Tfg Provisional Andrés Marti_1 3 Del 6 (1)
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Universitat de ValènciaFacultat de Geografía i Historia
Grau en Història
GÈNESI DE LA CULTURA POLÍTICA DE LA TRANSICIÓN EN ESPAÑA: RAÍCES POLÍTICAS Y CULTURALES DEL CONSENSO
Estudiant: Andrés Martí Bonete
Tutor: Dr. Marc Baldó Lacomba
INDICE
1. Origen del concepto de transición y precedentes de la cultura política del consenso.
2. De la cultura política en la España de Franco al nacimiento de la cultura política de la transición.
3. Análisis del modelo español de transición: condicionantes y contexto.
3.1 Crisis de la dictadura.
3.2 Movilizaciones sociales durante la transición.
3.3 Papel que juegan los liderazgos individuales político-sociales: negociaciones y decisiones estratégicas.
4. Visión actual de la transición a la democracia.
5. Conclusiones.
6. Bibliografía.
1. Origen del concepto de transición y precedentes de la cultura política del consenso
Para analizar la cultura política de la transición es necesario conocer el origen del
término al referirse al espacio de tiempo que transcurre entre el final de la dictadura del
General Franco y la instauración definitiva de la democracia en España. Según Santos Juliá
“la primera ocasión en que aparece el postulado de un periodo de transición para España es
la declaración aprobada en febrero de 1937 por el Comité français pour la paix civile et
religieuse en Espagne”. Este Comité, presidido por Jacques Maritain, plantea un esquema de
acción en el que el término de transición adquiere su primer significado que no es otro que
“periodo de tiempo necesario para que el pueblo español recuperara la posibilidad de
decidir libremente la forma de gobierno que prefiriera y que no podría expresarse “más que
en una votación popular, un plebiscito, por ejemplo”1. Se trata de una idea muy importante
puesto que se introduce en el horizonte el objetivo que ha de perseguir la sociedad española
y que a posteriori será clave en la propia transición, es decir, el concepto de consenso.
Buceando en el origen del concepto de transición política es vital señalar el papel que
tuvo en el desarrollo de la idea de consenso Manuel Azaña, presidente de la II República
entre 1936 y 1939. Manuel Azaña presentó a Francisco Largo Caballero, presidente del
Gobierno durante la guerra civil, entre otros, un plan de transición que comenzaría con una
serie de acciones diplomáticas por parte de las cinco potencias que estaban inmersas en la
guerra2que impondrían a los combatientes una suspensión de armas como condición sine
qua non para la retirada de tropas extranjeras y, una vez logrado este objetivo, los españoles
podrían retomar vínculos y continuar con la reagrupación de familias. Manuel Azaña
confiaba, tras esto, en que los españoles, ya hartos de empuñar las armas, nunca más lo
hicieran. Una vez conseguido todo esto, y bajo supervisión internacional, tendría lugar a
cabo un referéndum en territorio español por el cual los españoles elegirían su futuro
régimen.
Vemos, por tanto, un esqueleto definido en el plan de Azaña: en primer lugar una
mediación internacional para conseguir un armisticio firmado por los dos bandos, en
segundo lugar, una especie de apaciguamiento global y por último un referéndum para
1 Santos Juliá, “Transición antes de la transición” en Gutmaro Gómez Bravo (coord..), Conflicto y consenso en la transición española, Madrid, Pablo Iglesias, 2009, pp 21-22
2 Reino Unido, Francia, Alemania, Italia y Unión Soviética.
decidir el futuro régimen. También Indalecio Prieto apoyó este plan, aunque con la novedad
de que cualquier cosa relacionada con el plebiscito o referéndum debería de ser
responsabilidad de las “naciones americanas de habla española” en lugar de a las potencias
implicadas en la guerra, planteamiento que, recordemos, presentó Manuel Azaña. Una idea
que, además, sólo se planteó tras la batalla de Teruel y al ver que, para muchos, la guerra
estaba perdida una vez llegadas las tropas de Franco al Mediterráneo. El plan de ambos
políticos convergía en una fase común: para iniciar el período de transición debía de existir
una renuncia a la legitimidad de la República.
Finalmente nunca se llevarían a cabo estas ideas por la intransigencia de los
franquistas –apoyados por la Iglesia– que no veían con buenos ojos un final con resultado de
tablas ni negociado. Y así fue, el curso y desenlace de la guerra dejaría vencedores y
vencidos. Se perdía la primera oportunidad de consenso.
Más tarde, y aprovechando la coyuntura que dejó el final de la Segunda Guerra
Mundial con la victoria de los aliados sobre las dictaduras fascistas, se plantearía un posible
derrocamiento del régimen del general Franco, con lo que se retomaba la idea de un nuevo
período de transición esta vez tutelado por un “gobierno de representación” en el que
además “estarían integrados también, junto a representantes de la oposición y
personalidades independientes, aquellos que, procedentes de los vencedores en la guerra,
“no tuvieran las manos manchadas de sangre”. Este gobierno tendría el objetivo de convocar
un referéndum para la libre elección de los españoles de su propio gobierno.
Todos los planes de transición fueron imposibles de realizar porque los principales
pilares en los que se sustentaba el régimen, es decir, las tres grandes burocracias: militar,
eclesiástica y fascista no mostrarían ningún tipo de debilidad. Además, tras la caída de las
dictaduras fascistas europeas, el régimen daría un nuevo giro a su seña de identidad
acentuando ahora su naturaleza católica. También, muy poco después, se iniciaba la guerra
fría y Franco se expresaba como un pivote anticomunista de la civilización occidental: el
“centinela de occidente”. Las potencias democráticas no intervinieron en España por estas
razones y otras más complejas que se remontan a la intrincada diplomacia que se desarrolló
a lo largo de la guerra mundial entre España y los Aliados y también a la propia estrategia
“no intervención” de la España franquista al lado del Eje.3 3 La bibliografía sobre la no intervención de la España franquista en la guerra mundial y de las potencias
Aliadas en la España franquista, así como las relaciones diplomáticas de los gobiernos españoles con los Aliados y las potencias de Eje son un tema complejo y con su propia historiografía, en el que aquí no podemos
Este abandono de España a su suerte o a su proceso propio por parte de los Aliados,
reforzó las posiciones internas del franquismo de no dar tregua a los vencidos. A esta férrea
disposición de intransigencia mostrada por los pilares en que se sustentaba el régimen de
Franco (Iglesia, Movimiento y Ejército), y que tenía como objetivo excluir toda propuesta de
acuerdo con los vencidos, hay que añadir la incipiente dispersión de las ideas de la izquierda
republicana separada en bandos y diferencias estratégicas: republicanos, socialistas,
comunistas, anarquistas y monárquicos tenían puntos de vista diferentes. Santos Juliá ha
explicado los dos principales posiciones de los primeros años: en primer lugar los
republicanos que no veían posible un cambio de régimen sin que antes se produjera un
derrocamiento total del aparato franquista y, a su vez, una sustitución de sus instituciones
por las republicanas. En segundo lugar, los socialistas que, a pesar de hablar del régimen de
transición sin signo institucional definido, estaban muy próximos a aceptar una restauración
de la monarquía que se personalizaría en Juan de Borbón, eso sí, con el compromiso de,
como final de proceso, convocar unas elecciones4.
