa-mientos e intenciones de Dios hasta el punto que pueden ser experimentados por nosotros.

    2. Revelacin en la palabra

    El segundo aspecto de la Revelacin histrica es la palabra pronunciada por Dios a un determinado hom-bre. Dios dice esta palabra a una persona que l mismo

    17 Cf.Hb9,!4.

    ha elegido: la ilumina sobre una verdad universalmente vlida, sea de suyo accesible por las fuerzas humanas naturales o trascienda absolutamente las posibilidades creadas.

    Cuando Dios, por una visin o por una iluminacin interior, comunica una verdad sobrenatural a una per-sona, no es necesario que esta verdad sea una informa-cin exhaustiva o sistemtica sobre la realidad en cues-tin, sino que, por regla general, es la comunicacin de lo que en este momento conviene saber a los hombres. Lo dems puede quedar oscuro, para ser tal vez iluminado ms tarde. Por eso, la Revelacin divina tiene una dimen-sin histrica, de forma que la validez absoluta y la co-municacin relativa de la verdad estn mutuamente vincu-ladas.

    El designio divino comporta una

  • mana. Al llamar a los Apstoles -en su mayora pesca-dores-- para su misin de llevar la Buena Nueva a todos los hombres, les dice que sern pescadores de hombres. Ilumina una situacin concreta hasta lo ms hondo y la pone a la luz de su juicio eterno. Las personas que reci-ben la Revelacin se hacen as capaces para juzgar un acontecimiento histrico con los ojos de Dios y tomar las decisiones convenientes segn la perspectiva divina, y no slo en razn de clculos humanos. De este modo, la Re-velacin da origen a los profetas y la funcin proftica 19 Conviene recordar que, segn el Nuevo Testamento, to-dos los cristianos somos profetas>>20 y llamados a juzgar las situaciones de la vida con la luz del Espritu Santo se-gn la voluntad de Dios.

    III. Carcter personal de la Revelacin

    La Revelacin es una comunicacin que tiene lugar de persona a persona. Su contenido no son, fundamen-talmente, unas verdades particulares y mandamientos concretos que no podamos conocer por nuestras propias fuerzas. Al dirigirse Dios al hombre, no se limita a trans-

    19 La palabra profeta corresponde al trmino griego profots, cuyo nificado tcnico-erimolgico es el que habla en nombre de otro>>. En Sagrada Escritura se presenta la profeca en una complejidad de acepcio-nes; siempre consiste en una accin sobrenatural, por la cual Dios comu-nica a una persona escogida (al profeta>>) ciertas luces o conocimientos, con la misin de transmitirlos a otros hombres.

    2 CE 1 Pe 2, 9. Por el bautismo, todos los cristianos participan de la funcin proftica que Cristo ha otorgado a su Iglesia, aunque los fieles laicos de un modo esencialmente distinto de los clrigos.

    mitir algo con palabras y obras, sino que se entrega a s mismo a nosottos.

    ]. El misterio de Dios Amor

    Si nos preguntamos: cmo es Dios, en realidad?, no es preciso que nos entreguemos a complicadas especula-ciones. Tampoco necesitamos apelar a un sentimiento difuso. Menos an podemos considerar la fe en Dios como una proyeccin de nuesttos deseos o impulsos. La respuesta se encuentra en la historia de la relacin de Dios con los hombres. Por consiguiente, no podemos responder de otro modo a la pregunta planteada que re-latando esta historia y diciendo: He aqu a Dios! El que gua a Abraham, libera a Israel, resucita a Jesucristo de entre los muertos, nos ha llamado a su amistad y viene a redimirnos21 La fe en Dios vive del recuerdo y de la ac-tualizacin de esta historia, que ocurri de una vez para siempre22 Ella es la fuente y la norma de nuestras pala-bras sobre Dios y el fundamento de nuestra esperanza. En la medida en que una persona medita sobre las pala-bras y acciones divinas, puede descubrir que se dirigen tambin directamente a ella y que su vida forma, miste-riosamente, parte de la historia sagrada. As renueva e intensifica su propia relacin con Dios y percibe lo pri-mero que Dios plant en ella en el momento de su crea-cin: la imagen divina.

    21 Cf. Le 21. 28. 22 Cf. Rm 6, 10.

  • 2. Actuacin salvfjica

    En la Revelacin, Dios abre el misterio de su intimidad y se da a conocer. Habla a los hombres como a amigos a quie-nes se entrega sin reservas. As les descubre a la vez el sen-tido completo de su existencia, que consiste en vivir para siempre en amistad con l. . Puesto que el amor es el motivo y la meta de la Revela-

    cin, sta no puede reducirse jams a mera informacin o instruccin intelectual. Dios, al intervenir en la historia, siempre busca conceder a las criaturas la participacin en su propia vida divina. Por ello, la Revelacin es a la vez espritu y fuerza. San Pablo escribe a los romanos que el Evangelio es

  • cin es ms amplia que la Revelacin y afecta -al menos como vocacin sobrenatural- tambin a quienes no han recibido el Evangelio, ni han odo hablar de Cristo.
  • Conocemos realmente a Dios a travs de la Biblia. All se relata la historia de Dios con los hombres y se descri-ben las grandes obras del Seor, que gua a su pueblo.4

    I. El Dios del Antiguo Testamento

    Dios se revela desde el origen del mundo por medio de la creacin y, especialmente, a travs de la conciencia mo-ral del hombre y de su orientacin en la historia. Existe, pues, una historia universal de la revelacin divina5

    l. La Revelacin primitiva

    Adems, Dios se dio a conocer a nuestros primeros pa-dres de un modo claro y explcito, segn destaca el Con-cilio Vaticano II: Queriendo abrir el camino de la salva-cin sobrenatural, (Dios) se manifest ( ... ) personalmente a nuestros primeros padres ya desde el principio. Los revisti de gracia y justicia, y los invit a vivir en una n-tima comunin con F.

