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Revisión del mestizaje en la obra de Henríquez Ureña. Restos positivistas en una teoría cultural CLAUDIO MAÍZ Universidad Nacional de Cuyo ¿Las premisas que arrimó el posmodernismo a la crítica cultural hispanoamericana mejoran la exploración de la obra de Pedro Henríquez Ureña? Es sabido que en la actual tendencia al fragmento no parece haber demasiada propensión a valorar ciertas obras que son vistas con sentido museístico, enclavadas en el pasado y más reservadas a la exhibición que al ánimo inquisidor, a la espera de revelar en ellas alguna nueva orientación. Cuestionados como han sido los principios totalizadores, las concepciones panorámicas o los relatos maestros, elaboraciones que están en la base de la obra crítica del dominicano, poco o nada restaría por preguntarles. Muy corto, empero, sería nuestro camino si tan sólo nos limitáramos a constatar que la obra en cuestión está signada por proyectos globales emanados de una inteligencia romántica e historicista. Carecería de sentido, desde luego, la pregunta inicial. Cada texto graba el marco contextual en el que se produce y ello en Henríquez Ureña resulta extremadamente evidente. En efecto, formó parte de una promoción de intelectuales que elaboró un discurso más amplio que el académico, podría decirse incluso contrario a él, ya que el interés por los grandes problemas americanos lo condujo hacia visiones holísticas e integradoras de otros saberes (políticos, sociales, estéticos). Si computable como un acierto para el momento de su actuación, al decir de Beatriz Sarlo, el “peligro que acecha a este tipo de discurso es el de las generalidades” (Sarlo 880), en las que a veces incurre el dominicano, con la esperanza de hallar el tiempo necesario para convertir algunas de sus “iluminaciones” en discursos más y mejor desarrollados. Sin embargo, hay dos circunstancias que salen en favor de Henríquez Ureña: una textual y otra existencial. En cuanto

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Cuadernos del Cilha

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  • Revisin del mestizajeen la obra de Henrquez Urea.

    Restos positivistas en una teora cultural

    CLAUDIO MAZUniversidad Nacional de Cuyo

    Las premisas que arrim el posmodernismo a la crtica cultural hispanoamericana mejoran la exploracin de la obra de Pedro Henrquez Urea? Es sabido que en la actual tendencia al fragmento no parece haber demasiada propensin a valorar ciertas obras que son vistas con sentido musestico, enclavadas en el pasado y ms reservadas a la exhibicin que al nimo inquisidor, a la espera de revelar en ellas alguna nueva orientacin. Cuestionados como han sido los principios totalizadores, las concepciones panormicas o los relatos maestros, elaboraciones que estn en la base de la obra crtica del dominicano, poco o nada restara por preguntarles. Muy corto, empero, sera nuestro camino si tan slo nos limitramos a constatar que la obra en cuestin est signada por proyectos globales emanados de una inteligencia romntica e historicista. Carecera de sentido, desde luego, la pregunta inicial. Cada texto graba el marco contextual en el que se produce y ello en Henrquez Urea resulta extremadamente evidente. En efecto, form parte de una promocin de intelectuales que elabor un discurso ms amplio que el acadmico, podra decirse incluso contrario a l, ya que el inters por los grandes problemas americanos lo condujo hacia visiones holsticas e integradoras de otros saberes (polticos, sociales, estticos). Si computable como un acierto para el momento de su actuacin, al decir de Beatriz Sarlo, el peligro que acecha a este tipo de discurso es el de las generalidades (Sarlo 880), en las que a veces incurre el dominicano, con la esperanza de hallar el tiempo necesario para convertir algunas de sus iluminaciones en discursos ms y mejor desarrollados.

    Sin embargo, hay dos circunstancias que salen en favor de Henrquez Urea: una textual y otra existencial. En cuanto

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    a la primera, nuestro escritor es ante todo un ensayista en el ms cabal sentido del trmino, es decir, rene en un mismo discurso el talento de una observacin y la preocupacin esttica por la forma como se la expresa. La distancia con la academia debe medirse tambin desde el gnero discursivo en el que da a conocer su pensamiento. No siente pasin por el tratado (la magna obra), ni anhela la escritura puramente erudita, por ello lo mejor de su prosa est en la brevedad ensaystica. Debemos admitir entonces el siguiente oxmoron: la aspiracin a la totalidad, el hlito panormico, estn en relacin directa con la brevedad del gnero elegido.1 En segundo trmino y vinculado con esto, la condicin existencial del exilio al que debi someterse como la marca del intelectual moderno hispanoamericano, siguiendo una antigua tradicin continental. La vida del exilio le imprime a los tiempos de produccin otras secuencias muy diferentes a las del intelectual que se asienta en una nacin sin difi cultades. Otras temporalidades, renovacin permanente de los temas, abandono de bibliotecas seran algunas de las difi cultades del exiliado que impiden una labor ms serena y la posibilidad de desplegar mejor la obra.2 Circunstancia, sin embargo, que le facilita observaciones ms amplias que las meramente nacionales. En suma, el origen de la tendencia totalizante del escritor dominicano no es por cierto nico, aunque sea sta una tonsura epocal perceptible en su obra; es preciso sumar a la explicacin el gnero discursivo elegido y la tradicin del desplazamiento permanente en la que se inscribe. En el cruce de las preguntas que procur responder y las condiciones epocales en las que lo hizo se podra encontrar el punto ms equilibrado, sin caer en el rechazo de sus postulados ni sucumbir a las estrategias persuasivas que operan en su obra.

    A partir, entonces, de una perspectiva situada a considerable distancia de una admisin sin ms del programa cultural del humanista dominicano, nos proponemos acometer una lectura crtica de la teora del mestizaje como fuente de armona e integracin socio-cultural de Hispanoamrica que enhebra gran parte de sus textos. Nuestra hiptesis de trabajo pretende averiguar si la idea del mestizaje, en el que se involucra el elemento autctono y espaol, se lleva adelante merced a algunas estratgicas selecciones, por ejemplo, el recorte de una

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    imagen de Hispanoamrica a expensas del rea caribea y consecuentemente de otras reservas tnicas existentes. Por otro lado, si el recurso de la fusin o mestizaje no resulta a la postre un modo solapado de eludir la confl ictividad e inestabilidad cultural del continente. Finalmente, busca ponderar las causas por las cuales se adhiere firmemente al humanismo como una doctrina conveniente para el curso de la argumentacin armonizadora de los elementos diferenciados, sin descuidar algunas notas positivistas que podran perdurar en las alusiones a la raza.

