Thérèse: nueve días con la pequeña flor · Comprendí también que el amor de Nuestro Señor se...

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Selección de textos y reflexiones por:

Daniel E. Salazar Aponte

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PPrrooeemmiioo

Mientras las flores solo pueden cautivar los sentidos, Teresa, la Pequeña Flor, solo sabe cautivar las almas. El aroma de una vida marcada por la sencillez espiritual y por “una vida ordinaria vivida con amor extraordinario” impregna cada vez a más almas. Es quizás por esa sencillez y cercanía que todo aquel que se asoma a la “Historia de un alma” no puede menos que sentirse renovado en su fe y en su amor por Dios, y naturalmente admirado ante la dulzura con que Teresa vivió plenamente su entrega de amor en el Carmelo de Lisieux. Pero al atisbar la vida de Teresa debemos evitar caer en la tentación de confundir la “pequeñez” que Teresa tantas veces pregona de sí misma con la inmadurez y la improvisación. La vida de Teresa dista mucho de ser un juego, una aventura vivida con mentalidad infantil. Por el contrario, el itinerario de Teresa es un arduo camino de madurez, de autoconocimiento, de búsqueda constante. La meta de Teresa es clara: ella quiere ser santa, una gran santa, y para lograrlo no desfallece ni se desanima ante la autocontemplación de sus propias limitaciones, sino que busca incesantemente la vía para alcanzar el bien que anhela: Dios. En su camino, Teresa descubre que “Dios es amor” y que solamente el “amor con amor se paga”. Así que hace de la suya una vida totalmente dedicada a amar. Teresa descubre y asume interiormente algo que intelectualmente puede parecernos evidente a aquellos a quien ella precede: y es que es cierto que en la Escritura la justicia, la omnipotencia y todas los demás atributos del Altísimo son solo eso, atributos, características; pero el amor es mucho más. Juan nos reveló la identificación esencial entre el amor y Dios. Por eso la Escritura no se contenta con proclamar que “Dios es amoroso”, nos dice mucho más, nos revela que Él es amor. Por tanto, solo el amor nos hace semejantes a Dios. Este descubrimiento al que Teresa llama “su caminito” y también “su ascensor”, constituye la esencia de su vida. Amor, amor, amor… ese es su estandarte, su blasón, su escudo y su alimento. El amor hace que Teresa descubra en el sufrimiento la semilla de la alegría. No es, claro está, un sufrimiento enfermo, masoquista. Teresa ama a Jesús, quiere ser como Él. Teresa ama a las personas y busca servirles, busca “lavarles los pies” a ejemplo del Maestro en la última cena. Ella sabe que amar implica buscar la felicidad y el verdadero bien de los demás, y que esto trae consigo muchos sinsabores. Pero lo acepta con alegría y hasta aprende a gustar del fruto del sufrimiento, en tanto y cuanto el mismo es redentor y acarrea felicidad y esperanza a los que la rodean. Pero mucho más que en el sufrimiento asumido por Cristo, Teresa encuentra que el gran fruto del amor es la Misericordia. Por eso, el que es todo Amor no puede menos que ser todo Misericordia. ¿Por qué temer entonces a un Dios que nos ama tanto? ¿Por qué pensar que Aquel cuyo amor es infinito tiene asco de los débiles y de los frágiles? Ella sabe que Jesús “no vino a llamar a los justos sino a los pecadores” pues “Misericordia quiere, y no sacrificios” (cf. Mt 9,9-13). Teresa descubre que el océano de la Misericordia Divina es infinito, pues infinito es Su amor, y que la medida de nuestra participación en Su Amor y Misericordia es la medida de nuestro amor y de nuestra confianza en Él. Pero ella no se conforma con poco, sino que “lo quiero todo”. Y en respuesta al que todo le ha dado hasta darse a Sí mismo, la vida de Teresa se transforma en un canto eterno e incesante, una alabanza a “Las Misericordias de Dios”. El 1 de octubre próximo se celebrarán los 80 años de la canonización de la Pequeña Flor. La mención es solo una excusa para invitarnos a conocer mejor la inspiradora vida de Teresa. Al fin y al cabo, los amigos del Buzón Católico saben que el tiempo invertido en la oración nunca será tiempo perdido, y que ya sea antes o después de la fiesta de la santa, el contacto con Teresa de Lisieux solo traerá buenos frutos.

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DDííaa 11 Oraciones iniciales de todos los días:

Oración Inicial: Señal de la Cruz – Ven Espíritu Santo, ora conmigo y en mí, para que mis pensamientos sean sinceros y mis palabras cargadas de amor, amén. - Acto de Contrición

Oración de todos los días: Dios mío, te ofrezco todas las acciones que hoy realice por las intenciones del Sagrado Corazón y para su gloria. Quiero santificar los latidos de mi corazón, mis pensamientos y mis obras más sencillas uniéndolo todo a sus méritos infinitos, y reparar mis faltas arrojándolas al horno ardiente de su amor misericordioso.

Dios mío, te pido para mí y para todos mis seres queridos la gracia de cumplir con toda perfección tu voluntad y aceptar por tu amor las alegrías y lo sufrimientos de esta vida pasajera, para que un día podamos reunirnos en el cielo por toda la eternidad. Amén.

(Ofrecimiento escrito por Teresa)

Lectura del día. De las obras de Teresa:

El cántico de las Misericordias del Señor1

A ti, Madre querida, a ti que eres doblemente mi madre, quiero confiar la historia de mi alma... El

día que me pediste que lo hiciera, pensé que eso disiparía mi corazón al ocuparlo de sí mismo; pero después Jesús me hizo comprender que, obedeciendo con total sencillez, le agradaría. Además, sólo pretendo una cosa: comenzar a cantar lo que un día repetiré por toda la eternidad: «¡¡¡Las misericordias del Señor !!!»...

