TEXTO Nº 42 - Torres Rivas

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GUATEMALA: MEDIO SIGLO DE HISTORIA POLICIA. UN ENSAYO DE INTERPRETACION SOCIOLOGICA. EDELBERTO TORRES RIVAS. ANTECEDENTES Con la dictadura de Estrada Cabrera que inaugura el siglo, la revolución liberal se vuelve gobierno conservador y entrega el país al inversionista extranjero. No niega el ideario de Barrios pero lo degenera. Iniciada en 1871 como una esperada revancha contra el viejo orden colonial la revolución liberal se proyectó como una renovación de todo el atraso social y económico que dejó la dominación peninsular. Las reformas económicas que trazó con férrea voluntad el general Justo Rufino Barrios, de haberse continuado con igual intensidad más allá de su trágica desaparición en 1885, habrían completado la modernización capitalista, previsible para los fines de ese siglo. El capitalismo penetra en esta región por el campo. El crecimiento de las fuerzas productivas sólo tiene lugar cuando se crean las condiciones internas para la formación de una economía de exportación. La penetración del capitalismo en el campo favorece directamente la identidad del terrateniente-propietario con el capitalista. El resultado de todo este importante proceso de transformación estructural, es la creación de una economía que se mueve con una dinámica interna que combina, lógicas distintas de diversos modos de producción. Este proceso de renovación económica y política que se inició en el último cuarto del siglo XIX, se fue debilitando paulatinamente en el primer cuarto del siglo XX, bajo la dictadura de Manuel Estrada Cabrera (1898-1920), se tiene la impresión de vivirse un doloroso y prolongado paréntesis. El gobierno de Estrada Cabrera y su paso personal por la historia, no resulta ser sino la parte visible, y por ello de menor magnitud, de un iceberg, cuya base total se sumerge en la estructura social y económica del país. 1

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GUATEMALA: MEDIO SIGLO DE HISTORIA POLICIA. UN ENSAYO DE INTERPRETACION SOCIOLOGICA. EDELBERTO TORRES RIVAS.

ANTECEDENTES

Con la dictadura de Estrada Cabrera que inaugura el siglo, la revolución liberal se vuelve gobierno conservador y entrega el país al inversionista extranjero. No niega el ideario de Barrios pero lo degenera. Iniciada en 1871 como una esperada revancha contra el viejo orden colonial la revolución liberal se proyectó como una renovación de todo el atraso social y económico que dejó la dominación peninsular. Las reformas económicas que trazó con férrea voluntad el general Justo Rufino Barrios, de haberse continuado con igual intensidad más allá de su trágica desaparición en 1885, habrían completado la modernización capitalista, previsible para los fines de ese siglo.

El capitalismo penetra en esta región por el campo. El crecimiento de las fuerzas productivas sólo tiene lugar cuando se crean las condiciones internas para la formación de una economía de exportación.

La penetración del capitalismo en el campo favorece directamente la identidad del terrateniente-propietario con el capitalista.

El resultado de todo este importante proceso de transformación estructural, es la creación de una economía que se mueve con una dinámica interna que combina, lógicas distintas de diversos modos de producción.

Este proceso de renovación económica y política que se inició en el último cuarto del siglo XIX, se fue debilitando paulatinamente en el primer cuarto del siglo XX, bajo la dictadura de Manuel Estrada Cabrera (1898-1920), se tiene la impresión de vivirse un doloroso y prolongado paréntesis.

El gobierno de Estrada Cabrera y su paso personal por la historia, no resulta ser sino la parte visible, y por ello de menor magnitud, de un iceberg, cuya base total se sumerge en la estructura social y económica del país.

El gobierno cabrerista fue sin duda personalista, arbitrario y mezquino. Tales caracteres no derivan únicamente de la peculiar biografía del dictador. Este pudo desplegar todas sus extravagancias derivadas de su oscuro origen –hijo ilegítimo, mestizo, abogado de pueblo- porque el suelo que pisaba era propicio para alimentar las voluntades autoritarias. El país no conoció hasta 1945 ninguna experiencia democrática. El régimen de Cabrera, continuador de la tradición autoritaria liberal-conservadora con orígenes en el dominio español y en el estilo del colonizador, no innovó nada.

La república cafetalera que inaugura Justo Rufino Barrios en 1871, tuvo como base económica una agricultura de exportación, una fachada jurídica con la constitución liberal más orgánica de Centroamérica, y un orden político que era, en lo esencial y en sus ribetes, su puntual negación.

La autonomía relativa del estado liberal, oligárquico, se expresa a través de formas de mediación extremadamente autoritarias, de un bonapartismo estructural en el que un cuerpo burocrático-militar ocupa el sitio del gobierno.

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La estructura oligárquica define un tipo de conflictos en los que las clases dominadas no aparecen como actores activos, la inestabilidad política fue por ello producto de y ocasión para enfrentamientos entre fracciones agrario-mercantiles que como liberales o conservadores se escindieron ideológicamente.

El desarrollo del capitalismo agrario, a través del crecimiento de la demanda externa, continuó con vaivenes pero de manera sostenida hasta 1915.

Las piezas maestras de esa estructura productiva fueron la oferta abundante de tierras y la constitución compulsiva de un mercado de trabajo en el que la mano de obra indígena resultaba abundante, obediente y barata. La burguesía cafetalera fundaba su poder en esa forma de articulación no burguesa de las relaciones productivas; tampoco pudo escapar a una doble y contradictoria situación, de vigorosa persistencia, cual es su condición de terrateniente rentista, por un lado y de burgués inversor, por el otro.

La acumulación de capital se realiza más a través de la sobreexplotación de la mano de obra semiservil que de los incrementos de la productividad y dependió menos de la inversión doméstica que de los impulsos del comercio de exportación.

El cabrerato corresponde al período del reajuste final de la estructura productiva que calificamos como una economía agraria de exportación.

