Textos premiados bachillerato

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IES Zizur BHI Certamen Literario (Curso 2012 - 2013) Textos Premiados: Bachillerato

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Relación de textos premiados en el certamen literario 2013

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IES Zizur BHI

Certamen Literario(Curso 2012 - 2013)

Textos Premiados:

Bachillerato

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Champagne, rosas y fresas

Siento que mis pies arden. Una gota perlada resbala por mi frente. Sudor. Cada poro de mi piel parece gritar ayuda. Apenas soy capaz de dar un suspiro. Mi lengua parece muerta. Tiene sabor a papel. Está seca. Tengo los labios agrietados y mi boca arde. Antes, todas las mujeres se peleaban por rozar mis labios, por besarlos... Y las que no querían... Todo el mundo tiene un precio, o casi. He perdido la cuenta de todas las mujeres con las que me he acostado. Se ha vuelto pura rutina. La primera vez que pagué a una puta me resultó excitante.Sentir cómo le quitaba las botas negras, altas, cómo le quitaba el sujetador y palpaba sus pechos, sus senos, cómo la penetraba. Al quitarle la ropa y verla desnuda la sentía frágil. Era entonces cuando bailaba para mí. Luego se acercaba, sugerente, y yo pausaba mis ojos en su cara, jamás en su cuerpo. El rojo sangre de sus pintados labios me excitaba aún más. Sus muslos, a diferencia de los míos, eran fuertes, y sus piernas interminables. Ahora parece que lo interminable es la estampa que tengo delante. Mis piernas apenas responden. Los pies avanzan dubitativos entre la arena. Un desierto árido se alza ante mí. Pero, ¿qué es eso? Parece... ¡Agua! Sonrío, pero al hacerlo mis labios se agrietan mucho más. Me da igual, ya no siento dolor. No tanto como el que me hicieron pasar, como el que me hiciste pasar, Carla. Fuiste mi amor, mi niña, mi acompañante, mi chica, mi cariño,... Lo fuiste todo para mí, hasta que todo se fue

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al carajo.

Vivíamos en un suburbio de París. Dos familias búlgaras perdidas en un país extranjero, sin saber francés, sin dinero, sin casa... Nos conocimos por casualidad. Quiero pensar que fue el destino, pero no creo en él. La primera vez que te vi, llevabas unos vaqueros raídos, una camiseta ajustada y unas ojeras de aquí a Japón. Nosotros llevábamos viviendo entre escombros un par de semanas. Mi padre y yo trabajábamos de sol a sol. Para entonces mi madre ya había muerto. No teníamos papeles y ganábamos algo de dinero con lo que conseguíamos vendiendo chatarra o cualquier cosa que tuviéramos a mano. Vosotros hicisteis lo mismo. Vivíamos cartón con cartón, tu con tus padres y yo con mi padre. Poco a poco nos fuimos conociendo. Y nos enamoramos, más bien me enamoré. El roce hizo el cariño, y cada vez que te veía sentía que mi corazón ardía como la paja... Hasta que te descubrí en los brazos de otro. No pude soportarlo y tuve que hacerlo, significabas demasiado y pensar que era con él con el que soñabas, me partió el alma en dos. Sí, lo maté, fui yo. Al día siguiente llegó la policía y nos desalojó de los cartones. No buscó al asesino de un inmigrante. Hoy, como entonces, sucedería lo mismo. Nada ha cambiado. Los políticos sólo se preocupan por el poder, por quién gobierna, en vez de pensar qué es lo mejor para los ciudadanos de ese país o ponerse de acuerdo para llevar a cabo soluciones que puedan mejorar el modo de vida de las personas. Nos echaron como a perros y no te volví a ver hasta que...

El dinero siempre ha sido una parte importante para mí. Cuando me fui de allá me convertí en lo que hoy soy. Tengo dinero para pagar prostitutas, casas, comida, coches lujosos... Lo que quiera. Todo el poder está en mis manos. ¿Que cómo lo hice? Me puse a robar, a estafar, a amedrentar... Conseguí algo de dinero y lo invertí en bolsa, así de fácil. Con un poco de suerte en unos cuantos meses ya había duplicado la cantidad del principio y a los dos años era rico. Claro que desde entonces todo ha ido amejor. Mientras los demás pierden dinero, yo lo gano. El chantaje, si te lo tomas en serio, es fácil de hacer. Sólo hay que persuadir a unos pocos para conseguir auténticos beneficios. Si te pillan, que sea porque has robado algo gigantesco, no por sandeces.