Antes de coger la pluma, me he arrodillado ante la imagen de María (la que tantas pruebas nos ha

dado de las predilecciones maternales de la Reina del cielo por nuestra familia), y le he pedido que guíe ella mi mano para que no escriba ni una línea que no sea de su agrado. Luego, abriendo el Evangelio, mis ojos se encontraron con estas palabras: «Subió Jesús a una montaña y fue llamando a los que él quiso, y se fueron con él» (San Marcos, cap. II, v. 13). He ahí el misterio de mi vocación, de mi vida entera, y, sobre todo, el misterio de los privilegios que Jesús ha querido dispensar a mi alma... El no llama a los que son dignos, sino a los que él quiere, o, como dice san Pablo: «Tendré misericordia de quien quiera y me apiadaré de quien me plazca. No es, pues, cosa del que quiere o del que se afana, sino de Dios que es misericordioso» (Cta. a los Romanos, cap. IX, v. 15 y 16).

Durante mucho tiempo me he preguntado por qué tenía Dios preferencias, por qué no recibían

todas las almas las gracias en igual medida. Me extrañaba verle prodigar favores extraordinarios a los santos que le habían ofendido, como san Pablo o san Agustín, a los que forzaba, por así decirlo, a recibir sus gracias; y cuando leía la vida de aquellos santos a los que el Señor quiso acariciar desde la cuna hasta el sepulcro, retirando de su camino todos los obstáculos que pudieran impedirles elevarse hacia él y previniendo a esas almas con tales favores que no pudiesen empañar el brillo inmaculado de su vestidura bautismal, me preguntaba por qué los pobres salvajes, por ejemplo, morían en tan gran número sin haber oído ni tan siquiera pronunciar el nombre de Dios...

Jesús ha querido darme luz acerca de este misterio. Puso ante mis ojos el libro de la naturaleza y

comprendí que todas las flores que él ha creado son hermosas, y que el esplendor de la rosa y la blancura del lirio no le quitan a la humilde violeta su perfume ni a la margarita su encantadora

1 Inicio del Manuscrito A. 1895.

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sencillez... Comprendí que si todas las flores quisieran ser rosas, la naturaleza perdería su gala primaveral y los campos ya no se verían esmaltados de florecillas...

Eso mismo sucede en el mundo de las almas, que es el jardín de Jesús. El ha querido crear grandes

santos, que pueden compararse a los lirios y a las rosas; pero ha creado también otros más pequeños, y éstos han de conformarse con ser margaritas o violetas destinadas a recrear los ojos de Dios cuando mira a sus pies. La perfección consiste en hacer su voluntad, en ser lo que él quiere que seamos...

Comprendí también que el amor de Nuestro Señor se revela lo mismo en el alma más sencilla que

no opone resistencia alguna a su gracia, que en el alma más sublime. Y es que, siendo propio del amor el abajarse, si todas las almas se parecieran a las de los santos doctores que han iluminado a la Iglesia con la luz de su doctrina, parecería que Dios no tendría que abajarse demasiado al venir a sus corazones. Pero él ha creado al niño, que no sabe nada y que sólo deja oír débiles gemidos; y ha creado al pobre salvaje, que sólo tiene para guiarse la ley natural. ¡Y también a sus corazones quiere él descender! Estas son sus flores de los campos, cuya sencillez le fascina...

Abajándose de tal modo, Dios muestra su infinita grandeza. Así como el sol ilumina a la vez a los

cedros y a cada florecilla, como si sólo ella existiese en la tierra, del mismo modo se ocupa también Nuestro Señor de cada alma personalmente, como si no hubiera más que ella. Y así como en la naturaleza todas las estaciones están ordenadas de tal modo que en el momento preciso se abra hasta la más humilde margarita, de la misma manera todo está ordenado al bien de cada alma.

Me encuentro en un momento de mi existencia en el que puedo echar una mirada hacia el pasado;

mi alma ha madurado en el crisol de las pruebas exteriores e interiores. Ahora, como la flor fortalecida por la tormenta, levanto la cabeza y veo que en mí se hacen realidad las palabras del salmo XXII: «El Señor es mi pastor, nada me falta: en verdes praderas me hace recostar; me conduce hacia fuentes tranquilas y repara mis fuerzas... Aunque camine por cañadas oscuras, ningún mal temeré, ¡porque tú, Señor, vas conmigo!» Conmigo el Señor ha sido siempre compasivo y misericordioso..., lento a la ira y rico en clemencia... (Salmo CII, v. 8). Por eso, Madre, vengo feliz a cantar a tu lado las misericordias del Señor...

Me parece que si una florecilla pudiera hablar, diría simplemente lo que Dios ha hecho por ella, sin

tratar de ocultar los regalos que él le ha hecho. No diría, so pretexto de falsa humildad, que es fea y sin perfume, que el sol le ha robado su esplendor y que las tormentas han tronchado su tallo, cuando está íntimamente convencida de todo lo contrario.

La flor que va a contar su historia se alegra de poder pregonar las delicadezas totalmente gratuitas

de Jesús. Reconoce que en ella no había nada capaz de atraer sus miradas divinas, y que sólo su misericordia ha obrado todo lo bueno que hay en ella...

Reflexión:

El comienzo de la autobiografía de Teresa, escrita a petición de su superiora, muestra ya lo que es para ella la concepción de la vida en Dios: Teresa compara a las almas con flores (desde niña siempre fue amante de las flores) y proclama que las últimas como las primeras son siempre bellas y diferentes.

Solemos pensar que para ser hermosos ante Dios debemos orar mucho y hacer muchas obras en la Iglesia. Teresa nos dice que somos bellos simplemente porque somos Su creación. Solemos pensar también que debemos hacer grandes obras para que Dios nos tome en cuenta, Teresa nos dice que la gran obra es dejarse amar, es no oponer resistencia a su Gracia.

¿Te sientes amado por Dios? Si la respuesta es sí, ¿Te sientes amado de forma incondicional o piensas que la medida del amor que Dios te tiene depende de tus obras? ¿Piensas que si obras mal Dios te amará menos? ¿O que tal vez sencillamente te dejará de amar?

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Dios es amor, su felicidad es amar. Cuando hemos sido heridos y defraudados o traicionados, nos

cuesta creer que exista amor incondicional. Quizás hemos sido educados bajo el concepto del “chantaje afectivo”: si te portas bien, si haces lo que quiero, si tienes buenas calificaciones… te amaré.

El amor de Dios es diferente. Es incondicional y se da a todos, también a ti, sin importar tu físico, tus logros o errores, tus traumas o tus aciertos. ¿Acaso no soñamos todos con un amor perfecto? Pues Dios, es perfecto y es amor: Dios es amor perfecto.

Teresa nos dice que la única limitación que tiene Dios para amar es la que tú le pones. Si le abres el corazón y te dejas amar, recibirás mucho y lo sabrás reconocer. Si cierras el corazón, aun lo que recibes pasará desapercibido. La santidad para Teresa está en dejarse amar y responder al amor con amor. Pero ese estado requiere madurez, no se alcanza de la noche a la mañana. Es trabajo de toda la vida.

El amor implica fidelidad, continuidad, conocimiento, trato asiduo y sincero, responsabilidad y confianza. ¿Tu relación con Dios tiene esas características?

La madurez espiritual consiste en saber reconocer lo que somos, lo que queremos ser y en discernir el camino para alcanzarlo. Para recorrer este camino, podrías empezar por señala algo concreto que puedas hacer para mejorar tu amistad con Dios y ponerlo en práctica.

Si tienes alguna petición particular puedes formularla ahora, luego haz la

Oración final para todos los días: ¡Santa Teresita! Vengo a tus plantas lleno de confianza a pedirte favores. La Cruz de la vida me pesa mucho y no encuentro más que espinas entre sus brazos. ¡Florecitas de Jesús! Envía sobre mi

alma una lluvia de flores de gracia y de virtud, para que pueda subir el Calvario de la vida embriagado en sus perfumes. Mándame una sonrisa de tus labios de cielo y una mirada de tus

hermosos ojos… Que valen más tus caricias que todas las alegrías que el mundo encierra. ¡Dios mío! Por intercesión de Santa Teresita dame fuerza para cumplir con mi deber y concédeme la gracia que

en esta oración te pido. Amén.

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Oraciones iniciales de todos los días (p 3)

Lectura del día. De las obras de Teresa:

Yo lo escojo todo

Un día, Leonia, creyéndose ya demasiado mayor para jugar a las muñecas, vino a nuestro encuentro con una cesta llena de vestiditos y de preciosos retazos para hacer más. Encima de todo venía acostada su muñeca. «Tomad, hermanitas -nos dijo-, escoged, os lo doy todo para vosotras». Celina alargó la mano y cogió un mazo de orlas de colores que le gustaba. Tras un momento de reflexión, yo alargué a mi vez la mano, diciendo: «¡Yo lo escojo todo!», y cogí la cesta sin más ceremonias. A los testigos de la escena la cosa les pereció muy justa, y ni a la misma Celina se le ocurrió quejarse (aunque la verdad es que juguetes no le faltaban, pues su padrino la colmaba de regalos, y Luisa encontraba la forma de agenciarle todo lo que deseaba).

Este insignificante episodio de mi infancia es el resumen de toda mi vida. Más tarde, cuando se

ofreció ante mis ojos el horizonte de la perfección, comprendí que para ser santa había que sufrir

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mucho, buscar siempre lo más perfecto y olvidarse de sí misma. Comprendí que en la perfección había muchos grados, y que cada alma era libre de responder a las invitaciones del Señor y de hacer poco o mucho por él, en una palabra, de escoger entre los sacrificios que él nos pide. Entonces, como en los días de mi niñez, exclamé: «Dios mío, yo lo escojo todo. No quiero ser santa a medias, no me asusta sufrir por ti, sólo me asusta una cosa: conservar mi voluntad. Tómala, ¡pues "yo escojo todo" lo que tú quieres...!

Reflexión:

El pensamiento de Teresa nos coloca frente a dos preguntas fundamentales: ¿cómo vivir la vida? Y ¿por qué vivir la vida?

Para Teresa el motivo de vivir fue Dios y la manera de vivir, la forma de participar de ese Dios a quien amaba no fue otra sino la de una entrega intensa e ilimitada.

¿Cuál es el motivo de tu vida? ¿Qué lugar ocupa Dios en ella? ¿Debería ocupar el lugar más importante? ¿Tiene esto sentido para ti? ¿Qué hace falta para enamorarse de Dios?

¿Cómo vives el amor? ¿Eres de las personas que dan sin esperar recibir o de las que dan después de recibir? ¿Sabes dar el primer paso para amar?

Para Teresa la perfección consiste en la unión con Dios. Mientras más le ames y te unas a Él, serás más perfecto, más maduro. ¿Realmente quieres ser perfecto, quieres ser santo?

Petición y Oración final (p 5)

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Oraciones iniciales de todos los días (p 3)

Lectura del día. De las obras de Teresa:

El ascensor divino Estamos en un siglo de inventos. Ahora no hay que tomarse ya el trabajo de subir los peldaños de

una escalera: en las casas de los ricos, un ascensor la suple ventajosamente. Yo quisiera también encontrar un ascensor para elevarme hasta Jesús, pues soy demasiado pequeña para subir la dura escalera de la perfección. Entonces busqué en los Libros Sagrados algún indicio del ascensor, objeto de mi deseo, y leí estas palabras salidas de la boca de Sabiduría eterna: El que sea pequeñito, que venga a mí. Y entonces fui, adivinando que había encontrado lo que buscaba. Y queriendo saber, Dios mío, lo que harías con el que pequeñito que responda a tu llamada, continué mi búsqueda, y he aquí lo que encontré: Como una madre acaricia a su hijo, así os consolaré yo; os llevaré en mis brazos y sobre mis rodillas os meceré. Nunca palabras más tiernas ni más melodiosas alegraron mi alma ¡El ascensor que ha de elevarme hasta el cielo son tus brazos, Jesús! Y para eso, no necesito crecer; al contrario, tengo que seguir siendo pequeña, tengo que empequeñecerme más y más. Tú, Dios mío, has rebasado mi esperanza, y yo quiero cantar tus misericordias: «Me instruiste desde mi juventud, y hasta hoy relato tus maravillas, y las seguiré publicando hasta mi edad más avanzada». Sal. LXX.

¿Cuál será para mí esta edad avanzada? Me parece que podría ser ya ahora, pues dos mil años no

son más a los ojos de Dios que veinte años..., que un solo día... No piense, Madre querida, que su hija quiera dejarla... No crea que estime como una gracia mayor morir en la aurora de la vida que al atardecer. Lo que ella estima, lo único que desea es agradar a Jesús... Ahora que él parece acercarse a ella para llevarla a la morada de su gloria, su hija se alegra. Hace ya mucho que ha comprendido que

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Dios no tiene necesidad de nadie (y mucho menos de ella que de los demás) para hacer el bien en la tierra.

Reflexión:

Teresa se califica a sí misma como “pequeña”. A lo largo de su historia su personalidad estuvo marcada por una sensibilidad y una fragilidad que solo la gracia divina pudo paliar.

Consciente de su pequeñez, pero determinada a ser santa, Teresa buscó la manera de lograr lo que quería y lo consiguió. Descubrió que la santidad no estaba en hacer cosas extraordinarias sino cosas con amor extraordinario, y que era cosa de Dios determinar el tamaño y el alcance de nuestras obras.

Teresa sabe que Dios todo lo puede, y si Él está determinado a hacer el bien lo hace. Cuando Dios nos invita a participar en sus obras no lo hace porque Él nos necesita, lo hace porque nosotros lo necesitamos y sobre todo porque nosotros le necesitamos. Si no queremos participar Él seguirá haciendo el bien, porque es propio del Amor amar.

Esto nos llama a vivir el amor de forma madura e inteligente. Debemos aprender a reconocer cuáles son nuestras responsabilidades y cuál es la parte de Dios en nuestra vida cotidiana y en nuestra santificación. Teresa se “hace pequeña” porque los niños pequeños no se preocupan del porvenir, sino que lo esperan todo de sus padres sin mayor ceremonia. Ellos confían en que sus padres los protegerán, los alimentarán y los mimarán. Para los pequeños solo existe el presente.

Hacerse pequeño, por tanto, consiste en vivir el presente con responsabilidad, y dejarle el futuro a Dios, sabiendo que Él siempre nos proveerá con lo que más nos conviene.

Piensa en las siguientes preguntas: ¿Te resulta fácil vivir el presente o por el contrario vives atado al pasado o angustiado por el futuro? ¿Eres sensible para apreciar lo que Dios te está dando en este momento? ¿Consideras que abandonar tu vida en manos de Dios y esperarlo todo de Él es compatible tus planes, deseos y expectativas? ¿Tienes miedo de que al abandonarte en manos de Dios te sobrevengan dificultades y pruebas indeseadas?

Petición y Oración final (p 5)

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Oraciones iniciales de todos los días (p 3)

Lectura del día. De las obras de Teresa:

Fin del Manuscrito C

Madre querida, ésa es mi oración. Yo pido a Jesús que me atraiga a las llamas de su amor, que me una tan íntimamente a él que sea él quien viva y quien actúe en mí. Siento que cuanto más abrase mi corazón el fuego del amor, con mayor fuerza diré «Atráeme»; y que cuanto más se acerquen las almas a mí (pobre trocito de hierro, si me alejase de la hoguera divina), más ligeras correrán tras los perfumes de su Amado.

Porque un alma abrasada de amor no puede estarse inactiva. Es cierto que, como santa María

Magdalena, permanece a los pies de Jesús, escuchando sus palabras dulces e inflamadas. Parece que no da nada, pero da mucho más que Marta, que anda inquieta y nerviosa con muchas cosas y quisiera que su hermana la imitase.

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Lo que Jesús censura no son los trabajos de Marta. A trabajos como ésos se sometió humildemente

su divina Madre durante toda su vida, pues tenía que preparar la comida de la Sagrada Familia. Lo único que Jesús quisiera corregir es la inquietud de su ardiente anfitriona.

Así lo entendieron todos los santos, y más especialmente los que han llenado el universo con la luz

de la doctrina evangélica. ¿No fue en la oración donde san Pablo, san Agustín, san Juan de la Cruz, santo Tomás de Aquino, san Francisco, santo Domingo y tantos otros amigos ilustres de Dios bebieron aquella ciencia divina que cautivaba a los más grandes genios? Un sabio decía: «Dadme una palanca, un punto de apoyo, y levantaré el mundo».

Lo que Arquímedes no pudo lograr, porque su petición no se dirigía a Dios y porque la hacía desde

un punto de vista material, los santos lo lograron en toda su plenitud. El Todopoderoso les dio un punto de apoyo: El mismo, El solo. Y una palanca: la oración, que abrasa con fuego de amor. Y así levantaron el mundo. Y así lo siguen levantando los santos que aún militan en la tierra. Y así lo seguirán levantando hasta el fin del mundo los santos que vendrán.

Madre querida, quisiera decirle ahora lo que yo entiendo por el olor de los perfumes del Amado.

Dado que Jesús ascendió al cielo, yo sólo puedo seguirle siguiendo las huellas que él dejó. ¡Pero qué luminosas y perfumadas son esas huellas!

Sólo tengo que poner los ojos en el santo Evangelio para respirar los perfumes de la vida de Jesús y

saber hacia dónde correr... No me abalanzo al primer puesto, sino al último; en vez de adelantarme con el fariseo, repito llena de confianza la humilde oración del publicano. Pero, sobre todo, imito la conducta de la Magdalena. Su asombrosa, o, mejor dicho, su amorosa audacia, que cautiva el corazón de Jesús, seduce al mío.

Sí, estoy segura de que, aunque tuviera sobre la conciencia todos los pecados que pueden

cometerse, iría, con el corazón roto de arrepentimiento, a echarme en brazos de Jesús, pues sé cómo ama al hijo pródigo que vuelve a él.

Es cierto que Dios, en su misericordia preveniente, ha preservado mi alma del pecado mortal. Pero

no es ésa la razón de que yo me eleve a él por la confianza y el amor.

Reflexión:

En el ocaso de su corta vida, Teresa reconoce que todo lo que ella ha logrado, que todo lo que cualquier santo a logrado, que todo lo que se puede lograr, depende únicamente de Dios. Pero esa dependencia no nos debe colocar en una actitud pasiva, sino en una actitud de confianza activa.

El que ama a Dios le busca, y tras buscarle le halla, y después de hallarle no puede menos que buscar a otros y decirle ¡Vengan, vayamos a Él!

Pero ¿cómo se puede amar a Dios? El que ama a Dios le busca en el trabajo, por eso cada día intenta hacerlo mejor. Le ama en la familia, por eso procura la unidad, cultiva el respeto y prodiga el amor. Quien ama a Dios le busca en el vecino, en el prójimo, en la naturaleza, en la patria, en todo lo que le rodea, cuidándolo y amándolo.

¿Tu alma está enamorada de Dios? ¿Crees que en verdad es posible enamorarse de aquel que no vemos? ¿Sabes reconocer que los bienes de tu vida vienen de manos del Padre, o por el contrario te cuesta ser una persona agradecida con Dios? ¿En quién buscas apoyo cuando lo necesitas?

Muchas veces las personas religiosas se preocupan por ser buenos evangelizadores, por llevar a otros hasta Dios. Pero antes de preguntarnos si nuestra vida es capaz de atraer a otros, preguntémonos ¿Mi vida me inspira alegría? ¿Mi vida cotidiana me hace elevar mi corazón hasta el Señor? ¿Tengo motivos para sentir en lo íntimo de mi ser que es “justo y necesario” dar gracias al Señor?

Petición y Oración final (p 5)

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Oraciones iniciales de todos los días (p 3)

Lectura del día. De las obras de Teresa:

Oración para alcanzar la humildad2

16 de julio de 1897 ¡Jesús! Jesús, cuando eras peregrino en nuestra tierra, tú nos dijiste: «Aprended de mí, que soy manso y

humilde de corazón, y vuestra alma encontrará descanso». Sí, poderoso Monarca de los cielos, mi alma encuentra en ti su descanso al ver cómo, revestido de la forma y de la naturaleza de esclavo, te rebajas hasta lavar los pies a tus apóstoles. Entonces me acuerdo de aquellas palabras que pronunciaste para enseñarme a practicar la humildad: «Os he dado ejemplo para que lo que he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis. El discípulo no es más que su maestro... Puesto que sabéis esto, dichosos vosotros si lo ponéis en práctica». Yo comprendo, Señor, estas palabras salidas de tu corazón manso y humilde, y quiero practicarlas con la ayuda de tu gracia.

Quiero abajarme con humildad y someter mi voluntad a la de mis hermanas, sin contradecirlas en

nada y sin andar averiguando si tienen derecho o no a mandarme. Nadie, Amor mío, tenía ese derecho sobre ti, y sin embargo obedeciste, no sólo a la Virgen Santísima y a san José, sino hasta a tus mismos verdugos. Y ahora te veo colmar en la hostia la medida de tus anonadamientos. ¡Qué humildad la tuya, Rey de la gloria, al someterte a todos tus sacerdotes, sin hacer alguna distinción entre los que te amen y los que, por desgracia, son tibios o fríos en tu servicio...! A su llamada, tú bajas del cielo; pueden adelantar o retrasar la hora del santo sacrificio, que tú estás siempre pronto a su voz... ¡Qué manso y humilde de corazón me pareces, Amor mío, bajo el velo de la blanca hostia! Para enseñarme la humildad, ya no puedes abajarte más.

Por eso, para responder a tu amor, yo también quiero desear que mis hermanas me pongan siempre

en el último lugar y compartir tus humillaciones, para «tener parte contigo» en el reino de los cielos. Pero tú, Señor, conoces mi debilidad. Cada mañana tomo la resolución de practicar la humildad, y por la noche reconozco que he vuelto a cometer muchas faltas de orgullo. Al ver esto, me tienta el desaliento, pero sé que el desaliento es también una forma de orgullo. Por eso, quiero, Dios mío, fundar mi esperanza sólo en ti. Ya que tú lo puedes todo, haz que nazca en mi alma la virtud que deseo. Para alcanzar esta gracia de tu infinita misericordia, te repetiré muchas veces: «¡Jesús manso y humilde de corazón, haz mi corazón semejante al tuyo!»

Reflexión:

Cuando una hermana de la congregación encuentra dificultad en su trato con las demás, Teresa compone esta oración para ayudarle a alcanzar la humildad.

La humildad es un concepto difícil de llevar a la práctica ¿debemos luchar por nuestros derechos o quedarnos callados? ¿Debemos reprender a quienes nos hacen daño o dar la otra mejilla? ¿Tienen derecho los demás a humillarnos, maltratarnos y hacernos daño?

2 Esta oración fue compuesta para sor Marta de Jesús, con ocasión de sus treinta años, el 17 de julio de 1897

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A estas difíciles preguntas, Teresa responde con sencillez: Fija tu mirada en Jesús y actúa como Él. En muchas ocasiones Jesús fue perseguido y sometido a trampas y críticas y Él supo responder. En

otras, y sobre todo en el momento de su juicio y muerte, supo callar. Todo dependió de la finalidad de las palabras, cuando tenía sentido hablar, habló, cuando no lo tenía, calló.