    EL CARIBE MULTIFORME

    Sin pretender que la pregunta enunciada ms arriba nos obligue a una evaluacin crtica del posmodernismo3 a travs de una confrontacin de sus principios, la formulamos con el propsito de abordar los contenidos de la obra de Henrquez Urea con otro contexto epistemolgico. Nos parece un ejercicio pertinente hacerlo, ms precisamente, desde la perspectiva, muy singular por cierto, de Antonio Bentez Rojo en La isla que se repite. El Caribe y la perspectiva posmoderna. Ante todo, porque en el escritor cubano merece subrayarse que la lectura posmoderna del Caribe propuesta no deslegitima ni invalida otras sobre el mismo espacio geo-cultural; lo cual vale tambin para Henrquez Urea, aunque su forma de leer el Caribe se asiente ms que nada en la omisin. Ninguna de ellas pueden ser considerada falsa sino son tan necesarias y tan potencialmente productivas como lo es la primera lectura de un texto, en la cual, inevitablemente, como deca Barthes, el lector se lee a s mismo (Bentez Rojo II). En la relectura de la sociedad pancaribea de Bentez, sin embargo, lo que se pretende es llegar a una situacin en la que el texto deja de ser un espejo del lector para empezar a revelar su propia textualidad, segn sus mismas palabras. Por qu esta demanda de buscar la misma textualidad, es decir, intentar ceirse lo ms posible al objeto? La mirada sobre el Caribe, apenas una variante de la que se ha practicado sobre el resto de Amrica Latina, pone en disputa irreconciliable el objeto y el mtodo, problema descifrable en una inadecuacin del ac y el all. Segn Bentez Rojo la lectura del Caribe:

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    navega con juicios y propsitos semejantes a los de Cristbal Coln; esto es, desembarca idelogos, tecnlogos, especialistas e inversionistas (los nuevos des-cubridores) que vienen con la intencin de aplicar ac los mtodos y los dogmas de all, sin tomarse la molestia de sondear la profundidad socio-cultural del rea. (II)

    La perspectiva de Bentez Rojo, como dijimos, no deslegitima ninguna otra emprendida con anterioridad a la suya, sino que pone de manifi esto un criterio no jerrquico, si se quiere horizontal. Sin embargo, bien mirado el asunto, mediante la distincin entre una primera lectura autorrefl exiva (el lector se lee a s mismo) y la relectura en la que se empieza a revelar la propia textualidad deja establecida una jerarqua paralela a la supuesta horizontalidad en las que se ordenaban las lecturas anteriores. Este distingo nos parece relevante puesto que facilita una manera de leer tambin algunos textos de Henrquez Urea, procurando despojar aquellas miradas autorrefl exivas anteriores, es decir, aquellas lecturas que no hacan sino decodifi car los mismos principios que el lector esgrima y el texto se limitaba a refrendar. Pienso en las corrientes fuertemente europestas, como la de la Revista Sur y su directora Victoria Ocampo con la que Henrquez Urea tuvo tan buena afi nidad. Tambin pienso en la rpida aceptacin de la que fue objeto su obra en la academia norteamericana, o las lecturas que el hispanismo ha efectuado subrayando la intensa adhesin del dominicano al legado espaol. En esas como en otras lecturas de semejante ndole pueden hallarse los ejemplos de una cierta autorrefl exividad, sin que todava el texto hable ms all de lo que el lector lo deja. De ah que el mtodo de lectura no especular que propone Bentez Rojo parezca idneo para desbrozar las diversas lecturas que el cuerpo textual del dominicano ha acumulado. De este modo, algunos supuestos posmodernos empezaran a mostrar la solvencia para releer algunos tpicos en la obra del dominicano.

    La tesis central del ensayo de Bentez Rojo se basa en que la cultura es un discurso, un lenguaje, y como tal fl uye de manera permanente, siempre en estado de transformacin, a la bsqueda de signifi car lo que no alcanza a signifi car. En comparacin con otros discursos el poltico, el econmico, el social, el discurso cultural es el que ms se resiste al cambio.

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    Si apresada por un deseo intrnseco de conservacin, lo es como resultado del impulso ancestral de los grupos humanos por diferenciarse lo ms posible unos de otros. Esta fuerza presente en el funcionamiento de la cultura permite hablar de formas culturales ms o menos regionales, nacionales, subcontinentales y aun continentales. Sin embargo, tal diversidad no niega la heterogeneidad de tales formas (Bentez Rojo XXVII). De admitirse entonces el criterio de la inestabilidad y el estado de transformacin permanente de la cultura, qu posibilidades existen de vincular esta naturaleza tan mutante como fl uctuante de la cultura con la teora del mestizaje.

    La inestabilidad de la cultura como discurso est bien lejos del concepto de Henrquez Urea, a pesar de que, para el dominicano en su teora y prctica, la cultura hispanoamericana contiene adems de la historia literaria, las instituciones, la historia de las ideas, la historia social, la pintura, la msica; todo ello en el marco nacional. La concepcin de la cultura de Henrquez Urea se describe como fuerte, es verdad, entendida como sujeto de la historia y como objeto de estudio; de ningn modo como vacilante o fl uctuante, menos an si el acople de la cultura hispanoamericana se hace con la tradicin occidental, gracias a la cual el dominicano construye uno de los grandes relatos legitimantes de una identidad integradora (Daz Quiones 172).

    Cmo se reconcilian, en suma, la inestabilidad del fl ujo cultural como discurso (posmoderno) con la estabilidad del mestizaje en tanto teora integradora. Es que existe tal posibilidad? Para decirlo de una vez, la tesis de Bentez Rojo se alza contra el mestizaje entendido a la manera de una tradicin culturolgica que ha hecho de la mezcla la ms plausible de las explicaciones sobre la cultura latinoamericana. Partiendo de la idea de que un artefacto sincrtico no es una sntesis, sino un signifi cante hecho de diferencias, su relectura pondra en evidencia que el mestizaje no es una sntesis sino ms bien su contrario. No lo puede ser por el hecho de que nada sincrtico constituye un punto estable. Y agrega: El elogio del mestizaje, la solucin del mestizaje, no es originaria de frica ni de Indoamrica ni de ningn Pueblo de Mar. A su manera de ver, se trata de un argumento positivista y logocntrico, un

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    argumento que ve en el blanqueamiento biolgico, econmico y cultural de la sociedad caribea una serie de pasos sucesivos hacia el progreso y por lo tanto se refi ere a la conquista, la esclavitud, la neocolonizacin y la dependencia (Bentez Rojo XXVI).

