Textos de Lectura Nº 1

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Poesía “La cita” de Estanislao del Campo Era de noche. Cándidas, flotantes, las nubes discurrían por los cielos, salpicadas de estrellas, como velos bordados de topacios y diamantes. Los rayos de la luna, fulgurantes, plateaban las lagunas y arroyuelos que entre pliegues de verdes terciopelos movían sus caudales murmurantes. Crucé el jardín con paso cauteloso hollando margaritas, que un quejido exhalaban, heridas en su tallo. Distinguí su vestido vagaroso, me acerqué, me abrazó, lanzó un gemido... porque al besarla yo... ¡la pisé un callo! Vocabulario: Cándidas: Blancas. Discurrir: Correr por diversas partes o lugares. Fulgurante: Que brilla, que arroja rayos de luz. Cauteloso: Precavido, reservado, con cuidado. Hollando: Pisando, dejando señal de pisada. Vagaroso: que vaga, se mueve, de una parte a otra SOBRE EL AUTOR: Estanislao del Campo:(Buenos Aires 1834 – 1880). Militar, funcionario del gobierno argentino y escritor. Tuvo una destacada actuación en las batallas de Cepeda y Pavón. Era hijo del coronel Juan Estanislao del Campo, rango al cual él mismo alcanzaría. Hacia 1856, Estanislao publicaba versos románticos en las revistas El Recuerdo y en El Estímulo. En 1857, debido a la confiscación rosista de la fortuna familiar, tuvo que descartar la el estudiar abogacía, ya que en esa época era muy costoso ingresar a la universidad. En el mismo año trabajó por un mes como auxiliar de archivo en la aduana, y en el mes de agosto comenzó a

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Textos de Lectura Nº 1

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Poesa La cita de Estanislao del Campo

Era de noche. Cndidas, flotantes, las nubes discurran por los cielos, salpicadas de estrellas, como velos bordados de topacios y diamantes.

Los rayos de la luna, fulgurantes, plateaban las lagunas y arroyuelos que entre pliegues de verdes terciopelos movan sus caudales murmurantes.

Cruc el jardn con paso cauteloso hollando margaritas, que un quejido exhalaban, heridas en su tallo.

Distingu su vestido vagaroso, me acerqu, me abraz, lanz un gemido... porque al besarla yo... la pis un callo!

Vocabulario: Cndidas: Blancas. Discurrir: Correr por diversas partes o lugares. Fulgurante: Que brilla, que arroja rayos de luz. Cauteloso: Precavido, reservado, con cuidado. Hollando: Pisando, dejando seal de pisada. Vagaroso: que vaga, se mueve, de una parte a otra

SOBRE EL AUTOR:Estanislao del Campo:(Buenos Aires 1834 1880). Militar, funcionario del gobierno argentino y escritor. Tuvo una destacada actuacin en las batallas de Cepeda y Pavn. Era hijo del coronel Juan Estanislao del Campo, rango al cual l mismo alcanzara.Hacia 1856, Estanislao publicaba versos romnticos en las revistas El Recuerdo y en El Estmulo. En 1857, debido a la confiscacin rosista de la fortuna familiar, tuvo que descartar la el estudiar abogaca, ya que en esa poca era muy costoso ingresar a la universidad. En el mismo ao trabaj por un mes como auxiliar de archivo en la aduana, y en el mes de agosto comenz a editar los primeros versos en el diario Los Debates, fundado por Bartolom Mitre, caracterizndose por su expresin gauchesca. Una modesta proposicin es un ensayo satrico suyo de 1729 en donde propone resolver un problema que acontece en Irlanda. Propone entonces que los campesinos irlandeses, inquilinos que no puedan alimentar a sus hijos porque los propietarios son inflexibles sobre el arriendo, vendan a los mismos. Los padres entonces podrn vender sus hijos a los terratenientes ricos para que se los coman. Muchos contemporneos de Swift no entendieron la intencin satrica de su ensayo por lo cual obtuvo muchas crticas por considerrselo de un excepcional "mal gusto".El objetivo del autor era enfrentar a la sociedad irlandesa con las condiciones deplorables de los jornaleros y campesinos de su pas. Sus vehculos de transmisin eran el sarcasmo, la irona y el humor negro. Un hospital para incurables, otro texto satrico de Swift:Luego, Swift defiende la utilidad de un hospital para incurables de la mente y entonces propone que se construya y financie para ellos un hospital, con lo que se aliviara a la sociedad de la presencia de necios e imbciles. Los aspirantes a ingresar en el hospital seran los imbciles incurables, los bribones incurables, los gruones incurables, los escritores de pacotilla, entre los que se incluye, los petimetres incurables, los infieles incurables, los mentirosos incurables, los incurablemente envidiosos y los incurablemente presumidos. En total suman 200.000 enfermos incurables, que ocasionaran un gasto total de 3.650.000 libras anuales. Para financiar el hospital propone recurrir a las familias de los enfermos, que pagaran gustosamente veinte chelines al ao en aras de la tranquilidad del reino, la paz de las familias y la dignidad de la nacin en su conjunto. Con esta contribucin se pagara la mitad de los gastos ocasionados por el hospital.Convencido de que el nmero real de enfermos incurables supera en mucho el cupo de 200.000 establecido, Swift propone que se limite el nmero de admisiones de los colectivos que generan mayor cantidad de imbciles, como los colegios de abogados.Creo que de esta especie de incurables tendra que haber un nmero limitado de admisiones anuales, y nada debera tentarnos a exceder dicho cupo, ni la preocupacin por el beneficio y la tranquilidad de la nacin, ni cualquier otra razn pblica o caritativa, porque, si hubiese que admitir en esta fundacin a todos los que puedan ser considerados incurables por este motivo y si fuera posible que desde lo pblico encontrsemos algn lugar lo suficientemente grande para acogerlos, no me cabe la menor duda de que todos nuestros colegios de abogados, que se hallan tan repletos hoy da, seran desalojados en breve por sus inquilinos.SOBRE EL AUTOR:Jonathan Swift (Irlanda 1967 1745) fue un escritor satrico. Su obra principal es Los viajes de Gulliver, que constituye una de las crticas ms amargas que se han escrito contra la sociedad y la condicin humana.La tuerta de Conrado Nal RoxloOh, como te amara si fueses tuertay con un ojo de cristal

abismndome en tu desigualmirada de viva y de muerta.

Sobre mi mejilla derecha,tu blanda mirada natural,y sobre la izquierda la flechade tu mirada mineral.

Tu ojo duro sera inflexiblepara mi desfallecimientopero el otro, tierno y sensible,me consolara al momento.

Y cuando pidiera tu mano,como un burgus novio correcto,te regalara un perfectoojo de autntico Murano.

Y en cada estacin te pondraun ojo de distinto color,y as siempre nueva seratu mirada de amor.

Oh, amada, qutate un ojosi conmigo te quieres casarque yo te prometo ser cojopara equilibrar.

SOBRE EL AUTOR:Conrado Nal Roxlo: Buenos Aires 1898 1971. Fue un escritor, periodista, guionista y humorista argentino. Recibi el premio Nacional de Literatura y el Gran Premio de Honor de SADE en 1961.Escribi adems un hilarante libro de pastiches literarios en prosa y verso de escritores espaoles, americanos y europeos, Antologa apcrifa (1943). Con los seudnimos de Chamico y Alguien, public en diarios y revistas regularmente cuentos humorsticos por espacio de veinte aos, que reuni en colecciones: Cuentos de Chamico (1941), El muerto profesional (1943), Cuentos de cabecera (1946), La medicina vista de reojo, Mi pueblo (1953), Sumarios policiales.Obra Romeo y Julieta de William Shakespeare (Fragmento)

Romeo y Julieta

(Acto II, escena I)Bajo el balcn de Julieta. (Romeo entra sin ser visto en el palacio de los Capuleto. Julieta aparece en una ventana)Romeo:- Silencio! Qu resplandor se abre paso a travs de aquella ventana? Es el Oriente, y Julieta, el sol! Surge, esplendente sol, y mata a la envidiosa luna, lnguida y plida de sentimiento porque t, su doncella, la has aventajado en hermosura! No la sirvas, que es envidiosa! Su tocado de vestal es enfermizo y amarillento, y no son sino bufones los que lo usan, Deschalo! Es mi vida, es mi amor el que aparece! Habla ms nada se escucha; pero, qu importa? Hablan sus ojos; les responder!Soy demasiado atrevido. No es a mi a quien habla. Las ms resplandecientes estrellas de todo el cielo, teniendo algn quehacer ruegan a sus ojos que brillen en sus esferas hasta su retorno. Y si los ojos de ella estuvieran en el firmamento y las estrellas en su rostro? El fulgor de sus mejillas avergonzara a esos astros, como la luz del da a la de una lmpara! Sus ojos lanzaran desde la bveda celestial unos rayos tan claros a travs de la regin etrea, que cantaran las aves creyendo llegada la aurora! Mirad cmo apoya en su mano la mejilla! Oh! Mirad cmo apoya en su mano la mejilla! Oh! Quin fuera guante de esa mano para poder tocar esa mejilla!Julieta:- Ay de m!Romeo:- Habla. Oh! Habla otra vez ngel resplandeciente! Porque esta noche apareces tan esplendorosa sobre mi cabeza como un alado mensajero celeste ante los ojos estticos y maravillados de los mortales, que se inclinan hacia atrs para verle, cuando l cabalga sobre las tardas perezosas nubes y navega en el seno del aire.Julieta:- Oh Romeo, Romeo! Por qu eres t Romeo? Niega a tu padre y rehusa tu nombre; o, si no quieres, jrame tan slo que me amas, y dejar yo de ser una Capuleto.Romeo:- (Aparte) Continuar oyndola, o le hablo ahora?Julieta:- Slo tu nombre es mi enemigo! Porque t eres t mismo, seas o no Montesco! Qu es Montesco? No es ni mano, ni pie, ni brazo, ni rostro, ni parte alguna que pertenezca a un hombre. Oh, sea otro nombre! Qu hay en un nombre? Lo que llamamos rosa exhalara el mismo grato perfume con cualquiera otra denominacin! De igual modo Romeo, aunque Romeo no se llamara, conservara sin este ttulo las raras perfecciones que atesora. Romeo, rechaza tu nombre; y a cambio de ese nombre, que no forma parte de ti, tmame a mi toda entera!Romeo:- Te tomo la palabra. Llmame slo amor mo y ser nuevamente bautizado. Desde ahora mismo dejar de ser Romeo!Julieta:- Quin eres t, que as, envuelto en la noche, sorprendes de tal modo mis secretos?