De todos modos, lo único que necesito ahora es un poco de agua. ¡Si apenas rozase un poco mis labios...! Pagaría millones por ella... Tengo que conseguir llegar, sólo unos pasos más... ¡Pumm! He caído al suelo. Mi mente dice lo contrario, pero la arena es tan cálida y reconfortante... en cierto sentido me recuerda la piel de una mujer.

Despierto. Tengo la frente bañada en sudor, mi respiración es entrecortada y mi corazón late a mil. Con los ojos desorbitados poso la mirada en lo que me rodea. Tras el gigantesco ventanal de mi cuarto, se yergue la torre Eiffel, tan esbelta y bella como siempre. Olfateo un conocido olor, veo las sábanas de hilo egipcio bordadas a mano con mi nombre en los bajos: Bartel. Algo se mueve entre ellas y al girar la mirada hacia mi izquierda me topo con la cabeza de una joven. Es muy atractiva y está desnuda. Un pezón asoma entre sus brazos. Al darse cuenta de que me he despertado me mira desde sus ojos verdes. Es muy bella. Giro la mirada como movido por un resorte. Ella se acerca a mí, sonriendo, y me pregunta si necesito algo. Me quedo mudo. ¿Qué he estado haciendo todo este tiempo? Empieza a besarme el cuello. Sus dientes acarician el lóbulo de mi oreja... Pego un brinco. La saco de la cama, hago que se vista y la despacho de mi casa. A continuación, me dirijo al baño. Me sumerjo en una ducha de agua helada, y dejo que mis

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pensamientos fluyan al igual que lo hace el agua. Miles de ideas me taladran la cabeza pero sólo una parece ser la más oportuna. Me concentro en ella mientras me enjabono. Mi piel ya no está pegajosa por el sudor que la asolaba. Al extender el gel, un aroma de lavanda invade mi alma. Tengo muy claro que voy a hacer.

Me pongo el traje azul marino de Armani y tras elegir entre todas las opciones que tengo en el vestidor, me decanto por los zapatos negros de Gucci. Cojo el Rolex que descansa sobre la mesilla y salgo de casa dando un portazo. El sol se oculta en el cielo tras unas nubes caprichosas, crea una atmósfera triste y meditabunda en la ciudad. Me subo al coche y acelero. Mucho, muchísimo. El asfalto desaparece bajo las ruedas del Porche. Me dirijo hacia los suburbios que están a las afueras de la ciudad. Quiero volver a mi pasado, verlo y sentirlo. Pensarlo. Desacelero, pero no me atrevo a bajar. Mi mente divaga difusa entre millones de recuerdos y sentimientos. Es entonces cuando siento que una lágrima resbala por mi mejilla, juguetona, dejando ver mi fragilidad.

Trato de olvidar lo que acabo de recordar. Tuerzo la esquina y sin poder evitarlo veo una cara familiar. Freno en seco. No puede ser, ¡ES ELLA, CARLA! Sus ojeras siguen en el sitio de siempre, el exceso de maquillaje que lleva no lo puede esconder. Ha cambiado su vestuario. Viste unas botas rojas hasta media pierna, con tacones, y una minifalda negra que más parece un cinturón. La camiseta roja, deja poco que imaginar. Apenas sirve de sujetador. La vida es muy caprichosa y hay veces que nos pone las cosas en bandeja. Ella mira mi coche sorprendida, esboza una sonrisa y encamina su paso hacia donde estoy. Parece un animal felino, sugerente, sexy... ¿Qué hago? Piso el acelerador a fondo. Al alejarme me doy cuenta del nudo que tenía en el estómago. Me entran náuseas y empiezo a marearme.