    Es por estas razones que en el Caribe se visualiza el funcionamiento de una cultura tradicional referida a un interplay de signifi cantes supersincrticos cuyos centros principales se localizan en la Europa preindustrial, en el subsuelo aborigen, en las regiones subsaharianas de frica y en ciertas zonas insulares y costeras del Asia meridional. Es decir, la relectura alcanza una instancia en la que las oposiciones binarias Europa/Indoamrica, Europa/frica y Europa/Asia no se resuelven en la sntesis del mestizaje, sino que se disuelven en ecuaciones diferenciales sin solucin, las cuales repiten sus incgnitas a lo largo de las edades del metaarchipilago (Bentez Rojo XXXIV). Todo ello tiene consecuencias directas sobre la produccin cultural:

    La literatura del Caribe puede leerse como un texto mestizo, pero tambin como un fl ujo de textos en fuga en intensa diferenciacin consigo mismos y dentro de cuya compleja coexistencia hay vagas regularidades, por lo general paradjicas. El poema y la novela del Caribe no son slo proyectos para ironizar un conjunto de valores tenidos por universales, son tambin, proyectos que comunican su propia turbulencia, su propio choque y vaco, el arremolinado black hole de violencia social producido por la encomienda, la plantacin, la servidumbre del coolie y del hind; esto es, su propia Otredad, su asimetra perifrica con respecto a Occidente. (XXXV)

    Mediante qu procedimientos se hace factible la relectura de la sociedad caribea? Qu caminos seguir para que el texto llamado Caribe revele su propio entramado y no slo devuelva la imagen que el observador espera? Estas preguntas no pierden su perturbador sentido al extenderlas al resto de Amrica Latina. Pero, por ahora, atengmonos a la respuesta del escritor cubano. En primer lugar, se debe partir de un hecho geogrfi co, esto es: las Antillas constituyen un puente de islas que conecta de cierta manera, es decir de una manera asimtrica Suramrica con Norteamrica (III). Por tratarse de

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    un conjunto discontinuo se torna un campo de observacin propicio para el ejercicio de una nueva perspectiva cientfi ca, la que proviene de Caos, es decir, de aqulla en la que dentro del des-orden que bulle junto a lo que ya sabemos de la naturaleza es posible observar estados o regularidades dinmicas que se repitan globalmente. Es por ello que resulta extremadamente benefi cioso su empleo para abordar esa fl uidez sociocultural del archipilago Caribe, dentro de una turbulencia historiogrfi ca y su ruido etnolgico y lingstico. En esa gran inestabilidad, asegura el autor, pueden percibirse los contornos de una isla que se repite a s misma, desplegndose y bifurcndose hasta alcanzar todos los mares y tierras del globo, a la vez que dibuja mapas multidisciplinarios de insospechados diseos. Dicha repeticin, no obstante, entraa una paradoja puesto que no es posible fi jar una isla que se repite. No es Jamaica, Puerto Rico o Hait, puesto que no hay una isla-centro, un origen. El Caribe no es un archipilago comn, sino un meta-archipilago (jerarqua como la que la Hlade y el gran archipilago malayo alcanzaron), en tanto tal carece de lmites y de centro. Ahora bien, qu es lo que se repite: segn Bentez, tropismos, series de tropismos.

    Es evidente que adems de alzarse contra el mestizaje, el texto de Bentez Rojo lo hace contra las ideas esencializadoras de la identidad. La misma inestabilidad y turbulencia del Caribe hace impensable poner en juego la obsesin ontolgica, en la que se demanda un centro irradiante de legitimidad. La repeticin de los tropismos, esa cierta manera de actuar que le atribuye a la cultura caribea, fl ucta y se desplaza como buena hija de una cultura de los pueblos de Mar. Pero no es lcito reducir al Caribe a la sola cifra de la inestabilidad, ya que se tratara de un error, segn nuestro autor. La imposibilidad de poder asumir una identidad estable, ni siquiera el color que se lleva en la piel, slo puede ser reconstruida por la posibilidad de ser de cierta manera en medio del ruido y la fuerza del caos (Bentez Rojo XXXV).

    LA MIRADA A HISPANOAMRICA: OMITIR Y OLVIDAR

    Nuestro trabajo no se ocupa estrictamente del Caribe como podra sugerirlo la repetida alusin que hemos hecho de l, a lo

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    que se suma la glosa a un ensayo referido a ese espacio. Quizs lo podra ser de manera indirecta ya sea por la nacionalidad dominicana, por tanto caribea, de Henrquez Urea o por algunos de los trabajos que le dedic a la isla en la que naci. Nada de eso, nuestro enfoque asume el Caribe como una fi gura ausente, un recorte en el atlas conceptual de Henrquez Urea. He ah nuestro inters. No es lo que escribi (poco en verdad) sobre el Caribe lo que nos llama la atencin, entonces, sino la operacin mediante la cual lo dej fuera al confeccionar los bordes de la fi gura americana inscrita en su produccin. Omitir la inestabilidad caribea dicho esto en sentido amplio que va ms all de lo poltico es tambin una manera de aludir a la identidad y el mestizaje, que s fueron sus preocupaciones centrales. En un cuadro conformado de ausencias, recortes y omisiones es que intentamos formularnos los interrogantes antes indicados. La preocupacin por el orden y el idioma son dos enclaves fi rmes que a Henrquez Urea le merman atraccin por las reas que estn sumidas tanto en el caos poltico como en, cierto modo, el caos lingstico. A los fi nes de crear una imagen homognea, unitaria, continua de Hispanoamrica, nuestro autor compatibiliza en un mismo haz de signifi caciones la tradicin nacional, la hispanoamericana y la cosmopolita. Toma al conjunto de estas lneas ni ms ni menos que como sensibilidades confl uyentes, con diferencias lo reconoce pero intrascendentes a la hora de declarar la pertenencia a la gran estirpe romnica. Pertenecemos a la Romania repite en varias ocasiones. En El descontento y la promesa, lo declara abiertamente: formamos parte de:

    la familia romnica que constituye todava una comunidad, una unidad de cultura, descendiente de la que Roma organiz bajo su potestad; pertenecemos segn la repetida frase de Sarmiento al Imperio Romano. (Henrquez Urea, Ensayos 283)

    En semejante legado los matices si no se disuelven, al menos no alcanzan ni siquiera a perturbar el gran edifi cio ese hogar de armona y saber de la herencia occidental que Hispanoamrica integra. Por lo tanto no hay incompatibilidad porque no hay diferencias relevantes ni conflictos entre aquellos niveles culturales. Este primer gran nudo existe gracias a la epifana

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    de la continuidad, que sutura los andariveles de lo nacional-hispanoamericano, por un lado, y de lo europeo, por el otro, sin trauma alguno. Otro gran supuesto parte de la negacin del mundo afrocaribeo. Daz Quiones hace notar que esa negacin lo llev a postular un abismo infranqueable entre lo dominicano y lo haitiano que asumi en un momento la forma de investigaciones dialectolgicas de sobretonos racistas (Daz Quiones 174). Pero este desliz si as se lo puede llamar no se limita a la rivalidad haitiano-dominicana, en la que claramente toma partido por su isla natal, sino que se constata en ciertas caracterizaciones sociales presentes en la intimidad de sus Memorias, como cuando escribe: Con Dvalos vive una hermana suya, idiota; al verla, se la supone una sirviente, pues el traje que usa es burdo y del tipo de mestiza del pueblo, o en el mismo pasaje, al referirse a los orgenes sociales de las mismas personas, afl ora una distincin entre gente respetable y refi nada, y los otros:

    Despus de todo, mucho hay que conceder a quien con tan pobre origen ha logrado colocarse en posicin estimable. Pues, a pesar de las desventajas sociales e intelectuales que todava previenen a muchos contra Marcelino, ste ha trabajado como pocos y, si no le aceptan los jvenes refi nados, ha logrado grande estimacin entre las gentes respetables, consagradas, de no muy buen gusto, pero de prestigio popular. (Memorias 168)

    La obsesin por el origen vuelve, cuando se ocupa de su amigo Jess T. Acevedo: hay no s qu elemento de origen que lo ata a las cosas bajas. Entiendo que sus padres son muy honorables y modestos, pero s que algunos de sus hermanos se han descarriado (Memorias 188).