Romeo:- No s cmo expresarte con un nombre quien soy! Mi nombre, santa adorada, me es odioso, por ser para ti un enemigo. De tenerla escrita, rasgara esa palabra.Julieta:- Todava no he escuchado cien palabras de esa lengua, y conozco ya el acento. No eres t Romeo y Motesco?Romeo:- Ni uno ni otro, hermosa doncella, si los dos te desagradan.Julieta:- Y dime, cmo has llegado hasta aqu y para qu? Las tapias del jardn son altas y difciles de escalar, y el sitio, de muerte, considerando quin eres, si alguno de mis parientes te descubriera.Romeo:- Con ligeras alas de amor franquee estos muros, pues no hay cerca de piedra capaz de atajar el amor; y lo que el amor puede hacer, aquello el amor se atreve a intentar. Por tanto, tus parientes no me importan.Julieta:- Te asesinarn si te encuentran!

Romeo:- Ay! Ms peligro hallo en tus ojos que en veinte espadas de ellos! Mrame tan slo con agrado, y quedo a prueba de su enemistad.Julieta:- Por cuanto vale el mundo, no quisiera que te viesen aqu!Romeo:- El manto de la noche me oculta a sus miradas; pero, si no me quieres, djalos que me hallen aqu. Es mejor que termine mi vida vctima de su odio, que se retrase mi muerte falto de tu amor.Julieta:- Quin fue tu gua para descubrir este sitio?Romeo:- Amor, que fue el primero que me incit a indagar; l me prest consejo y yo le prest mis ojos. No soy piloto; sin embargo, aunque te hallaras tan lejos como la ms extensa ribera que baa el ms lejano mar, me aventurara por mercanca semejante. Julieta:- T sabes que el velo de la noche cubre mi rostro; si as lo fuera, un rubor virginal veras teir mis mejillas por lo que me oste pronunciar esta noche. Gustosa quisiera guardar las formas, gustosa negar cuanto he hablado; pero, adis cumplimientos! Me amas? S que dirs: s, yo te creer bajo tu palabra. Con todo, si lo jurases, podra resultar falso, y de los perjurios de los amantes dicen que se re Jpiter. Oh gentil Romeo! Si de veras me quieres, declralo con sinceridad; o, si piensas que soy demasiado ligera, me pondr desdeosa y esquiva, y tanto mayor ser tu empeo en galantearme. En verdad, arrogante Montesco, soy demasiado apasionada, y por ello tal vez tildes de liviana mi conducta; pero, creme, hidalgo, dar pruebas de ser ms sincera que las que tienen ms destreza en disimular. Yo hubiera sido ms reservada, lo confieso, de no haber t sorprendido, sin que yo me apercibiese, mi verdadera pasin amorosa. Perdname, por tanto, y no atribuyas a liviano amor esta flaqueza ma, que de tal modo ha descubierto la oscura noche!Romeo:- Te juro, amada ma, por los rayos de la luna que platean la copa de los rbolesJulieta:- No jures por la luna, que es su rpida movimiento cambia de aspecto cada mes.

No vayas a imitar su inconstancia.Romeo:- Pues por quin jurar?Julieta:- No hagas ningn juramento. Si acaso, jura por ti mismo, por tu persona que es el dios que adoro y en quien he de creer.Romeo:- Pues por quin jurar?Julieta:- No jures. Aunque me llene de alegra el verte, no quiero esta noche or tales promesas que parecen violentas y demasiado rpidas. Son como el rayo que se extingue, apenas aparece. Aljate ahora: quiz cuando vuelvas haya llegado abrirse, animado por las brisas del esto, el capullo de esta flor. Adis, ojal caliente tu pecho en tan dulce clama como el mo!Romeo:- Y no me das ms consuelo que se?Julieta:- Y qu otro puedo darte esta noche?Romeo:- Tu fe por la ma.Julieta:- Antes de la di que t acertaras a pedrmela. Lo que siento es no poder drtela otra vez.Romeo:- Pues qu? Otra vez quisieras quitrmela?Julieta:- S, para drtela otra vez, aunque esto fuera codicia de un bien que tengo ya. Pero mi afn de drtelo todo es tan profundo y tan sin lmite como los abismos de la mar. Cuando ms te doy, ms quisiera date! Pero oigo ruido dentro. Adis no engaes mi esperanza Ama, all voy Gurdame fidelidad, Montesco mo. Espera un instante, que vuelvo en seguida.Romeo:- Noche, deliciosa noche! Slo temo que, por ser de noche, no pase todo esto de un delicioso sueoJulieta:- (Asomada otra vez a la ventana) Slo te dir dos palabras. Si el fin de tu amor es honrado, si quieres casarte, avisa maana al mensajero que te enviar, de cmo y cuando quieres celebrar la sagrada ceremonia. Yo te sacrificar mi vida e ir en pos de ti por el mundo.Ama:- (Llamando dentro) Julieta!Julieta:- Ya voy. Pero si son torcidas tus intenciones, suplcote queAma:- Julieta!Julieta:- Ya corro Suplcote que desistas de tu empeo, y me dejes a solas con mi dolor. Maana ir el mensajeroRomeo:- Por la gloriaJulieta:- Buenas noches.Romeo:- No. Cmo han de ser buenas sin tus rayos? El amor va en busca del amor como el estudiante huyendo de sus libros, y el amor se aleja del amor como el nio que deja sus juegos para tornar al estudio.Julieta:- (Otra vez a la ventana) Romeo! Romeo! Oh, si yo tuviese la voz del cazador de cetrera, para llamar de lejos a los halcones Si yo pudiera hablar a gritos, penetrara mi voz hasta en la gruta de la ninfa Eco, y llegara a ensordecerla repitiendo el nombre de mi Romeo.Romeo:- Cun grado suena el acento de mi amada en la apacible noche, protectora de los amantes! Ms dulce es que la msica en odo atento.Julieta:- Romeo!Romeo:- Alma ma!Julieta:- A qu hora ir mi criado maana?Romeo:- A las nueve.Julieta:- No faltar. Las horas se me harn siglos hasta que llegue. No s para qu te he llamado.Romeo:- Djame quedar aqu hasta que lo pienses!Julieta:- Con el contento de verte cerca me olvidar eternamente de lo que pensaba, recordando tu dulce compaa.Romeo:- Para que siga tu olvido no he de irme.Julieta:- Ya es de da. Vete Pero no quisiera que te alejaras ms que el breve trecho que consiente alejarse al pajarillo la nia que le tiene sujeto de una cuerda de seda, y que a veces le suelta de la mano, y luego le coge ansiosa, y le vuelve a soltarRomeo:- Ojal fuera yo ese pajarillo!Julieta:- Y qu quisiera yo sino que lo fueras? Aunque recelo que mis caricias haban de matarte. Adis, adis! Triste es la ausencia y tan dulce la despedida, que no s cmo arrancarme de los hierros de esta ventana.Romeo:- Qu el sueo descanse en tus dulces ojos y la paz en tu alma! Ojal fuera yo el sueo, ojal fuera yo la paz en que se duerme tu belleza! De aqu voy a la celda donde mora mi piadoso confesor, para pedirle ayuda y consejo en este trance.

SOBRE EL AUTOR: William Shakespeare (Reino Unido 1564-1616) fue un dramaturgo, poeta y actor ingls. Conocido en ocasiones como el Bardo de Avon (o simplemente El Bardo), Shakespeare es considerado el escritor ms importante en lengua inglesa y uno de los ms clebres de la literatura universalLa tambin es gentede Mara Elena WalshLa culpa es de los gnomos que nunca quisieron ser omos. Culpa tienen la nieve, la niebla, los nietos, los atenienses, el unicornio. Todos evasores de la ee. Seoras, seores, compaeros, amados nios! No nos dejemos arrebatar la ee! Ya nos han birlado los signos de apertura de interrogacin y admiracin. Ya nos redujeron hasta la apcope. Ya nos han traducido el pochoclo. Y como ramos pocos, la abuelita informtica ha parido un monstruoso # en lugar de la ee con su gracioso peluqun, el ~. Quieren decirme qu haremos con nuestros sueos? Entre la fauna en peligro de extincin figuran los andes y los acurutuces? En los pagos de Aatuya cmo cantarn Aoranzas? A qu pobre barrign fajaremos al udo? Qu ser del Ao Nuevo, el tiempo de aupa, aquel tapado de armio y la ata contra el vidrio? Y cmo graficaremos la ms dulce consonante de la lengua guaran? "La ortografa tambin es gente", escribi Fernando Pessoa. Y, como la gente, sufre variadas discriminaciones. Hay signos y signos, unos blancos, altos y de ojos azules, como la W o la K. Otros, pobres morochos de Hispanoamrica, como la letrita segunda, la ee, jams considerada por los monculos britnicos, que est en peligro de pasar al bando de los desocupados despus de rendir tantos servicios y no ser precisamente una letra oqui. A barrerla, a borrarla, a sustituirla, dicen los perezosos manipuladores de las maquinitas, slo porque la da un poco de trabajo. Pereza ideolgica, hubiramos dicho en la dcada del setenta. Una letra espaola es un defecto ms de los hispanos, esa raza impura formateada y escaneada tambin por pereza y comodidad. Nada de hondureos, salvadoreos, caribeos, panameos. Impronunciables nativos! Sigamos siendo dueos de algo que nos pertenece, esa letra con caperuza, algo muy pequeo, pero menos oo de lo que parece. Algo importante, algo gente, algo alma y lengua, algo no descartable, algo propio y compartido porque as nos canta. No faltar quien ofrezca soluciones absurdas: escribir con nuestro inolvidable Csar Bruto, compinche del maestro Oski. Ninios, suenios, otonio. Fantasa inexplicable que ya fue y preferimos no reanudar, salvo que la Madre Patria retroceda y vuelva a llamarse Hispania. La supervivencia de esta letra nos atae, sin distincin de sexos, credos ni programas de software. Luchemos para no aadir ms lea a la hoguera dnde se debate nuestro discriminado signo.Letra es sinnimo de carcter. Avismoslo al mundo entero por Internet! La ee tambin es gente.