    Despus de la cada, Dios hizo a Adn y a Eva una pro-mesa de redencin. Alent en ellos la esperanza de la sal-

    4 Para este captulo cf. CCE 54-73. CONFERENCIA EPISCOPAL ALE-MANA: Catecismo Catlico para Adultos. La ft ck la Iglesia. cit., pp. 60-88.

    5 Cf. el captulo 2 de este libro. 6 DV3. 7 Sin embargo, la idea de una revelacin primitiva como fuente del

    conocimiento histrico de Dios no es una tesis que se admita actual-mente de modo general.

    vacin y tuvo incesante cuidado con todo el gnero hu-mano, para dar la vida eterna a todos los que buscan la salvacin con la perseverancia en las buenas obras>>8

    Al pasar los tiempos, los hombres no han podido olvi-dar esta primera Revelacin, como una persona no puede olvidar las fuertes impresiones de su juventud9 La en-contramos, aunque desfigurada y en parte corrompida de mltiples formas, disfrazada y escondida, en muchas re-presentaciones y creencias religiosas. En todas las religio-nes se mezclan elementos de los misterios divinos revela-dos a los hombres al principio del mundo.

    Rota la unidad del gnero humano por el pecado, Dios decide salvar a la humanidad, y lo hace a travs de una se-rie de etapas. La Revelacin primitiva es continuada en la alianza con No despus del diluvio10 Pues Dios

  • ded4 y otros15 De esta manera, la Escritura expresa qu cercana de Dios pueden alcanzar tambin los que no for-man parte visible del pueblo elegido.

    En los escritos tardos del Antiguo Testamento se en-cuentran mltiples y extensas consideraciones sobre la posi-bilidad de conocer a Dios a travs de la creacin y sobre la insensatez de rechazarlo. Vanos son por naturaleza todos los hombres en quienes hay desconocimiento de Dios, y que a partir de las cosas visibles son incapaces de ver al que es, ni por consideracin de las obras vieron al artfice>>16

    Pero Dios no quiso revelarse a los humanos solamente de modo individual, sino al hombre como ser social e histrico. Quiso formar un pueblo y hacer de ste la luz de todas las naciones17 De esta manera, adems de la historia universal de Dios con los hombres, hay tambin una historia especial de la Revelacin divina. En tiempos y lugares concretos, Dios se ha dado a conocer de un modo nuevo y sobrenatu-ral a determinadas personas, a las que ha conferido la misin de anunciar su palabra pblicamente a los dems hombres.

    La historia especial de Dios con los hombres comienza con la vida de los patriarcas Abraham, Isaac y Jacob.

    2. La eleccin de Abraham

    Para reunir a la humanidad dispersa, Dios elige a Abra-ham, le llama fuera de su tierra, de su patria y de su casa>> 18, para hacer de l Abraham>>, es decir, el padre de

    14 Cf. Gn 14, 18. 15 Cf. Ez 14, 14. 16 Sab 13, l. 4-5. 17 Cf. Is 42, 6. 18 Gn 12, l.

    una multitud de naciones>>19 En l sern benditas todas las naciones de la tierra>>20

    En la historia de los patriarcas, Dios se manifiesta como un Dios que hace una eleccin inmerecida, un Dios que muestra el camino y que gna en un pas extran-jero. Promete la posesin de una tierra maravillosa y nu-merosa descendencia; pero todava faltan unas normas le-gales y de culto. En repetidas ocasiones, la historia de esta promesa corre el peligro de perderse en una maleza de comportamientos humanos poco edificantes; pero Dios sigue guindola a travs de toda la confusin humana. Acompaa al hombre en su camino y le hace sentirse se-guro en su proximidad confiada y amigable. A veces, sin embargo, se oculta a los ojos humanos.

    El pueblo nacido de Abraham ser el depositario de la promesa hecha a los patriarcas, el pueblo de la eleccin21 Est llamado a preparar la venida del Salvador y la reunin un da de todos los hijos de Dios en la Iglesia22 Ser la raz en la que sern injertados los paganos hechos creyentes23.

    Todo esto significa que la vida de los patriarcas es, an-tes que nada, la protohistoria de la alianza con Israel. La narracin de Jos, el penltimo de los hijos de Jacob, es ya el paso a una nueva fase de la Revelacin.

    3. La formacin del pueblo de Israel Con Moiss comienza plenamente la historia de Dios

    con los hombres. Israel viva entonces en un destierro su-

    " Gn 17, 5. 20 Gn 12, 6; cf. Ga 3, 8. 21 Cf. Rm 11, 28. 22 CE]n 11, 52; 10, 16. 23 CE Rm 11, 17-18.24.

  • mamente duro en Egipto. All se revela Dios a Moiss: Yo soy el Dios de tus padres, el Dios de Abraham, el Dios de Isaac, el Dios de Jacob ( ... ). He visto la opresin de mi pueblo en Egipto, he odo sus quejas contra los opresores, me he fijado en sus sufrimientos. Voy a bajar a librarlos de los egipcios, a sacarlos de esta tierra para lle-varlos a una tierra frtil y espaciosa, tierra que mana leche y mieh>24

    Dios constituye a Israel como su pueblo liberndolo de la esclavitud. En la travesa del Mar Rojo y en la mar-cha por el desierto del Sina, en la llegada a la tierra pro-metida y en la construccin del reino de David, Israel ex-perimenta una y otra vez que Dios est con l. Le lleva 25, para establecer con l una alianza, y de entre todos los pueblos hacer de l su propiedad es-pecial, que le pertenece >)27; a la vez promete al pueblo vida, tierra y futuro. El resu-men ms breve de esta alianza es: 28 El Dios de Israel, por tanto, no es un Dios que presida impasible la suerte de los hombres y el curso de la historia. Es un Dios vivo, que ve la miseria del hombre y escucha sus clamores. Es un Dios que tiene

    24 Ex3,6-8 . 25 Ex19,4 . 26 Ex19,6. 27 Cf. Ex20, 1-17; Dt5, 1-22. 28 Cf.]r7, 23.

    compasin de los que sufren, un Dios que libera y gua, un Dios que interviene en la historia y abre camino a una historia nueva. Es un Dios de esperanza.

    La historia de la alianza transcurre de un modo extra-ordinariamente dramtico. Con frecuencia, Israel cae en la miseria y la opresin, porque abandona al nico Dios vivo y se olvida del precepto fundamental de su ley, para adorar a los dolos de los pueblos vecinos. En esas situa-ciones, Dios hace surgir hombres y mujeres, para ayudar a su pueblo en las horas de necesidad. Pero sobre todo, Dios llama a los profetas como mensajeros, portavoces y pregoneros suyos: 29 Los profetas reciben de Dios el encargo de hacer que el pueblo vuelva a la obediencia y a la justicia, y en la poca difcil del exi-lio, deben darle nimo y consolarle. Por eso, hablan del Dios que es Padre de Israel, su pastor y rey, de Dios como protector y liberador de los pobres y oprimidos. Al mismo tiempo, los profetas advierten el peligro de una confianza falsa. A causa de la injusticia y por la desobe-diencia del pueblo, la eleccin se transforma en juicio3. Por eso, el profeta Ams predica el da de Yahv como da de juicio, da de tinieblas y no de luz31

    En las dos catstrofes, del 722 (cada del reino del Norte) y del 587 (cada del reino del Sur con la destruc-cin de Jerusaln y el exilio babilnico), la sentencia se convierte en realidad. Israel pierde su autonoma como pueblo. Vive en el destierro, en una tierra ocupada. Pero este desmoronamiento no es definitivo, porque Dios ja-ms abandona a los suyos. Es fiel a su alianza a pesar de la

    29 ls6,9.Cf.Am1,3.6yotros. 3 CEAm3,2. 31 Cf.Am5, 18.

  • infidelidad humana:
  • tiva en Jesucristo. l es el cumplimiento de las promesas del Antiguo Testamento. La renovacin anunciada del fi-nal de los tiempos ha llegado con l.

    Durante su vida sobre la tierra, Jess comunica a los hombres quin es Dios en realidad. Su predicacin tiene el sello del lenguaje y de las ideas del Antiguo Testamento. En la mayora de sus afirmaciones pueden encontrarse parale-lismos con los escritos veterotestamenrarios y con la tradi-cin juda. Como para el Antiguo Testamento, tambin para Jess, Dios es el Creador que ha dado el ser a todas las cosas, que todo lo cuida, gua y conserva. Para Jess, la soli-citud de Dios como Creador amoroso se manifiesta en toda la naturaleza, en la hierba y en los lirios del campo43 y en las aves del cielo44 Hace salir su sol sobre malos y buenos y manda la lluvia a justos e injustoSl>45. Ni un solo cabello cae de nuestra cabeza sin que l lo sepa y quiera46 De manera especial las parbolas muestran cmo en todos los hechos de la vida humana podemos descubrir la huella de Dios y de sus obras. Por eso, Jess advierte: No estis agobia-dos!>>47 No tengis miedo!>>48 Como para el Antiguo Testa-mento, tambin para Jess, Dios es el Seor de la historia, que ayuda y salva, libera y redime, que aqu y ahora pro-duce lo nuevo y que todo lo hace no slo en la interioridad del corazn, sino tambin en el cuerpo del hombre. Los mi-lagros de Jess son la ms clara prueba49. No han de enten-

    " Cf. Mt6, 28-30. 44 Cf. Mt6, 26; 10, 29-31. " Mt5, 45. 46 Cf. Mt 10, 20. 47 Mt6, 25.31. 48 Mt 10, 31. 49 En sentido amplio, un milagro es un hecho diRcil e inslito, que

    supera la capacidad de quien lo observa; en sentido estricto, un milagro es aquello que ha sido hecho por Dios fuera del orden de toda la natura-leza creada)) (Santo Toms).

    derse como espectaculares manifestaciones de fuerza, sino como acciones del poder divino50, con las que Jess ensea a sus oyentes a creer en Dios, para quien todo es posible, y a pedirle con fe.

    A pesar de estas semejanzas con el Antiguo Testa-mento, la predicacin de Jess acerca de Dios tiene un acento completamente nuevo y es, por tanto, inconfun-dible y nica. El contenido central de esta predicacin es que el reino de Dios esperado en el Antiguo Testamento est ya muy prximo 51; se encuentra en sus palabras, sus obras y en su misma Persona. Pero Jess no ve el co-mienzo del reino de Dios como Juan el Bautista, bajo el signo de la ira, sino de la gracia, de la misericordia y del perdn divinos. Compara el reino de Dios con un ban-quete de bodas52 o con una cosecha grande y rica53. Su mensaje sobre Dios es un mensaje de alegra, como se ex-presa sobre todo en las bienaventuranzas del Sermn de la Montaa54 Esta alegra se dirige sobre todo a los peca-dores, para que se conviertan y sigan su llamada. Pueden confiar en que Dios es para ellos como un padre que aguarda al hijo prdigo, le perdona, le entrega de nuevo todos los derechos de hijo e incluso celebra su vuelta con una gran fiesta55. Este mensaje sobre Dios como amor sin limites es el ncleo ms profundo de las palabras de Jess sobre Dios.

    so Cf. Mt 12, 28; Le 17, 21. 51 Cf. Me!, 14-15. 52 Cf. Mt22, 1-14. 53 Cf. Mt9, 37-38; Mc4, 26-29. stas, ciertamente, son slo imge-

    nes, pero no podemos hablar del reino de Dios de otro modo que con imgenes y parbolas.

    54 Cf. Mt5, 3-12. 55 Cf. Le 15, 1!-32.

  • 2. El Verbo encarnado

    Jesucristo habl de Dios de un modo enteramente nico. Slo pudo hablar as de Dios, vivir de Dios, con Dios y pata Dios, porque su relacin con l era verdade-ramente nica. Segn el testimonio de los Evangelios, la relacin de Jess con el Padre es distinta de la que mante-nemos nosotros. Su relacin con el Padre es tan peculiar que nunca est al mismo nivel que los discpulos. Nunca dice en el sentido de igualarse a los otros hombres. Despus de la Resurreccin dice a Mara Mag-dalena:

  • tido cristiano ya no se puede hablar de Dios prescin-diendo de Jesucristo.

    Cristo vive y acta con constante y fundamental re-ferencia al Padre. En cierta manera, es la revelacin del Padre mismo66 Eternamente procede del Padr7, pero sin dejarle, sin abandonarle jams: Yo estoy en el Pa-dre>>68. Es Cristo quien nos

  • para ella una palabra sagrada, tanto que la ha transmitido a los textos griegos en su transcripcin aramea originaF6

    La expresin que resume la Buena Nueva es el hecho de que Jess habla con Dios como Padre de un modo completamente nico y nos ensea a decir: 77. Por esta razn, la Iglesia pens firmemente desde el principio que lo autntica y especficamente cristiano consiste en una comunin ntima y personal con Dios, en tomar conciencia de que somos hijos e hijas de Dios. Al mismo tiempo, el cristiano debe saber que el que llama a Dios tiene hermanos y hermanas; nunca est aislado y solo ante su Padre. De este Padre comn surge la nueva familia, el nuevo Pueblo de Dios como co-mienzo de una humanidad nueva.

    Tal como el Padre, en la vida intratrinitaria, es com-pleta y nada ms que entrega, as es tambin su amor al mundo. Es Padre para su Hijo Unignito y para todos los hombres. Eternamente se entrega a su Hijo y en l, que para el Padre lo es , se entrega tambin to-talmente al mundo. El Padre nos dona a aqul, por quien l es lo que es; nos da a aqul por quien l vive. El Padre se da a s mismo! Se entrega al mundo, para salvarlo, para purificarlo, para redimirlo: > a su propio hijo Isaac79

    76 Ga 4, 6; Rm 8, 15. 77 Mt6, 9; cf. Le 11. 2. 78 ]n 3, 16. - Cf. tambin Rm S, 32: El que no perdon a su propio

    Hijo, sino que lo entreg por todos nosotroS. " Cf. Gn 22, 16.

    La redencin, por tanto, no es ni mucho menos un fro negocio jurdico, segn el cual se deba realizar un sacrifi-cio para calmar a una majestad ofendida. No es necesario reconciliar a Dios Padre con la humanidad. Es l quien ~econ~ilia a los hombres consigo en su propio Hijoso. Es El qu1en da a los hombres una nueva vida y les regala su gracia81 Toda la iniciativa proviene del Padre"2 Cuando l enva a su Hijo al mundo, no le

  • brar algo de ese amor infinito, de esa entrega total y com-pleta, hasta el fim>. 84
  • Captulo V

    RAZONES PARA CREER

    La automanifestacin de Dios va dirigida al hombre, que es llamado a responder a esa invitacin divina me-diante la fe1 Tanto la Revelacin como la fe son libres. La Revelacin es libre porque es accin soberana de Dios, que se mueve nicamente por amor a nosotros. La fe es libre porque no existe un motivo que nos lleve necesaria-mente a creer que sea verdad lo que escuchamos en la Revelacin. No hay una evidencia del objeto para nuestra inteligencia limitada. As, cada hombre tiene que tomar una decisin personal acerca de Dios. Se podra forzar a una persona a realizar actos externos que, en s mismos, son expresin de fe; sin embargo, nadie puede obligar a otro a creer.

    ' Para este captulo cf. C. IZQUIERDO URBINA: Teologia Fundamen-tal cit., especialmente pp. 337-363.

    I. Signos y milagros

    Recibimos la fe

  • la voluntad, sino algo que se hace contando con un funda-mento en la realidad y en el propio modo de conocerla.

    l. Los signos en el Antiguo Testamento

    En el Antiguo Testamento el itinerario del pueblo israe-lita hasta la fe est marcado, sobre todo, por dos razones o motivos para creer: los grandes hechos salvlficos realiza-dos por Yahv y la palabra de los profetas. Estos hechos y palabras no dan la fe, pero son signos de credibilidad.

    Los trminos con los que se describen los grandes he-chos salvficos indican obras divinas al estilo de la crea-cin3. Estas obras son signos en el sentido de que dan a co-nocer, en primer lugar, que es Dios qufen acta. As sucede con las diez plagas que vienen como castigos sobre los Egipcios, y con la liberacin de los israelitas de la esclavi-tud4. Mediante estos acontecimientos se desvela que Yahv interviene en el destino de su pueblo. Las obras llevan su marca, su seal, y mueven al pueblo a confiar en J5.

    En otro orden, los signos forman tambin parte del modo concreto como se establece la alianza de Dios con los hombres; en este contexto podemos recordar, por ejem-plo, el arco iris, la circuncisin o el sbado6 Pueden indi-car, adems, la proteccin de Dios sobre una determinada

    ' Cf. Nm 16, 30; &34, 10. 4 Cf. &7, 8-11,10; 13,14-16; Dt6, 20. 5 Cf.Num14, 11.22;Dt26,5-9. 6 Cf. Gn 9, 12.13.17: el arco iris; Gn 17,11: la circuncisin; Ex31,

    13.17: d sbado.

    persona7, o servir como medio para expresar la confirma-cin o legitimacin. Son acompaados frecuentemente por acciones extraordinarias que llamamos milagros.

    En la Biblia, establecer la distincin entre signo y mila-gro no resulta siempre fcil. En el Antiguo Testamento, los signos se refieren normalmente a lo que llamamos mi-lagros, aunque no a todos los signos se les puede conside-rar extraordinarios. Los milagros son signos del poder mi-sericordioso de Dios. Dan a conocer la salvacin que slo l puede realizar, a travs de hechos que anuncian y son ya un comienzo de esa salvacin.

    Pero vivir segn la fe en Yahv resulta a veces arduo. Los hebreos deban ir contracorriente; no podan imitar algunas costumbres de los pueblos circundantes, y sobre todo no podan ceder a la idolatra. Para ayudarles a su-perar las dificultades, Dios se sirvi especialmente de los profetas que les confirmaban en la verdad y bondad de su fe revelada, y les empujaban a servir a Yahv que slo que-ra su bien. Los profetas hablaban en lugar de Dios; anun-ciaban las promesas divinas que tendran lugar ms tarde. As orientaban la conducta de sus contemporneos y con-dudan al pueblo a una fe ms profunda y completa.

    2. Los signos en el Nuevo Testamento

    En el Nuevo Testamento, los signos>> encierran diversos sentidos. En los Sinpticos, se distinguen claramente de los

    7 Cf. Gn 4, 15: Can recibe un sello que indica que Dios le protege. 8 Cf. &4, 8-9; 1 Sam 2, 34; 10, 5-9.

  • . Su connotacin es en estos textos ms bien ne-gativa; aparecen como algo injustamente exigido por pane de las autoridades judas o por Herodes9 Los milagros, en cambio, son actos de Jess que muestran el poder de Dios. En los Hechos de los Apstoles ambos trminos son idnticos y designan actuaciones extraordinarias de Pedro y de Fe-l:ipe10. El Evangelio de San Juan tiene una peculiaridad pro-pia en el uso y el alcance del
  • Pero los cristianos slo pueden transmitir autntica-mente la fe, si estn unidos con Jesucristo, que es el signo fundamental de la Revelacin20 Lo que importa es la realidad de Cristo en todas sus manifestaciones. l mismo,
  • l. La narracin de la historia de Jess

    Jess no es un mito, ni una idea atemporal; es un per-sonaje histrico, en el sentido pleno del trmino: ha vi-vido realmente al comienzo del primer siglo de la era cris-tiana (7-4 a.C.-30 d.C.). Con l toma el nombre y arranca la cuenta del tiempo. Todo hablar de Jess debe, por tanto, confrontarse con su historia, de la que recibe aval y fundamento. As, la predicacin de San Pedro es como la narracin de lo ms importante de la historia de Jess: 25. En l la historia, sus palabras, sus gestos y acon-tecimientos es salvacin.

    La fuente sin duda ms importante para conocer la vida y la obra de Jess son los escritos del Nuevo Testa-mento26. Juan Pablo II los llama testimonios histricos"; dan noticia de un gran acontecimiento,, que tambin los historiadores no cristianos mencionan,27

    Dentro del Nuevo Testamento, el acceso histrico aJe-ss viene proporcionado, sobre todo, por los Evangelios. Pero se puede narrar la historia de Jess? Estas fuentes son cientficamente fiables y ofrecen, adems, material suficiente para conocer la vida de Jess?

    25 Hch2, 22. 26 Las noticias extrabblicas sobre Jess son escasas y posteriores, de

    finales dd siglo I y principios del siglo II (fuentes romanas: Tcito, Plinio el Joven, Suetonio; fuentes judas: Flavio Josefo, el Talmud). A pesar de todo, ningn investigador serio discute hoy que Jess vivi realmente en Palestina y que muri crucificado en Jerusaln, siendo gobernador Pon-cio Pilato.

    27 }UAN PABLO II: Tertio miUennio adveniente. Carta apostlica para la preparacin del Jubileo del Ao 2000, 1994.

    En el siglo XVIII se inici un debate sobre la credibilidad de las fuentes cristianas que varios autores pusieron en duda28. Este debate puede considerarse superado hoy en da, al menos en gran parte. Los especialistas contempor-neos tienden en general a considerar con gran confianza el fundamento histrico de las narraciones evanglicas. A la vez explican que no son biografas segn nuestra mentali-dad moderna. En efecto, no son biografas como las que es-ramos acosnunbrados a leer actualmente, que nos dan a co-nocer la cronologa y el desarrollo del carcter psicolgico del hroe. No obstante, los Evangelios corresponden exac-tamente a lo que se entenda en el mundo greco-romano por una biografa. La caracterstica ms importante de este gnero literario era la atencin exclusiva al sujeto: el perso-naje biografiado solla ser el nico protagonista del escrito29

    En grandes lneas, podemos decir que Se ha pasado de una consideracin ingenua de los Evangelios como bio-grafas de Jess a la negacin de tal calificacin y, por fin, a un retorno crticamente documentado de su valor no slo histrico, sino tambin "biogrfico" en el significado de las biografas helensticas del tiempo,30 Hoy en da se

    28 Para este prrafo cf. COMIT PARA EL JUBILEO DEL AO 2000: je-sucristo, Salvador del mundo, 4. ed. Madrid 1996, p. 71-81.

    29 Este descubrimiento lo realiz, en primer lugar, el investigador Clyde Weber Votaw, en 1915, comparando los Evangelios con la literatura biogrfica del mundo greco-romano, en concreto con las vidas del filsofO Scrates (469-399 a.C.), biografiado por sus discpulos Plarn (Didlogos) y Jenofonte (Memorables); del taumaturgo Apolonio de Tiana (10-97 d. C.), contemporneo de Jess, biografiado por Filstrato; del filsofo Epicrero (50-130 d. C.), biografiado por su discpulo Arriano de Tiana.

    30 Cf. COMIT PARA EL JUBILEO DEL AO 2000: jesucristo, Salvador del mundo, cir., p. 74.

  • puede dar por concluido el giro completo que ha tomado la interpretacin bblica.

    Los investigadores han ido reconociendo cada vez ms que no hay motivo alguno para el escepticismo en lo que respecta a la capacidad del conocimiento histrico. Los Evangelios pueden ser considerados como verdaderas y propias de Jess. Pueden desarrollarse criterios apropiados para sacar a la luz tanto sus palabras, como sus obras. Aunque no podamos escribir una en el sentido de una biografa moderna, ni trazar una imagen exhaustiva de su personalidad (que informe, por ejemplo, acerca de su aspecto fsico), el Jess de la historia se nos presenta en los Evangelios tan vivo e in-confundible que hoy existe entre los autores un amplio consenso sobre los rasgos fundamentales de su predica-cin y de su accin. Ha quedado de nuevo aclarado que los Evangelios transmiten el mensaje y los hechos de Jess con fidelidad31

    El objetivo del Nuevo Testamento no consiste en pre-sentar una informacin puramente histrica de Jess. Los evangelistas pretenden sobre todo transmitir el tes;tirno-q nio de la fe eclesial sobre Jesucristo32 Por esto, no nos ofrecen una fotografa de su Seor, sino un retrato, es de-cir, su imagen interpretada y meditada.

    El Concilio Vaticano II recoge y confirma los logros ms importantes de la investigacin sobre Jesucristo:

  • recibi de Juan36, en su predicacin37, en su lucha contra los demonios38, en su ofrecimiento en la cruz39 y en su re-surreccin. El nombre fue originalmente un t-tulo: Jess es el ungido por el Espritu, el Mesas. Pero Je-sucristo no es el portador del Espritu como los profetas. Posee el Espritu divino con una plenitud sin medida. En su predicacin en Nazaret, Jess hace suya la esperanza del Antiguo Testamento:
  • dice. El amor engendra confianza y es capaz de provocar cambios profundos. Se sigue a un amigo, y a nadie ms. El amor de Jess a todas las personas ha influido, ciertamente, de modo poderoso sobre las disposiciones interiores de los que se encontraron con l. Este amor misericordioso es un motivo importante para creer, un motivo que acta de ma-nera particular, pues no est dirigido a la inteligencia, sino directamente al corazn y a la voluntad. Nos encontramos ante una razn que podramos llamar del corazn y que se basa en la libertad del amor.
  • San Juan pone especialmente de relieve la importancia de la obediencia filial en la vida de Jesucristo56 El Hijo fue obediente hasta la muerte de cruz57 El sufrimiento que experiment al cumplir la voluntad del Padre, conce-di a su fidelidad un valor singular. Precisamente esta obediencia al Padre, libremente aceptada, esta sumisin al Padre, en anttesis a la "desobediencia'' del primer Adn, contina siendo la expresin de la ms profunda unin entre el Padre y el Hijo, reflejo de la unidad trinitaria>> 58

    La muerte en la cruz constituye el testimonio definitivo que dio Jess de su Filiacin eterna, el ms alto posible mientras estaba en esta vida terrena59: > . on e suma importancia aqm as re erencias a as alusiones veterotestamentarias65 Para la mentalidad hebrea, el recurso a la Escritura tena ms valor testimonial que la misma experiencia personal de los discpulos.

    Para reforzar la realidad de la Resurreccin, San Pablo habla de las apariciones de Jess resucitado, utilizando el

    61 Para este prrafo, cf. COMIT PARA EL JUBILEO DEL AO 2000: ]esucrt5to, Salvador del mundo, cit., pp.113-129.

    62 Cf. 1 Tes4, 14; Rm4, 24s.; Ga 1, 4; 2,30; Ef5, 2-25. 63 1 Co 15, 14-16. 64 1 Co 15, 3-4. 65 Cf. Dt32, 39; 1 Sam2, 6; 1!38, 16; Os6, 2;fon2, 7; Sa/16, 10; 30 u ,

  • verbo ophte (, ), que se refiere a per-cepciones reales y externas al sujeto, y no a sueos o ilu-siones66. Hace un amplio elenco de los testimonios del Resucitado, que se apareci a Pedro67, a los doce Apsto-les68 y a muchos otros. El apstol no menciona explicita-mente las apariciones a las mujeres, probablemente por-que su testimonio no tena valor jurdico en la cultura hebrea del tiempo.

    Conviene tener en cuenta que los que testifican haber visto a Cristo Resucitado, son los mismos Apstoles que se ocultaron decepcionados despus de la crucifixin de su Seor. No esperaban la Resurreccin, como tampoco haban esperado la muerte, pues no comprendan las Es-crituras69. , destaca el Papa Juan Pablo II resumiendo las investigaciones modernas al res-pecto; y sigue: l1 Como la Resurreccin se inicia en la historia, est atestiguada en las fuentes. Pero no se trata de una historicidad directa, sino indirecta. Los Evangelios no relatan la Resurreccin en su puntual acontecimiento en el momento72, sino que recogen inmediatamente la fe de los discpulos en el Cristo resucitado, con base en dos hechos concretos, el sepulcro vado y el ciclo de apariciones.

    El sepulcro vado es importante porque nos muestra que los Apstoles hablaron de un modo sumamente con-creto sobre la Resurreccin. Pero no es una demostracin

    71 COMIT PARA EL }UBILEO DEL AO 2000: jesucristo, Salvador del mundo, cit., p. 123,

    72 Slo el evangelio apcrifo de Pedro intenta hablar del momento exacto de la Resurreccin, describiendo un enorme fantasma que se alza hasta el cielo.

  • de que Jess verdaderamente haya resucitado. Es slo un elemento que asegura su anclaje en la historia y dispone la mente a su conocimient0>/3 No es una prueba, sino un signo de credibilidad.

    La Resurreccin nos hace conocer ms a Dios y su omni-potencia amorosa. Pero no slo tiene un gran significado cristo lgico y trinitario; tiene tambin un profundo sentido sotetiolgico: es para nosotros. 74. La Resurreccin de Jess significa la completa re-composicin de la amistad entre Dios y nosotros, y hace posible nuestra futura resurreccin. Es, por tanto, el coro-namiento de la historia y la confirmacin de que la salva-cin del hombre no es una utopa, sino una realidad

    III. La Iglesia como razn para creer en Cristo

    Los libros del Nuevo Testamento nos relatan que Jesu-cristo, una vez resucitado, es la fuente del Espritu di-vino: lo da como don de Dios a los apstoles, y lo enva en Pentecosts a toda su Iglesia75

    l. Cristo en la Iglesia

    Entonces, dnde es posible encontrar a Cristo hoy, y cul es la imagen verdadera que de l se presenta a los

    73 F. OcARiz y A. BLANCO: Reveu:in, fi y credibilidad, cit., p. 477. 74 Rm 10, 9. 75 Cf. Hch 2, 32-33.

    hombres de nuestro tiempo? La respuesta es que al Cristo real, la imagen verdadera de Cristo, slo es posible en-contrarle en la Iglesia. Es all donde signe actuando a tra-vs de los siglos. Y es all donde se ha conservado su me-moria. Sin la Iglesia nada sabramos de Jesucristo ni de la esperanza que l nos ha trado.

    La Iglesia presenta a Cristo no como un ser del pasado, sino como el que, habiendo vivido en este mundo en una poca determinada, ha resucitado y permanece entre no-sotros para siempre76 En la Iglesia es posible nuestro en-cuentro personal con l. Esta institucin divina, a la que fue confiada la Revelacin plena que es Cristo mismo, existe para continuar la misin de Jesucristo hasta el final de los tiempos y dar testimonio del amor de Dios a los hombres. No se a la misin de Cristo y del Esp-ritu Santo, sino que es su sacramento>P: es lugar e ins-trumento de la salvacin divina. La gracia que Cristo nos gan en la cruz nos es comunicada por la actuacin de la Iglesia para que toque realmente nuestro corazn. La Iglesia es, misteriosamente, Cristo salvando hoy, Cristo sanando hoy.

    El ser de la Iglesia remite originariamente a Cristo, como a su propio y nico centro y fundamento. Los dos grandes signos, Cristo y la Iglesia, incluso pueden ser re-ducidos a un nico signo: Cristo en la Iglesia>?8 La Iglesia nos dice cmo actu Jesucristo hace dos mil aos cum-pliendo la voluntad de su Padre. A travs de la Iglesia, Cristo signe comunicndonos hoy la voluntad de su Padre.

    76 Cf. SC 6. 77 Cf. LG !. 78 C. IZQUIERDO URBINA: Teokgfa Fundamental, cit., p. 361.

  • De alguna manera, la Iglesia comparte la vida terrena de su Seor. Es signo de Cristo crucificado y resucitado. En efecto, las vicisitudes y penalidades que jalonan cons-tantemente su travesa histrica, son como un eco de las que Jess pas durante su paso por la tierra( ... ). A la ve:z, su estabilidad y persistencia histrica, a pesar de tantas y constantes dificultades, son tambin un reflejo de la Re-surreccin de su Seon/9

    La Iglesia resulta creble porque hace presente a Cristo. Refleja la credibilidad del mismo Hijo de Dios, que vive en ella80 En otras palabras, como Cristo es santo, la Igle-sia es santa; y como Cristo nos dice la verdad, la Iglesia nos dice la verdad.

    2. La santidad de la Iglesia

    Posiblemente, ninguna otra afirmacin de la fe suscita tanta incomprensin y oposicin hoy en da. La credibili-dad de la Iglesia debe enfrentarse con algunas dificultades especificas que no aparecen en la credibilidad de Jesu-cristo. La ms importante es que en la Iglesia, tal como se muestra en el transcurso de su historia, se observan limi-tes y defectos que han oscurecido no pocas veces el men-saje original de Cristo. Esta Iglesia es digna de fe?

    Para poder responder, conviene distinguir entre la santidad ontolgica y la santidad moraL En la realidad vi-sible de la Iglesia se puede tocar una realidad ms pro-

    79 F. CRIZ y A BLANCO: Revelacin, fl y credibilidad, cit., p. 531. 80 Por esto, ((es un grande y perpewo motivo de credibilidad.>> DF, c. 3.

    funda. Radicalmente, la Iglesia como misterio nace en el mismo momento de la Encarnacin81 Es santa porque Cristo, su Fundador, es santo, el Espritu de Cristo acta en ella y lleva a los hombres a Dios Padre. La Iglesia es santa de un modo fundamental, segn su propio ser. Esta santidad ontolgica debera reflejarse en la santidad moral de los miembros: en la vida y en el comporta-miento de los cristianos, en sus familias, lugares de tra-bajo y de descanso.

    Los miembros de la Iglesia, los cristianos, deberan dar testimonio del amor de Dios all donde se encuentren; deberan actuar como Jesucristo, con generosidad y abne-gacin, y reflejar la alegra de la salvacin que ellos mis-mos han experimentado.

    Pero no siempre es as. Los cristianos no siempre refle-jamos la santidad de la Iglesia en nuestras vidas. As, la Iglesia, no muestra la santidad moral que debera mos-trar; sin embargo, siempre sigue teniendo la santidad fun-damental, ontolgica. Esta santidad no puede aumentar ni disminuir. Si todos los miembros fueran santos, la san-tidad ontolgica no sera mayor de lo que es, porque no le viene de los hombres, sino de Dios. Si todos los miem-bros estuviramos en pecado, esta santidad ontolgica tampoco sera menor. En otras palabras, la santidad de la Iglesia no es la suma total de la santidad de cada uno de sus miembros, como la humedad de la lluvia no se mide por lo que se han mojado los que han estado bajo ella. Si

    81 Sin embargo, la Iglesia en su realidad visible de nuevo Pueblo de Dios, ha sido fundada gradualmente por Jesucristo hasta la misin del Espritu Santo en Pentecosts.

  • todo el mundo sale a la calle y se cala hasta los huesos, la humedad de la lluvia no vara, como tampoco vaca si to-dos se quedan en casa.

    La Iglesia es santa porque es Cristo presente en el mundo. Es santa y, a la vez, necesitada de purificacin constante, porque recibe en su propio seno a los pecado-res82; nunca se ha presentado como una sociedad formada exclusivamente por hombres puros e inocentes. Su santi-dad ontolgica es la causa de su santidad moral, pero no se mide por ella. Lleva el tesoro de Jesucristo en vasos deba-rro, para que quede claro que la excelencia de su poder viene de Dios y no de los hombres83

    3. La contribucin de los cristianos a la credibilidad eclesial

    Los cristianos no pueden disminuir la santidad de la Iglesia, con sus defectos y pecados, pero s pueden oscu-recer su rostro y frenar su paso en la tierra; pueden, en definitiva, impedir que la Iglesia se muestre al mundo tan bella y esplndida como realmente es. Si, en cambio, co-rresponden con fidelidad a la invitacin a seguir las hue-llas de su Seor, contribuyen a que la Iglesia sea digna de fe ante el mundo84 Cada cristiano es llamado a dar a co-nocer el verdadero rostro de Cristo, a ser santo, como lo proclama solemnemente el Concilio Vaticano II85 Los

    s2 Cf. LG S; GS 43. 83 Cf. 2 Co 4, 7. " Cf. LG 50. " Cf. LG 39-42. J. EscruvA DE BAIAGUER: Conversaciones, 20 ed.

    Madrid 2001, n. 26.

    santos hacen creible la fe cristiana y sirven

  • pecados pasados y presentes de los cristianos, en un acto solemne, durante el gran Jubileo del ao 200090. Este acto fue un servicio a la verdad. A lo largo de la historia ha habido mltiples conflictos y tensiones, tanto entre las diversas comunidades ctisrianas como entre los cristianos y otras personas. Los cristianos no pueden minusvalorar el peso de las incomprensiones ancestrales que han here-dado del pasado, de los malentendidos y prejuicios de los unos contra los otros. No pocas veces, adems, la inercia, la indiferencia y un insuficiente conocimiento recproco agravan estas situaciones>>91 La Iglesia no tiene miedo de afrontar las culpas de sus hijos, cuando se da cuenta de sus errores.

    La peticin pblica de perdn fue a la vez un servicio a la caridad, un testimonio de amor en la humildad de quien pide perdn. En cuanto tal, ha marcado fuerte-mente las relaciones con los seguidores de las otras confe-siones y religiones92.

    90 La solemne peticin de perdn tuvo lugar elll-III-2000 en la ba-slica de San Pedro en Roma. Juan Pablo II se refiri especialmente a los pecados que fueron cometidos contra la dignidad humana en el servicio de la verdad, contra la unidad de los cristianos, en relacin con el pueblo de Israel y contra el amor y la paz. Cf. Memoria y reconciliacin: la Iglesia y las culpas del pasado, Madrid 2000, pp. 47-138.

    91 JUAN PABW II: Encclica Ut unum sint, n. 2. 92 La peticin pblica de perdn fue tambin un servicio excelente a

    la unidad de los cristianos. Esto lo han confirmado, por ejemplo, los lde-res de la Iglesia evanglica de Alemania. Cf. la entrevista con el lder evan-glioo MANFRED KOCK: El Mea Culpa>> del Papa ayndo a la unidad, Zenit, 16-III-2000. Cf. CONSEJO PONTIFICIO PARA EL DJLOGO INTERREU-GIOSO: Christians and Buddhists. Communities ofForgiveness and Compas-sion (1997), n. 5. COMISIN PARA LAS RElACIONES REUGIOSAS CON EL JUDASMO: We remember. A refoction on the Shoah (1998), n. 5.

    Juan Pablo II afirm en otra ocasin: Para los cristia-nos, estos son los das del perdn y de la reconciliacin. Sin este testimonio, el mundo no creer. Cmo pode-mos hablar de modo creble sobre Dios, que es Amor, si no hay tregua en la contraposicin? Sanad las llagas del pasado con el amor. Que el sufrimiento comn no ge-nere separacin, sino que suscite el milagro de la reconci-liacim>93.

    Por otro lado, los cristianos pueden tambin recordar con humildad profunda los lados luminosos de la historia de la Iglesia: los grandes testigos de la fe, los mrtires y confesores, las instituciones sociales y educativas, el servi-cio a los pobres, la contribucin al reconocimiento de la dignidad de la persona y de la libertad religiosa y, sobre todo, la vida santa de tantos hombres y mujeres que sa-ban y saben 94.

    93 ]uAN PABLO Il, en Rumana, enAceprensa 30 (1999/5), pp. 1-4. 94 J. ESCRIVA DE BAI.AGUER: Es Cristo que pasa, cit., n. 53.

  • Captulo VI

    LA TRANSMISIN DE LA REVELACIN

    Cristo no nos habla desde la antigedad como otras personalidades histricas. Le encontramos en la Iglesia a la que ha confiado su Revelacin para que ella la haga ac-cesible a los hombres a travs de los siglos. Del mismo modo que en el Antiguo Testamento el pueblo judo, ele-gido por Dios, era el portador de la Revelacin, en el Nuevo Testamento --en el nuevo orden instaurado por Cristo--, la comunidad de los bautizados, el nuevo Pueblo de Dios, es llamado a guardar y a comunicar los misterios divinos.

    El nuevo Pueblo de Dios, la Iglesia, tiene su razn de ser en esta tarea, porque se encuentra unida a Cristo con una relacin tan estrecha como el cuerpo a la cabeza; y adems est penetrada del Espritu Santo como el cuerpo por e