    El tipo de lectura que practica el ensayo de Bentez Rojo sobre el Caribe nos pone en condiciones de releer la obra de Henrquez Urea desde una perspectiva ms desestabilizadora, obligndonos a concentrarnos no tanto en nuestras propias nociones sino en lo que todava el texto tendra an por decir. Desde luego que no estamos proponiendo una operacin fantasmagrica, mediante la que el texto se independiza y dicta su propia bitcora de lectura; en todo caso se trata de juegos de lecturas que involucran desde el texto del dominicano hasta los

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    textos que lo usufructuaron en sus propias lecturas. Con todo, queremos evitar caer en operaciones especulares o paradojales, aunque algunas de ellas sea inevitable reconocerlas. Tal es el hecho de que el texto de Henrquez Urea se problematiza en relacin con el de Bentez Rojo desde el momento en que, para el dominicano, el Caribe no constituye ni de lejos el eje central de toda su actividad refl exiva y escritural. Antes bien, es ms seguro encontrar una serie de especulaciones que lo tornan un hostigador de ese espacio. De esta afi rmacin, no obstante, deben descontarse sus estudios sobre la cultura y literatura dominicana, como La cultura y las letras coloniales en Santo Domingo (1936) o El espaol en Santo Domingo (1940). En apretada sntesis, se puede decir que no hay en Henrquez Urea una inclinacin por los temas que no tengan que ver con el legado hispnico, por una central razn lingstica; ya sea con afn comparativo o contrastivo, el viejo tronco peninsular siempre se impone. De tal manera, entonces, queda fuera de sus requisitorias la raz africana o la inmigracin india que, entre otras caractersticas, signan el Caribe; como tambin las corrientes inmigratorias de comienzos del siglo XX especialmente en el rea rioplatense.

    HUMANISMO, ORDEN Y TRADICIN

    Ahora bien, a travs de la mirada de Bentez Rojo se hace ms notoria la ausencia del Caribe en la obra de Henrquez Urea. Asimismo, sera posible marcar otra ausencia tan evidente como la anterior: la del mundo lusitano del Brasil. Ambas omisiones no hacen sino resaltar el ntido recorte que traza Henrquez Urea asentado en la lengua espaola. Hay algo comn tanto en el Caribe como en el Brasil: la raz africana. La solucin excluyente que implementa para el diseo de su idea hispanoamericana afi rmada en la lengua espaola constituye uno de los ms slidos basamentos de sus refl exiones. Otro no menos inquietante es la falta de confl icto, categora que est fuera de la trama de nuestro escritor. El confl icto se sustituye con el optimismo. Durante su estancia en Nueva York escribe: [] nunca tuve all un momento de pesimismo; tanto en verso como en prosa, me convert al optimismo ms franco, cre en el progreso, en el porvenir de la humanidad, otras fantasas muy

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    en boga en estos tiempos (Memorias 124). En otro lugar de sus Memorias: Yo, en cambio, estaba en plena poca positivista y optimista (128). Sarlo, trazando algunos paralelismos con los intelectuales que actan en el mismo lapso de tiempo que el dominicano, advierte que Henrquez Urea no se hace cargo del pensamiento del peruano Maritegui, ni de Gonzlez Prada, a pesar de tener inquietudes en comn. La respuesta que ensaya a esta indiferencia est ligada a la infl exin optimista del pensamiento de Henrquez Urea. La infl exin contina tiene como consecuencia que el confl icto (social, cultural, racial) no est ubicado como categora central: el confl icto es un dato en verdad subordinado, que el impulso de la utopa resolver, como ha resuelto las crisis nacionales del siglo XIX. Esta dimensin optimista explica la imposibilidad profunda de hacerse cargo del pensamiento de Maritegui. No buscara la causa, en el espiritualismo de Henrquez Urea, sino en su optimismo (Sarlo 885).

    Este mismo optimismo le resta horizonte para la comprensin de la historia en un sentido ms agnico, dialctico o imperfecto al menos. Habra que averiguar ms profundamente si esta negacin del confl icto no sera otra manera de manifestar su horror vacui no slo a carecer de una tradicin, sino tambin al otro rechazo, el de las fuerzas anarquizantes que constata a lo largo del siglo XIX hispanoamericano y en la catica vida institucional y poltica del Caribe. Daz Quiones estableci como una de las lneas de sus beginnings, la estrecha identifi cacin entre cultura y orden. Para el dominicano la modernidad consista en un enfrentamiento entre orden y anarqua (Daz Quiones 176). De aqu probablemente le viene la distincin entre pases serios y tropicales. Esa tendencia (propagada desde Argentina) divide a los pases en dos grupos nicos: la Amrica mala y la Amrica buena, la tropical y la otra, los petits pays chauds y las naciones bien organizadas (La utopa de Amrica 50). Con esta distincin quedaba sellada incluso la suerte misma de la literatura:

    La divergencia de las dos Amricas, la buena y la mala, en la vida literaria, si comienza a sealarse, y todo observador atento la habr advertido en los aos ltimos; pero en nada depende de la divisin en zona templada y zona trrida.

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    La fuente est en la diversidad de cultura. Durante el siglo XIX, la rpida nivelacin, la semejanza de situaciones que la independencia trajo a nuestra Amrica, permiti la aparicin de fuertes personalidades en cualquier pas: si la Argentina produca un Sarmiento, el Ecuador a Montalvo; si Mxico a Gutirrez Njera, Nicaragua a Rubn Daro. Pero las situaciones cambian: las naciones serias van dando forma y estabilidad a su cultura, en ella las letras se vuelven actividad normal; mientras tanto, en cultura, tanto elemental como superior, son vctimas de los vaivenes polticos y del desorden econmico, la literatura ha comenzado a fl aquear. (La utopa de Amrica 52)

    Con todo, Henrquez Urea intuye que no se trata de un problema climtico del determinismo naturalista sino de densidad cultural, es decir, en la capacidad de los pases para diversifi car su cultura a travs del recurso de abrirla a otras voces. Pero mientras el desarrollo general de los pases durante el siglo XIX era ms o menos parejo, por lo tanto las producciones culturales de las diversas naciones no acusaban grandes diferencias, durante el XX las cosas cambiarn sustancialmente. A tal punto que la superioridad cultural y literaria depende en gran medida del grado de desarrollo de una nacin. Ahora se sopesa de otra manera el producto cultural o literario. En consecuencia la carrera por la primaca literaria ser ganada por la Amrica buena en detrimento de las naciones que componen la Amrica mala (52). De esta manera el dominicano alienta una teora de la produccin literaria y cultural ligada al desarrollo econmico de una nacin. Jos Carlos Maritegui se entusiasma con este carcter progresista de la visin de Henrquez Urea y va ms all en la interpretacin del pasaje que estamos comentando. Sin hesitaciones, el peruano arroja a Henrquez Urea al campo del materialismo histrico.4 Sin embargo, en ambos casos desde diferentes vas se rinde tributo a una idea eurocntrica segn la cual un intelectual proveniente de un pas atrasado, de una regin perifrica, es incapaz de articular una prctica literaria universal.5 Al mismo tiempo esta visin contradice la propia genealoga intelectual de Henrquez Urea que provena precisamente de una isla perteneciente a la Amrica mala, es decir, tropical y caribea. Cmo justifi car entonces su propia formacin y desarrollo intelectual durante sus primeros aos

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    en Santo Domingo y que marcan su vocacin, o la de Rubn Daro, un hijo de Metapa que lleva una impronta inicial no muy diferente a la del dominicano? En un estudio sobre el universo familiar en su formacin intelectual se seala que, en ocasiones, Henrquez Urea era presentado como mexicano y no dominicano, en razn de que resultaba complicado hacer creer que un erudito de su categora hubiera podido nacer y crecer en Santo Domingo. Las grandes ciudades de Amrica no se encuentran en la base de la formacin intelectual de Henrquez Urea; contribuyeron, s, a incrementar y enriquecer su cultura humanstica antes que a su formacin intelectual (Guillermo Pia-Contreras 457).

    VARIACIONES DE UN ACORDE MAYOR

    A esta altura ya contamos con un dato relevante: los textos de Henrquez Urea deben ser alejados de cualquier lectura autorrefl exiva, en la que el lector busca reforzar sus propios supuestos sobre Amrica Latina, tanto como rechazar la creencia de que son unvocos. Es as como dentro de la cohesin global de la obra de Henrquez Urea, es posible indicar algunas alteraciones sustantivas que permitiran convertirlas en etapas, en virtud de la trascendencia que revisten. Ellas seran: 1) etapa positivista, 2) humanismo clsico y 3) revisin crtica del legado occidental. El trnsito entre la primera y la segunda se produce hacia el ao 1907, mientras que de esta ltima a la tercera, la Gran Guerra parece constituir el hito delimitador. Estas etapas, adems de incidir en general en los problemas por l indagados, tienen especial importancia en lo que se refi ere a la nocin de mestizaje cultural en tanto teora explicativa del desarrollo cultural de Amrica Latina. El mestizaje vino a sustituir otros modos de desciframiento de la realidad americana, como es el caso de civilizacin y barbarie. La determinacin de los principios se sita dentro del debate por el esclarecimiento de una identidad. Establecer un origen es expresar tambin una defi nicin con incidencias ulteriores. Entre las diferentes secuencias que pueden indicarse (van de un polo al otro de los componentes culturales hispanoamericanos, autctonos y europeos), existe una que, como se ha dicho, nos interesa especialmente, el mestizaje como una teora cultural.

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    Sin embargo, si bien es notorio este cambio por etapas hay aspectos centrales de su obra que permanecen inalterables. Se trata de la fi rme conviccin en la funcin formativa del hombre que posee la cultura. Ideal sin dudas humanista, de cuo renacentista en gran medida, pero que pasaba por alto las bases sobre las cuales ese humanismo europeo/occidental se asentaba. La fe en las minoras ilustradas era factible soslayando parte del cuadro histrico de la situacin mundial y latinoamericana. El mundialismo si as puede llamarse al afn occidentalizante de Henrquez Urea se limitaba a la tradicin europea y de ella, desde luego, a las expresiones ms clsicas, especialmente griegas. La fascinacin por lo bello a veces fue ms poderosa que el inters por lo tico-poltico. En ms de una oportunidad fue acusado de abandonar sus deberes polticos hacia su isla natal, como tambin para el resto de Hispanoamrica, al no pronunciarse contra algunos despotismos puntuales. No es que le faltara informacin o preocupacin sino que careca de entusiasmo por una funcin poltica del intelectual.6 Aquella torsin tica con la que su amigo Alfonso Reyes defi na, en general, la literatura hispanoamericana no lleg a tocarlo en el sentido ms explcito, a la manera de su admirado Jos Mart o incluso del mismo Jos Enrique Rod, quien transit la arena poltica uruguaya. Quizs una de las pruebas ms claras de lo que decimos afl ore de la lectura del epistolario ntimo que Reyes y el dominicano construyeron a lo largo de ms de cuarenta aos. Del mundo no hablemos. Silencio y sufrimiento le escribe en carta personal Reyes a Henrquez Urea nada menos que en 1940 apenas comenzado el confl icto blico en Europa. Asimismo, la alusin a las cuestiones polticas americanas es extremadamente escasa cuando no inexistente. Es la misma sorpresa que se experimenta al leer las Memorias y el Diario de Henrquez Urea (ambos abarcan un lapso entre 1909-1911), al advertir que no hay una mencin a la Revolucin Mexicana, episodio del que es testigo pues se encuentra en el pas azteca para entonces.

    Si es verdad que Henrquez Urea es modelo del intelectual moderno, lo sera por el hecho de haber trabajado denodadamente por el esclarecimiento de un campo autnomo del trabajo intelectual, esto es, lejos de la praxis, por lo menos, poltica; no as de otra praxis, en la que lo cultural adquiere

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    ribetes desmesurados, en tanto labor, disciplina, esfuerzo puestos en la prosecucin de objetivos editoriales, periodsticos, divulgadores, conferencistas, etc. Si la praxis poltica abrum la vida productiva de los hombres letrados del XIX, la praxis cultural ser el ideal del intelectual que se perfi la en la vida y obra del dominicano. Era ello posible o deseable? Es decir, existe un modo idneo de establecer las delimitaciones entre una y otra praxis? Aqu se debe mencionar a Jos Enrique Rod, para quien una tica fuerte ser la respuesta a una poltica catica, anarquizante o inconducente, que muchos de estos hombres letrados vieron en la historia reciente y la del siglo XIX. El Ideal Belleza/Verdad platnico vertebra la obra rodoniana y la corriente occidentalista moderna hispanoamericana creada a travs de Ariel, a cuya estirpe pertenece nuestro autor.

    Aun con lo verdadera que pueda ser la disyuncin entre la praxis poltica y la praxis cultural que afl ora en Henrquez Urea, su planteo no debe ocultarnos que en algn punto ambas prcticas emiten seales conjuntas. Esto lo decimos pensando en el plexo de rechazos que acompaa al arielismo en general como corriente cultural7 y, en particular, a nuestro autor; entre los rechazos ms notables: el temor a la constitucin de una sociedad mediocre como fruto del avance democratizador. Frente a ello se alza como muralla protectora la idea del entroncamiento a la armona que emana de la cultura grecorromana, en la que conviven la razn y el sentimiento, la accin y la belleza; a la manera de Federico Schiller en Educacin esttica del hombre (1794). Al tiempo que ese proceso llevara al encumbramiento de una gua intelectual formada por los mejores y ms cultos, estos guas o maestros deban representar la mejor tradicin de la crtica occidental, en la que el ingls Matthew Arnold ocupaba un sitio preferencial, no menor, que el de E. Renan.

    ESTABILIDAD, ARMONA: ESTRATEGIAS DEL MESTIZAJE

    La refl exin crtica de Matthew Arnold (1822-1888) puede suministrarnos algunas pistas sobre la manera como aquellas praxis poltica y cultural se avienen a reunirse en algn punto. De los probables, nos interesan aquellos puntos en los que, a nuestro juicio, se intersectan el humanismo y el mestizaje. Ya veremos

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    algunas razones ms, pero adelantemos que el mestizaje como la confl uencia de dos elementos diferenciados pero que se armonizan, sugiere la idea clsica del justo medio. El mestizaje es visto, entonces, como una concomitancia en la que las partes se equilibran en proporciones iguales. El humanismo en ese sentido pudo haber aportado los argumentos convenientes, o mejor todava, no habra que ver la teora del mestizaje sino al trasluz del humanismo, pero no uno cualquiera. Para lo cual es preciso volver a Arnold. El intelectual ingls plante con claridad que el crtico debe distanciarse de las cosas prcticas, no debe prestarse a consideraciones polticas o prcticas, es decir, que la crtica verdadera debe ser independiente de intereses sectoriales. Por otra parte, Arnold fue uno de los primeros que reaccionan frente a la secularizacin de la vida cotidiana y ve en la poesa el sustituto ideal de la religin.8 El perfeccionamiento humano poda prescindir de la religin mediante la sustitucin de una moralidad cristiana por normas ticas humanistas (Franco 812). Esta sera la apreciacin admitida en el revs de trama del ciclo que va de fi nes del siglo XIX a las primeras dcadas del XX. Sin embargo, es factible rearmar el signifi cado de ese juicio. Segn Jean Franco, el humanismo es la solucin ideolgica a la lucha de clases en los pensadores europeos (Arnold, Renan).9 Para nosotros, en cambio, no tendra ese sentido fuerte entre los intelectuales arielistas. El arielismo fue la ms acabada sntesis de aquel humanismo, por tanto, Ariel puede verse como un manual del humanismo en Amrica Latina (Franco 815). En resumidas cuentas, el humanismo arielista resulta tambin una solucin ideolgica a un problema concreto; aunque en este caso sera de la desintegracin social que padece Amrica Latina, en la que el mestizaje viene a ser una de las aristas. El problema de la Amrica espaola escribe Henrquez Urea es todava su integracin social (Ensayos 29). El mestizaje, al interpretarse como el equilibrio, resultaba la mejor doctrina para producir al menos desde el plano ideolgico un intento de integracin de la diversidad, una reduccin a la unidad de lo mltiple y confl ictivo. Escribe Henrquez Urea sobre el problema del indio:

    En nuestros das el problema poltico se ha planteado de nuevo con urgencia. En el momento de la Independencia, habamos abolido la esclavitud de la raza negra, aunque

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    subsista siempre el problema del indio. El Indio no era esclavo, pero tampoco era verdaderamente libre. La abolicin de la encomienda colonial, que lo haba convertido en siervo bajo el pretexto de protegerlo y educarlo, no lo haba liberado realmente. Se haba convertido en una especie muy rara de proletario. No fue sino en el siglo XX cuando se supo encarar el problema del Indgena. Se vio entonces que las frmulas socialistas europeas poco tenan que ver con el problema del Indgena americano. El Indgena no es el proletario del industrialismo. El Indgena vive sobre todo en los pases que no han sido industrializados o que slo lo han sido en una medida muy limitada, como Mxico, de manera que las soluciones adoptadas a su respecto no podan ser francamente socialistas. (La utopa de Amrica 18; el subrayado es nuestro)

    Aunque descarta una solucin socialista al problema del indio quizs en una implcita respuesta a la obra de Maritegui no declara con precisin cul podra ser entonces el camino, pese a reconocer las muy avanzadas disposiciones para la regeneracin del Indgena o el empeo en la bsqueda de soluciones satisfactorias (La utopa de Amrica 19). Sospechamos que no haba respuesta formada para proponer. Al fi n de cuentas, el enfoque de estos temas, englobados muchas veces en la llamada cuestin social, oscilaba entre la encclica papal o el maximalismo anarquista. En este marco, la tradicin humanista y en especial la cultura clsica subsanan el vaco ideolgico en naciones dirigidas por oligarquas cuya nica forma de mantenerse en el poder era la represin (Franco 815). Para Henrquez Urea la funcin de las humanidades, que pasaba por el estudio de la cultura griega, no era solamente enseanza intelectual y placer esttico, sino tambin, como pens Mattew Arnold, fuente de disciplina moral. Acercar a los espritus a la cultura humanstica es empresa que augura salud y paz (Ensayos 24). En otras palabras, la cultura clsica como un recurso de contencin al desborde moral y social, pero tambin con consecuencias disciplinantes.

    La sofrosine quizs el sustituto de la confl ictividad en la estructura del discurso cultural de entonces es la virtud ms ensalzada por el humanismo arielista, razn sufi ciente para que el imperativo del intelectual consista en templarse a travs de la disciplina, el trabajo, el rigor y as hacerse merecedor de

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    ella. Quin posea esa virtud podr integrar el plantel de los conductores de la sociedad. Al imponerse la razn se habr impuesto simultneamente una manera ms legtima de guiar la polis. Todo es cuestin de esperar el desarrollo de un proceso que, una vez cumplido, al decir de Renan: Nuestra poca de pasin o de error aparecer entonces como la pura barbarie, o como la edad caprichosa y antojadiza que en el nio separa los encantos de la infancia, de la razn del hombre (Renan 32).

    No es todo fusin, desde luego, en la Amrica espaola, ni la fusin es siempre completa: quedan gruesos ncleos indios a quienes no ha alcanzado, o apenas, la cultura europea, y viven de supervivencias. No son casos graves, como antes creamos. Esas supervivencias las que describe Robert Redfi eld10 en su libro sobre Tepoztln salvan de la fbrica o de la mina, o de la plantacin, al nativo, mientras llega la ocasin de incorporarlo efi cazmente, sin desmedro suyo, a la cultura de tipo europeo. Grave caso, s, el del indgena, o el del mestizo, que de la cultura europea no ha adquirido sino el idioma y si acaso la exigua vestimenta, pero que ha cado en la situacin de proletario, desconocida para la economa anterior a la conquista, tanto en las tribus de vida rudimentaria como en los imperios cuya minuciosa organizacin evitaba la indigencia.