SOBRE LA AUTORA:Mara Elena Walsh (Buenos Aires 1930 2011) fue una poetisa, escritor, msica, cantautora, dramaturga y compositora argentina, que ha sido considerada como mito , prcer cultural (y) blasn de casi todas las infancias.Especialmente famosa por sus obras infantiles, entre las que se destacan el personaje/cancin Manuelita la tortuga y los libros Tut Maramb, El reino del revs, Dailan Kifki y "El monoliso" es tambin autora de difundidas canciones populares para adultos, entre ellas Como la cigarra, Serenata para la tierra de uno y El valle y el volcn. Otras canciones de su autora que integran el cancionero popular argentino son La vaca estudiosa, Cancin de Titina, El Reino del Revs, La pjara Pinta, La cancin de la vacuna (El brujito de Gulub), La reina Batata, El twist del Mono Liso, Cancin para tomar el t, En el pas de Nomeacuerdo, La familia Polillal, Los ejecutivos, Zamba para Pepe, Cancin de cuna para un gobernante, Oracin a la justicia, Cancin de caminantes, etc. Entre sus lbumes destacados se encuentran Canciones para mirar (1963) y Juguemos en el mundo (1968).La vela roja de Ambroce Birce

Un hombre que estaba a punto de morir, llam a su esposa y le dijo:

-Estoy por dejarte para siempre. Dame, entonces, una prueba definitiva de tu cario y de fidelidad. En mi escritorio hallars una vela roja que ha sido bendecida por el Sumo Sacerdote y tiene un valor mstico muy grande. Debes jurarme que mientras la vela exista, no volvers a casarte.

La mujer jur y el hombre muri. Durante el funeral, la mujer se mantuvo junto al fretro, sosteniendo una vela roja encendida, hasta que se consumi.La viuda fielde Ambroce Birce

Una viuda que lloraba ante la tumba de su esposo, fue abordada por un apuesto caballero, quien le declar en forma respetuosa que desde mucho tiempo atrs, ella le inspiraba los sentimientos ms hermosos.

-Miserable! replic la viuda- Retrese ahora mismo! Esta no es ocasin para hablar de amor!

- Le juro, seora, que no fue mi intencin revelar mis sentimientos se excus humildemente el apuesto caballero-, pero la fuerza de su belleza venci a mi discrecin.

-Tendra que venir a verme cuando no estoy llorando dijo la viuda.La viuda inconsolablede Ambroce Birce

Una Mujer con lutos de viuda lloraba sobre una tumba.

-Consulese, seora -dijo un simptico desconocido-. La piedad del cielo es infinita. En algn lado hay otro hombre, adems de su esposo, con quien usted puede ser feliz.-Lo haba, lo haba -solloz ella-, pero est en esta tumba.

SOBRE EL AUTOR:Ambrose Gwinett Bierce (Ohio, Estados Unidos, 24 de junio de 1842 despus de diciembre de 1913) fue un escritor, periodista y editorialista estadounidense.Los McWilliams y la alarma para ladrones de Mark TwainLa conversacin fue pasando lenta, imperceptiblemente del tiempo a las cosechas, de las cosechas a la literatura, de la literatura al chismorreo, del chismorreo a la religin, y por ltimo hizo un quiebro inslito para aterrizar en el tema de los aparatos de alarma contra los ladrones. Fue entonces cuando por vez primera el seor McWilliams demostr cierta emocin. Cada vez que advierto esa seal en el cuadrante de dicho caballero me hago cargo de la situacin, guardo profundo silencio y le doy oportunidad de desahogarse. Empez, pues, a hablar con mal disimulada emocin:

No doy un cntimo por los aparatos de alarma contra ladrones, seor Twain, ni un cntimo, y voy a decirle por qu. Cuando estbamos acabando de construir nuestra casa advertimos que nos haba sobrado algo de dinero, cantidad que sin duda haba pasado desapercibida tambin al fontanero. Yo pensaba destinarla para las misiones, pues los paganos, sin saber por qu, siempre me haban fastidiado; pero la seora McWilliams dijo que no, que mejor sera instalar un aparato de alarma contra los ladrones, y yo hube de aceptar el convenio. Debo explicar que cada vez que yo quiero una cosa y la seora McWilliams desea otra distinta, y hemos de decidirnos por el antojo de la seora McWilliams, como siempre sucede, ella lo llama un convenio. Pues bien: vino el hombre de Nueva York, instal la alarma, nos cobr trescientos veinticinco dlares y asegur que ya podamos dormir a pierna suelta. As lo hicimos durante cierto tiempo, cosa de un mes. Pero una noche olemos a humo, y mi mujer me dice que ms vale que suba a ver qu pasa. Enciendo una vela, me voy para la escalera y tropiezo con un ladrn que sala de un aposento con una cesta llena de cacharros de latn que en la oscuridad haba tomado por plata maciza. Iba fumando en pipa.

-Amigo -le dije-, no se permite fumar en esta habitacin.

Confes que era forastero y que no podamos esperar que conociese las normas de la casa, aadiendo que haba estado en muchas por lo menos tan buenas como aquella y que nunca hasta entonces se le haba hecho la menor objecin en ese sentido. En toda una larga experiencia, puntualiz, en ningn sitio se pens jams que tales normas obligasen a los ladrones.

Yo repuse:

-Pues nada, siga fumando, si esa es la costumbre; creo, no obstante, que conceder a un ladrn el privilegio que se niega a un obispo constituye una clara demostracin de la relajacin de los tiempos en que vivimos. Pero dejando eso a un lado, con qu derecho entra usted en esta casa, furtiva y clandestinamente, sin hacer sonar la alarma contra los ladrones?

Pareci confuso y avergonzado, y con visible embarazo declar:

-Le pido mil perdones. No saba que tuviesen ustedes una alarma contra ladrones, pues de haberlo sabido la habra hecho sonar. Le suplico que no lo comente donde puedan orlo mis padres, porque estn viejos y delicados, y tan imperdonable infraccin de los convencionalismos consagrados por nuestra civilizacin cristiana podra cortar con demasiada brusquedad el frgil puente que pende en las tinieblas entre el presente plido y evanescente y las grandes profundidades solemnes de la eternidad. Le importara darme una cerilla?

-Sus sentimientos le honran -contest-, pero si me permite decirlo, la metfora no es su fuerte. Djese de la pierna: estas cerillas slo se encienden con la caja, y aun as no siempre, si puede darse crdito a mi experiencia. Pero volviendo al asunto: cmo ha entrado usted aqu?

-Por una ventana del segundo piso.

As haba sido, en efecto. Proced a rescatar los cacharros segn las tarifas de las casas de compra-venta, descontando los gastos de publicidad, di las buenas noches al ladrn, cerr la ventana tras l y fui a presentar mi informe ante el cuartel general. A la maana siguiente mandamos aviso al de las alarmas contra ladrones, vino y nos explic que la razn de que la alarma no se hubiera disparado era que slo la primera planta de la casa estaba conectada a la misma. Era lo que se dice una idiotez: en una batalla, tanto da no llevar armadura en absoluto como llevarla slo para las piernas. As pues, el tcnico conect a la alarma todo el segundo piso, nos sac trescientos dlares ms y se fue con viento fresco. Al cabo de cierto tiempo sorprend una noche a un ladrn en el tercer piso cuando se dispona a bajar por una escala de mano con un lote de efectos variados. Mi primer impulso fue el de partirle la cabeza con un taco de billar; pero el segundo fue el de abstenerme de tal designio, ya que el hombre se encontraba entre la taquera y yo. El segundo impulso era sin duda alguna el ms sensato, de modo que me contuve y proced a la consabida transaccin. Recuper los efectos a la misma tarifa que la vez anterior, descontando el diez por ciento en concepto de uso de la escalera de mano, que era ma, y al da siguiente mand llamar otra vez al experto, el cual conect a la alarma el tercer piso a cambio de otros trescientos dlares.

Para entonces el avisador alcanzaba ya dimensiones impresionantes. Tena cuarenta y siete rtulos con los nombres de las diversas dependencias y chimeneas, y ocupaba el espacio de un armario ropero corriente. El timbre era del tamao de una palangana y haba sido instalado sobre la cabecera de nuestro lecho. Un alambre iba desde la casa al alojamiento del cochero en la caballeriza, y junto a su almohada tena otro timbre de padre y muy seor mo.

Era para que nos hubisemos encontrado ya a nuestras anchas, y sin embargo, haba un pero. Todas las maanas, a las cinco, la cocinera abra la puerta de la cocina en cumplimiento de sus obligaciones, y para qu contar la que se armaba! La primera vez que sucedi tal cosa pens que haba llegado el juicio final. No lo pens dentro de la cama, sino fuera, y es que el primer efecto de ese timbre apocalptico es el de proyectarle a uno a travs de la casa y estamparlo contra la pared, y dejarlo all enroscado y retorcindose como una araa cuando cae en la tapa de la estufa, hasta que llega alguien y cierra la puerta de la cocina. Con toda sinceridad, no hay estruendo que pueda compararse ni remotamente a la horrsona estridencia de ese timbre. Pues bien, semejante catstrofe aconteca regularmente todas las maanas a las cinco en punto, hacindonos perder tres horas de sueo; porque le voy a decir a usted, si ese artilugio le despierta a uno no se limita a despabilarlo a medias; lo despabila del todo, en cuerpo y alma, y ya est listo para dieciocho horas de vigilia integral: dieciocho horas en el ms inconcebible desvelo que haya experimentado en su vida. Cierto visitante se nos muri una vez en casa, y lo pusimos para velarlo aquella noche en nuestro dormitorio. Cree usted que el difunto esper al juicio final? No, seor; se incorpor a las cinco de la maana siguiente del modo ms simple y automtico. Yo saba de antemano lo que iba a pasar; lo saba a ciencia cierta. Cobr su seguro de vida y sigui viviendo tan campante, ya que haba sobradas pruebas del absoluto rigor cientfico de su fallecimiento.