Tras estos pasos en falso para instaurar un período de transición, los comunistas,
desde 1956 introducen un concepto novedoso para el período de transición que se había
querido instaurar en España, el de “reconciliación nacional” que pretendía la “búsqueda de
acuerdos contra quienes se habían combatido años antes y la cancelación de
responsabilidades por todo lo ocurrido en la guerra o como consecuencia de la misma”. En
este caso, el PCE plantea un programa en el que, como mínimo, debían figurar puntos como:
desarrollo de la lucha unida contra la dictadura hasta que, a través de una huelga nacional
pacífica, se lograra el derrocamiento del régimen, o el restablecimiento de todas las
libertades democráticas así como la amnistía general para presos y exiliados políticos que,
además, era extensiva a cualquier responsabilidad derivada de la Guerra Civil por ambos
bandos. Por último es importante destacar que se debían programar elecciones
entrar, pese a las conexiones con nuestro tema. Entre los trabajos de sobre la cuestión, ver Carlos Collado Seidel “España en la Segunda Guerra Mundial: la ‘hábil prudencia’ de un ‘neutral’”; Xavier Moreno Juliá “El franquismo contra la Unión Soviética”, Juan Carlos Pereira Castañares, “De ‘Centinela de Occidente’ a la conspiración masónico-comunista: la política exterior del franquismo", los tres en trabajos en Ángel Viñas, ed., En el combate por la historia: la república, la Guerra Civil y el Franquismo, Barcelona, Pasado y Presente, 2012, pp. 593-612 y 613-629 y 659-667 respectivamente. Otros trabajos son: Franco, Javier Tusell, España y la II Guerra Mundial: entre el eje y la neutralidad, Madrid, Temas de Hoy, 1995 y Florentino Portero, Franco aislado: la cuestión española (945-1950), Madrid, Aguilar, 1989.
4 Santos Juliá, “Transición antes de la transición” en Gutmaro Gómez Bravo (coord..), Conflicto y consenso en la transición española, Madrid, Pablo Iglesias, 2009, pp-29-30
constituyentes para que el pueblo español tuviera la oportunidad de elegir de manera
democrática el régimen de su preferencia. Aquí vemos otro cauce que se abría para afrontar
un nuevo período de transición, con nuevas ideas entre las que hay que destacar el concepto
de amnistía general y que a su vez, al referirse a “huelga nacional pacífica”, subraya que es
en el interior de España donde tiene que fraguarse el principio del cambio, dando ya por
supuesto que no habrá ninguna intervención exterior otrora tan esperada, por ejemplo por
Azaña.
La idea de consenso cada vez va tomando más protagonismo en las estrategias de
transición hacia la democracia. En la década de 1960, concretamente en 1961 y tras mucho
tiempo de negociación y conversación fuerzas como Izquierda Democrática Cristiana, Acción
Republicana Democrática Española, PSOE, UGT, Partido Nacionalista Vasco, Acción
Nacionalista Vasca, Solidaridad de Trabajadores Vascos y Esquerra Republicana firman una
declaración en París en la que queda estipulado que, a la desaparición del régimen de
Franco, el esquema de transición será “amnistía, libertad y elecciones”.5
En este momento llegamos al punto álgido de esta fase de la, según terminología de
Santos Juliá, “prehistoria de la Transición”: el coloquio de Múnich de 1962 en el que se
llegaría a varios acuerdos entre los que destacan puntos básicos –ya venían siendo hablados
y aceptados entre las fuerzas de la oposición, tanto en el interior como en el exilio– como
por ejemplo la instauración de instituciones verdaderamente representativas y democráticas
elegidas por los gobernados; el reconocimiento de los derechos de la persona, así como el
pleno y libre ejercicio de las libertades sindicales sobre bases democráticas y la defensa de
los trabajadores de sus derechos fundamentales a través de huelgas y, por último, la libertad
de poder organizar corrientes de opinión y de formar partidos políticos6Es importante
destacar que en el coloquio de Múnich se deja claro que la violencia no entraba en ninguno
de los planes durante el proceso de transición. Hay renuncia a la violencia generalizada –
seguramente por el reciente trauma de la Guerra Civil y sus consecuencias– con lo que la
idea de consenso pacífico alcanza su máximo exponente.
En líneas generales vemos que en todos las ideas de transición que hemos analizado
desde las primeras de Azaña o Prieto hasta la alcanzada en el coloquio de Múnich el
5 Santos Juliá, “Transición antes de la transición” en Gutmaro Gómez Bravo (coord..), Conflicto y consenso en la transición española, Madrid, Pablo Iglesias, 2009, pp 33-34
6 Santos Juliá, “Transición antes de la transición” en Gutmaro Gómez Bravo (coord..), Conflicto y consenso en la transición española, Madrid, Pablo Iglesias, 2009, pp 35-36
esquema de transición tiene puntos en común: que el proceso de transición tuviese como
telón de fondo la paz y que este proceso siempre acabara con un plebiscito o unas
elecciones para decidir el régimen futuro para España. Como comenta Santos Juliá se
produce una clara diferencia entre todo el proceso de conversaciones para la transición
hasta el coloquio de Múnich por una parte y el proceso de diálogo a partir del coloquio de
Múnich hasta la propia transición. Esta diferencia es la inclusión de “partidos totalitarios”
como por ejemplo el comunismo que hasta este momento había sido excluido de las
negociaciones –por ejemplo en el coloquio de Múnich no tiene voz– pero que empieza a
tomar un papel protagonista en la lucha contra el franquismo y que posiblemente había
dado el paso más importante en la idea de consenso hasta el momento al iniciar la política
de diálogo con otros grupos políticos, como por ejemplo con el sector católico. El papel del
comunismo será clave en esta etapa del proceso de nacimiento de la idea de consenso en
política.
En este punto es importante revisar cómo van avanzando las ideas de consenso
también en otros ámbitos, como por ejemplo en el del trabajo. Ya desde finales de la década
de 1940 se aprecia una leve revitalización de la lucha de la clase obrera con huelgas
esporádicas y dispersas en Cataluña o el País Vasco. Una huelga importante, ya en 1951,
comenzaría en Barcelona llevándose a cabo un boicot a los tranvías que mostraba la
disconformidad con la subida de las tarifas. Es necesario destacar que en estas huelgas el
comunismo tiene un papel protagonista consolidándose así como “la fuerza más activa de
oposición a la dictadura”.7 Con la Ley de Convenios Colectivos de 1958 vemos cómo se
introduce la negociación colectiva en la que se unen por los mismos objetivos –tener voz
para negociar y penetrar en los sindicatos franquistas mediante sus representantes– grupos
católicos y comunistas. Se intenta llegar a un consenso en primer lugar al negociar con los
patronos y, por otra parte, también se crea una cultura de consenso entre los propios
trabajadores que, en muchos casos, partían con ideologías distintas para llegar a tener voz y
proponer sus medidas de mejora en el trabajo. Tanto es así que, en la década de 1960,
Comisiones Obreras, que anteriormente había organizado la réplica al poder de la
organización Sindical (OS), llegando a infiltrarse en sus propias filas y, según Maravall,
alcanzando una gran influencia entre los trabajadores y por ello consiguiendo la mayoría de
puestos de delegado de los trabajadores durante las elecciones sindicales nacionales que se
7 Julián Casanova y Carlos Andrés Gil, Historia de España en el siglo XX, Barcelona, Ariel, 2009, pp 185-186.
celebraron en 19758. Este hecho nos muestra un comportamiento que enlaza con las ideas
de consenso, es decir, para que todo esto fuera posible el nivel de colaboración y de
contacto entre los trabajadores y sus propias comunidades tuvo que ser decisivo. 9
Queda claro por tanto que, aún teniendo distintos ideales políticos y sociales, la
política en materia de trabajo del régimen, de la que están totalmente en contra, une a la
clase obrera y hace que su conciencia tome un giro radical: hay que unirse o no habrán
resultados, dicho de otra manera, todos han de ceder en sus ideales para poner en común
ciertos objetivos y derrocar al régimen y sus políticas.