    Este pasaje puede leerse a la luz de la objecin que Bentez Rojo le hace al mestizaje, es decir, en tanto proceso de blanquecimiento biolgico, econmico y cultural en su caso, de la sociedad caribea, que debe cumplimentar una serie de pasos sucesivos hacia el progreso, que no es sino alcanzar la cultura europea. Es necesario decirlo, el mestizaje o la fusin, para el dominicano, se traduce en adquisicin de la cultura europea por parte de los ncleos indgenas. Aun admitiendo la alternativa de que ese proceso no se complete, ello por s solo no representa un caso grave, sin embargo lo deseable es que la incorporacin a la cultura europea se realice efi cazmente. Grave resulta, sin embargo, el caso del indgena proletarizado cuando no puede eludir la indigencia provocada por la sociedad capitalista a la que no se integra. Ese es el precio que paga por haberse efi cazmente incorporado a la tradicin europea del trabajo y la tecnologa. Como se observa, la fusin no consiste en una operacin de mezcla, sino ms bien en la accin de fundir el elemento indgena en el crisol europeo

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    dominante. Al fi n de cuentas, no se trata de una asimilacin sino de una adquisicin pendiente. De ah que, en opinin del dominicano, en lo importante y ostensible se impuso el modelo de Europa; en lo domstico y cotidiano se conservaron muchas tradiciones autctonas y por tanto:

    La cultura colonial, descubrimos ahora, no fue mero trasplante de Europa, como ingenuamente se supona, sino en gran parte obra de fusin, fusin de cosas europeas y cosas indgenas. De eso se ha hablado y no poco, a propsito de la arquitectura: de cmo la mano y el espritu del obrero indio modifi caban los ornamentos y hasta la composicin. [] la fusin no abarca slo las artes: es ubicua. (Ensayos 28)

    Cmo llega a gestarse la va del mestizaje como aplicacin del justo medio? En el pasaje de un momento a otro recordemos que hemos sealado tres diferenciados en la obra del dominicano comienza a producirse, de acuerdo con nuestra hiptesis, el cambio que implica el abandono de la antimetafsica, la fe en la ciencia y la confi anza en el progreso indefinido. Esta misma mutacin es posible pesquisarla en el contexto de la poca, por medio de la renuncia a los postulados generales del positivismo y la adhesin a la corriente idealista. Con matices y autores diversos, el sentido general de la mutacin se percibe en las postrimeras del siglo XIX y comienzos del XX, tanto en promociones intelectuales espaolas: el caso emblemtico del cambio lo constituye la crisis de Miguel de Unamuno (hacia 1897), como en el novecentismo hispanoamericano. Ya se ha dicho, el ao 1907 puede indicarse como punto de partida de Henrquez Urea en la adscripcin al helenismo. Como l mismo lo confi esa, en ese ao sus gustos intelectuales cambian. Dos lecturas son sealadas como las responsables del giro: Platn y Walter Pater (1839-1894), es decir, el fi lsofo y su intrprete (Memorias 149). El giro tuvo verdaderos visos de conversin en un propicio ambiente compartido con Gmez Robledo, Acevedo y Reyes que ya lean a los griegos. A tal punto lleg la veneracin a Pater, el autor de Estudios griegos (1895), que el dominicano lo puso de moda entre los jvenes mexicanos y tradujo al espaol dicho libro un ao despus del comienzo de la conversin al helenismo. La lista de sus lecturas es extensa, un somero repaso

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    nos permite avizorar el aparato conceptual que va formando: Goethe, Friedrich Schiller, Hegel, Schopenhauer, Heinrich Heine, Mattew Arnold, Ernest Renan, Adolphe Taine, Alfred Fouille; tambin la Historia de la fi losofa de Alfred Weber y la Historia de Grecia de Ernest Curtius (Memorias 140). El giro helenstico de Henrquez Urea no consiste sencillamente en la sustitucin de una fi losofa por otra, sino que encierra, por una parte, una dimensin crtica del positivismo que se abandona, por otra, el recorrido de una senda auto formativa en la que el platonismo lo conquista, literaria y moralmente:

    En el orden fi losfi co he ido modifi cando mis ideas, a partir, tambin, del mismo ao 1907. Mi positivismo y mi optimismo se basaban en una lectura casi exclusiva de Spencer, Mill y Haeckel; las pginas que haba ledo de fi lsofos clsicos y de Schopenhauer y Nietzsche no me haban arrastrado hacia otras direcciones. Sobre todo, no trataba yo sino con gentes ms o menos positivistas, o, de lo contrario, creyentes timoratos y de anti-fi losfi cos. El positivismo me inculc la errnea nocin de no hacer metafsica [] y a nadie conoca yo que hiciera otra metafsica que la positivista, la cual daba nfulas de no serlo []. (141)

    Retoma el tema del cambio en La cultura de las humanidades, un ensayo de 1914, en el que insiste sobre el ao 1907 como clave del abandono del positivismo y de la reaparicin de las inquietudes metafsicas, circunstancia reforzada en 1910 con la oracin a Barreda de Justo Sierra (Ensayos 21). Bien podra pensarse que en el dicterio orden y progreso, verdadera divisa del positivismo, la gran alteracin vendra dada por la renuncia al carcter indefi nido del progreso, pero en lo que concierne al orden, poco y nada habra variado a no ser que se lo remonta a otros principios fi losfi cos. El Ateneo de la Juventud, que es donde se fermenta esta dinmica cultural, lleg a contar con ms de 60 miembros, destacando el grupo de los cuatro grandes: Jos Vasconcelos, Antonio Caso, Pedro Henrquez Urea y Alfonso Reyes. Un grupo ms amplio fue el de Martn Luis Guzmn, Julio Torri, Ricardo Gmez Robledo, Jess T. Acevedo, Enrique Gonzlez Martnez, Manuel M. Ponce y Diego Rivera. De este ncleo helenstico del Ateneo habr de surgir con el tiempo una metfora sobre la situacin

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    de la cultura hispanoamericana en el contexto mundial. Nos referimos al tpico recurrente del banquete en Alfonso Reyes (aquel que utiliza en su ensayo sobre la inteligencia americana: Llegada tarde al banquete de la civilizacin europea). En efecto, el tpico se torna recurrente en una serie de ensayistas mexicanos,11 cuya circulacin comienza dentro de aquel crculo de jvenes mexicanos, el cual integra el mismo Henrquez Urea. Ser l quien recuerde que Una vez nos citamos para releer en comn el Banquete de Platn (Ensayos 21).12

    La renuncia al progreso por descrdito de su condicin indefi nida, universal y fatalista que se le atribua, dejaba sin orientacin general a la sociedad hispanoamericana. Nada ms ajeno al espritu utpico de Henrquez Urea. El lugar del progreso deba ser ocupado por el propsito de la estabilidad, la bsqueda ms excelsa que le asigna a las grandes civilizaciones: Todas estas civilizaciones tuvieron como propsito fi nal la estabilidad, no el progreso; la inquietud perpetua de la organizacin social, no la perpetua inquietud de la innovacin y la reforma (Ensayos 23). Si entre los griegos hay progreso, es porque existe el impulso del mejoramiento individual y la bsqueda de la perfeccin.