As las cosas, bamos languideciendo poco a poco camino del reino que nos est destinado, debido a nuestra diaria merma de horas de sueo; hasta que al fin llamamos otra vez al tcnico, que conect un alambre en el lado exterior de la puerta e instal un interruptor; slo que Thomas, el mayordomo, sola incurrir en un pequeo error: desconectaba la alarma por la noche al irse a acostar y volva a conectarla por la maana al rayar el da, a tiempo precisamente para que la cocinera abriese la puerta de la cocina y diese lugar a que el timbre nos proyectara a travs de la casa, rompiendo a veces tal cual ventana con alguno de nosotros. Al cabo de una semana llegamos a la conclusin de que aquel lo del interruptor era un embeleco y una trampa. Descubrimos tambin que una banda de ladrones llevaba alojada en la casa no s cunto tiempo, no precisamente para robar, pues a la sazn no quedaba ya gran cosa que llevarse, sino para esconderse de la polica, porque andaban muy acosados, y sagazmente consideraron que los inspectores jams imaginaran que una cuadrilla de ladrones habase acogido al santuario de una casa notoriamente protegida por el dispositivo de alarma contra los ladrones ms impresionante y complicado de todo el continente americano.

Avisamos una vez ms al tcnico, que en esta ocasin nos sorprendi con una idea deslumbrante: arregl el aparato de suerte que al abrirse la puerta de la cocina quedase cortada la alarma. Era una idea de alto copete, y nos la hizo pagar en consonancia. Pero ya habr previsto usted el resultado. Yo conectaba la alarma todas las noches a la hora de acostarnos, perdida la confianza en la frgil memoria de Thomas; y en cuanto se apagaban las luces entraban los ladrones por la puerta de la cocina, desconectando de este modo la alarma sin necesidad de esperar a que la cocinera lo hiciese por la maana. Comprender usted lo delicado de nuestra situacin. En muchos meses no pudimos tener huspedes. No haba en la casa ni una sola cama libre, ya que todas estaban ocupadas por los ladrones.

Al fin hall por mi cuenta una solucin. El experto, acudiendo a nuestra llamada, tendi otro alambre subterrneo hasta la caballeriza, e instal all un interruptor, de forma que el cochero pudiera conectar y desconectar la alarma. La cosa dio resultado al principio, y sigui una era de paz durante la cual nos fue posible volver a invitar a nuestros amigos y gozar de la vida.

Pero al poco tiempo el recalcitrante dispositivo de alarma nos sali con una veleidad indita. Cierta noche de invierno nos vimos arrojados de la cama por la msica subitnea del pavoroso timbrecito, y cuando corrimos a trompicones hasta el tablero indicador, encendimos la luz de gas y vimos la indicacin Cuarto de los nios, la seora McWilliams cay como muerta, y a m estuvo en un tris de pasarme lo mismo. Ech mano a mi escopeta y aguard al cochero mientras prosegua el horrible estruendo. Supuse que su timbre lo habra lanzado tambin a l de la cama y que saldra con su escopeta nada ms vestirse. Cuando estim que haba transcurrido un tiempo suficiente entr sigiloso en el cuarto contiguo al de los nios, mir por la ventana y vi abajo en el patio la sombra borrosa del cochero, el arma al brazo y al acecho de una oportunidad. Pas entonces al cuarto de los nios, dispar, y en el mismo instante lo hizo tambin el cochero apuntando al fogonazo de mi escopeta. Los dos acertamos; yo lisi a una niera, y l me arranc todo el pelo del cogote. Encendimos la luz y telefoneamos a un cirujano. No haba ni rastro de ladrones ni ventana alguna levantada. Faltaba un cristal, pero era aquel por donde haba pasado el tiro del cochero.

He aqu un inslito misterio: una alarma contra ladrones disparndose a medianoche por su propia cuenta sin que hubiese un solo ladrn en las inmediaciones!

El tcnico acudi a nuestra llamada de costumbre y explic que se trataba de una falsa alarma. Dijo que era muy fcil de arreglar. De modo que repas la ventana del cuarto de los nios, nos exigi por ello una cifra remunerativa, y se march.

Lo que sufrimos a causa de las falsas alarmas durante los tres aos siguientes no hay pluma estilogrfica capaz de describirlo. En los tres meses que siguieron no s cuntas veces tuve que salir corriendo con mi escopeta a la habitacin indicada, y el cochero acuda presuroso con su artillera para ayudarme. Pero nunca tuvimos oportunidad de disparar contra nada; todas las ventanas estaban perfectamente cerradas. Al da siguiente mandbamos llamar al tcnico, quien arreglaba las ventanas culpables de la falsa alarma para que nos dejaran tranquilos una semana o as y jams olvidaba mandarnos una factura que rezaba ms o menos:Alambre$ 2,15

Tubo de unin$ 0,75

Dos horas de trabajo$ 1,50

Cera$ 0,47

Cinta aislante$ 0,34

Tornillos$ 0,15

Carga de batera$ 0,98

Tres horas de trabajo$ 2,25

Cuerda$ 0,02

Grasa$ 0,66

Crema Pond's$ 1,25

Muelles a 0,50$ 2,00

Desplazamientos en ferrocarril$ 7,25

$19,77

A la larga ocurri lo que tena que ocurrir -despus de haber respondido a tres o cuatrocientas falsas alarmas-, a saber: dejamos de hacerles caso. S, yo me limitaba a levantarme tranquilamente, una vez que el timbre me haba lanzado de un lado a otro de la casa, inspeccionaba tranquilamente el avisador, tomaba nota de la habitacin indicada y luego desconectaba tranquilamente del sistema esa habitacin. A continuacin volva a la cama como si nada hubiera ocurrido. Y no era esto todo; dejaba desconectada la habitacin permanentemente y no llamaba al tcnico. Pues bien, huelga decir que pasado algn tiempo todas las habitaciones quedaron desconectadas y el sistema dej de funcionar.

Fue en esta poca de indefensin cuando ocurri la peor calamidad de todas. Los ladrones entraron una noche y se llevaron la alarma! S seor, hasta la ltima tuerca. La arrancaron con clavos y todo; arramblaron con muelles, campanas, gongs, batera... Se llevaron 250 kilmetros de alambre de cobre; la dejaron completamente limpia, y ni siquiera qued un solo tornillo al que pudiramos maldecir para desahogarnos.

Nos cost Dios y ayuda recuperarla, pero al fin lo conseguimos, a base de dinero. La compaa de timbres de alarma nos dijo que lo que ahora debamos hacer era instalarla bien, con sus nuevos muelles patentados en las ventanas para evitar falsas alarmas y su nuevo reloj patentado para desconectarla y conectarla por la maana y por la noche sin ayuda humana. Pareca una buena idea. Prometieron que todo quedara instalado en diez das. Pusieron manos a la obra, y nosotros nos marchamos de veraneo. Trabajaron un par de das, y luego tambin ellos se fueron de veraneo. A continuacin los ladrones se instalaron en casa para pasar all sus propias vacaciones.

Cuando regresamos en el otoo, la casa estaba tan vaca como un barril de cerveza en una habitacin donde hayan estado trabajando los pintores. Volvimos a amueblarla, y luego mandamos llamar urgentemente al tcnico. Este termin la instalacin y dijo:

-Este reloj est preparado para conectar la alarma todas las noches a las diez y para desconectarla todas las maanas a las seis menos cuarto. Todo lo que tienen que hacer es darle cuerda una vez a la semana y olvidarse de que existe. El slito se encargar de la alarma.

Despus de aquello disfrutamos de tres meses de absoluta tranquilidad. La cuenta fue de echarse las manos a la cabeza, como es natural, y yo haba dicho que no la pagara hasta quedar convencido de que la nueva maquinaria no tena el menor fallo. El plazo estipulado era de tres meses.

As pues, pagu la factura, y al da siguiente, ni ms ni menos, la alarma empez a zumbar a las diez de la maana como diez mil enjambres de abejas. Gir las agujas doce horas, de acuerdo con las instrucciones, y esto desconect la alarma; pero hubo un segundo sobresalto por la noche, de modo que tuve que adelantar el reloj otras doce horas para que la alarma quedara conectada de nuevo.

Este desatino se prolong una o dos semanas, hasta que vino el tcnico e instal un nuevo reloj. En los tres aos siguientes volvi cada tres meses para instalar un nuevo reloj. Pero ninguno de ellos dio resultado. Todos tenan el mismo diablico defecto: conectaban la alarma durante el da, y no la conectaban durante la noche; y si la conectaba uno mismo, ellos se encargaban de desconectarla en el momento en que volva uno la espalda.

Bueno, esta es la historia de la alarma contra ladrones, todo tal y como ocurri, sin suprimir un solo detalle ni aadirlo con intenciones maliciosas. S seor. Y despus de dormir nueve aos con ladrones, despus de tener todo ese tiempo una dispendiosa alarma -para su proteccin, no para la ma-, y todo ello a mis expensas, pues no haba manera de hacer aportar a los cacos un msero centavo, dije sencillamente a la seora McWilliams que estaba hasta la coronilla de aquel asunto; as pues, con pleno consentimiento de ella, hice desmontar todo aquel aparato y lo cambi por un perro, al que luego pegu un tiro. No s lo que opinar usted acerca de la cuestin, seor Twain; pero yo opino que esos chismes se fabrican nicamente para beneficio de los cacos. S seor, una alarma contra los ladrones combina en su ser todo lo que de reprobable tienen un incendio, un motn y un harn, y al mismo tiempo carece de ninguna de las ventajas compensatorias, de la ndole que fuere, que normalmente acompaan a semejante combinacin. Adis: yo me apeo aqu.SOBRE EL AUTOR:Mark Twain

Pedro Urdemales y el compadre

(texto del folklore argentino)

En cierto pago vivan Pedro Urdemales y su compadre, que era un paisanoenriquecido. Pero la amistad entre ellos se haba roto porque Pedro habacorrido una cuadrera en un caballo del compadre para perderla, arreglado conotros apostadores. Para ello, haba enterrado un sapo vivo con un trapo rojoa su lado en la pista, y eso -como es sabido provoca una derrota segura. Elcompadre jur vengarse y un da, muy enojado, dijo a su esposa que ira amatar a Urdemales. La mujer le contest: -Mejor no te metas con esevivaracho, que te perjudicar.