Me dirijo a la más exquisita de las tiendas gourmet de París. Compro dos cosas: selecto champagne y unas fresas rojas color sangre. Al salir de la tienda cruzo la callepara comprar también unas bonitas rosas rojas. Mi mente y mi cuerpo están cansados de ir y venir, de tanto odio, de tanto vacío. Acelero. Quiero volver y verla cuanto antes.

Al llegar la encuentro en la misma esquina, apoyada en la pared en una posición sugerente. Paro el coche al lado de Carla y bajo la ventanilla del conductor apenas unos centímetros. No me atrevo a mirarla, así que me limito a leer lo que he escrito en la tarjeta de las flores: "Creía que estábamos juntos. El resto del mundo se me olvidó. Lo siento." Abro la puerta y le doy lo que le he comprado. Apenas nuestras miradas se cruzan, ella me reconoce. Una mueca de dolor cruza su cara, y sus dedos se crispan al recoger los objetos. Los tira con fuerza al suelo. Me meto en el coche sin decir palabra y acelero otra vez.

* * * * *

Sentir la adrenalina a tope, los pistones que rugen, la potencia del motor, la lluvia en los cristales y el parabrisas de lado a lado. Cien, ciento cincuenta, doscientos, doscientos cincuenta... Los kilómetros por hora se han convertido solo en números. Derecha, izquierda, derecha...

* * * * *

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Nunca pensé que la arena fuera tan cálida y reconfortante. Como la piel de la mujer a la que amas.

Aida Riancho López

RAÍCES

Cuando recuerdo a mamá siempre pienso en las hojas de un árbol, en de qué manera las hace cambiar el tiempo que pasa por ellas. Son de mil colores, de mil formas, de mil maneras. Así es como pienso en ella, siempre la misma y siempre diferente. Recordarla es como ver pasar por mi cabeza una película sin sonido, a veces fugazmente y otras a cámara lenta. En mi película tan solo aparece como protagonista la imagen de un gran árbol, un árbol uerte que estira sus ramas como tratando de alcanzar el cielo. La cinta comienza en primavera y el árbol está más bonito que nunca. Ha renacido, desprende vida por todas partes, en sus flores, en sus hojas y en sus frutos.

Y llega el verano y el árbol mantiene su vitalidad, recibe calor y da calor. Sus hojas aún son verdes, de un tono intenso, de esperanza. Pero la promesa que lleva consigo ese color se va perdiendo, el verano se vuelve seco. Las hojas amarillean, y el árbol pasa sed... hasta la venida del otoño. Entonces parece recuperar parte de su fortaleza con el agua que traen las lluvias, pero es en falso. Se ahoga, se apaga, sus hojas empiezan a caer despacio, con suavidad, se dejan mecer por el viento hasta alcanzar el suelo. El árbol, mi árbol, acaba quedando desnudo, nada lo cubre, nada lo protege, no sabe si podrá soportar lo que viene. Aguarda paciente la llegada del invierno y cuando este por fin aparece, lo hace estremecerse. Sus ramas se congelan, su corteza se desprende. Está débil. El frío lo destroza, poco a poco, y casi con dulzura se aferra a cada una de sus partes, las deshace bajo su dureza. Y finalmente lo deja marchito y sin vida.

Así, tal y como la enfermedad dejó a mi madre.

Pero ahora algo nuevo aparece en mi recuerdo. Los frutos que dio el árbol cayeron al suelo, y dos emergieron de la tierra lentamente. Fueron creciendo, estirando su tronco y sus ramas, en el mismo lugar en el que había estado aquel anterior. Todavía son pequeños, pero sus raíces son sólidas y se entrelazan unas con otras con energía.

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Ambos son distintos, pero son memoria del que los hizo brotar.

Aparco por un momento mis pensamientos y miro fijamente a mi hermana que está a mi lado. Le sonrío y me devuelve la sonrisa.

Estoy segura de que los dos árboles, en un futuro prosperarán, se harán grandes y estirarán sus ramas... tratando de alcanzar el cielo.