La economía campesina, coexistió en las regiones indígenas y contribuyó a formar el mercado de trabajo donde la coacción extraeconómica fue decisiva.

La naturaleza de las relaciones sociales de producción, la forma de la propiedad territorial y la extroversión de la economía cafetalera, limitaron el carácter de productor capitalista, reforzando su rasgo terrateniente.

La formación de la nueva estructura productiva fue paralela a la consolidación de un núcleo cafetalero alemán.

La presencia de este grupo productivo extranjero significó una verdadera escisión en el seno de la burguesía rural.

El trabajo forzoso y la servidumbre marcaron definitivamente la dominación social de los cafetaleros nacionales y condicionaron su carácter burgués.

El sector nacional-alemán de la burguesía, era dueño de empresas altamente competitivas que se consolidaron tanto por el aprovechamiento de la renta diferencial nacional como por su aplicación en el uso de tecnología renovada.

Con el desarrollo de la producción, después de 1905, el negocio cafetalero necesitó cada vez más capital. El sector extranjero de la economía agraria, mejor preparado para aportar o recibir innovaciones técnicas y conectado con el capital de ultramar, pasó a ejercer un virtual monopolio en el beneficio/exportación del café. Así, la oligarquía guatemalteca, devino en simple usuaria de las instalaciones y del capital de las casas comerciales extranjeras.

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La presencia prematura del inversionista extranjero, tendió a favorecer la función política del grupo liberal.

La penetración norteamericana no se inaugura con la United Fruit Co., como suele decirse. La historia de la penetración imperialista forma parte de la historia de los ferrocarriles, y por ello, de los gobiernos liberales.

Obsecuencia, deslumbramiento e ignorancia, todo se combinó para acentuar la inferioridad en la conducta de los jefes liberales.

Lo que las generaciones posteriores calificaron como presencia imperialista directa, el control de las riquezas nacionales, no fue advertido ni descubierto en los dos primeros decenios de este siglo.

Las concesiones económicas fueron antes que nada, privilegios políticos.

El arribo del capital norteamericano favoreció a una fracción de las clases agrarias, que ejercían un dominio cada vez más distante de un predominio social y económico.

El imperialismo favorece directamente el estilo absolutista de gobierno.

La burguesía rural, vivió como productora, una existencia contradictoria, además, estuvo debilitada económicamente al funcionar en su interior el importante sector nacional-alemán marginado de la vida política pero integrado al mercado exterior; y estuvo escindida políticamente entre liberales y conservadores, en conflicto recurrente.

La estructura jerárquica del poder de esta sociedad agraria tenía, en la base, una masa campesina indígena dominada. Una ciudadanía inerte a la que se apartaba ferozmente aunque no con las formas contemporáneas del estado autoritario, sino a través de los mecanismos oligárquicos de la exclusión natural, del voto censitario, del estilo que refuerza un generalizado estado de ánimo prepolítico entre los explotados.

La pequeña burguesía urbana, se dividieron entre la vergüenza de la dictadura y la atracción del poder. La respuesta a esta situación fue un fortalecimiento de las tendencias y la tradición autoritarias a través de la constitución de estructuras de mediación en que el ejército, la policía y grupos político-burocráticos del partido liberal ejercían el control.

Ello explica que el régimen de Estrada Cabrera se prolongara con exceso.

Estrada Cabrera se mantuvo en el poder por el terror y la fuerza. Por su intermedio, aseguró orden interno y paz social, que era cuando exigían los cafetaleros alemanes, los plantadores norteamericanos y los terratenientes nacionales.

La cuarta reelección, en 1917, selló definitivamente la decisión de terminar por la fuerza el régimen liberal, caduco, senil, acabado. Los terremotos de 1917-1918 y la guerra mundial, no hicieron sino prolongar precariamente su mandato, cada vez más inestable.

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Importantes grupos de terratenientes de tradición conservadora, comerciantes y profesionales de la ciudad de Guatemala, formaron en 1918, el Partido Unionista, para disfrazar en el viejo ideal centroamericanista, la conspiración en camino. Alcanzó ésta tal expansión, que la propia Asamblea Nacional declaró el 8 de abril de 1920 enfermo mental al presidente y nombró en su lugar al terrateniente Carlos Herrera. Empezó así la semana trágica, que terminó con la rendición del ejército de la dictadura y la prisión del ex jefe de estado. La insurrección de los unionistas fue un amplio levantamiento popular, dirigido por núcleos de la burguesía –mediana y pequeña- cafetaleros y comerciantes constreñidos por la sofocación arbitraria de la dictadura.

Una crisis interna desarrollada y resuelta en el seno de los grupos dominantes, que apartaron con ayuda popular, al gobernante caduco.

Finalmente, el 5 de diciembre de 1921, el ministro de la Guerra, José María Orellana (cabrerista), derrocó al presidente Herrera en un paradigmático golpe de estado. Ni con uno ni con otro, la suerte del país varió.

Hacia 1918 termina un largo ciclo depresivo del mercado mundial que situó al comercio externo en un terreno de bruscas oscilaciones de precios. A partir de ese año empezaría la década de oro de la economía de exportación.

La penetración norteamericana continúo hasta avasallar la sociedad toda.

Ya en la década de los veinte, habían quedado ordenadas las piezas muestras de la dominación extranjera.

El gobierno de Orellana terminó en 1926. Lo sucedió en el mando otro general liberal, Lázaro Chacón, triunfando en las elecciones que de acuerdo con la tradición local, el candidato oficial jamás puede perder. Lo más importante del período es que en 1924 se terminó con la maldición de la inconvertibilidad del papel moneda e inspirados por la filosofía del patrón oro, se creó el Quetzal como moneda nacional con un valor igual al dólar norteamericano.