- Qu me va a embromar, ese taimado! -dijo el compadre- jams! Conmigo vaa aprender que el agua no se mastica! Y dicho esto, ensill su parejero y sefue a lo de Pedro. -Buen da, compadre. Vengo a matarlo por traidor y malbicho. Urdemales estaba a la espera de que el compadre viniera a matarlo,porque saba que ya lo haba anunciado en la pulpera, varias veces.-Bueno, compadre, es verdad que ya es hora de que muera-le contest-. Peroquiero hacerle un pedido y es de salir por el pago a recorrer por ltima vezlas pulperas. Pedro implor esto humildemente, con voz sumisa. El compadrecedi y juntos salieron. Pero Pedro Urdemales ya tena pensado cmoescaparse de la muerte y, encima, quedarse con otra ponchada de pesos. Poreso, antes de ir el compadre a matarlo, Pedro haba salido por el poblado yen tres o cuatro pulperas muy bien surtidas haba dejado pago un gasto quehara con su compadre, y les pidi a los pulperos que no hicieran la menorobservacin delante de l. Al trote llegaron a la primera pulpera y Pedrodijo: -Compadre, almorzaremos bien antes de morirme. No me quiero ir vacoal cielo! As, ataron sus buenos pingos en el palenque y entraron. Pedrosac de abajo del poncho un sombrero muy viejo que tena y con l golpetres veces en el mostrador. Muy corts sali el pulpero y pregunt qu seserviran:-Triganos de comer en abundancia -dijo Pedro Urdemales. El pulpero trajochinchulines, asados, mollejas, pan, vino.

Pedro finga comer mucho pero no quera hartarse, para as convencer alcompadre de pasear otro rato por el pueblo y buscar otra pulpera.Terminados de comer, se levantaron, saludaron y montaron en los caballos.Pedro hizo un gran gesto al guardar nuevamente el sombrero viejo. El pulperosalud, sin reclamar paga alguna. El compadre se extra y le pic lacuriosidad acerca del sombrero, pero no quiso preguntar nada.Andando al trote llegaron a otro boliche. Pedro dijo que tena nuevamenteapetito e invit al compadre a bajar y comer algo.

-Total- dijo-, es el ltimo da de mi vida y me quiero ir con la panza comocarro.Ataron los caballos y bajaron. Pedro entr primero, sac con aparatosidadel sombrero y con l golpe tres veces sobre una mesa. Zas, zas, zas! Elpulpero levant la vista y pregunt:

-Qu desean los seores? Almorzar como "dotores" -contest Pedro Urdemales.El pulpero les baj unos chorizos secos que tena colgados de una caa,cort pan casero y sobre el final hasta convid cigarros. Pedro fumaba ycabeceabacomo pensando en la muerte.

Bueno, se despidieron y tomaron para la puerta. El pulpero, para asombrodel compadre, no reclam nada. Y Pedro guard nuevamente con mucho cuidadoel sombrero viejo. Entonces el compadre no aguant y le pregunt cul era elmisterio del sombrero. A lo que Pedro contest: -Ah, compadre, este sombreroviejo permitir vivir muy bien a mi pobre china cuando se quede viuda.-Se lo compro.

- No compadre, no se vende. Y as comenz un tira y afloje por el cual elcompadre perdon la vida a Pedro Urdemales y encima le dio una carrada dedinero. Y para probarle que el sombrero "funcionaba", Pedro todava loacompa a una tercera pulpera que tena arreglada, donde repitieron lode los golpes.

Contento regres el compadre a su casa, a mostrarle a su china que sehaba agenciado el sombrero de la virtud. Pero la mujer, ms ladina, ledijo: -Otra vez te jorob Urdemales. Molesto, el compadre le dijo que lhaba visto con sus propios ojos el milagro. Y al da siguiente, muy ufano,invit a varios amigos a almorzar, llevando el sombrero.Problemas y trabajos prcticos

de Jean TardieuEl espacio Dado un muro, qu pasa detrs?

Cul es el camino ms largo entre dos puntos?

Dados dos puntos, A y B situados a igual distancia el uno del otro, cmo hacer para desplazar a B sin que A lo advierta?

Cuando usted habla del Infinito, hasta cuntos kilmetros puede hacer sin cansarse?

Prolongue una lnea recta al infinito qu encontrar al final? El tiempo Dados dos viajeros, uno nacido en 1913 y el otro en 1890, cmo harn para encontrarse en 1944?

Medir en dcimos de segundo el tiempo que se necesita para pronunciar la palabra eternidad. El espacio y el tiempo Fije en su mente, antes de dormirse, dos puntos cualesquiera del espacio y calcule el tiempo que se necesita, durmiendo, para ir del uno al otro.

Un aviador de veinte aos de edad da la vuelta a la tierra con tanta rapidez, que gana tres horas por da. Al cabo de cuanto tiempo habr vuelto a la edad de tres aos? Problemas de lgebra con dos incgnitas Dado qu va a ocurrir no s qu ni cundo, qu providencias toma usted?

Una bola de billar remonta un plano inclinado. Haga una averiguacin. La astronoma Una estrella fugaz cae en su mirada. Qu hace usted? Pequea cosmogona prctica Construya un mundo coherente a partir de Nada, sabiendo que: Yo = T y que Todo es Posible. Haga un dibujo. La lgica Cundo usted supone resuelto un problema, por qu contina, pues, la demostracin? No sera mejor que se fuera a dormir?

Encuentre en qu estriba el vicio de construccin del siguiente silogismo:

Mortal era Scrates

Ahora bien, yo soy parisiense

Luego, todos los pjaros cantan El lenguaje Tome una palabra corriente. Pngala bien visible sobre una mesa y descrbala de frente, de perfil y de tres cuartos.

Repita una palabra tantas veces como sean necesarias para volatilizarla, y analice el residuo.

Encuentre un solo verbo para significar el acto que consiste en beber un vaso de vino blanco con un compaero borgon, en el caf de Los Dos Chinos, a las seis de la tarde, un da de lluvia, hablando de la no-significacin del mundo, sabiendo que acaba usted de encontrarse con su antiguo profesor de qumica y mientras cerca de usted una muchacha le dice a su amiga: Sabes cmo hice que le viera la cara a Dios!. Las metforas Dada una vieja cajita de madera que quiero destruir o arrojar a la basura, tengo el derecho de decir que la mato, que la espulgo, que la cocino, que la como, que la digiero, o bien que la borro, que la tacho, que la condeno, la encarcelo, la destierro, la destituyo, la vaporizo, la extingo, la desuello, la embalsamo, la fundo, la electrocuto, la deshincho, la barro? Responda a cada una de estas preguntas. La arqueologa Regrese con el pensamiento a los tiempos antiguos. La municipalidad de Atenas pone la piedra fundamental de las ruinas del Partenn. Describa la ceremonia.La geografa En dnde desembocara el Sena si su fuente estuviera en los Pirineos?

Aplaste el relieve de Suiza y calcule la superficie as obtenida. La personalidad Observe con atencin su mano izquierda y diga a quin pertenece.

Suponga que usted no es usted: encuentre un reemplazante.La moral Un muchacho ha robado un anillo valioso para regalrselo a su novia. Ahora bien, a la chica no le gusta el anillo. Lo rechaza. Qu debe hacer el muchacho?

La psicologa

Cmo se representa usted la falta de pescado? Dibjelo.

Cmo hace usted para sorprender a los personajes indeseables que se deslizan entre sus pensamientos? Enumere diversos procedimientos.

A fin de remontarse en sus recuerdos, aplique una escalera contra la pared, pero no empiece a subir sin haberse provisto de una cuerda, uno de cuyos extremos ser slidamente fijado al piso y el otro enrollado alrededor de su puo izquierdo. Por no haber tomado esta precaucin, muchas personas nunca han vuelto.

La sinceridad

Dado que usted me presenta un tarjeterito afirmndome que est vaco, si al abrirlo bruscamente me encuentro con un cocodrilo de gran tamao, quin ha mentido: usted o yo? Adivine lo que quiero decir.

[...] SOBRE EL AUTOR:Jean Tardieu (1903-1995), poeta y dramaturgo francs. Vinculado al surrealismo, public libros de poemas, como Accents (1939) Le Tmoin invisible (1943), Jours ptrifis (1948) Une voix sans personne (1954) y Pomes joue (1960); obras de teatro, Un mot pour un autre (1951); Les Amants du mtro (1952), Thtre de Chambre (1955); libros infantiles y la autobiografa On vient chercher Monsieur Jean (1990). En su pas es reconocido tambin por su trabajo en la radio.Antropofagia de Alfred Jarry Esta rama demasiado olvidada de la antropologa, la antropofagia, no se muere; la antropofagia no ha muerto.

Hay, como se sabe, dos formas de practicar la antropofagia: comer seres humanos o ser comido por ellos. Hay tambin dos maneras de probar que uno ha sido comido. Por el momento slo examinaremos una: si La Patrie del 17 de febrero no ha disimulado la verdad, la misin antropofgica enviada por el diario a Nueva Guinea habra logrado un xito total, tanto que ninguno de sus miembros habra regresado, excepcin hecha, como corresponde, de dos o tres especmenes que los canbales tienen la costumbre de dejar con vida para encargarles trasmitir sus saludos a la Sociedad de Geografa.