Si sabemos que por defender nuestros derechos podemos perder nuestro empleo, muy probablemente callaremos. Y lo hacemos así porque pensamos en nuestro porvenir y queremos defenderlo. Teresa nos recuerda que nuestro porvenir es encontrarnos con Dios cara a cara, y que la regla para decidir si hablar o callar, si quejarnos o contenernos, no debe ser el orgullo o el deseo de tener la última palabra, sino el pensar si nuestras acciones nos ayudarán a convivir en paz con nuestro Salvador y Amigo o no.

Por último, Teresa nos previene contra el desaliento, llamándolo “una forma de orgullo” ¿Sabes por qué lo dice? Porque quien piensa que jamás podrá cambiar, piensa que la gracia de Dios es incapaz de obrar una transformación en él. Es como decirle a Dios “oye, no pierdas tu tiempo conmigo, tú no tienes el poder de cambiar lo malo que hay en mí, porque MI mal es más grande que tu gracia”

Petición y Oración final (p 5)

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Oraciones iniciales de todos los días (p 3)

Lectura del día. De las obras de Teresa:

Al abate Bellière

El 5 de agosto, el abate Bellière le escribía: …«Querida, queridísima hermanita, la conozco lo suficiente como para saber que nunca mis miserias lograrían frenar su cariño aquí en la tierra; pero en el cielo, al participar de la Divinidad, usted adquirirá las prerrogativas de la justicia, de la santidad..., y entonces cualquier mancha se convertirá para usted en objeto de horror. He ahí la razón de mis temores. Pero como espero que allí seguirá siendo una niña mimada, hará lo que hubiera deseado en la tierra para mí. Así lo creo y así lo espero. También espero de usted esa confianza amorosa que aún me falta y que deseo ardientemente, pues pienso que con ella uno es plenamente feliz aquí abajo y no se le hace demasiado largo el destierro.

Teresa le responde: J.M.J.T. Carmelo de Lisieux Jesús + 10 de agosto de 1897 Querido hermanito: Ahora sí estoy a punto de partir. He recibido mi pasaporte para el cielo, y ha sido mi padre querido

quien me ha alcanzado esta gracia: el 29, me dio la garantía de que pronto iré a reunirme con él. Al día siguiente, el médico, extrañado de los progresos que en dos días había hecho la enfermedad, le dijo a nuestra Madre que había llegado el momento de satisfacer mis deseos, administrándome la unción de los enfermos. Así pues, el 30 tuve esa dicha, y también la de ver que Jesús Hostia, a quien recibí en viático para mi largo viaje, dejaba el sagrario para venir a mí... Ese Pan del cielo me ha fortalecido: ya ve, parece que mi peregrinación no quiere acabarse; pero lejos de quejarme, me alegro de que Dios me

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permita sufrir un poco más por su amor. ¡Y qué dulce es abandonarse entre sus brazos, sin temores ni deseos!

Le confieso, hermanito, que usted y yo no entendemos el cielo de la misma manera. Usted piensa que, al participar yo de justicia y de la santidad de Dios, no podré disculpar sus faltas, como lo hacía en la tierra. ¿No se está olvidando de que participaré también de la misericordia infinita del Señor? Yo creo que los bienaventurados tienen una enorme compasión de nuestras miserias: se acuerdan de que cuando eran frágiles y mortales como nosotros, cometieron las mismas faltas que nosotros y sostuvieron los mismos combates, y su cariño fraternal es todavía mayor que el que nos tuvieron en la tierra, y por eso no dejan de protegernos y de orar por nosotros.

Reflexión:

Teresa es una monja de claustro, pero su corazón enamorado le hace desear llevar el nombre de Jesús hasta los confines del planeta. Como no puede misionar, Teresa apoya la obra de sacerdotes misioneros con sus oraciones y les escribe a algunos dándoles apoyo y cariño en su durísima misión.

Ante la inminencia de su muerte, Teresa comunica al abate Bellière que pronto partirá con Dios. El abate se acongoja y manifiesta su temor: en el cielo usted verá con horror mis pecados y quizás se olvide de mí…

¿Cuántas veces no pensamos eso del mismo Dios? “Dios debe haberse olvidado de mí porque yo no soy bueno, soy un gran pecador… ” “Dios solo se acuerda de la gente buena, de los que van a misa… y yo soy malo”

Pero Teresa conoce la misericordia de Dios, por eso no tiene miedo a la muerte ni al pecado. Sabe que mientras más cerca se está de la perfección divina, también se participa en mayor grado su Misericordia. Y la misericordia es esto: que el corazón de Dios se acerca a nosotros en y a pesar de nuestra miseria.

¿Te sientes como el abate, digno de ser rechazado por tus pecados? ¿Piensas que Dios puede sentir asco de ti? ¿Te sientes indigno de los dones de Dios y por eso rechazas su amistad? ¿Te escondes de Dios por miedo de admitir el mal que hay en ti?

Petición y Oración final (p 5)

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Oraciones iniciales de todos los días (p 3)

Lectura del día. De las obras de Teresa:

¡Qué grande es, pues el poder de la oración! ¡Qué grande es, pues el poder de la oración! Se diría que es como una reina que en todo momento

tiene acceso libre al rey y que puede alcanzar todo lo que pide. Para ser escuchadas, no hace falta leer en un libro una hermosa fórmula compuesta para esa ocasión. Si fuese así..., ¡qué digna de lástima sería yo...! Fuera del Oficio divino, que tan indigna soy de recitar, no me siento con fuerzas para sujetarme a buscar en los libros hermosas oraciones; me produce dolor de cabeza, ¡hay tantas..., y cada cual más hermosa...! No podría rezarlas todas, y, al no saber cuál escoger, hago como los niños que no saben leer: le digo a Dios simplemente lo que quiero decirle, sin componer frases hermosas, y él siempre me entiende...

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Para mí, la oración es un impulso del corazón, una simple mirada lanzada hacia el cielo, un grito de

gratitud y de amor, tanto en medio del sufrimiento como en medio de la alegría. En una palabra, es algo grande, algo sobrenatural que me dilata el alma y me une a Jesús.

No quisiera, sin embargo, Madre querida, que pensara que rezo sin devoción las oraciones comunitarias en el coro o en las ermitas. Al contrario, soy muy amiga de las oraciones comunitarias, pues Jesús nos prometió estar en medio de los que se reúnen en su nombre; siento entonces que el fervor de mis hermanas suple al mío.

Pero rezar yo sola el rosario (me da vergüenza decirlo) me cuesta más que ponerme un instrumento

de penitencia... ¡Sé que lo rezo tan mal! Por más que me esfuerzo por meditar los misterios del rosario, no consigo fijar la atención... Durante mucho tiempo viví desconsolada por esta falta de atención, que me extrañaba, pues amo tanto a la Santísima Virgen, que debería resultarme fácil rezar en su honor unas oraciones que tanto le agradan. Ahora me entristezco ya menos, pues pienso que, como la Reina de los cielos es mi Madre, ve mi buena voluntad y se conforma con ella.

A veces, cuando mi espíritu está tan seco que me es imposible sacar un solo pensamiento para

unirme a Dios, rezo muy despacio un «Padrenuestro», y luego la salutación angélica. Entonces, esas oraciones me encantan y alimentan mi alma mucho más que si las rezase precipitadamente un centenar de veces...

La Santísima Virgen me demuestra que no está disgustada conmigo. Nunca deja de protegerme en

cuanto la invoco. Si me sobreviene una inquietud o me encuentro en un aprieto, me vuelvo rápidamente hacia ella, y siempre se hace cargo de mis intereses como la más tierna de las madres. ¡Cuántas veces, hablando a las novicias, me ha ocurrido invocarla y sentir los beneficios de su protección maternal...

Reflexión:

Orar, como decía la madre del Carmelo, Teresa de Ávila, es tratar de amor con aquel que no ama.

La oración es simplemente un acto de comunicación. Cuando oras te comunicas con Dios. Puedes hacerlo con ayuda de oraciones prescritas, o simplemente conversando con tu Padre. Pero cuidado, conversar con Dios es diferente que conversar con las personas: Dios siempre responde, pero no responde siempre como lo esperamos; Dios tiene infinita paciencia para escuchar y perdonar, pero como buen Padre no apoya nuestra insensatez ni alcahuetea nuestros pecados. Cuando estableces una relación con Dios, al igual que si lo hace con una persona, debes estar dispuesto no solo a recibir, sino también a dar. Si quieres hablar con Dios, también debes

saber escuchar cuando Él quiere hablar contigo. Si quieres que Él te consuele en tu dolor, debes aprender a compartir un poco del suyo. Si quieres que la relación sea profunda, debes dedicarle tiempo, y sobre todo, si quieres hablar con Dios debes ser sincero.

¿Oras? Y si lo haces ¿le buscas a Él o te buscas a ti? ¿Te comunicas con Dios verdaderamente o solo empleas la oración como una forma de desahogarte y de pedir bienes para ti?

Teresa sentía dificultades para orar el rosario, aunque su amor por la Virgen era muy grande… Y tú ¿Sabes amar y orar a María?

¿Encuentras dificultades en alguna oración? No te desanimes, que hasta los más santos las tuvieron. Por otro lado, fijándonos en Teresa, la sencillez puede palear nuestras carencias al orar. Si te cuesta meditar o concentrarte ¡que no te cueste amar!

Petición y Oración final (p 5)

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Oraciones iniciales de todos los días (p 3)

Lectura del día. De las obras de Teresa:

¡Qué gran verdad es que sólo Dios conoce el fondo de los corazones...! No desprecio los pensamientos profundos que alimentan el alma y la unen a Dios. Pero hace mucho

tiempo ya que he comprendido que el alma no debe apoyarse en ellos, ni hacer consistir la perfección en recibir muchas iluminaciones. Los pensamientos más hermosos no son nada sin las obras.

Es cierto que los demás pueden sacar mucho provecho de las luces que a ella se le conceden, si se

humillan y saben dar gracias a Dios por permitirles tomar parte en el festín de un alma a la que él se digna enriquecer con sus gracias. Pero si esta alma se complace en sus grandes pensamientos y hace la oración del fariseo, entonces viene a ser como una persona que se muere de hambre ante una mesa bien surtida mientras todos sus invitados disfrutan en ella de comida abundante y hasta dirigen de vez en cuando una mirada de envidia al personaje poseedor de tantos bienes.

¡Qué gran verdad es que sólo Dios conoce el fondo de los corazones...! ¡Y qué cortos son los

pensamientos de las criaturas...! Cuando ven un alma con más luces que las otras, enseguida sacan la conclusión de que Jesús las ama a ellas menos que a esa alma y de que no las llama a la misma perfección.

¿Desde cuándo no tiene ya derecho el Señor a servirse de una de sus criaturas para conceder a las

almas que ama el alimento que necesitan? En tiempos del faraón el Señor aún tenía ese derecho, pues en la Sagrada Escritura le dice a este monarca: «Te he constituido rey para mostrar en ti mi poder y para hacer famoso mi nombre en toda la tierra». Desde que el Todopoderoso pronunció estas palabras han pasado siglos y siglos, y su forma de actuar sigue siendo la misma: siempre se ha servido de sus criaturas como de instrumentos para realizar su obra en las almas.

Reflexión:

Una de las tendencias más nocivas en la vida espiritual es la comparación. Muchas veces nos inclinamos a pensar que los demás son mejores o peores que nosotros porque tienen tal o cual característica, o porque carecen de algo que nosotros poseemos.

Teresa nos previene: los grandes pensamientos son regalos de Dios, pero son las obras, es decir, el amor, el respeto, la humildad, el servicio, la caridad, la diligencia, la prudencia, el trabajo y muchas otras virtudes lo que nos hacen grandes.

La medida de nuestra santidad y valor a los ojos de Dios es una sola: Jesucristo. Mientras más te unas a Jesús serás más santo y compartirás más de la vida de Dios. Pero solo tú puedes abrazarte a Jesús. Si pierdes tu tiempo deseando ser como otros, o anhelando que Dios te adorne con los dones que solo a Él le toca repartir, estarás desperdiciando oportunidades reales de tener un amistas más íntima con tu Creador.