Miren Usunáriz Iribertegui

Simplemente el Recuerdo

Agarro su mano, fuerte, muy fuerte, con el deseo de tenerle siempre en mi vida. Siento que nos fundimos en una sola persona. Su tacto, sus manos ásperas fruto de todo el trabajo, la forma de coger mi mano y llevarme contra él. Me abraza, y entonces siento su olor, su respiración, el palpitar de su corazón, me siento la persona más pequeña del mundo entre sus brazos y a su vez la más grande. Cierro los ojos, no pienso, solo disfruto el momento junto a él. Entonces acerca sus labios húmedos a mi oído y un escalofrío recorre mi cuerpo. Comienza a hablarme, palabra tras palabra, siempre he pensado que las palabras son el arma blanca más peligrosa de todo el mundo. En minutos escuchándolas puedes sentir que eres la persona más extraordinaria o por el contrario, te pueden hacer sentir la más miserable. Pero en ese preciso momento me hacen sentir única, y se quedan grabadas en mi mente. "Te quiero, te quiero mucho, pero no olvides nunca que no puedes depender de ninguna persona en esta vida. La vida, amor, es como un árbol, siempre tiene sus raíces, la familia, amigos, personas queridas, todo el mundo que te hace sentir bien. Luego llega el tronco, el pilar de todo el árbol, de tu vida, donde guardas los recuerdos, aquellas cosas que hacen que seas la persona que eres, y luego arriba, muy arriba, las ramas, los momentos que vives, pero que pasan de largo. Piensa en las estaciones. Digamos que nacemos en primavera, cuando brotan las flores, salimos al mundo, vamos creciendo, adquiriendo experiencia en las cosas de la vida, y comenzamos a interiorizar todos los momentos vividos. Llega el verano, los mejores años de nuestras vidas, amigos, fiestas, el primer amor, los estudios, tu primer trabajo, esos momentos que nos hacen las personas más felices del mundo. Pero luego llega el otoño, y esos momentos que se quedan en las hojas del árbol de nuestra vida se caen. Van cayendo uno a uno, hasta que solo te quedan aquellos que te han marcado de verdad. Finalmente... llega el invierno y sólo tienes esos momentos que te han dejado una cicatriz en tu interior y que por mucho que intentes quitarlos únicamente los haces más grandes. Aquello que por mucho que rasques en un tronco lo único que consigues es hacer un agujero más hondo, más profundo. Te das cuenta de que

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sólo los tienes que dejar estar, porque las personas que llegan se van, los momentos se esfuman, pero las raíces, las raíces siempre permanecen ahí, ese pilar que te mantiene fuerte, apóyate siempre en él. Solo tienes que esperar a que pase el frío invierno y buscar aquellas zonas de sol que te hacen sentir bien. Siempre tienes la posibilidad de intentar aparentar ser otra persona, vestir al árbol como tú quieres, pero es en vano. Así que recuerda, que siempre puedes tener muchos árboles alrededor pero todos marchitan y al final solo puedes seguir adelante tu sola." Entonces abro los ojos y veo el viejo edificio que se encuentra junto a nosotros y me pregunto cuántas personas habrán vivido momentos en su interior como el que yo acababa de pasar junto a él. Le miro, miro sus ojos preocupados pero no le doy importancia, nos damos un beso y cada uno nos vamos en dirección contraria, yo a la oficina y él a casa a continuar con la novela que estaba escribiendo.

Salgo de trabajar, está anocheciendo y mis ganas de llegar a casa aumentan por momentos. Me espera un largo camino hasta allí, y a lo largo de toda la calle, el sonido de mis tacones me acompaña hasta casa. Llego al portal, introduzco mi mano en el bolso buscando mis llaves pero no las hallo. Lo agito con la esperanza de escuchar el tintineo. Al escucharlas vuelvo a buscar bien y las encuentro. Introduzco la llave en la cerradura y al abrir la puerta, veo la larga escalera que me queda por subir. Escalón, escalón... una sensación rara recorre mi cuerpo, el corazón se me acelera y noto un nudo en el estómago. Son las 22:07 y a estas horas él tendría que estar preparando la cena y mientras en el reproductor de música deberían de estar sonando los Rolling Stones.