Antes de la llegada de la misin de antropofagia, es verosmil pensar que, entre los papes, esta ciencia se hallaba en paales: le faltaban los primeros elementos, los materiales, nos atreveramos a decir. En efecto, los salvajes no se comen entre ellos. Ms an, se desprende de varios ensayos de nuestros valerosos exploradores militares en Africa que las razas de color no son comestibles. No debe extraarnos pues el recibimiento solcito que los canbales dieron a los blancos.

Seria un grave error, sin embargo, no ver en la carnicera de la misin europea ms que una baja glotonera y un puro inters culinario. Este hecho, a nuestro entender, pone de manifiesto uno de los ms nobles impulsos del espritu humano: su propensin a asimilar todo aquello que encuentra bueno. Constituye una vieja tradicin, en la mayor parte de los pueblos guerreros, devorar tal o cual parte del cuerpo de los prisioneros, en la suposicin de que encierra diversas virtudes: la bondad, la valenta, la buena vista, la perspicacia, etc. El nombre de la reina Pomar significa "comeojo". Esta costumbre ha sido algo abandonada cuando se empez a creer en localizaciones menos simples. Pero se la vuelve a encontrar en los sacramentos de varias religiones basadas en la teofagia. Cuando los papes devoran exploradores de raza blanca entienden practicar una comunin con su civilizacin.

Si algunas vagas concupiscencias sensuales se han mezclado en el cumplimiento del rito es porque las sugiri el propio jefe de la misin antropofgica, el Sr. Henri Rouyer. Se ha observado que habla insistentemente, en su relato, de su amigo "el buen gordo Sr. de Vris". Los papes, a menos que se los suponga excesivamente ininteligentes, lo han interpretado de esta manera: bueno, es decir, bueno para comer; gordo, es decir, habr para todo el mundo. Es difcil que no se hicieran del Sr. de Vris la idea de una reserva de alimento vivo prevista para los exploradores. Cmo stos hubieran dicho que era bueno si no hubieran apreciado su calidad y la cantidad de su corpulencia? Por otra parte, est demostrado, para cualquiera que haya ledo relatos de viajes, que los explora- dores slo suean con comidas. El Sr. Rouyer confiesa que ciertos das de hambre "abastecan sus estmagos con orugas, gusanos, langostas, hembras de termitas..., insectos de una especie an rara para la ciencia". Esta bsqueda de insectos raros ha debido parecer a los indgenas un refinamiento de glotonera; en cuanto a las cajas de colecciones, era imposible que no las tomaran por extraordinarias conservas reclamadas por estmagos pervertidos, tal como nos imaginamos nosotros, hombres civilizados, el estmago de los antropfagos.

Fuatar, jefe de los papes, propuso al Sr. Rouyer el cambio de dos prisioneros de guerra por el Sr. de Vris y el boy Aripan. El Sr. Rouyer rechaz esta oferta horrorizado... Pero se apodera clandestinamente de los dos prisioneros. de guerra. No vemos ninguna diferencia entre esta actitud y la del ratero que rechazara, no menos horrorizado, la invitacin a pagar una cierta suma por la adquisicin de una o varias piernas de carnero, pero que hurtara, ausente el carnicero, esos miembros comestibles. El Sr. Rouyer ha tomado dos prisioneros. Qu ha hecho el Sr. Fuatar, jefe de los papes, al estipular el precio de la liberacin del boy y del Sr. de Vris sino establecer el monto legtimo de su factura?

Hay, decamos al comienzo, una segunda manera, para una misin antropofgica, de no volver, y este mtodo es el ms rpido y ms seguro: que la misin no parta. SOBRE EL AUTOR:

Alfred Jarry (Laval 1873 Pars 1908) Fue un dramaturgo, novelista y poeta francs conocido por sus hilarantes obras de teatro y su estilo de vida excntrico.La nariz

de Ryunosuke AkutagawaNo hay nadie, en todo Ike-no-wo, que no conozca la nariz de Zenchi Naigu. Medir unos 16 centmetros, y es como un colgajo que desciende hasta ms abajo del mentn. Es de grosor parejo desde el comienzo al fin; en una palabra, una cosa larga, con aspecto de embutido, que le cae desde el centro de la cara.

Naigu tiene ms de 50 aos, y desde sus tiempos de novicio, y aun encontrndose al frente de los seminarios de la corte, ha vivido constantemente preocupado por su nariz. Por cierto que simula la mayor indiferencia, no ya porque su condicin de sacerdote "que aspira a la salvacin en la Tierra Pura del Oeste" le impida abstraerse en tales problemas, sino ms bien porque le disgusta que los dems piensen que a l le preocupa. Naigu teme la aparicin de la palabra nariz en las conversaciones cotidianas.

Existen dos razones para que a Naigu le moleste su nariz. La primera de ellas: la gran incomodidad que provoca su tamao. Esto no le permiti nunca comer solo, pues la nariz se le hunda en las comidas. Entonces Naigu haca sentar mesa por medio a un discpulo, a quien le ordenaba sostener la nariz con una tablilla de unos cuatro centmetros de ancho y sesenta y seis centmetros de largo mientras duraba la comida. Pero comer en esas condiciones no era tarea fcil ni para el uno ni para el otro. Cierta vez, un ayudante que reemplazaba a ese discpulo estornud, y al perder el pulso, la nariz que sostena se precipit dentro de la sopa de arroz; la noticia se propal hasta llegar a Kyoto. Pero no eran esas pequeeces la verdadera causa del pesar de Naigu. Le mortificaba sentirse herido en su orgullo a causa de la nariz.

La gente del pueblo opinaba que Naigu deba de sentirse feliz, ya que al no poder casarse, se beneficiaba como sacerdote; pensaban que con esa nariz ninguna mujer aceptara unirse a l. Tambin se deca, maliciosamente, que l haba decidido su vocacin justamente a raz de esa desgracia. Pero ni el mismo Naigu pens jams que el tomar los hbitos le aliviara esa preocupacin. Empero, la dignidad de Naigu no poda ser turbada por un hecho tan accesorio como poda ser el de tomar una mujer. De ah que tratara, activa o pasivamente, de restaurar su orgullo mal herido.

En primer lugar, pens en encontrar algn modo de que la nariz aparentara ser ms corta. Cuando se encontraba solo, frente al espejo, estudiaba su cara detenidamente desde diversos ngulos. Otras veces, no satisfecho con cambiar de posiciones, ensayaba pacientemente apoyar la cara entre las manos, o sostener con un dedo el centro del mentn. Pero lamentablemente, no hubo una sola vez en que la nariz se viera satisfactoriamente ms corta de lo que era. Ocurra, adems, que cuando ms se empeaba, ms larga la vea cada vez. Entonces guardaba el espejo y, suspirando hondamente, volva descorazonado a la mesa de oraciones. De all en adelante mantuvo fija su atencin en la nariz de los dems.

En el templo de lke-no-wo funcionaban frecuentemente seminarios para los sacerdotes; en el interior del templo existen numerosas habitaciones destinadas a alojamiento, y las salas de baos se habilitan en forma permanente. De modo que all el movimiento de sacerdotes era continuo. Naigu escrutaba pacientemente la cara de todos ellos con la esperanza de encontrar siquiera una persona que tuviera una nariz semejante a la suya. Nada le importaban los lujosos hbitos que vestan, sobre todo porque estaba habituado a verlos. Naigu no miraba a la gente, miraba las narices. Pero aunque las haba aguileas, no encontraba ninguna como la suya; y cada vez que comprobaba esto, su mal humor iba creciendo. Si al hablar con alguien inconscientemente se tocaba el extremo de su enorme nariz y se le vea enrojecer de vergenza a pesar de su edad, ello denunciaba su mal humor.

Recurri entonces a los textos budistas en busca de alguna hipertrofia. Pero para desconsuelo de Naigu, nada le deca si el famoso sacerdote japons Nichiren, o Sriputra, uno de los diez discpulos de Buda, haban tenido narices largas. Seguramente tanto Ngrjuna, el conocido filsofo budista del siglo II, como Bamei, otro ilustre sacerdote, tenan una nariz normal. Cuando Naigu supo que Ryugentoku, personaje legendario del pas Shu, de China, haba tenido grandes orejas, pens cunto lo habra consolado si, en lugar de esas orejas, se hubiese tratado de la nariz.

Pero no es de extraar que, a pesar de estos lamentos, Naigu intentara en toda forma reducir el tamao de su nariz. Hizo cuanto le fue dado hacer, desde beber una coccin de uas de cuervo hasta frotar la nariz con orina de ratn. Pero nada. La nariz segua colgando lnguidamente.

Hasta que un otoo, un discpulo enviado en una misin a Kyoto, revel que haba aprendido de un mdico su tratamiento para acortar narices. Sin embargo, Naigu, dando a entender que no le importaba tener esa nariz, se neg a poner en prctica el tratamiento de ese mdico de origen chino, si bien, por otra parte, esperaba que el discpulo insistiera en ello, y a la hora de las comidas deca ante todos, intencionalmente, que no deseaba molestar al discpulo por semejante tontera. El discpulo, advirtiendo la maniobra, sinti ms compasin que desagrado, y tal como Naigu lo esperaba, volvi a insistir para que ensayara el mtodo. Naturalmente, Naigu accedi.

El mtodo era muy simple, y consista en hervir la nariz y pisotearla despus. El discpulo trajo del bao un balde de agua tan caliente que no poda introducirse en ella el dedo. Como haba peligro de quemarse con el vapor, el discpulo abri un agujero en una tabla redonda, y tapando con ella el balde hizo a Naigu introducir su nariz en el orificio. La nariz no experiment ninguna sensacin al sumergirse en el agua caliente. Pasado un momento dijo el discpulo:

-Creo que ya ha hervido.

Naigu sonri amargamente; oyendo slo estas palabras nadie hubiera imaginado que lo que se estaba hirviendo era su nariz. Le picaba intensamente. El discpulo la recogi del balde y empez a pisotear el promontorio humeante. Acostado y con la nariz sobre una tabla, Naigu observaba cmo los pies del discpulo suban y bajaban delante de sus ojos. Mirando la cabeza calva del maestro aqul le deca de vez en cuando, apesadumbrado:

-No te duele? Sabes?... el mdico me dijo que pisara con fuerza. Pero, no te duele?