Entre 1927 y 1930 se formaron un importante movimiento sindical, de corte anarcosindicalista y una diminuta sección local de la Internacional Comunista. Funcionaban legalmente, además, las oficinas del Socorro Rojo Internacional.

LA CRISIS DE 1930 Y SUS EFECTOS INTERNOS

En los prolegómenos de la crisis muere el general Chacón. Bajo su gobierno, la sociedad guatemalteca vivió una breve experiencia de tolerancia democrática. En 1931 fue electo el general Jorge Ubico, el último de los militares liberales descendientes de la generación reformista de 1871.

La elección de Ubico fue el resultado plausible de la política exterior norteamericana.

No se sabe bien si Ubico devino en dictador como producto de la crisis económica, o por un objetivo previamente establecido por las necesidades geopolíticas del imperialismo.

Aun antes de que llegara el vendaval de la crisis, la región centroamericana vivía un clima de tensiones internas que aquélla acrecentó.

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La depresión puso al desnudo las debilidades inherentes a una economía dependiente, cuya estructura básica gira en torno a un dinamismo extrovertido.

Ubico aplicó sin reservas una definida y torpe política anticíclica de corte clásico: contracción del gasto público, equilibrios presupuestales, disminución de salarios, defensa de la paridad monetaria a cualquier precio; y como consecuencia de sus fobias, una renovada política de fuerza que lo llevó a asesinar, preventivamente, al núcleo fundador del partido comunista, a destrozar sangrientamente al movimiento sindical, y a perseguir con celo neroneano a sus rivales políticos produciendo un previsible letargo a la vida económica cultural.

El resultado a largo plazo fue el reforzamiento de la economía de subsistencia del sector campesino, arrojado desde antes al fondo de la estructura social.

La política imperialista tiene su correlato en una conducta y en una mentalidad colonizadas. Y tal como lo ha comprobado la vergonzosa historia de las dictaduras en Guatemala, a menor participación popular más dependencia imperialista.

El sistema de trabajo forzado, que en 1877 el reformismo liberal utilizó para construir un mercado de trabajo al servicio de la economía agrícola comercial, se prolongaron hasta 1934, cuando el general Ubico sustituyó el régimen legal de mandamientos por una hipócrita ley contra la vagancia. Hipócrita por sus pretensiones moralizantes y por la siniestra intención señorial que la dictó.

La obligación de todo campesino (indígena) mayor de dieciocho años era trabajar su propia tierra en un mínimo de 25 cuerdas.

El castigo era el trabajo en la construcción de caminos.

A pesar de estas medievales previsiones domésticas, Ubico no construyó más de 30 kilómetros de carreteras durante su larga gestión y la producción agrícola se mantuvo estancada hasta 1945.

Con el transfondo de virtual estancamiento, no se comprende bien la manía ubiquista por mantener como blasón de su política económica, sucesivos superávit fiscales. Cuando fue echado por la ira popular, en 1944, el país estaba postrado pero el estado, manejado con moral de contador, tenía guardados 11.5 millones de dólares. Con esos recursos, Ubico saldó la centenaria deuda inglesa, horas antes de la renuncia a que lo forzó el pueblo.

La crisis mundial no justifica la dictadura doméstica, pero contribuiría a explicarla en virtud de que aquélla puso a la defensiva los intereses de la oligarquía.

El ubiquismo fue una estructura piramidal de poder, construido a base de lealtades tradicionales al jefe, sin ninguna organización o representación orgánica de intereses de clase, aun de aquella fracción terrateniente que se mantuvo leal al partido liberal. Un régimen de excepción, como lo fue esta dictadura militar, puede durante cierto tiempo tener éxito si logra inhibir en el período del marasmo económico, el juego de los mecanismos políticos que expresan las coincidencias y las contradicciones de clase. Y puede, esperar la llegada de la primavera del ciclo poscrítico y con ella, posibilitar la democratización de la vida política.

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El sistema ubiquista fue la respuesta política inmediata a la crisis del comercio de exportación, o más bien dicho a sus efectos internos, y prosperó porque encontró un piso abonado por la tradición autocrática, señorial, agraria, en las relaciones políticas y sociales. Como estilo de gobierno unipersonal y arbitrario, fue cada vez más ajeno a las realidades nacionales y al entorno latinoamericano, porque su proyecto se basó en el predominio social que da la propiedad monopolista de la tierra.

Era el poder desnudo de una sociedad rural que vivió con exceso los traumas desequilibradores de la crisis del treinta y vivió a la defensiva para ratificar, absurdamente, el destino colonial, monoproductor y monoexportador de la nación.

Al buscar de esa manera la paz interna, el régimen liberal quiso preservar la inmovilidad de la vieja estructura económica. Con ello, violó por última vez su ideario político, sus orígenes ideológicos. Y resultó viviendo fuera de su tiempo, como una cruel e innecesaria prolongación del siglo XIX.

La segunda guerra mundial y la alianza soviético-norteamericana contra el fascismo tuvieron efectos decisivos en el interior del país.

La expropiación de los plantadores alemanes, vinculados o no al Tercer Reich, impuesta por los norteamericanos y aplicada de mala gana por el gobierno, debilitó el apoyo terrateniente y tuvo además, efectos desmoralizadores para el conjunto de la moral oligárquica, cuya enjundia empezaba ya a declinar.

Ese proceso de maduración condujo a la crisis de un poder que ya sólo en apariencia era fuerte.

Fueron los estudiantes universitarios los que iniciaron la rebeldía por motivos más que domésticos. Y como sucede en este tipo de estructuras autoritarias, en las que no hay espacio político para el disenso, un clima de conspiración iniciado a raíz de una demanda académica se propagó a tal punto que a mediados de ese mes se transformó explícitamente en petitorio de renuncia del general Ubico.