Como de costumbre, desde que nos mudamos no había dejado de escuchar a su grupo favorito todos los días, de 22:00 a 22:30. Llego a la puerta y mil pensamientos recorren mi mente. Entro, siento frío, pánico, miedo, la casa está oscura, las puertas cerradas excepto una, de la que sale un poco de luz. Probablemente esté sentado junto a su ordenador con los cascos puestos, siempre dice que la música es la mejor solución para evadirse de sus problemas. La verdad es que no hay momento mejor que aislarte un poco de la realidad, escuchando tu música preferida, soñando. ¿Qué los sueños, sueños son? Sean lo que sean, son aquellos que nos hacen libres. Podemos imaginar cualquier cosa que deseemos por una fracción de segundo que aunque no sea real, nos hace felices. Llego a la habitación y no hay nadie, sólo un montón de papeles y libros desordenados, y en el ordenador la foto de la casa de veraneo junto al lago. Empiezo a leer los documentos y me doy cuenta de que hay pequeños círculos arrugados en ellos, como si una lágrima se hubiera deslizado por su rostro hasta acabar encima de esas hojas. Puedo oír el palpitar de mi corazón en medio de toda la casa, y una gota de sudor se desliza por mi frente. Leo dos palabras, "cáncer diagnosticado". Como siempre he creído, las palabras pueden hacer mucho daño, y en ese momento siento una puñalada en el estómago. Sin dudarlo voy hasta la puerta de entrada, y en el pequeño recibidor me doy cuenta de que no están las llaves de su coche. Agarro las mías y me dirijo hasta el coche. Siento algo tan raro que no me puedo percatar de que estoy cogiendo el llavero tan fuerte que me estoy haciendo heridas en la mano.

Llevo cuatro horas conduciendo. Mi cabeza llena de mil pensamientos de los que no me puedo parar a pensar, recorren mi mente como el paisaje que tengo alrededor y veo tras la ventanilla. Doscientos veinte kilómetros por hora, y lo único que consigo ver es una larga carretera y a los lados arena, rocas, plantas secas. Un paisaje árido, casi desértico.

En mi mente surge la imagen de aquel niño que tanto nos impactó en nuestro último

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viaje y nos animó a intentar de nuevo formar una familia. Esa había sido nuestra ilusión este último año.

Sin darme cuenta, ya llevo más de una hora conduciendo, y a lo lejos me percato de que la luz de nuestra casa de veraneo está encendida. Aparco en el terreno arenoso donde solemos dejar el coche, unos metros más adelante está el suyo. Corro, y a mi paso voy dejando una nube de polvo que levantan mis pisadas. Llego a la terraza donde acababa todas las noches de verano, tumbada en la hamaca, y su silueta a lo lejos trayéndome un helado de avellana de los que tanto me gustan. Pero esta vez veo su silueta desvanecida en el suelo. Grito pero no sirve para nada, no hay nadie alrededor. Corro hacia él y una vez a su lado hinco mis rodillas en el suelo. Está pálido, no siento su respiración, no siento el sonido de su corazón, y a su lado una nota que nunca más podrá decirme. "Te quiero, amor, no lo dudes. Pero para mí el otoño ha llegado, y no quiero pasar un invierno que no merezca la pena. En el árbol de la vida, hay que aprovechar bien las hojas, porque tras llegar el otoño, estas se caen, poco a poco, lentamente sin que tú te des cuenta. No intentes recogerlas o pegarlas, simplemente deja que estén ahí, porque conforme más las tocas, piensas en ellas o intentas recuperarlas, más aumenta el dolor. No me merece la pena vivir suspirando, prefiero dejar esta vida en un suspiro. Te amo."

Leo, pienso y lloro. Estas noventa y cinco palabras han cambiado mi vida. Sólo pienso en los momentos vividos junto a él mientras las lágrimas recorren mi rostro. Me doy cuenta de que las personas somos como una caja de momentos vividos que un día, el menos esperado, en primavera, verano, otoño o invierno, todos ellos, unidos a las personas conocidas y experiencias vividas se los lleva el viento y no nos queda nada.

Simplemente el recuerdo.

Marta Viedma Ansa

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