A partir de los años sesenta se generalizaron y expandieron por todo el territorio
español organizaciones políticas clandestinas. Se trataba de grupos políticos presentes en la
sociedad civil entre los que podemos destacar los siguientes: organizaciones estudiantiles,
vecinales, grupos feministas, amas de casa y por supuesto partidos y sindicatos. Estos
grupos, pese a identificarse con tendencias políticas tan distintas que abarcan desde
socialistas a demócrata-cristiano pasando por izquierda nacionalista o eurocomunistas,
tenían algo en común y que es muy importante: “se declaraban contrarias al Estado”.
Decimos que es importante porque muestra de alguna manera el génesis de la cultura
política del consenso que tan importante sería durante la transición española. En palabras de
Mónica Threlfall “estas organizaciones no gubernamentales estaban comprometidas con la
democracia, excepto pequeños grupos de revolucionarios de la izquierda extraparlamentaria
y un puñado de exponentes de la lucha armada y las tácticas terroristas”. 10
En resumen, y con todos estos datos en la mano podemos afirmar que existió una
base, al menos teórica, para el desarrollo de los principios ideológicos de una transición
pacífica y basada en el diálogo en el estado español.
8 J.M. Maravall, Dictadura y disentimiento político: obreros y estudiantes bajo el franquismo, Madrid, Alfaguara, 1978.
9 Mónica Threlfall “Una reevaluación del papel de las organizaciones de la sociedad civil en la Transición” en Gutmaro Gómez Bravo (coord..), Conflicto y consenso en la transición española, Madrid, Pablo Iglesias, 2009, p 165.
10 Mónica Threlfall “Una reevaluación del papel de las organizaciones de la sociedad civil en la Transición” en Gutmaro Gómez Bravo (coord..), Conflicto y consenso en la transición española, Madrid, Pablo Iglesias, 2009, p 164.
2. De la cultura política de la España de Franco al nacimiento de la cultura política de la transición.
1.1. La cultura política en la España de Franco
Sabido es que, tras la Guerra Civil, España quedaría dividida –al menos
ideológicamente– en dos partes bien diferenciadas. Vencedores y vencidos. Parece claro
entonces que la política de la época franquista estaría monopolizada –como es propio de
cualquier régimen dictatorial– por los vencedores. Y no sólo eso, sino que se instalaría un
Estado de terror en el que los vencedores decidirían durante todo el lapso dictatorial el
destino de los vencidos11. Así pues, queda patente que la cultura política de este período
estará marcada por el desenlace de la Guerra Civil en la que la victoria legitimará cualquier
decisión de la clase política.
Por todo ello, en un clima bipolar de vencedores y vencidos, patriotas y traidores, la
cultura política de esta España franquista se debe dividir dos subgrupos: la cultura política de
identificación y la de alienación12 El resultado de la Guerra Civil adquiere de nuevo
importancia puesto que sirve para polarizar de manera drástica cualquier actitud política.
A lo largo de las siguientes líneas analizaremos brevemente las dos ramas de la
cultura política de la España de Franco: la cultura de identificación y la cultura de alienación,
siempre según la terminología de Eduardo L. Aranguren. Daremos cuenta de ellas para poder
entender –y comparar– de qué manera va cambiando la cultura política en la España
franquista hasta convertirse, como explicaremos más adelante, en la cultura política
postfranquista de la transición.
En primer lugar vamos a desglosar la cultura de identificación. El rasgo más
definitorio de esta cultura será el autoritarismo. Para Aranguren, tres son los
comportamientos clave para entender la cultura autoritaria. En primer lugar el dogmatismo,
en segundo lugar la inercia y por último la actitud de acatamiento. Según lo recogido, en
este caso por López Pina, el resumen del pensamiento de un español autoritario tipo sería:
“tolerar diferencias de opinión es peligroso, ya que la verdad sólo es una; además, a ellos
11 Se abría un período en el que los vencedores realizarían ejecuciones, torturas, destrucción de familias, así como de desplazamientos masivos y exilio de los vencidos. Julián Casanova y Carlos Andrés Gil, Historia de España en el siglo XX, 2009, p. 157.
12 López Pina, Aranguren, La cultura política de la España de Franco, 1976 , p. 138.
que no los metan en líos políticos, que luego se escapa algo y se lo llevan quien menos culpa
tienen; después de todo, en política, como en otras cosas, más vale malo conocido que
bueno por conocer, y más nos vale que quienes estén arriba decidan por su cuenta, porque
realmente los españoles no entendemos de política.”13 En líneas generales se aprecia esa
inercia de seguir el curso marcado por los políticos y por no sentirse, en ningún caso, como
un activo político capaz de intervenir o de siquiera cuestionar las decisiones políticas
planteadas desde arriba. Conformismo y dogmatismo completan la opinión de la mayoría de
pertenecientes a la cultura de identificación.
Según Aranguren “un sector de este público general ha solido traducir su síndrome
autoritario en términos de <<Viva Franco>> como fórmula de vida”14. Con los datos en la
mano, vemos cómo la cifra de esta clasificación oscilaría entre el 15 o 25 por 100. Este grupo
consolidado de españoles, entre otros prejuicios, mantendrá su repulsa hacia los rojos y
hacia los partidos políticos, ni siquiera querrá participar de manera activa en política:
presentan una sólida conexión e identificación con la figura de Franco, lo que significa que
mantienen la idea de que lo que el Caudillo haga, bien hecho estará. Se trata de un sector
que apoyará incondicionalmente a la coalición azul15 y que, además, se mostrará en clara
oposición de la libertad de expresión o del derecho de huelga, lo que, por tanto, aleja a este
grupo de alcanzar cualquier tipo de consenso con el que no piensa como ellos. Esto último
es importante puesto que en la transición se observa una transformación en la cultura
política dado que la gran mayoría sí estará dispuesta a dialogar para alcanzar acuerdos en los
que, en esta ocasión sí, todos tendrán que ceder.
En clara oposición a la cultura de identificación encontramos la de alienación. Con
base en el liberalismo, la cultura de alienación defenderá entre sus postulados principales los
derechos fundamentales así como una democracia de partidos. También se mostrará en
contra, según Aranguren, de mantener el espíritu de la Guerra Civil y a su vez defenderá el
13 Descripción, basada en las encuestas, que hace Aranguren del prototipo de español autoritario. López Pina, Aranguren, La cultura política de la España de Franco, 1976 , pp. 140-141.
14 Término acuñado por Aranguren para clasificar a los más extremistas pertenecientes a la familia autoritaria. López Pina, Aranguren, La cultura política de la España de Franco, 1976 , p. 142.
15 Terna formada por Falange, Tradicionalismo y Movimiento Nacional
control del Poder. Esta cultura estará cifrada en un número que oscilará entre el 25 y el 40
por 100 en vida de Franco. Es importante señalar que, aunque en un contexto
desfavorable16, esta cultura ha sido superior numéricamente a la de <<Viva Franco>> lo que
nos muestra -al menos ideológicamente- su solidez y tradición en España.
Pese a la existencia de estas dos culturas bien diferenciadas, en líneas generales, los
datos nos muestran una mayoría apolítica en España. Hay, durante la dictadura franquista,
una gran tasa de ciudadanos sin opinión. Entre otras razones, la principal parece ser el
control exhaustivo llevado a cabo por parte del Régimen para acabar con cualquier brote de
conciencia política activa entre la población. Para Martín Martínez el problema radica en que
la gran mayoría de gente carece de información y de conocimiento para formar cualquier
opinión sobre política17. Para hacernos una idea, el porcentaje de los "muy interesados" en
política será solamente del 14% el año del referéndum, en 1966, siendo este el pico más alto
que se observa entre los “muy interesados”.18
Conectando con la cultura política de identificación, vemos que la tendencia a la
inercia política será la principal característica entre la población española de los años
sesenta. El hecho de que esta cultura política esté tan presente entre la población puede
relacionarse -además de con la limitación de libertades y con la falta de información política
proporcionada por los gobernantes- con que, esta mayoría de ciudadanos -y en concreto el
sector joven- considera que su participación activa en política es nula. ¿Para qué
preocuparse por la política si en ningún caso se tiene influencia? Esta pregunta parece
hacerse la población española de los años cincuenta y sesenta. Existe una verdadera
conciencia de marginación política por parte del Régimen que se encargaba, por una parte,
de que no existieran alternativas políticas y, por otra, de que no despertase la conciencia
política de la población. En este sentido, y como apunta Maravall, el régimen franquista
presentaba una ideología claramente desmovilizadora19.
16 Como sabemos, la cultura política franquista fue desmovilizadora y represiva. Carme Molinero La movilización de masas
17 López Pina, Aranguren, La cultura política de la España de Franco, 1976 , p. 67, tabla 4.4 “Información”
18 Informe FOESSA sobre la situación social de España.
19 José María Maravall, La política de la transición, Madrid, 1981, p.100
1.2. Cultura política en la España postfranquista.
Analizando ahora la cultura política en la España postfranquista debemos atender al
interés de los ciudadanos por la política puesto que, como apunta Maravall, “la cultura
política de los ciudadanos se convierte en un factor más crucial para el análisis político,
puesto que la estabilidad política dependerá fundamentalmente del apoyo que las
instituciones –instauradas a través de una transición corta-, prácticas y principios
democráticos encuentren en los actores políticos”.
Para conocer este interés de la población por la política Maravall establece, entre
otras, tres dimensiones relacionadas entre sí. En primer lugar, la concepción de la política en
general, en segundo lugar, las formas de participación de la población en política, y por
último, el apoyo que declaran a la nueva democracia La concepción de la política en la
transición presentaba aún algunas de las características propias de la cultura política
franquista puesto que esta había perdurado durante mucho tiempo. La política seguía
suponiendo un tema tabú para la mayoría de la población. Maravall concluirá en su estudio
que solamente algo más de una cuarta parte de los ciudadanos presentaban interés por la
política, mientras que casi dos tercios seguían la tendencia de la cultura política franquista
en la que destaca el total desinterés. Vistos los datos que arroja el estudio de Maravall y
comparándolos con los datos del informe Opinión Pública y Política en la España Actual20
vemos que, aun siendo bajo el número de población que muestra interés por la política en la
España postfranquista, supera ampliamente los datos recogidos anteriormente. Por lo tanto
se aprecia un cambio importante, el interés por la política estaba aumentando.
Otro aspecto importante, según apunta Maravall, es el de establecer la confianza de
la población en los políticos y en la política, es decir, ¿se confiaba en el político? ¿Hasta qué
punto uno mismo puede representar un papel activo en política? El estudio realizado por
Maravall muestra cifras21 que evidencian la desconfianza de la población en los políticos así
como su convicción de que de manera personal y activa no se puede tener ningún tipo de
participación en el desarrollo de la política.
En cuanto a la participación política de los ciudadanos en la nueva democracia
Maravall apunta que “actuaban en menor medida que en otras democracias más asentadas, 20 Recordemos que en 1966 tan sólo un 14% de la población adulta presentaba mucho interés por la política.
21 Entre el 55 y el 69% de la población. Datos extraídos de José María Maravall, La política de la transición, Madrid, 1981, cuadro 2.2, p.106.
sobre todo en las formas más masivas de participación”22. De nuevo característica heredada
de la cultura política del franquismo.
Finalmente analizaremos el apoyo a los principios democráticos. Aquí se apreciará el
cambio más notable con respecto a la cultura política de la España franquista. Las cifras son
claras: un 73% de los ciudadanos españoles apoyan incondicionalmente a la democracia,
mientras que un 14% mostrará un apoyo condicional, un 12% mostrará indiferencia ante la
democracia y tan solo un 1% se opondrá de manera frontal a las instituciones
democráticas23. Importante destacar que el sector de la izquierda mostrará un apoyo casi
total a la democracia24 mientras que, por el contrario, el sector de derechas será más reacio
a los principios democráticos. De nuevo chocando frontalmente con lo visto en la cultura
política franquista, Maravall apunta que en este momento tan sólo un 0,1% de ciudadanos
apoyarían de manera incondicional una dictadura. Por ejemplo, con ocasión del golpe de
Estado del 23 de febrero de 1981, tan sólo hubo un 4% de ciudadanos a favor del mismo.
Más allá de los números y las cifras de las encuestas, en España se estaba viviendo un
profundo cambio cultural ya desde los años 60. Como apunta Aróstegui la sociedad española
se transformó paulatinamente en una sociedad de consumo, algo que conectaba con la
Europa industrializada y liberal. También se produjeron cambios notables en distintas
instituciones importantes. Por ejemplo, el acceso a la enseñanza se generalizaba, por fin,
para la gran mayoría de la población y se producía una expansión de la cobertura de la
Seguridad Social. El hecho de que se experimentase un aumento en el nivel de vida
conllevaría una serie de mejoras y un aumento en las posibilidades adquisitorias de las
familias. Aróstegui, en cambio, nos advierte que estas mejoras se producirían de manera
muy desigual entre la población. Importante sería destacar que este cambio en el nivel de
vida material traería consigo una gran transformación en la mentalidad y en la cultura social
una población que cada vez recibía más influencias europeas.
Todo lo nombrado anteriormente –libertad, contacto con lo foráneo, consumismo-
chocaría con un régimen que, además de ser ultraconservador, contaba con el apoyo
22 José María Maravall, La política de la transición, Madrid, 1981, pp.110-111.
23 Nótese la diferencia con los datos arrojados por López Pina y Aranguren en La cultura política de la España de Franco en los que en torno a un 35/45 por 100 de la población española se identificaba con el Régimen.
24 Cifras que oscilarían entre un 88 y 94%.
incondicional de la Iglesia para intentar frenar todos estos “avances”. No se podía parar el
cambio social que, a su vez, coincidía con la crisis final del régimen. La población, en su
conjunto, poco antes de la transición, ya estaba mutando en cuanto a muchas de sus
costumbres se refiere, como apunta Aróstegui “la familia más abierta, las nuevas
costumbres juveniles, el laicismo creciente, la diversificación de grupos culturales, el
aumento masivo de la población estudiantil y de la difusión de nuevos aspectos, así como un
mayor contacto con el extranjero –llegada masiva de turistas- abrirían los ojos de la
población”25 Los cambios naturales producidos en la población a raíz del cambio
económico-social, llevarían a la transformación misma de la cultura política del país. Este
momento se podría establecer como el origen de la nueva cultura política de la transición.
Muchos de los postulados de la cultura política franquista, vigente hasta entonces, iban a
experimentar una mutación hacia principios democráticos y tolerantes.
3. Análisis del modelo español de transición: condicionantes y contexto.
Para la mayoría de la historiografía hay acuerdo en que la transición española fue
un espacio corto en el tiempo que transcurrió de manera acelerada y que se llevó a cabo sin
planificación anterior. El “modelo español” es presentado en público como una serie de
negociaciones entre las élites gobernantes y de la oposición que con la ayuda del consenso
total entre la ciudadanía es pacífico, seguramente por el recuerdo tan cercano de la Guerra
Civil26. Es cierto que cualquier proceso de transición es una fuente inevitable de tensión por
el hecho de que la incertidumbre sobre el futuro copa cualquier decisión, pero no es menos
cierto que, según la terminología de Santos Juliá y como hemos desarrollado en el punto uno
de este trabajo, existe una “transición antes de la transición”, por lo tanto no sería del todo
descabellado añadir que sí había, aunque de manera teórica, un principio de planificación.
En cualquier caso a continuación trataremos de analizar cuál fue el contexto y las
condiciones que propiciaron que ese y no otro fuese el momento en el que se iniciara el
proceso de transición atendiendo a puntos como la crisis de la dictadura, los movimientos
25 Julio Aróstegui, La Transición (1975-1982), Madrid: Acento, 2000 p.19.
26 Josep M. Colomer, La Transición a la democracia: el modelo español, Anagrama, Barcelona, p.9.
sociales que conectan con el auge de la nueva cultura política del país y el papel que jugaron
los liderazgos individuales sociopolíticos “desde arriba” tan importantes a priori en este
proceso de transición.
3.1. La crisis de la dictadura.
Un punto muy importante a desgranar es el del agotamiento del régimen
franquista. Esta caída del aparato franquista tiene como punto de inflexión la muerte del
propio dictador, Francisco Franco el día 20 de noviembre de 1975. Otro acontecimiento que
marcaría el acelerón de la crisis del franquismo sería el asesinato de Carrero Blanco en
diciembre de 1973. Sin embargo, se trata de fechas simbólicas porque el derrumbe del
régimen ya era predecible desde algunos años antes. Puntos como el despegue económico
tras el aperturismo y sus consecuencias sociales harían que la mayoría de la población
española abriera los ojos. La sociedad, aunque de manera moderada, empieza a expresar
demandas de diferente naturaleza. Se trata de una población que tiene un mayor
conocimiento de lo que ocurre en el ámbito europeo y que comienza a pedir libertad,
mejoras sociales y un reconocimiento nacional mediante la consecución de la democracia en
España. En estos años ya queda patente la aparición de una nueva cultura política27.
La debilidad del régimen fue producida por diversos vectores, por ejemplo, el
avance durante los años 60 de la disidencia. Son días en los que comienzan a nacer unas
fuertes corrientes de oposición al régimen; el mundo obrero, la Universidad, e incluso la
propia Iglesia28, antaño inexorable aliada del franquismo. Con respecto a la Iglesia, sí es
cierto que surgieron núcleos de sacerdotes, sobre todo jóvenes, en Cataluña y el País Vasco
que criticaron la represión del estado y que participaban en las movilizaciones obreras pero
es necesario puntualizar que no fue un movimiento generalizado por parte de la institución
eclesiástica y que no deberíamos magnificar este comportamiento aislado dado que no
representaban la postura real de la Iglesia en España en ese tiempo29. 27 Julio Aróstegui, La Transición (1975-1982), Madrid: Acento, 2000.
28 Según Pablo Martín de Santa Olaya Saludes en su estudio “La iglesia durante la transición a la democracia: un balance historiográfico” la muerte del dictador no supondría el hecho clave en el cambio morfológico de la institución eclesiástica sino que sería el Concilio Vaticano II celebrado entre 1962 y 1965.
29 Datos extraídos de la participación de D.A González Madrid y M. Ortiz Heras, “La influencia de la Iglesia en la crisis del franquismo” en el Congreso celebrado en Barcelona en octubre del 2005 “La transición de la
Quizá el momento más significativo en este aumento de la oposición se produce
durante el Congreso del Movimiento Europeo en 1962 en Munich donde, como hemos visto
anteriormente, se reúnen todo tipo de representantes de la oposición antifranquista y en el
que se pide un sistema democrático para el estado español. Más conocido por la prensa
como “el Contubernio de Múnich”, desde el interior del aparato franquista, haciendo gala de
su perfil represivo, se atacará a los personajes que acudieron, como por ejemplo Gil Robles o
Álvarez de Miranda.30 Como apunta Arostegui, se desarrolla durante los años 60 una cultura
política de consenso en la que la mayoría de los grupos de oposición antifranquista se unen y
buscan, a través del diálogo y los puntos en común, dañar al régimen.
Otra causa del derrumbamiento del aparato franquista la encontramos en el
interior del mismo. Existen contradicciones internas en el bando franquista con la manera
que se había construido este desde 1939. El partido único nunca llegó a hegemonizar ni la
construcción institucional del estado franquista ni tampoco el aparato ideológico del
régimen. Además, según Linz, su líder Francisco Franco, a diferencia de lo que ocurrió en
otros regímenes autoritarios31, no tenía ningún tipo de carisma movilizador. La falta de
legitimidad fue, por tanto, un elemento de fisura a partir de los años 60. Arostegui sostiene
que “la disidencia entre las familias políticas que apoyaban al régimen se habían hecho más
agudas”. La disgregación interna es un elemento importantísimo y para escenificarlo nos
valdremos del ejemplo que se sucede a partir de las fuertes represiones de 1973 tras las
olas de protesta. Esta represión repercutirá mucho en la opinión internacional, y, además,
provocará otra distensión en el propio aparato: mientras que la continuistas se enrocaban,
los reformistas como por ejemplo Fraga o algún sector del Opus, temiendo un más que
posible conflicto civil de difícil previsión con el consiguiente riesgo de factura apoyarán la
opción Suárez.
No podemos avanzar en este aspecto sin tener en cuenta el proceso de
racionalización administrativa que pone en práctica la generación de tecnócratas del Opus
que presenta un nuevo perfil ideológico con nombres que rompen con el pasado
introduciendo diversos cambios. Por ejemplo, Mariano Navarro Rubio que dirige la hacienda
dictadura franquista a la democracia”.
30 Julio Aróstegui, La Transición (1975-1982), Madrid: Acento, 2000, p.24.
31 El régimen nazi alemán, con Adolf Hitler a la cabeza o el fascista italiano con Benito Mussolini al frente.
española o Laureano López Rodó, al tanto de una nueva estructura de consumo en España
con menos intervencionismo32. A raíz del ascenso de miembros del Opus Dei, entre el
“falangismo desplazado”, según la terminología de Julián Casanova, se fomentó la idea de
que “el Opus Dei era una mafia católica que conspiraba para hacerse con el poder dentro del
aparato político del franquismo”.