Ubico renunció fácilmente, La estructura política que intentara transmitir a sus herederos, una junta de generales, se liquidó irremediablemente meses después. La dictadura fue vencida en el límite, como parte de una fatal saturación de un ciclo histórico que hace de nuestra pobre historia una necrología, efeméride de esperanzas breves y frustraciones generacionales.

LA POSGUERRA: REFORMA Y REVOLUCION

El derrocamiento de Ubico fue el fin de una época y el ocaso de un estilo de conducción que además, terminó con una estructura social de dominación política. El Partido Liberal no volvería jamás a levantar cabeza.

La sociedad agraria había empezado a recorrer, una ruta sin regreso, y aunque es cierto que la experiencia democrática apenas pudo prolongarse, sin convertirse en hechos definitivos que alcanzaran a modificar la estructura social, cuando se intenta con la contrarrevolución de 1954 volver al ubiquismo, ese experimento resulta imposible. Los regímenes anticomunistas posteriores no tuvieron ni la estabilidad política ni la base social ni los objetivos de los precluidos gobiernos liberales.

La Revolución de octubre fue el inicio de un nuevo ciclo económico que sin degradar como en otras latitudes la economía cafetalera, eje indiscutido de la vida nacional, planteó como posibilidad no lograda

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aún, el desarrollo industrial y la diversificación agrícola, inauguró también una nueva forma de convivencia política, la vida democrática y las posibilidades de organización y participación popular ampliadas.

En el seno de esta concepción unilineal de la historia no tienen cabida las explicaciones que se detienen en los momentos de ruptura y que implican por ello cambios en la marcha del proceso. Así, ni la revolución liberal ni el período de vida democrática son importantes porque no alteraron la esencia de la subordinación indígena y la estructura colonial guatemalteca. En una óptica opuesta, contagiada de un optimismo historicista, otros dicen que el movimiento político iniciado en esta segunda posguerra puede ser filiado como la revolución nacional democrático-burguesa necesaria, como requisito para el pleno florecimiento capitalista.

Con la caída de Ubico se pone en movimiento una masa ciudadana que a partir de esa fecha, va cobrando forma, paulatinamente, hasta alcanzar una radical diferenciación interna. La amplísima coalición social que enfrentó a la dictadura, en el momento de su derrumbe, se fue fragmentando a medida que el proceso político, por su dinamismo interno, fue corrigiendo su camino.

En las primeras elecciones libres el doctor Arévalo obtuvo la presidencia con el 86% del total de votos emitidos. Seis años después, el coronel Jacobo Arbenz sólo obtuvo el 65% del sufragio efectivo.

En ambos casos, no puede hablarse de un cambio a fondo del sistema de dominación política sino más bien de una ampliación de las bases sociales del poder y con ello, el arribo de las clases medias a la estructura administrativa del gobierno. A partir de 1945, se conformó un bloque de poder que ató intereses políticamente convergentes gracias a la intermediación exitosa de estos grupos medios.

Había lugar para las esperanzas de todos o de casi todos, porque los campesinos tuvieron que esperar para luego ver frustradas, casi instantáneamente, sus reivindicaciones por la tierra.

Fueron importantes, el derecho al sufragio concedido a los analfabetos y a la mujer, marginados seculares de la ciudadanía política; la libre organización de partidos y organizaciones sociales, la autonomía municipal y la representación de las minorías electorales, la libertad de prensa y un clima de tolerancia y estímulo para el debate ideológico.

Todas esas medidas tuvieron un efecto integrador, al ampliar las condiciones para la participación popular.

En las regiones indígenas el desafío resultó intolerable no tanto porque la mayoría derrotó al candidato ladino sino porque el alcalde indígena recortó con su presencia el poder terrateniente. Fue importante la promulgación de la legislación laboral y de protección social que tuvo efectos exclusivos en las áreas urbanas.

Con Arévalo la revolución de octubre se bate en el terreno de lo superestructural, de la revolución legislativa como acotó la exégesis del momento.

Fue un período de creación y reordenamiento institucional que en ningún momento llegó a sobrepasar los límites de un reformismo cauto. Arévalo creyó en la educación pública con la misma fe sarmientina e hizo

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de ella su principal instrumento de gobierno. Con Arbenz, el proceso revolucionario se profundiza, lo cual significa simultáneamente que niega la dinámica de los ajustes institucionales y de las reformas.

Lo sobresaliente de todo el período bajo análisis fueron las oportunidades creadas para la movilización popular y para el surgimiento de organizaciones obrero-campesinas y especialmente la significación que en el plano político adquieren los sectores sociales medios.

El debilitamiento del Frente Popular Liberador, en su momento el más importante partido arevalista, expresión política del profesional joven y del técnico pequeñoburgués, se explica por la tendencia irreversible al aburguesamiento, aunque ello sólo sea en el ámbito del consumo.

Aun siendo importante el control político de los sectores medios y la amplitud de su representación en el gobierno y en los partidos democráticos, no debe perderse de vista la naturaleza de clase que tuvo el estado. Un sistema de dominación política se caracteriza por los intereses de clase que sirve a largo plazo y los que enfrenta, por el tipo de relaciones de explotación y control que establece con las clases dominadas, por las fuentes del poder social que ejercita. Ni con Arévalo ni con Arbenz se sustituyó la importancia de los intereses de la fracción agrarioexportadora y mercantil de la burguesía que, por el contrario, se vieron favorecidos con ganancias no derivadas de su previsión empresarial, por las circunstancias transitoriamente favorables que siguieron inmediatamente después de terminada la guerra.

Hasta 1945 no tuvieron las masas populares ninguna oportunidad para la organización sindical o política. El sindicalismo de masas va paulatinamente legitimándose hasta que se completa la unidad obrera en el seno de la Confederación General de Trabajadores, en 1951, agrupando a casi 400 sindicatos y 100000 obreros. A ello se suma el fortalecimiento de la Confederación Nacional Campesina, que organizó inicialmente comunidades indígenas y terminó siendo un organismo representativo de los obreros agrícolas y de los campesinos minifundistas. El movimiento popular tuvo, así, una dinámica ascendente que lo fue transformando de masa de maniobra electoral.