    En un ensayo de 1915 La tradicin en los pueblos hispanoamericanos, Rod adverta sobre el extremo valor que se le haba conferido a la concepcin del progreso indefi nido, a tal extremo de alcanzar el nivel de una verdadera fe sustitutiva de las creencias religiosas en el espritu de las muchedumbres tanto como de sus dirigentes (1203). Como se sabe, el positivismo constituy una verdadera ideologa estatal que imprimi la fuerza necesaria para encarar la organizacin del estado y la modernizacin de la vida pblica e institucional. Sin embargo, aun con todo lo benfi co (segn desde donde se lo mire) que la doctrina del progreso indefi nido pudo tener, su aplicacin se hace sobre la negacin de la tradicin o en palabras del uruguayo el injusto menosprecio de ella, lo cual implica invariablemente el desconocimiento vano y funesto de la continuidad solidaria de las generaciones humanas (1203) y lo que es peor, el enfrentamiento del pasado y el presente. Este antagonismo produce un supremo rechazo en un espritu como el rodoniano. A la batalla entre pasado y presente, el uruguayo prefi ere la relacin de padre a hijo o de dos obreros

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    de sucesivos turnos, dentro de una misma interrumpida labor (Rod 1203). He aqu la punta de la madeja que teje la trama cultural sin dependencia alguna del confl icto y que llega hasta Henrquez Urea y an ms all.

    El gran dilema que se le plantea a Rod como a la generacin que lo antecede y precede tiene que ver con la determinacin de los principios, esto es y para decirlo en otros trminos, desde cundo y hasta dnde se constituye la tradicin. Escribe el uruguayo: si hemos de mantener nuestra personalidad colectiva, necesitamos reconocernos en el pasado y divisarlo constantemente por encima de nuestro suelto velamen (1205). La tradicin en Amrica carece de valor dinmico, argumenta Rod, pero no solamente por el escaso arraigo en el tiempo que la caracteriza, sino principalmente por una tradicin de ruptura que se expresa desde las luchas por la independencia, a la manera de un divorcio y oposicin casi absolutos entre el espritu de su pasado y las normas de su porvenir (1204). Una de las primeras observaciones importantes hecha sobre la obra de Rubn Daro pertenece a Rod. En ella advirti que Daro no era o no poda ser el poeta de Amrica, entre otras causas, porque no hunda su obra potica en los campos de una tradicin:

    Ignoro si algn espritu zahor podra descubrir, en tal cual composicin de Rubn Daro, una nota fugaz, un instantneo refl ejo, un sordo rumor, por las que se reconociera en el poeta al americano de las clidas latitudes, y aun al sucesor de los misteriosos artistas de Utatln y Palenke; como, en sentir de Taine, se reconoce comprobndose la persistencia del antiguo fondo una raza al nieto de Nstor y de Ulises en los telogos disputadores del Bajo Imperio. (169)

    A esta altura podemos concluir diciendo que Henrquez Urea encaja sin difi cultad alguna en los moldes del intelectual moderno, por su mirada unitaria y entusiasmo totalizador. Elabor una imagen de Hispanoamrica a partir de estratgicos recortes y omisiones que abonaron su tendencia a la unidad. Desde el plano historiogrfi co sostuvo una estructura alentada por el optimismo como un resto del positivismo que lo gan hasta 1907 y soslay el confl icto como categora del cambio. La adhesin a la tradicin, el orden y la continuidad apela

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    a coordenadas histrico-culturales que provienen de su terminante afi rmacin de la pertenencia de Hispanoamrica a la antigua Romania, en una intensa reivindicacin de esa estirpe occidental. El mestizaje, en ese cuadro ideolgico, puede leerse al trasluz del humanismo al que se adscribe. La sofrosine, el justo medio son algunos de los principios del humanismo practicado que auxilian su idea de la fusin de culturas. Aunque, como se observ, la operacin no consiste en una fusin proporcional, sino en un camino a recorrer, un trayecto que debe cumplimentarse y en cuya estacin fi nal se ubica la herencia cultural europea.

    NOTAS

    1 Vase Claudio Maz.2 En su trabajo sobre los beginnings, es decir el estudio del imaginario de los

    principios de Henrquez Urea, Daz Quiones se interesa por tres vertientes superpuestas y orientadoras en su investigacin. Ellas son: elaboracin de una tradicin nacional dominicana, el exilio como condicin moderna y la identifi cacin entre cultura y orden (Daz Quiones 174-75).

    3 Tarea por lo dems llevada acabo de manera pormenorizada por un importante nmero de crticos culturales.

    4 El pasaje es verdaderamente interesante. El arte y la literatura no fl orecen en sociedades larvadas o inorgnicas, oprimidas por los ms elementales y angustiosos problemas de crecimiento y estabilizacin. No son categoras cerradas, autnomas, independientes de la evolucin social y poltica de un pueblo. Henrquez Urea se coloca a este respecto en un terreno materialista e histrico (Henrquez Urea, Ensayos 730).

    5 Vase Gramuglio 12.6 Compartimos parcialmente esta caracterizacin de Daz Quiones cuando

    seala la tercera lnea de los beginnings del dominicano, que consiste en la estrecha identifi cacin entre cultura y orden que sostiene su obra. Henrquez Urea conceba la modernidad como un confl icto del orden frente a la anarqua. Ese dilema exiga el cultivo de una autodisciplina basada en la tica del trabajo y una vocacin para la funcin pblica del intelectual. Su obra crtica es fruto de la extrema disciplina que privilegiaba estoicamente la inteligencia sobre el sentimiento (176). Nos parece que se necesita especifi car ms el alcance de la funcin pblica del intelectual que le concede a Henrquez Urea.

    7 Vase Devs.8 Vase Hall. Eagleton y Arnold.9 Eagleton subraya con intensidad e irona esta dimensin ideolgica de la

    literatura en un captulo de su introduccin a la teora literaria que dedica al ascenso de las letras inglesas, en el que trata a Arnold: En diversas formas la literatura era un candidato apropiado para esta empresa ideolgica. Como labor humanizadora podra suministrar un efi caz antdoto contra el fanatismo poltico y el extremismo ideolgico. Puesto que la literatura,

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    como sabemos, se ocupa ms bien de valores humanos universales y no de trivialidades histricas como las guerras civiles, la opresin de las mujeres o los despojos que sufre el campesino ingls, podra servir para colocar en perspectiva las mezquinas exigencias de los trabajadores en lo relativo a un nivel de vida decente o a un mayor control de su propia vida, e incluso, con algo de suerte, hasta podra hacrseles olvidar esas cosas y sumergirlos en la profunda contemplacin de verdades y bellezas eternas (38).

    10 Robert Redfi el (Estados Unidos, 1897-1958), antroplogo y autor de: El Calpulli barrio en un pueblo mexicano actual (1928); The Folk Culture of Yucatn (1941); A Village that Chose Progress (1950); The Primitive World and Its transformations (1953), entre otras obras.

    11 Vase Castilleja Madaleno 120-157.12 Desde luego que la lnea de indagacin es tentadora y podra continuarse

    estableciendo el enlace de Platn y el helenismo hasta la contracara del banquete que es la devoracin, propia de la antropofagia de la vanguardia brasilera. Ambos tpicos como maneras de comprender la relacin de Europa con Amrica.

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