En el ámbito educativo también se había plasmado esta debilidad creciente del
movimiento franquista y a lo largo de los años 60 y según estimaciones del Movimiento la
colaboración y difusión de los principios fundacionales había descendido del 40 al 20% y en
las grandes ciudades se situaba en torno al 10%.33. Esto se debe a la secularización
provocada por los cambios socioeconómicos que en los años 60 se darían en España. El
hecho de que aumentara el número de funcionarios en la docencia y de que la enseñanza en
general se expandiera34 jugaría en contra del monopolio educativo y el control moral que
tenía la Iglesia sobre la población.35
3.2. El auge de los movimientos sociales durante la transición.
Toda la serie de movimientos sociales que se produjeron en las décadas de los 60
y 70 constituyen la principal característica de las precondiciones culturales, a parte de las
económicas o de la propia crisis del franquismo que hemos analizado con anterioridad, que
permitieron el cambio político que sufrió el país. A continuación analizaremos temas como el
movimiento obrero, la construcción de una nueva ciudadanía democrática donde destacan
las asociaciones vecinales o incluso la importancia de la radio, la prensa, el cine o teatro en la
creación de la nueva cultura política democrática durante la transición.
32 Recordemos que el modelo autárquico propulsado por el franquismo había sumido a España en una crisis sin salida. Es un tema que se entiende perfectamente leyendo a Josep Fontana, por ejemplo en su artículo “la economía del primer fascismo” http://www.unizar.es/eueez/cahe/barciela.pdf
33 Algo que suscitó diversas críticas entre los sectores más conservadores que ven cómo el régimen ha abandonado el ámbito educativo y que piden refascistizar la educación. J. Tusell y G. Queipo de Llano en su libro Tiempo de incertidumbre, Barcelona, Crítica, 2003, p.18.
34 A principios de la década de los 60 el número de institutos estaba en 120 mientras que a principios de los 70 esa cifra se multiplicó hasta alcanzar los 854. Datos extraídos de la participación de Antonio Fco. Canales Serrano, “La expansión de la enseñanza media en la España del desarrollismo y la transición” en el Congreso celebrado en Barcelona en octubre del 2005 “La transición de la dictadura franquista a la democracia”.
35 Julián Casanova y Carlos Andrés Gil, Historia de España en el siglo XX, Barcelona, Ariel, 2009, p.197.
Muy tímidos durante los años 50, es ya en la década de los 60 cuando se produce
el boom de los movimientos de masas con carácter reivindicativo y político. Como ya hemos
señalado anteriormente el más importante de estos sería el movimiento obrero. V. Pérez
Díaz es uno de los autores que nos pone la lupa sobre este proceso centrándose en el
mundo laboral y en el impacto de la nueva legislación sindical y en concreto en la puesta en
marcha de los convenios laborales36. Aquí se habían ensayado prácticas que, más tarde,
serían claves en la transición, es decir, consenso, diálogo y negociación. Para él, esto significó
un proceso de “adiestramiento político”37. Todo este cambio de valores y de nivel de vida
de los españoles junto al proceso de socialización política habrían ido destruyendo desde
abajo las bases del tardofranquismo y creando una nueva cultura política vital para el
desarrollo del país.
Para hacernos una idea de la dimensión del movimiento obrero durante los años
60 y 70 vemos que mientras que en 1966 se perdieron 1,5 millones de horas de trabajo en
1975 este número se multiplicó, llegando a las 14,5 millones de horas perdidas. Este
movimiento tuvo una gran represión por parte del aparato franquista y entre 1968 y 1973
hasta unos dos mil representantes del movimiento obrero serían despedidos de sus
funciones. 38 Todos estos datos nos muestran que, al contrario de lo que se ha dicho en
alguna ocasión, la presión que ejerció la sociedad “desde abajo” constituiría un elemento
clave para el avance del proceso de transición, por tanto no sólo sería importante el papel
que ejercía la élite gobernante y la élite de la oposición antifranquista “desde arriba”39. En
este sentido Maravall va más allá y sugiere que el proceso de transición y sus resultados no
sólo se pueden entender estableciendo una relación de movimiento social (con sus
demandas) “desde abajo” y posteriores reformas aplicadas por las élites “desde arriba” sino
que también habría que tener en cuenta la predisposición ideológico-política de sectores
que nunca se movilizarían en todo este tiempo40. Este público que no se moviliza es
36 Es importante destacar la Ley de Convenios Colectivos de 1958, génesis de la negociación colectiva de la cual surgiría Comisiones Obreras que, instigado por grupos católicos y comunistas, intentaría entrar en los sindicatos franquistas para negociar con los patronos.
37 Pérez Díaz, V. Clase obrera, partidos y sindicatos. Madrid, 1979, Fundación INI.
38 Datos extraídos de José María Maravall, La política de la transición, Madrid, Taurus, 1981, p.23.39Manuel Ortiz Heras, de la Universidad de Castilla La Mancha nos amplia este tema:
http://www.uclm.es/ab/humanidades/seft/pdf/textos/manolo/historiograf.pdf
40 José María Maravall, La política de la transición, Madrid, Taurus, 1981, pp 30-31.
claramente víctima de la inercia desmovilizadora que potenció el régimen durante toda la
dictadura.41
NUEVO A PARTIR DE AQUÍ
Desde su irrupción y consolidación por la fuerza, la dictadura franquista fue
protagonista y causante de una involución a nivel político y social destacadísima. Los
derechos civiles individuales y las libertades políticas conseguidas quedarían anulados.
Además, el régimen aplicará una censura implacable sobre radio, cine o prensa, así como
una represión individual y colectiva sobre cualquiera que se hubiese mostrado contrario al
movimiento42. La institucionalización del movimiento hizo que se “reubicaran”43 diversos
sectores de la población para el propio beneficio del franquismo.
En el caso de las mujeres, por ejemplo, se les relegó a un segundo plano de
subordinación y de pertenencia indisoluble al hogar. Dentro del caso del sector femenino
deberíamos destacar el MDM44, que creado en 1965 por mujeres con ideología comunista
basará su ideología en tres puntos: la lucha contra el perfil represivo del régimen, la
reivindicación de la amnistía y la solidaridad entre las mujeres que presentaban algún
familiar encarcelado por oposición política al régimen. Con el paso del tiempo ya
promulgarían reivindicaciones para la reinserción de la mujer en la sociedad; pedían
igualdad en el trabajo y la abolición de todas las leyes discriminatorias para con su género.
Surge en su caso una cultura política democrática muy clara, y además, se reúnen para
marcar sus objetivos, algo clave en la cultura de la transición. Al igual que pasó con la
integración (o infiltración) de grupos de comunistas y católicos en los sindicatos franquistas,
infinidad de mujeres de tintes antifranquistas se unirían a las asociaciones de las amas de
41 Para profundizar en el tema de la desmovilización durante la transición tenemos el trabajo de Cayo Sastre García de la Universidad de Valladolid “La transición política en España: una sociedad desmovilizada”: file:///C:/Users/usuario/Downloads/Dialnet-LaTransicionPoliticaEnEspana-759422%20(1).pdf
42 Destaca la creación, en 1939, de la Ley de responsabilidades políticas o ya en 1940 de la Ley de represión de la masonería y el comunismo.
43 Término que podemos leer en el artículo de Irene Abad Buil “Movimiento democrático de mujeres” durante el congreso celebrado en Barcelona “La transición de la dictadura franquista a la democracia”.
44 Siglas que pertenecen a la formación Movimiento Democrático de Mujeres.
casa para intentar, desde dentro, cambiar la percepción de las demás y luchar por sus
derechos. En líneas generales el MDM durante la transición acabó luchando por la
emancipación de la mujer y por la igualdad entre hombres y mujeres pero sólo tras la
muerte del dictador verían algunas de sus peticiones satisfechas. Lo más importante, citando
a Irene Abad Buil, es que “el MDM consiguió desarticular el rígido y limitado rol que el
régimen de Franco había atribuido a las mujeres”.45
Otro de los muchos aspectos que contribuyó a hacer despegar una nueva cultura
política democrática bien pudo ser el cine, que además del destape46 supondría una ruptura
con el pasado que denunciaba viejas costumbres y sugería una nueva tendencia de cambio.
Pese a ello deberíamos apuntar que ninguna película grabada durante el franquismo
contendría crítica alguna hacia el régimen.47
3.3. Alternativas políticas, negociaciones, decisiones estratégicas y papel de los líderes individuales.
Hasta ahora hemos hablado mayoritariamente del impacto y la relevancia que tuvo la
sociedad en su conjunto en la creación de una nueva cultura política durante la transición. Es
momento por tanto de abordar, de manera general, el papel que protagonizarían los líderes
de las élites gobernantes y de la oposición franquista, es decir, lo que se conoce como la
transición fraguada “desde arriba” como pactos entre élites hasta alcanzar el acuerdo.
El papel de estas individualidades no es total pero sí fundamental para entender la
democracia que tenemos hoy en día heredera de la constitución de 1978. En primer lugar,
45 Irene Abad Buil en “Movimiento democrático de mujeres” p252 de “la Transición de la dictadura franquista a la democracia” congreso celebrado en Barcelona.
46 El destape es el nombre que recibió el fenómeno cinematográfico de la Transición Española, a partir de la desaparición de la censura franquista en el que empezaron a aparecer desnudos integrales tanto de hombres como de mujeres en la pantalla. Fuente: http://es.wikipedia.org/wiki/Destape_(cine)
47 Ángel Luis Arjona Márquez, Isidro Cruz Villegas y Carlos Antonio Luna Perea, “El cine de destape antes y durante la Transición: otro síntoma de cambio en la sociedad del momento” dentro de “la Transición de la dictadura franquista a la democracia”, congreso celebrado en Barcelona.
una vez fallecido Francisco Franco, ¿qué sucesión al régimen se planteaba? Según Colomer
ninguno de los principales actores políticos del panorama español podría ser capaz de
imponer su alternativa de manera individual: “ni los <<duros>> del franquismo podían
continuar la dictadura sin el dictador, ni los <<blandos>> podían reformar el régimen
autoritario sin vencer la resistencia de los franquistas o sin contar con el apoyo de la
oposición, además, tampoco los antifranquistas tenían fuerza suficiente para lograr una
ruptura con el pasado y establecer un nuevo régimen”48. Por lo tanto podemos establecer
tres alternativas políticas en ese momento: continuidad, reforma o ruptura.
Según Aróstegui, los inmovilistas pretendían una continuidad maquillada, retocando
las Leyes Fundamentales para obtener una “democracia ficticia”49. Entre este grupo destaca
la presencia de Carlos Arias Navarro, presidente del Gobierno confirmado por Juan Carlos I
de Borbón50 tras la muerte del dictador. Por su parte, los reformistas, como Manuel Fraga
Iribarne, sí pretendían un proceso que, aunque de manera lenta, modificara el régimen hasta
la consecución de una democracia como la de cualquier país europeo occidental.
La incapacidad del gobierno de Arias Navarro pronto quedó patente dado que no
fueron capaces de potenciar reforma alguna51 y aquí comienza a adquirir protagonismo
Torcuato Fernández Miranda, el cual ya había sido designado por el rey en diciembre del
1975 para presidir las Cortes y el Consejo del Reino. Fernández Miranda intentó que las
Cortes52 pudieran ser un medio para que cualquier reforma se aprobase.
48 Josep M. Colomer, La Transición a la democracia: el modelo español, Anagrama, Barcelona, pp. 14-15.
49 Julio Arostegui, La Transición (1975-1982), Madrid: Acento, 2000, p.29.
50 Recordemos que el Príncipe de España, don Juan Carlos de Borbón juró como nuevo jefe de Estado “a titulo de rey” el 22 de noviembre de 1975 como sucesor de Franco.
51 Su gobierno intentaría negociar una reforma moderada de algunas leyes e instituciones franquistas con los continuistas que formaban el Consejo Nacional del Movimiento pero fracasó este intento. Josep M. Colomer, La Transición a la democracia: el modelo español, Anagrama, Barcelona, p.15.
52 Habría que añadir que se presentaba difícil puesto que es en las Cortes donde más influencia tenía el llamado “búnker”, el sector más inmovilista del franquismo.
Es vital destacar la aprobación en 1976 de la Ley Reguladora del Derecho de Reunión
y de la Ley Reguladora del Derecho de Asociación, leyes que serían defendidas en las Cortes
por Adolfo Suárez53. Más tarde, declaraciones como las del rey en Estados Unidos en las
que aseguraba que España acabaría siendo una democracia de pleno derecho54, serían
decisivas para aumentar la división en el seno del gobierno de Arias Navarro. Finalmente, en
1976 el presidente presentaría su dimisión con lo que se dibujaba un nuevo panorama
político y estratégico que se ha delimitado entre el 3 de julio de 1976 y el 15 de junio de
1977, es decir, desde el nombramiento de un desconocido Adolfo Suárez como presidente
del gobierno hasta la celebración de unas elecciones generales legislativas. La designación de
Adolfo Suárez se hizo pensando en que era un personaje desconocido y que, al contrario que
otros más destacados y con ideas propias, podría ser manejado al antojo por el entorno del
rey.
En un gobierno que costó construir porque nadie de los principales políticos quería
unirse, Adolfo Suárez edificó un aparato donde predominaban políticos jóvenes
provenientes de la oposición moderada al franquismo55. La principal línea que define el
mandato de Suárez en este contexto sería la ya famosa frase “de la ley a la ley” por la que se
pasaría de las antiguas leyes de Franco a las democráticas, con ello se utilizaban los propios
mecanismo del régimen para acabar con él56, lo cual no deja de ser paradójico. Vemos con
la llegada de la Ley para la Reforma Política a través de mecanismos antiguos uno de los
puntos más importantes de la transición, de las negociaciones y de las estrategias durante
este tiempo.
53 Julio Aróstegui, La Transición (1975-1982) Madrid: Acento, 2000, p.32.
54 http://hemeroteca.abc.es/nav/Navigate.exe/hemeroteca/madrid/abc/1976/06/05/039.html
55 Estos y los que después se denominarían “azules”, es decir, reformistas provenientes del interior del régimen, serán conocidos como la generación de políticos “de los años sesenta”. Julio Aróstegui, La Transición (1975-1982) Madrid: Acento, 2000, p.38.
56 Hablamos de la Ley de Referéndums creada en octubre de 1945 porque el contexto exterior aconsejaba democratizar el régimen.
Ya hemos hecho un recorrido por el papel de los principales actores entre la élite
gobernante y a continuación haremos también un breve repaso por la élite de la oposición
antifranquista.
Como hemos visto en reiteradas ocasiones hubo, sobre todo a partir de los 70, una
gran coordinación por parte de las fuerzas opositoras al régimen vigente, que además
querían una alternativa radical al régimen57. Estos grupos de oposición alentarían a las
masas en el aspecto de que consiguieron una gran implicación, sobre todo en sectores
jóvenes y universitarios, en la vida política de la sociedad civil por tanto se puede decir que
encendieron la chispa de la movilización callejera. Formaciones como PSOE, PCE o el PSP de
Tierno Galván optaban por un cambio brusco que rompiera con todo lo relacionado con el
régimen franquista. El tiempo y la llegada al poder de Suárez fueron modelando la fórmula
de ruptura democrática que defendía este sector de la oposición hasta pasar a, como dijo
Raúl Morodo del PSP, una “reforma pactada”. Aróstegui en este punto añade que esta
progresiva retirada de la oposición antifranquista ha supuesto para diversos autores el
hecho más criticable durante toda la transición58.
En cualquier caso es a partir de aquí cuando se suceden la mayoría de las famosas
negociaciones entre la élite gobernante y la oposición antifranquista que se han destacado
siempre como claves en la cultura política del consenso durante la transición. Suárez se
reúne durante este tiempo con Carrillo para legalizar el PCE, así como también con Felipe
González o con Tierno Galván para acercar posturas. Esta serie de negociaciones culminaría
con la famosa reunión del 4 de septiembre de 1976 en la que todos los partidos de la
oposición acordarían mantener y apoyar el proyecto de ruptura democrática.
En resumen, desde la elección de Suárez hasta la celebración del referéndum para la
ratificación de la Constitución española se produjo todo un entramado de negociaciones,
estrategias y pactos entre la élite política gobernante y la oposición antifranquista que
marcarían el transcurso de la transición y que dibujarían la Constitución actual.
57 El manifiesto publicado el 26 de Marzo de 1967 llamado “Coordinación Democrática” fue el que de alguna manera aglutinó todo el ideario de la oposición antifranquista. Basado en el diálogo, hasta que Suárez no llegara al poder no se pudo poner en práctica.
58 Julio Aróstegui, La Transición (1975-1982) Madrid: Acento, 2000, p.43.
4.- Conclusiones: la transición a la democracia en la actualidad.
Hecho este esquemático recorrido a través de los conceptos clave de la
transición, no cabe menos que llamar la atención sobre el evidente punto de viraje que en
determinado momento toma esta. Si bien la etiología del periodo está suficientemente
esclarecida, su rumbo parece que dudosamente cerca el trivio descrito con anterioridad
(continuidad, reforma o ruptura) para acabar tomando una senda que despierta, cuando
menos, razonables cuestionamientos.
Así pues, en esta cacareada transición, ¿a qué dos modos de ser
corresponden sus puntos de partida y de llegada? Definir el primero de ellos no revierte
dificultad: el régimen se caracterizó (y siguió haciéndolo tras la reforma tecnocrática) por la
ausencia de control del poder. Pero el estado actual de cosas extravía la precisión descriptiva
en el confuso magma del lenguaje que caracteriza a las democracias fundadas sobre mitos.
Como Josep Fontana, consideramos truncada esta transición, “un engaño conveniente, mas
no necesario”, protagonizada, en palabras de Fernando Abril Martorell, por “individuos y no
partidos”. (Antonio Lamelas, La transición en Abril, Barcelona, Ariel, 2004, p. 76)
Semejante mordacidad no sorprenderá al compararse, con las aspiraciones
que encarnaba el Coloquio de Múnich, en particular en cuanto a su ambición por unas
instituciones representativas, la jurisprudencia del Tribunal constitucional de Bonn, donde se
define al “estado de partidos” como aquel en que los partidos políticos dejaban de ser
asociaciones de la sociedad civil y se convertían en órganos del estado. Cobra tintes
relevadores el eslogan inmovilista referido por Arostegui: “democracia ficticia”. No podemos
más que sospechar ciertas las no por antiguas ingenuas palabras de Aristóteles y Polibio
acerca de la evolución natural de las dictaduras en oligarquías: el poder sin control del
general Franco se parceló para que los herederos del régimen, por un lado, asegurasen la
paz social y para que la izquierda, por otro, lograse la institucionalización. Tal era en algunos
el anhelo de “pasar por ventanilla”, según Joaquín Navarro Esteban (25 años sin
constitución), que en una reunión de Coordinación Democrática en el despacho del abogado
Antonio García Trevjiano en junio de 1976, Enrique Múgica habría manifestado, contra los
estatutos de la Platajunta, la intención del PSOE de ingresar en las Asociaciones Políticas de
Carlos Arias.
La redacción de la constitución hizo efectivo este reparto mediante una serie
de apuntalamientos deudores del nulo control de poder de la dictadura. En primer lugar, una
separación de poderes deficiente, dependiente del Ejecutivo; respecto a la ley electoral, un
sistema proporcional que había entregado en bandeja el poder a Hitler y Mussolini “sin dar
un solo tiro”, y que fue parte del plan de Eissenhower para desarrollar un modelo sostenible
de reconstrucción europea tras la Segunda Guerra Mundial (Teoría pura de la república: el
factor republicano); con la reproducción de inquilinos del Estado, un modelo autonómico
que absorbe el 10 % del PIB para prodigarse en cargos como dádivas; y, por último en orden
pero no en gravedad, la financiación pública de partidos políticos, sindicatos y patronales,
prueba inequívoca de que ya no emergen de la sociedad civil y que, por tanto, y de acuerdo
con Abril Martorell, se representan a sí mismos.
El descontento de la ciudadanía, su escepticismo ante la política y al mismo
tiempo su desatino a la hora de detectar y desestabilizar los pilares profundos de la
osamenta oligárquica son un eco de las circunstancias que rodearon y moldearon el contrato
social que se renovó con la Constitución de 1978. Como reflexión liminar, no está de más
traer a colación una línea de pensamiento * que propone precisamente la revisión de este
pacto. En efecto, aquella transición consistió en una negociación a escondidas, con una carta
magna redactada en secreto, y la connivencia del pueblo español estaba revestida, más que
de confianza, de incertidumbre, de escepticismo y, sobre todo, de ignorancia: ya hemos
esbozado un panorama suficientemente claro sobre la cultura política, y podemos establecer
que a pesar de su auge en los años en torno a la muerte del general Franco, esta era
insuficiente como para pretender que la instauración de la monarquía parlamentaria fuese
fruto de un periodo de libertad constituyente: los poderes fácticos que la protagonizaron,
unos herederos del régimen, otros instalados en él, ya estaban constituidos. El viejo anhelo
de representación política, nacido en plena juventud de la oposición, no ha podido aún
satisfacerse, y queda para testimonio de la historia si la renqueante “democracia ficticia”
(Esto es de Arostegui, del trabajo) es capaz de gestar un pacto renovado que haga honor al
concepto de transición con el que abrimos el presente trabajo.
5.- Bibliografía
Ley fundamental de Bonn
Teoría Pura de la República, Antonio García Trevijano
Política, de Aristóteles
POLIBIO, Historia de Roma, Edición de José Ma. Candau Morón, Editorial
Alianza, Madrid, 2008
Juan Fuentana: Per refundar aquest estat lliure i solidari ens cal un nou contracte
social que el defineixi. “BASES PERA A UNA NOVA TRANSICIÓ”