En verdad, no senta ni el ms mnimo dolor, puesto que le aliviaba la picazn en el lugar exacto.

Al cabo de un momento unos granitos empezaron a formarse en la nariz. Era como si se hubiera asado un pjaro desplumado. Al ver esto, el discpulo dej de pisar y dijo como si hablara consigo mismo: "El mdico dijo que haba que sacar los granos con una pinza".

Expresando en el rostro su disconformidad con el trato que le daba el discpulo, Naigu callaba. No dejaba de valorar la amabilidad de ste. Pero tampoco poda tolerar que tratase su nariz como una cosa cualquiera. Como el paciente que duda de la eficacia de un tratamiento, Naigu miraba con desconfianza cmo el discpulo arrancaba los granos de su nariz.

Al trmino de esta operacin, el discpulo le anunci con cierto alivio:

-Tendrs que hervirla de nuevo.

La segunda vez comprobaron que se haba acortado mucho ms que antes. Acaricindola an, Naigu se mir avergonzado en el espejo que le tenda el discpulo. La nariz, que antes le llegara a la mandbula, se haba reducido hasta quedar slo a la altura del labio superior. Estaba, naturalmente, enrojecida a consecuencia del pisoteo.

"En adelante ya nadie podr burlarse de mi nariz". El rostro reflejado en el espejo contemplaba satisfecho a Naigu.

Pas el resto del da con el temor de que la nariz recuperara su tamao anterior. Mientras lea los sutras, o durante las comidas, en fin, en todo momento, se tanteaba la nariz para poder desechar sus dudas. Pero la nariz se mantena respetuosamente en su nuevo estado. Cuando despert al da siguiente, de nuevo se llev la mano a la nariz, y comprob que no haba vuelto a sufrir ningn cambio. Naigu experiment un alivio y una satisfaccin slo comparables a los que senta cada vez que terminaba de copiar los sutras.

Pero despus de dos o tres das comprob que algo extrao ocurra. Un conocido samurai que de visita al templo lo haba entrevistado, no haba hecho otra cosa que mirar su nariz y, conteniendo la risa, apenas le haba hablado. Y para colmo, el ayudante que haba hecho caer la nariz dentro de la sopa de arroz, al cruzarse con Naigu fuera del recinto de lectura, haba bajado la cabeza, pero luego, sin poder contenerse ms, se haba redo abiertamente. Los practicantes que reciban de l alguna orden lo escuchaban ceremoniosamente, pero una vez que l se alejaba rompan a rer. Eso no ocurri ni una ni dos veces. Al principio Naigu lo interpret como una consecuencia natural del cambio de su fisonoma. Pero esta explicacin no era suficiente; aunque el motivo fuera se, el modo de burlarse era "diferente" al de antes, cuando ostentaba su larga nariz. Si en Naigu la nariz corta resultaba ms cmica que la anterior, sa era otra cuestin; al parecer, ah haba algo ms que eso...

"Pero si antes no se rean tan abiertamente..." As cavilaba Naigu, dejando de leer el sutra e inclinando su cabeza calva. Contemplando la pintura de Samantabliadra, record su larga nariz de das atrs, y se qued meditando como "aquel ser repudiado y desterrado que recuerda tristemente su glorioso pasado". Naigu no posea, lamentablemente, la inteligencia suficiente para responder a este problema.

En el hombre conviven dos sentimientos opuestos. No hay nadie, por ejemplo, que ante la desgracia del prjimo, no sienta compasin. Pero si esa misma persona consigue superar esa desgracia ya no nos emociona mayormente. Exagerando, nos tienta a hacerla caer de nuevo en su anterior estado. Y sin darnos cuenta sentimos cierta hostilidad hacia ella. Lo que Naigu sinti en la actitud de todos ellos fue, aunque l no lo supiera con exactitud, precisamente ese egosmo del observador ajeno ante la desgracia del prjimo.

Da a da Naigu se volva ms irritable e irascible. Se enfadaba por cualquier insignificancia. El mismo discpulo que le haba practicado la cura con la mejor voluntad, empez a decir que Naigu recibira el castigo de Buda. Lo que enfureci particularmente a Naigu fue que, cierto da, escuch agudos ladridos y al asomarse para ver qu ocurra, se encontr con que el ayudante persegua a un perro de pelos largos con una tabla de unos setenta centmetros de largo, gritando: "La nariz, te pegar en la nariz".

Naigu le arrebat el palo y le peg en la cidra al ayudante. Era la misma tabla que haba servido antes para sostener su nariz cuando coma.

Naigu lament lo sucedido, y se arrepinti ms que nunca de haber acortado su nariz.

Una noche soplaba el viento y se escuchaba el taido de la campana del templo. El anciano Naigu trataba de dormir, pero el fro que comenzaba a llegar se lo impeda. Daba vueltas en el lecho tratando de conciliar el sueo, cuando sinti una picazn en la nariz. Al pasarse la mano la not algo hinchada e incluso afiebrada.

-Debo haber enfermado por el tratamiento.

En actitud de elevar una ofrenda, ceremoniosamente, sujet la nariz con ambas manos. A la maana. siguiente, al levantarse temprano como de costumbre, vio el jardn del templo cubierto por las hojas muertas de las breneas y los castaos, cadas en la noche anterior. El jardn brillaba como si fuera de oro por las hojas amarillentas. El sol empezaba a asomarse. Naigu sali a la galera que daba al jardn y aspir profundamente.

En ese momento, sinti retornar una sensacin que haba estado a punto de olvidar. Instintivamente se llev las manos a la nariz. Era la nariz de antes, con sus 16 centmetros! Naigu volvi a sentirse tan lleno de jbilo como cuando comprob su reduccin.

-Desde ahora nadie volver a burlarse de m.

As murmur para s mismo, haciendo oscilar con delicia la larga nariz en la brisa matinal del otoo.

SOBRE EL AUTOR:

Ryunosuke Akutagawa (Tokio 1892 1927) fue un escritor japons perteneciente a la generacin neorealista que surgi a finales de la Primera Guerra Mundial. Sus obras, en la mayora cuentos. Reflejan su iners por la vida del Japn feudal.Historia del varias veces muertoCuento extrado de Las mil y una nochesHaba en una ciudad un sastre que estaba satisfecho de su condicin. Amaba las distracciones tranquilas y alegres y de cuando en cuando acostumbraba a salir con su esposa a pasear y recrear la vista por calles y jardines.

Pero cierto da en que ambos regresaban a casa, casi al anochecer, encontraron en el camino a un jorobado de tan grotesca figura que resultaba tan antdoto de toda melancola y era capaz de hacer rer al hombre ms triste. Inmediatamente se le acercaron y se pusieron a charlar; como se divertan tanto con sus chanzas, lo invitaron a pasar la noche en su casa.

El jorobado respondi con disposicin a la oferta y se les uni. Al pasar por la feria, el sastre aprovech para comprar provisiones: bebida, pan y pescado fresco, sobre todo.

Cuando se sentaron a la mesa, los tres se lanzaron sobre la comida. Mientras coman alegremente, la mujer del sastre tom un gran trozo de pescado y se lo meti a empujones en la boca del jorobado, dicindole:

-Vamos, trgate todo este pescado, que en caso contrario no te suelto!

Entonces, el jorobado, tras mucho esfuerzo acab por tragarse el tremendo pedazo. Pero, desgraciadamente, el bocado tena una gran espina, que le atraves la garganta y lo mat en el acto.

Cuando el sastre vio que el jorobado haba muerto, se despert. Pero la mujer, muy resuelta, le dijo:

-Levntate, que entre los dos lo llevaremos, tapndolo con una colcha de seda, hasta sacarlo de aqu. T lo llevars al hombro y yo ir detrs de ti diciendo Es nuestro pobre hijo, que est muy enfermo y buscamos un mdico que lo cure!

Entonces el sastre se lo levant, envolvi al jorobado en la colcha y con la esposa salieron de casa. Como haban quedado, la esposa iba clamando: Oh, maldita viruela Al orlos, los transentes decan:

-Son un padre y una madre que llevan a un nio enfermo. Pobres! y se alejaban con decisin de la pareja.

As llegaron a la casa de un mdico, que quedaba escaleras arriba de otra. Llamaron y abri la puerta una criada a la que dijeron:

-Ve y entrgale este dinero por adelantado a tu amo, para que cure a nuestro hijo enfermo.

La criada se march y entonces la mujer del sastre dijo:

-Subamos y dejemos escaleras arriba al jorobado. Y vmonos de escapa!

El sastre subi, desenvolvi al muerto, lo dej en el segundo umbral, parado contra la pared y dndole un golpecito a su esposa se perdieron por las callejuelas.

Cuando la criada mostr al mdico el adelanto de dinero por curar al enfermo, ste se apresur a salir para ocuparse del caso. Pero en la prisa ni siquiera tom una vela para alumbrarse y por esto tropez con el jorobado, que cay escaleras abajo. Muy asustado de ver un cuerpo caer rodar as, el mdico baj, lo examin y al ver que estaba muerto, exclam:

-Oh, seor! Acabo de tropezar con este enfermo y lo he matado! Cmo har para deshacerme de este cadver? Entonces lo subi nuevamente y lo llevo adonde estaba su mujer, a quien se lo mostr y le pregunt qu hacer con el cadver. La mujer dijo:

-No, aqu no podremos tenerlo! Tenemos que quitarnos este muerto de encima antes de que llegue el da! Vamos a llevarlo hasta la azotea y desde all lo bajaremos al patio de nuestro vecino, el comerciante! Esa casa est llena de ratas y gatos y se lo comeran antes de que amanezca!

As decidieron hacerlo. Fueron a la azotea y desde all bajaron pausadamente al cadver hasta el patio del vecino, dejndolo de pie contra la pared de la cocina. Despus regresaron a sus habitaciones.