Por tanto, no anheles tener cosas que te hagan lucir como santo o que te hagan creer que estás cerca de serlo. Anhela y busca solamente a la fuente de la santidad, que es Jesucristo, y lo demás vendrá por añadidura según convenga.

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¿Tienes baja autoestima? ¿Consideras que tu persona (alma, cuerpo, intelecto) es menos valiosa

que la de otros? ¿Anhelas ser como otros, o buscas realizar lo que Dios espera de ti aunque esto implique brillar menos que los demás? ¿Has sentido envidia de los dones que Dios regala a los demás?

Petición y Oración final (p 5)

DDííaa 99

Oraciones iniciales de todos los días (p 3)

Lectura del día. De las obras de Teresa:

Fin del Manuscrito A Comprendo y sé muy bien por experiencia que «el reino de

los cielos está dentro de nosotros». Jesús no tiene necesidad de libros ni de doctores para instruir a las almas. El, el Doctor de los doctores, enseña sin ruido de palabras... Yo nunca le he oído hablar, pero siento que está dentro de mí, y que me guía

momento a momento y me inspira lo que debo decir o hacer. Justo en el momento en que las necesito, descubro luces en las que hasta entonces no me había fijado. Y las más de las veces no es precisamente en la oración donde esas luces más abundan, sino más bien en medio de las ocupaciones del día...

Madre querida, después de tantas gracias, ¿no podré cantar yo con el salmista: «El Señor es bueno,

su misericordia es eterna»? Me parece que si todas las criaturas gozasen de las mismas gracias que yo, nadie le tendría miedo a

Dios sino que todos le amarían con locura; y que ni una sola alma consentiría nunca en ofenderle, pero no por miedo sino por amor...

Comprendo, sin embargo, que no todas las almas se parezcan; tiene que haberlas de diferentes

alcurnias, para honrar de manera especial cada una de las perfecciones divinas. A mí me ha dado su misericordia infinita, ¡y a través de ella contemplo y adoro las demás

perfecciones divinas...! Entonces todas se me presentan radiantes de amor; incluso la justicia (y quizás más aún que todas las demás) me parece revestida de amor...

¡Qué dulce alegría pensar que Dios es justo!; es decir, que tiene en cuenta nuestras debilidades, que

conoce perfectamente la debilidad de nuestra naturaleza. Siendo así, ¿de qué voy a tener miedo? El Dios infinitamente justo, que se dignó perdonar con tanta bondad todas las culpas del hijo pródigo, ¿no va a ser justo también conmigo, que «estoy siempre con él»...?

Reflexión:

Hemos recorrido nueve días de oración de la Mano de la Pequeña Flor, Teresa de Lisieux, Teresa del niño Jesús y de la Santa Faz.

Al terminar nuestro encuentro con Teresa, descubrimos una verdad maravillosa: Teresa no fue una santa de visiones y alocuciones interiores… ella nunca escuchó la voz de Jesús.

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Cuando leemos la vida de los santos, nos deslumbran los dones con que Dios quiso obsequiarlos.

En cambio, cuando leemos la vida de Teresa, nos sorprende lo cercana que ella es a nuestra realidad. El santuario de Teresa fue su corazón, allí, en el silencio del alma, en el transcurrir de las

actividades cotidianas, Teresa escuchaba el eco del Maestro que le ilustraba y le revelaba los secretos del amor.

Teresa se dice receptora de la misericordia infinita de Dios… ¿Qué te ha dado Dios a ti? ¿Por qué haz de agradecerle? ¿Haz sentido miedo de Dios?

Si de verdad quieres experimentar el amor y la felicidad que Teresa experimentó, debes estar consciente de que solo puedes hacerlo entregándote sin reservas a Dios. Esto, claro está, no es tarea de un instante, es una obra que dura lo que dura tu vida. Pero toda obra tiene un comienzo, y el comienzo es ahora.

Si quieres empezar o renovar tu entrega a Dios, puedes hacerlo con las palabras de Teresa que están en el epílogo.

¡Ánimo!

Petición y Oración final (p 5)

Epílogo Este año, el 9 de junio, fiesta de la Santísima Trinidad, recibí la gracia de entender mejor que nunca cuánto desea

Jesús ser amado. Pensaba en las almas que se ofrecen como víctimas a la justicia de Dios para desviar y atraer sobre sí mismas los castigos reservados a los culpables. Esta ofrenda me parecía grande y generosa, pero yo estaba

lejos de sentirme inclinada a hacerla.

«Dios mío, exclamé desde el fondo de mi corazón, ¿sólo tu justicia aceptará almas que se inmolen como víctimas...? ¿No tendrá también necesidad de ellas tu amor misericordioso...? En todas partes es desconocido y rechazado. Los corazones a los que tú deseas prodigárselo se vuelven hacia las criaturas, mendigándoles a

ellas con su miserable afecto la felicidad, en vez de arrojarse en tus brazos y aceptar tu amor infinito...

«¡Oh, Dios mío!, tu amor despreciado ¿tendrá que quedarse encerrado en tu corazón? Creo que si encontraras almas que se ofreciesen como víctimas de holocausto a tu amor, las consumirías rápidamente. Creo que te

sentirías feliz si no tuvieses que reprimir las oleadas de infinita ternura que hay en ti...

«Si a tu justicia, que sólo se extiende a la tierra, le gusta descargarse, ¡cuánto más deseará abrasar a las almas tu amor misericordioso, pues tu misericordia se eleva hasta el cielo...!

«¡Jesús mío!, que sea yo esa víctima dichosa. ¡Consume tu holocausto con el fuego de tu divino amor...!»

La selección de textos se realizó a partir de los manuscritos de Teresa publicados en:

www.misionerosdelapalabra.org

La oración final fue tomada de: www.ewtn.com

PARA MAYOR GLORIA DE DIOS

Nantes, 29, de septiembre de 2005

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