La intervención norteamericana que cortó brutalmente el experimento democratizador se produjo cuando el enfrentamiento de clases estaba transformando su naturaleza.

No se comprende bien el odio primitivo que la burguesía guatemalteca desarrolló contra Arévalo y la múltiple oposición que finalmente consiguió tejer.

La sensibilidad política de la burguesía le impedía advertir como necesaria la creación del Instituto de Fomento de Producción, que no tuvo nunca propósitos estatistas.

El socialismo espiritual no convenció a nadie; la intolerancia de la burguesía agraria la llevó a desencadenar 28 intentos de golpe de estado.

El reformismo de Arévalo, adoptó siempre un tono pedagógico, producto de su formación filosófica y de sus antecedentes vitales. Ese fue, su mayor mérito: educar a la ciudadanía en prácticas democráticas, deliberativas, para crear hábitos cívicos. Combatió el servilismo y la corrupción pero negó espacio al movimiento obrero independiente.

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Tampoco expropió a los terratenientes, germen de la hostilidad, pero decretó la olvidada ley de arrendamiento forzoso, que para la cultura de aparcería era como un puñal clavado en el corazón de la propiedad privada. El gobierno de Arévalo fue excepcional dado la dimensión de las tareas y de sus enemigos.

Con Arbenz militar de escuela, también de origen pequeñoburgués, el proceso adquiere una dinámica precisa.

Arbenz pidió el voto campesino y explicó el conjunto de objetivos a perseguir: trasformar al país en una sociedad capitalista independiente y moderna, con el menor costo social y la mayor dignidad nacional. El arbencismo creyó en el desarrollo nacional independiente y en la posibilidad histórica de interesar a la burguesía para una doble tarea, fortalecer el mercado interior enfrentando a los terratenientes y ampliarlo enfrentado al imperialismo.

El eje de aquel programa fue la reforma agraria que por la naturaleza de la estructura rural guatemalteca y por el timing internacional, fue sin la menor duda la más avanzada de América latina.

Un tercio de las hectáreas fueron arrancadas al enclave bananero norteamericano en un acto de soberanía que precipitó la abierta conspiración del imperialismo contra el gobierno democrático.

La reforma agraria guatemalteca fue concebida para resolver en la práctica de su aplicación, el problema de la movilización y organización campesinas.

Es difícil saber qué cosa fue asumida como provocación mayor, si las reformas a la propiedad territorial, creando nuevos propietarios privados, o la agitación campesina cuyas reivindicaciones parciales siguieron ciertamente un método revolucionario. Lo cierto es que la conspiración contra el gobierno cobró vuelo y la lucha de clases alcanzó niveles de violencia física, eso que anticipa y prepara el instante de las definiciones finales.

Hubo también un esfuerzo de diversificación y modernización agrícola: es en esta época en que aparece el cultivo de algodón, que se convertiría en el segundo producto en importancia de exportación y cuya implantación impulsó el desarrollo capitalista de la agricultura. Las diversas medidas para industrializar el país dieron un efectivo limitado, sobre todo por la repugnancia con que fueron recibidas las iniciativas gubernamentales por parte del sector privado.

El proceso político fue definiendo su contenido a medida que avanzaba, más bien, precisando sus objetivos en el accionar mismo.

De movimiento nacional antidictatorial, teóricamente liberal y políticamente reformista, se transformó en el último momento, en un movimiento nacional revolucionario, antifeudal y antiimperialista como fue definido en los más importantes documentos de esa época.

El programa nacional burgués del arbencismo no se propuso nunca ir más allá del cumplimiento de tareas democrático-nacionales, es decir, las que enfrentan el subdesarrollo y la dependencia y no las que se dirigen contra el propio modo de producción capitalista: las tareas socialistas. La revolución guatemalteca se proponía impulsar el desarrollo de un capitalismo nacional y democrático, una suerte de capitalismo

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progresista e independiente que llevara a cabo la doble e hipotética hazaña de romper las ataduras feudales en el campo y los vínculos imperialistas, realizando la liberación nacional. El socialismo, era una tarea de largo plazo, problema de otra generación.

Tal concepción de la revolución democrático-burguesa descansaba en un conjunto de supuestos teóricos, homologaciones europeas o percepciones defectuosas del proceso histórico latinoamericano. Existiría en una contradicción interna entre las sobrevivencias feudales que obstaculizan el progreso de la agricultura y el crecimiento industrial como etapa necesaria del desarrollo. Pero el desarrollo del capitalismo entra en contradicción con los intereses imperialistas, por cuanto el control del mercado interno es condición sine qua non para el surgimiento de la burguesía nacional.

El desarrollo capitalista corresponde enteramente a los intereses de la burguesía, del proletariado y de otros sectores populares, por cuanto habría una coincidencia en romper la estructura tradicional en el campo, que por el monopolio de la tierra y las relaciones precapitalistas del trabajo ahogan el mercado interior.

Si la contradicción principal radica en la oposición fuerzas nacionales en crecimiento e intereses extranjeros, que lo ahogan, la revolución define claramente su estrategia como una revolución nacional, democrática, antifeudal y antimperialista. Toda esta caracterización estuvo lejos de ser original. Tenía antecedentes en la política del Frente Popular del período inmediatamente anterior, y se inspiraban en la conocida versión leninista de las etapas de la revolución.

La imputación doctrinaria se volvió ideología y el curso democrático-burgués de la revolución guatemalteca se empantanó. El fiasco del proyecto modernizador, fue menos un error teórico que una insuficiencia de la praxis. Es decir, fue en el terreno político donde las fuerzas reaccionarias ganaron la delantera.

El estado quiso apoyarse en el desarrollo de una contradicción social que resultó una mera ilusión de izquierda: la lucha contra los terratenientes por parte de la burguesía manufacturera en alianza con el proletariado y los campesinos pobres. Es decir, el estado apoyándose en la burguesía para desarrollar el capitalismo cuando el sentido último de esa alianza es otro: la burguesía incipiente, debe apoyarse en el poder del estado para formarse como clase.

En ausencia de una clase plenamente burguesa, hubo una pequeña burguesía relativamente lúcida acerca de las probables tareas burguesas, pero éstas intentaron ser ejecutadas por un poder político que se apoyó, finalmente, para obtener fuerza, en una creciente movilización popular.

Por un lado, la clase obrera pero especialmente los campesinos desempeñaron un papel cada vez más activo e independiente, encabezados por una fracción de clase media radicalizada. Las clases propietarias, asustadas, actuaron como una sola voluntad conspirativa.

A principios de 1954 una banda mercenaria, con cuarteles en Honduras, dirigida por el coronel Carlos Castillo Armas, invadió Guatemala.

Llegó así a su fin la limitadísima capacidad de la política exterior norteamericana para lidiar con movimientos nacionalistas.

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No fue la invasión mercenaria lo decisivo sino la deserción de los altos jefes del ejército, La traición castrense apresurada por la impaciencia del diplomático produjo un efecto desmoralizador entre los líderes políticos y en el propio presidente.

Esa salida palaciega a la crisis política no solamente fue un acto extremo de confusión personal, la ofuscación ganó el ánimo colectivo de los líderes del Frente Democrático y hoy día resulta incomprensible el apoyo culpable que prestaron a la decisión presidencial los dirigentes de la izquierda marxista.

La renuncia de Arbenz imposibilitó, la defensa armada de la revolución, sobre todo porque no fue un acto personal sino la claudicación de una dirigencia. Se abrieron así las puertas de la contrarrevolución.

CONTRARREVOLUCION Y CONTRAINSURGENCIA

Las luchas del pueblo guatemalteco fueron interrumpidas brutalmente, desde fuera de su propio movimiento aunque favorecida, la derrota, por sus debilidades intrínsecas. La renuncia de Arbenz sólo fue el episodio final de una vasta conspiración iniciada tiempo atrás. Ya la forma como se resolvió la elección de Juan José Arévalo creó el primer foco de oposición.

Las fuerzas de derecha se anotaron un éxito interno al confundir a importantes sectores de opinión pública con una eficaz campaña anticomunista, estimulada directamente por la alta jerarquía católica.

El nacionalismo burgués fue tan imposible como el capitalismo nacional y los gobiernos de la contrarrevolución se encargaron puntualmente de comprobarlo. El camino revolucionario no pasa por el florecimiento de la sociedad capitalista y la independencia nacional no puede alcanzarse en el marco del capitalismo subdesarrollado.

No hay peor guerra que una guerra de clases. Nunca fue tan trasparente y desembozado el odio de clase.

La represión contrarrevolucionaria desbordó los propios canales institucionales del sistema y el monopolio de la fuerza lo perdió el estado durante el período que se prolongó el escarmiento. En verdad, no fue una pérdida, fue una cesión de hecho, una privatización del poder del que se sintieron dueños, sin disimulos, los terratenientes y el conjunto de la clase. Lo difícil fue afirmar el poder de clase a través de un estado nuevamente bajo su control. El poder se lo disputarían las fracciones burguesas casi ininterrumpidamente hasta 1963, cuando ya habían madurado condiciones favorables para la hegemonía política militar.

El gobierno de Castillo Armas, conforme al llamado “Plan de Tegucigalpa”, se propuso básicamente desovietizar el país. A la ilegalización de todas las organizaciones sindicales y políticas siguió la disolución del Congreso y la derogatoria de la Constitución de 1945. El código de trabajo fue reformulado y sancionó legalmente la contrarreforma agraria.

El gobierno anticomunista recibió donativos norteamericanos.

Las nuevas condiciones políticas torcieron el rumbo pero no alteraron el proceso. El crecimiento económico continúo y hasta podría decirse que se aceleró. El clima se tornó evidentemente estimulante para el empresariado local, al revalorizarse políticamente la propiedad privada, al ilegalizar el conflicto social y facilitar la sobreexplotación de la mano de obra local.

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<la inversión norteamericana se duplicó entre el fin del gobierno democrático (1954) y las postrimerías del gobierno de Ydígoras (1963).

Bajo los regímenes anticomunistas, el país se convirtió en exportador de carne, algodón y azúcar, para subrayar de nueva cuenta el destino agrícola de la nación y reforzar, por su intermedio, el carácter dependiente de la sociedad nacional. La contrarrevolución no fue ni en su dimensión económica o por sus formas políticas, una restauración del ubiquismo, un retorno al pasado. Así ha querido calificarse especialmente la etapa castilloarmista (1954-1956), por el estilo policiaco y la brutalidad de la represión. Los diez años de experiencia democrática desataron fuerzas que nunca más habrían de volver a su lugar. El crecimiento económico, la diversificación social, los progresos tecnológicos, hicieron imposible una dictadura personalista; en las nuevas condiciones internas ya no tenía cabida el pequeño tirano cuyo régimen construido a base de lealtades verticales, favores y miedos administrados personalmente, explican a Cabrera o a Ubico.

La virtud de la prédica anticomunista es que desequilibra las fuerzas políticas a favor de una visión maniquea de la sociedad. Ese desequilibrio resulta fatal para las fuerzas progresistas porque la línea divisoria de los campos ideológicos y el terreno mismo en que el enfrentamiento se produce, es definida por una cultura reaccionaria.

La burguesía reaccionó en forma unánime ante la sola posibilidad de que la reforma agraria desatara un proceso anticapitalista de previsibles consecuencias.

El estado que la contrarrevolución fue construyendo, fue un estado autoritario pero en crisis, semicorporativo pero inestable. Es un poder de clase que se expresa abiertamente y sin competencia: que decretó su horror al pluralismo democrático, su intransigencia feroz con la oposición política, su represión casi instintiva al movimiento obrero y al conflicto social.

El capital norteamericano en goce de renovados privilegios, hace su ingreso también como factor en el nuevo poder contrarrevolucionario. Pero el menage-a-trois no le da vigor al compromiso, lo que demuestra una vez más que es cosa distinta la suma de fuerzas sociales que intentan expresarse en un momento determinado, y las formas políticas que expresan tales coincidencias. En la experiencia del anticomunismo guatemalteco faltó el predominio objetivo de alguna de tales fracciones y la alianza antiarbencista, producto ocasional de la coyuntura, para cuyo desenlace favorable hubo coincidencias forzosas. Inmediatamente los intereses reunidos por el temor quedaron sueltos en la euforia de la revancha.

Las debilidades del desarrollo capitalista tanto como la tradición autoritaria que se arrastra como un gran inconsciente colectivo, hicieron pobre la democracia burguesa que exhibió impúdicamente su desnudez coactiva y la abierta violencia de clase. Por otro lado están las falencias sucesivas en los gobiernos que fueron surgiendo y cayendo, uno a uno, como resultado de desequilibrios crónicos entre los intereses dominantes.

En 1957 fue asesinado Castillo Armas como resultado de una oscura conjura.

El asesinato de Castillo Armas tiene que ser considerado como un elemento más en la crisis del poder contrarrevolucionario, no tanto por los detalles íntimos del delito cuanto por los efectos desordenadores que produjo, una vez más, en el seno de la familia anticomunista.

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El gobierno provisional del abogado y terrateniente González López convocó a la primera elección postarbencista. En ella sólo participó gente del mismo pelaje. La disidencia anticomunista creció con los resultados de la consulta popular. Nunca se sabrá si ganó el candidato oficial Ortiz o el de la oposición de derecha Ydígoras.

El acto cívico bastó para desordenar el equilibrio interno tan sangrientamente logrado. Las calles de Guatemala se llenaron por vez primera de masas de pueblo que protestaban aprovechando la oportunidad de protestar.

Fue ésa una instintiva reacción contra la fracción anticomunista más belicosa, expresión de odio sin destino político propio porque las elecciones fueron anuladas, luego de un nuevo golpe de estado que colocó en el poder ejecutivo a los coroneles Yurrita, Mendoza y Lorenzana.

La intervención del ejército no devolvió a los electores la confianza perdida; la participación popular llevó la crisis interna del banco anticomunista al borde de una peligrosa ruptura. La troica militar sustituida por el coronel Guillermo Flores Avendaño, el militar de mayor prestigio en las filas de la derecha gobernante. Su nombramiento fue recomendado por el ejército norteamericano.

El MDN, se proclamó a sí mismo el partido de la violencia organizada, y defensores de la fe y la propiedad quisieron capitalizar en su provecho el ambiente todavía histérico del antisovietismo. No obstante tener a su favor la maquinaria estatal, perdieron las elecciones de 1957 y luego las de 1958; aplaudieron la anulación de la consulta presidencial en 1963 y quedaron en tercer lugar, en las de 1966. Cuando el MLN triunfó finalmente en 1970, en coalición con otro partido, ya la sociedad guatemalteca había sido sometida a la operación de contrainsurgencia y las bandas paramilitares habían debilitado las bases de la resistencia popular, La elección del general Arana Osirio, es un subproducto inevitable de la pacificación que él dirigió y que costó al país más de diez mil asesinatos políticos.

Entre 1958 y 1963 se produce la crisis más profunda en la normalización del poder contrarrevolucionario y aparece todo el amplio repertorio de dificultades para implantar las fórmulas concretas de la democracia liberal. El fracaso consustancial de la burguesía guatemalteca para cualquier proyecto democrático. Y no es culpa de un hombre sino de las contradicciones entre las fuerzas sociales y políticas que operaban en esa etapa. En este cuadro crítico, donde tironeaban los diversos intereses desatados, es que el estilo ydigorista hace su mayor contribución para acentuar el deterioro.

Para contribuir a fortalecer la capacidad de capitalización de la burguesía, aplicó en materia agraria medidas inspiradas por un técnico franquista.

La corruptibilidad en el interior del estado más que signo de decadencia es un mecanismo anómalo de acumulación de capital, pues es la apropiación de la riqueza sin creación de valor.

Ydígoras aceptó colaborar con el gobierno norteamericano en los planes de invasión a Cuba, a cambio de obtener una proporción mayor de la cuota azucarera arrebatada precisamente a la isla, así como por el perdón de la deuda de 1,8 millones de dólares, pendientes de pago, y que la CIA había prestado a Castillo Armas para organizar el derrocamiento del gobierno de Arbenz.

Castillo Armas no pagó y Fidel Castro no fue derrotado.

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Aunque la deuda fue condonada y la cuota azucarera se abultó para beneficiar a la fracción burguesa exportadora.

Durante más de treinta días, en marzo y abril de 1962, las masas se volcaron a las calles en manifestaciones diarias, paralizando el tráfico de la ciudad de Guatemala, realizando encuentros armados, barricadas y actos de sabotaje en distintas partes del país. A la convocatoria a la huelga general respondió básicamente el sector de las clases medias: se paralizó la enseñanza media y universitaria, los hospitales y tribunales de justicia, luego se unieron los gremios de médicos, ingenieros, abogados y otros. Fue como la expresión multitudinaria y por ello, desordenada, de un sentimiento de irritación colectiva que no encontró los moldes precisos de su formulación política, hubo, sin duda, presencia de masas en las calles de los barrios, pero cuando esta oportunidad llegó, no fue sino para moverse, inseguras, entre el desorden callejero o en torno a reivindicaciones pequeñoburguesas.

La crisis de marzo-abril estuvo además precedida de o acompañada por acciones guerrilleras.

El estado de sitio y una bárbara represión no hicieron disminuir la virulencia de los encuentros callejeros y la indisciplina que se generalizaba día a día.

Las clases dominadas, sin experiencia organizativa y faltas de conducción política oportuna, actúan imprevisiblemente y en desorden. La revuelta guatemalteca define sus límites inmediatos y cómo su miseria.

La violencia policiaca-militar se desplegó ininterrumpidamente, pero ella por sí sola no hubiera bastado. La ola bajó como si hubiera mediado una orden de retirada de un estado mayor popular, inexistente. El llamado a la huelga general no llegó a las fábricas, aunque los obreros, individualmente, estuvieron presentes. No actuó el partido que, dentro de las masas, pudiera colocarse en el centro del conflicto y convirtiera todo aquello, aún informe, en una táctica previsible. Cuando llegó la baja marea, fue derrota para los estudiantes y los políticos pequeñoburgueses pero no para la clase obrera.

No siendo aquella una crisis orgánica fue sin embargo una expresión mayúscula de descontento social y de profundo desequilibrio político. Es sabido que la contrarrevolución no puede superar la crisis, pero la detiene para luego reabsorberla. Eso fue lo que hizo, en marzo de 1963, el golpe militar.

El golpe llamado “de los trece coroneles” fue un movimiento de toda la institución, discutido y decidido internamente en forma unánime. El ejército, conservando su jerarquía militar, asume el gobierno de la república y se compromete solemnemente a evitar el establecimiento de un régimen comunista en el país.

Este movimiento es mucho más que lo que su anticomunismo permite imaginar. En lo inmediato más que antiydigorista la medida castrense fue antiarevalista. En segundo lugar, liquidó brutalmente las ilusiones electorales de una importante fracción de la oposición democrática, especialmente entre las capas medias liberales. Finalmente, redefinió el papel del ejército, institución del estado, como fuerzas políticas en el seno de las fracturas intraburguess, otorgándole por ello una función precisa en el seno de la crisis.

El descontento popular buscó reposo donde las esperanzas de cambio pacífico mejor pudieran prosperar: el proceso electoral y la victoria segura del candidato civil, el doctor Arévalo.

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El arevalismo habría ganado las elecciones. Pero con otro Arévalo, kennediano, anticastrista y aún más, antiarbencista para hacerse aceptable por la burguesía guatemalteca. El doctor Arévalo tenía ya en su haber público actos de contricción anticomunista. Así y todo, el golpe militar que evitó por la fuerza su triunfo electoral, cerró también una buena oportunidad para encontrar una salida democrática.

Algunos observadores de la situación guatemalteca consideran que la operación castrense fue una operación preventiva.

Con el golpe de estado el ejército no resuelve la crisis política. La congela pero agregando un factor desestabilizador, el carácter ilegítimo del régimen.

En resumen, en lo inmediato, la injerencia militar resolvió preocupaciones muy precisas: evitar los desórdenes del sufragio universal. El miedo a los métodos democráticos también es de origen burgués, siendo la democracia burguesa una de las formas políticas a su servicio, puede prescindir de esa formalidad si se convierte en amenaza.

Todo esto fue hecho con el aplauso público de los partidos ilegalizados, de los gremios patronales y de la prensa comercial. El movimiento del ejército correspondió ampliamente a las necesidades e intereses de la burguesía, resolvió sus temores inmediatos y favoreció sus intereses económicos.

Calificamos de pretoriana la conducta política de los militares que, como la guardia romana, se ponen necesariamente al servicio de los intereses dominantes, es decir, aquel ethos que favorece su identificación con cualquiera de las fracciones burguesas predominantes. Y viene a ser bonapartista, porque al constituir como institución del estado una estructura mediadora, de intermediación autoritaria, buscan justificar tal constitución en una genérica representación de intereses, no una pluralidad sino una generalidad de los mismos en nombre de los altos intereses de la nación.

En trance de hacer gobierno los militares no son ni lo podrían ser, una fuerza social con intereses diferenciados y específicos, es esto lo que parece darle a su gestión una autonomía relativa, una realización de lo público. Constituyen un grupo funcional, una burocracia tecnificada, un servicio del estado pero con ideología privada que termina siempre por ser la ideología de la clase dominante, a cuyo servicio, en última o primera instancia, están. La naturaleza específica de esta instancia es lo que torna inevitablemente pretoriano el destino militar, se comportan por ello como la última línea de defensa del sistema. En la experiencia guatemalteca, esta línea de defensa requiere siempre de una constante utilización de la coacción y la fuerza.

Después de 1963, la represión fue más sistemática como parte de un operativo de contrainsurgencia, planeada por el estado mayor norteamericano y ejecutada por el guatemalteco. Es como si la ciencia policiaca se pusiera al servicio del rencor político. El terror anticomunista no dejó finalmente ninguna posibilidad para el trabajo político legal.

Los preparativos guerrilleros se apresuraron visiblemente. En enero se habían constituido las Fuerzas Armadas Rebeldes, las llamadas primeras FAR. Hubo en toda esta gestación un conjunto de factores de naturaleza subjetiva que pudieron prosperar justamente por las condiciones objetivas creadas con la crisis del poder burgués.

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La dictadura militar de Peralta Azurdia como parte de una estrategia forzada desde afuera se vio obligada a convocar a elecciones primero y a entregar de mala gana el poder ejecutivo al ex decano de la Escuela de Leyes, el abogado Julio César Méndez Montenegro (1966-1970). Fue en esos años en que la lucha guerrillera alcanzó su mayor desarrollo y en que el operativo de contrainsurgencia, como experimento “Guatemala” se aplicó eficazmente.

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