Haca pocos minutos que el cadver se hallaba en el lugar cuando el comerciante regres a su casa. En la media oscuridad de la noche divis una silueta en el patio, cerca de la cocina y, entonces, dijo:

-Aj. As que all anda el ladrn que acostumbra a robar mis provisiones. Con que no era un animal sino un ser humano. Ahora ver!

Y tomando un garrote, sali y le dio varios golpes al cadver, que cay pesadamente en el suelo, y aun en el piso el comerciante le dio algunos garrotazos ms. Pero al ver que el hombre no se mova, lo toc y, entonces, exclam:

-Maldita sean las provisiones y maldita sea esta noche! Tengo tanta mala suerte de haber matado a este tipo! Y ahora qu har con l!

Como la noche estaba por terminar, el comerciante tom el cadver y sali de su casa, cargndolo hasta llegar a la entrada de la feria. Entonces par al jorobado en la entrada de una tienda y huy.

Al poco tiempo de estar el cadver all, acert a pasar un borracho al que le haban robado su turbante. Los vapores de alcohol le hicieron pensar que quien estaba parado junto a la tienda era el ladrn y entonces comenz a darle golpes en la cabeza y a llamar a los guardias. Incluso cuando el cadver ya estaba en el piso, pretendi estrangularlo.

Llegaron los guardianes y viendo al borracho encima del muerto, con sus manos en la garganta, le gritaron:

-Djalo y levntate!

Entonces los guardias vieron que el jorobado haba muerto y amonestaron al borracho:

-Qu has hecho? Has matado a este hombre! Ahora enfrentars la justicia!

- Oh, qu terrible! se lament el borracho, repentinamente fresco-. En qu lo me he metido!

La conducta en los velorios

de Julio CortzarNo vamos por el ans, ni porque hay que ir. Ya se habr sospechado: vamos porque no podemos soportar las formas ms solapadas de la hipocresa. Mi prima segunda, la mayor, se encarga de cerciorarse de la ndole del duelo, y si es de verdad, si se llora porque llorar es lo nico que les queda a esos hombres y a esas mujeres entre el olor a nardos y a caf, entonces nos quedamos en casa y los acompaamos desde lejos. A lo sumo mi madre va un rato y saluda en nombre de la familia; no nos gusta interponer insolentemente nuestra vida ajena a ese dilogo con la sombra. Pero si de la pausada investigacin de mi prima surge la sospecha de que en un patio cubierto o en la sala se han armado los trpodes del camelo, entonces la familia se pone sus mejores trajes, espera a que el velorio est a punto, y se va presentando de a poco pero implacablemente.En Pacfico las cosas ocurren casi siempre en un patio con macetas y msica de radio. Para estas ocasiones los vecinos condescienden a apagar las radios, y quedan solamente los jazmines y los parientes, alternndose contra las paredes. Llegamos de a uno o de a dos, saludamos a los deudos, a quienes se reconoce fcilmente porque lloran apenas ven entrar a alguien, y vamos a inclinarnos ante el difunto, escoltados por algn pariente cercano. Una o dos horas despus toda la familia est en la casa mortuoria, pero aunque los vecinos nos conocen bien, procedemos como si cada uno hubiera venido por su cuenta y apenas hablamos entre nosotros. Un mtodo preciso ordena nuestros actos, escoge los interlocutores con quienes se departe en la cocina, bajo el naranjo, en los dormitorios, en el zagun, y de cuando en cuando se sale a fumar al patio o a la calle, o se da una vuelta a la manzana para ventilar opiniones polticas y deportivas. No nos lleva demasiado tiempo sondear los sentimientos de los deudos ms inmediatos, los vasitos de caa, el mate dulce y los Particulares livianos son el puente confidencial; antes de media noche estamos seguros, podemos actuar sin remordimientos. Por lo comn mi hermana la menor se encarga de la primera escaramuza; diestramente ubicada a los pies del atad, se tapa los ojos con un pauelo violeta y empieza a llorar, primero en silencio, empapando el pauelo a un punto increble, despus con hipos y jadeos, y finalmente le acomete un ataque terrible de llanto que obliga a las vecinas a llevarla a la cama preparada para esas emergencias, darle a oler agua de azahar y consolarla, mientras otras vecinas se ocupan de los parientes cercanos bruscamente contagiados por la crisis. Durante un rato hay un amontonamiento de gente en la puerta de la capilla ardiente, preguntas y noticias en voz baja, encogimientos de hombros por parte de los vecinos. Agotados por un esfuerzo en que han debido emplearse a fondo, los deudos amenguan en sus manifestaciones, y en ese mismo momento mis tres primas segundas se largan a llorar sin afectacin, sin gritos, pero tan conmovedoramente que los parientes y vecinos sienten la emulacin, comprenden que no es posible quedarse as descansando mientras extraos de la otra cuadra se afligen de tal manera, y otra vez se suman a la deploracin general, otra vez hay que hacer sitio en las camas, apantallar a seoras ancianas, aflojar el cinturn a viejitos convulsionados. Mis hermanos y yo esperamos por lo regular este momento para entrar en la sala mortuoria y ubicarnos junto al atad. Por extrao que parezca estamos realmente afligidos, jams podemos or llorar a nuestras hermanas sin que una congoja infinita nos llene el pecho y nos recuerde cosas de la infancia, unos campos cerca de Villa Albertina, un tranva que chirriaba al tomar la curva en la calle General Rodrguez, en Bnfield, cosas as, siempre tan tristes. Nos basta ver las manos cruzadas del difunto para que el llanto nos arrase de golpe, nos obligue a taparnos la cara avergonzados, y somos cinco hombres que lloran de verdad en el velorio, mientras los deudos juntan desesperadamente el aliento para igualarnos, sintiendo que cueste lo que cueste deben demostrar que el velorio es el de ellos, que solamente ellos tienen derecho a llorar as en esa casa. Pero son pocos, y mienten (eso lo sabemos por mi prima segunda la mayor, y nos da fuerzas). En vano acumulan los hipos y los desmayos, intilmente los vecinos ms solidarios los apoyan con sus consuelos y sus reflexiones, llevndolos y trayndolos para que descansen y se reincorporen a la lucha. Mis padres y mi to el mayor nos reemplazan ahora, hay algo que impone respeto en el dolor de estos ancianos que han venido desde la calle Humboldt, cinco cuadras contando desde la esquina, para velar al finado. Los vecinos ms coherentes empiezan a perder pie, dejan caer a los deudos, se van a la cocina a beber grapa y a comentar; algunos parientes, extenuados por una hora y media de llanto sostenido, duermen estertorosamente. Nosotros nos relevamos en orden, aunque sin dar la impresin de nada preparado; antes de las seis de la maana somos los dueos indiscutidos del velorio, la mayora de los vecinos se han ido a dormir a sus casas, los parientes yacen en diferentes posturas y grados de abotagamiento, el alba nace en el patio. A esa hora mis tas organizan enrgicos refrigerios en la cocina, bebemos caf hirviendo, nos miramos brillantemente al cruzarnos en el zagun o los dormitorios; tenemos algo de hormigas yendo y viniendo, frotndose las antenas al pasar. Cuando llega el coche fnebre las disposiciones estn tomadas, mis hermanas llevan a los parientes a despedirse del finado antes del cierre del atad, los sostienen y confortan mientras mis primas y mis hermanos se van adelantando hasta desalojarlos, abreviar el ultimo adis y quedarse solos junto al muerto. Rendidos, extraviados, comprendiendo vagamente pero incapaces de reaccionar, los deudos se dejan llevar y traer, beben cualquier cosa que se les acerca a los labios, y responden con vagas protestas inconsistentes a las cariosas solicitudes de mis primas y mis hermanas. Cuando es hora de partir y la casa est llena de parientes y amigos, una organizacin invisible pero sin brechas decide cada movimiento, el director de la funeraria acata las rdenes de mi padre, la remocin del atad se hace de acuerdo con las indicaciones de mi to el mayor. Alguna que otra vez los parientes llegados a ltimo momento adelantan una reivindicacin destemplada; los vecinos, convencidos ya de que todo es como debe ser, los miran escandalizados y los obligan a callarse. En el coche de duelo se instalan mis padres y mis tos, mis hermanos suben al segundo, y mis primas condescienden a aceptar a alguno de los deudos en el tercero, donde se ubican envueltas en grandes paoletas negras y moradas. El resto sube donde puede, y hay parientes que se ven precisados a llamar un taxi. Y si algunos, refrescados por el aire matinal y el largo trayecto, traman una reconquista en la necrpolis, amargo es su desengao. Apenas llega el cajn al peristilo, mis hermanos rodean al orador designado por la familia o los amigos del difunto, y fcilmente reconocible por su cara de circunstancias y el rollito que le abulta el bolsillo del saco. Estrechndole las manos, le empapan las solapas con sus lgrimas, lo palmean con un blando sonido de tapioca, y el orador no puede impedir que mi to el menor suba a la tribuna y abra los discursos con una oracin que es siempre un modelo de verdad y discrecin. Dura tres minutos, se refiere exclusivamente al difunto, acota sus virtudes y da cuenta de sus defectos, sin quitar humanidad a nada de lo que dice; est profundamente emocionado, y a veces le cuesta terminar. Apenas ha bajado, mi hermano el mayor ocupa la tribuna y se encarga del panegrico en nombre del vecindario, mientras el vecino designado a tal efecto trata de abrirse paso entre mis primas y hermanas que lloran colgadas de su chaleco. Un gesto afable pero imperioso de mi padre moviliza al personal de la funeraria; dulcemente empieza a rodar el catafalco, y los oradores oficiales se quedan al pie de la tribuna, mirndose y estrujando los discursos en sus manos hmedas. Por lo regular no nos molestamos en acompaar al difunto hasta la bveda o sepultura, sino que damos media vuelta y salimos todos juntos, comentando las incidencias del velorio. Desde lejos vemos cmo los parientes corren desesperadamente para agarrar alguno de los cordones del atad y se pelean con los vecinos que entre tanto se han posesionado de los cordones y prefieren llevarlos ellos a que los lleven los parientes.SOBRE EL AUTOR:

Julio Cortzar: